los awcianos pobres.

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A.ño V I I I .
« 2 ' if»ín: 3 0 de DieJcmlíre <ie
KAm, 3 « .
Ll LUZ DEL i'OItlilll
P r e c i a s d e Mnacrielon.
Barcelona un trimestre adelantad.) nna peseta, fuera de
Barcelona un año id. 4 pesetas.
Estranjei-o y Ultramar un año
Id. 8 pesetas.
RXDACiSIOlT T A D U I I T I S T R A O I O I T
PiHza del Sol 5, hajo.s, y
calle del Cahon 9, principal.
SE PL'líLICA LOS JUEVES
P a n t o » d e KlHaerlelan.
En í-órida, Mayor 81, "i.» En
Madrid, Valverde 24, principal
dei'echa. En Alicartte , S a o
Francisco, 28, imprenla
.SUMARIO —Los a n c i a n o s pobres —La noche.—La m i s i ó n de l a mujer —Pensamientos.
L O S AWCIANOS
POBRES.
Entre los establecimientos de beneficencia q u e bemos visitado, recordamos uno
que vimos en nues'.ra infancia, que se llamalja la Casa de los Vüjos y e r a u n a
especie de asilo como su nombre indicaba, para los ancianos de ambos sexos. Una
t a r d e fuimos á dicba casa q u 3 por cierlo e r a grande, tri.4e y fea; las b a b i t a c i o nes de la derecba las ocupaban las muje.-es, y las de la izquierda los hombres.
Recordamos perfectamente que ora una tarde de invierno fria y lluviosa; por
nn favor especial habian concedido á mi m a d r e y otras señoras el permiso para
ver aquel hospital deviválidüs en un dia que no era de entrada pública, así es
que el establecimiento presentaba su fria y aterradora desnudez.
Entramos en un salón m u y grande cuyo pavimiento lo cubría una entera de e s parto blanca y negra, s u s giandes braceros de reluciente cobre estaban colocados
simétricamente y alrededor se a g r u p a b a n las pobres ancianas; las unas se entrelenian en bacer media y las otra-; en dormir. Una de las acogidas que era m u y
amiga de mí m a d r e , se levantó gozosa ca cuanto nos v i o , y nos ensoñó todas las
dependencias de la casa. Yo sin poder entonces esplicarme la c a u s a , sentia una
angustia indefinible; p'ídí a g u a y la superiora ma dió dulces, y apesar de salisfacer con oslo mi apetito d i n i ñ i , por momentos me iba poniendo peor; como no iba
sola con mi m a d r e , no m í atrevía á d e ; i r nada, y tanto l l e g u é á sufrir q u e al v o l ver al salón miré fijamente aquellos seis grupos de mujeres y sin podarme c o n t e ner comencé á llorar angustiosamente. Nuestro llanto armó una verdadera revolu •
cion enlre aquellas pobres mujeres; todas nos rodearon y nos prej'untaron á porfía
que sentíamos.
Aquellas preguntas aumentaban nuestra afiíccion; las mirábamos y se redoblaba nueslro llanto y sin poder pronunciar una sola p a l a b r a , salimos de aquel triste
lugar dominado; por una profunda tristeza.
Mucbos años después visitamos ol hospital d é l a s incurahlts en Madrid; descansamos algunos momentos en su bonita capilla, y el recuerdo de nuesira visita á la
Casa de los Viejos, se despertó de súbito en nuestra menle y entonces comprendimos la causa de nuesira pena.
Nuestro espíriru lloró al ver tantos seres solos, abandonados en brazos de u o a
caridad ficticia q u e le ofrece al cuerpo del pobre un poco d:> pan, un lecho á c i e r tas horas y nada m á s , nada m á s , y eso es m u y poco para los últimos dias de la
vida.
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Seguimos nuestra visita y entramos on una pequeña habitación donde habia una
muJKr de e lad mediana qua tenia que estar separada de bis demás mujeres por la
horrible enferraeJad que la a q u e j a b a , la cual le hacia exhalar de su cuerpo un
hedor tan insoportable que tenia que vivir aislada, sola, sola con la p o d i e d u m bre de su m a t e r i a y con el extravío de su alma.
¡Qué c u a d r o aquél! nunca lo olvidaré!... una joven ciega que sufría el castigo
del a r r e s t o , le hacia c o r a p a ñ i ¡ D e s g r a c i a d o s seres! espíritus en aquella ocasión
completamente t u r b a d o s : ¡cuánto sufrían' de s u ; la'fios salian bor! otoños de p a labras que no eran otra cosa q u e iraprocaciones y blasfemias; desah"go n a t u r a l
de aq.iellos que en nada creen, ni en nada esperan y se ven ro loados de esa m i seria horrible y dominados en absoluto ¡lor su impotencia física. La una postrada
on su lecho, la otra sin sabor donde dirigir sus pasos, ciega, pobre y sola. La v i da en semejante condiciones, a b r u m a d* tal modo que la desesperación m i s espantosa se apodera de nuostr- ser y ?e vive mal, m u y mal, mejor dicho no se vive.
Salimos de aquel aposento prometiéndoles á aquellas desgraciadas que volveríamos á verlas ; y seguimos visitando el sombrío establecimiento, l l a m m i ó n o s la
atención un g r u p o de ancianas que rodeaban el lecho de una enferma. ¡Qué sem
blanles tan tristes tenían aquellas mujeres! nos sentamos frente á ellas, y e s t u v i mos largo rato escuchando su conversación.
Se quejaban todas ellas que habia siete ú ocho que nadie las íl;a á ver, y una
esclamó:—Pues no sé por que lo estrañais, ninguna de nosotras tiene parientes
cercanos, los amigos cuando uno está pobre no hay que contar con ellos; m i s se
h u y e de b)s pob.es q u e de la p e s t e . — P a r e c e mentira, decia (dra, yo q u e me he
visto redeado de tanta familia, mis p a d r e s , mis abuelos, mis tíos, mis h e r m a n o s ,
mi m a r i d o , mis hijos, mis nietos
de estos víltímos a u n viven dos; pero sim tan
p o b r e s . . . . q u e yo he sido la primera en q u e r e r separarme de ellos; ya que de n a da les puedo servir, no les quiero estorbar; y la pobre mujer lloraba con profundo
desconsuelo.—Pero son bien ingratos decia otra, nunca la vienen á ver —Y que
han de venir, sí no están en M a d r i d , replicó la afligida anciana , y adera is si los
pobrecillos se criaron lejos de mí , la miseria me los quitó de los biazos , porque
la miseria desata y rompa todos los lazos de !a vida.
Al oir esto, no pudimos menos de esclamar:—Los lazos del verdadei-o cariño no
se rompen nunca. La anciana se volvió á mirarnos y nos contestó con a m a r g a
ironía.
—¿Qué está V. diciendo señora ? Se conoce que V. no habrá sido polire nunca;
pero yo le digo y le repito que la miseria rompe todos los lazos de la vida. Mire
V . , yo tenía mí marido q u e era raás bueno qu» oí pan, nos conocimos desde niños,
nos casamos c u a n d o yo tendría 18 años y él 2 4 ; c ú r r e n l a años estuvimos j u n t o s
y nunca l u v i m o , ni un sf, ni un nó; su volunlad era la mia , y la raía era la s u y a , pues apesar de todo, tantas fueron nuestras desgracias , que llegó el dia en
que yo deseé la m u e r t e de mi m a r i d o , y cuando se fué, di m u c h í s i m a s gracias á
Dios, y he de decir á V. que cada dia estoy más<conlenta que se haya m u e r t o , y
hace quince años q u e se m u r i ó .
— T r i s t e es b u s c a r el consuelo en la m u e r l e
— P u e s ahí verá V,, hay situaciones señora que solo la m u e r t e las remedia; en
pocas palabras le diré por que me alegré qne se fuera rai marido : el infeliz se
quedó ciego por que le erraron la c u r a ; pero mientras mí hija y yo pudimos trabajar, no me a p u r é por nada, por que él no carecía de lo necesario; rans cuando
.se murió mí hija ahogada, y yo por salvarla también rae tiré al rio y solo conseguí q u e d a r medio baldada como V. me vé, sin poder ganar un c u a r t o , rai pobre
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lujo O U S U l Í V ) , e o . , c u u . i ü ciniluius y su esposa siempre eiirerma, luvo que e n c a r garse de nosolros , y el infeliz se raalaba Irabajando , y su mujer decia que por
causa nueslra su marido iba á e n f e r m a r ; como asi sucedió por que era un m u chacho m u v delicado y al íin el exceso del Ira: ajo lo malo y nos quedamos á la
clemencia de Dios mi marido , raí nuera , cualro niños y yó. Mi nuera que venia
de familia de locos, se desesperó de lal modo, por que la pobre queria mucho &
mi hijo, que al íin perdió el juicio ; y luve el dolor de separarme de mis nieles,
que un señor se encargó do ponerlos en el hospicio. Mi marido por nada del m u n do se qui o separar de m i , y yo iba malerialmenle arrastrando por esas calles de
Dios pidiendo una limosna para él, por que el pobre además de ser ciego y m u \
torpe, estaba lleno de doloies que no podia moverse y cuando yo entraba por la
noche en mi boardilla trastera, y veia aquel infeliz temblando de frió, que me esperaba con hambre de todo el dia y habia *eces q u i no le llevaba ni agua, por
que no habia recogido nada, me sentaba junto á él, y en las largas noches del invierno, sin t a m b r e , sin luz, hablábamos de nuestros hijos, llorábamos por n u e s tros nietos
¡Oh! que horas tan amargas pasan los pobres! L.i noche que se m u rió mi marido me alegré y dijo: Vele con ü;os infeliz, bastante has padecido ya.
—¿Y sus nietos, le preguntamos?
—Dos se murieron, y los otros dos son albañiles; los pobrecilins ya querían que
estuviera con ellos, pero lan enferma como yo esloy, no quise estorbarles, conseguí entrar aquí, y aqui acabaré rais días, y crea V. (¡ue es m u y triste la vida de
los viejos pobres.
—Ya lo creo q u e será
—Es necesario pasarlo para comprenderlo; mientras se puede trabajar, todo va
bien; porque por uu lado ó ¡lor otro nunca falta donde ganarsn el pan; pero c u a n do no se liene salud, y va uno conociendo que va estorbando en todas partes: ¡Oh!
lo que se padece es imposible esplicarlo.
Las p a l a b r a s de aquella pobre mujer se quedaron grabadas en nuestra m e m o ria con caracteres indelebles y síem¡)re que vemos á un anciano que cruza solo el
árido camino de la vida, siempre decimos; —¡Infeliz! ¿qué hiciste ayer que tan
poca felicidad guardaste para hoy? La ancianidad que necesita de tantos cuidados,
de tantos desveh's, de tanto cariño
¡deben ser tan triste i los últimos días de
la vida!
Nosotros que aun no hemos llegado á ellos, que estamos eu ese p e ríodo de la edad mediana cuando recordamos, más de veinte años de a m a r g u r a ;
(por que si bien nunca hemos sido dichosos) en los primeros años de la vida, el
alma sonríe á intervalos: cuando nue::tro pensamienlo se abisma en sus recuerdos,
cuando medimos el fondo del abismo en el cual hemos estado sumidos, nos a t e r ramos; senlimos el desvanecimiento del vértigo, y nos parece como imposible
que se pueda sufrir tanto. Y sí esto no sucede en veinle años de lucha, los q u e
cuentan cincu uta y sesenta años, ¿qué les acontecerá? sin d u d a deben vivir m u riendo.
Cuando se recuerda una época angustiosa y otros días más dolorosos aun, y otros
más terribles todavía, se esperimenta un desconsuelo tan profundo, se siente un
decaimiento, un frío en el alma, se mira uno á sí mismo con tanta compasión,
que involuntariamente h dice uno á su es|iiiitu lo que decía Camprodon;
«Y hasta que la sepultura
Apague esta horrible g u e r r a
Sigue pisando esa tierra
Empapada de a m a r g u r a , »
Aun dicen los detractores del espiritismo que de nada nos sirve vivir si no r e -
— 256 —
lOrdamos nueslras existencias anleriore?; imbéciles! seria imposible la vida si el
espiritu recordara sugeto á la materia las contrariedades de una encarnación p e nosa; para uno que se alentara con sus recuerdos habría millones de espíritus q u e
quedarían sumidos en la más profunda atonía. El recuerdo de la desgracia tiñe
nuestra frenle con el rubor de la vergüenza, por que ya se sabe perfectamente que
Dios dá á c a d i uno segun sus obras; y si nos consideramos culpables por una corta
serie de sufrimientos, ¿qué s e n a si viéramos nuoí tro pasado? no podríamos vivir.
Ei olvido de nesotros mismos es el primer componente de n u e s t r a vida; así como
cuando nos olvidan creemos morir, cuando nosotros nos olvidamos de nuestro pasado, renacemos.
Por esto nos inspiran tan profunda compasión los ancianos pobres; por eslo
cuando entramos en algún asilo de beiieGcencia esperimenlamos una angustia inosjilicable por q u e consideramos y decimos:
¡Cuantos delincuentes de ayer! ¡Cuántos mendigos de los síglosi ¡Pobres espírit u s ' nada se han podido croar
tionon que morir solos
tienen antes que
caer raás de tres veces en la calle de la a m a r g u r a . ¡Desventurados! para vosotros
no babra lágrimas ni plegarias en este mundo! se abrirá v u e s t r a fosa sin que una
mano amiga arroje on ella un puñado de tierra; ¡qué triste será morir así! S i e m p r e , siempre que vemos á un anciano que camina penosamente apoyado en un
nudoso palo, sin saljer por quo, nuestro corazón a p r e s u r a sus latidos y en nuestra
mente se agitan encontradas ideas ¿Es q u e recordamos ó q u e presentimos?
¿liemos dejado m u c b a s voces las tierra agovíados por la miseria, |,or los años
y la soledad?
¿Tenemos aun que terminar a'gunas encarnaciones mendigando el sustento dol
c u e r p o , y el alimenlo del alma? ¡Quién sabe! De lo que no tenemos d u d a es que
nos im|)res¡ona tristemente los ancianos pobres. Mucha lástima nos inspiran los
niños expósitos, poro al mirarlos aposar de verlos tan desvalidas, alimentamos
una esperanza, que en su vida puedan tener un cambio favorable; pero en los a n cianos solo vemos la m a r g a realidad de los hechos. El niño es un libro en blanco,
el anciano es una hisloria escrila con lágrimas, y el último capítulo es una lamentación.
¡Ob! sí, sí; los ancianos pobres es el c u a d r o más triste de la vida: se parecen al
Judio Errante, caní-inaná la ventura, la voz de su expiación les dice: ¡andal ¡anda!... y los infelices tienen que seguir su penosa peregrinación por el árido d e s i e r to d e esle raundo.
Nunca (dvídaremos á una pobre anciana que hemos visto algunas \eces detenerse al pié de nueslro balcón: va m u y mal vestida, apoyada en uu palo, se conoce
que no vé y su cuerpo está lan encorvado que su cabeza parece q u e busca el s u e lo, y continuamente pide á los transeúntes que le digan donde se hal'a. No habla
m a l , s u voz revola profunda a m a r g u r a , y la otra mañana decia: Señor apiádale
de raí, mira que ya no puedo m á s , mira q u e no sé como resisto noventa años de
penas.
En esto un niño q u e sin duda la conoce, la cogió del brazo y la condujo hasta
dejarla en la acera, y ella le dijo:—Dios te lo pague hijo mío, en premio de t u
buena acción le pediré á Dios que no vivas tanlo como yo.
—P< r q u é abuela? preguntó el niño sonriéndose.
—¡Porqué tú no sabes lo que se sufro siendo viejo y pobre; mírame á m í , por
no tener ni sueño, desde las Ires de la m a d r u g a d a q u e no d u e r m o , y desde las c u a tro que voy rodando por las calles y llegará la noche y tal vez i.o habrá entrado en
raí c u e r p o la gracia de Dios.
- 2r)7 1
El niño llevaba en la mano un pedazo de pan m u y grande, y al oir las palabras
de la anciana, le dij»;—Tome abuela, y le dió ledo el pan.
—Gracias, hijo m:o, permita Dios que nunca sufras lo que sufro yó.
Indudahioraente entre los muchos dolores (|ue nos aquejan on osle mundo, uno
de los raás horribles deberá ser cuando el li ' U i b r e llega á la ancianidad y se e n cuentre solo y pobre. ¡íjuiera Dios que dejemos la lierra, antes que la nieve de
los años deje sus blancos copos sobre nuesira fíense. Í.10 confosamos ingenuamente, nos causa miedo la ancianidad; si á ella se une la soledad, la impotencia Csica y la pobreza, ¡ A y de los ancianos pobres!
A M A L I A DOMINGO V S O L E B .
Vosotros no saltéis lo que es la noche
Vosolros los que vivis en ella, los quo durante sus horas ponéis en movimierlo las
moléculas do vuestros sentidos, no conocéis la noche.
El gas ó la electricidad, brillan, fulguran , arrancan chispas diáfanas al oro y á la
pedrería... Empieza vueslra vida ; la mesa del banquete os espera ; el blanco lino en
arabescos lustrosos como el raso, cae pesadamente ocultando el mosaico de la tallada
mesa; el matiz verde ó pardo del cristal de Venecia llena de opacos lonos los vinos
del Rhin y la Siciba; el manto de hligrana del faisán dorado se riza en caperuza d e licada sobre el esmaltado «záfale de Sevres: salla la espuma del Champagne sobre ia
copa de oro; los aromas del nardo y del belbdropo llenan la estancia do perfumes; los
acordes do retirada miiíica mandan la onda sonora de la armonía , y al libio calor de
encendidos pebeteros brida en vuestras mejillas el fuego de todas las impurezas
¡creéis vivir; se agitan vuestros labios con las palabras del amor impregnado de los
deseos de la carne; brillan vueslros ojos buscando impacientes nuevas fnrmasque adorar en los altares de la pasión, y al eco de vuestras frases aceradas, satíricas, o p o r tunas para zaherir ó desgarrar, responden las arterias de vueslras sienes que con viólenlo l.dir arrancan de vuestro organismo los átomos de lodo vigor, de toda fortaloja..
Aun no se terminó vue.stra noche ; aun tenéis que recorrer las últimas etapas de la
degradación humana buscando en las emoción* s de la riqueza del azar nuevos elementos para animar vuestra vida ; aun habéis de sumir el pensamionto en el imbécil
sopor del amor comprado sobre el fango de una oscura calleja, que en les contrastes
de vueslras noches báquicas forjáis vnsidros , los derrochadores de los bienes del a l ma, la única felicidad posible, ¡Y habláis de ¡a noche como de vuestro dia! ¡Habláis y
vivís en ella y por ella.,,!
La noche es algo más que vueslras horas de error y de torpezas; la noche es algo
m a s q u e ese espasmo calenturiento que os anima, y que, como loda fiebre , vive á
fuerza de malar; la noche es raucho más que ese ideal de pasiones sensuales quo conturba vuestra imaginación con la pintura de monstruosas quimeras , puesto que os
ofrece el placer en la orgía, en el lúbrico amor, en las emociones prosiiluidas...
La noche cae, cae como un capuz de azules crespones sobre la radiante atmósfera,
encendida por los rayos del sol, y , lentamente, llena de majestad y de dulzura , va
sumiendo en el silencio nue.-tro mundo, ávido de buscar en ella el olvido , el descanso
y la paz.
La noche baja sobre nuesira frenle para que suba al cielo nueslro pensaniienlo; oscurece lo mortal é ilumina lo elerno ; dá «1 reposo á la vida y ofrece el movimiento
al alma. La noche es aniro de tinieblas sombrías para nues'ra curne , y camino fulgurante de luces para nue»tro espirilu ; la noche arranca de nuedro corazón loda la
— L68 —
vehemencia impeluosa de las pasiones humanas, y enciende en nueslro cerebro la s e rena y amorosa contemplación de todas las grandezas divinas. Nada se opone, duranle
la nuche, al paso hbre del pensamiento á través de la eternidad. El r u m o r de la hoja
que se desprende del árbol y con áspero crujido rueda entre el polvo; el suave pío del
ave quo suefu c o n los gorjeos del nuevo dia; el roce del gusano que se arrastra para
buscar el rincón (jue ha de servirle para s u cuna de mariposa ; la gota de agua que
no pudo se(!ar el fuego del sol y se desmenuza al resbalar sobre la roca ; el negruzco
contorno del horizonte que, bien sea llano ó montuoso, poblado ó yermo , no aparece
sino como indeterminado paisaje: todos los rumores, todos los matices de la noche sirven para hacer más profundo el sNencio, más tranquila la soledad, más opaca la s o m b r a , más sutil el pensamienlo, más puro el amor, más severa la conciencia.
En la noche, los sentidos atraen hacia el alma la adoración de la belleza ; los ojos
miran para que el pi-nsamiento reflexmne; los oidos oyen para que la inteligencia r a ciocine; el cui»rpo reposa para que la idea marche. El silencio, la calma, el sueño de
la materia, le da al espíritu el movimiento, la actividad, la revelación...
Allá a r n b a el esjiacio, eterno, infinito, prnfundo y misterioso, como la concepción
del pensauíienlo en los senos cerebrales; allá a r r i b a , suspendidos por leyes que d i manan de unu causa incomprensible, mu idos y mundos, tan múltiples como infinito es
el espacio donde se agitan; allá arriba, el panorama sin fin de la inmensidad henchida
por las magestuo.sas ideadas de la vida, latiendo al uní:«ono que en nnestro corazón,
en los soles, en los planetas, en las nebulo.-ias; allá arriba, la esfinge muda y parada
del tiempo, sin marcar horas, ni dias, ni a ñ o s , y llevando á iravés de universos inesplorados el mismo oráculo indescifrable que aqu i nos presenta sobre la esencia de
Dios, el origen de la verdad, la causa del ser; allá a r r i b a las promesas , las esperanzas, los misterios, lo ignorado, lo inmortal , lo incompreni'ible. Aquí abajo el átomo,
obediente á leyes iiiuiulables, girando en un circulo de eterno movimiento , órbila i n finita por su continuidad ; aqui abajo, la espiral gigantesca de la vida rodeando , sin
pararse ni un punto , la persontildad iinpalpible del alma , y subiendo, subiendo sin
cesar y sin cansancio, á través de las horas, de los diis, de los años, hacia unas a l t u ras cada vez más lejanas, y dejando en pos de si, cada vez más desconocido, su punto
de partida; aquí abajo, la hoja seca arrugada y descolorida, volviéndose polvo, y d e jando en su lugar á otra hoja fre.sca y brillante, que será válvula de la vida del á r bol, pomposo adorno de sus ramas, presente iiiesliinable de la primavera; aquí abajo,
el suspiro del ave dormida que sueñt con el amor y la libertad, y tiene por único
lecho una rama que la más ténije brisa puede tronchar, y á cuyo lado acecha el dolor
y la muerte brillando en los hambrientos ojos del lai.nado buho; aquí abajo, el g u s a no buscando el sitio para su letargo, durante el cual ha de ceñirse la mortaja q u e m a s
tarde será el nido donde enleabra sus fúlgidas alas; aquí abajo, la diáfana iiKdécula
queel roció vertió sobre la abrupta peña, perdiéndose al ser desparramada entre el fango ó el polvo; aquí abajo, el horizonte indeciso, turbio, visto como á través de a h u mado cristal, y confundiendo en la oscuridad de sus limites, los montes y los llanos, el
busque y el desierto, la ciudad y la caiiipiñi...
Enlre los abismos del cielo y los abismos terrenales, el pensamiento, vagando como
luz de abrasadora tea que fuese agitada por mano invisible; entre aquellas eternidades
de las alturas, á las cuales puede arribar cou esfuerzos poderoso de la idea que s u r ge do la inleligencia; eutre aquellos horizontes sin límites que en un más allá indefinido se aparecen siempre ante la investigación que acO-sa ai alma como sed de abrasadora
fiebre; entre esa negra, y, sin embargo, fulgente bóveda celefte, que se descubre cuando la nocbe borra las huellas de la luz, y estos valles terrenales llenos de sombra y d e
sileucio, donde la naturaleza duerme, sin dejar por eso de vivir, como si fuera el c u e r -
~ 259 —
po colnsil (le un alma «imensa; enlre el Todo ignorado y la parte analizada, flamea
con rastro dojigual pero arili('nl<», prdproso, incslinguible, el deseo del alma pensadora, la aspiración del espíritu indagador, que nuevo Colon del penaainienio humanóse
preguma delanle de las playas <le lo elerno, si hahr<í en las inmensidades de los m a res celestes oíros continentes de más belleza y esplendor que los conocidos...
. . . Hé aquí la noche, el cuerpo ya no existe sino parcialmente; la inmovilidad es
su reposo; los ojos no vagan ni giran, están fijos, su nervio dejó de Irasinilir imágenes
y solo obra como hilo conductor desde la eternidad hasla el cerebro; se pudiera decir
que el cerebro vé sin necesidad de los ojos; por ellos, que eslán mny abiertn.s, so
asoma el pensamiento y parece como que los desprecia por finitos é liisiiíicienles; el
cuerpo no alienta, el aire perfumado de los campos, penetra en el organismo sin conmoverlo más que con un leve movimiento ondulatorio; el rilmo del corazón es el único ruido que perturba el silencio; se diria que asi como al exterior se lanzó el alma
á buscar lo infinito sin mas poder que el de su deseo, en la profundidad de lo inlerno
ha penetrado, sin agentes intermediarios , basta lu última cédula de los músculos ; el
sonido de oleada pastosa coo que la sangre circula, marca con incansable tenacidad la
huilla de la existencia morlal á través de los tegidos. Nada demuestra el vivir, y, sin
embargo, es cuanto más vigoroso palpita el espíritu de la vida. Ué aqui el éxla^is de
la noche; supremo tránsito hacia todas las bellezas que pueden recrear el alma; Iránsilo cuyo cenlro luminoso es la intuición de Dios y cuyo beneficio para el S( r pensünle es el olvido de todo el dolor, de toda fealdad; éxtasis que une la vida en la comunión de lodos los amores ininorlales , pueslo que apartando del espirilu el deseo de lo
vanal y terreno lo lleva, con la vehemencia de la pura adoración, hasla el trono del
Ser Supremo.
¡La noche! La desposada del pensamiento, que le trae el inmarcesible ¡izahar del
amor eterno...! No, no es la noche ficticia inventada por la flquezas humanas la v e r dadera noche de la naturaleza y del mundo; vuestra noche abrasa las entrañas como
lava ardiente, llena de frió petrificador el corazón, y de funestas sombras el cerebro;
la noche del Universo engrandece la vida, templa la pasión, ilumina el ente/idimiento,
orea, como las brisas de los mares, esas nieblas que turban la serenidad de la conciencia...!
¡Si fuese la muerte lo que es la noche!
ROSARIO D E A C I Ñ A .
LA MISIÓN DE LA M ü m ,
¡Qué hermosa misión liene qne cumplir la mujer sobre la tierra! La sociedad ahora
y siempre debe prolejer y realzar á la mujer, que Dios, si ba creado á la mujer d é bil, no lo ha hecho por hacerla inferior al hombre, sino para que obedezca á la s a b i a
autoridad de su esposo. Dios al dar al hombre una compañera en la tierra, no lo hizo i
para ofrecerle un juguete, sino una amiga, para que le guiase hócia su perfección. í
Ahora bien en apoyo de lo que llevo dicho que tiene relación con la mujer, erro npor-i
luno dar á conocer á mis queridos lectores las brillaíiles reflexiones de un filósofo y^
eminente escritor que al ocuparse de la mujer dice así.
—La Providencia , queriendo multiplicar la especie humana , dió á el hombre una
mujer para compañera, dolada ésta de una sensibilidad admirable, de un alma pura y
leal, de un corazón formado para escitar y senlir las dulces emociones del amor. Destinó el Altisimo este ser privilegiado á compartir con el hombre las felicidades y las j
-
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desgracius de la vida; á aumentar con s u s encantos los instantes de dicha; á disninuir
con sus consuelos los periodos de infortunio. El honabre níarcha por la senda que le ha
trazado el S e r Supremo y cumple su misión sobre la ti erra fortalecido por la dulce
comji.iñia de su consorte. Sin ella se detendría en la uiilad del camino y dejaria de ser
la criatura de Dios.
— Y en verdad que la mujer esle ángel enviado al hombre por la Providencia, eslá
destinado á asegurar ta libertad del matrimonio, si sabe cimiplir dignamente con sns
altos debures. Miradla en los alb )res de su juventud crecer modesta como timida violeta entre la maleza, despidiendo una fragancia que a r r o b a el corazón del hombre, lo
predispone á sentir las primeras sensaciones del a m o r m i s p u r o , y lo adormece en los
delicio.sos ensueños de la esperanza, anhelando el momento de gozar largos dias de
complela dicha. Djsde los primero; añ is de su existencia é inspirada por las sencillas
tradiciones de la familia, ella educa su corazón para cumplir más tarde las obligaciones que ha de imponerle su unión al hombre. Su pensamiente adelantándose al d e sarrollo de su naluraleza presiente la idea de ser m a d r e , nombre venerado que hace
latir duL-emenle su corazón; el labio de la modesta joven repite en silencio las plegarias del justo y al arrojarse en los brazos del olijeto predilecto de su cariño, cumple
los designos de Dios al crear la especie liumana.
—¿La queréis madre? Es el símbolo de la Providencia, p r e s e n t a d pecho á su hijo
y le conlempla cu.i la mirada del sagrado afecto, en tanto que goza de la cnmun exislencia y deja que el fruto de su amor alimentándose, haga enflaquecer y debilitar á la
que le ha engendrado; le besa con trasporte, le abraza con delirio, le parece verle ya
adulto y.en medio de la sociedad en donde se le figura que todos le admiran y le respetan: sonríe de júbilo al ver abierta, á su criatura, una vida de flores; y se propone
eo el fundo de su corazón, inmolarse por verle dichoso; su sueño dorado, es la felicidad de su hijo. jAh! quién pudiera leer en el corazón de una madre, ¡cómo quedaría
absorto! ¡Qué buenas y sáliias múxiinas, que prudentes pensamientos encontraría en
aquel lemplo de amor sin fin, y de caridad. La mujer vive para el hijo, y en tanlo
que besa cou el ósculo más casto al marido eo el tálamo nupcial, inculca en el ánimo
de su cou'pañcro el sagrado deber del ciudadano del cristiano, y así al hijo como á e l
jiadre los enseña á ser obedientes y á someterse á la voluntad del Ser Supremo, á
respetar las leyes, á amarse mutuamente y á socorrerse en este valle dolorosísimo de
destierro y llanto. El marido cede alucinado y convencido á las palabras de su c o m p a ñera y el hijo crece eutre los placeres de una vida tranquila y p u r a . ¡Esta es la vida
feliz!
Por esto es preciso amables lectoras que todas nos unamos con fuertes vínculos de
fraternidad, para que de nosotras salga siempre la iniciativa de la caridad y un eco
de consuelo para el desgraciado.
CARMEN BURGOS
Andujar 1." de Noviembre de 188ti,
P E : \ Ü A I I I I < : Í % T O ^
Formad uua familia con u n a mujer i g n o r a n t e , y tendréis una familia de i r r a cionales.
No desciende el h o m b r e elevando h a s t a él á su c o m p a ñ e r a , p u e s t o q u e se e l e v a
A si m i s m o .
GRACIA.—Imprenta de Cayetano Camping, Sta. Madrona, 10.
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