Espacio, género y colonialismo

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Espacio, género y colonialismo
en Pancracio, el huraño (1856) de Gottfried Keller*
Martín Koval
Resumen
Este trabajo, que procura aportar a la comprensión del realismo poético
kelleriano, plantea la tesis de que en el relato Pancracio, el huraño el problema de la relación entre lo masculino y lo femenino resignifica tanto
las prácticas espaciales de los personajes como el motivo –poco frecuente
en la obra global del autor– del colonialismo: que tiene lugar, en este
sentido, una genderización de los mismos, en la que es posible leer, por
su parte, el postulado de la existencia de unos roles sociales naturalmente
legitimados del hombre y la mujer –en el cual se aprecia una cierta misoginia del autor–, así como una explicación crítico-cultural psicologista
de la expansión imperialista europea. La violenta empresa colonial es
entendida, concretamente, como mecanismo de compensación masculina
del fenómeno social de la emancipación de la mujer (representado por
Lidia), de un lado, y de la propia imposibilidad del hombre –en el caso
particular del héroe del relato, se trata, además, de un joven con un complejo de inferioridad– de conciliar de forma armónica su deseo sexual con
el imperativo de la utilidad social, de otro.
Palabras clave
Análisis topográfico, prácticas espaciales, domesticidad, femineidad,
masculinidad, colonialismo, carácter asocial, falta de padre, esfera familiar, formación, instinto formativo, modernidad, progreso, violencia,
militarización, institucionalización, sexualidad, amor, deseo, complejo
de inferioridad, dominio, represión, renuncia, animalización, crítica cultural, realismo poético
*. El suizo Gottfried Keller (1819-1890) es considerado “uno de los tres o cuatro más grandes prosistas” en lengua alemana (Benjamin, 1991: 289). Acerca de
su vida se sabe que, cuando tenía cinco años, murió su padre, lo cual dejó a la
familia en una grave situación económica. Entre diciembre de 1848 y marzo de
1849 asistió, en Heidelberg, a un curso dictado por Ludwig Feuerbach –el objeto del mismo era su La esencia de la Religión (1845)–, lo que provocó un giro
exlibris (investigación) • #1
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Introducción
1. Pancracio, el huraño
Dentro de la colección La gente de Seldwyla [Die Leute von Seldwyla],1 junto con Doña Regula Amrain y su hijo menor, Pancracio, el huraño es un texto singular. No tiene demasiadas
características de la novela corta [Novelle], sino que es, más bien, una “novela en pequeño”, un “complemento del Enrique el verde”,2 en el sentido de que su protagonista sufre un
“desarrollo”, que se realiza “por medio de una interrelación con el mundo” (Breitenbruch,
1968: 84). En otras palabras: es una narración que pone en escena el problema de la formación [Bildung] de un niño hosco y asocial, que vive con su hermana y su madre –joven y
viuda– en condiciones económicas muy precarias. La misma comienza cuando Pancracio
huye de su hogar, a los catorce años de edad. Muchos años después (más de quince), regresa,
convertido en coronel del ejército francés. Por medio del relato enmarcado del protagonista
nos enteramos de todo lo que le ha ocurrido durante su larga ausencia: ha entrado al ejército
inglés y viajado a las Indias Orientales. Allí ha trabajado de administrador en la residencia
del gobernador de la región. Al cabo de cinco años, ha conocido a Lidia, la hija del gobernador, enamorándose perdidamente. La muchacha (presumiblemente, aunque no con total
certeza) resulta ser una embaucadora: lo ha atraído y seducido simplemente para burlarse
de él. Más tarde, en África, sirviendo esta vez al ejército imperialista francés, Pancracio se
ha enfrentado con un león, en un episodio que por poco no acaba con su vida. Decidido a
no unirse nunca a mujer alguna, y curado, a pesar de todo, de su hosquedad, finalmente, ha
regresado a su casa. El narrador heterodiegético informa al final que Pancracio, su hermana
y su madre deciden mudarse a la capital del cantón, donde el primero “tuvo la oportunidad
de ser útil a su patria” sin recaer “nunca más en la hosquedad de antes” (Keller, 1978: 48).
Pancracio no se casa –el casamiento es una preocupación básica de los héroes kellerianos–
ni se convierte en padre él mismo, pero sí logra reemplazar, así, a su propio padre muerto en
su función de proveer de sustento y protección a la familia.
espectacular en su concepción del mundo: se volvió ateo y materialista. Entre 1850 y 1855 vivió en
Berlín, en usufructo de una beca de estudios concedida por el cantón de Zurich, y escribió entonces
el primer tomo de La gente de Seldwyla, así como la primera versión de su novela de formación Enrique el verde. En 1861 resultó electo primer escribano público de su cantón natal, cargo que ocupó
hasta 1876 y que marca el inicio de su periodo de madurez.
1. El primer tomo de esta colección de novelas cortas, dentro del cual está incluido Pancracio, el
huraño, se publicó en 1856; el segundo, en 1874. Todas las narraciones que componen el primero
fueron escritas en 1855; las del segundo fueron concebidas ya en 1857, con la excepción de El
traje hace a la persona, que data de fines de la década del ’60 (Kaiser, 1981: 270).
2. Keller escribió Der grüne Heinrich, su gran novela de formación, en 1854/55. En 1879/80,
sin embargo, la reescribió y publicó una segunda versión, marcadamente más conciliadora que la
primera: si en la versión temprana Heinrich muere joven, en gran medida por la culpa que siente
ante la muerte de su madre, de la que se cree responsable por su propia inmadurez, en la segunda
versión logra sobrellevar su sentimiento de culpa y encuentra un trabajo en su patria, además de
una compañera de vida, Judith, a quien conocía de sus tiempos de adolescente. Kaiser sostiene que
Pancracio, el huraño es un Entwicklungsroman [novela de desarrollo] a la manera de Der grüne
Heinrich (cit.: 285) y Ermatinger compara explícitamente Doña Regula Amrain y su hijo menor
con Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister [Wilhelm Meisters Lehrjahre] (1795/96) de J. W.
Goethe, esto es, el modelo por excelencia del subgénero Bildungsroman (1990: 317).
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2. Descripción del trabajo e hipótesis
Unidades de análisis
En una primera instancia, se lleva a cabo un relevamiento topográfico (¿Cuáles y cómo son
los espacios representados? ¿Quiénes y cómo los habitan en cada caso?). En segundo término, se analiza el modo en que, al interior de esos espacios, está configurada la relación entre
lo masculino y lo femenino, para lo cual entendemos que “la masculinidad y la femineidad”
son “posiciones enunciativas” (Baydar, 2005: 31), que el género –femineidad vs. masculinidad– es una variable cultural, simbólica, que alude a distinciones socialmente creadas, mientras que el término sexo remite a distinciones biológicas entre hombre y mujer.3 Entonces: en
esta segunda instancia se trata de estudiar las relaciones de género al interior de los espacios
representados en la Novelle. Teniendo en cuenta esto, en fin, planteamos nuestra primera
pregunta de investigación:
1.¿Qué relaciones pueden establecerse entre los rasgos atribuidos en Pancracio, el
huraño a las posiciones enunciativas antagónicas de lo femenino y lo masculino, de
un lado, y el modo en que hombres y mujeres ocupan los espacios concretos, de
otro? (O, con Baydar, “¿cómo ocupan mujeres y hombres el espacio, cómo son esas
prácticas espaciales?” [2005: 30]).
En tercer término, ponemos en relación estas prácticas espaciales genderizadas con el fenómeno del colonialismo moderno. El héroe del relato, un suizo convertido en agente del colonialismo, atraviesa distintos espacios coloniales (entre otros, ciertas zonas de la India y de
Argelia)4 en los que entra en relación con sujetos “subalternos” (Spivak, 1998). Es un hecho
comprobable, con todo, que Pancracio no revela tener un interés auténtico por la empresa
colonial europea (sus tentativas obedecen siempre a razones ajenas a la misión colonialista
misma). Planteamos, en virtud de esto, una segunda pregunta de investigación:
2.¿En qué sentido el discurso de Pancracio –es a través suyo (y no del narrador
heterodiegético) que tenemos acceso a las representaciones de los espacios coloniales–
puede ser concebido como colonizador? ¿Qué función cumple al interior del relato?
Hipótesis
En virtud de las dos preguntas de investigación, postulamos, respectivamente, el siguiente
par de hipótesis:
1.Existe en el relato una relación natural, positiva entre lo femenino y la pasividad
doméstica –que todas las mujeres corporizan y acatan (la madre y la hermana
3. Por más que esto ha sido criticado y ha quedado superado por análisis más complejos (Bondi y
Davidson, 2003: 327), la diferenciación básica entre sexo y género nos proporciona un criterio de
diferenciación terminológica válido. Como aclara García Ramón: “el término género se refiere a
las diferencias originadas social y culturalmente entre lo femenino y lo masculino, mientras que el
término sexo se refiere más bien a las diferencias biológicas entre hombre y mujer, aunque últimamente se insiste también en la idea de que el sexo también se construye socialmente” (2005: 338). O,
como sostiene Spivak, el género es el nombre que se le da a “la construcción ideológica de la diferencia sexual” (1998: 199).
4. “Hablar de [colonialismo] […] es hablar principalmente […] de una empresa cultural británica y
francesa”, recuerda Said (ibíd.: 22).
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de Pancracio, la madre de Lidia, la mujer hindú salvada de ser cremada), con la
excepción de una (Lidia)– y entre lo masculino y, por un lado, la actividad y, por
otro, la ruptura (temporal, formativa) de lo doméstico –que Pancracio realiza sólo a
medias.
2.El discurso colonialista de Pancracio está genderizado y es explicable como una
respuesta violenta (y por eso negativa), por un lado, a la ruptura, por parte de Lidia, de
aquel vínculo pretendidamente natural entre lo femenino y lo doméstico y, por otro,
al autodescubrimiento, en su propia psicología, de aspectos que él mismo interpreta
como no masculinos y que, por ello, deben ser erradicados (en particular, su hurañía,
entendible como manifestación de un complejo de inferioridad, y su deseo sexual,
que él concibe, por igual, como rasgos antisociales). En este sentido: el colonialismo
moderno, el aniquilamiento del sujeto no europeo, es entendido como mecanismo
psicológico de compensación por parte de unos hombres (en este caso Pancracio)
que han perdido el control de la mujer y que están violentados internamente por la
coacción de la integración social.5
1. Aspectos topográficos
Los espacios representados en el relato pueden ser asociados a las distintas etapas de desarrollo de Pancracio:
1. Infancia. El mundo espacial de la infancia de Pancracio está subdividido en distintos
subespacios: la “casita en ruinas”, con su “campo sembrado de patatas” (1978: 11),
frente a las puertas de la ciudad de Seldwyla; la montaña a la que el héroe sube todas
las tardes a presenciar la puesta del sol (ibíd.: 11); los campos y bosques que recorre
buscando muchachos con los que pelearse (ibíd.: 13); y, finalmente, un estrecho
espacio simbólico: “dos metros bajo tierra” (ibíd.: 11) está el padre muerto. A esta
limitación extrema (la tumba del padre) le corresponde, en el mundo de los vivos,
la estrechez (espacial y económica) en la casa materna. A su vez, esta se halla en una
relación de oposición con los dos espacios en los que el casi adolescente protagonista
encuentra resquicios de libertad: la montaña y los campos y bosques.
2. Adolescencia. La adolescencia del héroe del relato transcurre en los siguientes
espacios: la pradera, a la que llega después de caminar durante toda la noche de
su fuga, y donde trabaja (si bien sólo durante medio día) por primera vez en su
vida (ibíd.: 21); el bosquecillo de hayas en el que, esa tarde, se tira a descansar (íd.);
la desembocadura del Rin, donde llega después de caminar durante ocho horas
nocturnas; el puerto de Hamburgo (ibíd.: 22).6 A esto hay que agregar: el buque
5. La noción de sexualización del espacio (Sue Best) es fundamental para entender la función del
discurso colonialista en la Novelle. La espacialización de la femineidad y del cuerpo de la mujer
(Best, 2002: 185 y ss.) determinan en buena medida el discurso colonizador del héroe del relato, por
lo que se puede decir que este está genderizado. Mas también, como decimos, lo está en un segundo
sentido: responde, en tanto mecanismo de compensación, a las representaciones del héroe relativas
a su propia masculinidad y lo que ella entraña socialmente.
6. El resultado de este periplo es positivo, en términos formativos: “esa vida al aire libre, con el
continuo alternar de pesados trabajos, sólidas comidas y despreocupados descansos, me sentó a
la perfección, y mi cuerpo recibió un entrenamiento tal que llegué al gran emporio comercial de
Hamburgo hecho un mozo fuerte y guapo” (íd.).
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mercante inglés en el que se embarca rumbo a Nueva York, Nueva York (donde
Pancracio pasa una mañana) (ibíd.: 23), y el barco en el que viaja a la India en calidad
de recluta del ejército inglés. En este país asiático, Pancracio vuelve a llevar una vida
sedentaria durante casi una década. Vive en primer lugar en casa del comandante del
ejército inglés. Los primeros cinco años allí son formativos para el héroe: aprende a
desempeñar una multiplicidad de tareas. Al cabo de este lustro, llega Lidia, la hija del
comandante, con lo cual, por un lado, el espacio, si bien continúa siendo el mismo,
se transforma radicalmente en un sentido semántico y, por otro, su adolescencia (se
ha fugado a los catorce años de edad; ahora tiene unos veinte) llega a su fin.
3. Juventud. En la India, el espacio central es la propiedad del comandante del regimiento
–luego gobernador de toda la región– en la que el héroe trabaja como administrador
y multiusos. Con la llegada de Lidia comienza la juventud de Pancracio. El jardín de
esta residencia suntuosa deviene uno de los subespacios más importantes: es allí,
“bajo los árboles umbrosos” (ibíd.: 29) que, pasados entre seis meses y un año de la
llegada de Lidia, se enamora de ella y que, medio año más tarde (esta vez en el “sitio
en que había una o dos docenas de naranjos, que saturaban el aire con su aroma”) le
declara, infructuosamente, su amor (ibíd.: 37). El siguiente espacio atravesado por
Pancracio es la selva, en la frontera más avanzada del imperio británico en la India.
Allí pasa dos años y se convierte, por su buen desempeño militar, en capitán de la
compañía (ibíd.: 42). Luego, cansado de todo y después de un frustrado regreso a la
residencia del gobernador, se va a París, donde se une al ejército franco-africano para
partir rumbo a Argelia. En este país africano se representa otro espacio importante
en la novela corta: el desierto, y dentro de él, la cañada donde recuerda a Lidia y tiene
el encuentro decisivo con el león.
2. Femineidad y masculinidad
2.1. Esfera familiar
La esfera familiar está compuesta por la presencia fantasmal del padre muerto –motivo autobiográfico muy recurrente en toda la obra narrativa de Keller–;7 la pobre madre, en extremo
bondadosa y por ello mismo negativa, que trabaja todo el día con la rueca (con la que “ganaba
la leche y la manteca necesarias para preparar las comidas con las papas que cosechaba”); la
hermana Estercita, de doce años, que “tenía que hilar incesantemente” (ibíd.: 11 y s.); y Pancracio, el huraño, de catorce, que no hace nada útil para ayudar en la casa. La relación entre estos
tres personajes tiene dos estadios: entre medio hay más de quince años de tiempo narrado.
Esfera familiar previa a la huida
La casa materna es un ámbito femineizado por la omnipresencia de la madre y la hermana. Ambas desarrollan una actividad laboral preindustrial en la que Pancracio no participa
7. Heinrich (Enrique el verde), Pancracio, Strapinski (El traje hace a la persona), John Kabys (El
forjador de su dicha), Guillermo (El engaño de las cartas), Jocundo Meyenthal (La sonrisa perdida)
y de algún modo Fritz Amrain (Doña Regula Amrain y su hijo menor) son niños-jóvenes sin padre
(son todos huérfanos de padre, con la excepción de Fritz, cuyo progenitor lo ha abandonado para
probar suerte en EE.UU.).
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(“durante la mañana permanecía acostado para leer luego un rato” [1978: 11]; “era un chico
terco y quisquilloso, que jamás se reía y no hacía ni aprendía nada en este bendito mundo
de Dios” [ibíd.: 12]). La actividad económica de estas mujeres se limita a cubrir las necesidades materiales de la pequeña familia, no les posibilita ahorrar ni invertir el dinero ganado.
En este sentido tiene la forma de un ciclo “natural” (la pequeña familia vivía “día tras día,
siguiendo siempre un orden rutinario y sin variaciones” [ibíd.: 13]); se nos informa, por
otro lado, que todos los años se repetía la misma situación de pobreza extrema en la misma
época, y que esto se materializaba cuando el pote de manteca del que disponían se acababa:
la “aparición del fondo verde del pote era un fenómeno anual tan regular como cualquier
fenómeno celeste” [ibíd.: 11]). Se trata, pues, de un tipo de vida doméstico-económica en la
que no tiene lugar ningún tipo de progreso (todo lo contrario de lo que ocurre, por ejemplo,
con la economía familiar en Doña Regula Amrain y su hijo menor).
¿Por qué no colabora Pancracio en la economía doméstica? No está claro en la novela corta:
se alude tan sólo a que su madre se compadecía de él “al ver que no podía aprender nada”
(ibíd.: 12).8 Lo que interesa aquí es mostrar cuáles son sus prácticas espaciales, cuáles son
los espacios que le permiten sustraerse a esa práctica económica ligada a lo doméstico y lo
femenino. El huraño e indisciplinado Pancracio tiene tres únicos placeres, vinculados a tres
espacios ajenos a madre y hermana: permanecer hasta tarde en su habitación, subir por las
tardes a la montaña a presenciar la puesta del sol y andar por campos y bosques con el fin
de pelarse, de medir sus fuerzas con otros muchachos (ibíd.: 13). La muerte temprana del
padre constituye una amenaza para su masculinidad (agravada por el carácter compasivo de
la madre): los espacios habitación, montaña y campos y bosques son, en este sentido, ámbitos
de ejercicio de una masculinidad posible.9
Esta búsqueda de espacios ajenos al ámbito doméstico por parte del héroe está en relación
con lo que se postula como un dato innato en su constitución psicofísica y que puede ser
entendido como un moderno instinto formativo, como un instinto de masculinización. A
diferencia de la pasiva Estercita,10 que acepta su función doméstico-laboral acríticamente,
8. Este gesto de la madre de Pancracio es, en la cosmovisión de Keller, negativo: produce un sentimiento de culpa en su hijo varón.
9. La falta de padre, que supone un desequilibrio familiar, entraña un peligro formativo para el
hijo varón: pone en riesgo su socialización. En relación con esto y acerca de su Enrique el verde, el
propio Keller se expresa en una carta al editor Vieweg del 3 de mayo de 1850: “La moral de mi libro
es que a aquel que no logra encontrar un equilibrio en su persona y en su familia, también le resulta
imposible desempeñar una función activa y honrosa en la vida pública” (cit. en Gsell, 1976: 68).
10. Su pasividad y su falta de intereses vitales autónomos, su poca personalidad y escasa libertad
individual, se verifican en una de las razones por las que decide no casarse nunca, tras la huída de
Pancracio: “Ester, que se había transformado en una hermosa joven, [se disponía] a ser una fina y
bonita solterona, que quedaba junto a la madre no sólo movida por su lealtad, sino también por
la curiosidad de presenciar el instante en que, por fin, reaparecería el hermano y para ver cómo
terminaría el asunto” (ibíd.: 14). El hecho de que Ester se quede dormida cuando, quince años después, su hermano en efecto regresa para narrar su historia alude a la total carencia de sentido de
su existencia. La modernidad, encarnada en Pancracio, contrasta con la domesticidad, representada
por Estercita. Con todo, no sólo es significativo en ella su pasividad, sino también su “ligereza de
sentimientos”. Se trata de un rasgo de carácter que aquel no puede entender. Le resultaba penoso
que ella “derrama[ra] a menudo abundantes lágrimas” y que, en seguida, “el sol de su buen humor
[reluciera] a través de las mismas”. Este carácter inestable “ofendía tanto a Pancracio que sus hoscas
actitudes de encono se tornaban cada vez más prolongadas y lloraba en secreto movido por la ira
que él mismo despertaba” (ibíd.: 13). Ester, una encarnación de la domesticidad, es, en cuanto a su
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Pancracio siente “un rebullir de fuerzas” (ibíd.: 13) en su interior que hace que su existencia
en los estrechos márgenes del mundo femenino le resulte insoportable. De modo que su
sorpresiva fuga no es sino una consecuencia lógica de la estrechez en el hogar materno y de
su propia condición de hombre. Al irse, el héroe del relato sale en busca de su masculinidad:
sabe que, sea lo que sea, no podrá adquirirla en los límites del hogar sin padre. Revela sentir una innata necesidad de movimiento que choca con el trabajo rutinario de las mujeres
con las que vive (“ninguna ocupación me atraía, y así no había esperanza de que aquello
cambiara jamás, porque todo lo que veía hacer a los demás me parecía miserable y necio.
Hasta vuestro incesante hilar me era insoportable y me hacía doler la cabeza, por más que
me permitía haraganear” [ibíd.: 21], les confiesa a su madre y hermana, al regresar de sus
años de viaje).
Esfera familiar después del regreso de Pancracio
El segundo y definitivo estadio de las relaciones intrafamiliares se abre con el regreso de
Pancracio. La pulsión formativa lo ha convertido en un “hombre hecho”. Se fue siendo un
bueno para nada; ha regresado en calidad de coronel del ejército francés, “y en una carroza
tirada por cuatro caballos” (ibíd.: 19). ¿Qué ha sido, entretanto, de Ester y su madre? Ellas
sólo han envejecido (el mundo habitado por estas es radicalmente distinto del de Pancracio:
se trata de una oposición que remite a la dicotomía naturaleza/cultura). Nada ha cambiado
en la casa materna a lo largo de más de quince años: no han sido capaces de llevar adelante
reforma alguna. De hecho, en el camino de regreso al hogar, el héroe se detiene a comprar
velas, porque “había recordado cuán débil había sido siempre la luz de la mísera lamparita
de aceite de pescado”. En virtud de la nueva visibilidad que logra por medio de esta mejora
tecnológica, “aprovechó la clara luz de las velas para mirar las caras envejecidas de su madre
y de su hermana”, lo cual, por otro lado, “le emocionó más que todos los peligros con que se
había enfrentado” (ibíd.: 19). Debemos deducir que la mala iluminación no fue mejorada
por madre e hija, que son inútiles, dependientes, desamparadas; Pancracio, por el contrario,
es un agente de la mejora tecnológica, del progreso y la modernización.
Nada cambia en Estercita y su madre en ese lapso temporal; el que sí se transforma es Pancracio. Esto alude a un importante rasgo de la oposición femineidad-masculinidad en el
relato: lo femenino es inmutable; lo masculino se desarrolla en el tiempo. Está en juego
aquí una oposición entre masculinidad y femineidad que puede ser especificada a partir de
la idea de una genderización de la modernidad como masculina (Heynen, 2005: 4). No sólo
lo que hemos llamado instinto formativo, que conduce al héroe a abandonar el hogar, sino
también el hecho de que madre e hija no se mueven del mismo son manifestaciones de esta
idea. Las mujeres representan, al interior del relato, la tríada “tradición, continuidad, hogar”
frente a la falta de hogar [homlessness] del varón (id.). Pancracio, convertido en coronel, es,
asimismo, quien lleva la modernidad al hogar femenino –que se ha detenido en el tiempo
durante más de quince años.
Madre y hermana son mujeres, y encarnan una posición enunciativa femenina. Ahora bien:
¿son criticadas al interior del relato? Más allá de lo que hemos dicho acerca de la madre sobre
su incapacidad para suplantar al padre muerto –aspecto en el cual Regula de Amrain se revela
mucho más eficaz y positiva–, se puede sostener que estas dos mujeres son, al interior de esta
carácter, sentimental y caprichosa. Es cíclica, como la naturaleza: tiene estados de tristeza y otros de
alegría, pero es incapaz, como su madre, de progresar.
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novela corta, como tienen que ser las mujeres. Su femineidad no es criticada. En apoyo de esta
tesis podemos mencionar las razones por las cuales Ester no se casa (el motivo del casamiento
es central en la prosa kelleriana): no es por su culpa, por falta de femineidad –en lo que respecta
a la lógica del relato–, sino por el hecho de que los hombres del poblado de Seldwyla (un villorrio corrupto y deplorable) no son lo suficientemente masculinos (Gsell alude, implícitamente, a
esto [1976: 33s.]). Los hombres kellerianos, a diferencia de las mujeres, poseen, como dijimos,
un instinto formativo que los empuja a convertirse en algo mejor, a transformarse positivamente. En este punto Pancracio es una excepción: los hombres de Seldwyla se pasan el día en las
tabernas (Keller, 1978: 19). Es por esto que el narrador comenta, con ironía, que a Ester “no le
había resultado difícil permanecer soltera, dado que era inteligente” (ibíd.: 15).
Llamativamente, el destino de los hermanos resulta coincidente. Pancracio –como se verá–
fracasa en el amor: no logra establecer una relación erótico-amorosa con una mujer. Lidia,
la hija del gobernador inglés a quien conoce en la India, revela ser una mujer que, a diferencia de Ester y su madre, no está domesticada. Esto la convierte en una bestia semejante a
los tigres y leones que proliferan en la segunda parte de Pancracio, el huraño. Los hombres
de Seldwyla, aletargados en las tabernas, son femeninos, porque su actitud implica un freno
al progreso material y social, un desentenderse de las obligaciones del hombre para con su
familia y comunidad. Los dos hermanos, en este sentido, no pueden relacionarse eróticamente con otros miembros de la sociedad, porque estos están corrompidos (Gsell, 1976: 33
y s.). Es por ello que no resulta casual que la noche del reencuentro familiar, según dice el
narrador, “la velada [transcurrió] como en un pequeño casamiento” (Keller, 1978: 19). Se
trata de un casamiento entre madre, hermana y Pancracio, de una alianza de supervivencia
en un mundo salido de quicio.
2.2. Años de viaje y formación
Los viajes en barco
Pancracio se embarca hacia Nueva York en un buque mercante inglés como ayudante del
capitán, quien lo acepta “bajo la condición de que ayudara” en ciertas tareas a bordo. Estas
consistían en “restaurar y fabricar toda clase de armas de fuego y pistolas” para venderlas
en las colonias. “Eran extraños y fantásticos instrumentos de muerte”, agrega el narrador.
Durante el viaje, el joven trabaja por primera vez de manera regulada y constante: “En silencio, me ceñía a mi trabajo, ejercitándome activamente, y a poco estaba embadurnado por
completo con aceite, esmeril y limaduras, cual un recio armero” (Keller, cit.: 23). El contrato
informal con el capitán, sus condiciones, que lo obligan a trabajar sin atender a su placer
o displacer personales: todo esto es nuevo para él. Se trata, por otro lado, de un espacio
exclusivamente masculino, habitado por “rudos y silenciosos mocetones” (ibíd.: 22). Esto
revela el carácter heterotópico (Foucault, 2010: 81) del buque (marcado más fuertemente
aun por la “vestimenta” de Pancracio: ¡viaja embadurnado en aceite y otros materiales!11 La
condición iniciática de este viaje resulta bastante evidente en el relato). El trato con las armas
de fuego es, también, índice de masculinidad. Más aun: de una masculinidad que posee el
11. Hay en esto una referencia a la corporalidad de Pancracio. No parece un dato menor, en la medida en que, como sostiene García Ramón, “la experiencia del cuerpo es esencial para comprender
las relaciones de las personas con los entornos físicos y sociales” (2006: 342). Se trata, con todo, de
una dimensión del análisis que no desarrollamos en este trabajo.
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atributo de la violencia. Se trata de europeos armados rumbo a las colonias inglesas, habitadas por “salvajes”. Esta masculinidad violenta, representada por el objeto simbólico arma de
fuego, como veremos, es central en el relato.
En el segundo barco, el que lo lleva a la India, Pancracio viaja “metido en una chaqueta roja
y en la condición de silente soldado inglés” (ibíd.: 23). Se trata pues, con Foucault, de un
“trozo flotante de espacio” (2010: 81) en el que se mezclan dos heterotopías: la propia de la
espacialidad del barco y la del servicio militar como espacio-institución con su legalidad
propia, separada del mundo de la vida cotidiana y caracterizada por una disciplina rigurosa.
El héroe vuelve a someterse, así, a una masculinidad signada por la violencia. En el viaje,
disfruta de la regularidad (a los reclutas les sirven el alimento “con tanta regularidad como
las estrellas siguen su órbita en el cielo” [ibíd.: 23]), de la camaradería masculina y del respeto por las jerarquías (ibíd.: 24), etc. “Así”, sostiene Pancracio, “llegué a ser un soldado muy
disciplinado y capaz” (ibíd.: 24).
La casa del gobernador
En la India, Pancracio se aloja en la casa del comandante del ejército, que cinco años más
tarde es nombrado gobernador de toda la región: “El comandante”, se lee,
se había alojado en una encantadora casa, airosa, situada en las afueras de la ciudad, en
un valle completamente cubierto de palmeras, cipreses, sicomoros y otros árboles. Debajo
de estos y alrededor de la alegre casa se habían hecho unos jardines, parte de los cuales se
destinaba a plantar legumbres frescas, y las había en toda estación […]. Cuando no había
tarea alguna que realizar en el servicio como militar y hombre de confianza, me encargaba
cuidar estos jardines y a veces, para que no me afeminara en esos menesteres, ir de caza con
el coronel, con lo que me transformé en un hábil cazador. En los lindes mismos del valle en
que estábamos comenzaba una comarca árida y salvaje, […] que albergaba no sólo enjambres y tropeles de caza inofensiva, sino también a veces bestias feroces y, principalmente,
grandes tigres. (ibíd.: 25)12
Se trata de un espacio en el que los límites están, en apariencia, claramente marcados:
valle = seguridad; desierto = amenaza. Sin embargo, hay un subespacio de la residencia del
comandante-gobernador, situada en ese valle “seguro”, identificado como potencialmente
peligroso: los jardines, en los que Pancracio corre el riesgo de afeminarse. Más allá de este detalle, se puede pensar que los primeros cinco años de vida en casa del comandante son apacibles (Keller, 1978: 26). Son años de auténtica formación. En una parodia del ideal goetheano de formación omnilateral o Bildung, Pancracio refiere que hacía las veces de “soldado,
administrador, jardinero, cazador, amigo de la casa y compañero de pasatiempos” (ibíd.: 25
y s.) (Kaiser, 1981: 285). Se trata de un espacio, por otro lado, que excluye a las mujeres. Está
habitado exclusivamente por hombres que desempeñan tareas “masculinas”.
2.3 Lidia y los jardines de la casa del gobernador
Todo se transforma con la llegada de Lidia desde el encierro de la torre en Irlanda, en la que
había estado viviendo junto a su madre (ibíd.: 26). Los encuentros entre Lidia y Pancracio
12. El subrayado es nuestro.
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tienen lugar en los jardines. En este espacio, en efecto, sólo vemos cruzarse a estos dos
personajes: no ocurren otros acontecimientos en él. Esto habilita, en vista del modo en que
se desarrollan los acontecimientos en el relato, a sostener que los jardines constituyen una
amenaza para el héroe. Es en los jardines, como vimos, donde este corre el riesgo de afeminarse. El desierto y la selva fuera de los límites de la residencia del gobernador representan
su opuesto, en tanto el contacto con el peligro (los animales salvajes) supone la posibilidad
de masculinización. Pues bien, con la llegada de Lidia, los jardines se vuelven aun más peligrosos, por dos razones complementarias: allí habita, a partir de ahora, la independiente, indomable y cautivante hija del gobernador (Keller, cit.: 26); además, es en ese espacio donde
Pancracio tiene que enfrentarse con su sentimiento de amor y atracción física hacia ella, con
su pasión y los sentimientos encontrados que esto suscita en su conciencia. Abordaremos en
primer lugar esta segunda cuestión.
a) A diferencia de Estercita, que hilaba “incesantemente” entre las cuatro paredes del diminuto hogar materno (ibíd.: 12), entonces, el ámbito de Lidia es afuera de la casa: los jardines.
La primera acción de Lidia tiene lugar “bajo los árboles umbrosos” (ibíd.: 29), sitio en el que
Pancracio está limpiando un rosal (ibíd.: 30). “Lidia vino tres veces, en el lapso de una breve
hora, al lugar donde yo estaba, sin que tuviera algo que hacer o disponer” (ibíd.: 29). Al joven militar, esta actitud le resulta incomprensible. Al mismo tiempo, con todo, comprende
que “desde aquella hora yo estaba enamorado de Lidia” (ibíd.: 30). Esa tarde, abrumado por
sus sentimientos de amor y atracción, toma su “escopeta de dos caños” y sale “a vagar por los
salvajes contornos del lugar” (ibíd.: 30). No se trata de una actividad nueva: como dijimos, la
caza, una actividad masculina, funciona como remedio contra la amenaza de feminización.
Esto es fundamental. En la lógica del relato, matar al animal (al tigre) es aniquilar el deseo
por la mujer, esto es, acabar con un proceso de animalización del hombre, a fin de volverlo
útil socialmente, de que este acate la ley simbólica (como mostraremos más adelante, sin
embargo, este intento de interrumpir el proceso de animalización redunda en que Pancracio
se convierte en un animal, en un oso encadenado, más precisamente). La pasión amorosa
es, en la mente del héroe, un peligro, pues atenta contra sus obligaciones laborales y sociales:
“en adelante no pude sentirme tan despreocupado y tranquilo en la vecindad de esa mujer”
(ibíd.: 31); “desatendía mis obligaciones y no era útil para nada” (ibíd.: 34) (en este sentido
específico, la pasión amorosa desbocada remite nuevamente al tópico de la inutilidad de
Pancracio. El amor erótico por Lidia y la situación que imperaba en casa de su madre son
semejantes en el sentido de que conducen a lo mismo: la inutilidad práctica). El episodio de
la caza del jabalí (ibíd.: 31) debe ser pensado en estos términos, como una renuncia neurótica al deseo sexual.13
Este intento de renuncia, con todo, no responde sólo a un deseo de cumplir el mandato
de las obligaciones sociales, puesto en peligro por la irrupción de la pasión amorosa, sino
también al siguiente hecho: el sentirse enamorado de Lidia pone a Pancracio en relación
con zonas poco masculinas de su propia psique, con pensamientos reprimidos a partir de la
fuga del hogar y sobre todo de su proceso de militarización. A partir de su amor por Lidia,
Pancracio descubre tener un sentimiento de minusvalía (oculto bajo su uniforme militar
masculino). Esa tarde-noche en que sale de cacería, en efecto, se refiere a “la conciencia de
13. Esto es típico de muchos héroes sexualmente inmaduros de Keller. Para Titzmann, en ciertas
obras de Keller se puede observar una valoración peyorativa de la mujer. Así, por ejemplo, en Ursula, el personaje femenino encarna la naturaleza excesiva, asocial, sin normas, a la que el individuo
masculino debe renunciar a fin de conservar su identidad y ser útil a la comunidad (2002: 474).
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mí mismo como persona insignificante y poco atrayente” (ibíd.: 30). “Vi mucha caza”, comenta, “pero me olvidaba de hacer fuego, porque cuando iba a disparar a una presa, pensaba
de nuevo en la conducta [de Lidia], y entretanto el animal desaparecía ante mis ojos” (ibíd.:
30). De pronto lo asalta la idea de que “esa mujer aparentemente tan bella y guapa, no era a
lo mejor sino un ser frívolo y libertino, que podía acercarse a cualquiera, y hasta no rehusaría enredar a un pobre cabo en una mala historia” (si bien esto queda corroborado en el
relato, son muchos los pasajes por los que queda claro que Lidia está también enamorada de
Pancracio. La “idea maldita” de este tiene mucho de profecía autocumplida). El sentimiento
–no masculino– de minusvalía, expresado en este caso en la suposición de que los indicios
de que Lidia lo ama son fruto de una mente pérfida y burlona, arraiga profundamente en su
mente, se vuelve parte de su organismo.14
b) La segunda acción de Lidia en el jardín tiene lugar después de más de seis meses en los
que Pancracio anda “como un noctámbulo, cargado de sueños como un manzano de sus
frutos, y todo sin dar un solo paso hacia [ella]” (ibíd.: 34). Finalmente, ha tomado la resolución de abandonar la casa del gobernador para unirse nuevamente a la compañía militar
inglesa (ibíd.: 35). La noche antes de partir, Pancracio sale al jardín a explicarle algunas
cosas al jardinero que lo va a reemplazar. “Nos detuvimos en un vergel de esbeltas rosas, que
yo había cuidado. […] Mientras daba mis indicaciones al muchacho se aproximó Lidia, y lo
despachó con cualquier pretexto” (ibíd.: 36). A esto se siguen unos instantes de gran tensión,
“hasta que llegamos a un sitio en que había una o dos docenas de naranjos, que saturaban el
aire con su aroma” (ibíd.: 37). Ella se sienta en un banco bajo los naranjos “y hundió su hermosa cabeza entre las manos” (ibíd.: 37). A continuación tiene lugar la declaración de amor.
Lidia responde a esta con frialdad (“[su] tranquila manera de hablar cayó en mi sangre
ardiente como un trozo de hielo” [ibíd.: 38], acota, al respecto, Pancracio). Ella le dice: “le
advierto que no siento afecto por usted, o al menos tanto como por cualquier otra persona”
(íd.), y da cuenta de una egoísta satisfacción. Es significativo el cambio que se opera, entonces, en el joven héroe:
ante la mujer que suponía buena y afectuosa, mi corazón había temblado, mas ante la fiera
de este falso y peligroso egoísmo no temblaba ya, como no lo hacía ante tigres y serpientes
[…]. [M]e sentí de improviso tan frío y sensato como sólo puede estarlo […] un cazador
[…]. Por cierto que era una sensación rara, lúgubre, debía dejar allí la belleza que resplandecía ante mis ojos, […] el siniestro misterio de la belleza. (ibíd.: 38)
No es menos significativo lo que Lidia replica: “¿Parece un poco disgustado, vanidoso señor,
de comprobar que no es objeto de una pasión femenina, abnegada y sin límites, de que yo,
pobre de mí, no sea el corderito […] que usted imaginaba, para su satisfacción?” (ibíd.: 39).
Están en juego aquí dos representaciones antagónicas de lo masculino y lo femenino, y de
la relación entre ambos. Lidia agrega algo más: “yo sé ahora que le agrado y que vivo en su
sangre […]. Lo demás me resulta indiferente” (ibíd.: 39 y s.). Esta escena es índice de la independencia de Lidia respecto del joven militar y los hombres en general. Lectora de Shakes14. Acerca de esta idea comenta Pancracio: “se me ocurrió de forma tan inesperada que, consumido por la ira, disparé sobre un enorme jabalí que acababa de irrumpir […], alojándose mi bala en el
cerebro del animal casi al mismo tiempo y de forma igualmente imprevista como aquel abominable
pensamiento en el mío, y ya me parecía que la fiera merecía mi envidia por su adquisición, en comparación con la mía” (ibíd.: 30).
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peare, es una mujer autónoma, “no es sino una de esas naves de femineidad, firme, suntuosa
y de derrotero recto que sabe bien lo que quiere” (ibíd.: 34). Hay un antagonismo entre la
madre y la hermana de Pancracio, de un lado, y Lidia, de otro (un dato del abismo que separa a Ester de la hija del gobernador es que la primera es una figura que vive a la sombra
de su madre, mientras que Lidia prefiere abandonar a la suya en la torre en Irlanda y vivir
junto a su padre, pues “la diferencia de sexo” con él la hacía sentir mejor [ibíd.: 25]). Esta
oposición se refleja espacialmente en las diferencias semánticas entre la casa materna y los
jardines. Estrechez y apertura, ascetismo y sensualidad (los olores naturales de, por ejemplo,
los naranjales), domesticidad esclavizante y libertad, ignorancia cultural y erudición son los
pares de opuestos que definen, respectivamente, esos dos espacios, esos dos tipos de mujer.
3. Colonialismo
3.1. El discurso colonialista: el Otro de los europeos
Pancracio se convierte en explícito agente del colonialismo en tres ocasiones distintas.
a) En primer lugar, en el buque mercante inglés que lo lleva a Nueva York, el héroe del
relato ayuda al capitán a fabricar y restaurar “toda clase de armas de fuego y pistolas”
(Keller, cit.: 23). Es aquí que aprende a manejarlas. Se lee, además, que “cuando una
de esas piezas de armería tenía apenas la cohesión necesaria se la probaba con una
fuerte detonación, mas nunca se la sometía a una segunda prueba, que se confiaba al
piel roja o al negro de lejanas islas que compraba el arma”. A cambio, estos habitantes
de las colonias les daban “valiosas mercancías de paz y tiernos productos de la
naturaleza” (ibíd.: 23). No se puede decir que Pancracio apruebe o desapruebe esta
actividad colonialista. En todo caso, se encuentra allí de casualidad, porque es eso lo
que ha encontrado como medio provisorio de subsistencia.
b) En segundo lugar hay que señalar su incorporación al regimiento inglés en la India.
Su actividad colonialista más importante tiene lugar cuando, después del desplante
amoroso de Lidia, se une a una compañía que va a combatir contra “las salvajes tribus
de las montañas en la frontera más avanzada del Imperio Indobritánico” (ibíd.: 41). Al
cabo de sanguinarios combates, se convierte en capitán de la compañía (ibíd.: 42), con
lo que se vuelve, durante dos años, “la autoridad suprema en aquella selva pagana” (íd.).
“Mi tarea principal”, relata, “consistía en ser una avanzada del cristianismo y ofrecer a
los misioneros de nuestra religión una protección enérgica para que pudieran llevar
a cabo su obra sin peligros”. “Pero más que nada”, concede, finalmente, “tenía que
impedir la cremación de mujeres hindúes a la muerte de sus maridos […] en honor
de la fidelidad conyugal” (ibíd.: 42). Luego se vanagloria de cómo, en una ocasión,
logra salvar de la cremación a una joven y hermosa mujer “proporcionándole […]
una dote y casándola con un hindú a nuestro servicio, convertido al cristianismo”
(íd). Más allá de todo esto, Pancracio no parece estar muy convencido de su misión
geopolítico-religiosa: de pronto se vuelve a acordar de Lidia, y decide dejarlo todo
para ir nuevamente en su búsqueda. Tras el fracaso de esta tentativa, se lee, “de nuevo
fui hosco e impaciente, y un buen día dejé el servicio en el ejército indobritánico para
largarme, repatriarme y olvidar a la mujer desalmada” (ibíd.: 44).
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c) Mencionamos, finalmente, su misión como miembro del ejército francés en África
del norte, al que se alista en París. Las razones por las cuales lo hace no obedecen
a una mentalidad colonialista: comenta que en París “anduvo de teatro en teatro, y
por cuanto sitio de reuniones femeninas hubiere, haciéndome presentar también
en varias casas y tertulias distinguidas”, mas “todo lo que veía no me servía de más
que para hacer comparaciones con Lidia y redundaba a favor de ella. […] En una
palabra, enfermé de nuevo” (ibíd.: 44). Es por ello que decide abandonar esta ciudad
y regresar al ámbito de la violenta camaradería masculina en el que ha tenido tantos
éxitos. En Argelia, vuelve a mostrarse, como en aquella “selva pagana” en la India,
en extremo violento: cuenta que su misión era “derribarles a los beduinos de amplio
manto sus ridículos sombreros de paja, de forma de torre, [y] cruzarles a golpes la
cabeza, cosas que cumplí con un afán tan furioso que también ascendí entre los
franceses y llegué a coronel” (ibíd.: 45). La escasa convicción con que Pancracio
desempeña sus tareas en el desierto argelino queda de manifiesto en el hecho de
que, tras su encuentro decisivo con el león (ibíd.: 47 y s.), presenta su dimisión,
olvidándose en el acto de toda tentativa colonialista, y vuelve al hogar.
3.2. Genderización del discurso colonialista
No hay, ni en el relato ni en la psicología de Pancracio, un interés por cuestiones de índole
geopolítica. El héroe no ha internalizado el discurso colonialista, sino que, a pesar de
todos sus actos de violencia, se mantiene a cierta distancia de los acontecimientos. Esto
obedece, podemos postular, al hecho de que el discurso colonialista está genderizado: está
en función de una representación específica de la relación entre lo masculino y lo femenino.
La genderización del discurso colonialista se manifiesta de dos formas en la novela corta:
como domesticación de lo femenino por el sujeto colonialista (por el hombre), de un lado, y
como aniquilamiento del deseo sexual, de lo instintivo en el hombre, en el sujeto colonialista
mismo, de otro. Es decir que aquella funciona, desde la perspectiva del protagonista de
Pancracio, el huraño, como una doble violencia: hacia la mujer (hacia fuera) y hacia su
propia sensualidad humano-animal (hacia dentro).
Domesticación de lo femenino
Best da cuenta de una tradición arraigada en el pensamiento occidental, que consiste en la
“transferencia de los atributos de la mujer al espacio”, lo cual, a su vez, es concomitante de la
identificación de los atributos masculinos con los del tiempo (Best, 2002: 185). La masculinización del tiempo (esto puede ponerse en relación con el instinto formativo que, en la novela
corta, es un atributo exclusivamente masculino) y la feminización del espacio implican que
este último, como la naturaleza y el cuerpo femenino, desde esta perspectiva, se constituyen
en elementos susceptibles de ser dominados y domesticados por el hombre (ibíd.: 187). Si
en términos geopolíticos no puede decirse que Pancracio sea un sujeto colonialista, esto sí
puede aplicarse a su visión de lo femenino y de su “misión” en relación con ello.
La domesticación extrema de lo femenino por lo masculino (por Pancracio) está representada por aquella mujer hindú que salva de las llamas. El héroe comenta que, al hacerlo,
ella “se portó como una posesa y quería a todo trance quemarse con el viejo rancio [i.e. su
marido muerto], de modo que tuve gran trabajo para dominarla y apaciguarla” (ibíd.: 42).
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Al parecer, tiene éxito en este cometido: la casa con un hindú cristianizado por el cual ella
“llegó a sentir mucho cariño” (íd.) (la pasividad extrema de esta mujer remite a la madre y
la hermana de Pancracio,15 en términos de mujeres ideales para el varón). Después de este
episodio, el héroe queda admirado de la “fidelidad conyugal” de estas mujeres, con lo cual
se despierta en él “el deseo de disfrutar de semejante fidelidad incondicional” (íd.). Es esta la
razón que lo lleva de nuevo a casa del gobernador.
En el camino, fantasea acerca de la posibilidad de domesticar a Lidia (“me figuré una vida
en la que un marido prudente y hábil supiera transformar día a día y hora a hora las perversidades y las deficiencias de una consorte” [ibíd.: 43]). Concibe el proyecto de desposarla y
volverla aquel “corderito” del que esta se mofaba. El joven revela estar poseído por esta “idea
fija” (íd.) (nótese el contraste con la poca convicción con la que emprende las empresas coloniales propiamente dichas). Mas, a diferencia del éxito que tiene en sus misiones militares,
con Lidia fracasa rotundamente. De nuevo prevalece la doble razón que hemos comentado
más arriba: de un lado la independencia indomable de Lidia, de otro, los sentimientos de
minusvalía del héroe. Se revela finalmente que Lidia “sentía el amor a sí misma con tanto
vigor como si fuese el amor hacia un hombre” (ibíd.: 37): Pancracio la reencuentra rodeada
de pretendientes a los que ella desestima, al mismo tiempo que se siente alagada en una
“morbosa exaltación” (ibíd.: 43). Lidia resulta inalcanzable en su independencia femenina
autoconsciente; por otro lado, la presencia de otros pretendientes constituye un obstáculo
insuperable para el héroe, en vista de sus no superados sentimientos de minusvalía.
Lidia no puede ser subyugada “pacíficamente”, por la vía del matrimonio, a la manera de
aquella mujer hindú. Es incolonizable. Tiene lugar, en vista de esto, un doble proceso: por
un lado, de animalización de la hija del gobernador y, por otro, de sublimación, por parte
de Pancracio, de su deseo no consumado, en la forma de una violencia contra los sujetos
subalternos de las colonias y, simbólicamente, el león. La domesticación imposible de Lidia
encuentra su solución en su muerte simbólica. Fracasada la vía “pacífica” de domesticación,
en efecto, la relación entre aquel y el objeto de su amor adopta la forma de la del cazador y
la presa. Al final de la disputa que sigue a la declaración de amor de Pancracio, Lidia deviene
“fiera” (ibíd.: 39); él la llama “burra” y “gansa”, y menciona que “su boca, tan hermosa otrora,
[estaba] desfigurada ahora por un gesto torcido y fiero” (ibíd.: 40). Entiende lo que le sucede
con Lidia en los términos de la caza, y que su “salvación” reside en la adopción de la frialdad
del cazador (dice sentirse “como […] un cazador que de súbito se ve enfrentado a una jabalina cuando esperaba una corsa noble y tímida”). Luego reprime un deseo irracional (¿de
poseerla por la fuerza, de matarla?) (“la situación era extremadamente tensa, al punto que
advertí que yo estaba a punto de cometer una tontería o una insensatez, cosas en las cuales
estaba resuelto a no incurrir” [ibíd.: 36]). Ante la imposibilidad de satisfacerlo en el cuerpo
de Lidia, aquel se manifiesta, primero, como violencia colonialista (en la selva “pagana” y
más tarde en el desierto argelino, como ya mostramos), y luego, como la violencia de un
cazador contra un león.
El león, en cierta medida, además de símbolo del sujeto subalterno de las colonias, es Lidia y, con
ella, lo femenino no domesticado (no sólo el león, también el jabalí al que Pancracio mata luego
del episodio en el que se enamora de Lidia). Esto queda claro al estudiar el proceso de ani15. Cf. Spivak: “Si en el contexto de la producción colonial el individuo subalterno no tiene historia
y no puede hablar, cuando ese individuo subalterno es una mujer su destino se encuentra todavía
más profundamente a oscuras” (1998: 199).
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malización de la hija del gobernador, y más aun si se tiene en cuenta el paralelismo existente
entre la escena de la declaración de amor y la del encuentro con el león:16 así como el “peligroso
egoísmo” de Lidia lo encuentra “desarmado” (“esperaba una corsa” y dio con una “jabalina”
[ibíd.: 38]), la aparición de la fiera tiene lugar en un momento en el cual el joven militar deja su
escopeta para bajar a beber agua en una cañada y lo asalta, por otro lado, el recuerdo de Lidia
(ibíd: 46) (para este paralelismo estructural, v. Kaiser, 1981: 290). Es en este preciso instante de
debilidad que aparece el león, la “fiera”, ¿Lidia? (íd.). La bestia salta sobre la escopeta de Pancracio, que este ha dejado olvidada al bajar al arroyo a beber agua. El arma de fuego, símbolo
de su virilidad masculina (que conocemos ya desde el buque que lo ha llevado a Nueva York),
ha quedado bajo el león, “bajo su abdomen”, más precisamente. Las connotaciones sexuales de
esta escena, si bien sutiles, están presentes. El episodio concluye con la aparición de dos soldados franceses con cuya ayuda el héroe da muerte a la fiera. La matan con brutalidad excesiva:
Pancracio le dispara dos veces en una oreja y, además, junto a sus compañeros, dice, “tuvimos
que hacer pedazos las culatas de nuestras armas en [su] cuerpo” (Keller, 1978: 48). Pocos días
después, mágicamente curado de su hurañía, vuelve al hogar materno, llevándose de recuerdo
la piel del león.17 Hay otro hecho que sirve para pensar en la “muerte” (o el asesinato) de Lidia:
cuando Pancracio les relata a su madre y hermana la parte de su historia en la que tiene lugar
su relación con Lidia, las mujeres se quedan dormidas. A la mañana siguiente, le piden al coronel que les cuente de nuevo su historia de amor, pero este les responde que “la había contado
una sola vez y que no volvería a hacerlo jamás; que aquella había sido la primera y la última
oportunidad en que con alguien se acordara de la malhadada intriga amorosa, y punto final”
(ibíd.: 48). Entonces ellas le proponen que aunque sea les diga su nombre. Él les responde:
“¡Jamás volveré a pronunciar ese nombre!”. Y el narrador asegura finalmente que “cumplió con
su palabra, pues nadie volvió jamás a oírlo de sus labios, y al final parecía como si él mismo lo
hubiese olvidado” (ibíd.: 48).
Autocolonización masculina
Ahora bien: constituye también un hecho constatable que el proceso formativo de Pancracio
es, en realidad, un proceso de militarización e institucionalización y de represión de sus instintos sexuales, del deseo (Kaiser, 1981: 286). El aniquilamiento violento del león puede ser
entendido, en este sentido, ya no como un asesinato simbólico de Lidia, sino como destrucción del deseo (esta lectura puede confirmarse mediante un cotejo entre el episodio del león
en Pancracio, el huraño y los episodios del tigre y, de nuevo, el león, en el relato Novela corta
[Novelle] (1828), de J. W. Goethe, que constituye uno de sus intertextos).18 De modo que el
16. También se podría tener en cuenta el modo en que Lidia y Pancracio se acercan y se alejan, es
decir, la coreografía de su relación, con la manera en que este último sigue el rastro del león: se habla de una “fiera”, de un “sujeto muy ladino”, y el narrador comenta que “anduvimos durante varios
días, uno en pos del otro, como dos gatos que quieren zamarrearse, yo mudo como una tumba y él
rugiendo estruendosamente de tanto en tanto” (ibíd.: 45 y s.).
17. Es llamativo el modo en que la ya avejentada Estercita reacciona al verla: “cogió la piel de león
por la majestuosa y larga cola, la arrastró por el suelo, muerta de risa y exclamando una y otra vez:
‘¿Pero qué piel es esta? ¿Qué monstruo es este’” (ibíd.: 18).
18. En Novelle, Honorio mata al tigre con un disparo en la cabeza, queriendo, al mismo tiempo, aniquilar su inclinación por una princesa ya comprometida. La piel de la fiera, piensa, ha de lucirse en el
trineo de esta última, como símbolo, a decir verdad, de una renuncia a la princesa, ya desposada y, por
lo tanto, prohibida (Goethe, 1992: 25). Este gesto, que simboliza el aniquilamiento de la pasión por la
razón, con todo, es mostrado como erróneo y perjudicial por los propios sucesos del relato.
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proceso de humanización, de Bildung de Pancracio (recordemos que la novela corta de Keller se inscribe en la tradición de las Bildungsnovellen y del Bildungsroman) concluye no en la
adquisición de una personalidad omnilateral, sino en un baño de sangre (en el asesinato del
león, en el aniquilamiento de una dimensión de lo humano: el erotismo) (Kaiser, 1981: 294).
Pancracio decide regresar, entonces, a su casa, curado de su hurañía, esto es, dispuesto a
convertirse en un hombre sociable y trabajador, a hacer que “la vida fuese lo más agradable
posible para mí y para los demás” (ibíd.: 47). Sabemos, con todo, que ha abandonado sus
posibilidades de ser feliz: “por fin, me di vuelta para alejarme, sin volver a mirarla, pero
con la sensación de que en ese momento dejaba a mis espaldas para siempre todo lo que en
esta vida me pudo haber correspondido de dicha íntegra” (ibíd.: 41), se lee en ocasión de la
última vez que ve a Lidia. Pancracio paga un precio muy alto por su inserción social, por
su madurez. Al final, ya convertido en un hombre formado, él se animaliza también (como
Lidia). La mañana en que regresa a casa tras quince años de ausencia, sucede otra cosa fuera
de lo común: tiene lugar, antes de la llegada del coronel, un desfile circense que atrae a los
chicos del pueblo. Entre otras cosas maravillosas, “conducido por su nariguera, apareció
un gran oso; dos o tres hombres conducían la caravana”. No sólo el hecho de que el oso se
enfade como lo hacía Pancracio en la casa materna (“el oso ejecutó sus danzas y demostró
sus habilidades chuscas, a la par que, a veces, gruñía malhumorado”), también que su madre
lo identifique con este animal (“el oso malo le inspiraba lástima, y de nuevo se acordaba del
desaparecido” [ibíd.: 16]) revela que la aparición, pocos minutos después, de Pancracio mismo, debe ser entendida en el sentido de que este regresa a casa encadenado, disminuido en
su libertad como esa bestia circense. La aniquilación de su instinto animal lo ha convertido
en un animal encadenado.
4. Conclusiones
En Pancracio, el huraño el espacio natural de la mujer es el ámbito doméstico; su actitud, la
pasividad y fidelidad al varón (representada ejemplarmente en la joven mujer hindú, de un
lado, y en la madre y la hermana de Pancracio, que lo esperan fielmente durante quince años,
de otro). Las mujeres independientes (Lidia), que no aceptan esa restricción, se vuelven bestiales, representan una femineidad excesiva y peligrosa para el hombre. Este, por su parte,
es, por naturaleza, activo, y posee un instinto formativo que lo impulsa a viajar (a volverse
un homeless [Heynen]) y progresar, adquirir una personalidad independiente). El héroe del
relato, en efecto, viaja y se forma, pero en su constitución psíquica hay elementos disruptivos: su hurañía infantil, reprimida en un proceso de institucionalización y militarización que
se inicia tras su huida del hogar, se manifiesta más tarde en la forma de un poco masculino
complejo de inferioridad, que le imposibilita encauzar maduramente su deseo sexual hacia
la mujer de la que se enamora. Lidia, una mujer-bestia, independiente, se convierte en una
amenaza, por su independencia misma, y porque en ella se encarna su deseo masculino, que
él mismo concibe como un peligro en su maduración personal, entendida estrictamente
en términos de utilidad social. Lidia (demasiado emancipada) y Pancracio (que se siente
inferior a los demás y no sabe cómo conciliar su deseo con el mandato social) simbolizan,
en este sentido, la imposibilidad del entendimiento mutuo entre los géneros (“hay épocas
nefastas en las que los sexos intercambian sus enfermedades y uno participa de las flaquezas
del otro”, afirma al respecto el héroe del relato [1978: 28]). El casamiento artificial con su madre y su hermana, al final de la narración, es un irónico happy end que constata esto mismo.
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En fin: hay, por otro lado, se puede pensar, una crítica al proceso civilizatorio europeo y su
dominio del mundo por la fuerza, que es explicado en términos psicologistas como mecanismo de compensación en un sentido doble: reacción del hombre ante la emancipación de
la mujer (animalización de Lidia) y sublimación del deseo antisocial (temor ante la propia
animalización). La economía colonialista es descripta en el relato, en primer término, como
un proceso que supuestamente lleva la destrucción a las colonias y la paz y el bienestar a la
metrópoli.19 Pancracio, el huraño delata, con todo, que este intercambio no es gratuito para
el sujeto colonialista europeo. El símbolo central en este punto es el león: su destrucción
no implica sólo el asesinato simbólico de Lidia, sino también la represión de la dimensión
erótica de la propia individualidad. Más aun, el león argelino es encarnación del sujeto subalterno mismo (del hindú, del beduino): esto habilita a pensar en una relación de solidaridad entre las nociones de violencia de género, colonialismo e integración social vía represión
del deseo. No es más que la ambigua variante kelleriana –misógina (ya que la liberación
femenina es vista como un mal) pero anticolonialista– de una preocupación recurrente en
la época del Realismo poético alemán (piénsese sobre todo en la crítica antiimperialista a la
prusianización de Alemania en la obra tardía de Theodor Storm). •
19. Recordemos que, en el buque que lo lleva a Nueva York, el héroe repara y confecciona armas
de fuego “para trocarlas, cuando llegaba la oportunidad, en las costas habitadas por los salvajes, por
valiosas mercancías de paz y tiernos productos de la naturaleza” (ibíd.: 23).
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Espacio, género y colonialismo • Martín Koval
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Martín Koval
Licenciado en Letras y doctorando en la Universidad de Buenos. Auxiliar docente de la cátedra Literatura Alemana (FFyL, UBA) y becario de doctorado (UBA, 2009-2012, y de Conicet a partir de
2012). Sus especialidades son la novela de formación y el Realismo poético (Gottfried Keller, Adalbert
Stifter et al.). •
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