Música y sociedad en el Brasil Colonial ROGÉRIO BUDASZ Carlos Julião. Cortejo da Rainha Negra na Festa de Reis (Corte de la Reina Negra en la fiesta de Reyes). Acuarela a colores del libro “Riscos illuminados de figurinos de brancos e negros dos uzos do Rio de Janeiro e Serro Frio”. (Trazos iluminados de trajes de blancos y negros de usanzas en Rio de Janeiro y Serro Frio). FUNDAÇÃO BIBLIOTECA NACIONAL – DIVISÃO DE ICONOGRAFIA 14 D esconsiderando algunos casos aislados de portugueses y franceses asentándose en la costa brasileña, por voluntad propia o no, durante las primeras décadas del siglo XVI, la colonización y la efectiva población de esta región por los europeos y sus descendientes tuvo inicio sólo en la década de 1530. Misioneros religiosos también comenzaron a establecerse en esa época, siendo el grupo más importante la Compañía de Jesús, que llegó en 1549 y fundó varios colegios a lo largo de la costa brasileña. El población de la costa brasileña en los dos primeros siglos después del descubrimiento de los portugueses, fue condicionado por los ciclos económicos del “pau brasil” (árbol de madera rojiza que le dio el nombre a Brasil), y de la caña de azúcar, esta última marcando también el inicio de la presencia negra en Brasil. Los colonos eran invariablemente hombres que establecían propiedades rurales y, generalmente, se amancebaban con las nativas, originando un nuevo tipo étnico, el mameluco, que se volvería el principal responsable por la expansión territorial de la colonia. La colonización fue marcada por iniciativas y reglamentaciones contradictorias que, mientras que estimulaban la llegada de colonos, reprimían el desarrollo de una identidad brasileña prohibiendo el surgimiento de casas impresoras, periódicos y universidades. Para el colono, la única forma de literatura, era muchas veces aquella transmitida oralmente en los romances populares ibéricos de tenor histórico o moral. Muchos de estos romances, generalmente cantados sobre melodías simples para no dificultar la inteligibilidad de la narrativa, permanecen vivos hasta hoy en la tradición popular, tanto en Portugal como en Brasil, y sufriendo pocas transformaciones en estos quinientos años, como es el caso de “Conde Claros”, “La Bella Infanta”, “Gerineldo”, y tantos otros. Además de estos, el repertorio musical de los primeros colonos y sus descendientes incluiría también 15 cantos de trabajo para acompañar acciones rutinarias, “acalantos” (lisonjas), y cantigas tanto en portugués como en tupí. La primera generación de brasileños crecía así oyendo romances, cantigas y ritmos ibéricos cantados y tocados en la viola por su padre, mientras era arrullado por las lisonjas de la madre tupí en su idioma. Fuera por su contenido considerado “lascivo”o por su asociación con los cultos nativos, algunas de aquellas cantigas, tanto ibéricas como tupís, escandalizaron a los misioneros, induciéndolos a componer versos píos, o “divinizados”. José de Anchieta era maestro en esta transmutación y enseñaba también doctrinas, oraciones e himnos católicos en el propio idioma tupí. Fuera del contexto misionero, también eran comunes las bandas de corporaciones militares o de esclavos, mantenidas por los latifundistas más destacados, como aparato de ostentación y demostración de poder, al realizar entradas pomposas en la villas al son de clarines, o para impresionar a los visitantes. Promovidas por las autoridades seculares y religiosas, varias fiestas, como las de Corpus Christi y de la Visitación de Santa Isabel, incluían procesiones, música y danzas, y contenían alegorías, enmascarados, y coreografías de indios y negros. Para el acompañamiento solían ser usados tambores, panderetas, gaitas de fuelle, pífanos y chirimías – término este que podría incluir tanto instrumentos de clavete, como la chirimía ibérica, cuanto instrumentos de boca, como las cornetas, sacabuches, trompetas y otros. También, en las fiestas y otros congraciamientos al aire libre podríamos, tal como hoy en día, encontrar cantores improvisadores, en una tradición que remonta a los trovadores de la Edad Media. Tales fiestas y procesiones, tal cual en Portugal, 16 muchas veces funcionaban como pretexto para la socialización y diversión, como satirizaría el poeta Gregório de Mattos al final del siglo XVII. No obstante, contrariando varias reglamentaciones represoras y opiniones de algunos moralistas, el congraciamiento entre esclavos era generalmente tolerado “para evitar males mayores”, según Antonil, pues la mezcla de razas también dificultaba la identificación étnica de esclavos de varias naciones y creencias, disminuyendo el peligro de la insurrección. Ya la mezcla entre negros y blancos, era insistentemente reprimida por las autoridades – y eso hasta el inicio del siglo XX – lo que no parece jamás haber surtido el efecto deseado como lo comprueban, no sólo las descripciones de viajantes, como también el hecho de haber sido repisadas varias veces en el transcurso de los siglos las prescripciones contra el agrupamiento de blancos y esclavos en las fiestas. Sobre la música oficial de Estado y de la Iglesia, se nota ya en el siglo XVI el intento de reproducir en miniatura el establecimiento musical portugués. Existían, no obstante, algunas diferencias fundamentales que dificultaban esa reproducción, al mismo tiempo que se moldeaban nuevas maneras de hacer y usar la música: si Portugal era pequeño y densamente poblado, lo inverso valía para Brasil en los dos sentidos. La rarefacción poblacional volvía inviable ciertas prácticas musicales e inútiles otras. MÚSICA EN EL ESPACIO DOMÉSTICO La mayor parte de las villas fundadas durante el primer siglo de la colonización, se formaban alrededor de algunos fuertes militares y escuelas jesuíticas. Mientras tanto, el grueso de la población habitaba las poblaciones rurales, que crecían mucho – en número y tamaño – en las últimas décadas del siglo XVI, especializándose en el cultivo de la caña de azúcar y en la producción de sus derivados, azúcar y aguardiente, así como en el cultivo de la mandioca y en la producción de harina. Lejos de los centros urbanos – en una época en que eran pocos los que se destacaban – el ingenio quedaba así definido como la principal unidad de producción y población, mientras que la Casa Grande era su centro administrativo y religioso, en verdad el principal espacio de sociabilidad. Allí era promovida la educación civil y religiosa, así como los encuentros sociales, por ocasión de bautismos, casamientos, y del hospedaje de visitantes. En este contexto, la música era cultivada como auxiliar en el fluir de las actividades sociales, como pasatiempo en la intimidad del hogar, acompañando momentos de devoción religiosa o como demostración de civilidad y poder a los ojos y oídos externos. Y era por eso que la práctica musical también hacía parte de la instrucción de los hijos y ahijados del señor del ingenio. Formación diferente y para cumplir tareas diferentes, tenían los músicos esclavos – cantores y tocadores de chirimía – que participaban del aparato de propaganda y demostración de poder del señor del ingenio, siendo muchas veces prestados a las iglesias y villas en ocasión de fiestas religiosas y cívicas. Los primeros que se dedicaron a la enseñanza de la música fueron los misioneros que, al principio, se concentraban en los nativos y usaban la música como instrumento auxiliar en la conversión y la catequesis. Después de ellos, representando socialmente el establecimiento musical de la Iglesia, aparecen los maestros de capilla, enviados desde Portugal para organizar la actividad musical de determinada región, pero que también ejercían la función de instructores del arte de la música, para quien pudiese pagar. Más tarde también comienzan a ejercer esta función, aunque de forma limitada, los cantores e instrumentistas más destacados entre los indios, negros y mulatos, instruidos en la música europea por los misioneros y maestros Alexandre Rodrigues Ferreira. Dibujo de acuarela. Viola que tocam os negros (Viola que tocan los negros). Dibujo de acuarela del libro “Viagem filosófica às Capitanias do Grão-Pará”, Rio Negro, Cuiabá. (Viaje filosófico a las Capitanías de Grão-Pará, Rio Negro, Cuiabá.) FUNDAÇÃO BIBLIOTECA NACIONAL – DIVISÃO DE ICONOGRAFIA de capilla con el objetivo principal de interpretar sus composiciones. Evidentemente, el hijo de un señor de ingenio, no entraría en una relación maestro-aprendiz con el maestro de capilla local. Se esperaba que se ocupara de los negocios del padre, fuese a estudiar a Portugal o siguiese la carrera eclesiástica – pudiendo en este último caso, desarrollar sus habilidades musicales de manera más profunda. Este tipo de interés musical no profesional, era bastante común entre la aristocracia y burguesía acomodada portuguesa, al punto de que varios nobles, incluyendo reyes y príncipes, se volvieran compositores competentes. Siendo el profesionalismo musical indicativo de baja estatura social, eso tal vez explicaría el por qué de la casi inexistencia de compositores blancos en Minas Gerais del siglo XVIII (con excepción de los portugueses enviados con la expresa finalidad de servir como maestros de capilla), en una época en que, después del descubrimiento del oro, se multiplicaban los centros urbanos en el interior de la colonia, multiplicándose también las oportunidades de trabajo de cantores, instrumentistas y compositores. Aún así, para la elite brasileña de los siglos XVII y XVIII, aún desdeñando el profesionalismo musical, el diletantismo en la música era cualidad apreciable. La habilidad como compositor es colocada por historiadores y bibliógrafos portugueses y brasileños en pie de igualdad con la producción literaria, y la competencia en la ejecución de la viola o el arpa, equivaldría a los dones poéticos, a la instrucción y las así llamadas artes 17 liberales. De hecho, inventarios de la época comprueban que el mobiliario de las Casas Grandes solía incluir arpas, violas y cítaras, además de disponer de aposentos usados como escuelas, donde los hijos eran instruidos en aritmética, gramática, retórica, religión y música. En la Nobiliarchia Paulistana, Pedro Taques de Almeida Prado menciona, entre la aristocracia paulistana de siglos pasados, además de arpistas y tocadores de “varios instrumentos”, dos tocadores de viola. Frei Plácido, “eminente en la prenda de tocar viola”, tomó el hábito en Alcoçaba y habría tocado para el rey D. Pedro II de Portugal. Francisco Rodrigues Penteado, pernambucano, demostraba tal “mimo” en el mismo arte que en 1648, volviendo de Lisboa, fue invitado por Salvador Correia de Sá e Benavides a instruir “en los instrumentos músicos” a sus hijas y a su hijo Martim Correia. Evidentemente, al tratarse de las familias aristocráticas brasileñas, los dones musicales no podían ser utilizados como forma permanente de sustento: son prácticas socialmente distintas el cultivo de la música como profesión o como “elemento de civilidad”, usando la expresión de la época. En la época de la invitación de Sá e Benavides, Penteado se encontraba desprovisto de recursos, pues había derrochado la fortuna paterna en Lisboa, y la solución encontrada mientras buscaba formas más nobles de adquisición de capital, sería instruyendo a los hijos del más poderoso brasileño de su tiempo. Algún tiempo después, Penteado se establecería en São Paulo, después de casarse con la hija de un latifundista. Fuera del contexto religioso, además de la citación de Almeida Prado, el arpa aparece también en un poema de Gregório de Mattos, animando una fiesta. Aún siendo 18 utilizada como principal acompañante de las funciones religiosas en el interior de Brasil hasta las primeras décadas del siglo XVIII, el arpa no parece haberse difundido mucho como instrumento doméstico. Incluso ni el clavicordio parece haber ejercido esta función en larga escala, permaneciendo en este papel la viola hasta ser sobrepujada por el piano en el siglo XIX. Principal acompañamiento de los romances, cantigas, tonos (arias) y “modinhas (cantiga sencilla y sentimental de salón), además de ser un óptimo vehículo para la música solista, la viola de mano era instrumento de versatilidad indiscutible. Sus variantes en el siglo XVI incluían un instrumento de cuatro órdenes de cuerdas (la guitarra renacentista), de seis órdenes (conocida en España como vihuela), y en el siglo siguiente, de cinco órdenes (muchas veces llamada guitarra barroca). Este último instrumento originaría más tarde a la viola “caipira” (rústico) brasileña, las diversas violas regionales portuguesas, y la guitarra española o “violão”. Nombres de tocadores que se especializaron en la viola de cinco órdenes, como Felipe Nery da Trindade, Manuel de Almeida Botelho y João de Lima aparecen con destaque en la obra de Domingos do Loreto Couto, historiador pernambucano del siglo XVIII. Además de chantre de la catedral de Salvador por varios años, João de Lima – conocido del poeta Gregório de Mattos – fue pedagogo y compositor, dejando obras de música sacra y profana y dominando la ejecución musical en varios instrumentos. Manuel de Almeida Botelho pasó varios años en Portugal, protegido por el patriarca de Lisboa y del Marqués de Marialva. Loreto Couto atestigua que además de mucha música sacra, Botelho habría compuesto “sonatas y tocatas tanto para viola como para clavicordio”, además de música de salón como minués y arias. Forma de canción erudita bastante difundida en la Península Ibérica y América Latina, el “tono” humano (aria) generalmente presenta temática árcade, forma estrófica con refrán, y textura a una o dos voces agudas contra un bajo, constituyéndose así en un ancestral de la “modinha” (cantiga) portuguesa. Al respecto de los “tonos” (arias) de Botelho, quizás se asemejasen a aquellos compuestos por el portugués Antônio Marques Lésbio, con acompañamiento de viola, o incluso con la pieza “Matais de Incêndios”, integrante de los manuscritos de Mogi (de la década de 1720 o 1730), y traídos nuevamente a la luz gracias a las investigaciones de Jaelson Trindade, aunque todavía reste alguna duda sobre si esta pieza es un “tono” humano (aria), como sugerido por Trindade, o un villancico navideño, conforme estudio de Paulo Castagna. Aunque no tengamos noticia de la supervivencia de piezas compuestas por aquellos tocadores de viola pernambucanos y paulistas, podemos tener una idea bastante aproximada de lo que tocaban a través de las fuentes portuguesas del inicio del siglo XVIII, para viola de cinco órdenes conteniendo el repertorio patrón para la formación del instrumentista luso-brasileño de aquella época: danzas italianas, francesas, ibéricas y de influencia afro-brasileña como el “canário, vilão, arromba, cumbé cubanco”, además de muchas fantasías y rasgueos. Es importante recordar que el repertorio popular ibérico y latinoamericano era mucho menos heterogéneo en el siglo XVII que en nuestros días. Portugal había reconquistado su independencia de España apenas en 1640. En aquella época, durante la infancia y juventud de Gregório de Mattos, los elementos que ayudarían a definir lo brasileño, apenas comenzaba a tomar forma. Mucha poesía, tanto en Brasil como en Portugal aún era escrita en español, y mientras piezas de Calderón y Lope de Vega eran representadas en Salvador, autores brasileños también escribían teatro en aquel idioma. Naturalmente la música de este período también parecería a nuestros oídos bastante española, tratándose menos de una influencia nacional específica que de la evidencia de un estilo compartido y generalizado en toda la Península Ibérica y América Latina, como lo atestiguan por ejemplo, los villancicos y “tonos” (arias) de Gaspar Fernández y Antonio Marques Lésbio, bien como el repertorio portugués para viola y teclado. En la ausencia de documentos musicales, una buena fuente de informaciones sobre la música no religiosa tocada y cantada en Brasil seiscientista, es la obra poética de Gregório de Mattos (1636-1696). Además de describir funciones musicales y teatrales, de mencionar instrumentistas y cantores y de citar piezas instrumentales comunes tanto en Portugal como en España y América Latina, Mattos usa varios “tonos” humanos (arias) españoles como refrán o base para glosas de su autoría. En otros casos, Mattos usa modas profanas en portugués, o según él mismo, canciones que los “chulos”cantaban. Religiosos y moralistas continuaban encarando con sospecha ese repertorio, siendo célebre la condenación de Nuno Marques Pereira, atribuyendo aquellas modas a la invención del demonio – el cual, cuenta Pereira, era eximio tocador de viola. En la segunda mitad del siglo XVIII, el repertorio musical que comienza a difundirse por la colonia es, por un lado, el de danzas afrancesadas como el minué y la contradanza – las principales coreografías de salón en Brasil hasta el inicio del siglo XIX – y, por otro lado, las canciones simples – las modas – ahora influenciadas por el estilo galante de la ópera y música sacra napolitanas, con melodías y armonías aún más simples y endulzadas, sin pretensiones denominadas “modinhas”. Si al principio estas presentaban una temática pastoril árcade, vinculada al gusto poético de la época, el estilo es gradualmente influenciado por el contexto afrobrasileño, tanto en la manera de hablar como en los ritmos y armonías del “lundu” – aquella danza que tanto escandalizó a viajantes del norte de Europa – originando así la “modinha” brasileña que terminaría volviendo a Portugal en las obras de poetas y compositores como Domingos Caldas Barbosa y Joaquim Manuel da Câmara. Felizmente, fue preservada mucha música de este período, siendo notables las piezas coleccionadas por los viajantes austríacos Spix y Martius; las “modinhas” brasileñas preservadas en la Biblioteca de la Ayuda, y en la Biblioteca Nacional de Lisboa; y las piezas instrumentales contenidas en el libro de salterio de Antônio Vieira dos Santos, compilado en el inicio del siglo XIX. Hay también una única pieza para teclado del siglo XVIII, la llamada “Sonata Sabará”, cuya autoría todavía permanece rodeada de dudas. Finalmente, los duetos concertantes para dos violines de Gabriel Fernándes da Trindade, de la segunda década del siglo 19 XIX, nos dan una idea del estilo de la música de cámara para cuerdas compuesta en los finales de Brasil-colonia. CASAS DE ÓPERA Y ACADEMIAS Una especie de teatro moral con intervenciones musicales ya se encuentra presente en el primer siglo de la colonización, en los autos preparados por José de D I S C O G R A F ÍA Romances Populares: TEATRO DO DESCOBRIMENTO. Ana Maria Kiefer, Grupo Anima. Akron Discos; track 5: “Romance da Nau Catarineta”. DEL ROMANCE AL GALOPE NORDESTINO. Quinteto Armorial. Discos Marcus Pereira. Romance de la Bella Infanta. José de Anchieta: TEATRO DO DESCOBRIMENTO. Ana Maria Kiefer, Grupo Anima. Akron Discos; track 8: ¿Quién te visitó, Isabel ?; track 9: Mira Nero. A MÚSICA NA FESTA. Integrante del libro Fiesta: Cultura e Sociabilidade na América Portuguesa: track 6: “Venid a suspirar con Jesu amado” (Compañía Papagalia). Marinícolas: HISTÓRIA DA MÚSICA BRASILEIRA: PERÍODO COLONIAL II. Ricardo Kanji. Estúdio Eldorado; track 2. TEATRO DO DESCOBRIMENTO. Ana Maria Kiefer, Grupo Anima. Akron Discos; track: 12. Matais de Incêndios: HISTÓRIA DA MÚSICA BRASILEIRA: PERÍODO COLONIAL I. Ricardo Kanji. Estúdio Eldorado; track 36. A MÚSICA NA FESTA. Integrante del libro “Festa: Cultura e Sociabilidade na América Portuguesa”; track 15 (Klepsidra). Sonata Sabará : NINGUÉM MORRA DE CIÚME. Collegium Musicum de Minas. Prod. independiente, track 5. Modinhas: MARÍLIA DE DIRCEU. Ana Maria Kiefer, Edelton Gloeden y Gisela Nogueira. Estúdio Eldorado. MODINHAS E LUNDUS DOS SÉCULOS XVIII E XIX. Manuel Morais y Segréis de Lisboa. Movieplay; track 8: “Eu nasci sem coração”; track 13: “Ganinha, minha Ganinha”; track 19: “Menina, você que tem?”. Coleção de Spix e Martius: VIAGEM PELO BRASIL. Ana Maria Kiefer, Edelton Gloeden y Gisela Nogueira. Estúdio Eldorado. Recitativo e Ária: HISTÓRIA DA MÚSICA BRASILEIRA: PERÍODO COLONIAL II. Ricardo Kanji. Estúdio Eldorado; tracks 11 y 12. Duetos concertantes: GABRIEL FERNANDES DA TRINDADE: DUETOS CONCERTANTES. Maria Ester Brandão, Koiti Watanabe. Paulus. 20 Anchieta y Manuel da Nóbrega. Tal como en Europa, la finalidad didáctica del teatro jesuítico era obvia, y los números musicales cumplieron la función de volver más atrayente el mensaje de sumisión a la iglesia y al rey. Es evidente también la filiación de este teatro a los autos ibéricos seiscientistas, en especial los de Gil Vicente, siempre intercalando enredos livianos y cómicos con danzas, canciones y romances populares. En los siglos siguientes, los modelos pasarían a ser Lope de Vega y Calderón. Son bastante numerosos los relatos sobre la representación de comedias musicalizadas en las casas acaudaladas de las ciudades, o también al aire libre, como aquellas para las cuales el pernambucano Antônio da Silva Alcântara compone la música en 1752. Es casi cierto que tales comedias – la gran mayoría escrita en español – siguiesen el modelo de la zarzuela de Antonio de Líteres y Sebastián Durón, con arias, coros y algunos recitados alternando con diálogos hablados. Durante el siglo XVII, no se tiene noticia en la colonia de la presentación de óperas en el sentido moderno del término, o sea, la puesta en escena de un enredo integralmente puesto en música. Todavía en el siglo XVIII, además del modelo de las óperas de Antônio José da Silva, con diálogos hablados y pocos números musicales, no era raro que se pusieran en escena libretos operísticos sin cualquier empleo de música, funciones que eran aún así denominadas de “óperas”. Siendo el teatro y la ópera – en sus variadas acepciones –explotados desde temprano en Brasil como instrumentos de adoctrinamiento ideológico, no tardarían en aparecer, patrocinadas por el poder público, casas específicamente destinadas a la representación de dramas, comedias y entremeses en música – las casas de ópera – con el objetivo de promover una educación cívica paralela a la educación religiosa de la Iglesia. En el transcurso del siglo XVIII, toda la villa de mayor porte, empieza a poseer, además de la Iglesia, una casa de ópera; apareciendo las dos muchas veces lado a lado. Siguiendo la marcha de poblar el interior, que persigue al descubrimiento del oro, encontramos casas de ópera en varias localidades de Minas Gerais, de Goiás y tan lejos como en Cuiabá, en el centro geográfico de América del Sur. El repertorio de las casas de ópera en el siglo XVIII y buena parte del XIX, incluía principalmente dramas de Metastasio, como Ezio in Roma e Didone abbandonata, que además de transmitir alguna lección moral, retrataba al héroe como líder firme, sabio y magnánimo, pero que usaba la disciplina cuando era necesario. Los libretos escogidos eran bastante convenientes para la finalidad propuesta, pues la platea fatalmente identificaría al héroe con el soberano portugués. Aunque el musicólogo Francisco Curt Lange haya compilado una lista impresionante de óperas representadas en Brasil durante el siglo XVIII, sólo algunas páginas de partituras sobrevivieron, imposibilitando cualquier intento de reconstrucción. Del período joanino restan de Bernardo José de Souza Queiroz la música de escena para una pieza teatral de 1813, dos entremeses y una ópera, Zaira, compuesta en Rio de Janeiro antes de 1816, además de algunos números sueltos de óperas del bahiano Damião Barbosa de Araújo. Además, mucha investigación queda por ser realizada sobre las óperas de autores europeos – Marcos Portugal y Pedro Antônio Avondano, para citar los más importantes – representadas en casas de ópera brasileñas. Alrededor de fines del siglo XVIII, debido a la escasez del oro y al final del patrocinio público, las casas de ópera desaparecen o son definidas más y más como espacios de aquellos que pueden pagar y de los que, con mucha adulación, consiguen un lugar al lado de aquellos. Ya los actores, cantores e instrumentistas siempre fueron en su mayor parte mulatos y negros, cuya instrucción habría sido provista o por los maestros de capilla locales o, de manera más informal, por los directores musicales de los regimientos militares o de las bandas de músicos de los ingenios y minas. Algunas veces, tales artistas conseguían ir mucho más allá de la casa de ópera local, como fue el caso de la cantora mulata Joaquina Maria da Conceição Alpina que se presentó con éxito en teatros portugueses. Sin colocarse en la posición subordinada de músico o actor profesional, el rico y el letrado tendrían restrictas posibilidades de demostración de sus habilidades de performance, fuesen ellas de poeta, intérprete o de compositor. Además del espacio doméstico estaba la academia, una mezcla de club literario y sociedad secreta que se difundiría en los principales centros urbanos del Brasil a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Es en el contexto de las academias ligadas a la estética árcade que surgen los nombres como los de Tomás Antônio Gonzaga (cuyas poesías fueron después musicalizadas en la serie de “modinhas” del ciclo de Marília de Dirceu) y Domingos Caldas Barbosa (cristalizador de la “modinha” brasileña), y de obras como la cantata “Herói, egrégio, douto, peregrino”, más conocida como Recitativo y Aria para José Mascarenhas, compuesta en Salvador en 1759. No sobrevivió hasta nuestros días el repertorio de música de cámara que quizás hiciese parte de las reuniones de aquellos académicos. Algunos de ellos poseían instrumentos de arco, como quedó registrado en los autos de indagación de la Inconfidencia Mineira. Además de eso, comprobando la práctica de la música de cámara europea en el interior de Brasil, está el relato de Spix y Martius, sobre un minero que intercepta a los viajantes en el interior del matorral y los invita a ir a su casa, donde con instrumentos y partituras cedidas por el anfitrión, ejecutan un cuarteto de Pleyel. ROGÉRIO BUDASZ Doctor en Musicología (Phd) por la Universidad del Sur de California, master en Musicología por la Universidade de São Paulo y profesor de la Universidade Federal do Paraná 21