Madrid, 13 de enero de 2000

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EJB-UGT
CICLO LITERA TURA Y COMPROMISO SOCIA L
INTERVENCIÓN DE FRANCISCO UMBRA L
(Madrid, 13 de enero de 2000)
A uno este binomio Literatura y compromiso siempre le ha parecido obsoleto, pues el solo hecho de
ponerse a escribir ya supone por parte de un profesional, la ele cción de una actitud ante el mundo, ante sí
mismo y ante el idioma. Escribir es confesarse, aunque hablemos de esas nubes que pasan
La escritura ideológica o lite raria supone la más fuerte ligazón del escritor con una causa o un estilo de
vida, con una idea del mundo, El tema, el desarrollo, el estilo, lo que se dice y lo que se calla. Todo eso es
compromiso. Un escritor profesional, ya digo, pacta y se compromete con el mundo en su escritura, nos
ace rca una idea de las cosas y hasta unos gustos estéticos que son de derechas o de izquierdas, liberales
o socialistas, desde las primeras líneas. A unos se les ve venir más que a otros, pero eso ya es cosa del
crítico o el historiador: verlos venir. El compromiso literario, por menos deliberado y más espontáneo,
tiene mayor autenticidad y poder de convicción que el compromiso previo. No es lo mismo ponerse a
hacer la crítica de la España renacentista -tarea de historiador, como Américo Castro- que el poner en pie,
sin casi quererlo, el Renacimiento en España, como en el Quijote, con todos sus contrastes y frustraciones.
Pero el compromiso político o social no sólo no es malo para el escritor sino que a ve ces es lo que le
constituye como tal escritor, y hay que decir estas cosas ahora que los neoliberales simpáticos –esos que
Ortega llamó <<señoritos caprichosos>>- hacen chistes muy ocurrentes y muy conservadores sobre la
lite ratura de ideas.
Así el comunista Rafael Alberti, recientemente desaparecido, e ra en su juventud un poeta fácil, ligero,
volátil, pero muy pobre de contenidos. Su conversión a una doctrina política es lo que lastra gloriosamente
su poesía posterior, y no de modo necesario la panfletaria. La poesía de Alberti es un arma que se carga
de futuro a partir de las convicciones y la actividad política y guerrera incesante de un hombre. Pablo
Ne ruda viene a España con el resplandor del Modernismo americano, entre Madrid y París se hace
surrealista y en Oriente escribe su gran libro Residencia en la Tierra. Pero Ne ruda podía haberse te rminado
ahí, dado el tono agónico de Residencia. La Guerra de España, las revoluciones de América, la vuelta a las
cosas reales, humildes, a las he rramientas y las esponjas, como en las Odas elementales, y el Canto
General, es lo que le constituye en un lírico que va pasando a la épica y en el gran poeta de América. Así
se salva del surrealismo, que no es malo en sí, pe ro estaba agotado. García Lorca no habría escrito su
Be rnarda Alba, sino un teatro andaluz como el de los Quinte ro, sin la conciencia social que le dio la
Segunda República.
¿Qué fue toda la poesía y la prosa de nuestra posguerra sino una guerra fría, con palabras calientes,
contra la dictadura, desde Historia de una escale ra a José Hierro o Blas de Otero? El poeta siempre se ha
nutrido de la Historia, y si la Historia está candente la obra saldrá más viva y quemante, fraguada en el
hie rro forjado y el hie rro colado de una batalla entre ángeles caídos.
Quiero añadir, y para mí estoy convencido, que el compromiso o la escritura de contenido político o
his tórico sin necesidad de compromiso es la médula de la mayor parte de la Lite ratura que se escribe. El
argumento burgués, que conocemos de toda la vida, no se sostendría ya sin un conflicto político, En
realidad, el conflicto político o histórico, el conflicto social es, de alguna manera, el cigüeñal de toda
novela, incluso puede que de todo ensayo y de todo libro de poesía. Por supuesto, de toda película u obra
de Teatro.
Anoche he vuelto a ve r, por razones absolutamente ajenas a este acto- Novecento de Be rtolucci, que
todos conocemos, y pensaba que Nove cento sin la gran carga histórica, social y socialista que lleva dentro
sería una película costumbrista sobre los campesinos italianos, sobre los patronos, “señoritos” o dueños,
una crónica más o menos verde sobre sus amores y amoríos, y una cosa por un lado, otra por el otro, más
algunos toques sentimentales. Lo que le da potencia y resistencia y duración a una película de unas tres
horas es, sencillamente, lo que está ocurriendo en Italia políticamente en casi todo el siglo, como bien dice
el título Nove cento. De modo que, la primacía histórica o política no es que sea una opción del escritor
para aceptar o no aceptar, es que es imposible escribir sin confesarse y sin comprometerse. Es
absolutamente imposible, y el que cree que está escribiendo al margen del bien y del mal se está
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confesando como un niño, se está descubriendo sin darse cuenta. De modo que se acabaron esos
escritores al margen, apolíticos, porque se les nota mucho todo.
La poesía social que hoy ya no se lleva nada fue un nuevo alfabeto para el poeta, porque si no llegó en
todos los nombres a ve rdaderas cimas poéticas, en cambio, sirvió para revalorizar la palabra pobre, la
palabra, justa, la palabra barata, la palabra humilde, la palabra barriobaje ra. Es decir, gracias a la poesía
social de jó de hacerse en España la poesía sólo con palabras privilegiadas todavía heredadas del
Modernismo. Es decir, y esto como todos sabemos tiene su máximo logro en América con Pablo Neruda.
La poesía social que hoy está, quizá injustamente, olvidada. Yo le dediqué un curso el año pasado en la
Universidad Menéndez Pelayo de Santander, pe ro creo que fue más bien un curso arqueológico. Y sin
embargo, gracias a la poesía social, hoy el poeta, el prosista utiliza palabras que nunca se habían valorado
estéticamente.
Hace muchísimos años, la primera vez que visité a Jorge Guillén me dijo: “ Mire usted, en estos días tengo
un problema muy grave y es que estoy escribiendo un poema a un nieto que he tenido, y no me gusta
nada la palabra nieto. Me parece muy vulgar, muy doméstica y me resisto a escribir nieto”. Entonces, así
estaban las cosas en la Generación del 27 hacia los años cincuenta. Todavía Guillén le parecía que nieto
era una palabra degradante y poco poética. La revolución contra este elitismo la hizo, sin duda, la poesía
social, aunque hoy esté olvidada, pero no olvidados, desde luego, sus principales nombres, alguno de los
cuales está aquí presente en este acto.
Entre las palabras bellas y las palabras reales no es que el escritor tenga que optar, como he dicho antes,
por unas o por otras. Lo que ocurre es que, el mero he cho de ponerse a escribir supone ya un
compromiso. Y si uno decide que sólo se puede hacer el lenguaje de lo bello, de lo exquisito, porque hay
militantes de izquierda en unos y otros partidos que a la hora de hacer poesía consideran que [FIN DE
CINTA]. Es de cir, padecen una esquizofrenia literaria. No han llegado a fundir su vida con su obra. Pero, si
miramos hacia atrás, en el pasado toda gran obra lite raria ha sido política. Todas las mitologías que hemos
aprendido y estudiado desde Homero hacia delante y hacia atrás nos están contando historias que, bien
leídas, son historias políticas. Nos están contando la política de los dioses, que no es más que una
proyección de la política de los hombres, naturalmente.
Un ejemplo máximo que se me ocurre de cómo el compromiso, no el compromiso, la palabra no acaba de
ser satisfactoria, de cómo la vividura literaria de la política enriquece, potencia al le ctor, es el caso de
Víctor Hugo, máximo representante del Romanticismo francés, del buen escribir y de la palabra bella: sus
Orientales. De ja una escuela que llega por lo menos hasta Baudelaire y, sin embargo, cuando Víctor Hugo
todavía hoy, hace muy pocos años en Europa y en Madrid, llega absolutamente al pueblo y al público es
cuando su gran novela Los miserables se escenifica y se pone en un Teatro de Madrid. Todo aquella
bambalina rimada de Víctor Hugo cobra una fuerza, una verdad, una potencia, un empuje, una cohesión
narrativa tanto en la novela como en un simple musical. Llega a tener tanta emoción que, me parece a mí,
en uno de los máximos representantes de un romanticismo puro y exento, llega a ser revelador de cómo,
queramos o no, si nuestra obra ha de tener, como decía al principio, un cigüeñal sólido y una eficacia,
necesita un trasfondo o una evidencia política. El don apacible no se concibe sin una profunda convicción
política. Quiero decir con esto, huyendo absolutamente de la literatura panfletaria o propagandística que,
aquel hombre que no parte de unos supuestos sólidos, y estos supuestos sólidos no se los puede dar la
re ligión, que sólo se los puede dar la propia sociedad, la ideología, la concepción de mundo, tampoco la
Filosofía pura, sino, digamos, por decirlo de alguna forma, la Filosofía mecanicista de Marx, etc., si un
escritor no parte de esos supuestos firmes, nunca podrá hace r una obra sólida, una obra que se sostenga.
De modo que, Lite ratura y compromiso ¿es una opción, es un capricho, es una opción oportunista? No, es
algo inevitable. El he cho de ponerse a escribir ya nos está comprometiendo. Como he dicho antes, escribir
es confesarse. Yo no creo que ni Alfonso Guerra, que tiene mucho de escritor, ni Santiago Carrillo que
también lo tiene, ni Félix Grande que es un escritor absoluto y total hayan prescindido nunca, hayan
pensado prescindir, ni puedan redactar una sola línea que no vaya, por decirlo con la frase de Celaya,
“cargada de futuro”. Es de cir, cargada de activismo político. Muchas gracias.
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