PDF (Capítulo XXI a XXX)

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REMINISCENCIAS
89
XXI
Don
Antonio
literarios
Miralla.~SIl
misterioso
su estro poético.~8u
y
origen.--Slls
matrimonio.~Su
conocimientos
fin.
Quiso la suerte que otro, que no le iba en zaga,
abriera un curso de lengua francesa en San Bartolomé, al que concurrí. Este fue el señor don Antonio
~firalla.
Nunca se ha sabido a punto fijo si este sujeto
apreciabilísimo era espaiiol, cubano, mejicano o de
Buenos Aires. Ese era su secreto. Que había hecho
buenos estudios, nadie podía negarlo, porque hablaba con mucha propiedad el inglés, el francés y
el italiano. Que entendía el latín, era indisputable,
porque citaba de memoria, y con asombrosa facilidad, los clásicos latinos. Sabía las matemáticas,
la jurisprudencia y hasta la teología y los cánones,
como lo probó en una gran conferencia pública a
que lo invitó el señol' 'doctor don Francisco Margallo y Duquesne, de grata memoria, para demostrar
el daño que causa a los fieles cristianos la lectura
de la Biblia en lenguas vulgares. Los que concurrieron a quella conferencia aseguraban que Mirana había sostenido la tesis contraria con mucha
erudición y elocuencia.
Tendría Miralla de veintiocho a treinta años
cuando lo conocí. Era bien parecido, su color trigueño, su cabeza poblada de negros y enrizados
cabellos, su mirada luminosa, su dentadura limpia
como la plata cincelada. Usaba siempre sombrero
ele pelo, corbata blanca, levita de paño color de
pasa, muy bien cortada y abotonada hasta el cue6
flO
.JUAN
FRANCISCO
ORTIZ
110,pantalón negro, botas, guantes y estoque. Sus
movimientos eran airosos y desembarazados.
A nadie he oído pronunciar la lengua castellana
con tánta pureza y correción. Nunca confundía la
b con la v, ni la z con la s. Su acento era claro y
sonoro, y tenía una imaginación tan rica y tan felices ocurrencias, que se quedaba uno lelo, embobado, oyéndole hablar. Improvisaba en el metro
que se quisiese y sobre el tema que se le indicara,
con asonante y consonante, en endecasílabos o en
versos de arte menor, con pie libre o forzado, en
décimas, en letrillas, en octavas; para él era indiferente. j Era un prodigio! Y los que tenían el gusto
de oírle una vez, querían oírle siempre. Era el
Adonis de las damas, el embeleso de las tertulias:
era un cumplido caballero que se hacía querer por
sus modales y por su chispa.
Cuentan que habiendo salido de paseo con varios
amigos, entraron al cementerio de Bogotá, y une>
de ellos reparó que, en una calavera abandonada
encima de nna tumba, había brotado una amapola
que se mecía con el viento de la tarde, y mostrándosela a Miralla le pidió unos versos, y qne él im·
provisó éstos:
Bella flor: cuando nr.ciste
j oh qué triste fue tu suerte.
que al primer pa so que diste
te encontraste con la muerte!
Arrancarte es cosa tristp,
no llevarte ps lance fuerte,
dejarte donde naciste
es dejarto con la muerte.
Miralla se casó en Bogotá con la señorita Elvira Zuleta, de la que tuvo una hija.
REMINISCENCIAS
!H
El general Santander
le nombró jefe de sección
de la secretaría
de relaciones
exteriores,
oficina
recargada
de trabajo
en los tiempos de la gran
República de Colombia. El sueldo asignado a aquella plaza era de sesenta y seis pesos cinco reales
y cuartillo. Entonces no eorrían los fuertes. Miralla, aburrido de su miseria, presentó un día su renuncia,
exponiendo
que en Colombia le habían
avaluado
en sesenta y seis pesos, y que él tenía
conciencia dE' valer algo más. Conservo entre mis
papeles un borrador
autógrafo
de esta curiosa renunCIa.
A pocos días de haber hecho Miralla dimisión
de su empleo, se puso en vía para Cartagena,
de
donde se embarcó para México.
Dicen unos que murió en Puebla
de los Angeles; aseguran
otros haberle visto de capellán en
un buque español, y otros afirman haber conversauo con él en la Opera Italiana, en Londres. Sea de
esto lo que fuere, resulta, en resumen, que son dos
misterios:
el de su nacimiento
y el de su desaparición. Fue íntimo amigo de Luis Vargas Tejada,
que lloró su muerte en el magnífico epiceyo reproducido en La Guirnalda. Por lo que a mí toca debo
decir que me enseñó la pronunciación
francesa
y
me distinguió
siempre con su cariño.
Miralla, hcmbre que descollaba
por su mérito,
por su genio, por su instrucción,
tuvo que sufrir
los tiros alevosos de la envidia. Viven algunos de
los que escribieron
unos papeluchos
inmundos con
el título de El Noticioso, El N oticiosita y El N aticiosote, que se ensañaban
contra él y trataron
de
envilecerlo. Esns mismas plumas se cebaron en la
reputación médica del doctor Broc, afirmando
que
.JFAK
PRANCISOO ORTIZ
era un curandero, un empírico, un hambriento; y
ya sabemos que aquel afamado profesor ha llegado
a ser presidente de la Academia de Ciencias de
París. Lo mismo despedazaron y aburrieron otros
al señor Antonio .T osé Irisarri y a cuantos han sobresalido en alguna línea.
93
REMINISCENCIAS
XXII
El bachillerato
de San Bartolomé.--I,a
Estudio
de las le)'es.-EI
can6nigo
Plata.-La
resunta del fin de ano.
ceremonia
doctor
para
conferirlo.
Pablo
Francisco
Terminado el curso, tratóse de que recibiéramos
el grado de bachilleres en filosofía; pero siendo
muchos los alumnos, se dispuso acertadamente que
se nos confiriese a tollos a una misma hora. Esto
facilitaba la operación.
Cierta noche (no recuerdo la fecha) nos presentamos todos los recipiendarios vestidos de hopa y
beca en la sala de la universidad: un estudiante
ocupó la tribuna y echó un discursejo en latín que
nadie entendió; el padre rector tocó la campanilla,
y todos nos arrodillamos ante un crucifijo que había
sobre una mesa. Los padres empezaron a rezar en
latín, en alta voz, para que repitiéramos cierta cosa
que después supe que era la profesión de fe católica, y la promesa de sostener se'mper et ubique las
doctrinas del sol de las escuelas, del angélico doctor Santo Tomás de Aquino. Así que acabamos de
rezar el Credo y otras oraciones, el padre rector
se puso en pie, nos echó la bendición y nos roció
agua bendita con el hisopo; y hétenos aquí hechos
bachilleres como quien bautiza negros.
Un jovencito que escribía regularmente, que
sabía cuatro palotes de latinidad, que había cursado bien o mal lo que llamaban matemáticas y física, tenía abierta la senda para abrazar el estudio
de las leyes, de la teología o de la medicina. Yo
prefería este último como más positivo; pero mí
padre se opuso, ;" sólo por obedecerle, por darle
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.JUANl!'RANCISCO
ORTIZ
gusto, aunque con la mayor repugnancia, tomé en
mis manos Las Instituciones del emperador J ustiniano, y las Definiciones del eujacio.
El ya citado doctor Pablo ]'rancisco Plata, que
ocupaba una silla en el coro metropolitano, fue
mi catedrático. Mi padre me refirió que el doctor
Plata llevaba dieciocho años de enseñar derecho
civil romano. En todo el año no salimos de los dos
títulos De justitia et jure y De rerum divisione et
de acquirendo earum dominio. Entre tanto adelanté
mucho en el latín y en el francés, y empecé a tomarle cierto saborcejo a la lengua y literatura españolas, a las cuales he sido desde entonces muy
aficionado.
Al fin del año la clase debía presentar examen,
y el doctor Plata, por distinguirme, me encargó la
resunta. Pasé a su casa a que me la dictara, como
me lo había prevenido; pero se gastó el tiempo
hablándome de las propiedades que tenía en el Socorro. Mandó que me trajeran de refrescar y
me despedí sin haber escrito una línea. Al otro
día sucedió lo mismo, y lo mismo en los siguientes. El dulce de durazno exquisito, soberbio, y
la resunta sin empezar. Al cabo de una semana
díjome una tarde, después de rcírescar, se entiende: no tengo tiempo para dictar nada, escriba usted lo que pueda, que yo lo corregiré. A la tarde
siguiente me presenté con dos pliegos de manuscrito puestos en limpio, y en una letra tan clara que
podía leerla un ciego. :EJlbuen canónigo se caló los
anteojos, se acercó a una ventalla, y empezó a leer.
De cuando en cuando se detenía para exclamar:
IHum, muy bien! ISí, mi señor! i Esta era la idea 1
En suma, mi ensayo le pareció bien, y me mandó
HEMINISCENCIAS
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que lo recomendara a la memoria, y volviera dentro
de tres días para enseñarme la recitación.
La sala del canónigo estaba llena de prebendados y dignidades, cuando llegué a que me ensayara la resunta. La recité con desembarazo, y dijeron todos, sin duda para animarme, que estaba
magnífica. El canónigo Guerra me hizo correcciones muy juiciosas, y desde aquella tarde trabámos
una buena amistad que dura aun después de su
muerte, "porque la muerte no rompe los lazos que
unieron entre sí a los vivos, antes bien, los estrecha
de un modo indisoluble", como dice don Manuel
J osé Quintana.
96
JUAN
FRANCISCO
ORTIZ
XXIII
Quién era el canónigo Guerra
dimiento ejemplar.
de ~Iier.-Sn
oratoria.-Su
despren-
El señor doctor don Francisco Javier Guerra
de Miel' había nacido en Ciídiz el i3 de diciembre de
1779; fue educado en España en la ciudad de Valencia. Hablaba su lengua con la pureza de un castellano que había hecho de ella especial estudio;
como profesor de humanidades y de lengua latina,
era versadísimo
en los dásieos, y sin disputa ha
sido uno de los mejores oradores que hemos oído
en Bogotá. Su dieción, verdaderamente
española,
y su elocuente reeitación
han tenido imitadores,
pero no rivales. Cuando predicaba el virtuoso :l\1.argallo, que murió en opinión (le santo, era como un
río que desbordaba salido de madre, inundando las
riberas; cuando peroraba el ilustre .Mosquera, eminente confesor de la fe, era como una nube cargada
del rayo que se rasgara ele repente sobre el auditorio, derrmnando
eopicsos raudales; y el canónigo
Guerra en sus discursos era como una corriénte
que, bajando con fragor de la montaña, deleita los
ojos porque en su fondo se ven retratados
el cielo
sereno y las frondosEts arboledas. El canónigo Guerra era hombre de sociedad.
Su eonversación era ElUY allimada y salpicada
siempre de anécdotas divertidas:
improvisaba con
facilidad en décimas de pie forzado; no quiso imprimir jamás sus sermones. Decía que nadie podría leerlos como él los predicaba. Tenía tan feliz
merrwria y tan ejercitada, que en 1832, hallándonos
en una, fipsta (OnSomonc1O('o, llegó el día en que
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le tocaba predicar, y no sabiendo el sermón que había escrito en días anteriores, le dio una o dos repasadas, subió al púlpito y lo recitó sin variar ni
nna palabra. Yo leía el manuscrito en la sacristía
en tanto que él predicaba. El canónigo era desprendido, generoso, fiel a la amistad. Solía decirme:
-j Juanillo, con tal de que el dinero me alcance
hasta las vísperas de morir, lo demás no importa;
los canónigos tienen obligación de hacerme un buen
entierro.
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JUAN FRANCISCO ORTIZ
XXIV
Traduciendo a Virgilio.-El
brasilero Saldalma.-Su
vida de aventuras y su triste fin.-El
primer trabajo poético del autor:
La Virgen del Sol.
En tanto que hacía el curso de leyes, seguía
aplicadísimo traduciendo el Virgilio, y quiso mi
buena suerte que viniera a la república un brasilero, nacido en Pernambuco, llamado José de la N11tividad Saldahna, con quien contraje amistad. Este
sujeto, que había sufrido los horrores del infortunio, se hallaba muy pobre, y se mantenía dando
lecciones en casas particulares. La que más frecuentaba era la nuéstra, en donde comía muchas
veces; y rec:ibía de mi padre algunos socorros en
ropa y en dinero. Saldahna era joven, de unos treinta y cinco años a lo sumo, y había hecho buenos
estudios en la Universidad de Riojaneiro. Allí entró en una conspiración contra el emperador del
Brasil, y escapando milagrosamente de las persecuciones de la justicia, se fue a Londres, de allí
pasó a París y luégo a La Habana; después vino a
Caracas y de allí a Bogotá, donde nos conocimos.
Su vida parecía una novela. Había sufrido un gran
terremoto en Pernambuco y un naufragio enfrente
de Plymouth; había peleado en el campo de batalla y en combates particulares, había agonizado ~n
un hospital de Londres, se había visto rico alguFa
vez y muchas sin tener un bocado de pan que llevar
a la boca; estuvo preso en Caracas, lo reclutaron
para el ejército y atravesó a pie la cordillera de
los Andes. Tratando de sus aventuras, le pregunté
un día cuál era el mayor de los trabajos que había
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pasado en su vida, y me contestó que el naufragio.
En efecto, se vio a punto de perecer enfrente de
las co¡,;tasde Inglaterra, luchando dos días con las
ondas enfurecidas, desnudo y con una tabla amarrada a la cintura, para cuando llegara el momento' supremo de sumergirse la embarcación.
rrodavía no se habían inventado los taburetes
de ccrcho, ni las fajas de naufragio que a tántos
han salvado la vida. Era Saldalma muy moreno, de
regular estatura, bien proporcionado y fornido; tenía los dientes muy afilados, y mezclaba palabras
portuguesas y francesas en su lenguaje. Era literato, y hacía versos con facilidad. Para dar una
muestra de su vena poética, copiaré aquí uno de SU!)
sonetos, traducido del portugués al castellano; y advierto que, siendo tan parecida la una lengua a la
otra, son muy pocas las palabras que he sustituído
a las del original.
MI SUERTE
Cuando pienso que el hado rigoroso
de tánto perseguirme
ya se cansa,
cuando pienso que súbita bonanza
sucede al huracán tempestUoso;
en nuevo abismo, en caos tenebroso
va a naufragar
mi débil esperanza,
contra sirtes navífragas
se lanza
y el mar devora mi bajl'l medroso,
~Qué más puedo
esperar ~ Cual leve pino,
por la fuerte corriente arrebatado,
de roca en roca, en l'audo torbellino,
de desgracia
l'n dl'sgracia
despeñado,
seguiré los caprichos del destino
hasta ser como él despedazado.
JUAN
100
FRANCISCO ORTIZ
El corazón de Saldahna le pronosticaba
su triste fin. Una noche de lluvia, al pasar el caño que
<jaba frente a las enfermerías
del hospital de San
Juan de Dios, cayó y debió de privarlo de sentido
el golpe que recibiría, porque no pudo sacar la cabeza de entre las aguas, y se ahogó allí, en una pequeña zanja, el que se había librado de las olas soberbias del canal de la Mancha.
j Pobre Saldahna!
Hasta cierto punto pudieran
aplicársele aquellos versos en que el cantor de Os
Luciadas pinta sus desgracias:
A fortuna me traz peregrinando
novas trabalhos
vendo, e novas danos.
Agora
con pobreza
aborrecida
por hospicios alheios degradado,
agora da esperanca já adqurida
de novo mais que nunca derribado;
agora ás costas escapando
a vida.
Con Saldahna repasé las églogas, las geórgicas
y toda la Eneida, auxiliado de buenos comentarios
y de la traducción de Guillén de Viedma, y me puse
en estado de entender
regularmente
a Virgilio:
después he continuado
estudiándolo
solo, y otro
tanto he hecho con las obras de Horacio.
Por aquel tiempo compuse el monólogo de La
Yirgen del Solo la Sacerdotisa peruana, que tiene
una cancioncilla de prólogo y otra de final, y fue
representado
en las comedias que solían dar loE.
colegiales de San Bartolomé, por mi hermano José
.J oaquín, de catorce años de edad, y que era muy
bien parecido. La señorita doña Bernardina
Ibáñez, que se llevaba ~ntre muchas la palma de la
hermosura,
se encargó de vestir a la sacerdotisa
REMINISCENCIAS
101
y la vistió lujosamente. Compuso la música de los
coros el señor Valentín Franco; y si el escenario
no hubiera sido tan malo, la obra habría producido mucho más efecto. Sin embargo, fue muy aplaudida, y yo quedé contento por entonces; después
he visto que merecía entregarse a las llamas, por
lo cual no lo inserto entre mis versos.
JUAN FRANCISCO ORTIZ
102
xxv
regresa del Perú a Bogotá.-La
Constitución bolicelos y la rivdidad
de Santander
con Bolívar.
Los amigos de Santander
empeñan campaña contra el Lilv~rtador.-La
obra de Bolívar y la ingratitud
de sus conciudadanos.-La
conjuración del 25 de septiembre.-ReIato
del asal-
El Libertador
viana.-Los
to por doña Manuela Sáenz.-Retrato
de la Libcrtadora.-SuB
últimos días en Paita.-La
inscripción conmemorativa en el
palacio de San Carlos.
N O quiero continuar etapa por etapa la marcha
de mis estudios, que sería escribir unas hojas de
cansada lectura para el que haya tenido paciencia
de seguirme hasta aquí. Voy a presentarle ahora
un cuadro nuevo.
El Libertador, que había ido al Perú a romper
las cadenas de los hijos del sol, había vuelto a Bogotá, coronado de laureles, en medio de una parte
de sus legiones vencedoras; la otra había quedado
blanqueando con sus huesos los campos de JunÚl
y de Ayacucho, después de los tremendos combates
que se libraron contra 22.000 españoles que doc
minaban aquellas opulentas regiones. El congreso peruano regaló al Libertador 1.000.000 de pesos para que los repartiera entre sus conmilitones, y ctro para su persona; millón que no quiso
aceptar sino después de repetidas instancias, y con
la condición de que se le permitiría regalarlo a la
ciudad de Caracas, donde vieron sus ojos la primera luz. j Tánto era su desprendimiento!
Bolivia, creada por el Libertador, le había pedido una constitución, y él le dio la Constitución
boliviana, en la cual, conservándose las más apetecibles g:trantías, se creaba un senado vitalicio, pues
Bolívar había penetrado con su talento perspicaz
REMINISCENCIAS
lOS
que era convenientísimo reducir, cuanto fuera dable, las aspiraciones de los ciudadanos a vivir de
los empleos públicos, que en la América española
son la manzana de la discordia y la causa eficiente
de las constantes revoluciones que la agitan.
Ofuscado Santander con los resplandores de la
gloria de Bolívar, y habituado a ser el primero en
el mando de Colcmbia, era muy natural que quisiera deshacerse del caudillo que le hacía sombra,
y que tuvo la imprudencia de decir en Lima "que
iría a Bogotá a tomar cuentas de la inversión de
los treinta millones del empréstito".
Desde entonces el Padre de la Patria fue un
tirano.
Los escritores, amigos íntimos y criaturas del
general Santander, emprendieron la ingrata labor
de desacreditar, por todos los medios posibles, al
magnánimo guerrero que había ofrendado en aras
de la democracia sus títulos de nobleza, sus caudales, su sangre y los floridos años de su juventud,
lidiando como un valiente en tántas batallas, recorriendo cinco repúblicas de uno a otro extremo,
y lanzando con su espada más allá de los mares a
los españoles que se habían enseñoreado del país,
sin que lo arredrara la falta de recursos ni los obstáculos que oponía el fragoso terreno de la cordillera, ni la intemperie de las estaciones. Con soldados casi desnudos, sin zapatos, atravesando por
selvas sin camino, sin buenas armas, sin dinero, él
venció a los vencedores de Napoleón. Cuando uno
compara los escritos de Bolívar con los de Washington, reconoce la distancia inmensa que separa
el genio de esos dos insignes guerreros americanos; y cuando se piensa detenidamente en las ope-
104
JUAN
FRANCISCO ORTIZ
raciones militares y en las al parecer insuperables
dificultades que rodearon al héroe de Colombia, no
puede úno menos de alabar su patriotismo,
su nobleza, su valor y su constancia.
Perdidas Venezuela y la Nueva Granada, Bolívar se atrevió a pensar en expulsar a sus tiranos; y bajo los auspicios del magnánimo presidente Petión, formó en la isla de Haití una expedici'Jll
de 300 hombres, comparables en valor, en patriotismo y en virtud a los compañeros de Leonid:ls,
y decía:
"Trescientos
patriotas
v.inieron a destruü~
15.000 tiranos eurcpeos, y lo han conseguido." (Angostura, 22 de octubre de 1818).
y cuatro años después exclamaba:
"Desde las riberas del Orinoco hasta los Andes
del Perú, el ejército libertador, marchando en triunfo, ha cubierto con sus armas protectoras
toda la
extensión
de Colombia."
(Paste, 8 de junio de
1822.)
y para manifestar
a los peruanos cuáles eran
sus ideas, escribía en Trujillo:
"El campo de batalla que sea testigo del valor
de nuestros soldados y del triunfo de la libertad.
Ese campo afortunado
me verá arrojar
lejos de
mí la palma de la dictadura, y de allí me volveré
a Colombia sin tomar ni un grano de arena del
Perú, y dejándoos la libertad."
(11 de marzo de
]824.)
y bCu5.l era el premio a que aspiraba ese guerrero extraordinario?
"Nacido ciudadano de Caracas, mi mayor ambición será conservar este precioso título: una vida
privada entre vosotros será mi delicia, mi gloria y
REMINISCENCIAS
105
la venganza que espero tomar de mIS enemigos."
(Caracas, 4 de julio de 1824.)
Bolívar, vencedor de los españoles en "Cúcuta,
Niquitao, r]\naquillo, Bárbula, Las Trincheras, San
Mateo, La Victoria, Carabobo, Chire, Yagual, Mucm'itas, Calabozo, Las Queseras, Cartagena, Maracaibo, Puerto Cabello, Bomboná, Pichincha, Junín
"j' Ayacucho"
(proclama de Puerto Cabello, 3 de
enero de 1827), decía a los colombianos:
"Veinte años há que os sirvo en calidad de soldado y de magistrado, y en este largo período hemos conquistado la patria, libertado tres repúblicas, conjurado muchas guerras civiles, y devuelto
cuatro veces al pueblo su omnipotencia reuniendo
cuatro congresos constituyentes, y he sido víctima
de sosper1Jas ignominiosas, sin que haya podido defenderme la pureza de mis principios," (Bogotá,
:W de enero de 1830.)
Con amargura escribía a uno de sus amigos de
Caracas: "Estoy decidido a salir de Colombia, sea
lo que fuere en adelante. También est6Y decidido a
no volver mús, ni a servir otra vez a mis ingratos
compatriotas" (Guac1uas, 11 de mayo de 1830.)
Y siete días antes de expirar en Santa Marta, en
una hacienda del señor tT oaquín Mier, llamada San
Pedro Alejandr'ino, exclamaba: "Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la
unión, yo bajaré tranquilo al sepulero!" (10 de diciembre de 1830).
Pero él hacía sombra; él venía entonces a tomar
cuentas de la inversión de los millones .. , ¡Luego
era un tirano!
Tramóse para quitarle la vida una conjuración;
pero descubierta una parte del plan, en la mañana
106
JUAN
FRANCISCO
ORTIZ
del 24 de septiembre, por la imprudencia de Triana,
uno de los conjurados, y viéndose todos ellos perdidos, determinaron llevarla a cabo aquella misma
noche.
Se reunieron al efecto a las diez en casa de
Luis Vargas Tejada. El poeta, exaltado por las pasiones políticas, les arengó cen toda la viveza de su
imaginación, y los conjurados salieron distribuídos
en varias partidas; éstos a consumar el horrendo
parricidio en la casa de gobierno; aquéllos a sorprender el cuartel del batallón Vargas, fuerte de
cuatrocientas plazas; y otros a sacar de su prisión
al general Padilla, el vencedor en la barra de Maracaibo, para que se pusiera al frente de la revolución. Las partidas debían arremeter a un tiempo,
cuando oyeran la campanada de las doce en el reloj
de la torre de la catedral.
Pocas noches habrán lucido tan claras y sorenas
sobre la Sabana de Bogotá como la del 24 al 25 de
septiembre de 1828. La luna estaba en la mitad de
su carrera cuando rompió el silencio que reinaba en
la ciudad dormida la campanada de las doce.
Venciendo muchas dificultades penetraron en
la prisión de Padilla los encargados de ponerle en
libertad; y aquel hombre valeroso en otras ocasiones, se acobardó entonces, tembló delante de la
enormidad del crimen que iba a cometer, y no quiso
dirigir el movimiento. Cuando le sacaron a la calle
se oía un vivo fuogo do fusilería en varios puntos
de la ciudad, y unos cuarenta artilleros llegaban
con una pieza a situarse frente a frente del euartol
de Vargas. IJa puerta estaba cerrada y los soldados del batallón la defendían haciendo fuego por
las ventanas. Ya habían muerto algunos de er¡¡os
RJJMINISCENúJ.AS
107
artillercs, la mechase había apagado, y un valiente
oficial dio fuego al cañón con el cigarro 'lue venía
fumando. Partió el tiro, pero no dio en la puerta.
Los soldados de Vargas redoblaron sus fuegos y el
pelotón de conspiradores, que trataba de l'lmper
la puerta del cuartel y echarse sobre el armamento,
tuvo que regresar a la plaza mayor con pérdida
de muchos hombres.
Los encargados de asaltar el palacio, custodiado por una guardia de cincuenta veteranos, esperaron, en profundo silencio, en la plazuela de San
Carlos, a que el reloj de la catedral diera la hora.
Al resonar la campanada botaron las capas y partieron a la carrera, con los puñales desenvainados
y las pistolas amarilladas; apuñalaren al centinela de la puerta y a los que guardaban la escalera;
entraron a los salones y empezaron a buscar por
todas partes a Bolívar; pero el Libertador no pareció. Hallaron únicamente en el salón principal
una joven hermosísima, a la que pretendieron intimidar encarándole las pistolas, en tanto que ella,
varonil en extremo, persistió afirmando que no
sabía dónde se hallaba el Libertador.
Este, al oír el ruido de las armas, entró a un
gabinete, se asomó a la ventana más baja que da
a la calle del Coliseo, y advirtiendo que no había
gente en la esquina, se descolgó por una sábana;
corrió calle arriba, cruzó a la derecha y se ocultó
debajo del puente del Carmen. Afortunadamente,
después de algunas horas, pasó un piquete de caballería gritando: Iviva el Libertador! Bolívar
conoció la voz de Espina, hoy general, y se incorporó a la partida. Bajó en seguida a la plaza mayor,
donde fue saludado, con vivas repetidos, por sus
\.
108
JUAN FRANCISCOQRTIZ
amigos y por la guarnición que se había concentrado en aquel punto, con excepción de los pelotones
que perseguían a los conjurados.
Todos estos pormenores los recogí poco después
del suceso, de boca de doña Manuela Sáenz, que era
la joven que se hallaba en los salones de palacio la
noche del 25 de septiembre, y me los han referido
también algunos de los actores del drama de que
acabo de hacer reminiscencia. Tenía doña Manuela
unos veinticinco años; el cabello negro, ensortijado,
los ojos negros también, expresivos, atrevidos, brillántes; tez blanca como la leche y encarnada como
la rosa, la dentadura bellísima; era de regular estatura, de muy buenas carnes, de extremada viveza,
generosa con sus amigos, caritativa con los pobres,
valerosa, sabía manejar la espada y la pistola, montaba lllUY bien a caballo vestida de hombre, con
pantalón rojo, ruana negra de terciopelo y suelta la
cabellera, cuyos rizos se desataban por sus espalo
das, debajo de un sombrerillo con plumas que hacía
resaltar su figura encantadora: era bella t;omo 010rinda, guerrera como Herminia y hechicera como
Armida. En Bogotá la llamaban la Libertadora, y
al hacer justicia a su beldad y buenas cualidades,
estoy muy lejos de aprobar redondamente su conducta. Murió doña Manuela en Paita. en 1856. El
padre Fernández, jesuíta que la habí~ tratado íntimamente en aquella ciudad, me refería que casi
no podía moverse de la hamaca por lo muy garua
que se había puesto, que las bellas facciones de su
rostro no se habían alterado y conservaba sus her·
masas colores; que su manía perdurable era hacer
regalos a sus amigos y acariciar una docena de perrillos que la rodeaban siempre, a los cuales había
REMINISOENCIAS
109
puesto nombres de generales del tiempo de Colombia: que uno se llamaba Cedeño,. otro, Santander,. éste, Piar,. aquél, Urdaneta,. el de más allá,
Páez,. ese otro, Córdoba, etc.
Uno de los conjurados declaró que Santander
había tenido noticia de la conspiración, y que había
aconsejado que se suspl?ndiera el golpe hasta que
él estuviera en los Estados Unidos, para donde
seguía como encargado de negocios. El prototipo
de los liberales recibió destino del dictador en 1828,
como lo recibió Herrán de su suegro, dictador en
1862.
J1Jnla ventana por donde se escapó el general
Bolívar pusieron una gran lápida de mármol cou
esta inscripción:
SIRTE PARUM:PER, SPEC'fATOR, GRADUM,
SI VAOAS MIRA TURUS
VIA.M SALUTIS QUA SESID LIBERAVIT
P ATRIAE LIBERATOR
SIMON
BOLIVAR
xxv sept. XDCCCXXVIII
t Quién mandaría quitar aquella lápida? Lo ignoro; pero la quitaron durante la administración
del general Santander.
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JUAN
FRANCISCO
ORTIZ
XXVI
Suspensión del curso del Derecho Canónico.-EI Libertador suprime la enseñanza de Bentham.-Don Rafael María Baralt es·
tudiante en Bogotá.-Su carrera y su muerte.-Humilde con·
fesión de un arrepentido.
Por la ocurrencia de la conspiración se suspendió el curso de Derecho Canónico que seguía yo
con otros alumnos, oyendo las lecciones del señor
doctor Juan de la Cruz Gómez Plata, quien fue
reducido entonces a prisión por sospechoso y que
murió de obispo de Antioquia. El Libertador suprimió la clase de legislación, en que se daban lecciones por la obra de Jeremías Bentham, sustituyéndola con una en que se enseñaban los principios
de la religión católica, a la que concurrí, regentada
por' el señor doctor Juan Fernández de Sotomayor,
elevado también a la dignidad episcopal, y que falleció en su diócesis de Cartagena. Los pensamientos teológicos de Tarnín nos sirvieron de texto.
Entre los asistentes a la clase regentada por el
doctor Sotomayor hubo uno muy notable, y no debí
poner entre los asistentes, pues era un mozalbete
despilfarrado que concurría cuando se le antojaba,
es decir, uno o dos días por semana, que los otros
los gastaba en picos pardos, en comer frutas en el
mercado o en vagar por las calles de la ciudad. Tendría entonces veintiuno o veintidós años, cuando
más. Hablaba el francés con alguna soltura y me
forzaba a patullarlo con él. Me quería mucho, le
gustaban mis versos, y a mí me agradaban su trato
franco y su animada conversación. Estaba encantado con la Ilíada, de Homero, que leía constante-
REMINISOENCIA8
)11
mente; hablaba a cada paso de sus héroes y de sus
combates, y recuerdo que me prestó un ejemplar
de la traducción de Bitauvé para que la leyera.
Andaba siempre roto y desgarrado, y no por falta
de buena ropa, sino porque cuidaba muy poco de
sus vestidos. Sabía la crónica de la ciudad, era
infalible en la barra del congreso, describía con
exaltación el mar y el lago de Maracaibo, suspirando tristemente por el día de regresar a su país
nativo. No me acuerdo de su cara, pero sí de sus
travesuras y pícaras ocurrencias, que llegaron a
tal punto, que de la noche a la mañana supimos
que su tío, respetable sujeto, presidente del senado
de Colombia, lo hizo montar en una mula, y escoltado por un asistente, lo mandó para su tierra. Ese
joven era el célebre Rafael María BaraIt.
Pasados algunos años oí hablar de él, primeramente cuando fue en la comisión encargada de medir el delta del Orinoco; leí después con asombro la
Historia de la revolución de Venezuela, escrita por
él en asocio del señor Díaz; supe luégo que el gobierno de su patria lo había enviado de ministro a
la corte de España; vi más tarde su Oda a la reina
doña Isabel II, y, por último, he admirado su Diccionario de los galicismos, obra importantísima
para los que estudiamos la lengua castellana. La
Academia Española, haciendo justicia a su mérito,
le abrió sus puertas, y la reina le confirió el empleo
de director de la imprenta real; pues aburrido de
los disturbios de América, fijó BaraIt su residencia
en Madrid, donde falleció el año de 59, generalmente apreciado por su talento y por su vasta instrucción.
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JUAN
FRANCISCO
ORTIZ
Después de bien arrepentido voy a hacer aquí
una humilde confesión: como uno de tántos jóvenes
engañados por lo que se decía contra Bolívar, fui
uno de sus enemigos políticos. Entonces no veía en
el grande hombre sino un odioso tirano, y en cada
uno de los fusilados por la conspiración de septiembre un mártir de la libertad. Más tarde compuse en verso La corona de humo, escrito que mereció muchos aplausos y reprodujeron en El N evgranadino, en 1853, los enemigos de Bolívar, para
darme en rostro. Respondí entonces a mis adversarios, haciendo la misma confesión de mi culpa.
La edad, el estudio de la época y de nuestros hombres públicos, han venido posteriormente a rectificar mis opiniones, y ahora estoy convencido de
que Bolívar fue un buen patriota y el primer hombre de la América del sur. En la balanza en que la
'justa posteridad pese un día sus talentos, su valor
y sus servicios, cuán poco pesarán sus defectos,
hijos de la debilidad humana.
REMINISCENCIAS
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XXVII
Examen de derecho civil,--Entrada a un empleo de la secretaría de
relaciones exteriores.-EI grado de licenciado y doctor en jurisprudencia.
Volviendo a la pesada relación de mis estudios,
ailado que presenté examen de derecho civil, y obtuve el primer premio, en competencia con jóvenes
tales como .Mariano Ospina, ex-presidente de la
confederación; Aquilino Alvarez, José Vicente Martínez y otros varios. Cursé segundo año de derecho
civil bajo la dirección de los doctores .Miguel Tohar y Alejandro Osorio, y terminé el curso de derecho canónico, por la obra de Cavalario, siendo
mi catedrático el doctor Nicolás Quevedo. Estudié
(1.erechode gentes con los doctores Ignacio Herrera
y ~'rancisco Pereira, por la obra de Vatte1. Quiso
el doctor Pereiraque el examen anual de su clase
se dedicara al señor don .J oaquín .Mosquera, vicepresidente de Colombia, y tuve el honor de arengarle, llevando la palabra a nombre de mis compaÜ81'0S. A poco me confirieron el grado de bachiller
en leyes, y mi buen padre, que concurrió al acto,
salió gustosísimo con mis adelantos.
Destituído de su destino en la corte de justicia
por desafecto a la política de Bolívar, se hallaba
mi padre pobre, y me vi en la necesidad de solicitar un empleo a mediados de 1831, para socorrer
a mi familia con mi trabajo. Entré a servir en la
secretaría de relaciones exteriores, en la plaza de
archivero, con seiscientos pesos anuales de sueldo.
Esta ba de secretario mi maestro de filosofía, don
Félix Restrepo, y seguí sirviendo en el mismo des1
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JUAN
FRANCISCO ORTIZ
pacho a órdenes del doctor Francisco Pereira, de
don Alejandro Vélez y don Lino de Pombo.
Así fuimos pasando la vida algunos años, y wi
padre no cesaba de instarme a fin de que coronase
mi carrera, obteniendo el grado de doctor y re(~ibiéndome de abogado de los tribunales de la República. Me resolví, por último, y habiendo pedido una
licencia de tres meses para separarme del destino,
me encerré en casa a repasar la obra de don Juan
Sala, una parte del Cavalario, el Manual del abcgado, por Escriche, y a imponerm(· en las leyes de
procedimiento civil y criminal. El 23 de noviembre
de 1833 me presenté a examen en la universidad,
y salí aprobado con plenitud; me confirió el grado
ele licenciado y doctor en jurisprudencia el doctor
.José Joaquín García, rector de la universidad, y
me examinaron los doctores Ignacio Herrera y Vicente Azuero, siendo secretario el doctor Alejandro Osorio. El 2 de diciembre siguiente me examinó
en la academia de abogados tI doctor .Tosé Joaquín
Gori, y salí con lucimiento. F.l 3 del citado diciembre me presenté a la corte de justicia, presidida
por el doctor Romualdo Liévano, compuesta de los
ministros Manuel Antonio del Cantillo, Francisco
Morales y Francisco de Paula López, siendo secretario el doctor Gregorio de Jesús Fonseca, y fui
recibido de abogado, después del examen de costumbre y de haber becho el memorial ajustado de
los autos que :'leme entregaron veinticuatro horas
antes, en vi:'lta de los cuales extendí un borrador de
sentencia.
REMINISCENCIAS
115
XXVIII
rocsías
eróticas del autor J' sus editores.-Una
cita de Chateaubriand.-EI
editor don Bartolomé
Calvo convertido
en presidente de la República.
Por aquel tiempo contraje amistad con los señores Manuel Pretelt, .Juan Antonio y Bartolomé
Calvo, el primero comerciante y los otros dos impresores de la ciudad do Cartagena.
Todavía no
conozco personalmente
a mi compadre Prete1t; a
Juan Antonio le conocí cuando vino por primera
vez al congreso, y a Bartolomé cuando se encargó
del empleo de procurador 'general de la Confederación.
Los Calvos imprimieron el tomito de mis Poesías eróticas, y un volumen en cuarto de las primeras composiciones poéticas de mi hermano José
Joaquín, titulado illis horas de descanso. Ensayos
do jóvenes aplicados a la literatura.
Mis composiciones eran pocas, y, lo peor de todo, muy malas, y
en su mayor parte traducciones de Evaristo Parny, como la siguiente:
LA TUMBA
En
esta
tumba
DE EMMA
la virtud
reposa.
Esta es la tumba solitaria
de Emma!
Como el fugaz relOÍmpago que brilla
j
y se disipa en la azulada esfera,
así pasó tu juventud".
La muerte
la aurora anubla de tu vida be11a,
y de tus lindos ojos para siempre
huyó la luz y con dolor se cierran.
Naced, versos, naced, y el 11anto corra
y alivie mi dolor y amarga pena.
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JUAN
FRANCISCO ORTIZ
La multitud de adoradores ciegos
que encadenaba tu sin par belleza,
y el mundo vil que idolatró tus gracias
tranquilos
vieron muerte tan funesta;
y tfmtos infelices que tu mano
arrancaba
al horror de la miseria ...
¡Insensibles!
no hallaron ni un suspiro
en el fondo de su alma, y con tibieza
oyendo de tu sombra gemebunda
los tristes ay es nadie la consuela.
Naced, versos, naced, y el llanto
y alivie mi dolor y amarga pena.
corra
La amistad misma, la amistad versátil,
a la risa y al gozo se despierta.
Su luto engañador poco ha durado
y olvida ingrata la memoria de Emma.
¡Dulce amiga! :Modelo de constancia,
tus recuerdos no existen en la tierra;
todos apartan
de tu oscura tumba
las miradas, y todos la desprecian;
tu nombre se ha borrado y el olvido
en tu sepulcro solitario reina.
Naced, versos, naced, y el llanto corra
y alivie mi dolor y amarga pena.
Mas, a pesar del tiempo, llmor tan sólo
no halla consuelo fiel a su tristeza,
y mis tiernas plegarias, mis sollozos
van a buscarte entre las sombras densas
de la muerte, y con ayes prolongados
te llamo sin cesar, j oh dulce prenda!
La aurora ve mi llanto, el claro brillo
del sol redobla mi amargura
inmensa,
lloro y gimo en la calma de la noche
y huye la noche y mi dolor no mengua.
Cesad, versos, cesad, y el llanto corra
y explique mi dolor y amarga pena.
REMINISCENCIAS
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"Yo sabía de memoria, dice Chateaubriand e:r:t
sus 1J;J emDr'ias de ultratumba
(temo I, página 57),
las elegías del caballero de Parny, y no las he olvidado todavía. Una vez le escribí, pidiéndole permiso para hacer una visita al poeta cuyas obras me
encantaban, y habiéndomelo concedido con finura,
pasé a verle a su casa, calle de Clery, en París."
"El caballero de Parny es joven todavía, de
buen tono, flaco y señalado de las viruelas. Devolvióme la visita y 10 presenté a mis hermanas. Gustaba poco de la sociedad, de la cual se· retiró enteramente para entregarse a la política: era partidario del antiguo régimen. No he conocido un escritor
más parecido a sus obras: poeta y criollo, no le
hacía falta sino el suelo de la India, una fuente,
una palmera y una mujer. r:Pemía el bullicio del
mundo, y hacía lo posible por pasar la vida ignorado, sacrificándolo todo a su pereza, y sólo se
veía molestado en su retiro por los placeres que
inspiraba al pulsar la lira."
No es extraño, pues, que en mi juventud gustara yo también de las poesías del lírico francés,
cuyos versos sabía de memoria el cantor de Atala;
sin embargo, en Bogotá se me hizo un crimen, por
ésta y otras composiciones de Parny que traduje
e imprimieron los Calvos en Cartagena. Traduje
también todas Las odas de Anacreonte,
del texto
latino de Hardouin, y no me atreví a imprimirlos:
existe el borrador entre mis papeles. En aquella
época escribí El Lucero de Calamar, La Rosa de la
111ontaña y La Pal'ma de Ot'O, periodiquillos de oposición, de los cuales el que más duró alcanzó al décimo número, hasta que el presidente Santander
violando, por medio de sus agentes, la correspon-
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JUAN FRANCISCO ORTIZ
dencia epistolar del presbítero Villegas, residente
en Cartagena, que servía de intermediario para
remitir desde Bogotá los borradores, se impuso en
el secreto, guardado religiosamente, y tuve que suspender la redacción de La Palma de Oro.
Lejos estaba yo, j por vida mía!, de prever que
Bartolomé, el impresor de mis juveniles ensayos,
llegaría a ser, con el tiempo, nada menos que presidente de la República. "H'ranklin,sucesor de 'Vashington, fue también impresor, y sus conciudadanos supieron premiar su honradez y talento. Bartolomé gime hoy en el castillo de Bocachica, con el
ex presidente Ospina y con el canónigo doctor Antonio ,]osé de Suere, sobrino del gran mariscal de
Ayacucho, por haber sostenido, con denuedo, la
constitución que un partido ha echado por tierra.
llP
REMINISCENCIAS
XXIX
La
Cá.'lcara Amarga.-La
Estrella
Nacional
en colaboración
con
don Gregorio Tanco, los Caros y José Joaquín Ortiz.-Las
persecuciones de que fue víctima José Eusebio Caro y BU muerte.
Poco después escribí La Cáscara Amarga, periódico impreso en Bogotá, consagrado a combatir algunas de las doctrinas de la obra de legislación de
.Jeremías Bentham, puesta en manos de la juventud por decreto del general Santander. Aquella obra
fue el fermento que corrompió el corazón de la juventud neogranadina, y fruto de tales estudios la
cosecha de escándalos con que en la actualidad espantamos a las repúblicas americanas.
Dos años más tarde, don Gregorio rranco, José
Eusebio, Franciseo Javier y Antonio Caro, mi hermano José .Joaquín y yo, emprendimos la publicaeióll de otro periódico puramente literario, que Pepe
(así llamábamos a nuestro gran poeta) bautizó con
el nombre do La Estrella N acional. Nos reuníamos
a '~onfereneiar en casa de Pacho (Francisco Javier)
!' a reírnos, como mozos de buen humor, de nuestras ocmrrencias y de nuestro triste periódico que
te'nía un solo mérito: el de ser el primero consag:rado a la literatura en este país.
Pepe no se había señalado escribiendo las ar<lientes y patrióticas páginas de El Granadino, ni
había compuesto los magníficos cantares que le han
ganado una fama continental.
Pacho es verdad que pulsaba también la lira;
pero sin sospeehar que emplearía los mejores años
de su vida haciendo números, hasta llegar a ser jefe
de la contabilidad general.
120
JUAN
FRANCISCO ORTIZ
Antonio, joven de brillante imaginación, estaba
lejos de pensar que su amor a la patria lo llevaría
a perecer en las aguas del río San Gil.
Don Gregorio, tío de Pacho y de Antonio, vivía
y sigue consagrado a la carrera de oficinista, amigo
siempre de las luces en nuestro país.
José Joaquín, mi hermano, había llamado ya la
atención pública con algunas de sus producciones.
Yo presidía aquella reunión de jóvenes de esperanzas, tan aplicados al estudio de las lenguas, de
la literatura, de las matemáticas; y puedo añadir,
sin faltar en un ápice a la verdad, de jóvenes ilustrados, en cuyas cabezas ardía la chispa del talento
y cuya conducta podía servir de modelo a la juventud estudiosa.
Ricas de alegría y de contento fueron las horas
que pasámos juntos, amigos queridos desde la infancia, aficionados a unos mismos estudios y soñando con un hermoso porvenir. Sin embargo, Pepe
murió a la edad de treinta y seis años, en San~a
Marta, de regreso de Nueva York, adonde tuvo que
ir huyendo de las persecuciones de algunos liberales, durante la administración López; de modo que
si a Morillo lo hacemos responsable ante la humanidad por haber hecho decapitar a Caldas, el hombre de la ciencia, aquéllos tienen la culpa de que
Caro muriera, lejos de los suyos, en robusta edad;
Caro, que ha inmortalizado su nombre con sus versos; Caro, cuya pluma hace tánto honor a la América española.
Ya se ve que al borrajear estas páginas no pretendo guardar estrictamente el orden cronológico,
porque no escribo una historia ni una biografía,
sino que anoto los principales sucesos de que quie-
REMINISOENCIAS
121
ro informar a mis lectores, a medida que los voy
recordando, lo cual justifica el título de Reminiscencias que llevan mis apuntamientos. Y dígolo
porque no faltará quien note este defecto. Esto supuesto, hablaré aquí de un viajecillo al valle de
Tensa, a la Suiza de la Nueva Granada, aunque
altere el orden de los tiempos. Debí haber hablado
de él antes de ahora.
JUAN FRANCISCO ORTIZ
12~
xxx
UUl entrevista
eon <,] gcncral Smttalldcl>.-~J~xéursioncs
y el valle do 'rensa.~I<'iestas.
Aburrido
a Choeontá
de servir en la secretaría del interior,
oficial mayor de ella el doctor Florentino Gonzúlez, a cuyas órdenes me hubiera sido
imposible permanecer, pasé a la casa, o llámese palacio, del general Santander, y le indiqué que deieaba renunciar mi destino; pero que hallándose
mi padre enfermo, anciano, sin recursos, y la familia muy necesitada de lo que yo ganaba, era justo
y conveniente que el gobierno nombrase en lugar
mío a .J osé Joaquín, que escribía perfectamente y
sabía traducir varias lenguas.
Santander,
con aquella galantería que le era
natural, me contestó que estaba muy bien. Aprobó
altamente mi determinación
de consagrarme
a la
carrera del foro. Hizo el elogio de los talentos de
mi hermano. 1'vlostróse en extremo compadecido de
la situación de mi padre y de toda la familia, y ine
empeñó su palabra de que mi hermano sería nombrado para el empleo que yo dejaba vacante, tan
pronto como presentara
mi renuncia.
Salí muy contento a referir a mi padre el resultado de mi conferencia con el general Santander,
y uomo un amigo mío me había escrito de Chocontá
que el juez letrado de aquel cantón iba a renunciar
su destino, y que era fácil que me acomodara en
él, no tardé en formalizar mi renuncia; y sin esperar a saber el decreto que recaería
en ella, pues
eontaba con la palabra del presidente de la República, me puse en camino para el valle de Tensa,
y nombrado
REMINISCENCIAS
123
pasando por Chocontá. Resultó que el juez letrado
no había renunciado, sino que habían oído decir
que renunciaría muy pronto.
-Esperaré, pues, dije.
y entre tanto llegaron las fiestas de colocación
de la iglesia de Guayatá, a las cuales me había convidado con mucha instancia el cura, doctor Pablo
Agustín Calderón.
Me interné eli el risueño valle de Tensa, detelliéndome algunos días en Machetá, en donde a la
sazón se hallaba de cura el buen doctor Guevara,
mi antiguo b-enefactor, en cuya casa, que miraba yo
('omo propia, fui recibido como un hijo.
Otro de los convidados a las fiestas fue mi.excelente amigo el canónigo Guerra, a quien habían enr:a rgado varios sermones; y dicho se está que gozaudo de su compañía la temporada no podía menos de ser deliciosa.
Agréguese a esto el panorama arrobador que
IJ!-,jSentael valle con su apiñada población y sus
kmllosos puntos de vista, porque hay sitios desde
donde se descubre a Guayatá, Manta, Guateque, Tihirita, Suta, Tensa, Somondoco, La Capilla y Garogoa, con sus blancas iglesias y sus graciosos campanarios, y todos aquellos arrugados cerros, tan
bien cultivados, que no hay un palmo de tierra que
no esté sembrado.
En aquella temporada las sementeras estaban
verdes; y tántas casitas pintorescas esparcidas en
las hondonadas y por la falda de los cerros; tántas
huertas llenas de naranjos, de chirimoyos y de otros
muchos árboles frutales; los verdes montes en el
vonfín del horizonte, y el cielo azul más lejos, dan
124
JUAN
FRANCISCO ORTIZ
a aquella escena un colorido, una vida, un encanto,
que no seré yo quien alcance a describirlo.
Entrando en las poblaciones, sorprendía el aseo
que reinaba en todas ellas, y cuán agradable era
ver esas fisonomías tan simpáticas, esos hombres
tan afectuosos con sus huéspedes, esas jóvenes tan
bonitas, sentadas en la puerta o en el alar de la
casa, con el huso en la mano, o echando de comer
a las gallinas.
Por cierto que aquel cuadro era encantador, y
mucho más en unas fiestas, porque aquellas buenas
gentes tienen pasión por la música y por el baile,
y no hay allí mendigos, ni se siente el malestar qne
aqueja a otras poblaciones.
Redujéronse las fiestas a misas solemnes con
elocuentes sermones, a comidas abundantes con
buenos vinos, e improvisaciones muy felices del talentoso canónigo; a cantos y bailes; fuegos de pólvora, que estuvieron a punto de incendiar a Guayatá; a una representación de la Doraminta, de
Vargas Tejada; a juegos de bisbís y de naipes para
la gente principal, y de bolos, tángano y cachimona
para el pueblo; a mucha chicha; a mucho guarapo;
a muchas trompadas y puñada s, y a mucho contento y alegría en que la amistad, el amor, la juventud, la hermosura, el placer, la risa y las gracias
se abrazaban y enloquecían, coronadas de rosas y
jazmines.
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