REMINISCENCIAS 89 XXI Don Antonio literarios Miralla.~SIl misterioso su estro poético.~8u y origen.--Slls matrimonio.~Su conocimientos fin. Quiso la suerte que otro, que no le iba en zaga, abriera un curso de lengua francesa en San Bartolomé, al que concurrí. Este fue el señor don Antonio ~firalla. Nunca se ha sabido a punto fijo si este sujeto apreciabilísimo era espaiiol, cubano, mejicano o de Buenos Aires. Ese era su secreto. Que había hecho buenos estudios, nadie podía negarlo, porque hablaba con mucha propiedad el inglés, el francés y el italiano. Que entendía el latín, era indisputable, porque citaba de memoria, y con asombrosa facilidad, los clásicos latinos. Sabía las matemáticas, la jurisprudencia y hasta la teología y los cánones, como lo probó en una gran conferencia pública a que lo invitó el señol' 'doctor don Francisco Margallo y Duquesne, de grata memoria, para demostrar el daño que causa a los fieles cristianos la lectura de la Biblia en lenguas vulgares. Los que concurrieron a quella conferencia aseguraban que Mirana había sostenido la tesis contraria con mucha erudición y elocuencia. Tendría Miralla de veintiocho a treinta años cuando lo conocí. Era bien parecido, su color trigueño, su cabeza poblada de negros y enrizados cabellos, su mirada luminosa, su dentadura limpia como la plata cincelada. Usaba siempre sombrero ele pelo, corbata blanca, levita de paño color de pasa, muy bien cortada y abotonada hasta el cue6 flO .JUAN FRANCISCO ORTIZ 110,pantalón negro, botas, guantes y estoque. Sus movimientos eran airosos y desembarazados. A nadie he oído pronunciar la lengua castellana con tánta pureza y correción. Nunca confundía la b con la v, ni la z con la s. Su acento era claro y sonoro, y tenía una imaginación tan rica y tan felices ocurrencias, que se quedaba uno lelo, embobado, oyéndole hablar. Improvisaba en el metro que se quisiese y sobre el tema que se le indicara, con asonante y consonante, en endecasílabos o en versos de arte menor, con pie libre o forzado, en décimas, en letrillas, en octavas; para él era indiferente. j Era un prodigio! Y los que tenían el gusto de oírle una vez, querían oírle siempre. Era el Adonis de las damas, el embeleso de las tertulias: era un cumplido caballero que se hacía querer por sus modales y por su chispa. Cuentan que habiendo salido de paseo con varios amigos, entraron al cementerio de Bogotá, y une> de ellos reparó que, en una calavera abandonada encima de nna tumba, había brotado una amapola que se mecía con el viento de la tarde, y mostrándosela a Miralla le pidió unos versos, y qne él im· provisó éstos: Bella flor: cuando nr.ciste j oh qué triste fue tu suerte. que al primer pa so que diste te encontraste con la muerte! Arrancarte es cosa tristp, no llevarte ps lance fuerte, dejarte donde naciste es dejarto con la muerte. Miralla se casó en Bogotá con la señorita Elvira Zuleta, de la que tuvo una hija. REMINISCENCIAS !H El general Santander le nombró jefe de sección de la secretaría de relaciones exteriores, oficina recargada de trabajo en los tiempos de la gran República de Colombia. El sueldo asignado a aquella plaza era de sesenta y seis pesos cinco reales y cuartillo. Entonces no eorrían los fuertes. Miralla, aburrido de su miseria, presentó un día su renuncia, exponiendo que en Colombia le habían avaluado en sesenta y seis pesos, y que él tenía conciencia dE' valer algo más. Conservo entre mis papeles un borrador autógrafo de esta curiosa renunCIa. A pocos días de haber hecho Miralla dimisión de su empleo, se puso en vía para Cartagena, de donde se embarcó para México. Dicen unos que murió en Puebla de los Angeles; aseguran otros haberle visto de capellán en un buque español, y otros afirman haber conversauo con él en la Opera Italiana, en Londres. Sea de esto lo que fuere, resulta, en resumen, que son dos misterios: el de su nacimiento y el de su desaparición. Fue íntimo amigo de Luis Vargas Tejada, que lloró su muerte en el magnífico epiceyo reproducido en La Guirnalda. Por lo que a mí toca debo decir que me enseñó la pronunciación francesa y me distinguió siempre con su cariño. Miralla, hcmbre que descollaba por su mérito, por su genio, por su instrucción, tuvo que sufrir los tiros alevosos de la envidia. Viven algunos de los que escribieron unos papeluchos inmundos con el título de El Noticioso, El N oticiosita y El N aticiosote, que se ensañaban contra él y trataron de envilecerlo. Esns mismas plumas se cebaron en la reputación médica del doctor Broc, afirmando que .JFAK PRANCISOO ORTIZ era un curandero, un empírico, un hambriento; y ya sabemos que aquel afamado profesor ha llegado a ser presidente de la Academia de Ciencias de París. Lo mismo despedazaron y aburrieron otros al señor Antonio .T osé Irisarri y a cuantos han sobresalido en alguna línea. 93 REMINISCENCIAS XXII El bachillerato de San Bartolomé.--I,a Estudio de las le)'es.-EI can6nigo Plata.-La resunta del fin de ano. ceremonia doctor para conferirlo. Pablo Francisco Terminado el curso, tratóse de que recibiéramos el grado de bachilleres en filosofía; pero siendo muchos los alumnos, se dispuso acertadamente que se nos confiriese a tollos a una misma hora. Esto facilitaba la operación. Cierta noche (no recuerdo la fecha) nos presentamos todos los recipiendarios vestidos de hopa y beca en la sala de la universidad: un estudiante ocupó la tribuna y echó un discursejo en latín que nadie entendió; el padre rector tocó la campanilla, y todos nos arrodillamos ante un crucifijo que había sobre una mesa. Los padres empezaron a rezar en latín, en alta voz, para que repitiéramos cierta cosa que después supe que era la profesión de fe católica, y la promesa de sostener se'mper et ubique las doctrinas del sol de las escuelas, del angélico doctor Santo Tomás de Aquino. Así que acabamos de rezar el Credo y otras oraciones, el padre rector se puso en pie, nos echó la bendición y nos roció agua bendita con el hisopo; y hétenos aquí hechos bachilleres como quien bautiza negros. Un jovencito que escribía regularmente, que sabía cuatro palotes de latinidad, que había cursado bien o mal lo que llamaban matemáticas y física, tenía abierta la senda para abrazar el estudio de las leyes, de la teología o de la medicina. Yo prefería este último como más positivo; pero mí padre se opuso, ;" sólo por obedecerle, por darle 94 .JUANl!'RANCISCO ORTIZ gusto, aunque con la mayor repugnancia, tomé en mis manos Las Instituciones del emperador J ustiniano, y las Definiciones del eujacio. El ya citado doctor Pablo ]'rancisco Plata, que ocupaba una silla en el coro metropolitano, fue mi catedrático. Mi padre me refirió que el doctor Plata llevaba dieciocho años de enseñar derecho civil romano. En todo el año no salimos de los dos títulos De justitia et jure y De rerum divisione et de acquirendo earum dominio. Entre tanto adelanté mucho en el latín y en el francés, y empecé a tomarle cierto saborcejo a la lengua y literatura españolas, a las cuales he sido desde entonces muy aficionado. Al fin del año la clase debía presentar examen, y el doctor Plata, por distinguirme, me encargó la resunta. Pasé a su casa a que me la dictara, como me lo había prevenido; pero se gastó el tiempo hablándome de las propiedades que tenía en el Socorro. Mandó que me trajeran de refrescar y me despedí sin haber escrito una línea. Al otro día sucedió lo mismo, y lo mismo en los siguientes. El dulce de durazno exquisito, soberbio, y la resunta sin empezar. Al cabo de una semana díjome una tarde, después de rcírescar, se entiende: no tengo tiempo para dictar nada, escriba usted lo que pueda, que yo lo corregiré. A la tarde siguiente me presenté con dos pliegos de manuscrito puestos en limpio, y en una letra tan clara que podía leerla un ciego. :EJlbuen canónigo se caló los anteojos, se acercó a una ventalla, y empezó a leer. De cuando en cuando se detenía para exclamar: IHum, muy bien! ISí, mi señor! i Esta era la idea 1 En suma, mi ensayo le pareció bien, y me mandó HEMINISCENCIAS 91) que lo recomendara a la memoria, y volviera dentro de tres días para enseñarme la recitación. La sala del canónigo estaba llena de prebendados y dignidades, cuando llegué a que me ensayara la resunta. La recité con desembarazo, y dijeron todos, sin duda para animarme, que estaba magnífica. El canónigo Guerra me hizo correcciones muy juiciosas, y desde aquella tarde trabámos una buena amistad que dura aun después de su muerte, "porque la muerte no rompe los lazos que unieron entre sí a los vivos, antes bien, los estrecha de un modo indisoluble", como dice don Manuel J osé Quintana. 96 JUAN FRANCISCO ORTIZ XXIII Quién era el canónigo Guerra dimiento ejemplar. de ~Iier.-Sn oratoria.-Su despren- El señor doctor don Francisco Javier Guerra de Miel' había nacido en Ciídiz el i3 de diciembre de 1779; fue educado en España en la ciudad de Valencia. Hablaba su lengua con la pureza de un castellano que había hecho de ella especial estudio; como profesor de humanidades y de lengua latina, era versadísimo en los dásieos, y sin disputa ha sido uno de los mejores oradores que hemos oído en Bogotá. Su dieción, verdaderamente española, y su elocuente reeitación han tenido imitadores, pero no rivales. Cuando predicaba el virtuoso :l\1.argallo, que murió en opinión (le santo, era como un río que desbordaba salido de madre, inundando las riberas; cuando peroraba el ilustre .Mosquera, eminente confesor de la fe, era como una nube cargada del rayo que se rasgara ele repente sobre el auditorio, derrmnando eopicsos raudales; y el canónigo Guerra en sus discursos era como una corriénte que, bajando con fragor de la montaña, deleita los ojos porque en su fondo se ven retratados el cielo sereno y las frondosEts arboledas. El canónigo Guerra era hombre de sociedad. Su eonversación era ElUY allimada y salpicada siempre de anécdotas divertidas: improvisaba con facilidad en décimas de pie forzado; no quiso imprimir jamás sus sermones. Decía que nadie podría leerlos como él los predicaba. Tenía tan feliz merrwria y tan ejercitada, que en 1832, hallándonos en una, fipsta (OnSomonc1O('o, llegó el día en que REMINISCENCIAS 97 le tocaba predicar, y no sabiendo el sermón que había escrito en días anteriores, le dio una o dos repasadas, subió al púlpito y lo recitó sin variar ni nna palabra. Yo leía el manuscrito en la sacristía en tanto que él predicaba. El canónigo era desprendido, generoso, fiel a la amistad. Solía decirme: -j Juanillo, con tal de que el dinero me alcance hasta las vísperas de morir, lo demás no importa; los canónigos tienen obligación de hacerme un buen entierro. 98 JUAN FRANCISCO ORTIZ XXIV Traduciendo a Virgilio.-El brasilero Saldalma.-Su vida de aventuras y su triste fin.-El primer trabajo poético del autor: La Virgen del Sol. En tanto que hacía el curso de leyes, seguía aplicadísimo traduciendo el Virgilio, y quiso mi buena suerte que viniera a la república un brasilero, nacido en Pernambuco, llamado José de la N11tividad Saldahna, con quien contraje amistad. Este sujeto, que había sufrido los horrores del infortunio, se hallaba muy pobre, y se mantenía dando lecciones en casas particulares. La que más frecuentaba era la nuéstra, en donde comía muchas veces; y rec:ibía de mi padre algunos socorros en ropa y en dinero. Saldahna era joven, de unos treinta y cinco años a lo sumo, y había hecho buenos estudios en la Universidad de Riojaneiro. Allí entró en una conspiración contra el emperador del Brasil, y escapando milagrosamente de las persecuciones de la justicia, se fue a Londres, de allí pasó a París y luégo a La Habana; después vino a Caracas y de allí a Bogotá, donde nos conocimos. Su vida parecía una novela. Había sufrido un gran terremoto en Pernambuco y un naufragio enfrente de Plymouth; había peleado en el campo de batalla y en combates particulares, había agonizado ~n un hospital de Londres, se había visto rico alguFa vez y muchas sin tener un bocado de pan que llevar a la boca; estuvo preso en Caracas, lo reclutaron para el ejército y atravesó a pie la cordillera de los Andes. Tratando de sus aventuras, le pregunté un día cuál era el mayor de los trabajos que había REMINISCENCIAS 99 pasado en su vida, y me contestó que el naufragio. En efecto, se vio a punto de perecer enfrente de las co¡,;tasde Inglaterra, luchando dos días con las ondas enfurecidas, desnudo y con una tabla amarrada a la cintura, para cuando llegara el momento' supremo de sumergirse la embarcación. rrodavía no se habían inventado los taburetes de ccrcho, ni las fajas de naufragio que a tántos han salvado la vida. Era Saldalma muy moreno, de regular estatura, bien proporcionado y fornido; tenía los dientes muy afilados, y mezclaba palabras portuguesas y francesas en su lenguaje. Era literato, y hacía versos con facilidad. Para dar una muestra de su vena poética, copiaré aquí uno de SU!) sonetos, traducido del portugués al castellano; y advierto que, siendo tan parecida la una lengua a la otra, son muy pocas las palabras que he sustituído a las del original. MI SUERTE Cuando pienso que el hado rigoroso de tánto perseguirme ya se cansa, cuando pienso que súbita bonanza sucede al huracán tempestUoso; en nuevo abismo, en caos tenebroso va a naufragar mi débil esperanza, contra sirtes navífragas se lanza y el mar devora mi bajl'l medroso, ~Qué más puedo esperar ~ Cual leve pino, por la fuerte corriente arrebatado, de roca en roca, en l'audo torbellino, de desgracia l'n dl'sgracia despeñado, seguiré los caprichos del destino hasta ser como él despedazado. JUAN 100 FRANCISCO ORTIZ El corazón de Saldahna le pronosticaba su triste fin. Una noche de lluvia, al pasar el caño que <jaba frente a las enfermerías del hospital de San Juan de Dios, cayó y debió de privarlo de sentido el golpe que recibiría, porque no pudo sacar la cabeza de entre las aguas, y se ahogó allí, en una pequeña zanja, el que se había librado de las olas soberbias del canal de la Mancha. j Pobre Saldahna! Hasta cierto punto pudieran aplicársele aquellos versos en que el cantor de Os Luciadas pinta sus desgracias: A fortuna me traz peregrinando novas trabalhos vendo, e novas danos. Agora con pobreza aborrecida por hospicios alheios degradado, agora da esperanca já adqurida de novo mais que nunca derribado; agora ás costas escapando a vida. Con Saldahna repasé las églogas, las geórgicas y toda la Eneida, auxiliado de buenos comentarios y de la traducción de Guillén de Viedma, y me puse en estado de entender regularmente a Virgilio: después he continuado estudiándolo solo, y otro tanto he hecho con las obras de Horacio. Por aquel tiempo compuse el monólogo de La Yirgen del Solo la Sacerdotisa peruana, que tiene una cancioncilla de prólogo y otra de final, y fue representado en las comedias que solían dar loE. colegiales de San Bartolomé, por mi hermano José .J oaquín, de catorce años de edad, y que era muy bien parecido. La señorita doña Bernardina Ibáñez, que se llevaba ~ntre muchas la palma de la hermosura, se encargó de vestir a la sacerdotisa REMINISCENCIAS 101 y la vistió lujosamente. Compuso la música de los coros el señor Valentín Franco; y si el escenario no hubiera sido tan malo, la obra habría producido mucho más efecto. Sin embargo, fue muy aplaudida, y yo quedé contento por entonces; después he visto que merecía entregarse a las llamas, por lo cual no lo inserto entre mis versos. JUAN FRANCISCO ORTIZ 102 xxv regresa del Perú a Bogotá.-La Constitución bolicelos y la rivdidad de Santander con Bolívar. Los amigos de Santander empeñan campaña contra el Lilv~rtador.-La obra de Bolívar y la ingratitud de sus conciudadanos.-La conjuración del 25 de septiembre.-ReIato del asal- El Libertador viana.-Los to por doña Manuela Sáenz.-Retrato de la Libcrtadora.-SuB últimos días en Paita.-La inscripción conmemorativa en el palacio de San Carlos. N O quiero continuar etapa por etapa la marcha de mis estudios, que sería escribir unas hojas de cansada lectura para el que haya tenido paciencia de seguirme hasta aquí. Voy a presentarle ahora un cuadro nuevo. El Libertador, que había ido al Perú a romper las cadenas de los hijos del sol, había vuelto a Bogotá, coronado de laureles, en medio de una parte de sus legiones vencedoras; la otra había quedado blanqueando con sus huesos los campos de JunÚl y de Ayacucho, después de los tremendos combates que se libraron contra 22.000 españoles que doc minaban aquellas opulentas regiones. El congreso peruano regaló al Libertador 1.000.000 de pesos para que los repartiera entre sus conmilitones, y ctro para su persona; millón que no quiso aceptar sino después de repetidas instancias, y con la condición de que se le permitiría regalarlo a la ciudad de Caracas, donde vieron sus ojos la primera luz. j Tánto era su desprendimiento! Bolivia, creada por el Libertador, le había pedido una constitución, y él le dio la Constitución boliviana, en la cual, conservándose las más apetecibles g:trantías, se creaba un senado vitalicio, pues Bolívar había penetrado con su talento perspicaz REMINISCENCIAS lOS que era convenientísimo reducir, cuanto fuera dable, las aspiraciones de los ciudadanos a vivir de los empleos públicos, que en la América española son la manzana de la discordia y la causa eficiente de las constantes revoluciones que la agitan. Ofuscado Santander con los resplandores de la gloria de Bolívar, y habituado a ser el primero en el mando de Colcmbia, era muy natural que quisiera deshacerse del caudillo que le hacía sombra, y que tuvo la imprudencia de decir en Lima "que iría a Bogotá a tomar cuentas de la inversión de los treinta millones del empréstito". Desde entonces el Padre de la Patria fue un tirano. Los escritores, amigos íntimos y criaturas del general Santander, emprendieron la ingrata labor de desacreditar, por todos los medios posibles, al magnánimo guerrero que había ofrendado en aras de la democracia sus títulos de nobleza, sus caudales, su sangre y los floridos años de su juventud, lidiando como un valiente en tántas batallas, recorriendo cinco repúblicas de uno a otro extremo, y lanzando con su espada más allá de los mares a los españoles que se habían enseñoreado del país, sin que lo arredrara la falta de recursos ni los obstáculos que oponía el fragoso terreno de la cordillera, ni la intemperie de las estaciones. Con soldados casi desnudos, sin zapatos, atravesando por selvas sin camino, sin buenas armas, sin dinero, él venció a los vencedores de Napoleón. Cuando uno compara los escritos de Bolívar con los de Washington, reconoce la distancia inmensa que separa el genio de esos dos insignes guerreros americanos; y cuando se piensa detenidamente en las ope- 104 JUAN FRANCISCO ORTIZ raciones militares y en las al parecer insuperables dificultades que rodearon al héroe de Colombia, no puede úno menos de alabar su patriotismo, su nobleza, su valor y su constancia. Perdidas Venezuela y la Nueva Granada, Bolívar se atrevió a pensar en expulsar a sus tiranos; y bajo los auspicios del magnánimo presidente Petión, formó en la isla de Haití una expedici'Jll de 300 hombres, comparables en valor, en patriotismo y en virtud a los compañeros de Leonid:ls, y decía: "Trescientos patriotas v.inieron a destruü~ 15.000 tiranos eurcpeos, y lo han conseguido." (Angostura, 22 de octubre de 1818). y cuatro años después exclamaba: "Desde las riberas del Orinoco hasta los Andes del Perú, el ejército libertador, marchando en triunfo, ha cubierto con sus armas protectoras toda la extensión de Colombia." (Paste, 8 de junio de 1822.) y para manifestar a los peruanos cuáles eran sus ideas, escribía en Trujillo: "El campo de batalla que sea testigo del valor de nuestros soldados y del triunfo de la libertad. Ese campo afortunado me verá arrojar lejos de mí la palma de la dictadura, y de allí me volveré a Colombia sin tomar ni un grano de arena del Perú, y dejándoos la libertad." (11 de marzo de ]824.) y bCu5.l era el premio a que aspiraba ese guerrero extraordinario? "Nacido ciudadano de Caracas, mi mayor ambición será conservar este precioso título: una vida privada entre vosotros será mi delicia, mi gloria y REMINISCENCIAS 105 la venganza que espero tomar de mIS enemigos." (Caracas, 4 de julio de 1824.) Bolívar, vencedor de los españoles en "Cúcuta, Niquitao, r]\naquillo, Bárbula, Las Trincheras, San Mateo, La Victoria, Carabobo, Chire, Yagual, Mucm'itas, Calabozo, Las Queseras, Cartagena, Maracaibo, Puerto Cabello, Bomboná, Pichincha, Junín "j' Ayacucho" (proclama de Puerto Cabello, 3 de enero de 1827), decía a los colombianos: "Veinte años há que os sirvo en calidad de soldado y de magistrado, y en este largo período hemos conquistado la patria, libertado tres repúblicas, conjurado muchas guerras civiles, y devuelto cuatro veces al pueblo su omnipotencia reuniendo cuatro congresos constituyentes, y he sido víctima de sosper1Jas ignominiosas, sin que haya podido defenderme la pureza de mis principios," (Bogotá, :W de enero de 1830.) Con amargura escribía a uno de sus amigos de Caracas: "Estoy decidido a salir de Colombia, sea lo que fuere en adelante. También est6Y decidido a no volver mús, ni a servir otra vez a mis ingratos compatriotas" (Guac1uas, 11 de mayo de 1830.) Y siete días antes de expirar en Santa Marta, en una hacienda del señor tT oaquín Mier, llamada San Pedro Alejandr'ino, exclamaba: "Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulero!" (10 de diciembre de 1830). Pero él hacía sombra; él venía entonces a tomar cuentas de la inversión de los millones .. , ¡Luego era un tirano! Tramóse para quitarle la vida una conjuración; pero descubierta una parte del plan, en la mañana 106 JUAN FRANCISCO ORTIZ del 24 de septiembre, por la imprudencia de Triana, uno de los conjurados, y viéndose todos ellos perdidos, determinaron llevarla a cabo aquella misma noche. Se reunieron al efecto a las diez en casa de Luis Vargas Tejada. El poeta, exaltado por las pasiones políticas, les arengó cen toda la viveza de su imaginación, y los conjurados salieron distribuídos en varias partidas; éstos a consumar el horrendo parricidio en la casa de gobierno; aquéllos a sorprender el cuartel del batallón Vargas, fuerte de cuatrocientas plazas; y otros a sacar de su prisión al general Padilla, el vencedor en la barra de Maracaibo, para que se pusiera al frente de la revolución. Las partidas debían arremeter a un tiempo, cuando oyeran la campanada de las doce en el reloj de la torre de la catedral. Pocas noches habrán lucido tan claras y sorenas sobre la Sabana de Bogotá como la del 24 al 25 de septiembre de 1828. La luna estaba en la mitad de su carrera cuando rompió el silencio que reinaba en la ciudad dormida la campanada de las doce. Venciendo muchas dificultades penetraron en la prisión de Padilla los encargados de ponerle en libertad; y aquel hombre valeroso en otras ocasiones, se acobardó entonces, tembló delante de la enormidad del crimen que iba a cometer, y no quiso dirigir el movimiento. Cuando le sacaron a la calle se oía un vivo fuogo do fusilería en varios puntos de la ciudad, y unos cuarenta artilleros llegaban con una pieza a situarse frente a frente del euartol de Vargas. IJa puerta estaba cerrada y los soldados del batallón la defendían haciendo fuego por las ventanas. Ya habían muerto algunos de er¡¡os RJJMINISCENúJ.AS 107 artillercs, la mechase había apagado, y un valiente oficial dio fuego al cañón con el cigarro 'lue venía fumando. Partió el tiro, pero no dio en la puerta. Los soldados de Vargas redoblaron sus fuegos y el pelotón de conspiradores, que trataba de l'lmper la puerta del cuartel y echarse sobre el armamento, tuvo que regresar a la plaza mayor con pérdida de muchos hombres. Los encargados de asaltar el palacio, custodiado por una guardia de cincuenta veteranos, esperaron, en profundo silencio, en la plazuela de San Carlos, a que el reloj de la catedral diera la hora. Al resonar la campanada botaron las capas y partieron a la carrera, con los puñales desenvainados y las pistolas amarilladas; apuñalaren al centinela de la puerta y a los que guardaban la escalera; entraron a los salones y empezaron a buscar por todas partes a Bolívar; pero el Libertador no pareció. Hallaron únicamente en el salón principal una joven hermosísima, a la que pretendieron intimidar encarándole las pistolas, en tanto que ella, varonil en extremo, persistió afirmando que no sabía dónde se hallaba el Libertador. Este, al oír el ruido de las armas, entró a un gabinete, se asomó a la ventana más baja que da a la calle del Coliseo, y advirtiendo que no había gente en la esquina, se descolgó por una sábana; corrió calle arriba, cruzó a la derecha y se ocultó debajo del puente del Carmen. Afortunadamente, después de algunas horas, pasó un piquete de caballería gritando: Iviva el Libertador! Bolívar conoció la voz de Espina, hoy general, y se incorporó a la partida. Bajó en seguida a la plaza mayor, donde fue saludado, con vivas repetidos, por sus \. 108 JUAN FRANCISCOQRTIZ amigos y por la guarnición que se había concentrado en aquel punto, con excepción de los pelotones que perseguían a los conjurados. Todos estos pormenores los recogí poco después del suceso, de boca de doña Manuela Sáenz, que era la joven que se hallaba en los salones de palacio la noche del 25 de septiembre, y me los han referido también algunos de los actores del drama de que acabo de hacer reminiscencia. Tenía doña Manuela unos veinticinco años; el cabello negro, ensortijado, los ojos negros también, expresivos, atrevidos, brillántes; tez blanca como la leche y encarnada como la rosa, la dentadura bellísima; era de regular estatura, de muy buenas carnes, de extremada viveza, generosa con sus amigos, caritativa con los pobres, valerosa, sabía manejar la espada y la pistola, montaba lllUY bien a caballo vestida de hombre, con pantalón rojo, ruana negra de terciopelo y suelta la cabellera, cuyos rizos se desataban por sus espalo das, debajo de un sombrerillo con plumas que hacía resaltar su figura encantadora: era bella t;omo 010rinda, guerrera como Herminia y hechicera como Armida. En Bogotá la llamaban la Libertadora, y al hacer justicia a su beldad y buenas cualidades, estoy muy lejos de aprobar redondamente su conducta. Murió doña Manuela en Paita. en 1856. El padre Fernández, jesuíta que la habí~ tratado íntimamente en aquella ciudad, me refería que casi no podía moverse de la hamaca por lo muy garua que se había puesto, que las bellas facciones de su rostro no se habían alterado y conservaba sus her· masas colores; que su manía perdurable era hacer regalos a sus amigos y acariciar una docena de perrillos que la rodeaban siempre, a los cuales había REMINISOENCIAS 109 puesto nombres de generales del tiempo de Colombia: que uno se llamaba Cedeño,. otro, Santander,. éste, Piar,. aquél, Urdaneta,. el de más allá, Páez,. ese otro, Córdoba, etc. Uno de los conjurados declaró que Santander había tenido noticia de la conspiración, y que había aconsejado que se suspl?ndiera el golpe hasta que él estuviera en los Estados Unidos, para donde seguía como encargado de negocios. El prototipo de los liberales recibió destino del dictador en 1828, como lo recibió Herrán de su suegro, dictador en 1862. J1Jnla ventana por donde se escapó el general Bolívar pusieron una gran lápida de mármol cou esta inscripción: SIRTE PARUM:PER, SPEC'fATOR, GRADUM, SI VAOAS MIRA TURUS VIA.M SALUTIS QUA SESID LIBERAVIT P ATRIAE LIBERATOR SIMON BOLIVAR xxv sept. XDCCCXXVIII t Quién mandaría quitar aquella lápida? Lo ignoro; pero la quitaron durante la administración del general Santander. 110 JUAN FRANCISCO ORTIZ XXVI Suspensión del curso del Derecho Canónico.-EI Libertador suprime la enseñanza de Bentham.-Don Rafael María Baralt es· tudiante en Bogotá.-Su carrera y su muerte.-Humilde con· fesión de un arrepentido. Por la ocurrencia de la conspiración se suspendió el curso de Derecho Canónico que seguía yo con otros alumnos, oyendo las lecciones del señor doctor Juan de la Cruz Gómez Plata, quien fue reducido entonces a prisión por sospechoso y que murió de obispo de Antioquia. El Libertador suprimió la clase de legislación, en que se daban lecciones por la obra de Jeremías Bentham, sustituyéndola con una en que se enseñaban los principios de la religión católica, a la que concurrí, regentada por' el señor doctor Juan Fernández de Sotomayor, elevado también a la dignidad episcopal, y que falleció en su diócesis de Cartagena. Los pensamientos teológicos de Tarnín nos sirvieron de texto. Entre los asistentes a la clase regentada por el doctor Sotomayor hubo uno muy notable, y no debí poner entre los asistentes, pues era un mozalbete despilfarrado que concurría cuando se le antojaba, es decir, uno o dos días por semana, que los otros los gastaba en picos pardos, en comer frutas en el mercado o en vagar por las calles de la ciudad. Tendría entonces veintiuno o veintidós años, cuando más. Hablaba el francés con alguna soltura y me forzaba a patullarlo con él. Me quería mucho, le gustaban mis versos, y a mí me agradaban su trato franco y su animada conversación. Estaba encantado con la Ilíada, de Homero, que leía constante- REMINISOENCIA8 )11 mente; hablaba a cada paso de sus héroes y de sus combates, y recuerdo que me prestó un ejemplar de la traducción de Bitauvé para que la leyera. Andaba siempre roto y desgarrado, y no por falta de buena ropa, sino porque cuidaba muy poco de sus vestidos. Sabía la crónica de la ciudad, era infalible en la barra del congreso, describía con exaltación el mar y el lago de Maracaibo, suspirando tristemente por el día de regresar a su país nativo. No me acuerdo de su cara, pero sí de sus travesuras y pícaras ocurrencias, que llegaron a tal punto, que de la noche a la mañana supimos que su tío, respetable sujeto, presidente del senado de Colombia, lo hizo montar en una mula, y escoltado por un asistente, lo mandó para su tierra. Ese joven era el célebre Rafael María BaraIt. Pasados algunos años oí hablar de él, primeramente cuando fue en la comisión encargada de medir el delta del Orinoco; leí después con asombro la Historia de la revolución de Venezuela, escrita por él en asocio del señor Díaz; supe luégo que el gobierno de su patria lo había enviado de ministro a la corte de España; vi más tarde su Oda a la reina doña Isabel II, y, por último, he admirado su Diccionario de los galicismos, obra importantísima para los que estudiamos la lengua castellana. La Academia Española, haciendo justicia a su mérito, le abrió sus puertas, y la reina le confirió el empleo de director de la imprenta real; pues aburrido de los disturbios de América, fijó BaraIt su residencia en Madrid, donde falleció el año de 59, generalmente apreciado por su talento y por su vasta instrucción. 112 JUAN FRANCISCO ORTIZ Después de bien arrepentido voy a hacer aquí una humilde confesión: como uno de tántos jóvenes engañados por lo que se decía contra Bolívar, fui uno de sus enemigos políticos. Entonces no veía en el grande hombre sino un odioso tirano, y en cada uno de los fusilados por la conspiración de septiembre un mártir de la libertad. Más tarde compuse en verso La corona de humo, escrito que mereció muchos aplausos y reprodujeron en El N evgranadino, en 1853, los enemigos de Bolívar, para darme en rostro. Respondí entonces a mis adversarios, haciendo la misma confesión de mi culpa. La edad, el estudio de la época y de nuestros hombres públicos, han venido posteriormente a rectificar mis opiniones, y ahora estoy convencido de que Bolívar fue un buen patriota y el primer hombre de la América del sur. En la balanza en que la 'justa posteridad pese un día sus talentos, su valor y sus servicios, cuán poco pesarán sus defectos, hijos de la debilidad humana. REMINISCENCIAS 113 XXVII Examen de derecho civil,--Entrada a un empleo de la secretaría de relaciones exteriores.-EI grado de licenciado y doctor en jurisprudencia. Volviendo a la pesada relación de mis estudios, ailado que presenté examen de derecho civil, y obtuve el primer premio, en competencia con jóvenes tales como .Mariano Ospina, ex-presidente de la confederación; Aquilino Alvarez, José Vicente Martínez y otros varios. Cursé segundo año de derecho civil bajo la dirección de los doctores .Miguel Tohar y Alejandro Osorio, y terminé el curso de derecho canónico, por la obra de Cavalario, siendo mi catedrático el doctor Nicolás Quevedo. Estudié (1.erechode gentes con los doctores Ignacio Herrera y ~'rancisco Pereira, por la obra de Vatte1. Quiso el doctor Pereiraque el examen anual de su clase se dedicara al señor don .J oaquín .Mosquera, vicepresidente de Colombia, y tuve el honor de arengarle, llevando la palabra a nombre de mis compaÜ81'0S. A poco me confirieron el grado de bachiller en leyes, y mi buen padre, que concurrió al acto, salió gustosísimo con mis adelantos. Destituído de su destino en la corte de justicia por desafecto a la política de Bolívar, se hallaba mi padre pobre, y me vi en la necesidad de solicitar un empleo a mediados de 1831, para socorrer a mi familia con mi trabajo. Entré a servir en la secretaría de relaciones exteriores, en la plaza de archivero, con seiscientos pesos anuales de sueldo. Esta ba de secretario mi maestro de filosofía, don Félix Restrepo, y seguí sirviendo en el mismo des1 114 JUAN FRANCISCO ORTIZ pacho a órdenes del doctor Francisco Pereira, de don Alejandro Vélez y don Lino de Pombo. Así fuimos pasando la vida algunos años, y wi padre no cesaba de instarme a fin de que coronase mi carrera, obteniendo el grado de doctor y re(~ibiéndome de abogado de los tribunales de la República. Me resolví, por último, y habiendo pedido una licencia de tres meses para separarme del destino, me encerré en casa a repasar la obra de don Juan Sala, una parte del Cavalario, el Manual del abcgado, por Escriche, y a imponerm(· en las leyes de procedimiento civil y criminal. El 23 de noviembre de 1833 me presenté a examen en la universidad, y salí aprobado con plenitud; me confirió el grado ele licenciado y doctor en jurisprudencia el doctor .José Joaquín García, rector de la universidad, y me examinaron los doctores Ignacio Herrera y Vicente Azuero, siendo secretario el doctor Alejandro Osorio. El 2 de diciembre siguiente me examinó en la academia de abogados tI doctor .Tosé Joaquín Gori, y salí con lucimiento. F.l 3 del citado diciembre me presenté a la corte de justicia, presidida por el doctor Romualdo Liévano, compuesta de los ministros Manuel Antonio del Cantillo, Francisco Morales y Francisco de Paula López, siendo secretario el doctor Gregorio de Jesús Fonseca, y fui recibido de abogado, después del examen de costumbre y de haber becho el memorial ajustado de los autos que :'leme entregaron veinticuatro horas antes, en vi:'lta de los cuales extendí un borrador de sentencia. REMINISCENCIAS 115 XXVIII rocsías eróticas del autor J' sus editores.-Una cita de Chateaubriand.-EI editor don Bartolomé Calvo convertido en presidente de la República. Por aquel tiempo contraje amistad con los señores Manuel Pretelt, .Juan Antonio y Bartolomé Calvo, el primero comerciante y los otros dos impresores de la ciudad do Cartagena. Todavía no conozco personalmente a mi compadre Prete1t; a Juan Antonio le conocí cuando vino por primera vez al congreso, y a Bartolomé cuando se encargó del empleo de procurador 'general de la Confederación. Los Calvos imprimieron el tomito de mis Poesías eróticas, y un volumen en cuarto de las primeras composiciones poéticas de mi hermano José Joaquín, titulado illis horas de descanso. Ensayos do jóvenes aplicados a la literatura. Mis composiciones eran pocas, y, lo peor de todo, muy malas, y en su mayor parte traducciones de Evaristo Parny, como la siguiente: LA TUMBA En esta tumba DE EMMA la virtud reposa. Esta es la tumba solitaria de Emma! Como el fugaz relOÍmpago que brilla j y se disipa en la azulada esfera, así pasó tu juventud". La muerte la aurora anubla de tu vida be11a, y de tus lindos ojos para siempre huyó la luz y con dolor se cierran. Naced, versos, naced, y el 11anto corra y alivie mi dolor y amarga pena. 116 JUAN FRANCISCO ORTIZ La multitud de adoradores ciegos que encadenaba tu sin par belleza, y el mundo vil que idolatró tus gracias tranquilos vieron muerte tan funesta; y tfmtos infelices que tu mano arrancaba al horror de la miseria ... ¡Insensibles! no hallaron ni un suspiro en el fondo de su alma, y con tibieza oyendo de tu sombra gemebunda los tristes ay es nadie la consuela. Naced, versos, naced, y el llanto y alivie mi dolor y amarga pena. corra La amistad misma, la amistad versátil, a la risa y al gozo se despierta. Su luto engañador poco ha durado y olvida ingrata la memoria de Emma. ¡Dulce amiga! :Modelo de constancia, tus recuerdos no existen en la tierra; todos apartan de tu oscura tumba las miradas, y todos la desprecian; tu nombre se ha borrado y el olvido en tu sepulcro solitario reina. Naced, versos, naced, y el llanto corra y alivie mi dolor y amarga pena. Mas, a pesar del tiempo, llmor tan sólo no halla consuelo fiel a su tristeza, y mis tiernas plegarias, mis sollozos van a buscarte entre las sombras densas de la muerte, y con ayes prolongados te llamo sin cesar, j oh dulce prenda! La aurora ve mi llanto, el claro brillo del sol redobla mi amargura inmensa, lloro y gimo en la calma de la noche y huye la noche y mi dolor no mengua. Cesad, versos, cesad, y el llanto corra y explique mi dolor y amarga pena. REMINISCENCIAS 117 "Yo sabía de memoria, dice Chateaubriand e:r:t sus 1J;J emDr'ias de ultratumba (temo I, página 57), las elegías del caballero de Parny, y no las he olvidado todavía. Una vez le escribí, pidiéndole permiso para hacer una visita al poeta cuyas obras me encantaban, y habiéndomelo concedido con finura, pasé a verle a su casa, calle de Clery, en París." "El caballero de Parny es joven todavía, de buen tono, flaco y señalado de las viruelas. Devolvióme la visita y 10 presenté a mis hermanas. Gustaba poco de la sociedad, de la cual se· retiró enteramente para entregarse a la política: era partidario del antiguo régimen. No he conocido un escritor más parecido a sus obras: poeta y criollo, no le hacía falta sino el suelo de la India, una fuente, una palmera y una mujer. r:Pemía el bullicio del mundo, y hacía lo posible por pasar la vida ignorado, sacrificándolo todo a su pereza, y sólo se veía molestado en su retiro por los placeres que inspiraba al pulsar la lira." No es extraño, pues, que en mi juventud gustara yo también de las poesías del lírico francés, cuyos versos sabía de memoria el cantor de Atala; sin embargo, en Bogotá se me hizo un crimen, por ésta y otras composiciones de Parny que traduje e imprimieron los Calvos en Cartagena. Traduje también todas Las odas de Anacreonte, del texto latino de Hardouin, y no me atreví a imprimirlos: existe el borrador entre mis papeles. En aquella época escribí El Lucero de Calamar, La Rosa de la 111ontaña y La Pal'ma de Ot'O, periodiquillos de oposición, de los cuales el que más duró alcanzó al décimo número, hasta que el presidente Santander violando, por medio de sus agentes, la correspon- 118 JUAN FRANCISCO ORTIZ dencia epistolar del presbítero Villegas, residente en Cartagena, que servía de intermediario para remitir desde Bogotá los borradores, se impuso en el secreto, guardado religiosamente, y tuve que suspender la redacción de La Palma de Oro. Lejos estaba yo, j por vida mía!, de prever que Bartolomé, el impresor de mis juveniles ensayos, llegaría a ser, con el tiempo, nada menos que presidente de la República. "H'ranklin,sucesor de 'Vashington, fue también impresor, y sus conciudadanos supieron premiar su honradez y talento. Bartolomé gime hoy en el castillo de Bocachica, con el ex presidente Ospina y con el canónigo doctor Antonio ,]osé de Suere, sobrino del gran mariscal de Ayacucho, por haber sostenido, con denuedo, la constitución que un partido ha echado por tierra. llP REMINISCENCIAS XXIX La Cá.'lcara Amarga.-La Estrella Nacional en colaboración con don Gregorio Tanco, los Caros y José Joaquín Ortiz.-Las persecuciones de que fue víctima José Eusebio Caro y BU muerte. Poco después escribí La Cáscara Amarga, periódico impreso en Bogotá, consagrado a combatir algunas de las doctrinas de la obra de legislación de .Jeremías Bentham, puesta en manos de la juventud por decreto del general Santander. Aquella obra fue el fermento que corrompió el corazón de la juventud neogranadina, y fruto de tales estudios la cosecha de escándalos con que en la actualidad espantamos a las repúblicas americanas. Dos años más tarde, don Gregorio rranco, José Eusebio, Franciseo Javier y Antonio Caro, mi hermano José .Joaquín y yo, emprendimos la publicaeióll de otro periódico puramente literario, que Pepe (así llamábamos a nuestro gran poeta) bautizó con el nombre do La Estrella N acional. Nos reuníamos a '~onfereneiar en casa de Pacho (Francisco Javier) !' a reírnos, como mozos de buen humor, de nuestras ocmrrencias y de nuestro triste periódico que te'nía un solo mérito: el de ser el primero consag:rado a la literatura en este país. Pepe no se había señalado escribiendo las ar<lientes y patrióticas páginas de El Granadino, ni había compuesto los magníficos cantares que le han ganado una fama continental. Pacho es verdad que pulsaba también la lira; pero sin sospeehar que emplearía los mejores años de su vida haciendo números, hasta llegar a ser jefe de la contabilidad general. 120 JUAN FRANCISCO ORTIZ Antonio, joven de brillante imaginación, estaba lejos de pensar que su amor a la patria lo llevaría a perecer en las aguas del río San Gil. Don Gregorio, tío de Pacho y de Antonio, vivía y sigue consagrado a la carrera de oficinista, amigo siempre de las luces en nuestro país. José Joaquín, mi hermano, había llamado ya la atención pública con algunas de sus producciones. Yo presidía aquella reunión de jóvenes de esperanzas, tan aplicados al estudio de las lenguas, de la literatura, de las matemáticas; y puedo añadir, sin faltar en un ápice a la verdad, de jóvenes ilustrados, en cuyas cabezas ardía la chispa del talento y cuya conducta podía servir de modelo a la juventud estudiosa. Ricas de alegría y de contento fueron las horas que pasámos juntos, amigos queridos desde la infancia, aficionados a unos mismos estudios y soñando con un hermoso porvenir. Sin embargo, Pepe murió a la edad de treinta y seis años, en San~a Marta, de regreso de Nueva York, adonde tuvo que ir huyendo de las persecuciones de algunos liberales, durante la administración López; de modo que si a Morillo lo hacemos responsable ante la humanidad por haber hecho decapitar a Caldas, el hombre de la ciencia, aquéllos tienen la culpa de que Caro muriera, lejos de los suyos, en robusta edad; Caro, que ha inmortalizado su nombre con sus versos; Caro, cuya pluma hace tánto honor a la América española. Ya se ve que al borrajear estas páginas no pretendo guardar estrictamente el orden cronológico, porque no escribo una historia ni una biografía, sino que anoto los principales sucesos de que quie- REMINISOENCIAS 121 ro informar a mis lectores, a medida que los voy recordando, lo cual justifica el título de Reminiscencias que llevan mis apuntamientos. Y dígolo porque no faltará quien note este defecto. Esto supuesto, hablaré aquí de un viajecillo al valle de Tensa, a la Suiza de la Nueva Granada, aunque altere el orden de los tiempos. Debí haber hablado de él antes de ahora. JUAN FRANCISCO ORTIZ 12~ xxx UUl entrevista eon <,] gcncral Smttalldcl>.-~J~xéursioncs y el valle do 'rensa.~I<'iestas. Aburrido a Choeontá de servir en la secretaría del interior, oficial mayor de ella el doctor Florentino Gonzúlez, a cuyas órdenes me hubiera sido imposible permanecer, pasé a la casa, o llámese palacio, del general Santander, y le indiqué que deieaba renunciar mi destino; pero que hallándose mi padre enfermo, anciano, sin recursos, y la familia muy necesitada de lo que yo ganaba, era justo y conveniente que el gobierno nombrase en lugar mío a .J osé Joaquín, que escribía perfectamente y sabía traducir varias lenguas. Santander, con aquella galantería que le era natural, me contestó que estaba muy bien. Aprobó altamente mi determinación de consagrarme a la carrera del foro. Hizo el elogio de los talentos de mi hermano. 1'vlostróse en extremo compadecido de la situación de mi padre y de toda la familia, y ine empeñó su palabra de que mi hermano sería nombrado para el empleo que yo dejaba vacante, tan pronto como presentara mi renuncia. Salí muy contento a referir a mi padre el resultado de mi conferencia con el general Santander, y uomo un amigo mío me había escrito de Chocontá que el juez letrado de aquel cantón iba a renunciar su destino, y que era fácil que me acomodara en él, no tardé en formalizar mi renuncia; y sin esperar a saber el decreto que recaería en ella, pues eontaba con la palabra del presidente de la República, me puse en camino para el valle de Tensa, y nombrado REMINISCENCIAS 123 pasando por Chocontá. Resultó que el juez letrado no había renunciado, sino que habían oído decir que renunciaría muy pronto. -Esperaré, pues, dije. y entre tanto llegaron las fiestas de colocación de la iglesia de Guayatá, a las cuales me había convidado con mucha instancia el cura, doctor Pablo Agustín Calderón. Me interné eli el risueño valle de Tensa, detelliéndome algunos días en Machetá, en donde a la sazón se hallaba de cura el buen doctor Guevara, mi antiguo b-enefactor, en cuya casa, que miraba yo ('omo propia, fui recibido como un hijo. Otro de los convidados a las fiestas fue mi.excelente amigo el canónigo Guerra, a quien habían enr:a rgado varios sermones; y dicho se está que gozaudo de su compañía la temporada no podía menos de ser deliciosa. Agréguese a esto el panorama arrobador que IJ!-,jSentael valle con su apiñada población y sus kmllosos puntos de vista, porque hay sitios desde donde se descubre a Guayatá, Manta, Guateque, Tihirita, Suta, Tensa, Somondoco, La Capilla y Garogoa, con sus blancas iglesias y sus graciosos campanarios, y todos aquellos arrugados cerros, tan bien cultivados, que no hay un palmo de tierra que no esté sembrado. En aquella temporada las sementeras estaban verdes; y tántas casitas pintorescas esparcidas en las hondonadas y por la falda de los cerros; tántas huertas llenas de naranjos, de chirimoyos y de otros muchos árboles frutales; los verdes montes en el vonfín del horizonte, y el cielo azul más lejos, dan 124 JUAN FRANCISCO ORTIZ a aquella escena un colorido, una vida, un encanto, que no seré yo quien alcance a describirlo. Entrando en las poblaciones, sorprendía el aseo que reinaba en todas ellas, y cuán agradable era ver esas fisonomías tan simpáticas, esos hombres tan afectuosos con sus huéspedes, esas jóvenes tan bonitas, sentadas en la puerta o en el alar de la casa, con el huso en la mano, o echando de comer a las gallinas. Por cierto que aquel cuadro era encantador, y mucho más en unas fiestas, porque aquellas buenas gentes tienen pasión por la música y por el baile, y no hay allí mendigos, ni se siente el malestar qne aqueja a otras poblaciones. Redujéronse las fiestas a misas solemnes con elocuentes sermones, a comidas abundantes con buenos vinos, e improvisaciones muy felices del talentoso canónigo; a cantos y bailes; fuegos de pólvora, que estuvieron a punto de incendiar a Guayatá; a una representación de la Doraminta, de Vargas Tejada; a juegos de bisbís y de naipes para la gente principal, y de bolos, tángano y cachimona para el pueblo; a mucha chicha; a mucho guarapo; a muchas trompadas y puñada s, y a mucho contento y alegría en que la amistad, el amor, la juventud, la hermosura, el placer, la risa y las gracias se abrazaban y enloquecían, coronadas de rosas y jazmines.