Audiencia con ticket

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Audiencia con ticket
María Sergia Guiral Steen
Marqué el número de teléfono de mi hija. Quería concertar un encuentro, usando uno
de los tickets de tiempo que me regalaba en fechas sobresalientes como la Navidad o mi
cumpleaños. Solía diseñarlos ella y significaba mi derecho a una cita. Por medio del papelticket me otorgaba el acceso a ‘su tiempo’—algo sagrado— y única forma viable de vernos.
Era una especie de contrato por el cual ella se obligaba de manera formal. Cuando se
acababan yo seguía pidiendo citas con tickets inexistentes. Pero daba igual. La cosa era que
el encuentro se hiciera siguiendo su fórmula; no, la mía.
¡Hola cariño! ¿Podríamos vernos hoy por la tarde?
¿Y para qué nos vamos a reunir esta vez?—preguntó Naida.
Me tuve que justificar.
Pues no sé; para tomar una copa, un café. Simplemente se trata de hablar.
Hablar ¿pero de qué?
Aquí me corté. No pude añadir nada. Me quedé en suspenso total, dudando de si yo
funcionaba, o vivía algún malentendido. Pensaba que estaba claro: yo quería comunicarme
con ella, tener un momento a solas, simplemente eso. Quería escucharla y saber que le bullía
por el cerebro porque llevaba una vida acelerada y se me escapaba a toda comprensión.
Eso de querer hablar, de querer salir de compras, de poder ir a ver una película estaba
fuera de mi alcance con ella, a menos que usara el tiempo establecido por el papelito. Y es
que los tiempos cambian. Estamos en 2011. Lo de los papelitos-tickets no era novedad; lo
había ideado hacía unos años, quizá seis.
Al principio no le di importancia. Me pareció algo peculiar y ‘argentino’—todavía
uso este vocablo—. Poco a poco me di cuenta que el sometimiento a tal dictamen debería
tener alguna razón. He estado buscando o tratando de averiguar, cuál podría ser la causa
de tan excepcional manera de poder entablar un diálogo y a la única conclusión que llego
es que como ya dije son otros tiempos. Nunca pensé que necesitara un contrato —de esto
se trataba—: yo te doy esto a cambio de eso…Me los solía insertar en un sobre y hasta
dibujaba motivos florales. A mí me hubiera resultado más fácil llamarla y ya está.
Pues no. La espontaneidad había que presupuestarla y eso... Además, debía anotar
la fecha en el calendario y… con anticipación. Los calendarios son para mentes que siguen
líneas rectas y yo las rechazo. De repente, me encontré en una situación ajena que me
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desbarajustaba todas las nociones del tiempo, de seguir mi instinto y de cómo ir por la vida
para poder entablar diálogo con el prójimo. Me sentí desahuciada y empecé a indagar si lo
mismo pasaba en otras latitudes y con personas de mi promoción, pero no hallé respuestas.
Aunque me han dicho que no soy la única en experimentar esta situación; continuaré la
pesquisa.
Para aquella fecha ya había conquistado el uso a diario del calendario— sinceramente,
a marchas forzadas—. De repente, me encontré con un nuevo formato de proceder
totalmente desconocido en mi galaxia. La primera vez me dejó tan estupefacta que el
choque me desconcertó y acepté, aunque sin penetrar en el sentido de la rareza. De hecho
todavía estoy en recuperación.
Han pasado estos años siguiendo el mismo proceso de encuentros. Hoy día me
posiciono con más cautela: ando escondida, a la espera, casi agazapada frente al público
en espera de lo peor. Por ejemplo, me horrorizaría pensar que mis amigos me exigieran
usar tickets para vernos. O, que si me duele una muela el dentista no me quiera dar cita
porque no tengo sus-tickets; que quiera mandar un e-mail y se me exijan tickets de entrada
al ordenador. Puro consumismo, me digo.
Hace días que estoy demasiado preocupada debido a esta zozobra que me ha entrado
y hay semanas que no tengo tiempo para nada. Anotados en el calendario están: Rosario,
Enrique, Calita, Asencio y Carmencita para almorzar. A Patricio, Carolina y Manuela
para diferentes días a cenar— antes de que ocurra nada y me salgan con estos trucos del
consumismo—. Total lo que buscamos es la aquiescencia del otro. Que se nos escuche,
que podamos hablar de trapos o de compras o de la teoría Quantum. Sí señores— estoy a
todo—.
Pero, ¿de qué estoy hablando? ¿Es eso lo normal? Y aquí no se acaba; hace una
semana salimos a dar una vuelta y de repente me dijo que el tiempo se había acabado.
—El tiempo ¿de qué? Pregunté.
—Mamá, es que tú no te enteras. Vas por la vida a tu manera con tus presupuestos
y no cazas nada, Los tickets son de varios colores, lo sabes, ¿no?
—Si me parecen una idea atractiva por los diversos tonos. Me imagino que depende
del papel que tienes a mano.
—Pues no. Ahí está la cosa. No te enteras. Hablamos de que cada color significaba
la duración del tiempo del encuentro. Hoy, tu ticket es de color rosa; es decir de una hora.
El azul es de dos y el verde sin límite.
—Siendo abril, el rosa me pareció primaveral. Lo que no recuerdo es tener ninguno
verde.
—Me lo tengo que pensar. No puedo dar tickets verdes así como así.
Empecé a darme cuenta que tenía mucho que aprender sobre esta cuestión del
tiempo.
Después de mirar por varias tiendas vajillas para ocho personas—se casa su amiga
Rosita—, entramos a tomar un helado. De repente, Naida miró al reloj.
—Te tengo que dejar porque le di otro ticket a Lilian y en media hora debo
encontrarla en los almacenes Doncor. Ya sabes, los de la esquina de la plaza Otegui y el
Paseo Lunol.
—¿Y los helados?
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CONFLUENCIA, SPRING 2013
—Yo tengo que regirme por mi sistema y hacerme responsable de los encuentros que
concierto. La próxima vez, ya desde el primer momento, estableceremos el significado del
color para que estés al corriente de la duración.
…..
Me estoy reponiendo de muchas cosas. Una de ellas es el shock que tuve. Se me
cruzó el helado de tal forma que la gente, muy humana, me asistió y una enfermera que
se encontraba en la heladería me practicó la respiración artificial y pude salir del aprieto.
No he recibido tickets verdes, ni he usado uno rosa que me queda. Creo que le voy
a decir que sin tickets no la puedo ver y que probablemente tengamos que esperar a la
próxima Navidad cuando tenga otros—además quiero verdes—. Debo de confesar que
estoy ideando un sistema de contrapartida. A mí con estas no me van a ningunear.
…..
Después de su llamada de hoy, estuve pensando que tal vez me haya precipitado.
Salimos sin necesidad de papelitos a ruego de Naida que vino con sorpresa: trajo una amiga
y todo fue a marcha de contra-reloj. Hablaron de mil asuntos y no me enteré de nada—
supongo que fue por el slang que usan—. Fuimos a una famosa tienda con cafetería que
hay en su vecindad, además de tener peluquería y de vender cremas de todo tipo. Se
hicieron las uñas y yo me leí una revista; después fuimos a la cervecería X; luego a comprar
unos zapatos mientras yo esperaba en el coche—una hora—. Luego a una casa de cosas
de segunda mano a comprar unos sombreros rojos para una reunión especial de ‘señoras
con sombreros rojos’. A veces aparecen en restaurante de la ciudad o en conciertos con
flamantes tocados; hasta llevan plumas. ¿Pero mi hija con ese grupo? ¡Qué paradoja! ¡Si
solo tiene 22 años! ¿No debería ser yo la de los sombreros?
Tengo que admitir que después de dos horas y media, me dolían los pies y algo más.
Ellas iban a lo suyo. Yo me dediqué a pensar. Por fin le pedí a Naida que me dejara en casa.
He decidido que no quiero tickets verdes o salir sin necesidad de ellos. Quizá me pronuncie
por los rosas; tampoco me apetecen los azules. Me doy cuenta que con mucho o poco
tiempo de audiencia es igual.
…..
Ayer me llamó.
—Mamá, ¿te va bien que salgamos hoy a ver unas botas?
—Bueno cariño. Sabes, usaremos mis tickets; son de color rojo y ya te aviso de
antemano que valen por media hora. ¿Te parece bien?
VOLUME 28, NUMBER 2
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