Infancia y primera juventud El apellido Cervantes parece declarar adscripción geográfica, especialmente si se piensa en los lugares llamados de Cervantes que hay en la comarca de Becerreá, en la provincia de Lugo. Pero no es así: Cervantes es un patronímico y corresponde a Servandez, hijo de Servando, como Pérez equivale a hijo de Pero o Pedro, y López a hijo de Lope. No hay, pues, nobleza territorial en el apellido Cervantes, y quizás por ello nuestro gran don Miguel, y por más aclarar la persona, y porque Cervantes era entonces apellido que llevaba mucha gente, añadía aquel Saavedra de más patente sonoridad nobiliaria. El materno apellido de Miguel de Cervantes era el de Cortinas, de haberse usado en aquel siglo los apellidos en el orden riguroso y alternado con que hoy se ponen, pues la madre del autor del Quijote, Leonor de Cortinas se llamaba, como el padre don Rodrigo de Cervantes, y aún nos parece que había un poco de atrevimiento en este «don» o título dominical. Fué Miguel el cuarto hijo de un matrimonio de prole numerosa, y era pobre; esta circunstancia lo determina todo, tan lo determina todo que, a nuestro parecer, el «Quijote» se ha escrito porque lo ha escrito un hombre pobre. Si Cervantes hubiera sido prócer con haciendas y muchos ducados de renta, probablemente el «Quijote» no se hubiera escrito. Hay un sentido de la inspiración que está en concordancia con las venturas o desventuras económicas del autor: el hecho formidable, y que históricamente tiene la comprobación del reiterado ejemplo en la literatura universal, es que la obra sobresaliente más fué siempre del númen del necesitado que del númen que acaricia la fortuna. Sería prolija discusión y noticia la de enfrascarnos en los títulos y pruebas que aducen, por lo menos, siete ciudades y villas españolas para reivindicar el honor de ser cunas de Cervantes. Hoy en día la cuestión, si alguna vez la hubo y estuvo bienformada, parece definitivamente resuelta y sentenciada a favor de la ilustre ciudad de Alcalá de Henares, en cuya iglesia parroquial de Santa Maria la Mayor reza la partida bautismal de Miguel de Cervantes, bautizado por un cierto clérigo, bachiller Serrano, que firma el hoy importantísimo documento registral. Contiene esta bautismal partida un posible error de pluma, cuando se lee de Miguel «hijo de Rodrigo de Cervantes», pero parece mero lapsus material que no desvía, ni a la verdad ni a la historia. Por lo demás, y en favor de ser Alcalá la patria de Cervantes, milita el documento aquel de puño y letra del propio Cervantes, que fechó en Madrid a 18 de diciembre de 1580, solicitando información de su pasado cautiverio en Argel, y que comienza con las famosas palabras: «Yo, Miguel de Cervantes Saavedra, natural de Alcalá de Henares, que estuve cautivo en Argel». Como amamos apasionadamente al hombre y para nosotros no le añade ni le quita un ardite de gloria el ser más o menos hidalgo, hemos de escribir aquí nuestra opinión de que el linaje de Cervantes era de menos que de media alcurnia, aunque se diga de un viejo solar en Cervatos, cerca de Reinosa, y de Galicia, de la que han salido en la antigüedad tantos linajes como modernamente salen emigrantes. Todas estas fábulas nobiliarias eran del siglo XIV, pero lo cierto es que de un Cervantes antecesor del magno novelista no se habla sino hacia mediados del siglo XV, cuando se tiene noticia de un cierto Juan de Cervantes, que era letrado o jurista. Andaba este letrado en servicios del Conde de Ureña, en Andalucía, y por ello hay contactos de la estirpe Cervantes en la ciudad de Córdoba, y en Córdoba murió, parece que en 1555, este Juan de Cervantes, abuelo del grande don Miguel. Obviamente, el padre de nuestro Cervantes, aquel don Rodrigo, casado con doña Leonor de Cortinas, pasaría de Andalucía a Castilla, para ejercer la profesión de cirujano mayor, pues el niño Miguel aparece nacido en la tal Alcalá de Henares, ciertamente antes de que el abuelo muriese. Los hermanos de Cervantes eran seis, mayores que él el primogénito de don Rodrigo, llamado Andrés, y las hermanas Andrea y Luisa. esta segunda de gran proximidad de edad con el Príncipe de los Ingenios. Eran menores la hembra Magdalena y los varones Rodrigo y Juan. ¿Por qué esa adición del apellido Saavedra? Sin duda, por distinción y énfasis. El apellido Saavedra correspondía a la familia, pero había que buscarlo en el fondo de los legajos, que no en la primera página de superficie. En la portada del primer libro de «La Galatea» no está estampado el apellido Saavedra. Empero, Cervantes se cuidó mucho de no olvidarlo en las dos famosas instancias que escribió para el Papa Gregorio XIII y el Rey Felipe II, instancias que, ¡ay!, más instaban que llegaron a conseguir. Se discute, lo que a nosotros nos parece ocio de eruditos, si el nombre de Miguel que se puso al futuro maravilloso ingenio, era de dilección familiar, o bien por advocación y referencia al Santo del día en que el natalicio se produjo, y así Miguel de Cervantes, bautizado en la Parroquia de Santa María la Mayor, de Alcalá, el 9 de octubre de 1547, sería nacido en el anterior 29 de septiembre del mismo año. Contra este supuesto segundo, se aduce los cortos días que en aquellos siglos antiguos se solían consumir entre el nacimiento de una criatura humana y su bautizo: pero no sabemos por qué, o si es en nosotros capricho de la imaginación, nos inclinamos al supuesto de ser llamado Cervantes, Miguel, por su nacimiento en el día del Arcángel. Cuando se trata de un personaje magno, del héroe, y Cervantes es sujeto heroico sea el que fuere el lado de horizonte desde el que se le mire, importa mucho al biógrafo discriminar los datos, sorpresas, contactos con el mundo, alumbramientos del espectáculo universal, que en el niño se operan, y cómo todos estos antecedentes sentimentales y mentales van formando al mozo y futuro hombre. En realidad, todo hombre que ha de ser ilustre y que ha de exceder en algunas pulgadas de altura al común rasero moral de las demás gentes, está formado ya —formado en el sentido de la vocación, del ánimo, de un sentido vital de la personalidad en «función histórica», que no es abuso decir esto— desde poco después de la edad adolescente de los quince años. A los dieciséis o diecisiete un hombre es ya el que será siempre, y todas las vocaciones y formaciones tardías del espíritu de un sujeto no son sino patentes mostraciones de la medianía, o de menos que la medianía. Así, en nuestra opinión, Cervantes sería un precoz. No hay muchas noticias, por más que se empeñen en callarlas los biógrafos minuciosos de la mocedad estudiosa de Cervantes. Hay que suponer de su despejo, don de observación, afición apasionada a la lectura, hasta aquello que tanto se ha repetido de leer los mismos papeles rotos que encontraba por las calles, y hay que suponer que sería además poeta de temprana edad. Apenas ha habido en el mundo poeta de vejez; el poeta siempre aparece con la adolescencia; no es vano tropo retórico decir que esta aparición tiene mucho de primaveral. Parece fuera de toda duda, que por los años de 1563 y 64, el cirujano Rodrigo de Cervantes se trasladó de Alcalá a Sevilla con su esposa doña Leonor y sus hijos. En Sevilla, y desde diez años atrás, los jesuitas tenían establecidas unas aulas que frecuentaban los hijos de las familias más granadas de la ciudad. A estos estudios acudió Cervantes para oír los cursos de latinidad, siquiera a nosotros nos parezca que Cervantes no fué nunca gran latino, cosa que no quita nada a su gloria, antes añade una espontaneidad vital, como la de la Naturaleza, a su genio. En el «Coloquio de los perros» hace Cervantes el elogio de aquellas aulas jesuíticas, y esto parece hacerlo con el enamorado recuerdo del alumno. ¿Estuvo Cervantes en alguna Universidad? Parece obvio que al ir a alguna iría a la de su ciudad natal. Nuestra admirada amiga doña Blanca de los Rios, en un lejano trabajo del año de 1899, suscita el parecer de que Cervantes pudo estudiar en Salamanca por los años del 62 y 63. Don Francisco Rodríguez Marín nos ha adiestrado en un folleto que publicó en Sevilla, en 1901, sobre la posibilidad de que Cervantes estudiara en las aulas universitarias de Sevilla por los años del 64 y 65. Navarro Ledesma opina que pudo Cervantes concurrir a los estudios del sevillano Colegio de Maese Rodrigo. Pero ¿qué es todo esto?, ¿qué decide todo esto? Los más grandes ingenios del mundo han sido de una formación juvenil más bien aventurera y desordenada que metódicamente universitaria. La Universidad hace el carácter, hace el método, hace la seguridad equilibrada de los estudios, pero naturalmente no hace el genio, porque el genio viene directamente de Dios y no parece que Dios se complazca en apuntar a sus criaturas preferidas en administrativas y docentes matriculas. Hoy mismo se observa que algunos de los espíritus literarios más distinguidos de nuestra época han sido más bien de una formación irregular y de masa de estudios que no de método en ellos, y bastará citar los nombres recientes de Tomás Mann, de Knut Hampsun y O'Neill, marineros, hombres de aventura, tratados duramente por la vida en sus primeros años, salvo no tanto Mann, que no refinados colegiales de Oxford o la Sorbona. De esta laya, y por magno antecedente y por primacía y amanecer en la Edad Moderna, era Cervantes. En las Universidades se afinan los talentos, pero la verdad es que los hombres excepcionales exceden a la Universidad, y si se consulta el expediente juvenil universitario de alguno de ellos siempre se le hallará poco brillante. Los expedientes brillantes son para los talentos medios, que luego tendrán cargo político o administrativo, los talentos de oposiciones. Dicen que Cervantes vió representar comedias en Sevilla al famoso farsante Lope de Rueda. Hay quien supone, haciendo una psicología no aventurada, sino más bien posible, de nuestro gran personaje, que en contacto con los pasos de Lope de Rueda se formó aquel gusto genialmente realista de Cervantes, que había de llevar a las «Novelas Ejemplares» y al mismo «Quijote» tan diferente de las mitologías al uso en su tiempo, y sólo coherente con la parte de teatro de costumbres que escribiera Lope. Hay una hipótesis de que Cervantes sentó plaza como soldado en Toledo, y quizás estuviera de guarnición en el Alcázar. Si esto fué, lo fué por el año del 65, porque es cosa cierta que la familia Cervantes a poco tiempo se vino a Madrid, y el joven Miguel asistió en Madrid a las lecciones de Francisco del Bayo, que enseñaba Gramática, de quien luego fué sucesor el famoso maestro Juan López de Hoyos, que llamó a Miguel su caro y amado discípulo. Corriendo el año de 1568, Cervantes contaba los veintiún años de su edad. Ahora es cuando el mozo se hace hombre, en aquellos tiempos en que la hombría llegaba mucho más pronto que ahora y en que la vida, por término medio, era más corta que ahora. De súbito aparece el poeta. En 1569 el joven Cervantes da a conocer la composición lírico elegíaca dedicada a la muerte de la reina doña Isabel de Valois, esposa de Felipe II. El maestro López de Hoyos recibe de su protector, el cardenal don Diego de Espinosa, el encargo de formar una relación de la enfermedad, felicísimo tránsito y suntuosas exequias fúnebres de la Señora Reina, con más los sermones, letras y epitafios ofrecidos a su túmulo. En esta relación, López de Hoyos intercala un soneto debido a la pluma del joven Miguel. El soneto es bueno, pero no se sabe por qué en los versos juveniles de los que luego han de ser grandes prosistas y retratistas y conocedores de la sociedad real, hay un cierto empaque declamatorio que no conviene con aquella aérea y como acelestada atmósfera en que flotan los versos de los verdaderos líricos. Por lo demás, parece que se ha ensanchado mucho por los biógrafos de Cervantes el influjo que López de Hoyos tuviera sobre el espíritu del joven Miguel, y también se le ha supuesto más lapso de estudios que el que verdaderamente tuvo. Y así a Cervantes se le ha llamado «ingenio lego», como si el ingenio fuese lego o letrado, con diploma o sin él, y no lo fuese por la gracia de Dios.