Miércoles 1 de diciembre Eloy EVANGELIO Mateo 15, 29

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Diciembre - 1 -
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Miércoles 1 de diciembre
Eloy
EVANGELIO
Mateo 15, 29-37
29
Jesús se marchó de allí y llegó junto al mar de Galilea; subió al monte y se quedó
sentado allí. 30Acudieron grandes multitudes llevándole cojos, ciegos, lisiados, sordomudos y
otros muchos enfermos; los echaban a sus pies y él los curaba. 31La multitud estaba admirada
viendo que los mudos hablaban, los lisiados se curaban, los cojos andaban y los ciegos veían; y
alababan al Dios de Israel.
32
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
-Me conmueve esta multitud, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y
no quiero despedirlos en ayunas, no sea que se desmayen por el camino.
33
Los discípulos le preguntaron:
-Y en un despoblado, ¿de dónde vamos a sacar pan bastante para saciar a una multitud
tan grande?
34
Jesús les preguntó:
-¿Cuántos panes tenéis?
Contestaron:
-Siete y unos cuantos pececillos.
35
Mandó a la multitud que se recostase en la tierra, 36tomó los siete panes y los
pececillos, pronunció una acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos; los
discípulos se los daban a las multitudes. 37Todos comieron hasta quedar saciados y recogieron
los trozos sobrantes: siete espuertas llenas.
COMENTARIOS
I
Lo mismo que la curación del hombre del brazo reseco, figura del pueblo sometido a la
institución judía, iba seguida de la curación de muchos enfermos, mostrando la extensión de la obra
liberadora de Jesús, así la liberación de la hija de la cananea va seguida de la de muchos enfermos,
que representan a los paganos que tienen fe en Jesús. Este se sienta en el monte (cf. 5,1s), es decir,
toma su puesto en la esfera divina. El hecho de que los enfermos tengan acceso a ese monte indica
que ya han dado su adhesión a Jesús.
«Y otros muchos»: el texto quiere resaltar el gran número. Jesús trae una salvación
universal. La alabanza de la gente «al Dios de Israel» indica que no son israelitas (cf. 9,8: «y
alababa a Dios», de una multitud israelita).
Las curaciones que hace Jesús corresponden a «las obras del Mesías» mencionadas por Jesús
con ocasión del recado de Juan Bautista (11,2-5; cf. Is 35,5s; 29,18s).
El contexto anterior introduce la escena de los panes. En el primer episodio de los panes
comió una multitud judía; ahora, una multitud pagana (lo mismo en Mc). La diferencia se
manifiesta en numerosos detalles: en vez de cinco, siete panes, alusión a los setenta pueblos
paganos; en vez de doce (Israel) «cestos», término usado en Palestina, siete «espuertas», término
usado fuera de Palestina (cf. 16,9s); en lugar de cinco mil hombres, cuatro mil, alusión a los cuatro
puntos cardinales, es decir, a la humanidad entera; en vez de «bendecir», expresión hebrea, «dar
gracias», expresión griega del mismo significado.
Diciembre - 2 -
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Esta vez, Jesús toma la iniciativa. No es una multitud crónicamente hambrienta; su hambre
se debe a haber estado tres días con Jesús. Los tres días pueden ser alusión a Os 6,2: «al tercer día
nos resucitará/levantará», y a la resurrección de Jesús mismo. Es, por tanto, una multitud que ha
obtenido de Jesús la salvación. De ahí que no se corresponda el número de panes con el de personas
(siete, cuatro mil; cf. 14,17.21, cinco y cinco mil, con alusión al Espíritu). La salvación se ha dado
antes de comer el pan.
Los discípulos se plantean directamente la cuestión de tener que alimentar ellos a la
multitud. A pesar de la experiencia del episodio anterior, no se creen capaces sin ayuda de otros.
«Se recostaron» (35), de nuevo la postura de los hombres libres. «En la tierra», alusión a 5,5:
«porque ésos van a heredar la tierra»; son libres e independientes porque la adhesión a Jesús los ha
sacado de su condición de sometidos. La saciedad (37: «quedaron satisfechos») está en relación con
5,6. Saciar el hambre es la primera exigencia de la justicia (cf. 14,20). El hecho de que quedan
saciados por obra de los discípulos muestra que la obra liberadora de Dios se hace por medio de
hombres, a partir de Jesús.
II
Inserto en el llamado “pequeño apocalipsis de Isaías”, nos encontramos con este anuncio
sobre la suerte final de todos los pueblos, que serán convocados a un festín divino. El profeta es
antes que nada un hombre con una gran capacidad de olfatear la historia tanto en su pasado como en
su presente, pero eso sí, de cara al futuro. El sabe y es conciente de que a lo largo de esa historia las
relaciones entre los pueblos no han estado en sintonía con el plan divino, pues la mayor parte del
tiempo dichas relaciones han sido de guerras, odios y violencia. La historia de Israel está plagada de
hechos violentos, ciudades y pueblos destruidos, reconstruidos y vueltos a destruir, y en medio de
todo, los pobres que son quienes llevan la peor parte en todo ello.
Ese ciclo de eterna violencia, enfrentamientos y dominación no corresponden al diseño
trazado por Dios. Con todo, un pueblo ha ido madurando su fe y sus esperanzas en torno a un Dios
soberano y justo; pero lo ha hecho de un modo excluyente, como si Dios nada tuviera que ver con
las demás naciones y pueblos.
La visión del profeta se proyecta hacia la reconstrucción de las relaciones entre todos los
pueblos. La imagen del festín en la que Dios hace de anfitrión y prácticamente de “cocinero”, hace
pensar en ese universalismo de Dios que tanto defiende Isaías. El profeta intuye esa providencia
universal de Dios, y al anunciarlo así, es como exigirle a Israel abrirse él primero a esta gran
acogida. El lugar de ese encuentro de pueblos es el corazón del mismo Judá, el monte del Señor.
Esto tiene que hacer pensar al pueblo y sus dirigentes en que son ellos los primeros que tienen que
“romper el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todas las gentes” (v 7). Esa
es la gran misión de Israel, una nueva oportunidad que ofrece Dios a su pueblo.
La vida después de este banquete será distinta, todos los pueblos reconocerán a un mismo y
único Dios que “enjugará las lágrimas de todos los rostros” (v 8). Los pueblos entenderán
finalmente que en sus divisiones y odios está el triunfo de los dominadores y opresores, pues no
está el éxito del fuerte en su mucha fuerza, sino en la debilidad de los pequeños que andan casi
siempre divididos y enfrentados entre ellos mismos.
Ahora, lo más importante es que esta profecía no pierde su vigencia. El mundo actual
marcado por divisiones sociales, raciales, políticas, económicas y religiosas debe volver a encontrar
en las palabras del profeta, no una simple promesa, sino un enorme desafío. Cada pueblo, cada
nación debería convertirse en artífice de aquella unidad querida y exigida por Dios. Es la
comunidad de pueblos y naciones quienes tienen que empeñarse en esa reconstrucción de sus
relaciones, al punto de poder inaugurar una nueva era edificada sobre las bases de la justicia, el
derecho y el reconocimiento de la diversidad como elemento enriquecedor. Esta nueva época, con
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Diciembre - 3 -
tales características es punto de inicio de aquel banquete que anuncia Isaías donde Dios tiene
cabida, y donde Dios tiene cabida es porque se ha reconocido el derecho de los pobres y
marginados; de lo contrario la imagen del banquete seguirá siendo un idealismo absurdo.
El punto de encuentro entre pueblos y naciones no será ya el “monte del Señor” conocido
por Isaías; hoy tiene que ser el evangelio de Jesús como única alternativa creíble, en donde cada ser
humano es reconocido y acogido. No vale hoy hablar de una institución o de un lugar específico que
congregue el concierto de pueblos y naciones, hoy tenemos que encontrarnos todos en torno a un
proyecto que dé vida y forma a esa vocación de unidad y de armonía humanas. En tal sentido,
ninguna confesión cristiana por antigua o fuerte que sea, tendría para qué esforzarse por meter a
todos los hombres y mujeres en sus filas; basta con que cada iglesia o confesión se preocupe más
por se modelo de unidad y de servicio a los más débiles, y dejar que sea la fuerza del evangelio la
que atraiga y anime a todos.
El evangelio, en línea con la profecía de Isaías, nos presenta a Jesús realizando en todo los
signos del reino, llevando a cumplimiento todo lo que estaba escrito sobre los tiempos mesiánicos y
sobre el Mesías. En el pasaje de hoy podemos contemplar dos cuadros complementarios entre sí. En
el primero, Jesús va dando cumplimiento a la época de la salud preanunciada desde antiguo a través
de las sanaciones que realiza. Su presencia es salvífica en todo el sentido de la palabra. El ser
humano en su totalidad es sanado por Jesús. En el segundo cuadro confirmamos lo visto en el
primero. Si Jesús acoge a la persona, la acoge en su integridad, no se queda sólo en el aspecto de
sanar, pues con ello sólo atendería lo físico; tampoco se queda en el aspecto de la enseñanza y la
predicación del reino, pues con ello se quedaría sólo en lo espiritual. El signo de la multiplicación
del pan, sintetiza todos los aspectos; pues, de la enseñanza, de la apertura a nueva conciencia se
pasa a la praxis inmediata. El ser humano es una totalidad de carencias y necesidad a las cuales es
necesario atender. Así que en la comida para la multitud, Jesús está induciendo a sus oyentes a
comprometerse todos con todos. El prójimo que está cerca de nosotros es motivo de preocupación y
compromiso en su totalidad de persona con todo lo que ello implica. Podríamos caer en la ligereza
de ver sólo el aspecto milagroso en ambos cuadros, como si el evangelista tuviera especial
preocupación de presentar al taumaturgo Jesús. Lo que en realidad encontramos aquí es la praxis del
reino en toda su amplitud, y al mismo tiempo, la exigencia de Jesús de llevar la predicación a la
parte práctica; es decir, que los oyentes con conciencia renovada deben ponerse en camino de hacer
realidad lo que la predicación enseña, y esto es ya la puesta en práctica de todas las señales
anunciadas por los profetas.
Jueves 2 de diciembre
Bibiana
EVANGELIO
Mateo 7, 21. 24-27
21
No basta decirme: «¡Señor, Señor!», para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner
por obra el designio de mi Padre del cielo.
24
En resumen: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece
al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los
vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca.
26
Y todo aquel que escucha estas palabras mías y no las pone por obra se parece al necio
que edificó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistieron
contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento tan grande!
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COMENTARIOS
I
vv. 21-23. De nuevo, en otro sentido, el primado de las obras sobre las palabras. No basta el
devoto reconocimiento de Jesús, hay que vivir cumpliendo el designio del Padre del cielo. La
adición «del cielo» y el término «designio» ponen este aviso en relación con la primera parte del
Padrenuestro (6,9s), que, a su vez, remite a la práctica de las bienaventuranzas. Jesús no quiere
discípulos que cultiven sólo la relación con él, sino seguidores que, unidos a él, trabajen por
cambiar la situación de la humanidad.
Después de enunciar el principio afirma Jesús que serán muchos los que «aquel día», el que
nadie conoce (25,13), lo llamarán «Señor, Señor», aduciendo sus obras para encontrar acogida. Las
obras que se citan: «haber profetizado», «haber expulsado demonios» y «haber realizado milagros»,
fueron hechas «por/con su nombre», es decir, invocando la autoridad de Jesús. Este, sin embargo,
no las acepta; considera esas obras, no solamente sin valor, sino como propias de malhechores. El
término anomia, iniquidad, es el que Jesús aplica a los letrados y fariseos hipócritas (23,28), y la
frase de rechazo se encuentra en Sal 6,9, donde los malhechores son los que oprimen al justo y le
procuran la muerte. Esta perícopa, en cuanto a su sentido, no está lejos de la anterior (15-20). Estos
que cumplen acciones extraordinarias y que llevan en sus labios el nombre del Señor, tienen una
actividad que, aunque aparentemente laudable, es en realidad inicua, porque no nace del amor ni
tiende a construir la humanidad nueva según el designio del Padre (21).
vv. 24-27. El discurso termina con una parábola compuesta de dos miembros contrapuestos.
Jesús habla de dos clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos
se centra en llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada. «La casa» que pertenece al
hombre («su casa») representa al hombre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse
firme a través de los desastres, que pueden identificarse con las persecuciones (5,11s), depende de
que su vida tenga por cimiento una praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante
han sido las bienaventuranzas. Se descubre una alusión a los individuos retratados en la perícopa
anterior (21-23). Jesús ha hablado como maestro; su doctrina expresa el designio del Padre sobre los
hombres (7,21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino llevarla a la práctica. De ello depende el
éxito o la ruina de su propia vida.
Las multitudes que lo habían seguido antes de comenzar el discurso (4,25) han escuchado la
exposición de Jesús y su reacción es de asombro. Acostumbrados a la enseñanza de los letrados, que
repetían la doctrina tradicional apoyándose en la autoridad de los antiguos doctores, notan en Jesús
una autoridad diferente. No se apoya en la tradición; expone su doctrina interpretando, corrigiendo
o anulando las antiguas prescripciones. La alusión a los letrados, mencionados en el discurso (5,20),
es polémica. Ante la enseñanza de Jesús, la de los letrados ha perdido su autoridad. Lo que ellos
proponían como tradición divina deja de aparecer tal a los ojos de las multitudes que han escuchado
a Jesús. La doctrina oficial cae en el descrédito.
Se cierra el contexto del discurso mencionando que grandes multitudes siguen a Jesús
después de su enseñanza, en paralelo con las que lo siguieron hasta el lugar del discurso (4,25; 5,1).
La enseñanza tan nueva y radical de Jesús no ha hecho disminuir su popularidad.
II
Continuamos deleitándonos con los poemas y cantos de Isaías. Recordemos que uno de los
personajes del Adviento es este poeta de la esperanza y de la consolación. Hoy nos anuncia en su
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Diciembre - 5 -
canto el gran gozo que sobrevendrá cuando caiga la “ciudad fuerte”. Muy probablemente se trata
del vaticinio de la caída del imperio babilónico, que tanto daño había causado al pequeño reino de
Judá. Tanto como el imperio asirio a los israelitas al Norte en 721.
Los desterrados son motivados a esperar con fe y confianza un cambio de suerte. En efecto,
los especialistas datan estos capítulos de Is 24-28 más o menos para la época en la cual la política
del cercano oriente se va moviendo con vientos favorables para los Persas y obviamente,
desfavorables para Babilonia.
Hasta ahora, la ciudad fuerte que ha subyugado, sometido y humillado al pueblo judío, ha
sido Babilonia. Cuando caiga ese imperio en manos de los persas, los deportados podrán ver
realizadas sus esperanzas. Sólo entonces los pobres -el pequeño resto- podrá pisotear las ruinas de la
opresión y podrán regresar a su patria, a su ciudad, con la firme convicción de que Dios mismo será
su defensor.
En el cercano oriente y particularmente en Palestina las rocas, que en realidad son alturas
rocosas, tienen un gran valor: sirven como defensa, guarida del sol o de la lluvia, puesto de
vigilancia para detectar con tiempo y a distancia los posibles enemigos. Una ciudad nunca se
construye en la hondonada, pues sería presa fácil de los enemigos. Con todos esos atributos, el
profeta anuncia que el resto de Israel tendrá como roca de defensa nada menos que a YHWH.
El pueble ha tomado conciencia de que su destierro ha tenido un valor purgante o
purificador. No bastaba saberse pueblo de la elección y de la bendición. Ellos habían debido
mantenerse fieles también a través de sus obras. Por eso, la caída de Jerusalén es en el fondo la
necesaria caída del lugar en donde se vivía la injusticia institucional, el irrespeto y el rechazo a los
débiles y pobres. Estos también pisotearán las ruinas de la ciudad altanera e injusta, sobre ellas
alzarán la ciudad nueva, fortificada, pero con los nuevas obras e la justicia. Con mucha razón, estos
capítulos son considerados el “pequeño Apocalipsis”, pero no por la destrucción que vaticinan, sino
por las esperanzas que suscitan entre los fieles de YHWH .
En el evangelio de hoy podemos encontrar una especie de continuidad con el fragmento de
Isaías que escuchamos en la primera lectura. En ambos pasajes aparecen el tema de la roca como
símbolo de seguridad. Notemos que la comparación que va a hacer Jesús sobre el hombre prudente
que construye su casa sobre la roca (vv 27-31), viene introducida por un versículo “gancho” (v.24)
para poner como precedente en qué sentido construir bien. Nos dice que “Concluyendo el sermón
del monte, dijo Jesús a sus discípulos”: “no todo el que dice Señor, Señor entrará en el reino de los
cielos”. El ingreso al reino sólo lo puede garantizar una vida ajustada a las exigencias del evangelio,
y esas exigencias no hay que inventarlas, ni hay que reformarlas, ni siquiera adaptarlas a los gustos
de cada quien, ahí están justamente en el llamado “Sermón del monte”, carta magna del seguidor de
Jesús.
El cumplimiento de todo lo expuesto en el Sermón del monte es la roca firme donde el
discípulo de Jesús tiene que edificar su vida como persona y como cristiano. Ya no hay argumentos
para sostener que basta invocar el nombre de Jesús y asunto solucionado; ni siquiera es posible
quedarnos con el mero concepto de que la fe en Jesús es suficiente. Si miramos bien, en los
evangelios al menos tres veces los demonios y los espíritus inmundos manifiestan su fe en Jesús el
Hijo de Dios: “...sabemos quien eres: el Santo de Dios” (Mc 1,24). El demonio también tiene fe!
También cree en Jesús y en su poder, sin embargo las cosas no cambian, sigue siendo tan demonio
como siempre. A ese paso ¿no tendríamos que ponernos la mano en el corazón y preguntarnos cuál
es la diferencia de mi fe con la del demonio? ¿Qué cambia en mí y en la realidad que vivo por el
hecho de ser creyente y con cierta regularidad “cumplir con mi religión? Aquí es donde Jesús llama
la atención, ¡ojo, estás entre los que sólo se contentan con decir Señor, Señor; estás muy lejos del
reino! Con razón pues, el evangelio y en particular ese “Sermón del Monte” son el proyecto
máximo para el discípulo, para la iglesia, para todos los que conociendo a Jesús y su evangelio, sea
de la confesión que sea, lo asuman y lo pongan en práctica; más fuerte no puede haber otra roca.
Una casa construida allí no puede jamás perecer.
Diciembre - 6 -
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Este tiempo de adviento, es propicio para revisar los fundamentos de nuestra edificación.
Conmemorar la primera venida de Jesús nos debe poner en esa tónica de examen y ajuste de todo
aquello que está haciendo de nuestra vida y de la vida de nuestras comunidades una construcción
sobre arena. De ese modo, comenzando a construir sobre roca, preparamos aquella segunda venida
de Jesús anunciada por El mismo
Viernes 3 de diciembre
Francisco Javier
EVANGELIO
Mateo 9, 27-31
27
Cuando se marchó de allí, al pasar lo siguieron dos ciegos pidiéndole a gritos:
-Ten compasión de nosotros, Hijo de David.
28
Al llegar a la casa, se le acercaron los ciegos; Jesús les preguntó:
-¿Tenéis fe en que puedo hacer eso?
Contestaron:
-Sí, Señor.
29
Entonces les tocó los ojos diciendo:
-Según la fe que tenéis, que se os cumpla.
30
Y se les abrieron los ojos. Jesús les avisó muy en serio:
-Mirad que nadie se entere.
31
Pero cuando salieron hablaron de él por toda aquella comarca.
COMENTARIOS
I
La frase inicial de esta perícopa está en paralelo con la que introducía la llamada de Mateo
(9,9); “al salir de allí”, conexión con la perícopa anterior, lo siguen dos ciegos que le piden la
curación y lo aclaman reconociéndolo como Hijo de David. Este título ha aparecido encabezando
la genealogía de Jesús, junto con el de hijo de Abrahán (1,1). Es la herencia que le corresponde
por la ascendencia de José, pero su realidad es muy superior a ella. El mismo negará en el templo
que el Mesías sea «hijo/ sucesor» de David (22,41-46). El no tiene padre humano y no se define,
por tanto, por la ascendencia de José. Su dependencia de la tradición de Israel se rompe por el
nacimiento virginal. Nacido por obra del Espíritu y teniendo por Padre a Dios, se define como el
Mesías Hijo de Dios y como «el Hombre». Adamarlo como hijo de David significa no conocer su
verdadera realidad, considerarlo un Mesías nacionalista. Solamente después de su entrada en
Jerusalén, cuando haya cumplido la profecía de Zac 9,9 sobre el Mesías no violento (21,4s) y
haya hecho la denuncia del templo que manifiesta su ruptura con la institución judía (21,13),
tendrá este título su verdadero sentido mesiánico y será aceptado por Jesús (21,15s). Aquí son
ciegos los que lo aclaman como hijo de David; en el templo serán precisamente aquellos a
quienes él ha curado de su ceguera. Jesús no reacciona ante la aclamación de los ciegos. «La
casa» es símbolo de su comunidad y allí se le acercan los ciegos. Jesús se refiere solamente a la
petición implícita que le han hecho («ten compasión de nosotros», en relación con 5,7).
Diciembre - 7 -
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Ante la fe de los ciegos, toca sus ojos y pronuncia una frase en todo semejante a la que
dijo al centurión («Según la fe que tenéis, que se os cumpla»). Dar vista a los ciegos era uno de
los signos de la salvación definitiva, anunciada por los profetas, como símbolo de la liberación de
la tiranía (Is 29, l8ss; 35,5.10; 42,6s; 49,6.9s). Las tinieblas se desvanecen ante la revelación de
Dios. «Abrir los ojos a los ciegos» representa, por tanto, sacarlos de la esclavitud y continuar el
éxodo que ha de llevar a la tierra prometida.
Siendo estos ciegos israelitas, como aparece por la aclamación «Hijo de David», que
delata su concepción nacionalista del Mesías según la doctrina oficial, la obra de Jesús consiste
en sacarlos de esa ideología, que, encarnada en la interpretación de la Ley, procura la muerte.
Jesús les prohibe comunicar el hecho, pero ellos no le obedecen. Lo divulgan por toda la
comarca, la misma que ha oído la noticia de la resurrección de la hija del jefe (9,26).
¿Por qué no había prohibido Jesús que se divulgase ésta y, en cambio, prohibe a los ciegos
comunicar la noticia de su curación? Israel debe saber que es la Ley del exclusivismo la que
impide su vida, pero no debe saber aún que Jesús inicia un éxodo que lleva a una nueva tierra
prometida, la nueva comunidad. Si esto se divulgase ya desde ahora, le impediría llevar a cabo su
misión. Aún no ha roto Jesús abiertamente con la sinagoga.
II
Apuntando siempre a mantener viva la esperanza en medio de la tribulación, el profeta
augura la nueva era valiéndose de la figura del Líbano transformado en huerto. El monte Líbano es
en el contexto del cercano oriente un símbolo de algo agreste, indomable, selvático.... La
transformación de la suerte del pueblo equivale a esa situación de los desterrados, que cambiará en
tiempos de paz y bienestar. Este cambio descrito en la naturaleza se asemeja a la época nueva, a la
vida nueva que puede experimentar quien era ciego y vuelve a ver, quien era sordo y vuelve a oír.
El pueblo de Israel, sometido al imperio de turno sabe que en su tierra fue ciego y fue sordo.
Sabe que en cierta forma él mismo es responsable del mal que ahora padece. Pero el profeta no hace
tanto énfasis en el castigo, sino en el anuncio esperanzador de un tiempo nuevo: “los que sufren
volverán a alegrarse en el Señor, los pobres gozarán con el Dios Santo de Israel”.
Este anuncio del profeta debería ser el modelo de nuestro anuncio de esperanzas a un mundo
cada día más divido, más violento y más injusto. No es raro escuchar predicadores –incluso
católicos- que hacen de los males sociales el tema de su predicación para enfatizar el aspecto
punitivo: “es Dios quien castiga esta humanidad perversa e injusta...” como si eso aliviara el dolor
de tantos y tantos hermanos y hermanas que padecen los rigores del hambre, la falta de salud y
educación. Tal mensaje, alienante por demás, no toca las estructuras del mal. Todo lo que se logra
es que los opresores y dominadores asuman cada vez con mayor fuerza el papel de “instrumentos de
Dios” para continuar castigando el resto de la humanidad “pecadora”. ¿No es ese el papel que
siempre asumen quienes se creen los representantes de Dios? Recuérdese el papel de juez universal
que asumió el imperio del norte hace tres años cuando el atentado contra Nueva York!
El cambio de situación que vaticina el profeta incluye por demás el castigo de quienes han
oprimido y expoliado al pueblo: desaparecerán los agresores, los descreídos, los que negaron la
justicia para el pobre y el inocente. En este sentido Dios prescinde de todo intermediario que
desprecie al débil. Nada ni nadie sobre la tierra podrá erigirse como lugarteniente de Dios si no
tiene como criterio máximo la justicia y el respeto por el pobre y oprimido.
Pero, ¿cómo podrá darse cuenta el pueblo de estos cambios? Cuando se capacite para
escuchar a los verdaderos mediadores de Dios: los profetas, la Escritura. Por eso nos dice hoy
Isaías: “los que están sordos oirán cuando se lea la Escritura, y verán los ciegos ya sin sombras ni
tinieblas en los ojos”. No se trata, por tanto, de sordos y ciegos en el sentido estricto, real, sino de la
ceguera y de la sordera al proyecto de Dios propuesto desde antiguo. Con el golpe del destierro, el
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Diciembre - 8 -
pueblo tiene que sacudirse, zarandearse, abandonar un estilo de fe acomodado y facilista, para poder
captar en el crudeza de la humillación que a pesar de todo Dios no lo abandona, ni se gloría del mal
de su pueblo. A raíz de este duro golpe el pueblo tiene que reconstruirse. Lo primer que anhela es
retornar a su tierra, pero el retorno es apenas un paso; el siguiente paso es comenzar la
reconstrucción con ojos y oídos nuevos a la propuesta siempre vigente de su Dios.
Nuestra sociedad contemporánea está ansiosa y ciertamente necesitada de una
reconstrucción. No se trata de simples reformas; se trata de adquirir oídos nuevos y ojos nuevos
para volver a encontrar en el mensaje de la Escritura la única propuesta tan antigua y tan actual del
mismo Dios liberador que sigue rechazando mediadores poderosos y apoyándose en mediadores
que se entreguen sin reservas a la causa de los pobres y marginados.
Prueba de todo lo anterior es el evangelio que nos presenta hoy la liturgia. Dos ciegos siguen
a Jesús pidiendo insistentemente ser curados de su mal. La petición de estos dos hombres incluye
una confesión de fe, pues llaman a Jesús “hijo de David”, un título que reconoce a Jesús como
alguien con características especiales, no se trata de un hijo de vecina, se trata del descendiente de
David que tenía que venir. Este reconocimiento subraya la aceptación, por la fe, de la persona de
Jesús. Y es precisamente el eje central del relato. La referencia al milagro queda relegada a un
segundo plano, para resaltar la exigencia que Jesús hace a través de la pregunta “¿ustedes creen que
puedo hacerlo?” No basta una simple declaración formal de lo que se cree, se necesita refrendar con
la vida esa convicción.
La transformación de las condiciones vitales implica como punto de partida la fe, una fe que
no todo lo explica ni arregla, pero que es el motor que da sentido y valor a la vida. El seguidor de
Jesús, convencido de su fe, no duda en que las tareas que implica el cambio sí pueden salir adelante.
Por otro lado, el discípulo no puede callar la proclamación de las maravillas que realiza Dios entre
sus hijos, al estilo de los ciegos que rápidamente divulgan la noticia por toda la comarca. Este
tiempo de adviento puede ser una gran oportunidad para nosotros como personas y como
comunidades para examinar esa calidad de fe nuestra.
Sábado 4 de diciembre
Juan Damasceno
EVANGELIO
Mateo 9, 35-38; 10, 1.6-8
35
Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos,
proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad.
36
Viendo a las multitudes, se conmovió, porque andaban maltrechas y derrengadas como
ovejas sin pastor.
37
Entonces dijo a sus discípulos:
-La mies es abundante y los braceros pocos; por eso, 38rogad al dueño que mande braceros
a su mies.
10 1Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos para
expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad.
6
Mejor es que vayáis a las ovejas descarriadas de Israel. 7Por el camino proclamad que
está cerca el reinado de Dios, 8curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad
demonios. De balde lo recibisteis, dadlo de balde.
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COMENTARIOS
I
vv. 35,38. En paralelo con 4,23, comienza aquí una nueva sección del evangelio (9,3811,1), constituida sobre todo por la instrucción a los Doce para la misión. 9,35-38 constituye la
introducción a la misión y al discurso y describe la lastimosa situación de Israel a los ojos de Jesús.
Se abre con un sumario de la actividad de Jesús (35), que describe su labor incansable. En
las sinagogas enseña, es decir, expone su mensaje apoyándose en la Escritura; fuera de las
sinagogas proclama la buena noticia de la cercanía del reinado de Dios (4,17); además, cura a todos
los enfermos, como señal de la plena salvación que el reino ofrece al hombre.
«Las multitudes están como ovejas sin pastor» (36). La frase alude a Nm 27,17, donde
Moisés nombra a Josué precisamente para que el pueblo no se disperse. Nadie se ocupa de este
pueblo que se encuentra en situación desesperada.
Ante este espectáculo, Jesús expone la situación a sus discípulos (37s). Usa un término (gr.
therismos) que significa «mies» y «siega». Se usa en 13,30.39, aplicado a la separación final entre
buenos y malvados, y «la siega» se atribuye a los ángeles. «Los braceros» u obreros de que habla
Jesús ejercen, pues, en la historia la misma actividad que «los ángeles» harán en el momento final.
Se ve ahora el sentido de «los ángeles» que servían a Jesús, es decir, colaboraban con él, en la
escena del desierto: eran figura de los que colaboran en su misión. La alusión indica que comienza
el tiempo escatológico, la etapa final de la historia, inaugurada con la presencia de Jesús y la
cercanía del reinado de Dios.
La petición se dirige al dueño de la mies, el Padre. Jesús no pide al Padre que envíe
segadores, pero recomienda a los discípulos que lo hagan. Es una manera de prepararlos a la misión
que sigue. La petición les hará tomar conciencia de la necesidad y los dispondrá a responder a la
llamada de Jesús.
v.10,1. Mt no describe la institución de los Doce. Su puesto lo ocupan las bienaventuranzas,
donde establece el estatuto de la nueva alianza y, por tanto, funda el nuevo Israel. «Sus doce discípulos», nombrados por primera vez, son, por tanto, la figura representativa del Israel mesiánico.
El número doce alude a la plenitud escatológica de Israel. En su estadio final, el pueblo elegido
comprende tanto a israelitas como a «pecadores» e incluirá también a los paganos.
vv. 6-8. Jesús envía a los «Doce», es decir, al Israel mesiánico que representa a todos sus
discípulos, dándoles instrucciones para la misión. Por el momento, limita ésta a Israel, que se
encuentra en situación lastimosa. No ha llegado aún la hora de la misión universal (26,13; 28,19).
La proclamación de los Doce tiene el mismo contenido que la de Jesús (4,17), pero sin la
exhortación a la enmienda. Dan escuetamente la buena noticia. Su proclamación va acompañada de
toda clase de señales. El significado de éstas es el mismo que el de las realizadas por Jesús. El ha
resucitado a la hija del jefe (9,18-26), ha limpiado a un leproso (8,2-4), ha curado enfermos (8,16;
9,35), ha expulsado demonios (9,32s). El significado es liberar a los habitantes de Galilea de las
doctrinas que los tienen postrados y privados de vida. Estas obras se realizan con «las ovejas
descarriadas de Israel»; son, por tanto, una expresión de la ayuda que el discípulo debe prestar (5,7).
Jesús añade un aviso: la idea de lucro ha de estar ausente de esta actividad (8). Se hace, por tanto,
con «limpieza de corazón» (5,8), sin segundas intenciones.
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II
El esperanzador pasaje de Isaías que escuchamos hoy en le primera lectura, está precedido
de dos oráculos que denuncian la actitud infiel de Israel al buscar aliarse con Egipto. Indica que el
reino de Judá está en peligro. Con todo, no intenta revisar sus estructuras internas y poner mayor
confianza en un pueblo extranjero que en su propio Dios.
Pero a pesar de estos oráculos negativos, hay voces de esperanza. El Señor se acordará de su
pueblo. Es verdad que Jerusalén recibirá “pan de asedio y aguas de opresión”, pero finalmente todo
será transformado a favor de los fieles de YHWH a quien el profeta declara dichosos. La segunda
parte del pasaje (vv23-26) nos describe esa situación idílica en donde la creación entera podrá
disfrutar de los frutos del favor de YHWH.
La realidad que viven hoy pueblos enteros es precisamente aquella que describe el profeta
como “pan de asedio y agua de opresión”, y ante esa realidad, nosotros como creyentes tendríamos
que desempeñar un papel mucho más claro y contundente, despertando en nuestros pueblos los
anhelos de cambio y, más que eso, infundiendo y manteniendo en alto la esperanza. Sólo una
pérdida de esperanza puede propiciar el mantenimiento del orden, y ya sabemos que ese statu quo
es favorable a los de siempre.
A la luz de estos pasajes tan cuidadosamente seleccionados, nosotros como cristianos y
como iglesia, deberíamos confrontarnos con mucha sinceridad para ver hasta donde con nuestro
silencio estamos patrocinando y quizás entregando al pueblo “pan de asedio y aguas de opresión”.
Eso sería muy grave y seguramente no vamos a escapar a la reprensión por parte de Dios.
Esa situación la está contemplando también Jesús. A lo largo de sus recorridos “por ciudades
y aldeas” y en su ministerio en las sinagogas, es lo que Jesús percibe, una realidad similar a la que
le toca vivir a Isaías. El evangelista describe una actitud íntima de Jesús: “siento compasión porque
la gente va como ovejas sin pastor”. Todo una paradoja, pues Israel siempre se consideró el rebaño
de YHWH; su Dios era su propio pastor, pero poco a poco el pastoreo de Dios fue rechazado y
suplantado por los caprichos de los líderes políticos y religiosos que desviaron al pueblo de sus
sendas; en lenguaje de Isaías “ocultaron al que les enseñaba”. En este marco podemos pues,
entender la profundidad de estos dos movimientos que se presentan en el evangelio: por un lado, la
compasión de Jesús y su exclamación “la mies es mucha y los operarios pocos”, y por otra parte, la
respuesta a esa realidad apremiante con el envío de sus discípulos.
El trabajo del discípulo queda perfectamente delineado por el mismo Jesús: proclamar el
reino, y al mismo tiempo hacerlo manifiesto a través de las obras: curar enfermos, resucitar
muertos, purificar leprosos y expulsar demonios. Realizar esto y no otra cosa, es la misión del
discípulo. A ese paso, podríamos analizar la historia del cristianismo en orden a rescatar cada vez
más su esencia. No se trata de imponer una institución o una normatividad; la Iglesia será más fiel a
las exigencias del Maestro no en cuanto a su organización, sino en la claridad y calidad del servicio
a la sociedad concreta de cada época.
La conmemoración de la Encarnación de Jesús es un motivo siempre actual para examinar la
manera como estamos participando en esa misión del Verbo hecho carne, hecho entrega, hecho
misión.
El evangelio de hoy es como el contrapunto de la primera lectura. Así como el profeta hace
ver la realidad de peligro y desviación en que vive su pueblo, Jesús, Buen Pastor, manifiesta
explícitamente esa compasión y llama a sus discípulos para que sean ellos también “intercesores”:
“rueguen al dueño de la mies para que envíe operarios a su mies”. Y dicha exclamación se convierte
prácticamente en una orden de envío; un despertar la conciencia en sus discípulos para ponerse al
frente del pastoreo de tantos hermanos y hermanas que andan dispersos como ovejas sin pastor.
Nuestra sociedad contemporánea se distingue por su sentido de autoconciencia, autonomía,
autosuficiencia, al punto de rechazar abiertamente cualquier tipo de dirección o “pastoreo”; sin
embargo, esas actitudes al parecer son apariencia. Tal vez, hoy más que nunca, el hombre en su
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soledad busca algo, alguien que llene el vacío tremendo en que se encuentra. Basta sólo mirar la
demanda gigantesca que tienen todos los grupos y movimientos espiritualistas de nuestro tiempo.
Pues ahí está la “mies abundante” de la que habla Jesús, ahí el discípulo tiene que jugárselas para
que la propuesta del evangelio sea de verdad un abrevadero para el sediento hombre y mujer
contemporáneos, no porque encuentren en él aquella religión facilista y mecánica, sino porque hay
allí un proyecto que da sentido y valor a la existencia.
Domingo 5 de diciembre
Sabas
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
Primera lectura: Isaías 11, 1-10
Salmo responsorial: 71
Segunda lectura: Romanos 15, 4-9
EVANGELIO
Mateo 3, 1-12
3 1Por aquellos días se presentó Juan Bautista en el desierto de Judea proclamando:
2
-Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios.
3
A él se refería el profeta Isaías cuando dijo:
Una voz grita desde el desierto:
Preparad el camino del Señor,
enderezad sus senderos (Is 40,3).
4
Este Juan iba vestido de pelo de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se
alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
5
Acudía en masa la gente de Jerusalén, de toda el país judío y de la comarca del Jordán,
6
y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados.
7
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara; les dijo
-¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? 8Pues
entonces dad el fruto que corresponde a la enmienda 9y no os hagáis ilusiones pensando que
Abrahán es vuestro padre; porque os digo que de las piedras estas es capaz Dios de sacarle hijos
a Abrahán. 10Además, el hacha está ya tocando la base de los árboles, y todo árbol que no da
buen fruto será cortado y echado al fuego.
11
Yo os bautizo con agua, en señal de enmienda; pero llega detrás de mí el que es más
fuerte que yo, y yo no soy quién para quitarle las sandalias. Ese os va a bautizar con Espíritu
Santo y fuego, 12porque trae el bieldo en la mano para aventar su parva y reunir el trigo en su
granero; la paja, en cambio, la quemará con fuego inextinguible.
COMENTARIOS
I
¿NOS ESTAMOS PREPARANDO?
Cuando un gran personaje (un jefe de Estado o de Gobierno, el Papa, un artista famoso) viaja a
cualquier país, se prepara todo desde mucho tiempo antes: itinerarios, discursos, comidas, homenajes,
gestos...
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Adviento significa venida: en este tiempo, esperamos la llegada de alguien muy importante,
mucho más que cualquier artista, que cualquier gobernante, que el mismo Papa...
¿Cómo nos estamos preparando?
¿SE PASA..., O NO LLEGA?
¡Qué duro y qué terrible era Juan Bautista! ¡Gamada de víboras!... castigo inminente...,
hoguera que no se apaga... Parece como si más que atraer a la gente quisiera espantarla. ¿Verdad
que resulta un poco exagerado?
Sí, hay que reconocerlo: el Bautista, en algunas cosas, se pasa. Pero en otras lleva toda la
razón.
Se pasa, o mejor, no llega, al hablar de Dios y de su inminente intervención en la historia
de los hombres. Porque la idea que Juan tiene del modo de ser de Dios quedará definitivamente
anticuada cuando Jesús explique cómo es el Padre. Hablaremos de eso en el siguiente comentarlo.
Pero si al hablar de un Dios amenazador y terrible (Mt 3, 10-12; Lc 3,9.17) se equivoca,
en lo que acierta al ciento por ciento es al exigir sinceridad y seriedad a quienes, interesados por
su mensaje, se acercan a él: dad el fruto que corresponde al arrepentimiento.
YA ESTA CERCA...
Juan anunciaba la cercanía del reinado de Dios: «Enmendaos, que está cerca el reinado de
Dios». Era ésta una vieja esperanza del pueblo de Israel, que aguardaba que Dios restableciera la
justicia en la sociedad israelita y en sus instituciones y devolviera a su nación su antiguo
esplendor.
Por eso las gentes del pueblo responden a su anuncio masivamente y se preparan para la
ya próxima intervención de Dios confesando sus pecados y bautizándose. Este bautismo era señal
de que estaban dispuestos a enmendar su comportamiento, de que estaban decididos a romper
totalmente con la injusticia.
También se acercaron al Jordán unos individuos que provocaron la ira de Juan: unos
saduceos y fariseos que pretendían bautizarse como los demás. Estos pertenecían a dos partidos
opuestos entre sí pero unidos por un hecho: compartían el poder y, cada grupo a su manera,
dominaban y explotaban al pueblo. Y por la reacción de Juan ante su presencia, no parece que
estuvieran muy dispuestos a cambiar de actitud. Por eso Juan les plantea una clara exigencia:
«dad el fruto que corresponde al arrepentimiento». Les está pidiendo simplemente que sean
sinceros, que no intenten engañarle a él y a la gente, que no pretendan burlarse de Dios. Ellos,
responsables en gran parte del desorden establecido, de la injusticia legalizada y de la explotación
y opresión de los pobres... ¡ se atreven a presentarse aparentando que también ellos vibran con la
misma esperanza del pueblo que soporta sus injusticias! No. Para
prepararse a los acontecimientos que se acercan no basta con un gesto exterior: es
menester dar frutos que demuestren que de hecho el arrepentimiento es sincero; es necesario
abandonar la injusticia y adoptar un nuevo modo de actuar.
... CERCA TAMBIEN PARA NOSOTROS
Jesús de Nazaret sale constantemente a nuestro encuentro. Para nosotros la cercanía del
reinado de Dios es un hecho permanente. La celebración del Adviento y de la Navidad no es un
puro recuerdo histórico ni una simple celebración tradicional. Es una invitación a prepararnos
para que Jesús entre definitivamente en nuestra vida y en nuestra historia.
Y tampoco a nosotros nos basta con algunos gestos externos. Para que nuestro encuentro
con Jesús pueda realizarse es condición indispensable que ni practiquemos nosotros la injusticia
ni seamos cómplices de la injusticia del sistema.
¿Cómo nos estamos preparando?
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II
vv. 1-2. Momento histórico indeterminado. Juan Bautista (ya conocido como tal aunque
no se ha mencionado su bautismo, se presenta en el desierto de Judea, es decir, en la zona más
allá del Jordán. Al añadir «de Judea», muestra Mt que la ruptura con la sociedad (desierto) no
saca de la tierra prometida (al contrario Jn 1,28); su concepción teológica ve en la humanidad
entera la plenitud de Israel. La actividad de Juan es «proclamar» como un heraldo, es decir, dar
una noticia, cuyo contenido se expresa a continuación: «Enmendaos, que está cerca el reinado de
Dios». La cercanía del reinado es la noticia; la enmienda es condición para que sea posible ese
reinado. Consiste en el cambio de actitud del hombre respecto a los demás, en la adopción de una
conducta justa; el momento del cambio se expresa con el término «arrepentimiento».
No ha de confundirse éste con la «conversión» (gr. epistrophé,, término teológico que
designa la vuelta a Dios (el verbo hebr. sub, convertirse, no se traduce en los LXX por
metanoeó). En Mc y Mt la conversión se expresará por la fe o adhesión a Jesús. Desde el
momento en que está presente en el mundo el «Dios entre nosotros» (1,23), es a él a quien habrá
que «volverse». Dado que Jesús no ha aparecido aún en la escena, el precursor invita al cambio
de vida, como hará Jesús mismo (4,17) antes de darse a conocer. La enmienda o metanoia tiene
su raíz en la predicación profética. Su paradigma está expresado por Is 1,16-17: «Cesad de obrar
mal, aprended a obrar bien».
«El reinado de Dios», que había sido la aspiración de Israel en toda su historia, era objeto
de viva expectación en la época. Se pensaba generalmente que se realizaría por medio del Mesías,
rey descendiente y sucesor de David, que vencería a los paganos y restauraría la gloria de Israel
como nación. Juan Bautista, sin embargo, al exigir la enmienda como condición para el reinado,
muestra que éste no es fruto solamente de la intervención de Dios, sino que requiere la
colaboración del hombre. De hecho, se pensaba que el Mesías había de purificar también a Israel,
separando en su interior a justos y pecadores.
v.3. Mt refiere un texto de Isaías a la predicación de Juan. La preparación de que habla el
profeta coincide con la enmienda que pedía Juan. La voz grita «desde el desierto»: el lugar donde
se sitúa el heraldo (en, es también el lugar desde donde ejerce su actividad. «Clamar en el
desierto», en el sentido de hablar en vano,
sin que nadie haga caso carecería de sentido, puesto que la voz de Juan encuentra
inmediato eco «fuera» del desierto, en Jerusalén y Judea (3,5).
v. 4. Basándose en el texto de Mal 3,23: «Yo os enviaré al profeta Elías antes que llegue
el día del Señor», la teología rabínica había desarrollado la creencia de que Elías había de llegar
como precursor del Mesías para purificar a Israel y prepararlo para el reinado mesiánico (Mt 17,
10) Por su vestido y, en particular, por la correa de cuelo a la' cintura, Juan se identifica con el
profeta Elías. El es quien va a preceder el Día del Señor, es decir, la llegada del Mesías. Se
asocia así la cercanía del reino con la proximidad del Mesías.
El alimento de Juan no era extraordinario. «Los saltamontes» se vendían también en los
mercados. Su dieta confirma, sin embargo, su ruptura. Juan utiliza el alimento que tiene a mano,
sin depender de la sociedad de la que se ha separado.
v. 5. La respuesta a la proclamación de Juan es unánime;. la capital y toda Palestina
acuden a su pregón («toda Judea» significa todo el país judío- cf Mc 1,5; Lc 1,5- Herodes el
Grande, «rey de Judea»; acude también gente de la región cercana al río. Se establecen ahí dos
polos opuestos: Jerusalén, lugar de las autoridades religioso-políticas y centro del culto oficial, y
el desierto, desde donde se hace oír la voz de Juan. La afluencia masiva a éste es un plebiscito en
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su favor y en contra de la institución judía; expresa así el pueblo su profundo descontento con esa
institución y sus dirigentes.
v. 6. El bautismo o inmersión en el agua era un rito común en la cultura judía. Significaba
la muerte a un pasado, que quedaba simbólicamente sepultado en el agua. Se utilizaba en lo civil
para indicar, por ejemplo, la emancipación de un esclavo, y en religioso, para la conversión de un
prosélito. En este caso significa el cambio de vida- el pasado de injusticia queda sepultado. De
ahí que el bautismo vaya acompañado de un reconocimiento de «los pecados», es decir, de las
injusticias cometidas. Esta es la preparación para el reinado de Dios.
vv. 7-8. Los fariseos eran modelo de hombres religiosos y se preciaban de su fidelidad a la
Ley, interpretada según la tradición rabínica. Por su ejemplaridad al menos aparente, ejercían
gran influjo sobre el pueblo; representaban el poder espiritual. Los saduceos por su parte,
constituían la clase dominante. A ellos pertenecían los grandes terratenientes y las familias de la
aristocracia sacerdotal; representaban el poder económico, religioso y político. Se acerca a Juan
un buen número de ellos para recibir su bautismo, pero sin propósito de reconocer la injusticia en
que viven ni de rectificar su conducta. En vista de la reacción del pueblo, el sistema opresor
quiere de algún modo integrar la figura de Juan y el movimiento que ha suscitado.
Juan no los acepta, sino que los increpa de manera violenta. «Camada de víboras»
caracteriza a las dos categorías como agentes de muerte. Juan califica así al poder políticoreligioso en su relación con los hombres. Lo mismo hará Jesús con fariseos y letrados (12,34;
23,33). «Castigo» (lit. «ira»): en las lenguas semíticas y en el griego bíblico es frecuente expresar
realidades por los sentimientos que las provocan o que ellos mismos provocan. Juan supone que
Dios como rey o, lo que es igual, el Mesías que llega, va a infligir un castigo; los fariseos y
saduceos pretenden evitarlo sometiéndose al rito externo, pero sin cumplir la condición exigida,
la enmienda, sin cambiar radicalmente su modo de vida. Mt distingue, por tanto, entre la masa de
la gente, que acepta el bautismo de Juan y cumple la condición propuesta (3,5s), y los círculos
influyentes, que no tienen propósito de cumplirla. Pretenden expresar una ruptura con la
injusticia, pero sin corregir su conducta personal.
vv. 9-l0. Creen que basta ser descendientes de Abrahán para ser salvados. Juan derriba esa
seguridad. No cuenta el linaje, sino las obras. La descendencia de Abrahán puede provenir de
fuera de Israel. Dios puede suscitarla incluso de lo que aparentemente es incapaz de vida («estas
piedras»). Alusión, en boca del Bautista, a la futura entrada de los paganos en el reino de Dios
(8,11). Juan espera de la llegada del Mesías un juicio inminente y severo. El fruto bueno es el
fruto que corresponde a la enmienda (3,8). No bastan, pues, ritos externos para acoger el reinado
de Dios, se requiere un cambio de conducta. Quienes no lo hagan, serán excluidos de él. La
condena es la del árbol sin fruto, la destrucción por el fuego. La separación que va a efectuar el
Mesías no se basará, por tanto, en la pureza de sangre ni en la práctica del culto (saduceos) ni en
la fidelidad a las prescripciones de la Ley (fariseos), sino en la actitud hacia el hombre.
v. 11. Juan compara su bautismo con el del que ha de llegar. Se declara precursor de uno
más fuerte que él mismo. El propósito de su bautismo es suscitar el cambio de conducta
(metanoia). El que llega trae un bautismo muy superior al suyo: con Espíritu Santo y fuego.
«Santo» aplicado al Espíritu significa, en primer lugar, su pertenencia a la esfera divina;
en segundo lugar, su actividad «santificadora» o «consagradora»; él es quien “separa” al hombre
transfiriéndolo a la esfera de Dios. Su comunicación interior de vida divina transforma al hombre,
lo mantiene en contacto con Dios y le da la fidelidad a él. El propósito humano de cambiar de
conducta no adquiere verdadera solidez hasta que no esté confirmado por el Espíritu. El bautismo
del Mesías efectuará, un juicio: para los que se han preparado con la enmienda, será purificación
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e infusión de Espíritu (fuerza de vida y fecundidad), efecto del favor de Dios para los que no han
cambiado de conducta, será la destrucción expresada antes manifestación de la ira divina (3,10).
Juan reconoce que «no merece ni quitarle las, sandalias al que llega». La imagen de quitar las
sandalias esta inspirada en una antigua usanza matrimonial: cuando un hombre moría sin hijos, el
pariente más próximo debía casarse con la viuda para dar descendencia al difunto (Dt 25,5). En
caso de que no lo hiciera, otro podía tomar su puesto; el gesto simbólico que significaba esta
apropiación del derecho del primero se hacía quitándole una o las dos sandalias Juan reconoce
que el que viene es más fuerte que él y tiene derecho preferente. Se anuncia el tema del Esposo,
que supone el de la alianza. El que viene funda una alianza nueva (cf. 26,28) donde él toma el
puesto de Dios (el Esposo), por ser «Dios entre nosotros» (1,23).
v. 12. Repite Juan la idea del juicio con otra imagen: la del labrador que recoge su
cosecha. Su trigo, que será reunido, serán los que hayan producido el fruto de la enmienda; el
verbo «reunir» recuerda la reunión escatológica de las tribus de Israel. La paja será quemada con
fuego inextinguible, que asegura su absoluta destrucción.
La figura del Mesías que aparece en las palabras d el Bautista correspondía a cierta
expectación de Israel. Juan manifiesta su hostilidad contra los fariseos y la clase dirigente
(saduceos). El movimiento iniciado por el Bautista es, por tanto de raíz popular y espera que el
Mesías haga justicia sin demora. A los dirigentes los considera enemigos del reinado de Dios y
absolutamente necesitados de un cambio radical En la perspectiva del reino tiene que renunciar a su
modo de proceder; su conducta actual es incompatible con él Esta conducta es particularmente
perversa (carnada de víbora;). Sin la actuación del Mesías como juez, anunciada por Juan, no
corresponde a la actividad posterior de Jesús.
III
La primera lectura, en línea con el tiempo de adviento que estamos viviendo nos describe un
estado idílico, una manera nueva y distinta de relación de los hombres entre sí acompañado todo
con un orden natural armónico en donde ni siquiera las fieras se ocuparán de enfrentarse unas con
otras.
El poema de Isaías nos recuerda varias cosas. En primer lugar, el pueblo se encuentra en una
época en la cual recuerda los días buenos y felices; pero también días amargos, llenos de zozobras e
incertidumbres, todo debido a una falsa dirección impuesta por sus dirigentes. En una época el
pueblo vibró por la tierra prometida según la promesa hecha a Abrahán; una vez en la tierra, con
sudor y lágrimas, el pueblo pudo experimentar la alegría y el bienestar que produce la libertad. Pero
llega un momento en que las cosas cambian; comienzan a vivir una nueva etapa, podríamos decir
que comienzan un retroceso: se meten por el camino de la monarquía con todo lo de infidelidad que
ello implicó.
Sea porque la experiencia de la monarquía se fundó sobre la profecía de Natán (2S 7,14) y
por tanto se hizo ver como voluntad de Dios; sea porque David se asesoró de escribas y cronistas de
corte que le dieron todo el realce que pudieron, o sea porque en realidad fue un excelente rey; sea
por lo que sea, el referente de esperanza del pueblo comienza a ser el surgimiento de un rey como
David, uno de la casa de David que corrija las desviaciones de los sucesores de su trono. Todavía
hasta aquí no se puede hablar estrictamente de “esperanza mesiánica” como tal. Es a partir de Isaías
que comienza a formarse la idea de la venida de un ser extraordinario no que simplemente sea como
David, sino más que David; no tanto descendiente de David, sino más bien, hijo de Jesé el padre de
David.
Dicho personaje debía encarnar los atributos del verdadero rey, entendido como
lugarteniente de Dios; si hasta ahora los reyes de Israel habían descuidado su principal deber que
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era la protección de los débiles, esa rama nueva del tronco de Jesé pondría esa función en
primerísimo lugar. Nos describe además el poema que esa nueva rama será el hombre del Espíritu
como los profetas, pero más que ellos, pues los profetas eran movidos “temporalmente” por el
Espíritu, mientras que este descendiente de David lo poseerá permanentemente.
A partir de los anuncios de Isaías, la figura del Mesías va cobrando cada vez mayor fuerza, y
ello hace presagiar tiempos nuevos y mejores. La descripción que hace el profeta sobre ese nuevo
ambiente, esa nueva armonía entre los seres humanos y la creación será consecuencia de una
mentalidad nueva y liberada. El Mesías se definirá por la liberación, una liberación que se entiende
desde todos los ángulos, tanto en lo material como en lo espiritual. El Mesías deberá enfrentar esas
dos fuerzas que describe el profeta valiéndose de la imagen de fieras depredadoras y de animales
mansos. Llegará un momento en el que todos en conjunto con el hombre vivirán pacíficamente. Los
absurdos enfrentamientos entre los hombres, las injustificables discriminaciones, los odios el mismo
negocio de la guerra tendrán que desaparecer ante la presencia del Mesías. Pero, ¿ocurrirá todo de
una manera tan idílica? Obvio que no. Los cambios son dolorosos y problemáticos; sin embargo,
difícil no es sinónimo de imposible. Si en cada corazón se empieza a gestar la idea del cambio y la
aspiración y el compromiso por un mundo nuevo y mejor, la tarea y misión del Mesías empezará a
cobrar forma. Pero esto se tiene que ir haciendo a punta de renuncias a lo que nos encierra en
nosotros mismos, a punta de esfuerzo personal y común, a punta de esperanza activa.
Es lo que enseña san Pablo a los fieles de Roma: no dejar caer la esperanza. Esta virtud se
asienta, según la experiencia del mismo apóstol, en dos pilares fundamentales: la convivencia
fraterna y la escucha de la Palabra de Dios consignada en las Escrituras. Es muy grato y consolador
este mensaje de Pablo hoy. No es raro encontrar tantas personas que tienen la Biblia en su casa y
escuchar cómo se sienten de aliviados y consolados en momentos difíciles. Allí hay una
demostración de lo que dice san Pablo, pero nosotros tenemos que ser más contundentes en ese
trabajo de unir el compartir fraterno y la escucha de la Palabra para que ese contacto con la
Escritura ni se vuelva intimista ni mágico!
En el evangelio nos encontramos con un Juan Bautista en plena actividad: tocando, con sus
palabras y su estilo de vida, las fibras más íntimas de la sociedad de su tiempo. Juan encarna en su
persona los clásicos profetas del Antiguo Testamento, totalmente en contraste con la gente que
andaba preocupada por su apariencia externa. El evangelio describe una figura casi extraña, para
muchos vulgar por su vestimenta y su dieta alimentaria. Sus palabras resuenan desde el desierto,
pero tienen impacto en la capital; desde allí se desplazan fariseos y saduceos para escucharlo. Ellos
son la representatividad de la sociedad judía. Los primeros encarnan el ideal del judaísmo a través
de la rigurosa práctica de la ley ahora convertida en legalismo; los otros encarnan la opulencia, la
autosuficiencia; están convencidos de que sus riquezas y bienes son “bendición de Dios”. Todo
Israel escucha a Juan, pues también están allí los pobres, los que no viven en la capital ni poseen
fortuna, pero al fin y al cabo todos ansiosos por escuchar al profeta.
La propuesta de Juan es clara: no basta saber y proclamar que se es hijo de Abrahán; eso es
accidental, también de las piedras Dios puede hacer hijos de Abrahán. Por más hijos que se sientan
de la promesa y de la bendición, la conversión es estrictamente necesaria; no se valen ni la
apariencia ni la autosuficiencia. Aunque se crean árboles frondosos, lo mismo serán talados si no
dan los frutos que la Palabra de Dios exige.
La exigencia de los frutos la comienza Juan con su bautismo de agua, punto de partida para
disponerse al bautismo en el Espíritu que otorgará “el que viene detrás de mi” y al que Juan
considera tan grande que no es digno de quitarle las sandalias. Sólo los que supieron captar el
mensaje de Juan fueron capaces de intuir al menos algo de lo que Jesús propuso.
Este tiempo de Adviento es una oportunidad más que propicia para ponernos de cara a Juan
y de cara a Jesús. El uno nos prepara, el otro nos forma de un modo único y definitivo, y la
formación que Jesús brinda parte de su misma cuna, en la sencillez y en la pobreza como elementos
esenciales para captar su mensaje y seguir su camino.
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Para la revisión de vida
Juan nos prepara para definirnos frente a Jesús; esa definición implica un cambio en
mi vida, ¿qué es lo que debo cambiar? ¿Es recto o torcido el camino por donde avanzo? ¿Por qué?
Juan es la antítesis de la sociedad de su tiempo; es decir, no se amoldó cómodamente a las
maneras de ser y de pensar de sus contemporáneos, ¿cómo me comporto yo en el ambiente en que
vivo? ¿hay algo de anuncio-denuncia en mi manera de ser y de transmitir el mensaje?
Para la reunión de grupo
Retomamos el himno de Isaías 11,1-8, confrontemos el mensaje de este himno con la
realidad que vive nuestra comunidad y pensemos qué acciones podemos emprender para que se
vaya dando ese ideal de armonía entre hombres y mujeres y el resto de la creación.
Para la oración de los fieles
Por nuestros grupos y comunidades células de la Iglesia, para que fieles a la misión que nos
corresponde seamos capaces de anunciar valientemente el evangelio en todos los lugares.
Por los que trabajan por la paz, la justicia y la prosperidad: para que descubran en su
empeño el proyecto de Dios revelado en Jesús.
Por las comunidades cristianas de todas las confesiones: para que mientras esperamos la
venida de nuestro salvador realicemos obras de amor, justicia y fraternidad.
Por todos nosotros para que este tiempo de adviento haga resonar en nuestros corazones las
palabras de Juan que nos preparen de verdad a celebrar la llegada de Jesús.
Oración comunitaria
Dios Padre-Madre que nos entregas todo tu amor; haz que nuestras palabras y obras
muestren siempre nuestra disposición al amor y la reconciliación; aleja de nosotros toda actitud de
discordia, egoísmo y violencia, y haz que el encuentro que hoy celebramos nos fortalezca en la
construcción del “otro mundo” posible que tú nos propone ayudarte a crear. Nosotros te lo pedimos
por Jesús de Nazaret, hijo tuyo, hermano y maestro nuestro. Amén.
Lunes 6 de diciembre
Nicolás
EVANGELIO
Lucas 5, 17-26
17
Uno de aquellos días estaba él enseñando, y estaban sentados fariseos y maestros de la
Ley llegados de todas las aldeas de Galilea y de Judea, e incluso de Jerusalén. La fuerza del
Señor estaba con él para curar.
18
Aparecieron unos hombres llevando en un catre a un individuo que estaba paralizado, y
trataban de introducirlo para colocárselo delante. 19No encontrando por dónde introducirlo, por
causa de la multitud, subieron a la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con el
catrecillo hasta el centro, delante de Jesús.
20
Él, viendo la fe que tenían, dijo:
-Hombre, tus pecados quedan perdonados.
21
Los letrados y los fariseos se pusieron a razonar:
-¿Quién es éste que blasfema así? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios solo?
22
Intuyendo Jesús cómo razonaban, les repuso:
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-¿Qué razonamiento es ése? 23¿Qué es más fácil, decir "tus pecados quedan perdonados"
o decir "levántate y echa a andar"? 24Pues para que veáis que el Hombre tiene autoridad en la
tierra para perdonar pecados ... - le dijo al paralítico:
-A ti te hablo: ponte en pie, carga con tu catrecillo y vete a tu casa.
25
Se levantó en el acto delante de todos, cargó con el catre donde había yacido y se
marchó a su casa alabando a Dios.
26
Todos ellos quedaron atónitos y alababan a Dios, diciendo sobrecogidos:
-Hoy hemos visto cosas increíbles.
COMENTARIOS
I
EL «HOMO ERECTUS»,
CONDICION DEL HOMBRE LIBRE
El episodio siguiente nos presenta de nuevo a Jesús enseñando «uno de aquellos días» (esto
demuestra que esta escena y la anterior son paradigmáticas). Ahora, sin embargo, Jesús no enseña
ya él solo. Han confluido de todas las «aldeas» (sinónimo de lugares dominados por una ideología
avasalladora) de todo el país judío y sobre todo de la capital los fariseos y maestros de la Ley para
contrarrestar la enseñanza liberadora de Jesús con sus enseñanzas legalistas.
Lucas, empero, después de contraponer ambas enseñanzas (lit. «en tanto estaba él
enseñando, también estaban sentados [en actitud magisterial] los fariseos y maestros de la Ley
llegados de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén»), pone a Dios como valedor de la
enseñanza que imparte Jesús: «La fuerza del Señor estaba con él para curar» (5,17).
Los focos («y mirad») de la escena se concentran ahora sobre unos individuos que llevan en
un catre a un hombre que estaba paralizado (5,18). La «casa» donde Jesús enseña, abarrotada de
gente, es la casa de Israel, que cierra el paso, por el exclusivismo judío, a la entrada de los paganos.
Pero los hombres libres no se inmutan. Abren una brecha en la azotea y descuelgan al paralítico,
situándolo en el centro de la escena, al lado de Jesús (5,19). El, viendo la fe que tenían, se dirige al
paralítico: «Hombre, tus pecados quedan perdonados» (5,20). La fe en Jesús de los hombres libres
hace posible que el hombre inmovilizado por su pasado recupere la condición de hombre libre.
Los representantes de la Ley se alarman ante la actitud liberadora de Jesús, sin fronteras
raciales ni religiosas, y lo tildan de blasfemo (5,21a). «¿Quién puede perdonar pecados -refunfuñanmás que Dios solo?» (5,21b). Es el principio que «religa» al hombre con Dios... y que fundamenta
su posición privilegiada de representantes de Dios.
Jesús invierte el principio sacrosanto. Después de dejar bien claro que la postración del
hombre está en relación directa con su pasado de injusticia (5,23), formula un principio
revolucionario: «Pues para que veáis que el Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar
pecados... -le dijo al paralítico: "A ti te hablo: ponte en pie, carga con tu catrecillo y vete a tu casa »
(5,24). Es el primer paso de la teología perenne de la liberación del hombre. Tampoco en esta
ocasión integra Jesús al hombre en el grupo de discípulos (lo manda a su casa). Será la comunidad
de discípulos la que recibirá el encargo de llevar esta buena noticia hasta los confines de la tierra
(Hch 1,8).
II
Inmediatamente después de las maldiciones contra Edom que ocupan todo el capítulo 34 de
Isaías, viene todo este capítulo de bendiciones a favor de Jerusalén, un canto que los especialistas
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ponen en relación con el Deutero Isaías. Recordemos que el libro de Isaías tiene al menos tres
“manos”; es decir, no se trata de un solo autor, sino de tres, aunque algunos detectan cuatro.
Las bendiciones y tiempo de bonanza que anuncia el profeta se insertan en un tiempo de
desesperanza y angustia. Las amarguras de la opresión y el mal causado por los babilonios serán
cambiadas por tiempos mejores. Es muy importante anotar que en todos estos cantos y poemas que
nos presenta la liturgia para este tiempo de Adviento, el gozo, la alegría, la época nueva, involucra a
toda la creación. Es decir, no se trata de tiempos nuevos y mejores sólo para los humanos, sino que
esa transformación o esa bendición, también incluye a la naturaleza. Es la mentalidad isaiana que
intenta rescatar aquella armonía descrita en el Génesis al inicio de la creación.
De nuevo el tema de la salvación que vendrá es descrito con signos tangibles y actuales.
Nótese cómo la salvación esperada se hará realidad aún en cambios físicos: los ciegos verán, las
orejas de los sordos se abrirán. Con esto se nos indica que el evento de la salvación no es algo que
tengamos que diferir al día de nuestra muerte, cuando nos encontraremos con el Juez Universal,
libro de cuentas en mano para hacer balance de nuestras obras y dictarnos la sentencia: “salvado” o
“condenado”. Esta concepción tan corriente a partir de una cierta época entre los cristianos, no tiene
ningún fundamento bíblico. Las imágenes de lo que la revelación nos va mostrando como salvación
se van viendo cada vez más claras a lo largo del Antiguo Testamento, y más concretamente en
Isaías.
En el Nuevo Testamento queda de una vez confirmada y realizada la expectativa salvífica.
“Al cumplirse la plenitud de los tiempos Dios envía a su único hijo para salvarnos” ( ). Y esa es la
misión específica y concreta del Hijo, anunciar y realizar la promesa de salvación. En sentido
estricto Jesús no “promete” la salvación, la realiza, la hace posible y real, la otorga él en persona.
Para el judío, la salvación parte de un hecho importante, y es el perdón de los pecados. Y ese
perdón sólo podía otorgarlo Dios; por eso la dificultad de los escribas, fariseos y doctores de la Ley
que hoy nos presenta el evangelio entre los que escuchan a Jesús. Ya ellos están desconcertados por
las enseñanzas del Maestro, y tal vez por eso van escucharlo. El primer escándalo es ver cómo Jesús
va sanando a muchos de sus males; pero el impacto más fuerte viene precisamente a raíz del
anuncio de Jesús de perdonar los pecados al paralítico.
El evangelio de hoy nos muestra una escena en la que Jesús enseña. Se encuentra lejos de
Jerusalén, sin embargo lo escuchan representantes de esa ciudad. Mientras enseña, le ponen delante
un paralítico para que lo cure. La escena no busca enfatizar tanto el poder milagroso de Jesús, sino
más bien otros aspectos que casi siempre ignoramos o quedan ocultos si nos detenemos sólo en el
poder taumatúrgico del Maestro. Veamos cuanta riqueza contiene el pasaje por encima del Jesús
milagrero que a veces se nos resalta:
* Jesús enseña no sólo con palabras, sino también con signos. La enseñanza de Jesús
enmarcada en estos dos ejes, palabra-signo, realiza las expectativas veterotestamentarias del
cumplimiento de las promesas de Dios.
* Jesús no ejerce su ministerio a espaldas del Israel “oficial”, la presencia en este pasaje de
personalidades provenientes del centro del judaísmo nos da a entender que Jesús se dirige a “toda la
casa de Israel”.
* La actitud del Israel oficial es siempre de rechazo y escándalo.
* La acción de Jesús está en plena línea con el plan del Padre. Si la primera actitud de Dios
es siempre el perdón, ese es también el punto de partida de Jesús.
* El aspecto concreto que quiere subrayar Lucas en este pasaje es la fe de los que escuchan a
Jesús. La predicación suscita la adhesión y la fe, y con estos elementos viene el don de la salvación
otorgado por Jesús y aceptado por el creyente.
Para este tiempo de adviento que estamos viviendo, es de desear que volvamos a centrar
nuestra atención en el tema de la salvación. Esta es una de las preocupaciones más graves que
manifiestan nuestros fieles. ¿Cómo respondemos nosotros a esas inquietudes? ¿Continuamos
“torturando” nuestros creyentes con ideas medievales sobre el juicio último de Dios, o les abrimos
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la mente y el entendimiento para que ya, desde ahora, empiecen a saborear ese don precioso
otorgado por Jesús, y el cual tenemos que ayudar a hacerlo real y concreto en nuestro diario vivir?
Volver a celebrar la Navidad es volver a contemplar el recorrido histórico de Jesús en este empeño
de hacer real la salvación de Dios.
Martes 7 de diciembre
Ambrosio
EVANGELIO
Mateo 18, 12-14
12
A ver, ¿qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas y que una se le extravía;
¿no deja las noventa y nueve en el monte para ir en busca de la extraviada? 13Y si llega a
encontrarla, os aseguro que ésta le da más alegría que las noventa y nueve que no se han
extraviado. 14Así tampoco quiere vuestro Padre del cielo que se pierda uno de esos pequeños.
COMENTARIOS
I
vv. 12-14. «A ver»: giro idiomático castellano usado para proponer una pregunta que
introduce un tema diferente o un nuevo desarrollo del mismo tema (inexistente en griego). Hasta
ahora se había tratado de no escandalizar a los pequeños mostrando superioridad y desprecio hacia
ellos. Ahora, del cuidado que merecen.
La parábola está construida sobre el verbo «extraviarse» (12: «se le extravía»; «la
extraviada»; 13: «no se han extraviado»). El peligro de uno hace aumentar el amor por él y su
salvación causa mayor alegría. El lugar de salvación para el individuo es la comunidad; fuera de
ella está en peligro de perderse.
II
Continuamos la lectura de la selección de pasajes de Isaías que la liturgia nos presenta para
este tiempo de adviento. La perícopa que escuchamos hoy en la primera lectura abre lo que los
especialistas llaman “el libro de la consolación de Israel”, pues ese es el acento especial que
presentan los capítulos 40 al 55, obra atribuida a un profeta anónimo del fin del destierro al que
comúnmente se le llama “deuteroIsaías” o segundo Isaías. Podríamos datarlo, entonces, hacia
mediados del siglo VI a.C. La idea de la consolación que hoy contemplamos tiene cuatro motivos
importantes: a) anuncio del fin del destierro (vv 1-2); b) llamado para “abrir el camino” en el
desierto (vv 3-9); c) la fugacidad de las criaturas comparada con la perennidad de Dios y su
proyecto (v 10); d) promesa de la venida de Dios a pastorear a su pueblo (v11).
Hacia el final del destierro se ha ido creando ya la conciencia de la “purificación” del
pueblo. La amargura del exilio y su consiguiente humillación va haciendo que el pueblo purifique
su fe, su esperanza y, sobre todo su imagen de Dios. Los grandes interrogantes que suscitó la caída
de Jerusalén en el 587 a.C., han ido aclarándose poco a poco durante casi cinco decenios, por eso
ahora el mensaje es antes que nada consolador y esperanzador; Jerusalén ha purgado “dos” veces
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Diciembre - 21 -
sus pecados y el regreso de los deportados es inminente. Hemos de recordar el edicto de Ciro que
permite el regreso de los deportados.
El regreso del exilio ha sido muchas veces asimilado al Éxodo; esto es, un nuevo éxodo,
donde el pueblo podrá volver a experimentar y vivir en carne propia los portentos realizados por el
brazo poderoso de YHWH en la salida de Egipto y la travesía por el desierto. Los deportados
recorrerán un camino, una senda especialmente allanada para ellos, pues van acompañados nada
menos que con su Dios. En el cercano oriente era normal y corriente la construcción o adecuación
de una vía para ser transitada por un personaje ilustre. Rastros de esa costumbre se vieron el siglo
pasado cuando se construyó una vía nueva en Palestina, la cual sería recorría por el papa Pablo VI
en su visita a tierra santa.
Pues bien, en ese contexto podemos entender el llamado que hace el profeta para allanar la
senda por el desierto. Pero en el sentido religioso, se trata de reconstruir el camino de la justicia. Si
los deportados han aprendido la lección que la historia les dio, ahora tendrán que caminar por un
sendero nuevo, y en ese camino serán acompañados por su Dios. Israel, el ser humano, es “hierba
que fenece”, pero Dios es eterno y sus mandatos estables por siempre.
Una de las figuras de la constante compañía de Dios es la del pastor. Él es el único pastor
que desempeña su función con toda diligencia. Esta imagen es también presentada por Jeremías
23,1-6 y Ezequiel 34, y en el Nuevo Testamento, Mateo 18,2-14par.; Juan 10,11-18, es Jesús el que
asume esa figura demostrando con su entrega que él es el Buen Pastor.
Dios será, pues, el verdadero pastor de Israel que lo guiará diligentemente, teniendo especial
cuidado con los corderos y con las ovejas madres; es decir, su preocupación será la de siempre por
los más débiles y vulnerables del pueblo.
En consonancia con la imagen del pastor de la primera lectura, nos narra el evangelio la
parábola del pastor y sus cien ovejas, una de las cuales se extravía; el pastor bueno y eficiente no
duda en dejar las noventa y nueve al seguro y ponerse en búsqueda de la que se ha perdido. La
parábola muestra la alegría que siente el pastor cuando la encuentra. El evangelista Lucas (Cf. Lc
15,4-7) subraya mucho más aquel gozo describiendo cómo el pastor al encontrar la oveja “la coloca
sobre sus hombros y luego reúne a sus amigos para compartir semejante alegría...” En ambos casos,
queda claro la preocupación misericordiosa del Padre que vela con mayor solicitud y empeño por
sus hijos descarriados que por los que ya están en sus sendas.
La parábola de la oveja perdida en este tiempo de adviento nos debería recordar esa solicitud
de Dios para con sus hijos e hijas, y es para nosotros un claro llamado de atención para que
confrontemos nuestra manera de realizar la acción pastoral que se nos ha encomendado. A veces
nuestras comunidades son un reducto de gente muy buena porque las tenemos ahí en nuestros sitios
apostólicos, vienen donde nosotros, están con nosotros y todo muy bien. Pero, ¿cuántos alejados no
nos están reclamando implícitamente? Se ha dicho, y con mucha razón, que casi siempre nosotros
nos contentamos con una oveja mientras hay noventa y nueve perdidas, sin que nosotros nos
inmutemos. Tal vez el tiempo de Navidad es ocasión para replantearnos esta realidad que aparenta
exagerada, pero que tiene mucho de verdad. Sería necesario poner en fuego toda nuestra creatividad
evangélica e intentar salirnos un poco más de nuestras estructuras muchas veces cómodas para
adentrarnos en el desierto contemporáneo en busca de tantas y tantas ovejas que siguen perdidas.
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Miércoles 8 de diciembre
Inmaculada Concepción
EVANGELIO
Lucas 1, 26-38
26
A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba
Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen
se llamaba María. 28Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo:
-Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.
29
Ella se turbo al oír estas palabras, preguntándose que saludo era aquél 30El ángel le
dijo:
-No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. 31Mira, vas a concebir en tu seno y
a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. 32Este será grande, lo llamarán Hijo del
Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la
casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.
34
María dijo al ángel:
-¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?
35
El ángel le contestó:
-El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios". 36Y mira también tu pariente
Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses
porque para Dios no hay nada imposible
38
Respondió María:
-Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel la dejó.
COMENTARIOS
I
JESUS, EL MESIAS ESPERADO
RUPTURA CON EL PASADO:
DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO
«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba
María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en
que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y
«Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al
que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf. 2,1).
El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que se llamaba
Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde
radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a
encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.
El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es
nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segunda
intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.
Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución
religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el
mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya
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Diciembre - 23 -
en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre
(José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón,
explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva
pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»).
Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su
absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo
extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia
alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios
(«virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).
Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que
Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el
marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la
creación del Hombre.
El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró,
sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida,
el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría
(cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios
te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son
equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por
Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él»
(2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de
Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula
usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66
[Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y
de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de
Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno
en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se
turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el
sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).
HIJO DEL ALTÍSIMO
Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL
«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a
dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a
Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha
asegurado su favor.
A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un
hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José,
ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una
virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La
anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).
Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan»,
aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios
salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es
total. Se excluye la paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor
Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado
no tendrá fin» (1,32-33).
Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán
«grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los
nacidos de mujer» (cf. 7,28), por su talante ascético (cf 1,15b; 7,33) y su condición de profeta
eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su
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Diciembre - 24 -
madre» (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán
como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de
Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender directamente de él.
«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo
heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será
David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será
modelo de su comportamiento. La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la
estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de
Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel
escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12), pero no será el hijo/sucesor de
David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22;
7,14).
LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO
María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como
esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conociendo
varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera
de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho
plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.
Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta.
Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el
caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su
marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una
transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a
preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.
La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará
sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán
"Consagrado", "Hijo de Dios"» (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.
A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de
su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de
Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los
mismos términos a los apóstoles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea
de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita
(Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7
[139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo
que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una
palabra: el Mesías (= el Ungido).
Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el
modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica.
Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el
comienzo de una humanidad nueva.
La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue
posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo
puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a
término su proyecto sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo
sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es
consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una
fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en
los valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del
saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.
Diciembre - 25 -
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Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf
11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será «el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que,
como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia,
después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso,
nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre
su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.
LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS
La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como
la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se
tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la
profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido
un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada
imposible» (1,36).
La repetición, por tercera vez (cf 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para
recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los
«seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato)
el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza
creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril,
sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era
«virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner
en peligro la realización del proyecto más querido de Dios.
EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO
Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO
Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el
pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del
Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del
Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera
impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.
El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la dejó» (1,38b).
La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios»
(1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías 81,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del
altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26),
presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une
estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprueba su
partida.
La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos
característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido:
Judea/ Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante
de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso
el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y
observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener
descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró
incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido
toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.
La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María
desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda:
podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos:
Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por
Diciembre - 26 -
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varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del
pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.
No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios,
se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo humanamente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su
prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María,
dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por
línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con
el proyecto de Dios.
II
A pocos días de iniciado el tiempo de adviento nos presenta el calendario litúrgico la
festividad de la Inmaculada Concepción de María. No se pretende hacer un paréntesis dentro del
tiempo de adviento, sino más bien contemplar uno de los personajes propios de este tiempo que es
María, la madre de Jesús. Muy pronto las iglesias primitivas entendieron que María jugó un papel
importante en todo el diseño salvífico de Dios y por eso la admiraron con amor, y buscaron imitar
sus virtudes. Las poquísimas referencias que de ella encontramos en los evangelios, nos dan a
entender que su figura y su presencia animaron sin aspavientos ni protagonismos la espiritualidad
de los primeros cristianos. Lo mismo cabe decir de los cristianos de las generaciones posteriores, de
los padres de la Iglesia, en fin de todos los cristianos que a lo largo del tiempo la contemplan no
sólo como la madre del Verbo encarnado, sino como madre de todos los creyentes. Muchos títulos y
advocaciones le han sido dados a María a lo largo de la historia cristiana. Es apenas obvio que la
madre del Salvador tuviera unos dones y unas gracias donados por Dios, no por mérito propio, sino
en virtud del favor y gratuidad divinos.
Para el creyente cristiano, es un hecho que María, está, pues, desde su concepción misma
adornada con todas las virtudes y gracias que la harán la elegida para ser la madre. Así se fue
estableciendo poco a poco en la fe cristiana esas distintas facetas que hacían de María el modelo de
santidad, modelo de madre, modelo de creyente, en fin, modelo de vida cristiana. En momentos un
poco difíciles para la Iglesia, surgen ataques y sospechas sobre aquella manera de entender a María,
es así como la Iglesia oficial mediante un dogma de fe declara que María es virgen antes y después
de la concepción, y establece celebrar esta afirmación como fiesta litúrgica; eso sucedió hace unos
150 años. Se cuenta que los cristianos que llegaron a Roma para celebrar esta declaración
dogmática de Pío IX pasaron toda la noche en vigilia con luminarias encendidas. Al parecer allí
tomó forma nuestra tradición de encender velas la víspera del 8 de diciembre, aunque en algunos
lugares las encienden en la madrugada.
No todo ha sido color de rosa en torno a la fe y la espiritualidad mariana. La historia nos da
cuenta de excesos de “marianismo” nacido no siempre de lo que llamamos sana religiosidad,
excesos que en ciertas épocas desplazaron la figura de Cristo y su misión para colocar en el centro
la figura de María, como si se tratara de nuestra redentora. Se dan todavía estos impulsos; inclusive
hoy hay quienes propugnan por otro dogma mariano en el que se la declare “co-rendentora”, nada
más peligroso y herético. María tiene su función propia y específica en el plan salvífico de Dios
llevado a cabo por Jesucristo, pero no es co-redentora. Ella es la primera redimida, el primer fruto
de la redención, y eso es ya más que suficiente para que sea la madre, la compañera, la maestra de
la Iglesia peregrina. El Concilio Vaticano II intuyó muy bien todas esas aberraciones en torno a
María y con gran esfuerzo y tino supo colocarla en el lugar que realmente le corresponde.
Propongámonos en este tiempo leer con mucho cuidado el cap. VIII de la Lumen Gentium,
descubramos allí la figura de la mujer, símbolo de los hombres y mujeres de buena voluntad que
adhieren su vida a la obra del Padre encarnado en Jesús.
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Diciembre - 27 -
Las lecturas de hoy: En la primera lectura tomada del Gn nos encontramos ante un drama
duro y difícil de comprender. Después de los relatos de la creación en donde habían quedado
definido los rasgos de bondad con que todo fue creado, el hombre y la mujer han decidido romper
esa armonía rebelándose contra el plan divino. Esta ruptura trae como consecuencia el caos, la
ambigüedad, la irresponsabilidad. El interrogante de Dios, el hombre lo rebota a su mujer, y ella a la
serpiente. Nadie se responsabiliza. Qué más pecado queremos! El hombre y la mujer habían sido
creados a imagen y semejanza de su creador, con todas las posibilidades de estar en un plano de
comunicación y de participación de los atributos divinos. Sin embargo, pudo más el egoísmo, el
criterio personal impuesto a los demás como norma máxima. Allí está el origen de todos los males
que aquejan a nuestra sociedad.
A pesar de todo, y aunque la sanción se hace necesaria, Dios no abandona por completo a su
criatura. Ya desde el primer momento de la caída, hay una luz de esperanza, un descendiente de la
mujer “aplastará” definitivamente la cabeza de la serpiente, es decir exterminará de raíz el mal. Es
el hombre mismo el que tiene que enfrentar el mal y superarlo, vencerlo. Desde hace varios siglos
los estudiosos y teólogos han afirmado que este anuncio por parte de Dios es un “proto-evangelio”
en donde se manifiesta aquella voluntad salvífica del Padre. Otros niegan el valor de esa sentencia
como tal. Lo cierto es que hay aquí todo un contenido de gozo y de liberación: el hombre y la mujer
no fueron hechos para vivir en el fracaso. Un descendiente humano pisoteará el mal. Es el mismo
ser humano el que tiene las posibilidades de vencer el mal desde el fondo mismo de su ser; ese ideal
lo encarna Jesús y nos propone el camino para lograrlo.
Que no hemos sido creados para vivir sometidos al fracaso, lo afirma hoy san Pablo en la
lectura que acabamos de escuchar tomada de la carta a los Efesios. Según el pensamiento del
apóstol, en la persona de Jesucristo estábamos ya llamados por Dios para vivir la gracia de ser sus
hijos. En Cristo hemos recibido la confirmación de esa eterna vocación donada por el Padre, a la
cual se suman todas las bendiciones y gracias que Dios nos regala, no por nuestros méritos, sino por
los méritos de Jesucristo, hijo de Dios, hecho como uno de nosotros para libertarnos rescatándonos
del pecado y de la muerte.
El evangelio de Lucas nos narra el momento en el cual Dios visita a María por medio del
arcángel Gabriel. En la anunciación a María encontramos varias cosas que alientan y motivan
nuestro ser de personas y de cristianos: si volvemos a mirar la escena del Gn podemos contemplar
que Dios no ha abandonado del todo a sus criaturas. Hoy en María Dios da un nuevo paso, lleno de
amor y de comprensión se acerca de nuevo a la humanidad representada en María para dar una
oportunidad más; esta vez, casi pidiéndole permiso para llevar adelante su plan. Con esto
aprendemos que nuestro Dios es el Dios del diálogo, del perdón, del respeto del otro, de la acogida
y de la misericordia. La anunciación de María es también vocación. Simplemente Dios ha elegido,
se quiere valer de la pequeñez y de la fragilidad de sus criaturas para continuar su designio. Al
tiempo que hay una vocación, también hay una respuesta y una misión. La respuesta de María,
tímida, dudosa al principio, termina con un sí decidido y confiado. No importa si todo no está tan
claro, lo que importa es la decisión de dejarse guiar y de dejar que Dios haga lo suyo. La misión se
va dando. Ser la madre de Jesús traería muchas satisfacciones, pero no pocos dolores, tristezas y
zozobras. Sin embargo, hay una decisión, aquel sí de María se hubiera roto con toda seguridad si
desde el primer momento ella no lo hubiera consignado en las manos del mismo Dios. Así, la
misión es, en última instancia, también obra de Dios!
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Jueves 9 de diciembre
Leocadia – Valerio
EVANGELIO
Mateo 11, 11-15
11
Os aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista, aunque el
más pequeño en el reino de Dios es más grande que él. 12Desde que apareció Juan hasta ahora, se
usa la violencia contra el reinado de Dios y gente violenta quiere quitarlo de en medio; 13porque
hasta Juan los profetas todos y la Ley eran profecía, 14pero él, aceptadlo si queréis, es el Elías que
tenía que venir. 15Quien tenga oídos, que escuche.
COMENTARIOS
I
vv. 11-15. Por decirlo así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Con
su bautismo ha sacado a la gente de la institución judía hasta la orilla del Jordán (3,5s), pero el paso
del Jordán para entrar en la tierra está reservado a Jesús, nuevo Josué. Los que participan del reino
gozan de una realidad de la que Juan no ha podido participar (11).
Para entender los vv. 12-13 téngase en cuenta lo siguiente. «Se usa la violencia» (12): el gr.
biastes, «violento» (en el mismo versículo), tiene siempre sentido peyorativo; el verbo de la misma
raíz (biazetai) denota la acción de esos violentos («usar la violencia», lit. «es tratado con
violencia»). «Arrebatar» significa «quitar de enmedio con la fuerza». El sentido del pasaje es el
siguiente: mientras el reinado de Dios era sólo una promesa (v. 13: «eran/ fueron profecía»), todos
estaban a favor; pero en cuanto llega la realidad y exige la enmienda (3,2; 4,17), es decir, la
cesación de la injusticia (cf., por ej., Is 1,16s), los círculos de poder se ponen en contra y usan la
violencia contra él. De hecho, Juan, anunciador del reino (3,2), está ya en la cárcel (11,2) y crece la
oposición a Jesús (9,3.11.14.34; 10,25); pronto se decidirá su muerte (12,14). Finalmente, da Jesús
el rasgo definitivo de Juan (14). En la doctrina de los letrados se afirmaba que Elías había de
preceder al Mesías para restaurarlo todo (17,11). Jesús afirma que es Juan quien encarna la figura de
Elías. Lo propone como algo que deberían admitir sus oyentes («aceptadlo si queréis»). Jesús no
intenta demostrar esta afirmación: aceptarla supone un cambio de mentalidad, pues Juan/Elías, en
lugar de haberse presentado como una figura de autoridad, está en la cárcel, perseguido. Por eso,
esta verdad no puede ser admitida más que por los que han renunciado a esperar un reino de Dios
que se impone desde el cielo de modo prodigioso (14). Es precisamente por la dificultad de aceptar
esto para los que están imbuidos de la ideología mesiánica tradicional, por lo que Jesús añade la
advertencia: «Quien tenga oídos, que escuche» (15).
II
Continuamos dentro del llamado “libro de la consolación de Israel”; a través de imágenes
cargadas de ternura y de familiaridad el profeta alienta al pueblo, especialmente a aquellos que a
pesar de la dificultad han sido capaces de sostenerse: los llama “gusano de Jacob”, “pequeña
oruga”, “resto”. A ese insignificante pueblo que ha soportado los extremos de la tiranía, Dios le
promete su ayuda, lo toma de la mano y lo anima. “No tengas miedo”. Una expresión que aparece
muchísimas veces en la Biblia, especialmente en el Antiguo Testamento (’al tirá). Voz de confianza
y de promesa de compañía. El pueblo sólo podrá temer cuando se separe de su Dios; ahí le
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Diciembre - 29 -
sobrevienen todas las desgracias, pues no es sólo el alejarse de Dios, sino rechazar su plan de
justicia y de fraternidad. Mientras se mantenga asido de la mano de su creador, aunque vengan
males, no hay que temer porque ahí está su Señor.
Hay otro elemento que surge aquí en las consolaciones de Isaías y es la figura del redentor,
el go’el. Recordemos que en la estructura social había surgido el go’el como el pariente más
próximo, llamado en principio el “vengador de sangre” (cf. Nm 35,19), también tenía como deber
propio rescatar a su pariente cuando era encarcelado por deudas, o defender a la viuda (cf. Rt 2,20).
Aquí en Isaías, el “goelazgo” es referido ya directamente a Dios, entendiéndolo como el único que
podrá rescatar y libertar al resto de Israel. El deutero Isaías los usará de nuevo en Is 43,14; 44,6.24;
47,4; 48,17; 59,20. Ya en el Nuevo Testamento se aplicará a Jesús como la encarnación del redentor
enviado por Dios.
Nuestro mundo necesita volver a confiar en alguien que sea capaz de asumir la causa de la
justicia. No se crea que es anacrónico volver a pensar en poner los ojos en ese Dos rescatador,
defensor del débil y del oprimido que nos anuncia Isaías. Todo lo contrario, la mayor parte de la
humanidad hoy está necesitada, clama a gritos un liberador, alguien que asuma su causa y la
defienda, así como el pueblo vive y siente la promesa de su liberación.
Si nos fijamos bien, ese resto al que Dios promete rescatar, en cierto sentido también tiene
que asumir una responsabilidad: actuar como instrumento de Dios; y para ello, el pueblo debe
adquirir una conciencia nueva, no se trata de ser autómatas, se trata de poner el empeño y la
voluntad en la propuesta de Dios, eso es ya el camino para que Dios actúe. Sólo así podemos
entender cómo Dios hará de su pueblo un “trillo”, un instrumento con el cual Dios llevará adelante
su proyecto.
Ahí está la gran tarea para los evangelizadores de hoy: lograr que el pueblo se concientice,
que abra cada vez más sus ojos a la realidad y que se lance a la aventura de ponerse al servicio del
proyecto de Dios. En esa tarea se formaron los profetas y con esa conciencia se sintieron
instrumentos de Dios.
En el evangelio, Jesús realiza un elogio muy positivo de Juan el Bautista. A propósito de la
embajada de Juan que desde la cárcel manda interrogar a Jesús. Jesús reconoce a Juan como profeta,
y como el más grande de todos. Es más, para Jesús la figura de Juan es como la encarnación de
Elías. Recordemos que una de las expectativas del pueblo judío era el regreso de Elías. Según la
interpretación judía Dios enviaría a Elías como profeta de los últimos tiempos para preparar el
pueblo a la venida del Mesías. Pero, ¿por qué a Elías?: un motivo podría ser el recuerdo del profeta
celoso por el monoteísmo puro en Israel, alguien que enfrentó los cultos baálicos y según 2Re 2,118 los derrotó; otro motivo de la expectativa de su regreso podría ser la narración fantástica de su
desaparición: según la tradición, un carro de fuego lo arrebató. Elías es uno de los pocos profetas
que escapan de la muerte violenta, por tanto, estando “en cuerpo y alma” delante de Dios, tendría
como misión anteceder la venida del Mesías.
Pero bien, el papel de Juan sabemos que fue de precursor, “allanar los caminos del Señor”,
preparar al pueblo y, además, Juan lo señaló “he ahí el Cordero de Dios...”
Pero notamos que Jesús pasa del elogio de Juan a la aclaración de algo muy importante:
pueden haber otros más grandes que Juan: esos serán lo que se hagan pequeños para servir al reino.
En el reino no hay rangos ni jerarquías, pero hay un criterio, hacerse pequeño para poder servir al
pequeño, al débil y al marginado. Quien viva eso, será más grande que el mismo Juan Bautista. Es
probable que el mundo de hoy tan preocupado por el brillo personal, la fama y la excelencia no
entienda que para hacerse grande hay que hacerse pequeño.
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Viernes 10 de diciembre
Eulalia
EVANGELIO
Mateo 11, 16-19
16
¿A quién diré que se parece esta generación? Se parece a unos niños sentados en la
plaza que gritan a los otros:
17
«Tocamos la flauta y no bailáis,
cantamos lamentaciones y no hacéis duelo».
18
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron que tenía un demonio dentro. 19Viene
el Hombre, que come y bebe, y dicen: «¡Vaya un comilón y un borracho, amigo de recaudadores
y descreídos!» Pero la sabiduría de Dios ha quedado justificada por sus obras.
COMENTARIOS
I
vv. 16-19. Jesús sigue hablando a las multitudes, y va a hacer una dura crítica de los que no
aceptaron a Juan ni lo aceptan a él. No critica a la multitud que lo escucha, pues va a referirse a
terceras personas (vv. 18s: dijeron, dicen). De ahí la traducción «esa clase de gente».
En este texto, al igual que en otros, no se refiere Jesús a sus contemporáneos en general
(sentido cronológico), sino a aquellos que no aceptaron a Juan ni lo aceptan a él (sentido ético, cf.
11, 18s), es decir, a los «violentos» del v. 12. El pueblo, de hecho, había aceptado la predicación del
Bautista (3,5s), seguía a Jesús (4,25; 8,1.18.22), y Jesús sentía por él enorme conmiseración (9,36).
No han aceptado la austeridad de Juan ni aceptan la vida de Jesús, que no practica la ascesis
(18s). Todo es para ellos motivo de crítica. Tomando pretexto de su austeridad de vida, llaman a
Juan «loco»; quieren neutralizar la proclamación que anuncia el reinado de Dios y exige la
enmienda, provocando un alejamiento de la institución judía centrada en Jerusalén (3,5). El pueblo
busca a Dios en el profeta del desierto, no en su propia institución religiosa (3,5). Lo que rechazan
en Jesús es su ruptura con los moldes de la cultura judía (9,14-17) y su aceptación de los
recaudadores y pecadores en el reino de Dios, rompiendo los esquemas religiosos. Quieren
desacreditarlo. Toman pretexto de su vida no ascética para ridiculizar su comportamiento («un
comilón y un borracho») e intentan difamarlo por tratar con gente despreciada («amigo de
recaudadores y pecadores»). La campaña difamatoria intenta cubrir los verdaderos motivos de la
oposición a Juan y a Jesús.
En el v. 19, Jesús se designa como «el Hombre», expresión de profundo contenido
teológico. «El Hombre» acabado, el portador del Espíritu de Dios, no se sale de la sociedad como
Juan para llevar una vida peculiar. Siendo «el Hombre» la cima de lo humano, no se avergüenza de
ser hombre y asumir lo que es común a todo hombre. Con esto rechaza Jesús que la praxis ascética
signifique una ascensión en la perfección humana. La pobreza que él propone y practica no significa
privación voluntaria de lo necesario.
La sabiduría de que habla Jesús se refiere, sin duda, al plan de Dios. El lo va actualizando
con «las obras del Mesías» que provocaron la pregunta de Juan Bautista (11,2), es decir, con la liberación del pueblo, la supresión de su estrechez nacionalista, la curación de sus deficiencias. A la
campaña difamatoria de sus enemigos (cf. 5,11) opone Jesús los hechos de su actividad. Para todo
hombre de buena voluntad, son éstos el criterio de juicio.
Diciembre - 31 -
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II
En medio de todos los mensajes del profeta encaminados a mantener la esperanza del pueblo
nos encontramos hoy con una perícopa muy corta del Cáp. 48 de Isaías que tiene un tinte de
lamentación. El breve oráculo viene introducido como todos los oráculos: “Así dice el Señor...”, y
es una advertencia o, si se prefiera una especie de lamento de YHWH : “Sí hubieras escuchado”,
“Sí hubieras atendido mi mandato”. El pueblo debía tener conciencia desde muy antiguo que
YHWH su Señor es quien da los mandatos, quien traza el camino. Cada día, el israelita desde el
momento que abre los ojos al nuevo día repite el “Shemá Israel” ,”Escucha Israel” y sabe que lo
único que puede garantizar con toda certeza la vida para el pueblo es la adhesión y fidelidad a su
Dios y sus mandatos. Pero la realidad es muy distinta, Israel no ha escuchado, no ha sido fiel a los
preceptos de su Señor, prefirió seguir detrás de otros dioses, y ahora ha entendido que lo único que
encontró fue destrucción y muerte. La realidad del destierro no es venganza de YHWH, es
consecuencia de los desvíos de Israel. Cuando Israel se dejó convencer por los antiproyectos de sus
líderes, pensó que sería grande, y lo único que encontró fue la aniquilación y la muerte de mucha
parte del pueblo. Sin embargo y a pesar de todo, Israel no está solo ni ha sido abandonado por su
Dios, pues, la fidelidad de su Dios es perpetua. YHWH toma de nuevo la iniciativa. Cuando el
pueblo estaba en Egipto, Dios responde a los clamores del pueblo, “he escuchado el grito”, “he
visto la aflicción de mi pueblo”. (Ex 3), ahora, de nuevo sale al paso de esa situación. El mensaje
que comunica el profeta explicita un elemento que ya encontrábamos en el éxodo: YHWH es
redentor, rescatador (v. 17). Así, pues, él oráculo, aunque contiene el tinte de la advertencia o del
reclamo, se orienta claramente a suscitar la esperanza y la alegría del retorno. Es exactamente el
grito que continúa después de este oráculo en los versículos 20 y siguientes: “Salgan de Babilonia,
huyan de los Caldeos...anuncien, proclamen....que YHWH ha rescatado a su siervo Jacob...
La liberación de Egipto y el rescate de Babilonia son dos acciones de YHWH, que dejaron
huella perpetua en la mentalidad judía. El credo más antiguo de Israel proclama tanto su
procedencia (“un arameo errante fue mi padre”) como esta parte que se constituye en la raíz
fundante de Israel (“...el Señor nos liberó de Egipto...”, Dt 26,6-8).
Pues bien, con todo ello, Israel debía saber reconocer en cada situación y circunstancia la
presencia y la intervención de Dios. Debió haber aprendido la lección, y caminar según las normas
y preceptos de su Dios. Sin embargo no siempre fue así. Pese a la gran paciencia y espera de Dios,
Israel vuelve a torcer sus sendas y a seguir sus propios caprichos. Claro que esta situación no sólo
podemos aplicársela a Israel. También nosotros, nuestra sociedad y nuestra realidad tienen que
reconocer con humildad que el oráculo de Isaías hoy nos toca, nos reclama, nos cuestiona y nos
exige dar una mirada sincera y honesta a lo que ha sido nuestro caminar como pueblo de Dios. Si
nosotros, nuestra iglesia, nuestras comunidades escucháramos más a Dios; si hubiéramos seguido
sus preceptos, talvez hoy no tendríamos tantas cosas que lamentar. También nuestros XX siglos de
historia cristiana, están cargados de grandes infidelidades a ese proyecto de Dios hecho concreto en
Jesús; también en Dios que nos reveló de una manera tan clara y patente al Hijo lo hemos
suplantado a lo largo de los siglos por falsos dioses, hemos ido detrás de propuestas varias que
aparentaban ser vida y a la hora de la verdad han significado sólo muerte y angustia a tantos
hombres y mujeres...
El mensaje que quiere darnos hoy el profeta Isaías es: Israel no escuchó la voz de su Dios la
confundió entre mil novelerías y siguió sendas distintas. No supo reconocer en definitiva qué era lo
que en realidad le daba vida. Esa misma lamentación o queja la hace Jesús a su generación. Cuando
el pueblo se había desviado nuevamente del camino trazado por su Dios, le envía a Juan para
predicarles la conversión; a muchos les pareció demasiado duro, demasiado rígido y más bien
disimularon su obstinación, calificándolo de endemoniado, al parecer por su estilo peculiar de vida.
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Pero viene Jesús que presenta otra faceta amable, misericordiosa y acogedora de Dios y tampoco la
consideran verdadera, talvez porque en medio de todo su mensaje es exigente y radical, también
prefirieron disimular aquella misma obstinación calificándolo de comelón y borracho.
Ahí está también reflejada la historia de nuestra vivencia cristiana. La realidad que vamos
viviendo está llena de manifestaciones de Dios, unas al estilo de Juan y otras al estilo de Jesús, y
nosotros mantenemos una posición muy semejante a los niños que se quejan porque tocaron
canciones alegres y sus compañeros no bailaron, tocaron canciones fúnebres y sus compañeros no
lloraron, lo peor de todo es que mientras todo eso, el mundo sigue pidiendo signos creíbles y
concretos de nuestra adhesión y fe en Jesús y en su proyecto, pero si nosotros no nos lanzamos,
¿quién podrá dárselos?
Sábado 11 de diciembre
Dámaso I
EVANGELIO
Mateo 17, 10-13
10
Los discípulos le preguntaron:
-¿Por qué dicen los letrados que Elías tiene que venir primero?
11
El les contestó:
-¿De modo que va a venir Elías a ponerlo todo en orden? 12 Pues os digo que Elías vino
ya y, en vez de reconocerlo, lo trataron a su antojo. Así también el Hombre va a padecer a
manos de ellos.
13
Los discípulos comprendieron entonces que se refería a Juan Bautista.
COMENTARIOS
I
v. 10. Los discípulos han comprendido el alcance mesiánico de la transfiguración e intentan
compaginar lo que dicen los letrados acerca del Mesías con la realidad de Jesús.
vv. 11-12. Jesús alude a Mal 3,23s, texto que menciona la vuelta de Elías, pero lo explica a
continuación. La vuelta de Elías ha de interpretarse figuradamente y el resultado de su misión no
será triunfal. Lo mismo sucederá con las profecías mesiánicas: todo aspecto triunfal que a ellas se
atribuya es falso.
Al afirmar Jesús que Elías ha venido ya, echa por tierra la doctrina mesiánica de los letrados
sobre una restauración gloriosa. La misión del nuevo Elías, que consistía en preparar al pueblo, ha
sido impedida por los que no lo reconocieron y lo trataron a su antojo, dándole muerte. Estos son
los dirigentes judíos, fariseos y saduceos, a los que Juan se opone desde el principio (3,7), y los
miembros del Gran Consejo que no han reconocido a Juan como enviado divino (21,23-27). La
realización del plan divino sobre Israel depende de la respuesta de éste a Dios. Dios no se impone
forzando la libertad humana ni exime al hombre de su responsabilidad.
v. 13. Mt explicita el dato que en Mc queda sólo insinuado. La anunciada vuelta de Elías se
ha verificado con la aparición de Juan Bautista. Se opone así la enseñanza de Jesús a la de los
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letrados respecto al Mesías y a su precursor. Mt actúa como un letrado instruido en el reino de Dios
que interpreta lo antiguo a la luz de lo nuevo.
II
En medio de las secuencias de Isaías que hemos venido escuchando estos días en la primera
lectura, nos presenta hoy la liturgia un breve pasaje del Eclesiástico o Sirácida, donde se exalta la
figura de Elías. Hacia la mitad del capítulo 42 el autor del Eclo comienza una larga alabanza donde
empieza por reconocer la gloria de Dios, primero que todo en la naturaleza (caps. 42-43) y luego en
los antepasados de Israel (caps. 44-50) comenzando por Henoc, el legendario personaje de Gn 5,24
que según la tradición fue arrebatado al cielo. Dentro de esos antepasados insignes de Israel está
Elías como modelo de profeta quien es descrito como “fuego”, cuyas palabras eran ardientes. Según
la tradición, Dios destinó a Elías para “apaciguar la ira divina el día de su manifestación; para
reconciliar a los padres con sus hijos y para restaurar a las doce tribus de Israel”. La expresión final
del pasaje que leemos es muy significativa, pues es la que está en la mente de todos los judíos
piadosos que esperan el cumplimiento de las promesas hechas a los antiguos: “Dichoso el que te vea
antes de morir”. Dicha expresión nos remite a esa expectativa sobre el regreso de Elías. La
interpretación rabínica afirmaba que la venida del Mesías estaría precedida por la venida de Elías.
En otras palabras, Elías se debía hacer presente antes del Mesías, y tendría como misión disponer
los corazones, apaciguar, reconciliar... para que el Mesías pudiera inaugurar su propia era.
Es lógico, entonces, que ahora con Jesús al frente, los discípulos que son hijos de las
tradiciones, interroguen al Maestro el por qué los escribas afirmaban que antes del Mesías tenía que
venir Elías. Jesús interpreta de otra manera las cosas. No se trata de un retorno efectivo del antiguo
profeta cuanto del resurgir del espíritu profético y celoso de Elías que luchó contra todo aquello que
era contrario a las convicciones de fe yahvista en el Israel del siglo IX. Recordemos a Elías
enfrentando a los profetas de Baal, luchando contra el politeísmo, la idolatría y la prostitución
cultual que ganaban cada vez más terreno en Israel con el beneplácito de sacerdotes y reyes.
En el pasaje de Mateo que escuchamos, vemos a los discípulos preocupados por el
cumplimiento de la profecía que tiene que ver con la venida de Elías. Si las palabras y los signos de
Jesús realizan la tarea del Mesías, ¿por qué no se presentó antes Elías? Según Jesús, Elías ya vino,
es decir, alguien ha vuelto a encarnar ese celo de Elías, ese es precisamente Juan el Bautista. Con él,
dice Jesús que “hicieron lo que quisieron”. También Juan corrió la suerte de la mayoría de los
profetas: fue escuchado por algunos, pero rechazado por otros, rechazo que incluyó la misma
muerte violenta. Ese mismo final lo vaticina Jesús para sí mismo.
El evangelio de hoy es en cierta forma un llamado para estar atento a las señales de los
tiempos. Sabemos que el pueblo judío tenía muchas tradiciones, muchas maneras de interpretar las
Escrituras antiguas, a partir de lo cual había ido dando forma a varias expectativas. Pero qué pasaba,
que a pesar de que tales expectativas estaban siempre latentes, no sabían ir descubriendo su
realización a través de las situaciones que se iban presentando, a través de las mediaciones de
personajes y de tiempos tenían lugar permanentemente. En ello Jesús también es maestro, pues él ha
ido profundizando cada situación, cada personaje y le ha sabido encontrar los rasgos de expectativa
que están cumpliendo.
Este tiempo de adviento es propicio para que nosotros examinemos la lectura que hacemos
de los signos de los tiempos, las situaciones, los personajes y los movimientos que el Espíritu va
suscitando en nuestro diario acontecer, para ver si somos o no como los niños de la parábola.
Muchas veces nuestro modo de ser y de ver la vida impide darnos cuenta de todas las mediaciones
que Dios nos pone para mostrarnos sus designios; tal vez queremos imponer nuestros propios
criterios a la acción de Dios, como si la voluntad de Dios tuviera que someterse a la nuestra!
Diciembre - 34 -
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Domingo 12 de diciembre
Ntra. Sra. De Guadalupe – Juan Diego
TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
Primera lectura: Isaías 35, 1-6 a. 10
Salmo responsorial: 145
Segunda lectura: Santiago 5, 7-10
EVANGELIO
Mateo 11, 2-11
2
Juan se enteró en la cárcel de las obras que hacía el Mesías y mandó dos discípulos a
preguntarle:
3
-¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?
4
Jesús les respondió:
-Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
5
Ciegos ven y cojos andan,
leprosos quedan limpios y sordos oyen,
muertos resucitan
y pobres reciben la buena noticia (Is 26,19).
6
Y ¡dichoso el que no sé escandalice de mi!
7
Mientras se alejaban, Jesús se puso a hablar de Juan a las multitudes:
-¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?, ¿una caña sacudida por el viento? 8¿Qué
salisteis a ver si no?, ¿un hombre vestido con elegancia? Los que visten con elegancia, ahí los
tenéis, en la corte de los reyes. 9Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta? Sí, desde luego, y
más que profeta; 10es él de quien esta escrito:
Mira, yo envío mi mensajero delante, de ti;
él preparará tu camino ante ti (Ex 23,20; Mal 31).
11
Os aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista, aunque el más
pequeño en el reino de Dios es más grande que él.
COMENTARIOS
I
¿LO CONOCEIS?
En otras épocas, las cosas estaban más claras: los que creían, creían todos lo mismo; los que no
creían... ¡allá ellos!
Hoy, sin embargo, son muchas las voces que pretenden hablar en nombre de Jesús y diversos los
mensajes que en su nombre se proponen. ¿Somos nosotros capaces de descubrir cuál es su auténtico
mensaje? ¿Hay algún medio fiable para reconocerlo?
¿ Qué podemos responder a la pregunta que sirve de título a una popular canción religiosa: «¿Lo
conocéis?»?
Diciembre - 35 -
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EL MESÍAS DE JUAN
Según Juan Bautista, era misión del Mesías ser el instrumento por medio del cual Dios iba
a devolver a su pueblo la libertad, la dignidad y la justicia.
A los dirigentes religiosos y políticos (fariseos y saduceos) y al mismísimo rey Herodes les
anunció que Dios les iba a dar su merecido por ser los directos responsables de la injusticia (Mt 3,712; 14,3-4); al pueblo le dijo que se preparara, rompiendo con esa injusticia, para el difícil y terrible
juicio que se acercaba: «Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios» (Mt 3,2).
LAS DUDAS DE JUAN
Confiado porque sabía que estaba de la parte del Dios liberador de Israel, denunció con
valentía los abusos de los poderosos. Pero... Un día el rey Herodes, presionado por su amante, lo
detuvo y lo encerró en la cárcel (Mt 14,3ss).
Seguro que entonces se le agolparon en la mente un torrente de preguntas. ¿Qué estaba
pasando? ¿Cuándo se iba a realizar el juicio de Dios? ¿Cuándo iban a ser castigados, de una vez
por todas, los culpables? ¿Cómo es que Dios no establecía ya con su poder la justicia?
¿Vencerían de nuevo los de siempre? ¿ Se habría vuelto a olvidar Dios de su pueblo? Quizá aquél
no era todavía el Mesías. Y silo era, ¿por qué no hacía nada por librarlo de la cárcel? Estas eran
las dudas del Bautista.
VIDA Y LIBERACION
Por medio de dos de sus discípulos, Juan plantea la cuestión al mismo Jesús: «¿Eres tú el
que tenía que venir o esperamos a otro?» En su respuesta, Jesús se remite a los hechos:
-«Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo».
Lo que presenta como pruebas para que Juan sepa y crea que él es efectivamente el
Mesías son las cosas que hace y el mensaje que predica; son hechos y palabras de liberación y
vida: «Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y
pobres reciben la buena noticia». Esas son las señales del Mesías; eso es lo que sobre él
anunciaron los antiguos: por medio de él Dios devolvería al pueblo la vida y la libertad que los
poderosos le habían arrebatado. Cojos, ciegos, leprosos, sordos, muertos..., invalidez, oscuridad,
marginación, muerte... A ese estado habían llevado al pueblo.
OTRO MESÍAS, OTRO DIOS, OTRO HOMBRE
Jesús era, en efecto, el Mesías, pues daba vida y libertad. Pero entonces...
Juan Bautista no sabía que la misión del Mesías no era juzgar al hombre, sino darle la
posibilidad de crecer y hacerse adulto, dejando de ser -también en sus relaciones con Diosinfantil. Sabía que Dios quiere la libertad del hombre, pero no sabía que Dios también quiere que
sean los hombres quienes conquisten su propia libertad; y sabia que Dios emplea toda su fuerza
en favor de la liberación de los hombres; pero no sabia que la fuerza del Padre de Jesús no es el
castigo que esclaviza por el miedo, sino el amor, infinitamente eficaz si es aceptado, pero del
todo inútil si se rechaza. Sabía que Dios no soporta la injusticia ni la opresión de los pobres; pero
no sabia que la solución a esos problemas no iba a bajar milagrosamente del cielo. Dios, por
medio de su Mesías, estaba ya enseñando cual es el único modo de resolverlos definitivamente:
poniendo en práctica la buena noticia, el evangelio que Jesús anunciaba a los pobres, cada
hombre y cada pueblo podría obtener de Dios la vida y la liberación definitivas; pero el hombre
debería colaborar en su propia liberación.
¿LO CONOCEIS?
A Juan Bautista le costó trabajo reconocer, en Jesús, al Mesías. ¿Y nosotros? ¿Lo
conocemos? ¿Lo reconocemos?
A un Dios que no nos resuelve nuestros problemas, sino que nos exige comprometernos
en su solución, ¿ lo reconocemos?
Diciembre - 36 -
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A un Mesías partidario de la teología de la liberación (= ciencia del Dios liberador Y, en
su sentido más radical y profundo, ¿ lo reconocemos?
¿Y a un hombre adulto, responsable de su propio destino por voluntad de Dios?
Estas son las señales del Mesías, los rasgos mediante los cuales se puede reconocer el
mensaje de Jesús: allí donde se anuncia y se pone en práctica, los hombres son más humanos,
más felices, y están más llenos de vida, de libertad, de amor.
Y ya, desde ahora.
II
vv. 2-6. Juan Bautista está en la cárcel (cf. 4,12). Allí se entera de las obras que realiza el
Mesías, a quien él había reconocido en su bautismo (3,14). Por medio de dos discípulos, le manda
recado. Los discípulos de Juan han aparecido antes (9,14); apegados al estilo de vida fariseo, no
comprendían a Jesús. Juan se sirve de ellos para proponer a Jesús una pregunta que revela su
propia indecisión: «¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?» «El que había de
venir» fue la expresión utilizada por Juan para anunciar la llegada del Mesías-Esposo (3,11). La
pregunta remite, por tanto, directamente a aquel pasaje, y esto explica su sentido.
Juan había anunciado un Mesías cuyo bautismo tendría carácter de juicio; separaría a los
que habían respondido a su predicación, siendo para ellos la efusión del Espíritu; pero, por otro
lado, para los que no habían practicado la enmienda, en particular para los círculos de poder,
fariseos y saduceos (3,7ss), significaría la destrucción (fuego).
Esta idea central de juicio fue desarrollada por Juan con la imagen del hacha puesta a la
raíz del árbol (3,10) y del labrador que reúne el trigo y quema la paja (3,12). Nada tiene de
extraño, pues, que ante la actividad de Jesús, quien hasta ahora no se ha enfrentado directamente
con las minorías dominantes ni da sentencia condenatoria, sino que soporta la oposición (9,1113.14), Juan se pregunte si verdaderamente es el Mesías o si es otro el que va a realizar el juicio
que se espera. Juan concibe a un Mesías que va a actuar con la fuerza y va a derribar a los que
ejercen el poder. El hecho de que esté en la cárcel puede indicar que de la actividad de Jesús
esperaba su propia liberación (cf. Is 61,1).
La respuesta de Jesús a los emisarios remite precisamente a sus obras (4s). Estas se
describen con términos proféticos que anunciaban el rescate del pueblo para emprender el éxodo
definitivo (Is 35,5s) o que describen la salvación (Is 29,18; 26,19). Como se ha expuesto en los
episodios anteriores (8,2-9,34), son figuras de la liberación que va haciendo Jesús del pueblo
(ciegos, sordos, leprosos, muertos). Se añade la proclamación de la buena noticia a los pobres (Is
61,1). Todos los rasgos con que Jesús describe su acción son de liberación y curación, ninguno de
juicio. A pesar de las fuertes reminiscencias de Is 35,5s y 61,1 en Mt 11,5, no hay alusión alguna
a Is 35,4 y 61,2, donde se contempla un día futuro de venganza y desquite. Jesús se apoya en
algunos textos proféticos, pero deja de lado otros. No toda la elucubración mesiánica basada
sobre textos del AT tenía validez.
Termina Jesús su exposición con un aviso, que es al mismo tiempo una bienaventuranza:
«Dichoso el que no se escandalice de mí» (6), es decir, e1. que acepte su modo de obrar y, con él,
su persona y misión. Es un aviso y una recomendación a Juan. Se refleja aquí el diálogo entre
Juan y Jesús con ocasión del bautismo (3,14s). Juan no entendía que el Mesías solicitara su
bautismo, y Jesús le hizo comprender que este símbolo de muerte resumía la voluntad del Padre
sobre ellos dos. Pero Juan no ha terminado aun de entender lo expuesto entonces por Jesús.
vv 7-11. Dada la respuesta a los emisarios de Juan, Jesús hace su elogio ante las
multitudes. Sus preguntas van en crescendo. Juan no ha sido un hombre que haya
Diciembre - 37 -
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contemporizado con los poderosos (cf. 3,7-12) ni haya vacilado ante la violencia; tampoco ha
vivido en el lujo (alusión al vestido y modo de vida de Juan, 3,4).
Claramente, el pueblo consideraba a Juan un profeta (cf. 21,26), pero Jesús va más allá: es
más que profeta (9), por ser el precursor del Mesías. Lo apoya con un texto (10) que combina dos
del AT. Su primera parte corresponde a Ex 23,20. Juan va a preparar el éxodo definitivo, que será
obra del Mesías, y cuya tierra prometida es el reinado de Dios. Todo el texto se inspira también
en Mal 3,1. «Tu camino» es en Mal 3,1 el camino de Yahvé; en Mt se aplica a Jesús; él, como es
«Dios entre nosotros», va a conducir el éxodo (10). Con introducción solemne («Os aseguro»),
establece una contraposición: afirma la excelencia de Juan sobre todos los personajes históricos
que lo habían precedido, pero, al mismo tiempo, afirma que el más pequeño en el reino de Dios
(alusión a los discípulos, a los que en 10,42 ha calificado de «pequeños») es más grande que él.
Marca así Jesús la diferencia entre la época del AT y la que comienza con él. Juan estaba a la
puerta del reino de Dios como anunciador de su cercanía (3,2), pero la distancia entre el reino y
los hombres sólo puede ser salvada por la adhesión a Jesús.
Por decirlo así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Con su bautismo
ha sacado a la gente de la institución judía hasta la orilla del Jordán (3,5s), pero el paso del Jordán
para entrar en la tierra está reservado a Jesús, nuevo Josué. Los que participan del reino gozan de
una realidad de la que Juan no ha podido participar (11).
III
Nos narra Gn 1,1 que al principio todo era caos, no había vida. El profeta Isaías
prácticamente compara al pueblo de Israel con esa misma situación. En el momento en que Isaías
escribe el horizonte de la comunidad judía era de caos, de no vida. Ante un panorama tan negativo,
el profeta, hombre tocado por el Espíritu, tiene la misión de generar vida. Así como en el Génesis,
del caos se va pasando a la armonía y hermosura de la creación, así el profeta va despertando el
entusiasmo de los desterrados poniendo delante de ellos las imágenes más atractivas de la
naturaleza. El destierro es el caos en el cual han tenido que enfrentar la realidad de muerte, y de allí
volverán a salir a la vida. El Dios, que del caos creó el cosmos, volverá a actuar una nueva creación;
no cabe duda de que su poder es incomparable. Tal vez el pueblo ha tenido que enfrentar el desafío
de un Marduk, dios de Mesopotamia, prácticamente erigido por encima de YHWH; sin embargo, el
poder del Dios de Israel no se mide por la fuerza ni por la dominación; se mide sobre todo por su
amor y su misericordia. Los israelitas podrán estar tranquilos, porque en la nueva creación, quien
estará el frente de todo será el mismo Dios que creó cielos y tierra y que un día hizo opción por lo
más débil: los antepasados de Israel cuando estaban sometidos a la servidumbre en Egipto.
Desde la cárcel Juan envía unos mensajeros para que interroguen a Jesús: “eres tú o tenemos
que esperar a otro”? La pregunta recoge no sólo la inquietud de Juan, sino también las inquietudes e
interrogantes de todos los que en Israel esperaron y siguen esperando al Mesías. A lo largo del
tiempo se había tejido todo tipo de descripciones y características ideales sobre el Mesías, no sólo
en cuanto al evento mismo de su llegada, sino en cuanto a su misma misión. Esto dio para que
muchos charlatanes se atribuyeran el título de mesías, propiciando así los naturales desconciertos
entre la gente.
Muy seguramente en la mentalidad de Juan el Mesías debía ser ante el protagonista del “día
de YHWH”, del “día de la ira de Dios”. Las imágenes del “bieldo en el arado”, “el hacha en los
árboles” que utiliza Juan, reflejan esa expectativa o esa imagen “justiciera” que se tenía del Mesías,
lo cual marca completamente la predicación joanea. Con todo, la presencia de Jesús y el estilo de
llevar adelante su misión, desconciertan a Juan y sus seguidores: ¿Dónde están esos signos de Jesús
que hacen sentir el “día terrible de YHWH”? ¿No tenía que estar cortando de raíz el mal y los
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Diciembre - 38 -
malhechores? Consideremos también en la pregunta de Juan, la situación de sus discípulos y de los
discípulos de Jesús confrontados en la primera del cristianismo.
La respuesta de Jesús da a entender hasta qué punto él ha asimilado y en qué medida asume
el compromiso mesiánico. Sin nos fijamos bien, antes del relato que escuchamos hoy, están todos
los presupuestos o todas las bases sobre las cuales Jesús fundamenta su misión. En el cap. 4 nos
encontramos con las alternativas más tentadoras que podían haber “facilitado” su misión, es lo que
llamamos “las tentaciones de Jesús”. Una vez hecho su discernimiento y haberse decidido por el
camino que escogió, Jesús prefiere no estar solo; por eso se rodea de unos cuantos para que estén
con él, para irlos formando, para transmitirles poco a poco el espíritu de esta su misión. Pero lo que
en el engranaje narrativo de Mateo representa el punto de arranque definitivo de la misión de Jesús
es justamente la explicitación pública de su programa de vida, de su proyecto como Mesías: ahí está
el discurso de la montaña; en él recoge Jesús lo específico de su tarea como enviado y a ese
proyecto dedica su vida, cierto que de un modo muy diverso a la manera como Juan lo estaba
anunciado y como el resto de la gente lo esperaba. Luego, era apenas lógico que Juan se inquietara.
Juan sabe que estando en la cárcel cualquier cosa puede suceder. La situación en que se
encuentra no es gratuita, es consecuencia de la misma actividad profética en la que ha tenido que
anunciar y la mismo tiempo denunciar. ¿Será que el Mesías a quien él le ha preparado el camino
estará en grado de continuar su obra? ¿Valió la pena desgastar su vida en este trabajo de precursor?
¿No habrá perdido su tiempo?
El interrogante de Juan es también para nosotros un motivo para confrontar nuestra vida de
fe y nuestra actividad evangelizadora. “¿Eres tú”? El Jesús que nos mueve y el que anunciamos, ¿es
el verdadero Jesús del Evangelio, el Jesús-imagen del Padre? O ¿hemos concebido a Jesús como el
mesías de la “ira divina” y por lo tanto lo anunciamos como a un justiciero? Al acercarnos a la
Navidad abramos el corazón y la mente a ese Dios hecho Niño que ya en su mismo nacimiento
manifiesta el anonadamiento, el amor, la misericordia.
Para la revisión de vida
Detengámonos un momento en nuestro camino de evangelizadores y tratemos de
configurar de nuevo en nuestra vida la imagen de Jesús: ¿coincide esa imagen con la que nos
revelan los evangelios? Preguntémonos: “eres tú, o debemos replantearnos tu imagen?
Para la reunión de grupo
Leamos detenidamente el evangelio de hoy e intentemos hacer un esbozo de la figura de
Juan como hombre y como profeta: ¿qué puntos comunes y qué puntos diversos tenemos nosotros
con la figura de Juan?
Retomemos la respuesta de Jesús a los mensajeros de Juan, ¿cuáles son los signos del reino
que dan sentido salvífico y liberador a nuestras obras apostólicas?
Para la oración de los fieles
- Por los que viven sin esperanza o en tristeza, para que la venida de Cristo Salvador los
llene de fortaleza y de alegría. Roguemos al Señor.
- Por nuestros grupos y comunidades, para que a pesar de las dificultades e injusticias que
enfrentamos cada día, seamos capaces de sembrar esperanza y luchar con entusiasmo evangélico
por un mundo mejor. Roguemos al Señor.
- Por los que hemos sido llamados a trabajar de manera directa en el anuncio del Evangelio,
para que el Jesús que predicamos sea el que realmente vivimos y seguimos. Roguemos al Señor.
- Por todas las iglesias que confiesan su fe en Jesús, para que más allá de los intereses de
grupo sepamos poner todos nuestros esfuerzos a favor de la paz, la unidad y la fraternidad.
Roguemos...
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Oración comunitaria
Padre bueno, al acercarnos a la celebración de la fiesta entrañable de la Navidad te
pedimos que acrecientes nuestra esperanza, para que nunca desistamos del esfuerzo por crear un
mundo en el que el amor sea posible. Nosotros te lo pedimos por Jesús de Nazaret, hijo tuyo y
hermano nuestro, cuyo nacimiento nos aprestamos a celebrar. Amén
Lunes 13 de diciembre
Lucía
EVANGELIO
Mateo 21, 23-27
23
Llegó al templo, y mientras enseñaba, los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo
se le acercaron preguntándole:
-¿Con qué autoridad actúas así?, ¿quién te ha dado esa autoridad?
24
Jesús les replicó:
-Os voy a hacer también yo una pregunta; si me respondéis, os diré yo con qué autoridad
actúo así. 25E1 bautismo de Juan, ¿qué era, cosa de Dios o cosa humana?
Ellos razonaban para sus adentros:
-Si decimos «de Dios», nos dirá que entonces por qué no lo creímos; 26y si decimos
«humana», nos da miedo de la multitud, porque todos piensan que Juan era un profeta.
27
Y respondieron a Jesús:
-No sabemos.
Entonces les declaró él:
-Pues tampoco os digo yo con qué autoridad actúo así.
COMENTARIOS
I
v. 23. Es el partido saduceo el que se acerca a Jesús apenas entra en el templo: la
aristocracia sacerdotal y la seglar; son ellos, los socialmente más privilegiados, los primeros en
temer la popularidad de Jesús. Los sumos sacerdotes, autoridades religiosas legítimas, aparecen
en primer lugar. Quieren saber dos cosas: qué clase de autoridad se arroga Jesús para hacer lo que
hace y el origen de esa autoridad. En realidad, la segunda pregunta explica la primera. Ellos, que
detentan el poder oficial, exigen una prueba jurídica. Han olvidado el caso de los profetas, que
tenían autoridad directamente de Dios.
vv. 24-25a. La pregunta que les propone Jesús apunta directamente a la cuestión de la
autoridad. Juan había ejercido su actividad sin credenciales jurídicas, y no sólo al margen de la
institución, sino denunciándola (3,7ss). Ellos no respondieron a la predicación de Juan, pero
ahora les pide que se pronuncien: ¿tenía o no Juan autoridad divina para hacer lo que hacía?; es
decir, ¿puede haber una misión divina que prescinda de lo jurídico?
Diciembre - 40 -
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vv. 25b-27. Se encuentran en un callejón sin salida. Saben que no gozan de la simpatía de
la gente y que pronunciarse contra Juan puede acarrearles graves consecuencias. Su respuesta
delata su mala fe.
II
Al acercarnos más a la conmemoración del acontecimiento de la natividad del Señor, nos
presenta hoy la liturgia este pasaje del libro de los Números, en donde Balaam vaticina el
surgimiento de un “cetro para Israel”.
Recordemos que en los episodios de la travesía del pueblo israelita de Egipto a Canaán,
deben atravesar los campos de Moab, cuyo rey se resiste a dejarlos pasar. Por temor a una invasión,
el rey Balaq llama a Balaam, al parecer un vidente con poderes de “hechicero” para que maldiga a
los israelitas. La tradición cuenta cómo Balaam y su burra fueron convertidos en instrumentos de
Dios para realizar todo lo contrario de lo que pretendía Balaq (cf. Nm 22-24).
El texto que escuchamos hoy, al parecer hace referencia a Saúl, por lo tanto sería un texto
promonárquico, aunque hay quienes se inclinan a pensar que se trata de una referencia a David,
quien también enfrentó a los habitantes del sur (moabitas y amalecitas) a quienes derrotó
finalmente. De cualquier modo es obvio que se trata de un texto de ideología real que pone en línea
de la volunta de YHWH la monarquía de Israel, augurando desde el principio su perpetuidad en el
trono.
Sería muy útil la lectura de todo el episodio de Balaq y Balaam para no quedarnos sólo con
el anuncio del surgimiento de una “estrella” o de un “cetro” para Israel, sino más bien para tratar de
descubrir allí cómo por encima de la voluntad de Dios es inútil actuar, aunque se trate de la
voluntad y exigencias de un soberano.
Las reminiscencias del origen davídico de Jesús se pueden hacer remontar no sólo a este
pasaje de Nm, sino también a las mismas profecías de Natán y de otros profetas posteriores; pero lo
que cuenta no es llegar a descubrir si realmente Jesús pertenecía al “tronco de Jesé” o sea a la
familia de David para poder considerarlo Mesías. Lo importante es constatar que en él se cumplen
las expectativas mesiánicas más genuinas: el ansia de liberación, las formas claras y concretas de
realización y de implantación del reino de Dios... y algo muy importante también: en Jesús la
procedencia o la descendencia queda totalmente relativizada; no es el vínculo de sangre lo que afilia
a todos los hombres y mujeres con Dios como Padre Único, sino la actitud de cada uno de escuchar
la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
Esto último es lo que en definitiva constituye a Jesús como Señor Único de la historia y del
universo; su autoridad y señorío no vienen dados por su procedencia de familia real, sino por su
decisión radical de poner en práctica única y exclusivamente la voluntad de Dios. Eso es lo que en
el fondo deben tener claro los escribas y sumos sacerdotes. Su experiencia, pero también las
pretensiones de creerse profundos conocedores de la Escritura y de todas sus minucias, los lleva a
interrogar a Jesús. Supuestamente ellos debían haber sido consultados por Jesús para poder realizar
su ministerio; ellos sienten que son los únicos que pueden avalar o no las palabras de Jesús. Desde
esta óptica comprendemos mejor el por qué de la pregunta a Jesús. Sin embargo, Jesús, conciente de
su autoridad, que sobrepasa a la de los ancianos y sumos sacerdotes los pone aprietos. Si ellos son
autoridad ¿por qué no dieron crédito a la predicación de Juan? ¿Por qué no cambiaron?
Jesús desenmascara la hipocresía y la forma tan soterrada como los líderes de Israel
manipulan la Escritura intentando de paso manipular también la misma voluntad divina. Para Jesús
sólo hay un criterio de autoridad: realizar la voluntad del Padre....
Diciembre - 41 -
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Martes 14 de diciembre
Juan de la Cruz
EVANGELIO
Mateo 21, 28-32
28
-A ver, ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero diciéndole:
«Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». 29Le contestó: «No quiero»; pero después sintió
remordimiento y fue.
30
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Este contestó: «Por supuesto, señor», pero no
fue. 31¿Cuál de los dos cumplió la voluntad del padre?
Contestaron ellos:
-El primero.
Jesús les dijo:
-Os aseguro que los recaudadores y las prostitutas os llevan la delantera para entrar en
el reino de Dios. 32Porque Juan os enseñó el camino para ser justos y no le creísteis; en cambio,
los recaudadores y las prostitutas le creyeron. Pero vosotros, ni aun después de ver aquello
habéis sentido remordimiento ni le habéis creído.
COMENTARIOS
I
Los adversarios de Jesús responden según el claro contenido de la parábola, pero Jesús les
lanza inmediatamente la aplicación, que los pone por debajo de las dos categorías más
despreciadas de Israel: recaudadores y prostitutas. En el AT, el conjunto de Israel era el hijo de
Dios (Os 11,1; Ex 4,22). Ahora Jesús distingue en Israel dos clases de hijos, que representan a las
dos categorías que se distinguían en tiempos de Jesús: los pecadores y los justos (cf. 9,13). Los
primeros eran los que no observaban la ley y hacían caso omiso de las prescripciones rabínicas
(recaudadores y prostitutas), quienes, según la doctrina del judaísmo, no tenían parte en el mundo
futuro; los segundos, los que se preciaban de observar la Ley (aquí, los jefes del pueblo).
El «hoy» de la parábola indica que Dios pide una decisión en un tiempo o plazo
determinado.
La última frase se refiere a la situación del momento. Tampoco ahora, después del tiempo
transcurrido y viendo el cambio operado por Juan en los pecadores, han querido comprender el
carácter divino de su misión. Son las supremas autoridades, entre ellas las religiosas, las que no
cumplen la voluntad de Dios.
Bajo la respetuosa actitud de los dirigentes hacia Dios, se esconde su absoluta infidelidad
hacia él.
La parábola, que denuncia esta hipocresía, es, al mismo tiempo, una llamada a la
conversión.
II
Escuchamos hoy en la primera lectura un pasaje del profeta Sofonías. Este profeta al parecer
predicó en el reino del sur entre los años 640-609 a.C; es decir en la época del rey Josías, una época
además marcada por la más importante reforma religiosa de aquel reino (622 a.C).
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Diciembre - 42 -
Es muy breve el escrito de Sofonías, consta sólo de tres capítulos. En tan poco contenido se
pueden distinguir de todos modos, al menos cuatro temas: a) el día de YHWH (1,2-2,3); b) oráculos
contra las naciones (2,4-15); c) contra Jerusalén (3,1-8) y d) promesas (3,9-20).
Precisamente, la lectura de hoy está entresacada de la tercera parte -un “ay” contra Jerusalén
(vv 1-2), y de la cuarta –promesas- (vv 9-13). El “ay” posee un la mentalidad bíblica todo un
sentido de amenaza, incluso de maldición. En el momento de sellar una alianza, se incluía al final
del rito una serie de bendiciones que sobrevendrían a las partes que cumplieran fielmente lo
pactado; pero también se proferían las respectivas maldiciones o “ayes” contra la parte que
incumpliera el pacto.
Los profetas frecuentemente utilizan el ay como una manera de prevenir al pueblo por su
conducta y su infidelidad al pacto con su Dios. También el ay tiene un sentido acusatorio; así lo usa
aquí Sofonías: “ay de la rebelde, la manchada, la ciudad opresora... no ha escuchado la voz, no ha
aceptado la corrección”. Y sigue otra cadena de acusaciones contra los príncipes a quienes
considera leones rugientes; contra los jueces, que compara con lobos de la tarde que “no dejan un
hueso para mañana”; contra los profetas a quienes considera fanfarrones y traicioneros, y, por
último, contra los sacerdotes, que son, según el profeta, profanadores de lo santo y violadores de la
ley. También Jesús en el Nuevo Testamento utilizará el “ay” en el mismo sentido en que era usado
por los profetas; esto es, para hacer caer en la cuenta las desviaciones de quienes están al frente del
pueblo.
Sin embargo, y a pesar del panorama de infidelidad y corrupción que describe el profeta, y
aunque vaticina un juicio universal en el que será juzgada nación por nación, el anuncio más
importante es la promesa de purificación; promesa de hacer del resto de Israel un modelo de vida
para todos los pueblos. YHWH mismo quitará el oprobio y la vergüenza por las muchas
infidelidades. El Señor hará un pueblo fiel, sincero y justo. Esa es la vocación de Israel, ser
paradigma para las demás naciones. En momentos de crisis Israel reconsideraba su vida y de nuevo
decía sí a su Dios, pero pronto olvidaba su compromiso.
Recogiendo esa actitud histórica de Israel, Jesús compara a la generación de su tiempo con
dos hijos a los que su padre ordena ir a trabajar a su viña. El uno dijo sí, pero no fue; el otro dijo no,
pero al final fue.
Nos ubicamos al final del ministerio público de Jesús según la narración mateana. El cap. 21
se abrió con la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén; apenas llegado a la ciudad santa, Jesús se
dirige al templo y al encontrar allí las escenas más contradictorias y escandalosas, lo purifica y
exige que aquel lugar sea utilizado para lo que es. Al día siguiente de la purificación del templo, nos
narra Mateo la extraña actitud de Jesús de maldecir a una higuera en la que no encontró fruto, y a
propósito de ello, Jesús exige a sus discípulos una fe auténtica, la cual sea capaz de hacer cosas aún
mayores. También muy en línea con el pasaje que hoy nos presenta el evangelio, está la discusión o
controversia sobre la autoridad de Jesús que veíamos ayer.
Al final de su ministerio público Jesús ha podido completar el cuadro de lo que fue y sigue
siendo Israel, su pueblo. Elegido por pura gratuidad, Israel dijo sí al proyecto de su creador; sin
embargo a lo largo de su historia actuó muchas veces de manera contraria a su vocación; se
prostituyó, dio la espalda a las exigencias de su condición de elegido. A la época de Jesús, los
dirigentes del pueblo habían llevado las cosas al extremo. Habían distorsionado la fe, la religión, el
culto. La ley, camino de perfección y santidad, la habían convertido en un fin en sí misma, y desde
esa posición se habían abrogado el derecho de excluir a la gran mayoría de pueblo que ciertamente
no podía con la carga de preceptos y arandelas impuestos por los legalistas. Jesús se encuentra,
pues, con una gran cantidad de excluidos que llevaban el peso de la supuesta exclusión o rechazo
por parte de Dios; pero también descubre que es entre esta gente donde hay una disponibilidad más
sincera de acoger el reino y de caminar en él. Esa es la porción de pueblo que Jesús compara con el
hijo que se negó a cumplir la orden de su padre, pero que al final aceptó. Según Jesús, éstos son los
primeros que entrarán en el reino porque no son obstinados, porque no encarnan la soberbia de
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quienes se creen dueños y poseedores de la voluntad y la gracia divinas; porque ellos son ese resto
de Israel que aún puede abrir sus ojos y sus oídos a la voz de su Señor. Esta porción de Israel se
constituye en definitiva en “juez” de quienes eran sus jueces implacables “lobos de la tarde”, como
los definió Sofonías.
A nosotros como cristianos, en especial en este tiempo de adviento, nos convendría mucho
fijarnos con cuál de los dos hijos de la parábola nos identificamos: ¿corresponden nuestras actitudes
al sí que supuestamente hemos dado a Dios en Jesús?...
Miércoles 15 de diciembre
Valeriano
EVANGELIO
Mateo 7, 19-23
19
y todo árbol que no da fruto bueno se corta y se echa al fuego. 20Total, que por sus frutos
los conoceréis.
21
No basta decirme: «¡Señor, Señor!», para entrar en el reino de Dios; no, hay que poner
por obra el designio de mi Padre del cielo.
22
Aquel día muchos me dirán: «Señor, Señor, ¡si hemos profetizado en tu nombre y
echado demonios en tu nombre y hecho muchos prodigios en tu nombre!» 23Y entonces yo les
declararé: «Nunca os he conocido. ¡Lejos de mí los que practicáis la iniquidad!»
COMENTARIOS
I
19-23 La comparación con el fruto y el árbol, y la suerte del árbol malo, ya presentes en la
predicación del Bautista (3.8.10), hacen ver que la metáfora del árbol que da frutos malos se
refiere a los que no han hecho una enmienda sincera, es decir, a los que no han hecho más que
exteriormente la opción propuesta por Jesús en las bienaventuranzas (cf. 7,26s). Estos
procedieron con la comunidad cristiana como pretendían hacer los fariseos y saduceos respecto al
bautismo de Juan (3,7); aparentar la enmienda (bautismo) sin romper realmente con la injusticia
del pasado. Denuncia, pues, Mt la infiltración en la comunidad cristiana de la hipocresía farisea
(decir, pero no hacer, cf. 23,3), como lo hará de nuevo en la perícopa siguiente y en otros pasajes
(cf., p. ej., 13,36-43; 22,11-14).
21-23. De nuevo, en otro sentido, el primado de las obras sobre las palabras. No basta el
devoto reconocimiento de Jesús, hay que vivir cumpliendo el designio del Padre del cielo (cf.
12,50). La adición «del cielo» y el término «designio» ponen este aviso en relación con la
primera parte del Padrenuestro (6,9s), que, a su vez, remite a la práctica de las bienaventuranzas.
Jesús no quiere discípulos que cultiven sólo la relación con él, sino seguidores que, unidos a él,
trabajen por cambiar la situación de la humanidad.
Después de enunciar el principio afirma Jesús que serán muchos los que «aquel día», el
que nadie conoce (25,13), lo llamarán «Señor, Señor», aduciendo sus obras para encontrar
acogida. Las obras que se citan: «haber profetizado», «haber expulsado demonios» y «haber
realizado milagros», fueron hechas «por/con su nombre», es decir, invocando la autoridad de
Jesús. Este, sin embargo, no las acepta; considera esas obras, no solamente sin valor, sino como
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propias de malhechores. El término anomia, iniquidad, es el que Jesús aplica a los letrados y
fariseos hipócritas (23,28), y la frase de rechazo se encuentra en Sal 6,9, donde los malhechores
son los que oprimen al justo y le procuran la muerte. Esta perícopa, en cuanto a su sentido, no
está lejos de la anterior (15-20). Estos que cumplen acciones extraordinarias y que llevan en sus
labios el nombre del Señor, tienen una actividad que, aunque aparentemente laudable, es en
realidad inicua, porque no nace del amor ni tiende a construir la humanidad nueva según el
designio del Padre (21). El semitismo «Nunca os he conocido» es una fórmula de rechazo total;
equivale a decir que esas personas no significan nada para el que habla (cf. 25,12).
II
Con la posibilidad cada vez más cercana del retorno de los desterrados, Isaías sigue
afianzando con mayor fuerza aquella esperanza de la liberación. Precisamente el capítulo 45
comienza con la alusión a Ciro, el rey persa que permitirá el regreso. Este rey es llamado Ungido,
mi ungido. El profeta lo considera un instrumento importante de Dios y por eso no duda
denominarlo ungido = Mesiáh = Mesías. Sin embargo el pueblo no puede confundirse. No porque
Ciro sea el medio por el cual habrá liberación, podrán ellos suplantar a Dios. Precisamente los
primeros versículos de la perícopa que nos presenta hoy la liturgia son la ratificación del único
Señorío de Dios. Los especialistas asumen que a partir de aquí ya se puede empezar a hablar de un
monoteísmo teórico en Israel. Es decir, la evolución teológica ha madurado al punto de no
reconocer ninguna otra divinidad para ningún otro pueblo; YHWH es único y no hay otro fuera de
él. Antes del exilio, el concepto era distinto; los demás pueblos tenían sus dioses. Israel seguía
únicamente a YHWH como al Verdadero, pero ello no implicaba que no se reconocieran otras
divinidades.
El monoteísmo teórico implica, por tanto, un estadio más avanzado en el proceso de
reflexión teológica de Israel, y este es el camino de la paternidad universal de Dios. Si uno solo es
Dios, él es el único que ha podido crearlo todo, por él todo subsiste y se mantiene, a él única y
exclusivamente acudirán todos los pueblos de la tierra. Con toda razón, pues, Isaías es el gran
promotor de esta etapa teológica, gracias a él y a su predicación Israel se abre paso a una nueva
etapa de la revelación.
El evangelio de hoy nos presenta la versión lucana de la embajada de Juan a Jesús para
confirmar sus inquietudes, a cerca de su mesianismo. Pero, ¿por qué Juan tiene que confirmar esta
identidad? Es que Juan también es hijo de su época, y en ese sentido sus expectativas mesiánicas
participan también de aquellas ideas que se habían ido formando en torno a la llegada del Mesías.
Nadie se esperaba que el Mesías llegara de una forma tan silenciosa y “normal”. Además, muchos
habían dado voces de alarma haciéndose pasar por mesías. Probablemente Juan había querido tener
noticias sobre hechos apoteósicos en torno a la figura de Jesús. Por eso hay desconcierto; Juan ha
tenido noticias sobre la actuación de Jesús, sus palabras y signos, pero nada que tuviera que ver con
la forma como era esperado.
La respuesta de Jesús, como podemos ver, no tiene nada de teórico. Delante de los
mensajeros de Juan comienzan a desplegarse los signos propios del Mesías. Y es que en la
concepción mesiánica más original, el Mesías debía ser aquel que diera luz a los ciegos, que hiciera
oír a los sordos y andar a los cojos. Ahí está la respuesta a los mensajeros de Juan. Ellos tienen que
llevar ese reporte al profeta para que él mismo saque su conclusión.
A los signos que Jesús realiza se añade otra actividad más y que es propia del Mesías. En los
últimos días Dios debía enviar al profeta escatológico para que explicara al pueblo el verdadero y
definitivo sentido de la Ley. De acuerdo con eso, Jesús advierte a los enviados de Juan que además
de todos los signos que han visto, “a los pobres se les anuncia la Buena Noticia del Reino”. Ahí está
la confirmación definitiva; Jesús, el Mesías realiza los signos de la salvación, proclamándola,
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además, entre los pobres. Él es el profeta escatológico que va mostrando el sentido verdadero y
definitivo de la ley, la cual en Jesús queda totalmente asumida y llevada al punto ideal para el cual
Dios la dio a su pueblo; es decir, para que fuera un pueblo libre.
En esa medida cabe preguntarnos si nuestra actividad evangelizadora se ajusta o no a la
actividad de Jesús. Los signos en los que se concreta nuestro trabajo, ¿permiten aunque sea un poco
ver a los ciegos? ¿oír a los sordos? Tal vez los ciegos, los sordos y los cojos de nuestro tiempo
seamos nosotros mismos que a pesar tener mucha actividad apostólica a lo mejor no vamos más allá
de anunciarnos a nosotros mismos o al grupo o institución a la cual pertenecemos.
Jueves 16 de diciembre
Adelaida
EVANGELIO
Mateo 7, 24-30
24
En resumen: Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece
al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. 25Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los
vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca.
26
Y todo aquel que escucha estas palabras mías pero no las pone por obra se parece al
necio que edificó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos,
embistieron contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento tan grande!
28
Al terminar Jesús este discurso, las multitudes estaban impresionadas de su enseñanza, 29porque
les enseñaba con autoridad, no como sus letrados.
COMENTARIOS
I
24-30. El discurso termina con una parábola compuesta de dos miembros contrapuestos.
Jesús habla de dos clases de hombres que han oído el discurso precedente. La diferencia entre ellos
se centra en llevar o no llevar a la práctica la doctrina escuchada. «La casa» que pertenece al
hombre («su casa») representa al hombre mismo. El éxito de su vida y la capacidad para mantenerse
firme a través de los desastres, que pueden identificarse con las persecuciones (5,11s), depende de
que su vida tenga por cimiento una praxis acorde con el mensaje de Jesús, cuyo punto culminante
han sido las bienaventuranzas. Se descubre una alusión a los individuos retratados en la perícopa
anterior (21-23). Jesús ha hablado como maestro; su doctrina expresa el designio del Padre sobre los
hombres (7,21). Toca al hombre no sólo entenderla, sino llevarla a la práctica. De ello depende el
éxito o la ruina de su propia vida.
Las multitudes que lo habían seguido antes de comenzar el discurso (4,25) han escuchado la
exposición de Jesús y su reacción |es de asombro. Acostumbrados a la enseñanza de los letrados,
que repetían la doctrina tradicional apoyándose en la autoridad de los ¡antiguos doctores, notan en
Jesús una autoridad diferente. No se apoya en la tradición; expone su doctrina interpretando,
corrigiendo o anulando las antiguas prescripciones. La alusión a los letrados, mencionados en el
discurso (5,20), es polémica. Ante la enseñanza de Jesús, la de los letrados ha perdido su autoridad.
Lo que ellos proponían como tradición divina deja de aparecer tal a los ojos de las multitudes que
han escuchado a Jesús. La doctrina oficial cae en el descrédito.
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Se cierra el contexto del discurso mencionando que grandes multitudes siguen a Jesús
después de su enseñanza, en paralelo con las que lo siguieron hasta el lugar del discurso (4,25; 5,1).
La enseñanza tan nueva y radical de Jesús no ha hecho disminuir su popularidad.
II
Desarrolla Isaías en este pasaje la imagen matrimonial: por la alianza entre Dios y su
Pueblo, Israel es esposa del Señor, llamado a ser madre fecunda, íntimo anhelo de toda mujer
casada en Israel. Antes de la alianza, Israel era como una soltera que no encuentra marido, está sola
y sin hijos, nadie se fija en ella. Pero no sólo antes de la alianza. Después de todo, Israel ha roto
muchas veces sus compromisos, y es entonces cuando se asemeja a una mujer repudiada por su
marido o a una viuda; es decir, queda reducida a la nada, al escarnio y a la vergüenza.
Pero Dios no olvida su amor. El profeta toca las fibras de la esperanza, anunciando que el
repudio del Señor ha sido momentáneo, volverá a tomarla por esposa y a estar con ella, la hará de
nuevo fecunda, y esta reconciliación, además de fecunda, será perpetua y tendrá incluso resonancias
cósmicas. De nuevo aquí se hace sentir el universalismo de Dios: muchos pueblos y naciones
llegarán a Jerusalén. La imagen matrimonial fue también utilizada por Oseas (Cf. Os 2) y por
Ezequiel (Cf. Ez 16).
Se subraya en el pasaje por lo menos tres títulos que el profeta aplica a Dios: “Hacedor”
cuyo nombre es YHWH Sebaot: Nadie más que Dios es creador. El ha creado todo, él es el Hacedor
del pueblo, y por lo tanto no lo abandonará definitivamente. En el exilio existen muchos peligros de
desviaciones religiosas ante el politeísmo practicado en Babilonia. El pueblo debe saber que uno
solo es el creador de todo cuanto existe y se mueve en la tierra y en el firmamento. De esta
convicción se pasa a la siguiente: Dios que todo lo ha creado será capaz de re-crear, de rehacer otra
vez a su pueblo. El otro apelativo aplicado a Dios aquí es el de Go’el: YHWH es “el que te rescata”,
y con este apelativo refuerza el primero, pues, por una parte es El Santo (de Israel), y por otra, es
“Dios de toda la tierra”. De este modo, Isaías siembra esperanza, llama a mantener la fidelidad en
un Dios que ciertamente no tiene igual en los cielos ni en la tierra.
Posee una gran actualidad este pasaje si lo aplicamos a nuestra historia contemporánea,
cuántos dioses de papel existen hoy en el mundo, pero lo peor de todo es cuántos adeptos poseen!.
Cuántos discriminados porque finalmente van descubriendo la vacuidad del dios al que seguían. Ahí
tenemos nosotros como cristianos una gran responsabilidad si se quiere en sentido doble:
Confrontar el tipo de Dios a quien sigo y luego el tipo de imagen de Dios que anuncio y predico.
En línea con esta consideración encontramos en el evangelio el elogio que hace Jesús de la
persona de Juan, de quien dice que no es ninguna caña mecida por el viento en el desierto. Es un
hombre que desde un estilo de vida radical tocó el corazón de sus contemporáneos, pero lo más
importante de todo fue que con su vida y sus palabras preparó el sendero, abrió camino para la
venida de Jesús.
El evangelio de hoy es continuación del que escuchamos ayer. Después de la respuesta a los
mensajeros de Juan, Jesús hace un elogio muy especial del precursor. Para Jesús, Juan es un hombre
íntegro que ha puesto su vida al servicio de la causa de Dios. No lo han movido intereses mezquinos
ni le ha atraído la vanagloria, más bien ha despertado en muchos corazones la necesidad de volverse
a Dios. Juan no es ninguna caña mecida por el viento en el desierto, pues conciente como es de su
misión, ha puesto en ello todo su empeño.
En nuestra sociedad, los moldes que nos hacen sentir grandes tienen que ver con la posición
social, con el nivel económico, preparación intelectual, la filiación política, el grado de poder que
manejamos en nuestras estructuras. Para el seguidor de Jesús, ninguno de esos criterios cuenta, el
único criterio es la disponibilidad para el servicio del más pequeño, del débil. Ese es el mismo
recorrido de Jesús, o, mejor, su praxis; ya lo dice el himno de Fil 2,6-11 “El, siendo de condición
divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la forma
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Diciembre - 47 -
de esclavo”. Ese precisamente es el contenido de fondo que debemos retomar en este tiempo de
adviento. Cada día nos acercamos más a la conmemoración del misterio del nacimiento de Jesús,
pero ¿qué tanto nos acercamos también al ideal de Jesús de hacernos servidores del otro, y del otro
que es alguien concreto: el marginado, el necesitado? Estos días de Navidad son la oportunidad que
nos brinda el mismo Dios para examinar nuestras actitudes, nuestra manera de servir al reino en sus
principales destinatarios: los pobres. No tengamos miedo a la autocrítica ni sintamos escrúpulos si
también tenemos que desenmascarar actitudes antievangélicas en nuestras comunidades y en
nuestra misma Iglesia; claro, siempre y cuando las críticas estén avaladas por unas actitudes
personales lo más en consonancia posible con el evangelio.
Viernes 17 de diciembre
Lázaro – Juan de Mata
EVANGELIO
Mateo 1, 1-17
1 1Génesis de Jesús, Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán:
Abrahán engendró a Isaac,
2
lsaac engendró a Jacob,
Jacob engendró a Judá y a sus hermanos,
3
Judá engendró, a Tamar, a Fares y a Zará,
Fares engendró a Esrón,
Esrón engendró a Arán,
4
Arán engendró a Aminadab,
Aminadab engendró a Naasón,
Naasón engendró a Salmón,
5
Salmón engendró, de Rajab, a Booz,
Booz engendró, de Rut, a Obed,
Obed engendró a Jesé,
6
Jesé engendró al rey David,
David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón,
7
Salomón engendró a Roboán,
Roboán engendró a Abías,
Abías engendró a Asaf,
8
Asaf engendró a Josafat,
Josafat engendró a Jorán,
Jorán engendró a Ozías,
9
Ozías engendró a Joatán,
Joatán engendró a Acaz,
Acaz engendró a Ezequías,
10
Ezequías engendró a Manasés,
Manasés engendró a Amón,
Amón engendró a Josías,
11
Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a
Babilonia.
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12
Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel,
Salatiel engendró a Zorobabel,
13
Zorobabel engendró a Abiud,
Abiud engendró a Eliacín,
Eliacín engendró a Azor,
14
Azor engendró a Sadoc,
Sadoc engendró a Aquín,
Aquín engendró a Eliud,
15
Eliud engendró a Eleazar,
Eleazar engendró a Matán,
Matán engendró a Jacob
16
y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el
Mesías.
17
Por tanto, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce, desde
David hasta la deportación catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta el Mesías catorce.
COMENTARIOS
I
Con esta genealogía se inserta el Mesías en la historia. Hombre entre los hombres.
Solidaridad: su ascendencia empieza con la de un idólatra convertido (Abrahán) y pasa por todas las
clases sociales: patriarcas opulentos, esclavos en Egipto, pastor llegado a rey (David), carpintero
(José).
Aparte María su madre, de las cuatro mujeres citadas, Tamar se prostituyó (Gn 38,2-26), Rut
era extranjera, Rahab extranjera y prostituta (Jos 2,1), Betsabé, «la de Urías», adúltera (2 Sam 11,4).
Ni racismo ni pureza de sangre, la humanidad como es.
En Jesús Mesías va a culminar la historia de Israel. La genealogía se divide en tres períodos
de catorce generaciones, marcados por David y por la deportación a Babilonia. La división en generaciones no es estrictamente histórica, sino arreglada por el evangelista para obtener el número
«catorce» (valor numérico de las letras con que se escribe el nombre de David), estableciendo al
mismo tiempo seis septenarios o «semanas» de generaciones. Jesús, el Mesías, comienza la séptima
semana, que representa la época final de Israel y de la humanidad. La octava será el mundo futuro.
Con la aparición de Jesús Mesías da comienzo, por tanto, la última edad del mundo.
«Engendrar», en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino la propia
manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrumpe
bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús
pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una
herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán los de Dios mismo. El
Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico.
Mateo hace comenzar la genealogía de Jesús con los comienzos de Israel (Abrahán) (Lc 3
23-38 se remonta hasta Adán). Esto corresponde a su visión teológica que integra en el Israel
mesiánico a todo hombre que dé su adhesión a Jesús. La historia de Israel es, para Mateo, la de la
humanidad.
El hecho de que Abrahán no lleve patronímico y, por otra parte, se niegue la paternidad de
José respecto de Jesús, puede indicar un nuevo comienzo. Así como con Abrahán empieza el Israel
étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera.
Diciembre - 49 -
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El Mesías salvador nace por una intervención de Dios en la historia humana. Jesús no es un
hombre cualquiera. El significado primario del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo,
hace aparecer esta acción divina como una segunda creación, que supera la descrita en Gn 1,lss. En
la primera (Gn 1,2), el Espíritu de Dios actuaba sobre el mundo material (“El Espíritu de Dios se
cernía sobre las aguas”); ahora hace culminar en Jesús la creación del hombre. Esta culminación no
es mera evolución o desarrollo de lo pasado; por ser nueva creación se realiza mediante una
intervención de Dios mismo.
Puede aún compararse Mt 1,2-17 y 1,18-25 con los dos relatos de la creación del hombre. En
el primero (Gn 1,1-2,3) aparece el hombre como la obra final de la creación del mundo; en el segundo (Gn 2,4bss) se describe con detalle la creación del hombre, separado del resto de las obras de
Dios. Así Mateo coloca a Jesús, por una parte, como la culminación de una historia pasada
(genealogía) y, a continuación, describe en detalle el modo de su concepción y nacimiento, con los
que comienza la nueva humanidad. Jesús es al mismo tiempo novedad absoluta y plenitud de un
proceso histórico.
La escena presenta tres personajes: José, María y el ángel del Señor, denominación del AT
para designar al mensajero de Dios, que a veces se confunde con Dios mismo (Gn 16,7; 22,11; Ex
3,2, etc.).
II
Al acercarnos un poco más a la celebración de la Navidad la liturgia nos ayuda de alguna
forma a prepararnos de manera conveniente. Es por ello que las lecturas de estos últimos días del
adviento nos expondrán pasajes que hacen un poco más explícito el tema del mesianismo, pero más
aún la figura del Mesías preanunciado ya desde el Antiguo Testamento. A esto agreguemos que en
muchos lugares se dio inicio desde ayer a las tradicional novena de del Niño Dios. Ojalá que ese
espacio de la novena se utilizara convenientemente para poner en diálogo a los niños con los
adultos, es decir, que en torno a la figura del Niño de Belén se retomara todo lo que tiene que ver
con nuestra responsabilidad humana y cristiana sobre estas semillas de la nueva sociedad a la que
todos aspiramos.
Las lecturas de hoy, pues, nos van a mostrar de algún modo las raíces más antiguas y
ancestrales del Mesías. El Génesis, primer libro de la Biblia al parecer ya “presiente” la figura del
Mesías, y Mateo, el primer evangelio nos lo va a insertar en el tronco más antiguo, fundacional del
pueblo: Abraham. Pero vamos por partes. La primera lectura la enmarcamos en lo que podemos
llamar el testamento de Jacob. Recordemos que los últimos 12 capítulos del Génesis nos cuentan la
historia de José que, vendido por sus hermanos va a parar a Egipto, en donde sobrevive nada menos
que en palacio. Con el correr del tiempo vuelve a encontrar José a sus hermanos y, gracias a sus
éxitos en Egipto hace que también su padre descienda desde Canaán a morar en Egipto. Hacia el
final de su vida, Jacob reúne a sus hijos para despedirse de ellos. Resalta el texto la bendición dada
a Judá, este hecho admira porque en efecto, Judá no era el primogénito de Jacob, ni hasta aquí había
tenido relevancia especial ni Judá ni su tribu a lo largo de los llamados ciclos patriarcales que van
desde Gn 12–37.
Que hay detrás del texto: claramente se ve que estos versículos son de la época de la
monarquía. Judá había sido la tribu “fundadora” de este periodo en Israel, al principio con Saúl
(1030) luego se afianza con David (1010-970) hasta la caída del reino (587). Los versículos 8-12
“canonizan” la dinastía davídica. La tribu de Judá apoyándose especialmente en la de Simeón había
logrado una importante posición sobre las demás. Saúl logró importantes victorias sobre pueblos
enemigos pero es David el que se alza con los más grandes honores. A partir de él se empieza a
hablar de esta primacía o perpetuidad de su tribu en el trono de Israel. De ahí que el texto justifique
el “sometimiento” de los demás hermanos a Judá. Sabemos que ese sometimiento termina hacía 930
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con la división del reino. Era apenas lógico. Durante todo el período monárquico del Sur, se afianza
cada vez más la ideología de la dominación dinástica, al punto de haberse dado posteriormente una
interpretación mesiánica. Después del destierro cuando se vio que no habría más reyes en Israel,
empieza a atribuírsele al futuro Mesías los rasgos del rey, Señor y guía del pueblo. Era obvio
entonces que no era de otra tribu de donde provendría, sino de a tribu de Judá. Por eso pues, en este
tiempo de adviento volvemos a los primeras páginas de la Biblia para descubrir muy desde los
orígenes donde está aquella promesa de Dios de enviar a su Mesías.
San Mateo da inicio a su evangelio con el cuadro o si se prefiere con el árbol genealógico
del protagonista de su obra.
Para Mateo es muy importante demostrar que en Jesús se cumplen todas las promesas y
expectativas del Antiguo Testamento. Por eso comienza con “los antepasados de Jesús, hijo de
David e hijo de Abrahán. Abrahán, es el punto de partida, padre de la bendición y de la promesa.
Mediante un recurso narrativo, Mateo divide las generaciones anteriores a Jesús en tres grandes
bloques de catorce generaciones cada uno: De Abrahán a David; de David hasta el destierro de
Babilonia y del destierro hasta Cristo. Es obvio que no podemos exigir una exactitud histórica al
relato. Para Mateo y su comunidad lo de menos es reconstruir con fidelidad de detalles el árbol
genealógico de Jesús. Les basta con ubicarlo en el punto de partida donde están ubicadas las
promesas principales: en Abrahán y en David. Por encima de todo, la intencionalidad del
evangelista es afirmar la historicidad de Jesús y, como dijimos al principio, el Jesús que a lo largo
del relato evangélico va llevando a plenitud todo lo anunciado en el Antiguo Testamento.
Estos días en los que estaremos quizás celebrando la novena de Navidad, no nos quedemos
con la parte romántica y sentimental de estos días. Tratemos de profundizar este misterio de Jesús,
Dios hecho hombre. Nuestra naturaleza humana participa de la naturaleza de Jesús o al contrario,
Jesús participa de nuestra naturaleza. No hay razones para creer que somos criaturas abandonadas a
nuestro propio destino, en Jesús, en su encarnación hemos sido elevados a la dignidad de hijos y,
por lo tanto, ya está asegurado nuestro porvenir.
Sábado 18 de diciembre
Rufo – Zosimo
EVANGELIO
Mateo 1, 18-24
18
Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir
juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. 19Su esposo, José, que era
hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto. 20Pero, apenas tomó esta
resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la
criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo. 21Dará a luz un hijo, y le pondrás de
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
22
Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:
23
Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre
Emanuel (Is 7,14).
(que significa «Dios con nosotros»).
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24
Cuando se despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel del Señor y se llevó a su
mujer a su casa.
COMENTARIOS
I
v. 18 Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de
vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y
otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven
tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a
José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la
propia de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. El «Espíritu
Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de Dios (espíritu = viento, aliento),
que hace concebir a María. El Padre de Jesús es, por tanto, Dios mismo. Su concepción y
nacimiento no son casuales, tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la
elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone en la historia (nueva
creación).
v. 19 Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en
secreto.
José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mt del término (cf. 13,17;
23,29; en ambos casos «justos» asociados a «profetas») se ve que es prototipo del israelita fiel a los
mandamientos de Dios, que da fe a los anuncios proféticos y espera su cumplimiento; puede
considerarse figura del resto de Israel. Su amor o fidelidad a Dios (cf. 22,37) lo manifiesta
queriendo cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba culpable de
adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo (cf. 22,39) le impedía, sin embargo, infamarla. De
ahí su decisión de repudiarla en secreto y no exponerla a la vergüenza pública. Interviene «el ángel
del Señor» (cf. 28,2), y José, que encarna al resto de Israel, es dócil a su aviso; comprende que la
expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas.
Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la figura de María,
quien más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José (2,11). Ella representa a la
comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. La duda
de José refleja, por tanto, el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad, la
comunidad cristiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta comunidad (= nacimiento
virginal sin padre o modelo humano/judío), José/Israel debe repudiarla para ser fiel a esa tradición;
por otra parte, no tiene motivo alguno real para difamarla, pues su conducta intachable es patente El
ángel del Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto invitando al Israel fiel a aceptar
la nueva comunidad, porque lo que nace en ella es obra de Dios. Ese Israel comprende la novedad
del mesianismo de Jesús y acepta la ruptura con el pasado.
v. 20 . Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor,
que le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la
criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo
La apelación «hijo de David», aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que el derecho a
la realeza le viene a Jesús por la línea de José (cf 12,23; 20, 30) El hecho de que el ángel se
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aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra que el evangelista no quiere subrayar la
realidad del ángel del Señor.
v. 21 . Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
los pecados.
El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal,
de imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva», es el mismo de Josué, el que
introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que
incorporaba al niño al pueblo de alianza. El significado del nombre se explica por la misión del
niño: éste va a salvar a "su pueblo", el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal
135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a ocupar el puesto de
Dios en el pueblo. Va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder extranjero, sino de «los
pecados», es decir, de un pasado de injusticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado de mal y
de peligro a otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre todo en «sus
pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.
vv. 22-24: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:
Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14)(que
significa «Dios con nosotros»). 24Cuando se despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel
del Señor y se llevó a su mujer a su casa.
El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (1,22 «Todo
esto sucedió, etc.»). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en
la historia, por otro, es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término
Emmanuel, "Dios con nosotros" o, mejor, «entre nosotros», da la clave de interpretación de la
persona y obra de Jesús No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT. Representa
una novedad radical. El que nace sin padre humano sin modelo humano al que ajustarse, es el que
puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el salvador. Respeto de
José por el designio de Dios cumplido en María.
23
II
Jeremías es otro de los grandes profetas de Israel. A todos les tocó vivir circunstancias muy
difíciles, pero a éste le tocaron, se podría decir las peores.
* Predicción de la caída del reino.
* Presenciar las salidas de los desterrados.
* Sufrir las consecuencias de su predicación
* Salir refugiado para Egipto obligado por sus discípulos.
El pasaje que hoy escuchamos en la primera lectura nos recuerda de nuevo un ¡Ay! como
habíamos visto esta semana. En esta oportunidad el ataque o reclamo está dirigido a los “pastores de
mi pueblo”(Cf. 23,1-5), pero después de esa acusación en la cual Dios promete que se encargará él
mismo de apacentar a su pueblo, les promete el brote de un retoño que surgirá de la descendencia de
David. El mismo dios antes del envío de ese “brote”, se encargará de nuevo a su pueblo: “los
recogeré de entre todas las naciones donde yo mismo los dispersé”. La deportación y el exilio se
entienden, entonces, como un castigo. Dios mismo ha tenido que darle una lección a su pueblo, pero
no será algo definitivo; Él mismo los reunirá de nuevo, y este reunir implica, por tanto, el regreso.
El pueblo retornará a su tierra y podrá vivir una época de esperanza, esperanza en el cumplimiento
de esas promesas. Habrá un nuevo Éxodo, una nueva etapa de desierto de donde el pueblo saldrá
fortalecido.
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Pese a las circunstancias históricas tan contrarias que le tocó vivir al pueblo después del
regreso, siempre hubo quienes mantuvieran firme aquella esperanza de tener un “rey justo”, un líder
capaz de conducir en verdad al pueblo, un pastor bueno que los pastoreara sin los atropellos con que
sus pastores les trataban.
En el evangelio de Mateo nos encontramos con la noticia del anuncio de la concepción de
Jesús. Las circunstancias que nos narra Mateo son extraordinarias y por tanto difíciles de asimilar si
no hay disposición desde la fe para aceptarlas. María está comprometida con José, pero aún no hay
convivencia conyugal, sin embargo, aparece ya en embarazo. Grave problema para su prometido.
Aceptarla o repudiarla legalmente acogiéndose a la ley del repudio; he ahí las dudas de quien es
justo, pero que no lo puede entender todo. Nos narra Mateo que José es visitado por Dios por medio
del ángel para aclararle todo. En los planes de Dios no todo se comprende a la primera. A José no se
han usurpado sus derechos, simplemente Dios lo ha escogido para una vocación más alta: participar
en el plan salvífico del Padre. Así como María es “consultada” según la versión lucana de la
anunciación, del mismo modo José es llamado al diálogo, es “formado” por el mismo Dios para su
papel de padre de Jesús. José será el preceptor del niño, ejercerá sobre él sus deberes de padre desde
la imposición misma del nombre.
El evangelio da por cumplida la promesa que escuchamos en Jeremías. El profeta no
anticipó la manera cómo surgiría ese enviado. Esas descripciones sobre la venida del Mesías se
fueron dando a lo largo del tiempo de una manera espontánea, pero la realidad fue muy distinta. Esa
es la que nos presenta hoy el evangelio, una manera totalmente distinta y contraria a lo que los
piadosos judíos se esperaban. El relato nos pone ante un misterio muy grande, pero al mismo
tiempo nos enseña muchas cosas. En el origen de la creación, Dios creó al hombre y a la mujer a su
propia imagen y semejanza; esa imagen y semejanza tienen su sentido cuando la criatura es elevada
por Dios a la dignidad de interlocutor suyo. Aquel diálogo entablado por Dios y sus criaturas jamás
fue interrumpido por parte de Dios, su Palabra y su propuesta siempre resonaron a lo largo de toda
la historia salvífica. Muchas veces no se le hizo caso y de allí la necesidad de las llamadas de
atención que podemos descubrir en la frase veterotestamentaria “escucha Israel...”. En la
concepción de María y en diálogo con José está de nuevo la Palabra del Padre haciéndose sentir, su
Palabra es fecunda y por lo tanto induce a la transformación y al cambio. María y José son el
paradigma de la criatura atenta a la Palabra, dispuesta a dejarse fecundar por ella. ¿Nos dejaremos
fecundar también nosotros?
Domingo 19 de diciembre
Nemesio
DOMINGO CUARTO DE ADVIENTO
Primera lectura: Isaías 7, 10-14
Salmo responsorial: 23
Segunda lectura: Romanos 1, 1-7
EVANGELIO
Mateo 1, 18-24
18
Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir
juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. 19Su esposo, José, que era
hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto. 20Pero, apenas tomó esta
resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que le dijo:
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-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la
criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo. 21Dará a luz un hijo, y le pondrás de
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
22
Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:
23
Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre
Enmanuel (Is 7,14).
(que significa «Dios con nosotros»).
24
Cuando se despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel del Señor y se llevó a su
mujer a su casa.
COMENTARIOS
I
DIOS ENTRE NOSOTROS
Dios entre nosotros. Este ha sido el deseo de Dios. La mayoría de los profesionales de lo religioso
han dicho siempre que la mayor aspiración del hombre debía ser subir al cielo. Y, mientras tanto, Dios ha
decidido bajar a la tierra. Pero..., a pesar de que celebremos cada año el nacimiento del Emmanuel,
Dios-con/entre-nosotros, cada vez resulta más difícil comprender que Dios habite en este mundo.
¡ALEGRIA! ¿ALEGRIA?
Dentro de unos días vamos a celebrar la Navidad, el nacimiento del hombre en el que
Dios se hace presente en el mundo de los hombres. Un año más, villancicos, regalos, fiesta,
alegría... ¿Alegría?
¿Realmente lo que sentimos en estos días es alegría, o todo se reduce a unos días de
juerga en los que nos olvidamos de los problemas, de las angustias, de las insatisfacciones del
testo del año?
¿Y los que no pueden celebrar nada estos días?
Según ponen de manifiesto las estadísticas, en estas fechas aumenta el número de
suicidios. Y la explicación que dan los entendidos a este hecho es que los que tienen algún
problema lo sufren con mayor intensidad ahora, cuando el ambiente es -en realidad o en
apariencia- más alegre.
Porque... también se sufre en Navidad. Si, los que sufren hambre, la sufren también en
Navidad, los presos siguen en las cárceles, los desaparecidos no aparecen tampoco en estas
fechas, las fábricas de armas siguen construyendo sus productos para la muerte, los traficantes de
droga siguen enriqueciéndose a costa de la vida de los jóvenes, los marginados siguen olvidados
de nuestra sociedad, los opulentos derrochan aún con más descaro... Y la soledad es más soledad,
el miedo más hondo y la necesidad de amor se siente a flor de piel...
¿Dios entre nosotros?
Dios-entre-nosotros... ¡eso es mentira! A Dios lo hemos expulsado o quizá ni siquiera lo
hemos dejado entrar en nuestro mundo. Porque si Dios habitara en esta tierra, esta tierra seria el
cielo. ¡Y si esto es el cielo...!
Dios-entre-nosotros... ¡eso es mentira! ¡Si los países que se llaman cristianos están entre
los más injustos de la tierra!
JESUS (= SALVADOR)
«Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José, y antes de vivir
juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo».
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José debía estar aturdido. ¿Cómo estaba su mujer encinta si no habían mantenido
relaciones? ¿Que era cosa de Dios? Y entonces, ¿qué pintaba él en todo aquello? Y quiso salirse
de escena: «Su esposo, José, que era justo y no quería infamaría, decidió repudiarla en secreto».
Pero Dios le había reservado una tarea.
Y él aceptó colaborar para que se hiciera realidad la utopía de que estuviera Dios entre
nosotros.
La tarea que Dios le encomendó fue darle nombre a su Hijo: «Dará a luz un hijo, y le
pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Hasta entonces había habido muchos salvadores en Israel: Moisés, Josué (el que introdujo
al pueblo en la tierra prometida, y que se llamaba casi igual que el que iba a nacer)... y tantos
otros. Pero el pueblo estaba todavía necesitado de salvación porque vivía en una sociedad injusta
(pecadora) y necesitaba salir (salvarse) de esa injusticia que tanto sufrimiento producía. Para ello
no bastaba con cambiar a los dirigentes, aunque fueran ellos los máximos culpables de esa
situación. Ya habían cambiado muchas veces, pero todo volvía a ser igual. Y es que, en mayor o
menor medida, todos eran o culpables o cómplices de la injusticia; todos aceptaban como buenos
los valores de aquella sociedad y aspiraban a conseguirlos: el dinero, el poder, los honores. Y
cuando se buscan estos valores, la injusticia sólo estorba al que la sufre en carne propia. De esos
pecados nos viene a salvar Jesús ofreciéndonos otros valores que nos permitirán vivir como
hermanos.
DIOS-ENTRE-NOSOTROS
De nosotros depende. Dios ya ha bajado. Pero sólo se queda allí donde lo dejen estar, esto
es, allí donde lo importante es el hombre y no el poder, compartir en lugar de acumular, construir la
fraternidad en vez del ansia de subir y escalar puestos; allí está Dios-entre-nosotros, allí cada día es
Navidad, y volverán a realizarse las palabras del profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz
un hijo y le pondrá de nombre Emmanuel, que significa 'Dios con nosotros’».
II
v. 18 Así nació Jesús el Mesías: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de
vivir juntos, resultó que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
El matrimonio judío se celebraba en dos etapas: el contrato y la cohabitación. Entre uno y
otra transcurría un intervalo, que podía durar un año. El contrato podía hacerse desde que la joven
tenía doce años; el intervalo daba tiempo a la maduración física de la esposa. María está ya unida a
José por contrato, pero aún no cohabitan. La fidelidad que debe la desposada a su marido es la
propia de personas casadas, de modo que la infidelidad se consideraba adulterio. El «Espíritu
Santo» (en gr. sin artículo en todo el pasaje) es la fuerza vital de Dios (espíritu = viento, aliento),
que hace concebir a María. El Padre de Jesús es, por tanto, Dios mismo. Su concepción y
nacimiento no son casuales, tienen lugar por voluntad y obra de Dios. Así expresa el evangelista la
elección de Jesús para su misión mesiánica y la novedad absoluta que supone en la historia (nueva
creación).
v. 19 Su esposo, José, que era hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en
secreto.
José es el hombre justo o recto. Por el uso positivo que hace Mt del término (cf. 13,17;
23,29; en ambos casos «justos» asociados a «profetas») se ve que es prototipo del israelita fiel a los
mandamientos de Dios, que da fe a los anuncios proféticos y espera su cumplimiento; puede
considerarse figura del resto de Israel. Su amor o fidelidad a Dios (cf. 22,37) lo manifiesta
queriendo cumplir la Ley, que lo obligaba a repudiar a María, a la que consideraba culpable de
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adulterio; el amor al prójimo como a sí mismo (cf. 22,39) le impedía, sin embargo, infamarla. De
ahí su decisión de repudiarla en secreto y no exponerla a la vergüenza pública. Interviene «el ángel
del Señor» (cf. 28,2), y José, que encarna al resto de Israel, es dócil a su aviso; comprende que la
expectación ha llegado a su término: se va a cumplir lo anunciado por los profetas.
Se percibe al mismo tiempo el significado que el evangelista atribuye a la figura de María,
quien más tarde aparecerá asociada a Jesús, en ausencia de José (2,11). Ella representa a la
comunidad cristiana, en cuyo seno nace la nueva creación por la obra continua del Espíritu. La duda
de José refleja, por tanto, el conflicto interno de los israelitas fieles ante la nueva realidad, la
comunidad cristiana. Por la ruptura con la tradición que percibe en esta comunidad (= nacimiento
virginal sin padre o modelo humano/judío), José/Israel debe repudiarla para ser fiel a esa tradición;
por otra parte, no tiene motivo alguno real para difamarla, pues su conducta intachable es patente El
ángel del Señor, que representa a Dios mismo, resuelve el conflicto invitando al Israel fiel a aceptar
la nueva comunidad, porque lo que nace en ella es obra de Dios. Ese Israel comprende la novedad
del mesianismo de Jesús y acepta la ruptura con el pasado.
v. 20 . Pero, apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor,
que le dijo:
-José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la
criatura que lleva en su seno viene del Espíritu Santo
La apelación «hijo de David», aplicada a José, indica, en relación con 1,1, que el derecho a
la realeza le viene a Jesús por la línea de José (cf 12,23; 20, 30) El hecho de que el ángel se
aparezca a José siempre en sueños (2,13.19) muestra que el evangelista no quiere subrayar la
realidad del ángel del Señor.
v. 21 . Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
los pecados.
El ángel disipa las dudas de José, le anuncia el nacimiento y le encarga, como a padre legal,
de imponer el nombre al niño. El nombre Jesús, «Dios salva», es el mismo de Josué, el que
introdujo al pueblo en la tierra prometida. Se imponía en la ceremonia de la circuncisión, que
incorporaba al niño al pueblo de alianza. El significado del nombre se explica por la misión del
niño: éste va a salvar a "su pueblo", el que pertenecía a Dios (Dt 27,9; 32,9; Ex 15,16; 19,5; Sal
135,4): se anticipa el contenido de la profecía citada a continuación. El va a ocupar el puesto de
Dios en el pueblo. Va a salvar no del yugo de los enemigos o del poder extranjero, sino de «los
pecados», es decir, de un pasado de injusticia. «Salvar» significa hacer pasar de un estado de mal y
de peligro a otro de bien y de seguridad: el mal y el peligro del pueblo están sobre todo en «sus
pecados», en la injusticia de la sociedad, a la que todos contribuyen.
vv. 22-24: Esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta:
Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14)(que
significa «Dios con nosotros»). 24Cuando se despertó José, hizo lo que le había dicho el ángel
del Señor y se llevó a su mujer a su casa.
El evangelista comenta el hecho y lo considera cumplimiento de una profecía (1,22 «Todo
esto sucedió, etc.»). Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en
la historia, por otro, es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso. Con el término
Emmanuel, "Dios con nosotros" o, mejor, «entre nosotros», da la clave de interpretación de la
persona y obra de Jesús No es éste un mero enviado divino en paralelo con los del AT. Representa
una novedad radical. El que nace sin padre humano sin modelo humano al que ajustarse, es el que
puede ser y de hecho va a ser la presencia de Dios en la tierra, y por eso será el salvador. Respeto de
José por el designio de Dios cumplido en María.
23
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III
Llegamos al cuarto y último domingo de adviento. Desde el inicio, la idea que ha atravesado
todo este tiempo en las primeras lecturas ha sido la esperanza confiada, pero activa, de que Dios
actuará a favor de los débiles, de su pueblo. Mientras que en la lectura evangélica de todos estos
días, hemos podido ir contemplando esa promesa de Dios hecha realidad, hecha acción a través de
su hijo Jesús.
Precisamente en el pasaje de Isaías que escuchamos hoy resuena ese anuncio esperanzador
del nacimiento de alguien que estará permanentemente inserto en medio de su pueblo. Al parecer
estas palabras del profeta al rey Acaz se dieron en un contexto en el que las esperanzas del
mantenimiento de la seguridad del reino de Judá se centraban más en el poder político y militar,
dejando a un lado la confianza en YHWH. Isaías ha visto los afanosos intentos del rey para aliarse
con sus vecinos en orden a defenderse de las amenazas del reino del norte, quienes a su vez se han
aliado con otros para defenderse del poderoso de turno.
Para despertar de nuevo la confianza en Dios, el profeta se vale de un hecho probablemente
histórico, el embarazo de alguna de las doncellas del rey. Así como esa joven dará a luz un
primogénito, del mismo modo enviará Dios un descendiente davídico que asuma los destinos del
pueblo, en medio del cual estará siempre; por eso su nombre “Emmanuel”, Dios con nosotros. Con
base en esta profecía, se fue fomentando la idea de que el Mesías nacería de una virgen. Toda
primeriza en Israel albergaba la esperanza de ser la madre del Mesías; todo ello debido a la misma
terminología empleada tanto en el hebreo como en el griego y luego en nuestra lengua. Cuando
Mateo relata la concepción de Jesús, se hace eco de esta profecía de Isaías y lo cita textualmente.
La segunda lectura está tomada de la carta de san Pablo a los romanos, más exactamente se
trata del encabezamiento de la carta. Allí relata Pablo a los cristianos de Roma su vocación al
apostolado, para lo cual fue elegido por el mismo Dios. Para Pablo está claro que el evangelio que
él predica es Jesucristo mismo, su persona, su obra, su muerte y resurrección. Es muy importante
para el apóstol subrayar que este Jesús es descendiente de David en cuanto a lo humano, pero que
Dios le otorgó su Espíritu constituyéndolo en Mesías todopoderoso, Señor Único, resucitándolo de
entre los muertos. Otra cosa que recalca Pablo es que su actividad evangelizadora le ha sido
otorgada por puro don, por vocación; de ahí que su preocupación haya sido durante toda su vida el
dar a conocer a la noticia de Jesucristo especialmente a los gentiles.
En el evangelio, Mateo nos narra el origen de Jesucristo. María estaba desposada con José,
pero aún no vivían juntos. Ello indica que estaban en un período que llamaban desposorio o
compromiso matrimonial, período que podía durar de seis meses a un año, tiempo prudente para el
esposo construir o acondicionar la casa en donde recibiría a su esposa. En el entretiempo la novia
seguía viviendo con sus padres, dependiendo de su papá hasta que pasara formalmente a depender
de su marido. La promesa de matrimonio o desposorio implicaba completa fidelidad al novio; todo
acto de infidelidad era adulterio, y como tal podía ser castigado conforme a la ley mosaica.
En esas circunstancias, pues, nos narra el evangelio que María resultó embarazada; pero
aclara diciendo “por obra del Espíritu Santo”. El hecho haría sentir muy mal a José; sin embargo,
agrega Mateo, que “era un hombre justo, y para no exponerla a la infamia, decidió abandonarla en
secreto”. José hubiera podido hacer valer sus derechos, exigir el castigo previsto por la ley; con
todo, sin darse cuenta, va colaborando también él con los planes divinos.
En estos planes divinos no todo está garantizado, pues en ellos también están involucradas la
libertad y la voluntad humanas. Es una constatación que podemos hacer en toda la historia de la
salvación partiendo desde el mismo paraíso. Parece que los planes de Dios caminaran sobre el filo
de la navaja! Un ejemplo de ello lo tenemos en el relato que hoy nos cuenta Mateo.
Pero en esos planes hay siempre una cosa muy importante que se llama diálogo.
Precisamente en el diálogo con el ángel que le habla en sueños a José se nos muestra cómo Dios va
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Diciembre - 58 -
incorporando a su proyecto a sus mismas criaturas. El silencio de aceptación de José es la respuesta
que Dios nos pide también a nosotros. Le ponemos muchas trabas y condiciones a la obra de Dios.
A veces intentamos “corregir” la manera como Dios actúa; no es necesario! Basta que pongamos
nuestra fuerza y voluntad al servicio del plan de Dios, lo demás El sabe cómo lo hace.
Aunque en nuestro pasaje se resalta la figura de José en su duda, en su aceptación de ser
padre de Jesús y de ponerle el nombre, la verdad es que María, que apenas es nombrada, está
también allí recordándonos su actitud de fe y sumisión a los planes de Dios que son vida para el
hombre y la mujer de todos los tiempos.
Para la revisión de vida
En esta última semana de adviento, trato de hacer una revisión de mi vida sobre
cómo me estoy preparando para vivir el nacimiento de Jesús.
¿Qué implicaciones tiene para mí contemplar una vez más el misterio del Verbo hecho
carne?
Para la reunión de grupo
- Retomar la lectura de todo el cap. 7 de Isaías, una vez leído, discutir y asimilar las notas
explicativas que trae la Biblia Latinoamericana.
- Leer de nuevo el pasaje de Mateo y estudiar la nota a este pasaje en la Biblia
Latinoamericana.
Para la oración de los fieles
Por los cristianos de todas las confesiones, para que por encima de nuestros intereses de
grupo, seamos capaces de transparentar en el mundo la presencia única y permanente de Dios.
Oremos...
Para que nuestra vida personal y grupal sea fiel reflejo del amor del Padre manifestado en su
Hijo. Oremos...
Para que esto en estos días de Navidad no olvidemos a los más necesitados de nuestras
comunidades. Oremos...
Para que la Navidad deje en nosotros frutos de una conversión sincera y de una adhesión
incondicional a los planes del Padre... Oremos...
Oración comunitaria
Padre bueno y misericordioso, cuando hacemos nuestra propia voluntad nos
perdemos, se diluye el sentido de nuestra vida y arrastramos a muchos a la perdición; que al
contemplar hoy a María y José obedientes a tu voluntad, sintamos también nosotros el placer y la
necesidad de adherir a Ti nuestro ser y nuestra voluntad. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro
Señor. Amén.
Lunes 20 de diciembre
Abraham – Isaac – Jacob
EVANGELIO
Lucas 1, 26-38
26
A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba
Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen
se llamaba María. 28Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo:
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-Alégrate, favorecida, el Señor está contigo.
29
Ella se turbo al oír estas palabras, preguntándose que saludo era aquél
30
El ángel le
dijo:
-No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. 31Mira, vas a concebir en tu seno y
a dar a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. 32Este será grande, lo llamarán Hijo del
Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; 33reinará para siempre en la
casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.
34
María dijo al ángel:
-¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?
35
El ángel le contestó:
-El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado", "Hijo de Dios". 36Y mira también tu pariente
Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses
porque para Dios no hay nada imposible
38
Respondió María:
-Aquí está la sierva del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel la dejó.
COMENTARIOS
I
JESUS, EL MESIAS ESPERADO
RUPTURA CON EL PASADO:
DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO
«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba
María» (1,26-27). Trazado ya el eje horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en
que Dios se ha decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes» (tiempo) y
«Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando por el dato espacial, «Galilea», al
que seguirá más tarde el dato temporal («César Augusto, cf. 2,1).
El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que se llamaba
Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se trataba de Jerusalén, donde
radicaba el templo, por razones teológicas Lucas omitió mencionar una y otro, limitándose a
encuadrar el relato en «el santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.
El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado. Nazaret no es
nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna; esta segunda
intervención divina no va a representar una continuidad con el pasado.
Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la institución
religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en contraste con la primera escena, el
mensajero Gabriel no se dirige a un hombre (Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya
en años, sino a una mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre
(José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición sacerdotal de Aarón,
explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit. «una de las hijas de Aarón»); la nueva
pareja se remonta, en cambio, a David, pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»).
Isabel era «estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada», resaltándose su
absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa «adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo
extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr 3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia
alguna ni se habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel fiel a Dios
(«virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social (Nazaret).
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Diciembre - 60 -
Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto mes» en que
Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de la concepción de Jesús en el
marco de su predecesor. «En el sexto mes», como otrora «el día sexto», Dios va a completar la
creación del Hombre.
El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del templo no entró,
sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida,
el Señor está contigo» (1,28). La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría
(cf. Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la expresión «que Dios
te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has encontrado favor/gracia ante Dios») son
equivalentes. María goza del pleno favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por
Dios a Israel. Más tarde se dirá de Jesús que «el favor / la gracia de Dios descansaba sobre él»
(2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch 7,10.46), pero sobre todo de
Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch 7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula
usual en el AT y en Lucas para indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66
[Juan B.]; Hch 7,9 [José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales de Chipre y
de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al destinatario la ayuda permanente de
Dios para que lleve a cabo una tarea humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno
en María, sino sólo turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías («se
turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se pone a ponderar cuál sería el
sentido del saludo que se le había dirigido en términos tan elogiosos (1,29b).
HIJO DEL ALTÍSIMO
Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID = REY UNIVERSAL
«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a
dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En contraste con el anuncio dirigido a
Zacarías, es ahora María la destinataria del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha
asegurado su favor.
A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a dar a luz un
hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus padres ya la han desposado con José,
ella sigue siendo «virgen». La construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una
virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre Emmanuel» (Is 7,14). La
anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).
Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre de «Juan»,
aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el nombre de «Jesús» («Dios
salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es
total. Se excluye la paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el Señor
Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado
no tendrá fin» (1,32-33).
Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús serán
«grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya que será «el más grande de los
nacidos de mujer» (cf. 7,28), por su talante ascético (cf 1,15b; 7,33) y su condición de profeta
eximio, superior a los antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su
madre» (cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso lo reconocerán
como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios del universo) y recibirá de manos de
Dios el trono de su padre/antepasado David, sin descender directamente de él.
«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino sobre todo
heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo de comportamiento; no será
David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será
modelo de su comportamiento. La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la
estirpe de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por decisión de
Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a las doce tribus, el Israel
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Diciembre - 61 -
escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa dinástica (2Sm 7,12), pero no será el hijo/sucesor de
David (cf. Lc 20,41-44), sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dan 2,22;
7,14).
LA NUEVA TRADICION INICIADA POR EL ESPÍRITU SANTO
María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el modo como
esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un hombre?» (lit. «no estoy conociendo
varón», 1,34): el Israel fiel a las promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera
de la línea davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo dicho
plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.
Son muy variadas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta pregunta.
Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de plano la psicología judía en el
caso de una muchacha palestina «desposada» ya, pero que no ha tenido relaciones sexuales con su
marido, pues éste no se la ha llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una
transcripción literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario destinado a
preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu en el versículo siguiente.
La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu Santo bajará
sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, al que va a nacer, lo llamarán
"Consagrado", "Hijo de Dios"» (1,35). María va a tener un hijo sin concurso humano.
A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer, pero después de
su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de
Dios. La venida del Espíritu Santo sobre María anticipa la promesa formulada por Jesús en los
mismos términos a los apóstoles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La idea
de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el tabernáculo de la asamblea israelita
(Ex 40,38), designando la presencia activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7
[139,8 LXX]), se insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo
que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el Espíritu Santo, en una
palabra: el Mesías (= el Ungido).
Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice nada sobre el
modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina es demasiado antropomórfica.
Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo), se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el
comienzo de una humanidad nueva.
La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador/ Salvador, la que no le fue
posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones inherentes a todo lo creado. Dios sólo
puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a
término su proyecto sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo
sapiens, sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del hombre que es
consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado personalmente la necesidad de una
fuerza superior e ilimitada que pueda llevar a término un proyecto de sociedad que no se apoye en
los valores ancestrales del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del
saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad del hombre.
Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf
11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será «el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que,
como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia,
después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatismos del pasado (familiar, religioso,
nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre
su presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para los demás.
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LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS
La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su senectud como
la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se
tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la
profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido
un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada
imposible» (1,36).
La repetición, por tercera vez (cf 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para
recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los
«seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato)
el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza
creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril,
sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era
«virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner
en peligro la realización del proyecto más querido de Dios.
EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO
Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO
Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba «esperando» el
pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del
Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del
Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera
impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.
El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la dejó» (1,38b).
La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios»
(1,19a), «ha sido enviado» a Zacarías 81,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del
altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26),
presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une
estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprueba su
partida.
La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos
característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido:
Judea/ Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante
de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso
el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y
observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener
descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró
incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido
toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.
La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María
desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda:
podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos:
Galilea, región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecundada por
varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del
pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.
No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios,
se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo humanamente viable, cree de veras que para Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su
prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María,
dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no se entronca -por
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línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con
el proyecto de Dios.
II
La porción del evangelio que la liturgia nos propone hoy nos presenta la anunciación del
nacimiento de Jesús. Es interesante como en este tiempo de adviento la liturgia nos invita a vivir
intensamente y hace un llamado para que cada cristiano y cada cristiana prepare su corazón para
que Jesús nazca de una vez y para siempre, en la vida de todos los que asumen el proyecto liberador
del Niño que nace en Belén.
La profecía de Isaías hace ver cómo desde el Antiguo Testamento el pueblo guardaba con
esperanza la llegada del Mesías. Este Mesías se convertirá en el gran liberador del pueblo.
Compartirá con sus hermanos la vida misma y será -por su vida y sus obras- transparente al amor de
Dios, por esa actitud que lo hace diferente, es reconocido como Dios con nosotros, esta esperanza
mesiánica estará presente durante mucho tiempo en la conciencia colectiva e individual de los
israelitas.
La esperanza de un Mesías, tendrá al pueblo en expectativa y en resistencia. Cuando Israel
perdiera el horizonte histórico y el centro de su ser de pueblo: El Éxodo, la tradición mesiánica
estará llamando la atención para que el pueblo retome el camino perdido.
Desde el tiempo de la profecía en Israel, el pueblo esperó contra toda esperanza en un
tiempo nuevo, donde el Mesías -enviado y ungido de Dios- tomaría las riendas del mundo y
establecería la justicia y el derecho en la historia. Esta esperanza llegó a su más alta experiencia en
el tiempo en el que vivió Jesús de Nazareth. Todos y todas aguardaban el día de la liberación y
muchas veces este gran deseo de libertad, llevó a Israel a confundir a cualquier líder del pueblo con
el Mesías deseado y esperado, produciendo de esta forma un descontento en la Palestina del siglo I
de nuestra era frente al mesianismo.
En el relato evangélico de hoy encontramos cómo, a diferencia de la anunciación de Juan,
Lucas abandona el marco solemne del templo y se traslada a la marginalidad, a un pequeño poblado
de Galilea. La salvación de Dios llega desde el lugar de los pobres, lejos de las grandes instituciones
religiosas de Israel, Jesús es descrito, sin embargo, con los rasgos del Mesías del Antiguo
Testamento y como hijo de Dios o su equivalente hijo del Altísimo, un título con el que el
evangelista Lucas quiere describir la relación existente entre Jesús y el Padre celestial. Relación
que, según Lucas, existe desde su nacimiento por obra del Espíritu.
Para Lucas el acontecimiento de la anunciación y posterior nacimiento de Jesús es obra del
Espíritu, a quien Lucas mismo describe como el poder o la fuerza de Dios. Nos encontramos aquí
con un tema que se remonta al Antiguo Testamento. El Espíritu de Dios ya estaba presente con su
fuerza en Gn 1,2 para realizar la gran obra de la creación. Aquí ese mismo poder de Dios, se hace
de nuevo presente en el momento en que se inicia la nueva creación en la que se ha sabido
matricular con toda su humanidad en obediencia a la palabra de Dios. Jesús no será un Mesías
revoltoso, sino el hombre que pone en marcha el misterio de la Nueva humanidad, por la fuerza del
Espíritu de Dios, y donde María se nos presenta como prototipo ideal de creyente.
A nosotros y nosotras, cristianos y cristianas, nos toca asumir con valentía el proyecto
mesiánico de Jesús hoy. María es ejemplo en la aceptación alegre y responsable del proyecto de
Dios. Desde nuestra libertad podemos hacer posible la liberación de nuestro pueblo logrando hacer
el camino cualitativo que la Biblia nos propone y que queda explícito en la anunciación: apartarnos
del centro de poder, para colocarlos en la periferia.
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Martes 21 de diciembre
Pedro Canisio
EVANGELIO
Lucas 1, 39-45
39
Por aquellos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, a un pueblo de
Judá; 40entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41Al oír Isabel el saludo de María, la
criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo. 42y dijo a voz en grito:
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43y ¿quién soy yo para que
me visite la madre de mi Señor? 44Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos la criatura saltó de
alegría en mi vientre. 45¿Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han
dicho de parte del Señor!
COMENTARIOS
I
EL SERVICIO SOLICITO
DEJA UNA ESTELA DE ALEGRIA
«Por estos mismos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, en dirección a
un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (1,39-40). El nexo temporal que une
esta nueva escena con la anterior es de los más estrechos, imbricándolas íntimamente. María se
olvida de sí misma y acude con presteza en ayuda de su pariente, tomando el camino más breve, el
que atravesaba los montes de Samaría. Lucas subraya su prontitud para el servicio: el Israel fiel que
vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda del judaísmo oficial (Isabel;
«Judá», nombre de la tribu en cuyo territorio estaba Jerusalén). Al igual que el ángel «entró» en su
casa y la «saludó» con el saludo divino, María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». De
mujer a mujer, de mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que
será madre del Precursor.
«Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de
Espíritu Santo» (1,41). El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. La presencia del
Espíritu Santo en Isabel se traduce en un grito poderoso y profético: « ¡Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa la que ha
creído que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor! » (1,42-45).
Isabel habla como profetisa: se siente pequeña e indigna ante la visita de la que lleva en su
seno al Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha entrado en la
sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el más grande de los nacidos de mujer
declara bendita entre todas las mujeres a la que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios.
La expresión «Mira» concentra, como siempre, la atención en el suceso principal: el saludo de
María ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase de alegría el niño
que llevaba en su seno. La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha puesto en
comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento
en que éste se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel. A diferencia de
Zacarías, María ha creído en el mensaje del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que
serán objeto de bienaventuranza.
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II
El Cantar de los Cantares es una obra poética del Israel del Antiguo Testamento. Este libro
es una colección de cantos de amor en el que el pueblo canta la plenitud de la unión personal que,
desde un centro, ilumina y transfigura el mundo, elevándolo a su razón de ser: el amor.
El amor no se agota en sí mismo, sino que se abre para el descubrimiento, el amor es grande
e invencible porque es fuego que viene de Dios, y viene de Dios porque “Dios es amor”.
El amor que plantea Cantar de los Cantares quiere manifestarnos la encarnación más alta del
amor de Dios; ese amor hecho hombre se llama Jesucristo. Para llegar a entender a Dios como amor
es de vital importancia amar plenamente a la humanidad. Cuando somos capaces de afirmar el amor
humano, es posible descubrir en él la revelación de Dios, que es amor.
María ha comprendido el misterio del Dios amor; ella ha aceptado con fe profunda este
misterio, como lo reconoce Isabel (Lc 1,45). María demuestra su fe en el Dios que ha aceptado a
través del amor hecho disponibilidad para servir a Isabel. En este relato evangélico María aparece
como la creyente cuya fe contrasta con la desconfianza de Zacarías (Lc 1,20). María, una mujer
sencilla que cree y Zacarías un anciano religioso que desconfía, son símbolo del Israel que se
encontraba dividido, como producto del modelo religioso que llevó a muchos a desconfiar en la
posibilidad de un tiempo nuevo.
El encuentro de María e Isabel, es el encuentro en realidad de los dos hijos: Juan inaugura su
misión anunciando, por boca de su madre, el señorío de Jesús (Lc 1,43), la realización de su
mesianismo y de su profunda relación con Dios.
El título de Señor que Isabel confiesa nace del profundo amor que ya la Iglesia primitiva
experimentó por Jesús. Toda su vida fue un testimonio verdadero de que el Padre tenía un proyecto
para llevar a la humanidad a su plenitud. La comunidad primitiva logró experimentar en la persona
de Jesús el amor que Dios había manifestado a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Por todo eso
es importante comprender que si Jesús fue llamado “Señor” antes de su nacimiento, es porque Jesús
se convirtió en paradigma de humanidad y revelador de la divinidad. Todos los hombres y mujeres
que siguieron a Jesús, descubrieron en él al Dios verdadero hecho hombre.
Preparémonos, hermanos y hermanas, en este tiempo para experimentar en nuestras vidas y
en nuestras comunidades el misterio del amor de Dios derramado en la persona de Jesús, logrando
aceptar ese misterio como lo hizo María y confesándolo con la misma valentía y gozo de Isabel. Esa
es nuestra gran tarea, sólo así podremos asumir el proyecto del amor en nuestras vidas.
Hoy más que nunca necesitamos de hombres y mujeres convencidos de la fuerza del amor.
Creemos que el amor es la única fuerza que puede transformar el mundo para la justicia y la paz. El
testimonio que la Biblia nos presenta es que sí es posible pensar y construir un mundo más justo y
más humano siempre y cuando cada uno asuma ese proyecto de amor que nos propone Dios en su
hijo Jesús.
Que el misterio de la Navidad que vamos a celebrar, misterio del amor de Dios a la
humanidad, logre formar nuestras conciencias a fin de configurarnos con el proyecto del Reino
anunciado y vivido por Jesús. Comencemos de una vez, no esperemos otra Navidad!
Diciembre - 66 -
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Miércoles 22 de diciembre
Francisca Cabrini
EVANGELIO
Lucas 1, 46-56
46
Entonces dijo María:
-Proclama mi alma la grandeza del Señor
47
y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
48
porque se ha fijado en la humillación de su sierva. Pues mira, desde ahora me llamarán
dichosa todas las generaciones,
49
porque el Potente ha hecho grandes cosas en mi favor: Santo es su nombre
50
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
51
Su brazo ha intervenido con fuerza,
ha desbaratado los planes de los arrogantes:
52
derriba del trono a los poderosos
y encumbra a los humildes;
53
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide de vacío.
54
Ha auxiliado a Israel, su servidor,
acordándose, como lo había prometido a nuestros padres,
55
de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia,
por siempre.
56
María se quedó con ella cuatro meses y se volvió a su casa.
COMENTARIOS
I
LA EXPERIENCIA DE LIBERACION
DE LOS HUMILLADOS Y OPRIMIDOS
En el cántico de María resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los
tiempos, de los sometidos y desheredados de la tierra, pero al mismo tiempo se hace eco del cambio
profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya
personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de María pone
Lucas los grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se
propone extender a toda la humanidad oprimida. En la primera estrofa del cántico María proclama
el cambio personal que ha experimentado en su persona:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor
y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque se ha fijado en la humillación de su sierva.
Pues mira, desde ahora me llamarán dichosa
todas las generaciones,
porque el Potente ha hecho grandes cosas a mi favor
-Santo es su nombrey su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (1,46-50).
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Diciembre - 67 -
Por boca de María pronuncia su cántico el Israel fiel a Dios y a su alianza, el resto de Israel
que ha creído en las promesas. Alaba a Dios por su cumplimiento, que ve inminente por el hecho de
la concepción del Mesías y experimenta ya realizado en su persona. «Dios mi Salvador» (cf. Sal
24,1; 25,5; Miq 7,7, etc.) es el título clave del cántico, cuyo tema dominante va a ser la salvación
que Dios realiza en Israel. Dios ha puesto su mirada en la opresión que se abate sobre su pueblo y lo
ha liberado en la persona de su representante, su «sierva» (cf. Dt 26,7; Sal 136,23; Neh 9,9).
Los grandes hitos de la liberación de Israel están compendiados en las «grandes cosas» que
Dios ha hecho en favor de María: esta expresión se decía en particular de la salida de Egipto (Dt
10,21, primer éxodo). En el compromiso activo de Dios a favor de su pueblo, éste reconoce que su
nombre es Santo; en el compromiso de los cristianos a favor de los pobres y marginados, éstos
reconocerán que el nombre de Dios es Santo y dejarán de blasfemar contra un sistema religioso que,
a sus ojos, se ha prestado con demasiada frecuencia a lo largo de la historia a defender los intereses
de los poderosos o por lo menos se ha inhibido de sostener la causa de los pobres con el pretexto de
que alcanzarán la salvación del alma en la otra vida.
En la segunda estrofa se contempla proféticamente el futuro de la humanidad desheredada tema de las bienaventuranzas- como realización efectuada e infalible de una decisión divina ya
tomada de antemano:
«Su brazo ha intervenido con fuerza,
ha desbaratado los planes de los arrogantes:
derriba del trono a los poderosos
y encumbra a los humillados;
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide de vacío» (1,51-53).
Dios no ha dado el brazo a torcer frente al orden injusto que, con la arrogancia que le es
proverbial, ha pretendido con sus planes mezquinos e interesados borrar del mapa el plan del Dios
Creador. Dios «ha intervenido» ya (aoristo profético) para defender los intereses de los pobres
desbaratando los planes de los ricos y poderosos. La acción liberadora va a consistir en una
subversión del orden social: exaltación de los humillados y caída de los opresores; sacia a los
hambrientos y se desentiende de los ricos. El cántico de María es el de los débiles, de los
marginados y desheredados, de las madres que lloran a sus hijos desaparecidos, de los sin voz, de
los niños de la «intifada», de los muchachos que sirven de carnaza en las trincheras, en una palabra:
de la escoria de la sociedad de consumo, que dilapida los bienes de la creación dejando una estela
de hambre que abraza dos terceras partes de la humanidad.
Finalmente, en la tercera estrofa pone como ejemplo concreto de la salvación, cuyo
destinatario será un día no lejano la entera humanidad, la realización de su compromiso para con
Israel:
«Ha auxiliado a Israel, su servidor,
acordándose -como lo había prometido a nuestros padres- de la misericordia en favor de
Abrahán y su descendencia, por siempre» (1,54-55).
Dios no ha olvidado su misericordia/amor (Sal 98,3), como podía haber sospechado Israel
ante los numerosos desastres que han jalonado su historia. La fidelidad de Dios hecha a los «padres», los patriarcas de Israel, queda confinada de momento, en el horizonte concreto de María, el
Israel fiel, a su pueblo. Sólo en la estrofa central hay atisbos de una futura ampliación de la promesa
a toda la humanidad.
«María permaneció con ella como tres meses y regresó a su casa» (1,56). Lucas hace hincapié en la
prolongada permanencia de María al servicio de su pariente, aludiendo al último periodo de su
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gestación. Silencia, en cambio, intencionadamente su presencia activa en el momento del parto,
cuando lo más lógico es que la asistiera en esta difícil situación. No tiene interés en los datos de
crónica, sino en el valor teológico del servicio prestado. La vuelta «a su casa» sirve para recordar
que en la gestación de su hijo, José no ha tenido arte ni parte. La mención de las dos «casas», la de
Zacarías al principio y la de María al final, establece un neto contraste entre las respectivas
situaciones familiares.
II
La respuesta de María al saludo de su prima Isabel que tradicionalmente designamos con el
nombre latino de “Magníficat”, es un salmo de acción de gracias compuesto de citas y alusiones al
Antiguo Testamento, en especial del canto de Ana, la madre de Samuel (cf 1Sam 2,1-10). El poema
tiene dos partes. La primera es una acción de gracias personal de María: a pesar de la humildad y
pobreza de su vida, Dios ha puesto su mirada en ella, por eso será llamada dichosa. Dios se sirve
muchas veces de lo sencillo y humilde para hacer presente su salvación en la historia humana. La
segunda parte del canto expresa, por boca de María, la acción de gracias del pueblo de Israel; todas
las promesas dadas a Abrahán y sus descendientes se cumplirán ahora en este niño que va a nacer.
Lucas nos muestra en este canto de María uno de sus temas favoritos: Dios se apiada de los
pobres. En realidad no hay sólo aquí una alabanza de los pobres, de los que María es representante,
sino una concepción utópica de la historia en la que la misericordia de Dios y la fuerza de su brazo
se dirige a derribar a los ricos y soberbios y a levantar a los empobrecidos y humillados de la tierra.
El canto de María que Lucas nos presenta en su evangelio nos revela que los que cuentan
ante los ojos de Dios son los que han sido deshumanizados y humillados por los poderes del mundo;
María da testimonio de que el Dios de la Biblia es aquel que se pone siempre del lado de los
excluidos y marginados por las estructuras de poder encarnadas en el orden social, económico,
cultural, religioso, político, familiar...
María retoma un canto de liberación que seguramente Isabel recitó a lo largo de su vida.
Este es el canto de la misericordia de Dios, de un Dios que se ha puesto abiertamente de lado de
aquellos que no han experimentado el sentido de humanidad. María, por tanto, queda enmarcada
dentro de los personajes bíblicos que viven descontentos frente a los modelos sociales de
desigualdad que se imponen al pueblo.
Este canto de María sigue hoy llamando la atención del pueblo cristiano que día a día recita
en su oración ese proyecto y deseo de ver el mundo y la historia en total equilibrio. Cuando la
humanidad pueda vivir este canto-proyecto, podremos experimentar en nuestras vidas la irrupción
de Dios que es misericordia, entenderemos que la fidelidad de Dios va “de generación en
generación”.
Nuestra gran tarea hoy es redescubrir ese Dios que experimentaron Jesús y María, y
actualizar su proyecto de misericordia y justicia en medio de las situaciones de miseria y de muerte
que se nos imponen desde los círculos de poder que rigen los destinos de la historia y de la
humanidad.
Ponernos del lado de Jesús al estilo de María, la mujer fiel y comprometida con la causa de
la justicia, es dejar atrás el modelo de cristianismo que hemos vivido basado en la seguridad y en la
comodidad, para experimentar en nuestra propia vida la suerte de los sin suerte, la realidad de
miseria que viven tantos hermanos y hermanas nuestros. No podemos seguir siendo cristianos sin
incomodarnos por la desigualdad, la injusticia, el hambre, la muerte y marginación de nuestros
pueblos.
Que este tiempo de adviento nos sirva para potenciar la oración, pero no de la forma neutral
como hemos orado hasta hoy, sino que sea una oración para estar despiertos y poder comprender los
signos de los tiempos y empezar a vivir en resistencia. La pedagogía de Dios, del Padre de Jesús, es
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bien clara en el canto de María. Debemos asimilar esa pedagogía y estar de parte de los predilectos
de Dios: los pobres. Esta época es propicia para lograr dar un salto cualitativo en nuestras vidas.
¡Comencemos ya!
Jueves 23 de diciembre
Juan de Kety
EVANGELIO
Lucas 1, 57-66
57
A Isabel se !e cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. 58Sus vecinos y parientes se
enteraron de lo bueno que había sido el Señor con ella y compartían su alegría.
59
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el
nombre de su padre. 60Pero la madre intervino diciendo:
-¡No!, se va a llamar Juan.
61
Le replicaron:
-Ninguno de tus parientes se llama así.
62
Y por señas le preguntaban al padre cómo quería que se llamase. 63El pidió una tablilla
y escribió: "Su nombre es Juan", y todo se quedaron sorprendidos. 64En el acto se le soltó la
lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
65
Toda la vecindad quedó sobrecogida; corrió la noticia de estos hechos por toda la
sierra de Judea 66y todos los que los oían los conservaban en la memoria, preguntándose:
-¿Qué irá a ser este niño?
Porque la fuerza del Señor lo acompañaba.
COMENTARIOS
I
ALBRICIAS POR EL NACIMIENTO DE UN NIÑO NO ESPERADO
«A Isabel se le cumplió el tiempo de dar a luz y tuvo un hijo. Sus vecinos y parientes se
enteraron de lo generoso que había sido el Señor con ella y compartían su alegría» (1,57-58). A
pesar de lo lacónico de la noticia, ésta se esparció todo alrededor por el círculo familiar y el
vecindario. Hasta ese momento no se habían enterado de que Dios ya había librado a Isabel de su
«vergüenza», de la esterilidad de la religión judía, «ante los hombres». María, en cambio, se había
enterado por los canales del Espíritu. El nacimiento del fruto de su vientre llenará a «muchos» de
alegría (cf. 1,14), como en el caso del nacimiento de Isaac (Gn 25,5-7). Ambos hijos fueron
concebidos en la «vejez».
FRACASA EL INTENTO DE ENCUADRAR A JUAN
EN LA TRADICION PATRIA
«A los ocho días fueron a circuncidar al niño y empezaron a llamarlo Zacarías, por el
nombre de su padre» (1,59). Con el rito de la circuncisión, el hijo varón llevará en su cuerpo la
señal indeleble de la alianza establecida por Dios con su pueblo (Gn 17,10-13). Según la tradición
patria, el primogénito debía llevar el nombre de su padre, como heredero de la tradición de que éste
es portador. Por eso se dice que «empezaron a llamarlo Zacarías». Pero los planes de Dios no
coinciden con los de su pueblo. «Pero la madre intervino diciendo: "¡No!, se va a llamar Juan." Le
replicaron: "Ninguno de tu parentela se llama así." Y por señas le preguntaban al padre cómo quería
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que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Su nombre es Juan", y todos quedaron
sorprendidos. En el acto se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios» (1,60-64).
Se ha consumado la ruptura que había profetizado el ángel (1,13). La «sordomudez» (le
preguntaban «por señas», escribió «en una tablilla») de Zacarías cesa en el preciso instante en que
se cumple la promesa. Dar nombre equivale a reconocer de hecho que el proyecto de Dios sobre
Juan se ha hecho realidad. El «castigo» de Zacarías no era un castigo físico. Fue consecuencia de su
incredulidad y oposición al proyecto de Dios. Ahora ya puede hablar, pues está en sintonía con el
plan de Dios. La bendición aquí enunciada se explicitará en el cántico que veremos a continuación.
«Toda la vecindad quedó sobrecogida de temor; corrió la noticia de estos hechos por la
entera sierra de Judea, y todos los que lo oían los conservaban en la memoria, preguntándose:
"¿Qué irá a ser este niño?" Porque la fuerza del Señor lo acompañaba» (1,65-66). A pesar de su
'vecindad', nadie comprende lo que está ocurriendo. Pero tampoco se cierran a cal y canto a lo que
será de él, como fue el caso de Zacarías. Simplemente, como no lo entienden, pero no lo rechazan
de plano, 'guardan en su memoria' (lit. «ponían en su corazón») la pregunta sobre cuál va a ser la
misión que llevará a cabo en Israel, misión realmente extraordinaria, pues tienen conciencia de que
«la mano/fuerza del Señor está con él», igual que se ha predicado de María (1,28).
Tenemos una capacidad inmensa para almacenar en la memoria las experiencias que nos
sacan de quicio, pero que borramos al instante queriendo encontrar soluciones sin movernos de
nuestros parámetros religiosos. Guardándolas en la memoria, y por acumulación de experiencias sin
respuesta, podremos un día darnos cuenta de que nuestras preguntas son fruto muchas veces de
planteamientos equivocados, que nunca hemos cuestionado por miedo a perder nuestras propias
seguridades.
II
Al tiempo que nos acercamos más a la celebración de la Navidad, la liturgia nos presenta los
pasajes de mayor impacto mesiánico. Es el caso de la primera lectura de hoy tomada de Malaquías.
Probablemente este breve escrito que lleva el nombre de “Malaquías” era anónimo en sus inicios.
Al parecer los redactores finales del Antiguo Testamento le dieron este nombre tomado del
versículo 1 del cap. 3, pues en efecto, Malaquías significa “mi mensajero”. El librito está
estructurado en seis trozos organizados conforme a un mismo tipo: YHWH, por boca del profeta,
emite una afirmación que es discutida por el pueblo o por los sacerdotes, y que es desarrollada en
un discurso en el que van a la par amenazas y promesas de salvación. Resaltan especialmente dos
grandes temas: las faltas cultuales de los sacerdotes y también de los fieles (1,6-2,9 y 3,6-12), y el
escándalo de los matrimonios mixtos y de los divorcios (2,10-16).
En cuanto a la época posible de la aparición del libro, podría ser posterior al
restablecimiento del culto en el tempo, reconstruido en el 515, y anterior a la prohibición de los
matrimonios mixtos por parte de Nehemías (445 a C). El autor se inspira en Deuteronomio y
Ezequiel para exigir al pueblo la pureza del corazón, lo contrario es una burla contra Dios que exige
ante todo una religión de corazón.
El profeta espera la venida del ángel de la alianza preparada por un mensajero misterioso; es
en este pasaje de Mal 3,1 en el que Mt 11,10; Lc 7,27 y Mc 1,2 han reconocido a Juan el Bautista
como el precursor. La era mesiánica que predice Malaquías contempla el restablecimiento del orden
moral (3,5) y el orden cultual (3,4). Dicho restablecimiento se dará mediante el proceso purificador
del fuego. La venida de YHWH es comparada con el fuego que purifica. Los primeros purificados,
acrisolados al fuego, serán los hijos de Leví para que “presenten en justicia las oblaciones a
YHWH” (3,3). La necesidad de la purificación nos remite primero que todo al próximo reinicio del
culto en el templo reconstruido; pero también nos recuerda los días en los que se celebraba un culto
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vacío, carente de contenido y de compromiso social, en aquellos días anteriores a la destrucción de
la ciudad y del templo.
Se cierra nuestra primera lectura con los vv 23-24, la promesa de enviar a Elías, que en
definitiva tendrá la misión del mensajero mencionado en 3,1: preparar los caminos, y concretamente
esta preparación se dará en la búsqueda de la reconciliación entre padres e hijos e hijos y padres.
Antes de la conmemoración del nacimiento de Jesús, contemplamos el nacimiento del hijo
de Isabel y Zacarías a quien, en contra de la tradición onomástica de la familia, se le da el nombre
de Juan. “Nadie en la familia tiene tal nombre!” le increpan sus vecinas y amigas a Isabel. Zacarías
que permanece aun mudo, confirma, escribiendo en una tablilla, el nombre que ha dado su esposa.
Nos narra el evangelista la admiración y el temor que sobrecoge a los vecinos y amigos de
Zacarías e Isabel quienes al tiempo se preguntaban: “Pues ¿qué será de este niño? Porque en efecto
la mano del Señor estaba con él”.
Tanto Lucas como Mateo son los únicos evangelistas que nos narran algunas noticias sobre
el origen y la infancia de Jesús. Sin embargo, ambos presentan materiales muy propios que no
coinciden en todo. En este caso, por ejemplo, Lucas es el único que nos narra el anuncio y el
nacimiento de Juan y su posterior circuncisión e imposición del nombre. Este pasaje junto con
muchos otros del resto del evangelio pertenecen a las fuentes exclusivas que consultó Lucas en su
tarea de “investigar todo desde el principio”.
La técnica narrativa de Lucas tiende a consignar pasajes simétricos: dos relatos de anuncio,
dos nacimientos... Claro que los demás evangelistas hacen mención de Juan, sin detenerse a narrar
sus orígenes. En el fondo, para los cuatro autores Juan es el Mensajero enviado por Dios para
preparar el camino al Mesías.
Los acontecimientos que nos narra Lucas en torno al nacimiento de Juan subrayan siempre
la acción misteriosa pero maravillosa de Dios. Los hilos de la historia aunque aparentemente tan
difíciles de entramar, Dios lo va convirtiendo en un tejido comprensible para todo ser humano. Las
profecías del Antiguo Testamento, por algún lado, se van ajustando todas para ir mostrando los
signos de su realización. En tantas oportunidades Dios actuó contra todo lo posible, esperó contra
toda esperanza la recta disposición de su pueblo para su visita. La ancianidad de Zacarías e Isabel,
la mudez del marido, ¿no son el símbolo de esas líneas torcidas en las que Dios va escribiendo
derecho?
Lucas ha querido poner, más que los otros evangelistas, un colorido especial a los datos
sobre el origen de Jesús. En torno a él, la figura de Juan destaca por su misión, por su estilo de vida;
por lo tanto, también Juan requiere de una presentación especial máxime para la comunidad lucana
que requiere un mayor de ilustraciones que ayuden al recto entendimiento de las Escrituras antiguas
con las cuales no estaban familiarizados.
Para Lucas es claro, que Dios va actuando en medio de su pueblo. Ante esas acciones de
Dios no nos queda más que maravillarnos. Quién lo creyera, pero poco a poco hemos ido perdiendo
la sensibilidad y la capacidad de maravillarnos tal vez porque nos ha tocado vivir la era de la
ciencia, de la tecnología, de los viajes espaciales, la caída de las barreras en las comunicaciones,
época de clonaciones y mil cosas que ya no nos asombran. Pues convendría recuperar esa capacidad
ya que es el camino más fácil y seguro para experimentar la dinámica maravillosa de Dios en la
historia, en nuestra historia personal. Mañana vamos a celebrar el misterio del nacimiento de Jesús,
quién sabe si el jolgorio y los ajetreos en los que nos ha metido la sociedad de consumo nos dejarán
tiempo y espacio para maravillarnos de ese acontecimiento. ¡Ojalá que sí!
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Viernes 24 de diciembre
Herminia – Adela
EVANGELIO
Lucas 2, 1-14
2 1Por aquél entonces salió un decreto de Cesar Augusto mandando hacer un censo del
mundo entero. 2Este censo fue el primero que se hizo siendo Quirino gobernador de Siria. 3Todos
iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
4
También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, de la ciudad
de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, 5para inscribirse en el censo con
María, la desposada con él, que estaba encinta.
6
Mientras estaban ellos allí le llegó el tiempo del parto 7y dio a luz a su hijo primogénito;
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
8
En aquella misma comarca había unos pastores que pasaban la noche al raso velando el
rebaño por turno. 9Se les presentó el ángel del Señor, la gloria del Señor los envolvió de claridad
y se asustaron mucho. 10El ángel les dijo:
-No temáis, mirad que os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para
todo el pueblo: 11hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el
Mesías
Señor. 12Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre.
13
De pronto se sumó al ángel una muchedumbre del ejército celestial, que alababa a Dios
diciendo:
I4
-¡Gloria a Dios en lo alto,
y paz en la tierra a los hombres de su agrado!
COMENTARIOS
I
ANOTACIONES EN TORNO AL BELEN
Un Belén de ríos de platilla, con reyes magos, camellos y dromedarios, cargados de tesoros;
con pastores ingenuos y escenas costumbristas, nieve de algodón y paisajes de serrín, verde musgo
y árboles y hogueras y luces intermitentes de colores y villancicos y panderetas, y su estrella
clavada en el cielo, custodiando el portal, con José, María y Jesús, el buey y la mula... Una navidad
para todos, sin aguijón ni provocación, sin mensaje; navidad dulce, de turrón y mazapán, de anís y
calor de hogar. Un día para unirse al año, un año para seguir como antes. Pienso que este tipo de
belenes ni inquietan, ni molestan, ni invitan a la reflexión: presentan una navidad descafeinada.
El primer Belén no fue así. Fue un acontecimiento que gritaba - y grita- a los cuatro vientos
que no había derecho a que las cosas estuvieran como estaban -estén como están-. Aquel Belén
levantó la esperanza de los pobres, la persecución de los poderosos, el olvido y desinterés de los
cultos.
Veamos la ganga que se le ha añadido a aquel Belén originario...
Todo comenzó en Belén (= Bet-lehem: casa del pan o casa de 'Lahmu', divinidad acádica),
una aldea rodeada de estepas desérticas, a unos ocho kilómetros de Jerusalén, la capital. Miqueas
(5,1) lo había profetizado: «Pero tú, Belén de Efrata, eres la más pequeña entre las aldeas de Judá;
de ti sacaré al que ha de ser jefe de Israel...» El evangelista Mateo cita esta profecía con algunas
correcciones: «Y tú Belén, tierra de Judá», no «eres» ni mucho menos «la última de las aldeas de
Judá». Para él, la aldea se crece por haber nacido en ella Jesús. No se fijó Dios en las murallas y
palacios de Jerusalén, sino en una aldea insignificante, cuna del rey David. Dios tiene debilidad por
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Diciembre - 73 -
lo que no cuenta: una aldea pequeña será el lugar elegido. Lo que allí sucedió fue como un
relámpago en la oscuridad de la noche de la historia...
«El niño se llamará Jesús» (Yehoshua: Yahvé salva), nombre bastante común entre los
judíos. Así se llamaba el autor del libro del Eclesiástico, y el caudillo (Jesús-Josué) que condujo al
pueblo de Israel hasta la tierra prometida. Jesús sería el Mesías, el liberador de Israel que llevaría a
los suyos al país de la vida sin semilla de muerte, a la tierra prometida de la comunidad donde se
participa de esta vida definitiva.
«Un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre» fue la señal dada a los pastores por
los ángeles. El nacimiento de Jesús no tuvo nada de extraordinario: «Estando allí, le llegó a María el
tiempo del parto, dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre,
porque no encontraron sitio en la posada» (Lc 2,7). Como cualquier mujer, con dolor y angustia,
María dio a luz a su hijo. A la usanza de la época, el cuerpo tierno de aquel niño fue vendado
fuertemente con jirones de tela, pues los antiguos creían que, de no hacerse así, el niño crecería
deformado y sus huesos no se solidificarían. Jesús nació fuera de la aldea: «No había lugar para él
en la posada.» De mayor, tampoco habría lugar para él en la ciudad. La gente dejaría solo a su
liberador a la hora de la verdad, colgándolo de un madero extramuros.
Nada dicen los evangelios del día y mes del año de su nacimiento, ni siquiera del lugar
exacto: lo del portal, la cueva o la gruta no aparece en ellos; por supuesto que tampoco el buey y la
mula -con función de calefacción natural de otras épocas- pertenecen al relato evangélico. La
imaginación de los evangelios apócrifos adornó con detalles la sobriedad del texto evangélico.
Desde el siglo IV, los cristianos decidieron celebrar el nacimiento de Jesús el día en que los
romanos celebraban la fiesta del solsticio de invierno (24-25 de diciembre), día en que el sol
alcanza, en su movimiento aparente, su distancia máxima de la tierra y comienza a acercarse a ella
aumentando su intensidad. El dios 'sol invicto' recibía en aquella fecha toda clase de cultos y
ofrendas. Los cristianos sustituyeron el 'astro sol' por el 'sol de Justicia-Jesús', que se acerca a los
hombres. Nació así nuestra fiesta de Nochebuena y Navidad.
«Hijo de José y María.» De José sabemos que era descendiente, venido a menos, de la
familia de David. De la familia de María poco dicen los evangelios. De sus padres, Joaquín y Ana,
de su dedicación y vida desde los tres años en el templo, los evangelios apócrifos dan sobradas y
fantásticas noticias. Estos mismos evangelios tuvieron la indelicadeza de presentar a José, el esposo
de María, como hombre de avanzada edad y barba venerable, para preservar así la virginidad de su
esposa, Madre-Virgen... José y María, en todo caso, debieron ser unos jóvenes esposos de catorce a
dieciséis años de edad; unos jóvenes más entre tantas jóvenes parejas, sin especial relieve. Dios «se
fija en lo débil del mundo para confundir a los fuertes...»
La noticia del nacimiento se divulga. Aquella noche, el cielo se vistió de fiesta. Un ángel Dios sabe cómo sucedió en realidad- comunicó a los «pastores» la buena noticia, y éstos corrieron
al pesebre para comprobar lo anunciado. Después, estando ya el niño Jesús en una casa, fue visitado
por «los magos», que llegaron hasta él gracias a una «estrella» que les hizo de guía.
«Los pastores... » eran representantes natos de las clases marginadas del país, equiparados a
recaudadores y publicanos, ladrones por obligación y profesión. Por ser considerados como
embusteros no podían hacer de testigos en los juicios. No cobraban salario por su trabajo; recibían
la manutención a cambio de su trabajo de guardar el ganado y tenían obligación de reponer las
pérdidas de ganados a sus amos. El modo concreto de hacerlo era el robo de las ovejas que perdían.
El nacimiento de Jesús se anuncia a ladrones, en primer lugar, diríamos hoy, llevándonos las manos
a la cabeza. Manías del Altísimo, alabado sea su santo nombre...
«Unos magos de Oriente» se presentaron en Jerusalén preguntando: « ¿Dónde está el rey de
los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje» (Mt
2,1-2). Se creía por entonces que el nacimiento de todo gran personaje en la tierra era acompañado
por la aparición de una estrella en el firmamento. A Jesús no le debía faltar la suya... Lo de «la
estrella», sobre la que se han lanzado todo tipo de hipótesis (¿Fue un cometa? ¿La conjunción de los
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planetas Saturno, Júpiter y Marte, que, según Keppler, tuvo lugar el 747 de la fundación de Roma?),
es un símbolo. En el libro de los Números (24,17) se dice: «Avanza la estrella de Jacob y sube el
cetro de Israel.» Esta estrella es símbolo del Mesías, que conduce a los paganos a la luz de la fe,
hecho anunciado por el profeta Balaán, el de la famosa burra contestataria, en contra de la voluntad
del rey Balac. Balaán era mago. En la estrella que conduce a los magos a Jesús ve el evangelista
Mateo la marcha de los paganos hasta la fe. Estos personajes, a más de extranjeros, ejercían una
profesión penalizada por la Biblia: la magia. Eran originarios, tal vez, de la tribu de los Medos, que
llegó a convertirse en casta sacerdotal entre los persas. Practicaban la adivinación, la medicina y la
astrología, prácticas que, en la Biblia, no gozan de buena reputación (1 Sam 28,3; Dt 18,9-13; Dan
1,20; 2,2-10).
Los dos primeros y únicos grupos de personajes que desfilaron ante Jesús, tras su nacimiento, no
contaban entre los poderosos de la tierra, pues eran marginados del mismo pueblo de Israel
(pastores) o extranjeros mal vistos por la religión oficial (magos), aunque respetuosamente tratados
por Herodes. Dios se fija en los que no cuentan para anunciarles la buena noticia.
De los magos hemos sabido (¿inventado?) más con el tiempo. Pero nada de lo que sigue
aparece en los evangelios. Desde el siglo II se piensa que eran tres, a juzgar por los tres regalos que
le ofrecen al niño: oro (regalo real), incienso (para el culto) y mirra (para ungir el cadáver el día de
la muerte); se les bautizó en el siglo VI con el nombre de reyes: Melchor, rey de Persia; Gaspar, rey
de Arabia, y Baltasar, rey de la India. Estos tres reyes se habían reunido por orden de Dios en Persia
para acudir hasta Belén, guiados por la estrella (datos que ofrece el evangelio armenio de la
Infancia, del s. VI). San Beda (s. VIII) los considera representantes de Europa, Asia y Africa, los
tres continentes conocidos en aquel tiempo; de ahí los distintos colores de su piel. En el siglo XII se
trasladaron sus supuestos huesos desde Milán a la catedral de Colonia, donde hoy son venerados.
Para más datos, el evangelio no dice que fueran reyes ni tampoco fueron recibidos con el
ceremonial real por Herodes. Fue Cesáreo de Arlés quien comenzó a denominarlos así, basado en el
salmo 71,10 e Isaías 49, 7ss. Venían de Oriente: para un israelita, Oriente puede ser todo lo que hay
al otro lado del Jordán.
«Herodes el Grande.» Los poderosos de la tierra están representados por Herodes, una
versión actualizada del faraón de Egipto, que quiso acabar con los primogénitos de los israelitas
cuando el pueblo era esclavo. Moisés antes, y ahora Jesús, se libraron de la muerte. Dios andaba de
por medio. Los poderosos no quieren que el pueblo alcance la libertad y acaban con la vida de
quienes pueden concienciarlo.
Herodes, el gran rey Herodes, era famoso por su crueldad: mandó matar a su yerno,
ahogado; asesinó a sus hijos Aristóbulo y Alejandro; estranguló a su mujer, Mariamme. Cinco días
antes de morir mandó que asesinaran a su hijo mayor, Antípatro, y dio orden de hacer perecer, el día
de su muerte, a todos los 'notables' de Jericó para que hubiera lágrimas en sus funerales. Era
consciente de que el pueblo judío no lo estimaba demasiado como para llorarlo ese día. Lo que el
evangelio cuenta de él cuadra con sus ansias de poder y con su crueldad sin límites. Que mandó
matar a los niños menores de dos años consta por el evangelio. Cuántos niños murieron (en todo
caso, no más de quince, según los diferentes cálculos de demografía y natalidad) no lo sabemos...
Pero Dios estaba con Jesús. La orden fue burlada y el niño se libró huyendo a Egipto. Algo parecido
sucedió con la orden del faraón de Egipto de matar, al nacer, a todo israelita varón (Ex 1,15-22).
«Sacerdotes y letrados.» El ala eclesiástica de la época y la cultura del momento cumplieron
su papel. Dieron toda la información a Herodes para llegar a Jesús, pero, acomodados e instalados
en su saber y posición social, no sintieron el más mínimo interés por acudir hasta él: tal vez no
sentían necesidad de libertador alguno. «Herodes... convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados
del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: en
Belén de Judá, así lo escribió el profeta» (Mt 2,3-4).
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Después de esto ya sabemos: «José y María se fueron con el niño a Egipto.» En Egipto había
comenzado la historia del pueblo de Israel. Jesús había venido para reiniciar esta historia. De allí,
como al principio, saldría para conducir al nuevo pueblo a la tierra prometida.
Pero sólo los pobres siguieron la convocatoria. El poder político y religioso quiso en todo
momento acabar con Jesús; les resultaba incómodo y subversivo. Al final de su vida, lo
consiguieron colgándolo en un patíbulo.
Veinte siglos después seguimos celebrando su nacimiento los que creemos que aún vive y
siembra de ilusión y esperanza el corazón de los pobres y marginados de la tierra. Para todos ellos,
Feliz Navidad.
Aquel Belén del evangelio, por lo demás, poco tiene que ver con nuestros folklóricos y
pintorescos belenes...
II
Para comprender el repentino destello de luz del himno de Isaías que escuchamos hoy, es
necesario contraponerlo a la oscuridad de la sección precedente, es decir, Is 8,21-23. En una
superficie desierta y bajo un cielo sombrío y amenazador, una caminante desesperado y anónimo,
encarnación de Judá, humillado bajo el yugo asirio, avanza fatigosamente, maldiciendo “a su rey y a
su Dios”. Alza la mirada al cielo todo es “angustia y tinieblas”, se inclina a la tierra y todo es
“aprieto y oscuridad sin salida”. El cielo contemplado y la tierra pisoteada por los pies cansados son
los polos de un universo sin vida ni esperanza. Pero el cuadro resulta invadido de repente por la luz,
en todas direcciones, de norte (tierra de Zabulón y Neftalí, territorio de los gentiles, o sea Galilea) a
sur (el camino del mar) y oriente (al otro lado del Jordán).
Se eleva entonces un solemne coral de gloria, de luz de gozo (9,2). La luz pone fin a las
tinieblas, símbolo del caos (Gn 1,2) y la muerte, dando comienzo así a una nueva creación. La luz
es vida, es una realidad que actúa; el libro de Isaías gusta de poner con frecuencia a las tinieblas la
irrupción liberadora de la luz (5,20; 42,16; 58,10; 59,9). El gozo que de ello brota se dibuja pintado
en dos imágenes vigorosas, el segar y la victoria militar. Es una alegría primitiva, elemental que
resume toda la existencia de una nación recogiendo los momentos de paz y los momentos bélicos.
Las expresiones de gozo y alegría que utiliza el profeta, van apuntando al centro y motivo
del himno, al versículo 5: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el
principado; es su nombre: Maravilla de consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz” . Es el hecho cumbre que justifica tanta alegría: “a nosotros” (Dios con nosotros, Emmanuel)
nos ha dado Dios esta criatura real. A las escenas tumultuosas precedentes sucede ahora un ritmo
dulce y suave. La entronización de este rey niño se describe en dos fases fundamentales: la
imposición del cetro y las insignias reales y la atribución del nuevo nombre dinástico. En Egipto se
acostumbraba imponer cinco nombres al nuevo faraón en la ceremonia de coronación. A este hijo
real se le confieren en cambio cuatro títulos reales. Valiosos todos para comprender la esperanza de
Isaías que se dilata más allá de la figura concreta del soberano que ahora sube al trono.
El punto de partida es siempre muy inmediato y realista. Los títulos indican, en efecto,
cuatro oficios cortesanos: “consejero” para la política interna, “guerrero” que mejor se traduciría
por “general”, para la defensa de la nación: “padre”, apelativo honorífico y social del soberano,
“príncipe”, por ser el soberano hebreo siempre y solamente lugarteniente respecto del Señor, el
único y verdadero rey.
Pero a los cuatro títulos humanos acompañan cuatro especificaciones excepcionales, más
aún, divinas. La mirada pasa entonces de Ezequías al rey mesiánico ideal que será “consejero”, pero
“admirable”, como YHWH mismo según Is 28,29; será guerrero, pero poderoso como “Dios”; será
“padre” pero “para siempre, participando en la eternidad de Dios que supera la corta duración de un
reino, será “príncipe”, pero en la “paz” mesiánica, signo de los tiempos perfectos y definitivos.
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Diciembre - 76 -
El evangelio de Lucas nos narra el nacimiento de Jesús, promesa del Padre hecha realidad.
San Lucas se cuida de rodear este nacimiento con otros acontecimientos que le dan un especial
realce, no sólo por el anuncio hecho a María, sino por la narración de nacimiento de Juan Bautista.
El nacimiento de Jesús está rodeado de las coordenadas históricas que le dan el carácter de hombre
histórico. Lucas no quiere que a pesar de las cosas extraordinarias que rodean este nacimiento, sus
destinatarios se vayan a confundir. Aquí está el inicio de un ser humano que viene al mundo en un
tiempo concreto. En cuanto a la coordenada espacial también el evangelista lo ubica en un lugar
específico: Belén, lugar en donde debería cumplirse todo lo anunciado por los profetas. Pero más
allá de la constatación del lugar, está la descripción de las condiciones prácticamente infrahumanas
en las cuales nace Jesús. Es que en línea con todo el proceder de Dios a lo largo del Antiguo
Testamento, su lugar y su presencia se concreta en el lugar y en las circunstancias menos esperadas.
El Dios de los pobres no podía nacer en un palacio; el salvador no podía tener su cuna entre quienes
se creían ya salvados o creían tener su vida asegurada. El origen humilde de Jesús en medio de los
humildes es el acto que sella definitivamente esa opción de Dios por los empobrecidos, por los
ignorados de la tierra.
El anuncio del nacimiento no se hace al estilo “normal” de los grandes e importantes
anuncios; esto es, comenzando por los influyentes y poderosos. La noticia del nacimiento se dirige
primero que todo a aquellos que nunca habían sido tenidos en cuenta para anunciarles buenas
noticias, porque para el pobre, el desclasado no hay buenas noticias... Pues aquí logra Lucas en su
narración un impacto extraordinario, el anuncio del nacimiento del Mesías esperado se dirige
primero a quienes representan los posteriores destinatarios de la obra y misión de Jesús: los pobres,
sólo ellos podrán ver a su Mesías. Sólo en un corazón de pobre puede sentirse el impacto celestial,
la esperanza en un niño apenas venido al mundo. Cualquier poderoso se reiría de semejante
despropósito: en momento en que Israel espera un Mesías fuerte, poderoso, con autoridad, unos
pastores adoran a un niño recién nacido, y para rematar en una pesebrera!
El cuadro de la adoración de los pastores en Belén es la imagen plástica del sentimiento
veterotestamentario de los temerosos de YHWH, de los anawin, que en su sencillez y limpieza de
corazón supieron ver esa cercanía y amor materno de Dios.
Esta noche, quizás dormido, paraliza el mundo; hace sentir en muchos corazones la ternura
más diáfana y profunda, ¿cuántos seremos capaces de adorarlo con corazón de pobre al estilo de los
pastores? ¿Cuántos seremos capaces de escapar del ruido y el bullicio en el que se ha convertido la
Navidad para volver a encontrar en el pesebre el cumplimiento de las promesas de Dios? Ojalá que
María la del silencio, la que guardaba todas esas cosas en su corazón, nos aleccione esta noche, y
que José el “varón justo” nos enseñe también esa virtud de la fe; que nuestra alegría no se confunda
con las estridencias de esta noche y que más bien salga desde lo más íntimo de nuestro corazón ese
“gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres y mujeres de buena voluntad...”, himno
que cada vez se hace menos perceptible a los oídos de nuestro mundo.
Sábado 25 de diciembre
Natividad del Señor
EVANGELIO
Juan 1, 1-5. 9. 14
1 1 Al principio ya existía la Palabra
y la palabra se dirigía a Dios
y la Palabra era Dios.
2
Ella al principio se dirigía a Dios.
Diciembre - 77 -
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3
4
5
Mediante ella existió todo,
sin ella no existió cosa alguna
de lo que existe.
Ella contenía vida
y la vida era la luz del hombre:
esa luz brilla en la tiniebla
y la tiniebla no la ha apagado.
9
Era ella la luz verdadera.
la que ilumina a todo hombre
llegando al mundo.
14
Así que la Palabra se hizo hombre,
acampó entre nosotros
y hemos contemplado su gloria
-la gloria que un hijo único recibe de su padreplenitud de amor y lealtad.
COMENTARIOS
I
ANOTACIONES EN TORNO AL BELEN
Un Belén de ríos de platilla, con reyes magos, camellos y dromedarios, cargados de tesoros;
con pastores ingenuos y escenas costumbristas, nieve de algodón y paisajes de serrín, verde musgo
y árboles y hogueras y luces intermitentes de colores y villancicos y panderetas, y su estrella
clavada en el cielo, custodiando el portal, con José, María y Jesús, el buey y la mula... Una navidad
para todos, sin aguijón ni provocación, sin mensaje; navidad dulce, de turrón y mazapán, de anís y
calor de hogar. Un día para unirse al año, un año para seguir como antes. Pienso que este tipo de
belenes ni inquietan, ni molestan, ni invitan a la reflexión: presentan una navidad descafeinada.
El primer Belén no fue así. Fue un acontecimiento que gritaba - y grita- a los cuatro vientos
que no había derecho a que las cosas estuvieran como estaban -estén como están-. Aquel Belén
levantó la esperanza de los pobres, la persecución de los poderosos, el olvido y desinterés de los
cultos.
Veamos la ganga que se le ha añadido a aquel Belén originario...
Todo comenzó en Belén (= Bet-lehem: casa del pan o casa de 'Lahmu', divinidad acádica),
una aldea rodeada de estepas desérticas, a unos ocho kilómetros de Jerusalén, la capital. Miqueas
(5,1) lo había profetizado: «Pero tú, Belén de Efrata, eres la más pequeña entre las aldeas de Judá;
de ti sacaré al que ha de ser jefe de Israel...» El evangelista Mateo cita esta profecía con algunas
correcciones: «Y tú Belén, tierra de Judá», no «eres» ni mucho menos «la última de las aldeas de
Judá». Para él, la aldea se crece por haber nacido en ella Jesús. No se fijó Dios en las murallas y
palacios de Jerusalén, sino en una aldea insignificante, cuna del rey David. Dios tiene debilidad por
lo que no cuenta: una aldea pequeña será el lugar elegido. Lo que allí sucedió fue como un
relámpago en la oscuridad de la noche de la historia...
«El niño se llamará Jesús» (Yehoshua: Yahvé salva), nombre bastante común entre los
judíos. Así se llamaba el autor del libro del Eclesiástico, y el caudillo (Jesús-Josué) que condujo al
pueblo de Israel hasta la tierra prometida. Jesús sería el Mesías, el liberador de Israel que llevaría a
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Diciembre - 78 -
los suyos al país de la vida sin semilla de muerte, a la tierra prometida de la comunidad donde se
participa de esta vida definitiva.
«Un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre» fue la señal dada a los pastores por
los ángeles. El nacimiento de Jesús no tuvo nada de extraordinario: «Estando allí, le llegó a María el
tiempo del parto, dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre,
porque no encontraron sitio en la posada» (Lc 2,7). Como cualquier mujer, con dolor y angustia,
María dio a luz a su hijo. A la usanza de la época, el cuerpo tierno de aquel niño fue vendado
fuertemente con jirones de tela, pues los antiguos creían que, de no hacerse así, el niño crecería
deformado y sus huesos no se solidificarían. Jesús nació fuera de la aldea: «No había lugar para él
en la posada.» De mayor, tampoco habría lugar para él en la ciudad. La gente dejaría solo a su
liberador a la hora de la verdad, colgándolo de un madero extramuros.
Nada dicen los evangelios del día y mes del año de su nacimiento, ni siquiera del lugar
exacto: lo del portal, la cueva o la gruta no aparece en ellos; por supuesto que tampoco el buey y la
mula -con función de calefacción natural de otras épocas- pertenecen al relato evangélico. La
imaginación de los evangelios apócrifos adornó con detalles la sobriedad del texto evangélico.
Desde el siglo IV, los cristianos decidieron celebrar el nacimiento de Jesús el día en que los
romanos celebraban la fiesta del solsticio de invierno (24-25 de diciembre), día en que el sol
alcanza, en su movimiento aparente, su distancia máxima de la tierra y comienza a acercarse a ella
aumentando su intensidad. El dios 'sol invicto' recibía en aquella fecha toda clase de cultos y
ofrendas. Los cristianos sustituyeron el 'astro sol' por el 'sol de Justicia-Jesús', que se acerca a los
hombres. Nació así nuestra fiesta de Nochebuena y Navidad.
«Hijo de José y María.» De José sabemos que era descendiente, venido a menos, de la
familia de David. De la familia de María poco dicen los evangelios. De sus padres, Joaquín y Ana,
de su dedicación y vida desde los tres años en el templo, los evangelios apócrifos dan sobradas y
fantásticas noticias. Estos mismos evangelios tuvieron la indelicadeza de presentar a José, el esposo
de María, como hombre de avanzada edad y barba venerable, para preservar así la virginidad de su
esposa, Madre-Virgen... José y María, en todo caso, debieron ser unos jóvenes esposos de catorce a
dieciséis años de edad; unos jóvenes más entre tantas jóvenes parejas, sin especial relieve. Dios «se
fija en lo débil del mundo para confundir a los fuertes...»
La noticia del nacimiento se divulga. Aquella noche, el cielo se vistió de fiesta. Un ángel Dios sabe cómo sucedió en realidad- comunicó a los «pastores» la buena noticia, y éstos corrieron
al pesebre para comprobar lo anunciado. Después, estando ya el niño Jesús en una casa, fue visitado
por «los magos», que llegaron hasta él gracias a una «estrella» que les hizo de guía.
«Los pastores... » eran representantes natos de las clases marginadas del país, equiparados a
recaudadores y publicanos, ladrones por obligación y profesión. Por ser considerados como
embusteros no podían hacer de testigos en los juicios. No cobraban salario por su trabajo; recibían
la manutención a cambio de su trabajo de guardar el ganado y tenían obligación de reponer las
pérdidas de ganados a sus amos. El modo concreto de hacerlo era el robo de las ovejas que perdían.
El nacimiento de Jesús se anuncia a ladrones, en primer lugar, diríamos hoy, llevándonos las manos
a la cabeza. Manías del Altísimo, alabado sea su santo nombre...
«Unos magos de Oriente» se presentaron en Jerusalén preguntando: « ¿Dónde está el rey de
los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a rendirle homenaje» (Mt
2,1-2). Se creía por entonces que el nacimiento de todo gran personaje en la tierra era acompañado
por la aparición de una estrella en el firmamento. A Jesús no le debía faltar la suya... Lo de «la
estrella», sobre la que se han lanzado todo tipo de hipótesis (¿Fue un cometa? ¿La conjunción de los
planetas Saturno, Júpiter y Marte, que, según Keppler, tuvo lugar el 747 de la fundación de Roma?),
es un símbolo. En el libro de los Números (24,17) se dice: «Avanza la estrella de Jacob y sube el
cetro de Israel.» Esta estrella es símbolo del Mesías, que conduce a los paganos a la luz de la fe,
hecho anunciado por el profeta Balaán, el de la famosa burra contestataria, en contra de la voluntad
del rey Balac. Balaán era mago. En la estrella que conduce a los magos a Jesús ve el evangelista
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Diciembre - 79 -
Mateo la marcha de los paganos hasta la fe. Estos personajes, a más de extranjeros, ejercían una
profesión penalizada por la Biblia: la magia. Eran originarios, tal vez, de la tribu de los Medos, que
llegó a convertirse en casta sacerdotal entre los persas. Practicaban la adivinación, la medicina y la
astrología, prácticas que, en la Biblia, no gozan de buena reputación (1 Sam 28,3; Dt 18,9-13; Dan
1,20; 2,2-10).
Los dos primeros y únicos grupos de personajes que desfilaron ante Jesús, tras su nacimiento, no
contaban entre los poderosos de la tierra, pues eran marginados del mismo pueblo de Israel
(pastores) o extranjeros mal vistos por la religión oficial (magos), aunque respetuosamente tratados
por Herodes. Dios se fija en los que no cuentan para anunciarles la buena noticia.
De los magos hemos sabido (¿inventado?) más con el tiempo. Pero nada de lo que sigue
aparece en los evangelios. Desde el siglo II se piensa que eran tres, a juzgar por los tres regalos que
le ofrecen al niño: oro (regalo real), incienso (para el culto) y mirra (para ungir el cadáver el día de
la muerte); se les bautizó en el siglo VI con el nombre de reyes: Melchor, rey de Persia; Gaspar, rey
de Arabia, y Baltasar, rey de la India. Estos tres reyes se habían reunido por orden de Dios en Persia
para acudir hasta Belén, guiados por la estrella (datos que ofrece el evangelio armenio de la
Infancia, del s. VI). San Beda (s. VIII) los considera representantes de Europa, Asia y Africa, los
tres continentes conocidos en aquel tiempo; de ahí los distintos colores de su piel. En el siglo XII se
trasladaron sus supuestos huesos desde Milán a la catedral de Colonia, donde hoy son venerados.
Para más datos, el evangelio no dice que fueran reyes ni tampoco fueron recibidos con el
ceremonial real por Herodes. Fue Cesáreo de Arlés quien comenzó a denominarlos así, basado en el
salmo 71,10 e Isaías 49, 7ss. Venían de Oriente: para un israelita, Oriente puede ser todo lo que hay
al otro lado del Jordán.
«Herodes el Grande.» Los poderosos de la tierra están representados por Herodes, una
versión actualizada del faraón de Egipto, que quiso acabar con los primogénitos de los israelitas
cuando el pueblo era esclavo. Moisés antes, y ahora Jesús, se libraron de la muerte. Dios andaba de
por medio. Los poderosos no quieren que el pueblo alcance la libertad y acaban con la vida de
quienes pueden concienciarlo.
Herodes, el gran rey Herodes, era famoso por su crueldad: mandó matar a su yerno,
ahogado; asesinó a sus hijos Aristóbulo y Alejandro; estranguló a su mujer, Mariamme. Cinco días
antes de morir mandó que asesinaran a su hijo mayor, Antípatro, y dio orden de hacer perecer, el día
de su muerte, a todos los 'notables' de Jericó para que hubiera lágrimas en sus funerales. Era
consciente de que el pueblo judío no lo estimaba demasiado como para llorarlo ese día. Lo que el
evangelio cuenta de él cuadra con sus ansias de poder y con su crueldad sin límites. Que mandó
matar a los niños menores de dos años consta por el evangelio. Cuántos niños murieron (en todo
caso, no más de quince, según los diferentes cálculos de demografía y natalidad) no lo sabemos...
Pero Dios estaba con Jesús. La orden fue burlada y el niño se libró huyendo a Egipto. Algo parecido
sucedió con la orden del faraón de Egipto de matar, al nacer, a todo israelita varón (Ex 1,15-22).
«Sacerdotes y letrados.» El ala eclesiástica de la época y la cultura del momento cumplieron
su papel. Dieron toda la información a Herodes para llegar a Jesús, pero, acomodados e instalados
en su saber y posición social, no sintieron el más mínimo interés por acudir hasta él: tal vez no
sentían necesidad de libertador alguno. «Herodes... convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados
del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: en
Belén de Judá, así lo escribió el profeta» (Mt 2,3-4).
Después de esto ya sabemos: «José y María se fueron con el niño a Egipto.» En Egipto había
comenzado la historia del pueblo de Israel. Jesús había venido para reiniciar esta historia. De allí,
como al principio, saldría para conducir al nuevo pueblo a la tierra prometida.
Pero sólo los pobres siguieron la convocatoria. El poder político y religioso quiso en todo
momento acabar con Jesús; les resultaba incómodo y subversivo. Al final de su vida, lo
consiguieron colgándolo en un patíbulo.
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Veinte siglos después seguimos celebrando su nacimiento los que creemos que aún vive y
siembra de ilusión y esperanza el corazón de los pobres y marginados de la tierra. Para todos ellos,
Feliz Navidad.
Aquel Belén del evangelio, por lo demás, poco tiene que ver con nuestros folklóricos y
pintorescos belenes...
II
NAVIDAD: MAS QUE GENEROSIDAD
Desde hace ya algunos años, en Navidad se suele hacer una colecta destinada a organizaciones benéficas
comprometidas en la lucha contra el paro, el hambre, la marginación... Si miramos el número de personas que estas
organizaciones atienden podríamos sentirnos contentos; pero, sin embargo, no podemos sentirnos satisfechos.
POR DOS RAZONES
Mientras estaban allí, le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo
acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
En aquella misma comarca había unos pastores que pasaban la noche al raso velando el rebaño por turno. Se
les presentó el ángel del Señor ... les dijo:
-No temáis, mirad que os traigo una buena noticia...
No podemos sentirnos satisfechos por dos razones. La primera está demasiado clara: el
problema de la pobreza, del paro, de la marginación, del hambre, no está resuelto ni en nuestro país,
que pertenece a la rica y orgullosa Europa, ni mucho menos en los países del Tercer Mundo, de
Asia, Africa y América, y a pesar de que las noticias en este sentido nos llegan con cuentagotas,
porque, por lo visto, esas noticias o no venden o no interesa que se publiquen, sabemos que más de
dos tercios de la población mundial no tienen resueltas las necesidades mínimas.
La segunda razón es que Jesús no vino a enseñarnos a ser simplemente generosos con los
pobres. La generosidad, qué duda cabe, es un importante valor humano y, como tal, totalmente
coherente con el significado de la fiesta en la que celebramos el nacimiento del Hombre; pero Jesús
nos pide más: Jesús nos enseña, ya desde su nacimiento, a compartir la suerte de los pobres.
Jesús nace de María, una mujer pobre. Y nace del Espíritu Santo, al que la liturgia llama
«Padre de los pobres». Jesús nace pobre, y su mismo nombre Jesús = Dios salva, Dios libera) es un
anuncio gozoso especialmente, preferencialmente, dirigido a los pobres. Por eso son unos pastores
(el oficio de pastor era uno de los más despreciados en Palestina en aquellos tiempos) los primeros a
los que llega de parte de Dios la noticia del nacimiento del Mesías, que viene a poner en marcha el
reinado de Dios: esa nueva manera de vivir y de organizar la convivencia en la que el mismo Dios
está comprometido y que, al abrirse paso en nuestro mundo, nos librará de la miseria al librarnos de
todas nuestras miserias: el egoísmo, la ambición, la injusticia... Para ellos, para los más pobres,
llega antes que para nadie «una buena noticia, una gran alegría», aunque más adelante, después de
ellos, «lo será para todo el pueblo».
PAZ A LOS POBRES
De pronto se sumó al ángel una muchedumbre del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo:
¡Gloria a Dios en lo alto,
y paz en la tierra a los hombres de su agrado!
También en estas fechas felicitamos a los amigos y conocidos con un deseo de paz en el que
resuenan las palabras de este coro de ángeles. En los medios de comunicación se suele escuchar este
deseo, y hasta a los políticos, a los mismos que cuando les interesa nos llevan a la guerra, se les
llena la boca haciendo votos -eso dicen ellos- por la paz.
Pero ¿nos hemos puesto a pensar que lo primero que rompe la paz del alma es la guerra en el
estómago? ¿Puede estar en paz el que siente en su carne los mordiscos -o las cornadas- que da el
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hambre? ¿Puede haber paz en una familia, en una sociedad en la que no está seguro el pan de cada
día?
Los deseos de paz, el compromiso por construir la paz que debe seguirse como consecuencia
necesaria de la celebración de la Navidad, deben empezar por ser deseos y compromiso con la
justicia, por la transformación de un mundo en el que se ha instalado, con intenciones de no
marcharse jamás, un desorden al que nos hemos acostumbrado a llamar orden, una guerra sin
disparos y sin bombas que se cobra cada día miles de vidas.
No. No podemos conformarnos con una limosna, más o menos generosa. No podemos dar
por celebrada cristianamente la Navidad si no nos comprometemos en hacer lo que esté en nuestras
manos por acabar con esta guerra y, por supuesto, con todas las demás guerras.
La Navidad es una invitación que cada año se repite para que nos incorporemos a la tarea de
ensanchar cada vez más el reinado de Dios, una invitación a compartir la suerte de Jesús, Mesías
pobre entre los pobres. Y la invitación no es sólo para cada uno de nosotros, sino para todos como
grupo, como Iglesia: la Navidad debe suponer una llamada de atención a la conciencia dormida de
una Iglesia que, aunque se preocupe de los pobres, hace tiempo que dejó de ser de ellos, de estar
entre ellos; la Navidad es una llamada a toda la Iglesia para emprender el camino que nos devuelva
a la situación de la que nunca debíamos haber salido solos: la pobreza. Y no para quedarnos allí eso no será Buena Noticia para nadie-, sino para construir un mundo sin pobreza.
Entonces la gloria de Dios se habrá empezado a trasladar desde lo alto hasta aquí abajo.
III
1-2 Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era
Dios. Ella al principio se dirigía a Dios.
El término “Palabra” (griego, logos) sintetiza dos conceptos del AT: el de palabrapotencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría creadora, que equivale al plan de Dios en su creación
(Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9,1.9; Sal 104,24). De este modo, el logos, por una
parte, en cuanto sabiduría, formula el plan o proyecto de Dios, que existe antes de la creación y la
guía, y que, por otra parte, en cuanto palabra-potencia, lo realiza.
Teniendo, pues, en cuenta el doble sentido de la palabra griega logos, el v. 1a puede
traducirse: Al principio ya existía el Proyecto. Es decir, ya antes de que Dios creara el mundo con
su Palabra, existía el Proyecto divino que había de guiar la obra creadora.
De los tres casos en que aparece en estos vv. el término "Dios", la primera y la tercera
lleva artículo determinado (el Dios); la segunda, no lo lleva (un Dios, un ser divino).
El contenido del Proyecto divino está expresado en 1c, que, ateniéndonos al significado
del logos en este pasaje y a la forma sin artículo de "Dios", puede traducirse: un ser divino era el
Proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina.
La traducción del v. 1 puede, por tanto, hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y
el proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto.
El Proyecto formulado es la Palabra divina absoluta y relativiza todas las demás palabras,
en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (los diez mandamientos, el decálogo) se
opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en
la antigua alianza quedan superados al conocerse el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre,
el Hombre-Dios, realizado en Jesús.
Como se hacía en el AT con la sabiduría divina (Prov 8,22-31), el evangelista personifica
el Proyecto, concebido en la mente divina, y lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa
con esta especie de soliloquio divino una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo. Y el
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Diciembre - 82 -
evangelista repite esa idea en el vers. siguiente: Él (el logos-Proyecto) al principio se dirigía /
interpelaba a Dios.
La antigua humanidad
El rechazo del proyecto de Dios (1,3-10)
3-5 Mediante ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe. Ella
contenía vida, y la vida era la luz de los hombres: esa luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la
ha extinguido.
El proyecto-palabra tiene una actividad creadora que da existencia a todo ser sin
excepción. No hay nada, por tanto, que nazca de un principio malo; por su creación, todo es
bueno.
Pero la actividad creadora se traduce especialmente en la voluntad de comunicar a los
hombres la vida que contiene. Esta vida (= la plenitud de vida), se opone a la existencia mediocre
y sometida que impera en el género humano y que no merece el nombre de vida. Pero, además, la
vida plena es para los hombres la luz, la verdad.
De esta última afirmación se deduce una importante consecuencia: no existe una verdad
anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor (la luz) de la vida
misma; es la aspiración a la vida plena la que orienta y guía al hombre, y la experiencia de ella le
va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer,
experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no puede haber
verdad.
Pero la luz-vida tiene un enemigo, la tiniebla: a la luz-vida se opone la tiniebla-muerte.
Aparece el mal: la tiniebla es una entidad activa y maléfica que pretende extinguir la luz. No
existe antes que la luz, como se decía en el relato de la creación (Gn 1), sino que aparece después
de la luz, está causada por hombres. En el ser humano, lo primario es la aspiración a la vida, que
es componente de su ser, pues es la vida plena el contenido del proyecto creador del que el
hombre es resultado.
La tiniebla, por su parte, no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz-verdad, a la vida
en cuanto puede ser conocida. Es, por tanto, una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira)
que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole ver la luz, es decir, impidiéndole conocer el
proyecto creador, expresión del amor de Dios por el hombre, y sofocando su aspiración a la
plenitud. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.
Así, toda ideología que se oponga a la plenitud humana o la impida, es tiniebla: la que
inculca la sumisión en vez de la libertad, la que priva al hombre de la capacidad de pensar o de la
capacidad de decidir y actuar en su vida. La peor, sin embargo, es la que persuade al hombre a
venerar y amar lo que lo oprime e impide su crecimiento.
A pesar del esfuerzo de la tiniebla por extinguirla, la vida-luz, la aspiración a la vida
plena, sigue brillando y sirve de orientación y de meta a la humanidad: los hombres pueden aún
comprender qué significa una vida plenamente humana y aspirar a ella, aun cuando por culpa de
otros no lleguen a conocerla y tengan que vivir sometidos a una condición infrahumana.
9. Era ella la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre llegando al mundo..
La luz verdadera se opone a las luces parciales o falsas, cuyo prototipo había sido para los
judíos la Ley de Moisés (Sal 119,105: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero";
Sab 18,4: "La luz incorruptible de tu Ley"; cf. Eclo 45,17 LXX).
Pero la luz de la vida no sólo brilla (v. 5), sino que ilumina; llega al mundo, se hace
visible a todo hombre y busca comunicarse a él. Es decir, a pesar de las tinieblas y de las falsas
luces, la plenitud contenida en el proyecto creador interpelaba a los hombres, presentándose
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como ideal y meta, y el anhelo humano de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre
luces verdaderas y falsas.
Sin embargo, aunque la luz le llegaba, la humanidad no reconoció el proyecto de Dios ni
hizo caso de la interpelación (el mundo no la reconoció); aunque la luz le era connatural, la
rechazó, y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la tinieblamuerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su
situación hasta la llegada histórica de la Palabra-Proyecto: la ideología-tiniebla represora de la
vida quitaba a los hombres hasta el deseo de la propia plenitud.
14 Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su
gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre-, plenitud de amor y lealtad.
La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos
de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios (vv. 12-13).
El Proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hombre sujeto a la muerte
(hombre-carne). Por vez primera aparece en el mundo la meta de la creación: el Hombre-Dios.
La comunidad interpreta su presencia en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda
esclavitud: acampar (plantar la tienda) hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de
Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto (Éx 33,7-10). En este nuevo
éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús.
La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía
en particular sobre el santuario (Éx 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia
activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en
Jesús, su presencia es inmediata para todos.
El hijo único es el heredero universal del Padre, y todo lo que éste tiene le pertenece; el
Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Y su gloria consiste en su
plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don de sí, en
entrega, y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la
gloria es el resplandor del amor fiel. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es
amar, y amar es comunicar vida. La gloria de Dios no es, por tanto, su poder o su soberanía, sino
su amor, el amor que no cambia, que siempre se mantiene.
IV
En torno al pesebre celebramos hoy el acontecimiento del nacimiento de Jesús. La alegría
invade el corazón de quienes durante este tiempo nos hemos venido preparando para conmemorar
de nuevo este misterio grande y sublime de la encarnación del hijo de Dios. Ante el misterio, sólo
podemos callar y dejarnos penetrar por esa presencia única que todo lo llena, es Dios presente,
siempre ahí en medio de quienes quieran aceptarlo.
Las buenas noticias alegran la vida de la gente, y esa alegría alborozada se manifiesta en
palabras de cariño y gratitud para el portador de ellas. Es lo que describe Isaías en este canto del
cual sólo tomamos dos estrofas. La alegría de los pisoteados es inmensa ante el anuncio de las
buenas noticias de la liberación; la bota opresora ha sido vencida y ahora los desterrados podrán
volver a su terruño, a su ciudad. Quien anuncia la liberación es siempre bienvenido, bien acogido
por quien aspira ser liberado.
A lo largo de toda la historia de la salvación Dios envió mensajeros que anunciaran buenas
noticias a los empobrecidos y marginados, pero ahora su mensajero es definitivo, ya no habrá más
profetas ni mediadores; hoy nos ha nacido el que colmará todas esas expectativas de libertad y de
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Diciembre - 84 -
tiempos mejores. Esa es la convicción del autor de la carta a los Hebreos. En ningún momento Dios
dejó de transmitir su mensaje a sus hijos, siempre lo hizo, pero ahora lo ha de manera definitiva.
El trozo del Evangelio de Juan que escuchamos nos resume en forma de cántico el sentir del
evangelista respecto a la eternidad del proyecto salvífico de Dios. Mucho se ha escrito sobre este
“prólogo” del evangelio de Juan. Bástenos a nosotros caer en la cuenta de que el evangelista quiere
que su comunidad tome conciencia de ese plan de Dios iniciado desde antiguo, que en los designios
de Dios no hay improvisaciones dañinas, sino que cada etapa en el proceso de la revelación es como
el eslabón de una cadena, realizado y llevado adelante, siempre de manera pedagógica. Así, en la
realidad Dios, el hijo ya estaba presente, pero sólo lo envía cuando el Padre lo considera
conveniente.
También va describiendo el evangelista los acontecimientos que precedieron la llegada de
Jesús: la misión de Juan, quien prepara el camino, y cómo la gente que aceptó la predicación de
Juan estaban en grado de aceptar la luz que es el mismo Jesús.
Hay dos elementos que podríamos subrayar de un modo muy especial. El primero es la
constatación que hace el evangelista en el versículo 14: “el Verbo se hizo carne y plantó su morada
entre nosotros”. Constatación que es importante para quienes influenciados por corrientes gnósticas
llegan a creer que el proyecto de Dios se reduce a ideas o a discursos, o que creen que su fe decae si
aceptan que Dios se haya podido “contaminar” de carne humana. Para los cristianos que se están
formando en la comunidad de Juan, tienen que desaparecer esos escrúpulos. En los planes de Dios
también está contemplada la encarnación del Verbo. El cristiano no es seguidor de una idea o de un
discurso bonito; es seguidor de Dios que ha asumido nuestra naturaleza con todo lo que ello implica
de exitoso, pero también de riesgoso.
En Jesús, Dios ha corrido el riesgo de ser aceptado o rechazado. Aquí está el segundo
elemento que nos debe hacer pensar en este día, lo consigna Juan en 1,11: “Vino a su propia casa,
pero los suyos no lo recibieron”. He ahí el gran riesgo del que hablábamos: aceptación o rechazo.
Es la otra parte que no podemos ignorar cuando contemplamos el misterio de la encarnación. Con
todos los siglos de preparación para su venida, el hijo de Dios sufrió el rechazo. La obstinación de
parte de muchos de “su casa” trajo como consecuencia su muerte violenta. Pedro, en Hechos de los
apóstoles (Hch 2,22-23) es mucho más claro: “sepan pues que a este al que Dios había constituido
profeta poderoso en obras y palabras, ustedes lo mataron clavándolo en la cruz”. Sin embargo,
continúa Juan en 1,12: “pero a todos los que lo recibieron, les concedió ser hijos de Dios”.
El aspecto histórico de Jesús, no lo podemos pasar por alto tan fácilmente. La dimensión
humana de Jesús arranca, entonces, con lo que celebramos hoy, y se va extendiendo hasta la cruz.
Ese es el camino que recorreremos también con él durante este año litúrgico que habíamos
inaugurado con el adviento.
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Domingo 26 de diciembre
Esteban
LA SAGRADA FAMILIA
Primera lectura: Eclesiástico 3, 3-7. 14-17 a.
Salmo responsorial: 127, 1-2. 3. 4-5
Segunda lectura: Colosenses 3, 12-21
EVANGELIO
Lucas 2, 41-52
41
Sus padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús había cumplido doce años subieron ellos a la fiesta según la costumbre, 43y
cuando los días terminaron, mientras ellos se volvían, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin
que se enteraran sus padres.
44
Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a
buscarlo entre los parientes y conocidos; 45al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su
busca.
46
A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus
inteligentes respuestas. 48Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre:
-Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos
tu padre y yo!
49
El les contestó:
-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?
50
Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho.
51
Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba
todo aquello en la memoria. 52Y Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en favor ante Dios
y los hombres.
42
COMENTARIOS
I
EL PRIMER CONFLICTO
Los padres de Jesús «iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús
cumplió doce años subieron a las fiestas según la costumbre, y cuando éstas terminaron, se
volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo
que iba en la caravana, al terminar la primera jornada se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; y, como no lo encontraban, volvieron a Jerusalén en su busca» (Lc 2,41ss).
Esta fue la primera trastada oficial de Jesús; después haría muchas más, hasta dar al traste
con las ideas mesiánicas de muchos, como había anunciado Simeón: «Mira: éste está puesto para
que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera discutida, mientras que a ti una espada te
traspasará el corazón; así quedará patente lo que todos piensan» (Lc 2, 34-35).
«A los tres días lo encontraron por fin en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que lo oían estaban desconcertados de sus
inteligentes respuestas» (Lc 2,46-47).
Jesús, el que sería Maestro, comienza de alumno. Por primera y única vez llama el
evangelista Lucas 'maestros' a los doctores judíos, cuya enseñanza caería por tierra ante la de Jesús.
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Más adelante, de mayor, éste se encargaría de minar la doctrina de aquellos maestros, mostrando
sus incoherencias y ridiculizándola hasta el extremo. Lucas, desde el principio de su evangelio,
ofrece un adelanto de lo que sería el quehacer cotidiano de Jesús: dinamitar un sistema religioso que
alejaba al hombre de Dios y lo hundía en la conciencia de su propia culpa, hasta el punto de no
poder levantar cabeza.
Lucas no dice en torno a qué temas giró aquel primer diálogo de Jesús con los maestros.
Pero algo parece claro: sus respuestas produjeron desconcierto y extrañeza entre los presentes. ¡Los
que creían tener 'la llave de la ciencia', desconcertados por las respuestas de un niño de doce años!
Tal vez, desde el principio, no se atuviese Jesús a la tradición de sus mayores, mostrándose crítico
con el magisterio oficial del templo; de ahí que sus respuestas produjesen desconcierto o extrañeza.
Pero Jesús no sólo desconcertó a los maestros, sino también a sus padres, responsables de su
primera educación, transmisores de la educación tradicional en el seno de la familia. La pregunta
que le hace su madre y la respuesta de Jesús muestran a un Jesús que no acepta la autoridad paterna.
«-Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y
yo! El les contestó:
-¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre? » Las
traducciones de la Biblia dicen 'en la casa de mi Padre', pero la palabra 'casa' (en griego oikos u
oikia) no aparece en el texto original. Dios no estaba en aquella casa o templo, a la que más tarde
Jesús designaría 'cueva de bandidos'. Dios estaba más bien «en lo que es de mi Padre» (en griego,
en tois tou patros mou). Y lo que era de su Padre, lo único que aquellos doctores habían dejado
intacto, era la palabra de Dios contenida en la Biblia; allí aparecía una imagen de Dios muy distinta
de la propugnada por la enseñanza oficial, que daba más importancia a los comentarios a la Biblia
que a la misma Biblia, anulando con frecuencia la palabra divina para sustituirla por mandamientos
humanos (Mc 7,9-13).
La respuesta de Jesús a sus padres es la primera intervención hablada de Jesús en el
Evangelio de Lucas. Denominando a Dios 'mi padre', Jesús se muestra independiente de José y
María, sus padres, transmisores naturales de la cultura y tradiciones religiosas de Israel.
Pero ellos «no comprendieron lo que quería decir... María, su madre, conservaba todo
aquello en la memoria.» Tal vez algún día llegaría a comprender que su hijo Jesús era hijo de Dios y
había venido a desvelar el verdadero rostro de Dios, tan distinto del Dios cuya presencia se había
reducido al espacio del templo y cuya voz había sido monopolizada por los maestros de Israel,
mercenarios de un rebaño al que quitaban a diario la vida.
Mientras tanto, a María no le quedaba otra alternativa que «conservar en la memoria todo
aquello» y darle vueltas hasta llegar a comprender que su hijo no les pertenecía y que no estaba
sometido a otra autoridad que a la de su padre-Dios.
II
ESCUELA DE HOMBRES LIBRES
No le bastó con ofrecerse a todos como Padre y quiso ser también hijo y hermano. Y se hizo presente, como
hijo de hombre, en una familia para enseñarnos a ser hombres y hermanos de los hombres. Hoy recordamos a aquella
familia de Nazaret, que podría servir de ejemplo para las familias cristianas.
DIOS EN UN HIJO DE HOMBRE
Sus padres iban cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había cumplido doce años,
subieron ellos a la fiesta según la costumbre...
Nos sorprende y nos emociona pensar que Dios ha querido ser Padre en lugar de ser amo,
como si, puestos a pensarlo, pudiera esperarse otra cosa de quien es amor; nos llena de alegría saber
que es su vida la que nos mantiene vivos, como si pudiera haber verdadera vida fuera de El. La
verdad es que a muy pocos les resulta difícil descubrir el bien y la belleza si nos llegan desde arriba:
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Diciembre - 87 -
mirar hacia arriba, tender hacia arriba, subir, ascender... Arriba, donde siempre han estado los
tronos de los poderosos y las cuentas de los ricos. Pensando así, nos habría sido muy difícil
entender qué es lo que significa que Dios es Padre. Por eso, en Jesús, él se vino abajo, para que lo
tuviéramos que encontrar, pequeño y sin fuerzas, como hijo, en una familia pobre y sencilla en la
que, además, se fueron planteando los mismos problemas, y en muchos casos mayores, que los que
tiene que afrontar la mayoría de las familias.
En Israel se alcanzaba la mayoría de edad a los doce años. Desde entonces el israelita se
consideraba miembro de pleno derecho de la comunidad religiosa judía (excepto para algunas
cuestiones, como el servicio de armas) y quedaba plenamente sometido a la Ley de Moisés; por eso
era a esta edad cuando los niños judíos acompañaban a sus padres por primera vez en la obligada
peregrinación anual de Jerusalén.
José y María eran dos israelitas piadosos, cumplidores de la Ley, observantes de las
costumbres y normas religiosas, y en ese espíritu querían educar a su hijo, Jesús.
UN HIJO INDEPENDIENTE
... y cuando los días terminaron, mientras ellos se volvían, el joven Jesús quedó en Jerusalén sin que se
enteraran sus padres.
Quienes tengan una idea algo tradicional de la familia, en la que todo gira alrededor de la
autoridad del cabeza de familia, entenderán con dificultad la actitud de Jesús, que se queda en
Jerusalén no sólo sin el permiso de José y María, sino sin decírselo siquiera.
Para Jesús, las relaciones familiares son importantes: quiso nacer en el seno de una familia
sencilla y crecer en ella, como cualquier hijo de vecino. Al terminar este relato, Lucas afirma que,
después de que sus padres lo encontraran «en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas», y después de algunas aclaraciones que José y María «no
comprendieron», «Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad». Pero la familia
ni tiene por qué ser un ámbito en el que la libertad y la independencia de todos quede subordinada a
la autoridad de uno de sus miembros, ni puede ser el principal centro de la vida de quien aspira a
romper todas las barreras que impiden a los hombres encontrarse y quererse como hermanos; la
independencia de Jesús en este relato anuncia la que, de modo definitivo, mostrará cuando María y
algunos de sus familiares pretendan acercarse a él quedándose fuera del grupo de los que lo escuchan: «Madre y hermanos míos son los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen por obra» (Lc
8,21).
LAS COSAS DE MI PADRE
¿Por qué me buscabais? No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi padre?
El sentido del episodio que acabamos de recordar está ya anunciado en el evangelio de este
domingo: Jesús tiene otro Padre y, por tanto, su familia según la carne no es su única familia y, ni
siquiera, la más importante: es el otro su verdadero Padre y pretende que todos sean sus hermanos.
Su origen humano no lo ata ni a una familia, ni a un pueblo, ni a una cultura, ni a unas
instituciones religiosas; él está en relación directa y privilegiada con el Padre del cielo; por eso él es
a partir de ahora el lugar de la presencia de Dios en la tierra. Su atención a los que sólo esta vez el
evangelio de Lucas llama maestros, los expertos en la Ley de Moisés, no muestra más que el
respeto a la experiencia de un pueblo que sintió intervenir a Dios en su historia para hacerlos
hombres libres, experiencia que sirvió de preparación para otra que la va a superar y que está ya a
las puertas: Dios va a intervenir de nuevo en la historia para ofrecer a todos los hombres la
oportunidad de ser aún más libres, dándoles la posibilidad de ser hijos y la de ser felices como
hermanos. Esa es la misión que trae a Jesús por esta tierra, y ante ella, todo lo demás pierde
importancia: la familia, las instituciones religiosas, la propia persona, la misma vida.
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La Sagrada Familia puede ser ejemplo de las familias cristianas sólo si la miramos desde la
perspectiva de Jesús. En ella el Hijo de Dios empezó a ser y aprendió a ser hijo de hombre, para
enseñarnos a ser hombres libres y a vivir como hermanos. ¿Son las familias cristianas escuelas de
hombres libres, libres de prejuicios para con los demás hombres?
III
JESUS SE EMANCIPA DE ISRAEL
Hemos llegado al último relato del mal llamado «Evangelio de la infancia». Los pocos que
se han atrevido a negar el carácter histórico de este relato le han atribuido valor legendario, han
buscado paralelos en otras culturas, han puesto de relieve trazos sobrehumanos propios de un niño
prodigio... Después las aguas han vuelto a su cauce, se ha mantenido su valor histórico y se han
extraído toda suerte de lecciones.
Acostumbrados ya a leer los relatos anteriores como una catequesis de adultos impartida a la
comunidad «para que compruebe la solidez de las enseñanzas con que había sido instruida» durante
el catecumenado, carece de sentido que Lucas se haya explayado aquí contándonos un incidente que
tuvo lugar cuando Jesús (según el cómputo judío) alcanzó el umbral de su vida adulta. Al igual que
en los relatos anteriores, Lucas se ha preocupado del sentido teológico de la escena, ya que en
ningún momento se ha propuesto escribir unas memorias -ni siquiera fragmentarias- de la vida
privada de Jesús, sino, por el contrario, desglosar su creciente personalidad y su progresiva emancipación de las categorías socio-religiosas de su entorno judío.
La escena no tiene correlativo en la presentación paralela que ha hecho de la persona y
futura actividad del precursor. Por eso Lucas la ha enmarcado entre dos colofones que se complementan mutuamente, como veremos en su momento. La escena tiene valor teológico. Sirve para
anticipar la nueva relación que se ha establecido entre Dios y el Hombre, relación que produjo
desconcierto entre sus connacionales, pero que dejó trazas en la memoria del pueblo fiel.
JESUS SE DESMARCA DE SU ENTORNO FAMILIAR
Lucas crea un marco apropiado para esbozar el que será el tema central de la nueva
enseñanza impartida por Jesús: el éxodo definitivo del hombre libre fuera de la institución judía.
Para ello nada mejor que las fiestas de Pascua, en que se rememoraba el éxodo de Egipto: «Sus
padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús había
cumplido doce años, subieron ellos según la costumbre, y cuando los días terminaron, mientras
ellos regresaban, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres» (2,41-43).
María y José, exactos cumplidores de la Ley, observaron escrupulosamente el período
prescrito (dos días como mínimo), y una vez cumplidos los ritos pascuales regresaron a su pueblo.
Lucas subraya que «subieron ellos según la costumbre», dejando entrever que Jesús no fue allí con
la misma intención, y que «mientras ellos regresaban» él se quedó. «Creyendo que iba en la
caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos;
al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca» (2,44-45).
La triple mención de «Jerusalén» (en sentido sacral) nos indica que lo que Lucas quiere
enseñarnos tiene que ver con la institución religiosa del judaísmo. Trece años era la edad requerida
para que un judío tomase parte activa en la comunidad israelita. A partir de esa edad, Jesús, como
buen judío, quedaría obligado a las observaciones de su religión. Pero de momento ya se ha
desmarcado de sus padres, parientes y conocidos, es decir, de su entorno familiar.
LAS ENSEÑANZAS RABINICAS SOBRE EL EXODO,
EN ENTREDICHO
«A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus
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Diciembre - 89 -
inteligentes respuestas» (2,46-47). Los «tres días» de búsqueda incesante indican que lo buscaron
por todas partes, menos en la dirección que Jesús había tomado. Encuentran a Jesús en una escuela
del templo, «sentado en medio de los maestros», es decir, no como un discípulo (no se dice que
estuviese sentado a los pies de los maestros judíos) ni siquiera como un maestro más (impartían la
enseñanza «sentados»), sino como el centro de una discusión entablada entre colegas a base de
preguntas y respuestas, cuya temática no podía ser otra que el sentido de la Pascua. Jesús, en lugar
de asistir a las ceremonias, había ido al templo para poner en entredicho la enseñanza tradicional de
los rabinos, mostrándose buen conocedor de las tradiciones de Israel y evidenciando su sentido
crítico frente a ellas. Los maestros judíos, a su vez (única ocasión en que Lucas los llama
«maestros»; en adelante los llamará «maestros-de-la-Ley» 5,17], «letrados» [5,21] o «juristas»
[7,30]), le harán preguntas, pero él sembrará el desconcierto entre sus filas (lit. los dejará «fuera de
sí») con sus «inteligentes respuestas». Lucas anticipa así la postrera enseñanza de Jesús en el templo
(cf. 19,47-21,38), cuando el Mesías declarará caduca la enseñanza judía.
LAS TRADICIONES PATRIAS, DEJADAS A UN LADO
«Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué te has portado así
con nosotros? ¡Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!" El les contestó: "¿Por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?" Pero ellos no
comprendieron lo que les había dicho» (2,48-50).
El reproche de la madre es el del Israel fiel que ha intentado por todos los medios integrar a
Jesús en su pasado nacional y religioso. «Tu padre» recalca el vínculo legal y le recuerda a Jesús el
papel de José en su educación y comportamiento ante la Ley. No conciben que el Mesías pueda
separarse de la tradición representada por ellos.
Jesús habla por primera vez en el Evangelio y corrige el dicho de María: se extraña de que lo
'buscaran', puesto que tenían suficientes elementos de juicio para llegar a comprender que, según
designio divino («tengo que estar»), no era en el templo como lugar de sacrificios donde debían
buscarlo (cf. 19,46: «cueva de bandidos»), sino como lugar de la presencia divina («en lo que es de
mi Padre»), presencia que Jesús ve reflejada solamente en la Escritura antigua: por eso discute con
los maestros de Israel que se arrogaban el derecho de interpretarla en exclusiva.
Al llamar a Dios «mi Padre», Jesús se independiza de los suyos y rompe con la integración
en la cultura religiosa de Israel que éstos han querido efectuar. Con la incomprensión de «sus
padres», Lucas anticipa ya la incomprensión de que será objeto por parte de todos: dirigentes de
Israel, pueblo y discípulos.
LA LARGA ESPERA EN EL ANONIMATO DEL PUEBLO
«Bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo
aquello en la memoria» (2,51). Lucas no podía ser más lacónico. Los plumíferos, buscadores de
noticias de primera plana, deberán estrujar su cerebro para conseguir un guión que satisfaga la
curiosidad de un público infantilizado.
Pero Jesús sigue allí, entre los suyos, como uno más. Ni siquiera se ha retirado al desierto.
No cuestiona la autoridad de sus padres, aunque ésta haya quedado muy relativizada en la escena
paradigmática del templo. Todavía no ha llegado el momento de que manifieste su libertad.
Jesús acumula imágenes y experiencias, escucha el clamor de su pueblo humillado y
oprimido, conoce de cerca su entorno, los problemas de su gente, las represalias provocadas por los
fanáticos, la connivencia de las autoridades políticas y religiosas con los invasores. Asiste a la
sinagoga, escruta con diligencia las Escrituras, discute con los rabinos.
Sus padres no comparten en absoluto el comportamiento tan singular de este joven, pero
María sigue almacenando en su memoria experiencias y recuerdos (cf. 2,19) cuyo significado no
llega a comprender: la mención de «su madre» al principio, en el momento del encuentro, cuando le
formula el reproche (2,48b), y al final, una vez Jesús se ha sometido de nuevo a la patria potestad
(2,5 1d), enlaza la pregunta/reproche con la grabación en la memoria de la respuesta de Jesús;
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María, aun cuando no lo comprenda, no se cierra en banda, antes bien, lo guarda en su interior a la
espera del momento en que el resto de Israel, a quien ella representa como «madre» del Mesías,
acepte y dé su adhesión a un Mesías que no está sujeto a las tradiciones patrias, pues tiene a Dios
como a único Padre.
SEGUNDO COLOFON:
CRECIMIENTO DE JESUS EN TODOS LOS SENTIDOS
«Jesús iba progresando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres» (2,52). El
primer colofón, tras la primera vuelta a Nazaret, habla del crecimiento del niño. En este segundo
colofón ya no se habla propiamente de «crecimiento», sino de «progreso», como compete a un
joven: «Jesús», precisa ahora (no ya «el niño», cf. 1,80a; 2,40a), sigue adelantando en «saber» (cf.
2,40b; tanto él como Juan Bautista serán reconocidos más tarde como «maestros»), en «madurez»
personal asociada al crecimiento en edad, más que en estatura física (el término griego es
ambivalente), y en «favor/gracia» no sólo «ante Dios», sino ahora también «ante los hombres».
De hecho, los dos colofones que conciernen a Jesús se corresponden con el único colofón
relativo a Juan. Este tenía dos partes, la que hacía referencia a su «crecimiento» personal (1,80a) y
la que anticipaba cuál sería su concepción de la sociedad, «residía en lugares desiertos», y el
alcance de su misión, su «presentación ante Israel» (1 ,80b). El primer colofón resume el
«crecimiento» personal de Jesús en términos muy parecidos al de Juan, pero sin adelantar nada
respecto a su futuro; el segundo, después de la ruptura de Jesús con las tradiciones ancestrales,
apunta el alcance universal de la futura misión de Jesús, «ante Dios y los hombres», en contraste
con la del Bautista, «ante Israel».
IV
Los textos litúrgicos de hoy están puestos con una “clave de interpretación previa” que es la
familia. Al celebrar la Sagrada Familia se pretende mostrar qué se dice de ella en los textos que se
presentan.
El texto de la Sabiduría de Sirac no hace sino comentar el mandamiento que dice “honra a tu
padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahvé tu Dios te va a dar”
(Ex 20,12; Lv 19,3; Dt 5,16). La importancia de este mandamiento no sólo viene dada por el primer
lugar que ocupa en la serie que refiere a los miembros del pueblo de Dios, sino también por la
extensión (notar que en los restantes se expresa simplemente aquello que se debe no hacer, por
ejemplo: “no matarás”) en la que se expresa la bendición que espera a quien cumpla este mandato
que es, por otra parte, positivo (los restantes son “negativos”: “no hagas...”).
Para esta lectura se han seleccionado sólo unos versículos, e incluso se ha añadido el v.17
que no refiere propiamente a la relación con los padres sino al modo de obrar en la vida, aunque
aquí se pretende aplicarlo al “cuerpo familiar”.
Podríamos decir que el texto amplia la bendición (y la maldición) que Dios promete a quien
cumple o deja de cumplir este mandamiento.
Ciertamente que podría decirse que en realidad se presenta aquí a la “familia” de un modo
muy parcial, como es frecuente en la literatura sapiencial, solo en la relación de los hijos con
respecto a los padres y no a la inversa. En realidad, la vida familiar en el antiguo Israel era bastante
compleja y muy diferente a nuestro modo de vida contemporáneo. Seguramente en el libro bíblico
de Tobías se puede ver, en una pintoresca narración, casi una parábola, cómo era una familia en este
tiempo y qué se espera de los hijos, de los matrimonios, de las mujeres. Remitimos a este librito
para una mayor comprensión.
El Salmo presenta muchas semejanzas con el salmo que le antecede en cuanto al tema y la
estructura (se repiten los temas de la casa, la bendición de los hijos, la alegría, el esfuerzo humano).
El esquema es sencillo: presenta en paralelo la referencia a los que “temen a Yahvé” (vv. 1 y 4)
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Diciembre - 91 -
centrándose la primera parte en una bienaventuranza que concluye con una doble imagen vegetal, y
la segunda parte en una bendición que concluye en una imagen nacional. Lo fundamental es que la
familia goce de la bendición de Dios, bendición que se expresa en una bienaventuranza (la palabra
“feliz” se repite en los vv.1 y 2) que habla de la fecundidad de la esposa, la experiencia de que
“todo va bien”, una larga vida... Como es frecuente, la idea de la bendición se expresa en imágenes
vegetales: la vid, el olivo; los frutos hablan de la prosperidad pacífica producto del trabajo. Esto da
paso a la bendición (la palabra se repite dos veces en vv. 4 y 5) propiamente dicha que mira al
futuro de la familia y al futuro del pueblo de Dios a quien se le augura shalom (paz).
Propiamente hablando la felicitación se dirige a un “tú” que es -en primer lugar- un varón
(notar que el varón no tiene su correspondiente imagen vegetal, sino que la tienen sus relativos:
mujer, hijos). Se refiere a su familia reunida en torno a la paz de la mesa. Pero hay varios elementos
que dan un paso a una nueva imagen: Israel, el pueblo de Dios, que no sólo es frecuentemente
imaginado como una vid o como un olivo, sino que también es presentado con una imagen maternal
(ver Ez 19,10-11), así encontramos los términos: Sión, Jerusalén, Israel. La familia del israelita fiel
es imagen del pueblo fiel al que Dios bendice haciendo fecunda su vida.
La carta a los Colosenses merece alguna atención especial. Hoy, la mayoría de los
especialistas afirma que está escrita por un discípulo de Pablo. La liturgia la incorpora en la fiesta
de hoy fundamentalmente por los versículos 18-21 donde se encuentran las dos primeras partes de
lo que se llama habitualmente un “código familiar”, es decir, lo que se espera que viva una “buena
familia”. Estos códigos, en el NT, se encuentran en las cartas de influencia paulina pero que -en
general- se consideran tardías. Veamos brevemente algo de la carta, con un paréntesis sobre estos
códigos domésticos.
La serie de exhortaciones que viene desde 3,5 y los términos que se utilizan nos remiten a un
marco de catequesis bautismal (“en otro tiempo”, “revístanse del hombre nuevo”, “no hay griego y
judío, circuncisión e incircuncisión..., “en el nombre del Señor Jesús””). El marco ético nos lleva a
decir cómo espera el autor que viva el bautizado, de allí los frecuentes imperativos y los verbos que
de ellos dependen. En el uso del texto en la liturgia, preparan lo que se espera de la familia, pero
vayamos al texto.
Vv.12-17: el obrar del creyente está movido por el amor (agápe) que es lo principal (v.15).
El bautizado deberá repetir lo que Dios obra con él, hacia los hermanos. Las virtudes que se espera
que viva, son semejantes a la lista que encontramos en Gal 5,22-23 lo que nos hace pensar que el
autor las ha retomado y reelaborado, como lo viene haciendo desde v.5. Como es frecuente en toda
la carta, la motivación de todo obrar es cristológica: “como el Señor (Cristo)”, “la paz de Cristo”,
“la palabra de Cristo”, “hagan todo en el nombre del Señor Jesús”. La transformación que opera el
bautismo consiste en asemejarnos más y más a Dios (vv.10-11), Cristo es el modo de obrar del
bautizado. Este modelo cristológico de obrar se vuelve “perfecto” en el amor que une plenamente a
los miembros del cuerpo. La cristología de Colosenses se expresa eclesiológicamente porque Cristo
es la cabeza del cuerpo; del mismo modo, la paz de Cristo -que tiene su origen en Cristo- se
manifiesta eclesiológicamente en “un sólo Cuerpo”. En v.16 el imperativo afirma que “la palabra”
debe habitar en el bautizado. Tres verbos en participio dependen de este imperativo: enseñar,
exhortar, cantar. La palabra de Cristo que abunda en la comunidad de los bautizados se expresa
como enseñanza, exhortación y oración. La palabra de Cristo sigue viva y actuante en la palabra de
su cuerpo eclesial (notar que la cristología de Colosenses es tan fuerte que casi ha desaparecido la
referencia al Espíritu Santo). La “acción de gracias” (una vida “eucarística”) indica que toda la vida
del bautizado es una vida de relación con el Señor, un encuentro y respuesta a la gratuidad del amor
de Cristo.
Vv.18-21 (en realidad el “código doméstico” finaliza en 4,1, pero en la lectura de hoy se ha
omitido la relación esclavos-“señores”) presenta la vida de los bautizados al interno de la “casa”,
aunque algunos proponen que esta sub-unidad haya sido añadida posteriormente al texto. Muchos
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Diciembre - 92 -
manuscritos griegos no incorporan a los maridos los términos relativos: “de ustedes”, que las
lecturas generalmente presentan. El problema se da, especialmente, porque sacado de contexto,
parecería que deba entenderse que las mujeres deben obedecer a los varones en toda circunstancia y
lugar. Pero aunque el griego no diga “sus mujeres”, “sus maridos” debe incorporarse ya que es
evidente que el “código doméstico” está hablando de las relaciones al interno de la “casa” y no de
las relaciones de género. ¿Qué es lo que “conviene en el Señor”? No parece que el texto refiera a
que el “orden establecido” es algo “fijado” por el Señor, sino que el Señor les hace saber que ese es
el modo de vida que conviene en ese momento: en Colosenses la sabiduría, la experiencia, el
presente son importantes para la vida del bautizado, no así la “bendición” de un orden social. De la
mujer se espera sumisión, mientras que de los hijos (y esclavos) se espera obediencia. La primera
supone una posición de superioridad jerárquica, mientras que la segunda supone una dependencia
de la voluntad. La mujer debe encontrar su lugar en una sociedad en la cual el marido es tenido por
superior a ella, y que debe manifestarse como respeto. Del marido se pretende “amor” (agape), que
en realidad se dice de todos los bautizados. De este modo, quien es tenido por superior debe
conducirse hacia todos, incluso los tenidos por inferiores en una búsqueda de paz, y de unidad
basada en la humildad y la bondad. La superioridad le viene “dada de afuera”, pero al interno de la
comunidad de los bautizados la vida de Cristo pretende un “vínculo de perfección” que da el amor.
Es por eso que no da un motivo por el que “deba” amar a su mujer, es algo que ya está dicho y
sabido. Los hijos deben “obedecer” porque es agradable “en el Señor”. En este caso sí hay
motivación, pero nuevamente la motivación con el jerárquicamente superior es cristológica mientras
que la motivación con el “inferior” es humanitaria. La idea de “en el Señor” es además
eclesiológica. supone padres e hijos cristianos, supone una escucha sapiencial para crecer en la
sabiduría. Del mismo modo, pretende que los padres (¿los padres varones o padre y madre?) no le
vuelvan la vida imposible a los hijos para que no se desalienten. El “palo”, los castigos en la
enseñanza podían llegar a ser brutales, y el autor pretende que los hijos quieran crecer en sabiduría
y no queden a mitad de camino desalentados por el temor.
Los códigos domésticos: Ya desde Aristóteles -en la Política- y en la literatura estoica
encontramos estos códigos. En ellos se señala cómo se espera que sea un buen “pater familias”, esto
es, en quién está el eje de la sociedad. La sociedad antigua del Mediterráneo estaba centrada en la
ciudad, y la ciudad basada en “la casa”: “toda la ciudad se compone de casas” (Aristóteles). Una
casa era una especie de “ciudad en miniatura”, donde había jerarquías, esclavos, trabajadores, e
incluso familias en cierta relación de dependencia (hijos casados que seguían viviendo en esta
“familia grande”). Un buen “padre de familia” era el que lograba mantener la armonía, la paz al
interno de la familia. Ese es quien podía pretender ser autoridad en la ciudad. “Las partes primeras y
mínimas de la casa son el esclavo y el amo, el marido y la mujer, el padre y los hijos” (Aristóteles;
hay muchos otros textos que hacen referencia a estas relaciones). La relación casa-ciudad es tan
estrecha que la ciudad es una casa grande y la casa es una ciudad pequeña. Y el varón - padre - libre
es el que concentra la autoridad. Así entre “economía” (leyes de la casa, oikos) y “política” (orden
de la ciudad, polis) hay una relación muy estrecha. Del pater familias se espera que sea obedecido, y
a él se dirige todo lo escrito. En el texto de Colosenses hay una serie de novedades, en primer lugar
que el texto se dirige también a las partes débiles (mujeres, hijos, esclavos): ellos son sujetos, no
objetos de un orden a mantener. Ellos tienen una responsabilidad en el mantenimiento de la paz. Por
otra parte, la parte fuerte (varón, padre, amo) es exhortada con respecto a los débiles, lo que no era
frecuente en los códigos. Finalmente, la motivación no viene dada por el “orden”, la “ciudad”, sino
por una motivación teológica. La cristología - eclesiología es lo que da razón de ser a estos códigos
domésticos como es evidente en la teología de Colosenses.
Sin embargo todavía debemos formularnos una pregunta: ¿por qué el discípulo de Pablo
recurre a estos códigos que parecen limitar la libertad que trae el NT. Podríamos decir muchas
cosas, y sobre esto se ha escrito mucho, señalemos simplemente unos elementos:
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Diciembre - 93 -
(1) riquezas y pobrezas de la encarnación: evidentemente sin encarnación, la palabra de Dios
queda “en el aire”, es “pura teoría”, la encarnación la “muestra”, le da “mordiente”. Encarnar la
palabra de Dios supone vivirla, no solo predicarla. Sin embargo, al vivirla, al mostrarla, se limita o
se cierra a “otros modos” de hacerlo. Al encarnarse, por ejemplo, Jesús se hace judío, varón,
antiguo, y parecen “quedar afuera” los paganos, las mujeres, nuestros contemporáneos. Ciertamente
algunas lecturas fundamentalistas olvidan esta dinámica de la encarnación y pretenden acorralar y
anular otras encarnaciones. Esto vale, en nuestro caso, para los códigos domésticos. Cuando el
movimiento cristiano empieza a encarnarse, especialmente cuando lo hace en el mundo urbano
mediterráneo, asume los elementos propios de su tiempo, cultura y espacio. Entre otras cosas, los
“códigos domésticos”. Pero no los asume “así nomás”, sino que los “evangeliza”, dándole un lugar
a los débiles que no tenían, un sentido teológico, más que de “orden establecido”, y exhortando al
fuerte a mirar muy atentamente el bien de la parte débil. Es cierto que a medida que la
“encarnación” se va concretando más y más, muchas cosas empiezan a confundirse. Siempre es un
riesgo confundir “una” encarnación con lo que es encarnado. Esto se ve, particularmente, en el lugar
que el mundo greco-romano daba a la mujer y la “encarnación” que esto implicó.
(2) La mujer: en los escritos de Pablo, no parece que se hiciera mayores diferencias entre la
mujer y el varón; es más, “en Cristo no hay macho ni hembra” afirma en Gal 3,28 en una reflexión
bautismal. El bautismo nos sumerge “en Cristo” y se eliminan todas las diferencias jerárquicas que
hacen que unos se vean como superiores a los demás, “ni esclavo ni libre”, sigue el texto. Sin
embargo, al “encarnarse” el evangelio en la cultura y ambiente urbano, algunas de estas cosas
podían aparecer como obstáculos para la conversión, y los evangelizadores quisieron mostrar que
los “valores culturales” (en este caso los “códigos domésticos”) podían “bautizarse”. El problema es
que esto llevó -con el tiempo, y especialmente con influencia griega- a un lugar cada vez más
relegado de la mujer, en la casa, en la ciudad y en la iglesia. Si en las cartas paulinas la mujer podía
moverse libremente en la comunidad, ya en las cartas de sus discípulos -como Colosenses o
Efesios- esta debe ocupar un lugar determinado (códigos domésticos); en las cartas más tardías
(Tito y 1 y 2 Timoteo), la mujer es todavía más relegada al silencio (e incluso de esta época parece
ser el texto que se añade a 1 Cor 14,33-34). Que esto siguiera en esta dirección sirve -en nuestros
días- para ver claramente que cuando una “encarnación” pierde su matriz evangélica, se corre el
riesgo de confundirla con el mismo “evangelio”. Los códigos domésticos sirvieron para la
evangelización en la segunda generación cristiana, pero ciertamente debieran hoy re-hacerse de
acuerdo a los valores de nuestra cultura, y no sólo de deberá omitir a los amos y a los esclavos (a
pesar de las ‘modernas’ esclavitudes), sino que se podrían incorporar nuevas relaciones: patrones trabajadores, gobernantes - gobernados... y valorar con nuevos ojos el lugar que debe ocupar en la
casa, la ciudad y la iglesia la mujer... y los jóvenes. Si el recurso a los códigos pretendió, contra las
costumbres de su tiempo, dar espacio a la parte débil, y exhortar a la parte fuerte, mucho más
debería tenerse hoy en cuenta con el nuevo lugar de la mujer en la sociedad, y el compromiso de la
comunidad cristiana con los débiles y oprimidos de la sociedad. Hacer de los “códigos domésticos”
una suerte de “dogma” es no haber leído ni a Pablo, ni a sus discípulos como palabra viva sino
como letra muerta, y de esto es lo suficientemente grave como confundir la palabra de Dios con un
poco de papel y de tinta.
El Evangelio de Lucas, como es sabido, no pretende hacer una presentación de la “Sagrada
Familia”, aunque haga referencia a los padres de Jesús. Veamos el texto y digamos, después, algo
de la familia de Nazaret.
El texto tiene algunos elementos que enriquecen el relato, y otros elementos que parecen sin
importancia, casi a modo de leyenda. Las opiniones de los autores se mueven entre extremos, desde
los que opinan que es un hecho histórico, confiado a Lucas por María y que presenta a Jesús como
la “Sabiduría personificada” de la que hacen referencia los escritos sapienciales, hasta los que
afirman que es un relato legendario y sin ningún sustento, al estilo de algunos narrados por los
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Diciembre - 94 -
evangelios apócrifos. Hay elementos que “incomodan”, como por ejemplo, ¿por qué no entienden
los padres de Jesús su referencia al “padre” si ya conocen lo extraordinario de su nacimiento?
Además, hay elementos que no son claros: la frase “a los tres días”, ¿es una alusión velada a la
resurrección? ¿cómo hay que entender “en lo de mi padre”? La actitud de Jesús sentado entre los
maestros, ¿es de discípulo o de docente? Hay muchos elementos que pueden discutirse y
cuestionarse. En este espacio daremos nuestra opinión dejando claro que no es la única y en otros
escritos se encontrarán otras opiniones.
El marco es típicamente de Lucas. Jesús, en su evangelio, “sube a Jerusalén” una vez, para
la Pascua. Allí confluye todo el relato del Evangelio, el cual -como se sabe- dedica un importante
bloque a este viaje a la Ciudad Santa. El marco de este relato también es un viaje a Jerusalén para la
pascua. Es cierto que otros elementos no parecen propios de Lucas, por lo que se ha propuesto -y
nos parece probable- que el evangelista haya conocido este relato y -con ligeros retoques- lo haya
incorporado tardíamente a su evangelio; el final de v.52, muy semejante a v.40 es un nuevo
elemento que invita a esta conclusión (Lc incorpora un texto y para “cerrar” el bloque, repite la idea
con la que antes lo había terminado). Así se comprende, por ejemplo, que los padres no
comprendieran el dicho de Jesús (y que José sea presentado como “padre”, cuando en el conjunto
de textos anteriores sabemos bien que no lo es. Probablemente, el texto que Lucas incorpora no
conociera el dato de la concepción virginal). El relato no pretende entrar en detalles, por eso es
inútil preguntarse por qué los padres lo olvidan, pierden o dejan; a lo que el texto apunta es a
destacar el encuentro y las palabras de Jesús, que es lo principal de la unidad. Jesús las pronuncia a
partir de las palabras de su madre, en juego de palabra, por lo que tampoco estas son fundamentales
para el comentario.
Que Jesús esté “sentado en medio de los maestros” no debe verse necesariamente como algo
extraordinario. Estar “sentado” puede ser la actitud de enseñar (Lc 5,3; ver Mt 23,2; 26,55) pero
también la del discípulo (Hch 22,3). El hecho -inusual en Lc- de que los llame “maestros” parece
invitar a la segunda. Lucas ha manifestado predilección por los pares de miembros (“parientes y
conocidos”, v.45, por ejemplo), “talento y respuestas” parece, entonces, algo frecuente en él. Ya
sabemos, y se repetirá, que Jesús crece en sabiduría, es lógico, entonces, que tenga talento y haga
preguntas, pero esto no habla de que sea “la sabiduría” sino que “crece en ella”, como lo confirman
los dichos que Lc pone a modo de marco en vv.40 y 52).
La pregunta de la madre lleva a la afirmación de Jesús sobre el padre, pero -“debía estar en
lo de mi padre”- puede entenderse de diferentes maneras: en los “parientes” de mi padre (en ese
caso se referiría a los “maestros”, lo que resulta extraño), en “la casa de mi padre” y se referiría al
Templo, o en “las cosas de mi padre” y se referiría a su formación en la lectura de la ley. La
referencia al Templo es probable dado que en los evangelios de la infancia hay una insistencia en la
fidelidad de los padres de Jesús a las cosas mandadas por la ley, y al comienzo se nos ha insistido
en que peregrinaban todas las pascuas al templo, tal como estaba mandado (más allá de si un
muchacho de 12 años debía o no hacerlo). Sea como fuere, el acento está puesto en la respuesta de
Jesús, particularmente en la referencia a su “padre”. La cristología había ido avanzando en el
reconocimiento de la filiación divina de Jesús. Lo que en textos como Rom 1,3-4 era dicho desde la
resurrección (“constituido hijo de Dios por la resurrección”), al ponerse en narrativa evangélica era
dicho desde el bautismo ( “tú eres mi hijo...”, Mc 1,11). Sin embargo, Mateo y Lucas remontan a la
infancia, y entonces señalan que esta filiación está dada desde el comienzo (Mt 2,15; Lc 1,32), por
intervención del Espíritu Santo (Mt 1,20; Lc 1,35). Esto queda claramente destacado en este texto
donde Jesús afirma claramente su filiación divina: “mi padre” refiere indiscutiblemente a Dios,
especialmente en el contraste dado en el texto con la paternidad de José.
Podemos decir, entonces, que el texto destaca una proclamación cristológica presentada en
un relato que puede tener elementos legendarios o meramente narrativos, pero que pretende señalar
esta relación entre Jesús y su Padre celestial como fundamental de toda su vida (“debía”) y lo que
marcará su ministerio.
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Son pocos los textos en el NT en los que se presenta a la “Sagrada Familia”, y aunque el
texto no tiene la intención precisa de hablar “sobre” ella, hace referencia a ella al incorporarlos en el
relato. Es característico de la narración de Lucas que se destaque la fidelidad de los padres de Jesús
a lo que está mandado en la ley; en este texto los encontramos peregrinando a Jerusalén para la
Pascua. E incluso, aunque no se centre en ellos el relato, es en este “marco familiar” donde Jesús
aprende la fidelidad a las cosas de su Padre, donde crece en sabiduría y donde “les estaba sumiso”,
porque observa el mandamiento de honrar padre y madre (ver Prov 3,4). El relato se nos presenta,
entonces, como una transición entre la infancia, de la que había venido hablando y la adultez de la
que comenzará a hablar a continuación; transición en la que su familia ocupará un rol fundamental.
Reflexión
El marco “folclórico” del Evangelio de hoy nos muestra algo que es aparentemente
frecuente: una peregrinación: “todos los años”, “para la Pascua”, “Jerusalén”. Así nos encontramos
a María y José presentados como judíos fieles, y personas religiosas, y buenos padres en la
educación de su hijo. Dentro de esto habitual, ocurre lo inesperado: el muchacho se pierde, y lógicamente- los padres se angustian. Dejemos de lado el marco que nos puede llevar a equívocos,
como preguntarnos cosas a las que al autor del relato no le interesaba dar respuestas. Lo que
importa, sobre todo, es presentar a Jesús, lo cual es lo que siempre hacen los Evangelios. María y
José son -entiéndase bien- “actores de reparto” en esta “escena”, ellos son el “marco” religioso en el
que se desarrolla la vida de Jesús. Por esa religiosidad es que aunque no comprendan los planes de
Dios ("no comprendieron la respuesta que les dio") igualmente los meditan y rumian en el corazón.
Es a ellos a quienes Jesús les está sujeto. Es con ellos con quienes Jesús peregrina "como de
costumbre" al Santuario. Es de ellos de quienes Jesús aprende y con quienes crece "en sabiduría y
en gracia"...
Como es evidente, y el mismo dramatismo de la escena lo pone de manifiesto, la clave está
en el re-encuentro. Dos cosas llaman especialmente la atención: el niño entre los doctores, y la
respuesta del muchacho a la pregunta de la madre. Generalmente se ha puesto más de realce la
primera, pero parece que el acento debe ponerse en la segunda. Vemos: no se dice que el joven
“enseñe”, sino que “pregunta y responde”, lo cual puede ser una actitud de discípulo, no
necesariamente de maestro (algunos han pretendido que estar “sentado en el medio” era una actitud
doctoral, pero también puede ser actitud de discípulo). Lo que sí es importante en esto: la sed de
aprender las cosas de Dios que nos manifiesta el hecho de que Jesús se haya quedado en el templo,
y que en lugar de estar preocupado por estar perdido esté atento a “dejarse enseñar”. El niño no
manifiesta angustia, sino sabiduría. La sed de Dios que los padres le han inculcado con el ejemplo
de vida piadosa, files a la Ley, atentos a los profetas, respetuosos de las fiestas no ha caído en saco
roto, sino en tierra fértil, y los doce años son buena edad para empezar a manifestarlo. Lo que el
niño manifiesta, entonces, es una gran sed de Dios, de conocer sus caminos, y así como muchos en
el futuro se admirarán de sus milagros y de que hable con autoridad, así ahora se admiran de sus
preguntas y respuestas. La familia empieza a mostrar su retoño.
Aunque ya sepamos que el nacimiento de Jesús es virginal, la madre hace referencia a “tu
padre y yo” para dar paso a la re-pregunta de Jesús: ¿no sabían? “Lo de mi padre” puede
interpretarse de diferentes maneras, pero sobre todo destaca que Jesús se reconoce como “hijo de
Dios” y esto está en el centro del relato. Una de las cosas más importantes que se dicen de Jesús en
todo el Nuevo Testamento es que es hijo de Dios, y esto ya se señala claramente desde la infancia.
Pero esa relación tan estrecha y personal con su padre del cielo, encuentra un “humus” en su familia
en la tierra que con la palabra y el ejemplo le muestra el camino de la fidelidad, la docilidad y
verdadera sabiduría “sabiendo” reconocer la voluntad de Dios.
Hoy la liturgia nos presenta a Jesús y a sus padres; mirándolos podremos aprender la
verdadera religiosidad, la de quienes están dispuestos a dejarse enseñar por Dios aunque no
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Diciembre - 96 -
comprendamos muchas veces, la de rumiar las cosas de Dios para dejarlo crecer en nuestro corazón
y buscar, a veces a oscuras, que se haga su voluntad y su proyecto. Así, en esa búsqueda y fidelidad,
aprenderemos a andar en los caminos de Dios, de quien Jesús nos hizo hijos.
Para la revisión de vida
No hay un único modelo de familia cristiana, eso es algo que lo sabemos muy bien;
pero, sea del tipo que sea mi familia, ¿trato de vivir en ella los valores evangélicos? ¿Cómo? ¿Qué
espera más de mí mi familia?
Para la reunión de grupo
El quinto mandamiento del Decálogo corresponde con nuestro cuarto mandamiento, y reza
así: “Honra a tu padre y a tu madre”. ¿Es un mandamiento judío, o cristiano? ¿Sería un
mandamiento «revelado» o «natural»?
San Pablo no nos propone nada específica y originalmente cristiano sobre cómo ser cristiano
en casa; nos propone una ética familiar llena de lógica sensata y entrañablemente humana. ¿Es que
no hay una «ética o moral cristiana de la familia»? ¿Hay un modelo «cristiano» de familia? ¿En qué
sentido?
El Evangelio, ¿nos da una lista de valores que podríamos calificar como propia de una
familia cristiana o, simplemente, nos invita a que nuestra familia esté abierta a Dios para que
acojamos confiadamente su palabra y su plan en nuestras vidas?
La moral cristiana sobre la familia ¿debe estar recogida en la legislación civil? ¿Por qué?
Repasemos el caso del divorcio, por ejemplo. (Abordar otros casos, si da tiempo:
Para la oración de los fieles
Por toda la Humanidad, para que los cristianos colaboremos a hacer de ella una verdadera
familia en la que no haya discriminaciones sino que reinen la justicia, el amor y la fraternidad.
Oremos.
Por todos cristianos, para que seamos solidarios en la tarea de hacer de este mundo una
única familia humana llena de paz y fraternidad. Oremos.
Para que ayudemos a construir una sociedad que ayude a las familias a vivir el amor, sin
imponer un modelo único de familia, ni siquiera «el modelo cristiano»...
Por las familias cristianas, para que estén abiertas a todas las transformaciones positivas que
vive hoy la institución familiar. Oremos.
Por las familias rotas, los hijos que sufren las consecuencias de una separación, los que estén
alejados de sus familias, los que no aciertan a saber convivir con los suyos. Oremos.
Por las familias sin vivienda, sin trabajo, emigrantes. Oremos.
Por nuestras familias, para que vivamos en coherencia con nuestra fe, trabajando por el
Reino. Oremos.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que en la Sagrada Familia nos enseñas cómo hemos de buscar
siempre y por encima de todo tu voluntad; enséñanos a parecernos a ella para que, unidos por los
lazos del respeto, la comprensión y el amor, trabajemos siempre por tu Reino. Por Jesucristo.
O bien:
Oh Dios, Padre, Madre, Amante, Amigo, Amiga... Familia primordial, origen fontal del Ser,
raíz última de la Realidad... Tú que no eres encuadrable en nuestras categorías familiares, danos tu
Luz y tu Fuerza para que nos ayuden a vivir según tu mismo Amor. Nosotros te lo pedimos por
Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
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Lunes 27 de diciembre
Juan, apóstol y evangelista
EVANGELIO
Juan 20, 2-8
2
Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto de
Jesús, y les dijo:
-Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.
3
Salió entonces Pedro y también el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. 4Corrían los
dos juntos, pero el otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y llegó primero al
sepulcro. 5Asomándose vio puestos los lienzos; sin embargo, no entró. 6Llegó también Simón Pedro
siguiéndolo, entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, 7y el sudario, que había cubierto
su cabeza, no puesto con los lienzos, sino aparte, envolviendo determinado lugar. 8Entonces, al fin,
entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó.
COMENTARIOS
I
2 Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto
de Jesús, y les dijo: «Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto».
La reacción de María es de alarma. Avisa a los dos discípulos por separado. Como lo
había anunciado Jesús, su muerte ha provocado la dispersión de los suyos (16,32).
En vez de anunciarles el dato objetivo, que la losa estaba quitada, María les propone su
propia interpretación del hecho: se han llevado al Señor. Lo que era señal de vida (el sepulcro
abierto) no lo ve como tal. Llama a Jesús "el Señor", pero para ella es un Señor impotente, que
está a merced de lo que quieran hacer con él. El plural no sabemos indica la desorientación de la
comunidad.
Ésta se siente perdida sin Jesús. Hay una actitud de búsqueda, pero buscan a un Señor
muerto. Él era su fuerza y su punto de referencia; al creerlo reducido a la impotencia, la
comunidad queda ella misma sin ánimos y sin norte.
3-5 Salió entonces Pedro y también el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían
los dos juntos, pero el otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y llegó
primero al sepulcro. Asomándose vio puestos los lienzos; sin embargo, no entró.
Nueve veces se menciona el sepulcro en esta perícopa, mostrando que la idea de Jesús
muerto es la que domina en los suyos. Nadie recuerda que el sepulcro está en un huerto, lugar de
vida (19,41).
Ante la noticia que les da María, ambos discípulos tienen la misma reacción: ir al
sepulcro. Los dos corren juntos, mostrando su interés por lo sucedido y su adhesión a Jesús.
Durante el trayecto, sin embargo, se produce una diferencia: el discípulo predilecto de Jesús se
adelanta a Pedro.
Las dos veces que hasta ahora Pedro y ese discípulo han aparecido juntos (13,23-25;
18,l5ss), este último ha tenido ventaja sobre Pedro. También ahora, el que ha estado junto a la
cruz (19,26) y ha visto su fruto (19,35) corre más deprisa. Pedro, llamado aquí dos veces por el
mero sobrenombre, aludiendo a su obstinación (cf. 13,6.37; 18,16.17.18.25.27), concibe todavía
Diciembre - 98 -
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la muerte de Jesús como un fracaso, no como muestra de amor y fuente de vida (12,24). Tras las
negaciones, ha vuelto a la adhesión a Jesús, pero sigue sin aceptar su entrega.
El discípulo encuentra que la losa está quitada y que los lienzos ya no atan a Jesús
(19,40); los ve puestos, extendidos, como sábanas en el lecho nupcial. Distingue la señal de la
vida, pero no la comprende. Debería deducir que Jesús, desatado de los lienzos, se ha marchado
por sí solo (cf. 11,44, de Lázaro: Desatadlo y dejadlo que se marche), pero no concibe aún que la
vida pueda superar a la muerte.
El discípulo no entra en el sepulcro; va a ceder el paso a Pedro. Después de las negaciones
de éste (18,15-17.25), es un gesto de aceptación y reconciliación.
6-7 Llegó también Simón Pedro siguiéndolo, entró en el sepulcro y contempló los lienzos
puestos, y el sudario, que había cubierto su cabeza, no puesto con los lienzos, sino aparte,
envolviendo determinado lugar.
Pedro sigue al otro discípulo; el más cercano a Jesús marca el camino. Al contrario que
éste, Pedro no se detiene a mirar, entra directamente. También él ve los lienzos puestos.
Descubre, además, el sudario, símbolo de muerte (11,44, de Lázaro), aunque éste no había
cubierto la cara de Jesús, ocultando su personalidad; solamente su cabeza, porque su muerte era
un sueño (19,30). No está puesto con los lienzos, sino colocado aparte, envolviendo determinado
lugar.
Lo extraño de esta expresión indica un segundo sentido. De hecho, “el lugar” denota en
este evangelio el templo de Jerusalén (4,20; 5,13; 11,48) o, por contraste, el lugar donde se encuentra Jesús, nuevo santuario (6,10.23; 10,40, etc.). Aquí este “lugar”, separado del de Jesús
(donde están los lienzos), designa el templo. El significado es, pues, el siguiente: al matar a Jesús,
los dirigentes judíos han intentado suprimir del mundo la presencia de Dios, y con ello han
condenado a la destrucción su propio templo, donde Dios debía haber tenido su casa (cf. 2,19). La
muerte (el sudario), vencida por Jesús, envuelve y amenaza sin remedio a la institución que lo
condenó.
Resumiendo: El lecho del sepulcro, con las sábanas puestas, aparecía desde fuera como un
tálamo nupcial, anunciando vida y fecundidad. Sólo al entrar se descubre el sudario, pero
separado del lecho: la fiesta de bodas anula la muerte pasada. Los lienzos o sábanas van a servir
aún; el sudario, en cambio, que lleva en sí la muerte, cubre la institución homicida.
No hay reacción de Pedro ante los signos.
8 Entonces, al fin, entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro, vio y creyó.
Insiste el evangelista en la deferencia del otro discípulo (el que había llegado antes), que
muestra una actitud de amor como la de Jesús. Cuando entra, ve las mismas señales que Pedro,
pero él las comprende: la muerte no ha interrumpido la vida, simbolizada por el lecho nupcial
preparado. Ahora cree y, como dijo Jesús a Marta, ve la gloria de Dios (11,40), es decir, el
alcance de su amor, que da una vida definitiva, capaz de vencer la muerte.
Resalta el contraste entre los dos discípulos: sólo cree el segundo.
II
El relato del Evangelio de hoy está puesto en la liturgia para hacer referencia al discípulo
amado, al cual se lo identifica con el apóstol Juan y a su vez con el evangelista. Esta triple
identificación está hoy bastante discutida, pero veamos por qué.
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Diciembre - 99 -
En los primeros tiempos, las comunidades cristianas empezaron a encontrar “baches” en los
relatos evangélicos: ¿qué hizo Jesús en su “vida oculta”? ¿quiénes y cuántos eran los magos? ¿quién
era el “buen ladrón”? Y preguntas semejantes. Con el tiempo se intentaron dar respuestas a estas y
otras preguntas. Las respuestas tenían diferente origen: los evangelios apócrifos venían a llenar los
huecos que los evangelios habían dejado, hablando de la familia de María, de la vida oculta, de la
infancia, etc. Por otra parte, ante la falta de datos de algunos personajes, se intentó unificar en uno a
dos o más sujetos. Así se identificó a María de Betania con María Magdalena y con una prostituta
anónima en una sola mujer (por eso todavía hoy hay fiesta de santa Marta y no de santa María de
Betania); se identificó a san Bartolomé apóstol con Natanael (por eso todavía hoy se lee el texto de
Natanael en la fiesta del apóstol) y también se identificó a Juan de Zebedeo con el discípulo amado.
Así se cubrían algunos baches, más allá de la verosimilitud o no de los datos. En el caso que nos
toca, no es del todo improbable: sabemos por los evangelios que entre el grupo de los Doce, Jesús
tenía predilección por Pedro y los hijos de Zebedeo a los cuales privilegió con signos y reflexiones
en privado. Puesto que el Discípulo Amado aparece ligado a la redacción del Evangelio de “Juan”
(21,24) y además unido a Pedro, es probable que se trate de Juan (Santiago había muerto antes de la
redacción del Evangelio, ver Hch 12,2). Pero hoy encontramos varios motivos que nos invitan a
dudar de esta identificación. La primera y principal es que el Discípulo Amado se encuentra
siempre en relación a Jerusalén, mientras que -sabemos- Juan era un pescador de Galilea. Es muy
probable que el Discípulo fuera un seguidor de Jesús que tenía su casa en Jerusalén y que allí se
encontraran (o alojaran) al ir a la ciudad. Si es el mismo de 18,15 (“amigo del Sumo Sacerdote”)
debe haber sido alguien importante para tener esta amistad, especialmente en tiempos en los que las
relaciones horizontales eran fundamentales, y era “deshonroso” relacionarse con un “inferior” salvo
en relaciones “clientelares”. Por otra parte, que el Cuarto Evangelio se remonte al Discípulo Amado
no significa que este sea el “autor”; es -más bien- “la autoridad” sobre la que descansa este escrito.
Posiblemente basados en la predicación de este discípulo, y en diferentes etapas, sus seguidores
pusieron por escrito su “memoria” y sus palabras, recordadas quizá en una primera etapa en
Jerusalén y más tarde en una ciudad (quizá Efeso).
¿Qué sabemos de Juan? Poco. Pero hay algo que sí es interesante destacar, sin duda alguna
era un discípulo amado. Y el personaje del evangelio, además de histórico, es un personaje
simbólico. Podemos decir que “es discípulo amado” todo aquel que se está al lado de Jesús, y goza
de su confianza (13,23.25), el que está al pie de la cruz y recibe a la madre como suya (19,27), es el
que “ve y cree” ante los signos de la tumba vacía (20,8), el que reconoce como “Señor” al
resucitado (21,7), el que “permanece” hasta que Jesús vuelva (21,22). Es decir, es el discípulo
modelo, especialmente por algo obvio: es el que “ama”, que es lo que da dignidad y jerarquía en el
Cuarto Evangelio.
Digamos, brevemente, algo del texto bíblico de hoy: la unidad comienza en v.2 porque el
acento en v.1 está puesto en María Magdalena (y parece continuar en v.11); incluso hay resabios de
los otros relatos sinópticos de las mujeres al sepulcro, como se ve en el uso del plural “no sabemos”,
cuando la que habla es una sola; o la ida de Pedro a la tumba en Lc 24,12 (como se ve, Jn ha
omitido las otras mujeres y a agregado al discípulo). Como es frecuente en los relatos del Discípulo
Amado, excluyendo el relato al pie de la cruz con la madre, éste se encuentra con Simón Pedro, y
tiene una cierta preeminencia sobre él: corre más rápido, ve y cree... Esto posiblemente se remonte a
la comunidad del discípulo amado que pretende acercarse a las comunidades eclesiales de su ciudad
pero sin perder su identidad y con una cierta conciencia de superioridad. Lo fundamental está dado,
como es característico del Cuarto Evangelio en que “creyó”, lo que es propio de todo discípulo;
notemos que no se dice que Pedro creyera, sino el Discípulo Amado, este es el primero en
reconocer los signos de la resurrección ante las vendas y el sudario (que esté enrollado parece
pretender aludir a que el cuerpo no fue robado).
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Diciembre - 100 -
Reflexión
El Dios del desconcierto elige un extraño modo de presencia entre nosotros: ¡estar ausente!
Los discípulos amados están llamados a “ver y creer” ante una tumba vacía. Los temerosos se
vuelven valientes, los ignorantes tienen una sabiduría que no se puede contradecir, los confundidos,
una luz que no se apaga. “Corrimos al sepulcro, corramos a anunciarlo": resucitó, está vivo.
El discípulo amado es testigo, también nosotros debemos ser signos de la resurrección. Aquí
está nuestro desafío. Una comunidad cristiana que no está empujada por el valor, ¿cuánto puede
mostrar de su esperanza? Si no está enamorada de la resurrección ¿cómo puede mostrar el sentido
de una vida nueva jugada en el amor y el servicio? En un continente llamado cristiano, donde hay
tanta violencia y muerte, ¿no es hora que -frente a tanta cruz- seamos testigos de la vida?
Jesús no resucitó para decirnos "¡tenía razón!", sino para mostrar que el amor sembrado y
llevado hasta el extremo de dar la vida no cae en la tierra árida; el Reino de Dios no puede dejar de
dar frutos, y este es la vida de los crucificados. "La resurrección de Jesús y sus efectos históricos
son esperanza y futuro para quienes están todavía en los días de pasión. Ciertamente Jesús mantuvo
la esperanza en el triunfo definitivo del Reino de Dios, al que dedicó su vida y por el que murió (...)
La muerte va inseparablemente unida, en el caso de Jesús, a la llegada escatológica e histórica del
Reino, por lo que la resurrección no significará tan sólo una comprobación o un consuelo, sino la
seguridad de que ha de continuar su obra y de que El sigue vivo para continuarla" (I. Ellacuría).
Cristo vive para que vivan sus seguidores; resucita para que la vida nueva que trae sea vida
sembrada por sus discípulos amados en el campo de la historia. Cristo resucita y la vida tiene la
última palabra. Y a nosotros, un "sí" nos está esperando.
Martes 28 de diciembre
Santos Inocentes Mártires
EVANGELIO
Mateo 2, 13-18
13
Apenas se marcharon, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
-Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta nuevo aviso,
porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
14
José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche, se fue a Egipto 15y se quedó allí
hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta:
Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto (Os 11,1).
16
Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, montó en cólera y mandó matar a
todos los niños de dos años para abajo en Belén y sus alrededores, calculando la edad por lo que
había averiguado de los magos.
17
Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías:
18
Un grito se oyó en Ramá,
llanto y lamentos grandes
es Raquel que llora por sus hijos
y rehúsa el consuelo, porque ya no existen (Jr 31,15).
Diciembre - 101 -
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COMENTARIOS
I
vv. 13-15. Comienza un tríptico. Sigue en primer término la figura de José, que se asocia
con la del patriarca del AT. Como aquél, José salva a su familia llevándosela a Egipto (Gn 4546),
para volver luego a la tierra prometida. En Jesús comienza el nuevo Israel, como lo expresa el texto
de Oseas (11,2) que le aplica Mt: «Llamé a mi Hijo para que saliera de Egipto (el texto no
corresponde a los LXX, sino al hebreo). José y María, representantes respectivamente del Israel fiel
y de la nueva comunidad, aparecen unidos por Jesús («el niño» ocupa el puesto central en la frase).
Uno y otro personaje quedan asociados al éxodo del Mesías. El resto de Israel (José) había tenido
experiencia del éxodo de Moisés; es él quien recibe el encargo de volver a Egipto para que desde
allí se realice el éxodo mesiánico que ha de llevar a su estado definitivo la liberación realizada por
el primero.
vv. 16-18. Herodes da orden de matar a los niños de Belén y sus alrededores. El pasaje está
en relación con Ex 1, donde el faraón se propone destruir al pueblo matando a los recién nacidos
varones. Por otra parte, el texto citado de Jeremías, que expresa el dolor por la opresión que sufre
Israel, se convierte inmediatamente en un canto de esperanza, al dirigirse Dios a Raquel que llora:
«Reprime tus sollozos, enjuga tus lágrimas...hay esperanza de un porvenir, volverán los hijos a la
patria» (Jr 31,16s). Con esta perícopa muestra Mt que la oposición de los poderes enemigos será
incapaz de impedir la realización del designio de Dios; que el éxodo comenzado por Jesús llegará a
su término para Israel.
II
La liturgia de hoy celebra a los llamados “Santos Inocentes”. Así se hace memoria de
aquellos que sin quererlo ni saberlo, dieron su vida “por” Jesús. Por significa, en este caso, en lugar
de, no por la causa de. En cierto sentido, podemos hablar de un martirio de sustitución, ya que no se
da en ellos ninguna de las características que se esperan de los mártires: no han asumido la causa de
Jesús, no han vivido para el reino y comprometido su vida por él, no fueron matados a causa de su
fidelidad y por el testimonio de sus vidas, sin embargo, así se los reconoce (propiamente hablando,
ciertamente, todos los mártires son “santos inocentes” ya que los culpables son los asesinos, pero se
entiende “inocencia” en el sentido “infantil”). El texto del evangelio, la matanza de niños provocada
por Herodes no la encontramos en los testimonios históricos de la época, aunque este rey era
conocido por su crueldad. Veamos, entonces, el texto del Evangelio para iluminarnos en su sentido.
Puede verse con facilidad que los “evangelios de la infancia” de Mateo presentan una serie
de relatos en los que ocupa un importante lugar una cita de la escritura; en este caso, el texto de
Jeremías 31,15. El llanto de Raquel en Jer alude a la captura de sus “hijos”, es decir las tribus
llevadas cautivas a la Mesopotamia (o a Asiria o a Babilonia), cautiverio que el profeta anuncia que
llega a su fin. Sin embargo, esta nota de esperanza no se ve en el texto de Mateo.
El sujeto principal del relato, como es frecuente en Mt es José, que es presentado como
obediente inmediato a los planes de Dios que le son manifestados en sueños. Esto permite que el
niño Jesús conserve la vida. Como en la pasión, la máxima autoridad política, confabulado con
Jerusalén, los sumos sacerdotes y escribas, atentan contra Jesús. Dios es el que se hace cargo de la
suerte de su hijo. El texto presenta un claro eco del relato de Moisés, que también es salvado de las
manos de un rey violento; así Dios se asegura un enviado para salvar a su pueblo; mientras tanto el
rey mata a los niños. Del mismo modo, especialmente en la cita de Os 11,1, Mt muestra a Jesús
reviviendo en su propia vida la historia de todo su pueblo; sin embargo, aplica claramente, y con la
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Diciembre - 102 -
autoridad del profeta, el título “hijo” a Jesús. Así, la historia del pueblo es leída como una
preparación de la vida de Jesús (cosa que ocurrirá también en otros textos del mismo Mt). La
referencia al cautiverio egipcio, y la referencia al cautiverio mesopotámico en ambas citas bíblicas
permiten ver la intención de Mateo de integrar la historia de Israel en la vida de Jesús. Israel sabe
que Dios acompaña su camino histórico y los tiranos no tienen la última palabra: faraón murió, lo
mismo los reyes mesopotámicos, y lo mismo ocurre con Herodes. Sería desatinado preguntarnos como hace alguno- ¿qué clase de Dios es este que salva a uno y permite la muerte de muchos? No
está eso en cuestión sino destacar que Dios no se desentiende de su pueblo.
Así podemos concluir que una serie de elementos muy verosímiles: crueldad de Herodes,
Egipto como lugar frecuente de exilio, se integran a una serie de elementos más “teológicos”: como
José, el patriarca, el padre de Jesús, también José hijo de Jacob, lo conduce a Egipto; como Moisés
es salvado por intervención divina, la historia del pueblo de Israel es historia de persecuciones y
muerte, especialmente de mano de los tiranos, pero Dios no se desentiende de su pueblo, y eso
también ocurre ahora, con Jesús. Mucho más importante que la historicidad o no del relato,
debemos reflexionar en que Jesús “encarna” la historia de su pueblo haciendo patente la salvación
que Dios trae.
Reflexión
El Evangelio no es un recetario de vida; no nos propone "100 maneras fáciles de vivir", o
"sepa qué hacer si..."; ni siquiera es un curso de vivir por correspondencia. El Evangelio sí nos
propone un camino a seguir, nos marca una ruta; es una "hoja de ruta". El Evangelio nos muestra a
Jesús, nos presenta "el camino". Cuando Jesús entra en la vida de alguien, le "desacomoda toda la
estantería", y José y María no iban a ser menos. Y lo que debe llamarnos la atención, hoy, de la
familia de Jesús, es su total disponibilidad a los planes de Dios. Dios dijo "levántate" y José se
levantó; dijo "vayan a Egipto" y allá fueron... No nos dice nada de los planes de María, ni de los
planes de José. Nos habla de los planes de Dios. Y de María, y de José frente a esos planes. Y los
vemos participando de lleno en esos planes, los vemos como los instrumentos fieles y dóciles del
Señor.
El Evangelio no propone a las familias un modo para ser exitoso (no parece un éxito de la
vida tener que huir por la noche); no propone caminos para llenarse de bienes (no deben tener
muchos bienes quienes deben dejar todo para salvar la vida); no propone soluciones estables (no es
muy estabilizada la vida del que debe renunciar a sus hermosos proyectos, para hacer carne los de
Dios). ¡No! no nos propone eso. El Evangelio nos propone un camino para unirnos más vivamente
con Dios, incluso en el martirio si es necesario. Nos propone un camino de felicidad, de alegría, de
vida. Nos propone el camino de dejarnos desestabilizar por Dios, de dejarnos despertar por su
palabra. Un camino que ya otros caminaron. Eso es lo que Dios tiene para proponernos. ¿Parece
poco?
Miércoles 29 de diciembre
Tomás Becket
EVANGELIO
Lucas 2, 22-35
22
Cuando llegó el tiempo de que se purificasen conforme a la Ley de Moisés, llevaron al
niño a la ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor 23(tal como está prescrito en la Ley del
Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor) 24y ofrecer un sacrificio (conforme a
lo mandado en la Ley del Señor: Un par de tórtolas o dos pichones).
Diciembre - 103 -
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25
Había por cierto en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que
aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él. 26El Espíritu Santo le
había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. 27Impulsado por el Espíritu fue al
templo y, en el momento en que entraban los padres con el niño Jesús para cumplir con él lo que
era costumbre según la Ley, 5él lo cogió en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29
-Ahora, mi Dueño, según tu promesa,
30
puedes dejar a tu siervo irse en paz,
31
porque mis ojos han visto la salvación
32
que has puesto a disposición de todos los pueblos:
una luz que es revelación para las naciones
y gloria para tu pueblo, Israel.
33
Su padre y su madre estaban sorprendidos por lo que se decía del niño. 34Simeón los
bendijo y dijo a María su madre:
-Mira, éste está puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten, y como
bandera discutida 35-y a ti, tus anhelos te los truncará una espada-; así quedarán al descubierto
las ideas de muchos.
COMENTARIOS
I
JESÚS, JUDÍO POR LOS CUATRO COSTADOS
«Al cumplirse los días de su purificación conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la
ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: Todo
primogénito varón será consagrado al Señor) y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la
Ley del Señor: Un par de tórtolas o dos pichones)» (2,22-24). José y María siguen integrando a
Jesús en la cultura y religión judías. Pretenden cumplir con él todos los requisitos que manda la
Ley, a la par que purificarse la madre de su impureza legal (nótese la triple mención de la Ley).
La madre, después de dar a luz, quedaba legalmente impura: debía permanecer en casa otros
treinta y tres días. El día cuarenta debía ofrecer un sacrificio en la puerta de Nicanor, al este del
Atrio de las Mujeres. Por otro lado, todo primogénito varón debía ser consagrado a Dios (Ex
13,2.12.15) para el servicio del santuario y rescatado mediante el pago de una suma (Nm 18,15-16).
Lucas no menciona rescate alguno. Habla, en cambio, del sacrificio expiatorio de los pobres (Lv
12,8) ofrecido para la purificación.
EL PUEBLO ACUDE AL TEMPLO
EN ESPERA DE LA LIBERACION DE ISRAEL
Para un buen judío, el templo era el lugar más apropiado para las manifestaciones divinas.
Lucas, sin embargo, ya nos ha dejado dicho que la aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el
recinto más sagrado del templo, el santuario, a la hora de la oración matutina, en lugar de
asentimiento había suscitado incredulidad; por el contrario, la gran noticia de que fue portador el
mismo Gabriel a una muchacha del pueblo, cuando ésta se hallaba en su casa, sin que se diga que
estaba orando, había encontrado plena acogida.
Mediante la primera pareja, Zacarías/Isabel, Lucas ha querido describir la situación religiosa
de Israel, vista desde la perspectiva de los responsables de mantener la alianza que Dios había
hecho con Abrahán y que había renovado por medio de los profetas (Judea/sacerdote/santuario). A
pesar de la completa y humanamente insalvable esterilidad de la religión judía, Dios, fiel a sus
compromisos, ha intervenido en la historia de su pueblo para que diera un fruto, el fruto más
preciado que podía dar la religiosidad judía: Juan, asceta y profeta.
Diciembre - 104 -
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Lucas se ha servido de una segunda pareja todavía no plenamente constituida, María/José,
para enmarcar el nacimiento del Hijo de Dios en la historia de la humanidad. A pesar de que María
estaba sólo desposada con José y de que todavía no convivían juntos, fruto de la íntima
colaboración entre Dios y una muchacha del pueblo, en representación ésta del Israel fiel, pronto
para el servicio solícito hacia los demás, pero sin gran arraigo religioso (Nazaret/Galilea), ha tenido
un hijo: Jesús, el Mesías de Israel y Señor de toda la humanidad.
Ahora Lucas quiere completar la descripción con una tercera pareja, Simeón/Ana, cuyo
único lazo de unión es el hecho de confluir en el templo en el preciso instante en que van a
presentar a Jesús; ambos son profundamente religiosos, pero a pesar de su edad avanzada mantienen
viva la esperanza de una inminente liberación de Israel: representan al pueblo que, a pesar de la
incredulidad de sus dirigentes (representados por la primera pareja), sigue acudiendo al templo con
la esperanza de ver realizado su sueño de liberación (cf 1,10.21). A través de estos dos personajes,
presentados ambos como profetas, Lucas reúne en el momento de la presentación de Jesús en el
templo las dos líneas que había trazado en los cánticos de Zacarías y de María.
DICHOSOS LOS DE MIRADA TRANSPARENTE
PORQUE VERAN SU LIBERACION
«Pues mira, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón -un hombre por cierto justo y
piadoso- que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él» (2,25). El
foco («mira») se ha fijado en un nuevo personaje, representativo esta vez de la humanidad
profundamente religiosa que procede con rectitud hacia los demás («un hombre», «hombre por
cierto [lit. "y este hombre"] justo y piadoso»), real («Simeón», nombre propio muy común en el
judaísmo), confiado en que el consuelo de Israel -su liberación- estaba en manos de la institución
judía («en Jerusalén», en sentido sacral), al tiempo que contaba con la asistencia permanente
(«descansaba [lit. "estaba"] sobre él») del Espíritu Santo y había sido informado por éste de la
inminente presentación del Mesías en el templo: «El Espíritu Santo le había avisado que no moriría
sin ver al Mesías del Señor» (2,26).
«Impulsado por el Espíritu fue al templo. En el momento en que introducían los padres al
niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, también él lo cogió en brazos y
bendijo a Dios diciendo:
"Ahora, mi Dueño, puedes dejar a tu siervo
irse en paz, según tu promesa,
porque mis ojos han visto la salvación
que has puesto a disposición de todos los pueblos:
una luz que es revelación para las naciones paganas
y gloria para tu pueblo, Israel"» (2,27-32).
A diferencia de Zacarías, quien, inspirado por el Espíritu Santo en un momento puntual,
entonó un cántico de liberación, aunque circunscrito al pueblo de Israel (cf. 1,67), Simeón actúa
permanentemente movido por el Espíritu. Acude al templo, no para celebrar un rito (Zacarías 1,9) o
para cumplir un precepto (los padres de Jesús, 2,27 [por cuarta vez se menciona su entera sumisión
a la Ley: cf. 2,22.23.24]), sino movido por una inspiración divina.
Como en otro tiempo Abrahán (Gn 15,15), Jacob (46,30) y Tobías (Tob 11,9), «también él»
podrá «irse en paz» porque ha visto realizado lo que esperaba. «Ahora» se corresponde con el
«hoy» del ángel a los pastores (cf. 2,11): ya se ha inaugurado la etapa final de la historia humana.
«Siervo/Dueño», mentalidad veterotestamentaria de respeto y sumisión a Dios; falta todavía un
buen trecho hasta que este niño nos revele la nueva relación «Hijo/Padre». Simeón tiene los ojos tan
aguzados, gracias a la permanencia en él del Espíritu Santo, que ha logrado penetrar en lo más
hondo del plan de Dios: con su mirada profética ha logrado traspasar los limites estrechos de Israel
e intuir que la salvación que traerá el Mesías será «luz» en forma de «revelación» para los paganos,
Diciembre - 105 -
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liberándolos de la tiniebla/opresión que los envuelve (Is 42,6-7; 49,6.9; 52,10, etc.), y de «gloria»
para el pueblo de Israel (46,13; 45,13).
EL ESTANDARTE IZADO EN LO ALTO
COMO SIGNO DE CONTRADICCION
Ante la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su futura
función mesiánica (se anticipa la incomprensión de que será objeto Jesús entre los suyos), Simeón,
dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de María en el cántico, revela que Jesús será un
signo de contradicción y que esto lo llevará a la cruz: «Mira, éste está puesto para caída de unos y
alzamiento de otros en Israel, y como bandera discutida -también a ti, empero, tus aspiraciones las
truncará una espada-; así quedarán al descubierto los razonamientos de muchos» (2,34-35).
II
Para empezar a reflexionar este texto, es importante ver cómo está “armado”. La estructura
nos va a permitir una mejor comprensión. Notemos que este texto y el que corresponde al Evangelio
de mañana están estrechamente ligados por lo que los integraremos en este momento. La bendición
del anciano Simeón, y la profecía de la anciana Ana están tan ligadas entre sí que se continúan
narrativamente.
Para empezar señalemos que la unidad vv.22-39 (y la conclusión del v.40) está estructurada
en forma de quiasmo (un capicúa, es decir, estructurada al modo A B C B A):
A. llevan a Jesús a Jerusalén (v.22)
B. “ley del Señor” (v.23)
C. “esperaba la consolación de Israel” (v.25)
D. Simeón y el niño en el Templo (v.27)
E. Simeón bendice a Dios (vv.28-32)
E. Simeón bendice a los padres (vv.33-35)
D. Ana y el niño en el Templo (v.37)
C. “esperaban la redención de Jerusalén” (v.38)
B. “ley del Señor” (v.39a)
A. volvieron a Galilea (v.39b)
Esto nos permite ver claramente que el relato de Ana y la conclusión forma parte de la
misma unidad literaria. Ese es el motivo por el que los integramos aquí.
Ya hemos señalado cómo Lucas pretende mostrar la fidelidad a la Ley de todo su marco de
la infancia. Notemos todavía un detalle más: como se ve en el esquema que presentamos, la
importancia de la Ley es evidente; por otra parte, Ana es la mencionada expresamente como
profetisa, y Simeón, aunque no es mencionado como profeta, se enmarca en este grupo por cuanto
está lleno del Espíritu Santo, actúa movido por el Espíritu y -como veremos- mucho de lo que Lucas
pone en su boca está influenciado por la literatura profética. Así, “la ley y los profetas” (que es decir
“la Biblia judía”) nos presentan a Jesús, nos llevan a reconocerlo como el que les da plenitud a
nuestra esperanza. La “coloración” de Antiguo Testamento que se percibe en los relatos de la
infancia se muestra aquí como algo que nos lleva a reconocer a Jesús. Esto quedará más claro en el
canto de Simeón, y su palabra a la madre que son -como hemos visto- el centro del relato.
La presentación del niño presenta un pequeño problema: Lc dice que es el tiempo de la
“purificación de ellos”, pero sólo la madre debía ser purificada según la ley después del parto.
¿Cómo debe entenderse esto entonces? Muchos autores piensan que Lucas no conoce bien las
costumbres judías y por eso entiende que tanto la madre, que debe purificarse- como el niño, que
debe presentarse “se purifican”. Las opiniones son variadas, y esta es posible. Añadimos, sin
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Diciembre - 106 -
embargo, otro elemento: como veremos (pero es además frecuente en los relatos del Bautista y la
infancia), el texto de Malaquías 3,1 parece importante en este contexto. Citemos al profeta y su
contexto para ver esto con más claridad:
“He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá
a su Templo el Señor a quien ustedes buscan; y el Ángel de la alianza, que ustedes desean, he aquí
que viene, dice Yahveh Sebaot.¿Quién podrá soportar el Día de su venida? (...). Purificará a los
hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata; y serán para Yahveh los que presentan la
oblación en justicia. Entonces será grata a Yahveh la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los
días de antaño, como en los años antiguos” (3,1-4).
Sabemos que este párrafo fue aplicado al Bautista por Mateo, especialmente por su
referencia a Elías que viene (Mal 3,23), pero que Lucas prefiere aplicar a Jesús muchas de las
promesas que aluden a Elías, quizá por su predilección del título “profeta” aplicado a Jesús. En este
caso, el mensajero que viene al templo es el mismo Jesús. Y si este mensajero “purificará”
(katharizô), puede entenderse porqué es el tiempo de la purificación (katharismós) de “ellos”, es
decir de los sacerdotes y los sacrificios y ritos que - entonces habían dejado de ser gratos a Yahvé-.
La ofrenda de los padres de Jesús (o más precisamente, de la madre) es de “un par de
tórtolas o dos pichones” (Lev 12,8) si no le alcanza para una ofrenda de una res de ganado menor,
es decir, si es pobre. Es característico de los relatos de la infancia en Lucas escuchar con frecuencia
el canto de los anawim, es decir los “pobres de Yahvé”. Estos son quienes no pueden confiar en sus
fuerzas sino sólo en Dios: no sólo los propiamente pobres, sino también los huérfanos, las viudas,
los humildes, los enfermos. El opuesto no es simplemente ricos sino soberbios. Lo que sabemos de
la espiritualidad de los anawim, identificada con frecuencia con los pobres a los que hacen
referencia los salmos (especialmente los posteriores al exilio), y por la comunidad de Qumrán nos
hacen encontrar bastantes semejanzas entre estos textos y los cánticos que Lucas incorpora en su
evangelio de la infancia (canto de Zacarías, canto de María, canto de Simeón). Posiblemente un
grupo de anawim convertido al cristianismo haya sido el grupo de origen de estos cantos, que Lucas
incorpora; por otra parte, la primera comunidad que Lucas presenta en Hechos también parece
manifestar la espiritualidad de los anawim. Acá vemos no sólo la confianza en Dios, la pobreza y
fidelidad de los padres de Jesús, sino también su espiritualidad. Sobre esto volveremos a decir algo.
El anciano Simeón también se presenta con las características de un anawim: justo, piadoso,
que espera la consolación y está en él el Espíritu Santo. Este anciano, toma al niño de manos de sus
padres y pronuncia una doble bendición, primero a Dios, con un canto, y luego a los padres, con
palabras dirigidas a María.
Bendición a Dios: ya es tiempo de partir. El juego de palabras destaca la libertad que espera
ahora conseguir. Dios es llamado “Señor”, pero utiliza el término “despotés” y él se autoproclama
“siervo” (doulós). La imagen es la de un esclavo liberado por el señor (usa la terminología de
“liberación”, apolúô). “Ahora” puede dejar esta vida en paz, colmada de años y -“ahora”- plena
porque ha visto realizada su esperanza. El “porque” (característico de los Salmos) da paso a una
nueva imagen, en este caso visual, ya preparada en la introducción: “no vería la muerte” (v.26):
“mis ojos”, “visto”, “a la vista”, “luz”, “iluminar”, “gloria”. El canto de Zacarías ya nos había dicho
que Juan preparará los caminos del Señor (1,76; Mal 3,1) y nos visitará “una luz de lo alto”, para
“iluminar” a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte” y conducirnos a la “paz” (1,78-79).
Lo que Simeón ve es “la salvación”, presentada como luz para todos los pueblos (laos): paganos
(“gentiles”, ethnê) y judíos (Israel); Lucas ya desde los comienzos de su obra nos indica que la luz
que trae Jesús es para todo el pueblo de Dios, judíos y paganos. El canto de Simeón tiene -como los
otros cantos de Lucas- fuerte influencia del AT, en este caso, particularmente del discípulo de Isaías
(ver Is 52,9-10; 49,6; 46,13; 42,6; 40,5; 51,1.3-6); y además, a diferencia de los otros cánticos, tiene
una más fuerte concentración cristológica (ver 10,23).
La bendición a los padres con palabras a la madre: ha sido frecuente interpretar este texto
teniendo en cuenta otros textos de los evangelios o textos omitidos. Esto es inconveniente, Lucas no
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Diciembre - 107 -
revela conocer ni a Mateo ni a Juan, y no se ve que haga alusión a acontecimientos que él no cita.
Las preguntas son fundamentalmente las siguientes: ¿qué entiende Lc por “caída y elevación”? ¿qué
papel juega la referencia a la “espada”? ¿es un paréntesis y 34b se continúa en 35b?
La imagen de caída y elevación puede parecer que hace referencia a dos momentos de una
misma persona, o también a dos grupo s de personas. El contexto de discernimiento y juicio, y la
referencia a la espada -que veremos- invitan a pensar que se refiere a dos grupos diferentes. El texto
parece semejante a 12,51-53 donde Jesús hace referencia al división que viene a traer. Jesús no es
“circunstancialmente causa” de la división, sino que “está puesto” para eso (y se supone que por
Dios). Esto se remarca con la imagen de la “bandera”, o “signo” (34b) que es frecuentemente usada
en sentido negativo, es signo del juicio dado a los que no se arrepienten. En v.35b hace referencia a
los pensamientos del corazón de muchos que también parece que ha de interpretarse en sentido
negativo, es decir, al enfrentarse con Jesús muchos caerán y quedará al descubierto la maldad de sus
corazones (ver 12,1-2). En este marco, v.35a, la espada de María parece un paréntesis.
Sobre la espada, las opiniones han sido muy variadas. La imagen parece la del
discernimiento (ver Ez 5,1-2; 6,8-9; 12,14-16, y la división, de Lc 12,51-53), lo que es coherente
con la imagen de que unos caerán y otros serán elevados. La espada del discernimiento separa,
incluso, familias. Así, ser madre (o pariente) de Jesús no garantiza “ser elevado”, sino que debe
operarse en su “alma” (= corazón) el discernimiento, debe reconocer a Jesús. Esto suponde
discernimiento, que en Marúia empezamos a descubrir desde la próxima escena cuando con
angustia busca a su hijo, debe reconocerlo ocupado de “lo de su padre”, y conservar estas cosas en
su corazón. La predilección que muestra Lucas por la madre de Jesús nos muestra, en este
paréntesis de la espada, que si bien ella no escapa al discernimiento frente a su hijo, que todos
debemos realizar, ella ha sabido verlo en sentido positivo. Por eso desde el comienzo se la contará
entre las discípulas, incluso en los primeros miembros de la comunidad...
La profetisa Ana: es común en Lucas, dado el lugar importante que da a las mujeres en su
Evangelio y Hechos, que presente una mujer a la par de un varón. Así, al hombre que siembra un
grano de mostaza en un jardín (13,19), añade la mujer que mete levadura en la harina (13,21), con
ligeras diferencias, la idea de la parábola es la misma. Lo mismo se repite en los casos del objeto
perdido y encontrado: un pastor pierde una oveja, la mujer una moneda (15,4-10). En este caso el
paralelismo es más evidente, sólo quebrado por la tercera parábola del hijo perdido y el hermano
mayor. En nuestro texto nuevamente encontramos una escena que se repite: Jesús, llevado al
Templo, se encuentra con un anciano y luego con una anciana. Las bendiciones pronunciadas por
Simeón y no por Ana destacan más claramente el lugar del anciano, pero eso no significa que el
paralelo no exista. El marco de semejanza con el nacimiento y la infancia de Samuel se reafirma
aquí con el nombre Ana que lleva la profetisa. La presentación de la mujer en su tribu y el nombre
de su padre ha llevado a muy diferentes interpretaciones, desde un resabio de tradición histórica
hasta extrañas simbologías; algo semejante puede decirse de la edad. Queda, por ejemplo, la duda si
Lc quiere decir que Ana tenía 84 años o que tenía 84 de viudez, lo que la llevaría a tener unos 103105 años (12-14 + 7 + 84). Es interesante notar una cierta semejanza entre Ana y Judit (que vivió
105 años), pero si tenemos este parecido en cuenta, no parece que haya que sacar demasiadas
conclusiones más que “generales”. Algo semejante parece concluirse de la semejanza con las viudas
de la comunidad de 1 Tim 5,3-16. Sin embargo, que Ana se dedique al ayuno, las oraciones y el
servicio constante de Dios en el Templo (eso no debe entenderse como que viviera en el Templo,
ciertamente, sino en el sentido de “constantemente”) nos vuelve a poner en el marco de los anawim.
Y esto no es ajeno a Judit que muestra que Dios libera a su pueblo de manos de los débiles y de una
viuda y no confiado en las fuerzas de los poderosos (Jdt 15,5-6).
La conclusión, también semejante a 1 Sam 2,20.21.26 nos muestra en qué medida el texto de
Samuel influyó en este relato de la infancia. Jesús vuelve a su casa y con esto parece concluir el
relato de la infancia (v.40); sin embargo un nuevo relato (comentado más arriba) se interpone entre
esta conclusión y el comienzo del ministerio de Jesús: el niño perdido en el Templo (vv.41-50). Por
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eso, siempre siguiendo el mismo modelo, Lucas volverá a repetir el mismo esquema de crecimiento
del niño para dar término a todo este bloque (v.52).
Reflexión
La Iglesia nos propone, después de la Navidad, reflexionar una serie de textos. Los
Evangelios quieren mostrarnos todo lo que se ha cumplido de lo que los profetas anunciaron.
Debemos cuidarnos de leer demasiado literalmente lo que el texto parece decir porque nos
impediría leer lo que los autores quieren decir. Esto es importante, porque entonces se empezaría a
dejar volar la imaginación para tratar de encontrar a José o María como modelos imaginando su
vida oculta, de la que expresamente los Evangelios no nos hablan. Contra esto ya se levantaron
algunas voces: "No puedo imaginarme a Jesús no jugando con los chicos y haciendo pajaritos de
barro y soplándolos para darles vida"... "se suele presentar sus vidas admirables cuando habría que
presentarlas imitables", afirma Santa Teresita. Lo importante de su vida no es lo extraordinario, sino
lo ordinario, lo cotidiano.
Los que están unidos a Jesús, tienen un culto nuevo y purificado porque al introducir a Jesús
en el templo, "ellos" (v.22) quedan purificados, es decir, los sacerdotes y los sacrificios. Para los
que celebramos la Navidad, la intervención definitiva de Dios en la historia, sabemos que Él
purificó nuestra vida, para hacer que toda ella sea culto agradable a Dios. Ya no son momentos o
tiempos de culto los que nos acercan a Dios, es la vida toda, lo cotidiano: el trabajo, la familia, la
calle, la fiesta, la amistad, la política, la escuela; la vida es nuestro culto a Dios. Jesús la ha
purificado; "al contemplar al pequeño Niño nacido en Belén consideremos el poder y la sabiduría de
Dios, que a través de la debilidad de su Hijo ha llevado a cabo la obra de convertir a todos los
hombres en una ofrenda digna de sí" (L. Rivas).
Jueves 30 de diciembre
Sabino
EVANGELIO
Lucas 2, 36-40
36
Había también, una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad
muy avanzada: de casada había vivido siete años con su marido 37y luego, de viuda, hasta los
ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones
noche y día. 38Presentándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos
los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
39
Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a
Galilea, a su pueblo de Nazaret. 40El niño, por su parte, crecía y se robustecía, llenándose de
saber, y el favor de Dios descansaba sobre él.
COMENTARIOS
I
VIRGEN, CASADA Y VIUDA:
LA HISTORIA DE ISRAEL EN FASCÍCULOS
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Diciembre - 109 -
La figura femenina de Ana se corresponde con la masculina de Simeón, formando una
pareja ideal (ambos son profetas): «Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de
Aser. Esta era de edad muy avanzada: después de su virginidad había vivido siete años con su
marido y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a
Dios con ayunos y oraciones noche y día» (2,36-37). La descripción es muy minuciosa, como
corresponde a un personaje representativo, al igual que lo era la de Simeón.
La cifra 84 es un múltiplo de 12 (12x7), alusión a las 12 tribus de Israel, mientras que el
número 7 tiene, entre otros, valor de globalidad; asumiendo, además, que el período de virginidad
hubiese durado catorce años (dos septenarios), momento en que solía darse una hija en matrimonio,
y que había vivido de casada siete años (otro septenario), su viudez habría durado sesenta y tres
años (llenando los nueve septenarios restantes), es decir, tres cuartas partes de su existencia.
Mediante las tres etapas de la larga vida de Ana, traza Lucas los períodos más importantes
(tres es marca de totalidad) de la vida del pueblo de Israel representada por ella: «virginidad»,
cuando Dios pactó con ella una alianza y la tomó por esposa; «casada con su marido», período de
buenas relaciones de Dios con su pueblo; «viuda», por la ruptura de la alianza.
La alusión a la tribu de Aser, una de las diez tribus del norte, confirma el alcance de su
representatividad. La mención de la «edad muy avanzada», situada ya en el límite, contrasta con la
doble mención de la «edad avanzada» de Zacarías e Isabel (cf. 1,7.18). De una parte, Ana está muy
arraigada al pasado (genealogía) y a la institución judía (templo); de otro, por su calidad de «viuda»,
dice relación con el pueblo de Israel, que ha enviudado de su Dios, mientras que como «profetisa»
lanza un grito de esperanza ante semejante desastre nacional.
¿LIBERACION NACIONAL O LIBERACION DE LOS OPRIMIDOS?
«Presentándose en aquel instante, se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los
que aguardaban la liberación de Israel» (2,38). Tanto Simeón como Ana convergen en el preciso
momento en que Jesús es presentado a Dios en el templo. Simeón continúa la línea del cántico de
María: «caída» de los opresores y «alzamiento» de los oprimidos por ellos; Ana, la de Zacarías: «la
liberación de Israel» de los enemigos externos. Lucas logra así que se entrecrucen los contenidos de
los himnos de María (Madre por la venida del Espíritu Santo sobre ella) y Simeón (hombre sobre el
que reposa el Espíritu Santo) con los de Zacarías (inspirado por el Espíritu Santo) y Ana (profetisa).
María-Simeón hablan del «auxilio» (1,54) / «consuelo» (2,25) que Dios viene a traer a los pobres y
humillados de Israel frente a los ricos y poderosos que lo oprimen; Zacarías-Ana, de la «liberación
de Israel» (1,68) / «de Jerusalén» (2,38) por obra de Dios frente a los enemigos de fuera. Las dos
tendencias están muy enraizadas en Israel y ambas cuentan con el respaldo del Espíritu Santo.
En su calidad de Salvador/Liberador, Jesús irá más allá: su muerte dejará perplejos a los que
aguardaban la liberación/restauración de Israel (cf. 24,21; Hch 1,6; 3,21); su mensaje no se limitará
a proclamar la liberación de los oprimidos frente a los opresores ni se circunscribirá a Israel, sino
que creará una comunidad de hombres y mujeres libres que, siguiendo su ejemplo, se pongan al
servicio de los demás. De momento, el Espíritu profético sigue la línea de los profetas del Antiguo
Testamento. Será en Jesús donde el Espíritu Santo podrá desplegar plenamente toda su fuerza y
dinamismo, sin las limitaciones inherentes a todo profeta, condicionado por la tradición patria.
VUELTA A LA REALIDAD COTIDIANA DE NAZARET
«Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su
pueblo de Nazaret» (2,39). Se cierra así, mediante una inclusión (Galilea-Nazaret: 2,4 // 2,39), la
prolongada –teológicamente hablando- estancia de Jesús y de sus padres en Judea (BelénJerusalén), durante un período de «cuarenta días» contando a partir del nacimiento del niño hasta su
presentación en el templo, habida cuenta que «cuarenta» connota un período relativamente largo,
completo y cerrado; en años, el de una generación. Por quinta y última vez se menciona el
cumplimiento efectivo de la Ley por parte de los padres de Jesús. Un decreto del César ha puesto en
marcha todo ese proceso. Una vez terminado, regresan a Nazaret de Galilea, como quien cierra un
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largo paréntesis destinado a encuadrar el nacimiento de Jesús en las coordenadas nacionales y
religiosas del judaísmo.
PRIMER COLOFON: INFANCIA DE JESUS
RODEADA DEL FAVOR DIVINO
«El niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y el favor de Dios descansaba sobre
él» (2,40). Durante los primeros años de su vida (antes de alcanzar los doce años, momento de su
presentación a Israel), Lucas subraya el crecimiento y afianzamiento del niño, en paralelo con el de
Juan Bautista (cf. 1,80), pero acentuando su superioridad respecto al precursor. La sabiduría va
dando a Jesús una visión profunda sobre el plan de Dios. La presencia continua del favor divino
indica una limpidez sin obstáculos. Jesús, que había nacido en la más completa marginación, no se
separa de su entorno familiar, mientras que Juan, que había visto la luz rodeado de sus familiares,
parientes y vecinos, aguardó en el desierto el momento de su presentación a Israel.
II
El comentario de este Evangelio se encuentra integrado al comentario del Evangelio de ayer.
Reflexión
Como en el Evangelio de ayer un varón, hoy es una mujer, Ana, la que recibe al niño Jesús
en Jerusalén. Mujer piadosa, verdadera “pobre de Yahvé”, es profetisa, porque todo el Antiguo
Testamento: la ley -que los padres cumplen presentando al hijo- y los profetas -expresados en esta
mujer y también en el anciano Simeón- nos preparan para recibir a este niño que sus padres
presentan en el Templo.
Como en un tiempo la viuda Judit mostró que Dios hace su obra de salvación no “gracias” a
los poderosos, a los fuertes, a los varones sino usando como instrumento una mujer, una viuda, una
débil, así hoy, una anciana sabe reconocer -y lo manifiesta a todos- en el pequeño Jesús al fruto de
todas las esperanzas del pueblo, al que obra “la redención”.
El niño en Jerusalén empieza a dar cumplimiento a todo lo antiguo, porque es el mismo que
al comenzar su ministerio nos afirmará que esto “se ha cumplido hoy”. La esperanza de los pobres,
aquellos que no son tenidos en cuenta y que saben que sólo en Dios pueden poner su confianza, se
realiza plenamente. Esa esperanza se ha venido manifestando a través de los diferentes cantos
“litúrgicos” que Lucas ha incorporado en el “evangelio de la infancia” (los cantos de Zacarías, de
María, de Simeón, cantos que resumen la espiritualidad de los pobres de Yahvé), y esa esperanza,
que también mueve a Simeón, es hoy manifestada claramente por una nueva “pobre” (anawim) que
da, así, culminación a los textos que nos preparan a recibir al Jesús “adulto que nos hace niños, al
pobre que nos hace ricos, al esclavo que nos hace hijos” (E. Pironio).
Viernes 31 de diciembre
Silvestre
EVANGELIO
Juan 1, 1-18
1 1 Al principio ya existía la Palabra
y la palabra se dirigía a Dios
y la Palabra era Dios.
2
Ella al principio se dirigía a Dios.
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Mediante ella existió todo,
sin ella no existió cosa alguna
de lo que existe.
Ella contenía vida
y la vida era la luz del hombre:
esa luz brilla en la tiniebla
y la tiniebla no la ha apagado.
Apareció un hombre enviado de parte de Dios,
su nombre era Juan;
éste vino para un testimonio,
para dar testimonio de la luz,
de modo que, por él, todos llegasen a creer.
No era él la luz,
vino sólo para dar testimonio de la luz.
Era ella la luz verdadera.
la que ilumina a todo hombre
llegando al mundo.
En el mundo estaba
y, aunque el mundo existió mediante ella,
el mundo no la reconoció.
Vino a su casa,
pero los suyos no la acogieron.
En cambio, a cuantos la han aceptado.
los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios:
a esos que mantienen la adhesión a su persona;
1os que no han nacido de mera sangre derramada
ni por mero designio de una carne
ni por mero designio de un varón,
sino que han nacido de Dios.
Así que la Palabra se hizo hombre,
acampó entre nosotros
y hemos contemplado su gloria
-la gloria que un hijo único recibe de su padreplenitud de amor y lealtad.
Juan da testimonio de él
y sigue gritando:
- Este es de quien yo dije:
"El que llega detrás de mí
estaba ya presente antes que yo,
porque existía primero que yo".
La prueba es que de su plenitud
todos nosotros hemos recibido:
un amor que responde a su amor.
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17
Porque la Ley se dio
por medio de Moisés;
el amor y la lealtad han existido
por medio de Jesús Mesías.
18
A la divinidad nadie la ha visto nunca;
un Hijo único, Dios,
el que está de cara al Padre,
él ha sido la explicación.
COMENTARIOS
I
1-2 Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era
Dios. Ella al principio se dirigía a Dios.
El término “Palabra” (griego, logos) sintetiza dos conceptos del AT: el de palabrapotencia creadora (Gn 1) y el de sabiduría creadora, que equivale al plan de Dios en su creación
(Prov 8,22-24.27; Eclo 1,1.4-6.9; Sab 8,4; 9,1.9; Sal 104,24). De este modo, el logos, por una
parte, en cuanto sabiduría, formula el plan o proyecto de Dios, que existe antes de la creación y la
guía, y que, por otra parte, en cuanto palabra-potencia, lo realiza.
Teniendo, pues, en cuenta el doble sentido de la palabra griega logos, el v. 1a puede
traducirse: Al principio ya existía el Proyecto. Es decir, ya antes de que Dios creara el mundo con
su Palabra, existía el Proyecto divino que había de guiar la obra creadora.
De los tres casos en que aparece en estos vv. el término "Dios", la primera y la tercera
lleva artículo determinado (el Dios); la segunda, no lo lleva (un Dios, un ser divino).
El contenido del Proyecto divino está expresado en 1c, que, ateniéndonos al significado
del logos en este pasaje y a la forma sin artículo de "Dios", puede traducirse: un ser divino era el
Proyecto. Éste consistía, por tanto, en que el hombre tuviese la condición divina.
La traducción del v. 1 puede, por tanto, hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y
el proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto.
El Proyecto formulado es la Palabra divina absoluta y relativiza todas las demás palabras,
en particular, las de la antigua Ley: a las diez palabras (los diez mandamientos, el decálogo) se
opone la única palabra que las sustituye. Paralelamente, todos los ideales humanos propuestos en
la antigua alianza quedan superados al conocerse el verdadero proyecto de Dios sobre el hombre,
el Hombre-Dios, realizado en Jesús.
Como se hacía en el AT con la sabiduría divina (Prov 8,22-31), el evangelista personifica
el Proyecto, concebido en la mente divina, y lo presenta como el interlocutor de Dios. Expresa
con esta especie de soliloquio divino una urgencia: la del amor de Dios por realizarlo. Y el
evangelista repite esa idea en el vers. siguiente: Él (el logos-Proyecto) al principio se dirigía /
interpelaba a Dios.
La antigua humanidad
El rechazo del proyecto de Dios (1,3-10)
3-5 Mediante ella existió todo; sin ella no existió cosa alguna de lo que existe. Ella
contenía vida, y la vida era la luz de los hombres: esa luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la
ha extinguido.
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Diciembre - 113 -
El proyecto-palabra tiene una actividad creadora que da existencia a todo ser sin
excepción. No hay nada, por tanto, que nazca de un principio malo; por su creación, todo es
bueno.
Pero la actividad creadora se traduce especialmente en la voluntad de comunicar a los
hombres la vida que contiene. Esta vida (= la plenitud de vida), se opone a la existencia mediocre
y sometida que impera en el género humano y que no merece el nombre de vida. Pero, además, la
vida plena es para los hombres la luz, la verdad.
De esta última afirmación se deduce una importante consecuencia: no existe una verdad
anterior a la vida ni independiente de ella: no hay más verdad que el esplendor (la luz) de la vida
misma; es la aspiración a la vida plena la que orienta y guía al hombre, y la experiencia de ella le
va descubriendo la verdad. Es decir, la verdad es la vida misma en cuanto se puede conocer,
experimentar y formular. Donde hay vida, hay verdad; donde no hay vida, no puede haber
verdad.
Pero la luz-vida tiene un enemigo, la tiniebla: a la luz-vida se opone la tiniebla-muerte.
Aparece el mal: la tiniebla es una entidad activa y maléfica que pretende extinguir la luz. No
existe antes que la luz, como se decía en el relato de la creación (Gn 1), sino que aparece después
de la luz, está causada por hombres. En el ser humano, lo primario es la aspiración a la vida, que
es componente de su ser, pues es la vida plena el contenido del proyecto creador del que el
hombre es resultado.
La tiniebla, por su parte, no se opone a la vida en sí misma, sino a la luz-verdad, a la vida
en cuanto puede ser conocida. Es, por tanto, una antiverdad, una falsa ideología (8,44: la mentira)
que, al ser aceptada, ciega al hombre, impidiéndole ver la luz, es decir, impidiéndole conocer el
proyecto creador, expresión del amor de Dios por el hombre, y sofocando su aspiración a la
plenitud. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.
Así, toda ideología que se oponga a la plenitud humana o la impida, es tiniebla: la que
inculca la sumisión en vez de la libertad, la que priva al hombre de la capacidad de pensar o de la
capacidad de decidir y actuar en su vida. La peor, sin embargo, es la que persuade al hombre a
venerar y amar lo que lo oprime e impide su crecimiento.
A pesar del esfuerzo de la tiniebla por extinguirla, la vida-luz, la aspiración a la vida
plena, sigue brillando y sirve de orientación y de meta a la humanidad: los hombres pueden aún
comprender qué significa una vida plenamente humana y aspirar a ella, aun cuando por culpa de
otros no lleguen a conocerla y tengan que vivir sometidos a una condición infrahumana.
6-8 Apareció un hombre enviado de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un
testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer. No era él
la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.
En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz-tiniebla se presenta Juan Bautista,
mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz-vida; él aviva la
percepción de la existencia de la luz y el deseo de alcanzar la vida; de rechazo, denuncia la
tiniebla y su actividad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla, es decir, con la
ideología dominante, que tiene sometido al pueblo.
9-10 Era ella la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre llegando al mundo. En el
mundo estaba y, aunque el mundo existió mediante ella, el mundo no la reconoció.
La luz verdadera se opone a las luces parciales o falsas, cuyo prototipo había sido para los
judíos la Ley de Moisés (Sal 119,105: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero";
Sab 18,4: "La luz incorruptible de tu Ley"; cf. Eclo 45,17 LXX).
Pero la luz de la vida no sólo brilla (v. 5), sino que ilumina; llega al mundo, se hace
visible a todo hombre y busca comunicarse a él. Es decir, a pesar de las tinieblas y de las falsas
luces, la plenitud contenida en el proyecto creador interpelaba a los hombres, presentándose
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Diciembre - 114 -
como ideal y meta, y el anhelo humano de vida y de plenitud era criterio para distinguir entre
luces verdaderas y falsas.
Sin embargo, aunque la luz le llegaba, la humanidad no reconoció el proyecto de Dios ni
hizo caso de la interpelación (el mundo no la reconoció); aunque la luz le era connatural, la
rechazó, y con ello rechazó la vida. Dominada por las ideologías contrarias a la vida (la tinieblamuerte), se negó a responder al ideal al que estaba destinada por la creación misma. Tal era su
situación hasta la llegada histórica de la Palabra-Proyecto: la ideología-tiniebla represora de la
vida quitaba a los hombres hasta el deseo de la propia plenitud.
Centro del prólogo (1,11-13)
El proyecto creador, realizado en la historia
11-13 Vino a su casa, pero los suyos no la acogieron. En cambio, a cuantos la han
aceptado, los ha hecho capaces de hacerse hijos de Dios: a esos que mantienen la adhesión a su
persona; 1os que no han nacido de mera sangre derramada ni por designio de un mero mortal
ni por designio de un mero varón, sino que han nacido de Dios.
En paralelo con la llegada de Juan Bautista, está la de Jesús. Éste es el Hombre-Dios (v.
3), el Proyecto realizado, la vida (11,25; 14,6) y la luz (8,12; 9,5). Su presencia histórica se
verificó en su propio pueblo (su casa), pero aquel pueblo no lo aceptó.
Se afirma aquí el fracaso de la antigua alianza, que debía haber preparado a Israel para
este momento. Se ha interpuesto la tiniebla; en este caso, la ideología mantenida por la institución
judía, que conllevaba la absolutización de la Ley mosaica y los principios nacionalistas
(12,34.40). En su nombre se condenará a Jesús (19,7).
Hay, sin embargo, quienes, liberándose del dominio de la tiniebla, aceptan la palabra-luz,
sobre todo fuera del pueblo judío, y para ésos se abre una nueva posibilidad.
En el mundo semítico, es "hijo" el que se parece a su padre, demostrándolo con su modo
de obrar (8,39; cf. 5,19-20). La capacidad de ser hijos de Dios se confiere con el "nacer de Dios";
"hacerse hijo" indica el crecimiento, el ir asemejándose a Dios, efecto de una actividad semejante
a la de Dios mismo. Dios no anula al hombre, sino que lo potencia. La actividad del cristiano no
es la de Dios en el hombre, sino la de Dios con el hombre.
Aceptar a Jesús consiste en darle la adhesión personal en su calidad de Proyecto realizado,
de Hombre-Dios, y en aceptar la vida que, por su medio, Dios comunica. No pide el evangelista
la adhesión a una ideología ni a una verdad revelada, sino a la persona de Jesús, modelo y dador
de vida que Dios ofrece a la humanidad.
Como se ha dicho antes, la capacidad de hacerse hijos de Dios supone un nuevo
nacimiento. Pero éste no es obra meramente humana; de hecho, no procede de una muerte
cualquiera (“sangre derramada”); tampoco del propósito de un ser mortal cualquiera, ni del
propósito generador de un varón cualquiera, sino de los de Jesús, cuya muerte y propósitos no
son meros hechos humanos, sino que en ellos se expresa y despliega su actividad un ser divino
("Dios", cf. v.1), la Palabra-Proyecto realizado.
La nueva humanidad (1,14-17)
14 Así que la Palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su
gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre-, plenitud de amor y lealtad.
La comunidad (nosotros) que ha aceptado a Jesús habla de la llegada de éste en términos
de experiencia, la propia de los que lo han aceptado y, con ello, han nacido de Dios (vv. 12-13).
El Proyecto divino, la plenitud de vida, se ha realizado en un hombre sujeto a la muerte
(hombre-carne). Por vez primera aparece en el mundo la meta de la creación: el Hombre-Dios.
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Diciembre - 115 -
La comunidad interpreta su presencia en clave de éxodo, es decir, de liberación de toda
esclavitud: acampar (plantar la tienda) hace alusión a la antigua Tienda del Encuentro, morada de
Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto (Éx 33,7-10). En este nuevo
éxodo, el lugar donde Dios habita es un hombre, Jesús.
La gloria era el resplandor de la presencia divina, que, durante el éxodo de Israel, aparecía
en particular sobre el santuario (Éx 40,34-38). Para la nueva humanidad en camino, la presencia
activa de Dios resplandece en el hombre Jesús. No hay distancia entre Dios y los hombres; en
Jesús, su presencia es inmediata para todos.
El hijo único es el heredero universal del Padre, y todo lo que éste tiene le pertenece; el
Padre le comunica su misma gloria, haciendo al Hijo igual a él. Y su gloria consiste en su
plenitud de amor y lealtad (cf. Éx 34,6): amor gratuito y generoso que se traduce en don de sí, en
entrega, y que no se desmiente ni falla nunca (lealtad). Como la luz es el resplandor de la vida, la
gloria es el resplandor del amor fiel. Si la vida es un dinamismo, su actividad es el amor: vivir es
amar, y amar es comunicar vida. La gloria de Dios no es, por tanto, su poder o su soberanía, sino
su amor, el amor que no cambia, que siempre se mantiene.
15 Juan da testimonio de él y sigue gritando: «Este es de quien yo dije: “El que llega
detrás de mí estaba ya presente antes que yo, porque existía primero que yo”».
La comunidad narra el testimonio de Juan, que ve confirmado por su propia experiencia.
La Palabra-Proyecto, ahora realizada en Jesús, estaba presente en el mundo desde el principio de
la humanidad (1,4: la luz de los hombres) y es la misma que existía ya “al principio” (1,1).
Juan resume aquí, en sentido inverso, las tres etapas de la Palabra-Proyecto: su existencia
antes de la creación (existía primero que yo), su presencia en la humanidad (estaba ya presente
antes que yo), su realización histórica en Jesús (el que llega detrás de mí).
16-17 La prueba es que de su plenitud todos nosotros hemos recibido: un amor que
responde a su amor; porque la Ley se dio por medio de Moisés, el amor y la lealtad han existido
por medio de Jesús Mesías.
Lo especifico cristiano (todos nosotros) es la participación del amor-vida que está
plenamente en Jesús. El Hijo, heredero universal (v. 14), hace a los suyos partícipes de su misma
herencia (hemos recibido).
Así, la prueba palpable de la realidad y de la acción de Jesús es el amor que existe en la
comunidad (un amor que responde a su amor, un amor como el suyo); y este amor se muestra en
una actividad como la de Jesús, que busca realizar el designio divino trabajando por la plenitud
humana.
El evangelista distingue dos épocas: La primera, referida al pueblo judío, se caracterizaba
por el imperio de la Ley promulgada por Moisés. La segunda afecta a toda la humanidad y se
caracteriza por el amor fiel, realizado en Jesús y comunicado por él, que, como Mesías, cumple
las promesas hechas al antiguo pueblo.
Por tanto, la antigua relación o alianza, mediada por la Ley mosaica, ha caducado. Ahora,
gracias a la obra de Jesús, puede existir en los hombres el amor fiel propio de Dios mismo (v.
14); con ello culmina la obra creadora de Dios y se establece la nueva relación o alianza con él.
La Ley era exterior, el amor es interior y transforma al hombre, haciéndose constitutivo de su ser
(Jr 31,31-34; Ez 36,25-28). El código externo pierde su validez y su razón de existir.
Al nuevo éxodo y a la nueva alianza se invita a todos los hombres (cf. v. 9). No
desembocan, por tanto, en la formación de un nuevo pueblo, sino en la de una nueva humanidad.
La comunidad tiene conciencia de pertenecer a ella.
Colofón (1,18)
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18 A la divinidad nadie la ha visto nunca; un Hijo único, Dios, el que está de cara al
Padre, él ha sido la explicación.
Moisés y todos los intermediarios de la antigua alianza habían tenido sólo un
conocimiento mediato de Dios (Éx 33,20-23). Por eso la Ley no consiguió reflejar la realidad
divina. Todas las explicaciones de Dios dadas antes de Jesús eran parciales o falsas; el AT era
sólo anuncio, preparación o figura del tiempo del Mesías.
La teología del hombre-imagen de Dios queda superada; el proyecto de Dios sobre el ser
humano es mucho más alto: es el Hombre-Hijo, a quien el Padre comunica su propia vida-amor, y
ha quedado realizado en Jesús.
Únicamente un ser divino podía comprender a Dios; sólo Jesús, el Hijo único / amado,
que tiene la condición divina (Dios) y goza de total intimidad con Dios (de cara), puede expresar
lo que éste es: el Padre que está total e incondicionalmente en favor del hombre, el que, por amor,
le comunica su propia vida.
Jesús lo explica con su persona y actividad. Él es el punto de partida, el único dato de
experiencia al alcance del hombre para conocer al verdadero Dios. Toda idea de Dios que no
corresponda a lo que es Jesús es un invento humano sin valor. Jesús es, de modo inseparable, la
verdad del hombre y la verdad de Dios: manifiesta lo que es el hombre por ser la realización
plena del proyecto creador, el modelo de Hombre; manifiesta lo que es Dios haciendo presente y
visible el amor incondicional del Padre, al entregar su vida para dar vida a los hombres.
II
Muchos autores creen probable que detrás del Prólogo del EvJn haya un himno primitivo.
Más allá de las diferentes opiniones, en lo que coincide la inmensa mayoría es atribuir a un
“redactor” los agregados referentes al Bautista en este himno. Algo semejante hace la liturgia al
omitirlos en la posible lectura breve. Pero veamos el texto en su integridad; un texto cargado de
elementos que nos ponen en un trasfondo sapiencial judío.
Muchos elementos nos recuerdan el relato de la Creación que encontramos en Gen 1: “en el
principio”, los temas luz, tinieblas, vida... “Principio” refiere al período anterior a la Creación; va a
referir a la Palabra mediante la cual Dios crea.
El término clave del relato es “palabra” (logos): en el mundo judío se refiere a la Palabra de
Dios (dabar), por ejemplo, comunicada a un profeta (Os 1,1; Jl 1,1). Hay que tener en cuenta el
carácter central que ocupa la revelación en Jn. Se debe permanecer en la palabra (8,31), es
liberadora, es el medio para entrar en la vida. No es un mero mensaje, revela algo de la persona.
Conduce al Padre porque es palabra del Padre (17,6.14.17), "lo que he oído se los di a conocer"
(15,15). No habla por su cuenta (12,49s) sino por el que lo envió (7,16; 14,24). Pero además, Jesús
es Palabra: Es revelador del Padre, es palabra “hacia Dios”, que muestra tensión hacia, presencia.
Hay una íntima relación con el Padre (10,30; 17,10). Supone una unión personal (14,11.20).
Si hay una relación creación-palabra es porque la creación es modo de revelación (Sab 13,1;
Rom 1,19; cf. 1 Cor 1,21). Lamentablemente, el mundo rechazó (1,10) esta revelación. Y esta era la
vida:¿Refiere a la vida natural o a la vida eterna? Si refiere a la creación, refiere a la vida, pero al
ser por la Palabra, puede ser eterna (ver la luz; 1 Jn 1,1). Aquí parece más en relación a la Creación
que a la Encarnación. Las tinieblas no la vencen (¿relectura de Gen 3?). En Gn se habla de vida y Jn
habla de vida eterna, pero el árbol de vida es vida eterna (ver Ap 22,2) Como el árbol, el pan de
vida y el agua no necesitan volver a comerse; el enemigo, en cambio (8,44) es homicida, lo que
implica pérdida de vida. En Jn la vida lleva a la participación de la eternidad presente (1,12; 20,30;
3,15s; cf. 5,40; 7,38; 8,12); ocupa en Jn un lugar semejante al Reino en los Sinópticos.
Para Jn, Cristo es portador de la vida; se comunica por sus palabras. La vida es respuesta a la
duda ("la vida es la luz de los hombres"; es "luz de vida"). Es participación de la vida de Dios.
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Diciembre - 117 -
El añadido pasa a hablar de Juan, y no usa “ser” sino “haber”: hubo (egeneto); Juan es un ser
creado. Fue enviado: el verbo apestalmenos tiene, en Jn, significado netamente cristológico: Jesús
es enviado al mundo (3,17.34; 10,37) para salvarlo (3,17) y dar vida eterna a quienes creen en él
(5,38-40; 17,3). El Bautista es enviado por delante (1,6.33), es el que dice: "el que viene después
que yo"; es testigo: la idea es claramente jurídica (hablar-convencer; acusar; paráclito; juzgarjuicio). En un contexto de controversia, Jesús muestra testigos que autentiquen su misión. Ya el
mismo encuentro de Jesús con los hombres es un juicio. Es la transmisión de una palabra revelada.
El himno original refería a la Palabra de Dios en la Creación y en los profetas. Ahora (Jn
supone la Encarnación) se refiere al rechazo de Jesús: para Jn el pecado es no conocer y no creer en
Jesús. Creer, para Jn es la actitud fundamental, el único camino de salvación. Es confianza en la
persona; dar un sí a la auto-revelación de Jesús, supone un tipo de unión personal a Jesús. Como
absoluto es semejante a "ver". El contenido es Cristo, está ligado a la promesa de salvación en
estrecha relación a su persona. Es una entrega activa, supone aceptación, permanecer en las palabras
de Jesús. Se usa en especial en los caps. 1-12 (74 veces de las 98) ya que caps. 13-21 se dirige a los
que ya creen (en la segunda parte, pide la perfección de los creyentes: el amor)
La fe lleva a la vida (3,36; 5,15; 6,40.47; 20,31), a la luz (12,36.46; 8,12). Los que la reciben
fueron capaces de ser hijos, con lo que explica qué se entiende por "hijos de Dios". “sangres
(plural)...carne”: designa lo natural, lo que es impotente para participar de lo divino sin el poder que
viene de Dios. Por eso la palabra se hace carne, lo que la solidariza con todo el ser humano, y pone
su morada, tienda del encuentro; allí se manifiesta la gloria de Dios. La gloria (doxa): es la
manifestación de Dios. Hay una gloria que Jesús desprecia (5,41; 7,18), la que vale es la que viene
de Dios (7,18; 12,43). La doxa que los seres humanos tributan a Dios es sólo un reconocimiento de
la doxa que tiene. Para Jn, en Jesús se hacen presentes los elementos del AT. Su doxa se manifiesta
en su ministerio, no solo en su resurrección. En los signos brilla la doxa. Dios da la salvación como
expresión de su amor (cf. Is 4,2; 52,13s; 53,2), la gloria se manifiesta en el sufrimiento del Hijo.
Lleno de gracia y verdad: recuerda el par hebreo hesed w'emet, misericordia y lealtad, que
son los "motivos" de Dios para concretar la alianza con su pueblo. Alianza que llega a su plenitud
en su Hijo y en la revelación que él trae y nos muestra a Dios que nadie ha podido ver. Sólo él es
exégeta del Padre.
Reflexión
Dijo Dios, "-Hágase la luz"; el profeta afirma: "esto dice Dios:...". Ya directamente, por los
profetas, la ley, u otros medios, Dios no queda callado. En nuestra historia, Dios interviene con su
palabra salvadora... Pero no le basta con hablar, ahora nos dice que la Palabra se hace carne. Eso es
lo que celebramos. En un mundo donde se dicen tantas cosas, y tan pocas con sentido, donde tantas
palabras chocan contra paredes, porque es lo mismo si no se hubieran pronunciado, en este mundo,
se pronuncia una palabra con sentido, palabra que no es hueca, palabra que se hace carne, que es
capaz de sufrir, amar, y vivir. La palabra de Dios, no es como las que oímos habitualmente: es una
palabra fuerte, jugada, enamorada. La palabra de Dios, no es como aquellas palabras vacías y
huecas, es una palabra que al pronunciarse dice, y al decir ama, y al amar crea, y al crear salva. Es
palabra de Dios, y si alabamos al Señor es porque no nos deja indiferentes.
Hoy, el pesebre nos habla, la fiesta nos habla, la familia nos habla, todo nos habla de Dios,
de la vida, del amor. Nos habla, y debemos callar. Frente al Dios del silencio y la palabra, surge la
respuesta de la alabanza y el amor. Hay palabras que matan, otras que siembran discordia, otras que
se dicen porque sí. Pero hoy... es Dios quien toma la palabra y mete su Palabra como una cuña en
nuestra historia. Palabra luminosa pronunciada para marcar nuestra vida.
Pero hoy Dios nos habla callando. En el silencio de un niño, en la pobreza de un pesebre, en
la humildad de María y José. Esa palabra silenciosa, esa humildad gigante, esa pobreza
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enriquecedora, nos muestra el camino que Dios enseña con su palabra; la palabra creadora, la
misma de los profetas. La palabra de Dios nos marca el camino, el del pesebre, la pequeñez y la
pobreza. Dios va a hablar: ¡hagamos silencio!
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