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L
as apariencias engañan. Al menos, en lo
que se refiere a Álvaro
Cunqueiro (Mondoñedo,
1911-Vigo, 1981), aquel
magistral fabulador sobre
el que se sentaron las bases para el desarrollo de
un periodismo propio, del
país, de Galicia y al que
esta tierra, en el centenario
de su nacimiento, le honra
y le recuerda.
Sus coetáneos creían
que Cunqueiro era un adicto al Régimen de entonces.
Y así lo parecía porque
participaba activamente
en cuanto acto oficial le
proponían, aunque fue la
autoridad del momento,
a través de la Dirección
General de Prensa, la que
le desposeyó del carné de
periodista atendiendo la
expresa petición del Embajador francés en Madrid.
No es a mí a quien, en
estas páginas, le corresponde glosar la figura del
Cunqueiro escritor, que
gustaba de la fábula y los
mitos, de la historia y las
leyendas y que se abría
paso a contrapelo en el
complejo panorama de las
letras. Otros, con mayor
conocimiento del personaje
y, por tanto, con mejor tino,
lo hacen en estas mismas
páginas. A todos ellos les
agradezco la colaboración
en la edición de este monográfico dedicado a un
intelectual que es ejemplo
curioso de maridaje entre
vanguardia y tradición, que
es quizás lo que le hizo
gozar de la admiración de
Cunqueiro, periodista
Cunqueiro es una figura legendaria de la literatura gallega que ahora se empieza a
recuperar cien años después de su nacimiento
autores tan dispares como
Álvaro Mutis, Torrente Ballester, Claudio Magris o
Francisco Umbral, entre
otros.
Sobre todo, me interesa
poner en valor la vertiente
periodística de un autor
prolífico, que dejó su sello
indeleble en los principales
diarios de nuestra tierra,
como La Voz de Galicia
y el Faro de Vigo, en el
que llegó a ser director,
entre 1965 y 1970. Y que
también estampó su firma,
siempre de extraordinaria
calidad, en el madrileño
ABC, rotativo del que tuvo
una salida abrupta y jamás
debidamente explicada.
Fue en el decano de la
prensa española, donde
Cunqueiro escribió su serie
periodística más conocida,
El envés, y en la que acumula, según relata en un
magnífico artículo Ceferino
de Blas, mayor número
de artículos, cerca de dos
mil. Precisamente sobre El
envés, como columna original en la prensa española,
la profesora Montserrat
Mera Fernández, de la
Universidad Complutense
de Madrid, ha realizado un
apreciable estudio en el
que explica que a Cunqueiro, como buen periodista
en ejercicio, le interesaba
más la otra actualidad que
el propio acontecer que a
diario facilita el conjunto
de los medios de comunicación.
En El envés, este gallego culto e irónico, cargado
a veces de ornamentos
barrocos, pero humano y
muy terrenal, levantaba a
diario la hoja de la realidad
y miraba lo que había debajo. Con curiosidad, nos
enseñaba lo que nadie había visto. Eso era El envés,
una creación y un hallazgo
que él inventó y que supo
desarrollar como nadie en
su oficio.
Con esa columna, Cunqueiro, aquél que no se
sabe si va o viene, sentó
las bases de ese periodismo al que me refería al
principio: propio, del país,
de Galicia…
Manuel González
(Presidente de la APC)
Edita: Asociación de la Prensa de La Coruña. Durán Loriga, 10-4º. E-mail: [email protected]
Presidente: Manuel González Menéndez. Vicepresidentes: Basilio Orgaz Blanco y Doda Vázquez Iglesias. Secretaria: Adriana Rodríguez Eiroa.
Tesorero: Francisco Espiñeira Fandiño. Vocales: Cristóbal Atienza Gutiérrez, Paola Feal Pinto, José Gerardo Fernández Bragado, Ana Iglesias Sixto,
Luis Pousa Rodríguez e Isabel San Juan Díaz. Coordinación: Francisco Espiñeira, Adriana Rodríguez y Cristóbal Atienza. Ilustración portada: Siro.
Fotos cedidas por la Real Academia Galega; Consellería de Cultura e Turismo; Martín Fernández; archivo familiar de Carlos González Garcés, y
archivo APC. Impresión: Grafiber, S.L.
3
Cen anos do nacemento de
Álvaro Cunqueiro
A
Cunqueiro, como
á selva de Esmelle do seu
Merlín, quizais mellor que
dicilo fora pintalo, porque
para dicilo ben dito precisaríase dunha enciclopedia, e
aínda non habería espazo
para incluílo todo dentro.
Máis aló da manchea de
novelas, poemarios e libros de relatos que nos
legou, máis aló dos seus
centos de artigos que son
a un tempo xornalismo,
conto e lírica, Cunqueiro
facía literatura cada vez
que encandeaba co seu
falar pausado e profuso
en anécdotas, mestura de
realidades e mitos, parola
na que abrollaba o enxeño
e o humor nas pingas xustas para aderezar o relato
coma se dun cociñeiro se
tratara; ou, mellor aínda,
coma un menciñeiro, coma
se aprendera na botica do
pai o segredo do perfecto
narrador.
Por iso dise que en Cunqueiro o falar torna á súa
raíz latina, ao fabulare,
e tamén por iso os seus
mitos máis que mitos son
contos, como no significado
orixinal do grego mythos.
Cunqueiro é debedor das
historias que escoitou cando era rapaz a carón da
lareira, e daquelas que
anos despois degustou
xunto a unha cunca de viño
galego en tabernas como
a de Póngalas, esa na que
un día vinte e oito ánimas
do Purgatorio foron saciar a
sede. Mais Don Álvaro non
foi unicamente coleccionista de lendas e personaxes;
Cunqueiro é debedor das historias que escoitou
cando era rapaz a carón da lareira, e daquelas que
anos despois degustou xunto a unha cunca de viño
foi quen de esmiuzar os
mitos e volver construílos e
transformalos facendo uso
dos seus sobranceiros atributos literarios, a memoria
deformante, o feraz maxín,
o manexo dos recursos da
narrativa moderna, e unha
lingua que sabe fresca na
boca coma pan saído do
forno.
E, daquela, a través de
Cunqueiro decatámonos
de que todos os que se
apelidan Padín e Mariño
descenden de Roldán, o
paladín de Carlomagno, o
heroe da Chanson, e dunha
serea, que chegou encinta
a dar a luz nas costas galegas; ou que os cabaleiros
da táboa redonda esperan
o regreso do Rei Artús
transmutados en mosquitos na Lagoa Antela, na
comarca da Limia; ou que
o mago Merlín tiña pousada
nas Terras de Miranda, ben
5
pretiño de Mondoñedo.
Dicía Cunqueiro que
calquera fabulador coas
súas invencións amosa
“un rostro máis complexo
do mundo e, por ende,
máis veraz”. E se isto é así,
teríamos que concluír que
a obra de Don Álvaro nos
desvelou máis sobre nós
mesmos e o universo que
nos arrodea que o realismo social enteiro, corrente
literaria coetánea dos seus
mellores traballos e da que
el foi feliz envés, como
aqueles seus artigos que
escribiu en Faro de Vigo.
Cunqueiro deulle as
costas as modas literarias
porque os narradores verdadeiros existen dende que
existe o mundo. Seica por
tal razón un le a Cunqueiro
coma se o que el nos conta
sempre tivera estado alí,
e disque ese é o motivo
de que un século do seu
nacemento se nos antolle
curto. Cunqueiro é para
nós tan galego coma o
Camiño de Santiago ou as
Cantigas de Amigo, cústanos imaxinar que algunha
vez, hai cen anos, Galicia
non tivera ao mindoniense que, en palabras do
seu amigo Fernández del
Riego, posuía “o gusto de
narrador do rapsoda grego,
do contista oriental, do vello
mariñeiro”; un home tan
grande e complexo que,
con certeza, sería mellor
pintalo que dicilo en tan
breves palabras.
Roberto Varela Fariña
(Conselleiro de Cultura
e Turismo)
6
S
e reproduce, por su valor
de documento inestimable, una
entrevista concedida por Álvaro
Cunqueiro a principios de 1981 a
César Antonio Molina. Fallecido el
escritor en febrero del mismo año,
fue publicada como homenaje póstumo en el suplemento Sábado Literario del diario Pueblo (7-III-1981),
acompañada de una bibliografía
y de un poema, “Reconocimiento
de Harold Godwinson”, vertido al
castellano por el entrevistador.
Hace muy pocas semanas en uno
de mis habituales y rápidos viajes
a Galicia, me acerqué hasta Vigo.
Desde siempre mi familia y la de Cunqueiro mantuvieron una muy antigua
y entrañable amistad, por lo que mi
visita (como tantas otras veces) le
llenaba de alegría. Mercé Monmany,
Manuel Castelao y yo pasamos en
su piso de la calle del Marqués de
Valladares una tarde deliciosa, a
pesar de que Cunqueiro mostraba
un aspecto cansado, pero a la vez
cargado de optimismo y deseos por
disponer de algo más de tiempo para
terminar todos los proyectos literarios
que tenía en mente. Lo encontramos
a primera hora de la tarde sentado
junto a su mesa de trabajo, terminando de escribir a máquina una de sus
últimas colaboraciones semanales.
Abierto junto a él estaba un paquete
que contenía la edición checa de Un
hombre que se parecía a Orestes.
En principio, mi intención era la
de una simple visita de amigo, pero
cuando le telefoneé desde La Coruña
insistió en realizar aquella entrevista
que se había venido posponiendo a
causa de su enfermedad. Mi cuestionario, a base de mis artículos críticos
publicados sobre su obra, se hizo minúsculo por la gran cantidad de temas
que surgieron a lo largo de la velada.
La cinta grabadora quedó libre de
recoger todo y sólo se confabuló con
nuestro anfitrión (permaneciendo
sorprendentemente sorda) cuando
éste empezó a hablar de temas relacionados con la magia y el tarot.
La última visita
César Antonio Molina, ex ministro de Cultura, entrevistó en profundidad a
Cunqueiro en sus inicios como periodista
Conocíamos lo penoso e irreversible de su enfermedad; pero después
de escuchar sus nuevas ideas nos
parecía que el final podría estar todavía lejano. Esta vez el tiempo ha
sido generoso con Cunqueiro. El autor de tantas fabulaciones ha muerto
dejando varias obras póstumas (una
novela en gallego que casi estaba
terminada, y otra en castellano), pero
también material para otras que ya no
podrán ser escritas jamás. Alguien
tendrá que revisar sus carpetas cargadas de poemas, que él depuraba
y rompía constantemente, y también
recopilar todos sus numerosos artículos cargados de un conocimiento
y un ingenio singular. Precisamente
le había propuesto para Akal Editor la
realización de una antología bilingüe
de su obra poética, a la que él miraba
siempre con cierto recelo. Ahora más
que nunca sería necesario. En pocos
días todo se precipitó, y esta entrevista, entregada la semana pasada a
Sábado Literario antes de conocerse
el fatal desenlace, se ha convertido
también en póstuma. Es quizá la
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última que concedió. Sirva pues de
homenaje al fiel amigo y maestro
extraordinario:
— Los movimientos de vanguardia, especialmente los “ismos”, tuvieron una gran e importante actividad en la poesía gallega de las dos
primeras décadas del presente siglo.
Revistas tan fundamentales como
Ronsel o Alfar se encargaron de abrir
nuevos horizontes e intercomunicar
y universalizar todas las preocupaciones e incertidumbres literarias
del momento. Manoel Antonio y Luis
Amado Carballo, enrolados en estas
corrientes, rompieron con todos los
moldes tradicionales de la poesía
gallega e iniciaron la verdadera modernidad. Especialmente el primero
de ellos, cuando en 1922, junto con
el pintor Álvaro Cebreiro, firmaba y
publicaban el manifiesto ultraísta,
“Máis alá” (Más allá). ¿Cuál pudo ser
la influencia de ambos poetas sobre
su obra poética, y el “ismo” por quién
fue más impregnado?
— Su influencia fue muy grande,
en el sentido de que la poesía galle-
ga hasta Manoel Antonio y
iba a escapar al chaparrón
que tuvo que soportarse en
Luis Amado Carballo estaba metido en una especie
otras latitudes. Más que la
visión del mar, lo que influde cocina costumbrista. De
yó de Manoel Antonio fue
pronto, nos encontramos
con que se abrían nuevas
el tono general. Esto me lo
pregunté varias veces, sin
puertas, que yo ya las estaba viendo en algunos de
encontrar una respuesta
ajustada. Aunque parezca
los poetas de la Generación
mentira, otro de los poetas
del 27 y en otros franceses
que me interesaron siemque tuvo más impacto en mi
fue Juan Ramón Jiménez,
pre, como, por ejemplo,
pero solo algunas zonas
Paul Eluard. Éste es con
amplias de su obra. Tamquien me siento más idenpoco creo que el gallego
tificado y de hecho influyó
en mí, me dio una cierta
utilizado por Manoel Antonio tuviera mucha preponlibertad formal y un cierto
derancia sobre el mío. Por
sistema de contraste. De
aquel entonces, tenía una
modo que Manoel Antonio
cierta preocupación intelecha sido muy importante. La
poesía gallega empezaba a
tual: mi gallego de aquella
época es más pobre que el
romper en otras direcciones
que luego tuve que utilizar a
y ahí está la aportación de
lo largo de mi vida literaria;
Antonio Noriega Varela, en
me parecía que había que
su poemario Do ermo, donde es evidente que existe
ser distinguido y todas esas
bobadas de la juventud.
ya algo eminentemente
Aquilino Iglesias Alvariño
moderno e importante,
decía que yo inventaba
aunque está muy lleno de
esta o aquella palabra,
los clásicos latinos, en especial de Virgilio y Horacio. La dimensión creativa del escritor mindoniense ha
cuando son voces, en todo
caso muy dialectales, no
También se notan cambios cautivado también al mundo del cine
recogidas en repertorios y
en ciertas obras y poemas
de Ramón Cabanillas. Pero fue a un defecto innato. Tengo siempre una diccionarios.
partir de Manoel Antonio y de Luis tendencia, incluso en los momentos
— Se ha dicho, por críticos y
Amado Carballo cuando todo empezó sentimentales o emocionales más estudiosos, como Basilio Losada o
a cambiar. A partir de ellos todos los hondos, irónica, a verle a la vida su Ricardo Carballo Calero, que su obra
poetas de mi generación tomamos otro lado, el envés. Es una visión per- gallega autotraducida al castellano
otro rumbo. Los nuevos poemas y sonal del surrealismo, como aquella alcanza una dimensión especial…
las cartas inéditas rescatadas por que le dieron algunos poetas de la
— No lo sé, nunca me ha preGarcía-Sabell no añaden nada a De Generación del 27.
ocupado saberlo. Son cosas de
catro a catro, porque todo lo que es
— Pero la reivindicación de la profesores.
Manoel Antonio está allí, y todo lo que poesía de Manoel Antonio llegó muy
— Cantiga nova que se chama
pesó sobre nosotros está en ese libro tarde. Cuando se publicó De catro a ribeira y Dona do corpo delgado
maravilloso. De todos los “ismos” por catro en 1928, solamente aparecieron son las dos cotas más altas que dio
el que me sentí más atraído fue por el unas cuantas reseñas insignifican- de sí el movimiento autóctono del
surrealismo, a través de Eluard, Luis tes en revistas como Nós o A Nosa neotrovadorismo. Este vino a ser un
Aragón e incluso Breton. Poemas do Terra. E incluso cuando murió a los fenómeno paralelo al producido por
si e non —como muy bien dice— es veintinueve años de edad, su falle- las ediciones de Montesinos de las
mi verdadero libro surrealista.
cimiento pasó casi absolutamente obras de Lope de Vega, Gil Vicente,
— Sin embargo, esta corriente inadvertido.
etc., que de alguna forma influirían
tiene en su actividad creadora una
— Bueno, a mi primer libro, Mar ao en Alberti o Lorca. Sobre todo, en el
serie de características autóctonas: la norde, también se le dijo que era una primer Alberti “neopopularista”. Sin
ironía, el sarcasmo, el humor…
poesía hecha con la misma táctica embargo, su verdadero creador fue
— Sí, más un cierto humor, una política que la Federación Anarquista Fermín Bouza Brey, con su libro Nao
cierta ironía. Pero es que yo nunca Ibérica. Pero eso era inevitable, es senlleira, publicado en 1933.
puedo liberarme de ello. Es un don o decir, la nueva poesía en Galicia no se
— Me incorporé a una excursión
8
El escritor y periodista gallego siempre participó en los actos de difusión
cultural a los que fue convocado
de beatas que iban en peregrinación
a Fátima, y en Oporto compré los
Cancioneros, en la edición de Nunes. Hay que tener en cuenta que la
literatura de los Cancioneros, para
los poetas gallegos del siglo XIX y
aun los de este siglo (Noriega Varela,
Ramón Cabanillas y para el propio
Manoel Antonio y Amado Carballo),
eran totalmente desconocidos. Ignoraban este enorme pasado lírico de
la literatura gallega. Cuando estaba
leyendo el Cancionero, en la edición
de Nunes, absolutamente impresionado, salió a la luz Nao senlleira, de
Bouza Brey. Entonces fue cuando a
mí se me ocurrió que sería posible
componer unas cuantas canciones de
amor y de amigo, especialmente de
esto último, sin esa ortodoxia léxica
y rítmica del libro de Bouza Brey. Yo
deseaba hacerlo con más libertad.
Era un tiempo en que leía La amante, de Rafael Alberti. De modo que
de este conjunto de circunstancias,
La amante de Alberti, Nao senlleira
de Bouza Brey, y el Cancionero de
Nunes, nació mi libro Cantiga nova
que se chama ribeira.
— Pero, a pesar de la ortodoxia de
Bouza Brey, sus cantigas son mucho
más fieles a la música y el ritmo de
cancioneros…
— Sí, es cierto. Lo noté cuando
le comenzaron a poner música a
algunas de mis cantigas, o cuando
las he oído recitar en algún disco de
homenaje.
— ¿Cree que el neotrovadorismo
es ya una corriente finiquitada?
— Todos los poetas de aquella
época escribieron algunas cantigas,
incluso los que luego estarían más
apartados de los movimientos estéticos, como Celso Emilio Ferreiro o
Manuel María. Todos ellos las practicaron, pero bastante mal, de eso no
hay duda. Ese dicho de que “benditos
sean nuestros imitadores, porque de
ellos serán nuestros defectos”, fue
absolutamente cierto. Pero todavía
no creo que haya desaparecido del
todo; de vez en cuando hay algunos
que siguen persistiendo en este empeño. Hace varios días aún leía una
cantiga de motivos navideños escrita
por Díaz Jácome.
— Luis Pimentel fue el vínculo
gallego con la Generación del 27.
Su libro de poemas en castellano
Barco sin luces llevaba un importante
prólogo de Dámaso Alonso. Triscos
y Sombra do aire na herbá están escritos en gallego, aunque se dijo que
eran poemas traducidos al castellano.
Pimentel, que colaboró en Ronsel y
en La Gaceta Literaria, es otro de los
poetas que requerirían una inmediata
edición revisada de su obra. ¿Cuál
fue su relación literaria con este grupo generacional? ¿Qué participación
tuvo Luis Pimentel?
— Sobre los ángeles, de Rafael
Alberti, ha sido y es un libro que me
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parece excepcional. En realidad, todo
el Alberti de aquella época, de Marinero en tierra, etc. Luego, Salinas,
de quien fui un gran admirador. Más
adelante, por intermedio de un gran
amigo común, llegué a la poesía de
Luis Cernuda. Conocí manuscritos
antes de que se publicasen: también
me parece una de las figuras capitales de la Generación del 27. Y claro,
después vino la antología de Gerardo
Diego y allí los leí a todos. Es innegable que en mí ejercieron influencia,
pero Pimentel, a nivel generacional
y creativo, es el paralelo gallego. Yo
tengo un gran aprecio por su poesía.
Me parece de una delicadeza y de
una finura que la colocan en primera
fila. Fui, además, un gran amigo de
él, le admiraba y le tenía un gran
respeto; tanto, que cuando me atreví
a leerle unos primeros poemas míos
en la Alameda de los Remedios,
me temblaban las piernas. Aunque
vivió toda su vida en Lugo capital,
ejerciendo su carrera de Medicina y
leyendo con gran devoción a Teixeira
de Pascoaes, Rilke, Francis James,
etcétera, iba mucho por Mondoñedo,
de donde era su mujer, de una familia
muy amiga de la mía. Sí, realmente
es cierta esa autotraducción del
castellano al gallego. Él hablaba
perfectamente ambos idiomas y los
escribía de igual forma, pero estoy
seguro que la mayor parte de sus poemas nacieron en castellano. Carballo
Calero —también le conoció como yo
personalmente— lo ratifica.
— Estando toda su obra poético-narrativa-teatral abocada por un
gran sustrato poético ¿por qué bibliográficamente es de una brevedad
injustificada?
— Siempre escribí montañas de
poemas, pero los he roto casi todos.
Aún el otro día expurgué tantos que
me quedé tan solo con diez. No quería que se comenzaran a publicar
mis obras completas reeditando mis
libros de poemas, pero Fernández del
Riego insistió. Tengo un cierto pudor
ante la poesía. Me parece que todo
lo que escribo no vale nada. Lo digo
seriamente, pues no soy hombre de
vanidades ni de modestias. Para mí
es un divertimento. En cambio, con
la narrativa no tengo esa sensación.
Pero es que cuando comencé a publicar mis primeros libros de poesía,
vi que aquello que yo hacía no iba
a tener muchos lectores, pues era
el momento de la poesía social y de
todas esas “zarandajas”.
— ¿Existió entonces una superposición, una preponderancia de la
prosa sobre su actividad poética?
­— Quizá. Todos esos poemas
de ambiente árabe, “Os catro
chefes da Casa de Guinguiz”
o “Setenta pavillós”, nacieron
cuando escribía Cuando el
viejo Simbad regrese a las islas. Es decir, al mismo tiempo
que trabajo en prosa me van
surgiendo poemas paralelamente. Lo mismo me sucedió
cuando estaba escribiendo
Un hombre que se parecía a
Orestes o Las Mocedades de
Ulises. Son creaciones paralelas, que tienen ese ambiente,
esa patética de la narración.
Muchas veces esos poemas
también se incorporaron a las
novelas respectivas.
dental, más reflexiva. Son un grupo
de seis o siete poemas, que aparecen
en Herba aquí ou acolá. Creo, incluso,
que en principio habían nacido para
otro libro de poemas también inconcluso, que se llamaría algo así como
A resurrección da carne de Álvaro
Cunqueiro; poemas en donde T.S.
Eliot, Pound e incluso Paul Claudel
están presentes.
— Sí, estos poemas nacieron del
La mitología recreada e
inventada
­— Me gustaría que habláramos de algunos de estos
personajes, mitad realidad,
mitad ficción, mitad inventados. Saber realmente qué
significan para Álvaro Cunqueiro nombres como los de
Ginguiz, Paltiel, Dagha, Harold
Doldwinson, Lord Dunsany,
etcétera.
— Eso es imposible. Poemas como
“Eu son danae”, “Eu son Paltiel”, “Eu
son Edipo”, etcétera, comenzaron
a ser escritos para un futuro libro
(nunca finalizado), que se llamaría
Eu son. Había escrito muchísimos;
también gran cantidad de epitafios,
como algunos de los que aparecen en
este volumen, pero desaparecieron,
rotos por mis propias manos.
— Hay otra serie de poemas incluidos en este primer tomo y publicados
de manera unitaria por primera vez,
que tienen una intención más trascen-
sentimiento, de la conciencia de la
vejez, del paso del tiempo, sobre la
vida, las frustraciones y el destino. No
sabría qué otros poetas están presentes aquí, pues a veces son operaciones inconscientes de la memoria del
lector, pero, desde luego, Claudel, no.
Me aburre enormemente.
— En una narrativa como la española, que siempre ha tendido hacia lo
realista, usted, junto con Perucho y
muy pocos más, lleva desde siempre
un camino diametralmente opuesto.
— Perucho es un gran amigo mío
y, además, soy un gran lector de él.
10
Con respecto a nuestras respectivas
obras, hay una serie de similitudes,
las cuales parten desde la propia
invención de textos que no han
existido jamás, y que nos sirven de
apoyo para nuestras construcciones.
También nuestras reminiscencias
artúricas, bretonas, medievales…
Pero quizá —como ya hablábamos
antes— existe más humor en mis
libros que en los de Perucho. Él
de pronto, a veces, tiene la
tendencia de hacer surgir su
erudición como algo serio. La
mía aparece como una pura
broma, un divertimento. Eso
corta bastante la narración y
da la sensación de que tiene
miedo a dejarse llevar por
lo fantástico de su historia.
A Bioy Casares le sucede lo
mismo. En las Historias naturales de Perucho, sobre una
cierta pretensión científica y,
sin embargo, el libro es una
delicia. En Perucho, además,
hay una cierta influencia de
Borges, que, en mí, —siendo
también lector suyo—, no creo
se perciba. Lo mío es contar
por contar. El primer distraído
y divertido soy yo. La aventura
es lo que me interesa. En el
fondo lo que hago yo siempre
es un libro de caballerías.
— Acaba de hablar de Borges, de Bioy Casares, pero
usted tiene también muchas
concomitancias con Italo Calvino, a pesar de que este escritor
italiano pretende sacar de lo
fantástico, referido a nuestro
mundo, cierta fabulación, cierta moraleja, a través de lo contemporáneo.
— Desde hace tiempo lo he venido
leyendo y me interesa mucho. Pero
es cierto lo que dice. Calvino generalmente engarza su narración con
algún aspecto didáctico, por ejemplo,
en El barón rampante, que, a la vez,
me parece una de las más logradas
narraciones de los últimos tiempos.
Por el contrario, yo nunca he pretendido, ni pretendo, hacer nada de
eso. Borges también intenta darle un
sentido cientificista; él pretende que
su narración se corresponda con un
orden cuasimatemático, un orden físiconatural, que en mí no
existe, pero que hay en
Perucho. Cuando Salvador de Madariaga
leyó, hace varios años,
en Frankfurt, mi Vida y
fugas de Fanto Fantini,
le comentó a Vergés
que no creía que alguna vez un español pudiera escribir un libro
como éste. Lo mismo
ha sucedido cuando
mis obras se han traducido. Precisamente
me acaba de llegar la
traducción al checo
de Un hombre que se
parecía a Orestes.
— Italo Calvino tiene dos largas narraUno de los muchos retratos que le hizo el
ciones, El castillo de
dibujante y periodista Siro
los sentidos cruzados
y La taberna de los destinos cruza- el Hamlet es una pieza clásica, pero
dos, en los que el tarot es la mani- ¿por qué su dedicación a este género
festación textual. ¿Usted, que es un fue tan esporádica y tan breve?
gran conocedor de los muchos tarots
— Es una estupidez escribir teatro
existentes, no lo ha intentando hacer si no va a ser representado. Escribí
alguna vez?
A noite vai como un río porque me
— Sobre las cartas estaríamos aseguraron que sería representada.
hablando varios días sin parar. A El teatro no es para leerlo, sino para
lo largo de mi vida escribí muchos verlo y oírlo sobre un escenario. En
artículos e incluso prologué algunas Galicia la actividad teatral siempre esediciones de tarots, como el Sarry. tuvo postergada y, además, también el
Las cartas consultadas en una de- tipo de teatro que yo hacía no estaba
terminada dirección siempre dan muy de acuerdo con las corrientes de
respuestas en esa dirección: amor, tipo social del momento. El Hamlet
muerte, ausencias… Siempre tuve en fue otra cosa. Le había dado muchas
mente escribir un libro en base a un vueltas a la tragedia de Shakeaspeare
personaje de una echadora de cartas. y un día me vino a la cabeza una espeTengo el suficiente material reunido cie de revelación: el usurpador era el
para poder comenzarlo en cualquier verdadero padre de Hamlet. Entonces
momento. Las cartas, en general, todo encajaba mejor. También la reisiempre dicen la verdad, siempre na de Dinamarca, madre de Hamlet,
encierran algo terrible. El general se procuraba una salvación de la
De Gaulle, que era un empedernido venganza del hijo; de una venganza
jugador, murió haciendo uno de los que a Hamlet se le había pedido o
solitarios más difíciles.
que el mismo había imaginado. Todo
cuadraba: la muerte del padre y las
bodas con la madre. Estábamos con
Un nuevo Hamlet
Edipo y con una de las formas más
— Su actividad teatral se reduce famosas de las leyendas que se predia tres obras: O incerto señor don can del hombre. Entonces esta pieza
Hamlet, A noite vai como un río y nace como una explicación más de
Palabras de víspera. De todas ellas, un suceso llamado Hamlet. En 1970
11
—once años después— pude leer
un libro publicado ese mismo año en
Londres, The Neophiliacs, de Cristopher Booker. Éste me confirmaba mi
descubrimiento y mi interpretación.
En 1970, el novelista Carlos Rojas, en
su obra Aquelarre, y a través de uno
de sus personajes (Antonio Escuín),
realizaba una puesta en práctica de mi
interpretación. Rojas conocía mi don
Hamlet cuando escribió su novela.
También en esta pieza sospechaba
de los orígenes vikingos de Hamlet.
En la revista Grial Micaela Misiego
publicó un ensayo muy documentado sobre el tema, en el que seguía
al profesor Kemp Malone. En fin, mi
Hamlet tiene como novedad todas
esas interpretaciones, que luego, de
una forma u otra, han sido confirmadas por los ensayistas. Años más
tarde, después de estar escrita mi
pieza, pude leer también Du mythe
au roman, de Georges Dumezil, que
también supuso otras confirmaciones
definitivas a mis interpretaciones.
— La saturación de información en
la actualidad y la proliferación de una
gran cantidad de noticias, ¿no empobrecen la capacidad fabuladora?
— Por supuesto. Desconozco cuál
va a ser el futuro de la literatura en
esta época de profundos cambios. Yo
la amo sobre todas las cosas y creo
que se salvará.
— ¿Opina lo mismo sobre el gallego?
— Sí, también soy optimista; es el
signo de identidad de nuestra Comunidad. Si él desaparece, este pueblo
dejará de existir. Siempre he dicho
que me gustaría ser recordado bajo
este epitafio: “Aquí yace un hombre
que, con su obra, hizo que Galicia
viviera mil primaveras más”. Para ello
continúo escribiendo a pesar de que
tengo que mantener ciertas relaciones amorosas con una máquina. Para
dentro de unos meses espero tener
terminadas otro par de novelas: A taberna da Galiana es el título de una de
ellas. Espero que aparezca el Día de
las Letras Gallegas, y está en la línea
de Las crónicas del Sochantre.
César Antonio Molina
(Periodista)
Cunqueiro, Garcés y La Coruña
M
is primeros recuerdos de Álvaro Cunqueiro son de cuando yo
era aún un niño. Aquel poeta, amigo de mi padre, era
un hombre alto, corpulento,
de cara ovalada y gafas
redondas de pasta.
De mi niñez recuerdo
más los olores que los
sonidos, pero algunos
perduran con una fuerza
enorme, entre ellos, los
acordes previos al Diario
Hablado de Radio Nacional
de España, que sonaban a
las diez de la noche, justo
en el momento en que nos
enviaban a la cama y la
voz grave, muy peculiar
de Álvaro Cunqueiro, una
voz musical, con un fuerte
acento gallego que destacaba más cuando hablaba
en castellano. Lo mismo
que recuerdo voces de
cantantes o actores, si me
concentro, oigo claramente
la voz de Cunqueiro en sus
conversaciones y en las
explicaciones que en el recorrido por las Murallas de
Lugo le dio a mi hermano
Alberto, muy niño, en las
que las Murallas se transformaban en un fuerte y
las defensas romanas eran
prácticamente de una película de indios y vaqueros.
Todo con una magnífica
imaginación y un narrar
envolvente, cautivador, que
incluso nos embelesaba a
los niños.
El primer artículo de los
18 que conservo de Miguel
González Garcés sobre
Cunqueiro fue publicado en
mayo de 1952, con el título
Cunqueiro siempre tuvo una relación muy especial con la ciudad coruñesa, donde
ocupa lugares tan emblemáticos como esta estatua en la Plaza del Humor
“Mondoñedo y la poesía de
Álvaro Cunqueiro”.
Por lo que parece, era la
primera vez que mi padre
iba a Mondoñedo, ciudad
a la que acudió a realizar
un peritaje caligráfico, y
a la que posteriormente viajaría con frecuencia
para este mismo fin. En
algunas ocasiones fue con
Ángel del Castillo, en un
taxi con trasportines, en el
que aparte del conductor,
cabían seis personas. Eran
unos viajes largos, duros,
con infinidad de curvas
y una frecuente niebla, a
través de una carretera
bordeada de abedules y
retamas en flor y con fondo
de valles suaves y espesos
robledales. En Mondoñedo
vivía recluido Cunqueiro.
Eran épocas difíciles en lo
económico y en lo literario
y de esas dificultades no se
libraba el mindoniense. A él
se refiere Garcés destacando que más que conocedor,
era vividor del medievo
y añade que Cunqueiro
adquiere toda la grandeza
de su inmensidad lírica en
Mondoñedo.
La primera carta de
Cunqueiro a Garcés está
fechada en Mondoñedo el
27 de mayo de 1952 y en
ella le agradece el artículo
antes citado, le trata de
usted, se refiere elogiosa-
13
mente a Verbo, de Eduardo
Moreiras, y le invita a volver
y entonces probará usted
la canónica cocina mindoniense llevado de mi mano.
Amén.
Vivíamos en la calle
Alameda, número 4. El
amplio despacho de mi
padre daba al Cantón Pequeño, frente a los Jardines
de Méndez Núñez. De
ese despacho recuerdo la
mesa, una plegadera de
marfil con puño de plata,
un poliedro de cristal, los
tres objetos heredados de
mi abuelo, y una figura de
barro negra, muy estilizada,
que era Castelao.
En su segunda carta
del 25 de junio del mismo
año acepta dar dos conferencias en la ACI. Todavía
era presidente de esta
Asociación Juan González
Cebrián, arquitecto cordobés afincando en La Coruña desde hacía tiempo,
amigo, compañero de charlas y vivencias de Miguel
González Garcés hasta el
fallecimiento de Juanito.
En esta segunda carta refiriéndose al ya citado libro
de Moreiras, dice: es un
hermoso libro: la poesía o
es portadora de luz o es un
enorme fracaso. Es un libro
luminoso, apasionado”... Ya
me tarda verle a usted a la
luz coruñesa. Escríbame.
En la siguiente carta de
julio de 1952 se concretan
los días de las conferencias
para el 19 y 29 de agosto,
así como el título de ambas:
Situación de la pintura,
1952 y Los cancioneros
galaico portugueses: Viaje
a las primaveras de antaño.
Termina: Escríbame, quiero
que seamos amigos”.
En el encabezamiento
de la carta de abril de 1953
aparece querido Miguel. Se
dirige por primera vez de tú
y firma Álvaro. Comenta:
Recibí Isla de dos, maravilloso regalo, algo que, en
la mano, la hace temblar
y devuelve mi corazón
—créeme, un fatigado corazón— a sueños antiguos
y amorosas vacaciones.
Gracias, muchas gracias.
En el artículo del 28
de agosto de 1953, titulado Ante un homenaje de
La Coruña a Cunqueiro,
Garcés escribe: Muchas
son las razones que se
pudieran hallar para que
celebremos al para mí más
interesante poeta nacido en
Galicia, pero creo que la
raíz profunda del homenaje
ahora señalado es preten-
Cunqueiro fue siempre un entrañable y leal amigo de
Miguel González Garcés. (Caricatura de Siro)
der demostrar el agradecimiento de La Coruña por
haber sido en ella donde
Cunqueiro volvió a la periódica actividad y recomenzó
a tallar el perfil de su obra
constante. Inquieto viajero
de curiosidad gallega, Cunqueiro regresó a Galicia
para hallarse nuevamente
a si mismo.
Coincidiendo con el homenaje estuvo en El Portazgo. Comió allí y jugó al
croquet. No resultó un buen
jugador y tuvo grandes
dificultades para pasar el
alambre del medio.
En carta de 18 de octubre Garcés le escribe
a Cunqueiro: “Mucho te
agradezco tu felicitación
(se refiere al día de su santo, 29 de septiembre que
no conservamos), aunque
haya tardado en demostrártelo. Es la más original
y bella que he recibido. Lo
cual no es extraño”…. Mis
hijos te recuerdan mucho.
Para más detalles, el alambre de en medio o campana
le llaman el Cunqueiro….
Recuerdan también y yo
no lo oí, tu explicación sobre los pájaros y de cómo
bebían una gota de rocío
en el borde de la flor. Te
cuento todo esto porque
lo sintetizan diciendo : ¡que
simpático es Cunqueiro!, ¿
verdad papá?. La frase no
14
es todo lo respetuosa que
debiera (¡Teníamos Laura y
yo nueve y siete años, respectivamente!), pero indica
una de las mayores alabanzas que pueden hacerse
de ti y de cualquier otro,
por ejemplo de mi padre a
quien también ocurría: Es
un hombre a quien quieren
los niños y, naturalmente,
saben tu telegrama de
memoria.
En los años siguientes
más cartas y artículos de
Garcés y más cartas (casi
todas ellas autógrafas) de
Cunqueiro.
El 5 de septiembre de
1955 se inauguró la Casa
de la Cultura de La Coruña,
que sería sede de Archivo
Histórico de Galicia, la Biblioteca Pública del Estado
y la Asociación Cultural
Iberoamericana que hasta
entonces estaba ubicada
en la calle Emilia Pardo
Bazán, que fue durante la
presidencia de Cebrián y
después de Miguel González Garcés la asociación de
dinamización cultural más
importante de La Coruña y
quizá de Galicia.
Manuel María, como
otros muchos, tuvo siempre un reconocimiento de
la labor de la ACI, que en
cierto modo becaba a diferentes escritores mediante
la contratación de sus conferencias a lo largo de sus
años de funcionamiento.
Cunqueiro vino múltiples
veces a la ACI, como tantos
otros, como el inolvidable
Ramón Otero Pedrayo, que
dejaba desbordar sus palabras en conferencias de un
maravilloso barroquismo.
Era muy alto y hablaba de
pie, gesticulando con su
mano derecha.
De abril de 1960 es una
preciosa carta que reproduzco en la que Cunqueiro
El escrito gallego obtuvo en La Coruña un importante reconocimiento literario como fue el premio de los Juegos
Florales en el otoño de 1960 bajo el lema “Somos vino y ¿quién nos bebe?”
felicita a Garcés por la presidencia de la ACI y le ofrece dar una conferencia.
El 24 de julio se le concede a Miguel González
Garcés el primer premio
Fernández Latorre. Era un
hombre alegre, con un gran
sentido del humor, pero
pocas veces le he visto tan
exultante como aquel día
en el Portazgo. Cunqueiro
le manda el mismo 24 un
telegrama con el texto:
Onorate l’altissimo poeta
cordialísima felicitación
abrazos Cunqueiro. Hace
referencia a la frase que un
personaje que se encuentra en el Infierno le dedica
a Virgilio que camina con
Dante (Divina Comedia
IV-80).
El lunes 12 de septiembre del mismo año se celebraron Los Juegos Florales
de La Coruña, patrocinados
por la ACI, en el Hotel
Finisterre. El mantenedor
fue Wenceslao Fernández
Flórez. El jurado presidido
por Miguel González Garcés y del que formaban
parte, entre otros, Domingo
García Sabell, resolvió dar
LA FLOR NATURAL, FLOR
DE ORO Y 5.000 PESETAS
a Don Álvaro Cunqueiro,
poeta y cronista oficial de
Mondoñedo, por el poema
presentado bajo el lema
Somos vino y ¿quién nos
bebe?.
Premio para los poemas
de tema libre en castellano
y 2.000 pesetas a Don Manuel Álvarez Torneiro.
Premio para los poemas
de tema libre en gallego
y 2.000 pesetas a Don
Manuel María Fernández
Teijeiro, por el poema presentado bajo el lema Omar
Khayan.
Un primer accesit a Don
Leopoldo de Luís por su
poema Tierra en Paz.
Un segundo accésit
a Don Manuel Alcántara
por su poema El embar-
cadero.
Mención honorífica a
Don Alfonso Gallego Vila y
un accésit a Don Salvador
García Bolaño por su poema Sempre cara ó ceo.
Cunqueiro entra en la
Real Academia Gallega el
21 de abril de 1961 en un
acto celebrado en Mondoñedo. Más cartas y artículos.
El 4 de marzo de 1969
almuerzo-homenaje a Álvaro Cunqueiro organizado por la ACI, que en su
momento representa Don
Hamlet en la plaza de toros.
El 29 de septiembre de
1973 Cunqueiro manda un
telegrama con felicitación y
ruego de que Garcés dé el
Pregón de Ferias y Fiestas
de As San Lucas, en Mondoñedo.
Después de las antologías de Garcés con profundo estudio de Cunqueiro
llegan, en la primavera de
15
1980, las obras completas
de Álvaro, que en su prólogo dice: Herba de aquí e
acolá, monllo de poemas
dos duas derradeiras décadas, recollidas no verán
de 1979 pola man amiga
do poeta Miguel González Garcés para formar
un volume destinado a
una colección coruñesa de
poesía.
El día 1 de marzo de
1981, el siguiente a la
muerte de Álvaro Cunqueiro, Miguel González
Garcés escribe en La Voz
de Galicia: Cuando me enteré de la noticia, todavía
en ese estado en que la
conciencia se rebela en
admitir el inexorable hecho,
casi aún en sueños, he ido
al Portazgo y en el lugar
donde tiene él reposado,
a la sombra del cerezo
que tampoco ya existe, he
plantado, en el día de su
muerte, un rosal blanco.
Carlos González Garcés
Cambados y Mondoñedo, las
dos patrias de Cunqueiro
E
l mago Merlín, el
personaje de Alvaro Cunqueiro, le prestó un día
a su fiel criado Felipe de
Amancia un camino que
había traído desde Bretaña enrolado en un canuto
de hierro. Se llamaba el
camino de Quita y Pon. Y
con él, el criado viajó, en
una sola jornada, a Trípoli
de Antioquía, a Marsella, a
través del camino francés
a Compostela y de ahí a
Miranda, las tierras del
mago.
En cierto modo, el propio Alvaro Cunqueiro tambien viajó, en su peripecia
vital, por otro camino de
Quita y Pon. Éste, el suyo,
lo llevó por diversos lugares
de la geografía galaica y
española y tuvo paradas,
siempre recurrentes, en las
Tierras de Miranda y de O
Salnés. Porque si es cierto, como él decía, que “a
patria son a terra i os mortos”, Cunqueiro tuvo dos:
Cambados, la villa fidalga
y señorial, y Mondoñedo,
la vieja y decadente ciudad
episcopal.
La primera fue la tierra
de su padre, el farmaceútico Joaquín Cunqueiro Montenegro, y de sus abuelos,
el abogado sin ejercicio y
rentista cambadés, Carlos
Cunqueiro Mariño de Lobera, y Carmen Montenegro Morfino, naturales de
Vilagarcía de Arousa y A
Póboa do Caramiñal, respectivamente. La segunda
Imagen de Álvaro Cunqueiro como pregonero de la Festa do Albariño de
Cambados, con Manuel Fraga como testigo
fue la patria de la infancia
del escritor y la tierra de
su madre, Josefa Mora
Moirón, oriunda de Riotorto, un concello de la antigua
provincia de Mondoñedo.
El origen cambadés
emparentó a Cunqueiro,
a través de la familia Montenegro, con otro escritor
universal, Ramón del Valle
Inclán, de quién era primo.
Y lo convirtió en permanente enaltecedor de las
tierras, de las gentes y de
lo que acuñó, en afortunada
frase, como “el príncipe dorado de los vinos gallegos”,
el albariño de Cambados.
Mondoñedo, en cambio, le
proporcionó todo un universo literario, las Tierras
de Miranda, en las que,
como García Márquez con
Macondo, situó el marco
de su imaginación portentosa y de sus fascinantes
criaturas.
Doce hijos, cinco
médicos
El matrimonio de Carlos
Cunqueiro y Carmen Montenegro tuvo doce hijos.
Cinco estudiaron Medicina
en Santiago de Compostela
—aunque uno de ellos, el
padre del escritor, cambió
en el último curso la carrera de Medicina por la de
Farmacia— y dos vivieron
en Mondoñedo: José Cunqueiro Montenegro, que
ejerció la medicina en la
villa episcopal por poco
tiempo, antes de trasladarse a Murcia, y Joaquín, el
padre de Álvaro Cunqueiro,
que regentó la “Farmacia
17
Moderna”.
La familia Cunqueiro
estuvo vinculada a la villa
episcopal poco más de un
siglo. El inicio de su estancia se remonta al verano
del año de 1905, cuando el
joven farmacéutico Joaquín
Cunqueiro Montenegro llegó a la villa, procedente de
Vegadeo (Asturias), para
hacerse cargo de la polémica farmacia que habían
abierto, un año antes, el
médico forense Alejo Barja
Alfonso, su hermano José,
notario, y su cuñado José
Alonso Parga, para hacer
competencia al viejo boticario de la villa lucense,
Domingo Martínez.
Como los Barja no estaban en posesión de la
titulación requerida para
regentar el establecimiento,
pusieron a su cargo, con
un sueldo de dos pesetas
diarias, al farmacéutico
Valentín Piñeiro Pena, de
treinta años de edad, que
era natural de Santiago de
Compostela. Pero, al poco
de ser inaugurada la nueva
farmacia, surgieron graves
desavenencias entre éste
y la familia propietaria. Así
que Piñeiro Pena decidió
abandonar la dirección del
establecimiento, regresar a
Santiago y poner a la venta
todo lo que en el negocio le
pertenecía.
de la cárcel del Partido, al
mismo tiempo que pretendía explotar ilegalmente
una farmacia. Destacaban
tambien que el traspaso
era simulado y una burla
con la que se defraudaban
los derechos de Hacienda
pues el valor real superaba las veinte mil pesetas.
Y dudaban que el nuevo
farmacéutico dispusiese
del título profesional pues
el joven Cunqueiro Monte-
haber llegado a Mondoñedo, Joaquín Cunqueiro
Montenegro se casó, en
1908, con Josefa Mora
Moirón, una joven de 23
años originaria de Santa
Marta de Meilán, en Riotorto, aunque nacida en
Madrid. Tenía 31 años y se
hallaba viudo de Purificación Blanco González. Había nacido en Cambados el
16 de enero de 1877, hijo
de los citados Carlos Cun-
Una farmacia
polémica
Así fue cómo el joven
farmacéutico cambadés
llegó a Mondoñedo: para
hacerse cargo de la farmacia de los Barja, se
supone que por la amistad
contraída con alguno de
sus miembros por su parte
o por la de su hermano
José. Lo cierto es que, en
septiembre de 1905, ante
el notario Basilio Verdía,
Joaquín Cunqueiro compró
a Valentín Piñeiro, por tres
mil pesetas, los derechos
que tenía en la botica.
Pero los problemas del
nuevo establecimiento sanitario no acabaron ahí.
Los otros farmacéuticos
de Mondoñedo criticaron
enérgicamente esa venta, al considerar que lo
transmitido tenía un valor
mucho elevado del que se
consignaba, y pidieron su
cierre.
En un escrito dirigido a
las autoridades sanitarias,
denunciaron que el propietario del local, Alejo Barja,
cobrase sueldos —que
calificaban de incompatibles— de la Diputación
como médico de la Casa
Inclusa y de encargado
en la ciudad episcopal, en
la que murió en 2006.
Con ella desapareció
de Mondoñedo —parodiando a García Márquez, tras
cien años de soledad— la
familia y el apellido Cunqueiro, tan querido, enraizado y respetado en la
ciudad desde que el joven
farmacéutico cambadés
llegó a ella y adquirió fama
de riguroso profesional,
ameno erudito y persona
próxima a la gente y a los
vecinos. La última conexión
que los Cunqueiro mantenían en la vieja Vallibria fue
la vivienda de Carmen, que,
a su muerte, fue vendida
por uno de sus sobrinos.
La madre de Valle
Inclán y la abuela de
Cunqueiro eran
primas carnales
El creador gallego encontró en Cambados un segundo
paraíso en el que dar rienda suelta a su fantasía en un
entorno de camaradería
negro usaba las etiquetas
del anterior...
El pleito fue largo y arduo. Pero los Barja y el
joven boticario lograron
sus objetivos. Y Joaquín
Cunqueiro acreditó que
había obtenido el título de
Licenciado en Farmacia en
la Universidad de Santiago
de Compostela, a los 23
años, en junio de 1900.
Alcalde de
Mondoñedo
Tres años después de
queiro Mariño y de Carmen
Montenegro. El matrimonio
tuvo cinco hijos: Carmen,
Alvaro, Hernán José, Carlos y Joaquín. Sobrevivieron los tres primeros pues
los dos últimos fallecieron
a corta edad.
Joaquín Cunqueiro fue
alcalde de Mondoñedo en
el periodo 1923-1924. Su
mujer falleció en 1931 y él
diez años después. De los
tres hijos supervivientes
—Carmen, Álvaro y Hernán José (Pepe)— sólo la
primera continuó viviendo
18
Durante largo tiempo se
especuló en el mundo literario con las relaciones de
parentesco que mantenían
entre sí Álvaro Cunqueiro y
Ramón del Valle Inclán.
Esas fabulaciones tenían como base una publicación —“Apuntaciones
sobre Valle Inclán”— del
periodista y abogado madrileño Antonio Carro Villacañas en la que sostenía
que Cunqueiro fue, con
Castelao, uno de los portadores del féretro de Valle
Inclán en su entierro en
Santiago, en vísperas de la
Guerra Civil. Una anécdota
que, por otra parte, no pudo
ser documentada de modo
fehaciente.
Pero fue el propio Cunqueiro quién habló sobre su
supuesto parentesco con
Valle en un artículo publicado el 6 de diciembre de
1952 en FARO DE VIGO,
periódico en el que primero
Álvaro en
un acto
institucional
cruzando la
Plaza de la
Catedral de
Mondoñedo
colaboró y después dirigió.
Y sus palabras vinieron a
dar visos de realidad a lo
que era una hipótesis, un
rumor, un <disque> largo
tiempo extendido en el
mundillo literario de postguerra.
Un estudio
genealógico
En el texto periodístico, escribió así el escritor
mindoniense: “Yo cruzaba
bajo el sol, rapazuelo aún,
aquella plaza del mercado
yendo hacia la casa de mi
tía abuela Concha Montenegro, donde una tarde,
que se aposentó en mi
imaginación para siempre,
me encontré en la suave
penumbra de la sala con mi
señor tío don Ramón María
del Valle Inclán con la gran
barba de plata dormida,
como una mañana, en el
remanso de su pecho. Me
hizo acercarme a él y posó
su mano sobre mi cabeza
mientras contaba no recuerdo qué historia familiar
(…). ¿Llegaré yo a escribir
algún día algo que conceda
algún significado a aquella
noble e incomparable mano
sobre mi testa moza?”.
Pero esa suposición del
parentesco —basada en la
coincidencia del apellido
Montenegro entre ambos
escritores pues era el segundo apellido del padre
de Cunqueiro y el segundo
también del propio Valle
Inclán— dejó de ser una
hipótesis para convertirse
en un hecho científicamente probado tras el trabajo,
recientemente publicado,
de los estudiosos de Vigo
y Tui, Grato Amor Moreno
y José Sánchez de la Rocha, sobre las “Hidalguías
del Fragoso y su legado
heráldico”.
Los Montenegro
En él, estos genealogistas vigueses datan el
origen del parentesco en
la boda que contrajeron
en Vigo María Dolores de
Saco y Lira y Antonio de
Montenegro y Sánchez. Un
matrimonio que contó, en la
línea hereditaria masculina,
con un tataranieto llamado
Ramón María del Valle
Inclán y, en la femenina,
con un bisnieto de nombre
Álvaro Cunqueiro Mora. De
tal manera que la abuela
paterna de éste era prima
carnal de la madre de Don
Ramón. O, dicho de otra
manera, la madre de Valle,
Dolores Peña Montenegro,
era prima de Carmen Montenegro Morfino, abuela
de Cunqueiro y madre de
los “cuatro médicos y pico”
que tuvo con el abogado
y rentista cambadés, Carlos Cunqueiro Marino de
Lobera.
Ambos escritores sabían
de ese parentesco, aunque
ninguno de los dos hiciera
alarde de él. El propio Valle
trataba como primo a José
Cunqueiro Montenegro, el
tío de Álvaro que ejerció la
medicina en Murcia. Asi lo
recordaba Antonio López,
un compostelano que era
19
propietario
de la papelería El Sol,
de Madrid,
en la que
Valle acostumbraba a
comprar los
tacos de papel en los que
escribía, en una entrevista
publicada en El Correo
Gallego el 5 de enero de
1986. En ella dice que el
autor de Luces de Bohemia
le preguntaba a menudo
por las andanzas “de mi
pariente José Cunqueiro”,
el hermano del padre de
Álvaro Cunqueiro que ejerció la medicina en Murcia y
que era asiduo visitante de
Compostela en la época
estival…
Hay otros muchos testimonios que acreditan
esa relación familiar. Por
ejemplo, que el propio Álvaro Cunqueiro remitió a
Valle Inclán un ejemplar de
su libro de 1933, Cantiga
nova que se chama riveira,
dedicado en gallego. O que
Joaquín, el propio padre
del mindoniense universal,
conservaba en su domicilio
los ejemplares de las Sonatas dedicados de puño y
letra por Valle Inclán.
Martín Fernández
(Periodista)
D
urante moitos anos
a Academia Galega viviu
esquecida e ignorada por
institucións políticas e sociais e mesmo pola sociedade á que quería servir. A
indiferenza de aquí viuse
compensada polo entusiasmo e respecto que espertou alén do mar onde os
máis importantes rotativos
da Habana daban noticia
puntual das súas contadas
aparicións públicas e onde
se recibían con emoción
as humildes entregas do
dicionario académico.
Nos últimos anos, afortunadamente, esta indiferenza histórica crebouse e
a Academia ten presenza
pública e goza dun prestixio social acadado moi
especialmente na defensa
da nosa cultura e, nomea-
Cunqueiro na
Real Academia Galega
damente, da nosa lingua.
Como consecuencia desta
situación, recentemente
conquistada son moitas as
persoas que “aman odiar”
esta institución con furia
desmedida . Cada vez que
se elixe un membro da
Academia numerosas voces arremeten en contra da
institución, que consideran
fóra do mundo, anticuada,
machista, endogámica e
inxusta. Todo isto adoita
vir seguido dunha extensa
relación de nomes ilustres
que non chegaron a estar
na Academia entre os que
en moitas ocasións, para
maior escándalo público,
aparece o nome de Ro-
salía de Castro falecida,
como sabemos en 1885,
vinte e un anos antes da
fundación da Academia.
Esta actitude crítica, case
sempre nobre e desinteresada, non deixa de ser,
logo, unha mensaxe de
que o camiño é longo pero
estase a percorrer.
Na época na que foi
elixido Álvaro Cunqueiro,
proposto o 4 de abril de
1960 por Ricardo Carballo
Calero, Domingo García
Sabell e Aquilino Iglesia Alvariño para cubrir a vacante
de Ramón Cabanillas, a indiferenza social a respecto
da Academia era total. Nin
sequera a data da súa elec-
20
ción, o 23 de abril de 1961,
ten eco na prensa da época
a non ser no Faro de Vigo,
xornal no que traballaba o
propio escritor.
Tardou o escritor de
Mondoñedo dous anos en
tomar posesión, superando
todos os prazos legais que
establecía daquela o regulamento da institución, ante
a alarma do Presidente e
da súa comisión executiva
que cruzan numerosas
cartas para que del Riego e Sabell medien ante
Cunqueiro. Nun primeiro
momento pensa en Vicente
Risco para que lle conteste,
pero ante a saúde crebada do profesor ourensán
acaba encargándolle a
contestación a Fernández
del Riego.
Atrásase tamén o ingreso polo falecemento da nai
do alcalde de Mondoñedo,
José Lorenzo García, que
acaba convidando, por
unanimidade da corporación municipal, a Academia
a Mondoñedo. Respondendo a este convite do
rexedor municipal, a toma
de posesión de Ávaro Cunqueiro terá lugar en Mondoñedo, no Paraninfo do Real
Seminario Conciliar Santa
Catalina, o domingo 21 de
abril de 1963.
O día 20 xa se desprazan a Mondoñedo o Presidente, Sebastián Martínez
Risco coa súa executiva,
Francisco Vales Villamarín
e Leandro Carré e Juan
Naya como supervisor.
Cunqueiro suxire por carta a posibilidade de facer unha ofrenda floral a
Pascual Veiga, proposta
deseguida aceptada pola
Academia. En complicidade con del Riego reparten
entre os asistentes ao acto
un folleto que non deixa
de ser unha homenaxe a
Manuel Ledo Bermúdez,
O Pallarego. Trátase do
Cantar das curuxeiras, recollido no lugar así chamado preto de Mondoñedo. A
Real Academia Galega na
sesión académica na honra
de Cunqueiro para conmemorar o centenario do
nacemento do escritor, celebrada en Mondoñedo no
pasado 21 de abril tamén
repartiu unha reprodución
deste díptico.
O discurso de ingreso
de Cunqueiro ten por título
Algunhas imaxinacións
sobre tesouros e consta,
na súa versión orixinal mecanografada, de 26 folios
numerados na parte superior dereita.
Eran épocas de precariedade económica e a
Academia non adoitaba
publicar os discursos de
recepción polo que no ano
1964 a editorial Galaxia,
con prólogo de Rof Carballo e remate de Fernández
del Riego, publica un libro
titulado Tesouros novos
e vellos que reproduce o
texto titulado orixinariamente Algunhas imaxinacións
sobre tesouros.
Grupo Galaxia
Lembremos, para explicármonos estas cuestións,
que o denominado grupo
Galaxia era maioritario e
dominante na Academia na
década dos sesenta.
A vida de Cunqueiro
na Academia non foi moi
activa, abonda con sinalar
que entre 1963 e 1973 soamente asistiu dúas veces
aos plenarios preceptivos.
21
O resto das convocatorias delegou puntualmente
o voto e representación
no seu amigo Fernández
del Riego. Nalgunha carta
exculpatoria e amigable
alegaba que a dirección e
traballos do Faro de Vigo
non lle deixaban acougo
nin vagar. Non deixa de
ser paradoxal que sendo
Cunqueiro un auténtico
home do periodismo, capaz de comentar e mesmo
inventar a noticia, os seus
mentores na Academia non
alegaran como mérito, limitáronse á súa obra literaria,
o seu máis importante e
duradeiro traballo. De calquera xeito nunca esqueceremos que Cunqueiro
foi e será o escritor das mil
primaveras para a lingua e
a cultura galegas.
Xosé Luis Axeitos
(Secretario da
Real Academia Galega)
A
nadie se le escapa que Álvaro
Cunqueiro es una de las plumas más
brillantes de la literatura gallega y
española, aparte de excelente gastrónomo. El escritor mindoniense,
uno de los grandes dominadores del
realismo mágico, viaja por Galicia y
hace arte con la cocina, el paisaje y
sus gentes, en definitiva, la idiosincrasia de la cultura gallega, llena de
personalidad y tradición.
A través de su prodigiosa escritura,
Cunqueiro nos muestra el alma de la
cocina y nos descubre el rico universo de la restauración de esta tierra,
una de las más ricas y variadas del
panorama gastronómico. Y no sólo
eso. El escritor gallego fue precursor
de la literatura enológica. Cuando
todavía nadie escribía sobre el arte
de degustar el vino, Álvaro Cunqueiro
ya describía a los sumillers en sus
obras: “Afilada nariz, mentón huidizo
y ojos pequeños: son las características físicas de las familias de los
catadores”.
“Yo soy gastrónomo practicante en
Que grande, rico e
fermoso é o mundo
el sentido de que me gusta comer, de
que entiendo, que sé elegir un menú,
de que distingo en la preparación de
los platos, es decir, que soy un catador. Y además soy un gastrónomo
practicante en el sentido de que me
gusta cocinar“. Así se definía el propio
Cunqueiro en una de sus últimas apariciones en televisión, aunque cabe
destacar, que el instrumento gastronómico que mejor utilizó el autor fue
su máquina de escribir.
Por todo lo que significó Álvaro
Cunqueiro para la literatura y la gastronomía gallega, es un honor para la
Asociación Provincial de Empresarios
de Hostelería de A Coruña, que su
escuela lleve su nombre: Escuela de
Hostelería ÁLVARO CUNQUEIRO,
uno de los más grandes novelistas
del siglo XX y precursor de libros de
cocina y guías de viajes.
La
Escuela
de
Hostelería
de la Asociación
Provincial
lleva el
nombre
del gran
divulgador
de la
gastronomía
gallega
23
En esta escuela, intentamos mantener el espíritu del escritor gallego,
transmitiendo a todos nuestros alumnos el respeto y amor por la cocina
y por todos los rituales relacionados
con ella.
Basándonos en la filosofía cunqueiriana, desde la Asociación de
Hostelería queremos fomentar el
amor por el trabajo bien hecho al
mismo tiempo que luchamos día
a día por dignificar nuestro sector.
Queremos que todos los alumnos de
esta escuela cumplan con su sueño y
como bien hizo Cunqueiro, unan con
inteligencia el saber popular con los
estudios más técnicos y científicos.
Héctor Cañete del Campo
(Presidente de la Confederación
de Empresarios de Hostelería
de Galicia)
T
Fabuloso fabulador en papel
prensa
enía dos armas
que lo hacían imbatible
en el duelo del folio. Una
imaginación tan poderosa que liaba y desliaba
mundos sin inmutarse.
Le daba mil y una vueltas
a las leyendas como si
contar fuese de verdad un
cuento de nunca acabar.
Y su segunda escopeta
era todavía más poderosa.
Esas verdades inventadas
o mentiras ciertas que escribía estaban moldeadas
por bellísimas carambolas
de palabras. Hablamos de
Álvaro Cunqueiro que llevó
su reinado en la prosa, la
poesía y el teatro también
a los periódicos.
Hoy hay un columnista
detrás de cada blog. Hay
más columnistas que esas
setas que nacen en el otoño gallego y que tanto apreciaba Álvaro Cunqueiro,
bien condimentadas. Cada
periódico tiene su cuadra. Y
el inabarcable universo digital multiplica ese número
hasta el infinito y más allá.
Pero la calidad siempre
asoma su cabeza. Y el magín del escritor de Mondoñedo que, este año está de
aniversario, se eleva más
poderoso que nunca. Sus
artículos fueron publicados
en numerosas cabeceras
gallegas. Por supuesto, en
el Faro de Vigo, donde ejerció de director, y conocidas
fueron sus series de los
años cincuenta en La Voz
de Galicia. Si quedó claro
que, con sus novelas encantadas, Álvaro Cunqueiro sin quererlo inventó un
género literario, el realismo
mágico, con sus artículos
de periódico, el gallego fue
Francisco Umbral mucho
“S
olo por
ver desde lo
alto a Mondoñedo entre el
oro y el verde de octubre,
y oír el rumor
que sube de
la feria, como
el rumor del
mar, merece la
pena”
Merlín y familia fue una de sus grandes recreaciones
L
evantaba con sus columnas
toda una catedral de ensueños.
Podría escribir sobre el diablo
o sobre la caza
24
antes de que Umbral se
convirtiese en referencia
para el papel prensa. Así
como el mismísimo Gabriel
García Márquez reconoció
que la escritura mágica de
Cunqueiro le llevó a adentrarse en su narración ensoñadora de “Cien años de
soledad”, sin los artículos
dispersos y ocurrentes, sin
patrón, de este mago de las
palabras no habría crecido
esa especie tan particular
de la prensa como son los
periodistas literarios.
Sin un Álvaro Cunqueiro
capaz de escribir de la feria
de San Lucas unas líneas
increíbles para empujar y
embellecer la información
de la página, no se explica
que hoy existan quienes no
pegan sus artículos a la escurridiza y febril actualidad
T
ambién fue
maestro absoluto en el arte
de escribir en
los periódicos.
Tenía amaestrada la palabra y crecida la
imaginación
y tratan de proporcionarle al
lector un cáliz que le aporte
algo más que el guión del
día y su información. Reciten a Cunqueiro en La Voz
de Galicia sobre la feria
de su Mondoñedo natal,
ciudad levítica donde las
haya: “A la feria, en Mondoñedo. La cunca del valle
de otoño, del oro y de la
madurez del otoño, como
una cunca de barro se llena
de vino. Sólo por ver desde
lo alto a Mondoñdo entre el
oro y el verde de octubre,
y oír el rumor que sube de
la feria, como el rumor del
mar, merece la pena”.
Cunqueiro abrió la veda
con sus piezas. Publicó
artículos sobre leyendas,
cómo no, sobre sus paseos
por Galicia, sobre ferias y
romerías, sobre personajes
inventados, sobre exposiciones de arte, conciertos
de música, o simplemente
sus lecturas. En La Voz de
Galicia decía cuáles eran
sus lecturas del año en
curso: “Kafka, Sterne, todo
Valle-Inclán, el argentino
Lugones, lecturas sin método, algunas a destiempo
o contracorriente. Varias
y confusas lecturas, tan
cotidianas como el pan y
El Consello da Cultura Galega y la Consellería de Cultura e Turismo organizaron
una exposición sobre Cunqueiro en la Casa de la Parra
el agua”. Y es que leer hay
que leer siempre. La mente
sin la lectura deja de ser
liebre para convertirse en
tortuga.
Pero nada mejor que
vuelvan a hablar los ejemplos para demostrar que
Cunqueiro era único. Levantaba con sus columnas toda
una catedral de ensueños.
Podía escribir sobre el diablo o sobre la caza. En un
artículo sobre los cazadores
confesaba con gracia: “Yo
estoy naturalmente con
San Huberto, patrón de los
cazadores, y ya tengo dicho
que uno de los oficios que
me hubiera gustado para mí
—los otros dos son alfarero
y barquero de un río remoto— es el de avisador de
las cazas, que lo tenían en
plantilla los conde de Flandes en las Ardenas. Iría yo
con mi gorra encarnada con
dos plumas, la librea blanca,
con tres leones pasantes en
la falda”.
Y es que Cunqueiro era
inagotable. Como lo fue en
las novelas, lo era en los
periódicos. Le bastaba un
paseo por una villa para
escribir unos folios con
tinta imposible de borrar y
olvidar. Así lo hizo con Noia,
a la que dejó inmortalizaba
en su verbo que cantaba
como una fuente cristalina.
Y al hablar de Noia calzaba
una de sus digresiones que
hacían sus artículos todavía más alucinantes. “La
paloma tiene en Noya tanta
luz para volar como aire.
Es sabido que las palomas
para volar necesitan a la
vez aire y luz, al igual que
el ruiseñor necesita aire,
melancolía y luna”.
Hasta de adivinador
ejercía el mindoniense en
la prensa. Así en La Voz
de Galicia se adelanta a la
noticia en el año 59 cuando
corría marzo y dice: “Llueve. Llegó La Voz de Galicia
a Mondoñedo, con un artí-
25
culo mío en el que yo pedía
lluvia, a las once y media
de la mañana, y a las doce
ya el viento había saltado
de norte a noroeste y a las
cuatro de la tarde comenzó
a nublarse el cielo y tuve
que suspender mi paseo
con Juan Álvarez de Mon,
porque comenzó a llover,
mansa y dulcemente. Ahora sopla Oeste, que aquí
decimos vendaval, y corre
fuerte y seguido y llueve
continuo un agua fría...
¿Acaso yo dueño de los
temporales? No debo creerlo. Pero ya no es la primera
vez que pido sol y viene o
pido lluvia y viene”. No sé si
Álvaro Cunqueiro fue dueño
de los temporales. Lo que
fue es maestro absoluto
también del arte de escribir
en los periódicos. Tenía
amaestrada la palabra y
crecida la imaginación. No
se necesita más.
César Casal
(Periodista)
E
llos, los coruñeses,
dicen que en su ciudad nadie es forastero. Los forasteros –en la medida en que
yo puedo considerarme forastero en alguna parte de
Galicia-- , sospechamos, y
decimos, que la Coruña es
la dulzura de vivir.
Esa mezcla de plácida
alegría, de nostalgia satisfecha y de encuentro
humano, que en las letras
universales, desde el poeta
du Bellay, tiene un nombre:
“la doucer angevine”, la
dulzura angevina. Con la
cual en el alma preferimos
a todos un paisaje soñado
y recordado, en La Coruña el paisaje con la torre
breogánica, con el mar de
Riazor, con las galerías de
la Marina, con el jardín de
San Carlos, con las calles
y pequeñas plazas de la
ciudad vieja… y el todo
envuelto en luz, en una
luz que la ciudad tiene por
propia, por redoma de cristal en la que se sumerge.
Si los remotos y sonoros
celtas veían desde la península de la Torre de Hércules una esmeralda verde
posada en las olas, que
era Irlanda, ¿no verían los
gaélicos desde el extremo
sur de su isla unas luces a
mediodía, una hoguera, un
brillar de labrado oro en el
aire blanco, —los torques
en las gargantas de suave y
pálida piel de las princesas
de antaño—?.
Hija de la luz y del viento
atlántico, la ciudad tiene
una alegría de vivir contra
la que no puede la aspereza de los tiempos. La Coruña concede al pasajero un
dulce vagabundeo, y si hay
ciudades en exceso reca-
La dulzura Angevina
La luz de la ciudad coruñesa siempre le llamó la atención y fue destacada por el genio
mindoniense
“Y
doy unas vueltas sin objeto por la ciudad, unas vueltas
que son como caricias, reconociéndola y reconociéndome”
tadas, en las que uno sabe
que anda por su casta piel,
La Coruña se deja adentrar
fácilmente, y no porque
como toda ciudad no tenga
secretos. Es, además, una
ciudad a la que se escucha respirar, y el aliento
perfumado lo encuentra en
la taza de vino que bebes
en una de sus mil tascas,
en las rosas que iluminan
sus jardines, en el sol que
pasa sus lentos dedos dorados por los cristales de
las galerías, en la hermosa
mujer que pasa sonriente,
en la piedra románica de
Santa María do Campo y
de la iglesia de Santiago.
Lograr todo esto, ha precisado mucho tiempo, más
de dos mil años. Que no
se le note a la espléndida
juventud de la ciudad, eso
es otra cosa, como no se le
notan a Cádiz sus tres mil
años, que parece que los
pasó bailando. La Coruña
ha pasado sus dos mil quinientos, o más, oreándose
en la brisa del Océano,
contando olas marinas,
saludando naves desde los
días fenicios a los recientes
petroleros, recogiéndole la
majestuosa cola a su traje
real al Atlántico para hacer
27
con ella la dulce bahía que
oponer al mar bravío de
Riazor, ese mar que le ha
hecho al solar coruñés una
fina cintura.
Todos los días son buenos para buscar la “dulzura
angevina”. Yo la encuentro
en la Coruña, siempre que
voy. Y doy unas vueltas
sin objeto por la ciudad,
unas vueltas que son como
caricias, reconociéndola y
reconociéndome.
Porque vivir en La Coruña forma parte de un
sueño. Vivir en la luz, entre
pacíficos humanos, en un
lugar en el que los siglos
han enseñado el arte de
la vecindad amistosa. A lo
mejor, Ulises, navegando
hacia Ítaca, se quedaba
aquí, apaciguada la eterna
nostalgia.
Alvaro Cunqueiro
(Publicado en la revista
LA CORUÑA, PARAÍSO
DEL TURISMO, 1972)
La actividad como director de Faro de Vigo la compaginó con multitud de conferencias por los cuatro rincones
de Galicia pregonando “Mil primaveras máis” para la tierra que le vio nacer
H
ace ya más de medio siglo, concretamente
el 4 de junio de 1961, los
lectores de Faro de Vigo
comentaron el breve artículo que aparecía en contraportada con el nombre
de El envés y firmado con
la inicial C. Los avezados
pronto advirtieron las dos
novedades, conocedores
de todos los columnistas
del periódico, entre los que
estaban Castroviejo, Celso
Emilio Ferreiro, Del Riego,
los hermanos Álvarez Blázquez y los patriarcas, Otero
Pedrayo y Vicente Risco.
Como si se tratara de un
sencillo jeroglífico, a ninguno se le escapó que
la inicial correspondía al
apellido de Cunqueiro. Por
el estilo, por el tema, por el
lenguaje, Los príncipes de
Loos, como se titulaba la
Con el primer “envés”,
Cunqueiro llega a Vigo
columna, era suya.
Hacía varios días que
Cunqueiro no firmaba en
Faro de Vigo. El último
artículo databa del 28 de
mayo y se titulaba Viajando
con el trueno, de la sección
La ventana, que había estrenado el año anterior. El
envés, que escribirá casi a
diario hasta diciembre de
1964, cuando es nombrado
director en funciones de
Faro de Vigo —después
lo hará de forma más espaciada—, es la serie periodística más conocida de
Álvaro Cunqueiro, y la que
acumula mayor número de
artículos, cerca de dos mil.
Será la definitiva, ya que
dura hasta seis días antes
de su fallecimiento.
Aunque Cunqueiro solía
comentar los entresijos de
sus secciones periodísticas
—cinco utiliza en Faro de
Vigo desde que el periódico
le rescató en 1950, cuando
tenía prohibido firmar con
su nombre—, es sobre El
envés sobre la que más
teoriza. Unas veces trata
de la actualidad, otras de
asuntos trascendentes o
digresiones eruditas. Oscila
entre la mitología clásica, el
mundo artúrico, la teología,
las leyendas, el esoterismo
y las culturas lejanas.
Montse Mera Fernández, que ha realizado un
apreciable estudio sobre
El envés como columna
29
original en la prensa española, explica: Cunqueiro ve
otra actualidad porque lo
que le interesa es el envés
de las noticias que cada
día facilitan los medios de
comunicación o, lo que es
lo mismo, la otra cara de la
actualidad.
Estrena El envés coincidiendo con su mudanza a
Vigo. La nueva sección es
el primer signo de su presencia en la ciudad. No hay
noticia cierta de cuándo se
instaló en Vigo, un acontecimiento poco remarcado,
por cuanto va a significar.
Su vecindad imprimirá una
impronta cultural a la ciudad hasta entonces inédita.
Lo apunta con clarividencia
Enrique Lorenzo, el prócer
vigués de la década, en la
fiesta de la Reconquista de
1962, que pregona Cunqueiro —pregón del mar
de Vigo—, cuando dijo que
tenerle de vecino honraba y
prestigiaba a una ciudad.
Aunque algunos biógrafos fijan los meses de
septiembre-octubre como
los del traslado, lo probable
es que hubiese comenzado
a mudarse en junio. Lo
avalan dos datos: es el mes
en el que comienza a firmar
a diario El envés, cuando
hasta ahora escribía dos o
tres artículos mensuales.
Además, en los ejemplares
de estas semanas aparecen otros escritos suyos,
con o sin firma, lo que
significa que en junio ya
figura en la plantilla laboral
de Faro de Vigo.
La vida de Cunqueiro
ha estado marcada por dos
ciudades, Mondoñedo, donde nace y reposa, y Vigo,
donde reside y muere. En
aquella pasó los primeros
veinticinco años de su vida,
y quince de confinamiento
(1946-1961). En Vigo habitó veinte años, los de su
espléndida madurez (19611981), a los que hay que
sumar otros tantos meses
de iniciación al periodismo,
en plena Guerra Civil, en El
Pueblo Gallego.
A Vigo llegó por casualidad o porque estaba
predestinado. Conocía y
había vivido intensamente Santiago, en sus años
de estudiante. Conocía
bien Lugo, su capital provincial, y ya se sabe del
cariño de los gallegos
por sus provincias, especialmente los lucenses y
ourensanos. Vigo no figuraba en sus preferencias
de juventud, pero desde
que la conoció, no quiso
vivir en otro lugar.
Hay dos Vigos en Cunqueiro, el imaginado, fruto
de su estancia de juventud
en la ciudad, y el que comienza a vivir a partir de
los años sesenta, cuando
fija su residencia.
Por eso se advierten
dos sensibilidades cuando
escribe sobre Vigo, ya sean
del periodo imaginado y
vislumbrado, o de la etapa
en la que vive, goza y siente pero también padece,
con su espléndida belleza natural, pero con sus
deficiencias urbanísticas,
industriales, políticas y de
comunicaciones.
No hay un solo Vigo o
un Vigo unívoco, sino un
30
Vigo percibido de manera
diferente, desde la nostalgia y desde la vivencia. Un
Vigo diferenciado por el
paso del tiempo. Pero en
ambos casos, Vigo es para
Cunqueiro la mejor ciudad
para estar y para crear.
Por la propia ciudad y por
las gentes que la pueblan,
entre los que se encuentran
sus mejores amigos.
En Vigo dio forma a lo
mejor de su obra periodística y literaria —dedicó las
vacaciones estivales del
68, cuando dirigía Faro de
Vigo, a contemplar la bahía y a escribir Un hombre
que se parecía a Orestes,
que gana el Nadal de ese
año—, recibió el cariño de
la ciudad, que lo homenajeó e imprimió su nombre
en el rótulo de una calle y
puso una placa en la casa
que habitó.
En Vigo está el mar de
Martín Códax que tanto
le iluminaba y el Faro de
Vigo, el periódico al que
estuvo unido la mitad de
su vida (1950–1981), que
timoneó durante un lustro
y le ancló para siempre en
sus aguas. El simbolismo
de Faro de Vigo en relación
a Vigo, la simbiosis entre el
periódico y la ciudad que le
da el nombre, se transmuta
a Cunqueiro. Aunque no
sea correcto el silogismo,
permítasenos usarlo: Si
Vigo es Faro y Faro es Cunqueiro, Cunqueiro es Vigo,
al menos desde que llegó a
lomos de El envés.
Toda su potencia estética y creadora podría haberse desarrollado en otro
lugar y en otro periódico.
Pero eligió el Faro de Vigo
y habitó en Vigo.
Ceferino de Blas
(Consejero Director
General de Faro de Vigo)
El milagro de la luz coruñesa
A
demás de dejar escritas las que probablemente sean las narraciones de
mayor altura de la literatura
gallega, Álvaro Cunqueiro
cultivó géneros que otros
quizás podrían considerar
menores, como la prosa
gastronómica, probando
que el talento para juntar
palabras que nunca antes
habían estado juntas se
puede alcanzar no sólo
en el poema depurado,
sino también, y de ahí lo
asombroso de su obra, al
transcribir con estilo una
humilde receta. También
dentro de ese apartado
de prosas teóricamente
marginales se encuentran,
según los estrechos cánones académicos, sus guías
y cuadernos de viaje, que
publicó durante los años
del llamado boom turístico
español, y que son hoy en
día piezas codiciadas por
libreros de viejo, bibliófilos y
otros sibaritas. Además de
su conocido (e impagable)
itinerario por la provincia de
Lugo (Everest), dio Cunqueiro a la imprenta varias obras generales sobre
Galicia, en las que recorre
minuciosamente las calles
y el paisaje humano de A
Coruña.
En 1967 se encargó,
por ejemplo, de componer
el número 12 de la serie
Rutas por España, volumen dedicado a las cuatro
provincias gallegas donde
topamos con la descripción
que el escritor nos regala
de la ciudad. Por supuesto,
tras el trámite de unos primeros párrafos de orientación y tanteo, Cunqueiro no
puede resistir la tentación y
pone en marcha de inmediato el manubrio imparable
de su cerebro: “Su faro es
famoso en Ptolomeo y Paulo Osorio, y en las ruinas
del Leabhar Gabhala. Se le
llama de Hércules, pero la
imaginación gaélica quiere
que lo haya levantado el
viejo rey Breogán, cuyas
barbas llegaban al mar.
Se asegura que, desde las
torres, en las claras mañanas, se puede ver en la
lejanía una verde esmeralda posada en las olas. Es
Irlanda, la verde Erin. Debe
el viajero intentar suerte,
cuando el Sur pone espejos
en el aire. En el milagro de
la luz coruñesa, todo es
posible”. Y, sin abandonar
la península de la Torre,
añade: “Es un buen lugar
para oírle al viento atlántico
cantar su canción”.
Lo que más fascina de A
Coruña al escritor de Mondoñedo es, precisamente,
esa luz milagrosa que lo
pinta todo. “Acaso de este
estar La Coruña entre dos
mares venga esa luz tan
suya, abierta y delgada,
que se posa vivazmente
sobre toda cosa, sobre los
jardines donde florece el
tulipán o en las galerías de
la Marina. La Coruña está
construida con luz, además
de estarlo con piedra y cristal”, apunta el prodigioso
narrador lucense.
El autor de Escola de
La luz coruñesa puede seguir inspirando a la escultura
que representa a Cunqueiro
menciñeiros insiste en la
clave lumínica: “El viajero
tiene que habituarse a esta
claridad celeste, a este
espejo de mil cambiantes
reflejos” y obsequia al lector
avispado tema y título para
un libro: “Está por escribir
la Guía de la luz coruñesa,
que no es la misma en la
Alameda y en los jardines
de Méndez Núñez que en
la Colegiata”. Seguramente
al maestro le hubiera gustado escribir él mismo ese
libro apenas esbozado en
sus neuronas, porque hay
que tener en cuenta que
32
Cunqueiro prácticamente
soñó tanta (o quizás más)
literatura como la que dejó
escrita. Basta recordar
simplemente aquel título
impagable, Cinza na manga dun vello, de uno de
esos libros que nos anunció
pero que ya nunca pudo
llegar a teclear. Porque
Cunqueiro era un gigante
hasta soñando sus libros
inexistentes.
Sugiere luego al visitante que deambule por la
Marina y desde allí suba al
jardín de San Carlos, donde yacen los restos de sir
“El coruñés
es un tipo
humano de
gran calidad,
cordial,
abierto,
generoso,
decididor...”
John Moore, y allí recuerda,
claro, a lady Stanhope, “su
amante, que lo acompañó
en sus batallas y, cuando el
héroe murió, se refugió con
el dolor romántico en Siria,
en Hama la melodiosa, a
oír correr el agua, aspirar
perfume, comprar sueños
a los ciegos y devanar la
madeja de la nostalgia”.
Cunqueiro, por supuesto,
cree en el más allá y sostiene que “a veces en el
jardín de San Carlos hay
una pequeña neblina blanquecina que vaga pegada a
los senderos arenosos. Es
lady Stanhope que vuelve.
No pisarla. El Viajero atento
y respetuoso puede asistir
al gran encuentro”.
Abandona la Ciudad
Vieja y baja al hormiguero
humano del centro, donde
se palpa con la mirada la
entrañable vida de la urbe.
“La Coruña —apostilla—
tiene una calle que se llama
la calle Real. Como por el
puente de Aviñón, todo el
mundo pasa por ella. Es
el ágora de La Coruña y el
nativo y el forastero agora cantan allí. Es paseo,
tertulia, descanso en las
vidrieras y terrazas de las
sociedades de recreo. Es
algo más que una calle,
es la sala de visita de La
Coruña”. Se va entonces
el fabulador a escrutar
de nuevo el Atlántico. A
escucharlo, a olerlo y a
escribirlo. “El visitante de
La Coruña ha de dedicar
una larga hora a la contemplación del Orzán. Ha de ir
a ver al gran océano llegar
a la tierra con sus sonoros
caballos cubiertos de espuma, como en la gracia del
antiguo mito poseidónico”,
anota en su personal e
intransferible inventario de
la ciudad.
Gourmet convicto y confeso, Álvaro Cunqueiro
halla en A Coruña una especie de paraíso culinario,
caído a la Tierra, como si
de un platillo volante se
tratase, sobre la calle de
los Olmos, donde “hay en
los escaparates bodegones
que no soñaron los maestros holandeses, ricos de
formas y colores: centollas,
percebes, almejas, ostras,
langostas, bogavantes, la
merluza, el rodaballo, el
salmonete...”. Y así hasta
el infinito. El gran prosista
gastronómico, que convirtió
su famoso recetario en uno
de los primeros best-sellers
de las letras gallegas, asegura en su catálogo turístico que “en varios lugares
de esa calle es, sin disputa,
donde mejor puede el viajero catar algunas de las
excelencias de la cocina
galaica”. Cierra el capítulo
de avisos para navegantes
con la recomendación de
ejercer uno de los artes
locales: el aperitivo: “Entre
los solaces coruñeses está
la hora de tomar la taza
de ribeiro en los mil bares
de estas calles, antes del
almuerzo y a la caída de
la tarde”.
¿Y las gentes? Álvaro Cunqueiro elogia sin
34
rodeos el carácter de la
ciudad: “La Coruña es alegre de vivir, y nadie sabe
ser forastero en la ciudad,
como dice con verdad el
slogan de los carteles municipales. El coruñés es un
tipo humano de gran calidad, cordial, abierto, generoso, decididor...”. Para
esbozar luego un piropo a
las mujeres locales. “No
podemos pasar sin hacer
el elogio de la fina, gentil,
hermosa mujer coruñesa,
cuya sonrisa es una luz
más en el aire de Marineda”, anota el poeta.
Acaba ahí el periplo
de Álvaro Cunqueiro por
nuestra ciudad, tal y como
la describió en 1967. Pero
no su peregrinaje literario,
que remata con un colofón
donde abundan los adjetivos y la prosa soberbia del
narrador: “Se necesitan
pocas horas para sentirse
encantar por el ambiente
de La Coruña y no bastarán siglos para olvidarlo,
como no bastan para agotar los lentos y ociosos paseos por la ciudad, en las
siempre cambiantes horas
de la inmensa claridad
atlántica. Ya dijimos que
La Coruña estaba hecha
con luz y con cristales.
También está hecha con
mar y con viento. Estancia
atlántica prodigiosamente
iluminada, quien desembarcara en ella sin saber
en dónde, creyera estar
en Avalón o en Tirnagoge,
en esas islas navegantes
que la imaginación celta
puso en medio del océano fértil en peces. Desde
cualquier lugar de La Coruña, como en el verso de
Swinburne, se pueden ver
los pies del viento brillar a
lo largo del mar”.
Luis Pousa
(Periodista)
E
s posible que, a fuerza de
usarlas, haya expresiones en principio afortunadas que, más con el abuso que con el uso, van perdiendo poco
a poco su valor original; esto podría
ocurrir con la de “gallego universal”;
pero de lo que no cabe duda es de
que uno de esos “gallegos universales”, y uno de los más gallegos y más
universales al mismo tiempo, sea don
Álvaro Cunqueiro, cuya galleguidad
está fuera de toda discusión y cuya
universalidad se extiende tanto en el
sentido espacial, geográfico, como
en el temporal: no hay nada, en el
espacio o en el tiempo, que haya
sido ajeno a la obra del genial escritor
mindoniense.
Allí, en esa ciudad episcopal, nació
Cunqueiro con el invierno de 1911, el
22 de diciembre. Su padre, Joaquín
Cunqueiro, era farmacéutico; mejor
diríamos boticario. El joven Álvaro
pasó mucho tiempo en la rebotica paterna, como andando el tiempo lo pasaría en la barbería de Manuel Ledo
Bermúdez, El Pallarego; por entonces, tanto reboticas como barberías
eran lugares ilustrados, propicios a la
tertulia, auténticos centros culturales,
de los que Cunqueiro supo sacar mucho partido, junto a sus ya entonces
numerosas lecturas. Tras estudiar bachillerato en Lugo, accede a la Universidad de Santiago a los 16 años, en
1927, matriculado como alumno libre
en la Facultad de Filosofía y Letras,
seguramente la ideal para un joven
ávido de completar una espléndida
formación humanista. Compartió pensión con su amigo Ánxel Fole, al que
había conocido en el Instituto General
y Técnico de Lugo. No queda constancia de si fue un asiduo asistente a
las aulas universitarias, pero sí de que
pronto participó, con el propio Fole y
con gentes de la altura de Torrente
Ballester o Colmeiro en las tertulias
del “Derby” y del “Español”. Tenemos
así al joven Cunqueiro en el siempre
enriquecedor mundo de la tertulia.
Pocos años después, en 1932,
publicó su primer libro de poesía, “Mar
Cunqueiro, de la
erudición a la magia
En el barrio de Elviña se recuerda al genial Cunqueiro, el que le regaló mil
primaveras de Galicia
ao Norde”, en la colección de la emblemática editorial “Nós” y con dibujos
de Luis Seoane. Cunqueiro siempre
escribió sus poemas en gallego. Por
esa época inició también sus incontables colaboraciones periodísticas.
Bien pronto empezó a coleccionar
premios, con el Gil Vicente, de poesía,
para su “Cantiga nova que se chama
ribeira”. Por entonces participó activamente, tanto como orador como en su
faceta de articulista, en la campaña a
favor del Estatuto de Galicia. Es una
época importante; Cunqueiro viaja a
Barcelona, da su primera conferencia (en la Reunión de Artesanos de
A Coruña, en 1933), y comienza su
larga vida periodística colaborando
en “El Pueblo Gallego” de Vigo. En
julio de 1936 muestra, en principio, su
rechazo al golpe militar; pero vuelve
pronto a Mondoñedo. Hay que recordar que Cunqueiro, entonces, estaba
vinculado al Partido Galeguista y a la
O.R.G.A. (Organización Republicana
Gallega Autónoma). Inscrito en el
Registro General de Periodistas en
36
1938, colabora en diversas publicaciones del nuevo régimen y mantiene
su actividad en el diario vigués, ahora
dirigido no ya por Portela Valladares,
sino por Jesús Suevos. De ahí se
trastada a San Sebastián (para “La
Voz de España”) y, en 1939, a Madrid,
donde se incorpora a la redacción de
ABC. En 1944 le fue retirado el carné
de periodista, tras cierto incidente en
el que estuvo involucrada la Embajada francesa. Por fin decide volver
a Galicia, y colabora en “La Noche”
de Santiago, “El Progreso” de Lugo,
“La Región” de Ourense, “La Voz
de Galicia” de A Coruña... En 1961
pasa de ser colaborador habitual de
“Faro de Vigo” a redactor; luego será
subdirector y, en 1965, accede a la
dirección del diario vigués.
Una larga trayectoria como articulista prologa su actividad literaria más
conocida, sus grandes novelas: “Merlín e familia e outras historias” (1955),
“As crónicas do sochantre” (1956),
con el que ganó el Premio de la Crítica
en 1959, premio que volvería a obte-
ner en 1979 con
“Os outros feirantes”, especie de
ampliación de
“Xente de aquí e
acolá”. “Se o vello
Sinbad volvese ás
illas”(1961), todas
ellas en gallego, y
“Las mocedades
de Ulises” (1961),
“Un hombre que
se parecía a Orestes” (1969), que le
valió el Premio
Nadal, y otras,
en castellano. En
1958 publicó una
pieza dramática:
“O incerto señor
Don Hamlet, príncipe de Dinamarca”; también salió
a la luz, en autoría compartida
con José María
Castroviejo, el
“Teatro venatorio
y coquinario galleEn los últimos años el genial escritor recibió multitud
go”, luego editado
de homenajes
por Austral como
“Viaje por los montes y chimeneas mente en él, y eso lo hizo don Álvaro.
de Galicia”. Ingresó en la Real Aca- Se le ha considerado precursor del
demia Galega en 1964. Ya al final de realismo fantástico; habrá que aceptar
su vida, en 1980, fue investido doctor que ésa, la combinación de la realihonoris causa por la Universidad de dad y la fantasía, es la característica
Santiago. Murió el sábado de En- fundamental de su obra. Cunqueiro
troido de 1981, el 28 de febrero, tras fabulaba, sí; pero lo hacía partiendo
una larga enfermedad. Dejó dicho de unos conocimientos vastísimos,
que en su epitafio le gustaría que de una erudición enciclopédica. Es,
rezase: “aquí xace alguén que coa ciertamente, difícil separar lo real de
sua obra fixo que Galicia durase mil lo fabuloso en la obra de Cunqueiro;
no sabemos hasta dónde es aplicaprimaveras máis”.
Es imposible hablar de la obra lite- ción directa de sus conocimientos ni
raria de Cunqueiro sin tener en cuenta desde dónde se debe a su inmensa
dos de sus principales características: capacidad creativa, fabuladora. En
su gran capacidad de fabulación, de todo caso, es una de las principales
un lado, y su inmensa erudición, de figuras literarias gallegas, en ambos
otro. Las dos juntas fueron las respon- idiomas, del siglo XX.
sables de la amplitud y calidad de su
obra. Cunqueiro fue un hombre cultísimo, capaz de fabricarse un mundo
propio, cosa que, en cierto modo, está
al alcance de muchos; lo que ya no es
nada sencillo es, una vez creado ese
mundo, instalarse y vivir permanente-
Cunqueiro amaba la buena mesa:
“en la cocina es donde el hombre
pone más imaginación, tanta como
en el amor... y muchísima más que en
la política”, escribió. Es muy conocida
su faceta de escritor gastronómico,
cuyas obras fundamentales fueron,
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con la obra ya citada realizada con
Castroviejo, “A cociña galega” (1973)
y, sobre todo, “La cocina cristiana de
Occidente” (1969), donde sí que se
pone de manifiesto de un modo clarísimo esa combinación de erudición
y fabulación, ese incierto linde entre
documentación y creación propia
que hace que sea muy difícil usar a
Cunqueiro como fuente cuando de
investigar se trata. De todos modos,
esta última obra es considerada a
menudo una de las más importantes
de la literatura gastronómica española, junto con la de otro gallego, “La
casa de Lúculo”, de Julio Camba, y
“El que hem menjat” del ampurdanés
Josep Pla. Cunqueiro amó la buena
cocina, pero muy especialmente la
cocina de su tierra, la cocina gallega...
y los vinos gallegos. A Cunqueiro le
gustaban especialmente los vinos de
Galicia: “eu podía darlle unha volta
ao país coa taza cunca do meu apelido na man”, escribió. Nunca dudó
en ponerlos, al menos por escrito,
a la altura de los grandes vinos del
universo, como cuando, al hablar del
Amandi, lo comparaba con “as pálidas
violetas do Medoc...” Leyéndolo, da la
impresión de que le valía casi todo, ya
que se mostraba tan entusiasta ante
un plato de pulpo á feira y un vino
de Barrantes como ante una becada
trufada y un Chambertin borgoñón. El
hecho es que, si en la obra literaria de
Cunqueiro se puede hablar con razón
de “realismo mágico”, en su obra gastronómica es igualmente fácil hacerlo
de “cocina mágica”, leyendo sus descripciones de las cocinas bizantinas
o de las de los grandes monasterios
europeos de la Edad Media.
Así será, sin duda; pero hasta eso
hay que agradecerle a don Álvaro:
que haya sido capaz de poner una
buena dosis de magia —qué otra
cosa cabría esperar de quien fue la
mismísima reencarnación de Merlín—
en las vidas de quienes lo leemos con
placer una y otra vez. Sí: Cunqueiro
regaló a Galicia, y a la cocina gallega,
sus buenas mil primaveras.
Cristino Álvarez
(Periodista)
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