Índice: .- CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA .- Revelación del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento (3.I.90) .- La acción creadora del Espíritu de Dios (10.I.90) .- El Espíritu Santo conduce y penetra la historia de Israel (17.I.90) .- La acción profética del Espíritu Santo (14.II.90) .- Acción santificadora del Espíritu Santo (21.II.90) .- El Espíritu Santo y la purificación interior (28.II.90) .- La sabiduría y el amor del Espíritu divino (14.III.90) .- El Siervo de Dios y el Espíritu divino (21.III.90) CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA CAPITULO TERCERO CREO EN EL ESPIRITU SANTO 683 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del 424 2670 Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. 152 Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia: El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios 249 Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo (San Ireneo, dem.7). 684 El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", 236 explica esta progresión por medio de la pedagogía de la "condescendencia" divina: El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más oscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida... Así por avances y progresos "de gloria en gloria", es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (San ·GregorioNacianceno, or. theol. 5, 26). 685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad, consubstancial al Padre y al Hijo, "que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (Símbolo de Nicea-Constantinopla). Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo 236 en la "teología" trinitaria, en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino en la "Economía" divina. 686 258 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos", inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito" y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna. Artículo 8 "CREO EN EL ESPIRITU SANTO" 687 243 "Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2, 11). Pues bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo "no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos (Jn 14, 17). 688 La Iglesia, comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el lugar de nuestro conocimiento del Espiritu Santo: - en las Escrituras que El ha inspirado; - en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; - en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste; - en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo; - en la oración en la cual El intercede por nosotros; - en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia; - en los signos de vida apostólica y misionera; en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación. I LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU 689 Aquél al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial 245 con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e individible, la fe de la Iglesia profesa también la 254 distinción de las Personas. Cuando el Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos 485 pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. 690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción 436 y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en él: El les comunica su Gloria (cf Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será 788 unirlos a Cristo y hacerles vivir en El: La noción de la unción sugiere...que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu... de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace en el 448 Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe (San ·Gregorio-Niseno-san, Spir. 3, 1). II EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS DEL ESPIRITU SANTO El nombre propio del Espíritu Santo 691 "Espíritu Santo", tal es el nombre propio de Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el bautismo de sus nuevos hijos (cf Mt 28, 19). El término "Espíritu" traduce el término hebreo "Ruah", que en su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad trascendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 58). Por otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la liturgia y el lenguaje teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible con los demás empleos de los términos "espíritu" y "santo". Los apelativos del Espíritu Santo 692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el "Paráclito", literalmente "aquel que es llamado junto a uno", "advocatus" (Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paraclito" se traduce habitualmente por "Consolador", siendo Jesús el 1433 primer consolador (cf 1 Jn 2, 1). El mismo Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13). 693 Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa (Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2 Co 3, 17), el Espiritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19; I Co 6, ll; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4, 14). Los símbolos del Espíritu Santo AGUA/SIMBOLO 694 1218 El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu" (I Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf Jn 19, 34; I Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna 2652 (cf Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17). 695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también 1293 significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf Ex 30, 22-32), 436 de forma eminente el rey David (cf 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor (cf Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones 1504 salvíficas (cf Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa de la muerte (cf Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto... que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión 794 de San Agustín. 696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la 1127 energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte 2586 Carmelo (cf 1 R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en 718 el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego", como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis el Espíritu" (1 Te 5, 19). 697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf Ex 40, 36 38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf I R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu 484 Santo. El es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña 554 de la Transfiguración es El quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que decía: 'Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle"' (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a 659 los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf Lc 21, 27). 698 1295:1296 El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la 1121 imagen del sello ["sphragis"] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados. 699 292 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (cf Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf Mc 10, 16). En su Nombre, los apóstoles harán lo mismo (cf Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los apóstoles el Espíritu Santo nos es 1288 dado (cf Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf Hb 6, 2). 1300 1573 1668 Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epiclesis sacramentales. 700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el 2056 dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El himno "Veni Creator" invoca al Espíritu Santo como "digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra del Padre"). 701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al 1219 Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf Gn 8, 8- 12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma 535 de paloma, baja y se posa sobre él (cf Mt 3, 16 par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana. III EL Espíritu Y LA PALABRA DE DIOS EN EL TIEMPO DE LAS PROMESAS 702 Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces 122 el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf 2 Co 3, 14), investiga en él (cf Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere decirnos 107 acerca de Cristo. Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los 243 que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos, cf Lc 24, 44]. En la Creación 703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y 292 de la vida de toda creatura (cf Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10): Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo... A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos del segundo modo). 291 704 "En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios lo hizo... y El dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina" (San Ireneo, dem. 11). 356 El Espíritu de la promesa 705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continúa 410 siendo "a imagen de Dios", a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvacióh, al final de la cual el Hijo mismo asumirá "la imagen" (cf Jn 1, 14; Flp 2, 7) 2809 y la restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu "que da la Vida". 706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham 60 una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 5455; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf Gn 22, 17-19; Rm 8, 32; Jn 3, 16) y al don del "Espúritu Santo de la Promesa, que es prenda... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 1314; cf Ga 3, 14). En las Teofanías y en la Ley 707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube del Espiritu Santo. 708 1961:1964 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada 122 como un "pedagogo" para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la "semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos 2585 de los Salmos lo atestiguan. En el Reino y en el Exilio 709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza.... seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 5-6; cf 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la 2579 tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres 544 según el Espíritu. 710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf Lc 24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de las figuras más transparentes de la Iglesia. La espera del Mesías y de su Espíritu 711 "He aquí que yo lo renuevo" (Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra 64 522 al anuncio de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres (cf So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf Lc 2, 25. 38). Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a él se refieren. A continuación se describen aquellas en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu. 712 Los rasgos del rostro del Meséis esperado comienzan a 439 aparecer en el Libro del Emmanuel (cf Is 6, 12) ("cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12, 41), en particular en Is 11, 1-2: Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. 713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf Is 42, 1-9; cf Mt 12, 18-21; Jn 1, 3234; después Is 49, 1-6; cf Mt3, 17; Lc 2,32, y en fin Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican 601 así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida. 714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf Is 61, 1-2): El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. 715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf Ez. 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento 214 proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres 1965 grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz. 716 El Pueblo de los "pobres" (cf So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13; 61, l; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es 368 la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf Lc 1, 17). IV EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS 717 523 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15.41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68). 718 696 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17). 719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo 2684 de los profetas inaugurado por Elías (cf Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7; cf Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre é1, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo... Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios... He ahí 536 el Cordero de Dios" (Jn 1, 3336). 720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hom bre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el 535 arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf Jn 3, 5). "Alégrate, llena de gracia" 721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los 484 hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada en la Liturgia como el trono de la "Sabiduría". En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia: 722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. Convenía 489 que fuese "llena de gracia" la madre de Aquel en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en 2676 sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo (cf Lc 1, 46-55). 723 En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por 485 obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad 506 única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 2628). 724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: 208 llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad 2619 de su carne dándolo a conocer a los pobres (cf Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones (cf Mt 2, 11). 725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a 963 poner en Comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Cana y los primeros discípulos. 726 Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte 494 2618 en la "Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que "perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia. Cristo Jesús 727 438 Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud 695 de los tiempos se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre 536 desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías. Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz de esto. Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha por Jesús y su don realizado por el Señor glorificado. 728 Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo (cf Jn 6, 27.51.62-63). Lo sugiere también a Nicodemo (cf Jn 3, 58), a la Samaritana (cf Jn 4, 10.14.23-24) y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf Jn 7, 37-39). A sus 2615 discípulos les habla de él abiertamente a propósito de la oración (cf Lc 11, 13) y del testimonio que tendrán que dar (cf Mt 10, 1920). 729 Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado, Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a 288 1433 Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio. 730 Por fin llega la hora de Jesús (cf Jn 13, 1; 17, 1): Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre (cf Lc 23, 46; Jn 19, 30) en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, "resucitado de los muertos por la Gloria del Padre" (Rm 6, 4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento (cf Jn 20, 22). A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió, también yo os envío" 850 (Jn 20, 21; cf Mt 28, 19; Lc 24, 47-48; Hch 1, 8). V EL ESPIRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS TIEMPOS Pentecostés 731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales) 2623, la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde 767 su plenitud, Cristo, el Señor (cf Hch 2, 36), derrama profusamente 1302 el Espíritu. 732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. 244 Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos 672 tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado: Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión). 1386 El Espíritu Santo, El Don de Dios 733 "Dios es Amor" (I Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer 218 don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). 734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza 1987 divina perdida por el pecado. 735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf 1 Jn 4, 11-12). 1822 Este amor (la caridad de 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8). 736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará 1832 que demos "el fruto del Espiritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25): Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir. 15, 36). El Espíritu Santo y la Iglesia 737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la 787:798 Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los 1093:1109 hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16). 738 850 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del 777 Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo): Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí... y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de Alejandría, Jo. 12). 739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros 1076 para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la segunda parte del Catecismo). 740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de la tercera parte del Catecismo). 741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo). RESUMEN 742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre" (Ga 4, 6). 743 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable. 744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con nosotros" (Mt 1, 23). 745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo [Mesías] mediante la Unción del Espíritu Santo en su Encarnación (cf Sal 2, 67). 746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De su plenitud, derrama el Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Iglesia. 747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, a- nima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima Trinidad con los hombres. Revelación del Espíritu Santo Antiguo Testamento (3.I.90) en el 1. En las catequesis dedicadas al Espíritu Santo hemos querido, ante todo, escuchar su anuncio y su promesa por parte de Jesús, especialmente en la Ultima Cena, releer la narración que los Hechos de los Apóstoles hacen de su venida, y volver a examinar los textos del Nuevo Testamento que documentan la predicación acerca de él y la fe en él en la Iglesia primitiva. Pero en nuestro análisis de los textos nos encontramos muchas veces con el Antiguo Testamento. Son los mismos Apóstoles quienes en la primera predicación después de Pentecostés presentan expresamente la venida del Espíritu Santo como cumplimiento de las promesas y de los anuncios antiguos, viendo la Antigua Alianza y la historia de Israel como tiempo de preparación para recibir la plenitud de verdad y de gracia que debía traer el Mesías. Ciertamente, Pentecostés era un acontecimiento proyectado hacia el futuro, porque daba inicio al tiempo del Espíritu Santo, que Jesús mismo había señalado como protagonista, junto con el Padre y con el Hijo de la obra de la salvación, destinada a extenderse desde la Cruz a todo el mundo. Sin embargo, para un más completo conocimiento de la revelación del Espíritu Santo, es preciso remontarse al pasado, es decir, al Antiguo Testamento, para descubrir allí las señales de la larga preparación al misterio de la Pascua y de Pentecostés. 2. Por lo tanto, deberemos volver a reflexionar acerca de los datos bíblicos referidos al Espíritu Santo y acerca del proceso de revelación, que se dibuja progresivamente desde la penumbra del Antiguo Testamento hasta las claras afirmaciones del Nuevo, y se expresa primero dentro de la Creación y luego en la obra de la Redención, primero en la historia y en la profecía de Israel, y luego en la vida y en la misión de Jesús Mesías, desde el momento de la Encarnación hasta el de la Resurrección. Entre los datos que conviene examinar se encuentra, ante todo, el nombre con que el Espíritu Santo es insinuado en el Antiguo Testamento, y los diversos significados expresados con este nombre. Sabemos que en la mentalidad judía el nombre tiene un gran valor para representar a la persona. Se puede recordar, a este propósito, la importancia que en el Éxodo y en toda la tradición de Israel se atribuye al modo de nombrar a Dios. Moisés había preguntado al Señor Dios cuál era su nombre. La revelación del nombre se consideraba como manifestación de la persona misma: el nombre sagrado ponía al pueblo en relación con el ser, trascendente, pero presente, de Dios mismo (Cfr. Ex 3, 13.14). El nombre con el que es insinuado, en el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo nos ayudará a comprender sus propiedades, aunque su realidad de Persona divina, de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo, se nos da a conocer sólo en la revelación del Nuevo Testamento. Podemos pensar que el término fue elegido con esmero por los autores sagrados; es más, que el mismo Espíritu Santo, quien los inspiró, guió el proceso conceptual y literario que ya en el Antiguo Testamento hizo elaborar una expresión adecuada para significar su Persona. 3. En la Biblia, el término hebreo que designa al Espíritu Santo es ruah . El primer sentido de este término, así como de su traducción latina 'spiritus', es 'soplo', aliento, respiración. En español se puede aún observar el parentesco entre 'espíritu' y 'respiración'. El aliento es la realidad más inmaterial que percibimos; no se ve, es sutilísimo; no es posible aferrarlo con las manos; parece que no es nada, pero tiene una importancia vital: quien no respira no puede vivir. Entre un hombre vivo y un hombre muerto sólo existe esta diferencia: que el primero respira y el otro ya no. La vida viene de Dios: el aliento, por tanto, viene de Dios, que lo puede también retirar (Cfr. Sal 103/104, 29.30). De estas observaciones sobre el aliento se llegó a comprender que la vida depende de un principio espiritual, que fue llamado con la misma palabra hebrea ruah. El aliento del hombre está en relación con un soplo externo mucho más potente, el soplo del viento. El hebreo ruah , como el latino 'spiritus', designa también el soplo del viento. Nadie ve el viento, pero sus efectos son impresionantes. El viento empuja las nubes, agita los árboles. Cuando es violento, entumece las olas y puede echar a pique las naves (Sal 107/106, 25-27). A los antiguos el viento les parecía un poder misterioso que Dios tenía a su disposición (Sal 104/103, 3.4). Se le podía llamar el 'soplo de Dios'. En el libro del Éxodo, una narración en prosa dice: 'El Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este, que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto' (Ex 14, 21)22). En el capitulo siguiente, los mismos acontecimientos son descritos en forma poética y entonces el soplo del viento del Este es llamado 'el soplo de la ira de Dios' Dirigiéndose a Dios, el poeta dice: 'Al soplo de tu ira se apiñaron las aguas... Mandaste tu soplo, cubriólos el mar' (Ex 15, 8,10). Así se expresa de modo muy sugestivo la convicción de que el viento fue, en estas circunstancias, el instrumento de Dios. De las observaciones que acabamos de hacer sobre el viento invisible y potente, se llegó a concebir la existencia del 'espíritu de Dios'. En los textos del Antiguo Testamento, se pasa fácilmente de un significado al otro, e incluso en el Nuevo Testamento vemos que los dos significados se hallan presentes. Para hacer que Nicodemo entendiera el modo de actuar del Espíritu Santo, Jesús hace uso de la comparación del viento y se sirve del mismo término para designar tanto el uno como el otro: 'El viento sopla donde quiere..., así es todo el que nace del Espíritu', es decir, del Espíritu Santo (Jn 3, 8). 4. La idea fundamental que expresa el nombre bíblico del Espíritu no es, por tanto, la de un poder intelectual, sino la de un impulso dinámico, comparable al impulso del viento. En la Biblia, la primera función del Espíritu no es la de hacer entender, sino la de poner en movimiento; no la de iluminar, sino la de comunicar un dinamismo. Sin embargo, este aspecto no es exclusivo. También se expresan otros aspectos que preparan la revelación sucesiva. Ante todo, el aspecto de interioridad. El aliento, en efecto, entra al interior del hombre. En lenguaje bíblico, esta constatación se puede expresar diciendo que Dios infunde el espíritu en los corazones (Cfr. Ez 36, 26; Rom 5, 5). Al ser tan sutil, el aire penetra no sólo en nuestro organismo, sino también en todos los espacios e intersticios; esto ayuda a entender que 'el Espíritu del Señor llena la tierra' (Sab 1, 7) y que 'penetra', en especial, 'todos los espíritus' (7, 23), como dice el libro de la Sabiduría. Con el aspecto de la interioridad está ligado el aspecto del conocimiento. '¿Qué hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?' (1 Cor 2, 11). Sólo nuestro espíritu conoce nuestras reacciones íntimas, nuestros pensamientos aún no comunicados a los demás. De modo análogo, y con mayor razón, el Espíritu del Señor, que está presente en el interior de todos los seres del universo, conoce todo desde dentro (Cfr. Sab 1, 7). Más aún, 'el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios' (1 Cor 2, 10.11). 5. Cuando se trata de conocimiento y de comunicación entre las personas, el soplo tiene una conexión natural con la palabra. En efecto, para hablar hacemos uso de nuestro soplo. Las cuerdas vocales hacen vibrar nuestro soplo, el cual transmite así los sonidos de las palabras. Inspirándose en este hecho, la Biblia establecía un paralelismo entre la palabra y el soplo (Cfr. Is 11, 4), o entre la palabra y el espíritu. Gracias al soplo, la palabra se propaga; del soplo la palabra toma fuerza y dinamismo. El Salmo 32/33 aplica este paralelismo al acontecimiento primordial de la Creación y dice: 'Por la palabra de Yahvéh fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca toda su mesnada ' (v. 6). En textos semejantes, podemos vislumbrar una lejana preparación de la revelación cristiana del misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la Creación; él la ha realizado mediante su Palabra, es decir, mediante su Verbo e Hijo, y mediante su Soplo, el Espíritu Santo. 6. La multiplicidad de los significados del término hebreo ruah, usado en la Biblia para designar al Espíritu, parece engendrar una cierta confusión: efectivamente, en un determinado texto, con frecuencia no es posible definir el sentido preciso de la palabra: se puede dudar entre viento y respiración, entre aliento y espíritu, entre espíritu creado y Espíritu divino. Esta multiplicidad, sin embargo, es, ante todo, una riqueza, porque pone muchas realidades en comunicación fecunda. Aquí conviene renunciar, en parte, a las pretensiones de una racionalidad preocupada por la precisión, para abrirse a perspectivas más anchas. Nos ha de resultar útil, cuando pensamos en el Espíritu Santo, tener presente que su nombre bíblico significa 'soplo' y tiene relación con el soplo potente del viento y con el soplo íntimo de nuestra respiración. En vez de atenernos a un concepto demasiado intelectual y árido, encontraremos provecho al acoger esta riqueza de imágenes y de hechos. Las traducciones, por desgracia, no pueden transmitírnosla en su totalidad, porque se encuentran con frecuencia forzadas a elegir otros términos. Para traducir la palabra hebrea ruah, la versión griega de los Setenta usa 24 términos diversos y por consiguiente no permite captar todas las conexiones que se hallan entre los textos de la Biblia hebrea. 7. Como conclusión de este análisis terminológico de los textos del Antiguo Testamento sobre el ruah, podemos decir que de ellos el soplo de Dios aparece como la fuerza que hace vivir a las criaturas. Aparece como una realidad íntima de Dios, que obra en la intimidad del hombre. Aparece como una manifestación del dinamismo de Dios que se comunica a las criaturas. Aun sin ser aún concebido como Persona distinta, en el ámbito del ser divino, el 'soplo' o 'Espíritu', de Dios se distingue, en cierto modo, de Dios que lo manda para obrar en las criaturas. Así, incluso bajo el aspecto literario, la mente humana queda preparada para recibir la revelación de la Persona del Espíritu Santo, que aparecerá como expresión de la vida íntima de Dios y de su omnipotencia. La acción creadora del Espíritu de Dios (10.I.90) 1. La importancia que se da en el lenguaje bíblico al ruah como 'soplo de Dios' parece demostrar que la analogía entre la acción divina invisible, espiritual, penetrante, omnipotente, y el viento, tiene su raíz en la psicología y en la tradición de donde se alimentaban y que al mismo tiempo enriquecían los autores sagrados. Aun dentro de la variedad de significados derivados, el término servía siempre para expresar una 'fuerza vital' que actúa desde fuera o desde dentro del hombre y del mundo. Incluso cuando no designaba directamente a la persona divina, el término referido a Dios .'espíritu (o soplo) de Dios'. imprimía y hacía crecer en el alma de Israel la idea de un Dios espiritual que interviene en la historia y en la vida del hombre, y preparaba el terreno para la futura revelación del Espíritu Santo. Así, podemos decir que ya en la narración de la creación, en el libro del Génesis, la presencia del 'espíritu (o viento) de Dios', que aleteaba sobre las aguas mientras la tierra estaba desierta y vacía, y las tinieblas cubrían el abismo (Cfr. Gen 1, 2), es una referencia de notable eficacia a 'aquella fuerza vital'. Con ella se quiere sugerir que el 'soplo' o 'espíritu' de Dios desempeñó un papel en la creación: casi un poder de animación, junto con la 'palabra' que da el ser y el orden a las cosas. 2.. La conexión entre el espíritu de Dios y las aguas, que observamos al principio de la narración de la creación, vuelve parecer de otra forma en diversos pasajes de la Biblia y se hace más estrecha porque el Espíritu mismo es presentado como un agua fecundante, manantial de nueva vida. En el libro de la consolación, el segundo Isaías expresa esta promesa de Dios: 'Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca. Crecerán como en medio de hierbas, como álamos junto a corrientes de aguas' (Is 44, 3.4). El agua que Dios promete verter es su espíritu, que 'derramará' sobre los hijos de su pueblo. De forma semejante el profeta Ezequiel anuncia que Dios 'derramará' su espíritu sobre la casa de Israel (Ez 39, 29) y el profeta Joel usa la misma expresión que compara el espíritu a un agua derramada: 'Derramaré mi espíritu en toda carne...' (Jl 3, 11). El simbolismo del agua, con referencia al Espíritu será recogido por los autores del Nuevo Testamento y enriquecido con nuevos detalles. Tendremos ocasión de volver sobre él. 3. En la narración de la creación, tras la mención inicial del espíritu o soplo de Dios que aleteaba sobre las aguas (Gen 1, 2) no encontramos más la palabra ruah, nombre hebreo del espíritu. Sin embargo, el modo en que es descrita la creación del hombre sugiere una relación con el espíritu o soplo de Dios. En efecto, se lee que, después de haber formado al hombre con el polvo del suelo, el Señor Dios 'insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente' (Gen 2, 7). La palabra 'aliento' (en hebreo neshama) es un sinónimo de 'soplo' o 'espíritu' (ruah), como se deduce del paralelismo con otros textos: en vez de 'aliento de vida' leemos 'soplo de vida' en Génesis 6, 17. Por otra parte, la acción de 'insuflar', atribuida a Dios en la narración de la creación, es aplicada al Espíritu en la visión profética de la resurrección (Ez 37, 9). Por tanto, la Sagrada Escritura nos quiere dar a entender que Dios ha intervenido por medio de su soplo o espíritu para hacer del hombre un ser animado. En el hombre hay un 'aliento de vida', que procede del 'soplar' de Dios mismo. En el hombre hay un soplo o espíritu que se asemeja al soplo o espíritu de Dios. Cuando el libro del Génesis, en el capitulo segundo, habla de la creación de los animales (v. 19), no alude a una relación tan estrecha con el soplo de Dios. Desde el capítulo anterior sabemos que el hombre fue creado 'a imagen y semejanza de Dios' (1, 26.27). 4. Otros textos, sin embargo, admiten que también los animales tienen un aliento o soplo vital, y que lo recibieron de Dios. Bajo este aspecto el hombre, salido de las manos de Dios, aparece solidario con todos los seres vivientes. Así el salmo 103/104 no establece distinción entre los hombres y los animales cuando dice, dirigiéndose a Dios Creador: 'Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman' (vv. 27.28). Luego, el salmista añade: 'Les retiras su soplo, y expiran, y a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra' (vv. 29.30). Por consiguiente, la existencia de las criaturas depende de la acción del soplo-espíritu de Dios, que no sólo crea, sino que también conserva y renueva continuamente la faz de la tierra. 5. La primera creación, desgraciadamente, fue devastada por el pecado. Sin embargo, Dios no la abandonó a la destrucción, sino que preparó su salvación, que debía constituir una 'nueva creación' (Cfr. Is 65, 17; Gal 6, 15; Ap 21, 5). La acción del Espíritu de Dios para esta nueva creación es sugerida por la famosa profecía de Ezequiel sobre la resurrección. En una visión impresionante, el profeta tiene ante los ojos una vasta llanura 'llena de huesos', y recibe la orden de profetizar sobre estos huesos y anunciar: 'Huesos secos, escuchad la palabra de Yahvéh, Así dice el Señor Yahvéh a estos huesos: he aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros y viviréis...' (Ez 37, 1.5). El profeta cumple la orden divina y ve 'un estremecimiento y los huesos se juntaron unos con otros' (37, 7). Luego aparecen los nervios, la carne crece, la piel se extiende por encima, y finalmente, obedeciendo a la voz del profeta, el espíritu entra en aquellos cuerpos, que vuelven entonces a la vida y se incorporan sobre sus pies (37, 8.10). El primer sentido de esta visión era el de anunciar la restauración del pueblo de Israel tras la devastación y el exilio: 'Estos huesos son toda la casa de Israel', dice el Señor. Los israelitas se consideraban perdidos, sin esperanza. Dios les promete: 'Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis' (37, 14). Sin embargo, a la luz del misterio pascual de Jesús, las palabras del profeta adquieren un sentido más fuerte, el de anunciar una verdadera resurrección de nuestros cuerpos mortales gracias a la acción del Espíritu de Dios. El Apóstol Pablo, expresa esta certeza de fe, diciendo: 'Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vid vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros' (Rom 8,11 ). En efecto, la nueva creación tuvo su inicio gracias a la acción del Espíritu Santo en la muerte y resurrección de Cristo. En su Pasión, Jesús acogió plenamente la acción del Espíritu Santo en su ser humano (Cfr. Hb 9,14), quien lo condujo, a través de la muerte, a una nueva vida (Cfr. Rom 6,10) que él tiene poder de comunicar a todos los creyentes, transmitiéndoles este mismo Espíritu, primero de modo inicial en el bautismo, y luego plenamente en la resurrección final. La tarde de Pascua, Jesús resucitado, apareciéndose a los discípulos en el Cenáculo, renueva sobre ellos la misma acción que Dios Creador había realizado sobre Adán. Dios había 'soplado' sobre el cuerpo del hombre para darle vida. Jesús 'sopla' sobre los discípulos y les dice: 'Recibid el Espíritu Santo' (Jn 20, 22). El soplo humano de Jesús sirve así a la realización de una obra divina más maravillosa aún que la inicial. No se trata sólo de crear un hombre vivo, como en la primera creación, sino de introducir a los hombres en la vida divina. 6. Con razón, pues, San Pablo establece un paralelismo y una antítesis entre Adán y Cristo, entre la primera y la segunda creación, cuando escribe: 'Pues si hay un cuerpo natural (en griego psychilkon, de psyché que significa alma), hay también un cuerpo espiritual (pneumatikon, es decir, completamente penetrado y transformado por el Espíritu de Dios). En efecto, si es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, un alma viviente (Gen 2, 7); el último Adán, espíritu que da vida (1 Cor 15, 45). Cristo resucitado, nuevo Adán, está tan penetrado, en su humanidad, por el Espíritu Santo, que puede llamarse él mismo 'espíritu'. En efecto, su humanidad no tiene sólo la plenitud del Espíritu Santo por sí misma, sino también la capacidad de comunicar la vida del Espíritu a todos los hombres. 'Por tanto, el que está en Cristo -escribe San Pablo- es una nueva creación' (2 Cor 5, 17). Se manifiesta así plenamente, en el misterio de Cristo muerto y resucitado, la acción creadora y renovadora del Espíritu de Dios, que la Iglesia invoca diciendo: 'Veni, Creator Spiritus', 'Ven Espíritu Creador'. El Espíritu Santo conduce y penetra la historia de Israel (17.I.90) 1. El Antiguo Testamento nos ofrece preciosos testimonios sobre el papel reconocido del 'Espíritu' de Dios (como 'soplo', 'aliento', 'fuerza vital', simbolizado por el viento) no sólo en los libros que recogen la producción religiosa y literaria de los autores sagrados, espejo de la psicología y del lenguaje de Israel, sino también en la vida de los personajes que hacen de guías del pueblo en su camino histórico hacia el futuro mesiánico. Es el Espíritu de Dios quien, según los autores sagrados, actúa sobre los jefes haciendo que ellos no sólo obren en nombre de Dios, sino también que con su acción sirvan de verdad al cumplimiento de los planes divinos, y por lo tanto miren no tanto a la construcción y el engrandecimiento de su propio poder personal o dinástico según las perspectivas de una concepción monárquica o aristocrática, sino más bien a la prestación de un servicio útil a los demás y en especial al pueblo. Se puede decir que, a través de esta mediación de los jefes, el Espíritu de Dios penetra y conduce la historia de Israel. 2. Ya en la historia de los patriarcas se observa que hay una mano superior, realizadora de un plan que mira a su 'descendencia', que los guía y conduce en su camino, en sus desplazamientos, en sus vicisitudes. Entre ellos tenemos a José, en quien reside el Espíritu de Dios como espíritu de sabiduría, descubierto por el faraón, que pregunta a sus ministros: '¿Acaso se encontrará otro como éste que tenga el espíritu de Dios?' (Gen 41, 38). El espíritu de Dios hace a José capaz de administrar el país y de realizar su extraordinaria función no sólo en favor de su familia y las ramificaciones genealógicas de ésta, sino con vistas a toda la futura historia de Israel. También sobre Moisés, mediador entre Yahvéh y el pueblo, actúa el espíritu de Dios, que lo sostiene y lo guía en el éxodo que llevará a Israel a tener una patria y a convertirse en un pueblo independiente, capaz de realizar su tarea mesiánica. En un momento de tensión en el ámbito de las familias acampadas en el desierto, cuando Moisés se lamenta ante Dios porque se siente incapaz de llevar 'el peso de todo este pueblo' (Nm 11, 14), Dios le manda escoger setenta hombres, con los que podrá establecer una primera organización del poder directivo para aquellas tribus en camino, y le anuncia: 'Tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para que lleven contigo la carga del pueblo, y no la tengas que llevar tú solo' (Nm 11, 17). Y efectivamente, reunidos setenta ancianos en torno a la tienda del encuentro, 'Yahvéh... tomó algo del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos' (Nm 11, 25). Cuando, al fin de su vida, Moisés debe preocuparse de dejar un jefe en la comunidad, para que 'no quede como rebaño sin pastor', el Señor le señal Josué, 'hombre en quien está el espíritu' (Nm 27, 17-18), y Moisés le impone 'su mano' a fin de que también él esté 'lleno del espíritu de sabiduría' (Dt 34, 9). Son casos típicos de la presencia y de la acción del Espíritu en los 'pastores' del pueblo. 3. A veces el don del espíritu es conferido también a quien, a pesar de no ser jefe, está llamado por Dios a prestar un servicio de alguna importancia en especiales momentos y circunstancias. Por ejemplo, cuando se trata de construir la 'tienda del encuentro' y el 'arca de la Alianza', Dios dice a Moisés: 'Mira que he designado a Besalel... y le he llenado del espíritu de Dios concediéndole habilidad, pericia y experiencia en toda clase de trabajos' (Ex 31, 2.3; cfr. 35, 31). Es más, incluso respecto a los compañeros de trabajo de este artesano, Dios añade: 'En el corazón de todos los hombres hábiles he infundido habilidad para que hagan todo lo que te he mandado: la tienda del encuentro, el arca del testimonio' (Ex 31, 6.7). En el libro de los Jueces se exaltan hombres que al principio son 'héroes liberadores', pero que luego se convierten también en gobernadores de ciudades y distritos, en el período de reorganización entre el régimen tribal y el monárquico. Según el uso del verbo shafat, 'juzgar', en las lenguas semíticas emparentadas con el hebreo, son considerados no sólo como administradores de la justicia sino también como jefes de sus poblaciones. Son suscitados por Dios, que les comunica su espíritu (soplo. ruah) como respuesta a súplicas dirigidas a El en situaciones críticas. Muchas veces en el libro de los Jueces se atribuye su aparición y su acción victoriosa a un don del espíritu. Así en el caso de Otniel, el primero de los grandes jueces cuya historia se resume, se dice que 'los israelitas clamaron a Yahvéh y Yahvéh suscitó a los israelitas un libertador que los salvó: Otniel... El espíritu de Yahvéh vino sobre él y fue juez de Israel' (Jue 3, 9.10). En el caso de Gedeón el acento se pone en la potencia de la acción divina: 'El espíritu de Yahvéh revistió a Gedeón' (Jue 6, 34). También de Jefté se dice que 'el espíritu de Yahvéh vino sobre Jefté' (Jue 11, 29). Y de Sansón: 'El espíritu de Yahvéh comenzó a excitarle' (Jue 13, 25). El espíritu de Dios en estos casos es quien otorga fuerza extraordinaria, valor para tomar decisiones, a veces habilidad estratégica, por las que el hombre se vuelve capaz de realizar la misión que se le ha encomendado para la liberación y la guía del pueblo. 4. Cuando se realiza el cambio histórico de los Jueces a los Reyes, según la petición de los israelitas que querían tener 'un rey para que nos juzgue, como todas las naciones' (1 Sm 8, 5), el anciano juez y liberador Samuel hace que Israel no pierda el sentimiento de la pertenencia a Dios como pueblo elegido y que quede asegurado el elemento esencial de la teocracia, a saber, el reconocimiento de los derechos de Dios sobre el pueblo. La unción de los reyes como rito de institución es el signo de la investidura divina que pone un poder político al servicio de una finalidad religiosa y mesiánica. En este sentido, Samuel, después de haber ungido a Saúl y haberle anunciado el encuentro en Guibeá con un grupo de profetas que vendrían salmodiando, le dice: 'Te invadirá entonces el espíritu de Yahvéh, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado en otro hombre' (1 Sm 10, 6). Y efectivamente, 'apenas (Saúl) volvió las espaldas para dejar a Samuel, le cambió Dios el corazón... le invadió el espíritu de Dios, y se puso en trance en medio de ellos' (1 Sm 10, 9.10). También cuando llegó la hora de las primeras iniciativas de batalla, 'invadió a Saúl el espíritu de Dios' (1 Sm 11, 6). Se cumplía así en él la promesa de la protección y de la alianza divina que había sido hecha a Samuel :'Dios está contigo' (l Sm 10, 7). Cuando el espíritu de Dios abandona a Saúl, que es perturbado por un espíritu malo (Cfr. 1 Sm 16, 14), ya está en el escenario David, consagrado por el anciano Samuel con la unción por la que 'a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahvéh' (1 Sm 16, 13). 5. Con David, mucho más que con Saúl, toma consistencia el ideal del rey ungido por el Señor, figura del futuro ReyMesías, que será el verdadero liberador y salvador de su pueblo. Aunque los sucesores de David no alcanzarán su estatura en la realización de la realeza mesiánica, más aún, aunque no pocos prevaricarán contra la Alianza de Yahvéh con Israel, el ideal del Rey Mesías no desaparecerá y se proyectará hacia el futuro cada vez más en términos de espera, caldeada por los anuncios proféticos. Especialmente Isaías pone de relieve la relación entre el espíritu de Dios y el Mesías: 'Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh' (Is 11, 2). Será también espíritu de fortaleza; pero ante todo espíritu de sabiduría: 'Espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh', el que impulsará al Mesías actuar con justicia en favor de los miserables, de los pobres y de los oprimidos (Is 11, 2.4). Por tanto, el santo espíritu del Señor (Is 42, 1; cfr. 61, 1 ss.; 63, 10-13; Sal 50/51, 13; Sab 1, 5; 9, 17), su 'soplo' (ruah), que recorre toda la historia bíblica, será dado en plenitud al Mesías. Ese mismo espíritu que alienta sobre el caos antes de la creación (Cfr. Gen 1, 2), que da la vid todos los seres (Cfr. Sal 103/104, 29.30; 33, 6; Gen 2, 7; 37, 5.6. 9.10) que suscita a los Jueces (Cfr. Jue 3, 10; 6, 34; 11, 29) y los Reyes (Cfr. 1 Sm 11, 6), que capacita a los artesanos para el trabajo del santuario (Cfr. Ex 31, 3; 35, 31), que da la sabiduría a José (Cfr. Gen 41, 38), la inspiración a Moisés y a los profetas (Cfr. Nm 11, 17. 25.26; 24, 2; 1 5 10, 6.10; 19, 20), como a David (Cfr. 1 Sm 16, 13; 2 5 23, 2), descenderá sobre el Mesías con la abundancia de sus dones (Cfr. Is 11, 2) y lo hará capaz de realizar su misión de justicia y de paz. Aquel sobre quien Dios 'haya puesto su espíritu' 'dictará ley a las naciones' (Is 42, 1); 'no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho' (42, 4). 6. "De qué manera 'implantará el derecho' y liberará a los oprimidos? Será, tal vez, con la fuerza de las armas, como habían hecho los Jueces, bajo el Impulso del Espíritu, y como hicieron, muchos siglos después, los Macabeos? El Antiguo Testamento no permitía dar una respuesta clara a esta pregunta. Algunos pasajes anunciaban intervenciones violentas, como por ejemplo el texto de Isaías que dice: 'Pisoteé a pueblos en mi ira, los pisé con furia e hice correr por tierra su sangre' (Is 63, 6). Otros en cambio, insistían en la abolición de toda lucha: 'No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra' (Is 2, 4). La respuesta debía ser revelada por el modo en que el Espíritu Santo guiaría a Jesús en su misión: por el Evangelio sabemos que el Espíritu impulsó a Jesús a rechazar el uso de las armas y toda ambición humana y a conseguir una victoria divina por medio de una generosidad ilimitada, derramando su propia sangre para liberarnos de nuestros pecados. Así se manifestó de manera decisiva la acción directiva del Espíritu Santo. La acción profética del Espíritu Santo (14.II.90) 1. Recogiendo el hilo de la catequesis precedente, podemos escoger entre los datos bíblicos ya referidos el aspecto profético de la acción ejercida por el espíritu de Dios sobre los jefes del pueblo, sobre los reyes y sobre el Mesías. Ese aspecto requiere una reflexión ulterior porque el profetismo es el filón a lo largo del cual discurre la historia de Israel, dominada por la figura destacada de Moisés, el 'profeta' más excelso, 'a quien Yahvéh trataba cara a cara' (Dt 34, 10). A lo largo de los siglos los israelitas adquieren cada vez más familiaridad con el binomio 'la Ley y los Profetas', como síntesis expresiva del patrimonio espiritual confiado por Dios a su pueblo. Y mediante su espíritu es como Dios habla y actúa en los padres, y de generación en generación prepara los tiempos nuevos. 2. Sin duda que el fenómeno profético, tal como se observa históricamente, está ligado a la palabra. El profeta es un hombre que habla en nombre de Dios, y transmite a quienes lo escuchándolo leen todo lo que Dios quiere dar a conocer sobre el presente y sobre el futuro. El espíritu de Dios anima la palabra y la vuelve vital. Comunica al profeta y a su palabra un cierto 'pathos' divino, por el que se hace vibrante, a veces apasionada y dolorosa, y siempre dinámica. Con cierta frecuencia la Biblia describe episodios significativos, en los que se observa que el espíritu de Dios recae sobre alguien, el cual pronuncia un oráculo profético. Así sucede en el caso de Balaam: Le invadió el espíritu de Dios' (Nm 24, 2). Entonces 'entonó su trova y dijo: ...Oráculo del que oye los dichos de Dios, del que ve la visión de Sadday, del que obtiene respuesta, y se le abren los ojos...' (Nm 24, 3.4), Es la famosa 'profecía' que, aunque se refiera directamente a Saúl (Cfr. 1 Sm 15, 8) y a David (Cfr. 1 Sm 30, 1 ss.) en la lucha contra los amalecitas, evoca al mismo tiempo al futuro Mesías: 'Lo veo aunque no para ahora, lo diviso pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel...' (Nm 24, 17). 3. Otro aspecto del espíritu profético al servicio de la palabra es que ese espíritu se puede comunicar y casi 'subdividir', según las necesidades del pueblo, como en el caso de Moisés, preocupado por el número de los israelitas que debía guiar y gobernar, y que eran ya 'seiscientos mil de a pie' (Nm 11, 21). El Señor le mandó que escogiera y reuniera 'setenta ancianos de Israel, de los que sabes que son ancianos y escribas del pueblo' (Nm 11, 16). Una vez hecho eso, el Señor 'formó algo del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos. Y en cuanto reposó sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar...' (Nm 11, 25). Eliseo, cuando estaba para suceder a Elías, quería recibir incluso 'dos tercios del espíritu' del gran profeta, una especie de doble parte de la herencia que tocaba al hijo mayor (Cfr. Dt 21, 17) para ser así reconocido como su principal heredero espiritual entre la muchedumbre de los profetas y de los 'hijos de los profetas' agrupados en comunidades (2 Re 2, 3). Pero el espíritu no se transmite de profeta a profeta como una herencia terrena: es Dios quien lo concede. De hecho así sucede, y los 'hijos de los profetas' lo constatan: 'El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo' (2 Re 2, 15; cfr. 6. 17). 4. En los contactos de Israel con los pueblos vecinos no faltaron manifestaciones de falso profetismo, que llevaron a la formación de grupos de exaltados, los cuales sustituían con música y gesticulaciones el espíritu procedente de Dios y se adherían incluso al culto de Baal. Elías entabló una decisiva batalla contra esos profetas (Cfr. 1 Re 18, 25.29), permaneciendo solitario en su grandeza. Eliseo, por su parte, mantuvo más relaciones con algunos grupos, que parecían haberse enmendado (Cfr. 2 Re 2, 3). En la genuina tradición bíblica se defienda y se reivindica la verdadera idea del profeta como hombre de la palabra de Dios, instituido por Dios, como Moisés y a continuación de él (Cfr. Dt 18, 15). En efecto, Dios promete a Moisés 'Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande' (Dt 18, 18). Esta promesa va acompañada por una advertencia contra los abusos del profetismo: 'Si un profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses. ese profeta morirá. Acaso vas a decir en tu corazón: '¿cómo sabremos que ésta palabra no la ha dicho Yahvéh?'. Si ese profeta habla en nombre de Yahvéh. y lo que dice queda sin efecto y no se cumple, es que Yahvéh no ha dicho tal palabra' (Dt 18, 20.22). Otro aspecto de ese criterio de juicio es la fidelidad a la doctrina entregada por Dios a Israel, en la resistencia a las seducciones de la idolatría (Cfr. Dt 1, 2 ss.). Así se explica la hostilidad contra los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 6 ss.; 2 Re 3, 13; Jer 2, 26; 5. 13; 23, 9 40; Miq 3, 11; Za 13, 2). Tarea del profeta, como hombre de la palabra de Dios, es combatir el 'espíritu de mentira' que se encuentra en la boca de los falsos profetas (Cfr. 1 Re 22, 23), para proteger al pueblo de su influencia. Es una misión recibida de Dios. como proclama Ezequiel: 'La palabra de Yahvéh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra los profetas de Israel; profetiza y di a los que profetizan por su propia cuenta: " "Ay de los profetas insensatos que siguen su propia inspiración, sin haber visto nada!' (Ez 13. 2.3) . 5. El profeta. Hombre de la palabra. Debe ser también 'Hombre del espíritu'. Como ya lo llama Oseas (9. 7): debe tener el espíritu de Dios, y no sólo el propio espíritu. si ha de hablar en nombre de Dios. El concepto lo desarrolla sobre todo Ezequiel. que deja entrever la toma de conciencia ya hecha acerca de la profunda realidad del profetismo. Hablar en nombre de Dios requiere. en el profeta. la presencia del espíritu de Dios. Esta presencia se manifiesta en un contacto que Ezequiel llama 'visión'. En quien se beneficia de ese contacto. la acción del espíritu de Dios garantiza la verdad de la palabra pronunciada. Encontramos aquí un nuevo indicio del lazo existente entre palabra y espíritu que prepara linguística y conceptualmente el lazo que se establece en el Nuevo Testamento. en un nivel más elevado. entre el Verbo y el Espíritu Santo. Ezequiel tiene conciencia de estar personalmente animado por el espíritu: 'El espíritu entró en mí )escribe) como se me había dicho y me hizo tenerme en pie; y oí al que me hablaba' (Ez 2. 2). El espíritu entra en el interior de la persona del profeta. Lo hace tenerse en pie: por tanto, hace de él un testigo de la palabra divina. Lo levanta y lo pone en movimiento: 'El espíritu me levantó y me arrebató' (Ez 3, 14). Así se manifiesta el dinamismo del espíritu (Cfr. Ez 8, 3: 11. 1. 5. 24; 43. 5). Ezequiel. por lo demás precisa que está hablando del 'espíritu de Yahvéh' (11. 5). 6. El aspecto dinámico de la acción profética del espíritu divino destaca fuertemente en las profecías de Ageo y de Zacarías. lo cuales. tras el retorno del exilio, impulsaron vigorosamente a los israelitas a emprender la obra de la reconstrucción del Templo de Jerusalén. El resultado de la primera profecía de Ageo fue que 'movió Yahvéh el espíritu de Zorobabel.... gobernador de Judá, y el espíritu de Josué..., sumo sacerdote. y el espíritu de todo el Resto del pueblo. Y vinieron y emprendieron la obra en la Casa de Yahvéh Sebaot' (Ag1, 14). En un segundo oráculo. el profeta Ageo intervino de nuevo y prometió la ayuda poderosa del Espíritu del Señor: 'Ten ánimo. Zorobabel...; ánimo Josué...; ánimo, pueblo todo de la tierra. oráculo de Yahvéh. ""A la obra! ...En medio de vosotros se mantiene mi Espíritu; ""no temáis!' (Ag 2, 4.5). Y de la misma manera el profeta Zacarías proclamaba: 'Esta es la palabra de Yahvéh a Zorobabel: No por el valor ni por la fuerza, sino sólo por mi Espíritu. dice Yahvéh Sebaot' (Zac 4. 6). En los tiempos inmediatamente anteriores al nacimiento de Jesús no existían ya profetas en Israel y no se sabía hasta cuándo duraría esa situación (Cfr. Sal 74/73, 9; 1 Mac 9, 27). Sin embargo. uno de los últimos profetas. Joel, había anunciado una efusión universal del Espíritu de Dios que debía realizarse 'antes de la venida del Día de Yahvéh, grande y terrible' (Jl 3, 4) y debía manifestarse con una extraordinaria difusión del don de profecía. El Señor había proclamado por medio de él: 'Yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizaran. vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones' (3. 1). Así se debía cumplir finalmente el deseo expresado. muchos siglos antes, por Moisés: "Quién me diera que todo el pueblo de Yahvéh profetizará porque Yahvéh les daba su espíritu!' (Nm 11, 29). La inspiración profética alcanzaría incluso 'a los siervos y a las siervas' (Jl 3, 2). superando toda distinción de niveles culturales o condiciones sociales. Entonces la salvación se ofrecería a todos: 'Todo el que invoque el nombre de Yahvéh será salvo' (Jl 3, 5). Como hemos visto en una catequesis precedente, esta profecía de Joel encontró su cumplimiento el día de Pentecostés, de forma que el Apóstol Pedro, dirigiéndose a la muchedumbre asombrada, pudo declarar: 'Es lo que dijo el profeta Joel' y recitó el oráculo del profeta (Hech 2, 16)21), explicando que Jesús 'exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado' en abundancia (Cfr. Hech 2. 33). Desde aquel día en adelante. la acción profética del Espíritu Santo se ha manifestado continuamente en la Iglesia para darle luz y aliento. Acción santificadora del Espíritu Santo (21.II.90) 1. El espíritu divino, según la Biblia, no es sólo luz que ilumina dando el conocimiento y suscitando la profecía, sino también fuerza que santifica. En efecto, el espíritu de Dios comunica la santidad, porque él mismo es 'espíritu de santidad'. 'espíritu santo'. Se atribuye este apelativo al espíritu divino en el capítulo 63 del libro de Isaías cuando. en el largo poema dedicado a exaltar los beneficios de Yahvéh y a deplorar los descarríos del pueblo a lo largo de la historia de Israel, el autor sagrado dice que 'ellos se rebelaron y contristaron a su espíritu santo' (Is 63, 10). Pero añade que después del castigo divino. 'se acordó de los días antiguos, de Moisés su siervo'. para preguntarse: '¿Dónde está el que puso en él su espíritu santo ?' (Is 63, 11 ). Este apelativo resuena también en el Salmo 50/51, donde, al pedir perdón y misericordia al Señor (Miserere mei Deus. secundum misericordiam tuam), el autor le implora: 'No me rechaces lejos de tu rostro, no retires de mi tu santo espíritu' (Sal 50/51, 13). Se trata del principio íntimo del bien, que actúa en el interior para llevar a la santidad (= 'espíritu de santidad ') 2. El libro de la Sabiduría afirma la incompatibilidad entre el Espíritu Santo y cualquier falta de sinceridad o de justicia: 'Pues el espíritu santo que nos educa huye del engaño. se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad' (Sab 1, 5). Se expresa también una relación muy estrecha entre la sabiduría y el espíritu. En la sabiduría )dice el autor inspirado. 'hay un espíritu inteligente, santo' (7, 22), el cual es también 'inmaculado' y 'amante del bien'. Dicho espíritu es el mismo espíritu de Dios, porque 'todo lo puede, todo lo observa' (7, 23). Sin este 'espíritu santo de Dios' (Cfr. 9. 17) que Dios 'envía de lo alto', el hombre no puede discernir la santa voluntad de Dios (9, 13.17) y mucho menos, evidentemente, cumplirla fielmente. 3. En el Antiguo Testamento la exigencia de santidad está fuerte mente vinculada a la dimensión cultual y sacerdotal de la vida de Israel. El culto se debe tributar en un lugar 'santo', lugar de la Morada de Dios tres veces santo (Cfr. Is 6, 1.4). La nube es el signo de la presencia del Señor (Cfr. Ex 40, 34.35; 1 Re 8, 10.11 ); todo, en la tienda, en el templo. en el altar, en los sacerdotes, desde el primer consagrado Aarón (Cfr. Ex 29, 1, ss.), debe responder a las exigencias del 'sacro'. que es como una aureola de respeto y de veneración creada en torno a personas, ritos y lugares privilegiados por una relación especial con Dios. Algunos textos de la Biblia afirman la presencia de Dios en la tienda del desierto y en el templo de Jerusalén (Ex 25, 8; 40 34-35; 1 Re 8, 10-13; Ez 43,4-5). Sin embargo, en la narración misma de la dedicación del templo de Salomón se refiere una oración en la que el rey pone en duda esta pretensión diciendo: '"Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden con tenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido! (1 Re 8, 27). En los Hechos de los Apóstoles, san Esteban expresa la misma convicción a propósito del templo: 'El Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre' (Hech 7, 48). La razón de ello la explica Jesús mismo en el coloquio con la Samaritana: 'Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad' (Jn 4, 24). Una casa material no puede recibir plenamente la acción santificadora del Espíritu Santo. y por tanto no puede ser verdaderamente 'morada de Dios'. La verdadera casa de Dios debe ser una 'casa espiritual'. como dirá san Pedro, formada por 'piedra vivas', es decir, por hombres y mujeres santificados interiormente por el Espíritu de Dios (Cfr. 1 Pe 2, 4.10; Ef 2, 21.22). 4. Por ello. Dios prometió el don del Espíritu a los corazones, en la célebre profecía de Ezequiel, en la que dice: 'Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros... Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados: de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo... Infundiré mi espíritu en vosotros...' (Ez 36. 23.27). El resultado de este don estupendo es la santidad efectiva. vivida con la adhesión sincera la santa voluntad de Dios. Gracias a la presencia íntima del Espíritu Santo, finalmente los corazones serán dóciles a Dios y la vida de los fieles será conforme a la ley del Señor. Dios dice: 'difundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas' (Ez 36. 27). El Espíritu santifica de esta forma toda la existencia del hombre. 5. Contra el espíritu de Dios combate el 'espíritu de la mentira' (Cfr. 1 Re 22, 21-23), el 'espíritu inmundo' que subyuga a hombres y pueblos sometiéndolos a la idolatría. En el oráculo sobre la liberación de Jerusalén. en perspectiva mesiánica, que se lee en el libro de Zacarías. el Señor promete realizar él mismo la conversión del pueblo. haciendo desaparecer el espíritu inmundo: 'Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén. para lavar el pecado y la impureza. Aquel día...extirparé yo de esta tierra los nombres de los ídolos... igualmente a los profetas y el espíritu de impureza los quitaré de esta tierra...' (Za 13. 1.2: cfr. Jer 23, 9 s.; Ez 13 . 2 ss.) . El 'espíritu de impureza' será combatido por Jesús (Cfr. Lc 9. 42; 11,24). que hablará. a este propósito, de la intervención del Espíritu de Dios y dirá: 'Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios' (Mt 12. 28). Jesús promete a sus discípulos la asistencia del 'Consolador'. que 'convencerá al mundo... en lo referente al juicio, porque el Principe de este mundo está juzgado' (Jn 16. 8.11). A su vez, Pablo hablará de; Espíritu que justifica mediante la fe y la caridad (Cfr. Gal 5.19 ss.). enseñando la nueva vida 'según el Espíritu': el Espíritu nuevo de que hablaban los profetas. 6. Los hombres o pueblos que siguen el espíritu que está en conflicto con Dios. 'contristan' al espíritu divino. Es una expresión de Isaías que hemos referido ya y que es oportuno citar de nuevo en su contexto. Se halla en la meditación del llamado Trito.Isaías sobre la historia de Israel: 'No fue un mensajero ni un ángel: él mismo en persona (Dios) los liberó. Por su amor y su compasión los liberó. Por su amor y su compasión él los rescató: los levantó y los llevó todos los días desde siempre. Mas ellos se rebelaron y contristaron a su Espíritu santo' (Is 63, 9.10). El profeta contrapone la generosidad del amor salvífico de Dios para con su pueblo, y la ingratitud de éste. En su descripción antropomórfica. se conforma con la psicología humana la atribución al espíritu de Dios de la tristeza producida por el abandono del pueblo. Pero según el lenguaje del profeta, se puede decir que el pecado del pueblo contrista el espíritu de Dios especialmente porque este espíritu es santo: el pecado ofende la santidad divina. La ofensa es más grave porque el Espíritu Santo de Dios no sólo ha sido colocado por Dios en su siervo Moisés (Cfr. Is 63, 11), sino que lo ha dado como guía a su pueblo durante el éxodo de Egipto (Cfr. Is 63. 14), como signo y prenda de la salvación futura: 'Mas ellos se rebelaron...', (Is 63, 10). También Pablo, heredero de esta concepción y de este lenguaje, recomendará a los cristianos de Éfeso: 'No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención' (Ef 4, 30; cfr. 1,1314). 7. La expresión 'contristar al Espíritu Santo' demuestra bien que el pueblo del Antiguo Testamento ha pasado progresivamente de un concepto de santidad sacral, más bien externa, al deseo de una santidad interiorizada bajo la influencia del Espíritu de Dios. El uso más frecuente del apelativo 'Espíritu Santo' es un indicio de esta evolución. Este apelativo. inexistente en los libros más antiguos de la Biblia, se impone poco a poco precisamente porque sugería la función del Espíritu Santo para la santificación de los fieles. Los himnos de Qumran en varias ocasiones dan gracias a Dios por la purificación interior que él ha realizado por medio de su Espíritu santo (por ejemplo, Himnos de la Ságruta de Qumran, 16, 12;17. 26) . El intenso deseo de los fieles no era ya sólo de ser liberados de los opresores, como en el tiempo de los Jueces, sino ante todo de poder servir al Señor 'en santidad y justicia, delante de él todos nuestros días' (Lc 1, 75). Por esto, era necesaria la acción santificadora del Espíritu Santo. A esta espera corresponde el mensaje evangélico. Es significativo que en los cuatro evangelios la palabra 'santo' aparezca por primera vez en relación con el espíritu, tanto para hablar del nacimiento de Juan Bautista y del de Jesús (Mt 1, 18)20; Lc 1, 15, 35), como para anunciar el bautismo en el Espíritu Santo (Mc 1, 8; Jn 1, 33). En la narración de la Anunciación, la Virgen María escucha las palabras del ángel Gabriel: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti...; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios' (Lc 1. 35). Así comenzó la decisiva acción santificadora del Espíritu de Dios, destinada a propagarse a todos los hombres. El Espíritu Santo y la purificación interior (28.II.90) 1. En la catequesis anterior mencionaba un versículo del salmo 50/51, donde el salmista, arrepentido por el grave pecado cometido, implora la misericordia divina y, a la vez, pide al Señor: 'No retires de mí tu santo espíritu' (v. 13). Se trata del Miserere, salmo muy conocido. que se repite con frecuencia no sólo en la liturgia, sino también en la piedad y en la práctica penitencial del pueblo cristiano. por ser manifestación de los sentimientos de arrepentimiento, de confianza y de humildad que fácilmente se encuentran en un 'corazón contrito y humillado' (Sal 50/51, 19) tras el pecado. Vale la pena seguir estudiando y meditando este salmo, siguiendo las huellas de los Padres y de los escritores de espiritualidad cristiana, pues nos ofrece nuevos aspectos de la concepción del 'espíritu divino' del Antiguo Testamento y nos ayuda a traducir la doctrina a la práctica espiritual y ascética. 2. A quien haya seguido las referencias a los profetas que he hecho en la catequesis anterior. le resultará fácil descubrir el parentesco profundo del Miserere con esos textos, especialmente con los de Isaías y Ezequiel. El sentido de la presencia delante de Dios en la propia condición de pecado, que se encuentra en el pasaje penitencial de Isaías (59, 12: cfr. Ez 6, 9), y el sentido de la responsabilidad personal inculcado por Ezequiel (18, 1.32) se hallan ya presentes en este salmo que, en un contexto de experiencia de pecado y de necesidad profundamente sentida de conversión. pide a Dios la purificación del corazón. juntamente con un espíritu renovado. La acción del espíritu divino adquiere así aspectos de mayor concreción y de más preciso empeño con vistas a la condición existencial de la persona. 3. 'Tenme piedad, oh Dios'. El salmista implora la divina misericordia para obtener la purificación del pecado: 'borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame' (Sal 50/51, 3)4). 'Rocíame con el hisopo, y seré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve' (v. 9). Pero él sabe que el perdón de Dios no puede reducirse a una pura no-imputación del exterior, sin que se dé una renovación interior: y el hombre. por sí mismo, no es capaz de realizar esta renovación. Por eso pide: 'Crea en mí, oh Dios, un corazón puro: un espíritu firme dentro de mí renueva; no me rechaces lejos de tu rostro; no retires de mí tu santo espíritu. Vuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame' (vv. 12.14). 4. El lenguaje del salmista es muy expresivo: pide una creación, es decir, el ejercicio de la omnipotencia divina para dar origen a un ser nuevo. Sólo Dios puede crear (bará), esto es. poner en la existencia algo nuevo (Cfr. Gen 1, 1; Ex 34, 10; Is 48, 7; 65, 17; Jer 31, 21.22). Sólo Dios puede dar un corazón puro, un corazón que tenga la plena transparencia de un querer totalmente de acuerdo con el querer divino. Sólo Dios puede renovar el ser íntimo, cambiarlo desde dentro, rectificar el movimiento fundamental de su vida consciente, religiosa y moral. Sólo Dios puede justificar al pecador, según el lenguaje de la teología y del mismo dogma (Cfr. DS 1521.1522; 1560), que traduce de ese modo el 'dar un corazón nuevo' del profeta (Ez 36, 26), el 'crear un corazón puro' del salmista (Sal 50/51, 12). 5. Se pide, luego, 'un espíritu firme' (Sal 50/51, 12), o sea, la inserción de la fuerza de Dios en el espíritu del hombre. librado de la debilidad moral experimentada y manifestada en el pecado. Esta fuerza, esta firmeza, puede venir sólo de la presencia operante del espíritu de Dios, y por eso el salmista implora: 'no retires de mí tu santo espíritu'. Es la única vez que en los salmos se encuentra esta expresión: 'el espíritu santo de Dios'. En la Biblia hebrea se usa sólo en el texto de Isaías en que, meditando en la historia de Israel, lamenta la rebelión contra Dios por la que ellos 'contristaron a su espíritu santo' (Is 63,10), y recuerda a Moisés, en el que Dios 'puso su espíritu santo' (Is 63, 11). El salmista ya tiene conciencia de la presencia íntima del espíritu de Dios como fuente permanente de santidad, y por eso suplica: 'No retires de mi'. Al poner esa petición juntamente con la otra: 'No me rechaces lejos de tu rostro', el salmista quiere dar a entender su convicción de que la posesión del Espíritu Santo de Dios está vinculada a la presencia divina en lo íntimo de su ser. La verdadera desgracia sería quedar privado de esta presencia. Si el espíritu santo permanece en él, el hombre está en una relación con Dios ya no sólo de 'cara a cara' como ante un rostro que se contempla, sino que posee en sí una fuerza divina que anima su comportamiento . 6. Después de haber pedido a Dios que no retire de él su santo espíritu, el salmista pide que le devuelva la alegría. Ya antes había hecho la misma oración, cuando imploraba a Dios su purificación, esperando quedar 'más blanco que la nieve': 'Devuélveme el son del gozo y la alegría; exulten los huesos que machacaste tú' (Sal 50/51, 10). Pero en el proceso psicológico-reflexivo de donde nace la oración. el salmista siente que. para gozar plenamente de esta alegría, no basta la eliminación de todas las culpas; es necesaria la creación de un corazón nuevo, con un espíritu firme, vinculado a la presencia del espíritu santo de Dios. Sólo entonces puede pedir: 'Vuélveme la alegría de tu salvación.' La alegría forma parte de la renovación incluida en la 'creación de un corazón puro'. Es el resultado del nacimiento a una nueva vida, como Jesús explicará en la parábola del hijo pródigo, en la que el padre que perdona es el primero en alegrarse y quiere comunicar a todos la alegría de su corazón (Cfr. Lc 15. 20-32). 7. Con la alegría, el salmista pide un 'espíritu generoso', esto es. un espíritu de compromiso valiente. Lo pide a aquel que, según el libro de Isaías. Había prometido la salvación a los débiles: 'En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos. para avivar el ánimo de los humillados' (Is 57, 15) Conviene notar que, una vez hecha esta petición, el salmista añade en seguida la declaración de su compromiso con Dios en favor de los pecadores, para su conversión: 'Enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores volverán a ti' (Sal 50/51, 15). Se trata de otro elemento característico del proceso interior de un corazón sincero que ha obtenido el perdón de los propios pecados: desea obtener el mismo don para los demás, suscitando su conversión, y a este objetivo promete encaminar su actuación. Este 'espíritu de compromiso' que se da en él deriva de la presencia del 'santo espíritu de Dios' y es su signo. En el entusiasmo de la conversión y en el fervor del compromiso, el salmista expresa a Dios la convicción de la eficacia de la propia acción: a él le parece cierto que 'los pecadores volverán a ti'. Pero también aquí entra la conciencia de la presencia operante de una potencia interior, la del 'espíritu santo'. Después, tiene un valor universal la deducción que el salmista enuncia así: 'El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias' (Sal 50/51. 19). Proféticamente ve que llegará el día en que, en una Jerusalén reconstituida, los sacrificios celebrados en el altar del templo según las prescripciones de la ley serán gratos (Cfr. vv. 20.21). La reconstrucción de las murallas de Jerusalén será la señal del perdón divino, como dirán también los profetas: Isaías (60, 1 ss.; 62. 1 ss.), Jeremías (30, 15.18) y Ezequiel (36, 33). Pero queda establecido que lo que más vale es aquel 'sacrificio del espíritu' del hombre que pide humildemente perdón movido por el espíritu divino que gracias al arrepentimiento y a la oración, no le ha sido retirado (Cfr. Sal 50/51. 13). 8. Como se puede ver por esta sucinta presentación de sus temas esenciales, el salmo Miserere es para nosotros no sólo un buen texto de oración y una indicación para la ascesis del arrepentimiento, sino también un testimonio acerca del grado de desarrollo alcanzado por el Antiguo Testamento en la concepción del 'espíritu divino', que conlleva un acercamiento progresivo a lo que será la revelación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento. El salmo constituye, por tanto, una gran página en la historia de la espiritualidad del Antiguo Testamento, en camino, aunque sea entre sombras, hacia la nueva Jerusalén que será la sede del Espíritu Santo. La sabiduría y el amor del Espíritu divino (14.III.90) 1. La experiencia de los profetas del Antiguo Testamento pone de manifiesto de manera especial el vinculo existente entre la palabra y el espíritu. El profeta habla en nombre de Dios y gracias al Espíritu. La misma Escritura es palabra que viene' del Espíritu, su registración de duración perenne. La Escritura es santa ('Sagrada') por razón del Espíritu que, mediante la palabra oral o escrita, ejerce su eficacia. Incluso en algunos que no son profetas, la intervención del espíritu suscita la palabra. Así en el primer libro de las Crónicas, donde se recuerda la adhesión a David de los 'valientes' que reconocieron su realeza, se lee que 'el espíritu revistió masay, jefe de los Treinta (valientes), y le hizo dirigir a David las palabras: "Contigo!... Paz, paz a ti! ""Y paz a los que te ayuden, pues tu Dios te ayuda a ti!'. Y 'David los recibió y los puso entre los jefes de sus tropas' (1 Cr 12, 19). Más dramático es otro caso, narrado en el segundo libro de las Crónicas, y que será recordado por Jesús (Cfr. Mt 23, 25; Lc 11, 51). Dicho episodio tiene lugar en un periodo de decadencia del culto en el templo y de caída en las tentaciones de la idolatría en Israel. Al no haber escuchado los israelitas a los profetas enviados por Dios para que volviesen a él, 'entonces el espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá, el cual, presentándose delante del pueblo, les dijo: 'así dice Dios: ¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahvéh? No tendréis éxito; pues por haber abandonado a Yahvéh, él os abandonará a vosotros'. Mas ellos conspiraron contra él, y por mandato del rey la apedrearon en el atrio de la Casa de Yahvéh' (2 Cr 24, 20.21). Son manifestaciones significativas de la conexión entre espíritu y palabra, presente en la mentalidad y en el lenguaje de Israel. 2. Otro vinculo análogo es el que existe entre espíritu y sabiduría como aparece en el libro de Daniel, en boca del rey Nabucodonosor que, al narrar el sueño tenido y la explicación que le dio Daniel del mismo, reconoce al profeta como un hombre 'en quien reside el espíritu de los dioses santos' (Dn 4, 5; cfr. 4, 6. 15; 5, 11. 14), o sea, la inspiración divina, que también el Faraón en su tiempo reconoció en José por la sabiduría de sus consejos (Cfr. Gen 41, 38.39). En su lenguaje pagano, el rey de Babilonia habla repetidamente de 'espíritu de los dioses santos', mientras que al final de su narración hablará de 'Rey del Cielo' (Dn 4, 34), en singular. De cualquier forma, reconoce que un espíritu divino se manifiesta en Daniel, como dirá también el rey Baltasar: 'He oído decir que en ti reside el espíritu de los dioses, y que hay en ti luz, inteligencia y sabiduría extraordinarias' (Dn 5, 14). Y el autor del libro subraya que 'este mismo Daniel se distinguía entre los ministros y los sátrapas, porque había en él un espíritu extraordinario, y el rey se proponía ponerle al frente del reino entero' (Dn 6, 4). Como se ve, la 'sabiduría extraordinaria' y el 'espíritu extraordinario' se le atribuyen a Daniel con justicia, atestiguando así la conexión de estas cualidades entre sí en el judaísmo del siglo II antes de Cristo, cuando el libro fue escrito para sostener la fe y la esperanza de los judíos perseguidos por Antioco Epifanes. 3. En el libro de la Sabiduría, texto redactado casi en los umbrales del Nuevo Testamento, es decir, según algunos autores recientes, en la segunda mitad del siglo primero antes de Cristo, en ambiente helenístico, el vinculo entre la sabiduría y el espíritu se encuentra tan subrayado que casi se da una identificación. Desde el principio se lee que 'la Sabiduría es un espíritu que ama al hombre' (Sab 1, 6): se manifiesta y se comunica en virtud de un amor fundamental hacia la humanidad. Pero ese espíritu amigo no es ciego y no tolera el mal, aunque sea secreto, en los hombres. 'En alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado; pues el Espíritu Santo que nos educa huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios... No deja sin castigo los labios del blasfemo; que Dios es testigo de sus sentimientos, observador veraz de su corazón, y oye cuanto dice su lengua' (Sab 1, 4, 6). El Espíritu del Señor es, por tanto, un espíritu santo, que quiere comunicar su santidad, y realiza una función de educadora: 'El espíritu santo que nos educa' (Sab 1, 5). Se opone a la injusticia. No es un limite a su amor, sino una exigencia de este amor. En la lucha contra el mal se opone a todas las iniquidades, sin dejarse engañar nunca, porque no se le escapa nada, ni 'la palabra más secreta' (Sab 1, 11). En efecto, el espíritu 'llena la tierra': es omnipresente. 'Y él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de toda palabra' (Sab 1, 7). El efecto de su omnipresencia es el conocimiento de todas las cosas, aunque sean secretas. Siendo un 'espíritu que ama al hombre', no pretende solamente vigilar a los hombres, sino también llenarlos de su vida y de su santidad. 'No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; 'Él todo lo creó para que subsistiera ' (Sab 1,13-14). La afirmación de esta positividad de la creación, en que se refleja el concepto bíblico de Dios como 'Aquel que es' (Ex 3, 14) y como Creador de todo el universo (Cfr. Gen 1, 1 ss.), da un fundamento religioso a la concepción filosófica y a la ética de las relaciones con las cosas. Sobre todo, da inicio a un discurso sobre la suerte final del hombre, que ninguna filosofía podría sostener sin el apoyo de la revelación divina. San Pablo dirá luego que, si la muerte fue introducida por el pecado del hombre, Cristo vino como nuevo Adán para redimir al hombre del pecado y librarlo de la muerte (Cfr. Rom 5, 12.21). El Apóstol añadirá que Cristo ha traído una nueva vida en el Espíritu Santo (Cfr. Rom 8, 1 ss.), dando el nombre y, más aún, revelando la misión de la Persona divina envuelta en el misterio en las páginas del libro de la Sabiduría. 4. El Rey Salomón, que con un recurso literario suele ser presentado como autor de este libro, en cierto momento se dirige a sus colegas: 'Oíd, pues, reyes ' (Sab 6,1 ) para invitarlos coger la sabiduría, secreto y norma de la realeza, y para explicar 'qué es la Sabiduría " (Sab 6, 22). él hace su elogio con una larga enumeración de las características del espíritu divino, que atribuye a la sabiduría, casi personificándola: 'Hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple ' (Sab 7, 22.23). Son veintiuno los adjetivos calificativos (3x7), que consisten en vocablos tomados, en parte, de la filosofía griega y, en parte, de la Biblia. Veamos los más significativos. Es un espíritu 'inteligente', es decir, no un impulso ciego, sino un dinamismo guiado por el conocimiento de la verdad; es un espíritu 'santo' ,porque no sólo quiere iluminar a los hombres, sino también santificarlos; es 'único y múltiple', de forma que puede insinuarse dondequiera; es 'sutil', y penetra todos los espíritus: su acción es, por tanto, esencialmente interior, como su presencia; es un espíritu 'que todo lo puede, todo lo observa', pero no constituye un poder tiránico o destructor, ya que es 'bienhechor, amigo del hombre', quiere su bien y tiende a 'formar amigos de Dios'. El amor sostiene y dirige el ejercicio de su poder. La sabiduría tiene, por consiguiente, las cualidades y ejerce las funciones tradicionalmente atribuidas al espíritu divino: espíritu de sabiduría y de inteligencia..., etc.' (Is 11, 2 ss.), porque con él se identifica en el fondo misterioso de la realidad divina. 5. Entre las funciones del Espíritu)Sabiduría está la de dar a conocer la voluntad divina '¿Quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?' (Sab 9, 1). El hombre, por sí mismo, no es capaz de conocer la voluntad divina '¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad de Dios?' (Sab 9, 13). Por medio de su santo espíritu, Dios d conocer su propia voluntad, su plan sobre la vida humana, mucho más profunda y seguramente que con la sola promulgación de una ley en fórmulas del lenguaje humano. Actuando desde dentro con el don del espíritu santo, Dios permite 'enderezar los caminos de los moradores de la tierra. Así aprendieron los hombres lo que a ti te agrada, y gracias a la Sabiduría se salvaron' (Sab 9, 18). Y en este punto el autor describe en diez capítulos la obra del Espíritu. Sabiduría en la historia desde Adán hasta Moisés, la Alianza con Israel, la liberación, y la solicitud continua por el pueblo de Dios. Y concluye: 'En verdad, Señor, que en todo engrandeciste a tu pueblo y le glorificaste, y no te descuidaste en asistirle en todo tiempo y en todo lugar' (Sab 19, 22). 6. En esta evocación histórico)sapiencial surge un paso donde el autor recuerda, hablando al Señor, su espíritu omnipresente que ama y protege la vida del hombre. Esto vale también para los enemigos del pueblo de Dios y, en general, para los impíos, los pecadores. También en ellos está el espíritu divino de amor y de vida: 'Tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas' (Sab 11, 26; 12, 1). 'Eres indulgente ' Los enemigos de Israel hubieran podido ser castigados de modo mucho más terrible que como sucedió. Hubieran podido ser 'aventados por el soplo de tu poder. Pero Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso' (Sab 11, 20). El libro de la Sabiduría exalta la 'moderación' de Dios y ofrece la razón: el espíritu de Dios no actúa sólo como soplo poderoso, capaz de destruir a los culpables, sino como espíritu de sabiduría que quiere la vida, y así revela su amor. 'Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo habrías hecho ¿Y cómo habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado?' (Sab 11, 23.25). 7. Nos encontramos en el vértice de la filosofía religiosa no sólo de Israel, sino de todos los pueblos antiguos. La tradición bíblica, ya expresada en el Génesis, ofrece aquí una respuesta a las grandes cuestiones no resueltas ni siquiera por la cultura griega. Aquí la misericordia de Dios se funde con la verdad de su creación de todas las cosas: la universalidad de la creación comporta la universalidad de la misericordia. Y todo en virtud del amor eterno con que Dios ama a todas sus criaturas: amor en el que nosotros ahora reconocemos la persona del Espíritu Santo. El libro de la Sabiduría ya nos hace entrever este EspírituAmor que, como la Sabiduría, toma los rasgos de una persona, con las siguientes características: espíritu que conoce todo y que da a conocer a los hombres los planes divinos; espíritu que no puede aceptar el mal; espíritu que, a través de la sabiduría, quiere conducir a todos a la salvación; espíritu de amor que quiere la vida; espíritu que llena el universo con su benéfica presencia. El Siervo de Dios y el Espíritu divino (21.III.90) 1. No sería completo el análisis de las alusiones al Espíritu Santo que se pueden encontrar en los diversos libros del Antiguo Testamento, aunque en términos no muy precisos aún el por lo que se refiere a su persona divina, si no dedicásemos al alguna consideración a un texto de Isaías (Deutero-Isaias), en el que se afirma la relación existente entre el espíritu divino y el 'Siervo de Yahvéh'. En la figura de este Siervo se resumen las distintas formas de acción profética, mesiánica y santificadora. que hemos expuesto en las catequesis precedentes. La relación está afirmada en el versículo con que comienza el primero de los cuatro así llamados 'cantos del Siervo del Señor', cargados de lirismo y vibrantes de profecía. Dice así: 'He puesto mi espíritu sobre él' (Is 42, 1). Desde el principio, por tanto, se afirma que la misión del Siervo es obra del espíritu de Dios que ha sido puesto sobre él. Como sucedió con los jueces, jefes carismáticos del pueblo en los tiempos antiguos (Cfr. Jue 3, 10), y con los primeros reyes, Saúl y David (Cfr. 1 Sm 9, 17; 10, 9.10; 16, 12.13; Is 11, 1.2), la elección del Siervo va acompañada por una efusión del Espíritu, de forma que se puede observar una relación entre lo que se afirma del Siervo del Señor y lo que había dicho Isaías del 'retoño' que debía 'brotar del tronco de Jesé', es. decir, de la estirpe de David: 'Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvéh' (Is 11, 2). En el canto citado existe una novedad, que consiste en atribuir al personaje anunciado la cualidad de Siervo. Esta cualidad no elimina la de rey tradicionalmente reconocida al Mesías, pero sin duda revela una nueva orientación de la esperanza mesiánica, que es fruto del influjo del Espíritu. 2. Inmediatamente después de haber dicho del Siervo: 'He puesto mi espíritu sobre él', Dios declara: 'Dictará ley (juicio) a las naciones' (Is 42,1). Es un texto de gran importancia. Evidentemente el Siervo es presentado como un profeta, elegido y predestinado por Dios (Cfr. v. 6; Jer 1, 5), animado por su espíritu, revestido de una misión, que consiste en 'proclamar el derecho con firmeza' (Is 42, 3), sin desalentarse a pesar de la oposición (v. 4). Sin embargo, esta firmeza no será dureza. Más aún, bajo el impulso y la guía del espíritu, el Siervo-profeta tendrá un comportamiento de mansedumbre ('No vociferará ni alzará el tono', v. 2) y de indulgencia misericordiosa: 'Caña quebrada no partirá y mecha mortecina no apagará' (v.3). El profeta Jeremías había recibido la misión de 'extirpar y destruir, perder y derrocar' (Jer 1, 10). nada semejante sucede en la misión del Siervo del Señor, manso y humilde de corazón. A la mansedumbre se encuentra unida una actitud de apertura universal. El Siervo del Señor anunciará la justicia a todas las naciones y difundirá su doctrina hasta las 'islas', es decir, hasta los países más lejanos (Is 42, 1. 4). En efecto, en el segundo canto, el Siervo interpela a todas las gentes, diciendo:'" "Oídme, islas, atended, pueblos lejanos!' (49, 1) y Dios reafirma la dimensión universal de la misión que le confía: 'poco es que seas mi siervo, para levantar las tribus de Jacob y hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra' (49,6). Esa universalidad va más allá de la del mensaje de los demás profetas. Además, en la figura del Siervo hay algo de trascendente, que permite identificarlo con su misión. él es proclamado 'alianza del pueblo' y 'luz de las gentes' en su misma persona. Dios le dice: 'Yo, Yahvéh, te he llamado en justicia, te así de la mano, te formé y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes' (42, 6). Ningún simple profeta hubiera podido presumir tanto. 3. La figura del Siervo trazada en el poema de Isaías no es sólo profética, sino también mesiánica. Si su misión es la de 'implantar en la tierra el derecho' (Is 42, 4), esta tarea pertenece a un rey. El profeta anuncia la justicia; el rey debe implantar esta justicia. Según el salmo 71/72, en el que la tradición judía y cristiana ha visto retratado al rey mesiánico preanunciado por los profetas (Cfr. Is 9, 5; 11,1.5; Za 9, 9), ésta es la función esencial del rey, que es implorada de Dios: 'Oh Dios, dl rey tu juicio, al hijo de rey tu justicia: que con justicia gobierne a tu pueblo, con equidad a tus humildes' (Sal 71/72, 1.2). Y el mismo Isaías, en su oráculo acerca del rey davídico sobre el que 'reposará el espíritu del Señor', afirmaba de él: 'Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con ' rectitud a los pobres de la tierra' (Is 11, 4). El Siervo sobre el que 'Dios ha puesto su espíritu', según el canto, tiene la misión que compete al rey mesiánico: librar al pueblo. 'Él mismo ha sido establecido 'como alianza del pueblo y luz de las gentes', para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas (Cfr. Is 42, 6.7; 49, 8.9; Lc 1, 79). Esta misión, que es propia de un principe y rey, en el caso del Mesías es realizada con fuerza del Señor, como el Siervo proclama en su segundo canto: 'Mi Dios era mi fuerza' (49, 5) y en el tercero: 'Pues que Yahvéh habría de ayudarme para que no fuese insultado' (50, 7). Esta fuerza de acción en la misión real del Siervo es el espíritu divino, que Isaías, en un oráculo mesiánico, pone en relación estrecha con la 'justicia' que es necesario hacer a los débiles y a los oprimidos: 'Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh... Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra' (Is 11, 2. 4). 4. En los dos primeros cantos del Siervo, Dios habla de la 'salvación' y de la 'justicia'. En el tercero y en el cuarto, el concepto de 'salvación' es completado con aspectos nuevos, especialmente significativos con vistas a la futura pasión de Cristo (Cfr. Is 50, 4.11; 52, 13.53, 12). Ante todo, se nota que la mansedumbre, que caracteriza la misión del Siervo, se manifiesta con su docilidad a Dios y su paciencia frente a los perseguidores: 'El Señor Yahvéh me ha abierto el oído, y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban' (Jer 50, 5.6). 'Fue oprimido, y él se humilló, y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado' (Is 53, 7). Bastan estos dos textos para iluminarnos acerca de la perfecta disponibilidad en la oblación de sí, a la que el Espíritu divino debía llevar al Siervo. Mesías por el camino de la mansedumbre (Cfr. Is 42, 2). Cuando Juan Bautista señalaba a Jesús a la muchedumbre como 'el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo' (Jn 1, 29), tal vez se hacia eco del cuarto canto del Siervo de Yahvéh. 5. Pero en este canto hay mucho más. La misión del Siervo se presenta a una nueva luz: 'llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes' (Is 53, 12). La perspectiva ya trazada por Isaías: 'Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra' (Is 11, 4), se halla aquí transformada en una obra de 'justificación' o santificación mediante el sacrificio: 'Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él soportará' (Is 53, 11). Hasta eso será llevado el Siervo de Yahvéh por el espíritu presente en él, que, como hemos visto ya, es espíritu de santidad'. Más aún: el triunfo definitivo del Siervo es anunciado al inicio del cuarto canto: 'He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera' (Is 52, 13); y, luego, hacia el final: 'Le daré su parte entre los grandes' (Is 53, 12). Pero este triunfo, que en la profecía, como en, la historia garantiza el cumplimiento de la esperanza mesiánica, se realizará por un camino sorprendente para quien soñaba un acontecimiento triunfal del rey mesiánico: el camino del dolor y, como sabemos, de la cruz. 6. De todo el cuarto canto vemos emerger la figura de un Siervo que es 'varón de dolores' (Is 53, 3), inmerso en un mar de sufrimiento físico y moral, por causa de un misterioso plan de Dios, que tiende a la glorificación del mismo Siervo (52, 13). El Siervo del Señor 'ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados' (53, 5). éste es el camino que había sido llamado a recorrer el elegido, sobre el que se había posado el Espíritu del Señor (42, 1) . Estamos en la paradoja de la cruz, que aparece así en contraste con las expectativas de un mesianismo triunfalista, así como con las pretensiones de una inteligencia ávida de demostraciones racionales. San Pablo no duda en definirla: 'escándalo para los judíos, necedad para los paganos'. Pero, por ser obra de Dios, es necesario el Espíritu de Dios para captar su valor. Por eso el Apóstol proclama: ' Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado' (1 Cor 2, 11.12).