CAPÍTULO 7º. LA CONFLICTIVIDAD POLÍTICA.

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CAPÍTULO 7º. LA CONFLICTIVIDAD POLÍTICA.
7.1 Entre la perpetuación y los aires “nefastamente democráticos”.
7.1.1 El poder del clero frente al ayuntamiento y a la “Conservación”.
Desde las primeras décadas del siglo los informes de la Audiencia respecto
de los posibles sujetos de poder iban a resultar definitivos en el ánimo Real cuando
no hubiera interferencias. Los oidores de las distintas salas e incluso el regente del
Real Acuerdo estaban en sintonía con las “personas de distinción” de Fraga, e
incluso compartían intereses comunes, por lo que en teoría no debían suscitarse
problemas en los sucesivos gobiernos locales. 1 Y, sin embargo, he relatado ya cómo
el obispo de Lérida hubo de intervenir con una tercera propuesta de individuos que
desautorizaba tanto la remitida por el consistorio saliente en 1747, como la
confeccionada por la Audiencia. La razón de su intervención guardaba en realidad
relación directa con el período de excepción más prolongado que viviría el
ayuntamiento durante la etapa absolutista: el gobierno local permanecería
maniatado por los “conservadores” de la última Concordia censal desde 1729 hasta
la década de los años cincuenta. La gestión de los bienes de propios por la
“Conservación”, ligado al pago de pensiones y luiciones censales, alejaba el poder
de algunas familias interesadas en manejarlos, al tiempo que el principal
censualista –la iglesia local- quedaba igualmente a su merced. Por eso el obispo
intentaba influir en los nombramientos de los regidores, en un intento por sumarlos
a los miembros eclesiásticos de la Conservación.
Según él mismo afirmaba, su intervención era consecuente con las
innumerables representaciones, confidencias y quejas de sus sacerdotes. Y no sólo
por una preocupación de orden espiritual respecto de sus feligreses, sino por verse
el capítulo eclesiástico limitado en sus disponibilidades materiales. El regalismo de
la época estaba todavía por asentar y el poder de la Iglesia y sus ministros seguía
pesando socialmente, hasta el punto de amenazar a los regidores con pena de
excomunión mayor si no pagaban la deuda censal al clero diocesano.
La “Conservación” estaba compuesta precisamente por dos representantes
del capítulo eclesiástico, además de los regidores primero y segundo, como vocales
natos por su cargo, y don José Villanova, de Fraga, don José Fernández de Moros,
de Calatayud, y don Jaime Ric y Beyán, de Zaragoza, como representantes de los
principales censualistas laicos. Finalmente, se nombraba como “juez conservador”
al regente de la Audiencia Fernández Montañés. El obispo pretendía contar con
mayoría en la Conservación y por eso quería influir en el nombramiento de los
regidores, cuando la capacidad de decisión se repartía entre individuos de
diferentes instituciones locales y regionales. Entre ellos se encontraba el principal
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mentor de la Concordia, don Miguel Bodón, quien alardeaba de haber conseguido
que los nombrados como conservadores “fueran de su devoción, aunque había
otros empeñados en conseguirlo”.2
El gobierno de la Concordia no fue pacífico. Sabemos ya que, pese a su
representación entre los conservadores, el capítulo eclesiástico creyó pronto haber
sido engañado y defraudado en sus intereses, y su descontento llegó pronto al
Rey.3 Consecuentemente, la Concordia sería modificada y su poder limitado desde
1734, contentando a los eclesiásticos en sus demandas. Es decir, el capítulo jugaba
un doble papel, en su beneficio como censualista y en el de no permitir que el
poder local quedase concentrado en manos ajenas, ya que no conseguía sujetarlo
enteramente a su voluntad.
Por otra parte, la convivencia entre ayuntamiento y Concordia estuvo
plagada de conflictos por todo el tiempo de su establecimiento, excediendo incluso
los límites impuestos en el contexto del Reino. Un Real Decreto de 22 de diciembre
de 1738, entendía que las concordias coartaban las facultades de los alcaldes en lo
que resultaba propio de la jurisdicción y regalía de S. M. y los alcaldes, situados al
margen de ellas e interesados en hacer efectivas sus competencias respecto de la
fiscalidad regia, entendían mermada de este modo su autoridad. Por ello el fiscal de
S. M. ordenaba suspenderlas y presentar los instrumentos originales ante el
Consejo de Castilla para analizar posibles defectos.
Una vez comunicada la suspensión a los distintos pueblos, la Audiencia daba
cuenta al Rey de las medidas tomadas para su ejecución en un extenso informe de
30 de junio de 1739. Reconocía en él que desde los decretos de Nueva Planta de
1707 y 1711, la propia Audiencia había entendido como prioritaria –“para la
conservación de los vasallos y pueblos del Reino”- la tarea de hacer más efectiva la
exacción anual de la Real Contribución. Que por ello había favorecido las concordias
con los pueblos, a petición de éstos y sus acreedores, para cuyo otorgamiento se
nombraba por el Real Acuerdo un ministro que las autorizase y un juez protector
que resolviese las posibles dudas. Aceptaba que durante varios años, los pueblos y
sus acreedores habían conjugado sus respectivos intereses, unos libres de
ejecuciones y otros cobrando sus pensiones censales recortadas. Pero advertía, sin
embargo, lo conflictiva que había resultado su puesta en práctica…
“…a causa del desorden originario del mal uso de ellas, pues siendo la mayor parte de
los censalistas eclesiásticos y los conservadores por estos nombrados también
eclesiásticos, usaban de absoluto arbitrio en el manejo y distribución de los efectos,
haciéndose más dueños que administradores de las concordias, lo que ocasionó varios
pleitos y por ellos la quexa y recurso de algunos interesados al vuestro Consejo”.4
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A juicio de la Audiencia, esa era la causa principal de la orden del fiscal que
las suspendía: los abusos de los acreedores eclesiásticos. Visto desde el poder
estatal, el absolutismo era pretensión de la Iglesia. Visto desde el punto de vista de
los eclesiásticos, el absolutismo residía en quienes manejaban los caudales públicos
como sustitutos del ayuntamiento. Desde la óptica de las viejas familias fragatinas,
ni la Iglesia ni el Estado tenían derecho a usurparles las rentas y posibilidades de
mejora patrimonial que habían disfrutado secularmente. En todo caso, resultaba
claro que el poder acaparado por los conservadores no era resultado de una
situación local concreta, sino exponente de la generalizada en el país, excesiva y
peligrosa incluso para las autoridades estatales, sobre todo en una coyuntura en la
que el Rey requería la mitad de los sobrantes de propios de los pueblos para sus
fines bélicos.
Con la supresión de los “conservadores” fragatinos a fines de los cincuenta,
el poder volvía al ayuntamiento y se cumplía así el anhelo expuesto por el regidor
decano del momento, don Miguel Aymerich, cuando entendía que sus pretensiones
lo eran “en notorio agravio del ayuntamiento” y exclamaba aquello de que “con sus
exigencias suponían hacerse absolutos” y la ciudad perdía con ello el dominio que le
correspondía.
Con dos décadas de retraso, se evidenciaba en Fraga la situación general
denunciada por la Audiencia veinte años atrás respecto de la gestión de las
concordias. Se había alcanzado aquí uno de los momentos más conflictivos del
siglo, con el robo de caudales públicos incluido (unas 3.000 libras sustraídas del
archivo de la Concordia), y con un enfrentamiento entre familias que auguraba
negros presagios para la generación posterior. Las décadas centrales del siglo,
entre 1730 y 1760, suponían un frenazo en las posibilidades financieras del
ayuntamiento, enzarzados sus dirigentes en disputas personales y en la defensa de
intereses particulares. La Conservación había sido dirigida durante treinta años,
-toda una generación-, por individuos de cuatro familias como representantes del
ayuntamiento: los Bodón, Los Barrafón, los Villanova y los Aymerich. Mientras,
segundones eclesiásticos de los linajes Cabrera y Foradada lo habían hecho como
representantes del capítulo.5 En realidad, tanto unos como otros formaban parte del
pequeño núcleo de familias de poder. Eran los vástagos de los principales
protagonistas supervivientes a la guerra de Sucesión.
7.1.2 Tras la Concordia, el primer intento de perpetuación en los cargos.
Fallecido don Miguel Bodón y Maicas, su hijo don Antonio Bodón y Funes,
también jurista, pretendió seguir los pasos de su padre en el ejercicio del poder y
su primer propósito se encaminó a desbancar a la familia Villanova, su más directa
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competidora. Ya en 1744 durante su primer mandato de alcalde, en la ceremonia
de toma de posesión de los nuevos regidores, que deben jurar ante él, se niega a
dársela al regidor primero don José Villanova Samper, si no paga las 13 libras y 9
sueldos del título de regidor, cuando lo usual hasta entonces había sido que ese
dinero se descontase luego del salario que recibían los ediles. Villanova, ofendido
en su honor, rehúsa el cargo en el acto. Los demás regidores se ponen de parte de
Villanova y acuden al Real Acuerdo para que le fuerce a tomarlo, porque si no se
hace así “no pueden gobernar”. Argumentan que ellos son nuevos en el puesto,
mientras que Villanova ha gobernado muchos años. El Real Acuerdo ordena a
Bodón que le dé la jura bajo pena de 50 escudos y a Villanova que la acepte bajo
amenaza de igual sanción.
Esta aparente rivalidad ocasional y nimia entre individuos se encuadra en
realidad en un enfrentamiento más complejo. Durante la segunda generación, la
lucha entre linajes se explicita, dividiendo a la población fragatina en dos bandos.
Por un lado el bando de las familias socialmente encumbradas por más de treinta
años en los primeros puestos de alcalde o regidor decano, con su caballerato o su
infanzonía probada o supuesta (Villanova y Bodón como exponentes). Por otro, el
bando de aquellas familias de hacendados labradores con o sin reconocimiento de
su “nobleza”, que entendían tener el mismo o mejor derecho a ocupar los primeros
sillones de la casa común por su “antigüedad” en la sociedad local. El líder de este
segundo grupo sería durante años don Miguel Aymerich Cabrera, a quien ya hemos
visto intentando desmontar el poder retenido por los “conservadores”.
Desde su estreno como regidor decano, Aymerich pretende superar
anteriores situaciones de privilegio, lo que acentúa la división, y desde entonces las
votaciones del consistorio se producen de forma encontrada en la mayoría de
asuntos: exige que los que pretenden tener título de infanzonía la prueben si
quieren mantener sus privilegios en el ranquin del poder; querrá impedir que los
eclesiásticos eludan el pago del catastro y que puedan ser administradores del
hospital; intentará también mantener las prerrogativas del alcalde segundo frente
al acaparamiento de poder por el alcalde primero; pondrá en evidencia los abusos
de los conservadores que pretenden cobrar, como censualistas, pensiones en años
que no les corresponde cobrarlas. Pero al ímpetu de sus treinta y seis años se
opondrá la sagacidad de los anteriores gobernantes Bodón y Villanova.
Las nuevas ordenanzas municipales que el Consejo Real manda confeccionar
a todas las ciudades de Aragón en 1755 suponen el inicio una carrera entre familias
que no cesará durante la segunda mitad del siglo. El Consejo ordena la remisión de
las nuevas ordenanzas a la Corte en el plazo de seis meses. Don Antonio Bodón y
don Félix Villanova son los encargados de redactarlas y lo hacen en favor de su
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interés común. Dos familias que, pese a discrepancias ocasionales, saben unirse y
luchar en la misma dirección.
Su redacción no resultará del agrado de Aymerich, quien en 1758 propone
suplicar a la Audiencia la modificación de varios ítems relativos a la prelación de
puestos en el consistorio, ligada a la condición de nobleza. Su propuesta arremete
contra el núcleo del privilegio concedido a Fraga por Felipe V. Para argumentarlo,
Aymerich desvela lo que el privilegio había supuesto durante años para la
población:
...“lo que debiéndose practicar y siendo dos o tres familias solamente en esta ciudad que
suponen ser infanzones y por ello de la primera nobleza, es preciso que (estando) éstas
en el gobierno y propuestas (por ellas mismas) en los nombramientos que se hizieren,
sean preferidas para los dichos cargos en conocido agravio de las otras familias
antiquísimas y de Idalguía natural que existen en dicha ciudad, las que igualmente, así
por sí como por sus predecesores, han obtenido y obtienen los primeros cargos y
empleos de ciudad, sin que por ello se les haya opuesto excepción por defecto de
executoria, y éstas igualmente se hallan emparentadas con infanzones notorios y
executoriados”.
Aymerich proponía poner “en igual grado” para los nombramientos de
alcalde primero y cuatro primeros regidores tanto a los infanzones como a las
citadas familias conocidas y antiguas, “legítimamente” acreedoras a tales empleos.
Evidentemente, no se trataba de igualar a todos los fragatinos. Tan sólo de permitir
a algunas familias hacendadas de ‘hidalguía natural’ compartir los primeros puestos
con aquellas otras mejor situadas hasta entonces por su consideración ‘reciente’ de
caballeros o de exentos asimilados a ella. Evidentemente Aymerich pretendía incluir
a su linaje entre los destinatarios habituales del poder. Pero muy pronto don
Antonio Bodón se opondría a esta concepción igualitaria, intentando dar un salto
cualitativo en la situación.
La ocasión se presentaba dos años después, con la llegada del nuevo rey
Carlos III a Barcelona desde Nápoles. El ayuntamiento comisiona a Bodón para
acudir, junto con don Felipe Villanova, a la jura del nuevo monarca y a la del
Príncipe de Asturias. Ambos intentarán sacar partido del nombramiento. Como era
habitual, el Rey concedía mercedes a quienes acudían a tan solemne acto y, como
a otros diputados, les concede por Real Decreto de 21 de septiembre de 1760 el
privilegio de regidores perpetuos. A don Antonio le concedía el de ser alcalde “por
dos vidas”, en su condición de doctor en leyes, y a don Felipe el de ser regidor
decano “por una vida” en su calidad de caballero. Con estos nombramientos, el
nuevo Rey contradecía el privilegio de su padre, que había mantenido en Fraga el
sistema de rotación trienal de los cargos.
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El libro de actos comunes relata pormenorizadamente las maniobras
realizadas ante la Corte por Bodón y Villanova para conseguir su propósito. El
decano Aymerich y el resto de los regidores, -esta vez todos a una-, los hacen
comparecer para aclarar “el engaño y ocultación del Privilegio de Felipe V según el
cual los oficios de la ciudad son de Elección Trienal, y para que obtengan sus
empleos todas las familias de la ciudad”. De manera que una lluvia de memoriales
cae a continuación sobre el gobernador del Consejo. El síndico procurador general,
Joaquín Colea Cabrera, argumenta que las gracias concedidas por el Rey a Bodón y
Villanova resultan “en perjuicio de todos los sujetos que en esta ciudad pueden
aspirar a la honra de dichos empleos”, y que éstos se le han quejado
amargamente, recordando la fidelidad que todos ellos o sus antepasados habían
manifestado con ocasión de la guerra de Sucesión. Le recuerdan que recientemente
S. M. ha nombrado regidores perpetuos “por interés” en otros pueblos y no lo ha
hecho en Fraga. Y además le señalan el principal riesgo que supondrían tales
concesiones: si unos regidores fueran en adelante perpetuos y otros sólo trienales,
no se guardaría la buena armonía en el gobierno y manejo de los bienes. Con este
argumento se toca fondo: se pone sobre el tapete la finalidad con que se accede a
la regiduría. Se trata de evitar la impunidad en el manejo arbitrario de los caudales
del común.
Ante un nuevo memorial de Aymerich abundando en similares argumentos,
Villanova replicaba sutilmente. Según éste último, Felipe V advirtió ya en el propio
privilegio que el carácter trienal de los cargos debía entenderse “por ahora”; y
estaba en su Real mano cambiar de opinión, como lo hacía Carlos III en este
momento. Además, había que rendirse a la evidencia: las familias con la condición
de nobles eran mínimas y por tanto destinadas a repetirse sus hijos en los primeros
puestos de gobierno. A la postre, resultaba casi lo mismo repetir que perpetuar. Y
por otra parte, al ser tan pocos los nobles, siempre se hacía necesario recurrir para
los primeros puestos a miembros “de las familias mas onradas y antiguas que se
reconocen en ella”. De manera que en realidad no se privaba a nadie idóneo de
participar en el manejo de caudales. No se perjudicaba a terceros, como aducía el
síndico Colea, y ese aspecto era el que más parecía ofender el honor de don Felipe.
¡Creer que por ser él perpetuo iba a perderse la armonía en el gobierno de
caudales! Era tanto como acusarle de haberse gobernado mal en las ocasiones
anteriores en las que él o sus familiares habían dirigido el consistorio. Y eso no
respondía a la verdad ni con él ni con su padre, a quien se había puesto a la cabeza
de la justicia local nada menos que en seis trienios (antes y después de la Nueva
Planta). ¡Aún sin dejar el “hueco” preceptivo! En realidad, concluía don Felipe, lo
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que estaban haciendo los actuales regidores era “tirar contra mi casa, quizá por ser
de las familias más antiguas y condecoradas con el título de caballerato”.
También el honor de Bodón quedaba mancillado con tales acusaciones. Le
habían cesado en su cargo de tesorero por supuestos manejos y, aunque nombrado
de nuevo, presentaba su renuncia irrevocable ante el secretario del consistorio. Si
las sospechas respecto de ambos respondían a la verdad, se estaba produciendo en
la sociedad fragatina un cansancio generacional. Ya no servía de bandera la
fidelidad de los primeros tiempos posteriores a la guerra para hacerse indiscutible
en el gobierno. Había que dar paso a otras gentes y tal vez a otros intereses. Se
imponía un relevo en el mando.
Finalmente, el ayuntamiento en pleno recurre a Madrid la perpetuación de
Bodón y de Villanova y, el 6 de agosto de 1761 se notifica desde Zaragoza la
revocación Real de las gracias concedidas a ambos. Desde el Consejo de Castilla se
les recomienda solicitar otras distintas a ésta, como lo habían hecho otros
individuos presentes en la ceremonia de Proclamación del nuevo Rey. De hecho,
junto al título de regidor perpetuo, Bodón había solicitado “ser considerado con el
honor de ayuda de cámara de Su Majestad, con el permiso de llevar la llave para
manifestarlo, aunque sin entrada pecuniaria ni sueldo alguno”. En su mentalidad,
como en la de su padre, el honor corría todavía parejo al dinero.
7.1.3 La conflictiva “intromisión” de los diputados del común.
La derrota parcial de Bodón y Villanova sirvió de lección a los fragatinos. En
adelante, de la segunda a la tercera generación del siglo, los hijos y nietos de
aquellos fieles vasallos se dedicaron a una permanente “coligación de parentescos”,
con el fin de retener el poder en sus manos. La cláusula de rotación les sugería
sustituir la estrategia del enfrentamiento entre ellos por la del matrimonio, que
mantuviera el poder siempre cercano a unos u otros parientes.
De momento, nombrados los regidores para el trienio 1762-1764 con
‘Bodones’ y ‘Villanovas’ de nuevo a la cabeza, los miembros del consistorio saliente
persistían en su intento de voltear la situación. Evidenciaban a la Corte las
excepciones y nulidades de algunos nuevos elegidos y pedían su exclusión para
mantener en el pueblo “la quietud y sosiego” indispensable, sin causar “un
gravísimo perjuicio al común”. Irónicamente, quienes pedían ahora exclusiones
sufrirían excepción en el trienio siguiente por sus opuestos. Y así sucesivamente. El
sostenido aumento demográfico producido como novedad creciente desde la última
década era en gran medida responsable de la situación. Las familias, que durante
las centurias anteriores apenas habían sobrevivido en su brazo troncal, se
multiplicaban ahora en varias ramas colaterales, apegadas al tronco para mantener
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honor, patrimonio y poder. Con el crecimiento de población y de matrimonios se
hacían más tupidas las redes de parentesco local y aumentaba la dificultad de
evitar excepciones en los nombramientos. Fraga respondía también en esto a la
situación general, como en su día evidenció para Cataluña Torrás i Ribé y
recientemente Moreno Nieves para Aragón, al advertir el relajamiento de la
excepción de parentesco desde la década de 1760, en el ámbito de las regidurías
perpetuas.6 Como en Fraga los cargos no eran perpetuos, unos y otros candidatos
estaban condenados a la alternancia en el poder mientras otro individuo bien
situado (otra familia ascendente) no intentase el asalto al poder o a su
perpetuación. También hasta que el rumbo del contexto estatal introdujera nuevos
elementos de control o de participación.
Esto último es lo que ocurriría pronto con la creación por Carlos III de los
diputados y síndicos personeros del común en los consistorios municipales. Desde
finales de los años sesenta, en la pugna entre grupos rivales terciará esta nueva
fuerza local. Domínguez Ortiz entiende la iniciativa de Campomanes al proponer su
creación en 1766 como un esfuerzo por remontar la corriente tendente a eliminar el
elemento popular de los ayuntamientos.7 Por su parte, Margarita Ortega señala que
estas dos instituciones fueron las que más comúnmente movilizaron a los
vecindarios para reivindicar acciones en favor de sus habitantes. Igual que
Domínguez Ortiz, entiende que con ellas el gabinete ilustrado intentaba mitigar el
poder de los privilegiados, ya que su elección entre los vecinos pecheros permitía
una libertad de actuación exógena a los intereses de los rectores municipales. 8 Por
su parte, Concepción de Castro interpreta el alcance de la reforma como el límite
hasta el que puede llegar el Estado de la Ilustración sin un ataque frontal a la base
social que lo sustenta. La entiende como “reacción a los motines de subsistencia del
momento, que evidencian las deficiencias en el abastecimiento y la administración
municipal”.9
En los tres autores se reconoce con matices la actuación de esta tercera
fuerza, en conflicto con alcaldes y regidores. Actuación conflictiva que desde los
primeros años quedó patente a los ojos de los propios coetáneos. El Discurso
político publicado por el corregidor don Miguel Serrano Belezar, -años más tarde
primer corregidor de Fraga-, advertía cómo unos y otros, regidores y diputados,
debían tener siempre presente que su objeto era la felicidad del pueblo. Pero se
veía obligado a reconocer desde el principio de su escrito una triple realidad:
hablaba de “rencillas y enemigas”; de que los regidores “miran por sobre el hombro
a los diputados, aborreciéndoles como sus fiscales”; de que los diputados “juzgan
que han sido elegidos para corregir a los regidores”. La conclusión de Serrano
Belezar era esclarecedora: la finalidad última de los diputados era la de “procurar
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aquietar la desconfianza de los pueblos y contener sus alborotos”. 10 Se trataba por
tanto de contentar al pueblo llano otorgando cierto poder a algunos de sus sujetos,
elegidos en su seno, para atender y al mismo tiempo frenar, es decir, para
reconducir sus posibles exigencias.
En Fraga, con un nuevo Villanova como alcalde (don Gregorio Villanova
Bardají) y con don Miguel Aymerich Cabrera como regidor decano, se aplicó la
instrucción del Consejo de Castilla desde el primer momento aunque no sin
dificultades. Los diputados del común serán efectivamente elegidos por veinticuatro
comisarios electores, extraídos de cuatro barrios o cuarteles (seis por cada barrio).
Pero estos ‘barrios’ o mejor distritos electorales no se corresponden exactamente
con los verdaderos barrios de la ciudad. A un grupo de calles que sí forman barrio
urbano se añaden una o dos que están distantes de las primeras. La razón de esta
organización tan extraña sólo adquiere algún significado en función de la
distribución social de los vecinos que habitan un barrio u otro. Y parece que lo que
se pretende es diluir de este modo posibles concentraciones del voto en
compromisarios de baja extracción económica; las calles de vecindario pechero
pueden ser controladas por los votantes de las calles principales. 11 Semejante
hipótesis se demuestra ya con lo ocurrido en la primera elección: de los veinticuatro
primeros
compromisarios,
quince
eran
miembros
de
familias
de
mayores
contribuyentes y los nueve restantes pertenecían a familias de contribuyentes
significativos. Ningún comisario llevaba apellido de pequeños contribuyentes. Todos
superaban la mediala contributiva. El poder local, ahora con una base algo más
amplia, seguiría en manos de familias “pudientes”.
En efecto, el domingo 31 de agosto de 1766 se celebran en Fraga las
primeras elecciones a diputados y síndico personero, de acuerdo con el Auto
Acordado por el Real Acuerdo de la Audiencia el 5 de mayo y con la Instrucción del
Real Consejo de 26 de junio. En esta primera ocasión eran elegidos Pedro Mallor y
Gaspar Busón como diputados y Urbano Catalán Herbera como personero. Los tres
eran escribanos reales y de familias acomodadas. Ejercían una profesión que ha
sido descrita recientemente como “intermediaria del poder”. 12 Los tres estaban
incluidos entre los propios compromisarios electores. El primero además era en ese
momento escribano del juzgado, el segundo sisador de la carne en las carnicerías
de la ciudad y el tercero depositario del pósito de granos. Por sus cargos de
escribanos, dos de ellos estaban entre quienes a fines del mes de abril habían
colaborado con los dos alcaldes controlando posibles alborotos, con motivo de los
motines del pan, y amenazados de muerte si se atrevían a retirar un pasquín
anónimo pegado en la plaza de San Pedro. Su texto situaba claramente a dos de los
tres elegidos entre los sujetos de poder y muy lejanos a los intereses del pueblo. El
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pasquín aludía a la orden del alcalde de retirar al interior de las casas o corrales los
fajos de romeros que los vecinos traían del monte para embochar (hervir) los
gusanos de seda, y que acostumbraban a dejar en la calle. El alcalde afirmaba
temer se provocase algún incendio. Durante su ronda nocturna encontró el pasquín
que decía:
“Y por no ser descortés, ni en la retolica nesio, yo luego me explicaré, y diré lo que
entiendo, que estos quatro que ententaron a mandar lo que es mal hecho, que son los dos
alcalduelos, y después es el tercero Urbano o Urbanuelo, quarto que es Mallor, podremos
poner Dn. Pedro, a estos quatro yo les mando, que el pregón que hechan al Pueblo de que
no tengan la bocha en las calles, sino dentro enserradas en las llaves, Mando que el día
primero de fiesta, que se reboque este vando, sino luego, de los que estaban suspensos, la
obedensia tendrán clara estos quatro que refiero. Se hecha (sic) pena de la vida al que lo
rasgue lo puesto”.13
La elección, además, nacía viciada de raíz. Los tres elegidos eran parientes
de los regidores, con lo que sufrían excepción, pese a que Pedro Mallor aducía ser
práctica habitual nombrar regidores dentro del segundo grado de parentesco. El
alcalde segundo Joaquín Colea Cabrera les da la posesión pese a que uno de los
comisarios electores, Francisco Sorolla, les opone excepción.
Atendiendo la queja de Sorolla, el Real Acuerdo ordena al alcalde convocar
de nuevo a los comisarios y repetir la elección.14 En la nueva tentativa salen
elegidos diputados Francisco Pastor y José Castellar. De ellos, el ayuntamiento
informaba lo siguiente: “Francisco Pastor, padre de Antonio Pastor, labrador
honrado, regidor en cuatro trienios, su talento se reduce a saber leer y escribir con
bastante trabajo. José Castellar es nuestro cirujano actual, que ejerce su oficio de
cirugía, afeitar y sangrar, natural de San Esteban y vecino de Fraga desde hace
muchos años. De bastante capacidad”. Los nuevos elegidos parecían de su agrado.
Otras veces, en cambio, los comisarios elegían a disgusto del consistorio. A
los primeros diputados les sucedieron dos “labradores de a par de mulas, sin que a
uno ni a otro se les conozca otro mérito que el de saber leer y escribir”. Les
recriminaban su “genio pronto” sobre todo a Basilio Reales, de quien eran
sobradamente conocidas sus frecuentes pendencias con vecinos, a quienes incluso
había herido, y por lo que había tenido que refugiarse luego en el convento de los
agustinos. De Agustín Pau –el otro diputado- era público haber estado preso en la
cárcel por atropellar varias veces a “los ministros de justicia” (los alguaciles).
Además, ni uno ni otro habían desempañado anteriormente empleos de gobierno:
ni ellos ni sus padres. Con todo, el informe de los regidores concluía en su favor
que ambos “han desempeñado bien sus empleos”.
El no haber desempeñado con anterioridad “empleo alguno de república” ni
ellos ni sus antepasados parecía a los ojos de los regidores la objeción principal.
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Pretendían limitar con ello la expansión de los cargos públicos a terceras familias,
sobre todo cuando pertenecían a los escalones inferiores de la escala social. Por eso
en una nueva elección objetaban al elegido estar emparentado con “familias ínfimas
de esta ciudad y de baja esfera”.15 Muy pronto, algunos diputados acusarían de
trato despectivo a los regidores acusándoles de: “la incomparable fatigosa
competencia vestida de desprecio que experimenta nuestra calidad de diputados”.
¡Menuda elocuencia, para alguien que apenas supiera leer ni escribir!
Las informaciones del ayuntamiento producen a menudo la sensación de que
los elegidos son indeseables y aún peligrosos, y que su actividad alterará “la
quietud y sosiego” con que alcaldes y regidores han actuado hasta entonces. A su
despecho, las propuestas y protestas de los diputados se vieron reflejadas de
inmediato tanto en los libros de resoluciones, como ante los órganos de gobierno
regional y estatal. Ya el mismo año 1766 los dos primeros diputados arremeten
contra lo que consideran uno de los abusos de los ediles: el monopolio de las
tiendas. Solicitan del Real Acuerdo rescindir el arriendo recientemente efectuado en
beneficio de un único comerciante y permitir la venta al por menor libremente a
todas las tiendas “donde se venden los géneros de buena calidad y a precios
moderados”. Al año siguiente, los diputados volvían a la carga. Impugnaban el
método utilizado para efectuar la mayoría de arriendos de los bienes de propios,
por favorecer descaradamente los intereses de algunos regidores. En el expediente
incoado entonces por la intendencia se aportaban las pruebas: las cláusulas
abusivas en las diecisiete escrituras de arriendo de tiendas, panaderías, mesón y
demás abastos y bienes de propios.
Algo similar ocurre en 1768, cuando los diputados y el síndico personero
recién elegidos advierten a Madrid de las intenciones de algunos ediles que
confeccionan una nueva solicitud de perpetuación en los cargos. Acusan al alcalde
Villanova, al regidor decano Aymerich y al síndico Orencio Cabrera, junto al
secretario Urbano Catalán de “despotismo”, de querer colocar en los empleos a sus
más cercanos parientes y de mantenerse ellos en los cargos para, de este modo,
poder disimular los “embolismos” (embolics en catalán: enredos) que como únicos
componentes en la junta de propios, habían realizado el año anterior. De momento
habían conseguido alargar por un año más el trienio de su mandato original.
Denunciados por los diputados, el tribunal de la Audiencia les condenaba a
reintegrar los gastos realizados sin utilidad del común. Ahora, los nuevos diputados
sospechaban una nueva componenda en las cuentas de propios, para pagar de sus
caudales la propia multa, las costas del juicio y los gastos efectuados en él. 16
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Mientras algunos regidores alegaban ante las autoridades dificultad en
encontrar sujetos idóneos para el puesto de diputado, otros vecinos evidenciaban
en Zaragoza carecer de fundamento dicha imposibilidad, por ser Fraga “pueblo
numeroso, donde hay muchas personas hábiles y libres de toda excepción legal
para ser diputado”. De hecho, su capacidad se demostraría pronto en un proyecto
fundamental, cuando el diputado Silvestre Reales y otros firmantes piden al
Consejo Supremo de Castilla prorrogar el nombramiento de su compañero en el
cargo, el “arquitecto” Isidro Roche. Se trataba de aquel propósito de compra
de
una gran porción de tierra de secano, en manos de vecinos principales, para que
dichas tierras revirtieran al común y, de este modo, poder repartirlas entre todos
los fragatinos. Se trataba del proyecto para la construcción de la acequia del secano
y la puesta en riego de dichas tierras, que ya conocemos. Firmaban la solicitud
nada menos que setenta y un vecinos más, por sí o por quienes no sabían hacerlo.
¡Nunca he vuelto a encontrar en un documento de esa época una petición firmada
por tan numeroso grupo! Parecía que un aire “nefastamente democrático”, al decir
de un oidor de la Audiencia, había penetrado en Fraga.17
Por conflictos como estos, las familias de hacendados entronizadas en el
ayuntamiento advierten la necesidad de someter a sus intereses la institución de
los diputados del común y el peligro que corren de no hacerlo. Consecuentemente,
el clientelismo por un lado o el liderazgo carismático por otro determinarán el perfil
de los ocupantes del puesto antes de finalizar el siglo. Veámoslo con algún ejemplo.
En 1771 uno de los regidores representa al Real Acuerdo que otros ediles,
Miguel Cabrera Mañes, regidor decano, Miguel Valls Aymerich y Antonio Galicia
Sansón, regidores tercero y sexto respectivamente, han conseguido anular la
elección de Salvador Miralles Doménech como diputado del común. En su lugar
consiguen hacer nombrar a José Aribau. El regidor denunciante explica la
comunidad de intereses de los tres regidores con Aribau, con el síndico e incluso
con el alcalde segundo, hermano del regidor Miguel Cabrera. Todos ellos forman
sociedad en el tráfico de granos, como porcionistas en los arriendos de diezmos.
Entiende que esa comunidad de intereses les hará actuar de común acuerdo en
otros asuntos “en que muchas veces podrán seguirse gravísimos inconvenientes,
cuydando más de sus propias utilidades que del beneficio común”. El tema se zanjó
esta vez nombrando el Real Acuerdo al siguiente más votado, don Juan Isach.
Siete años después, uno de los candidatos que no sale elegido, el cirujano
José Matas, eleva un recurso al Real Acuerdo entendiendo la elección como nula por
cuanto en ella había participado como vocal don Antonio Barrafón Pérez, (noble,
abogado, mayor contribuyente y mayor terrateniente) que por aquel entonces
residía habitualmente en Zaragoza, y que no constaba como vecino, puesto que
671
cuando venía a Fraga vivía con su padre. Matas describía lo ocurrido: comenzó la
votación votando en voz alta el propio Barrafón y dando su voto por otro candidato.
Cuando votó el primer comisario que dio su voto a Matas, Barrafón hizo patente
que éste tenía pendiente causa criminal y por tanto no podía ser elegido,
amenazando al resto de los comisarios, diciéndoles que si lo votaban serían
multados y castigados. (Es la actitud del cacique decimonónico avant la lêtre). En
su reclamación, Matas alega que la supuesta causa criminal por la que fue preso
consistió en firmar el recurso ante el Consejo Supremo para que Isidro Roche
continuara como diputado del común; es decir, por el asunto del reparto de tierras;
y que había sido puesto en libertad sin costas. Pide por ello que se proceda a nueva
votación sin la presencia de Barrafón, y así lo ordena el Real Acuerdo. Se había
entrado ya con los diputados en la misma dinámica de informes y contra informes
habitual en las propuestas de alcaldes y regidores, esta vez para denunciar la
complicidad de un Barrafón con su clientela.
En ocasiones, los poderosos fracasaron en su intento de valerse ante las
autoridades exteriores del carácter ‘popular’ de la institución de diputado, cuando
en realidad buscaban mucho más su beneficio que el del vecindario en general. Los
patronos pedían por boca de sus dependientes, a quienes utilizaban como
emisarios. En 1790 por ejemplo, -en una coyuntura agrícola desfavorable-, el
ayuntamiento solicitaba del Consejo de Castilla pagar toda la contribución de las
rentas de propios, en lugar de recaudarla de los vecinos. Pero el síndico y uno de
los diputados proponían extraer del sobrante de propios mil pesos fuertes,
“seiscientos para ocurrir a la necesidad y miseria en que se hallan constituidos la
mayor parte de sus vecinos”, y los restantes para pagar la contribución, “por los
que verdaderamente se hallen imposibilitados”. En su resolución final, el Consejo
Supremo reducía la cantidad a extraer de los propios a sólo trescientos pesos, y
“para los verdaderos pobres”, con la intervención de los diputados y del procurador
síndico. El matiz popular introducido por los diputados en su escrito orientaba en
este caso a la autoridad estatal, y los hacendados hubieron de pagar contribución
ese año. Su argucia no resultó.18 Pero otras veces la condición de diputado se veía
reforzada, cuando las autoridades exteriores confiaban y atendían sus demandas.
Por eso el cargo se hizo cada vez más apetecible. Hubo ocasión en que el elegido
resultaba pariente nada menos que de veintidós de los veinticuatro comisarios
electores. La institución de diputado seguía de este modo un curso similar al de
alcaldes y regidores, en permanente disputa entre las familias de la oligarquía.
672
7.1.4 La oligarquía tradicional frente a los advenedizos.
Posiblemente la introducción de los diputados y el temor a que su actuación
redujera el poder de los regidores si los elegidos escapaban a su control, contribuyó
a que las familias poderosas incrementaran sus esfuerzos por perpetuarse en los
puestos de decisión. Aún cercano el intento fracasado de su pariente, el alcalde don
Gregorio Villanova Bardají remite en 1767 al Consejo de Castilla una nueva solicitud
del ayuntamiento en este sentido. Sus argumentos a favor de la perpetuación se
basan en la utilidad pública y en la conveniencia de igualar a Fraga con las demás
ciudades del reino que tienen este régimen desde Felipe V. Entiende que la rotación
trienal, lejos de constituir un privilegio, desmerece la calidad de los regidores
respecto de aquellas otras ciudades. El elevado número de personas que participan
en el gobierno implica la inclusión de muchas sin suficientes luces y talentos. Tal
vez, dice, sería posible conseguirlo con once sujetos, pero es muy difícil encontrar,
cada tres años, a treinta y tres personas hábiles para los cargos: los once que los
ocupan y los veintidós que deben proponerse en las ternas. Don Gregorio describe
la realidad cotidiana en este ámbito: todos los vecinos apetecen los puestos, todos
creen tener derecho, todos gastan lo que sea necesario para conseguirlos, con lo
que ponen en peligro incluso sus patrimonios, sus casas. Si logran el cargo, la
dedicación que les exige estorba su indispensable atención a sus haciendas, y si las
atienden se les ve atados a los trabajos más ínfimos, realizados por sus propias
manos. Su trabajo manual desprestigia a la propia ciudad. Cada vez que se
proponen las ternas, el pueblo se divide en bandos que llegan a enemistarse, que
informan y contra informan a las autoridades, y la razón de sus luchas no es el
salario que esperan obtener del empleo de regidores, que es muy corto, sino el
afán del mando. Por todo ello, don Gregorio propone hacer perpetuos los empleos
en los vecinos más a propósito, que se cubran las vacantes con los años y se
aumenten los salarios de los regidores, lo que se puede hacer sin perjuicio del
común, ya que Fraga ha liquidado prácticamente su deuda censal y tiene pingües
rentas de propios.19
Abundando en el razonamiento, mientras Villanova reflejaba la situación del
momento, el escrito del consistorio advertía de su deterioro en el futuro. La
imposibilidad de encontrar sujetos hábiles aumentaría en los próximos trienios
“porque han faltado muchos sujetos que han (hayan) tenido educación distinguida,
y hay poca o ninguna esperanza de que se mejore, porque no hay otra aplicación
que a sus labores del campo”. Ambos escritos parecían reflejar una Fraga
culturalmente estancada en pleno siglo ilustrado, al tiempo que evidenciaban una
intensificación de las labores agrícolas. Las viejas familias infanzonas que
alardearon y gozaron de la fidelidad a Felipe V corrían ahora el peligro de quedar
673
postergadas frente a otras más empeñadas en la actividad productiva, sobre todo
agrícola y ganadera, pero también del comercio y aún de cierto artesanado. La
vieja oligarquía temía el avance de los “industriosos”.
El reconocimiento de esta realidad se hacía todavía más explícito en un
nuevo escrito del consistorio saliente a la Real Cámara, el 21 de diciembre de 1767.
Advertía de la imposibilidad de presentar a individuos no emparentados entre sí, si
se había de impedir que los empleos de gobierno recayesen en sujetos de inferior
clase. A su juicio, el único medio de evitar su entrada consistía en dispensar la
excepción de parentesco, que por otra parte se había venido tolerando desde
siempre por las autoridades. En aquella segunda mitad de siglo se estaba
produciendo un cambio. O se mantenía el poder en manos de infanzones y familias
antiguas y honradas de labradores hacendados, fuertemente emparentadas entre
sí, o se daba paso a “los comerciantes, labradores atrasados e incluso a los
artesanos”.20 Al año siguiente, la Audiencia remitía al Rey un extenso informe sobre
sujetos hábiles, al margen de los propuestos por la ciudad. Detallaba para cada uno
de ellos su naturaleza, ocupación, capacidades, patrimonio, empleos anteriores de
su familia y el parentesco que los unía a los actuales alcaldes y regidores y a los
demás propuestos ahora. Si cabía albergar alguna duda sobre la estrecha
‘coligación de parentescos’ entre la inmensa mayoría de los candidatos, se disipa
desde ahora. La Audiencia aclara al Consejo de Castilla la imposibilidad de cumplir
con la legislación al respecto, puesto que “la ciudad de Fraga es pueblo reducido y
poco numeroso, y por esto, las familias de distinción se enlazan entre sí por
matrimonios, quedando pocos sujetos capaces de obtener los empleos de gobierno,
que no sean parientes de afinidad o consanguinidad”. La ‘coligación de parentescos’
era un hecho incontrovertible e insalvable a juicio de la Audiencia.
Tal vez por eso, los diputados del común terciaban en el asunto, trasladando
al presidente del Consejo de Castilla, conde de Aranda, su opinión sobre lo ocurrido
con la propuesta para el nuevo trienio. A su juicio, el ayuntamiento saliente la
retrasaba para retener el mando, contra la voluntad del pueblo y mediante
numerosas representaciones, algunas nada veraces. Recordaban que después de
proponer la Audiencia a don José Barber, a don Joaquín Rubio y a algunos otros “en
quien se prometía la tranquilidad sin agravio del común”, el ayuntamiento había
presentado nueva propuesta, “falsamente receloso de alguna sublevación popular”.
Parecía estar colmándose la paciencia de muchos fragatinos –diputados o simples
vecinos- ante la retención del poder en un puñado, mínimo, de clanes familiares.
Por eso hubo que dar entrada en el gobierno a nuevas familias.
Los propuestos por la Audiencia, -Barber y Rubio-, tenían mucho en común.
Además de cuñados, uno era noble y el otro aspiraba a serlo. El primero militar y el
674
segundo heredero de don José Sisón, aquel espía de las tropas felipistas durante los
avatares de la guerra de Sucesión. Rubio estaba orgulloso de su ascendiente
materno y por ello anteponía el apellido Sisón (Sisó) a su verdadero segundo
apellido. Además de compartir la misma suegra, una viuda comerciante rica, Barber
y Rubio heredaban sustanciosos patrimonios en Fraga, con lo que, siendo en
realidad forasteros advenedizos, podían codearse con las familias de los viejos
hacendados de siempre. Eran pues dos candidatos perfectos para el acceso y la
alternancia en el poder local, según la Audiencia.
El pueblo manifestaba a través de sus diputados estar cansado de los
manejos de algunas viejas familias. Y éstas evidenciaban con su veto temer a los
nuevos candidatos. De todas formas, se trataba tan sólo de un intento de cambio
en los individuos y no en la mentalidad del grupo de poder ni en su estructura. La
mentalidad tanto de Barber como la de Rubio seguía siendo la tradicional del honor
y de la nobleza, amparados en el patrimonio. De hecho, muy pronto varios vecinos
de fraga denunciarían a Rubio por hacer esculpir sobre el portalón de su torre, en la
huerta, un escudo de armas, al que según el ayuntamiento no tenía derecho. 21
Tras conocer la opinión de los diputados, un nuevo informe de la Audiencia
se conformaba con ellos y proponía a don Juan José Barber y Coll como alcalde
primero para el siguiente trienio y a Joaquín Rubio-Sisón Bages, al que se
anteponía fraudulentamente el distintivo de “don”, como regidor primero. Los ediles
del momento estaban perdiendo la batalla frente al tribunal regional. Pero como
poder local se resistían a ceder en lo que consideraban su regalía: el derecho a
proponer candidatos. Por eso daban poderes a sus procuradores en Madrid para
que frenasen el despacho de los nombramientos y litigasen hasta determinar a
quien correspondía realizar las propuestas de empleos.
Los diputados, por su parte, volvían a la carga acusando al alcalde Villanova
de dilación y de querer prolongar su mandato hasta la cercana elección de
Diputados de Millones, en la esperanza de salir elegido en representación de Aragón
y conseguir del Rey alguna merced. Otros fragatinos en cambio, recordaban al Rey
el carácter de forasteros tanto de Barber como de Rubio, la extensión en Fraga de
sus clientes y deudos, sus amenazas de cobrarse lo mucho que estaban gastando
en Zaragoza y en la Corte para conseguir su empeño, al tiempo que esperaban
vengarse de las principales familias, opuestas a su nombramiento. Se habían
formado dos nuevos bandos claramente enfrentados: la vieja oligarquía ahora
unida en su ambición de perpetuarse frente a los advenedizos con derecho de
acceso al poder trienal.
A la vista de todos los informes, la Real Cámara proponía al Rey denegar a
Fraga la pretensión de perpetuidad de oficios y le sugería nombrar a los candidatos
675
propuestos por la Audiencia. Pero todavía tendría que intervenir el fiscal del
Consejo, dando su opinión al respecto. En ella, se manifestaba mucho más próximo
a los argumentos de la Audiencia, de los diputados y del síndico, que a las
pretensiones del alcalde y algunos regidores. Mantenía la propuesta de Zaragoza,
pero introducía una novedad significativa e irónica: como desde hacía dos años se
habían creado los puestos de diputados, se podía reducir el número de los regidores
a seis en lugar de ocho, dado el escaso número de aspirantes hábiles y las
excepciones frecuentes por parentesco que declaraba el propio consistorio. El fiscal
parecía jugar con la apetencia de poder de los fragatinos. Su lógica acabó
reduciendo las posibilidades de éstos. El Rey reducía finalmente a seis el número de
regidores y despachaba los nombramientos de alcalde primero en favor de Barber y
de Rubio como regidor segundo en lugar de regidor primero como pretendía. 22 Se
evitaba de este modo que dos cuñados formaran parte al mismo tiempo de la junta
de propios –uno como alcalde y el otro como regidor decano- y estuvieran en
disposición de manejar los caudales públicos con excesiva impunidad.
La llegada de los Rubio al poder en Fraga no era nueva. El padre de Joaquín,
-el inmigrante ¿don? Benito-, había sido alcalde en dos trienios. Tampoco lo era
para los Barber en su Monzón originario. Lo nuevo era la conjunción de sus
intereses familiares en Fraga. Las resistencias a su inclusión en el núcleo del poder
tradicional iban a ser muy fuertes durante las próximas dos décadas, enfrentados a
su vez con quienes permanecían a la espera de obtener ganancias en río revuelto.
No serían ellos sino sus respectivos hijos, en la siguiente generación, quienes
ocuparían con mayor permanencia parcelas del poder local. Mientras tanto, era el
tiempo de los Barrafón, de los Monfort y de un individuo perteneciente a una rama
de los Cabrera de siempre, aquel labrador llamado Medardo Cabrera Borrás. Todos
ellos utilizarían la recién creada junta de propios para controlar la administración
local, constituyéndose a veces en promotores de propuestas, reformas y mejoras
públicas, y otras veces en un reducto de poder, desde donde ampliar patrimonios,
establecer patronazgos y atraer clientelas. La junta de propios sería una institución
útil a sus intereses.
7.2
El creciente control ‘exterior’ del poder local.
7.2.1 La Ilustración lejana frente a la realidad cotidiana.
Primera petición de corregidor ante la alternancia “paralizante” de oficios.
El insulto personal es una forma contundente de evidenciar rivalidades,
rencores e incluso amenazas. Había llegado el momento de utilizarlo en descrédito
de los recién encumbrados. Los advenedizos se sentirían pronto muy ofendidos por
676
las expresiones que en público proferían los desplazados del poder; en público y
mediante escrito anónimo al Regente de la Audiencia. Pero el insulto resultó pronto
excesivo y los ofendidos interpusieron una causa en la Real Sala del Crimen del
tribunal regional.23
Una parte de la opinión pública era favorable a los nuevos gobernantes y los
diputados del común lo hacían saber pronto al propio Rey. Juan Isach (mercader) y
Francisco Arellano Achón (labrador medio, fuertemente endeudado) se felicitaban
de la utilidad y beneficio experimentado con el nuevo gobierno de los Rubio y los
Barber. Su aplicación, celo y buena armonía parecían conformes con el manejo y
destino de los caudales públicos. Después de liquidar en su mayor parte la deuda
pública, dedicaban los ingresos de propios a mejorar varios bienes del común,
cuyas obras tenían ya muy avanzadas. Entre ellas, un nuevo edificio para la venta
municipal y la reforma de las casas consistoriales.24 Mantenían limpias las balsas
del monte para un número creciente de rebaños, lo que mejoraba el arriendo de los
pastos y, sobre todo, se preocupaban por el pueblo llano, en su control de los
precios en los abastos. Pese a que la mayoría de los productos eran “de acarreo”,
se lograba el mejor surtido con la moderación de sus precios, “más beneficiosa que
en los mismos pueblos en que nacen, atendida la circunstancia de sus portes”. En
todos los ramos de la administración se observaban mejoras sensibles. Por ello, los
diputados pedían al Consejo de Castilla la prórroga de alcaldes y regidores para el
próximo trienio, en sintonía con la opinión de la Audiencia.
Pero el Consejo Supremo no se fiaba ya ni de Fraga ni del tribunal regional.
Así que optó por enviar un comisionado a la ciudad para comprobar si los diputados
decían la verdad. Se verificó la comisión y los diputados se reafirmaron en sus
apreciaciones y propuesta, precisando además que quienes podían ser propuestos
en sustitución de los actuales regidores estaban en libertad bajo fianza por la causa
criminal incoada de oficio por la Audiencia, precisamente por los anónimos y
amenazas de incendios y muertes a los componentes del actual consistorio.
Además, uno de los implicados confesaba haber “usurpado” 300 escudos de plata
de los caudales públicos, con lo que evidentemente no podía optar al cargo. 25
La parte contraria no cejaría sin embargo en su empeño. Sendos informes
de don
Miguel
Aymerich
y de
don
Juan
Antonio Villanova razonaban
lo
inconveniente de la prórroga en el gobierno local. Aymerich tiene su lógica: si el
promover obras fuera razón para seguir en el puesto, siempre se estarían
proyectando nuevas obras con el fin de hacerse perpetuos. El escrito de Villanova
dirigido a Campomanes era menos consecuente. Detallaba el parentesco que tenían
entre sí los actuales componentes del consistorio y recordaba que la voluntad del
677
Rey en anteriores ocasiones había sido la de que los empleos fueran trienales.
¡Ninguna relación entre lo predicado y lo pretendido por un Villanova!
En medio de la refriega argumental, otro fragatino de pro, don Antonio
Barrafón Pérez, infanzón, doctor en derecho y comerciante, terciaba en el asunto
ante Campomanes, afirmando hacerlo “por el celo de tranquilizar a esta ciudad, mi
patria, única en el reyno de Aragón sin corregidor”, y proponía nombrar un
corregidor o alcalde mayor de letras en sustitución de los alcaldes ordinarios. Su
propuesta suponía un cambio cualitativo en las relaciones de poder en Fraga. A su
juicio, el carácter de forastero que tendría el corregidor, junto a la facilidad con que
podría pagarse su sueldo de los excedentes de propios, facilitarían una buena
solución para “volver a la reunión de las familias”.26 Su escrito, sin embargo,
llegaba tarde a la Corte, cuando ya estaba decidida la continuación del sistema
vigente, y no se tomó en consideración. Pese a ello, Barrafón insistía en diciembre
de 1772 con un nuevo escrito, esta vez más explícito y menos filantrópico.
Explicaba que siendo él el único doctor en derecho civil y abogado natural de Fraga,
se le había excluido de la propuesta de la Audiencia, despreciando su inclusión en la
del ayuntamiento. Advertía también que Villanova y Aymerich habían informado al
Consejo en contra suya por haber sido testigo de cargo en la causa criminal que se
les seguía.
Era la primera vez que salía de Fraga la petición de corregidor, como medio
de aplacar los exaltados ánimos de las familias principales. Pero Carlos III no quiso
entrar en el juego. En una sagaz respuesta, nada respondía respecto de la figura
del corregidor y, respecto de prorrogar el trienio entendía que si era cierto que los
regidores actuales se conducían con legalidad y honradez en el manejo de los
caudales, su ejemplo sería tenido en cuenta en adelante, cuando fueran propuestos
en una nueva ocasión. De manera que prefería se siguiese con el sistema de
rotación trienal, sin prórrogas.
La intervención directa del Rey exigiría en adelante a las autoridades
regionales andarse con mucho cuidado al tiempo de emitir sus informes. Cuando al
año siguiente, 1773, deben emitir el correspondiente para el próximo trienio,
detallan con mayor precisión que hasta entonces las propuestas individuales, las
objeciones, excepciones, parentescos y su propia opinión sobre cada candidato.
También toman en consideración el informe del propio ayuntamiento saliente, que
hasta entonces habían despreciado siempre como improcedente. En esta ocasión
incluso,
para
puntualizar
las
informaciones
divergentes
del
ayuntamiento,
entenderán necesario emitir dos informes sucesivos en enero y en abril. La
Audiencia quería dejar clara la situación política de Fraga ante el Rey.
678
Así que, instalados en una forzada alternancia de poder y nombrados los
regidores para un nuevo trienio, al nuevo viejo alcalde don Gregorio Villanova le
correspondería el triste cometido de frenar uno de los proyectos de mayor
envergadura para el futuro económico de los fragatinos en las siguientes décadas;
un proyecto acorde con las ideas ilustradas en auge: la construcción de la nueva
acequia de la partida del secano. La propuesta inicial de los diputados y del regidor
sexto, Manuel Martínez, se produce bajo su mandato y a él, en conjunción con las
fuerzas
vivas
de
la
población,
-laicas
y
eclesiásticas-,
corresponde
la
responsabilidad de su disimulado rechazo inicial. No resultó extraño en aquel
contexto que hubiera de dedicarse a tomar frecuentes diligencias para atajar “las
parcialidades de algunos vecinos perturbativos de la quietud pública”.27 La
necesidad de ocupar productivamente a una creciente masa de jornaleros sin tierra
y pequeños labradores, cada vez más acuciante, prestaban fundamento a estas
“parcialidades”. Y su oposición al proyecto aparentaba estar en consonancia con el
conocido por la historiografía como ‘frente anti roturador’.
Posiblemente también por ello, en 1777, dos nuevos diputados del común
urgían a la Real Cámara a renovar sin demora aquel consistorio reticente a una
propuesta
de
reparto
de
tierras
denostada
por
“expropiadora”.
La
nueva
composición de ediles (trienio 1778-1780) resultaría mixta entre familias de ambos
bandos. El poder de la vara quedaba para don Miguel Aymerich Cabrera como
alcalde y el orden del día en el consistorio para don Juan José Barber y Coll como
regidor decano. Un puesto para las familias de siempre y otro para los recién
llegados al poder.28 Un trienio de convivencia difícil, que no permitió adelantar los
proyectos en curso y que llevó a algunos regidores a una nueva solicitud de
corregidor para Fraga, mientras otros se apresuraban a demostrar al Rey su
agradecimiento por no modificar el sistema de gobierno rotatorio.
En apoyo de su tesis estos últimos ponen de nuevo sobre la mesa el carácter
y los manejos de algunos individuos. El síndico Junqueras advierte a Carlos III que
el alcalde Aymerich, aunque infanzón, no sabe leer ni escribir y que es “un
balandrón de por vida”, con lo que mal podría beneficiar a Fraga su perpetuación en
el papel de justicia local. Don Juan Antonio Villanova, (disidente de su tío don
Gregorio) alega por su parte que la rotación es indispensable “por el abuso de los
concejales en sus oficios y no ser conveniente se les perpetúe”. No era sólo su
opinión. Coincidían con ellos los dos personajes comisionados por el intendente
para revisar las cuentas de propios, don Tomás Fillera y don Miguel Arias. Habían
demostrado que, desde hacía una década, todos los que habían gobernado se
habían aprovechado del manejo de los propios y de las obras emprendidas. La
acusación no podía ser más grave. Y todavía se le acumulaba otra que entendían de
679
mayor trascendencia: al amparo de las leyes ilustradas que proponían el reparto de
tierras a labradores y braceros, aquellos gobernantes habían concedido a algunos
vecinos tierras en los comunes, “sin exigirles el pago de canon alguno”. La Cámara
Real respondía a las acusaciones señalando no haber recibido quejas en este
sentido y rechazando tomar en consideración cambios en el sistema de gobierno. 29
Deberían acumularse todavía nuevos despropósitos para que un corregidor foráneo
tomase las riendas de la jurisdicción local.
El ilustrado Barrafón y su irrupción frustrada en la esfera del poder.
Frente a la alternancia “paralizante” de los oficios públicos, las siguientes
listas de candidatos remitidas por las autoridades regionales a Madrid proponían
elegir a personas fieles a las directrices ilustradas. No se trataba ya de la simple
fidelidad dinástica sino de encontrar personas capaces de “venerar, obedecer y
cumplir” las leyes recientemente promulgadas respecto del trabajo honrado, de la
liberalización del tráfico y el comercio, de la preocupación por el bienestar –la
felicidad- del pueblo. De acuerdo con ese espíritu, en las propuestas del
ayuntamiento saliente debían constar, no solo los candidatos infanzones, los que ya
tuvieran experiencia de gobierno, los que sin tenerla se juzgasen sujetos
beneméritos y los hacendados fuertes, sino también y muy especialmente quienes
reunieran “circunstancias de fidelidad y lealtad al Rey”. Es decir, a su legislación. Si
hubiera algunas familias que por aquel mérito y buenos procederes se hubieran
hecho merecedoras del favor Real, debían incluirse.
El Real Acuerdo advertía que en todos los sujetos propuestos por Fraga
observaba una u otra excepción y no podía aceptar que en un pueblo tan numeroso
dejase de haber sujetos a propósito, hábiles y libres de toda tacha. Su propuesta
final –atendida por la Real Cámara- incluía por ello dos hombres de fervor ilustrado.
El nuevo alcalde, el infanzón don Bautista Mazas de Lizana era en efecto una
persona fiel a S. M., de buenas costumbres según los eclesiásticos y uno de los
escasos fragatinos apartados de la apetencia de poder. El Doctor don Juan Antonio
Villanova, por su parte, parecía haber convencido al Real Acuerdo de la sinceridad
de sus afirmaciones y resultaba nombrado nuevo regidor decano. El resto de los
regidores, junto con el alcalde segundo, eran del Estado Llano. El nuevo gobierno
local parecía aproximarse al pueblo. Pero precisamente por eso, los escasos
miembros de “la primera nobleza” se rebelaron pronto contra situaciones
igualitarias que no podían soportar. Especialmente el síndico procurador general,
don Matías Villanova Doménech, rancio vástago de la familia con mayor abolengo,
que no soportaba compartir su cuota de poder con regidores plebeyos.
680
Frecuentes conflictos protocolarios –en apariencia sólo anecdóticos- pondrían
en evidencia la enorme distancia que todavía existía entre un estamento
privilegiado y la intromisión de pecheros en el poder municipal.30 Al mismo tiempo,
su desprecio por los “miserables” se unía a la rivalidad con sus iguales, que
nombraban como depositario de los productos de la primicia decimal al joven
abogado don Antonio Barrafón Fox, lo que restaba a Villanova capacidad de manejo
de caudales desde la junta de propios. El prosaico dinero se añadía al orgullo
nobiliario y los conflictos ardían al menor roce. Su continuo traslado a los tribunales
regionales llevaría a un oidor a lamentar en voz alta: “¡Fraga necesita para sus
pleitos toda una sala de la Audiencia para ella sola!”.
Las décadas finales del siglo son en Fraga ejemplo permanente de las
rivalidades por el poder en el contexto de la nueva legislación. Las leyes sobre
repartos de tierras suponían, como en otras partes, enfrentamientos en su
aplicación, envidias en su reparto y rencores pertinaces, hasta el punto de prohibir
judicialmente el Real Acuerdo concesiones a los regidores durante sus mandatos. 31
Al mismo tiempo, las medidas de liberación del comercio entraban en contradicción
permanente con los monopolios municipales y necesitaban, para ser comprendidas
por el pueblo, un cambio profundo tanto en la mentalidad timorata de la clase
gobernada como en la mentalidad paternalista de sus gobernantes. Desde que los
diputados y el síndico poseen las mismas facultades que los regidores de mes en
cuestiones
económicas,
nuevos
individuos
comienzan
a
controlar
desde
el
ayuntamiento la honestidad, suficiencia, calidad y precio de los abastos. Además,
desde 1783 la Real Cédula de 18 de marzo declara honestas todas las profesiones y
permite el ennoblecimiento de artesanos o mercaderes “de notable utilidad
pública”. Abre con ello las puertas del gobierno municipal a individuos procedentes
del comercio y otras profesiones. Eran cambios globales que una mentalidad no
ilustrada tardaría tiempo en digerir, pero a la que debería adaptarse sin remedio,
guiada por algunos de sus individuos más representativos.
En
este contexto, los jóvenes poderosos
de la
tercera
generación,
exponentes de esa nueva mentalidad a veces ilustrada y otras menos, respondían
en su mayor parte, -infanzones o no-, al perfil del comerciante hacendado. Los
enfrentamientos por el poder en adelante se producirán entre algunas familias
tradicionales y estos individuos emergentes. Paradigmáticas en este sentido
resultan algunas actuaciones del joven doctor don Antonio Barrafón Fox, foco de las
iras de un Villanova despechado. Don Antonio, contradictorio como pocos, a caballo
entre sus ideas filantrópicas y sus intereses económicos, dejó sentir desde entonces
y por más de treinta años, su capacidad de convicción en múltiples ámbitos.
681
Su intervención pública inicial cosecharía ya las primeras adhesiones y
enemistades. Se trataba –como ya sabemos- de conseguir para su familia el
monopolio de la venta del vino local. Diez años atrás, su padre, don Antonio
Barrafón Pérez, había usado su vara de alcalde segundo para arrastrar preso a la
cárcel al diputado Isidro Roche, cuando éste, en uso de su facultad de repúblico
elegido por el pueblo, pretendía comprobar la calidad de unas cubas de vino en las
tabernas. Ahora el hijo, más práctico, propone controlar la producción local para su
venta en exclusiva. El que no se haya vendido al llegar el mes de mayo se
destinará a su fábrica de aguardiente. Barrafón sabe que esto le proporcionará vino
abundante a un precio ínfimo. El problema surgirá al ser don Miguel Aymerich uno
de los que debe entregar su vino en último lugar. Aymerich mezcla entonces su
vino con vino “forastero” para poder venderlo por su cuenta. Barrafón, como
diputado, intenta apenarle y Aymerich le recuerda el asunto de su padre con el
diputado Roche. Otro pleito que acabará ante el tribunal de la Audiencia.32
Ésta era una de las facetas del vástago Barrafón: la más pragmática. Otras
veces, en cambio, utilizaba su vis retórica para mantener encandilados a los
miembros de aquellos ayuntamientos “sin luces”. Sus argumentos al reclamar el
establecimiento de un corregidor para Fraga parecían concluyentes. 33 Conducido del
celo de verdadero ciudadano, “que apetece la felicidad de su Patria”, y después de
aportar sus méritos profesionales en letra impresa, profetizaba en una extensa
disertación la decadencia de Fraga pese a sus esfuerzos por salvarla desde su
elección como diputado.
El ideario de Barrafón entona con la época. Dictamina que la decadencia de
Fraga tiene un origen claro: “la indolencia de permitirse sin aplicación ni destino
tropas de muchachos de ambos sexos, hombres y mujeres, que pueblan las calles,
plazas y vegas, sin principios de la más remota educación política ni cristiana, cuyo
defecto les eleva a los unos de vagos y haraganes a ladrones; y a las otras a la
prostitución y abandono destructivo del pudor y modestia, que son el adorno más
preciado de su sexo”. Los labradores, hostigados con tal plaga, concluye don
Antonio, “desaniman el fomento de sus operaciones”.
Cierto era que la población menor de dieciséis años en Fraga representaba
en ese momento el cuarenta por cien de sus habitantes; el censo ordenado por
Floridablanca así lo reflejaba. Pero achacar la decadencia de la ciudad a los jóvenes,
fueran ladronzuelos o desvergonzadas, parece un desvío de las verdaderas razones
de una decadencia incipiente.
Barrafón, acorde con su intención de formar parte de la Sociedad de Amigos
del País, lleva luego su argumentación al terreno de la industria y el comercio.
Materias primas no faltan en su tierra para una y otra ocupación: él mismo es un
682
ejemplo claro de ello. Barrafón acaba su discurso reclamando la construcción de un
hospicio para guardar y enseñar a los muchachos “vagamundos” en el edificio del
hospital del que en ese momento es mayordomo y administrador. Aunque a tono
con la época, aquella era una corta receta para los muchos males que parecían
aquejar a la ciudad. Atribuir a la ociosidad de los fragatinos la razón del
desgobierno parece inadecuado. Tal vez el hastío respecto de la corrupción, las
rencillas y el orgullo desmedido de la oligarquía en el poder explicarían mejor la
razón de alguna “indolencia”.
Los curas de San Pedro y San Miguel coincidían con él en el diagnóstico,
aunque no en el arbitrio. Hastiados de su cristiana resignación, habían puesto su
desesperación en conocimiento de Floridablanca tres años atrás para que la
transmitiera al propio Rey. Ahora van directos al grano: la mayoría de los alcaldes
que han regido la ciudad carecen de la menor instrucción; su responsabilidad está
por encima de sus luces; se añaden a estas circunstancias tan detestables sus
vínculos de parentesco, amistad y otros respetos. Así que ni se castigan los delitos
ni se remedian los escándalos. Y la situación empeora día a día. Los curas están
cansados de repetir moderación y justicia desde el púlpito; sin resultado. Por ello
no están dispuestos a callar por más tiempo, a la vista de las repetidas maldades y
desórdenes. Preocupados por el incumplimiento de las leyes terrenas y divinas, han
implorado de los sucesivos alcaldes su intervención para mitigar tanto escándalo;
también sin resultado. Y ahora ven como el alcalde primero actual –don Bautista
Mazas-, lleno de escrúpulos de conciencia, de temor y de respetos humanos, ha
hecho dejación del empleo, dimitiendo.
Don Bautista Mazas tiraba la toalla alegando aquello de que “el que tiene
empleos
públicos
se
vende
las ocupaciones y quehaceres de su casa y sus
campos”. Contemplaba con desánimo cómo sus esfuerzos por enderezar el rumbo
de las cosas resultaban vanos, e inteligentemente se devolvía a sus intereses
privados. Los curas buscaban el remedio que entendían definitivo y se sumaban a
la petición de corregimiento que desde hacía tres años dormía en un escritorio de la
Audiencia: apoyaban a Barrafón en el intento. Pero Barrafón no estaba preparado
todavía para ocupar este puesto; le faltaba experiencia de gobierno.
Entre discursos, pleitos y quejas, la Audiencia tomará el camino de en medio
en su nueva propuesta de renovación: ninguno de los componentes del nuevo
ayuntamiento (1785-1787) pertenecerá a la “primera nobleza” y tan solo serán
verdaderos hacendados el alcalde primero, Joaquín Rubio-Sisón Bages, -desposado
ya con uno de los mayores patrimonios de Fraga-, junto al alcalde segundo, José
Jover Oliveros, -con mayor patrimonio que el anterior aunque con menos
experiencia-, y el síndico procurador general, Francisco Foradada Escudero. El resto
683
de los componentes, tanto regidores como diputados, se quedan en sujetos que
trabajan por sus manos como labradores, ganaderos o colmeneros. Algo inaudito
hasta entonces.34
La Audiencia evitaba de este modo a los individuos de mejor estatus socioeconómico. Resaltaba la excepción de muchos de los candidatos por ser deudores
del fondo de propios en sumas de consideración, como denunciaba la Contaduría
general. Aunque el ser deudor de propios no era circunstancia nueva en Fraga, lo
nuevo era la morosidad en satisfacer las deudas, la “dilación” injustificada y el
volumen de “restas” sin cobrar. En opinión de muchos fragatinos y de las propias
autoridades, derivaba todo ello de la tolerancia con que los parientes de los
deudores actuaban desde la junta de propios. La Audiencia los exceptuaba por
tanto y proponía a don Senén Corbatón y Garcés como regidor decano: un
individuo “forastero” a quien en 1779 la Cámara de Castilla, -sabemos ya-, había
nombrado interventor de la junta, para controlar los posibles desmanes de sus
componentes. Fraga era el único pueblo de Aragón con semejante figura
fiscalizadora. Ningún otro pueblo necesitó de una “cuarta llave” para el control de
los caudales públicos en la época. Pero don Senén, también administrador de
rentas Reales y del tabaco en Fraga, está demasiado ocupado en sus propios
quehaceres, según la Real Cámara, como para ser destinado al gobierno local y su
propuesta no prospera.35
Tampoco Barrafón conseguía entrar en el nuevo consistorio, pese a su
infatigable peregrinar por las covachuelas de la Corte, pregonando sus méritos, en
solicitud de un puesto en el gobierno. Se lo echaban en cara tres de los
despechados en un escrito de 1784 a Campomanes que no tiene desperdicio. Don
Gregorio Villanova, don Miguel Aymerich y don José Junqueras se apresuraban a
desacreditarle “por su genio poco prudente y contenido, extremadamente inquieto,
vengativo y atropellado, poco dispuesto a la paz y muy dominante”. Luego venía la
pedrada. Alegaban su condena en varias causas por falta de respeto a personas de
notoriedad: a una señora, a un sacerdote, a un sujeto de distinción y a un
escribano real. Añadían que Barrafón se jactaba en la Corte “de que ha de perder
algunas casas de este pueblo” sin temer las condenas por su comportamiento, y
animado por un espíritu de rencor y de venganza, “...pues se le ha oído en
conversaciones que nunca estaba más contento que cuando sabía que incomodaba
a alguno, y si se le hablaba de paz, respondía con arrogancia: ¡Arda Troya!”.
En realidad lo que dolía a Aymerich y a Villanova, era que Barrafón,
-advirtiendo la desordenada anarquía en los asuntos públicos-, hubiera declarado
judicialmente en su contra, demostrándoles la apropiación de dinero público: se les
había condenado al reintegro de más de 3.000 libras jaquesas. 36 Por eso
684
Campomanes, en nombre del Rey, desautorizaba al Real Acuerdo respecto de las
causas incoadas a Barrafón. No había hecho sino cumplir con su deber de diputado
del común. El Rey no deseaba que volviera a tratarse del asunto y exigía la
protección de Barrafón contra injustas persecuciones. 37 Mientras los últimos
gobiernos fragatinos iban a la deriva, la autoridad moral de Barrafón sumaba
muchos enteros. Parecía el candidato idóneo frente al pasado. Pero la guerra entre
familias “principales” se lo impedía.
Frente a la ilustración, promoción por influencias, arraigo y ennoblecimiento.
La Audiencia, desquiciada ya con Fraga, manifestaba en los últimos años una
conducta errática. Tradicionalmente, la propuesta de alcaldes y regidores se
confiaba en dicho tribunal al oidor juez del partido. Para conservar la buena
armonía y correspondencia entre los oidores del Real Acuerdo se establecía por
costumbre que cada juez de partido llevara la voz y deliberara en los asuntos y
negocios de su incumbencia mientras los demás respetaban su parecer. Por eso
quienes apetecían los cargos municipales acudían a dicho oidor y orientaban hacia
él sus influencias.38 Después de las dimisiones de los dos últimos alcaldes, Mazas y
Rubio, nombrados al margen de las familias de siempre, el oidor correspondiente
volvía a confiar la vara de mando a uno de sus más insignes vástagos: Don Matías
Villanova Doménech, nacido en Huesca, quien conjugaba en sus dos apellidos la
esencia de aquella, ya lejana, fidelidad a Felipe V. Con patrimonios considerables en
la ciudad, en Huesca y en Sena, no podía aportar mejor tarjeta de presentación
para su mandato inicial en Fraga. Con los vaivenes de la Audiencia y fallecido
Carlos III, se volvía en 1788 al reducto de la oligarquía tradicional, con el
nombramiento para regidor decano del patriarca de los Cabrera, Eusebio Cabrera
Mañes, y de su sobrino, el joven infanzón don Miguel Aymerich Alaiz, como síndico
procurador general.
En los meses previos, los candidatos a los principales cargos se habían
movido intensamente en los medios políticos y eclesiásticos de Zaragoza. El
nombramiento de Aymerich estaba relacionado con la influencia del arcediano de la
Seo, don Francisco Beyán, pariente de su suegro de Tamarite. Eusebio Cabrera
Mañes representaba, junto a su hijo Medardo, los intereses de la diócesis de
Zaragoza, como colector de sus diezmos en varias poblaciones de Los Monegros.
Incluso uno de los desechados del nuevo gobierno en el preceptivo informe de la
Audiencia, el militar retirado don Raimundo Fitzgerald, se lamentaba de que, -en la
trama de influencias-, él sólo aspiraba a contar en la Corte con la del Conde de
Valdellano, de quien solicitaba su intercesión, mientras “toda Zaragoza está cruzada
a empeños para todos los empleos”.39
685
Desconozco la influencia con que contó Salvador Rubión Royes para alcanzar
el puesto de regidor sexto en aquel consistorio de nobles y labradores hacendados.
El ayuntamiento no le había incluido en su listado y la Audiencia sí. El nuevo alcalde
protestaba su nombramiento y sacaba con ello a la luz su aversión por el pueblo
llano. Cierto era que Rubión descendía del apellido Foradada por su abuela materna
(Magdalena Foradada Vidal) y que, sin ser heredero de su padre, se estaba
labrando un pequeño patrimonio. Herrero y herrador por tradición familiar, había
ocupado cargos como diputado y personero del común y aspiraba al puesto de
regidor. Para conseguirlo, había traspasado la herrería a un sobrino y hecho constar
su condición figurada (“animada”) de labrador. También había faltado a la verdad
aduciendo ser arrendatario de los diezmos del obispo de Lérida, cuando sólo era
colector del verdadero arrendatario, la Compañía de Cortadellas. Por su parte,
Rubión alegaba haber abandonado desde hacía catorce años el oficio de herrador,
aplicándose a la labranza y, en cualquier caso, la Real pragmática relativa a la
dignificación de los oficios mecánicos le habilitaba para el empleo. Además, lo
importante era su capacidad “para responder a las pingües cantidades del común y
demás a que se hacen responsables semejantes empleados”. En la valoración de la
autoridad regional, entraba en escena como argumento declarado su “arraigo”
económico. Por eso Rubión merecía estar en el consistorio: por su dinero.
El nuevo ayuntamiento (1789-1792) conjugaba tradición y arraigo, y podía
haber resultado uno más en la larga lista de desencuentros entre facciones de
poder si no le hubiera correspondido a su alcalde gestionar las más de 23.000 libras
del presupuesto para la construcción de la nueva acequia, iniciada por el consistorio
precedente. Don Matías Villanova, con una extensión considerable de tierra en la
partida del secano, consiguió ser de los primeros en regarla, con la ayuda de las
obras de mejora realizadas junto a su finca. Incluso se había precipitado echando el
agua antes de concluidas las obras, con el ánimo de demostrar su capacidad para
culminar la empresa. Pero la escasa solidez de lo construido le jugó una mala
pasada y la acequia reventó por varios puntos. Su crédito político quedó seriamente
dañado con el fracaso de aquella magna empresa y su familia no volvería a ocupar
los sillones preeminentes. Oportunamente, su ostracismo vendría propiciado de
rebote por un acontecimiento nacional de influencia decisiva en la pugna por el
poder.
En 1789, como ciudad de voto en Cortes, Fraga recibe el encargo de
nombrar dos “Diputados” que acudan a la jura del Príncipe Fernando, primogénito
de Carlos IV. Los ediles se reúnen el 7 de junio presididos por el alcalde don Matías
Villanova y, por mayoría de votos, eligen a don Senén Corbatón y al joven Medardo
Cabrera, además de obtener dos votos don Antonio Barrafón Fox, que, como los
686
dos anteriores, tampoco es miembro del consistorio. El alcalde no está de acuerdo
con la votación y suspende la elección por entender que se ha elegido contra lo
ordenado por S. M. en anteriores ocasiones. Alega Villanova que, con finalidad
similar, en 1724 se había elegido como Diputado al Marqués de Valdeolmos, a la
sazón en la Corte; y en 1760 a dos individuos de ayuntamiento. Por eso entiende
que ahora deben elegirse también individuos del consistorio y acude al Supremo
Consejo de Castilla para que resuelva el conflicto.
En su escrito, aduce contra don Senén su dedicación a la administración del
tabaco y, por ello, su excepción para el cargo; también le acusa de haber estado
inculpado en causas criminales “por firmar guías para trasladar dinero a la raya de
Francia”, cuando estaba prohibido hacerlo a menos de cuatro leguas de ella (había
estallado allí la revolución); igualmente de haber disparado contra la ventana del
capitán comisionado para perseguir a contrabandistas en Fraga, de haber insultado
al secretario municipal, don Urbano Catalán, y otras causas criminales.
De Medardo Cabrera alega que tiene recién cumplidos los veinticinco años,
que trabaja como labrador por sus manos, “cavando, labrando, regando y
manejando estiércoles” y que sólo sabe leer y escribir. Además, que ha sido elegido
por su parentesco con cuatro de los regidores, quienes debían haberse abstenido y
“dado lugar” en la propuesta.40 Igualmente tiene la excepción el ser fianza de su
suegro, Agustín Sudor, arrendatario del mesón público, por el que ha dejado a
deber 1.363 libras jaquesas al fondo de propios. Y, por último, dominado por la
rabia, exclama que Medardo Cabrera “ha sido penitenciado públicamente por el
ordinario eclesiástico para poder casarse por incestuoso escándalo”.
Pese a las denuncias del alcalde Villanova, finalmente el Consejo de Castilla
acuerda reconocer los poderes de los elegidos Diputados, cuando están ya en
Madrid, dada la premura del tiempo para la Jura del Príncipe. Celebrada la
ceremonia, don Senén Corbatón volverá de la Corte con el título de “Barón de la
Real Jura”, para sí y sus
herederos, libre de todo servicio,41 y el joven Medardo
Cabrera regresará a casa con el flamante título de “Noble de Aragón”.42 Envidioso
de su éxito, el alcalde don Matías pretende trasladarse a la Corte para confirmar los
antiguos privilegios que debieron llevar los Diputados –mal nombrados por los
regidores- para su confirmación como era tradicional en las sucesiones dinásticas.
Pero su petición cae en saco roto y el irónico fiscal de S. M. prohíbe su
desplazamiento porque el viaje “causaría precisamente crecidos gastos por la
calidad de su persona en menoscabo de los caudales comunes”.43
¡Los caudales del común! Con el desaforado crecimiento de los precios, los
caudales comunes llevaban años creciendo sin cesar en Fraga y algunos vecinos se
peleaban por administrarlos, mejorando su “estado”, mientras buena parte del
687
resto se mostraba incapaz de acudir a su propio sustento, en una coyuntura
agrícola adversa. La diferenciación económica se acentuaba mientras los regidores
repartían arroz con judías durante casi dos meses a los numerosos vecinos que
acudían a las puertas de las casas consistoriales. La diferenciación social, -que
peligraba con el paso del tiempo-, se intentaba reforzar por algunos mediante la
riqueza, el matrimonio, las influencias y los títulos. Unos fragatinos intentando
ennoblecerse o probar su infanzonía, mientras otros debían abandonar Fraga en un
proceso de emigración acentuado en la última década del siglo. 44 Enriquecerse, no
pagar al fisco ni al pósito, manejar los propios y ennoblecerse; tal vez tuviera todo
ello una misma finalidad. Para conseguirla, algunos fragatinos en la cima del poder
debían mantener a los demás sometidos y si era posible engañados. Así lo
expresaba por entonces don Senén Corbatón, con motivo de una cuestión de
preeminencia entre la autoridad eclesiástica y el regalismo monárquico. 45
Engañados; sin poder disfrutar de unas rentas de propios que aumentaban
sin cesar desde hacía más de veinte años, desde que la ciudad había liquidado su
eterna deuda censal. Era el momento en que los ingresos municipales rebasaban
los 10.000 pesos fuertes anuales y se habían invertido otros 12.000 en ciento
veinte acciones del Banco Nacional.46 Descontados los gastos ordinarios y
extraordinarios, ‘sobraban’ cada año al cabo del ejercicio económico 6.000 pesos en
dinero y restas, con la posibilidad añadida de recuperar las 23.200 libras invertidas
en la construcción de la acequia. Era comprensible que aquellos caudales sirvieran
de estímulo a algunos individuos en su intento por conseguir los empleos de
república y manejarlos a su antojo desde la junta de propios. Pero precisamente
por ello la pugna por figurar entre sus miembros y obstaculizar la fiscalización de
terceros se acentuaba. Si un padre conseguía la alcaldía para un trienio, su hijo
debía continuar sus funciones en el siguiente, evitando la intromisión de terceros en
el ajuste de cuentas.47
Por ello, y pese a las protestas de un diputado del común, que intuía y
lamentaba lo que podía ocurrir con los nombramientos para el nuevo trienio, la
influencia del capitán general don Félix Oncille a favor de los Cabrera pudo en
aquella ocasión más que el informe de la Audiencia y partía hacia Madrid la
propuesta del joven “Noble de Aragón” don Medardo Cabrera Borrás para ocupar el
sillón central, la vara de mando y la jurisdicción local. No había supuesto excepción
el parentesco de los ediles salientes con los candidatos y el poder continuaría “en
sus respectivas familias”. Ya no se trataba de alternar unos linajes con otros
dejando huecos; ahora, en una situación endogámica sin parangón, se sucedían los
parientes unos a otros; además, el denominador común de la mayoría de los
anteriores cargos y de los candidatos propuestos pasaba por estar emparentados
688
en su mayor parte dentro de un solo linaje: el linaje de los Cabrera. Su poder e
influencia se percibiría con mayor intensidad ahora que en cualquier otro momento
del siglo, cuando una nueva reforma estatal respecto de la “coligación de
parentescos” lo facilitaba.48 Sin embargo, el principio del fin de la limitada
‘autonomía’ municipal se acercaba, precisamente, con el acceso al poder del nuevo
mandamás.49
1792-1795. El último alcalde absolutista: don Medardo Cabrera Borrás.
Don Medardo, -ya alcalde-, solía repetir en público la expresión que había
utilizado don Bautista Mazas al dimitir: aquello de que “el que tiene empleos
públicos se vende las ocupaciones y quehaceres de su casa y sus campos”. Una
expresión desmentida pronto por alguno de sus hechos. A don Medardo, al final de
su mandato, le cuadraría más aquella otra sentencia popular que advertía: “mal
dará el fruto de balde el que compró el árbol por dinero”.
Don Medardo Cabrera Borrás, flamante Noble de Aragón, había demostrado
en ocasiones anteriores su capacidad para encandilar a muchos fragatinos con sus
propuestas en beneficio del común; su talante ilustrado. Desde su sillón central del
consistorio impulsaría la conclusión de alguna de las obras públicas pendientes.
Vería discurrir el agua por la nueva acequia durante uno o dos años, aunque pronto
los conflictos entre los propios regantes y su negativa al pago acordado la dejarían
inutilizada por muchos años. También se adelantaría el muro que había de contener
al Cinca definitivamente, en su lucha con un acantilado urbano inestable, y se
repararía por enésima vez el puente de tablas. Cabrera sabría también plegarse al
poder del ejército remozando el cuartel de caballería que permitía aumentar la
guarnición de la ciudad. Pero su mejor logro del trienio se mostraría en su ilustrada
inquietud por la educación de aquellas muchachas que, -cada vez en mayor
número-, deambulaban por calles y huertas, sin recato, recogiendo estiércoles y
pidiendo limosna. Su proyecto para implantar en Fraga dos escuelas de niñas se
llevaría a cabo después de ser requerido por el síndico procurador, doctor don
Antonio Labrador, y de ser favorablemente informado desde la propia Sociedad
Económica de Amigos del País de Zaragoza.
Todo ello en un momento en que parecía que Fraga iba a perder
progresivamente sus cuantiosas rentas, requeridas por el Estado para subvenir a la
amortización de la deuda por un período de ocho años, aunque finalmente el temor
quedaría sustanciado tan sólo en un diez por ciento de ellas desde 1794. 50
Cumpliendo de modo diligente con el mandato del Rey, la junta de propios había
destinado parte de sus sobrantes a la compra de aquellas 120 acciones del Banco
de San Carlos y ahora las ofrecía en donativo al monarca junto con los posibles
689
intereses. Una junta de propios dirigida por don Medardo, junto a su primo
Junqueras, quienes, por otra parte, no desconocían la depreciación de aquellas
acciones en el mercado.
Mientras tanto, en el contexto de una pésima coyuntura agrícola general, los
frailes capuchinos de Fraga pedían limosna al obispo, para atender “a la olla de los
pobres... que no son pocos”. La repetición de los años estériles, -en Fraga como en
todas partes-, se acentuaba en 1793 con una extremada sequía; la cosecha de
aquel año resultó insuficiente para alimentar a los fragatinos y la prohibición de
sacar trigo a Cataluña se decretaría para los próximos. 51 Como en épocas
anteriores, la preocupación de los regidores por el pan retornaba como una de sus
ocupaciones permanentes. Hasta ese momento alguno de los fragatinos pudientes
había remediado las situaciones críticas con préstamos al común en grano o en
dinero. Entre ellos se contaba el recién reconocido como infanzón don Joaquín
Monfort.52 El pósito de granos, pese a su considerable envergadura, menguaba sin
cesar al tiempo de la siembra y no conseguía recuperar sus existencias en las
siguientes cosechas. Los labradores pedían insistentemente demoras en el pago de
sus créditos y algunos comenzaban a vender parcelas de tierra a carta de gracia.
Muchas familias jornaleras, faltas de trabajo, seguían emigrando de Fraga.
La hambruna exigía un remedio general y el ayuntamiento pidió permiso al
intendente en septiembre de 1793 para la compra de seiscientos cahíces de trigo
con el que abastecer a las panaderías; se adquiriría con el caudal de propios, en
calidad de reintegro. El intendente encomienda la compra en febrero de 1794 a tres
vecinos ajenos al consistorio, pero éste decide que sean algunos regidores quienes
la lleven a efecto.53 Nueva discusión entre unos y otros durante meses para al final
tomar el alcalde una decisión drástica: embargar el trigo de diezmos que se guarda
en Fraga, en los silos de los arrendatarios, al amparo de la prohibición de saca.
Pero una vez embargado, increíblemente, el trigo se almacena durante más
de un año, sin suministrarlo a las amasadoras, en las dependencias del hospital de
pobres donde acaba por pudrirse. Las quejas de sus administradores, -el prior de
San Pedro y el abogado Barrafón-, serán rebatidas por el alcalde Cabrera con el
cese de ambos de su cargo.54 Mientras, el precio de los granos aumenta un 30% en
el mercado local y regional.55 Y en lugar de pagar el trigo embargado a sus
propietarios, el propio alcalde junto con Monfort y el síndico Labrador, se afanan
entonces en operaciones de compraventa de otras partidas de grano a los nuevos
precios, con el dinero que habían sacado del caudal de propios para el abasto al
común. La oscura operación, sin embargo, quedará pronto al descubierto. 56
Don Medardo no contaba en aquel complejo asunto con el poderío de sus
oponentes. Nada menos que José Cortadellas, de la Compañía de Calaf, y Pablo
690
Sagristà y su compañía de Manresa, a través de su apoderado Jaime Jordana, de
Pobla de Segur: dos de las mayores compañías catalanas arrendatarias de diezmos
en Aragón. Las reclamaciones de ambos, primero mediante sus factores en Fraga y
más tarde judicialmente, obligarán al ayuntamiento a pagar; pero Cabrera y
Monfort pretenden hacerlo con vales reales devaluados, con lo que de nuevo se
entabla pleito ante el tribunal regional. Finalmente, el ayuntamiento es condenado
por el Consejo Supremo a pagar la diferencia originada por su depreciación “de los
bienes de los regidores”. Los vales reales habían sido cedidos a la junta de propios,
como préstamo, por el regidor sexto don Joaquín Monfort, quien parece haber
jugado en este asunto un papel poco claro. 57 En realidad Monfort era en aquellas
fechas porcionista del arriendo de diezmos de la Mitra y de la primicia
correspondiente al ayuntamiento, junto con el propio Cortadellas. La contabilidad
de la Compañía de Calaf lo prueba sin lugar a dudas. 58 Desde entonces,
Cortadellas, Jordana y otros comerciantes catalanes extremaron sus precauciones
al extraer hacia Cataluña los granos de Fraga y de los pueblos del priorato de San
Pedro, pese a todas las prohibiciones, “per fugir de la lley que en eix poble se fan”.
Lo cual produciría un doble efecto: la factoría de Cortadellas pondría menores
cantidades de grano a la venta en Fraga y prestaría menos a los labradores, hasta
el extremo de dudar sobre si trasladar su factoría al pueblo vecino de Torrente, 59
mientras otros comerciantes fragatinos aumentarían su actividad en el ámbito local
y comarcal. De hecho, en ese momento, el propio don Joaquín Monfort está siendo
denunciado por los arrendatarios de los dos molinos harineros de Fraga por
acaparar la mayoría de los granos de la comarca, llevarlos a su molino del vecino
lugar de Masalcoreig y vender luego la harina más cara. 60
Algunos regidores estaban jugando demasiado fuerte con el asunto básico
en la época, el abasto del pan, y ni el pueblo ni las autoridades regionales se lo
disimularían. El poder se le había subido pronto a la cabeza a don Medardo. El
enorme escudo de armas que rápidamente se hizo esculpir para la fachada de su
casa en la calle Mayor lo evidenciaba a sus convecinos, que no le iban a perdonar
sus flaquezas. Y mucho menos sus rivales en el poder.
Pese a ello, Cabrera no aflojó la vara. ¡Hasta con el corregidor de Zaragoza
se enfrentará cuando en 1794 éste pretende ejercer su jurisdicción sobre Fraga en
el cobro de la contribución!61 Don Medardo, como otros antes que él, había
solicitado de Madrid pagarla del sobrante de propios “mediante la miseria en que se
hallaban los vecinos”, y no admitía de nadie requerimientos ni amenazas por la
demora en el pago.62
691
Por “el trigo de los vales”, como se conocía ya el fraude de don Medardo, el
alcalde había cesado a los mayordomos del hospital, donde el grano estaba
pudriéndose. A quienes no habían participado en el beneficio les faltó tiempo para
acusarle de “genio impetuoso que no se detiene en considerar los más graves
perjuicios,
ni
en
evitarlos
para
contenerse
y
suspender
sus
acaloradas
providencias”. Se aseguraba en la calle que el resto de regidores habían disimulado
su acción porque “supeditados a su voluntad ciegamente, resuelven cuanto aquel
inventa”. Cabrera por su parte respondía que el alcalde segundo, Leandro Montull
(su pariente y hermano del prior del capítulo) y el doctor don Antonio Barrafón,
-sus acusadores-, tenían relación estrecha con los arrendatarios de diezmos
catalanes, siendo Montull su colector63 y el prior de San Pedro (ex mayordomo ya
del hospital) partícipe en una oscura adquisición y ocultación de armas prohibidas.
(Se está produciendo la guerra contra la Convención francesa).
Don Medardo topaba de este modo con los eclesiásticos, con el pueblo y con
algunos de sus propios compañeros de consistorio. Sólo le faltó que las urgencias
de la guerra contra los franceses le obligaran a aprontar varios jóvenes para el
ejército, con lo que se vio obligado a sortear la quinta correspondiente y buscarse
nuevos enemigos entre los alistados descontentos. 64 Sin advertirlo, sus acciones le
condenarían a ser el último alcalde fragatino de la era absolutista. El Real Acuerdo
le amenazaba con privarle de la vara si no reponía a los mayordomos del hospital
en sus puestos y pronto otro asunto acabaría por inclinar la balanza en su contra.
Esta vez se trataba del reparto de los pastos para los rebaños de ganaderos
fragatinos.
En 1795 varios ganaderos “naturales” se quejan al Real Acuerdo de que don
Medardo “abusa de la autoridad de alcalde”, puesto que ha comprado ganado de
otros pueblos, lo ha traído a Fraga y se ha entendido con los peritos tasadores de
los pastos para que le adjudiquen las hierbas que antes se les asignaban a los
ganaderos recurrentes. Dicen que cuando fueron a discutir el asunto con el propio
alcalde, éste les contestó “que tenían razón, pero que no les valdría”. Añadían que
ellos eran ganaderos viejos, mientras que don Medardo era la primera vez que
pedía hierbas para su rebaño. Solicitaban anular el reparto y ubicar sus ovejas en
los pastos acostumbrados. Exigían condenar al alcalde y a los peritos en las costas
del recurso. Como de costumbre, el Real Acuerdo pide informe al ayuntamiento,
–sin asistencia del alcalde-, y de sus resultas Cabrera acaba sancionado con
exclusión de todo empleo público por cuatro años. 65 Había acumulado excesivos
desafueros.
El efecto de la destitución del alcalde sobre los sujetos de poder en Fraga fue
inmediato; la chispa que acabaría prendiendo una nueva hoguera de la discordia.
692
Con los desaguisados de los últimos años se estaban formando dos partidos
seriamente enfrentados. No se trataba ya como en la primera mitad de siglo de
mantener algunas familias infanzonas o exentas, fieles, en el poder. Tampoco era
rasgo definitorio la preeminencia exclusiva de los infanzones sobre los pecheros,
aunque algunos de éstos últimos buscaran con ahínco su reconocimiento en el
estatus superior. Había infanzones, pocos, en los dos bandos, y plebeyos, algunos
más, también en ambos bandos. Lo que comenzaba a primar como determinante
en la tercera generación de poder del siglo era el protagonismo decidido y audaz,
“ardoroso”, de varios “corifeos”, en busca de un patrimonio cada vez mayor,
derivado de sus múltiples actividades económicas, privadas y públicas. Estaba
primando “el hazimiento” sobre el patrimonio; la capacidad de negociar y adquirir
sobre la de poseer desde inmemorial; el exitoso ciclo vital individual sobre el peso
tradicional de la casa. Una capacidad de enriquecimiento al mismo tiempo
envidiada y admirada por la mayoría. Un encumbramiento económico tanto más
ofensivo a los ojos de muchos, cuanto que la década estaba resultando fatal para
buena parte de los vecinos.
La inhabilitación de Cabrera excitó sobremanera las apetencias de sus
opositores, que inundaron todas las instancias regionales y estatales con recursos,
representaciones,
méritos
y
propuestas.
También
los
regidores
salientes
procuraban oponerse más fuertemente que nunca a sus contrarios. Los oidores de
la Audiencia, el regente, el obispo de Lérida, el fiscal de S.M., el Consejo Supremo,
todas las instancias, abrumadas y cercioradas del odio enquistado entre los
fragatinos poderosos, iban a proponer al Rey Carlos IV una decisión drástica, que
consiguiera aquietar los ánimos, controlar las cuentas, enmendar las injusticias y
sacar a Fraga de su “próxima ruina”.66 Ochenta y cinco años después de su primera
nominación, Fraga se convertía en un corregimiento de la clase “de los de segunda
entrada”, con un corregidor letrado al frente. Había que atar corto a los fragatinos.
Un Real Cédula de 29 de marzo de 1783 había marcado la distinción entre
dos clases de corregidores, -los de capa y espada y los letrados-, y también una
escala con tres categorías para el desarrollo profesional del cargo: entrada, ascenso
y término. En el caso de los letrados, el nuevo tipo de corregidor debía configurar
un cuerpo de elite eficaz y competente de hombres de ley o funcionarios, prototipo
de magistrado ilustrado, fiel devoto de las reformas e iniciativas de los
gobernantes. Además se trataba de hacer apetecible dicho cargo a los profesionales
del derecho, ampliar su duración y retribuciones, dándole a la carrera una
estructura orgánica. La nueva configuración del oficio de corregidor se plasmó en la
Real Cédula de 21 de abril de 1783, basada en los criterios sustentados por
Campomanes. De manera que el hasta entonces agente político del poder dejaba su
693
sitio al funcionario de carrera. Así lo explica Bartolomé García Guillén,67 quien
entiende que los problemas derivados de la pugna por el poder local pueden
considerarse primordiales en la génesis de la posterior imposición de un
corregimiento. Eso, exactamente, era lo que estaba sucediendo en Fraga.
7.2.2 La imposición del corregimiento.
Un corregidor “impedido, corto de vista y más sordo que una campana”.
Años atrás, en el trienio de 1785 a 1787, la defunción de un regidor había
permitido colarse de rondón en el consistorio a Domingo Arquer, un labrador
mejorado con el patrimonio de su ¿madre o madrastra? Josefa Mañes Cambredón.
Por ser ciudad de voto en Cortes y estar éstas convocadas por el Rey, Fraga hubo
de sortear entonces entre sus regidores un candidato, que en otro sorteo posterior
podía ser elegido representante en dichas Cortes por las ciudades de Aragón y
Valencia. La casualidad quiso que Arquer fuera el elegido en ambos sorteos. El
primero de agosto de 1789 salía hacia la Corte como “Diputado y Comisario de
Millones”.68 Permaneció en el puesto durante seis años y aprovechó, como se
acostumbraba, para conseguir del Rey, previo pago, alguna merced por los
servicios prestados a la Corona. En 1791 solicitaba el privilegio de hidalguía para sí
y sus descendientes y el primero de julio de 1795 la plaza de regidor decano de
Fraga durante su vida.69 En 1797 Carlos IV accedía a sus peticiones, con lo que el
nuevo infanzón don Domingo Arquer “de la Torre”, analfabeto que sólo sabía pintar
su nombre según sus enemigos, se convertía en el primer y único regidor vitalicio
en la historia de Fraga.
Mientras tanto, el 6 de febrero de 1796 el Rey había ordenado suprimir los
dos oficios de alcaldes ordinarios y sustituirlos por un corregidor de letras con
salario anual de 11.000 reales de vellón, a satisfacer de las rentas de propios.
Provisionalmente, “para contener los ánimos”, se nombraba el 19 de febrero a don
Antonio Vizmanos como juez letrado interino, hasta el nombramiento definitivo de
don Miguel Serrano Belezar como corregidor por seis años. 70 Junto al corregidor,
volvían al ejercicio del poder don Matías Villanova Doménech y Joaquín Rubio-Sisón
Bages, aunque ahora preteridos por el advenedizo Arquer. Las regidurías cuarta,
quinta y sexta se otorgaban a tres labradores de medianas rentas: José Vilar Jover,
Francisco Ibarz Satorres y Nicolás Mañes. Sorprendentemente, la principal fortuna
del momento, don Vicente Monfort, quedaba de momento fuera del organigrama
municipal, pese a ser propuesto tanto por el ayuntamiento como por la Audiencia.
¿Tal vez era demasiado joven todavía? De hecho, la mayoría de los nuevos
regidores superaban los cincuenta años de edad. El nuevo cabildo parecía un
694
consejo de ancianos, tal vez escarmentados frente a la ardorosa juventud del
destituido y humillado don Medardo Cabrera Borrás.
La decisión Real de crear el corregimiento no sorprendía a los fragatinos más
próximos al poder y para algunos llegaba caída del cielo: don Antonio Barrafón
Pérez había solicitado ya en 1772 de Carlos III un alcalde mayor de letras, y el
ayuntamiento de 1780 en pleno había insistido en ello, proponiendo abiertamente
un corregidor para períodos trienales de gobierno, con agregación a Fraga de los
dieciocho pueblos que formaban entonces la administración del tabaco. Su
argumentación, además de advertir del genio ardoroso de algunos fragatinos,
reconocía el encarecimiento de muchas causas judiciales por tener que consultar los
alcaldes ordinarios con asesores en Zaragoza o en Barbastro. Se añadía que Fraga
era ciudad de mucho tránsito de pasajeros “de distinción”, y que el tener que acudir
los vecinos de la comarca al juzgado de Fraga contribuiría a que trajeran a vender
sus productos en el mercado, con lo que el pueblo estaría mejor abastecido. Era un
pensamiento muy meditado que no se había materializado años atrás por tener
Fraga todavía algunos censales cargados en su contra; pero en este momento sus
sobrantes de propios podían hacer llevadero el salario de un corregidor.
Aquella propuesta de quince años atrás parecía no haber interesado a las
autoridades estatales y varios años de silencio administrativo habían impulsado
más tarde a los curas párrocos a tomar la pluma, viendo dimitido al devoto alcalde
don Bautista Mazas. Advirtieron entonces al Rey, por intercesión de Floridablanca,
de la catastrófica coyuntura que atravesaba la justicia humana y divina en Fraga.
La propuesta de los eclesiásticos había sido consultada y valorada por la autoridad
regional y estatal, para comprobar por un lado si Fraga estaba económicamente en
situación tan favorable como decía, y por otro para averiguar si aceptaban la
propuesta aquellos pueblos comarcanos a los que se pretendía incluir en el
corregimiento.
Aunque la primera premisa, la financiera, fue informada satisfactoriamente
por la Contaduría General de Propios y el mismo Floridablanca propuso enviar ya
entonces un alcalde mayor letrado provisional, el fiscal de S. M. advertía el 23 de
febrero de 1783 que los pueblos comarcanos se resistían formalmente a la
propuesta, creyéndose perjudicados por ella; y que la propia petición del
ayuntamiento en pleno, en realidad parecía “inteligencia de algunos individuos por
sus fines particulares, y contra la opinión del síndico procurador general” (entonces
don Matías Villanova).
El 9 de diciembre de aquel mismo año, en un larguísimo informe, la Real
Audiencia de Aragón exponía a S. M. la escasa población de Fraga, -745 vecinos
“útiles e inútiles entre nobles y plebeyos”-; que los pueblos de la administración del
695
tabaco eran diecinueve en lugar de dieciocho; que ocho de ellos estaban incluidos
en el corregimiento de Zaragoza y los once restantes en el de Barbastro; que en su
mayoría eran pueblos de señorío, en los que no intervenían los corregidores, y que
tanto unos como otros se oponían a la pretensión de Fraga por los perjuicios que
crearía en los pueblos. Que lo mismo había respondido el corregidor de Alcañiz
respecto de los pueblos que Fraga pretendía agregarse de aquel corregimiento; que
los pueblos entendían estar mejor atendidos en sus actuales corregimientos, al
tiempo que resolvían mejor en ellos sus negocios, y que los abastos eran en ellos
más cómodos y abundantes que en Fraga, por ser éste lugar de tránsito. Y aunque
reconocían que “ningún pueblo de Aragón y pocos en España tienen unas rentas de
propios tan abundantes como Fraga”, los títulos que alegaba de fidelidad al Rey
deberían servirle para poder gobernarse por sí misma.
A favor de su creación, consideraba la Audiencia argumento de más peso el
carácter ardoroso de los de Fraga y su desgobierno, como un escollo en el que
tropezaban de continuo, comprobado por la experiencia. Pero tampoco se cumplían
en la petición las condiciones de pedir corregidor todo el ayuntamiento o la mayoría
del pueblo. El relator de la Audiencia advertía que, a su juicio, “el establecimiento
de corregidores no suele producir prácticamente aquellas ventajas que parecía
habían de resultar de su creación, pudiendo recelarse lo mismo para lo sucesivo”.
De hecho, no se veía, en general, que los corregidores mejorasen la realidad de sus
pueblos, sobre los que no los tenían. No parecían mejor atendidos los caminos,
mesones y demás oficinas públicas. Tampoco los plantíos y la observancia de las
leyes sobre la caza y la pesca (funciones encomendadas a los corregidores). Los
bienes del común y los de propios eran defraudados igualmente y no se evitaban
los delitos, escándalos, la ociosidad y la mendicidad.
Sorpresivamente, la Audiencia proponía incluso disminuir el número de tales
cargos por innecesarios. A renglón seguido, -menos sorpresivamente-, proponía
que en su lugar, fueran los ministros de la Audiencia quienes visitaran anualmente
los pueblos para recabar información sobre las obras públicas y recogieran los
agravios y quejas de los vecinos, informando de ello a la Cámara y al Consejo de
Castilla, por un módico sobresueldo, que evitaría muchos gastos a la administración
pública. El 8 de febrero de 1785, más de un año después, el fiscal de S. M.,
lacónicamente, había informado que nada tenía que añadir a lo expuesto por la
Audiencia y el relator.
Tampoco había prosperado el último intento de creación de corregimiento
por parte de los fragatinos en 1788, cuando dimitió el alcalde Joaquín Rubio. No
bastaron entonces los ruegos del doctor don Antonio Barrafón y de don Senén
Corbatón, pese a ser dos personajes muy apreciados en la Corte.71 Tuvieron que
696
pasar ocho años, algunas tropelías más y el concurso del hijo de aquel Barrafón, el
también doctor en derecho don Antonio Barrafón Fox, para que un corregidor
llegase a Fraga en 1796.
Tan pronto se supo la noticia del nombramiento, Barrafón se apresuró a
recibir al nuevo corregidor convenientemente. Preparó a conciencia una de sus
mejores casas, inmediata a la casa consistorial, y pasó a la ciudad de Balaguer con
varios carruajes para efectuar de la forma más cómoda el traslado de la persona
del corregidor y de su equipaje. Barrafón era hombre de mundo, ilustrado como
ningún fragatino; martillo de sus rústicos oponentes, impulsor de la educación
popular, defensor de la regalía y enemigo declarado de la mayoría de los
eclesiásticos del capítulo, incluido su prior (mosén Domingo Montull). También era
un comerciante espabilado y líder de una de las dos facciones en que se hallaba
dividido el pueblo. Reunía todas las calidades apetecibles en la época: infanzonía,
ilustración, fortuna y poder. No tardaría en convertirse en el amigo íntimo del
nuevo corregidor, el Muy Ilustre Sr. don Miguel Serrano Belezar quien, mientras
adecuaba su nuevo aposento, aceptó vivir en la misma casa habitación de Barrafón.
Habían de congeniar ambos necesariamente; Belezar era un hombre con
experiencia en el oficio; ministro del crimen honorario de la Real Audiencia de
Cataluña, concluía su anterior mandato en Balaguer como corregidor y capitán a
guerra de dicha ciudad y su partido; durante su estancia allí había teorizado en
aquel celebrado Discurso político legal sobre la erección de los diputados y
personero del común y puesto en práctica sus conocimientos y actitudes ilustradas.
Durante su mandato se habían ejecutado numerosas obras públicas: encajonado
las acequias, mejorado el convento de las religiosas clarisas, controlado con diques
la violencia del Segre, recompuesto los cuarteles para la tropa, ampliado en nuevas
prensas el molino aceitero…, además de cumplir rigurosamente la Instrucción sobre
los gitanos, que se había empeñado en hacer leer mensualmente en consistorio. Un
bagaje que don Miguel estaba dispuesto a repetir en Fraga tan pronto tomara
posesión del nuevo empleo. Después de jurar su cargo ante el obispo de Lérida,
-autorizado por el Rey ante la dificultad de trasladarse a Madrid-, se posesionó de
su nuevo destino el 28 de septiembre de 1796.
Desde enero de aquel año se habían suspendido en Fraga las resoluciones
de ayuntamiento, con su anterior alcalde sancionado. Se retomaba ahora el curso
de las actividades públicas con una vistosa ceremonia en la que el corregidor
realizaba un corto recorrido desde su casa, precedido de clarineros, maceros y
alguaciles y acompañado de un regidor y un diputado. En las puertas de la casa
consistorial era recibido por otros dos regidores que ascendían la escalinata junto a
él hasta la antesala de la de sesiones. Una vez en ella y frente al sitial central,
697
juraba de nuevo su cargo mediante acatamiento al Rey y a las leyes, en una
juratoria de plata que le presentaba el alcalde saliente. Luego el corregidor tomaba
juramento a los regidores y se daba por iniciado el nuevo período de gobierno.
Cumplido el protocolo inicial, Belezar focalizaba su actuación en varios
frentes. Su experiencia facilitaba el reconocimiento de los puntos flacos de la
ciudad. Dos empinadas cuestas en el camino Real, la primera de las cuales sufrió
en su viaje inicial desde Balaguer y la otra en la ladera opuesta del valle,
constituirían sus primeras impresiones negativas. De ahí surgió su primera petición
a la Intendencia: destinar del caudal de propios lo necesario para adecentarlas. 72
Similar empeño puso respecto de “la pulicia” en otros caminos y en las principales
vías urbanas. Preparó viveros de árboles para su plantación en alamedas junto al
puente y se propuso empedrar de nuevo algunas calles de la ciudad.
La edificación en Fraga era muy desigual, sin ajustarse a normativa u
ordenanza que limitara una libérrima facultad para construir o mantener en ruinas,
edificios, corrales y vagos. El estiércol de las caballerías y los desechos domésticos
atentaban contra la necesaria higiene y frágil salud de los vecinos. Por ello don
Miguel se esforzó en conseguir, por las buenas o mediante el temor a la vara, las
mejoras más urgentes. Naturalmente, mientras adelantó de su bolsillo el caudal
necesario para algunas obras su labor fue ensalzada. Distinta respuesta obtuvo
cuando sus decisiones afectaron directamente los bolsillos de los fragatinos y en
especial de las familias más poderosas. Su tajante orden de devolver “al común” los
patios cedidos a los particulares si no eran construidos de inmediato fue desoída;
dio una semana de plazo para derribar y seis meses para construir, y al cabo de un
año no se había cumplido ni lo uno ni lo otro;73 dispuso derribar los múltiples
cobertizos que cruzaban las calles y tuvo que limitarse a eliminar sólo algunos de
los más ruinosos. El empedrado de las calles, aunque finalmente realizado, se
convirtió en ocasión para que su trabajo comenzase a ser mal interpretado. Su
enfrentamiento con varios vecinos, jaleado por el propio regidor segundo, don
Matías Villanova, sería algún tiempo después una de sus peores cruces en el
calvario que le esperaba.
Éstas y otras obras como la finalización del muro de la carretera junto al
Cinca o el “pontarrón” sobre el alcabón que cruzaba el camino a Torrente,
Mequinenza y Valencia, eran suficientemente necesarias para ser aceptadas aunque
a
regañadientes
por
algunos.74
Otras
obras
habrían
de
crearle
mayores
quebraderos de cabeza en un contexto en el que el Rey exigía para la guerra un
porcentaje cada vez mayor de las rentas de propios, al tiempo que los vecinos
atravesaban su peor coyuntura agrícola.
698
La acequia inutilizada del secano, la remodelación de la iglesia parroquial y
la construcción de nuevas cárceles junto a la casa consistorial, fueron sus mayores
empeños durante el trienio inicial de su mandato.75 Los pueblos de Torrente y
Velilla se negaban a pagar el derecho de alfarda y Velilla entablaba un pleito contra
el ayuntamiento fragatino, que dejaba la nueva acequia abandonada. La autoridad
de Belezar no fue suficiente para resolver el problema cuando más falta hacía el
agua en la partida del Secano. Hubo que recurrir al corregidor de Barbastro para
tranquilizar a los vecinos de los tres pueblos enfrentados. El papel infructuoso del
corregidor local en un asunto tan querido por todas las instancias ilustradas fue
otro de los factores que influirían en su descrédito.76
Cuando Belezar ponía en marcha la anteriormente solicitada escuela de
niñas, su discurso sobre la conveniencia de la educación popular era sin duda bien
recibido por la mayoría.77 Pero cuando respecto del muro de la carretera
denunciaba las maniobras de algunos para lucrarse con la obra, los componentes
de la junta de propios torcían el gesto malhumorados. 78 Cuando el corregidor en
uso de sus atribuciones solicita el restablecimiento de la plaza de celador de
caminos para Fraga,79 los regidores pueden entender que hay que utilizar las rentas
de propios en este menester; pero cuando Belezar propone que la ampliación de la
iglesia de San Pedro se costee por los vecinos a prorrateo según sus posibilidades,
la respuesta no será la que él entiende como natural y lógica. Después de solicitar
permiso al Real Acuerdo para la celebración de un concejo general de todos los
vecinos en la iglesia de San Miguel, el secretario lanza la propuesta. Explica que no
será posible sufragar el coste de las obras con la ayuda de los perceptores de
diezmos, como se preveía en un principio, y solicita de los vecinos su contribución.
Los vecinos acaudalados llevan la voz cantante y convencerán a los demás del pago
sólo si a cambio se les exonera del pago de la contribución Real, para lo que creen
poder hacer valer todavía aquel antiguo privilegio concedido por Felipe V. 80
En tiempos de abundancia, el salario del corregidor suponía una merma
soportable aunque onerosa para las rentas de propios. Pero, ahora, cuando el
sobrante es requerido por el Rey, hay que encontrar soluciones alternativas para
allegar fondos. Es lo que propondrá Belezar en uso de lo que entiende son sus
atribuciones. Si Fraga no puede pagar con holgura su sueldo, el concurso de otros
pueblos de la comarca podría resolver el problema. Para ello es imprescindible
insistir en el viejo intento de definir el conjunto del “partido” y solicitar el reparto
proporcional de sus honorarios entre todos los pueblos que deben formarlo.81
El 27 de noviembre de 1796, el ayuntamiento decide suplicar directamente a
S. M. la asignación de partido para el corregimiento de Fraga. 82 Al año siguiente,
ante el silencio del Rey, nueva petición ante el Consejo de Castilla, para que se
699
agreguen a Fraga aquellos dieciocho pueblos, por estar con ello mejor atendidos los
asuntos de justicia. El ayuntamiento ejemplifica la impotencia del corregidor con un
asunto ciertamente escandaloso. Un asunto que debería alertar a unas autoridades
empeñadas en el fomento de la reforestación. Fraga alega que su corregidor no
puede actuar ante el delito de tala de 3.200 pinos perpetrado por vecinos de los
pueblos confinantes. No cree tener jurisdicción para ello.
Pero hasta dos años después, el 18 de octubre de 1798, no se producirá el
informe del Fiscal, quien insiste en no ver ningún mérito para sacar los pueblos de
los corregimientos en los que se hallan y pasarlos al de Fraga. Al año siguiente
nueva insistencia y nuevo informe negativo. Finalmente, el 2 de abril de 1799 el
Consejo de Castilla desestima definitivamente la petición de Fraga, que quedará
como ciudad sin distrito y cargada con el sueldo total del corregidor. 83 La diferencia
entre su salario y el del resto del consistorio resulta abismal: 11.000 reales de
vellón frente a 564 r. Y 24 mrs. de cada regidor.84 Otro factor que sumar a los
anteriores para que la figura del corregidor, solicitada por algunos, comience a ser
vista como inconveniente por muchos.
Fraga y Belezar debían entender en adelante que tan sólo se había impuesto
la figura del corregidor como alcalde mayor letrado en sustitución de los alcaldes
ordinarios, pero que no tendría un distrito propio, y además seguiría dependiendo
del corregidor de Zaragoza para muchas de las cuestiones planteadas, como
sucedía en otros lugares donde también se habían nombrado corregidores. 85 Estaba
claro; Fraga tenía corregidor como imposición; como castigo. No como posibilidad
de independizarse de la capital ni como premisa para su engrandecimiento. Fraga
carecía de aldeas, y los pueblos y lugares de su entorno llevaban muchos años
adscritos a otros corregimientos o pertenecían a señores temporales, en absoluto
dispuestos a perder su jurisdicción “omnímoda”.
En consecuencia, las expectativas iniciales de Belezar disminuían con el
tiempo. Pronto serían frenadas por sus superiores y cuestionadas por sus
subordinados. Los regidores comenzaron a darse cuenta de que sus resoluciones en
consistorio ya no tenían la fuerza de anteriores cabildos, necesitadas ahora del
refrendo concreto de su corregidor. Don Domingo Arquer, por ejemplo, siendo
como era regidor primero, y habiendo conseguido su sueño de perpetuarse en el
gobierno, veía como sus funciones de repeso en el mercado eran condicionadas y
aún invalidadas por el nuevo ‘alcalde’, y mostraba por ello un absentismo cada vez
más descarado. Cuando el corregidor pretendía fijar por sí sólo los precios de los
comestibles y otros géneros, Arquer se apresuraba a contarlo en público. El
corregidor finalmente lo arrestaba en su domicilio por su indiscreción. 86
700
Otro tanto sucedía con el regidor segundo, don Matías Villanova, cuyo
enfrentamiento con Belezar se haría irreconciliable desde 1799, a propósito del
empedrado de su calle.87 Belezar pretendía ajustarle a don Matías las cuentas “de
muchas cosas que ha arbitrado su poder en los años pasados que ha gobernado, y
especialmente cuando fue alcalde primero, que solas por sí eran bastantes para que
se hubiese suprimido entonces este empleo y creádose el corregimiento, en cuyo
gobierno no se permitirían tan irregulares manejos”.88 Los desembolsos iniciales del
corregidor en bien de las obras públicas comenzaban a trocarse en costas de los
pleitos en que se estaba involucrando el consistorio. 89 El Consejo de Castilla
acababa de ordenar (el 31 de diciembre de 1798) que todas las ciudades
entregasen la quinta parte de sus existencias de trigo y dinero en los pósitos de
granos, para las urgencias del Estado. Belezar se había aprestado a pedir a los
deudores del pósito la devolución de sus préstamos. La mayoría de los labradores
menos pudientes pagaron pronto al recoger la cosecha. Pero precisamente los más
hacendados -don Medardo Cabrera, don Antonio Labrador, don Raimundo Fitzgerald
y otros- se negaban a satisfacer sus deudas. Belezar iniciaba diligencias contra
todos ellos y embargaba sus bienes por el monto de sus créditos. Sería una de sus
acciones más controvertidas entre las familias poderosas. 90
En realidad, a Belezar sólo le sostenía en aquel ayuntamiento su amigo, el
síndico Barrafón. Cuando en 1797 se había producido el conflicto de la acequia
abandonada, Barrafón, -inflamado ante los ediles-, acudía en su ayuda recordando
la Instrucción de Corregidores, “que previene en sus artículos 45 y 48 el medio de
fertilizar los campos con los nuevos regadíos, sacando azequias de los ríos donde
los hubiere”. Y, en un tono más grave, añadía: “En este pueblo se desprecian,
abandonan y olvidan los que se tienen a mano, destruyendo todos los principios y
contraviniendo las sanas máximas que se nos tienen comunicadas”. Acto seguido,
Barrafón pretendía que el asunto de la acequia fuera gestionado por una junta de
regantes, que se encargara de pleitos y alfarda, liberando de este modo al
consistorio de un problema tan engorroso. 91 Otro día, ante el creciente absentismo
de los regidores, Barrafón les echa en cara lo intolerable de su comportamiento
“por el abandono con que se tratan los asuntos de gobierno de este pueblo,
dificultándose su curso por no concurrir a las sesiones sus capitulares, siendo
tantos los negocios que exigen su determinación con premura”. Esta vez, el
corregidor se había visto obligado a convocarlos bajo pena de 100 reales de vellón
a descontar de sus salarios en caso de inasistencia.
La jurisdicción del corregidor toparía pronto con la del capítulo eclesiástico
en los asuntos básicos del pan y del vino. Cuando los regidores de mes revisan las
muelas del molino harinero perteneciente a la Iglesia y las encuentran defectuosas,
701
se entabla un serio contencioso. Belezar no puede permitir la venta de harina de
baja calidad y el capítulo pretende negar al corregidor competencias para
determinarlo. El corregidor no puede entender que los eclesiásticos acudan al Real
Acuerdo, anteponiendo su jurisdicción a la jurisdicción Real, y entiende no poder
prescindir de sostener su autoridad con eficacia. Es un primer enfrentamiento que
tiene su continuación en otro asunto que aviva el fuego de la discordia. Sabemos
que los eclesiásticos disponen de una taberna en el recinto anejo a la propia iglesia
parroquial para atender las necesidades de sus capitulares y las del culto. Pero el
tabernero arrendatario vende también a particulares el vino “forastero” de mejor
calidad que el de las tabernas públicas (cuyo abastecimiento depende en gran
medida del que les suministra Barrafón). Belezar se implicará a fondo en ambos
problemas, frente a la jurisdicción eclesiástica. Su insistencia le costará finalmente
ser visto en Fraga como el amigo de Barrafón, más que a la inversa, sometido a su
voluntad y desacreditado por los propios eclesiásticos. 92
A
partir
de
estos
hechos,
el
carácter del primer corregidor de Fraga
debió
de
agriarse
progresivamente.
Pronto interpondría su autoridad para
que
se
tomasen
las
providencias
necesarias respecto de la malversación
de
caudales
poderosos.
93
perpetrada
Del
mismo
por
algunos
modo
se
empeñó en poner a cada uno en su sitio
respecto de su pretendido estatus social.
Se trataba de que aquellos que suponían
ser
infanzones,
y
que
como
tales
figuraban en los catastros, demostrasen
realmente su infanzonía. De lo contrario,
serían
reubicados
Llano
en
los
dentro
nuevos
del
Estado
libros
de
contribución. El Real Acuerdo atendía en este caso la propuesta del corregidor y
ordenaba que todos los que alegaban ser infanzones presentasen los títulos de su
pretensión.94
Eran demasiados frentes abiertos para que Belezar no se derrumbara o al
menos flaquease. Las quejas de los fragatinos de uno u otro signo se sucedían
tanto en Zaragoza como en la Corte. En respuesta a ellas el corregidor se defendía
dando su versión de lo ocurrido hasta entonces.95 Don Miguel recordaba cómo había
encontrado al pueblo a su llegada y los abusos de algunos “prepotentes”. Faltaban
702
del archivo municipal todas aquellas órdenes Reales que incomodaban a los
“mandones” y de las cuentas públicas se desprendían muchos desfalcos. Aunque
entendía haber subsanado muchas de aquellas deficiencias en los cuatro años de
destino en Fraga, se sentía intranquilo e insatisfecho por la ambición de poder
emergente de nuevo entre los vecinos.
En realidad, lo que estaba ocurriendo trascendía su propia afirmación.
Ambición de poder la habían manifestado desde siempre algunos fragatinos. Eso no
era nuevo en absoluto. Ahora, la ebullición era mucho mayor que en anteriores
ocasiones y presentaba dos facetas a un tiempo similares y contrapuestas. Se
acercaba el tiempo de renovar el consistorio y, buscando alguno de los regidores
ser prorrogado o incluso perpetuado en su puesto, coincidió recibirse la Instrucción
del Consejo de Castilla que pedía informe a las ciudades con voto en Cortes, sobre
la conveniencia de que –en adelante- los regidores hubieran de nombrarse entre los
vecinos con más “arraigo” en las poblaciones.96 Como en aquel ayuntamiento nada
se trataba sin que lo supiera inmediatamente todo el pueblo, tres de los regidores,
-don Matías Villanova, Francisco Ibarz y José Vilar-, hicieron creer a los vecinos que
se trataba de una artimaña del corregidor y que nunca más accederían al gobierno
por pobretones. El revuelo fue de consideración y algunos acudieron a las
autoridades, temerosos de no figurar en la información de sujetos requerida a
Belezar. Las cosas podían cambiar y mucho en el poder local. La hacienda y
patrimonio de cada cual sería el mecanismo prioritario de acceso al poder en
adelante. Y eso no podía ser aceptado fácilmente por quienes lo habían ostentado
hasta entonces por su “honor”, por su “fidelidad” o por los méritos y títulos de sus
antepasados.
Reunido de nuevo el ayuntamiento el 18 de abril, cada regidor, el síndico y
los diputados exponen su opinión al respecto. El decano Arquer dice que, -sin
mayores especificaciones-, se pongan en las listas de candidatos a los hacendados
del pueblo (él es regidor perpetuo). Con matices, el resto de regidores está de
acuerdo en que los candidatos deben tener ‘arraigo’. Es decir, caudales suficientes
para responder en caso de malversación, desfalcos, etc. Pero quien con gran
detenimiento, retórica y justificación histórica pretende apoyar su opinión es el
síndico don Antonio Barrafón Fox, -siempre a tono con las directrices superiores (y
con su propio interés obviamente)-, alertando de lo “perjuiciosa” que es la pobreza
para quienes quieran ejercer los oficios de gobierno; y concreta el arraigo que
considera necesario para los regidores en 20.000 reales de capital catastral: así lo
exigirían las diferentes comisiones encargadas a los regidores proporcionadamente.
Alude Barrafón al pósito y a la junta de propios, -cuyos productos se acercan a los
200.000 reales anuales-, o a la administración del azud y aguas, que cuida el
703
ayuntamiento cuando no está arrendada; también a los abastos arrendables (vino,
aceite, carnes); es decir, todas las funciones de los regidores son suficientemente
comprometidas como para ser atendidas por personas con capacidad económica
suficiente.
Sólo Francisco Ibarz Satorres, -el regidor de menores rentas en ese cabildose niega a firmar la resolución, porque entiende que hacerlo contribuye a impedir
que muchos fragatinos puedan acceder al cargo, al tiempo que se habilita a otros
que no residen en Fraga en ese momento (por ejemplo al Sr. Barber y a don Miguel
Aymerich Alaiz). El acta de 24 de abril refleja el arresto de Ibarz por no querer
firmar el acuerdo de los demás, y el síndico reconoce que el pueblo está “inquieto”
por la cuestión de los cargos públicos.97 Desde entonces y hasta el final del Antiguo
Régimen, la condición de “sujeto de arraigo” será la principal vía de acceso al
poder, concretado cada vez más en el grupo de los mayores contribuyentes. 98
El ayuntamiento “de arraigo” frente a la pretensión de perpetuidad.
El ayuntamiento debía renovar sus cargos en abril de 1799, pero el nuevo
consistorio no tomaría posesión hasta octubre de 1800. Ante las nuevas
circunstancias, los regidores salientes excepto Villanova, se apresuran a pedir se les
haga vitalicios o se les prorrogue el mandato por otro trienio, porque han atendido
al bien público, y quienes podrían sustituirles, o no son solventes o están
emparentados entre sí, y de no ser elegidos ellos habría de elegirse a inhábiles o a
menesterosos. (Villanova no podía figurar en la lista por ser en ese momento
deudor de propios).
El síndico Barrafón en cambio, va por otro camino. Pretende hacerse
perpetuo él mismo y a los candidatos propuestos por el corregidor. La petición de
Barrafón es apoyada por aquel nuevo “don” Domingo Arquer que no sabe leer ni
escribir, y hace las veces de corregidor cuando éste se ausenta de Fraga. Arquer
dice que Barrafón, es “muy letrado” y le ha servido de asesor en muchas causas.
Por ello le recomienda al Consejo de Castilla para que lo mantenga en algún cargo
del consistorio y pueda seguir desempeñando las funciones de asesoría cuando éste
lo precise. Por su parte, el escrito de Barrafón es antológico. Recoge todas sus
medidas como regidor y síndico procurador en beneficio del público: la observancia
de las leyes que ha procurado, el arreglo de pesos, medidas, reposición de abastos
y formación de libros contables; también ha luchado para que se reintegrasen a los
propios y al pósito las deudas contraídas por los vecinos, resistiendo los aumentos
de precios de los abastecedores públicos y estableciendo panaderías. Recuerda la
“sujeción” en que puso al capítulo eclesiástico en su venta incontrolada de vino y el
intento que ha hecho para que las “manos muertas” paguen contribución por los
704
bienes adquiridos después de 1737, con arreglo al Concordato con la Santa Sede.
Ha contribuido a las peticiones del Rey en 1793 y 1798 con sendos soldados
vestidos y arreglados a su costa y en el segundo año entregando 1.000 reales al
Estado. Hasta su sueldo está dispuesto a entregar en beneficio de la Corona. Por
todo ello, y ya que cuenta con una edad de 55 años, pide ser nombrado regidor
vitalicio.
En oposición a Barrafón, el teniente retirado don Raimundo Fitzgerald
advierte que las peticiones a la Audiencia y al propio Rey se están convirtiendo con
los años en “un estilo de proceder”, para sufrimiento de los vecinos sometidos bajo
el yugo del abogado Barrafón, ... “quien, llevado de su genio petulante y con el
poder de sus caudales, no solamente ha ganado y sujetado para sí a su corregidor,
si es también apoderádose de las demás personas del gobierno, como débiles en
espíritu, disciplina y estudio, con sólo el baño de unos buenos labradores, y
tiranizando sin distinción de sujetos y en todos los estados y clases, hasta poner el
pueblo en la más fatal constitución, y por mejor decir muy distinto de cuando los
ciudadanos eran gobernados por sus alcaldes naturales”. Además, don Raimundo
pone en evidencia las excepciones que afectan a algunos de los que se quieren
proponer como perpetuos: don Vicente Monfort, don Francisco Barber y Viñals,
Joaquín Miralles, don Ambrosio Jover y José Satorres, todos ellos emparentados con
Barrafón y, -añade Fitzgerald-, “...como pudientes obligados por los vínculos de la
sangre al actual síndico, caso de verse onrados por V.M., siempre subsistiría el
injusto freno que contra todo vecino tiene en sus manos el actual síndico”.
Por si su anterior informe no fuera suficiente, un mes más tarde, don
Raimundo
intenta
desacreditar
también
al
corregidor
alegando
que
“debe
considerarse inútil para el gobierno porque se halla impedido, nada ágil, corto de
vista con exceso y tan sordo que nada oye”. Todo ello –apostilla Fitzgerald“acrecienta el poder de Barrafón, que se hace absoluto en la administración de
justicia y en el gobierno, por la condescendencia y defectos del corregidor”.
En similar línea advierten al Consejo los regidores don Matías Villanova y
José Vilar, quienes remachan los defectos del corregidor y los abusos que sufren de
Barrafón, lo que les lleva a pedir al Rey les exonere del cargo y acepte su renuncia.
Don Matías, incluso, refería en su escrito las situaciones risibles (de puro sainete)
que se producían en las reuniones de ayuntamiento.99 En realidad son todos los
regidores excepto don Joaquín Rubio (que tiene ya 77 años), quienes, viendo que
ellos no serán reelegidos, ruegan al Consejo rechazar la petición de perpetuidad
que se está preparando para los nuevos candidatos. Para ello alegan las ocasiones
anteriores en las que Felipe V y luego Fernando VI habían negado esta posibilidad,
en beneficio de todas las familias del pueblo. Barrafón, en cambio, alega que en la
705
Real Cédula de 17 de julio de 1717, Felipe V establecía ya en Fraga el corregidor
de letras (aunque luego se amortizó la plaza) y que por tanto S. M. veía que el
sistema trienal perjudicaba el gobierno local. Por eso ahora, volvía a pedir un cargo
vitalicio o la prórroga por un trienio en su puesto de síndico procurador general.
Por su parte, el corregidor también había informado a la Audiencia acerca de
la triple alternativa que, a su juicio, se planteaba: convertir los oficios trienales en
vitalicios o perpetuos; hacer vitalicio sólo al síndico procurador; y si no se daban las
dos primeras, prorrogar al menos al actual consistorio por un trienio más. Belezar
opinaba que Fraga merecía tener oficios perpetuos por ser ciudad de voto en Cortes
y ser conveniente que los diputados que asistieran a ellas fueran regidores.
Opinaba que debía mantenerse el gobierno por “mitad de oficios”, como se decía en
Castilla, siendo los primeros “nobles de sangre hidalgos, e infanzones” y los
segundos “del Estado llano inclusos los exentos”. Entendía que la intervención de
propios debería pasarse del regidor tercero al cuarto, “para que no manejen los
caudales públicos sólo los nobles”. Que en Fraga podían encontrarse suficientes
individuos del Estado Noble por “la propagación en Fraga de tales familias”. Pero no
era partidario que se hiciera todo esto sin más, sin mirar si los individuos
propuestos para estos cargos vitalicios merecían esta condición, pues si no eran
apropiados, el error que se cometiera con ellos se prolongaría para toda su vida.
Respecto de la petición de hacer vitalicio al síndico Barrafón, el corregidor
cree conveniente tenerle a su lado, para ayudarle a deshacer los muchos abusos
que hay en Fraga y por ser Barrafón sujeto instruido. Dice que los gobernantes
locales desde antiguo han introducido disposiciones, usos y costumbres no sólo
desviadas de las directrices Reales, sino aún opuestas a ellas. Por ello propone
prorrogar a Barrafón en su oficio de síndico o nombrarle regidor tercero, con voz y
voto en la junta de propios. Respecto de la prórroga del resto de los regidores por
un trienio más, Belezar lo entiende acertado, aunque él sería partidario de
modificar el sistema de elección, que haría rotatorio, cada dos años, para que los
nuevos elegidos contaran con la experiencia de los antiguos. Sólo se opone a la
prórroga de uno de ellos, el doctor don Matías Villanova, de quien advierte que no
es natural de Fraga, aunque sí vecino, y quien a su juicio ha dificultado más las
acciones conducentes a poner en su sitio al capítulo eclesiástico. Recuerda que
“desde siempre” se han evitado en Fraga las disposiciones Reales respecto del pago
de contribución por las fincas del clero adquiridas después del Concordato, y
Villanova se ha opuesto a que se les hiciera contribuir. También se ha opuesto a
que dejasen de vender vino en su taberna provisional, contra la voluntad del
consistorio. Dice que la actitud de Villanova es la que desde antiguo se observa en
Fraga con el capítulo y que se explica porque: “como todo el gobierno estaba en
706
manos de los naturales de esta ciudad, y estos tenían regularmente hijos,
hermanos o parientes muy próximos en el clero, se sacrificaban a favor de éste y
de sus individuos, que por lo mismo solían mezclarse en la mayor parte de los
asuntos de todas las ventajas comunales, y aun en los derechos Reales”. Y por si
quedaban dudas en su argumentación expone un caso en el que don Matías se ha
comportado con favoritismo para con su familia: se ha negado a firmar el nuevo
libro de reparto de la contribución porque en él se cargan los bienes de una
capellanía que disfruta su tío carnal, el eclesiástico don Melchor Villanova, quien le
gobierna la casa, y “comen y beben juntos, pudiendo en él más la sangre que la
ciega obediencia que debe”.
El informe de la Audiencia confirmaba en parte las sospechas de aquellos
regidores de medianas rentas, que temían regidurías vitalicias para vecinos con
“arraigo”. La autoridad regional sugería hacer vitalicios la mitad de los oficios, -la
correspondiente al Estado de Infanzones y Exentos-, mientras podía iniciarse un
sistema rotatorio anual de dos regidores de la clase de labradores (como en parte
aconsejaba el corregidor). De todas formas, el sistema que entendía como más
adecuado era el de igualar a Fraga con el resto de las ciudades aragonesas,
tuvieran o no voto en Cortes. Finalmente, se aseguraba de que Barrafón, por los
informes que le constaban, no fuera propuesto por el Rey como regidor vitalicio
porque, si lograba su pretensión, muchas familias se verían precisadas “a
desamparar sus hogares y pingües patrimonios por los temores que las infunde su
genio, y la impiedad con que son tratados por su orgullo, con el cual conspira a la
total ruina de sus conciudadanos, profiriendo públicamente las expresiones de
ahorcarlos y prensarlos”.100 Finalmente, el capitán general, al remitir la propuesta
al fiscal de S. M. y los informes de uno y otro signo recibidos de la Audiencia y de
Fraga, recalca que se necesitan sujetos de caudales y con responsabilidad suficiente
al menos en los primeros lugares.
Pese a tantas insistencias, el Rey Carlos IV desatendió las peticiones de
perpetuidad y siguió con la política del Consejo. De manera que el nuevo cabildo
resultaba formado al estilo tradicional, de acuerdo con el antiguo privilegio y
cumpliendo al mismo tiempo la norma de sujetos “con arraigo”. En los tres
primeros puestos, reservados a los nobles, además del nuevo infanzón don
Domingo Arquer de la Torre, -regidor decano vitalicio-, figuraba como regidor
segundo don José Junqueras Alastruey, infanzón hacendado y ganadero, que ya
había sido regidor primero en un trienio anterior, y como regidor tercero, don
Vicente Monfort Badía, también infanzón ya reconocido, comerciante de granos,
sedas y con botiga abierta. En la mitad de oficios correspondiente al Estado Llano
aparecían José Satorres Jover, Francisco Vera Cabrera y Joaquín Miralles Baulas.
707
Don José Junqueras, de 52 años, contaba en ese momento con 352 libras de
renta anual por sus más de cien fanegas de regadío, sus 87 cahíces de tierra de
secano y sus más de 850 cabezas de ganado lanar y de pelo. Don Vicente Monfort,
de 38 años, seguía los pasos de su padre en el comercio de granos y sedas, con
botiga de cerería y confitería, actividades con las que estaba amasando el segundo
mayor patrimonio del momento, compuesto por varias casas, más de cien fanegas
en la huerta y más de cien cahíces de secano, a los que se añadía una cabaña de
650 cabezas de lana y pelo. Don Vicente, además, como prestamista en dinero y
especie, acumulaba a los censales de su padre los suyos propios, con lo que las
rentas anuales de su patrimonio fragatino (tenía otro patrimonio importante en
Torrente) sobrepasaban las 475 libras jaquesas. Don Domingo Arquer, aunque por
su carácter de regidor vitalicio no necesitaba demostrar su arraigo, y aunque
quedaba muy lejos de la capacidad económica de los dos anteriores, también
estaba formándose un patrimonio mediano con más de 150 libras de renta anual.
Los demás regidores, aunque a un nivel inferior a los anteriores, contaban
por sí mismos o por sus parientes más cercanos (sus fianzas) con un patrimonio
considerable: José Satorres Jover figuraba en el cabreo de industrias con una
pequeña renta de 68 libras, pero era el mayoral del ganado de Monfort; Francisco
Vera Cabrera, cuyo hermano mayor era uno de los principales comerciantes, con
240 libras de producto líquido, y lo mismo ocurría con Joaquín Miralles, cuyo padre,
también comerciante y ganadero, no desmerecía de los infanzones, con unos
ingresos catastrales de 350 libras anuales. (Naturalmente las verdaderas rentas de
todos ellos eran mucho mayores que las reflejadas en los libros catastro y cabreros
de industria). Por último, el abogado don Ambrosio Jover Pirla figuraba en los libros
catastro junto con su madre, con el carácter añadido de ganadero, y su renta
alcanzaba las 206 libras. A su condición de hacendado unía la de ser yerno del
comerciante Andrés Isach, primer contribuyente de Fraga durante las últimas
décadas. Don Ambrosio era elegido nuevo síndico en sustitución de Barrafón,
después de haberse librado del sambenito de contrabandista que arteramente le
había colgado don Medardo Cabrera unos años atrás. 101
Los sujetos de poder buscados por los consejeros de Carlos IV en ese
momento eran hacendados con tierras, como siempre; pero su perfil parecía ahora
más ligado que en época anterior a la ganadería y sobre todo al comercio; más
ligado a lo que realmente proporcionaba liquidez y por tanto solvencia o arraigo.
Desde la segunda mitad del siglo, algún comerciante o sus vástagos y parientes
habían conseguido un sillón en el consistorio; pero nunca como en este momento.
Sus actividades mercantiles y el trato al que se dedicaban como ganaderos, en una
708
fase alcista de los precios de todo género, contribuían a darles un considerable peso
económico y, -en consecuencia con la nueva legislación-, político.
*
*
*
Con menores expectativas que en su trienio inicial, el corregidor Belezar se
apresuraba a sujetar las riendas del poder en el nuevo ayuntamiento. Así, proponía
mayor estabilidad en los puestos de servidores públicos. Sugería convertir en
trienal el cargo de depositario de los caudales de propios y nombraba como
tesorero a don Francisco Barber Viñals, nieto del mayor comerciante de Fraga en la
primera mitad del siglo e infanzón como su padre. Suprimía el cargo de síndico
personero, de acuerdo con la antigua Orden del Consejo Supremo que advertía no
deber nombrarse personero donde hubiera síndico procurador. 102 Al mismo tiempo,
delimitaba la consideración social otorgable a los miembros del consistorio,
prohibiendo dar trato preferente a nadie más que a ellos en las funciones públicas.
(Una restricción que había de ofender en lo más profundo a don Medardo Cabrera,
como nuevo “diputado de la granjería yeguar”).103 A su vez, intentaba controlar el
incremento de precios de las labores artesanales y contener las exigencias
salariales con duras penas de cárcel a los contraventores. Desde su puesto de
presidente de la junta de propios, se esforzaba en recuperar el enorme volumen de
deudas que muchos arrendatarios de propios y prestatarios del pósito habían
acumulado desde hacía años: las “restas” de años anteriores ascendían ya a más
de 380.000 reales de vellón de “primeros y segundos contribuyentes”.
Seguramente, Belezar creía renovada la confianza Real en su persona y
correspondía a ella con diligencia. La Real Cámara había impuesto en 1801 (el acta
aparece tachada) a don Domingo Arquer, don Matías Villanova, Francisco Ibarz y
José Vilar, miembros del cabildo anterior, la multa de 100 escudos a cada uno por
faltar a la verdad en su recurso contra el corregidor, al suplicar removerlo de su
empleo “por su cortedad de vista, poca agilidad, suma sordera y otros defectos”.
Pero cansado de tantos problemas, él mismo pedía pronto permutar su puesto con
el alcalde mayor segundo de Zaragoza, don Valentín Hurtado de Bustamante. El
corregidor de Zaragoza, por encargo de la Audiencia, informaba su parecer al Rey.
Aseguraba haber tomado las informaciones más fidedignas y de ellas se desprendía
que Belezar, aunque de una obesidad considerable, que le dificultaba el andar, y
siendo realmente “teniente de oído”, llevaba corrientes los negocios de su juzgado.
Pero entendía también que lo que era bueno para Fraga no lo sería tanto para la
vara segunda de Zaragoza, por el cúmulo de negocios y frecuentes diligencias
personales. Comunicado el expediente al fiscal de S. M., éste sentenció que Belezar
sería más útil en Fraga, con lo que la petición fue finalmente denegada.104
709
Pero Belezar tenía sus días
contados también en Fraga. La
ocasión
se
presentó
a
sus
oponentes, -declarados y ocultos-,
dentro y fuera del consistorio,
cuando se anunció la próxima
estancia de los reyes y su séquito
en Fraga para los días 4 y 5 de
septiembre de 1802, de camino
hacia
Barcelona.
El
paso
del
séquito Real, con todas sus consecuencias, obligaba a Fraga y a la comarca a
realizar dispendios extraordinarios en el peor de los momentos. La miseria de la
mayor parte de los fragatinos, como consecuencia de varios años de cosechas
nefastas, dificultaba en gran medida la obtención de los recursos necesarios para
cumplir con las obras requeridas desde la Intendencia. Se había ordenado
recomponer los caminos de entrada y salida de la población en 700 varas, rehacer
la mayor parte de las arcadas del puente, 105 restaurar el cuartel de caballería a
cargo de los vecinos y, lo que resultaría de mayor controversia, trasladar el alcabón
por el que discurría en algún tramo el camino Real a una nueva ubicación.106
La comisión creada por Belezar para encargarse de los preparativos, -en la
que ponía al frente a su amigo Barrafón-, había de enfrentarse directamente con
los regidores. Los ediles se oponían a que Barrafón los dirigiera, alegando que los
vecinos “se mofarían de ellos” si consentían semejante despropósito. Monfort había
adelantado 20.000 reales para los gastos de estancia de los reyes y naturalmente
exigía un protagonismo acorde con su generosidad. Varios pueblos de la comarca
aportaron también la mayor parte de sus sobrantes de propios y la comisión
finalmente pudo llevar a efecto las obras y mejoras requeridas.
Desconozco los pormenores de la estancia de los reyes en Fraga en aquella
ocasión. Falta del archivo municipal el libro de resoluciones que debió abarcar
desde el año 1802 hasta el de 1806 inclusive. Sí conozco por otras fuentes dos
consecuencias de aquella entrada y estancia Real: Carlos IV concedía a Monfort la
gracia de poner mesón en su casa de la calle de la carretera, (debilitando así el
monopolio municipal vigente hasta entonces) y al mismo tiempo decidía jubilar a
don Miguel Serrano Belezar pocos días después de su paso por Fraga. Los enemigos
del primer corregidor achacaban la decisión regia al ridículo aspecto que ofrecía “la
estatua animada” de Belezar en los actos de la entrada y estancia de SS. MM.
710
Los lamentos del nuevo corregidor don Ignacio Luzán y Zabalo.
Algunos fragatinos debieron aprovechar la breve estancia del séquito Real
para opinar sobre Belezar y sobre la implantación del cargo de corregidor. Y algún
consejero Real debió plantear la cuestión al propio monarca. El caso es que el
mismo día 15 de septiembre, tan sólo diez días después de su estancia en Fraga,
Carlos IV consultaba con el Consejo de Castilla sobre si el establecimiento del
corregimiento de letras había dado los resultados apetecidos o si valía la pena
restituir a la ciudad a su antiguo gobierno. 107 Luego, el Consejo repetía la ronda de
consultas habitual al sustituto del corregidor, a la Audiencia y al fiscal de S. M.
El informe de don Domingo Arquer, -regidor decano y regente la jurisdicción
en ese momento por vacar el puesto de corregidor-, reconocía haber firmado de
buena fe un anterior recurso para volver al antiguo sistema de gobierno. Pero luego
vio que no era bueno volviesen los alcaldes ordinarios porque también volverían los
excesos y “con más furia”, respecto a que ansiaban por empuñar la vara de tales el
doctor don Antonio Labrador Serrano y don Medardo Cabrera, “con otros de su
facción que ya amenazaban para cuando lo fuesen”. Aseguraba que estos hombres
no eran buenos para tal oficio por su petulancia e ideas particulares, malos
pagadores de la contribución, pósitos y otras deudas, y lo concretaba revelando que
Cabrera tenía retenido en el almudí –por sus débitos al fondo de propios- una
porción de trigo embargada por el corregidor jubilado. Refería Arquer el despotismo
de estos hombres y sus parciales y los perjuicios que se seguirían de suprimirse el
corregimiento.
Por su parte la Audiencia informaba de la división de partidos existente, de
las discordias permanentes, de su agitación continua en pleitos civiles y criminales,
aumentado todo ello por ser los empleos trienales y por el deseo de disfrutarlos, en
especial el de alcalde y su jurisdicción. Señalaba también que los curas párrocos no
se atrevían a manifestar su dictamen porque duraba la discordia, y no querían
mezclarse en los pareceres de los partidos opuestos. (En realidad los dos curas
eran recién llegados a Fraga y desconocían de momento la situación en la ciudad).
A la vista de los pleitos que le habían llegado durante el sexenio anterior, entendía
que si no se habían conseguido todos los efectos favorables propuestos con el
establecimiento del corregidor, se habían conseguido muchos y disminuido “la
alteración acalorada” que antes se experimentaba. El 18 de diciembre, el fiscal de
S. M. se conforma con la Audiencia y lo mismo opina el Consejo de Castilla, quien
dictamina el 13 de julio de 1803 la continuación del establecimiento de corregidor,
no sólo por otro sexenio si no hasta tanto las circunstancias hicieran ver su
inutilidad o su necesidad.108
711
Aquel trienio de gobierno debía acabar en octubre de 1803, pero,
sorpresivamente, al cumplirse el plazo, el Consejo de Castilla no renovó los cargos.
Después de haber decidido mantener el sistema rotativo entre las familias con
arraigo, se dejó pasar todo un nuevo trienio, entre 1803 y 1806 sin renovarlos,
pese a que los regidores, a su debido tiempo, advirtieron al gobierno central su
finalización, remitiendo a la Corte la certificación de la sesión en la que se había
acordado efectuarlo. El 24 de febrero de 1806 se diligenciaba en sesión de
ayuntamiento aquella resolución anterior y dos meses más tarde la Real Cámara
iniciaba una nueva ronda de consultas para el trienio 1806-1808. Con la orden,
comenzaba de nuevo el ir y venir de los memoriales a la Corte. 109
Mientras tanto, el 22 de diciembre de 1803 había tomado posesión de su
cargo el nuevo corregidor don Ignacio Luzán y Zabalo, quien acababa de dejar su
puesto de alcalde mayor interino de Jaca. Después de pedir varias prórrogas para
su incorporación con el fin de poder pagar la media annata correspondiente al
título, tomó posesión del nuevo empleo el 26 de febrero de 1804, después de jurar
su cargo ante la Audiencia. Además de su escasez de caudales y una salud
quebrantada, traía certificado el cumplimiento de sus funciones, en particular la de
haber hecho leer mensualmente la consabida Real pragmática sobre los gitanos.
Don Ignacio se percató pronto de la realidad fragatina. Tempranamente sus
reflexiones le impulsaron a informar a la Corte de algunos desatinos que observaba
con impotencia. Se dedicó a recoger toda la información posible sobre el
desgraciado asunto de la acequia del secano, releyendo los múltiples informes
guardados en el archivo municipal, y seguramente hubo de escuchar de los propios
fragatinos las más divergentes versiones respecto del fracasado proyecto. El
corregidor Luzán advertía de la necesidad de poner de nuevo manos a la obra,
máxime en unas circunstancias en las que un enorme contingente de jornaleros
estaba sin trabajo por las malas cosechas, (más de mil entre los tres pueblos de
Fraga, Torrente y Velilla). Entendía que con esta obra podrían ocuparse y
“aquietarse”, consiguiendo un jornal para subsistir. El abandono de aquel gran
proyecto era achacable –en su opinión- a los propios ayuntamientos, a su “conocida
frialdad”; pero responsabilizaba en mayor medida a los propios interesados
regantes,... “que por objetos tal vez parciales... no podían conciliarse con su
verdadera luz del bien e interés que les podía resultar”. Por eso estaba resuelto,
llevado del desinterés y del celo correspondiente al cargo, a intentar reanudar el
riego de aquella acequia. Un empeño que no consiguió.
Desconocía la resistencia de algunos fragatinos poderosos ante las órdenes
que desde siempre decían venerar, acatar y obedecer, pero no cumplir. Pronto
toparía con alguno de los más relevantes: don Miguel Aymerich Alaiz era arrestado
712
en 1805 por el corregidor por no querer efectuar las limpias de la acequia antigua y
además porque, insolentemente, le había amenazado con recurrir a Zaragoza.
Intentando adelantarse, Luzán lamentaba ante la Audiencia que, desde que había
llegado a Fraga hacía unos catorce meses y desde la primera noche que tomó
posesión, experimentó “acciones indecentísimas” y desacatos “con muy poco o
ningún decoro al empleo”.110 Luzán parecía temer el poder de algunos vecinos y la
revuelta de muchos otros. En el caso de Aymerich, la razón de su temor podía
residir en la influencia que éste tenía en Zaragoza, donde había estudiado y donde
se había casado con doña Ana Beyán, sobrina del arcediano de la iglesia
metropolitana.111 Sabía que Aymerich no amenazaba en vano con acudir a la capital
para recurrir sus actuaciones.
Respecto de los “desacatos” que repetidamente producían contra él otros
vecinos, debía referirse a las múltiples ocasiones en que su casa fue apedreada
durante aquellos años al amparo de la noche. Apedrear la casa del corregidor
impunemente no podía ser sino efecto del escaso temor que comenzaba a infundir
el cargo en Fraga. O a que algunos vecinos creyeran ver en él la razón de sus
males.112 Da la sensación de que tanto las peleas entre los vecinos poderosos por
un lado como la miseria de la mayoría por el otro, eran proyectadas sobre la figura
del corregidor. El temor de la máxima autoridad fragatina al posible “desenfreno de
la plebe” era patente. Un temor coincidente al que comenzaba a manifestar alguno
de aquellos comerciantes que estaban enriqueciéndose en medio de una coyuntura
tan adversa: el catalán Cortadellas escribía por aquellas fechas a su administrador
en Fraga recomendando prestar alguna porción de trigo para la siembra porque “la
miseria es general y a tots nos fa molt temor lo desenfreno de la plebe”.113
Desenfreno que había temido el corregidor, por ejemplo, con ocasión de la
nueva quinta para el ejército en 1806. Don Ignacio publicaba un bando llamando a
los mozos a alistarse y al acto del sorteo en la plaza pública, presidido por él mismo
y por los regidores. Amenazaba con castigar severamente a quienes alterasen el
orden por cualquier motivo, en lugar de presentar sus quejas ante los tribunales.
No deseaba se repitiese lo sucedido en la anterior ocasión, (siendo alcalde don
Medardo Cabrera) cuando algunos “hijos de familia” habían conseguido hacer valer
sus excepciones. Don Ignacio temía que se produjesen los mismos “funestos
efectos” en los que prevaleció la fuerza de algunos frente a la autoridad y al
gobierno político. Desenfreno que don Ignacio temía también cuando se resistía a
admitir la confabulación de los comisarios electores de parroquia al tiempo de elegir
un nuevo diputado del común. Era aquella ocasión en que don Medardo Cabrera
salía elegido diputado, siendo veintidós de los veinticuatro comisarios electores
familiares suyos.
713
7.2.3 El poder local durante la guerra de la Independencia.
Los tumultos de la plebe frente a los poderosos.
Al corregidor Luzán le afectaban las consecuencias de una coyuntura agrícola
desastrosa, con “años malos” reiterados cada dos o tres cosechas, y no exageraba
cuando advertía del peligro que para la tranquilidad pública suponían los más de mil
jornaleros sin trabajo en la comarca, a la espera de poner en regadío nuevas tierras
con la acequia del secano. La escasez había originado la carestía, y con ella la
incapacidad de muchos para devolver al pósito el grano tomado en préstamo para
la siembra. Los deudores de propios se acumulaban año tras año en una lista
interminable, arruinando las rentas del común. La ruptura de hostilidades entre
España y su antigua aliada, la Francia de Napoleón, llevaría hasta límites
insoportables la condición miserable de muchos vecinos pobres y menos pobres.
En los últimos años, los ediles eran conscientes de los alborotos que podían
derivarse de semejante crisis de subsistencias, máxime cuando la especulación de
algunos poderosos con el abasto del trigo y la picaresca de otros en su
comercialización, dejaban bien a las claras la escasa voluntad de socorrer a una
población agrícola empobrecida. Junto a ella, los restantes sectores productivos se
resentían también de la crisis, con lo que las actividades artesanales y algunos
comerciantes veían disminuir sensiblemente sus ingresos en los últimos años, y
hasta la nómina de los ocupados en tales menesteres se reducía. La penuria de
muchos fragatinos, agricultores y no agricultores, parece estar en la base de una
conflictividad social creciente, que encontrará su válvula de escape con ocasión del
inicio de las hostilidades contra los franceses en mayo de 1808.
El 19 de marzo de 1808, el rey Carlos IV había abdicado en su hijo
Fernando. Era la consecuencia del motín de Aranjuez que destituía al favorito
Godoy, hasta entonces todopoderoso Príncipe de la Paz. Su política de alianza con
Napoleón había propiciado la presencia de tropas francesas en suelo español, con la
excusa de ocupar Portugal. La supuesta alianza se trocaba en hostilidad una vez
que Carlos IV y Fernando VII cedían en Bayona la corona de España a Bonaparte y
algunos españoles tomaban conciencia del desastre.
El estallido de la guerra, con los sucesos de mayo en la Corte y sus
consecuencias, sería conocido pronto en Fraga. Oficialmente, la primera proclama
patriótica llega a la ciudad el día veintinueve. Se recibe en ayuntamiento la del
Excelentísimo Sr. don Josef Rebolledo de Palafox y Melci. Habían transcurrido tan
sólo tres días desde su aclamación como capitán general de Aragón por el pueblo
zaragozano.114 Se ordena en ella celebrar inmediatamente Cortes el día 6 de junio
en Zaragoza “atendidas las urgentísimas circunstancias en que se ve constituido
este Reyno, en que el Gobierno Superior y el Consejo de la Nación no pueden obrar
714
con libertad”. Dispone que el ayuntamiento nombre a un caballero regidor que
asista a ellas. De acuerdo con la proclama, deben formarse compañías de milicianos
de a cien hombres cada una y, para su organización, se ordena también la
constitución de una “junta de gobierno” local.
El ayuntamiento se apresura a definir dicha junta ese mismo día, quedando
formada por cuatro eclesiásticos miembros del capítulo y cuatro personas del
Estado Noble: don Miguel Aymerich, don Medardo Cabrera, don Vicente Monfort y
don Antonio Junqueras, sin discrepancia en los nombramientos. 115 La junta no
sustituye al consistorio, sólo lo complementa y aparentemente le confiere mayor
autoridad ante los vecinos. No se trata en absoluto de una junta creada a instancia
popular, ni sus componentes son elegidos por los tradicionales comisarios de
parroquia ni por otro medio electivo. Se trata de una junta de notables, nombrada
por el ayuntamiento al uso del país, para atender competencias y urgencias que se
supone excederán a las ordinarias de los regidores. Están representados en ella tan
sólo el estado eclesiástico y la pequeña nobleza local; sus más activos individuos
del momento; los más influyentes.
La siguiente reunión del consistorio será mucho más agitada. En presencia
del corregidor Luzán, el primero de junio es elegido por sorteo el regidor decano,
don Domingo Arquer, para asistir a las sesiones de Cortes en Zaragoza. La decisión
la han tomado los regidores a solas, sin la concurrencia del síndico y los diputados
del común. La protesta de éstos obliga a una nueva votación al día siguiente y,
pese a evidenciarse la mejor capacidad para el puesto del síndico abogado don
Antonio Sudor, los regidores -sujetándose a las normas- se empeñan en mantener
el nombramiento de Arquer, quien parte hacia la capital del Reino.
Paralelamente, las noticias sobre la traición de los franceses a los Pactos de
Familia se suceden en Fraga, donde la indignación se concreta en revuelta popular
a imitación de lo ocurrido en Zaragoza y en otros lugares con anterioridad. 116 Los
ánimos de muchos fragatinos se exaltan con celeridad, inflamados de patriotismo.
Su explosión violenta se traduce en varios hechos de aparente similitud en su
expresión, aunque en realidad de muy diverso significado. El patriotismo opone
claramente españoles a franceses o patriotas frente a traidores; pero esto es sólo la
expresión externa de un malestar más profundo. Muy pronto se exterioriza también
la oposición y el intento de revuelta del pueblo llano frente a los acomodados.
Los dirigentes municipales del momento, aterrados por los acontecimientos
que se suceden vertiginosamente en Fraga durante los dos primeros meses de
guerra, así lo comprenden de inmediato. El inicio del conflicto bélico va a
proporcionar la ocasión para poner de manifiesto odios y rencores, derivados de la
penuria general, frente a la riqueza y el dominio de unos pocos, que dilata la
715
diferenciación económica y social anterior, percibida ahora como profundamente
injusta. El asesinato del notario don Nicolás Catalán, secretario del ayuntamiento y
del pósito de granos, tildado de traidor, será la primera advertencia de los
desmanes que se suceden en fechas inmediatas, con el encarcelamiento y
asesinato de franceses avecindados en Fraga desde hacía años.
La recién creada junta de gobierno, temerosa de nuevos atentados, emite un
bando prohibiendo la reunión en público o en privado de más de tres personas,
(sobre todo si son mujeres); se prohíbe hablar de sedición; se obliga a devolver los
bienes de franceses que algunos vecinos se habían apropiado y luego se emite
nuevo bando, el 29 de junio, en el que se organiza el control de la población
mediante patrullas formadas por vecinos de confianza. Serán los encargados de
controlar su propia calle y barrio, con la potestad de elegir bajo juramento de
confidencialidad a otros vecinos para que les comuniquen cualquier intento
sedicioso. Pero las disposiciones de la junta no serán acatadas de buen grado y
muchos vecinos consideran traidor a su presidente, por la formación de las
patrullas. García Cárcel ha afirmado con rotundidad que la primera misión de las
juntas locales fue el control del terror inicial... Que se intentó recuperar armas,
controlar el orden, aplacar a los trabajadores más pobres y desde luego aprestarse
para la guerra. De manera que –como vemos ocurrió en Fraga- “el deslizamiento
hacia la resistencia anti francesa se convirtió en el aglutinante principal por encima
de la solución de los problemas sociales que inicialmente habían movilizado al
pueblo”.117
Lo que desde el corregidor, los regidores y la junta de gobierno se ve como
“tumultos de la plebe”, desde el Estado Llano se percibe como oportunidad para
exteriorizar su rencor por la miseria en la que malviven. Aquellos procuran manejar
la situación para que, sin escapar a sus manos, les permita pasar el trago sin
sobresaltos ni pérdidas en sus patrimonios. Éstos, en cambio, quieren aprovechar la
guerra para la revuelta. Una pequeña rebelión que, con el banderín del patriotismo,
recuerda mucho anteriores motines de subsistencia y que acaba por costarle la vida
al propio corregidor Luzán. “Hombre pacífico y bondadoso”, según diría de él años
más tarde el cura Obis, no pudo resistir tantos ultrajes dentro y fuera del
ayuntamiento. Después del último desacato, una vez llegado a su casa, le atacó un
vómito de sangre, que, repitiéndose algunas veces, por último acabó con su vida.
A su regreso de Zaragoza, difunto ya el corregidor, el regidor decano Arquer
toma las riendas del consistorio y decide como primera medida la excarcelación de
los vecinos presos por tumultuarios. Se supone que la medida calmará los
exaltados ánimos de quienes ya se atreven a apedrear con nocturnidad su casa y
las de los miembros de la junta de gobierno. Los mismos que amenazan también
716
con asaltar las cárceles y asesinar al resto de los franceses presos en ellas.
Patriotismo exaltado de día y rencor hecho pedrada durante la noche.
Están formándose las dos compañías de voluntarios que acudirán al sitio de
Zaragoza y el ardor guerrero de muchos vecinos proporciona otras pruebas de la
división social en la que Fraga está inmersa. La proclamación del comandante de
las milicias será la chispa que produzca una nueva “emoción”. Los propuestos por
Lérida para el mando no responden a las expectativas de la mayoría de los
alistados y entre los miembros de la propia junta se produce una encendida
disputa. Parece el enfrentamiento entre dos concepciones de la milicia. La fuerza
del paisanaje dirigida por líderes naturales frente a la del ejército jerarquizado. Los
propuestos desde la comandancia en Lérida son todos vástagos de casas “con
arraigo”. El decano Arquer y el síndico Sudor llegan a las manos y el primero
pretende encerrar al segundo en el calabozo. La formación de las primeras milicias
en Fraga es otro ejemplo de la subversión de la jerarquía social establecida hasta
entonces, que se tambalea con el estallido de la guerra. Es otra faceta de la
revuelta popular frente a los “pudientes”. Sin embargo, la gravedad de los
acontecimientos bélicos exige de inmediato tanto el aplazamiento de las disputas
internas como la renuncia al posicionamiento defensivo de las autoridades locales.
Cuando los atemorizados miembros de la junta declinan asistir a las
reuniones en la casa consistorial, los regidores se ven obligados a pedir auxilio al
gobernador de Lérida (Zaragoza está sitiada por los franceses) para que con su
fuerza militar sofoque la revuelta popular. El 5 de agosto le describen por correo lo
sucedido hasta entonces y le ruegan el envío de una columna de soldados que
apacigüe a la población. Entienden necesario también reponer la figura del
corregidor, “un exerciente activo, sabio y prudente que, teniendo a su disposición
una compañía de cien hombres armados, pueda acordar las serias providencias que
exige un negocio de tanta consideración”. Advierten que de no poder contar con un
nuevo corregidor (para el que hay dotación de once mil reales que la junta está
dispuesta a proveer, pese a que apenas hay existencias en el arca de propios) sería
preciso condescender a las exigencias del pueblo, que no confía en la junta actual,
permitiéndole constituir una nueva junta a su antojo. “¡Quán fatal sería esta
situación!” exclama el ayuntamiento. Sería un nuevo ejemplo de aquella “nefasta
democracia” introducida en el gobierno con los diputados del común.
El pueblo quiere participar en las decisiones que sabe urgentes y que
afectarán a sus intereses. Por ello, en sesión extraordinaria, ayuntamiento y junta
deciden constituir una nueva, con mayor entronque popular. Convocan a los priores
y clavarios de todas las cofradías de oficios y procuran convencerles de que
designen a un individuo de cada una de ellas, para que asista a deliberar en la
717
junta los asuntos de que se trate, “en beneficio de la Religión, Rey y Patria”.
Quienes resulten nombrados tendrán iguales competencias que los actuales
miembros. Se trataba de ampliar la anterior junta de forma orgánica, encaminada a
la defensa de los iconos tradicionales, sujetando y encauzando de este modo el
poder incontrolado de los “tumultuarios”.
El gobernador de Lérida acude en socorro del consistorio con el envío de un
destacamento militar y el nombramiento de un nuevo corregidor interino, don
Joaquín Castel. Desde entonces, la situación se calma por un tiempo. El final del
primer sitio de Zaragoza permitía al general Palafox hacer efectivas sus decisiones
de ámbito regional, de manera que su poder y autoridad parecían contener las
expectativas de cambio desde la base. Su “bando general” sobre confiscación de
bienes a los franceses no naturalizados debió frenar las posibilidades “patrióticas”
de protesta civil en los pueblos. Palafox insistía en la prioridad de atender las
urgencias de la guerra en el conjunto de Aragón, antes que la de encerrarse en las
luchas intestinas de los pueblos. Para ello, solicitaba la cooperación de los
pudientes, mediante su aportación económica y la del pueblo mediante su
contribución personal al ejército.118
Restablecidas momentáneamente las instituciones, nuevas órdenes se
sucederán al bando inicial de Palafox, relativas a la necesidad de que los
ayuntamientos y juntas locales mantengan la quietud y sumisión a las leyes. Así lo
exhorta la Orden del Real Acuerdo de fecha 12 de septiembre y la del día 15 del
mismo mes por la que se crea un Tribunal de Seguridad Pública “que conozca y
juzgue los delitos de traición contra la Patria, sublevación contra las autoridades
constituidas, adhesión qualificada al gobierno francés y quantos se dirijan a turbar
”
la tranquilidad pública en las actuales circunstancias .119
Cuando Palafox remite el nombramiento de un nuevo corregidor para Fraga,
el interino saliente pide a los regidores le certifiquen el correcto desempeño de sus
funciones “por haber restablecido la tranquilidad pública”.120 Ese mismo día, 22 de
octubre, tomaba posesión del cargo el nuevo corregidor don Joaquín Fernández
Company, quien venía nombrado por un período de seis años, porque así convenía
según Palafox, “a la justicia, paz y sosiego de esta ciudad”.
Paz y sosiego que no se conseguirían durante aquel invierno. El 4 de enero
de 1809 se celebraba –con sigilo- sesión extraordinaria del cabildo en los aposentos
del corregidor. De nuevo se proponía nombrar cuatro alcaldes de barrio para vigilar
día y noche, de ronda, y sofocar cualquier intento de alterar la tranquilidad pública.
Habían vuelto a repetirse la conmoción y alboroto de meses anteriores, con motivo
de las falsas noticias publicadas respecto de la rendición de Zaragoza. El corregidor
advertía que los alborotos no eran hijos del patriotismo y del celo, sino del abuso
718
de algunos malintencionados, quienes se valían de la ocasión para insultar a los
vecinos honrados y, tal vez, pretendían repetir los excesos cometidos el mes de
junio anterior. Le constaba, de forma confidencial, que por hallarse casi rendida
Zaragoza y en continuo revuelo la ciudad de Lérida, se estaba preparando una
“revolución”, cuyo objeto era saquear a los poderosos, atropellar la justicia (a él) y
a los vecinos acomodados. Los mandatarios locales parecían estar viendo el
espectro de aquellos sans-culottes franceses de quince años atrás; temían “la hidra
de la anarquía”.121 Por ello estaban decididos a poner un pronto y exacto remedio
que evitase, con las precauciones correspondientes, el “rompimiento del pueblo”.
Unánimes, los regidores acordaban establecer una guardia de tranquilidad,
compuesta de los vecinos más honrados y “que tuvieran bienes que perder” en
caso de una revolución. José Satorres Jover, Manuel Bollic, Felipe Vilar y Joaquín
Cabrera Mañes serían los alcaldes de barrio encargados de organizar las rondas. El
corregidor vigilaría la disposición y fabricación de armas por parte del pueblo.
El sometimiento del poder interior a las exigencias de un ‘exterior’ intruso.
Finalmente, la temida revolución no llegó a materializarse por el curso de los
acontecimientos externos. El 21 de febrero de 1809 capitulaba Zaragoza ante las
tropas francesas, después de un prolongado asedio. Desde finales de mes el
marqués de Lazán está en Fraga, donde tiene establecido su cuartel general, y la
tranquilidad en la población es total.122 Cuando las tropas españolas marchan de la
ciudad el día 4 de marzo vuelve la intranquilidad, que se convierte en miedo ante la
proximidad de los franceses. Los regidores se apresuran a quemar y “extraviar”
cuantos documentos comprueban las operaciones de fidelidad y patriotismo “que
tanto distinguían a los españoles y ofendían a aquel” (al francés), para evitar sus
rigores.123 Una vez aligerado el archivo municipal, la mayoría de los ediles huyen de
Fraga, siguiendo los pasos del propio corregidor, que se lleva consigo los escasos
dineros del arca de propios.
La primera entrada de los franceses en Fraga representaría el principio de un
desorden progresivo en aquel equilibrio inestable. El día 8 de marzo de 1809, a la
llegada de 11.000 franceses comandados por el Mariscal Duque de Treviso, quedan
sólo como componentes del consistorio don Francisco Portolés, regidor, el diputado
del común Dr. Guillermo Foradada y el síndico don Antonio Sudor. 124 Los fragatinos
se enfurecen, sospechando que el corregidor conocía con anterioridad la llegada de
las tropas, pese a lo cual no se habían previsto las raciones necesarias. La ciudad
es saqueada por los soldados, que arrasan cuanto encuentran en las casas de los
huidos. Pero el alboroto no se limita a sus estragos; algunos vecinos aprovechan
para saquear, también ellos, las de algunos “emigrados”. Cinco días después, el
719
acta de la sesión de ayuntamiento recoge el juramento de fidelidad a José I que se
ven obligados a realizar los tres ediles y los eclesiásticos en una ceremonia solemne
en la iglesia parroquial. Cuando los franceses abandonaron la ciudad al cabo de dos
meses, alguien barró el acta que certificaba aquella ceremonia ante el temor de
posibles represalias del ejército español que la ocupó a continuación.
Hasta la primera entrada de los franceses, el consistorio había aceptado las
directrices iniciales del corregidor Fernández Company. Tras su huida, la situación
cambiará radicalmente. Reincorporados los miembros del consistorio con la
proximidad de las tropas españolas, intentan resistir la orden del marqués de
Lazán, quien desde Tortosa les ordena restituir al corregidor en su puesto. El
ayuntamiento advierte al marqués del peligro de una nueva conmoción en el pueblo
y por ello no lo repone. Don Luis Palafox replica que ha enviado a Fraga a un sujeto
de su confianza, que no observa ningún peligro de conmoción popular y, por tanto,
no puede permitir “que tal vez por fines particulares de algunas personas se
extinga una jurisdicción establecida por el Rey y se deponga de ella a quien la
ocupa, sin justa causa ni legítima autoridad”. Una semana más tarde el corregidor
vuelve a estar en Fraga, dispuesto a afrontar y controlar la situación.
El 19 de agosto preside una tensa sesión desde su sitial. En un encendido
discurso reivindica su actuación ante los regidores, a quienes acusa de haberle
calumniado, haciendo creer al pueblo su intención de apropiarse del dinero público
y del producto del trigo de particulares a él confiado. Ahora, ajustadas las cuentas
con su salario, todavía le deben dinero. Les recrimina la petición de supresión del
corregimiento, cuando más falta hace en Fraga. Les alecciona sobre la conveniencia
de una autoridad fuerte, que frene todo tipo de excesos y pueda juzgar posibles
litigios con capacidad suficiente. En realidad, insinúa también que las autoridades
españolas necesitan de su contribución y que por ello le respaldan totalmente. Será
él, mejor que los regidores, quien consiga de los vecinos los extraordinarios
esfuerzos que exija la contienda. Será él quien mejor someta su rebeldía. Pero será
él también quien mejor explique al ‘exterior’ las dificultades para atender algunas
de sus exigencias contributivas. Les conviene ir todos a una.
Pero, por si acaso dudan de su autoridad, Company consigue que un tribunal
militar español juzgue las actuaciones del ayuntamiento en su ausencia. Arquer
había regresado de Zaragoza a Fraga durante la “emigración” del corregidor y de la
mayoría de los regidores. Sus decisiones como juez durante la primera estancia de
los franceses y sus desobediencias al corregidor a su regreso, eran interpretadas
ahora como sospechosas de colaboración con el enemigo. El 5 de octubre de 1809
se interrumpían las actas de ayuntamiento. Alguien cosió más tarde, junto al acta
de ese día, la sentencia contra don Domingo Arquer de la Torre, fechada en Morella
720
a 13 de febrero de 1810. El corregidor conseguía que los responsables del
momento fueran condenados por desobedecer sus órdenes y en particular Antonio
Lafuente, don Francisco Portolés, don Antonio Sudor, don Guillermo Foradada y don
Medardo Cabrera. La condena más severa era la de Arquer, a quien se confinaba
por un año al castillo de Mequinenza y, además, se le inhabilitaba a perpetuidad
para ejercer la jurisdicción, aunque se le mantenía en el cargo de regidor por ser
una gracia concedida por S. M. Se le amenazaba también con ser más rigurosos si
volvía a desobedecer las órdenes de su superior, y se daba acción ante los
tribunales a los particulares perjudicados por sus exacciones y multas. Al resto de
los condenados se les recordaba la sumisión debida al corregidor y se les advertía
que, si no veían su figura como necesaria, lo propusiesen al Rey sin innovar nada
por su cuenta. La sentencia contra Arquer podía ser correcta respecto a la falta de
sumisión al corregidor, pero no parecía serlo respecto de sus actuaciones entre los
franceses. Lo atribuible a Arquer era, en realidad, su resistencia al ‘exterior’, como
siempre. Además, su oposición a las disposiciones y exigencias externas se había
hecho efectiva después de recabar la opinión de los veintinueve mayores
hacendados y de los eclesiásticos del capítulo. Todos eran cómplices. 125
Similar temor a los franceses experimentarían los regidores durante su
segunda ocupación de Fraga. Desde el 7 de octubre de 1809, una nueva guarnición
francesa se instalaba al otro lado del río, junto al puente, construyendo a su
cabecera un fuerte para su protección y control. Su estancia se prolongó esta vez
por cinco largos meses, hasta el 24 de febrero de 1810, cuando el ejército francés
se lanzó al asedio de Lérida.126 Se había iniciado una guerra de desgaste, con
ocupación de las plazas principales del territorio y con el establecimiento de
contingentes en los puntos neurálgicos de las comunicaciones. El propósito de los
generales del ejército de Suchet era el de unir las tropas que operaban en el valle
del Ebro con las de Cataluña, lo que se consiguió con la ocupación de Zaragoza y
Lérida. Fraga quedaba en medio, en situación de franca opresión, con nuevo
saqueo inicial y extorsiones posteriores de todo tipo durante un larguísimo invierno.
Quince días después de la marcha de los franceses se presentaba en Fraga
el 10 de marzo de 1810 don Francisco Aymerich, teniente coronel del Tercer
Batallón de Fernando VII, con una partida de tropa para incendiar el puente de
tablas y dificultar de este modo las comunicaciones del enemigo.
Arrestado el regidor decano Arquer por el ejército español y huido de nuevo
el corregidor, durante aquella primavera ejerció la jurisdicción el regidor segundo
José Reales.127 La sesión del 30 de marzo de 1810 ilustra las penurias sufridas bajo
el yugo francés. Los regidores se responsabilizan unos a otros de la falta de dinero
para la composición de las barcas que deben cruzar el río junto al puente quemado.
721
Salen a relucir las multas que Reales cobró de varios vecinos por su desobediencia
y que utilizó “para proveer las mesas de los generales franceses aposentados en
Fraga y surtirlos de tabaco”. Es la resaca del miedo sufrido bajo la amenaza de las
bayonetas y que escasamente contará con dos meses para expresarse libremente.
Cuando los franceses entran por tercera vez en Fraga el 21 de mayo de
1810, será para quedarse durante casi tres años. Precedía a su llegada una orden
terminante de Suchet confiscando los bienes de los principales hacendados. Su
decreto de 7 de mayo establecía una “junta de emigrados” con los nombres de los
fragatinos huidos el año anterior. De ellos, diecinueve miembros del capítulo
eclesiástico y treinta y cuatro vecinos laicos, junto al corregidor Fernández
Company. Suchet les obligaba a costear la reconstrucción del puente sobre el Cinca
y comisionaba a uno de ellos, don Medardo Cabrera, para hacerse cargo de la
dirección de los trabajos. La actuación de Cabrera en este ámbito sería uno de los
conflictos subyacentes entre vecinos poderosos durante la guerra e incluso después
de su conclusión.
Fraga bajo el poder de José I. La municipalidad al estilo francés.
El mismo día de su llegada, los franceses proceden a la sustitución del
ayuntamiento, “por finalizar el tiempo para el que han sido nombrados” sus
componentes. Desde el cuartel general de Fraga, con la aprobación de Suchet, el
general Musnier nombra corregidor a don Vicente Bamala, natural de Barbastro y
adicto al nuevo régimen, quien ejercerá el cargo hasta el 23 de febrero de 1811,
cuando es designado alcalde mayor de Alcañiz. Junto a él, ocupan los sitiales seis
regidores, el síndico procurador y dos diputados. De momento, se mantenía sin
cambios el organigrama de poder tradicional.
De inmediato, don Vicente Bamala ordena a los considerados “emigrados”
certificar sus bienes y rentas con el fin de confiscarles lo necesario para la
reconstrucción del puente. Presentan su declaración dieciocho eclesiásticos y
veintiocho vecinos laicos.128 Junto a esta “contribución extraordinaria”, proporcional
al patrimonio de los huidos, se imponen a todo el vecindario otros impuestos sobre
el consumo, además de reclamar los tributos ordinarios a los que Fraga se halla
sujeta. Y, a continuación, -en aplicación de su ideología revolucionaria-, los
franceses nacionalizan los bienes de los tres conventos de regulares y requisan el
diezmo correspondiente a la sede vacante del obispado. Una acción que pronto
imitarían los españoles en Cádiz, respecto de los “religiosos holgazanes”.
La reforma del poder local sería su siguiente imposición. El 18 de diciembre
de 1810, el ahora gobernador general de Aragón, Suchet, ordenaba “arreglar” el
722
gobierno civil de los pueblos comarcanos y la administración de justicia, de manera
que quedaran separadas las funciones de gobierno, de las económicas y de policía,
y de las de justicia, servidas respectivamente por un corregidor, los regidores y un
alcalde mayor, bajo las órdenes y supervisión del intendente y de la Audiencia. 129 El
decreto de Suchet permitía además la creación en las cabezas de distrito de una
junta municipal o “municipalidad” consultiva. Para acatarlo, se producía el 12 de
enero de 1811 una reunión extraordinaria de vecinos, que debía regular su
elección. Los representantes del municipio en dicha junta iban a ser elegidos por y
entre los mayores contribuyentes, con el requisito de su aprobación final por las
autoridades francesas. Habían sido convocados para ello diecinueve vecinos como
“sujetos de los pudientes y propietarios” 130 y, con el fin de conseguir su
colaboración activa, Suchet les conmutaba la pena de confiscación de bienes por
una multa conjunta de 100.000 reales de vellón, a prorratear proporcionalmente
según los haberes de cada cual.131
Muchos de los ahora convocados figuraban incluidos en aquella primera lista
de emigrados sancionados. Suchet pretendía con ello contemporizar y ganar
adeptos. De la junta extraordinaria salían elegidos componentes de la nueva
municipalidad los siguientes: como presidente don Antonio Barrafón Fox; como
vocales don Vicente Monfort, don Guillermo Foradada, Joaquín Cabrera Mañes,
Miguel Jorro, Antonio Pomar Roca, Manuel Bollich y Antonio Lafuente. Muy pronto,
por defunción de don Antonio Barrafón, ocuparía la presidencia Monfort.
El nuevo organigrama de poder respondía a la reestructuración que los
franceses estaban llevando a cabo en el Reino. Por decreto de José I, de 18 de abril
de 1810 se habían creado 38 prefecturas para todo el territorio nacional, siendo el
prefecto cargo sustituto del anterior intendente. Las prefecturas se dividían en
“partidos”, cada uno de los cuales podía subdividirse en “distritos”. Se agruparían
en cada distrito los pueblos más próximos, con un total mínimo de quinientos
vecinos. Una vez determinados ambos, se situaba un corregidor principal en la
cabeza de partido y uno subordinado en cada distrito, con dos regidores en cada
pueblo con suficiente población. Además, en cada distrito se nombraba una junta
municipal anual, de carácter consultivo, para cuidar los intereses del común e
inspeccionar las cuentas de quienes manejasen caudales públicos y repartiesen las
contribuciones.132
En el decreto de 18 de diciembre de 1810 se había considerado a Fraga
cabeza de distrito y por la instrucción de 29 de febrero de 1811 se le agregaban un
conjunto de pueblos y aldeas hasta superar la cifra mínima de 500 vecinos. 133
Consecuentes con esta organización, los vocales de la municipalidad se habían
reunido para hacer la propuesta de corregidor de distrito y de los dos regidores
723
correspondientes a Fraga. El presidente Barrafón –nemine discrepante- propuso
para corregidor la terna de don José Rubio-Sisón Viñals y don Ramón Portolés; para
regidor primero la terna de Lorenzo Foradada y Raimundo De Dios, y para regidor
segundo la de Felipe Vilar y Agustín Galicia.
El 23 de marzo Suchet nombra corregidor de Fraga a don José Rubio-Sisón
Viñals por los servicios prestados y “celo acreditado al gobierno”. Como depositario
de propios nombra a Miguel Jorro y como peritos tasadores de los bienes
nacionalizados a don Medardo Cabrera y a Francisco Ibarz. Días más tarde, el
corregidor Rubio sugiere al administrador general de Bienes Nacionales y al
intendente hacer de Fraga cabeza de partido por comprender su distrito la villa de
Mequinenza y otros pueblos distantes de la capital, y se propone a sí mismo para
continuar como administrador de Bienes Nacionales del distrito, con el mismo
sueldo de 6.000 reales que disfruta como corregidor. El poder de Rubio pretende
traspasar el ámbito local y proyectarse sobre la comarca, acumulando su gestión
desamortizadora a su creciente poder político. Al mismo tiempo, la municipalidad
advierte pronto su posición subordinada al corregidor.
Inmediatamente se produce un enfrentamiento entre el corregidor Rubio y la
municipalidad presidida por Monfort, a la muerte de Barrafón. Como no podía ser
de otro modo se trata de un conflicto de competencias. Rubio y Monfort son los
líderes de las facciones enfrentadas en Fraga. A propósito de una orden sobre la
necesidad de limpiar la acequia, el corregidor rompe el bando que había hecho
publicar la junta, porque entiende que los bandos son sólo de su competencia. La
municipalidad en cambio, entiende que es de su inspección dirigir y cuidar todos los
asuntos que en el anterior gobierno estaban reservados a la junta de propios y
administrar todos los intereses del pueblo como única encargada de semejante
objeto, de acuerdo con la instrucción subsiguiente al decreto de Suchet.
La municipalidad sugiere al corregidor Rubio que se dedique a recaudar de
los vecinos lo que deben de contribuciones a los franceses. (De este modo será
Rubio y no Monfort quien se haga odioso al pueblo). Rubio devuelve airado el oficio
y les ordena recoger las contribuciones en especie, advirtiéndoles que mientras no
lo hagan, permanecerán arrestados en la sala de juntas. Los municipales no se
consideran sujetos a su autoridad y jurisdicción para semejantes mandatos, pero se
resignan a acatarlos, “por no sufrir su violencia”. Obedecen, pero al mismo tiempo
acuerdan poner el hecho en conocimiento de las autoridades, dispuestos a declarar
ante ellas lo que convenga.
Al mes siguiente, nueva pugna entre corregidor y munícipes. Suchet había
ordenado en su decreto que las municipalidades se incorporasen los bienes
nacionalizados y los derechos que por aquella orden se les conferían. El corregidor
724
Rubio les recuerda repetidamente su obligación de acatar y cumplir el decreto, sin
resultado. No quieren hacerse responsables de las consecuencias. Nadie se atreve
en Fraga a arrendar las tierras confiscadas a los religiosos.
Tercer conflicto de competencias: en uso de sus funciones de inspección, la
municipalidad presidida por Monfort pretende controlar el funcionamiento y cuentas
de la factoría instalada en Fraga para el abasto de las tropas francesas, concedida
al vecino Isidro Martí, pariente del corregidor Rubio. Otro motivo de enfrentamiento
que se prolongará durante el dominio de los franceses y explotará una vez finadas
las hostilidades.134
Algunas de las acciones de Rubio serán desautorizadas pronto desde
Zaragoza. La concesión de terrenos próximos a la población para la “construcción”
de huertos a algunos de sus allegados, ponen en tela de juicio su objetividad y
desinterés. De forma que, al tiempo de tener que renovarse la municipalidad, en
septiembre de 1811, las autoridades francesas piden a los miembros salientes un
informe confidencial sobre el corregidor del partido. Su presidente Monfort y otros
miembros (Cabrera, Lafuente y Pomar) redactan un informe que cabe suponer
negativo, mientras el doctor don Guillermo Foradada se opone al mismo. Foradada,
primo hermano de Rubio, “para quien trabaja como escribiente por seis reales
diarios”, quiere, junto con Jorro, que se haga nuevo informe. El firmado por éstos
dos últimos afirma de Rubio un comportamiento digno de alabar, “qual exigen las
circunstancias de un corregidor no menos celoso por el servicio de la nación que
amante de su patria, a quien, lejos de proporcionarle perjuicios, le ha procurado
todo beneficio, sin que haya dispuesto de fondos ni fincas algunas públicas”.
Ninguno de los informes conseguía frenar las rivalidades entre los ediles, a
la espera de una nueva confrontación de fuerzas. Aquellos días, Monfort y Rubio
utilizaban sus respectivas influencias en Zaragoza para continuar en sus puestos,
mientras se añadían a una nueva municipalidad don Medardo Cabrera, Lorenzo
Foradada (íntimos de Monfort) y otros dos vocales, vecinos de otros pueblos del
distrito, en sustitución de don Guillermo Foradada y Miguel Jorro, que pagaban los
platos rotos por su informe favorable a Rubio.
En realidad, unos y otros se arrimaron “al francés” en cuanto vieron
duradero su gobierno. La correlación de fuerzas en la junta parecía decantarse del
lado de Monfort y de su allegado Cabrera, pero Rubio contrarrestaba pronto el
poder creciente de sus oponentes. El 3 de noviembre de 1811 exhibía una orden del
comisionado del “Gobierno de la Orilla Izquierda del Ebro” desautorizando las
acciones llevadas a cabo por la nueva municipalidad, “que carece de poder
ejecutivo y de nombramiento oficial”, al tiempo que el corregidor debía ceñirse a
sus atribuciones específicas sin hacer nombramientos que no le correspondían.
725
Había nombrado depositario de propios a don Guillermo Foradada (su sirviente) y
como recaudador de impuestos a Miguel Rozas. En cualquier caso, la consolidación
de Rubio en el poder quedaba pronto en suspenso al ser tachado de afrancesado
por las tropas españolas que durante algunos días del mes de enero de 1812
entraban en Fraga, ocupando el vacío dejado por la División francesa del general
Saveroli.135
Tras su efímero paso, los franceses insisten en su sistema de gobierno local,
pero nada será ya igual: los miembros de la tercera y cuarta municipalidad, -que
abarcan desde el 8 de febrero de 1812 hasta fines de septiembre de 1813-,
evidencian que los mayores propietarios se desentienden del gobierno local para
dedicarse a sus intereses particulares. Quienes son elegidos como vocales por
Fraga se cuentan en el grupo de los labradores medianos, sin autoridad suficiente
para controlar las acciones de los poderosos. El propio corregidor local, Pablo
Teixidó, es un labrador que al concluir la guerra se reconoce a sí mismo como “de
talento corto y limitado, sin tener disposición natural para el foro, cuya sencillez
apenas le habilita para el manejo de su casa”.136
Tan sólo el presidente de la
tercera municipalidad, el abogado don Antonio Sudor Sansón, es de familia
acomodada, auto titulado caballero, aunque sin el reconocimiento público de serlo.
De todos modos, las deliberaciones y decisiones de estos dos consistorios sólo
pueden conocerse de forma indirecta, puesto que los libros de actas se suspenden
en marzo de 1812 y no se reanudan hasta octubre de 1813.
En el ínterin, las actividades de los fragatinos “pudientes” discurren en el
ámbito de la actividad privada, recuperada con la generalización del gobierno
intruso en el territorio. Los numerosos pleitos entablados entre aquellos vecinos
poderosos al finalizar la guerra, como consecuencia de dichas actividades, junto con
el análisis de sus patrimonios antes, durante y después de la contienda, permiten
comprobar que para algunos de ellos el período no fue tan nefasto como para la
inmensa mayoría de los fragatinos. Los Martí (padre e hijo) los Barber y los Rubio,
Miguel Jorro y el propio don Vicente Monfort son los más claros ejemplos, como he
demostrado en otra ocasión.137 Su dedicación al comercio regional, para el que
Monfort, por ejemplo, había conseguido privilegio exclusivo en Aragón del mariscal
Suchet, o como provisores de los suministros y raciones a las tropas en el caso de
los Martí, o mediante la administración de los arriendos de propios controlados por
Miguel Jorro, parecen haberles proporcionado considerables beneficios. Su escalada
hasta la cumbre de los mayores contribuyentes así lo atestigua en todos los casos.
726
La adhesión a la Constitución de Cádiz. Nueva pugna por el poder.
La tropa francesa de guarnición abandona finalmente Fraga el 20 de
septiembre de 1813. Un año más tarde se conmemoraría el hecho en la iglesia
parroquial con el canto de un Te Deum en acción de gracias por su liberación. 138
Tan sólo diez días después de la retirada francesa, tropas españolas entran en la
ciudad, donde parece haberse producido ya la adhesión a la Constitución de Cádiz y
la formación de un nuevo consistorio de acuerdo con sus preceptos. Es lo que se
desprende del libro de resoluciones de ayuntamiento. Sin fecha, pero con
anterioridad a ese día reaparecen las actas, en una sesión sin encabezamiento, que
firman al final Medardo Cabrera, Antonio Junqueras (ambos sin el honorífico “don”,
que ahora evitan usar), Felipe Vilar, Gaspar Galicia, Joaquín Lapeña y Miguel
Aymerich (también sin “don”). Inmediatamente después se recoge el acta de la
sesión de primero de octubre, en la que firman la mayoría de los anteriores y
además Mariano Tomás y un tal Visa. En ella, el nuevo secretario interino José
Galicia Catalán, comenta la orden recibida del ejército español recién llegado para
que entreguen al ayudante mayor, don Pedro Alcántara Jover, los títulos de oficios
públicos que concedió “el gobierno intruso”, y encarga de su exacto cumplimiento al
síndico procurador general. Se comenta que algunos de los anteriores munícipes lo
han entregado ya; otros, como don José Rubio-Sisón Viñals, dicen que no lo tienen,
y el joven don Domingo María Barrafón está ausente de Fraga -según manifiestan
en su casa-, y se ha llevado consigo el nombramiento de su difunto padre.
Cuatro días después acuerdan remitir al nuevo “jefe político” los testimonios
de haber publicado la Constitución, su juramento y la formación del ayuntamiento
constitucional. Intentan demostrar que, tan pronto han podido, se han adherido a la
ideología emergente en Cádiz. Pero cuando los mayores hacendados creen poder
gobernar la población como tantas veces han deseado, al margen del control
exterior, el día cinco de noviembre don Salvador del Campillo, jefe político de
Aragón, nombra en calidad de “juez de primera instancia” a don José Matías
Cabrera y Purroy, abogado de Tamarite de Litera, quien toma posesión de su cargo
ese mismo día.139 De inmediato, comunica al consistorio la orden de reponer en sus
puestos a los componentes del ayuntamiento de 1808 (lo que no se llevará a efecto
de momento) y declara nulo el compuesto por los actuales miembros.
Además, la autoridad regional comisiona al segundo mayor hacendado y
administrador de correos, don Joaquín Isach Villanova, para organizar de nuevo el
acto de proclamación de la Constitución. Se efectuará el seis de noviembre en la
plaza Mayor, con asistencia de las autoridades políticas, militares y eclesiásticas y
se invitará a asistir al pueblo. El día siguiente será festivo, los vecinos se
727
abstendrán de los trabajos “serviles” y podrán asistir a la jura de la Carta Magna en
la iglesia parroquial. Después vendrán la música, los bailes y el convite.
El día 8 de noviembre se procede al nombramiento de electores para la
formación del nuevo consistorio de acuerdo con la Constitución y los decretos de las
Cortes, para lo cual se hace saber mediante bando que ese día desde las dos de la
tarde en adelante, los nuevos “ciudadanos” deben acudir a las casas consistoriales
a prestar su voto, bajo multa de 100 reales a quien se abstenga. Votarán de uno en
uno, en la sala capitular y escribiendo en una columna su nombre y en otra el de la
persona a la que elijan. Pese a la obligatoriedad del sufragio, ese día pocos vecinos
ejercen su derecho y el juez decide prorrogar hasta las doce horas del día siguiente
el período de votación para elegir a los nueve comisarios electores.140 Al día
siguiente, los comisarios se reúnen con el juez, quien les exhorta a proponer como
regidores a los ciudadanos más aptos “por su patriotismo, probidad y desinterés”,
una vez oídas las excepciones por causa de deudas u otras, para evitar recursos.
Con la posibilidad de oponer excepciones se vuelve a la rutina de siempre.
Salen de nuevo a la luz las rivalidades entre vecinos, al tiempo que se producen
situaciones curiosas. Así, don Guillermo Foradada se opone excepción a sí mismo
por haber tenido cargo con el gobierno francés y se la opone a José Aznar por la
misma razón (corregidor local interino en septiembre de 1813). También se la
opone a don Medardo Cabrera por ser deudor de propios. Agustín Galicia opone
también a don Medardo haber sido fiador de sus hijos en tiempo de los franceses,
“para no tomar las armas contra ellos”. A su vez, don Medardo Cabrera se opone a
Foradada, acusándole de haber proferido en público aquello de “los Borbones hacía
demasiado tiempo que reinaban”, y que “desde luego debían concluirse por ser
unos brutos”. Cabrera recuerda además que, -como alcalde constitucional que ha
sido-, sigue una causa criminal contra el propio Foradada, don José Rubio-Sisón y
Manuel Galicia Salinas por traidores a la patria, lo que les excluye de la calidad de
ciudadanos. Foradada replica acusando a don Medardo Cabrera de haber sido adicto
al gobierno francés e influyente en sus decisiones y gestión, obteniendo de ellos el
arriendo de la primicia, la reparación de la venta de Buarz y, sobre todo, la gestión
de la reconstrucción del puente, por la que había “atropellado horriblemente en sus
bienes” a algunos de los vecinos emigrados.
Las cruzadas acusaciones de traición y enriquecimiento encrespan el tono
del debate, que se agrava con la lectura de un escrito presentado por dos vecinos.
Protestan el modo en que se ha llevado a cabo la votación de los electores, dejando
votar a unos y privando a otros de hacerlo, y sin querer mostrar el sistema de
elección previsto por las leyes, “por lo que de todo ello y de otras circunstancias
ocurridas resulta un descontento muy grande en el público de esta ciudad”. El
728
pueblo llano intuía ya que tampoco ahora todos los vecinos serían “iguales”, aunque
la constitución establecía el sufragio universal.
Pese a la protesta, el juez ordena a los electores proceder a la votación del
nuevo ayuntamiento constitucional. Se efectúa inscribiendo el nombre del votante
en una lista, –supervisada por el juez y dos escrutadores-, y en otra el votado para
cada oficio público. Y Ahí acaba el proceso. El nuevo sistema poco tiene que ver con
el tradicional. Nadie impondrá desde el exterior los sujetos de poder. Ahora son los
“ciudadanos” quienes eligen y determinan el consistorio, mediante el derecho de
sufragio indirecto (el pueblo elige a los electores y éstos a los regidores). A
continuación, los elegidos toman posesión jurando guardar la constitución, observar
las leyes, ser fieles al Rey y cumplir religiosamente las funciones de su cargo.
Cuatro días después, el nuevo cabildo reconoce al juez de primera instancia, don
José Matías Cabrera, como subrogado en lugar del corregidor letrado don Joaquín
Fernández Company, su último “presidente” en 1808.
Pero todavía no parecen claras las funciones de cada cual en el nuevo
consistorio. Se suprimía la tradicional figura del corregidor, -mantenida durante la
ocupación francesa con un corregidor de distrito subordinado a un corregidor de
partido-, y se establecía la nueva figura del juez de primera instancia. Durante todo
el siglo XVIII los dos alcaldes locales –primero y segundo- habían ejercido la
jurisdicción civil y criminal en primera instancia. Cuando en 1796 se había impuesto
el corregidor en sustitución de aquellos, a él correspondía la jurisdicción. Ahora, con
el nuevo régimen constitucional, parecían insuficientemente deslindadas las
funciones jurisdiccionales de las de gobierno político entre el nuevo “juez” y el
nuevo “alcalde” en el consistorio. Era una novedad difícil de comprender de
inmediato, cuando tradicionalmente los alcaldes habían sido “jueces”.
Consecuentemente, las disputas competenciales entre el juez don Matías
Cabrera y el nuevo alcalde, don Antonio Junqueras, ocupan el diario de sesiones en
los meses siguientes. Sobre todo en las causas abiertas a los supuestos traidores a
la patria. Muy pronto, el fiscal de S. M. aconseja a la Audiencia reconvenir
seriamente al alcalde por extralimitarse en las relaciones con el juez. Debía quedar
claro, en adelante, en quien residía el poder jurisdiccional.
La guerra acababa en Fraga con las mismas discusiones de antaño. Antes
del conflicto, la pugna entre corregidor y regidores de Antiguo Régimen; ahora,
entre los regidores constitucionales y un juez nombrado en aplicación de los
decretos de las Cortes. Pero el verdadero problema no parece dilucidarse tanto
entre Antiguo Régimen y Régimen Liberal como entre bandos enfrentados, uno de
los cuales intenta desequilibrar la balanza con la bandera de su patriotismo,
mientras el otro busca apoyo en el poder impuesto desde el ‘exterior’.
729
7.3 El final del Antiguo Régimen. La cuarta generación de poder.
7.3.1 La reposición del ayuntamiento de 1808.
La apetencia de poder enfrentaba de nuevo a los vecinos más poderosos en
dos bandos, diferenciados en términos políticos como favorables y contrarios al
poder del juez Cabrera. Desde los primeros días de 1814, quienes se agrupan junto
al juez parecen desear la vuelta al sistema político anterior a la guerra. Es decir,
parecen encontrarse más cómodos en las condiciones de gobierno propias del
Antiguo Régimen. Algunos de ellos, vecinos laicos y eclesiásticos, se apresuran a
reclamar de las autoridades regionales la conversión del juez en corregidor, al estilo
tradicional. Este es el claro sentido del escrito que, en defensa del juez y en papel
para pobres de solemnidad remiten al Real Acuerdo, una vez producido el golpe de
Estado de Fernando VII el cuatro de mayo y publicado el “Manifiesto de los Persas”
el día once. Ni una semana esperaron aquellos fragatinos para expresar su fidelidad
al nuevo Rey absoluto. Como explícitamente se puede comprobar en el documento
II.9 del Apéndice, lamentaban que la Constitución “sólo fue franca y liberal para
autorizar los abusos del poder, con una arbitrariedad similar a la del gobierno
intruso”. Denunciaban la oposición que hacía al juez Cabrera un ayuntamiento
constitucional elegido según ellos “más por la intriga y el espíritu de partido que por
la libre y espontánea elección del pueblo”. Concordaban con el juez en que todo era
fruto de las intrigas del partido dominante, apoyado en el poder y riquezas de su
conocido “corifeo”, Monfort. Un partido al que atribuían el carácter de ‘liberal’ por
haberse alzado con el poder en tiempos de la Constitución. Recomendaban devolver
al juez la autoridad de los antiguos corregidores y recordaban que su instauración
en 1796 fue el único remedio del Gobierno del Estado para evitar los continuos
disturbios, pleitos y encono de los partidos en la ciudad. (Sobre todo durante el
mandato del alcalde don Medardo Cabrera, ahora lugarteniente de Monfort). Se
daban ahora las mismas circunstancias que entonces y por ello pedían la reposición
de la figura del corregidor ratificada con sus firmas. 141
Por convicción o astucia, los miembros del partido opuesto, capitaneados por
Monfort, reaccionan también diligentes acatando la voluntad Real. El 19 de junio
recibe el ayuntamiento los decretos Reales fechados en 4, 23 y 25 de mayo. De
inmediato, aquellos concejales tachados como “decantados demócratas” acuerdan
por unanimidad su cumplimiento en todas sus partes y su publicación en la forma
ordinaria para conocimiento del público. También de inmediato, deciden quemar el
ejemplar de la Constitución que guardan en la secretaría. La interpretan ahora
como un texto “perjudicialísimo a la Nación y a las intenciones del Rey”. Por ello, su
propósito es reducirla a cenizas en el balcón de la sala capitular, públicamente,
730
clavándola al extremo del bastón del alcalde y encendiéndola con dos velas (alcalde
y secretario al unísono) para que, “así como se vaya consumiendo, avente las
cenizas de aquella al aire, a fin de que no quede ni aún memoria de ella”. Una vez
realizado tan simbólico acto, dejan constancia escrita en señal inequívoca de su
adhesión al absolutismo Real.142
Al tiempo que el ayuntamiento recibe los decretos de Fernando VII, ocurre lo
propio con el juez Cabrera, quien se apresura también a ordenar su publicación. La
respuesta del alcalde Junqueras es tajante: ya los ha recibido de la autoridad
competente, ya han sido publicados, ya ha sido quemada la Constitución. Y
airadamente añade que no cree tener menos regalías por los nuevos decretos sino
más que antes, con lo que no reconoce en el juez ningún poder de jurisdicción
sobre la alcaldía, mientras no le digan lo contrario. Ante la respuesta, el juez
escribe al Regente de la Audiencia quejándose de la insolencia y el desprecio con
que es tratada su autoridad, pues no contentos con desconocerla, los concejales
dan a entender que saben cumplir con mejor celo que él las órdenes del Rey.
Junqueras,
por
su
parte,
afirma
que
el
conflicto
de
competencias
o
la
insubordinación al juez no es tal, sino que tiene su origen en la proximidad de dicho
juez a las personas menos patrióticas, acusadas como adictas a los franceses. 143 En
realidad, en ese momento habría tres partidos: el de los absolutistas confesos, el
de los “apresurados constitucionales” y el de los tildados de afrancesados.
En su correspondencia, el juez reafirma su temor de ser incluso asesinado,
porque ahora se dice en Fraga que protege a los traidores “por dinero que le
pagaron”, lo cual le parece una nueva artimaña del alcalde Junqueras para que el
pueblo le odie. Igualmente niega conservar en su poder un ejemplar de la
Constitución, (ordena poner presos a cuatro fragatinos que le acusan de ello), y
solicita que vaya tropa de Mequinenza a Fraga para mantener el orden, turbado
continuamente por “rondallas, acuadrillamientos y estrépito de tiros”. Finalmente,
el fiscal aconseja al Real Acuerdo apercibir a Junqueras para que respete al juez en
sus competencias y le condena a pagar las cinco sextas partes de las costas del
expediente abierto con motivo del conflicto de competencias. 144
Pese a la condena, los concejales se solidarizan con su alcalde. Elevan contra
el juez una representación al Consejo de Castilla, pidiendo suspenderle el salario.
De repente, un ardiente amor al Rey y a su nuevo rumbo político les anima. En un
encendido alegato recuerdan los privilegios concedidos a Fraga por su fidelidad en
guerras pasadas y los sacrificios sufridos en la presente para restituirle en el trono
“sin las tachas y restricciones que los mal intencionados y poco fieles españoles
querían imponer a la soberanía de V.M.” Niegan haber recibido con júbilo la nueva
Constitución y sí solo admitirla, forzados por las tropas españolas cuando entraron
731
en Fraga. Niegan haberla proclamado, haber dado el título de plaza de la
Constitución a la de San Pedro y haber puesto una lápida conmemorativa en la
pared de la iglesia. (excusatio non petita…). Recuerdan la reciente estancia del Rey
en la ciudad (el día de Martes Santo), “en cuya ocasión no se oyeron otras voces
que las de ¡viva el Rey, viva el Sr. D. Fernando VII, viva el Sr. Infante D. Carlos!, y
estos leales vasallos no se acordaron de la negra constitución ni aun para decir que
muriera, porque la creyeron indigna de mezclarla en sus labios con los augustos y
dulces nombres de V. M. y su serenísimo hermano”. ¡Los escribanos locales, desde
luego, dominaban el lenguaje encomiástico!
A renglón seguido y consecuentes con su ardiente amor al Rey, aprovechan
para pedir se salve la nulidad de sus nombramientos hechos durante la vigencia de
la Constitución y se les confirme en sus cargos, puesto que son personas aptas,
nombrados en concejo abierto por el pueblo, “fiel observador de las acciones de
cada uno”. Insisten en desprestigiar al juez Cabrera, indicando ser una imposición
de la época constitucional, sin apenas residir en Fraga ni siquiera durante la
estancia del Rey. Le acusan de encender y atizar de nuevo la discordia. Entienden
que Fraga no debe ser cabeza de partido por ser su vecindario muy corto; que no
necesita de otros jueces que los alcaldes del país por los que siempre ha sido
gobernada con el mejor orden y justicia, y que la experiencia acredita ser inútil y
aun perjudicial el cargo de corregidor. Tampoco creen justo que Fraga tenga que
pagar sola el sueldo del juez, porque la Constitución ordenaba pagarlo a proporción
entre todos los pueblos del partido. (Ahora sí concuerdan con la Constitución).
Además, aseguran que el juez se ha unido con algunos vecinos díscolos para
desacreditar al ayuntamiento y mortificarlo, procurando distraerlo de las graves
ocupaciones que lo rodean, en el continuo paso de tropas y prisioneros españoles
que vuelven de Francia, y para cuyo suministro se ven en los mayores apuros.
El fiscal del Consejo, a quien no convence su alegato, propone cesar en el
término de veinticuatro horas a los regidores del ayuntamiento constitucional y
reponer en sus cargos a los que ejercían el cargo en 1808, de acuerdo con la Real
Cédula de 30 de julio de 1814.145 En consecuencia, el 8 de agosto se nombra a don
José Matías Cabrera corregidor interino146 y tres días después acatan la orden del
intendente en la que se les comunica su cese colectivo. En sesión de consistorio
presentan solemnemente la orden el escribano Jaime Jorro acompañado de don
Domingo Arquer, aquel regidor decano vitalicio desplazado del poder con la
formación del cabildo constitucional.147 La guerra concluía respecto del gobierno
local aparentemente como había comenzado. Pero lo sucedido durante ella, junto
con las nuevas circunstancias socio-políticas llevarían pronto a una situación bien
distinta.
732
7.3.2 Las depuraciones políticas.
En las peleas entre partidarios del nuevo corregidor y del partido opuesto,
emergía una y otra vez el argumento recurrente de los afrancesados, considerados
“traidores a la patria”. Una realidad candente, utilizada como estrategia de acceso
al poder. Ahora, todos los vecinos manifestaban haber sido fieles al rey Fernando
durante su exilio, haber colaborado con las tropas españolas y haberse mostrado
contrarios o al menos indiferentes a las pretensiones francesas; pero las
expectativas de demostrarlo no eran iguales para todos. Había quienes podían
acreditar con facilidad su lucha junto a las fuerzas patrióticas. Otros hacían valer
pronto sus servicios a la intendencia del ejército español. Sobre otros, en cambio,
pesaba su decidida participación en los gobiernos impuestos por los franceses, en
puestos de su administración o desde la actividad privada con su beneplácito.
Don Vicente Monfort, líder del partido enfrentado al nuevo corregidor,
consideraba encontrarse entre los primeros. Se había adelantado a posibles
acusaciones de colaboracionismo, (por su actuación como presidente de la primera
municipalidad francesa), reclamando del ayuntamiento constitucional cuantos
documentos permitieran demostrar en Zaragoza su adhesión a la Patria, -al
régimen de Cádiz-, y sus servicios a la patria chica. Trataba de colocar su nombre
entre los miembros honorables de la Nación, por sus sacrificios y los de su casa
durante la dominación enemiga, y por sus buenos servicios al vecindario.148 Pero
una vez repuesto el consistorio de 1808, algunos regidores no parecen tan
favorables a sus pretensiones. Bien al contrario, ruegan a Zaragoza no atender a
Monfort en su propuesta de compensar sus deudas de contribución con supuestas
pérdidas de guerra. Afirman rotundamente poder demostrar que ya las ha
compensado sobradamente durante el
conflicto, con
el
privilegio exclusivo
concedido por Suchet para el comercio de granos en todo el Reino. En su opinión,
con aquel privilegio Monfort había ocasionado “incalculables males a la patria”.149
Finalmente, pese a las acusaciones, Monfort acaba libre de toda sospecha, aunque
retirado de la vida política local, poniendo tierra de por medio y recluido en sus
posesiones de Torrente de Cinca.150
Otros vecinos que, como Monfort, fueron miembros de las sucesivas
municipalidades durante la ocupación, sí tuvieron que probar su patriotismo. Los
menos comprometidos con el régimen de José I consiguieron limpiar su ambigua
imagen pública mediante peticiones de reivindicación de conducta, presentadas
ante las autoridades. Era el caso del abogado don Antonio Sudor Sansón,
presidente de las dos últimas, quien aseguraba no ser afrancesado y haber sido
nombrado presidente sólo por ser el abogado más antiguo de Fraga. Pese a que
había sido condenado ya durante la guerra a un año de reclusión en el castillo de
733
Mequinenza por afrancesado, ahora se exoneraba su conducta de aquellos años. 151
Igualmente quedaban diluidas otras acusaciones vertidas sobre algunos regidores
por supuestas actuaciones bajo la ocupación.152
Mayor encono supuso la lucha por la secretaría del nuevo ayuntamiento
entre quienes ahora la apetecían y mutuamente se acusaban de incapacidad o
excepción para el cargo. Se enfrentaban Jaime Jorro y quienes habían regentado
dicha secretaría durante los franceses: José Ibarz, Juan Antonio Galicia y, sobre
todo, Simón Galicia Catalán. Otra vez se manifestaba la ambición de los dos bandos
en conflicto por el control del poder local, ahora con la secretaría en juego. Las
habilitaciones para ejercer el oficio de escribanos recibidas de los franceses por
estos tres últimos parecían facultar a Jorro para el disfrute en exclusiva de tal
desempeño. Pero llegado el conflicto ante el Consejo de Castilla, su fiscal proponía
no tomar en consideración tal circunstancia, puesto que “de algo tenían que vivir”
y, además, en el caso de Simón Galicia, -el más significado-, podía comprobarse
“que no ha comprado Bienes Nacionales ni los ha administrado, ni ha desempeñado
comisión alguna en este sentido”. Es decir, no podía probarse con hechos
reprobables su adhesión a los franceses.153
Por último, son varios los fragatinos que al finalizar el conflicto se
encuentran tildados directamente de “traidores”. Unos ven reprobada su conducta
de forma soterrada, en privado, donde sus actos son comentados y repudiados de
boca en boca. Otros sufren el estigma de forma pública y alguno de ellos es
enjuiciado, de inmediato, luego de abandonar Fraga sus favorecedores. Son las
“causas de infidencia”, cuya competencia se disputan el juez Cabrera y el alcalde
constitucional Junqueras.
Durante el invierno de 1813, el juez Cabrera había permanecido en
Zaragoza recibiendo instrucciones para el ejercicio de su nuevo cargo y para el
enjuiciamiento de los “sediciosos”. Desde abril de 1814, su decidida voluntad de
tomar las riendas del gobierno y de atemperar la justicia municipal será muy mal
acogida, sobre todo en lo tocante a las causas que reclama de varios fragatinos:
don José Rubio-Sisón, don Francisco Foradada, Manuel Galicia Salinas y Lorenzo
Berges.154 Las actividades de los acusados durante la ocupación no podían ser
olvidadas fácilmente por una población que había sufrido tantas exacciones y
vejaciones, y los ánimos de muchos vecinos estaban en consecuencia muy
exaltados. El ahora ya corregidor pretende usar de su ecuanimidad para evitar el
radicalismo de algunos y el linchamiento de los encausados, mientras su autoridad
se ve dificultada y hasta ridiculizada entre el pueblo.155
La causa contra don Guillermo Foradada se había iniciado ya bajo la
jurisdicción del alcalde constitucional Junqueras. En ella se mandaba comparecer a
734
varios testigos a los que se les interrogaba sobre la conducta política del
sospechoso. Se les preguntaba si era cierto que había despreciado públicamente a
la dinastía de los Borbones; si se había convertido en el amigo inseparable del peor
comandante francés de guarnición en Fraga, “el malvado Querubini”; si había
realizado comisiones por encargo de aquel, respecto del aprovisionamiento a las
tropas francesas y si había actuado como ayudante de su primo hermano José
Rubio-Sisón, administrador de Bienes Nacionales. Esa era, sin duda, la principal de
sus tachas, y la que le había permitido, -a juicio de sus acusadores-, aprovecharse
de los arrendamientos de propios durante la ocupación. Además, sus públicas
manifestaciones de adhesión al enemigo, festejando sus victorias por las calles al
grito de ¡Viva nuestro emperador! no dejaban lugar a dudas.156
Siendo el de Foradada el caso de infidencia más significativo, el de su primo
hermano Rubio-Sisón resultaba el más patente y no precisaba de mayores
consultas al vecindario ni pruebas documentales. Se le acusaba en su doble calidad
de corregidor nombrado por los franceses y de administrador de los Bienes
Nacionales. Don José Rubio, además de posesionarse directamente de los bienes de
los capuchinos, parecía el responsable del expolio sufrido por agustinos y trinitarios
en sus posesiones y rentas. Algunos vecinos pretendían ajustarles las cuentas a él y
a su primo Foradada. Pero mientras Rubio era recluido en el castillo de Mequinenza,
el corregidor protegía a Foradada y le mantenía activo, permitiendo incluso su
elección como diputado del común en el repuesto ayuntamiento de 1808.157 Una
situación difícilmente comprensible para muchos.
En este sentido, el año 1814 supondría en Fraga todo menos el regreso a la
paz. El nuevo corregidor sufría día tras día la rebeldía de los principales vecinos
frente a su autoridad. Don Matías Cabrera, fuera de sus casillas, se refería a la
“funesta división de partidos, su incarnizamiento y deseo de venganza”. Advertía
que aunque la creación del corregimiento en 1796 había suavizado el ansia de
poder
de
los
pudientes,
la
guerra
había
hecho
rebrotar
las
pasiones
y
resentimientos, produciendo continuos desórdenes. Se hacía eco del dicho que el ya
difunto regente de la Audiencia, don Miguel Villaba, repetía frecuentemente “de que
solamente Fraga necesitaba en Aragón una Audiencia para sus continuas y
multiplicadas querellas”. A su juicio, la ciudad se hallaba ahora amenazada de una
sublevación fomentada por el partido dominante -el de Monfort-, y refería los
alborotos acaecidos por las causas de infidencia seguidas contra Rubio y Berges, así
como el peligro que corrían éstos de ser linchados.
Para aquietar al pueblo, don Matías dispone finalmente fijar un cartel en la
plaza pública, ordenando a quienes tengan algo que exponer acerca de la conducta
política de los empleados por el gobierno intruso o de cualquier otra persona que
735
hubiese ofendido a la patria, acudan a manifestarlo dentro del término de quince
días. Con esta y otras medidas, quienes hasta entonces mantenían en vilo a la
población con el recurso a la intriga, el rumor permanente y el tumulto continuado,
rebajaban sus exigencias y renunciaban a erigirse en portavoces de sus
acusaciones ante la justicia. Hasta don Medardo Cabrera, el máximo oponente de
sus decisiones, verá doblegada su actitud rebelde después de actuar el juez contra
él, su mujer y sus bienes de forma contundente.158
Vencidas todas las resistencias internas, el ayuntamiento acordaba solicitar
de la Real Cámara la confirmación del corregidor en su puesto durante un sexenio
(pese a las calumnias vertidas por algunos vecinos), para que de este modo
pudiera realizar las obras que había propuesto al consistorio. Nada menos que
rehabilitar la acequia del secano, por tantos años abandonada. También la
construcción de un puente de maderas con pilastras de piedra, de acuerdo con el
proyecto del arquitecto don Ambrosio Lanzaco, a la entrada de la carretera, “por el
mesón de Monfort”. Junto a estas dos magnas obras, proponía don Matías toda una
serie de mejoras urbanísticas: el derribo del cuartel para hermosear la plaza de
Lérida, haciéndola una con la de Obradores, reedificar con sus materiales el mesón
de propios y cuartelillo adjunto para uso similar al del antiguo cuartel de caballería,
construir nuevas cárceles y derribar arcos y perches de las calles y “demás obras
de utilidad y ornato”.159 Aunque antes de abordar el futuro, se ocuparía
diligentemente de dilucidar la gestión de los caudales públicos durante la guerra,
con la colaboración de los eclesiásticos y bajo la supervisión de un comisionado por
la Intendencia.160
7.3.3 Perpetuación versus insaculación. La lucha por los puestos clave.
Durante la mayor parte del siglo XVIII, la lucha entre aspirantes al gobierno
se centró casi siempre en conseguir los puestos de cabeza: el de alcalde primero y
segundo y el de regidor decano. Desde que a fines de siglo el ayuntamiento se ve
condicionado por el poder exterior de los corregidores y el puesto de regidor decano
lo ocupa don Domingo Arquer en calidad de vitalicio, la lucha por el poder se centra
en otros sitiales, con apariencia de secundarios, pero de no menor trascendencia en
el organigrama municipal. En este ámbito, serán dos los conflictos destacados
durante el largo gobierno del consistorio nombrado a fines de 1807, repuesto en
1814 y subsistente hasta julio de 1819. Es decir, durante casi todo el llamado
Sexenio Absolutista.
El primero se refiere a la elección –ya mencionada- de don Medardo Cabrera
como diputado del común. Sus partidarios y detractores se enfrentan durante la
elección. Veintidós de los veinticuatro comisarios electores son parientes suyos y
736
sus oponentes no parecen dispuestos a silenciar la previsible adulteración del poder
popular que ello supone. Quienes le apoyan ven en él al único vecino con capacidad
para poner orden en multitud de abusos en abastos y comestibles; y, lo más
importante, su energía será suficiente para “descubrir la causa originaria del fatal
concepto de Fraga” en el exterior.161
Sus oponentes recuerdan en cambio que don Medardo ya fue apartado del
gobierno antes de la guerra e inhabilitado para ejercerlo. Que, además, “no tiene
otros principios que los de leer y escribir mal, criado al lado de un par de mulas
sobre un esportón”, y advierten que si entra en el ayuntamiento, no lo hará con el
objeto de reformar las cosas, sino con el de mantener guerra abierta con el
corregidor y con algunos individuos pacíficos.
El otro asunto ahondaba la disputa de antiguo entre los candidatos a la
secretaría del ayuntamiento; un puesto vital en un cabildo de labradores iletrados.
El corregidor se queja ante el Real Acuerdo de la inobediencia de los regidores al
Supremo Consejo, al nombrar secretario a Simón Galicia Catalán, en sustitución de
Jaime Jorro, propietario de la plaza desde que en 1814 se repuso el consistorio de
1808. El corregidor, ausente de Fraga por una investigación que se le ha abierto,
culpa del nuevo conflicto a don Medardo Cabrera, “eje de toda esta máquina”, y le
acusa de arrimar a su causa el ánimo de los regidores que don Matías ha arrestado.
Por eso propone desterrarlo de Fraga, junto a otros cabecillas “cuyo elemento es la
guerra y la discordia”.162
Por su parte, los regidores arrestados y don Medardo escriben al Real
Acuerdo dando cuenta de los abusos que a su juicio comete el corregidor desde su
regreso a Fraga. Alegan que cuando él no ha estado, el pueblo ha vivido en paz. Y
que desde que ha vuelto “todo lo trastoca, inmiscuyéndose en competencias que no
le corresponden y decidiendo en todos los ramos de la administración”. Le acusan
precisamente de haber amañado la última elección de diputado del común, con la
ayuda de sus amigos.163 El resultado ha sido el nombramiento de Guillermo
Foradada “bien conocido por toda la ciudad y mucho por los señores de la Real Sala
del Crimen, que si la sumaria de infidencia la hubiese formado un corregidor que no
hubiese sido tan amigo como es éste de él, tal vez hubiera sufrido la última pena”.
Del mismo modo relatan las injusticias y abusos cometidos por el secretario Jaime
Jorro en el ejercicio de su cargo, razón por la cual le sustituyeron por Simón Galicia
cuando el corregidor estaba ausente. El puesto de secretario permanecerá en
disputa entre dos de las familias más influyentes en la ciudad hasta el advenimiento
del Régimen Liberal, posiblemente como puesto más apetecido en el organigrama
de poder. Mientras tanto, la solución adoptada será la de crear dos plazas
alternativas de secretario, de acuerdo con la posibilidad legal de establecerlo.
737
En el mismo sentido, quienes apetecen los primeros puestos de gobierno
tras el corregidor y el secretario, insisten y consiguen de las autoridades regionales
otra victoria parcial. En marzo de 1817, el capitán general de Aragón ordena al
corregidor que, con arreglo a la sentencia pronunciada por el ejército contra el
regidor decano don Domingo Arquer durante la guerra, éste no pueda ejercer en lo
sucesivo la Real jurisdicción en casos de ausencia o enfermedad del corregidor. 164
Parecía evidente que las aguas no volverían con facilidad a un cauce
distendido y cooperante. La ambición de poder no disminuía al dejar atrás los años
de guerra. Además, la antigua división en dos bandos se complicaría pronto con la
entrada de terceros en discordia. Pronto, los dos bandos iniciales, con similar
mentalidad e identidad de intereses aunque contrapuestos, se verían superados por
un tercero que acabaría por imponer su fuerza. La ideología liberal que luchaba por
implantarse en el conjunto de la Nación, todavía sin éxito, comenzaba a
manifestarse en Fraga con gestos más o menos espontáneos, casi siempre
inconexos, sin claridad rotunda, pero síntomas de la remoción de ideas antiguas y
de propósitos nuevos, tal vez en parte ilustrados y con seguridad interesados.
De momento, durante el denominado Sexenio Absolutista, las fuentes
permiten tan sólo exponer la lucha de viejo estilo, donde unos y otros anhelan
perpetuarse en el poder más que transformar la realidad con su ejercicio. A ese
propósito se dirige la propuesta que realiza ante el consistorio el nuevo diputado
Foradada en junio de 1817. Sugiere dirigirse al Rey suplicándole perpetúe todos los
oficios de gobierno en las personas que se propongan para el próximo cabildo. Si
ello no es posible, la solución a las discordias podría llegar a su juicio con la vuelta
al viejo sistema insaculatorio, relevando dos regidores cada año y al síndico cada
tres. Argumenta para ello que, en cada renovación trienal, “se experimenta en
Fraga una convulsión política, se manifiestan a las claras las pasiones y la ambición,
el egoísmo, la intriga y la malevolencia, declaran la guerra con la pluma,
abrumando de recursos y aún de anónimos indecentes a los tribunales que han de
entender en la propuesta, sin perdonar el honor de los vivos, ni respetar la
memoria de los muertos”. Alega también la insuficiencia del período de mando para
adelantar las obras públicas o acciones que emprende cada consistorio. Pone como
ejemplo la benéfica traslación de las ferias y mercados a una nueva ubicación en
fechas y lugares de celebración, -retrasada durante muchos años y conseguida
ahora-, o la recuperación de la acequia del secano que ha comenzado a estudiar el
actual cabildo. Todos los ediles firman la propuesta sin excepción.165
La Real Audiencia, en su informe al Rey sobre esta petición, afirma no fiarse
de los de Fraga, pues nunca sabe si dicen verdad u obran con lealtad, por su
permanente división en partidos. Y en consecuencia, considera muy difícil tomar
738
provisiones acertadas al respecto. Además, la petición del ayuntamiento desconoce
la nueva instrucción del Real Acuerdo sobre propuestas de gobierno local. 166 Por
ello, desoyendo la petición de perpetuidad de oficios, confecciona la terna para el
siguiente trienio, respetando la mitad de oficios tradicional. Es decir, vuelve a la
antigua preferencia de los infanzones para los primeros puestos y los últimos para
labradores hacendados. Los comerciantes brillan por su ausencia.
Conocido el informe en Fraga, las protestas no se hacen esperar. Joaquín
Satorres se exclama ante Madrid de que se le postergue en la lista a don Domingo
María Barrafón, puesto que él estuvo como oficial en el segundo sitio de Zaragoza,
mientras Barrafón y su padre actuaron como “alcalde mayor” durante los franceses.
También Felipe Vilar protesta ser postergado a don Ramón Portolés, aunque éste
sea infanzón, pues Portolés no sabe leer ni escribir y es incapaz de leer una
resolución de ayuntamiento. Entiende este hecho como un desdoro para la ciudad
de Fraga, “cuarta de voto en Cortes”. Y en todo caso, entiende también que no hay
ningún reglamento que obligue a compartir el gobierno entre nobles y Estado Llano,
sino que S. M. quiere que se turnen los empleos entre todas las clases, para que
todos los que son idóneos disfruten del honor de obtenerlos. Por su parte, Joaquín
Grau hace lo propio por la misma razón de no saber escribir ni leer el que se le
antepone, pero además declara en su escrito que el “Corifeo” de todos los
propuestos en primer lugar es don Domingo María Barrafón, que se jacta en el
pueblo de que han de “salir” todos sus amigos. Grau asegura que Barrafón puede
jactarse por su influencia en el Real Acuerdo de Zaragoza, donde su cuñado es
oidor y donde se le aprecia por haber sido espía del ejército español durante la
dominación de los franceses.167
Ninguna de las súplicas sería escuchada en esta ocasión, ni con motivo de la
nueva petición de insaculación remitida por los mismos ediles el 5 de abril de
1818.168 En ella, el procurador general y abogado don Juan Antonio Cerezuela
argumentaba que con el viejo sistema insaculatorio acabarían las desavenencias,
discordias y recursos de los vecinos; que ya había pueblos de Aragón, Cataluña,
Navarra y Valencia que practicaban de nuevo este sistema; y que de este modo
podrían guardarse los huecos correspondientes por los enlaces de parentesco entre
las personas más idóneas para servir los empleos de república.169
La decisión final del Rey coincidirá en todo con la propuesta de la Audiencia
y no habrá en adelante ni insaculación ni perpetuidad, como lo pedía ahora para sí
mismo el segundo hacendado de Fraga don Joaquín Isach y Villanova. El
ayuntamiento se oponía a la perpetuidad argumentando que ya en 1760 lo habían
intentado don Antonio Bodón y don Felipe Villanova y, a pesar de habérselo
739
concedido el Rey, revocó después su decisión, de acuerdo con el privilegio de su
padre Felipe V.
7.3.4 Las quejas de los “hombres nuevos”.
El 20 de julio de 1819 tomaban posesión de sus cargos los componentes de
un nuevo ayuntamiento. Su gobierno al estilo tradicional iba a durar de momento
ocho meses, hasta que las circunstancias del contexto nacional obligasen al Rey a
jurar cínicamente la Constitución de Cádiz. En su transcurso se perciben ya las
voces de quienes no podrán permitir por mucho tiempo quedar fuera del gobierno
ni consentir que los intereses de los hacendados instalados en el poder primen
sobre los suyos. Son los “hombres nuevos” de la cuarta generación de poder.
Desde entonces serán ellos quienes asciendan por los escalones de los puestos de
gobierno hasta llegar al de alcaldes, durante y tras la intentona liberal del Trienio.
El primero en salir a la palestra había sido el ya anciano comerciante y principal
hacendado don Andrés Isach y Luzán. Combinaba en su persona una triple
tradición: la infanzona de sus parientes más próximos (Villanova) con la de
mayores comerciantes de su línea paterna (Isach) y con la influyente relación de su
madre, hermana del corregidor Luzán y Zabalo. Don Andrés había querido escalar
de golpe todos los escalones, pidiendo ser regidor perpetuo; su pretensión era
excesiva. Pero lo que él no conseguía en 1818 lo intentarían con mayor arrojo su
yerno José Salarrullana Avizanda y otros comerciantes en los años inmediatos.
Los comerciantes no soportan el permanente escenario de pleitos entre los
privilegiados, -infanzones y terratenientes-, mientras ellos se ven cargados cada
vez con mayores cupos de contribución y sin acceso a un poder que proteja sus
intereses y modifique los criterios de distribución. Por ahí parece comenzar su
rebelión ante las autoridades locales y sus quejas a las regionales y estatales.
Salarrullana, por ejemplo, se quejaba ante el intendente ya en 1819 de la
anarquía de una ciudad donde “todos mandan” y por ello entendía urgente reprimir
sus
arbitrariedades.
Pedía
contribuciones repartidas.
170
residenciar
al
ayuntamiento
en
orden
a
las
Pero su principal queja no residía tanto en la pesada
carga que entendía soportar cuanto en la falta de libertad en sus negocios. El
régimen de monopolio municipal no había sido cuestionado directamente durante el
siglo XVIII, sino indirectamente soslayado, defraudado, engañado o manipulado por
pequeños comerciantes, que abandonaban sus tímidos intentos ante el primer
revés o apenamiento sufrido. A principios del XIX, los principales comerciantes
locales
recrudecen
la
lucha
por
conseguir
un
comercio
libre,
sin
trabas
monopolísticas y aún sin arbitrios y sisas municipales que afecten al beneficio
mercantil, -lo hemos visto-, por lo que entorpecen las decisiones del ayuntamiento
740
con recursos constantes ante las instancias regionales. Recursos que elaboran y
presentan nuevos abogados instalados en la ciudad, aliados a, y bien retribuidos
por sus nuevos patronos.
En este sentido, resulta paradigmática la pugna sostenida por Isach y su
yerno Salarrullana, quienes recurren ese mismo año ante el Supremo Consejo la
normativa que obliga a pagar pontazgo a los traficantes en granos, por el solo
hecho de entrar en el término municipal de Fraga, y a no poder venderlos
libremente en lugar distinto del almudí. Ante la postura de fuerza de Isach, que
pretende comprar y vender en su mesón sin cortapisas, el ayuntamiento responde
exigiéndole demostrar el privilegio de construcción de su posada. 171 Pero la
amenaza local es contraria a las directrices del exterior. Muy pronto se recibe de la
Intendencia una orden que prohíbe el arriendo de los abastos y permite el libre
comercio. En caso de tener que arrendar alguno por falta de suministro, el beneficio
obtenido deberá aplicarse al pago de la contribución.172 Era el pistoletazo de salida
del libre comercio local y la mayor pérdida municipal en el control de los abastos.
Pero sería erróneo entender que todos los comerciantes forman un único
grupo de presión ante el consistorio. Sus componentes están también enfrentados
entre sí y los intereses de unos chocan con los de terceros en discordia. Conocemos
ya la pugna interna entre comerciantes por desproporción en su carga contributiva
y las acusaciones mutuas de conseguir “lucros” muy superiores a los declarados por
cada cual. Ante el recurso que algunos de ellos –Andrés Isach, Mariano Tomás,
Joaquín Camí, Salvador y Camilo Miralles- elevan al delegado general de propios y
arbitrios contra el ayuntamiento por permitirlo, la respuesta del consistorio a ese
escrito pone de manifiesto precisamente esas luchas internas entre comerciantes y
prestamistas. Los regidores desvelan:
“Que por estos hombres nuevos, más por sus riquezas que por su cuna, que tanto
quieren figurar en este pueblo, y son la admiración de quantos los han conocido unos
miserables, parece han formado empeño, -sin duda porque no saben en qué emplear el
dinero- de comprometer al Ayuntamiento y a su presidente, disparando desde sus
bufetes instrucciones a los agentes de Madrid y Procuradores de Zaragoza”.
“No contento Isach con el pleito que en el Consejo sigue contra el
ayuntamiento,… se unió posteriormente con Camí, y atribuyéndose las facultades de
todo el vecindario, como si su voluntad fuese la suya, tuvieron valor, según se asegura,
para solicitar de la Real Cámara el pronto despacho del nombramiento de regidores y
cesación de Corregidor, recordando el recurso que sobre esto hicieron algunos
seducidos, como si aquel Supremo Tribunal necesitase para hacer justicia de los
recuerdos de estos picapleitos”...
Según los ediles, la pretensión de Isach, su yerno Salarrullana y Camí es
“fatigar” al consistorio, inventando diariamente nuevos modos de envolverlo en
741
complicados asuntos y dispendios. Aseguran que este recurso, como otros, está
movido por el odio y la intención de calumniar y, añaden:
“Todavía no hace un año que Andrés Isach y Joaquín Camí eran objeto de las
hablillas del pueblo por el odio y rencor con que se miraban, desdeñándose, no solo de
hablarse quando se encontraban en la calle, o en el paseo, pero ni aún de mirarse y
pronunciar un Dios te guarde. Su vecindad en una misma calle y contiguas las puertas
de sus casas, y el asomarse a sus balcones desde donde pudieran darse la mano, hacía
más reparable y escandalosa en el público su aversión recíproca y mala voluntad...
Isach echaba en cara a Camí ser hechura suya en su fortuna y prosperidad, habiéndole
prestado en sus principios dos mil reales para poder poner una tiendecica de zucrería
con que empezó a levantar figura en el pueblo, pues por las circunstancias de nieto de
un pobre sepulturero y haber enlazado con una infeliz muchacha, a quien la caridad de
sus conocidas cubría su desnudez, no le hubiera proporcionado levantarla, añadiendo
que el complemento de su fortuna había sido la injusta ocultación de una gran cantidad
de vales reales pertenecientes a la Iglesia, con los cuales había comprado un patrimonio
en el lugar de Ballobar; y que a pesar de que -más por miedo de ser denunciado y
procesado criminalmente- los había restituido a la Iglesia, haciendo donación al Ilmo.
Sr. Obispo difunto que, estimulado de su conciencia, le amenazaba denunciarle”.
"Camí reprochaba estas invectivas de su contrario propalando su humilde
nacimiento, su descendencia de carniceros, y su fortuna debida a la avaricia de sus
padres, y a la ocupación de estanquero de tabacos, que le sirvió de escala para ascender
a una tiendecita de comercio, que en el día pasa por la principal del pueblo,
completando estas injurias recíprocas la impertinente locuacidad de la mujer de Camí,
que se complacía en llenar de apodos a la de Isach, y entre ellos a su yerno Salarrullana,
a quien sacó el de "puñalet", sin ocultar ser hijo de un pelaire, cardador, y nieto de una
comadre”.
“Por los raros acontecimientos que el interés excita en los comerciantes, así
como se desunieron y se hicieron enemigos irreconciliables por la compra de una
yegua, que tenía encargada a Salarrullana, y que no fue del gusto de Camí, se unieron
después por otros asuntos de interés, y entre ellos el de defender su pretendido agravio
en el reparto de contribuciones y, desde esta época, estimulados cada uno y
especialmente Camí del resentimiento que formó contra el ayuntamiento por no haberle
propuesto para regidor, no obstante prohibirlo la ley a los mercaderes de tienda abierta,
formaron el empeño de representar contra el ayuntamiento. Vea qué clase de personas
son los que vanamente, y distando mucho de serlo, se titulan "Don" Andrés Isach y
"Don" Joaquín Camí”.173
A los ojos de los regidores de Antiguo Régimen, ese era el cobre que debían
batir desde entonces, reflejo sin duda más simple pero no menos histórico que la
pugna general entablada entre absolutistas y liberales con la sublevación de Riego,
los levantamientos en varias ciudades a favor de la Constitución y su jura por el rey
Fernando. Todavía esos regidores enviaban a Barrafón a la Corte para felicitar al
Rey por su matrimonio, solicitar el perdón de las contribuciones, promover la
fundación en la ciudad de un colegio de jesuitas o de escolapios y solicitar la
agregación a Fraga de los pueblos comarcanos, a fin de contribuir al sueldo del
742
corregidor. Acompañaba a Barrafón el barón de Eroles, teniente general del
ejército, a quien Fraga agradecía haberla liberado de los franceses en 1813, junto a
las plazas de Lérida, Mequinenza y Monzón. Una amistad, -la de Barrafón y Eroles-,
inquietante en el futuro inmediato.
7.3.5 La eclosión política partidista del Trienio Liberal.
En su estudio sobre la Revolución Burguesa y el movimiento juntero en
España, Antonio Moliner describe los hechos ocurridos en Zaragoza en los primeros
días de marzo de 1820. El día cinco se produce el levantamiento de varios oficiales
militares y un grupo de civiles que obligan al marqués de Lazán “convencido
absolutista” a proclamar la Constitución, luego de amotinarse el pueblo y de
conducir preso a la Aljafería al nuevo capitán general de Aragón, el general Haro. El
resultado de este extraño motín ¿anti absolutista?, fue que el mismo marqués de
Lazán volvió a recuperar la capitanía general de Aragón.
El seis de marzo se constituye la junta revolucionaria. El nuevo capitán
general convoca a las autoridades civiles y militares y a los principales prohombres
de cada parroquia y acuerdan tomar las medidas necesarias para mantener el
orden público y hacer respetar la religión y sus ministros, el nombre sagrado de S.
M., así como las propiedades y la seguridad de sus habitantes. Moliner se sorprende
de que quienes hasta entonces habían perseguido a los liberales durante el
Sexenio, se pusieran ahora al frente del gobierno constitucional, aparentemente
elegidos “por una numerosa multitud”. Se evidencia de este modo la ambigüedad
de la revolución, encarnando la junta un espíritu contrarrevolucionario.174
El día siete se recibe en Fraga la orden de hacer jurar la Constitución “a
todas las corporaciones e individuos”. La orden incluye ejemplares del acta de lo
ocurrido en Zaragoza el día cinco. El día quince los regidores acuerdan por
unanimidad jurarla con el ejemplar que les presta un vecino, una vez el Rey lo ha
hecho el nueve y lo han ejecutado ya varias ciudades y capitales cercanas. Los
fragatinos jurarán el día siguiente en la plaza de San Pedro, invitando a los priores
y clavarios de las cofradías, que igualmente deberán jurarla, y el capítulo cantará
un Te Deum de acción de gracias. En el acta subsiguiente se recoge la ceremonia y
jura de la Constitución por Dios y los Santos Evangelios. El acto ha concluido con
"vivas a la Religión, al Rey, a la Constitución y a la Patria" en un totum revolutum
conciliador.
El día 23 se recibe orden del jefe político para formar nuevo ayuntamiento.
El corregidor manda convocar al pueblo en pleno sin la tradicional división en
barrios, “como que forma una sola parroquia”, para que ese mismo día nombre a
los vocales electores que elijan el nuevo ayuntamiento. Será un ayuntamiento
743
elegido ‘desde abajo’ en lugar de ser designado ‘desde arriba’. Un cambio
sustancial. En la misma sesión cesa en su puesto el corregidor, agradeciendo al
ayuntamiento la armonía con que se ha conducido y deseándoles lo mejor.
Dos días después toman posesión los nuevos “concejales” y proponen la
continuidad del antiguo corregidor como juez de primera instancia hasta que el Rey
decida nombrar a otro. De este modo entienden conservar mejor el orden público,
ayudándose mutuamente alcalde y juez. Y, pese a que inmediatamente se declara
nula la elección del consistorio por defecto de forma, los nuevos ediles siguen en
sus puestos y ratifican en el acta del 8 de abril los acuerdos tomados desde su
nombramiento. El jefe político ha recomendado jurar de nuevo la Constitución, lo
que se hace al día siguiente en la iglesia de San Pedro "en la forma en que se
previene en el decreto de las Cortes de 18 de marzo de 1812”. El totum revolutum
de la ocasión anterior quedaba, de este modo, matizado.
El matiz no es baladí. El nuevo cabildo ha sido elegido ahora por los
comisarios de parroquia, a su vez elegidos “por los ciudadanos que gozan las
prerrogativas de tales en la actualidad”. Es decir, sólo por los cabezas de familia
vecinos y con trabajos estables en cualquier actividad. (Unos 480 individuos). 175 El
mecanismo es similar al tradicional rito utilizado para la elección de los diputados,
que la legislación gaditana amplió al conjunto de los cargos municipales. Pero el
sufragio ahora es restringido, censitario. No todos los vecinos pueden votar. No
todos son ciudadanos.
El nuevo organigrama de poder incluye un alcalde (dos en 1822 y 1823),
seis regidores (sustituidos por mitad cada año), un síndico procurador y el
secretario, que debe ser único, aunque en Fraga se utiliza una componenda para
que sigan como tales los dos habituales en discordia. 176 Desaparecen los diputados
del común en la inteligencia de que sus anteriores funciones son asumidas por los
regidores en representación y beneficio del pueblo que los elige y, por supuesto, se
anula el único caso de regidor perpetuo existente en la ciudad. Además de no ser
designados sino elegidos, el rasgo sobresaliente es sin duda la desaparición del
privilegio de mitad de oficios y de la preferencia de los nobles sobre los plebeyos en
los primeros puestos del cabildo. Se pierde de momento ese rasgo del privilegio de
Felipe V y definitivamente el régimen de ayuntamiento trienal. En adelante, tanto
durante el Trienio como durante la Década Ominosa, los ayuntamientos tendrán
una duración a lo sumo anual, cuando no inferior, a tono con las circunstancias de
“la Nación”, con lo que ello conllevará de inestabilidad política y administrativa.
El primer alcalde constitucional será ahora el comerciante Miguel Jorro y
Prous, -el máximo contribuyente del momento-, a quien se le antepone el
connotado de “don”, como al resto de los ediles en un signo colectivo de distinción
744
elitista. Se elige como regidor primero al infanzón don Domingo María Barrafón y
Viñals, que continúa su línea ascendente en el gobierno municipal, al igual que el
también infanzón don Antonio Junqueras, que cambia su anterior puesto de síndico
procurador general por el de regidor segundo. El resto de los regidores inician
ahora su experiencia en las tareas públicas. No puede decirse que el cambio sea
rotundo,
pero
sí
significativo:
¡Un
alcalde
comerciante!
Y
con
funciones
gubernativas sin limitación interna en el poder local; sin corregidor.
En adelante, el gobierno municipal estará de nuevo en manos de los
fragatinos. O al menos esa será su expectativa inmediata. Desde ahora, el antiguo
corregidor Cabrera volverá a ser juez de primera instancia, con función únicamente
jurisdiccional, separada del ayuntamiento, a quien los regidores consideran persona
capaz una vez quedan relegadas las antiguas discordias con alguno de los
encumbrados. Le reconocen “la capacidad personal y la armonía que ha sabido
crear entre todos los regidores”. Pero se apresuran a quitarle la potestad sobre el
destino y administración de los bienes de propios. Desde ahora, y de acuerdo con la
Constitución de 1812, serán ellos solos quienes lleven cuenta precisa de las rentas
que producen, sin juntas de propios de por medio. Recuerdan la pérdida de sus
antiguas prerrogativas durante la dominación del corregidor Rubio, usurpador junto
al gobierno intruso, y su recuperación durante el período final del conflicto bélico,
en el breve episodio constitucional de Cádiz. Ahora, el destino de los arriendos
municipales
vuelve
a
estar
bajo
su
control.
Para
destacar
la
novedad
administrativa, acuerdan dejar constancia de sus resoluciones en un libro separado
del de actos comunes.177
Esa es su primera y más importante decisión: las rentas de propios. Sólo
después solicitarán que Fraga siga siendo cabeza de partido, como durante la
pasada guerra, para de este modo recibir las órdenes superiores directamente, sin
mediación de Zaragoza. Y así lo consiguen del presidente de la Junta Superior
Gubernativa de Aragón, el marqués de Lazán,178 aunque con limitaciones. 179
Consecuentes con ello, deciden hacer acopio “activo y permanente” de la nueva
legislación que les incumbe conocer.180 Ellos sí saben leer.
Una vez repuesto en la prerrogativa de nombrar los oficios subalternos
pagados de los fondos públicos, el consistorio resuelve nombrar guardias, priores,
celadores de Valdurrios, almutazaf, sisador, cerero confitero, maceros y clarineros.
Declara vacantes las dos plazas de médicos, porque tiene noticia de que uno de los
que ahora las ocupan, don Miguel Tomás, quiere ir a ocupar la de Barbastro. Nada
se dice del otro médico actual, don Antonio Cerezuela, pero también se declara
vacante su plaza.181 Nombramientos y ceses –los de los médicos-, que parecen del
todo inocentes, pero que pronto se revelarán como políticamente intencionados.
745
Por último, solventados los asuntos más pragmáticos y en consonancia con
su nuevo mandato constitucional, los ediles realizan un acto público del mayor
simbolismo: acuerdan arrancar de inmediato la argolla y cadena a las que se
amarraban en la plaza pública los delincuentes y borrar de este modo “el
monumento a tan antigua y humillante costumbre”. Entendían acabar de repente
con el Antiguo Régimen, imitando lo ya realizado en otros lugares.
Respecto de los vecinos llamados al disfrute del poder, no cambia la
exigencia de un determinado arraigo económico, con lo que los principales sitiales
siguen en manos de ciudadanos “pudientes”. Concepción de Castro los llama “clase
media”182 y nosotros los asimilamos a los mayores contribuyentes y sus allegados,
cada cual con sus propios intereses casi siempre enfrentados. Hasta aquí nada
cambia. El verdadero cambio radica en que ahora salen a la luz de forma clara
diferentes
opciones
políticas,
que
perfilan
en
“partidos
constituidos”
la
indiferenciada ambición de poder de algunos vecinos. En adelante comenzamos a
ver fragatinos partidarios del absolutismo, fragatinos favorables a un gobierno
representativo “moderado” y restringido (doceañista) y, finalmente, a otros
descontentos con su exclusión del poder por su carácter más “exaltado”, más
exigente con el alcance de la revolución. Las ideas de cada cual se manifestarán de
inmediato en su conducta. La aparente tranquilidad y concordia inicial entre los
fragatinos del Trienio se revela pronto ficticia.
A tono con el contexto nacional, se producirá una creciente conflictividad
política, a veces por disputas internas y otras condicionadas por el exterior. Fraga
ya no es aquel pueblo aislado del siglo anterior, distante de la capital del
corregimiento, que acata a regañadientes órdenes e instrucciones sobre asuntos
fiscales, exacciones y multas por su mal gobierno. Ahora vibra y entiende su suerte
conectada a los avatares regionales y nacionales. Sus actitudes y acciones siguen el
vaivén de los incipientes partidos. La repercusión de situaciones y conflictos
externos es mucho mayor que antiguamente. También sus propias actuaciones
pueden tener resonancia en ‘la capital’ (que para ellos sigue siendo Zaragoza).
El despido de los dos médicos encenderá la mecha entre los vecinos
notables. Los concejales moderados temen la oposición de varios individuos
exaltados entre los que destacan José Salarrullana –“sujeto de perversa intención”Ramón Vera, -“hombre de malísimo concepto”-, y los médicos don Miguel Tomás y
don
Antonio
Cerezuela,
“que
siempre
han
promovido
chismes,
anhelado
innovaciones y perturbado el orden en cuanto ha alcanzado a su posibilidad”,
difundiendo ideas contrarias al gobierno de la ciudad. El consistorio moderado les
acusa de ponerse de acuerdo “en conciliábulo” para aprovechar en su beneficio las
alteraciones producidas el 14 de mayo de 1820 en Zaragoza, cuando “algunos
746
grupos desordenados y con armas pretendieron alterar el orden público”. Por eso el
consistorio decide despedir a los médicos y dar cuenta a las autoridades del
carácter de Salarrullana y Vera.
Los médicos reaccionan al despido mediante la publicación el día 13 de junio
de un artículo anónimo en el Diario Constitucional de Zaragoza en el que niegan
capacidad legal al ayuntamiento para despedirlos, lo que deja al consistorio mal
parado ante la opinión pública zaragozana.183 Por su parte, los concejales ordenan a
su procurador en Zaragoza averiguar ante el juez de imprentas la autoría del
artículo, para exigir una satisfacción y rectificación de lo escrito. Al mismo tiempo,
niegan a los médicos el pago de sus salarios, exigen a uno de ellos que deje de
vestir uniforme militar y ponen en conocimiento del arzobispo de Zaragoza las
maquinaciones y vergüenzas de su agente en la capital, el presbítero Morella.184
Pero el asunto no acaba aquí. Al apoyo “exaltado” de Salarrullana y Vera a
los médicos se suma otro individuo situado en la antípoda política aunque de
idéntico afán desestabilizador: reaparece en escena don Medardo Cabrera.
Las manifestaciones públicas de don Medardo, relativas a la inestabilidad
política regional y nacional, son la comidilla de la clase bien estante del pueblo. El
miedo a perder su puesto de interventor en la junta de propios si se consolida el
cambio político en sentido liberal y la junta es suprimida, le hace proferir
afirmaciones peligrosas, que otros se apresuran a enjuiciar en el consistorio. El
regidor decano Barrafón será quien las ponga en solfa.
Don Domingo María Barrafón y Viñals expone a sus compañeros capitulares
su “dolor más intenso” porque lo que se discute discretamente en las sesiones se
filtra de inmediato a toda la población. Fruto de ello es que se le haya presentado el
juez en su estudio de abogado, acompañado del escribano del juzgado, para
tomarle declaración respecto de una petición de don Medardo. Exigen saber si
Barrafón acusó a Cabrera ante el consistorio de amenazar con ponerse a la cabeza
de un motín, junto a los médicos, en vista del correo sobre la alarma del 14 de
mayo en Zaragoza. (En este asunto, los extremos políticos se tocan y fomentan la
algarada tanto los exaltados como los absolutistas).
Barrafón declara ante el juez que, en efecto, afirmó en sesión del
consistorio la complicidad de don Medardo con los médicos, de quienes se
sospechaba querer perturbar el orden. Pero Barrafón asegura ahora que su
observación fue sólo intuición y no acusación con ánimo de incriminarle; y menos
siendo su amigo. Que su intuición derivaba de palabras anteriores de don Medardo
cuando,
-luego de las ocurrencias de marzo en la capital-, le confió: …“amigo,
gran novedad tenemos. Mi intervención en propios, la de mi hijo, el regidorato de
747
éste y el de usted, con el ascendiente que nos atribuyen, terminan o se acaban si
juramos la constitución. Es preciso resistirlo”.
Barrafón añade que, posteriormente, antes de jurarse la Constitución en
Fraga, pero una vez recibidos los decretos de haberlo practicado del Rey, el citado
Cabrera le dijo en su propia casa: “nada importa lo del Rey; los partidos de Huesca,
Barbastro y Jaca se resisten; Fraga debe unirse a ellos”. Y apostilla Barrafón,
enfadado: “En eso se conoce que las ideas de Cabrera no eran precisamente de
adhesión al sistema monárquico, ni a los intereses del Rey, sino sórdida ambición,
efecto de un carácter bajo y despreciable”. Y por ello, –concluye-, no había
merecido don Medardo ningún aprecio entre los comisarios de parroquia al tiempo
de elegir los miembros del nuevo consistorio constitucional. El noble, abogado y
literato ilustrado Barrafón alardeaba así de estatus y fidelidad al Rey frente a aquel
labrador criado sobre un esportón, en el establo junto a las mulas, aunque elevado
en su día a la categoría de Noble de Aragón.
Fueran los que fueran los intereses reales de cada cual, lo cierto es que su
envolvente ropaje se manifestaba ahora ligado a una u otra ideología. Don Medardo
quedaba retratado en esta ocasión como un decidido absolutista. Se mantenía
atento a los acontecimientos, vigilando la deriva constitucional, anhelando
esperanzado la intervención de tropas francesas próximas a la frontera y deseoso
del éxito de la revuelta de mayo en Zaragoza. Se hubiera asociado con los
“facciosos” si aquella hubiera triunfado. Don Medardo era ya uno de los
“descontentos” significados en la ciudad, anticipando la denominada guerra dels
malcontents que estallaría siete años después.185
Pero también Barrafón se vería pronto incluido en el grupo de los inclinados
en pro del absolutismo. Su trayectoria durante la guerra de la Independencia no
brillaba diáfana a los ojos de todos. Como su padre difunto, parecía haber
colaborado con los franceses y al mismo tiempo alardeaba de haber actuado como
espía del ejército español. De hecho había entrado en 1813 con las tropas del
Barón de Eroles el día de la liberación de Fraga.186 Muy pronto, el secretario Simón
Galicia le acusaría de tener “enredado” y “comprometido” al ayuntamiento y al
pueblo en la causa del Rey absoluto, cuando no debería siquiera asistir a las
sesiones hasta que no tuviese “la exclusión absoluta, con justificación de sus
crímenes”. El secretario había dado cuenta de ello ya al gobierno de la Nación, a fin
de someter a Barrafón “al Tribunal de la Ley”. 187 Su verdadera adscripción política
resultaba cuando menos ambigua y, pese a ello, parecía gozar de una situación
privilegiada respecto de otros abogados “purificados”. 188 Sus influencias en ‘la
capital’ se lo garantizaban.
748
Transcurridos los primeros meses del Trienio y convertida Fraga en cabeza
de partido judicial,189 la situación política en la ciudad se enrarece progresivamente
y se polariza. Frente al ayuntamiento se sitúa por un lado la minoría exaltada
liberal, al frente de la cual se posiciona un Salarrullana capaz de arrastrar tras de sí
algunas voluntades, y por otro una parte del vecindario, descontento con la
situación económica, liderado por don Medardo Cabrera y dispuesto a la revuelta
absolutista si las condiciones externas lo propician. Pese a que el primer
ayuntamiento constitucional informa al Gobierno Político de Aragón en abril de 1821
que “en esta ciudad se goza de toda tranquilidad”,190 lo cierto es que hasta los
miembros del capítulo eclesiástico muestran su desafección al consistorio: con
motivo de la festividad de la patrona Santa Ana, ni el ayuntamiento ni las cofradías
serán invitadas a la procesión habitual. Varios roces de orden fiscal y económico
entre ambas instituciones subyacen al desapego político.
Tres son las ocasiones en que con mayor claridad se aprecia la polarización
política del Trienio: la formación de la Milicia Nacional, la nacionalización de los
bienes de religiosos regulares y el medio diezmo, y la sublevación absolutista de
1822 en Cataluña y Aragón. Veámoslo con detalle.
A finales de octubre de 1820 se recibe la orden de “plantificar la Milicia
Nacional” en la forma prevenida en el Reglamento de 31 de agosto, publicado el día
cinco de octubre. El consistorio acuerda llevar a efecto con la mayor celeridad lo
que con tanta urgencia encomienda el Gobierno. Deben alistarse los ciudadanos de
edades comprendidas entre los dieciocho y los cincuenta años, sin excepción de
clase ni persona, con apercibimiento a los omisos de imponerles las penas a que se
hagan merecedores, sobre obligarles a ello. Pese a que los concejales dan ejemplo
alistándose los primeros, la convocatoria no tendrá éxito: “el número de los
alistados es muy corto”.191 Por eso deciden pasar casa por casa para determinar
con los libros parroquiales en la mano la edad de cada vecino y su obligación de
alistarse. Se atenderán las excepciones que se presenten y luego se nombrarán los
oficiales pertinentes. Al mismo tiempo, se invita a los párrocos a repetir “las
pláticas constitucionales después de las doctrinales, de acuerdo con el celo con que
han procurado encaminar la opinión pública, a fin de mantener la seguridad en los
pueblos y su tranquilidad interior”.192
En diciembre la Milicia está oficialmente constituida. 193 Comanda el batallón
el propio alcalde y forman su plana mayor algunos de los concejales y varios
notables.194 Cuando se propone que las cinco compañías realicen ejercicios de
adiestramiento de forma conjunta, varios individuos de la cuarta lanzan un “grito”
por el que reclaman actuar con independencia de las demás. Se trata de nuevo de
Salarrullana, Cerezuela y Vera, oficiales de la misma. Su falta de subordinación al
749
comandante resultará escandalosa entre el resto de “oficiales”, lo que llevará al
ayuntamiento a una convocatoria extraordinaria para deliberar sobre lo ocurrido.
Por la tarde del día ocho de diciembre, todos los oficiales abarrotan el salón
de plenos reclamando orden en el pueblo pues “ya se ven las ideas de algunos
espíritus turbativos”, refiriéndose a Salarrullana y sus correligionarios. Se ordena
formar patrullas por las calles para mantener el orden, “quedando seguros de que
los pocos malvados enemigos de todo gobierno serán despreciados de todos los
buenos y nada podrán trastornar sus perversas maquinaciones”. Los liberales
moderados controlan la situación local.
Por la noche, varios oficiales de la milicia se reúnen en casa del teniente
Simón Aznar, en la que se celebra un banquete con un “golpe de música” y se
brinda por la conservación del orden y arreglo de la Milicia, frente a quienes
atentan contra su organización. Los capitanes han comprobado en su ronda
nocturna la tranquilidad del pueblo y por ello deciden al día siguiente dejar sin
efecto la proclama que habían acordado publicar, confiados en que “la energía del
cuerpo" será suficiente para tranquilizar la ciudad.195 Unos días después, el alcalde
instruye una causa “sumarísima” respecto de los tres insubordinados que, en 1822,
será desestimada por un tribunal superior y condenado el ayuntamiento al pago de
las costas y perjuicios, cuando en el contexto nacional predominan los liberales
exaltados.196
En ese contexto debe situarse el “grito” insubordinado de Salarrullana y sus
afines. A partir de octubre de 1821 se producen una serie de alzamientos y
asonadas en toda España, similares a los de 1820. Sus líderes, Riego, Quiroga y
Espoz y Mina, en connivencia con conspiradores republicanos franceses, fracasan
en los nuevos intentos. Con todo, algunas ciudades se mantienen al margen del
Gobierno, desarrollándose auténticas escenas de anarquía y denunciando “el feroz
absolutismo del gobierno servil” de Madrid. Aunque no se llega a una situación de
guerra civil, el Gobierno debe transigir con los rebeldes exaltados concediéndoles lo
que en el fondo buscan: una participación en los resortes del poder.
En Aragón, durante todo el año 1821 hay motines y manifestaciones
callejeras: en Zaragoza a mediados de mayo; al mes siguiente se prepara en
Huesca un Batallón de la Milicia Nacional con objeto de defender a las poblaciones
de las partidas absolutistas que ya comienzan a recorrer el Alto Aragón. El 4 de
septiembre, tras una conjura de carácter republicano en Zaragoza, el Gobierno
moderado destituye a Riego de su puesto de capitán general de Aragón y lo envía
de cuartel a Lérida; se producen manifestaciones que terminan en enfrentamientos
públicos. En el mes de diciembre, numerosos tumultos en Calatayud, Caspe, Alagón
y Huesca turban la quietud pública.197
750
Al mismo tiempo, mientras en las ciudades se producen asonadas y
alborotos radicales a favor del progreso de la revolución, en el ámbito rural
aragonés y catalán los tumultos y acciones guerrilleras serán de carácter
absolutista, instigadas por la Iglesia, cuando se está procediendo a la disolución de
conventos y a la confiscación y nacionalización de parte de sus bienes y rentas.
Aunque ya hemos analizado las repetidas nacionalizaciones de los bienes
eclesiásticos en el epígrafe de la desamortización, conviene aquí recordar algunas
actuaciones significativas de la casuística fragatina. Uno de los regidores del primer
ayuntamiento constitucional, el comerciante y ganadero Joaquín Camí Sartolo,
será el comisionado por el Crédito Público para llevarlas a efecto. 198 El escribano
don Jaime Jorro y Prous, hermano del alcalde, será el encargado de confeccionar
los expedientes de las fincas y rentas a enajenar. Durante el segundo semestre de
1821 y todo el año 1822 Camí recoge las escrituras, actos censales, libros de cargo
y data y libretas cobratorias, expedientes de toma de posesión e inventarios de los
conventos suprimidos y los remite al comisionado principal en Zaragoza.199 Todo
parece efectuarse sin oposición aparente. Pero cuando es preciso peritar las
pertenencias de los regulares, nadie quiere intervenir; cuando se pretende arrendar
las tierras conventuales nadie puja por ellas; ni siquiera sus antiguos arrendatarios,
que se desentienden del contrato. Todos temen posibles represalias de los que ya
se llaman a sí mismos “realistas”. Cuando a partir de julio de 1822 las facciones
absolutistas y liberales están abiertamente enfrentadas, Camí refleja mejor que
nadie el temor que le infunden unos y otros y su miedo a que le despojen de cuanto
almacena, como gestor del medio diezmo nacionalizado y de los bienes,
ornamentos
y
alhajas
arrebatados
a
los
eclesiásticos.
La
“arriesgada”
correspondencia con sus superiores lo pone de manifiesto mientras permanece en
Fraga y cuando huye primero a Zaragoza y luego a Lérida, buscando el amparo de
las tropas y milicias liberales.200 Si se busca un ejemplo de conflictividad social y
política en la ciudad y su comarca, la actuación del Crédito Público es sin duda la
más significativa durante el gobierno de los liberales moderados.
El tercer conflicto del Trienio y el de mayor envergadura y consecuencias
políticas es el de las sublevaciones realistas. Si se atiende igualmente al contexto
nacional, a partir de julio de 1822 el poder central es ejercido por los exaltados con
el Gobierno de Evaristo San Miguel primero y, al año siguiente, cuando comience la
intervención francesa, con Álvaro Flórez Estrada. Su acceso al poder no resuelve los
problemas que afligen al país. La incapacidad de los ministros y el apoyo
incondicional de la masonería incentiva la oposición de los moderados. Desde el
frente absolutista, las potencias de la Santa Alianza amenazan con intervenir. La
falta de autoridad del Gobierno se traduce en un endurecimiento de la vida política,
751
que adquiere las connotaciones propias de un ambiente de guerra civil con posturas
irreconciliables
y
acciones
extremistas
con
destrucciones,
deportaciones
y
matanzas.
En el contexto local y regional, esta cuasi guerra civil se sustancia desde los
meses previos a julio mediante revueltas y creación de partidas absolutistas cada
vez más organizadas y coordinadas. Es el mundo campesino que se rebela contra la
crisis económica. En opinión de Josep Fontana, las medidas reductoras del diezmo a
la mitad pretendían favorecer al campesinado, pero lo que pudo ser favorable para
grandes y medianos propietarios acostumbrados a comercializar su cosecha, “…no
valía para los campesinos, alejados de los canales de comercialización a distancia y
sometidos a los mecanismos de unos mercados locales dominados (precisamente)
por la especulación”.201 Por otra parte, el aumento de la presión fiscal y el nuevo
impuesto
de
consumos
que
ya
conocemos
agudizaban
la
crisis.
Como
recientemente ha descrito Ramón Arnabat, lo diagnosticaban incluso algunos
liberales radicales que proponían “abolir los consumos, reducir los impuestos,
compensar los gastos realizados por los pueblos en fortificaciones, armamento y
defensa, y hacer pagar a los lugares que no tuvieran milicianos los gastos
ocasionados en perseguir a los facciosos”.202
En Fraga, la situación económica del Trienio afecta con crudeza a la mayoría
de los vecinos. El censo de población que debe fecharse en 1822 incluye un total de
814 vecinos, de los cuales 162 son considerados jornaleros pobres y 316 pobres de
solemnidad; en total casi un 59% de los empadronados están en la miseria. 203 Es
fácil intuir que su afecto político ha de situarse muy cerca de quienes culpan de su
situación a “los de la peseta”; es decir, a quienes defienden la nueva política. La
adscripción de algunos vecinos a la guerrilla absolutista es fácilmente comprensible,
máxime cuando Fraga está en el centro de un teatro de operaciones militares en la
frontera entre Aragón y Cataluña, con un puente de obligado paso que debe
defenderse, y peligrosamente próxima a la fortaleza de Mequinenza, objeto de
deseo de ambos bandos contendientes.
La primera referencia documental del conflicto es de mayo de 1822. El jefe
político de la provincia de Aragón remite un pliego al alcalde comunicándole sus
noticias de que en la provincia de Lérida “ha tomado el campo una partida de
facciosos, capitaneados por un fraile fanático, para cuyo exterminio se han
adoptado las medidas más vigorosas”. Para acabar con el fraile, pide la
colaboración de las milicias locales de los pueblos del partido de Fraga. 204
Sabido es que el clero de la diócesis de Lérida era en su mayoría realista,
con su obispo Simón de Rentería opuesto a las disposiciones liberales. Como explicó
en su día el profesor LLadonosa, se estaban formando varias partidas en el Pirineo
752
apoyadas por Luis XVIII de Francia. Son las llamadas “bandas de la Fe”, cuyos
principales jefes son “el misses” mosén Antón, Francisco Muntaner y Fray Antonio
Marañón, alias “El Trapense”: “el fraile” para los fragatinos.
El retrato de “el Trapense” ha sido vivamente perfilado por Josep Fontana
Lázaro en su reciente estudio sobre la Década Ominosa. 205 Financiado por los
monjes de Poblet y Montserrat, se apodera de la ciudad de Cervera, desde donde
extiende sus razias por la zona oriental de Aragón: Benabarre, Barbastro, Tamarite,
Monzón, etc. y por Balaguer, el Segriá, Tremp y toda su cuenca, en la de Lérida. 206
En una de sus acciones los realistas consiguen tomar el castillo de Mequinenza el
23 de julio de 1822.207 La fortaleza se convierte en el principal punto de soporte de
sus tropas en la zona entre Aragón y Cataluña, -con unos 2.300 infantes y 150
caballos-, pese a los repetidos intentos constitucionales de escalarla o al menos
bloquearla; intentos dificultados por partidas que les presionan desde Tamarite,
Fraga, Sariñena, etc. Sólo en diciembre los constitucionales conseguirán sitiar la
plaza evitando su aprovisionamiento en adeptos y medios de subsistencia, al
tiempo que defienden la posición de Fraga, por su puente sobre el Cinca.208
Durante aquellos meses, las partidas realistas se someten a la coordinación
del Barón de Eroles, reconocido como jefe de las operaciones militares. 209 Por
exigencia francesa, en junio de 1822 se apoderan de la Seo de Urgel, donde
constituyen la llamada Regencia de Urgel.210 Su manifiesto señala el propósito de
reintegrar al Rey en su autoridad absoluta y ofrece una ley basada en los antiguos
fueros, lejos de las veleidades revolucionarias. La Regencia consigue reunir más de
13.000 hombres y el resto de juntas constituidas en el territorio nacional reconocen
su preeminencia.211 Entre sus secretarios figura don Domingo María Barrafón y
Viñals.212
Desconozco el momento preciso en que Barrafón marchó de Fraga y si
abandonó su puesto de regidor durante 1821. Probablemente lo haría en los
primeros meses de 1822, cuando ya no forma parte de un consistorio escorado
hacia los liberales exaltados o cuando entra en Fraga la partida del Trapense. Lo
cierto es que el 15 de octubre de 1822 tenemos noticia de Barrafón, cuando actúa
como intendente del ejército realista y escribe desde la Regencia de Urgel al
ayuntamiento de Solsona, indicando de dónde debe sacar dinero para acudir a las
peticiones de la partida del comandante Pablo Miralles. 213
Para comprender la ideología de Barrafón, íntimo amigo de Eroles, es preciso
tener en cuenta que el pensamiento y las proclamas de éste último no coincidían
con las de Mataflorida, puesto que Eroles pretendía devolver al Rey el poder pero
fijando una constitución acorde con los fueros y costumbres tradicionales
"adaptados a las circunstancias actuales", mientras que Mataflorida quería regresar
753
al absolutismo puro y duro. Los constitucionales, por su parte, decían que Eroles se
había unido a la causa realista “posiblemente porque su ambición le haya hecho
creer que adquirirá más riquezas, poder y celebridad”.214 Y, de hecho, respecto a
Barrafón, su enemigo Salarrullana le acusaría años después de haber conseguido
“inmensas riquezas por haber abandonado la Patria en el año 22 y 23”.215 En
cualquier caso, con afán de riqueza o sin él, Barrafón se perfilaba políticamente
como partidario de un absolutismo reformador.
El 15 de noviembre de 1822 Espoz y Mina derrotaba las tropas realistas que
protegían la Regencia de Urgel y obligaba al Barón de Eroles a refugiarse en
Francia.216 La Regencia de disolvía y sus miembros se separaban y criticaban
mutuamente. Mataflorida acusaba a los que le abandonaban por defender la
alternativa de una carta constitucional: entre ellos don Domingo María Barrafón “y
otros subalternos vendidos a la secta por ambición, debilidad o ignorancia…, por
restablecer un sistema de gobierno que en su fondo es popular, opuesto a los
derechos del Rey”.217
Frente al panorama general, las pequeñas peripecias locales carecen de
relevancia histórica, pero resultan útiles a nuestro propósito si pretendemos
caracterizar a los sujetos del poder. Nuestra principal fuente de información son las
actas de ayuntamiento y, obviamente, sus percepciones y valoraciones del contexto
regional responden a su propia posición política, o se someten en cada momento a
las autoridades que dominan la situación. Si durante los dos primeros años del
Trienio sus temores se habían manifestado respecto del liberalismo exaltado y en
concreto
respecto
de
aquellos
vecinos
más
significados
en
su
ideología
(Salarrullana, los médicos, Vera, etc.), a partir de 1822 les atenazará el miedo a las
partidas realistas. La vida comarcal quedó alterada por completo ante las correrías
de unos y otros.
Muy pronto, en junio de 1822, reconocen que las “conmociones populares”
no pueden ser agradables a los “buenos ciudadanos”. Confían en que no les
alcancen, pese a que durante algunas noches ya se han producido tiros en la plaza
Mayor. Los sujetos más visibles y la mayoría de hacendados, “amantes de la
quietud, sosiego y buen gobierno”, se proponen impedirlo en adelante mediante sus
rondas nocturnas.218 Pero tres semanas más tarde, su tranquilidad se desmorona.
El primero de julio, muy de mañana, invade la ciudad una partida “realista”
comandada por un tal don Ignacio Bordalba. Es la tropa que asaltará y vejará al
comisionado del Crédito Público, Camí. ¡El símbolo de la expoliación a la Iglesia!
Pero también se adueñan, -bajo amenaza de muerte- de dineros de algunos
“pudientes”, del armamento de la milicia, armas de los particulares, raciones de
pan y vino, pólvora, balas y algunos caballos. Finalmente derriban y tiran al río la
754
lápida conmemorativa de la Constitución. Pero lo más significativo es que algunos
vecinos se han marchado con la turba, al grito de “viva el fraile”. Al día siguiente, el
ayuntamiento ordena a los maceros y alguaciles formar una lista “de los mozos y
casados que se han unido a los que vinieron armados de Cataluña”, para entregarla
al juez de primera instancia, a fin de que proceda según la ley. Pero al mismo
tiempo acuerdan retrasar la publicación del bando de la ley de 17 de abril de 1821
(que condena a los rebeldes) hasta recibir contestación del Jefe Político de
Zaragoza, “para no desesperar todavía más a los facciosos”,219 y para dar tiempo a
los “incautos” que marcharon con ellos a regresar a sus hogares. Si vuelven de
inmediato serán indultados de acuerdo con la misma ley.
Los facciosos realistas han marchado hacia Torrente de Cinca y Mequinenza,
cuyo castillo sabemos tomarán el día 23 de julio. Desde allí atemorizan y saquean
durante meses los pueblos de la comarca. 220 Se ha unido a ellos don Medardo
Cabrera, llevándose consigo el libro cobratorio de la contribución. Don Medardo se
emplazará en la fortaleza como miembro de su junta y facilitará desde allí
información relevante sobre los liberales de Fraga y su comarca, llevando presos a
sus mazmorras algunos de ellos. Las vejaciones y exacciones impuestas a quienes
caen en sus manos serán relatadas por Salarrullana diez años después en un
rabioso acto de venganza.221
En diciembre de 1822, una vez protegida Fraga por tropas constitucionales,
se recibe la orden del comandante general del distrito militar estacionado en la
ciudad, por la que se declaran “traidores a la patria” a mosén Ramón Rubio y
mosén José Achón, -miembros del capítulo eclesiástico-, y a don Medardo Cabrera,
Manuel Salinas, don Domingo María Barrafón, Mariano Visa y Cristóbal Calavera; los
cinco primeros por individuos de la “junta facciosa” de Mequinenza y por secretarios
de ella y de la de Urgel; los dos últimos por cabecillas vecinos de la ciudad. En
realidad sólo se condena a los principales realistas, puesto que los “unidos a la
facción” son algunos más, aunque carecen de relevancia social y económica en la
ciudad; no son vecinos principales. Como en otros muchos lugares, representan la
minoría declaradamente desafecta al régimen liberal, como demostró hace años
Jaime Torras.222
Los bienes de los condenados quedan confiscados y destinados a la Hacienda
Militar, bajo el más escrupuloso inventario. Quien oculte alhajas, bienes y efectos
de estos individuos tendrá pena de la vida. Pero como todavía la comarca está
infectada de realistas el consistorio no se atreve a publicar la orden y sí en cambio
el indulto que días después el mismo mando militar otorga a quienes deseen
acogerse a dicha gracia y se presenten en su cuartel general o ante los
comandantes del ejército a sus órdenes. El indulto comprende a “quienes se hallan
755
al presente dentro del recinto de Mequinenza”. 223 Fraga acabará exhausta aquel
invierno debido a las exacciones primero de los realistas y luego de las tropas
constitucionales, junto a los suministros para los enfermos del hospital militar
habilitado en la ciudad.224 Fraga queda desde entonces en manos de los liberales
exaltados.
*
*
*
Según Concepción de Castro, durante el último año del Trienio, la nueva
delimitación de funciones en los ayuntamientos da lugar a una renovación de la
figura del alcalde; destaca ahora su carácter ejecutivo frente al resto del
ayuntamiento, sin perder por ello el genuinamente electivo. 225 Los regidores, en
cambio, se ven reducidos a un mero cuerpo consultivo. En Fraga, el nuevo puesto
de alcalde lo ocupa Salarrullana. Alcanza de este modo la meta perseguida desde
hace años. Su poder político y decisorio es ahora máximo en la ciudad y está
arropado por un consistorio en el que la mayoría de sus miembros son
comerciantes como él. Pero pudiendo decidir múltiples cuestiones por sí mismo, su
pericia política le aconseja apoyar sus actos en los principales vecinos. Por eso se
apresura a llamarlos y constituir con ellos una “junta de pudientes y sujetos
visibles” que se encarguen de la distribución equitativa de los impuestos, así como
de los demás cargos de contribución a los que Fraga se ha visto sometida. 226 Su
experiencia
en
las
lides
hacendísticas
es
notable
y
pretende
compartir
responsabilidades. O cumplirlas de forma más democrática. Pero cuando intenta
meses más tarde crear una nueva comisión encargada de los suministros a las
tropas, los elegidos para llevarlo a cabo le hacen ver que la responsabilidad de
aportarlos es suya, del alcalde, sin que pueda desentenderse de ello; por eso sólo
la asumirán si el ayuntamiento les da todo el auxilio preciso para desempeñarla.
La actuación de Salarrullana al frente de la alcaldía concluye muy pronto, en
el mes de abril de 1823. Su gobierno ha durado tres meses escasos. Huye de Fraga
ante el avance del ejército francés que invade España y que sin duda tomará
represalias. No es el único: la mayoría de los liberales significados abandonan las
ciudades mientras unos veinte mil soldados realistas se distribuyen por Aragón para
sofocar todo intento de resistencia. Desde Zaragoza, el general francés Molitor
organizará la ocupación del Alto Aragón y de Cataluña, de cuya defensa se hallaba
encargado el general constitucional Espoz y Mina. Con Salarrullana han huido el
alcalde segundo Simón Aznar y varios concejales. Su paso por el ayuntamiento será
muy criticado años después por sus enemigos políticos, quienes les acusan de no
haber sido elegidos realmente por el pueblo y de haber desplegado sus malévolas
756
intenciones, haciendo pagar al vecindario “exacciones de dinero y de sangre”, y
haciendo ejecutar dos quintas “que otro alcalde prudente y menos exaltado hubiera
sabido
excusar,
economizando
lágrimas
comprometimientos inútiles a sus hijos”.
227
a
las
madres
desconsoladas
y
Salarrullana se había comprometido
radicalmente con la causa liberal.
7.3.6 La etapa absolutista final.
La impotencia de los realistas para vencer por sí solos al liberalismo, junto
con la petición de ayuda de Fernando VII, había forzado la intervención militar
extranjera en los asuntos internos españoles, decretada por la Santa Alianza el 20
de octubre de 1822 en el Congreso de Verona. La invasión, encomendada a
Francia, se inició el 7 de abril de 1823. No se produjo la resistencia popular que
esperaba el Gobierno liberal y los tres ejércitos formados precipitadamente al
mando de Espoz y Mina, Ballesteros y el conde de La Bisbal se rindieron sin apenas
combatir.228
Un ejército francés compuesto por 132.000 soldados al mando del Duque de
Angulema cruza la frontera por Irún y en esta ciudad se le une el llamado Ejército
de la Fe, formado por 35.000 voluntarios de las partidas realistas españolas. Estos
dos ejércitos reunidos avanzan por España sin dificultad, ponen sitio a Pamplona y
San Sebastián y llegan a Vitoria, ocupando posteriormente Zaragoza el 26 de abril,
Huesca el 30 y Fraga días después.229 Josep Fontana explica la escasa resistencia al
ejército de Angulema por la complacencia de los clérigos y por el pago a precios
elevados de los suministros necesarios a los invasores. Un teatro de operaciones
totalmente opuesto al producido durante la guerra de la Independencia, cuando los
clérigos animaban a la resistencia contra los “gabachos” y los franceses saqueaban
y requisaban todo lo imaginable allí por donde pasaban.230
La invasión debía ser legitimada por una Junta Provisional encargada de
convocar el Consejo de Castilla y el de Indias, que a su vez designarían una
Regencia.231 Desde abril, la Junta Provisional había ordenado restablecer los
ayuntamientos y justicias del Reino. Para ello cesaba a todos los alcaldes
constitucionales y jueces de primera instancia, y fijaba las normas para el
nombramiento de las nuevas corporaciones. A juicio de Fontana, “la sustitución
crearía muchos problemas ya que buena parte de los ciudadanos acomodados, que
eran los que normalmente ocupaban sus cargos, se habían comprometido de
alguna manera con el régimen constitucional, como denunciaban los informadores,
mayoritariamente eclesiásticos”.232
El 23 de abril se anuncia en Zaragoza la derogación de la Constitución,
“recibida con alivio entre amplios sectores de la población”, según afirma Peiró. 233
757
El diez de mayo se reciben en Fraga varias circulares y órdenes: deben
restablecerse las anteriores autoridades locales y oficiarse un Te Deum en acción de
gracias por la entrada en España del “ejército libertador” y por el restablecimiento
del rey Fernando VII “a su plena libertad”. Pomposamente, el acta de ese día se
rubricaba con la expresión: “se acuerda obedecer en todo”. 234 Y, en efecto, los
realistas fragatinos habían sido diligentes, puesto que desde hacía una semana
habían repuesto por su cuenta el ayuntamiento designado en 1819.
La mayoría de los antiguos ediles acuden prestos a tomar posesión de sus
sitiales, excepción hecha del corregidor don José Matías Cabrera, trasladado a otro
destino,235 el regidor perpetuo don Domingo Arquer, ya difunto, el diputado del
común Ramón Vera, huido, y el regidor segundo don Domingo María Barrafón, que
sigue en el ejército con el Barón de Eroles. La presteza en el cumplimiento de la
reposición obedecía a las amenazas procedentes de algunos realistas fragatinos
desde el castillo de Mequinenza. Es decir, de don Medardo Cabrera.
Todo parece volver a sus antiguos cauces y, consecuentes con ello, la
corporación se apresura a arrendar las fincas de propios, los impuestos y los
abastos.236 También se aprestan a restablecer “el orden”. Naturalmente ahora se
trata del orden absolutista. El nuevo capitán general de Aragón don Felipe Fleires
prohíbe las reuniones de más de tres personas en las casas, -“no siendo de la
familia”-, después de tocadas las segundas oraciones o las almas; ni por las calles,
ni en las tabernas. Que nadie se pare por las esquinas ni vaya por las calles con
asonadas ni músicas.237 Igualmente regresa la obligatoriedad del pago del
diezmo238 y la reposición de la autoridad “exterior” (el corregidor) en el
ayuntamiento.239 El 23 de octubre tomará posesión el nuevo corregidor interino don
Manuel Zeperuelo, nombrado por la Regencia,240 sustituido el 15 de noviembre de
1824 por don Matías Mestre. Los corregidores podrán ahora vetar las listas
confeccionadas por los regidores para la renovación de cargos e incluso multarlos si
insisten en promocionar candidatos no idóneos.
Fraga permanece durante los primeros meses de la Década Ominosa bajo la
vigilancia estrecha de los nuevos Voluntarios Realistas, que están configurando sus
compañías en el territorio.241 Y en seguida vendrán nuevas “purificaciones”, alguna
de las cuales se prolongan durante toda la Década. Quienes parecen sospechosos
de adicción al liberalismo deben demostrar no haber comprado Bienes Nacionales
durante el Trienio, no haber correspondido con sociedades secretas, no haber sido
miliciano voluntario ni usado armas, no haber participado de asonadas ni firmado
representaciones contra el gobierno legítimo. También haber merecido buen
concepto de la opinión general.242 Con los juicios a los liberales se repetían las
depuraciones sufridas por los afrancesados de veinte años atrás.
758
Cuando con el sistema tradicional han de proponerse nuevos miembros en el
consistorio –ahora anualmente desde la Real Cédula de 1º de agosto de 1824- los
candidatos o sus garantes deben aportar la documentación o los testimonios que
les retraten como “adictos al Altar y al Trono”, así como de haber sufrido
persecución en la etapa liberal y no pertenecer a ninguna secta masónica. Es el
caso, por ejemplo, de Joaquín Galicia Santarromán, que solicita el puesto de
regidor primero vitalicio, para sustituir al difunto don Domingo Arquer. La
estrategia de Galicia se sustenta en hacer valer sus méritos contraídos durante el
Trienio, cuando su casa fue saqueada por las tropas de Mina en Candasnos y
llevado preso a Cataluña, por su adhesión al Rey, con peligro de su vida; también
por ser hijo de don Manuel Galicia Salinas, represaliado por los liberales, como
secretario de la Junta Superior Gubernativa de Aragón, refugiada en Mequinenza.
La Audiencia recomienda no otorgarle dicha gracia, por ser forastero, por no
ser noble, por saber sólo leer y escribir y por no ser los oficios perpetuos en Fraga,
siendo el caso de don Domingo Arquer una excepción y gracia Real personal por
haber sido Diputado de Millones. Del mismo modo el ayuntamiento aconseja al
intendente no informar favorablemente la petición de Galicia por cuanto no reside
en Fraga, sino en Candasnos, es labrador que tan solo sabe firmar con su nombre
y "acaso pide el cargo de regidor para ayudar a su hermano uterino Francisco
Foradada Santarromán en el pleito que mantiene contra el ayuntamiento”.243
Curiosamente, quien conseguirá pleno reconocimiento a sus esfuerzos
realistas durante el Trienio será don Domingo María Barrafón. Muy pronto Fraga
conocerá su nombramiento como intendente de Aragón y corregidor de Zaragoza, y
la preferencia que le demuestra S. M. sobre otros candidatos al puesto. Como
sujeto de poder, Barrafón ha sabido aprovechar su amistad con el Barón de Eroles,
su experiencia como secretario de la Junta de Urgel y se ve ahora generosamente
recompensado. Él mismo se encarga de notificar a sus paisanos la gran aceptación
que merece su desempeño en las más altas esferas e incluso la satisfacción del Rey
“por sus distinguidos servicios y extraordinarios conocimientos en el ramo de
Hacienda”.244 Desde ahora, el membrete de su correspondencia deslumbrará con el
siguiente encabezamiento: “Don Domingo Mª. Barrafón Viñals, de Fox y Pérez,
condecorado con la Cruz del Segundo Tercio de Zaragoza y con el escudo de
distinción concedido por S.M. a sus fieles y leales servidores, caballero de la Orden
Real y Militar de San Luís de Francia, Socio de la Real Sociedad Aragonesa,
Académico de Honor de la Real de nobles y bellas artes de su capital, Intendente
del ejército y Provincia de Aragón, Navarra y Guipúzcoa, Subdelegado de todas las
rentas Reales en ella y corregidor de su capital y partido”. 245 Luego añadirá el cargo
de intendente del Ejército y Principado de Cataluña y en 1830 el de corregidor de la
759
Villa y Corte de Madrid. Cuando se produce este último nombramiento, su humilde
homólogo fragatino propone de inmediato encargar el retrato de Barrafón para
colgarlo en la sala consistorial.
Frente al deslumbrante encumbramiento de Barrafón, la realidad cotidiana
de su ciudad natal se desenvuelve durante la Década Ominosa con monotonía y
hasta con desidia política. El estricto control de los corregidores sobre las
propuestas de cargos desanima a muchos. Las limitaciones que les impone hacen
desistir candidaturas, (apenas ningún “don” entrará en el consistorio) y quienes
finalmente salen nombrados apenas se reúnen para las funciones más rutinarias.
Seguramente la escasa duración anual de sus cargos condiciona su desapego.
Puede transcurrir todo un año con sólo las sesiones protocolarias. Puede transcurrir
un semestre sin reunión alguna. Unos regidores toman posesión en una fecha
mientras se retrasa la de otros. No llega a establecerse cohesión alguna entre ellos,
que ni siquiera se ponen de acuerdo en las propuestas de oficios subalternos. No se
observan intervenciones de los diputados ni del síndico. Ningún proyecto público de
envergadura será llevado a cabo durante esos años. Ni siquiera la entrada y
estancia del Rey en la noche del 18 de abril de 1828 parece motivarles: se limitarán
a decorar un árbol de fuego con una inscripción que diga “Viva el Rey y la
virtuosísima Nuestra Señora” y a preparar los alimentos y bebidas necesarios, sin
más alardes ni adhesiones.
Las sucesivas propuestas anuales al Consejo de Castilla reflejan las
condiciones apetecidas por las autoridades. Continúa la costumbre tradicional de
calificar a los pretendientes por su condición social, su patrimonio y sus relaciones
de parentesco. La documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional a
este respecto se repite tediosa año tras año. Se halla repleta de candidatos “adictos
al Rey y con buena opinión de los amantes del Soberano”.246 Reaparecen de este
modo los Arquer, los Galicia, Portolés, Jover, Vilar, Foradada o Cabrera. Son
familias tradicionales, pero con sus vástagos segundones de la cuarta generación,
en su mayoría labradores, y algunos de ellos “voluntarios realistas”. Todos
supeditados a la autoridad de los sucesivos corregidores, cuyo elevado sueldo
supone una pesada losa sobre las rentas municipales, 247 que no consiguen
recuperar el nivel de períodos anteriores, mientras los impagos a la Hacienda Real y
las reclamaciones de los intendentes son constantes. Los nuevos concejales
procuran evadirse de una gestión que sólo les proporciona problemas y multas.
Durante la década, la conflictividad social parece atenuada, dedicado cada
cual a su trabajo y potenciación de su grupo doméstico. Y, cuando aparece, lo hace
revestida de ideología, aunque la verdadera lucha por el poder hay que buscarla
760
ahora en la actividad privada más que en la pública. Para mostrarlo bastará un
ejemplo producido en los años postreros del régimen y que causó gran revuelo no
sólo en Fraga y la comarca, sino en toda la región.
En 1832 Salarrullana, dueño de uno de los mesones en las afueras de la
ciudad, al otro lado del río, solicita la nulidad de un bando puesto por el
ayuntamiento, prohibiendo el paso por el puente a los carromateros que se dirigen
de Lérida hacia Zaragoza. No podrán cruzarlo desde un cuarto de hora después de
puesto el sol hasta las ocho de la noche. La razón de la prohibición estriba
oficialmente en la dificultad de cruce de esos carros con los labradores que
regresan desde la huerta a sus casas al anochecer, a lomos de sus borricos. Las
acusaciones y pruebas de las partes enfrentadas ocupan varias piezas en un
abultado expediente en el Tribunal del Real Acuerdo.
En determinado momento del pleito, el ayuntamiento absolutista caracteriza
a su oponente liberal Salarrullana diciendo:
“Para que V.E. pueda formar una idea exacta del objeto que se ha propuesto
aquel en su recurso, debe saber ante todas cosas que Salarrullana es una de aquellas
personas que suelen aparecer para fatalidad y castigo de los pueblos, y que a manera
de un terrible meteoro no puede lanzar de sí más que exterminio, desolación y ruina.
Siendo tal su propensión a provocar discordias, que ya es cosa sabida do quiera que está
Salarrullana, o en cualquier asunto que él pone la mano, allí se encuentran de seguro
desavenencias, disturbios y todos los gérmenes de insubordinación que en cualquier
parte señalan a los hombres díscolos y turbulentos”.
El ayuntamiento rechaza la acusación de que la medida se ha tomado solo
por favorecer al mesón de don Francisco Monfort, que está en la orilla izquierda del
Cinca, dentro del núcleo urbano. No es cierto que pretenda dirigir a los
carromateros hacia su mesón con la prohibición de paso del puente, puesto que en
otras épocas se ha tomado esta misma provisión, aunque verbalmente, para evitar
accidentes como los que ya han ocurrido.
Por su parte, el corregidor remite a la Audiencia un informe explicando las
razones del bando y afirmando que él mismo ha debido interponerse en las
discordias entre labradores y carromateros en el puente. Y respecto de que el
bando se ha hecho por favorecer a Monfort, dice:
“Respecto de que la indicada prohibición tiene por objeto que se detengan los
carros para aumentar la parroquia en la posada de mi hermano político don Francisco
Monfort, me contentaré con decir a V.E. que solamente cabía forjarse una calumnia tal
en un sujeto de las perversas calidades de Salarrullana, a quien mira todo este
vecindario como un monstruo de cabilosidad, y que siempre ha atacado la reputación de
mis antecesores y de los ayuntamientos de esta ciudad.” Y añade que… “Monfort
tiene el mesón arrendado a terceros y cobra por él lo mismo si tiene mucha clientela que
761
poca, y que es ridículo pensar en el ingreso de unos 100 reales anuales que pudieran
aumentarse por el edicto las rentas del mesón, cuando a Monfort su renta y patrimonio
le producen 9 ó 10.000 duros anuales”.
Por su parte, El procurador de Salarrullana insiste en que la razón de la
prohibición de paso busca beneficiar al cuñado del corregidor, ya que “su parroquia”
ha disminuido mucho desde que Salarrullana vende la cebada cinco reales más
barata. Y aclara que el odio del corregidor y del ayuntamiento de debe a que su
defendido:
“se opone a las resoluciones de aquellos que, pasando los límites de sus
facultades perjudican al interés público y no quiere (Salarrullana) condescender con las
maniobras de aquellos; así es que el común del vecindario y especialmente la gente
sencilla y amante del buen orden y justicia idolatran en él, y le siguen cuando trata de
cortar el hilo a los abusos, mayormente cuando los abastos como el aceite y otros se
venden de malísima calidad, perjudiciales a la salud pública y beneficiosos a los
bolsillos de Monfort y de algunos otros que, sedientos de oro, sacrifican su conciencia y
buena reputación”.
Es decir, siendo ambos bandos capitalistas y “hombres nuevos”, lo que se
disputa entre ellos guarda mayor relación con el poder que con la economía. Lo que
se produce realmente es una nueva disputa entre linajes. Finalmente, Salarrullana
consigue revocar la orden pero el tribunal le condena a una multa de 100 ducados
por los insultos que profiere contra el ayuntamiento. 248
El relatado es un ejemplo simple y en apariencia irrelevante, pero exponente
local de un contexto general en el que se inicia una profunda trasformación con la
apertura del mercado nacional, la proliferación de los negocios y del crédito. Un
contexto general en el que los intereses económicos subyacen y enconan las luchas
por el poder político en todas las esferas de gobierno. De hecho, si en lugar de
atender al beneficio económico en pugna atendemos al beneficio político, podremos
poner como ejemplo de nuevo al propio Salarrullana. Cuando ese mismo año se
procede a la última renovación municipal del reinado, los nueve primeros
contribuyentes según el catastro son llamados a opinar junto al corregidor y los
regidores. Salarrullana está entre ellos y protesta que no se incluyan los nombres
de los sujetos propuestos por él y que no han entrado en lista por falta de votos.
Salarrullana recurre al Real Acuerdo y éste ordena repetir la propuesta. En la sesión
de 21 de marzo se repite la votación, a la que no acude el mayor de los
contribuyentes, don Francisco Monfort, apartado en su retiro de Torrente. Los ediles
salientes proponen –como siempre- a infanzones o labradores hacendados.
Salarrullana, en contra del parecer del resto, propone a los siguientes: don Joaquín
Isach, comerciante y administrador de correos; don Miguel Jorro y Prous
762
comerciante y ganadero; don Bruno Galicia ganadero; don José Bamala, abogado;
don Antonio Oro, hacendado militar; Felipe Román, maestro tejedor; don Ignacio
Lope, legista hacendado; don Antonio Pomar Solanod; don José Arellano Larroya,
maestro alfarero; José Mestres, labrador; don Miguel Pérez, abogado; Miguel Vera
Bellmunt, hacendado y comerciante; don Gaudioso Abad, abogado; Camilo Miralles,
comerciante hacendado; Miguel Villanova, maestro cerrajero; José Achón, arriero;
Joaquín Román, maestro tejedor; Francisco Román, labrador; Hipólito Torrellas,
comerciante; Félix Calvo, comerciante; José Aribau, labrador y ganadero. 249 Está
claro que sus preferencias distan mucho de las propuestas tradicionales. El primero
de abril de 1833 toma posesión el nuevo y último ayuntamiento del reinado de
Fernando VII sin que ninguno de los propuestos por Salarrullana consiga un sitial.
Cuando, muerto el Rey, estalle la guerra civil entre carlistas y cristinos, y en
su transcurso se produzca el nuevo y definitivo episodio de la Revolución Liberal,
Salarrullana será de nuevo el líder de la causa y nuevo alcalde de Fraga. 250 Con él
ocuparán los sillones del consistorio algunos de sus amigos, parientes y deudos.
Pero también otras familias de mayores contribuyentes sabrán mantenerse en el
podio del poder en adelante. Las familias Monfort, Barber o Rubio, emparentados
entre sí, junto a otras tradicionales, compartirán las riendas del poder con los
hombres nuevos de la abogacía, el comercio y los oficios artesanos. Más que de una
revolución se trata de una composición; de un equilibrio de fuerzas entre familias
de notables de campanario, en el seno de una sociedad rural sometida a los
manejos públicos y las adscripciones ideológicas, pero que huye mayoritariamente
de ellos. De hecho, cuando en 1836 la Regente María Cristina pide un préstamo de
200 millones de reales y Salarrullana se ve en la necesidad de distribuir la nueva
contribución entre sus paisanos, establece entre ellos una diferenciación: pagarán
más o menos según su grado de adhesión al nuevo régimen político. Según su
sectaria clasificación, los vecinos acaban ordenados en varias clases contributivas:
los que menos pagarán serán los “milicianos nacionales que han hecho servicios a
la Patria” y que suponen el 4,6% de los contribuyentes; luego los “comprometidos
con la causa liberal” el 2,7%; luego los “comprometidos en segundo grado” el
4,2%; los “conocidamente desafectos a la causa”, que sólo suponen el 1,5%,
pagarán más todavía; les seguirán “los que lo son menos” el 7,6%, “los desafectos
en mínimum” el 9,5% y, –finalmente-, “los indiferentes”, que alcanzan nada menos
que el 70% de la población, pagarán por lo que marca el catastro. 251
*
*
*
En síntesis, las luchas por el gobierno local descritas y analizadas en este
capítulo reflejan fiel y explícitamente la deriva del poder estatal durante la
763
prolongada
etapa
borbónica
absolutista.
Explican
los
nombramientos
de
gobernantes locales en los años iniciales del siglo XVIII por su ‘fidelidad’ al Rey.
Mantienen en lo posible al Estamento Noble ‘preferido’ al Estado Llano en los cargos
y responsabilidades de gobierno durante su trascurso. Dentro de cada “Estado”
prima el arraigo de unos y otros al tiempo de ejercerlos. Esos mismos sujetos de
poder desvirtúan luego el propósito ilustrado que busca controlarlos con la
introducción de los diputados del común. La minoría social que elige a los diputados
–en apariencia democrática- resulta con frecuencia hilo transmisor de alcaldes,
regidores y aún
despropósitos,
corregidores. Corregidores
enfrentamientos
coyunturales
impuestos como castigo a los
y
odios
permanentes
de
los
fragatinos. Y frente a esta estructura tradicional, la aparición de los ‘hombres
nuevos’ del afán por el enriquecimiento rápido, del ‘lucro’ mercantil que les eleva al
estatus de sus antecesores, en pugna por ocupar los sillones del poder. Nuevos
hombres empeñados en risibles pero enormes rencillas internas, estrellados de
momento frente a tribunales regionales e instituciones estatales estupefactas ante
tanto desorden, hasta que llegue su hora con los embates de la Revolución. Pero,
tradicionales o nuevos ricos, todos se retratan empeñados en una permanente
picaresca local resistente al control del centralismo ‘exterior’. Tras los sujetos
protagonistas, el poder local fluye y se estanca en una corta oligarquía de familias,
linajes y redes derivadas del parentesco, enfrascadas en idéntico interés: la gestión
de los bienes de propios, las rentas del común, el objeto directo del poder. Los
apellidos cambian pero las redes y clanes dominantes se mantienen, apoyados en
otras más extensas redes clientelares. Los patronos poseedores de la tierra y los
negocios mantienen bajo su férula a multitud de familias de medianos y pequeños
contribuyentes como jornaleros, mossos, fadrins, arrendatarios, subarrendatarios,
terrajeros y medieros; sobre todo medieros. Como afirmó María Teresa PérezPicazo: “el advenimiento del nuevo régimen no supuso una mutación profunda de
las clases dirigentes a escala local. Las familias de la oligarquía siguieron
concentrando la riqueza y el poder”.252
764
NOTAS DEL CAPÍTULO SÉPTIMO
1
El caso del Regente de la Audiencia Fernández Montañés y del regidor Bodón es el primer ejemplo
conocido, con un intermediario interesado en la persona de don Pedro Bodón, eclesiástico en Zaragoza y
hermano de don Miguel. Luego vendrían otros. El sistema clientelar en los nombramientos se mantendría
aunque cambiaran las familias o los intereses.
2
A.H.N. Consejos, legajo 22.149, expediente nº 9.
3
Su alegato es clarificador: "...queda manifiesto el engaño con que se otorgó dicha concordia, y que la
ciudad, sólo con el fin de atraer a ella a mi parte y demás acreedores, minoró el valor de sus rentas y
aumentó el de sus cargas, persuadiendo con este engaño que no tenía fondos bastantes para la
satisfacción íntegra de los réditos de los censos y su manutención”. Añade que las deudas de varios
vecinos en favor de la ciudad, o eran falsas o incobrables. Y lo mismo ocurría según su criterio con otras
cantidades incluidas en el documento de concordia. También afirmaba constarle que las 1.050 libras
asignadas anualmente a la ciudad para sus gastos eran excesivas, porque los gastos reales ordinarios
sólo importaban anualmente 946 libras y 13 sueldos. Revelaba que se habían ocultado los beneficios de
las tabernas y la tienda de aceite, tampoco cedidas a los conservadores. Finalmente, se lamentaba de
que todo ello redundase en perjuicio de las ánimas del purgatorio, en favor de las cuales estaban
impuestos la mayoría de los censos que debía la ciudad, “cuyo capital original estuvo en fundaciones de
particulares para misas, aniversarios y otras obras pías".
4
A.H.P.Z. Libros del Real Acuerdo de 1738 y 1739, folio 174 y ss. En 1741 se recibe una carta del Real
Acuerdo en que se revoca la necesidad de que las concordias otorgadas por las ciudades se presentasen
al Fiscal antes de poder ponerlas en práctica. Zaragoza, 22 de Enero de 1741. A.H.F. C.129-2. Acta de
ayuntamiento de 28 de enero.
5
A.H.P.Z. Pleitos civiles, C.2511-4.
6
TORRAS i RIBÉ, J. Mª. Op. cit. pp. 200-201. “Respecto a las normas de inhabilitación por parentescos
la legislación borbónica era mucho más estricta (que la anterior) y prohibía hasta el cuarto grado de
consanguinidad y el segundo de afinidad, es decir, entre los regidores cesantes y entrantes no podía
haber al mismo tiempo padre e hijo, suegro y yerno, tío y sobrino, ni hermanos, ni cuñados ni tampoco
primos hermanos”.
7
DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Sociedad y Estado en el siglo XVIII, p. 471.
8
9
ORTEGA, M. Conflicto y continuidad en la sociedad rural española del siglo XVIII, p. 60.
DE CASTRO, C. La Revolución Liberal y los municipios españoles. Madrid 1979, pp. 39-42.
10
GUILLAMÓN, J. Las reformas de la administración local en el reinado de Carlos III. Madrid, 1980,
p. 441.
11
Una afirmación tan tajante puede evidenciarse si se analizan las fuentes descriptivas de los barrios
en A.H.F. C.134-2 de 29 de diciembre de 1769 y C.1213-1. La distribución es la siguiente: Primer barrio:
calles Parroquia, Plaza de Lérida, Carretera, Collada y Plaza Nueva; segundo barrio: calles Airetas,
Banco, Mayor y San Miguel; tercer barrio: calles San Sebastián, Barranco, Redorta y Cárcel; cuarto
barrio: calles Roqueta, Tozal, Monchico y San Pedro. En todos los barrios, a las calles principales se unen
otras que pueden considerarse como del extrarradio urbano.
12
CÓZAR GUTIÉRREZ, Ramón. “De lo que yo el infrascripto escribano doy fe”. Los escribanos de la villa
de Albacete durante el siglo XVIII”, en Revista de Historia Moderna nº 28 de 2010, p. 270.
13
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1767.
14
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1767. Al mismo tiempo, recuerda a Fraga que no le
corresponde tener síndico personero, y que las funciones de este empleo pertenecen al síndico
procurador general que el Rey nombra trienalmente.
15
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1768 y 1770.
16
17
18
19
20
A.H.N. Consejos, legajo 18.016.
A.H.N. Consejos, legajo 37.143, expediente nº 13 de marzo de 1774.
A.H.F. C.135-1, actas del ayuntamiento de 3 de junio de 1790.
A.H.N. Consejos, legajo 18.016.
La terminología sería la utilizada en 1787 por un infanzón ilustrado de Barbastro, don Pedro
Loscertales, en su Memoria sobre la forma de restaurar la agricultura, las artes y el comercio en
Barbastro. A.H.N. Consejos, legajo 37.156.
21
A.H.F. C.132-2. Acta de ayuntamiento de 27 de enero de 1769.
22
A.H.N. Consejos, legajo 18.016. También en A.H.P.Z., Libros de informes del Real Acuerdo de 1769, f.
329 v.
23
El 29 de marzo de 1771 Barber acordaba “en virtud de diferentes imposturas que en público han
proferido contra el Ayuntamiento D. Miguel Aymerich y D. Juan Antonio Villanova, otorgar poder para
suplicar en la superioridad la defensa de dicho Ayuntamiento, en la mejor forma que corresponda, para
que se vean los buenos procedimientos en su conducta y gobierno, en que ha procurado arreglarse en
todo y por todo a lo que se manda y dispone por S.M., Real Consejo y demás tribunales superiores”.
24
A.H.N. Consejos, legajo 18.016.
25
A.H.N. Consejos, legajo 18.016.
765
26
A.H.N. Consejos, legajo 18.016 de 6 de agosto de 1772. El Dr. Don Antonio Barrafón Pérez aduce su
condición de alumno del Real Colegio de Abogados de Zaragoza, y expone un siniestro cuadro de Fraga
en ese momento.
27
A.H.P.Z. Real Acuerdo, libro de 1775, folios 435-436.
28
El resto de los componentes del ayuntamiento pertenecían al Estado Llano, salvo el síndico
procurador general, don José Junqueras Alastruey, infanzón venido de Alcolea y casado ya con una de
las herederas de casa Cabrera, paradigma de la endogamia familiar: doña Joaquina Cabrera Cabrera.
29
A.H.N. Consejos, legajo 18.016, 16 de abril de 1780.
30
Una vez tomada la posesión, don Matías eleva al Real Acuerdo una queja por el trato despectivo que
asegura haber sufrido en la iglesia de San Pedro el día de la Fiesta de la Asunción, cuando los restantes
miembros del ayuntamiento, en lugar de sentarse en sus sitiales respectivos, se han retirado a la capilla
del Rosario, donde se reúne para oír misa la gente de modo y visible del pueblo, dejándole sólo, sin el
protocolo debido a la corporación y del que esperaba sentirse parte.
Según sus compañeros regidores, en cambio, las cosas son muy distintas a como las explica,
puesto que ha sido él quien en lugar de congregarse con el resto de los componentes del consistorio en
la Plaza de San Pedro, antes de la misa como de costumbre, como él es infanzón y los demás no, se
separa de ellos y entra en repetidas ocasiones solo, con gran escándalo del pueblo por la afrenta que
hace a sus compañeros. La anécdota se resuelve momentáneamente, decidiendo uno y otros que en
adelante, en las festividades señaladas, todos los miembros se congregarán en las Casas Consistoriales
y desde allí se dirigirán hacia la iglesia, entrando todos juntos y bajo los sones de los clarines y los
timbales. Es una pequeña cuestión de protocolo, pero que evidencia la difícil convivencia de un
consistorio mestizo de predominio plebeyo. Además, la disputa no acaba aquí. Al año siguiente, 1782, el
ayuntamiento es el que se queja ante el Real Acuerdo porque don Matías asiste a la iglesia vestido de
color, en lugar de hacerlo de negro como el resto de los componentes, y como se ha hecho siempre. Su
insolencia ha parecido increíble cuando ha respondido que asistirá de color cuando le parezca, y que si
los síndicos de ciudades como Huesca o Zaragoza le consta que asisten de color, también él puede
hacerlo. Y además, añade que los diputados en Fraga siempre habían asistido a las ceremonias también
de negro y ahora, desde que ha sido nombrado diputado don Antonio Barrafón Fox, éste lo hace de color
y el ayuntamiento no le ha hecho ninguna advertencia. En adelante, Villanova no sólo se presenta de
color en la iglesia sino en las funciones y actos de ayuntamiento vestido de capa y redecilla, y en la
última festividad, dentro ya de la iglesia y sentados casi todos los miembros en sus sitiales, manda a los
maceros buscar por toda la iglesia y sus capillas a los regidores que faltan, contra derecho, para que el
secretario tome nota de las ausencias. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo.
31
A.H.P.Z. Pleitos civiles C.691-3, tercera pieza.
32
33
A.H.P.Z. Pleitos civiles C.3126-4.
Representación de Barrafón a Campomanes. A.H.F. C.134-2. Acta de ayuntamiento de 27 de marzo
de 1788.
34
Le cabe a este consistorio el mérito de haber iniciado por fin en 1786 las obras para la construcción
de la nueva acequia. Como ya sabemos, los caudales necesarios se aprontaban, después de múltiples
controversias, de los teóricos sobrantes de propios y la gestión de su construcción sería causa de otros
tantos pleitos también reseñados. A pesar de la iniciativa, o tal vez por ello, el alcalde Rubio también
hubo de dimitir, como su antecesor, hastiado de los problemas que le desbordaban. La nueva acequia y
el aplazamiento de la remodelación y ampliación de la iglesia de San Pedro parecen haber tenido que ver
en ello. Ni siquiera el haberse triplicado su salario y el de los regidores fue aliciente para continuar en el
cargo. A partir de ese momento el alcalde primero cobra 60 L.j. anuales, el alcalde 2º, 36 L.j; cada
regidor, 30 L. j., igual que el síndico procurador y los dos secretarios del ayuntamiento. A.H.P.Z. Pleitos
civiles C.691-3, 1ª pieza.
35
Don Senén era también factor de la provisión de víveres para la tropa, vecino hacendado y reconocido
como infanzón. Los “principales” de la ciudad y el prior del capítulo eclesiástico le consideraban muy a
propósito para el cargo de regidor primero.
36
A.H.P.Z. Pleitos civiles C.691-3, tres piezas.
37
38
A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 1785, f. 178.
Así lo advertía en 1792 don Miguel Aymerich Cabrera, viejo conocedor del sistema de propuestas.
A.H.N. Consejos, legajo 37.365, expediente nº 4 del mes de mayo.
39
Don Raimundo solicita al conde su inclusión en la nómina de los empleos para el próximo trienio. Dice
que su patrimonio es grande, que está casado con la hija del tercer regidor actual, pero que éste no ha
ido más que dos veces al ayuntamiento en los tres años de su mandato, por ser de mucha edad, y cree
merecer por su comportamiento en el ejército uno de los empleos, el que sea... en atención a los
servicios de su padre y abuelo que han muerto en campaña con los honoríficos empleos de capitanes de
infantería del regimiento de Ultonia”. A.H.N. Consejos, legajo 18.017.
40
Es hijo del regidor primero, Eusebio Cabrera, sobrino de Marcos Foradada por ser éste primo hermano
de su madre, pariente en tercer grado de José Satorres y primo hermano de Francisco Vera Cabrera,
todos ellos regidores.
41
A.H.N. Consejos, legajo 17.828, expediente nº 15. Privilegio del 2 de marzo de 1790.
42
43
A.H.N. Consejos, legajo 37.165, expediente nº 2 de agosto de 1789.
A.H.N. Consejos, legajo 37.169, expediente nº 26 de junio de 1790.
766
44
Es sintomático en este sentido el caso de Manuel Martínez, el riojano impulsor inicial de la acequia
nueva, que solicitaba al Rey en 1790 el empleo de alcalde primero para el próximo trienio, al tiempo que
intentaba probar infructuosamente su infanzonía. A.H.N. Consejos, legajo 37.174, expediente nº 33 de
octubre de 1790. En apoyo de su petición habían acudido los vecinos de Torrente, satisfechos con su
nuevo riego. A.H.F. C.413-1; pero la Audiencia dilata su informe al Consejo de Castilla, y cuando lo
hace es para desacreditarlo. A.H.P.Z. Real Acuerdo, Libro de Consultas e Informes de 1792 y Libro del
Real Acuerdo del mismo año.
45
Desde Madrid se había propuesto realizar rogativas por la enfermedad del rey Carlos III. El obispo de
Lérida había negado la exposición del Santísimo. El alcalde don Matías, buscando congraciarse con el
ánimo de Floridablanca, quería remitir a la Corte una queja contra el obispo, firmada por el
ayuntamiento en pleno. Los regidores, -devotos y analfabetos en su mayoría-, querían llevarse a casa la
resolución para aconsejarse, antes de firmar. Don Senén explicaba al secretario del obispo que los
regidores no querían firmar, “temerosos de que no les engañen, pues como toda es gente de campo y,
meramente saben firmar, les leen muy al contrario de lo que escriben, y así los hacen caer... y les hacen
firmar mil desatinos”. Don Senén, hastiado de tanto desbarajuste, dimite de su cargo de interventor de
propios en 1793 y es sustituido precisamente por Manuel Martínez. A.H.F. C.1-12, Órdenes de Gobierno.
46
“Las utilidades que han producido las 120 acciones en el año 1783 son 11.002 r. 19 mrs. En 20 de
febrero de 1788 se pusieron en arcas 38.640 r. v. por las utilidades de las 120 acciones de los años
1785 y 1786”. A.H.F. C.1096-1.
47
Al cabo de aquel trienio, el consistorio saliente, consecuente con su mentalidad común de ‘familias
principales’, había propuesto para nuevo alcalde primero a don Miguel Aymerich Cabrera, aunque
algunos regidores le oponen la excepción de ser padre del síndico procurador general, Aymerich Alaiz,
quien, además de ser miembro de la junta de propios era depositario del fondo de penas de cámara. Si
el padre conseguía “salir” alcalde, las cuentas del hijo podían no ser examinadas con la formalidad
necesaria. Además, el padre había sido ya condenado anteriormente por sus excesos en el manejo de
caudales. A.H.N. Consejos, legajo 18.017.
48
MORENO NIEVES, J.A. Op. cit. p. 992 cita una Real Orden de 13 de julio de 1790 por la que Carlos IV
suprimía la excepción de parentesco para el cargo de regidor, “estableciendo como norma preventiva de
posibles abusos, que sólo pudiera votar el más antiguo cuando concurriesen varios familiares”.
49
Aymerich alegaba que don Medardo era primo hermano de Junqueras; pariente en 4º grado de
Agustín Galicia y del Dr. Labrador. Que Junqueras era además primo hermano de Leandro Montull y
pariente en 4º grado de Galicia y Labrador. Que Silvestre Vilar era hermano de Antonio Vilar y cuñado
de Galicia. Que Antonio Lax era primo hermano de Antonio Vilar. Que el Dr. don Antonio Labrador era
además cuñado de Leandro Montull y pariente en 4º grado de Salvador Rubión, regidor 6º. A.H.N.
Consejos, legajo 37.365, expediente nº 4 de mayo de 1792.
50
Carlos IV destinaba los sobrantes de propios a la Caja de Amortización de Vales creados entre 1780 y
1782. La orden llegaba a Fraga el 12 de julio de 1792.
51
VICEDO RIUS, E. Les terres de Lleida i el desenvolupament català del set-cents. Producciò, propietat i
renda, Barcelona 1991, p. 323.
52
A.H.F. C.135-1 Acta de ayuntamiento de 5 de noviembre.
53
54
55
A.H.F. C.410-1 Actas de la junta de propios.
Se origina con ello un nuevo pleito ante las autoridades regionales. A.H.P.Z. Pleitos civiles C.947-4.
A.H.P.Z. Libro de Consultas e informes del Real Acuerdo de 1797 y MARTÍNEZ SHAW, C. “Cataluña,
siglo XVIII” en España en el siglo XVIII. Homenaje a Pierre Vilar. Barcelona 1985, p. 129.
56
Véase el documento II.5 del Apéndice.
57
58
59
60
61
62
63
64
A.H.N. Consejos, legajo 23.001, expediente nº 6.
A.H.P.T. Fondos comerciales, C.39, folio 85.
A.H.P.T. Fondos Comerciales, C.17, folio 77.
Véase el documento II.6 del Apéndice.
A.H.F. C.135-1 Acta de ayuntamiento de 10 de febrero.
A.H.N. Consejos, legajo 37.359, nº 27 del mes de marzo.
A.H.P.Z. Pleitos civiles C.947-4.
Después de varias peticiones infructuosas en los años precedentes por parte de las autoridades
regionales, en 1795 se exigen a Fraga 14 hombres para el ejército, de acuerdo con su población, a razón
de un soldado por cada cincuenta vecinos. A.H.F. C.135-1 actas del ayuntamiento.
65
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1796.
66
67
Véase el documento II.7 del Apéndice.
GARCÍA GUILLÉN, B. “La lucha por el control del poder local en Coín durante la Edad Moderna” en
Bernardo Ares, J. M. y González Beltrán, J. M. (eds.); Actas de la V Reunión Científica de la A.E.H.M.
Tomo II: La Administración Municipal en la Edad Moderna, Cádiz, 1999. pp. 99-104.
68
A.H.F. C.134-2 Actas de ayuntamiento de 20 de julio.
69
A.H.F. C.135-1 Actas de ayuntamiento de 1 de junio y A.H.P.Z. Libros del Real Acuerdo de 1801 en el
que se recoge el original privilegio de hidalguía, con la descripción del escudo que desde entonces
estaría autorizado a usar. Al año siguiente solicitaba también que el ayuntamiento le pagara su salario
767
de regidor desde la fecha en que fue nombrado como Diputado de Millones, pero el Consejo de Castilla
desestimó su petición y sólo los cobró desde que recibió de S. M. el nombramiento de regidor vitalicio el
28 de septiembre de 1797. A.H.N. Consejos, legajo 37.374, expediente nº 19 de agosto de 1797.
70
Véase en A.H.P.Z. Real Acuerdo, libro de 1796 la copia del nombramiento del corregidor.
71
72
A.H.N. Consejos, legajo 37.167, expediente nº 11 de febrero.
A.H.N. Consejos, legajo 37.194 expediente nº 96 de agosto de 1796. Reparación de las dos cuestas
penosas que hay a la salida de Fraga para ir a Cataluña y Zaragoza.
73
A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 18 de diciembre de 1796.
74
75
A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 22 de enero de 1797.
En 1796 se compra la casa contigua a la de ayuntamiento para la nueva cárcel que se intenta
construir. A.H.N. Consejos, legajo 37.193 nº 41 de mayo, “perdido”, según indica el Libro de matrícula
nº 3.249 de los Expedientes de Oficio y Gobierno.
76
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo.
77
78
79
80
A.H.N. Consejos, legajo 37.195, expediente nº 89 de diciembre de 1796.
A.H.F. C.410 Actas de la junta de propios de 9 de marzo de 1796.
A.H.N. Consejos, legajo 37.195 nº 14 de octubre de 1796.
El 12 de marzo de 1797, en concejo general, los vecinos acuerdan que si se libra a Fraga de pagar
contribución, darán lo que corresponde a dos años de contribución para las obras públicas que crea
conveniente adelantar el corregidor. Y si sólo se consigue perdón de la contribución por un año, que los
vecinos pagarán por un año. Y si sólo se consigue el perdón de un tercio de la contribucín que pagarán
por lo correspondiente. Arquer propone dar 4.000 r. para el expediente de exención de contribución y
los regidores prometen dar su salario de este año también para ello. A.H.P.Z. Libros del Real Acuerdo de
1797.
81
Para ello se comisiona al síndico procurador don Antonio Barrafón Fox, que se ocupará de todo lo
perteneciente a la “Plantificación y arreglo del Partido”, que debe solicitarse en los tribunales
correspondientes.
82
A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 23 de octubre.
83
84
85
A.H.N. Consejos, legajo 37.388, expediente nº 7 de abril.
A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 13 de agosto de 1798.
En 1797 el corregidor de Fraga pretende que se declare ser subdelegado de su pósito de granos, con
independencia del de Zaragoza. Alega que él cobra para las rentas reales lo que se debe cobrar,
mientras el de Zaragoza no, con lo que parece querer desacreditarlo. Dice también que como no se ha
decidido por el Consejo Supremo qué pueblos se han agregado a su corregimiento, no tiene por ahora
otras cuentas que dirigir al Consejo. El expediente incluye una carta del corregidor de Zaragoza al
Consejo en la que se extraña de que el de Fraga no le remita las cuentas a él, siendo que considera a
este pueblo como perteneciente a su distrito, y que sólo ha cambiado que se ha nombrado corregidor
de letras en lugar de alcalde mayor. A.H.N. Consejos, legajo 43.734, expedientes sueltos.
86
A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 24 de diciembre de 1798.
87
El corregidor manda ejecutar los bienes de doña Joaquina Villanova Alastruey, mujer de don Matías
Villanova, por la cantidad de 11 L. j. que debe pagar ésta por el coste que le corresponde en el nuevo
empedrado. Dña. Joaquina y otras vecinas y vecinos recurren al ayuntamiento manifestando no estar de
acuerdo con el nuevo sistema de empedrado y el corregidor decreta que no ha lugar y que se abstengan
en lo sucesivo de alborotar al vecindario contra sus disposiciones. En un nuevo recurso, el procurador de
las vecinas dice que esta obra “de luxo” le parece impropia de una ciudad donde la mayor parte de sus
vecinos son extremadamente pobres, y más que se le haya hecho pagar la obra al vecindario, cuando “la
ciudad es tan sobrante de caudales públicos como pueda haber otra en el Reino”.
88
Don Matías representa al Consejo de Castilla que el corregidor le atropella pidiéndole 150 L.j. y las
costas de un proceso que sigue contra él, para lo cual quiere embargarle la casa donde habita, y pide se
le haga justicia. Así lo ordena el Consejo, indicando que mientras tanto el corregidor no le moleste con
embargos. A.H.N. Consejos, legajo 37.386 expediente nº 18 de octubre de 1798. También en A.H.P.Z.
Expedientes del Real Acuerdo.
89
“La justicia y Ayuntamiento de la ciudad de Fraga, sobre que se le conceda licencia para tomar por
ahora 300 L. j. a fin de acudir a los gastos ocasionados en varios pleitos que tienen pendientes”.
A.H.N. Consejos, legajo 37.386, expediente nº 31 de noviembre de 1799.
90
A.H.N. Consejos, legajo 18.017.
91
92
A.H.F. C.135-2 Acta del ayuntamiento de 8 de junio.
Belezar denunciaba que “En este pueblo abundante en cabilación cuanto falto de ilustración, como
acostumbrados a vivir envueltos en sus odios y enemistades, todo se juzga según las ideas particulares
y amor propio de cada uno. El Capítulo Eclesiástico, o si se quiere, la mayor parte de sus individuos,
fueron los primeros que declamaron conmigo la falta de justicia que había en esta ciudad, y los muchos
excesos que debían extirparse, y ahora veo que son los que más se resienten de que se ejecute”.
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1800.
93
A.H.N. Consejos, legajo 37.205, expediente nº 96 de agosto de 1800.
94
A.H.P.Z. Infanzonías, C.359/A-9.
768
95
96
Véase el documento II.8 del Apéndice.
En sesión de 7 de abril, el corregidor expone la Orden de 11 de marzo de 1800 comunicada por el
Supremo Consejo al Real Acuerdo de la Audiencia “sobre que los oficios de regidores se sirvan por
personas que tengan el arraigo correspondiente, para evitar los perjuicios que de lo contrario podrán
seguirse”. El Real Acuerdo pedía a los ayuntamientos de las ciudades con voto en Cortes que expusieran
lo conveniente, teniendo presentes las responsabilidades, comisiones y cargas de cada uno de los oficios
de gobierno.
97
A.H.F. C.136-1 actas de ayuntamiento de 18 de abril y siguientes.
98
El 19 de febrero de 1833 se recibe un Real Decreto en el que el Rey Fernando VII “se sirve prescribir
las reglas que por ahora deben observarse para la elección de los oficios de justicia, que se ha
comunicado de orden del Supremo Consejo y recibido el día 17 de febrero. El corregidor ordena que
antes de ocho días se proceda a la elección de nuevos concejales y demás cargos de oficiales de justicia
para Fraga en el año actual de 1833, conforme a las reglas que se prefijan en dicha Real Cédula; y que
al efecto extraiga una certificación fé faciente el infrascrito escribano, del libro catastro y libros
cobratorios de este vecindario, acreditando los vecinos que sean mayores contribuyentes en cualquier
género de impuestos, convocándose por cédula antediem al actual ayuntamiento y a igual número de
vecinos al que componen esta corporación, de los que resultaren mayores contribuyentes, para las diez
de la mañana del día 23 de febrero en la sala de consistorio, a fin de proceder a nueva elección de
oficiales de justicia. Los mayores contribuyentes serán “electores adjuntos”. A.H.F. Acta de
ayuntamiento de 19 de febrero.
99
Cuenta que “ el corregidor se distrae con la mayor facilidad, quedándose dormido, y en otras
ocasiones se divierte, cantando en voz baja, y en una de estas ocasiones la demasiada satisfacción y
autoridad abrogada del síndico Barrafón, como viese éste y observase que el dicho corregidor le
incomodaba con su cantata y golpes que daba con el bastón en el suelo, mandó al escribano de
Ayuntamiento con imperio le quitase el bastón de las manos, a lo que con nota de los capitulares se
arrojó dicho escribano, y en efecto se lo quitó de las manos, pero la parcialidad del mismo corregidor
para con el síndico y escribano disimuló tan reprehensible acción. A.H.N. Consejos, legajo 18.017.
100
Los vecinos que habían informado a la Audiencia esta vez sobre Barrafón eran: don Juan Antonio
Cerezuela, don Francisco Foradada, don Raimundo Fitzgerald, Ramón Otón, Jaime Jorro, Marcos
Foradada, Estanislao Galicia y de Salinas, Joaquín Galicia y Salinas y Ramón Gort, casi todos ellos
emparentados entre sí, algunos de ellos Mayores Contribuyentes y formando parte de familias
tradicionales en Fraga.
101
La Cámara del Consejo le había absuelto del cargo de contrabando de tabaco brasil, escondido en su
casa en realidad por un hombre de don Medardo Cabrera, que de este modo pretendía inhabilitarle para
la propuesta de cargos en 1795. El asunto se descubrió pero no a tiempo, aunque después S. M. le
absolvió libremente y sin costas, mandando que no le obstara dicho procedimiento ni le inhabilitase para
cualquier oficio de república.
102
A.H.F. C.1213-13 de 1801.
103
“La Junta de Propios sobre que en las funciones públicas los Diputados de la Grangería Yeguar no
tengan las distinciones que los de aquel común”. A.H.N. Consejos, legajo 37.208, expediente nº 51 de
mayo de1801.
104
A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 9 de noviembre de 1801.
105
Estuvieron trabajando en el puente cuatro maestros carpinteros con 21 jornaleros durante 80 días,
por un coste de 29.772 r. v. A.H.F. C.93-2, Órganos de Gobierno.
106
El comisionado por el intendente para la adecuación del camino proponía excavar una larga zanja,
cruzando diversos campos, que recogiera las aguas hasta el río, sustituyendo el alcabón junto al camino.
107
“Expediente promovido en virtud de Real Orden comunicada por el Exmo. Sr. D. Josef Antonio
Caballero, en punto a que el Consejo vea y exponga a S.M. si el establecimiento que se hizo de un
Corregimiento de letras ha producido efecto”. A.H.N. Consejos, legajo 37.216, expediente nº 59 de julio
de 1803.
108
A.H.N. Consejos, legajo 6.888, expediente nº 24.
109
Queda constancia de uno remitido por don Medardo Cabrera solicitando una de las plazas de regidor
con la pretensión de perpetuidad o vitalicia, así como la de tesorero de la junta de propios, también con
el carácter de perpetua. En apoyo de su petición, don Medardo exponía sus méritos como “diputado en
la Real Jura del Príncipe Fernando”, su cargo de alcalde primero entre 1792 y 1795, así como sus
desvelos en el sostenimiento de tropas transeúntes, levas de soldados, formación de compañías y
captura de desertores con ocasión de la guerra contra la Convención Francesa. Nada decía, por
supuesto, de su inhabilitación por cuatro años para cargos de gobierno. El 19 de octubre de 1806 el Rey
nombraba en San Lorenzo de El Escorial a los regidores para un nuevo trienio (1806-1808). La Audiencia
había propuesto en primer lugar para regidores segundo y tercero a don Antonio Barrafón y a don
Francisco Portolés, ambos incluidos tradicionalmente en los padrones como infanzones. En segundo
lugar para estos cargos proponía a José Reales y Antonio Lax, ambos del Estado Llano. Para síndico
procurador general proponía en primer lugar a un abogado, don Antonio Sudor, y en segundo lugar al
Noble de Aragón, don Medardo Cabrera. Casi todos los propuestos tenían parentesco entre sí o con los
anteriores regidores. Esta vez, aunque la Real Cámara lo había solicitado de la Audiencia, no se
comunicaban los patrimonios de los candidatos. El Rey buscó un equilibrio entre nobles y plebeyos,
769
dejando la junta de propios al cuidado de dos infanzones y el resto de las funciones de ayuntamiento en
manos del Estado Llano.
110
A.H.P.Z. Pleitos civiles C.1865-12, 1ª pieza.
111
112
Se trata del Dr. Don Francisco Beyán, hermano de su suegro Francisco Beyán, de Tamarite de Litera.
1805, julio 3. “Causa de su corregidor contra Antonio Martí Nicolás, Salvador Espitia y consortes,
sobre apedreo a la casa del corregidor”. 1807, febrero 28. “Carta del Corregidor en que se da comisión
al abogado don Antonio Barrafón sobre apedreos a las puertas y vidrieras de dicho Corregidor”. 1807,
mayo 9. “Carta en que se da comisión al abogado don Antonio Sudor sobre apedreo a las casas del
corregidor”. A.H.P.Z. Procesos Criminales. Libros Índices de los procesos producidos en la Audiencia
Territorial de Aragón. Libro de 1803 a 1818.
113
A.H.P.T. Fondos Comerciales, Ca-27 folio 270.
114
El ayuntamiento está formado en este momento por el corregidor don Ignacio Luzán y Zabalo (que
muere en 1808); regidor decano perpetuo don Domingo Arquer de la Torre; regidor 2º José Reales;
regidor 3º don Francisco Portolés; regidor 4º Leandro Montull; regidor 5º José Miralles; regidor 6º
Francisco Roca; síndico procurador general don Antonio Sudor; diputados del común Bernardo Beán y
Manuel Bollich; secretario Juan Antonio Galicia. A.H.F. C.137-1.
115
A.H.F. C.137-1 Acta de ayuntamiento de 29 de mayo.
116
117
LAFOZ, Herminio. Zaragoza en la guerra de Independencia CAI, Zaragoza 2001 p. 22.
GARCÍA CÁRCEL, R. El sueño de la nación indomable. Los mitos de la guerra de la Independencia.
Madrid, 2008, p. 276.
118
Se conserva el bando del general Palafox en el acta de ayuntamiento de 23 de agosto de 1808.
119
120
121
122
Véase la copia en el acta de ayuntamiento de 29 de septiembre de 1808 en A.H.F. C.137-1.
A.H.F. C.137-1 Acta de ayuntamiento de 22 de octubre.
SOBOUL, A. La Revolución Francesa, Ediciones Orbis S.A. 1981, p. 79.
CARR, R. Op. cit. p. 98. dice de Palafox que “aceptó convertirse en capitán general revolucionario
porque no podía dominar al pueblo de otro modo”. Dice que era un gran aristócrata, conocido amigo del
rey Fernando VII y cualquier cosa menos un demócrata.
123
A.H.F. C.1098-13.
124
125
A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.1270-11.
La lista de los 29 sujetos acaudalados era la siguiente: don Martín Villanova, don Miguel Aymerich,
don Vicente Monfort, Jaime Jorro, Agustín Galicia, don Medardo Cabrera, el Dr. don Antonio Barrafón,
Miguel Jorro, Joaquín Camí, don Antonio Junqueras, don José Masip, José Satorres, don Miguel Portolés,
Mariano Tomás, Joaquín Cabrera Mañes, Felipe Vilar, Bonifacio Joseu, Manuel Bollich, Pablo Tejedor,
Domingo Florenza Samar, Isidro Martí, Salvador Espitia, Salvador Miralles, Tadeo Jover, Andrés Isach,
Lorenzo Foradada, Gaspar Galicia y Antonio Lax. A.H.F. C.137-1 Acta de ayuntamiento de 22 de julio.
126
Memorial del Contador General de Propios. A.H.F. C.94-2, Órganos de Gobierno.
127
Con él, y regresados los emigrados, regían el consistorio Portolés, Miralles, Roca, Lafuente, De Dios
y el síndico Sudor, actuando como secretario Simón Galicia Catalán.
128
Durante los meses de agosto y septiembre se presentaban, sin embargo, ante las autoridades
francesas de Zaragoza, varios recursos solicitando ser excluidos de la lista. Los más diligentes eran
varios miembros del capítulo, alegando haber sido indultados por decreto del “señor gobernador
general”. El mismo indulto solicitaban el administrador de Correos, Isach, y doña Magdalena Pastor,
quien lo pedía para su madre doña Petronila Pallas. A.H.P.Z. Libros Varios, Caja nº 38.
129
Esta organización completaba la creada en febrero del mismo año por Napoleón, quien había
impuesto un gobierno militar en Aragón, como en Cataluña, Navarra y Vizcaya, otorgando a los
generales al mando la jurisdicción civil y militar. El día 29 de diciembre se recibía en Fraga la Instrucción
para el arreglo del nuevo gobierno.
130
La nómina incluía a Ignacio Rozas, Antonio Lafuente, Isidro Martí, don Antonio Sudor, don Joaquín
Isach y Villanova, Antonio Lax, Joaquín Camí, Mariano Tomás, José Aznar, Bonifacio Joseu, don
Francisco Portolés, Agustín Galicia, José Reales, don Guillermo Foradada, Andrés Isach, José Masip, don
Domingo María Barrafón, don Antonio Junqueras y don Medardo Cabrera. (En otra lista aparecen
también Arquer y Francisco Foradada Santarromán). A.H.F. C.138-1 de 12 de enero de 1811.
131
Decreto de 11 de febrero de 1811, comunicado por el intendente Meche a don Guillermo Foradada.
132
En cada distrito, el corregidor subordinado expide las órdenes y toma las providencias que la junta
estime convenientes. La junta debe componerse de ocho vocales, nombrados de los pueblos agregados
al distrito, advirtiendo que su presidente nato debe ser el corregidor de la cabeza de distrito, sin
obligación de asistir a todas las sesiones. En su ausencia, las preside el primer vocal del pueblo cabeza
de distrito, que actúa como presidente. Finalmente, a la cabecera de partido debe asistir un diputado por
distrito, para recibir las órdenes que transmita el corregidor principal.
133
Se adjudicaban a Fraga 257 vecinos; a Candasnos 38 vecinos; Mequinenza, 53; Peñalba, 53;
Castejón de Monegros, 104; La Almolda, 87 y Valfarta con 25. Un total de 617 vecinos. Las cifras, al
menos en el caso de Fraga, parecen referirse a vecinos con determinada capacidad contributiva. No
pueden referirse a la totalidad del vecindario. A.H.F. C.138-1, actas de 26 de febrero y 9 de abril de
1811.
770
134
135
136
137
138
139
140
A.H.F. C.7-1, Correspondencia del mes de diciembre de 1811.
A.H.F. C.1221-32 y 38.
A.H.P.Z. Pleitos civiles, C.1562-6, dos piezas.
BERENGUER GALINDO, A. Fraga en la guerra de la Independencia. Fraga 2003, pp. 110-117.
A.H.F. C.138-1 acta de ayuntamiento de 21 de septiembre de 1814.
A.H.N. Consejos, legajo 13.364, expediente nº 24 y legajo 13.361, expediente nº 141.
Los elegidos como electores del ayuntamiento constitucional son: don Miguel Aymerich que obtiene
25 votos, don Guillermo Foradada con 23 votos, don Medardo Cabrera 22, don Mariano Tomás 21, don
José Aznar 21, Francisco Samar 17, don José Galicia Salinas 16, Domingo Satorres 16 y Agustín Galicia
con 14, empatado a votos con don Antonio Junqueras.
141
Firman el escrito el abogado don Juan Antonio Cerezuela, Andrés Isach y Luzán, Joaquín Camí,
Miguel Jorro, Miguel Aymerich y el doctor don Guillermo Foradada. Junto a ellos, las firmas de los curas
de San Miguel y de San Pedro, Camps y Obis, el presbítero racionero Francisco Asensio y los presbíteros
beneficiados Morella, Puyol y Rozas. (Que no constituyen la mayoría de los miembros del capítulo
Eclesiástico).
142
A.H.F. C.138-1 acta de ayuntamiento de 19 de junio de 1814.
143
Junqueras entiende que la conducta del juez es instigada por Ramón Vera, patrón del mismo juez,
“cuya conducta política está en el peor concepto, no obstante lo cual mira con desprecio a los buenos
españoles creyéndose a cubierto de todo acontecimiento con el hecho de tener en su casa al citado
juez”. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4668-19, tercera pieza.
144
A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4668-19, cuarta pieza.
145
146
147
148
149
150
A.H.N. Consejos, legajo 37.432, expedientes de octubre, nº 4.
A.H.N. Consejos, legajo 13.364, expediente nº 24 y legajo 13.361, expediente nº 141.
En A.H.F. C.138-1 se conservan cosidos al acta de ese día el Decreto y la Real Cédula de S. M.
A.H.F. C.138-1 actas de ayuntamiento de 18 y 20 de enero de 1814.
A.H.N. Consejos, legajo 37.432, expediente nº 21 de octubre de 1814.
El 6 de diciembre de 1814 Monfort recurre ante el Real Acuerdo un inventario realizado en su casa,
por orden del tribunal del corregidor, en el que se le requisan multitud de documentos, algunos de los
cuales pueden ser comprometedores para otros vecinos. Alega que ya durante la guerra, algunos
vecinos, por resentimiento, intentaron denigrarle con torpes imputaciones ante Palafox, y que el Capitán
General ya le había exonerado de todos los cargos expuestos en su contra. Ahora refiere las
arbitrariedades del corregidor, juez del inventario, y le acusa de convivir estrechamente con Ramón
Vera, el inventariante. A.H.P.Z. Pleitos civiles C.4046-11.
151
Don Antonio Sudor remite un escrito exculpatorio al ayuntamiento constitucional el 11 de noviembre
de 1813. Expone que se recibió de abogado en 24 de Septiembre de 1785, y que desde entonces ha
ejercido su profesión y ha sido solicitado por los corregidores y alcaldes de Fraga como su asesor, y ha
actuado como abogado en los pueblos del contorno. Que se le han confiado diferentes comisiones por la
superioridad, habiéndolas desempeñado con exactitud, legalidad y pureza. Que en 1809 emigró con su
familia de Fraga, pasando a los pueblos de la Ribera del Ebro, donde permaneció por espacio de cinco
meses, mientras dominaba Fraga la División francesa del General Habert, volviendo cuando ya se habían
marchado, de lo que se le originaron graves perjuicios. Que en los años 1811, 1812 y 1813 ha ejercido
los empleos de Teniente de Alcalde y de Alcalde Mayor, por muerte de los antecesores, y porque "el
gobierno intruso" le nombró por ser el abogado más antiguo. Pero que no ha tenido la menor amistad,
trato, ni comunicación con los comandantes franceses de esta Plaza, y que más al contrario, solo le han
ocasionado problemas, al derribarle una de las mejores casas de Fraga, y llevársele los materiales,
-hierro, piedras, ladrillo y madera- para la fábrica del fuerte junto al puente. El ayuntamiento, por
unanimidad, le certifica su buena conducta política. A.H.P.Z. Pleitos civiles, C.4668-19.
152
Era el caso, por ejemplo, de José Reales. Se le acusaba de abusar de los vecinos, exigiéndoles
numerosas contribuciones y multas, quitándoles hasta el último grano, -que tenían cautelosamente
guardado para la sementera-, para dárselo a los franceses en el año 1809. También de cobrar por su
cuenta los libros de la contribución y de industrias de aquel año, sin conocerse la inversión que les dio.
Se le formó causa de infidencia y se le llevó preso a Lérida por el ejército español, hasta que, al ser
ocupada dicha plaza por los franceses en 1810, quedó libre de nuevo y Suchet le repuso como ejerciente
de la jurisdicción en Fraga. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo, Caja Fraga de 1814.
153
El corregidor Cabrera apoya la petición de Jorro diciendo que, frente a la actitud colaboracionista de
los tres escribanos, Jorro sirvió en el ejército español, abandonando su casa a los enemigos, y que
cuando volvió a Fraga, estando todavía ocupada por los franceses, prefirió no actuar en su oficio por no
pedirles la habilitación. Por eso el corregidor le ha nombrado ahora como único escribano del juzgado.
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1814.
154
De éste último sólo sabemos su condición de comisionado por Fraga ante el gobierno francés en
Zaragoza para la liquidación de suministros a la tropa. Del escribano Manuel Galicia Salinas conocemos
su súplica al Rey en 1815 para que se le revoque la suspensión judicial que sufre desde 1803. El
Regente la informa negativamente por ser Galicia “extremadamente descuidado en sus notas y
protocolos”. A.H.N. Consejos, legajo 37.239, expediente nº 14 del mes de diciembre.
771
155
Tal vez por ello solicita del Consejo de Castilla la Auditoría de Guerra de Cataluña o la de Aragón y,
cuando no hubiese lugar, los honores de tal auditor. El Rey deniega la solicitud. A.H.N. Consejos, legajo
37.239, expediente nº 22 del mes de septiembre.
156
Véase el documento II.10 del Apéndice.
157
En septiembre, el Real Acuerdo suspende como diputado a Foradada hasta que se concluya la causa
que se le sigue. A.H.F. C.138-1 actas de ayuntamiento.
158
A.H.P.Z. Pleitos civiles C.4492-13, 1ª pieza.
159
160
161
162
A.H.F. C.138-1 Acta de ayuntamiento de 13 de diciembre de 1815.
Véanse los documentos II.11 y II.12 del Apéndice.
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1816.
A fines de diciembre de 1816 el corregidor ha arrestado a los regidores don Domingo Arquer, José
Miralles, don Francisco Portolés, Leandro Montull y al diputado don Medardo Cabrera por desobedecerle.
El Real Acuerdo le ordena ponerlos inmediatamente en libertad, pero don Matías dice “que obedece pero
que suspende el cumplimiento de la orden”. Posiblemente a eso se deba la investigación que se le abre a
continuación. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo del año 1817.
163
Firman el escrito Joaquín Camí, Andrés Isach, Miguel Jorro, Ramón Vera y algunos dependientes.
164
165
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 30 de marzo de 1817.
La solicitud original se remite al agente de Madrid don Millán de Espeja para presentarla al Rey o su
Real Cámara. A.H.F. C.138-2 y A.H.N. Consejos, legajo 18.017.
166
Según la instrucción deben reunirse los miembros del ayuntamiento con el corregidor, para
proponer, por elección de mayoría de votos, dos individuos para cada oficio. A.H.F. C.94-1 Órganos de
gobierno.
167
El propio fiscal de la Audiencia ya había advertido que, -contra lo que las apariencias indicaban
respecto del joven Barrafón-, éste había permanecido en el gobierno de la municipalidad francesa “por
designio oculto del ejército español situado en Lérida, para hacer su voluntad”, como espía, y hasta que
se incorporó a dicho ejército abandonando su casa al furor de los franceses.
168
A.H.F. C.1213-27.
169
170
171
172
A.H.F. C.138-2 acta de ayuntamiento.
A.H.F. C.95-6 Órganos de Gobierno.
A.H.F. C.138-2 acta de ayuntamiento de 24 de Febrero.
Real Orden de 26 de Diciembre de 1818 e instrucción de la Intendencia de 15 de enero de 1819.
Cuando con la libertad de abasto aumentan los precios, el procurador síndico visita las tiendas y los
comerciantes los rebajan de nuevo.
173
A.H.F. C.96-2 Órganos de Gobierno de 3 de abril de 1819.
174
MOLINER PRADA, Antonio. Revolución burguesa y movimiento juntero en España. Lleida, 1997. pp.
104-105. “Llama la atención, como han puesto de relieve A. Gil Novales y A. Dérozier, el hecho de que
varios miembros de la Junta zaragozana, entre ellos el marqués de Lazán, Martín de Garay y Ramón
Feliu, pudieran formar parte de un organismo que tenía en sus manos el destino constitucional de
Zaragoza y ocuparan los puestos políticos más relevantes en estos momentos. Los tres eran hábiles
políticos: el marqués ocupaba el cargo de capitán general, Martín de Garay había elaborado el plan de
hacienda de 1817 siendo ministro y Feliu llegó a ser primer ministro durante el Trienio, el prototipo de
las componendas oficiales del sistema liberal moderado”.
175
En una instrucción Real para elecciones a Diputados en Cortes, se indica que debe elegirse un
compromisario por cada veinte vecinos que gocen de la calidad de “ciudadanos”. Como Fraga tiene 24
compromisarios en ese momento, debe contar como mínimo con 480 individuos considerados
“ciudadanos”. A.H.F. C.1213-29 de 26 de abril de 1820.
176
La figura clave del secretario municipal será compartida por el veterano Simón Galicia Catalán y el
antes tachado de afrancesado Jaime Jorro y Prous, quienes actuarán alternativamente a lo largo del año,
se repartirán los cien duros de asignación anual y de este modo se ceñirán a la letra de la Constitución
que sólo permite un secretario en cada ayuntamiento. Parece un ayuntamiento de consenso más que el
resultado de un giro político desde la etapa absolutista a la nuevamente constitucional.
177
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 28 de marzo de 1820.
178
179
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 8 de mayo.
El ayuntamiento constitucional está decidido a hacer valer sus prerrogativas en asunto tan
importante como las rentas de propios, por eso se indigna cuando el propio Marqués de Lazán les ordena
dejar sin efecto su prohibición de venta libre de cereales junto a la venta de Buars –bien del ramo- , a lo
que una vecina pretende tener derecho en su masada cercana. Como tantas veces, decidirán obedecer
lo ordenado por el jefe político pero no lo pondrán en cumplimiento hasta tanto no le informen del
ultraje e insultos que dicha vecina parece hacerles en su escrito de denuncia. A.H.F. C.138-2 Acta de 5
de mayo.
180
"Que para poder este cuerpo ordenar sus operaciones, siguiendo el sistema Constitucional, se
encargue por el primer correo la colección de decretos de Cortes; dos ejemplares del Reglamento de
ayuntamientos constitucionales; el Reglamento de Tribunales, sobre la administración de justicia; la
Instrucción sobre los actos de conciliación por duplicada; y con el mismo objeto de seguir la marcha
772
Constitucional con exactitud más prolija, acreditando su adhesión al sistema, se escriba al agente de
Madrid, suscriba por medio año la corporación al Diario de Cortes". A.H.F. C.138-2 acta de 12 de Julio.
181
A.H.F. C.128-2 de 23 de mayo.
182
Según Concepción de Castro, “la integración de la comunidad local bajo el régimen liberal hiere
intereses arraigados que, de un modo u otro, se sitúan a la defensiva: pueden engrosar las filas de la
oposición absolutista o pueden servirse de las nuevas formas para tratar de perpetuarse, adulterando o
transgrediendo en mayor o menor grado la legalidad. De ahí las luchas de facciones locales y la agitación
que preside frecuentemente la instalación de los ayuntamientos constitucionales”. Op. cit. pp. 70-74.
183
Véase el texto del artículo en el documento II.13 del Apéndice.
184
El Dr. Antonio Cerezuela se titula como "de la división del General Palafox que ya no existe”, y se le
conmina a “que no vista el uniforme y distintivos que luce en Fraga, no queriendo figurar más e infundir
ideas de respeto y consideración pública que no merece, ni se ha granjeado por sus servicios”. “Así
mismo, teniéndose noticia de que el presbítero D. Ramón Morella, beneficiado penitenciario en la iglesia
de S. Miguel de los Navarros, sobre escándalo que producía su amistad con la hija del médico Tomás,
viuda de Jorge Naval, y sobre sus reuniones continuas con José Salarrullana, sirve en Zaragoza de
agente de estos espíritus turbativos, removiendo y fomentando solicitudes violentas opuestas al buen
orden y carácter del ayuntamiento; y que es con tanto escándalo, que por sí mismo, según noticias de
los encargados del cuerpo en la capital, ha presentado en la imprenta del Diario Constitucional un
comunicado firmado por uno de los del complot; y hace otras gestiones dirigidas a deprimir la dignidad
de este cuerpo y producir la desconfianza en el pueblo, con turbación del orden gubernativo". A.H.F.
C.138-2 Acta de ayuntamiento de 20 de junio de 1820.
185
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 29 de junio.
186
El ayuntamiento constitucional dice en informe al Jefe Político acerca de D. Domingo Mª. Barrafón:
“Además de su brillante carrera literaria y los servicios que prestó a la Patria en el Ejército, donde sirvió
en clase de oficial, hasta la rendición de Zaragoza, ha merecido el escudo de su defensor y de otras
más arriesgadas e importantes, en tiempo de la dominación intrusa, al mando del general Lavalle, de
quien fue ayudante de campo y al lado del general Barón de Eroles, sincerando después su conducta
política en tribunal competente, y en juicio abierto, hasta obtener honorífica declaración de su
reputación. Ha acreditado posteriormente su pericia en la abogacía, que ejerce en el mejor concepto
en el país, y su tino en la administración de justicia y gobierno del pueblo, en diferentes ocasiones,
que como regidor exerció las funciones de corregidor, en ausencia o enfermedad de éste, siendo por
último notorio su desinterés, moralidad y adhesión grande a la constitución política de la Monarquía; por
manera que sus ideas liberales en esta parte son bien conocidas de sus conciudadanos, y se halla en la
edad de 30 años, con la más favorable disposición para desempeñar cualquier judicatura". A.H.F.
C.138-2 Acta de ayuntamiento de 21 de junio.
187
A.H.F. C.138-2 Acta de 17 de abril.
188
Se acusa a Barrafón de ser teniente de alcalde mayor por los franceses como lo fue también el
abogado don Antonio Sudor, y que a éste le cesó en su destino el Real Acuerdo, mientras que a Barrafón
se le propone para cargos públicos. A.H.F. C.1213-27.
189
El 26 de Febrero de 1821 se comunica a Fraga por circular del Jefe Político de Aragón su
nombramiento como cabeza de partido judicial y se le adjudican una serie de pueblos de su entorno,
hasta sumar la cantidad de 5.000 vecinos que como mínimo debe tener cada partido. Fraga objeta que
“se han colocado en su partido pueblos a quienes les será mucho más incomodo acudir a Fraga que a
sus antiguos departamentos, y se ha quitado otros a quienes por el contrario les vendría mejor venir a
Fraga”. Fraga propone formar partido judicial con una serie de pueblos de su comarca natural, que
engloba pueblos de Aragón y de Cataluña. A.H.F. C.96-6 Órganos de Gobierno de 26 de febrero.
190
A.H.F. C.96-2 Órganos de Gobierno.
191
192
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 19 de octubre.
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 31 de octubre. Medidas como la obligación de predicar la
Constitución no estuvieron exentas de revanchismo. Las protestas de la Santa Sede y la hostilidad del
alto clero aumentaron a la vez que se ponía en vigor la legislación gaditana.
193
“Estado de la fuerza y armamento que tiene la milicia en Fraga y su término: Infantería: 1 batallón;
5 compañías; un teniente coronel, 5 capitanes, 2 ayudantes mayores, 10 tenientes, 10 subtenientes, 5
sargentos, 15 sargentos segundos, 30 cabos primeros, 30 cabos segundos, 310 soldados. El comandante
es el alcalde. No tiene fuerzas de caballería”. A.H.F. C.96-3 Órganos de Gobierno.
194
Don Antonio Junqueras, capitán de la 1ª compañía, junto con sus tenientes don José Aznar Lafarga y
don Jaime Jorro Carbonell; don Pedro Miralles y don Ambrosio Jover, teniente y subteniente de la 2ª.
Don José Matías Cabrera, capitán de la 3ª con su teniente don Joaquín Isach y subteniente don
Joaquín Grau. Don Francisco Monfort, capitán de la 4ª con don Simón Aznar y don Mariano Villagrasa,
teniente y subteniente de la misma. Don Domingo Mª. Barrafón, capitán de la quinta con su teniente
don Joaquín Galicia Mazas; y don Simón Galicia Catalán, ayudante mayor del Batallón.
195
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 8 de diciembre.
196
197
198
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 15 de abril de 1822.
GUIRAO LARRAÑAGA, R. Don Felipe Perena y Casayús, Huesca, 1999. p. 112.
Se ha conservado la certificación de la jura de la constitución por Joaquín Camí Sartolo el 3 de mayo
de 1820 ante el alcalde constitucional don Miguel Jorro y el secretario Simón Galicia Catalán. A.H.P.Z.
773
Crédito Público, C.1014. El Intendente oficia el 27 de marzo de 1821 al comisionado confirmando la
propuesta que éste le hizo el 23 de marzo relativa al nombramiento de don Jaime Jorro y Prous,
escribano del juzgado de fraga “para entender en la actuación de los expedientes de fincas que han de
enagenarse (de conventos suprimidos) correspondientes al Crédito Público en la comprensión de dicho
partido”. Lo cual comunica al juez de 1ª Instancia de Fraga para los efectos correspondientes. A.H.P.Z.
Crédito Público, C.1020.
199
A.H.P.Z. Crédito Público, C.1024.
200
En varios “oficios” reservados Camí da cuenta de los granos, aceite y demás especies requisadas por
los comandantes de las partidas que asolan la comarca. También del dinero de caja que se le obliga a
entregar bajo amenaza de muerte. Más tarde da cuenta del traslado de las escasas alhajas que ha
podido reunir de los conventos suprimidos. A.H.P.Z. Crédito Público, C.1026 y C.1014.
201
FONTANA, J. La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833, Barcelona, 1979. p. 32.
202
ARNABAT, R. Visca el rei y la religió! La primera guerra civil de la Catalunya contemporània (18201823). Lleida 2006. pp. 306-307.
203
A.H.F. C.196-7 Padrones del siglo XIX. El “empadronamiento” sin fechar debe corresponder a 1822
porque se dice que Fraga es partido judicial, -y comenzó a serlo en 1821- y además figuran en él
algunas viudas de vecinos que aparecían por sí mismos en el catastro de 1819. Los Infanzones aparecen
ahora no como tales sino como “hacendados", lo que cuadra también con que el padrón esté hecho
durante el Trienio. Por otra parte, se conserva un nuevo empadronamiento del año 1824, con un número
ligeramente inferior de vecinos, lo que está de acuerdo con el período de emigración que vive Fraga
entre el final de la guerra de Independencia y ese último año.
204
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 16 de mayo. Entre ellas la de enviar el “brillante” Batallón
de Asturias al mando del subteniente coronel don Luis Fernández de Castro.
205
FONTANA LÁZARO, J. De en medio del tiempo. La segunda restauración española, 1823-1834,
Barcelona, 2006. pp. 72-73. Dice Fontana: “Antonio Marañón ‘el Trapense’ había nacido en Navarra, y
luchado en la guerra de la Independencia, donde obtuvo el grado de capitán; en 1817, cuando iba a
Mataró para incorporarse a su regimiento, se jugó en Lérida el dinero que llevaba e incluso su
nombramiento de oficial, y los perdió. Ingresó entonces como lego en el priorato trapense de Santa
Susana, en Aragón. En 1821 se dispersaron los frailes de aquel convento y quince de ellos, se acogieron
a Poblet, donde Antonio se amotinó contra el gobierno al frente de unos ciento cincuenta mozos y
campesinos de los alrededores. Unido con mosén ‘Mantellina’, rector de Prades, y con un notario de La
Espluga empezó a actuar con una exhibición de milagros y profecías "para hacer creer a la incauta plebe
y sencillo pueblo que su misión es divina", en momentos en que la comarca estaba conmovida por los
endemoniados de Bràfim; ... Vestía con sus hábitos de fraile, llevaba un crucifijo en el pecho, en la
cintura un sable y unas pistolas y un látigo en la mano derecha; montaba un caballo no muy alto y
galopaba sólo en medio de una multitud que corría a su alrededor y se arrodillaba a su paso. Miraba con
frialdad a derecha e izquierda y repartía las bendiciones que se le pedían con una especie de desprecio
o más bien de indiferencia... La derrota de la regencia de Urgel le obligó a refugiarse en Francia, desde
donde volvió a entrar en España por el País Vasco con los franceses... Luego actuó en la Rioja como un
verdadero dictador, cambiando a las autoridades civiles y religiosas por su cuenta e imponiendo
contribuciones. Se le condicionó luego para que volviera al convento, donde murió en 1826”.
206
Se enfrentan por el bando constitucional el general Felipe Perena y, por las partidas realistas, junto
al Trapense comandan grupo Badals, el Romanillos y Romagosa. A fines de agosto los realistas dominan
el Segrià, el Llano de Urgel y la Segarra y tienen su capital en Balaguer. Desde Zaragoza se manda una
columna volante para perseguirlos en la zona fronteriza con Cataluña, teniendo como puntos de soporte
a Monzón, Alcañiz y Mequinenza, además de Lérida y Tortosa.
207
Acción en la que participaron dos compañías catalanas y una aragonesa, comandadas todas por
Antonio Fuster. Los realistas contaron con la colaboración de la población y de una parte de los soldados
de la fortaleza. A partir de ese momento Fuster desplegó una importante actividad para organizar
militarmente las fuerzas realistas en la zona de Aragón, Valencia y Cataluña, formando un regimiento
titulado Voluntarios de Mequinenza, por lo que fue nombrado su coronel por la Junta Superior de
Aragón, reconocida por la Regencia de Urgel. A principios de noviembre el Barón de Eroles nombró
gobernador de Mequinenza a G. Bessières.
208
ARNABAT, R, Op. cit. p. 220.
209
El Barón (Joaquín Ibáñez Cuevas) ha llegado al Principado desde Baleares, donde junto al arzobispo
de Tarragona Jaime Creus y el conde de Sarsfield preveían utilizar el puerto de Mahón para recibir armas
y municiones que favorecieran sus planes conspiratorios. Ibídem, p. 53.
210
En la Biblioteca Nacional se guardan los documentos sobre la Regencia con la correspondencia de
Mataflorida, el Barón de Eroles y de otras varias personas en el manuscrito nº 1.867 “Regencia de
Urgel. Años 1822-1823”.
211
A comienzos de septiembre de 1822 el Barón de Eroles pretenderá formar un poderoso ejército
realista que agrupe las fuerzas del nordeste peninsular (Navarra, Aragón y Cataluña) y de hecho los
jefes de las partidas realistas se internan en Aragón por el norte y por el Sur, ganando la batalla en
Benabarre el 18 de septiembre y en octubre Eroles entra en Aragón por el norte con unos 3.000
hombres mientras Chambó, Rambla y Montagut lo hacen por el sur con otros 1.700 hombres a los que
se unen luego 200 hombres y 50 caballos procedentes de Mequinenza y comandados por el Trapense. El
objetivo era sublevar a todo Aragón. ARNABAT, R. Op. cit. p. 306.
774
212
El expediente de Domingo María Barrafón se guarda en el A.G.S. D1ª. S1ª. legajo B-840 y en el
Archivo del Senado, legajo 50, expediente número 5.
213
ARNABAT, R. Ibídem. p. 200.
214
215
216
ARNABAT, R. Ibídem, p. 257.
A.H.F. C.1079-22.
El 24 de noviembre la Regencia salía de Puigcerdà hacia Llivia, donde hacía unos días que se
encontraba ya el gobierno realista (y es de suponer que entre ellos Barrafón). Luego pasan a Francia y
llegan a Perpiñán el 4 de diciembre, donde Mataflorida, con los llamados “secretarios de la Regencia”
visitan al Prefecto y salen el día 7 hacia Tolosa, donde se disuelve la institución.
217
ARNABAT, R. Íbidem, p. 368.
218
219
220
221
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 11 de junio de 1822.
A.H.F. C.138-2 Actas de 2, 3 y 4 de julio de 1822.
A.H.P.Z. Crédito Público, C.1026 y C.1014.
Salarrullana afirma en 1833 de don Medardo: “"individuo que fue de la execrable junta de caribes
establecida en el fuerte de Mequinenza en los años 1822 y 1823, que se complacían en el robo, saqueo,
desolación del país, impidiendo el comercio de Cataluña. Que se congratulaban (en) conducir a los
liberales del país, cual si fueran rebaños de carneros, presos a dicha plaza, haciéndoles sufrir el martirio
en el horroroso y hediondo silo situado en el castillo, hasta que desembolsaban las cantidades que su
perversidad les detallaba, de donde proceden las riquezas y comodidades (que no conocía entonces) y
disfruta en esta época con tranquilidad y orgullo, que le han proporcionado tan execrables proezas”.
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. Caja Fraga 1808-1838. Especialmente cruel fue aquella junta
entonces con el propio Salarrullana, a quien “después de robar sus bienes le exigieron treinta mil reales,
teniéndolo atado a un madero, haciéndole beber agua caliente hasta su desembolso” y otro tanto
hicieron con el regidor Isidro Martí, el síndico Miralles y el secretario Simón Galicia Catalán”. A.H.F. Acta
de 6 de octubre de 1836.
222
TORRAS, J. Liberalismo y rebeldía campesina. 1820-1823 p. 118. Este autor contabiliza el número
de "facciosos" de algunos lugares de Cataluña: “Así, en el partido de Barcelona, la proporción de
facciosos sobre el total de la población fue de uno por cada 622 vecinos, o uno por cada 126 si se
excluye la capital; en el de Tarrasa, de uno por cada 45, en Igualada de uno por cada 29 y de uno por
cada 23 en Manresa”.
223
A.H.F. C.138-2 Acta de 22 de diciembre de 1822.
224
225
A.H.F. C.138-2 Acta de 26 de marzo de 1823.
DE CASTRO, C. Op. cit. p. 99. “Al alcalde le corresponde específicamente todo lo referente al
gobierno político y al orden público, siempre bajo la inspección del jefe superior de la provincia; puede
requerir el auxilio del ejército y utilizar a la Milicia Nacional en rondas, persecución de malechores, etc;
puede imponer multas de hasta 500 reales; presta su fuerza coactiva para hacer cumplir los acuerdos
del ayuntamiento; y este organismo, aunque sigue colaborando con su presidente, no dispone de
consejo vinculante en materias ejecutivas.
226
A.H.F. C.138-2 Acta de 1 de enero de 1823. Son llamados a constituir la junta los siguientes: el
presidente del capítulo eclesiástico; don Isidro Martí, menor, don Isidro Martí, mayor, don Lorenzo
Foradada, don Francisco Foradada Guallart, don José Reales Gombau, don José Rubio-Sisón, don
Mariano Tomás, don Antonio Pomar Roca, don Felipe Vilar, don Antonio Junqueras, don Joaquín
Florenza, don Miguel Jorro, don Ramón Portolés, don Francisco Portolés, don Antonio De Dios, don
Francisco Monfort, don Francisco Foradada Santarromán, don Antonio Sisó, don Tomás Bollic, don
Ambrosio Jover, don Salvador Miralles, don Andrés Isach, don Antonio Cerezuela y don Salvador Arquer.
227
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. Caja Fraga 1808-1838. Con motivo de las quintas se había
recibido en ayuntamiento la proclama de Felipe Montes "desde el cuartel General de Fraga, al mando del
6º distrito y del ejército que lo guarnece", en la que amenaza de muerte a quienes instiguen a los
mozos a no participar en el alistamiento del reemplazo que se va a hacer y por el que toca a Zaragoza
840 hombres, de acuerdo con una población estimada en 315.111 almas, según la disposición de la
Diputación Provincial de Zaragoza y Decreto de las Cortes de 8 de Febrero de 1823. A Fraga le
corresponden 13 hombres enteros.
228
A finales de la primavera de 1823, el gobierno liberal tuvo que evacuar Madrid y se trasladó a Sevilla
junto con las Cortes y con el Rey, a pesar de que éste había alegado un ataque de gota. La derrota de
las fuerzas gubernamentales en Despeñaperros, obligó un nuevo traslado a Cádiz, que se pudo hacer
declarando loco al Rey, hecho que Fernando VII nunca perdonaría. Una vez en Cádiz, tuvo lugar el único
combate de las tropas francesas: el asalto al poco defendido fuerte del Trocadero. El 29 de septiembre
las Cortes decidieron dejar libre al Rey y negociar con el duque de Angulema. Con ello finalizaba el
segundo acto de la revolución liberal y se abría el último período de existencia del Antiguo Régimen en
España.
229
GUIRAO LARRAÑAGA, R. Op. cit. p. 185.
230
231
FONTANA LÁZARO, J. Op. cit. p. 46.
Reunidos el día 24 de mayo, no quisieron entrar en el juego y sólo aceptaron dar a Angulema una
lista de cinco nombres: los duques del Infantado y de Montemar, el barón de Eroles -que no llegó a
integrarse- el obispo de Osma y Antonio Gómez Calderón. FONTANA, J. Ibídem. p. 68.
775
232
233
Ibídem, p. 76.
PEIRÓ ARROYO, A. Jornaleros y mancebos. Identidad, organización y conflicto en los trabajadores
del Antiguo Régimen. Barcelona, 2002. p. 175.
234
Obedecían la circular del comandante en jefe del 2º cuerpo de ejército de los Pirineos, Conde Molitor,
y los cinco decretos de S.A.S. Junta Provisional de Gobierno de España e Indias, remitidos por don
Miguel Ramón Modet, comisionado regio en Zaragoza, con fecha del día 6 de mayo.
235
El 23 de octubre de 1823 el juez de 1ª instancia don José Matías Cabrera es agraciado por S. M. con
la vara de Granollers. Su relación de méritos dice, entre otras cosas, que nunca fue adicto a la causa
liberal ni actuó en favor de la constitución, pero que tampoco cantó en favor del Trapense como otros
realistas lo hacían públicamente en Fraga. Que el 8 de Septiembre de 1822 se le dio traslado a Galicia,
al que renunció y renunció igualmente a seguir en Fraga, lo que se comunicó por orden de 7 de febrero
de 1823. A.H.N. Consejos, legajo 13.364, expediente nº. 24 y legajo 13.361, expediente nº. 141.
236
A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 31 de mayo.
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A.H.F. C.98-1 Órganos de Gobierno de 1 de junio.
A.H.F. C.98-2 Órganos de Gobierno de 27 de junio.
A.H.F. C.98-2 Órganos de Gobierno de 17 de junio.
A.H.F. C.139-1 Acta de ayuntamiento de 29 de octubre.
En febrero de 1824 se presenta el Brigadier D. Antonio Fuster con 250 hombres para residir como
guarnición en Fraga, procedentes de Sariñena. Fraga propone repartir los soldados entre los pueblos de
la circunferencia o que se sitúen entre Bujaraloz y Fraga para perseguir a los malhechores que infectan
los caminos. El 8 de marzo el Capitán General de Aragón escribe a Fraga diciendo lo siguiente: “A
consecuencia de cuanto VV. me manifiestan en su exposición de 3 del actual, he acordado que desde
luego la tropa que se halla acantonada en esta ciudad pase a la de Barbastro, a cuyo efecto he
comunicado las órdenes oportunas al Brigadier D. Antonio Fuster; bajo este supuesto se hace
indispensable que VV. pongan toda eficacia para el aumento de los Voluntarios realistas, que no dudo
que desde luego podrá contarse con una fuerza imponente respecto que en esa ciudad concurren las
circunstancias de que sus vecinos son unos verdaderos realistas y por consiguiente podrán atender a la
persecución de malhechores y a la tranquilidad y pacificación de esos habitantes, poniendo ese
ayuntamiento la consideración en imbuirles en aquellas máximas que respiren orden y unión con las
autoridades, para que auxiliándose mutuamente, puedan unos y otros consolidar la paz y ver de
exterminar a los que intentaren violar los sagrados derechos de Altar y Trono, para cuyo objeto les
remito los dos adjuntos exemplares del Decreto que prescribe las reglas para la formación de dichas
compañías, a fin de que con arreglo a ellas proceda ese ayuntamiento a su ejecución”. Pedro de
Guimareste Zaragoza 8 de marzo de 1824. A.H.F. C.97-1. Órganos de Gobierno de 8 de marzo.
242
Las purificaciones se insertan en el proceso general a que somete la Real Audiencia de Aragón a
todos los dependientes de la administración de justicia durante el Trienio, con arreglo al Decreto de la
Regencia del Reino de 27 de junio de 1823 y Real Cédula de 1de abril de 1824. A.H.P.Z. Expedientes del
Real Acuerdo, caja Fraga 1808-1838.
243
A.H.F. C.97-1 Órganos de Gobierno. El pleito se refiere a las tierras de pasto de la partida del
Almajal que Foradada entiende de su propiedad mientras el ayuntamiento las considera comunes.
244
A.H.F. C.97-1 Órganos de Gobierno. Papeles sueltos.
245
246
A.H.F. C.98-4 Órganos de Gobierno de 24 de enero de 1825.
A.H.N. Consejos, Libro de matrícula L.3256 “La justicia y Ayuntamiento de la ciudad sobre
insaculación de oficios de justicia”. Legajo 37.457, año 1824, expediente nº 4 del mes de agosto.
También en Legajo 37.459, año 1825, expediente nº 10 de marzo. “El Ayuntamiento sobre las dudas
que se le ofrecen tocante a las propuestas de regidores, síndicos y diputados”.
247
El 29 de marzo de 1828 llega desde Santoña y toma posesión el corregidor don Pedro Pumarejo y
Velarde, por defunción de don Matías Mestre, con un sueldo de 18.200 reales de vellón, y el 12 de julio
de 1831 el Rey nombrará nuevo corregidor por seis años a don Pantaleón Luzás y Fortón, con el sueldo
anual de 11.000 reales de vellón, cuando el anterior es promocionado a la vara de alcalde mayor 2º de
la ciudad de Barcelona.
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A.H.F. C.139-2 Acta de ayuntamiento de 21 de agosto de 1833.
249
250
A.H.F. C.139-2 Acta de ayuntamiento de 26 de febrero de 1833.
El 5 de abril de 1835 el ministro de Gracia y Justicia ordena dar posesión al nuevo alcalde mayor
interino, don Manuel Asensi, cesante de Vinaroz, y el 14 de junio el capitán general manda separar de
sus cargos a todos los miembros del actual ayuntamiento y nombra a otros en su lugar. El 2 de agosto
de 1836 el gobierno civil nombra para regidor 1º a don José Salarrullana y como procurador del común a
don Pedro Miralles, que aceptan los cargos. En 24 de octubre nombra al resto de regidores. El 31 de
octubre de 1836, sin que aparezca anteriormente toma de posesión alguna, se señalan nuevos cargos de
ayuntamiento, posiblemente elegidos por los comisarios electores. Y aunque el juez de primera instancia
pretende declarar nula la elección, el consistorio, reunido en sesión extraordinaria en casa de
Salarrullana, no acepta la orden del juez y advierte que una decisión “tan despótica sólo puede
entenderse por haber recaído la elección en patriotas tan decididos”. Acuerdan dar parte al Gobierno “de
un escándalo que tanto puede influir en las presentes circunstancias en la opinión pública, y a ésta
ciudad, amagada de continuo por la facción catalana”.
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A.H.F. C.1079-23.
PEREZ-PICAZO, Mª. T. “De regidor a cacique: las oligarquías municipales murcianas en el siglo XIX"
en Señores y campesinos en la Península Ibérica, Santiago de Compostela, 1991. Tomo I, p. 18 y ss.
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