CAPÍTULO 7º. LA CONFLICTIVIDAD POLÍTICA. 7.1 Entre la perpetuación y los aires “nefastamente democráticos”. 7.1.1 El poder del clero frente al ayuntamiento y a la “Conservación”. Desde las primeras décadas del siglo los informes de la Audiencia respecto de los posibles sujetos de poder iban a resultar definitivos en el ánimo Real cuando no hubiera interferencias. Los oidores de las distintas salas e incluso el regente del Real Acuerdo estaban en sintonía con las “personas de distinción” de Fraga, e incluso compartían intereses comunes, por lo que en teoría no debían suscitarse problemas en los sucesivos gobiernos locales. 1 Y, sin embargo, he relatado ya cómo el obispo de Lérida hubo de intervenir con una tercera propuesta de individuos que desautorizaba tanto la remitida por el consistorio saliente en 1747, como la confeccionada por la Audiencia. La razón de su intervención guardaba en realidad relación directa con el período de excepción más prolongado que viviría el ayuntamiento durante la etapa absolutista: el gobierno local permanecería maniatado por los “conservadores” de la última Concordia censal desde 1729 hasta la década de los años cincuenta. La gestión de los bienes de propios por la “Conservación”, ligado al pago de pensiones y luiciones censales, alejaba el poder de algunas familias interesadas en manejarlos, al tiempo que el principal censualista –la iglesia local- quedaba igualmente a su merced. Por eso el obispo intentaba influir en los nombramientos de los regidores, en un intento por sumarlos a los miembros eclesiásticos de la Conservación. Según él mismo afirmaba, su intervención era consecuente con las innumerables representaciones, confidencias y quejas de sus sacerdotes. Y no sólo por una preocupación de orden espiritual respecto de sus feligreses, sino por verse el capítulo eclesiástico limitado en sus disponibilidades materiales. El regalismo de la época estaba todavía por asentar y el poder de la Iglesia y sus ministros seguía pesando socialmente, hasta el punto de amenazar a los regidores con pena de excomunión mayor si no pagaban la deuda censal al clero diocesano. La “Conservación” estaba compuesta precisamente por dos representantes del capítulo eclesiástico, además de los regidores primero y segundo, como vocales natos por su cargo, y don José Villanova, de Fraga, don José Fernández de Moros, de Calatayud, y don Jaime Ric y Beyán, de Zaragoza, como representantes de los principales censualistas laicos. Finalmente, se nombraba como “juez conservador” al regente de la Audiencia Fernández Montañés. El obispo pretendía contar con mayoría en la Conservación y por eso quería influir en el nombramiento de los regidores, cuando la capacidad de decisión se repartía entre individuos de diferentes instituciones locales y regionales. Entre ellos se encontraba el principal 660 mentor de la Concordia, don Miguel Bodón, quien alardeaba de haber conseguido que los nombrados como conservadores “fueran de su devoción, aunque había otros empeñados en conseguirlo”.2 El gobierno de la Concordia no fue pacífico. Sabemos ya que, pese a su representación entre los conservadores, el capítulo eclesiástico creyó pronto haber sido engañado y defraudado en sus intereses, y su descontento llegó pronto al Rey.3 Consecuentemente, la Concordia sería modificada y su poder limitado desde 1734, contentando a los eclesiásticos en sus demandas. Es decir, el capítulo jugaba un doble papel, en su beneficio como censualista y en el de no permitir que el poder local quedase concentrado en manos ajenas, ya que no conseguía sujetarlo enteramente a su voluntad. Por otra parte, la convivencia entre ayuntamiento y Concordia estuvo plagada de conflictos por todo el tiempo de su establecimiento, excediendo incluso los límites impuestos en el contexto del Reino. Un Real Decreto de 22 de diciembre de 1738, entendía que las concordias coartaban las facultades de los alcaldes en lo que resultaba propio de la jurisdicción y regalía de S. M. y los alcaldes, situados al margen de ellas e interesados en hacer efectivas sus competencias respecto de la fiscalidad regia, entendían mermada de este modo su autoridad. Por ello el fiscal de S. M. ordenaba suspenderlas y presentar los instrumentos originales ante el Consejo de Castilla para analizar posibles defectos. Una vez comunicada la suspensión a los distintos pueblos, la Audiencia daba cuenta al Rey de las medidas tomadas para su ejecución en un extenso informe de 30 de junio de 1739. Reconocía en él que desde los decretos de Nueva Planta de 1707 y 1711, la propia Audiencia había entendido como prioritaria –“para la conservación de los vasallos y pueblos del Reino”- la tarea de hacer más efectiva la exacción anual de la Real Contribución. Que por ello había favorecido las concordias con los pueblos, a petición de éstos y sus acreedores, para cuyo otorgamiento se nombraba por el Real Acuerdo un ministro que las autorizase y un juez protector que resolviese las posibles dudas. Aceptaba que durante varios años, los pueblos y sus acreedores habían conjugado sus respectivos intereses, unos libres de ejecuciones y otros cobrando sus pensiones censales recortadas. Pero advertía, sin embargo, lo conflictiva que había resultado su puesta en práctica… “…a causa del desorden originario del mal uso de ellas, pues siendo la mayor parte de los censalistas eclesiásticos y los conservadores por estos nombrados también eclesiásticos, usaban de absoluto arbitrio en el manejo y distribución de los efectos, haciéndose más dueños que administradores de las concordias, lo que ocasionó varios pleitos y por ellos la quexa y recurso de algunos interesados al vuestro Consejo”.4 661 A juicio de la Audiencia, esa era la causa principal de la orden del fiscal que las suspendía: los abusos de los acreedores eclesiásticos. Visto desde el poder estatal, el absolutismo era pretensión de la Iglesia. Visto desde el punto de vista de los eclesiásticos, el absolutismo residía en quienes manejaban los caudales públicos como sustitutos del ayuntamiento. Desde la óptica de las viejas familias fragatinas, ni la Iglesia ni el Estado tenían derecho a usurparles las rentas y posibilidades de mejora patrimonial que habían disfrutado secularmente. En todo caso, resultaba claro que el poder acaparado por los conservadores no era resultado de una situación local concreta, sino exponente de la generalizada en el país, excesiva y peligrosa incluso para las autoridades estatales, sobre todo en una coyuntura en la que el Rey requería la mitad de los sobrantes de propios de los pueblos para sus fines bélicos. Con la supresión de los “conservadores” fragatinos a fines de los cincuenta, el poder volvía al ayuntamiento y se cumplía así el anhelo expuesto por el regidor decano del momento, don Miguel Aymerich, cuando entendía que sus pretensiones lo eran “en notorio agravio del ayuntamiento” y exclamaba aquello de que “con sus exigencias suponían hacerse absolutos” y la ciudad perdía con ello el dominio que le correspondía. Con dos décadas de retraso, se evidenciaba en Fraga la situación general denunciada por la Audiencia veinte años atrás respecto de la gestión de las concordias. Se había alcanzado aquí uno de los momentos más conflictivos del siglo, con el robo de caudales públicos incluido (unas 3.000 libras sustraídas del archivo de la Concordia), y con un enfrentamiento entre familias que auguraba negros presagios para la generación posterior. Las décadas centrales del siglo, entre 1730 y 1760, suponían un frenazo en las posibilidades financieras del ayuntamiento, enzarzados sus dirigentes en disputas personales y en la defensa de intereses particulares. La Conservación había sido dirigida durante treinta años, -toda una generación-, por individuos de cuatro familias como representantes del ayuntamiento: los Bodón, Los Barrafón, los Villanova y los Aymerich. Mientras, segundones eclesiásticos de los linajes Cabrera y Foradada lo habían hecho como representantes del capítulo.5 En realidad, tanto unos como otros formaban parte del pequeño núcleo de familias de poder. Eran los vástagos de los principales protagonistas supervivientes a la guerra de Sucesión. 7.1.2 Tras la Concordia, el primer intento de perpetuación en los cargos. Fallecido don Miguel Bodón y Maicas, su hijo don Antonio Bodón y Funes, también jurista, pretendió seguir los pasos de su padre en el ejercicio del poder y su primer propósito se encaminó a desbancar a la familia Villanova, su más directa 662 competidora. Ya en 1744 durante su primer mandato de alcalde, en la ceremonia de toma de posesión de los nuevos regidores, que deben jurar ante él, se niega a dársela al regidor primero don José Villanova Samper, si no paga las 13 libras y 9 sueldos del título de regidor, cuando lo usual hasta entonces había sido que ese dinero se descontase luego del salario que recibían los ediles. Villanova, ofendido en su honor, rehúsa el cargo en el acto. Los demás regidores se ponen de parte de Villanova y acuden al Real Acuerdo para que le fuerce a tomarlo, porque si no se hace así “no pueden gobernar”. Argumentan que ellos son nuevos en el puesto, mientras que Villanova ha gobernado muchos años. El Real Acuerdo ordena a Bodón que le dé la jura bajo pena de 50 escudos y a Villanova que la acepte bajo amenaza de igual sanción. Esta aparente rivalidad ocasional y nimia entre individuos se encuadra en realidad en un enfrentamiento más complejo. Durante la segunda generación, la lucha entre linajes se explicita, dividiendo a la población fragatina en dos bandos. Por un lado el bando de las familias socialmente encumbradas por más de treinta años en los primeros puestos de alcalde o regidor decano, con su caballerato o su infanzonía probada o supuesta (Villanova y Bodón como exponentes). Por otro, el bando de aquellas familias de hacendados labradores con o sin reconocimiento de su “nobleza”, que entendían tener el mismo o mejor derecho a ocupar los primeros sillones de la casa común por su “antigüedad” en la sociedad local. El líder de este segundo grupo sería durante años don Miguel Aymerich Cabrera, a quien ya hemos visto intentando desmontar el poder retenido por los “conservadores”. Desde su estreno como regidor decano, Aymerich pretende superar anteriores situaciones de privilegio, lo que acentúa la división, y desde entonces las votaciones del consistorio se producen de forma encontrada en la mayoría de asuntos: exige que los que pretenden tener título de infanzonía la prueben si quieren mantener sus privilegios en el ranquin del poder; querrá impedir que los eclesiásticos eludan el pago del catastro y que puedan ser administradores del hospital; intentará también mantener las prerrogativas del alcalde segundo frente al acaparamiento de poder por el alcalde primero; pondrá en evidencia los abusos de los conservadores que pretenden cobrar, como censualistas, pensiones en años que no les corresponde cobrarlas. Pero al ímpetu de sus treinta y seis años se opondrá la sagacidad de los anteriores gobernantes Bodón y Villanova. Las nuevas ordenanzas municipales que el Consejo Real manda confeccionar a todas las ciudades de Aragón en 1755 suponen el inicio una carrera entre familias que no cesará durante la segunda mitad del siglo. El Consejo ordena la remisión de las nuevas ordenanzas a la Corte en el plazo de seis meses. Don Antonio Bodón y don Félix Villanova son los encargados de redactarlas y lo hacen en favor de su 663 interés común. Dos familias que, pese a discrepancias ocasionales, saben unirse y luchar en la misma dirección. Su redacción no resultará del agrado de Aymerich, quien en 1758 propone suplicar a la Audiencia la modificación de varios ítems relativos a la prelación de puestos en el consistorio, ligada a la condición de nobleza. Su propuesta arremete contra el núcleo del privilegio concedido a Fraga por Felipe V. Para argumentarlo, Aymerich desvela lo que el privilegio había supuesto durante años para la población: ...“lo que debiéndose practicar y siendo dos o tres familias solamente en esta ciudad que suponen ser infanzones y por ello de la primera nobleza, es preciso que (estando) éstas en el gobierno y propuestas (por ellas mismas) en los nombramientos que se hizieren, sean preferidas para los dichos cargos en conocido agravio de las otras familias antiquísimas y de Idalguía natural que existen en dicha ciudad, las que igualmente, así por sí como por sus predecesores, han obtenido y obtienen los primeros cargos y empleos de ciudad, sin que por ello se les haya opuesto excepción por defecto de executoria, y éstas igualmente se hallan emparentadas con infanzones notorios y executoriados”. Aymerich proponía poner “en igual grado” para los nombramientos de alcalde primero y cuatro primeros regidores tanto a los infanzones como a las citadas familias conocidas y antiguas, “legítimamente” acreedoras a tales empleos. Evidentemente, no se trataba de igualar a todos los fragatinos. Tan sólo de permitir a algunas familias hacendadas de ‘hidalguía natural’ compartir los primeros puestos con aquellas otras mejor situadas hasta entonces por su consideración ‘reciente’ de caballeros o de exentos asimilados a ella. Evidentemente Aymerich pretendía incluir a su linaje entre los destinatarios habituales del poder. Pero muy pronto don Antonio Bodón se opondría a esta concepción igualitaria, intentando dar un salto cualitativo en la situación. La ocasión se presentaba dos años después, con la llegada del nuevo rey Carlos III a Barcelona desde Nápoles. El ayuntamiento comisiona a Bodón para acudir, junto con don Felipe Villanova, a la jura del nuevo monarca y a la del Príncipe de Asturias. Ambos intentarán sacar partido del nombramiento. Como era habitual, el Rey concedía mercedes a quienes acudían a tan solemne acto y, como a otros diputados, les concede por Real Decreto de 21 de septiembre de 1760 el privilegio de regidores perpetuos. A don Antonio le concedía el de ser alcalde “por dos vidas”, en su condición de doctor en leyes, y a don Felipe el de ser regidor decano “por una vida” en su calidad de caballero. Con estos nombramientos, el nuevo Rey contradecía el privilegio de su padre, que había mantenido en Fraga el sistema de rotación trienal de los cargos. 664 El libro de actos comunes relata pormenorizadamente las maniobras realizadas ante la Corte por Bodón y Villanova para conseguir su propósito. El decano Aymerich y el resto de los regidores, -esta vez todos a una-, los hacen comparecer para aclarar “el engaño y ocultación del Privilegio de Felipe V según el cual los oficios de la ciudad son de Elección Trienal, y para que obtengan sus empleos todas las familias de la ciudad”. De manera que una lluvia de memoriales cae a continuación sobre el gobernador del Consejo. El síndico procurador general, Joaquín Colea Cabrera, argumenta que las gracias concedidas por el Rey a Bodón y Villanova resultan “en perjuicio de todos los sujetos que en esta ciudad pueden aspirar a la honra de dichos empleos”, y que éstos se le han quejado amargamente, recordando la fidelidad que todos ellos o sus antepasados habían manifestado con ocasión de la guerra de Sucesión. Le recuerdan que recientemente S. M. ha nombrado regidores perpetuos “por interés” en otros pueblos y no lo ha hecho en Fraga. Y además le señalan el principal riesgo que supondrían tales concesiones: si unos regidores fueran en adelante perpetuos y otros sólo trienales, no se guardaría la buena armonía en el gobierno y manejo de los bienes. Con este argumento se toca fondo: se pone sobre el tapete la finalidad con que se accede a la regiduría. Se trata de evitar la impunidad en el manejo arbitrario de los caudales del común. Ante un nuevo memorial de Aymerich abundando en similares argumentos, Villanova replicaba sutilmente. Según éste último, Felipe V advirtió ya en el propio privilegio que el carácter trienal de los cargos debía entenderse “por ahora”; y estaba en su Real mano cambiar de opinión, como lo hacía Carlos III en este momento. Además, había que rendirse a la evidencia: las familias con la condición de nobles eran mínimas y por tanto destinadas a repetirse sus hijos en los primeros puestos de gobierno. A la postre, resultaba casi lo mismo repetir que perpetuar. Y por otra parte, al ser tan pocos los nobles, siempre se hacía necesario recurrir para los primeros puestos a miembros “de las familias mas onradas y antiguas que se reconocen en ella”. De manera que en realidad no se privaba a nadie idóneo de participar en el manejo de caudales. No se perjudicaba a terceros, como aducía el síndico Colea, y ese aspecto era el que más parecía ofender el honor de don Felipe. ¡Creer que por ser él perpetuo iba a perderse la armonía en el gobierno de caudales! Era tanto como acusarle de haberse gobernado mal en las ocasiones anteriores en las que él o sus familiares habían dirigido el consistorio. Y eso no respondía a la verdad ni con él ni con su padre, a quien se había puesto a la cabeza de la justicia local nada menos que en seis trienios (antes y después de la Nueva Planta). ¡Aún sin dejar el “hueco” preceptivo! En realidad, concluía don Felipe, lo 665 que estaban haciendo los actuales regidores era “tirar contra mi casa, quizá por ser de las familias más antiguas y condecoradas con el título de caballerato”. También el honor de Bodón quedaba mancillado con tales acusaciones. Le habían cesado en su cargo de tesorero por supuestos manejos y, aunque nombrado de nuevo, presentaba su renuncia irrevocable ante el secretario del consistorio. Si las sospechas respecto de ambos respondían a la verdad, se estaba produciendo en la sociedad fragatina un cansancio generacional. Ya no servía de bandera la fidelidad de los primeros tiempos posteriores a la guerra para hacerse indiscutible en el gobierno. Había que dar paso a otras gentes y tal vez a otros intereses. Se imponía un relevo en el mando. Finalmente, el ayuntamiento en pleno recurre a Madrid la perpetuación de Bodón y de Villanova y, el 6 de agosto de 1761 se notifica desde Zaragoza la revocación Real de las gracias concedidas a ambos. Desde el Consejo de Castilla se les recomienda solicitar otras distintas a ésta, como lo habían hecho otros individuos presentes en la ceremonia de Proclamación del nuevo Rey. De hecho, junto al título de regidor perpetuo, Bodón había solicitado “ser considerado con el honor de ayuda de cámara de Su Majestad, con el permiso de llevar la llave para manifestarlo, aunque sin entrada pecuniaria ni sueldo alguno”. En su mentalidad, como en la de su padre, el honor corría todavía parejo al dinero. 7.1.3 La conflictiva “intromisión” de los diputados del común. La derrota parcial de Bodón y Villanova sirvió de lección a los fragatinos. En adelante, de la segunda a la tercera generación del siglo, los hijos y nietos de aquellos fieles vasallos se dedicaron a una permanente “coligación de parentescos”, con el fin de retener el poder en sus manos. La cláusula de rotación les sugería sustituir la estrategia del enfrentamiento entre ellos por la del matrimonio, que mantuviera el poder siempre cercano a unos u otros parientes. De momento, nombrados los regidores para el trienio 1762-1764 con ‘Bodones’ y ‘Villanovas’ de nuevo a la cabeza, los miembros del consistorio saliente persistían en su intento de voltear la situación. Evidenciaban a la Corte las excepciones y nulidades de algunos nuevos elegidos y pedían su exclusión para mantener en el pueblo “la quietud y sosiego” indispensable, sin causar “un gravísimo perjuicio al común”. Irónicamente, quienes pedían ahora exclusiones sufrirían excepción en el trienio siguiente por sus opuestos. Y así sucesivamente. El sostenido aumento demográfico producido como novedad creciente desde la última década era en gran medida responsable de la situación. Las familias, que durante las centurias anteriores apenas habían sobrevivido en su brazo troncal, se multiplicaban ahora en varias ramas colaterales, apegadas al tronco para mantener 666 honor, patrimonio y poder. Con el crecimiento de población y de matrimonios se hacían más tupidas las redes de parentesco local y aumentaba la dificultad de evitar excepciones en los nombramientos. Fraga respondía también en esto a la situación general, como en su día evidenció para Cataluña Torrás i Ribé y recientemente Moreno Nieves para Aragón, al advertir el relajamiento de la excepción de parentesco desde la década de 1760, en el ámbito de las regidurías perpetuas.6 Como en Fraga los cargos no eran perpetuos, unos y otros candidatos estaban condenados a la alternancia en el poder mientras otro individuo bien situado (otra familia ascendente) no intentase el asalto al poder o a su perpetuación. También hasta que el rumbo del contexto estatal introdujera nuevos elementos de control o de participación. Esto último es lo que ocurriría pronto con la creación por Carlos III de los diputados y síndicos personeros del común en los consistorios municipales. Desde finales de los años sesenta, en la pugna entre grupos rivales terciará esta nueva fuerza local. Domínguez Ortiz entiende la iniciativa de Campomanes al proponer su creación en 1766 como un esfuerzo por remontar la corriente tendente a eliminar el elemento popular de los ayuntamientos.7 Por su parte, Margarita Ortega señala que estas dos instituciones fueron las que más comúnmente movilizaron a los vecindarios para reivindicar acciones en favor de sus habitantes. Igual que Domínguez Ortiz, entiende que con ellas el gabinete ilustrado intentaba mitigar el poder de los privilegiados, ya que su elección entre los vecinos pecheros permitía una libertad de actuación exógena a los intereses de los rectores municipales. 8 Por su parte, Concepción de Castro interpreta el alcance de la reforma como el límite hasta el que puede llegar el Estado de la Ilustración sin un ataque frontal a la base social que lo sustenta. La entiende como “reacción a los motines de subsistencia del momento, que evidencian las deficiencias en el abastecimiento y la administración municipal”.9 En los tres autores se reconoce con matices la actuación de esta tercera fuerza, en conflicto con alcaldes y regidores. Actuación conflictiva que desde los primeros años quedó patente a los ojos de los propios coetáneos. El Discurso político publicado por el corregidor don Miguel Serrano Belezar, -años más tarde primer corregidor de Fraga-, advertía cómo unos y otros, regidores y diputados, debían tener siempre presente que su objeto era la felicidad del pueblo. Pero se veía obligado a reconocer desde el principio de su escrito una triple realidad: hablaba de “rencillas y enemigas”; de que los regidores “miran por sobre el hombro a los diputados, aborreciéndoles como sus fiscales”; de que los diputados “juzgan que han sido elegidos para corregir a los regidores”. La conclusión de Serrano Belezar era esclarecedora: la finalidad última de los diputados era la de “procurar 667 aquietar la desconfianza de los pueblos y contener sus alborotos”. 10 Se trataba por tanto de contentar al pueblo llano otorgando cierto poder a algunos de sus sujetos, elegidos en su seno, para atender y al mismo tiempo frenar, es decir, para reconducir sus posibles exigencias. En Fraga, con un nuevo Villanova como alcalde (don Gregorio Villanova Bardají) y con don Miguel Aymerich Cabrera como regidor decano, se aplicó la instrucción del Consejo de Castilla desde el primer momento aunque no sin dificultades. Los diputados del común serán efectivamente elegidos por veinticuatro comisarios electores, extraídos de cuatro barrios o cuarteles (seis por cada barrio). Pero estos ‘barrios’ o mejor distritos electorales no se corresponden exactamente con los verdaderos barrios de la ciudad. A un grupo de calles que sí forman barrio urbano se añaden una o dos que están distantes de las primeras. La razón de esta organización tan extraña sólo adquiere algún significado en función de la distribución social de los vecinos que habitan un barrio u otro. Y parece que lo que se pretende es diluir de este modo posibles concentraciones del voto en compromisarios de baja extracción económica; las calles de vecindario pechero pueden ser controladas por los votantes de las calles principales. 11 Semejante hipótesis se demuestra ya con lo ocurrido en la primera elección: de los veinticuatro primeros compromisarios, quince eran miembros de familias de mayores contribuyentes y los nueve restantes pertenecían a familias de contribuyentes significativos. Ningún comisario llevaba apellido de pequeños contribuyentes. Todos superaban la mediala contributiva. El poder local, ahora con una base algo más amplia, seguiría en manos de familias “pudientes”. En efecto, el domingo 31 de agosto de 1766 se celebran en Fraga las primeras elecciones a diputados y síndico personero, de acuerdo con el Auto Acordado por el Real Acuerdo de la Audiencia el 5 de mayo y con la Instrucción del Real Consejo de 26 de junio. En esta primera ocasión eran elegidos Pedro Mallor y Gaspar Busón como diputados y Urbano Catalán Herbera como personero. Los tres eran escribanos reales y de familias acomodadas. Ejercían una profesión que ha sido descrita recientemente como “intermediaria del poder”. 12 Los tres estaban incluidos entre los propios compromisarios electores. El primero además era en ese momento escribano del juzgado, el segundo sisador de la carne en las carnicerías de la ciudad y el tercero depositario del pósito de granos. Por sus cargos de escribanos, dos de ellos estaban entre quienes a fines del mes de abril habían colaborado con los dos alcaldes controlando posibles alborotos, con motivo de los motines del pan, y amenazados de muerte si se atrevían a retirar un pasquín anónimo pegado en la plaza de San Pedro. Su texto situaba claramente a dos de los tres elegidos entre los sujetos de poder y muy lejanos a los intereses del pueblo. El 668 pasquín aludía a la orden del alcalde de retirar al interior de las casas o corrales los fajos de romeros que los vecinos traían del monte para embochar (hervir) los gusanos de seda, y que acostumbraban a dejar en la calle. El alcalde afirmaba temer se provocase algún incendio. Durante su ronda nocturna encontró el pasquín que decía: “Y por no ser descortés, ni en la retolica nesio, yo luego me explicaré, y diré lo que entiendo, que estos quatro que ententaron a mandar lo que es mal hecho, que son los dos alcalduelos, y después es el tercero Urbano o Urbanuelo, quarto que es Mallor, podremos poner Dn. Pedro, a estos quatro yo les mando, que el pregón que hechan al Pueblo de que no tengan la bocha en las calles, sino dentro enserradas en las llaves, Mando que el día primero de fiesta, que se reboque este vando, sino luego, de los que estaban suspensos, la obedensia tendrán clara estos quatro que refiero. Se hecha (sic) pena de la vida al que lo rasgue lo puesto”.13 La elección, además, nacía viciada de raíz. Los tres elegidos eran parientes de los regidores, con lo que sufrían excepción, pese a que Pedro Mallor aducía ser práctica habitual nombrar regidores dentro del segundo grado de parentesco. El alcalde segundo Joaquín Colea Cabrera les da la posesión pese a que uno de los comisarios electores, Francisco Sorolla, les opone excepción. Atendiendo la queja de Sorolla, el Real Acuerdo ordena al alcalde convocar de nuevo a los comisarios y repetir la elección.14 En la nueva tentativa salen elegidos diputados Francisco Pastor y José Castellar. De ellos, el ayuntamiento informaba lo siguiente: “Francisco Pastor, padre de Antonio Pastor, labrador honrado, regidor en cuatro trienios, su talento se reduce a saber leer y escribir con bastante trabajo. José Castellar es nuestro cirujano actual, que ejerce su oficio de cirugía, afeitar y sangrar, natural de San Esteban y vecino de Fraga desde hace muchos años. De bastante capacidad”. Los nuevos elegidos parecían de su agrado. Otras veces, en cambio, los comisarios elegían a disgusto del consistorio. A los primeros diputados les sucedieron dos “labradores de a par de mulas, sin que a uno ni a otro se les conozca otro mérito que el de saber leer y escribir”. Les recriminaban su “genio pronto” sobre todo a Basilio Reales, de quien eran sobradamente conocidas sus frecuentes pendencias con vecinos, a quienes incluso había herido, y por lo que había tenido que refugiarse luego en el convento de los agustinos. De Agustín Pau –el otro diputado- era público haber estado preso en la cárcel por atropellar varias veces a “los ministros de justicia” (los alguaciles). Además, ni uno ni otro habían desempañado anteriormente empleos de gobierno: ni ellos ni sus padres. Con todo, el informe de los regidores concluía en su favor que ambos “han desempeñado bien sus empleos”. El no haber desempeñado con anterioridad “empleo alguno de república” ni ellos ni sus antepasados parecía a los ojos de los regidores la objeción principal. 669 Pretendían limitar con ello la expansión de los cargos públicos a terceras familias, sobre todo cuando pertenecían a los escalones inferiores de la escala social. Por eso en una nueva elección objetaban al elegido estar emparentado con “familias ínfimas de esta ciudad y de baja esfera”.15 Muy pronto, algunos diputados acusarían de trato despectivo a los regidores acusándoles de: “la incomparable fatigosa competencia vestida de desprecio que experimenta nuestra calidad de diputados”. ¡Menuda elocuencia, para alguien que apenas supiera leer ni escribir! Las informaciones del ayuntamiento producen a menudo la sensación de que los elegidos son indeseables y aún peligrosos, y que su actividad alterará “la quietud y sosiego” con que alcaldes y regidores han actuado hasta entonces. A su despecho, las propuestas y protestas de los diputados se vieron reflejadas de inmediato tanto en los libros de resoluciones, como ante los órganos de gobierno regional y estatal. Ya el mismo año 1766 los dos primeros diputados arremeten contra lo que consideran uno de los abusos de los ediles: el monopolio de las tiendas. Solicitan del Real Acuerdo rescindir el arriendo recientemente efectuado en beneficio de un único comerciante y permitir la venta al por menor libremente a todas las tiendas “donde se venden los géneros de buena calidad y a precios moderados”. Al año siguiente, los diputados volvían a la carga. Impugnaban el método utilizado para efectuar la mayoría de arriendos de los bienes de propios, por favorecer descaradamente los intereses de algunos regidores. En el expediente incoado entonces por la intendencia se aportaban las pruebas: las cláusulas abusivas en las diecisiete escrituras de arriendo de tiendas, panaderías, mesón y demás abastos y bienes de propios. Algo similar ocurre en 1768, cuando los diputados y el síndico personero recién elegidos advierten a Madrid de las intenciones de algunos ediles que confeccionan una nueva solicitud de perpetuación en los cargos. Acusan al alcalde Villanova, al regidor decano Aymerich y al síndico Orencio Cabrera, junto al secretario Urbano Catalán de “despotismo”, de querer colocar en los empleos a sus más cercanos parientes y de mantenerse ellos en los cargos para, de este modo, poder disimular los “embolismos” (embolics en catalán: enredos) que como únicos componentes en la junta de propios, habían realizado el año anterior. De momento habían conseguido alargar por un año más el trienio de su mandato original. Denunciados por los diputados, el tribunal de la Audiencia les condenaba a reintegrar los gastos realizados sin utilidad del común. Ahora, los nuevos diputados sospechaban una nueva componenda en las cuentas de propios, para pagar de sus caudales la propia multa, las costas del juicio y los gastos efectuados en él. 16 670 Mientras algunos regidores alegaban ante las autoridades dificultad en encontrar sujetos idóneos para el puesto de diputado, otros vecinos evidenciaban en Zaragoza carecer de fundamento dicha imposibilidad, por ser Fraga “pueblo numeroso, donde hay muchas personas hábiles y libres de toda excepción legal para ser diputado”. De hecho, su capacidad se demostraría pronto en un proyecto fundamental, cuando el diputado Silvestre Reales y otros firmantes piden al Consejo Supremo de Castilla prorrogar el nombramiento de su compañero en el cargo, el “arquitecto” Isidro Roche. Se trataba de aquel propósito de compra de una gran porción de tierra de secano, en manos de vecinos principales, para que dichas tierras revirtieran al común y, de este modo, poder repartirlas entre todos los fragatinos. Se trataba del proyecto para la construcción de la acequia del secano y la puesta en riego de dichas tierras, que ya conocemos. Firmaban la solicitud nada menos que setenta y un vecinos más, por sí o por quienes no sabían hacerlo. ¡Nunca he vuelto a encontrar en un documento de esa época una petición firmada por tan numeroso grupo! Parecía que un aire “nefastamente democrático”, al decir de un oidor de la Audiencia, había penetrado en Fraga.17 Por conflictos como estos, las familias de hacendados entronizadas en el ayuntamiento advierten la necesidad de someter a sus intereses la institución de los diputados del común y el peligro que corren de no hacerlo. Consecuentemente, el clientelismo por un lado o el liderazgo carismático por otro determinarán el perfil de los ocupantes del puesto antes de finalizar el siglo. Veámoslo con algún ejemplo. En 1771 uno de los regidores representa al Real Acuerdo que otros ediles, Miguel Cabrera Mañes, regidor decano, Miguel Valls Aymerich y Antonio Galicia Sansón, regidores tercero y sexto respectivamente, han conseguido anular la elección de Salvador Miralles Doménech como diputado del común. En su lugar consiguen hacer nombrar a José Aribau. El regidor denunciante explica la comunidad de intereses de los tres regidores con Aribau, con el síndico e incluso con el alcalde segundo, hermano del regidor Miguel Cabrera. Todos ellos forman sociedad en el tráfico de granos, como porcionistas en los arriendos de diezmos. Entiende que esa comunidad de intereses les hará actuar de común acuerdo en otros asuntos “en que muchas veces podrán seguirse gravísimos inconvenientes, cuydando más de sus propias utilidades que del beneficio común”. El tema se zanjó esta vez nombrando el Real Acuerdo al siguiente más votado, don Juan Isach. Siete años después, uno de los candidatos que no sale elegido, el cirujano José Matas, eleva un recurso al Real Acuerdo entendiendo la elección como nula por cuanto en ella había participado como vocal don Antonio Barrafón Pérez, (noble, abogado, mayor contribuyente y mayor terrateniente) que por aquel entonces residía habitualmente en Zaragoza, y que no constaba como vecino, puesto que 671 cuando venía a Fraga vivía con su padre. Matas describía lo ocurrido: comenzó la votación votando en voz alta el propio Barrafón y dando su voto por otro candidato. Cuando votó el primer comisario que dio su voto a Matas, Barrafón hizo patente que éste tenía pendiente causa criminal y por tanto no podía ser elegido, amenazando al resto de los comisarios, diciéndoles que si lo votaban serían multados y castigados. (Es la actitud del cacique decimonónico avant la lêtre). En su reclamación, Matas alega que la supuesta causa criminal por la que fue preso consistió en firmar el recurso ante el Consejo Supremo para que Isidro Roche continuara como diputado del común; es decir, por el asunto del reparto de tierras; y que había sido puesto en libertad sin costas. Pide por ello que se proceda a nueva votación sin la presencia de Barrafón, y así lo ordena el Real Acuerdo. Se había entrado ya con los diputados en la misma dinámica de informes y contra informes habitual en las propuestas de alcaldes y regidores, esta vez para denunciar la complicidad de un Barrafón con su clientela. En ocasiones, los poderosos fracasaron en su intento de valerse ante las autoridades exteriores del carácter ‘popular’ de la institución de diputado, cuando en realidad buscaban mucho más su beneficio que el del vecindario en general. Los patronos pedían por boca de sus dependientes, a quienes utilizaban como emisarios. En 1790 por ejemplo, -en una coyuntura agrícola desfavorable-, el ayuntamiento solicitaba del Consejo de Castilla pagar toda la contribución de las rentas de propios, en lugar de recaudarla de los vecinos. Pero el síndico y uno de los diputados proponían extraer del sobrante de propios mil pesos fuertes, “seiscientos para ocurrir a la necesidad y miseria en que se hallan constituidos la mayor parte de sus vecinos”, y los restantes para pagar la contribución, “por los que verdaderamente se hallen imposibilitados”. En su resolución final, el Consejo Supremo reducía la cantidad a extraer de los propios a sólo trescientos pesos, y “para los verdaderos pobres”, con la intervención de los diputados y del procurador síndico. El matiz popular introducido por los diputados en su escrito orientaba en este caso a la autoridad estatal, y los hacendados hubieron de pagar contribución ese año. Su argucia no resultó.18 Pero otras veces la condición de diputado se veía reforzada, cuando las autoridades exteriores confiaban y atendían sus demandas. Por eso el cargo se hizo cada vez más apetecible. Hubo ocasión en que el elegido resultaba pariente nada menos que de veintidós de los veinticuatro comisarios electores. La institución de diputado seguía de este modo un curso similar al de alcaldes y regidores, en permanente disputa entre las familias de la oligarquía. 672 7.1.4 La oligarquía tradicional frente a los advenedizos. Posiblemente la introducción de los diputados y el temor a que su actuación redujera el poder de los regidores si los elegidos escapaban a su control, contribuyó a que las familias poderosas incrementaran sus esfuerzos por perpetuarse en los puestos de decisión. Aún cercano el intento fracasado de su pariente, el alcalde don Gregorio Villanova Bardají remite en 1767 al Consejo de Castilla una nueva solicitud del ayuntamiento en este sentido. Sus argumentos a favor de la perpetuación se basan en la utilidad pública y en la conveniencia de igualar a Fraga con las demás ciudades del reino que tienen este régimen desde Felipe V. Entiende que la rotación trienal, lejos de constituir un privilegio, desmerece la calidad de los regidores respecto de aquellas otras ciudades. El elevado número de personas que participan en el gobierno implica la inclusión de muchas sin suficientes luces y talentos. Tal vez, dice, sería posible conseguirlo con once sujetos, pero es muy difícil encontrar, cada tres años, a treinta y tres personas hábiles para los cargos: los once que los ocupan y los veintidós que deben proponerse en las ternas. Don Gregorio describe la realidad cotidiana en este ámbito: todos los vecinos apetecen los puestos, todos creen tener derecho, todos gastan lo que sea necesario para conseguirlos, con lo que ponen en peligro incluso sus patrimonios, sus casas. Si logran el cargo, la dedicación que les exige estorba su indispensable atención a sus haciendas, y si las atienden se les ve atados a los trabajos más ínfimos, realizados por sus propias manos. Su trabajo manual desprestigia a la propia ciudad. Cada vez que se proponen las ternas, el pueblo se divide en bandos que llegan a enemistarse, que informan y contra informan a las autoridades, y la razón de sus luchas no es el salario que esperan obtener del empleo de regidores, que es muy corto, sino el afán del mando. Por todo ello, don Gregorio propone hacer perpetuos los empleos en los vecinos más a propósito, que se cubran las vacantes con los años y se aumenten los salarios de los regidores, lo que se puede hacer sin perjuicio del común, ya que Fraga ha liquidado prácticamente su deuda censal y tiene pingües rentas de propios.19 Abundando en el razonamiento, mientras Villanova reflejaba la situación del momento, el escrito del consistorio advertía de su deterioro en el futuro. La imposibilidad de encontrar sujetos hábiles aumentaría en los próximos trienios “porque han faltado muchos sujetos que han (hayan) tenido educación distinguida, y hay poca o ninguna esperanza de que se mejore, porque no hay otra aplicación que a sus labores del campo”. Ambos escritos parecían reflejar una Fraga culturalmente estancada en pleno siglo ilustrado, al tiempo que evidenciaban una intensificación de las labores agrícolas. Las viejas familias infanzonas que alardearon y gozaron de la fidelidad a Felipe V corrían ahora el peligro de quedar 673 postergadas frente a otras más empeñadas en la actividad productiva, sobre todo agrícola y ganadera, pero también del comercio y aún de cierto artesanado. La vieja oligarquía temía el avance de los “industriosos”. El reconocimiento de esta realidad se hacía todavía más explícito en un nuevo escrito del consistorio saliente a la Real Cámara, el 21 de diciembre de 1767. Advertía de la imposibilidad de presentar a individuos no emparentados entre sí, si se había de impedir que los empleos de gobierno recayesen en sujetos de inferior clase. A su juicio, el único medio de evitar su entrada consistía en dispensar la excepción de parentesco, que por otra parte se había venido tolerando desde siempre por las autoridades. En aquella segunda mitad de siglo se estaba produciendo un cambio. O se mantenía el poder en manos de infanzones y familias antiguas y honradas de labradores hacendados, fuertemente emparentadas entre sí, o se daba paso a “los comerciantes, labradores atrasados e incluso a los artesanos”.20 Al año siguiente, la Audiencia remitía al Rey un extenso informe sobre sujetos hábiles, al margen de los propuestos por la ciudad. Detallaba para cada uno de ellos su naturaleza, ocupación, capacidades, patrimonio, empleos anteriores de su familia y el parentesco que los unía a los actuales alcaldes y regidores y a los demás propuestos ahora. Si cabía albergar alguna duda sobre la estrecha ‘coligación de parentescos’ entre la inmensa mayoría de los candidatos, se disipa desde ahora. La Audiencia aclara al Consejo de Castilla la imposibilidad de cumplir con la legislación al respecto, puesto que “la ciudad de Fraga es pueblo reducido y poco numeroso, y por esto, las familias de distinción se enlazan entre sí por matrimonios, quedando pocos sujetos capaces de obtener los empleos de gobierno, que no sean parientes de afinidad o consanguinidad”. La ‘coligación de parentescos’ era un hecho incontrovertible e insalvable a juicio de la Audiencia. Tal vez por eso, los diputados del común terciaban en el asunto, trasladando al presidente del Consejo de Castilla, conde de Aranda, su opinión sobre lo ocurrido con la propuesta para el nuevo trienio. A su juicio, el ayuntamiento saliente la retrasaba para retener el mando, contra la voluntad del pueblo y mediante numerosas representaciones, algunas nada veraces. Recordaban que después de proponer la Audiencia a don José Barber, a don Joaquín Rubio y a algunos otros “en quien se prometía la tranquilidad sin agravio del común”, el ayuntamiento había presentado nueva propuesta, “falsamente receloso de alguna sublevación popular”. Parecía estar colmándose la paciencia de muchos fragatinos –diputados o simples vecinos- ante la retención del poder en un puñado, mínimo, de clanes familiares. Por eso hubo que dar entrada en el gobierno a nuevas familias. Los propuestos por la Audiencia, -Barber y Rubio-, tenían mucho en común. Además de cuñados, uno era noble y el otro aspiraba a serlo. El primero militar y el 674 segundo heredero de don José Sisón, aquel espía de las tropas felipistas durante los avatares de la guerra de Sucesión. Rubio estaba orgulloso de su ascendiente materno y por ello anteponía el apellido Sisón (Sisó) a su verdadero segundo apellido. Además de compartir la misma suegra, una viuda comerciante rica, Barber y Rubio heredaban sustanciosos patrimonios en Fraga, con lo que, siendo en realidad forasteros advenedizos, podían codearse con las familias de los viejos hacendados de siempre. Eran pues dos candidatos perfectos para el acceso y la alternancia en el poder local, según la Audiencia. El pueblo manifestaba a través de sus diputados estar cansado de los manejos de algunas viejas familias. Y éstas evidenciaban con su veto temer a los nuevos candidatos. De todas formas, se trataba tan sólo de un intento de cambio en los individuos y no en la mentalidad del grupo de poder ni en su estructura. La mentalidad tanto de Barber como la de Rubio seguía siendo la tradicional del honor y de la nobleza, amparados en el patrimonio. De hecho, muy pronto varios vecinos de fraga denunciarían a Rubio por hacer esculpir sobre el portalón de su torre, en la huerta, un escudo de armas, al que según el ayuntamiento no tenía derecho. 21 Tras conocer la opinión de los diputados, un nuevo informe de la Audiencia se conformaba con ellos y proponía a don Juan José Barber y Coll como alcalde primero para el siguiente trienio y a Joaquín Rubio-Sisón Bages, al que se anteponía fraudulentamente el distintivo de “don”, como regidor primero. Los ediles del momento estaban perdiendo la batalla frente al tribunal regional. Pero como poder local se resistían a ceder en lo que consideraban su regalía: el derecho a proponer candidatos. Por eso daban poderes a sus procuradores en Madrid para que frenasen el despacho de los nombramientos y litigasen hasta determinar a quien correspondía realizar las propuestas de empleos. Los diputados, por su parte, volvían a la carga acusando al alcalde Villanova de dilación y de querer prolongar su mandato hasta la cercana elección de Diputados de Millones, en la esperanza de salir elegido en representación de Aragón y conseguir del Rey alguna merced. Otros fragatinos en cambio, recordaban al Rey el carácter de forasteros tanto de Barber como de Rubio, la extensión en Fraga de sus clientes y deudos, sus amenazas de cobrarse lo mucho que estaban gastando en Zaragoza y en la Corte para conseguir su empeño, al tiempo que esperaban vengarse de las principales familias, opuestas a su nombramiento. Se habían formado dos nuevos bandos claramente enfrentados: la vieja oligarquía ahora unida en su ambición de perpetuarse frente a los advenedizos con derecho de acceso al poder trienal. A la vista de todos los informes, la Real Cámara proponía al Rey denegar a Fraga la pretensión de perpetuidad de oficios y le sugería nombrar a los candidatos 675 propuestos por la Audiencia. Pero todavía tendría que intervenir el fiscal del Consejo, dando su opinión al respecto. En ella, se manifestaba mucho más próximo a los argumentos de la Audiencia, de los diputados y del síndico, que a las pretensiones del alcalde y algunos regidores. Mantenía la propuesta de Zaragoza, pero introducía una novedad significativa e irónica: como desde hacía dos años se habían creado los puestos de diputados, se podía reducir el número de los regidores a seis en lugar de ocho, dado el escaso número de aspirantes hábiles y las excepciones frecuentes por parentesco que declaraba el propio consistorio. El fiscal parecía jugar con la apetencia de poder de los fragatinos. Su lógica acabó reduciendo las posibilidades de éstos. El Rey reducía finalmente a seis el número de regidores y despachaba los nombramientos de alcalde primero en favor de Barber y de Rubio como regidor segundo en lugar de regidor primero como pretendía. 22 Se evitaba de este modo que dos cuñados formaran parte al mismo tiempo de la junta de propios –uno como alcalde y el otro como regidor decano- y estuvieran en disposición de manejar los caudales públicos con excesiva impunidad. La llegada de los Rubio al poder en Fraga no era nueva. El padre de Joaquín, -el inmigrante ¿don? Benito-, había sido alcalde en dos trienios. Tampoco lo era para los Barber en su Monzón originario. Lo nuevo era la conjunción de sus intereses familiares en Fraga. Las resistencias a su inclusión en el núcleo del poder tradicional iban a ser muy fuertes durante las próximas dos décadas, enfrentados a su vez con quienes permanecían a la espera de obtener ganancias en río revuelto. No serían ellos sino sus respectivos hijos, en la siguiente generación, quienes ocuparían con mayor permanencia parcelas del poder local. Mientras tanto, era el tiempo de los Barrafón, de los Monfort y de un individuo perteneciente a una rama de los Cabrera de siempre, aquel labrador llamado Medardo Cabrera Borrás. Todos ellos utilizarían la recién creada junta de propios para controlar la administración local, constituyéndose a veces en promotores de propuestas, reformas y mejoras públicas, y otras veces en un reducto de poder, desde donde ampliar patrimonios, establecer patronazgos y atraer clientelas. La junta de propios sería una institución útil a sus intereses. 7.2 El creciente control ‘exterior’ del poder local. 7.2.1 La Ilustración lejana frente a la realidad cotidiana. Primera petición de corregidor ante la alternancia “paralizante” de oficios. El insulto personal es una forma contundente de evidenciar rivalidades, rencores e incluso amenazas. Había llegado el momento de utilizarlo en descrédito de los recién encumbrados. Los advenedizos se sentirían pronto muy ofendidos por 676 las expresiones que en público proferían los desplazados del poder; en público y mediante escrito anónimo al Regente de la Audiencia. Pero el insulto resultó pronto excesivo y los ofendidos interpusieron una causa en la Real Sala del Crimen del tribunal regional.23 Una parte de la opinión pública era favorable a los nuevos gobernantes y los diputados del común lo hacían saber pronto al propio Rey. Juan Isach (mercader) y Francisco Arellano Achón (labrador medio, fuertemente endeudado) se felicitaban de la utilidad y beneficio experimentado con el nuevo gobierno de los Rubio y los Barber. Su aplicación, celo y buena armonía parecían conformes con el manejo y destino de los caudales públicos. Después de liquidar en su mayor parte la deuda pública, dedicaban los ingresos de propios a mejorar varios bienes del común, cuyas obras tenían ya muy avanzadas. Entre ellas, un nuevo edificio para la venta municipal y la reforma de las casas consistoriales.24 Mantenían limpias las balsas del monte para un número creciente de rebaños, lo que mejoraba el arriendo de los pastos y, sobre todo, se preocupaban por el pueblo llano, en su control de los precios en los abastos. Pese a que la mayoría de los productos eran “de acarreo”, se lograba el mejor surtido con la moderación de sus precios, “más beneficiosa que en los mismos pueblos en que nacen, atendida la circunstancia de sus portes”. En todos los ramos de la administración se observaban mejoras sensibles. Por ello, los diputados pedían al Consejo de Castilla la prórroga de alcaldes y regidores para el próximo trienio, en sintonía con la opinión de la Audiencia. Pero el Consejo Supremo no se fiaba ya ni de Fraga ni del tribunal regional. Así que optó por enviar un comisionado a la ciudad para comprobar si los diputados decían la verdad. Se verificó la comisión y los diputados se reafirmaron en sus apreciaciones y propuesta, precisando además que quienes podían ser propuestos en sustitución de los actuales regidores estaban en libertad bajo fianza por la causa criminal incoada de oficio por la Audiencia, precisamente por los anónimos y amenazas de incendios y muertes a los componentes del actual consistorio. Además, uno de los implicados confesaba haber “usurpado” 300 escudos de plata de los caudales públicos, con lo que evidentemente no podía optar al cargo. 25 La parte contraria no cejaría sin embargo en su empeño. Sendos informes de don Miguel Aymerich y de don Juan Antonio Villanova razonaban lo inconveniente de la prórroga en el gobierno local. Aymerich tiene su lógica: si el promover obras fuera razón para seguir en el puesto, siempre se estarían proyectando nuevas obras con el fin de hacerse perpetuos. El escrito de Villanova dirigido a Campomanes era menos consecuente. Detallaba el parentesco que tenían entre sí los actuales componentes del consistorio y recordaba que la voluntad del 677 Rey en anteriores ocasiones había sido la de que los empleos fueran trienales. ¡Ninguna relación entre lo predicado y lo pretendido por un Villanova! En medio de la refriega argumental, otro fragatino de pro, don Antonio Barrafón Pérez, infanzón, doctor en derecho y comerciante, terciaba en el asunto ante Campomanes, afirmando hacerlo “por el celo de tranquilizar a esta ciudad, mi patria, única en el reyno de Aragón sin corregidor”, y proponía nombrar un corregidor o alcalde mayor de letras en sustitución de los alcaldes ordinarios. Su propuesta suponía un cambio cualitativo en las relaciones de poder en Fraga. A su juicio, el carácter de forastero que tendría el corregidor, junto a la facilidad con que podría pagarse su sueldo de los excedentes de propios, facilitarían una buena solución para “volver a la reunión de las familias”.26 Su escrito, sin embargo, llegaba tarde a la Corte, cuando ya estaba decidida la continuación del sistema vigente, y no se tomó en consideración. Pese a ello, Barrafón insistía en diciembre de 1772 con un nuevo escrito, esta vez más explícito y menos filantrópico. Explicaba que siendo él el único doctor en derecho civil y abogado natural de Fraga, se le había excluido de la propuesta de la Audiencia, despreciando su inclusión en la del ayuntamiento. Advertía también que Villanova y Aymerich habían informado al Consejo en contra suya por haber sido testigo de cargo en la causa criminal que se les seguía. Era la primera vez que salía de Fraga la petición de corregidor, como medio de aplacar los exaltados ánimos de las familias principales. Pero Carlos III no quiso entrar en el juego. En una sagaz respuesta, nada respondía respecto de la figura del corregidor y, respecto de prorrogar el trienio entendía que si era cierto que los regidores actuales se conducían con legalidad y honradez en el manejo de los caudales, su ejemplo sería tenido en cuenta en adelante, cuando fueran propuestos en una nueva ocasión. De manera que prefería se siguiese con el sistema de rotación trienal, sin prórrogas. La intervención directa del Rey exigiría en adelante a las autoridades regionales andarse con mucho cuidado al tiempo de emitir sus informes. Cuando al año siguiente, 1773, deben emitir el correspondiente para el próximo trienio, detallan con mayor precisión que hasta entonces las propuestas individuales, las objeciones, excepciones, parentescos y su propia opinión sobre cada candidato. También toman en consideración el informe del propio ayuntamiento saliente, que hasta entonces habían despreciado siempre como improcedente. En esta ocasión incluso, para puntualizar las informaciones divergentes del ayuntamiento, entenderán necesario emitir dos informes sucesivos en enero y en abril. La Audiencia quería dejar clara la situación política de Fraga ante el Rey. 678 Así que, instalados en una forzada alternancia de poder y nombrados los regidores para un nuevo trienio, al nuevo viejo alcalde don Gregorio Villanova le correspondería el triste cometido de frenar uno de los proyectos de mayor envergadura para el futuro económico de los fragatinos en las siguientes décadas; un proyecto acorde con las ideas ilustradas en auge: la construcción de la nueva acequia de la partida del secano. La propuesta inicial de los diputados y del regidor sexto, Manuel Martínez, se produce bajo su mandato y a él, en conjunción con las fuerzas vivas de la población, -laicas y eclesiásticas-, corresponde la responsabilidad de su disimulado rechazo inicial. No resultó extraño en aquel contexto que hubiera de dedicarse a tomar frecuentes diligencias para atajar “las parcialidades de algunos vecinos perturbativos de la quietud pública”.27 La necesidad de ocupar productivamente a una creciente masa de jornaleros sin tierra y pequeños labradores, cada vez más acuciante, prestaban fundamento a estas “parcialidades”. Y su oposición al proyecto aparentaba estar en consonancia con el conocido por la historiografía como ‘frente anti roturador’. Posiblemente también por ello, en 1777, dos nuevos diputados del común urgían a la Real Cámara a renovar sin demora aquel consistorio reticente a una propuesta de reparto de tierras denostada por “expropiadora”. La nueva composición de ediles (trienio 1778-1780) resultaría mixta entre familias de ambos bandos. El poder de la vara quedaba para don Miguel Aymerich Cabrera como alcalde y el orden del día en el consistorio para don Juan José Barber y Coll como regidor decano. Un puesto para las familias de siempre y otro para los recién llegados al poder.28 Un trienio de convivencia difícil, que no permitió adelantar los proyectos en curso y que llevó a algunos regidores a una nueva solicitud de corregidor para Fraga, mientras otros se apresuraban a demostrar al Rey su agradecimiento por no modificar el sistema de gobierno rotatorio. En apoyo de su tesis estos últimos ponen de nuevo sobre la mesa el carácter y los manejos de algunos individuos. El síndico Junqueras advierte a Carlos III que el alcalde Aymerich, aunque infanzón, no sabe leer ni escribir y que es “un balandrón de por vida”, con lo que mal podría beneficiar a Fraga su perpetuación en el papel de justicia local. Don Juan Antonio Villanova, (disidente de su tío don Gregorio) alega por su parte que la rotación es indispensable “por el abuso de los concejales en sus oficios y no ser conveniente se les perpetúe”. No era sólo su opinión. Coincidían con ellos los dos personajes comisionados por el intendente para revisar las cuentas de propios, don Tomás Fillera y don Miguel Arias. Habían demostrado que, desde hacía una década, todos los que habían gobernado se habían aprovechado del manejo de los propios y de las obras emprendidas. La acusación no podía ser más grave. Y todavía se le acumulaba otra que entendían de 679 mayor trascendencia: al amparo de las leyes ilustradas que proponían el reparto de tierras a labradores y braceros, aquellos gobernantes habían concedido a algunos vecinos tierras en los comunes, “sin exigirles el pago de canon alguno”. La Cámara Real respondía a las acusaciones señalando no haber recibido quejas en este sentido y rechazando tomar en consideración cambios en el sistema de gobierno. 29 Deberían acumularse todavía nuevos despropósitos para que un corregidor foráneo tomase las riendas de la jurisdicción local. El ilustrado Barrafón y su irrupción frustrada en la esfera del poder. Frente a la alternancia “paralizante” de los oficios públicos, las siguientes listas de candidatos remitidas por las autoridades regionales a Madrid proponían elegir a personas fieles a las directrices ilustradas. No se trataba ya de la simple fidelidad dinástica sino de encontrar personas capaces de “venerar, obedecer y cumplir” las leyes recientemente promulgadas respecto del trabajo honrado, de la liberalización del tráfico y el comercio, de la preocupación por el bienestar –la felicidad- del pueblo. De acuerdo con ese espíritu, en las propuestas del ayuntamiento saliente debían constar, no solo los candidatos infanzones, los que ya tuvieran experiencia de gobierno, los que sin tenerla se juzgasen sujetos beneméritos y los hacendados fuertes, sino también y muy especialmente quienes reunieran “circunstancias de fidelidad y lealtad al Rey”. Es decir, a su legislación. Si hubiera algunas familias que por aquel mérito y buenos procederes se hubieran hecho merecedoras del favor Real, debían incluirse. El Real Acuerdo advertía que en todos los sujetos propuestos por Fraga observaba una u otra excepción y no podía aceptar que en un pueblo tan numeroso dejase de haber sujetos a propósito, hábiles y libres de toda tacha. Su propuesta final –atendida por la Real Cámara- incluía por ello dos hombres de fervor ilustrado. El nuevo alcalde, el infanzón don Bautista Mazas de Lizana era en efecto una persona fiel a S. M., de buenas costumbres según los eclesiásticos y uno de los escasos fragatinos apartados de la apetencia de poder. El Doctor don Juan Antonio Villanova, por su parte, parecía haber convencido al Real Acuerdo de la sinceridad de sus afirmaciones y resultaba nombrado nuevo regidor decano. El resto de los regidores, junto con el alcalde segundo, eran del Estado Llano. El nuevo gobierno local parecía aproximarse al pueblo. Pero precisamente por eso, los escasos miembros de “la primera nobleza” se rebelaron pronto contra situaciones igualitarias que no podían soportar. Especialmente el síndico procurador general, don Matías Villanova Doménech, rancio vástago de la familia con mayor abolengo, que no soportaba compartir su cuota de poder con regidores plebeyos. 680 Frecuentes conflictos protocolarios –en apariencia sólo anecdóticos- pondrían en evidencia la enorme distancia que todavía existía entre un estamento privilegiado y la intromisión de pecheros en el poder municipal.30 Al mismo tiempo, su desprecio por los “miserables” se unía a la rivalidad con sus iguales, que nombraban como depositario de los productos de la primicia decimal al joven abogado don Antonio Barrafón Fox, lo que restaba a Villanova capacidad de manejo de caudales desde la junta de propios. El prosaico dinero se añadía al orgullo nobiliario y los conflictos ardían al menor roce. Su continuo traslado a los tribunales regionales llevaría a un oidor a lamentar en voz alta: “¡Fraga necesita para sus pleitos toda una sala de la Audiencia para ella sola!”. Las décadas finales del siglo son en Fraga ejemplo permanente de las rivalidades por el poder en el contexto de la nueva legislación. Las leyes sobre repartos de tierras suponían, como en otras partes, enfrentamientos en su aplicación, envidias en su reparto y rencores pertinaces, hasta el punto de prohibir judicialmente el Real Acuerdo concesiones a los regidores durante sus mandatos. 31 Al mismo tiempo, las medidas de liberación del comercio entraban en contradicción permanente con los monopolios municipales y necesitaban, para ser comprendidas por el pueblo, un cambio profundo tanto en la mentalidad timorata de la clase gobernada como en la mentalidad paternalista de sus gobernantes. Desde que los diputados y el síndico poseen las mismas facultades que los regidores de mes en cuestiones económicas, nuevos individuos comienzan a controlar desde el ayuntamiento la honestidad, suficiencia, calidad y precio de los abastos. Además, desde 1783 la Real Cédula de 18 de marzo declara honestas todas las profesiones y permite el ennoblecimiento de artesanos o mercaderes “de notable utilidad pública”. Abre con ello las puertas del gobierno municipal a individuos procedentes del comercio y otras profesiones. Eran cambios globales que una mentalidad no ilustrada tardaría tiempo en digerir, pero a la que debería adaptarse sin remedio, guiada por algunos de sus individuos más representativos. En este contexto, los jóvenes poderosos de la tercera generación, exponentes de esa nueva mentalidad a veces ilustrada y otras menos, respondían en su mayor parte, -infanzones o no-, al perfil del comerciante hacendado. Los enfrentamientos por el poder en adelante se producirán entre algunas familias tradicionales y estos individuos emergentes. Paradigmáticas en este sentido resultan algunas actuaciones del joven doctor don Antonio Barrafón Fox, foco de las iras de un Villanova despechado. Don Antonio, contradictorio como pocos, a caballo entre sus ideas filantrópicas y sus intereses económicos, dejó sentir desde entonces y por más de treinta años, su capacidad de convicción en múltiples ámbitos. 681 Su intervención pública inicial cosecharía ya las primeras adhesiones y enemistades. Se trataba –como ya sabemos- de conseguir para su familia el monopolio de la venta del vino local. Diez años atrás, su padre, don Antonio Barrafón Pérez, había usado su vara de alcalde segundo para arrastrar preso a la cárcel al diputado Isidro Roche, cuando éste, en uso de su facultad de repúblico elegido por el pueblo, pretendía comprobar la calidad de unas cubas de vino en las tabernas. Ahora el hijo, más práctico, propone controlar la producción local para su venta en exclusiva. El que no se haya vendido al llegar el mes de mayo se destinará a su fábrica de aguardiente. Barrafón sabe que esto le proporcionará vino abundante a un precio ínfimo. El problema surgirá al ser don Miguel Aymerich uno de los que debe entregar su vino en último lugar. Aymerich mezcla entonces su vino con vino “forastero” para poder venderlo por su cuenta. Barrafón, como diputado, intenta apenarle y Aymerich le recuerda el asunto de su padre con el diputado Roche. Otro pleito que acabará ante el tribunal de la Audiencia.32 Ésta era una de las facetas del vástago Barrafón: la más pragmática. Otras veces, en cambio, utilizaba su vis retórica para mantener encandilados a los miembros de aquellos ayuntamientos “sin luces”. Sus argumentos al reclamar el establecimiento de un corregidor para Fraga parecían concluyentes. 33 Conducido del celo de verdadero ciudadano, “que apetece la felicidad de su Patria”, y después de aportar sus méritos profesionales en letra impresa, profetizaba en una extensa disertación la decadencia de Fraga pese a sus esfuerzos por salvarla desde su elección como diputado. El ideario de Barrafón entona con la época. Dictamina que la decadencia de Fraga tiene un origen claro: “la indolencia de permitirse sin aplicación ni destino tropas de muchachos de ambos sexos, hombres y mujeres, que pueblan las calles, plazas y vegas, sin principios de la más remota educación política ni cristiana, cuyo defecto les eleva a los unos de vagos y haraganes a ladrones; y a las otras a la prostitución y abandono destructivo del pudor y modestia, que son el adorno más preciado de su sexo”. Los labradores, hostigados con tal plaga, concluye don Antonio, “desaniman el fomento de sus operaciones”. Cierto era que la población menor de dieciséis años en Fraga representaba en ese momento el cuarenta por cien de sus habitantes; el censo ordenado por Floridablanca así lo reflejaba. Pero achacar la decadencia de la ciudad a los jóvenes, fueran ladronzuelos o desvergonzadas, parece un desvío de las verdaderas razones de una decadencia incipiente. Barrafón, acorde con su intención de formar parte de la Sociedad de Amigos del País, lleva luego su argumentación al terreno de la industria y el comercio. Materias primas no faltan en su tierra para una y otra ocupación: él mismo es un 682 ejemplo claro de ello. Barrafón acaba su discurso reclamando la construcción de un hospicio para guardar y enseñar a los muchachos “vagamundos” en el edificio del hospital del que en ese momento es mayordomo y administrador. Aunque a tono con la época, aquella era una corta receta para los muchos males que parecían aquejar a la ciudad. Atribuir a la ociosidad de los fragatinos la razón del desgobierno parece inadecuado. Tal vez el hastío respecto de la corrupción, las rencillas y el orgullo desmedido de la oligarquía en el poder explicarían mejor la razón de alguna “indolencia”. Los curas de San Pedro y San Miguel coincidían con él en el diagnóstico, aunque no en el arbitrio. Hastiados de su cristiana resignación, habían puesto su desesperación en conocimiento de Floridablanca tres años atrás para que la transmitiera al propio Rey. Ahora van directos al grano: la mayoría de los alcaldes que han regido la ciudad carecen de la menor instrucción; su responsabilidad está por encima de sus luces; se añaden a estas circunstancias tan detestables sus vínculos de parentesco, amistad y otros respetos. Así que ni se castigan los delitos ni se remedian los escándalos. Y la situación empeora día a día. Los curas están cansados de repetir moderación y justicia desde el púlpito; sin resultado. Por ello no están dispuestos a callar por más tiempo, a la vista de las repetidas maldades y desórdenes. Preocupados por el incumplimiento de las leyes terrenas y divinas, han implorado de los sucesivos alcaldes su intervención para mitigar tanto escándalo; también sin resultado. Y ahora ven como el alcalde primero actual –don Bautista Mazas-, lleno de escrúpulos de conciencia, de temor y de respetos humanos, ha hecho dejación del empleo, dimitiendo. Don Bautista Mazas tiraba la toalla alegando aquello de que “el que tiene empleos públicos se vende las ocupaciones y quehaceres de su casa y sus campos”. Contemplaba con desánimo cómo sus esfuerzos por enderezar el rumbo de las cosas resultaban vanos, e inteligentemente se devolvía a sus intereses privados. Los curas buscaban el remedio que entendían definitivo y se sumaban a la petición de corregimiento que desde hacía tres años dormía en un escritorio de la Audiencia: apoyaban a Barrafón en el intento. Pero Barrafón no estaba preparado todavía para ocupar este puesto; le faltaba experiencia de gobierno. Entre discursos, pleitos y quejas, la Audiencia tomará el camino de en medio en su nueva propuesta de renovación: ninguno de los componentes del nuevo ayuntamiento (1785-1787) pertenecerá a la “primera nobleza” y tan solo serán verdaderos hacendados el alcalde primero, Joaquín Rubio-Sisón Bages, -desposado ya con uno de los mayores patrimonios de Fraga-, junto al alcalde segundo, José Jover Oliveros, -con mayor patrimonio que el anterior aunque con menos experiencia-, y el síndico procurador general, Francisco Foradada Escudero. El resto 683 de los componentes, tanto regidores como diputados, se quedan en sujetos que trabajan por sus manos como labradores, ganaderos o colmeneros. Algo inaudito hasta entonces.34 La Audiencia evitaba de este modo a los individuos de mejor estatus socioeconómico. Resaltaba la excepción de muchos de los candidatos por ser deudores del fondo de propios en sumas de consideración, como denunciaba la Contaduría general. Aunque el ser deudor de propios no era circunstancia nueva en Fraga, lo nuevo era la morosidad en satisfacer las deudas, la “dilación” injustificada y el volumen de “restas” sin cobrar. En opinión de muchos fragatinos y de las propias autoridades, derivaba todo ello de la tolerancia con que los parientes de los deudores actuaban desde la junta de propios. La Audiencia los exceptuaba por tanto y proponía a don Senén Corbatón y Garcés como regidor decano: un individuo “forastero” a quien en 1779 la Cámara de Castilla, -sabemos ya-, había nombrado interventor de la junta, para controlar los posibles desmanes de sus componentes. Fraga era el único pueblo de Aragón con semejante figura fiscalizadora. Ningún otro pueblo necesitó de una “cuarta llave” para el control de los caudales públicos en la época. Pero don Senén, también administrador de rentas Reales y del tabaco en Fraga, está demasiado ocupado en sus propios quehaceres, según la Real Cámara, como para ser destinado al gobierno local y su propuesta no prospera.35 Tampoco Barrafón conseguía entrar en el nuevo consistorio, pese a su infatigable peregrinar por las covachuelas de la Corte, pregonando sus méritos, en solicitud de un puesto en el gobierno. Se lo echaban en cara tres de los despechados en un escrito de 1784 a Campomanes que no tiene desperdicio. Don Gregorio Villanova, don Miguel Aymerich y don José Junqueras se apresuraban a desacreditarle “por su genio poco prudente y contenido, extremadamente inquieto, vengativo y atropellado, poco dispuesto a la paz y muy dominante”. Luego venía la pedrada. Alegaban su condena en varias causas por falta de respeto a personas de notoriedad: a una señora, a un sacerdote, a un sujeto de distinción y a un escribano real. Añadían que Barrafón se jactaba en la Corte “de que ha de perder algunas casas de este pueblo” sin temer las condenas por su comportamiento, y animado por un espíritu de rencor y de venganza, “...pues se le ha oído en conversaciones que nunca estaba más contento que cuando sabía que incomodaba a alguno, y si se le hablaba de paz, respondía con arrogancia: ¡Arda Troya!”. En realidad lo que dolía a Aymerich y a Villanova, era que Barrafón, -advirtiendo la desordenada anarquía en los asuntos públicos-, hubiera declarado judicialmente en su contra, demostrándoles la apropiación de dinero público: se les había condenado al reintegro de más de 3.000 libras jaquesas. 36 Por eso 684 Campomanes, en nombre del Rey, desautorizaba al Real Acuerdo respecto de las causas incoadas a Barrafón. No había hecho sino cumplir con su deber de diputado del común. El Rey no deseaba que volviera a tratarse del asunto y exigía la protección de Barrafón contra injustas persecuciones. 37 Mientras los últimos gobiernos fragatinos iban a la deriva, la autoridad moral de Barrafón sumaba muchos enteros. Parecía el candidato idóneo frente al pasado. Pero la guerra entre familias “principales” se lo impedía. Frente a la ilustración, promoción por influencias, arraigo y ennoblecimiento. La Audiencia, desquiciada ya con Fraga, manifestaba en los últimos años una conducta errática. Tradicionalmente, la propuesta de alcaldes y regidores se confiaba en dicho tribunal al oidor juez del partido. Para conservar la buena armonía y correspondencia entre los oidores del Real Acuerdo se establecía por costumbre que cada juez de partido llevara la voz y deliberara en los asuntos y negocios de su incumbencia mientras los demás respetaban su parecer. Por eso quienes apetecían los cargos municipales acudían a dicho oidor y orientaban hacia él sus influencias.38 Después de las dimisiones de los dos últimos alcaldes, Mazas y Rubio, nombrados al margen de las familias de siempre, el oidor correspondiente volvía a confiar la vara de mando a uno de sus más insignes vástagos: Don Matías Villanova Doménech, nacido en Huesca, quien conjugaba en sus dos apellidos la esencia de aquella, ya lejana, fidelidad a Felipe V. Con patrimonios considerables en la ciudad, en Huesca y en Sena, no podía aportar mejor tarjeta de presentación para su mandato inicial en Fraga. Con los vaivenes de la Audiencia y fallecido Carlos III, se volvía en 1788 al reducto de la oligarquía tradicional, con el nombramiento para regidor decano del patriarca de los Cabrera, Eusebio Cabrera Mañes, y de su sobrino, el joven infanzón don Miguel Aymerich Alaiz, como síndico procurador general. En los meses previos, los candidatos a los principales cargos se habían movido intensamente en los medios políticos y eclesiásticos de Zaragoza. El nombramiento de Aymerich estaba relacionado con la influencia del arcediano de la Seo, don Francisco Beyán, pariente de su suegro de Tamarite. Eusebio Cabrera Mañes representaba, junto a su hijo Medardo, los intereses de la diócesis de Zaragoza, como colector de sus diezmos en varias poblaciones de Los Monegros. Incluso uno de los desechados del nuevo gobierno en el preceptivo informe de la Audiencia, el militar retirado don Raimundo Fitzgerald, se lamentaba de que, -en la trama de influencias-, él sólo aspiraba a contar en la Corte con la del Conde de Valdellano, de quien solicitaba su intercesión, mientras “toda Zaragoza está cruzada a empeños para todos los empleos”.39 685 Desconozco la influencia con que contó Salvador Rubión Royes para alcanzar el puesto de regidor sexto en aquel consistorio de nobles y labradores hacendados. El ayuntamiento no le había incluido en su listado y la Audiencia sí. El nuevo alcalde protestaba su nombramiento y sacaba con ello a la luz su aversión por el pueblo llano. Cierto era que Rubión descendía del apellido Foradada por su abuela materna (Magdalena Foradada Vidal) y que, sin ser heredero de su padre, se estaba labrando un pequeño patrimonio. Herrero y herrador por tradición familiar, había ocupado cargos como diputado y personero del común y aspiraba al puesto de regidor. Para conseguirlo, había traspasado la herrería a un sobrino y hecho constar su condición figurada (“animada”) de labrador. También había faltado a la verdad aduciendo ser arrendatario de los diezmos del obispo de Lérida, cuando sólo era colector del verdadero arrendatario, la Compañía de Cortadellas. Por su parte, Rubión alegaba haber abandonado desde hacía catorce años el oficio de herrador, aplicándose a la labranza y, en cualquier caso, la Real pragmática relativa a la dignificación de los oficios mecánicos le habilitaba para el empleo. Además, lo importante era su capacidad “para responder a las pingües cantidades del común y demás a que se hacen responsables semejantes empleados”. En la valoración de la autoridad regional, entraba en escena como argumento declarado su “arraigo” económico. Por eso Rubión merecía estar en el consistorio: por su dinero. El nuevo ayuntamiento (1789-1792) conjugaba tradición y arraigo, y podía haber resultado uno más en la larga lista de desencuentros entre facciones de poder si no le hubiera correspondido a su alcalde gestionar las más de 23.000 libras del presupuesto para la construcción de la nueva acequia, iniciada por el consistorio precedente. Don Matías Villanova, con una extensión considerable de tierra en la partida del secano, consiguió ser de los primeros en regarla, con la ayuda de las obras de mejora realizadas junto a su finca. Incluso se había precipitado echando el agua antes de concluidas las obras, con el ánimo de demostrar su capacidad para culminar la empresa. Pero la escasa solidez de lo construido le jugó una mala pasada y la acequia reventó por varios puntos. Su crédito político quedó seriamente dañado con el fracaso de aquella magna empresa y su familia no volvería a ocupar los sillones preeminentes. Oportunamente, su ostracismo vendría propiciado de rebote por un acontecimiento nacional de influencia decisiva en la pugna por el poder. En 1789, como ciudad de voto en Cortes, Fraga recibe el encargo de nombrar dos “Diputados” que acudan a la jura del Príncipe Fernando, primogénito de Carlos IV. Los ediles se reúnen el 7 de junio presididos por el alcalde don Matías Villanova y, por mayoría de votos, eligen a don Senén Corbatón y al joven Medardo Cabrera, además de obtener dos votos don Antonio Barrafón Fox, que, como los 686 dos anteriores, tampoco es miembro del consistorio. El alcalde no está de acuerdo con la votación y suspende la elección por entender que se ha elegido contra lo ordenado por S. M. en anteriores ocasiones. Alega Villanova que, con finalidad similar, en 1724 se había elegido como Diputado al Marqués de Valdeolmos, a la sazón en la Corte; y en 1760 a dos individuos de ayuntamiento. Por eso entiende que ahora deben elegirse también individuos del consistorio y acude al Supremo Consejo de Castilla para que resuelva el conflicto. En su escrito, aduce contra don Senén su dedicación a la administración del tabaco y, por ello, su excepción para el cargo; también le acusa de haber estado inculpado en causas criminales “por firmar guías para trasladar dinero a la raya de Francia”, cuando estaba prohibido hacerlo a menos de cuatro leguas de ella (había estallado allí la revolución); igualmente de haber disparado contra la ventana del capitán comisionado para perseguir a contrabandistas en Fraga, de haber insultado al secretario municipal, don Urbano Catalán, y otras causas criminales. De Medardo Cabrera alega que tiene recién cumplidos los veinticinco años, que trabaja como labrador por sus manos, “cavando, labrando, regando y manejando estiércoles” y que sólo sabe leer y escribir. Además, que ha sido elegido por su parentesco con cuatro de los regidores, quienes debían haberse abstenido y “dado lugar” en la propuesta.40 Igualmente tiene la excepción el ser fianza de su suegro, Agustín Sudor, arrendatario del mesón público, por el que ha dejado a deber 1.363 libras jaquesas al fondo de propios. Y, por último, dominado por la rabia, exclama que Medardo Cabrera “ha sido penitenciado públicamente por el ordinario eclesiástico para poder casarse por incestuoso escándalo”. Pese a las denuncias del alcalde Villanova, finalmente el Consejo de Castilla acuerda reconocer los poderes de los elegidos Diputados, cuando están ya en Madrid, dada la premura del tiempo para la Jura del Príncipe. Celebrada la ceremonia, don Senén Corbatón volverá de la Corte con el título de “Barón de la Real Jura”, para sí y sus herederos, libre de todo servicio,41 y el joven Medardo Cabrera regresará a casa con el flamante título de “Noble de Aragón”.42 Envidioso de su éxito, el alcalde don Matías pretende trasladarse a la Corte para confirmar los antiguos privilegios que debieron llevar los Diputados –mal nombrados por los regidores- para su confirmación como era tradicional en las sucesiones dinásticas. Pero su petición cae en saco roto y el irónico fiscal de S. M. prohíbe su desplazamiento porque el viaje “causaría precisamente crecidos gastos por la calidad de su persona en menoscabo de los caudales comunes”.43 ¡Los caudales del común! Con el desaforado crecimiento de los precios, los caudales comunes llevaban años creciendo sin cesar en Fraga y algunos vecinos se peleaban por administrarlos, mejorando su “estado”, mientras buena parte del 687 resto se mostraba incapaz de acudir a su propio sustento, en una coyuntura agrícola adversa. La diferenciación económica se acentuaba mientras los regidores repartían arroz con judías durante casi dos meses a los numerosos vecinos que acudían a las puertas de las casas consistoriales. La diferenciación social, -que peligraba con el paso del tiempo-, se intentaba reforzar por algunos mediante la riqueza, el matrimonio, las influencias y los títulos. Unos fragatinos intentando ennoblecerse o probar su infanzonía, mientras otros debían abandonar Fraga en un proceso de emigración acentuado en la última década del siglo. 44 Enriquecerse, no pagar al fisco ni al pósito, manejar los propios y ennoblecerse; tal vez tuviera todo ello una misma finalidad. Para conseguirla, algunos fragatinos en la cima del poder debían mantener a los demás sometidos y si era posible engañados. Así lo expresaba por entonces don Senén Corbatón, con motivo de una cuestión de preeminencia entre la autoridad eclesiástica y el regalismo monárquico. 45 Engañados; sin poder disfrutar de unas rentas de propios que aumentaban sin cesar desde hacía más de veinte años, desde que la ciudad había liquidado su eterna deuda censal. Era el momento en que los ingresos municipales rebasaban los 10.000 pesos fuertes anuales y se habían invertido otros 12.000 en ciento veinte acciones del Banco Nacional.46 Descontados los gastos ordinarios y extraordinarios, ‘sobraban’ cada año al cabo del ejercicio económico 6.000 pesos en dinero y restas, con la posibilidad añadida de recuperar las 23.200 libras invertidas en la construcción de la acequia. Era comprensible que aquellos caudales sirvieran de estímulo a algunos individuos en su intento por conseguir los empleos de república y manejarlos a su antojo desde la junta de propios. Pero precisamente por ello la pugna por figurar entre sus miembros y obstaculizar la fiscalización de terceros se acentuaba. Si un padre conseguía la alcaldía para un trienio, su hijo debía continuar sus funciones en el siguiente, evitando la intromisión de terceros en el ajuste de cuentas.47 Por ello, y pese a las protestas de un diputado del común, que intuía y lamentaba lo que podía ocurrir con los nombramientos para el nuevo trienio, la influencia del capitán general don Félix Oncille a favor de los Cabrera pudo en aquella ocasión más que el informe de la Audiencia y partía hacia Madrid la propuesta del joven “Noble de Aragón” don Medardo Cabrera Borrás para ocupar el sillón central, la vara de mando y la jurisdicción local. No había supuesto excepción el parentesco de los ediles salientes con los candidatos y el poder continuaría “en sus respectivas familias”. Ya no se trataba de alternar unos linajes con otros dejando huecos; ahora, en una situación endogámica sin parangón, se sucedían los parientes unos a otros; además, el denominador común de la mayoría de los anteriores cargos y de los candidatos propuestos pasaba por estar emparentados 688 en su mayor parte dentro de un solo linaje: el linaje de los Cabrera. Su poder e influencia se percibiría con mayor intensidad ahora que en cualquier otro momento del siglo, cuando una nueva reforma estatal respecto de la “coligación de parentescos” lo facilitaba.48 Sin embargo, el principio del fin de la limitada ‘autonomía’ municipal se acercaba, precisamente, con el acceso al poder del nuevo mandamás.49 1792-1795. El último alcalde absolutista: don Medardo Cabrera Borrás. Don Medardo, -ya alcalde-, solía repetir en público la expresión que había utilizado don Bautista Mazas al dimitir: aquello de que “el que tiene empleos públicos se vende las ocupaciones y quehaceres de su casa y sus campos”. Una expresión desmentida pronto por alguno de sus hechos. A don Medardo, al final de su mandato, le cuadraría más aquella otra sentencia popular que advertía: “mal dará el fruto de balde el que compró el árbol por dinero”. Don Medardo Cabrera Borrás, flamante Noble de Aragón, había demostrado en ocasiones anteriores su capacidad para encandilar a muchos fragatinos con sus propuestas en beneficio del común; su talante ilustrado. Desde su sillón central del consistorio impulsaría la conclusión de alguna de las obras públicas pendientes. Vería discurrir el agua por la nueva acequia durante uno o dos años, aunque pronto los conflictos entre los propios regantes y su negativa al pago acordado la dejarían inutilizada por muchos años. También se adelantaría el muro que había de contener al Cinca definitivamente, en su lucha con un acantilado urbano inestable, y se repararía por enésima vez el puente de tablas. Cabrera sabría también plegarse al poder del ejército remozando el cuartel de caballería que permitía aumentar la guarnición de la ciudad. Pero su mejor logro del trienio se mostraría en su ilustrada inquietud por la educación de aquellas muchachas que, -cada vez en mayor número-, deambulaban por calles y huertas, sin recato, recogiendo estiércoles y pidiendo limosna. Su proyecto para implantar en Fraga dos escuelas de niñas se llevaría a cabo después de ser requerido por el síndico procurador, doctor don Antonio Labrador, y de ser favorablemente informado desde la propia Sociedad Económica de Amigos del País de Zaragoza. Todo ello en un momento en que parecía que Fraga iba a perder progresivamente sus cuantiosas rentas, requeridas por el Estado para subvenir a la amortización de la deuda por un período de ocho años, aunque finalmente el temor quedaría sustanciado tan sólo en un diez por ciento de ellas desde 1794. 50 Cumpliendo de modo diligente con el mandato del Rey, la junta de propios había destinado parte de sus sobrantes a la compra de aquellas 120 acciones del Banco de San Carlos y ahora las ofrecía en donativo al monarca junto con los posibles 689 intereses. Una junta de propios dirigida por don Medardo, junto a su primo Junqueras, quienes, por otra parte, no desconocían la depreciación de aquellas acciones en el mercado. Mientras tanto, en el contexto de una pésima coyuntura agrícola general, los frailes capuchinos de Fraga pedían limosna al obispo, para atender “a la olla de los pobres... que no son pocos”. La repetición de los años estériles, -en Fraga como en todas partes-, se acentuaba en 1793 con una extremada sequía; la cosecha de aquel año resultó insuficiente para alimentar a los fragatinos y la prohibición de sacar trigo a Cataluña se decretaría para los próximos. 51 Como en épocas anteriores, la preocupación de los regidores por el pan retornaba como una de sus ocupaciones permanentes. Hasta ese momento alguno de los fragatinos pudientes había remediado las situaciones críticas con préstamos al común en grano o en dinero. Entre ellos se contaba el recién reconocido como infanzón don Joaquín Monfort.52 El pósito de granos, pese a su considerable envergadura, menguaba sin cesar al tiempo de la siembra y no conseguía recuperar sus existencias en las siguientes cosechas. Los labradores pedían insistentemente demoras en el pago de sus créditos y algunos comenzaban a vender parcelas de tierra a carta de gracia. Muchas familias jornaleras, faltas de trabajo, seguían emigrando de Fraga. La hambruna exigía un remedio general y el ayuntamiento pidió permiso al intendente en septiembre de 1793 para la compra de seiscientos cahíces de trigo con el que abastecer a las panaderías; se adquiriría con el caudal de propios, en calidad de reintegro. El intendente encomienda la compra en febrero de 1794 a tres vecinos ajenos al consistorio, pero éste decide que sean algunos regidores quienes la lleven a efecto.53 Nueva discusión entre unos y otros durante meses para al final tomar el alcalde una decisión drástica: embargar el trigo de diezmos que se guarda en Fraga, en los silos de los arrendatarios, al amparo de la prohibición de saca. Pero una vez embargado, increíblemente, el trigo se almacena durante más de un año, sin suministrarlo a las amasadoras, en las dependencias del hospital de pobres donde acaba por pudrirse. Las quejas de sus administradores, -el prior de San Pedro y el abogado Barrafón-, serán rebatidas por el alcalde Cabrera con el cese de ambos de su cargo.54 Mientras, el precio de los granos aumenta un 30% en el mercado local y regional.55 Y en lugar de pagar el trigo embargado a sus propietarios, el propio alcalde junto con Monfort y el síndico Labrador, se afanan entonces en operaciones de compraventa de otras partidas de grano a los nuevos precios, con el dinero que habían sacado del caudal de propios para el abasto al común. La oscura operación, sin embargo, quedará pronto al descubierto. 56 Don Medardo no contaba en aquel complejo asunto con el poderío de sus oponentes. Nada menos que José Cortadellas, de la Compañía de Calaf, y Pablo 690 Sagristà y su compañía de Manresa, a través de su apoderado Jaime Jordana, de Pobla de Segur: dos de las mayores compañías catalanas arrendatarias de diezmos en Aragón. Las reclamaciones de ambos, primero mediante sus factores en Fraga y más tarde judicialmente, obligarán al ayuntamiento a pagar; pero Cabrera y Monfort pretenden hacerlo con vales reales devaluados, con lo que de nuevo se entabla pleito ante el tribunal regional. Finalmente, el ayuntamiento es condenado por el Consejo Supremo a pagar la diferencia originada por su depreciación “de los bienes de los regidores”. Los vales reales habían sido cedidos a la junta de propios, como préstamo, por el regidor sexto don Joaquín Monfort, quien parece haber jugado en este asunto un papel poco claro. 57 En realidad Monfort era en aquellas fechas porcionista del arriendo de diezmos de la Mitra y de la primicia correspondiente al ayuntamiento, junto con el propio Cortadellas. La contabilidad de la Compañía de Calaf lo prueba sin lugar a dudas. 58 Desde entonces, Cortadellas, Jordana y otros comerciantes catalanes extremaron sus precauciones al extraer hacia Cataluña los granos de Fraga y de los pueblos del priorato de San Pedro, pese a todas las prohibiciones, “per fugir de la lley que en eix poble se fan”. Lo cual produciría un doble efecto: la factoría de Cortadellas pondría menores cantidades de grano a la venta en Fraga y prestaría menos a los labradores, hasta el extremo de dudar sobre si trasladar su factoría al pueblo vecino de Torrente, 59 mientras otros comerciantes fragatinos aumentarían su actividad en el ámbito local y comarcal. De hecho, en ese momento, el propio don Joaquín Monfort está siendo denunciado por los arrendatarios de los dos molinos harineros de Fraga por acaparar la mayoría de los granos de la comarca, llevarlos a su molino del vecino lugar de Masalcoreig y vender luego la harina más cara. 60 Algunos regidores estaban jugando demasiado fuerte con el asunto básico en la época, el abasto del pan, y ni el pueblo ni las autoridades regionales se lo disimularían. El poder se le había subido pronto a la cabeza a don Medardo. El enorme escudo de armas que rápidamente se hizo esculpir para la fachada de su casa en la calle Mayor lo evidenciaba a sus convecinos, que no le iban a perdonar sus flaquezas. Y mucho menos sus rivales en el poder. Pese a ello, Cabrera no aflojó la vara. ¡Hasta con el corregidor de Zaragoza se enfrentará cuando en 1794 éste pretende ejercer su jurisdicción sobre Fraga en el cobro de la contribución!61 Don Medardo, como otros antes que él, había solicitado de Madrid pagarla del sobrante de propios “mediante la miseria en que se hallaban los vecinos”, y no admitía de nadie requerimientos ni amenazas por la demora en el pago.62 691 Por “el trigo de los vales”, como se conocía ya el fraude de don Medardo, el alcalde había cesado a los mayordomos del hospital, donde el grano estaba pudriéndose. A quienes no habían participado en el beneficio les faltó tiempo para acusarle de “genio impetuoso que no se detiene en considerar los más graves perjuicios, ni en evitarlos para contenerse y suspender sus acaloradas providencias”. Se aseguraba en la calle que el resto de regidores habían disimulado su acción porque “supeditados a su voluntad ciegamente, resuelven cuanto aquel inventa”. Cabrera por su parte respondía que el alcalde segundo, Leandro Montull (su pariente y hermano del prior del capítulo) y el doctor don Antonio Barrafón, -sus acusadores-, tenían relación estrecha con los arrendatarios de diezmos catalanes, siendo Montull su colector63 y el prior de San Pedro (ex mayordomo ya del hospital) partícipe en una oscura adquisición y ocultación de armas prohibidas. (Se está produciendo la guerra contra la Convención francesa). Don Medardo topaba de este modo con los eclesiásticos, con el pueblo y con algunos de sus propios compañeros de consistorio. Sólo le faltó que las urgencias de la guerra contra los franceses le obligaran a aprontar varios jóvenes para el ejército, con lo que se vio obligado a sortear la quinta correspondiente y buscarse nuevos enemigos entre los alistados descontentos. 64 Sin advertirlo, sus acciones le condenarían a ser el último alcalde fragatino de la era absolutista. El Real Acuerdo le amenazaba con privarle de la vara si no reponía a los mayordomos del hospital en sus puestos y pronto otro asunto acabaría por inclinar la balanza en su contra. Esta vez se trataba del reparto de los pastos para los rebaños de ganaderos fragatinos. En 1795 varios ganaderos “naturales” se quejan al Real Acuerdo de que don Medardo “abusa de la autoridad de alcalde”, puesto que ha comprado ganado de otros pueblos, lo ha traído a Fraga y se ha entendido con los peritos tasadores de los pastos para que le adjudiquen las hierbas que antes se les asignaban a los ganaderos recurrentes. Dicen que cuando fueron a discutir el asunto con el propio alcalde, éste les contestó “que tenían razón, pero que no les valdría”. Añadían que ellos eran ganaderos viejos, mientras que don Medardo era la primera vez que pedía hierbas para su rebaño. Solicitaban anular el reparto y ubicar sus ovejas en los pastos acostumbrados. Exigían condenar al alcalde y a los peritos en las costas del recurso. Como de costumbre, el Real Acuerdo pide informe al ayuntamiento, –sin asistencia del alcalde-, y de sus resultas Cabrera acaba sancionado con exclusión de todo empleo público por cuatro años. 65 Había acumulado excesivos desafueros. El efecto de la destitución del alcalde sobre los sujetos de poder en Fraga fue inmediato; la chispa que acabaría prendiendo una nueva hoguera de la discordia. 692 Con los desaguisados de los últimos años se estaban formando dos partidos seriamente enfrentados. No se trataba ya como en la primera mitad de siglo de mantener algunas familias infanzonas o exentas, fieles, en el poder. Tampoco era rasgo definitorio la preeminencia exclusiva de los infanzones sobre los pecheros, aunque algunos de éstos últimos buscaran con ahínco su reconocimiento en el estatus superior. Había infanzones, pocos, en los dos bandos, y plebeyos, algunos más, también en ambos bandos. Lo que comenzaba a primar como determinante en la tercera generación de poder del siglo era el protagonismo decidido y audaz, “ardoroso”, de varios “corifeos”, en busca de un patrimonio cada vez mayor, derivado de sus múltiples actividades económicas, privadas y públicas. Estaba primando “el hazimiento” sobre el patrimonio; la capacidad de negociar y adquirir sobre la de poseer desde inmemorial; el exitoso ciclo vital individual sobre el peso tradicional de la casa. Una capacidad de enriquecimiento al mismo tiempo envidiada y admirada por la mayoría. Un encumbramiento económico tanto más ofensivo a los ojos de muchos, cuanto que la década estaba resultando fatal para buena parte de los vecinos. La inhabilitación de Cabrera excitó sobremanera las apetencias de sus opositores, que inundaron todas las instancias regionales y estatales con recursos, representaciones, méritos y propuestas. También los regidores salientes procuraban oponerse más fuertemente que nunca a sus contrarios. Los oidores de la Audiencia, el regente, el obispo de Lérida, el fiscal de S.M., el Consejo Supremo, todas las instancias, abrumadas y cercioradas del odio enquistado entre los fragatinos poderosos, iban a proponer al Rey Carlos IV una decisión drástica, que consiguiera aquietar los ánimos, controlar las cuentas, enmendar las injusticias y sacar a Fraga de su “próxima ruina”.66 Ochenta y cinco años después de su primera nominación, Fraga se convertía en un corregimiento de la clase “de los de segunda entrada”, con un corregidor letrado al frente. Había que atar corto a los fragatinos. Un Real Cédula de 29 de marzo de 1783 había marcado la distinción entre dos clases de corregidores, -los de capa y espada y los letrados-, y también una escala con tres categorías para el desarrollo profesional del cargo: entrada, ascenso y término. En el caso de los letrados, el nuevo tipo de corregidor debía configurar un cuerpo de elite eficaz y competente de hombres de ley o funcionarios, prototipo de magistrado ilustrado, fiel devoto de las reformas e iniciativas de los gobernantes. Además se trataba de hacer apetecible dicho cargo a los profesionales del derecho, ampliar su duración y retribuciones, dándole a la carrera una estructura orgánica. La nueva configuración del oficio de corregidor se plasmó en la Real Cédula de 21 de abril de 1783, basada en los criterios sustentados por Campomanes. De manera que el hasta entonces agente político del poder dejaba su 693 sitio al funcionario de carrera. Así lo explica Bartolomé García Guillén,67 quien entiende que los problemas derivados de la pugna por el poder local pueden considerarse primordiales en la génesis de la posterior imposición de un corregimiento. Eso, exactamente, era lo que estaba sucediendo en Fraga. 7.2.2 La imposición del corregimiento. Un corregidor “impedido, corto de vista y más sordo que una campana”. Años atrás, en el trienio de 1785 a 1787, la defunción de un regidor había permitido colarse de rondón en el consistorio a Domingo Arquer, un labrador mejorado con el patrimonio de su ¿madre o madrastra? Josefa Mañes Cambredón. Por ser ciudad de voto en Cortes y estar éstas convocadas por el Rey, Fraga hubo de sortear entonces entre sus regidores un candidato, que en otro sorteo posterior podía ser elegido representante en dichas Cortes por las ciudades de Aragón y Valencia. La casualidad quiso que Arquer fuera el elegido en ambos sorteos. El primero de agosto de 1789 salía hacia la Corte como “Diputado y Comisario de Millones”.68 Permaneció en el puesto durante seis años y aprovechó, como se acostumbraba, para conseguir del Rey, previo pago, alguna merced por los servicios prestados a la Corona. En 1791 solicitaba el privilegio de hidalguía para sí y sus descendientes y el primero de julio de 1795 la plaza de regidor decano de Fraga durante su vida.69 En 1797 Carlos IV accedía a sus peticiones, con lo que el nuevo infanzón don Domingo Arquer “de la Torre”, analfabeto que sólo sabía pintar su nombre según sus enemigos, se convertía en el primer y único regidor vitalicio en la historia de Fraga. Mientras tanto, el 6 de febrero de 1796 el Rey había ordenado suprimir los dos oficios de alcaldes ordinarios y sustituirlos por un corregidor de letras con salario anual de 11.000 reales de vellón, a satisfacer de las rentas de propios. Provisionalmente, “para contener los ánimos”, se nombraba el 19 de febrero a don Antonio Vizmanos como juez letrado interino, hasta el nombramiento definitivo de don Miguel Serrano Belezar como corregidor por seis años. 70 Junto al corregidor, volvían al ejercicio del poder don Matías Villanova Doménech y Joaquín Rubio-Sisón Bages, aunque ahora preteridos por el advenedizo Arquer. Las regidurías cuarta, quinta y sexta se otorgaban a tres labradores de medianas rentas: José Vilar Jover, Francisco Ibarz Satorres y Nicolás Mañes. Sorprendentemente, la principal fortuna del momento, don Vicente Monfort, quedaba de momento fuera del organigrama municipal, pese a ser propuesto tanto por el ayuntamiento como por la Audiencia. ¿Tal vez era demasiado joven todavía? De hecho, la mayoría de los nuevos regidores superaban los cincuenta años de edad. El nuevo cabildo parecía un 694 consejo de ancianos, tal vez escarmentados frente a la ardorosa juventud del destituido y humillado don Medardo Cabrera Borrás. La decisión Real de crear el corregimiento no sorprendía a los fragatinos más próximos al poder y para algunos llegaba caída del cielo: don Antonio Barrafón Pérez había solicitado ya en 1772 de Carlos III un alcalde mayor de letras, y el ayuntamiento de 1780 en pleno había insistido en ello, proponiendo abiertamente un corregidor para períodos trienales de gobierno, con agregación a Fraga de los dieciocho pueblos que formaban entonces la administración del tabaco. Su argumentación, además de advertir del genio ardoroso de algunos fragatinos, reconocía el encarecimiento de muchas causas judiciales por tener que consultar los alcaldes ordinarios con asesores en Zaragoza o en Barbastro. Se añadía que Fraga era ciudad de mucho tránsito de pasajeros “de distinción”, y que el tener que acudir los vecinos de la comarca al juzgado de Fraga contribuiría a que trajeran a vender sus productos en el mercado, con lo que el pueblo estaría mejor abastecido. Era un pensamiento muy meditado que no se había materializado años atrás por tener Fraga todavía algunos censales cargados en su contra; pero en este momento sus sobrantes de propios podían hacer llevadero el salario de un corregidor. Aquella propuesta de quince años atrás parecía no haber interesado a las autoridades estatales y varios años de silencio administrativo habían impulsado más tarde a los curas párrocos a tomar la pluma, viendo dimitido al devoto alcalde don Bautista Mazas. Advirtieron entonces al Rey, por intercesión de Floridablanca, de la catastrófica coyuntura que atravesaba la justicia humana y divina en Fraga. La propuesta de los eclesiásticos había sido consultada y valorada por la autoridad regional y estatal, para comprobar por un lado si Fraga estaba económicamente en situación tan favorable como decía, y por otro para averiguar si aceptaban la propuesta aquellos pueblos comarcanos a los que se pretendía incluir en el corregimiento. Aunque la primera premisa, la financiera, fue informada satisfactoriamente por la Contaduría General de Propios y el mismo Floridablanca propuso enviar ya entonces un alcalde mayor letrado provisional, el fiscal de S. M. advertía el 23 de febrero de 1783 que los pueblos comarcanos se resistían formalmente a la propuesta, creyéndose perjudicados por ella; y que la propia petición del ayuntamiento en pleno, en realidad parecía “inteligencia de algunos individuos por sus fines particulares, y contra la opinión del síndico procurador general” (entonces don Matías Villanova). El 9 de diciembre de aquel mismo año, en un larguísimo informe, la Real Audiencia de Aragón exponía a S. M. la escasa población de Fraga, -745 vecinos “útiles e inútiles entre nobles y plebeyos”-; que los pueblos de la administración del 695 tabaco eran diecinueve en lugar de dieciocho; que ocho de ellos estaban incluidos en el corregimiento de Zaragoza y los once restantes en el de Barbastro; que en su mayoría eran pueblos de señorío, en los que no intervenían los corregidores, y que tanto unos como otros se oponían a la pretensión de Fraga por los perjuicios que crearía en los pueblos. Que lo mismo había respondido el corregidor de Alcañiz respecto de los pueblos que Fraga pretendía agregarse de aquel corregimiento; que los pueblos entendían estar mejor atendidos en sus actuales corregimientos, al tiempo que resolvían mejor en ellos sus negocios, y que los abastos eran en ellos más cómodos y abundantes que en Fraga, por ser éste lugar de tránsito. Y aunque reconocían que “ningún pueblo de Aragón y pocos en España tienen unas rentas de propios tan abundantes como Fraga”, los títulos que alegaba de fidelidad al Rey deberían servirle para poder gobernarse por sí misma. A favor de su creación, consideraba la Audiencia argumento de más peso el carácter ardoroso de los de Fraga y su desgobierno, como un escollo en el que tropezaban de continuo, comprobado por la experiencia. Pero tampoco se cumplían en la petición las condiciones de pedir corregidor todo el ayuntamiento o la mayoría del pueblo. El relator de la Audiencia advertía que, a su juicio, “el establecimiento de corregidores no suele producir prácticamente aquellas ventajas que parecía habían de resultar de su creación, pudiendo recelarse lo mismo para lo sucesivo”. De hecho, no se veía, en general, que los corregidores mejorasen la realidad de sus pueblos, sobre los que no los tenían. No parecían mejor atendidos los caminos, mesones y demás oficinas públicas. Tampoco los plantíos y la observancia de las leyes sobre la caza y la pesca (funciones encomendadas a los corregidores). Los bienes del común y los de propios eran defraudados igualmente y no se evitaban los delitos, escándalos, la ociosidad y la mendicidad. Sorpresivamente, la Audiencia proponía incluso disminuir el número de tales cargos por innecesarios. A renglón seguido, -menos sorpresivamente-, proponía que en su lugar, fueran los ministros de la Audiencia quienes visitaran anualmente los pueblos para recabar información sobre las obras públicas y recogieran los agravios y quejas de los vecinos, informando de ello a la Cámara y al Consejo de Castilla, por un módico sobresueldo, que evitaría muchos gastos a la administración pública. El 8 de febrero de 1785, más de un año después, el fiscal de S. M., lacónicamente, había informado que nada tenía que añadir a lo expuesto por la Audiencia y el relator. Tampoco había prosperado el último intento de creación de corregimiento por parte de los fragatinos en 1788, cuando dimitió el alcalde Joaquín Rubio. No bastaron entonces los ruegos del doctor don Antonio Barrafón y de don Senén Corbatón, pese a ser dos personajes muy apreciados en la Corte.71 Tuvieron que 696 pasar ocho años, algunas tropelías más y el concurso del hijo de aquel Barrafón, el también doctor en derecho don Antonio Barrafón Fox, para que un corregidor llegase a Fraga en 1796. Tan pronto se supo la noticia del nombramiento, Barrafón se apresuró a recibir al nuevo corregidor convenientemente. Preparó a conciencia una de sus mejores casas, inmediata a la casa consistorial, y pasó a la ciudad de Balaguer con varios carruajes para efectuar de la forma más cómoda el traslado de la persona del corregidor y de su equipaje. Barrafón era hombre de mundo, ilustrado como ningún fragatino; martillo de sus rústicos oponentes, impulsor de la educación popular, defensor de la regalía y enemigo declarado de la mayoría de los eclesiásticos del capítulo, incluido su prior (mosén Domingo Montull). También era un comerciante espabilado y líder de una de las dos facciones en que se hallaba dividido el pueblo. Reunía todas las calidades apetecibles en la época: infanzonía, ilustración, fortuna y poder. No tardaría en convertirse en el amigo íntimo del nuevo corregidor, el Muy Ilustre Sr. don Miguel Serrano Belezar quien, mientras adecuaba su nuevo aposento, aceptó vivir en la misma casa habitación de Barrafón. Habían de congeniar ambos necesariamente; Belezar era un hombre con experiencia en el oficio; ministro del crimen honorario de la Real Audiencia de Cataluña, concluía su anterior mandato en Balaguer como corregidor y capitán a guerra de dicha ciudad y su partido; durante su estancia allí había teorizado en aquel celebrado Discurso político legal sobre la erección de los diputados y personero del común y puesto en práctica sus conocimientos y actitudes ilustradas. Durante su mandato se habían ejecutado numerosas obras públicas: encajonado las acequias, mejorado el convento de las religiosas clarisas, controlado con diques la violencia del Segre, recompuesto los cuarteles para la tropa, ampliado en nuevas prensas el molino aceitero…, además de cumplir rigurosamente la Instrucción sobre los gitanos, que se había empeñado en hacer leer mensualmente en consistorio. Un bagaje que don Miguel estaba dispuesto a repetir en Fraga tan pronto tomara posesión del nuevo empleo. Después de jurar su cargo ante el obispo de Lérida, -autorizado por el Rey ante la dificultad de trasladarse a Madrid-, se posesionó de su nuevo destino el 28 de septiembre de 1796. Desde enero de aquel año se habían suspendido en Fraga las resoluciones de ayuntamiento, con su anterior alcalde sancionado. Se retomaba ahora el curso de las actividades públicas con una vistosa ceremonia en la que el corregidor realizaba un corto recorrido desde su casa, precedido de clarineros, maceros y alguaciles y acompañado de un regidor y un diputado. En las puertas de la casa consistorial era recibido por otros dos regidores que ascendían la escalinata junto a él hasta la antesala de la de sesiones. Una vez en ella y frente al sitial central, 697 juraba de nuevo su cargo mediante acatamiento al Rey y a las leyes, en una juratoria de plata que le presentaba el alcalde saliente. Luego el corregidor tomaba juramento a los regidores y se daba por iniciado el nuevo período de gobierno. Cumplido el protocolo inicial, Belezar focalizaba su actuación en varios frentes. Su experiencia facilitaba el reconocimiento de los puntos flacos de la ciudad. Dos empinadas cuestas en el camino Real, la primera de las cuales sufrió en su viaje inicial desde Balaguer y la otra en la ladera opuesta del valle, constituirían sus primeras impresiones negativas. De ahí surgió su primera petición a la Intendencia: destinar del caudal de propios lo necesario para adecentarlas. 72 Similar empeño puso respecto de “la pulicia” en otros caminos y en las principales vías urbanas. Preparó viveros de árboles para su plantación en alamedas junto al puente y se propuso empedrar de nuevo algunas calles de la ciudad. La edificación en Fraga era muy desigual, sin ajustarse a normativa u ordenanza que limitara una libérrima facultad para construir o mantener en ruinas, edificios, corrales y vagos. El estiércol de las caballerías y los desechos domésticos atentaban contra la necesaria higiene y frágil salud de los vecinos. Por ello don Miguel se esforzó en conseguir, por las buenas o mediante el temor a la vara, las mejoras más urgentes. Naturalmente, mientras adelantó de su bolsillo el caudal necesario para algunas obras su labor fue ensalzada. Distinta respuesta obtuvo cuando sus decisiones afectaron directamente los bolsillos de los fragatinos y en especial de las familias más poderosas. Su tajante orden de devolver “al común” los patios cedidos a los particulares si no eran construidos de inmediato fue desoída; dio una semana de plazo para derribar y seis meses para construir, y al cabo de un año no se había cumplido ni lo uno ni lo otro;73 dispuso derribar los múltiples cobertizos que cruzaban las calles y tuvo que limitarse a eliminar sólo algunos de los más ruinosos. El empedrado de las calles, aunque finalmente realizado, se convirtió en ocasión para que su trabajo comenzase a ser mal interpretado. Su enfrentamiento con varios vecinos, jaleado por el propio regidor segundo, don Matías Villanova, sería algún tiempo después una de sus peores cruces en el calvario que le esperaba. Éstas y otras obras como la finalización del muro de la carretera junto al Cinca o el “pontarrón” sobre el alcabón que cruzaba el camino a Torrente, Mequinenza y Valencia, eran suficientemente necesarias para ser aceptadas aunque a regañadientes por algunos.74 Otras obras habrían de crearle mayores quebraderos de cabeza en un contexto en el que el Rey exigía para la guerra un porcentaje cada vez mayor de las rentas de propios, al tiempo que los vecinos atravesaban su peor coyuntura agrícola. 698 La acequia inutilizada del secano, la remodelación de la iglesia parroquial y la construcción de nuevas cárceles junto a la casa consistorial, fueron sus mayores empeños durante el trienio inicial de su mandato.75 Los pueblos de Torrente y Velilla se negaban a pagar el derecho de alfarda y Velilla entablaba un pleito contra el ayuntamiento fragatino, que dejaba la nueva acequia abandonada. La autoridad de Belezar no fue suficiente para resolver el problema cuando más falta hacía el agua en la partida del Secano. Hubo que recurrir al corregidor de Barbastro para tranquilizar a los vecinos de los tres pueblos enfrentados. El papel infructuoso del corregidor local en un asunto tan querido por todas las instancias ilustradas fue otro de los factores que influirían en su descrédito.76 Cuando Belezar ponía en marcha la anteriormente solicitada escuela de niñas, su discurso sobre la conveniencia de la educación popular era sin duda bien recibido por la mayoría.77 Pero cuando respecto del muro de la carretera denunciaba las maniobras de algunos para lucrarse con la obra, los componentes de la junta de propios torcían el gesto malhumorados. 78 Cuando el corregidor en uso de sus atribuciones solicita el restablecimiento de la plaza de celador de caminos para Fraga,79 los regidores pueden entender que hay que utilizar las rentas de propios en este menester; pero cuando Belezar propone que la ampliación de la iglesia de San Pedro se costee por los vecinos a prorrateo según sus posibilidades, la respuesta no será la que él entiende como natural y lógica. Después de solicitar permiso al Real Acuerdo para la celebración de un concejo general de todos los vecinos en la iglesia de San Miguel, el secretario lanza la propuesta. Explica que no será posible sufragar el coste de las obras con la ayuda de los perceptores de diezmos, como se preveía en un principio, y solicita de los vecinos su contribución. Los vecinos acaudalados llevan la voz cantante y convencerán a los demás del pago sólo si a cambio se les exonera del pago de la contribución Real, para lo que creen poder hacer valer todavía aquel antiguo privilegio concedido por Felipe V. 80 En tiempos de abundancia, el salario del corregidor suponía una merma soportable aunque onerosa para las rentas de propios. Pero, ahora, cuando el sobrante es requerido por el Rey, hay que encontrar soluciones alternativas para allegar fondos. Es lo que propondrá Belezar en uso de lo que entiende son sus atribuciones. Si Fraga no puede pagar con holgura su sueldo, el concurso de otros pueblos de la comarca podría resolver el problema. Para ello es imprescindible insistir en el viejo intento de definir el conjunto del “partido” y solicitar el reparto proporcional de sus honorarios entre todos los pueblos que deben formarlo.81 El 27 de noviembre de 1796, el ayuntamiento decide suplicar directamente a S. M. la asignación de partido para el corregimiento de Fraga. 82 Al año siguiente, ante el silencio del Rey, nueva petición ante el Consejo de Castilla, para que se 699 agreguen a Fraga aquellos dieciocho pueblos, por estar con ello mejor atendidos los asuntos de justicia. El ayuntamiento ejemplifica la impotencia del corregidor con un asunto ciertamente escandaloso. Un asunto que debería alertar a unas autoridades empeñadas en el fomento de la reforestación. Fraga alega que su corregidor no puede actuar ante el delito de tala de 3.200 pinos perpetrado por vecinos de los pueblos confinantes. No cree tener jurisdicción para ello. Pero hasta dos años después, el 18 de octubre de 1798, no se producirá el informe del Fiscal, quien insiste en no ver ningún mérito para sacar los pueblos de los corregimientos en los que se hallan y pasarlos al de Fraga. Al año siguiente nueva insistencia y nuevo informe negativo. Finalmente, el 2 de abril de 1799 el Consejo de Castilla desestima definitivamente la petición de Fraga, que quedará como ciudad sin distrito y cargada con el sueldo total del corregidor. 83 La diferencia entre su salario y el del resto del consistorio resulta abismal: 11.000 reales de vellón frente a 564 r. Y 24 mrs. de cada regidor.84 Otro factor que sumar a los anteriores para que la figura del corregidor, solicitada por algunos, comience a ser vista como inconveniente por muchos. Fraga y Belezar debían entender en adelante que tan sólo se había impuesto la figura del corregidor como alcalde mayor letrado en sustitución de los alcaldes ordinarios, pero que no tendría un distrito propio, y además seguiría dependiendo del corregidor de Zaragoza para muchas de las cuestiones planteadas, como sucedía en otros lugares donde también se habían nombrado corregidores. 85 Estaba claro; Fraga tenía corregidor como imposición; como castigo. No como posibilidad de independizarse de la capital ni como premisa para su engrandecimiento. Fraga carecía de aldeas, y los pueblos y lugares de su entorno llevaban muchos años adscritos a otros corregimientos o pertenecían a señores temporales, en absoluto dispuestos a perder su jurisdicción “omnímoda”. En consecuencia, las expectativas iniciales de Belezar disminuían con el tiempo. Pronto serían frenadas por sus superiores y cuestionadas por sus subordinados. Los regidores comenzaron a darse cuenta de que sus resoluciones en consistorio ya no tenían la fuerza de anteriores cabildos, necesitadas ahora del refrendo concreto de su corregidor. Don Domingo Arquer, por ejemplo, siendo como era regidor primero, y habiendo conseguido su sueño de perpetuarse en el gobierno, veía como sus funciones de repeso en el mercado eran condicionadas y aún invalidadas por el nuevo ‘alcalde’, y mostraba por ello un absentismo cada vez más descarado. Cuando el corregidor pretendía fijar por sí sólo los precios de los comestibles y otros géneros, Arquer se apresuraba a contarlo en público. El corregidor finalmente lo arrestaba en su domicilio por su indiscreción. 86 700 Otro tanto sucedía con el regidor segundo, don Matías Villanova, cuyo enfrentamiento con Belezar se haría irreconciliable desde 1799, a propósito del empedrado de su calle.87 Belezar pretendía ajustarle a don Matías las cuentas “de muchas cosas que ha arbitrado su poder en los años pasados que ha gobernado, y especialmente cuando fue alcalde primero, que solas por sí eran bastantes para que se hubiese suprimido entonces este empleo y creádose el corregimiento, en cuyo gobierno no se permitirían tan irregulares manejos”.88 Los desembolsos iniciales del corregidor en bien de las obras públicas comenzaban a trocarse en costas de los pleitos en que se estaba involucrando el consistorio. 89 El Consejo de Castilla acababa de ordenar (el 31 de diciembre de 1798) que todas las ciudades entregasen la quinta parte de sus existencias de trigo y dinero en los pósitos de granos, para las urgencias del Estado. Belezar se había aprestado a pedir a los deudores del pósito la devolución de sus préstamos. La mayoría de los labradores menos pudientes pagaron pronto al recoger la cosecha. Pero precisamente los más hacendados -don Medardo Cabrera, don Antonio Labrador, don Raimundo Fitzgerald y otros- se negaban a satisfacer sus deudas. Belezar iniciaba diligencias contra todos ellos y embargaba sus bienes por el monto de sus créditos. Sería una de sus acciones más controvertidas entre las familias poderosas. 90 En realidad, a Belezar sólo le sostenía en aquel ayuntamiento su amigo, el síndico Barrafón. Cuando en 1797 se había producido el conflicto de la acequia abandonada, Barrafón, -inflamado ante los ediles-, acudía en su ayuda recordando la Instrucción de Corregidores, “que previene en sus artículos 45 y 48 el medio de fertilizar los campos con los nuevos regadíos, sacando azequias de los ríos donde los hubiere”. Y, en un tono más grave, añadía: “En este pueblo se desprecian, abandonan y olvidan los que se tienen a mano, destruyendo todos los principios y contraviniendo las sanas máximas que se nos tienen comunicadas”. Acto seguido, Barrafón pretendía que el asunto de la acequia fuera gestionado por una junta de regantes, que se encargara de pleitos y alfarda, liberando de este modo al consistorio de un problema tan engorroso. 91 Otro día, ante el creciente absentismo de los regidores, Barrafón les echa en cara lo intolerable de su comportamiento “por el abandono con que se tratan los asuntos de gobierno de este pueblo, dificultándose su curso por no concurrir a las sesiones sus capitulares, siendo tantos los negocios que exigen su determinación con premura”. Esta vez, el corregidor se había visto obligado a convocarlos bajo pena de 100 reales de vellón a descontar de sus salarios en caso de inasistencia. La jurisdicción del corregidor toparía pronto con la del capítulo eclesiástico en los asuntos básicos del pan y del vino. Cuando los regidores de mes revisan las muelas del molino harinero perteneciente a la Iglesia y las encuentran defectuosas, 701 se entabla un serio contencioso. Belezar no puede permitir la venta de harina de baja calidad y el capítulo pretende negar al corregidor competencias para determinarlo. El corregidor no puede entender que los eclesiásticos acudan al Real Acuerdo, anteponiendo su jurisdicción a la jurisdicción Real, y entiende no poder prescindir de sostener su autoridad con eficacia. Es un primer enfrentamiento que tiene su continuación en otro asunto que aviva el fuego de la discordia. Sabemos que los eclesiásticos disponen de una taberna en el recinto anejo a la propia iglesia parroquial para atender las necesidades de sus capitulares y las del culto. Pero el tabernero arrendatario vende también a particulares el vino “forastero” de mejor calidad que el de las tabernas públicas (cuyo abastecimiento depende en gran medida del que les suministra Barrafón). Belezar se implicará a fondo en ambos problemas, frente a la jurisdicción eclesiástica. Su insistencia le costará finalmente ser visto en Fraga como el amigo de Barrafón, más que a la inversa, sometido a su voluntad y desacreditado por los propios eclesiásticos. 92 A partir de estos hechos, el carácter del primer corregidor de Fraga debió de agriarse progresivamente. Pronto interpondría su autoridad para que se tomasen las providencias necesarias respecto de la malversación de caudales poderosos. 93 perpetrada Del mismo por algunos modo se empeñó en poner a cada uno en su sitio respecto de su pretendido estatus social. Se trataba de que aquellos que suponían ser infanzones, y que como tales figuraban en los catastros, demostrasen realmente su infanzonía. De lo contrario, serían reubicados Llano en los dentro nuevos del Estado libros de contribución. El Real Acuerdo atendía en este caso la propuesta del corregidor y ordenaba que todos los que alegaban ser infanzones presentasen los títulos de su pretensión.94 Eran demasiados frentes abiertos para que Belezar no se derrumbara o al menos flaquease. Las quejas de los fragatinos de uno u otro signo se sucedían tanto en Zaragoza como en la Corte. En respuesta a ellas el corregidor se defendía dando su versión de lo ocurrido hasta entonces.95 Don Miguel recordaba cómo había encontrado al pueblo a su llegada y los abusos de algunos “prepotentes”. Faltaban 702 del archivo municipal todas aquellas órdenes Reales que incomodaban a los “mandones” y de las cuentas públicas se desprendían muchos desfalcos. Aunque entendía haber subsanado muchas de aquellas deficiencias en los cuatro años de destino en Fraga, se sentía intranquilo e insatisfecho por la ambición de poder emergente de nuevo entre los vecinos. En realidad, lo que estaba ocurriendo trascendía su propia afirmación. Ambición de poder la habían manifestado desde siempre algunos fragatinos. Eso no era nuevo en absoluto. Ahora, la ebullición era mucho mayor que en anteriores ocasiones y presentaba dos facetas a un tiempo similares y contrapuestas. Se acercaba el tiempo de renovar el consistorio y, buscando alguno de los regidores ser prorrogado o incluso perpetuado en su puesto, coincidió recibirse la Instrucción del Consejo de Castilla que pedía informe a las ciudades con voto en Cortes, sobre la conveniencia de que –en adelante- los regidores hubieran de nombrarse entre los vecinos con más “arraigo” en las poblaciones.96 Como en aquel ayuntamiento nada se trataba sin que lo supiera inmediatamente todo el pueblo, tres de los regidores, -don Matías Villanova, Francisco Ibarz y José Vilar-, hicieron creer a los vecinos que se trataba de una artimaña del corregidor y que nunca más accederían al gobierno por pobretones. El revuelo fue de consideración y algunos acudieron a las autoridades, temerosos de no figurar en la información de sujetos requerida a Belezar. Las cosas podían cambiar y mucho en el poder local. La hacienda y patrimonio de cada cual sería el mecanismo prioritario de acceso al poder en adelante. Y eso no podía ser aceptado fácilmente por quienes lo habían ostentado hasta entonces por su “honor”, por su “fidelidad” o por los méritos y títulos de sus antepasados. Reunido de nuevo el ayuntamiento el 18 de abril, cada regidor, el síndico y los diputados exponen su opinión al respecto. El decano Arquer dice que, -sin mayores especificaciones-, se pongan en las listas de candidatos a los hacendados del pueblo (él es regidor perpetuo). Con matices, el resto de regidores está de acuerdo en que los candidatos deben tener ‘arraigo’. Es decir, caudales suficientes para responder en caso de malversación, desfalcos, etc. Pero quien con gran detenimiento, retórica y justificación histórica pretende apoyar su opinión es el síndico don Antonio Barrafón Fox, -siempre a tono con las directrices superiores (y con su propio interés obviamente)-, alertando de lo “perjuiciosa” que es la pobreza para quienes quieran ejercer los oficios de gobierno; y concreta el arraigo que considera necesario para los regidores en 20.000 reales de capital catastral: así lo exigirían las diferentes comisiones encargadas a los regidores proporcionadamente. Alude Barrafón al pósito y a la junta de propios, -cuyos productos se acercan a los 200.000 reales anuales-, o a la administración del azud y aguas, que cuida el 703 ayuntamiento cuando no está arrendada; también a los abastos arrendables (vino, aceite, carnes); es decir, todas las funciones de los regidores son suficientemente comprometidas como para ser atendidas por personas con capacidad económica suficiente. Sólo Francisco Ibarz Satorres, -el regidor de menores rentas en ese cabildose niega a firmar la resolución, porque entiende que hacerlo contribuye a impedir que muchos fragatinos puedan acceder al cargo, al tiempo que se habilita a otros que no residen en Fraga en ese momento (por ejemplo al Sr. Barber y a don Miguel Aymerich Alaiz). El acta de 24 de abril refleja el arresto de Ibarz por no querer firmar el acuerdo de los demás, y el síndico reconoce que el pueblo está “inquieto” por la cuestión de los cargos públicos.97 Desde entonces y hasta el final del Antiguo Régimen, la condición de “sujeto de arraigo” será la principal vía de acceso al poder, concretado cada vez más en el grupo de los mayores contribuyentes. 98 El ayuntamiento “de arraigo” frente a la pretensión de perpetuidad. El ayuntamiento debía renovar sus cargos en abril de 1799, pero el nuevo consistorio no tomaría posesión hasta octubre de 1800. Ante las nuevas circunstancias, los regidores salientes excepto Villanova, se apresuran a pedir se les haga vitalicios o se les prorrogue el mandato por otro trienio, porque han atendido al bien público, y quienes podrían sustituirles, o no son solventes o están emparentados entre sí, y de no ser elegidos ellos habría de elegirse a inhábiles o a menesterosos. (Villanova no podía figurar en la lista por ser en ese momento deudor de propios). El síndico Barrafón en cambio, va por otro camino. Pretende hacerse perpetuo él mismo y a los candidatos propuestos por el corregidor. La petición de Barrafón es apoyada por aquel nuevo “don” Domingo Arquer que no sabe leer ni escribir, y hace las veces de corregidor cuando éste se ausenta de Fraga. Arquer dice que Barrafón, es “muy letrado” y le ha servido de asesor en muchas causas. Por ello le recomienda al Consejo de Castilla para que lo mantenga en algún cargo del consistorio y pueda seguir desempeñando las funciones de asesoría cuando éste lo precise. Por su parte, el escrito de Barrafón es antológico. Recoge todas sus medidas como regidor y síndico procurador en beneficio del público: la observancia de las leyes que ha procurado, el arreglo de pesos, medidas, reposición de abastos y formación de libros contables; también ha luchado para que se reintegrasen a los propios y al pósito las deudas contraídas por los vecinos, resistiendo los aumentos de precios de los abastecedores públicos y estableciendo panaderías. Recuerda la “sujeción” en que puso al capítulo eclesiástico en su venta incontrolada de vino y el intento que ha hecho para que las “manos muertas” paguen contribución por los 704 bienes adquiridos después de 1737, con arreglo al Concordato con la Santa Sede. Ha contribuido a las peticiones del Rey en 1793 y 1798 con sendos soldados vestidos y arreglados a su costa y en el segundo año entregando 1.000 reales al Estado. Hasta su sueldo está dispuesto a entregar en beneficio de la Corona. Por todo ello, y ya que cuenta con una edad de 55 años, pide ser nombrado regidor vitalicio. En oposición a Barrafón, el teniente retirado don Raimundo Fitzgerald advierte que las peticiones a la Audiencia y al propio Rey se están convirtiendo con los años en “un estilo de proceder”, para sufrimiento de los vecinos sometidos bajo el yugo del abogado Barrafón, ... “quien, llevado de su genio petulante y con el poder de sus caudales, no solamente ha ganado y sujetado para sí a su corregidor, si es también apoderádose de las demás personas del gobierno, como débiles en espíritu, disciplina y estudio, con sólo el baño de unos buenos labradores, y tiranizando sin distinción de sujetos y en todos los estados y clases, hasta poner el pueblo en la más fatal constitución, y por mejor decir muy distinto de cuando los ciudadanos eran gobernados por sus alcaldes naturales”. Además, don Raimundo pone en evidencia las excepciones que afectan a algunos de los que se quieren proponer como perpetuos: don Vicente Monfort, don Francisco Barber y Viñals, Joaquín Miralles, don Ambrosio Jover y José Satorres, todos ellos emparentados con Barrafón y, -añade Fitzgerald-, “...como pudientes obligados por los vínculos de la sangre al actual síndico, caso de verse onrados por V.M., siempre subsistiría el injusto freno que contra todo vecino tiene en sus manos el actual síndico”. Por si su anterior informe no fuera suficiente, un mes más tarde, don Raimundo intenta desacreditar también al corregidor alegando que “debe considerarse inútil para el gobierno porque se halla impedido, nada ágil, corto de vista con exceso y tan sordo que nada oye”. Todo ello –apostilla Fitzgerald“acrecienta el poder de Barrafón, que se hace absoluto en la administración de justicia y en el gobierno, por la condescendencia y defectos del corregidor”. En similar línea advierten al Consejo los regidores don Matías Villanova y José Vilar, quienes remachan los defectos del corregidor y los abusos que sufren de Barrafón, lo que les lleva a pedir al Rey les exonere del cargo y acepte su renuncia. Don Matías, incluso, refería en su escrito las situaciones risibles (de puro sainete) que se producían en las reuniones de ayuntamiento.99 En realidad son todos los regidores excepto don Joaquín Rubio (que tiene ya 77 años), quienes, viendo que ellos no serán reelegidos, ruegan al Consejo rechazar la petición de perpetuidad que se está preparando para los nuevos candidatos. Para ello alegan las ocasiones anteriores en las que Felipe V y luego Fernando VI habían negado esta posibilidad, en beneficio de todas las familias del pueblo. Barrafón, en cambio, alega que en la 705 Real Cédula de 17 de julio de 1717, Felipe V establecía ya en Fraga el corregidor de letras (aunque luego se amortizó la plaza) y que por tanto S. M. veía que el sistema trienal perjudicaba el gobierno local. Por eso ahora, volvía a pedir un cargo vitalicio o la prórroga por un trienio en su puesto de síndico procurador general. Por su parte, el corregidor también había informado a la Audiencia acerca de la triple alternativa que, a su juicio, se planteaba: convertir los oficios trienales en vitalicios o perpetuos; hacer vitalicio sólo al síndico procurador; y si no se daban las dos primeras, prorrogar al menos al actual consistorio por un trienio más. Belezar opinaba que Fraga merecía tener oficios perpetuos por ser ciudad de voto en Cortes y ser conveniente que los diputados que asistieran a ellas fueran regidores. Opinaba que debía mantenerse el gobierno por “mitad de oficios”, como se decía en Castilla, siendo los primeros “nobles de sangre hidalgos, e infanzones” y los segundos “del Estado llano inclusos los exentos”. Entendía que la intervención de propios debería pasarse del regidor tercero al cuarto, “para que no manejen los caudales públicos sólo los nobles”. Que en Fraga podían encontrarse suficientes individuos del Estado Noble por “la propagación en Fraga de tales familias”. Pero no era partidario que se hiciera todo esto sin más, sin mirar si los individuos propuestos para estos cargos vitalicios merecían esta condición, pues si no eran apropiados, el error que se cometiera con ellos se prolongaría para toda su vida. Respecto de la petición de hacer vitalicio al síndico Barrafón, el corregidor cree conveniente tenerle a su lado, para ayudarle a deshacer los muchos abusos que hay en Fraga y por ser Barrafón sujeto instruido. Dice que los gobernantes locales desde antiguo han introducido disposiciones, usos y costumbres no sólo desviadas de las directrices Reales, sino aún opuestas a ellas. Por ello propone prorrogar a Barrafón en su oficio de síndico o nombrarle regidor tercero, con voz y voto en la junta de propios. Respecto de la prórroga del resto de los regidores por un trienio más, Belezar lo entiende acertado, aunque él sería partidario de modificar el sistema de elección, que haría rotatorio, cada dos años, para que los nuevos elegidos contaran con la experiencia de los antiguos. Sólo se opone a la prórroga de uno de ellos, el doctor don Matías Villanova, de quien advierte que no es natural de Fraga, aunque sí vecino, y quien a su juicio ha dificultado más las acciones conducentes a poner en su sitio al capítulo eclesiástico. Recuerda que “desde siempre” se han evitado en Fraga las disposiciones Reales respecto del pago de contribución por las fincas del clero adquiridas después del Concordato, y Villanova se ha opuesto a que se les hiciera contribuir. También se ha opuesto a que dejasen de vender vino en su taberna provisional, contra la voluntad del consistorio. Dice que la actitud de Villanova es la que desde antiguo se observa en Fraga con el capítulo y que se explica porque: “como todo el gobierno estaba en 706 manos de los naturales de esta ciudad, y estos tenían regularmente hijos, hermanos o parientes muy próximos en el clero, se sacrificaban a favor de éste y de sus individuos, que por lo mismo solían mezclarse en la mayor parte de los asuntos de todas las ventajas comunales, y aun en los derechos Reales”. Y por si quedaban dudas en su argumentación expone un caso en el que don Matías se ha comportado con favoritismo para con su familia: se ha negado a firmar el nuevo libro de reparto de la contribución porque en él se cargan los bienes de una capellanía que disfruta su tío carnal, el eclesiástico don Melchor Villanova, quien le gobierna la casa, y “comen y beben juntos, pudiendo en él más la sangre que la ciega obediencia que debe”. El informe de la Audiencia confirmaba en parte las sospechas de aquellos regidores de medianas rentas, que temían regidurías vitalicias para vecinos con “arraigo”. La autoridad regional sugería hacer vitalicios la mitad de los oficios, -la correspondiente al Estado de Infanzones y Exentos-, mientras podía iniciarse un sistema rotatorio anual de dos regidores de la clase de labradores (como en parte aconsejaba el corregidor). De todas formas, el sistema que entendía como más adecuado era el de igualar a Fraga con el resto de las ciudades aragonesas, tuvieran o no voto en Cortes. Finalmente, se aseguraba de que Barrafón, por los informes que le constaban, no fuera propuesto por el Rey como regidor vitalicio porque, si lograba su pretensión, muchas familias se verían precisadas “a desamparar sus hogares y pingües patrimonios por los temores que las infunde su genio, y la impiedad con que son tratados por su orgullo, con el cual conspira a la total ruina de sus conciudadanos, profiriendo públicamente las expresiones de ahorcarlos y prensarlos”.100 Finalmente, el capitán general, al remitir la propuesta al fiscal de S. M. y los informes de uno y otro signo recibidos de la Audiencia y de Fraga, recalca que se necesitan sujetos de caudales y con responsabilidad suficiente al menos en los primeros lugares. Pese a tantas insistencias, el Rey Carlos IV desatendió las peticiones de perpetuidad y siguió con la política del Consejo. De manera que el nuevo cabildo resultaba formado al estilo tradicional, de acuerdo con el antiguo privilegio y cumpliendo al mismo tiempo la norma de sujetos “con arraigo”. En los tres primeros puestos, reservados a los nobles, además del nuevo infanzón don Domingo Arquer de la Torre, -regidor decano vitalicio-, figuraba como regidor segundo don José Junqueras Alastruey, infanzón hacendado y ganadero, que ya había sido regidor primero en un trienio anterior, y como regidor tercero, don Vicente Monfort Badía, también infanzón ya reconocido, comerciante de granos, sedas y con botiga abierta. En la mitad de oficios correspondiente al Estado Llano aparecían José Satorres Jover, Francisco Vera Cabrera y Joaquín Miralles Baulas. 707 Don José Junqueras, de 52 años, contaba en ese momento con 352 libras de renta anual por sus más de cien fanegas de regadío, sus 87 cahíces de tierra de secano y sus más de 850 cabezas de ganado lanar y de pelo. Don Vicente Monfort, de 38 años, seguía los pasos de su padre en el comercio de granos y sedas, con botiga de cerería y confitería, actividades con las que estaba amasando el segundo mayor patrimonio del momento, compuesto por varias casas, más de cien fanegas en la huerta y más de cien cahíces de secano, a los que se añadía una cabaña de 650 cabezas de lana y pelo. Don Vicente, además, como prestamista en dinero y especie, acumulaba a los censales de su padre los suyos propios, con lo que las rentas anuales de su patrimonio fragatino (tenía otro patrimonio importante en Torrente) sobrepasaban las 475 libras jaquesas. Don Domingo Arquer, aunque por su carácter de regidor vitalicio no necesitaba demostrar su arraigo, y aunque quedaba muy lejos de la capacidad económica de los dos anteriores, también estaba formándose un patrimonio mediano con más de 150 libras de renta anual. Los demás regidores, aunque a un nivel inferior a los anteriores, contaban por sí mismos o por sus parientes más cercanos (sus fianzas) con un patrimonio considerable: José Satorres Jover figuraba en el cabreo de industrias con una pequeña renta de 68 libras, pero era el mayoral del ganado de Monfort; Francisco Vera Cabrera, cuyo hermano mayor era uno de los principales comerciantes, con 240 libras de producto líquido, y lo mismo ocurría con Joaquín Miralles, cuyo padre, también comerciante y ganadero, no desmerecía de los infanzones, con unos ingresos catastrales de 350 libras anuales. (Naturalmente las verdaderas rentas de todos ellos eran mucho mayores que las reflejadas en los libros catastro y cabreros de industria). Por último, el abogado don Ambrosio Jover Pirla figuraba en los libros catastro junto con su madre, con el carácter añadido de ganadero, y su renta alcanzaba las 206 libras. A su condición de hacendado unía la de ser yerno del comerciante Andrés Isach, primer contribuyente de Fraga durante las últimas décadas. Don Ambrosio era elegido nuevo síndico en sustitución de Barrafón, después de haberse librado del sambenito de contrabandista que arteramente le había colgado don Medardo Cabrera unos años atrás. 101 Los sujetos de poder buscados por los consejeros de Carlos IV en ese momento eran hacendados con tierras, como siempre; pero su perfil parecía ahora más ligado que en época anterior a la ganadería y sobre todo al comercio; más ligado a lo que realmente proporcionaba liquidez y por tanto solvencia o arraigo. Desde la segunda mitad del siglo, algún comerciante o sus vástagos y parientes habían conseguido un sillón en el consistorio; pero nunca como en este momento. Sus actividades mercantiles y el trato al que se dedicaban como ganaderos, en una 708 fase alcista de los precios de todo género, contribuían a darles un considerable peso económico y, -en consecuencia con la nueva legislación-, político. * * * Con menores expectativas que en su trienio inicial, el corregidor Belezar se apresuraba a sujetar las riendas del poder en el nuevo ayuntamiento. Así, proponía mayor estabilidad en los puestos de servidores públicos. Sugería convertir en trienal el cargo de depositario de los caudales de propios y nombraba como tesorero a don Francisco Barber Viñals, nieto del mayor comerciante de Fraga en la primera mitad del siglo e infanzón como su padre. Suprimía el cargo de síndico personero, de acuerdo con la antigua Orden del Consejo Supremo que advertía no deber nombrarse personero donde hubiera síndico procurador. 102 Al mismo tiempo, delimitaba la consideración social otorgable a los miembros del consistorio, prohibiendo dar trato preferente a nadie más que a ellos en las funciones públicas. (Una restricción que había de ofender en lo más profundo a don Medardo Cabrera, como nuevo “diputado de la granjería yeguar”).103 A su vez, intentaba controlar el incremento de precios de las labores artesanales y contener las exigencias salariales con duras penas de cárcel a los contraventores. Desde su puesto de presidente de la junta de propios, se esforzaba en recuperar el enorme volumen de deudas que muchos arrendatarios de propios y prestatarios del pósito habían acumulado desde hacía años: las “restas” de años anteriores ascendían ya a más de 380.000 reales de vellón de “primeros y segundos contribuyentes”. Seguramente, Belezar creía renovada la confianza Real en su persona y correspondía a ella con diligencia. La Real Cámara había impuesto en 1801 (el acta aparece tachada) a don Domingo Arquer, don Matías Villanova, Francisco Ibarz y José Vilar, miembros del cabildo anterior, la multa de 100 escudos a cada uno por faltar a la verdad en su recurso contra el corregidor, al suplicar removerlo de su empleo “por su cortedad de vista, poca agilidad, suma sordera y otros defectos”. Pero cansado de tantos problemas, él mismo pedía pronto permutar su puesto con el alcalde mayor segundo de Zaragoza, don Valentín Hurtado de Bustamante. El corregidor de Zaragoza, por encargo de la Audiencia, informaba su parecer al Rey. Aseguraba haber tomado las informaciones más fidedignas y de ellas se desprendía que Belezar, aunque de una obesidad considerable, que le dificultaba el andar, y siendo realmente “teniente de oído”, llevaba corrientes los negocios de su juzgado. Pero entendía también que lo que era bueno para Fraga no lo sería tanto para la vara segunda de Zaragoza, por el cúmulo de negocios y frecuentes diligencias personales. Comunicado el expediente al fiscal de S. M., éste sentenció que Belezar sería más útil en Fraga, con lo que la petición fue finalmente denegada.104 709 Pero Belezar tenía sus días contados también en Fraga. La ocasión se presentó a sus oponentes, -declarados y ocultos-, dentro y fuera del consistorio, cuando se anunció la próxima estancia de los reyes y su séquito en Fraga para los días 4 y 5 de septiembre de 1802, de camino hacia Barcelona. El paso del séquito Real, con todas sus consecuencias, obligaba a Fraga y a la comarca a realizar dispendios extraordinarios en el peor de los momentos. La miseria de la mayor parte de los fragatinos, como consecuencia de varios años de cosechas nefastas, dificultaba en gran medida la obtención de los recursos necesarios para cumplir con las obras requeridas desde la Intendencia. Se había ordenado recomponer los caminos de entrada y salida de la población en 700 varas, rehacer la mayor parte de las arcadas del puente, 105 restaurar el cuartel de caballería a cargo de los vecinos y, lo que resultaría de mayor controversia, trasladar el alcabón por el que discurría en algún tramo el camino Real a una nueva ubicación.106 La comisión creada por Belezar para encargarse de los preparativos, -en la que ponía al frente a su amigo Barrafón-, había de enfrentarse directamente con los regidores. Los ediles se oponían a que Barrafón los dirigiera, alegando que los vecinos “se mofarían de ellos” si consentían semejante despropósito. Monfort había adelantado 20.000 reales para los gastos de estancia de los reyes y naturalmente exigía un protagonismo acorde con su generosidad. Varios pueblos de la comarca aportaron también la mayor parte de sus sobrantes de propios y la comisión finalmente pudo llevar a efecto las obras y mejoras requeridas. Desconozco los pormenores de la estancia de los reyes en Fraga en aquella ocasión. Falta del archivo municipal el libro de resoluciones que debió abarcar desde el año 1802 hasta el de 1806 inclusive. Sí conozco por otras fuentes dos consecuencias de aquella entrada y estancia Real: Carlos IV concedía a Monfort la gracia de poner mesón en su casa de la calle de la carretera, (debilitando así el monopolio municipal vigente hasta entonces) y al mismo tiempo decidía jubilar a don Miguel Serrano Belezar pocos días después de su paso por Fraga. Los enemigos del primer corregidor achacaban la decisión regia al ridículo aspecto que ofrecía “la estatua animada” de Belezar en los actos de la entrada y estancia de SS. MM. 710 Los lamentos del nuevo corregidor don Ignacio Luzán y Zabalo. Algunos fragatinos debieron aprovechar la breve estancia del séquito Real para opinar sobre Belezar y sobre la implantación del cargo de corregidor. Y algún consejero Real debió plantear la cuestión al propio monarca. El caso es que el mismo día 15 de septiembre, tan sólo diez días después de su estancia en Fraga, Carlos IV consultaba con el Consejo de Castilla sobre si el establecimiento del corregimiento de letras había dado los resultados apetecidos o si valía la pena restituir a la ciudad a su antiguo gobierno. 107 Luego, el Consejo repetía la ronda de consultas habitual al sustituto del corregidor, a la Audiencia y al fiscal de S. M. El informe de don Domingo Arquer, -regidor decano y regente la jurisdicción en ese momento por vacar el puesto de corregidor-, reconocía haber firmado de buena fe un anterior recurso para volver al antiguo sistema de gobierno. Pero luego vio que no era bueno volviesen los alcaldes ordinarios porque también volverían los excesos y “con más furia”, respecto a que ansiaban por empuñar la vara de tales el doctor don Antonio Labrador Serrano y don Medardo Cabrera, “con otros de su facción que ya amenazaban para cuando lo fuesen”. Aseguraba que estos hombres no eran buenos para tal oficio por su petulancia e ideas particulares, malos pagadores de la contribución, pósitos y otras deudas, y lo concretaba revelando que Cabrera tenía retenido en el almudí –por sus débitos al fondo de propios- una porción de trigo embargada por el corregidor jubilado. Refería Arquer el despotismo de estos hombres y sus parciales y los perjuicios que se seguirían de suprimirse el corregimiento. Por su parte la Audiencia informaba de la división de partidos existente, de las discordias permanentes, de su agitación continua en pleitos civiles y criminales, aumentado todo ello por ser los empleos trienales y por el deseo de disfrutarlos, en especial el de alcalde y su jurisdicción. Señalaba también que los curas párrocos no se atrevían a manifestar su dictamen porque duraba la discordia, y no querían mezclarse en los pareceres de los partidos opuestos. (En realidad los dos curas eran recién llegados a Fraga y desconocían de momento la situación en la ciudad). A la vista de los pleitos que le habían llegado durante el sexenio anterior, entendía que si no se habían conseguido todos los efectos favorables propuestos con el establecimiento del corregidor, se habían conseguido muchos y disminuido “la alteración acalorada” que antes se experimentaba. El 18 de diciembre, el fiscal de S. M. se conforma con la Audiencia y lo mismo opina el Consejo de Castilla, quien dictamina el 13 de julio de 1803 la continuación del establecimiento de corregidor, no sólo por otro sexenio si no hasta tanto las circunstancias hicieran ver su inutilidad o su necesidad.108 711 Aquel trienio de gobierno debía acabar en octubre de 1803, pero, sorpresivamente, al cumplirse el plazo, el Consejo de Castilla no renovó los cargos. Después de haber decidido mantener el sistema rotativo entre las familias con arraigo, se dejó pasar todo un nuevo trienio, entre 1803 y 1806 sin renovarlos, pese a que los regidores, a su debido tiempo, advirtieron al gobierno central su finalización, remitiendo a la Corte la certificación de la sesión en la que se había acordado efectuarlo. El 24 de febrero de 1806 se diligenciaba en sesión de ayuntamiento aquella resolución anterior y dos meses más tarde la Real Cámara iniciaba una nueva ronda de consultas para el trienio 1806-1808. Con la orden, comenzaba de nuevo el ir y venir de los memoriales a la Corte. 109 Mientras tanto, el 22 de diciembre de 1803 había tomado posesión de su cargo el nuevo corregidor don Ignacio Luzán y Zabalo, quien acababa de dejar su puesto de alcalde mayor interino de Jaca. Después de pedir varias prórrogas para su incorporación con el fin de poder pagar la media annata correspondiente al título, tomó posesión del nuevo empleo el 26 de febrero de 1804, después de jurar su cargo ante la Audiencia. Además de su escasez de caudales y una salud quebrantada, traía certificado el cumplimiento de sus funciones, en particular la de haber hecho leer mensualmente la consabida Real pragmática sobre los gitanos. Don Ignacio se percató pronto de la realidad fragatina. Tempranamente sus reflexiones le impulsaron a informar a la Corte de algunos desatinos que observaba con impotencia. Se dedicó a recoger toda la información posible sobre el desgraciado asunto de la acequia del secano, releyendo los múltiples informes guardados en el archivo municipal, y seguramente hubo de escuchar de los propios fragatinos las más divergentes versiones respecto del fracasado proyecto. El corregidor Luzán advertía de la necesidad de poner de nuevo manos a la obra, máxime en unas circunstancias en las que un enorme contingente de jornaleros estaba sin trabajo por las malas cosechas, (más de mil entre los tres pueblos de Fraga, Torrente y Velilla). Entendía que con esta obra podrían ocuparse y “aquietarse”, consiguiendo un jornal para subsistir. El abandono de aquel gran proyecto era achacable –en su opinión- a los propios ayuntamientos, a su “conocida frialdad”; pero responsabilizaba en mayor medida a los propios interesados regantes,... “que por objetos tal vez parciales... no podían conciliarse con su verdadera luz del bien e interés que les podía resultar”. Por eso estaba resuelto, llevado del desinterés y del celo correspondiente al cargo, a intentar reanudar el riego de aquella acequia. Un empeño que no consiguió. Desconocía la resistencia de algunos fragatinos poderosos ante las órdenes que desde siempre decían venerar, acatar y obedecer, pero no cumplir. Pronto toparía con alguno de los más relevantes: don Miguel Aymerich Alaiz era arrestado 712 en 1805 por el corregidor por no querer efectuar las limpias de la acequia antigua y además porque, insolentemente, le había amenazado con recurrir a Zaragoza. Intentando adelantarse, Luzán lamentaba ante la Audiencia que, desde que había llegado a Fraga hacía unos catorce meses y desde la primera noche que tomó posesión, experimentó “acciones indecentísimas” y desacatos “con muy poco o ningún decoro al empleo”.110 Luzán parecía temer el poder de algunos vecinos y la revuelta de muchos otros. En el caso de Aymerich, la razón de su temor podía residir en la influencia que éste tenía en Zaragoza, donde había estudiado y donde se había casado con doña Ana Beyán, sobrina del arcediano de la iglesia metropolitana.111 Sabía que Aymerich no amenazaba en vano con acudir a la capital para recurrir sus actuaciones. Respecto de los “desacatos” que repetidamente producían contra él otros vecinos, debía referirse a las múltiples ocasiones en que su casa fue apedreada durante aquellos años al amparo de la noche. Apedrear la casa del corregidor impunemente no podía ser sino efecto del escaso temor que comenzaba a infundir el cargo en Fraga. O a que algunos vecinos creyeran ver en él la razón de sus males.112 Da la sensación de que tanto las peleas entre los vecinos poderosos por un lado como la miseria de la mayoría por el otro, eran proyectadas sobre la figura del corregidor. El temor de la máxima autoridad fragatina al posible “desenfreno de la plebe” era patente. Un temor coincidente al que comenzaba a manifestar alguno de aquellos comerciantes que estaban enriqueciéndose en medio de una coyuntura tan adversa: el catalán Cortadellas escribía por aquellas fechas a su administrador en Fraga recomendando prestar alguna porción de trigo para la siembra porque “la miseria es general y a tots nos fa molt temor lo desenfreno de la plebe”.113 Desenfreno que había temido el corregidor, por ejemplo, con ocasión de la nueva quinta para el ejército en 1806. Don Ignacio publicaba un bando llamando a los mozos a alistarse y al acto del sorteo en la plaza pública, presidido por él mismo y por los regidores. Amenazaba con castigar severamente a quienes alterasen el orden por cualquier motivo, en lugar de presentar sus quejas ante los tribunales. No deseaba se repitiese lo sucedido en la anterior ocasión, (siendo alcalde don Medardo Cabrera) cuando algunos “hijos de familia” habían conseguido hacer valer sus excepciones. Don Ignacio temía que se produjesen los mismos “funestos efectos” en los que prevaleció la fuerza de algunos frente a la autoridad y al gobierno político. Desenfreno que don Ignacio temía también cuando se resistía a admitir la confabulación de los comisarios electores de parroquia al tiempo de elegir un nuevo diputado del común. Era aquella ocasión en que don Medardo Cabrera salía elegido diputado, siendo veintidós de los veinticuatro comisarios electores familiares suyos. 713 7.2.3 El poder local durante la guerra de la Independencia. Los tumultos de la plebe frente a los poderosos. Al corregidor Luzán le afectaban las consecuencias de una coyuntura agrícola desastrosa, con “años malos” reiterados cada dos o tres cosechas, y no exageraba cuando advertía del peligro que para la tranquilidad pública suponían los más de mil jornaleros sin trabajo en la comarca, a la espera de poner en regadío nuevas tierras con la acequia del secano. La escasez había originado la carestía, y con ella la incapacidad de muchos para devolver al pósito el grano tomado en préstamo para la siembra. Los deudores de propios se acumulaban año tras año en una lista interminable, arruinando las rentas del común. La ruptura de hostilidades entre España y su antigua aliada, la Francia de Napoleón, llevaría hasta límites insoportables la condición miserable de muchos vecinos pobres y menos pobres. En los últimos años, los ediles eran conscientes de los alborotos que podían derivarse de semejante crisis de subsistencias, máxime cuando la especulación de algunos poderosos con el abasto del trigo y la picaresca de otros en su comercialización, dejaban bien a las claras la escasa voluntad de socorrer a una población agrícola empobrecida. Junto a ella, los restantes sectores productivos se resentían también de la crisis, con lo que las actividades artesanales y algunos comerciantes veían disminuir sensiblemente sus ingresos en los últimos años, y hasta la nómina de los ocupados en tales menesteres se reducía. La penuria de muchos fragatinos, agricultores y no agricultores, parece estar en la base de una conflictividad social creciente, que encontrará su válvula de escape con ocasión del inicio de las hostilidades contra los franceses en mayo de 1808. El 19 de marzo de 1808, el rey Carlos IV había abdicado en su hijo Fernando. Era la consecuencia del motín de Aranjuez que destituía al favorito Godoy, hasta entonces todopoderoso Príncipe de la Paz. Su política de alianza con Napoleón había propiciado la presencia de tropas francesas en suelo español, con la excusa de ocupar Portugal. La supuesta alianza se trocaba en hostilidad una vez que Carlos IV y Fernando VII cedían en Bayona la corona de España a Bonaparte y algunos españoles tomaban conciencia del desastre. El estallido de la guerra, con los sucesos de mayo en la Corte y sus consecuencias, sería conocido pronto en Fraga. Oficialmente, la primera proclama patriótica llega a la ciudad el día veintinueve. Se recibe en ayuntamiento la del Excelentísimo Sr. don Josef Rebolledo de Palafox y Melci. Habían transcurrido tan sólo tres días desde su aclamación como capitán general de Aragón por el pueblo zaragozano.114 Se ordena en ella celebrar inmediatamente Cortes el día 6 de junio en Zaragoza “atendidas las urgentísimas circunstancias en que se ve constituido este Reyno, en que el Gobierno Superior y el Consejo de la Nación no pueden obrar 714 con libertad”. Dispone que el ayuntamiento nombre a un caballero regidor que asista a ellas. De acuerdo con la proclama, deben formarse compañías de milicianos de a cien hombres cada una y, para su organización, se ordena también la constitución de una “junta de gobierno” local. El ayuntamiento se apresura a definir dicha junta ese mismo día, quedando formada por cuatro eclesiásticos miembros del capítulo y cuatro personas del Estado Noble: don Miguel Aymerich, don Medardo Cabrera, don Vicente Monfort y don Antonio Junqueras, sin discrepancia en los nombramientos. 115 La junta no sustituye al consistorio, sólo lo complementa y aparentemente le confiere mayor autoridad ante los vecinos. No se trata en absoluto de una junta creada a instancia popular, ni sus componentes son elegidos por los tradicionales comisarios de parroquia ni por otro medio electivo. Se trata de una junta de notables, nombrada por el ayuntamiento al uso del país, para atender competencias y urgencias que se supone excederán a las ordinarias de los regidores. Están representados en ella tan sólo el estado eclesiástico y la pequeña nobleza local; sus más activos individuos del momento; los más influyentes. La siguiente reunión del consistorio será mucho más agitada. En presencia del corregidor Luzán, el primero de junio es elegido por sorteo el regidor decano, don Domingo Arquer, para asistir a las sesiones de Cortes en Zaragoza. La decisión la han tomado los regidores a solas, sin la concurrencia del síndico y los diputados del común. La protesta de éstos obliga a una nueva votación al día siguiente y, pese a evidenciarse la mejor capacidad para el puesto del síndico abogado don Antonio Sudor, los regidores -sujetándose a las normas- se empeñan en mantener el nombramiento de Arquer, quien parte hacia la capital del Reino. Paralelamente, las noticias sobre la traición de los franceses a los Pactos de Familia se suceden en Fraga, donde la indignación se concreta en revuelta popular a imitación de lo ocurrido en Zaragoza y en otros lugares con anterioridad. 116 Los ánimos de muchos fragatinos se exaltan con celeridad, inflamados de patriotismo. Su explosión violenta se traduce en varios hechos de aparente similitud en su expresión, aunque en realidad de muy diverso significado. El patriotismo opone claramente españoles a franceses o patriotas frente a traidores; pero esto es sólo la expresión externa de un malestar más profundo. Muy pronto se exterioriza también la oposición y el intento de revuelta del pueblo llano frente a los acomodados. Los dirigentes municipales del momento, aterrados por los acontecimientos que se suceden vertiginosamente en Fraga durante los dos primeros meses de guerra, así lo comprenden de inmediato. El inicio del conflicto bélico va a proporcionar la ocasión para poner de manifiesto odios y rencores, derivados de la penuria general, frente a la riqueza y el dominio de unos pocos, que dilata la 715 diferenciación económica y social anterior, percibida ahora como profundamente injusta. El asesinato del notario don Nicolás Catalán, secretario del ayuntamiento y del pósito de granos, tildado de traidor, será la primera advertencia de los desmanes que se suceden en fechas inmediatas, con el encarcelamiento y asesinato de franceses avecindados en Fraga desde hacía años. La recién creada junta de gobierno, temerosa de nuevos atentados, emite un bando prohibiendo la reunión en público o en privado de más de tres personas, (sobre todo si son mujeres); se prohíbe hablar de sedición; se obliga a devolver los bienes de franceses que algunos vecinos se habían apropiado y luego se emite nuevo bando, el 29 de junio, en el que se organiza el control de la población mediante patrullas formadas por vecinos de confianza. Serán los encargados de controlar su propia calle y barrio, con la potestad de elegir bajo juramento de confidencialidad a otros vecinos para que les comuniquen cualquier intento sedicioso. Pero las disposiciones de la junta no serán acatadas de buen grado y muchos vecinos consideran traidor a su presidente, por la formación de las patrullas. García Cárcel ha afirmado con rotundidad que la primera misión de las juntas locales fue el control del terror inicial... Que se intentó recuperar armas, controlar el orden, aplacar a los trabajadores más pobres y desde luego aprestarse para la guerra. De manera que –como vemos ocurrió en Fraga- “el deslizamiento hacia la resistencia anti francesa se convirtió en el aglutinante principal por encima de la solución de los problemas sociales que inicialmente habían movilizado al pueblo”.117 Lo que desde el corregidor, los regidores y la junta de gobierno se ve como “tumultos de la plebe”, desde el Estado Llano se percibe como oportunidad para exteriorizar su rencor por la miseria en la que malviven. Aquellos procuran manejar la situación para que, sin escapar a sus manos, les permita pasar el trago sin sobresaltos ni pérdidas en sus patrimonios. Éstos, en cambio, quieren aprovechar la guerra para la revuelta. Una pequeña rebelión que, con el banderín del patriotismo, recuerda mucho anteriores motines de subsistencia y que acaba por costarle la vida al propio corregidor Luzán. “Hombre pacífico y bondadoso”, según diría de él años más tarde el cura Obis, no pudo resistir tantos ultrajes dentro y fuera del ayuntamiento. Después del último desacato, una vez llegado a su casa, le atacó un vómito de sangre, que, repitiéndose algunas veces, por último acabó con su vida. A su regreso de Zaragoza, difunto ya el corregidor, el regidor decano Arquer toma las riendas del consistorio y decide como primera medida la excarcelación de los vecinos presos por tumultuarios. Se supone que la medida calmará los exaltados ánimos de quienes ya se atreven a apedrear con nocturnidad su casa y las de los miembros de la junta de gobierno. Los mismos que amenazan también 716 con asaltar las cárceles y asesinar al resto de los franceses presos en ellas. Patriotismo exaltado de día y rencor hecho pedrada durante la noche. Están formándose las dos compañías de voluntarios que acudirán al sitio de Zaragoza y el ardor guerrero de muchos vecinos proporciona otras pruebas de la división social en la que Fraga está inmersa. La proclamación del comandante de las milicias será la chispa que produzca una nueva “emoción”. Los propuestos por Lérida para el mando no responden a las expectativas de la mayoría de los alistados y entre los miembros de la propia junta se produce una encendida disputa. Parece el enfrentamiento entre dos concepciones de la milicia. La fuerza del paisanaje dirigida por líderes naturales frente a la del ejército jerarquizado. Los propuestos desde la comandancia en Lérida son todos vástagos de casas “con arraigo”. El decano Arquer y el síndico Sudor llegan a las manos y el primero pretende encerrar al segundo en el calabozo. La formación de las primeras milicias en Fraga es otro ejemplo de la subversión de la jerarquía social establecida hasta entonces, que se tambalea con el estallido de la guerra. Es otra faceta de la revuelta popular frente a los “pudientes”. Sin embargo, la gravedad de los acontecimientos bélicos exige de inmediato tanto el aplazamiento de las disputas internas como la renuncia al posicionamiento defensivo de las autoridades locales. Cuando los atemorizados miembros de la junta declinan asistir a las reuniones en la casa consistorial, los regidores se ven obligados a pedir auxilio al gobernador de Lérida (Zaragoza está sitiada por los franceses) para que con su fuerza militar sofoque la revuelta popular. El 5 de agosto le describen por correo lo sucedido hasta entonces y le ruegan el envío de una columna de soldados que apacigüe a la población. Entienden necesario también reponer la figura del corregidor, “un exerciente activo, sabio y prudente que, teniendo a su disposición una compañía de cien hombres armados, pueda acordar las serias providencias que exige un negocio de tanta consideración”. Advierten que de no poder contar con un nuevo corregidor (para el que hay dotación de once mil reales que la junta está dispuesta a proveer, pese a que apenas hay existencias en el arca de propios) sería preciso condescender a las exigencias del pueblo, que no confía en la junta actual, permitiéndole constituir una nueva junta a su antojo. “¡Quán fatal sería esta situación!” exclama el ayuntamiento. Sería un nuevo ejemplo de aquella “nefasta democracia” introducida en el gobierno con los diputados del común. El pueblo quiere participar en las decisiones que sabe urgentes y que afectarán a sus intereses. Por ello, en sesión extraordinaria, ayuntamiento y junta deciden constituir una nueva, con mayor entronque popular. Convocan a los priores y clavarios de todas las cofradías de oficios y procuran convencerles de que designen a un individuo de cada una de ellas, para que asista a deliberar en la 717 junta los asuntos de que se trate, “en beneficio de la Religión, Rey y Patria”. Quienes resulten nombrados tendrán iguales competencias que los actuales miembros. Se trataba de ampliar la anterior junta de forma orgánica, encaminada a la defensa de los iconos tradicionales, sujetando y encauzando de este modo el poder incontrolado de los “tumultuarios”. El gobernador de Lérida acude en socorro del consistorio con el envío de un destacamento militar y el nombramiento de un nuevo corregidor interino, don Joaquín Castel. Desde entonces, la situación se calma por un tiempo. El final del primer sitio de Zaragoza permitía al general Palafox hacer efectivas sus decisiones de ámbito regional, de manera que su poder y autoridad parecían contener las expectativas de cambio desde la base. Su “bando general” sobre confiscación de bienes a los franceses no naturalizados debió frenar las posibilidades “patrióticas” de protesta civil en los pueblos. Palafox insistía en la prioridad de atender las urgencias de la guerra en el conjunto de Aragón, antes que la de encerrarse en las luchas intestinas de los pueblos. Para ello, solicitaba la cooperación de los pudientes, mediante su aportación económica y la del pueblo mediante su contribución personal al ejército.118 Restablecidas momentáneamente las instituciones, nuevas órdenes se sucederán al bando inicial de Palafox, relativas a la necesidad de que los ayuntamientos y juntas locales mantengan la quietud y sumisión a las leyes. Así lo exhorta la Orden del Real Acuerdo de fecha 12 de septiembre y la del día 15 del mismo mes por la que se crea un Tribunal de Seguridad Pública “que conozca y juzgue los delitos de traición contra la Patria, sublevación contra las autoridades constituidas, adhesión qualificada al gobierno francés y quantos se dirijan a turbar ” la tranquilidad pública en las actuales circunstancias .119 Cuando Palafox remite el nombramiento de un nuevo corregidor para Fraga, el interino saliente pide a los regidores le certifiquen el correcto desempeño de sus funciones “por haber restablecido la tranquilidad pública”.120 Ese mismo día, 22 de octubre, tomaba posesión del cargo el nuevo corregidor don Joaquín Fernández Company, quien venía nombrado por un período de seis años, porque así convenía según Palafox, “a la justicia, paz y sosiego de esta ciudad”. Paz y sosiego que no se conseguirían durante aquel invierno. El 4 de enero de 1809 se celebraba –con sigilo- sesión extraordinaria del cabildo en los aposentos del corregidor. De nuevo se proponía nombrar cuatro alcaldes de barrio para vigilar día y noche, de ronda, y sofocar cualquier intento de alterar la tranquilidad pública. Habían vuelto a repetirse la conmoción y alboroto de meses anteriores, con motivo de las falsas noticias publicadas respecto de la rendición de Zaragoza. El corregidor advertía que los alborotos no eran hijos del patriotismo y del celo, sino del abuso 718 de algunos malintencionados, quienes se valían de la ocasión para insultar a los vecinos honrados y, tal vez, pretendían repetir los excesos cometidos el mes de junio anterior. Le constaba, de forma confidencial, que por hallarse casi rendida Zaragoza y en continuo revuelo la ciudad de Lérida, se estaba preparando una “revolución”, cuyo objeto era saquear a los poderosos, atropellar la justicia (a él) y a los vecinos acomodados. Los mandatarios locales parecían estar viendo el espectro de aquellos sans-culottes franceses de quince años atrás; temían “la hidra de la anarquía”.121 Por ello estaban decididos a poner un pronto y exacto remedio que evitase, con las precauciones correspondientes, el “rompimiento del pueblo”. Unánimes, los regidores acordaban establecer una guardia de tranquilidad, compuesta de los vecinos más honrados y “que tuvieran bienes que perder” en caso de una revolución. José Satorres Jover, Manuel Bollic, Felipe Vilar y Joaquín Cabrera Mañes serían los alcaldes de barrio encargados de organizar las rondas. El corregidor vigilaría la disposición y fabricación de armas por parte del pueblo. El sometimiento del poder interior a las exigencias de un ‘exterior’ intruso. Finalmente, la temida revolución no llegó a materializarse por el curso de los acontecimientos externos. El 21 de febrero de 1809 capitulaba Zaragoza ante las tropas francesas, después de un prolongado asedio. Desde finales de mes el marqués de Lazán está en Fraga, donde tiene establecido su cuartel general, y la tranquilidad en la población es total.122 Cuando las tropas españolas marchan de la ciudad el día 4 de marzo vuelve la intranquilidad, que se convierte en miedo ante la proximidad de los franceses. Los regidores se apresuran a quemar y “extraviar” cuantos documentos comprueban las operaciones de fidelidad y patriotismo “que tanto distinguían a los españoles y ofendían a aquel” (al francés), para evitar sus rigores.123 Una vez aligerado el archivo municipal, la mayoría de los ediles huyen de Fraga, siguiendo los pasos del propio corregidor, que se lleva consigo los escasos dineros del arca de propios. La primera entrada de los franceses en Fraga representaría el principio de un desorden progresivo en aquel equilibrio inestable. El día 8 de marzo de 1809, a la llegada de 11.000 franceses comandados por el Mariscal Duque de Treviso, quedan sólo como componentes del consistorio don Francisco Portolés, regidor, el diputado del común Dr. Guillermo Foradada y el síndico don Antonio Sudor. 124 Los fragatinos se enfurecen, sospechando que el corregidor conocía con anterioridad la llegada de las tropas, pese a lo cual no se habían previsto las raciones necesarias. La ciudad es saqueada por los soldados, que arrasan cuanto encuentran en las casas de los huidos. Pero el alboroto no se limita a sus estragos; algunos vecinos aprovechan para saquear, también ellos, las de algunos “emigrados”. Cinco días después, el 719 acta de la sesión de ayuntamiento recoge el juramento de fidelidad a José I que se ven obligados a realizar los tres ediles y los eclesiásticos en una ceremonia solemne en la iglesia parroquial. Cuando los franceses abandonaron la ciudad al cabo de dos meses, alguien barró el acta que certificaba aquella ceremonia ante el temor de posibles represalias del ejército español que la ocupó a continuación. Hasta la primera entrada de los franceses, el consistorio había aceptado las directrices iniciales del corregidor Fernández Company. Tras su huida, la situación cambiará radicalmente. Reincorporados los miembros del consistorio con la proximidad de las tropas españolas, intentan resistir la orden del marqués de Lazán, quien desde Tortosa les ordena restituir al corregidor en su puesto. El ayuntamiento advierte al marqués del peligro de una nueva conmoción en el pueblo y por ello no lo repone. Don Luis Palafox replica que ha enviado a Fraga a un sujeto de su confianza, que no observa ningún peligro de conmoción popular y, por tanto, no puede permitir “que tal vez por fines particulares de algunas personas se extinga una jurisdicción establecida por el Rey y se deponga de ella a quien la ocupa, sin justa causa ni legítima autoridad”. Una semana más tarde el corregidor vuelve a estar en Fraga, dispuesto a afrontar y controlar la situación. El 19 de agosto preside una tensa sesión desde su sitial. En un encendido discurso reivindica su actuación ante los regidores, a quienes acusa de haberle calumniado, haciendo creer al pueblo su intención de apropiarse del dinero público y del producto del trigo de particulares a él confiado. Ahora, ajustadas las cuentas con su salario, todavía le deben dinero. Les recrimina la petición de supresión del corregimiento, cuando más falta hace en Fraga. Les alecciona sobre la conveniencia de una autoridad fuerte, que frene todo tipo de excesos y pueda juzgar posibles litigios con capacidad suficiente. En realidad, insinúa también que las autoridades españolas necesitan de su contribución y que por ello le respaldan totalmente. Será él, mejor que los regidores, quien consiga de los vecinos los extraordinarios esfuerzos que exija la contienda. Será él quien mejor someta su rebeldía. Pero será él también quien mejor explique al ‘exterior’ las dificultades para atender algunas de sus exigencias contributivas. Les conviene ir todos a una. Pero, por si acaso dudan de su autoridad, Company consigue que un tribunal militar español juzgue las actuaciones del ayuntamiento en su ausencia. Arquer había regresado de Zaragoza a Fraga durante la “emigración” del corregidor y de la mayoría de los regidores. Sus decisiones como juez durante la primera estancia de los franceses y sus desobediencias al corregidor a su regreso, eran interpretadas ahora como sospechosas de colaboración con el enemigo. El 5 de octubre de 1809 se interrumpían las actas de ayuntamiento. Alguien cosió más tarde, junto al acta de ese día, la sentencia contra don Domingo Arquer de la Torre, fechada en Morella 720 a 13 de febrero de 1810. El corregidor conseguía que los responsables del momento fueran condenados por desobedecer sus órdenes y en particular Antonio Lafuente, don Francisco Portolés, don Antonio Sudor, don Guillermo Foradada y don Medardo Cabrera. La condena más severa era la de Arquer, a quien se confinaba por un año al castillo de Mequinenza y, además, se le inhabilitaba a perpetuidad para ejercer la jurisdicción, aunque se le mantenía en el cargo de regidor por ser una gracia concedida por S. M. Se le amenazaba también con ser más rigurosos si volvía a desobedecer las órdenes de su superior, y se daba acción ante los tribunales a los particulares perjudicados por sus exacciones y multas. Al resto de los condenados se les recordaba la sumisión debida al corregidor y se les advertía que, si no veían su figura como necesaria, lo propusiesen al Rey sin innovar nada por su cuenta. La sentencia contra Arquer podía ser correcta respecto a la falta de sumisión al corregidor, pero no parecía serlo respecto de sus actuaciones entre los franceses. Lo atribuible a Arquer era, en realidad, su resistencia al ‘exterior’, como siempre. Además, su oposición a las disposiciones y exigencias externas se había hecho efectiva después de recabar la opinión de los veintinueve mayores hacendados y de los eclesiásticos del capítulo. Todos eran cómplices. 125 Similar temor a los franceses experimentarían los regidores durante su segunda ocupación de Fraga. Desde el 7 de octubre de 1809, una nueva guarnición francesa se instalaba al otro lado del río, junto al puente, construyendo a su cabecera un fuerte para su protección y control. Su estancia se prolongó esta vez por cinco largos meses, hasta el 24 de febrero de 1810, cuando el ejército francés se lanzó al asedio de Lérida.126 Se había iniciado una guerra de desgaste, con ocupación de las plazas principales del territorio y con el establecimiento de contingentes en los puntos neurálgicos de las comunicaciones. El propósito de los generales del ejército de Suchet era el de unir las tropas que operaban en el valle del Ebro con las de Cataluña, lo que se consiguió con la ocupación de Zaragoza y Lérida. Fraga quedaba en medio, en situación de franca opresión, con nuevo saqueo inicial y extorsiones posteriores de todo tipo durante un larguísimo invierno. Quince días después de la marcha de los franceses se presentaba en Fraga el 10 de marzo de 1810 don Francisco Aymerich, teniente coronel del Tercer Batallón de Fernando VII, con una partida de tropa para incendiar el puente de tablas y dificultar de este modo las comunicaciones del enemigo. Arrestado el regidor decano Arquer por el ejército español y huido de nuevo el corregidor, durante aquella primavera ejerció la jurisdicción el regidor segundo José Reales.127 La sesión del 30 de marzo de 1810 ilustra las penurias sufridas bajo el yugo francés. Los regidores se responsabilizan unos a otros de la falta de dinero para la composición de las barcas que deben cruzar el río junto al puente quemado. 721 Salen a relucir las multas que Reales cobró de varios vecinos por su desobediencia y que utilizó “para proveer las mesas de los generales franceses aposentados en Fraga y surtirlos de tabaco”. Es la resaca del miedo sufrido bajo la amenaza de las bayonetas y que escasamente contará con dos meses para expresarse libremente. Cuando los franceses entran por tercera vez en Fraga el 21 de mayo de 1810, será para quedarse durante casi tres años. Precedía a su llegada una orden terminante de Suchet confiscando los bienes de los principales hacendados. Su decreto de 7 de mayo establecía una “junta de emigrados” con los nombres de los fragatinos huidos el año anterior. De ellos, diecinueve miembros del capítulo eclesiástico y treinta y cuatro vecinos laicos, junto al corregidor Fernández Company. Suchet les obligaba a costear la reconstrucción del puente sobre el Cinca y comisionaba a uno de ellos, don Medardo Cabrera, para hacerse cargo de la dirección de los trabajos. La actuación de Cabrera en este ámbito sería uno de los conflictos subyacentes entre vecinos poderosos durante la guerra e incluso después de su conclusión. Fraga bajo el poder de José I. La municipalidad al estilo francés. El mismo día de su llegada, los franceses proceden a la sustitución del ayuntamiento, “por finalizar el tiempo para el que han sido nombrados” sus componentes. Desde el cuartel general de Fraga, con la aprobación de Suchet, el general Musnier nombra corregidor a don Vicente Bamala, natural de Barbastro y adicto al nuevo régimen, quien ejercerá el cargo hasta el 23 de febrero de 1811, cuando es designado alcalde mayor de Alcañiz. Junto a él, ocupan los sitiales seis regidores, el síndico procurador y dos diputados. De momento, se mantenía sin cambios el organigrama de poder tradicional. De inmediato, don Vicente Bamala ordena a los considerados “emigrados” certificar sus bienes y rentas con el fin de confiscarles lo necesario para la reconstrucción del puente. Presentan su declaración dieciocho eclesiásticos y veintiocho vecinos laicos.128 Junto a esta “contribución extraordinaria”, proporcional al patrimonio de los huidos, se imponen a todo el vecindario otros impuestos sobre el consumo, además de reclamar los tributos ordinarios a los que Fraga se halla sujeta. Y, a continuación, -en aplicación de su ideología revolucionaria-, los franceses nacionalizan los bienes de los tres conventos de regulares y requisan el diezmo correspondiente a la sede vacante del obispado. Una acción que pronto imitarían los españoles en Cádiz, respecto de los “religiosos holgazanes”. La reforma del poder local sería su siguiente imposición. El 18 de diciembre de 1810, el ahora gobernador general de Aragón, Suchet, ordenaba “arreglar” el 722 gobierno civil de los pueblos comarcanos y la administración de justicia, de manera que quedaran separadas las funciones de gobierno, de las económicas y de policía, y de las de justicia, servidas respectivamente por un corregidor, los regidores y un alcalde mayor, bajo las órdenes y supervisión del intendente y de la Audiencia. 129 El decreto de Suchet permitía además la creación en las cabezas de distrito de una junta municipal o “municipalidad” consultiva. Para acatarlo, se producía el 12 de enero de 1811 una reunión extraordinaria de vecinos, que debía regular su elección. Los representantes del municipio en dicha junta iban a ser elegidos por y entre los mayores contribuyentes, con el requisito de su aprobación final por las autoridades francesas. Habían sido convocados para ello diecinueve vecinos como “sujetos de los pudientes y propietarios” 130 y, con el fin de conseguir su colaboración activa, Suchet les conmutaba la pena de confiscación de bienes por una multa conjunta de 100.000 reales de vellón, a prorratear proporcionalmente según los haberes de cada cual.131 Muchos de los ahora convocados figuraban incluidos en aquella primera lista de emigrados sancionados. Suchet pretendía con ello contemporizar y ganar adeptos. De la junta extraordinaria salían elegidos componentes de la nueva municipalidad los siguientes: como presidente don Antonio Barrafón Fox; como vocales don Vicente Monfort, don Guillermo Foradada, Joaquín Cabrera Mañes, Miguel Jorro, Antonio Pomar Roca, Manuel Bollich y Antonio Lafuente. Muy pronto, por defunción de don Antonio Barrafón, ocuparía la presidencia Monfort. El nuevo organigrama de poder respondía a la reestructuración que los franceses estaban llevando a cabo en el Reino. Por decreto de José I, de 18 de abril de 1810 se habían creado 38 prefecturas para todo el territorio nacional, siendo el prefecto cargo sustituto del anterior intendente. Las prefecturas se dividían en “partidos”, cada uno de los cuales podía subdividirse en “distritos”. Se agruparían en cada distrito los pueblos más próximos, con un total mínimo de quinientos vecinos. Una vez determinados ambos, se situaba un corregidor principal en la cabeza de partido y uno subordinado en cada distrito, con dos regidores en cada pueblo con suficiente población. Además, en cada distrito se nombraba una junta municipal anual, de carácter consultivo, para cuidar los intereses del común e inspeccionar las cuentas de quienes manejasen caudales públicos y repartiesen las contribuciones.132 En el decreto de 18 de diciembre de 1810 se había considerado a Fraga cabeza de distrito y por la instrucción de 29 de febrero de 1811 se le agregaban un conjunto de pueblos y aldeas hasta superar la cifra mínima de 500 vecinos. 133 Consecuentes con esta organización, los vocales de la municipalidad se habían reunido para hacer la propuesta de corregidor de distrito y de los dos regidores 723 correspondientes a Fraga. El presidente Barrafón –nemine discrepante- propuso para corregidor la terna de don José Rubio-Sisón Viñals y don Ramón Portolés; para regidor primero la terna de Lorenzo Foradada y Raimundo De Dios, y para regidor segundo la de Felipe Vilar y Agustín Galicia. El 23 de marzo Suchet nombra corregidor de Fraga a don José Rubio-Sisón Viñals por los servicios prestados y “celo acreditado al gobierno”. Como depositario de propios nombra a Miguel Jorro y como peritos tasadores de los bienes nacionalizados a don Medardo Cabrera y a Francisco Ibarz. Días más tarde, el corregidor Rubio sugiere al administrador general de Bienes Nacionales y al intendente hacer de Fraga cabeza de partido por comprender su distrito la villa de Mequinenza y otros pueblos distantes de la capital, y se propone a sí mismo para continuar como administrador de Bienes Nacionales del distrito, con el mismo sueldo de 6.000 reales que disfruta como corregidor. El poder de Rubio pretende traspasar el ámbito local y proyectarse sobre la comarca, acumulando su gestión desamortizadora a su creciente poder político. Al mismo tiempo, la municipalidad advierte pronto su posición subordinada al corregidor. Inmediatamente se produce un enfrentamiento entre el corregidor Rubio y la municipalidad presidida por Monfort, a la muerte de Barrafón. Como no podía ser de otro modo se trata de un conflicto de competencias. Rubio y Monfort son los líderes de las facciones enfrentadas en Fraga. A propósito de una orden sobre la necesidad de limpiar la acequia, el corregidor rompe el bando que había hecho publicar la junta, porque entiende que los bandos son sólo de su competencia. La municipalidad en cambio, entiende que es de su inspección dirigir y cuidar todos los asuntos que en el anterior gobierno estaban reservados a la junta de propios y administrar todos los intereses del pueblo como única encargada de semejante objeto, de acuerdo con la instrucción subsiguiente al decreto de Suchet. La municipalidad sugiere al corregidor Rubio que se dedique a recaudar de los vecinos lo que deben de contribuciones a los franceses. (De este modo será Rubio y no Monfort quien se haga odioso al pueblo). Rubio devuelve airado el oficio y les ordena recoger las contribuciones en especie, advirtiéndoles que mientras no lo hagan, permanecerán arrestados en la sala de juntas. Los municipales no se consideran sujetos a su autoridad y jurisdicción para semejantes mandatos, pero se resignan a acatarlos, “por no sufrir su violencia”. Obedecen, pero al mismo tiempo acuerdan poner el hecho en conocimiento de las autoridades, dispuestos a declarar ante ellas lo que convenga. Al mes siguiente, nueva pugna entre corregidor y munícipes. Suchet había ordenado en su decreto que las municipalidades se incorporasen los bienes nacionalizados y los derechos que por aquella orden se les conferían. El corregidor 724 Rubio les recuerda repetidamente su obligación de acatar y cumplir el decreto, sin resultado. No quieren hacerse responsables de las consecuencias. Nadie se atreve en Fraga a arrendar las tierras confiscadas a los religiosos. Tercer conflicto de competencias: en uso de sus funciones de inspección, la municipalidad presidida por Monfort pretende controlar el funcionamiento y cuentas de la factoría instalada en Fraga para el abasto de las tropas francesas, concedida al vecino Isidro Martí, pariente del corregidor Rubio. Otro motivo de enfrentamiento que se prolongará durante el dominio de los franceses y explotará una vez finadas las hostilidades.134 Algunas de las acciones de Rubio serán desautorizadas pronto desde Zaragoza. La concesión de terrenos próximos a la población para la “construcción” de huertos a algunos de sus allegados, ponen en tela de juicio su objetividad y desinterés. De forma que, al tiempo de tener que renovarse la municipalidad, en septiembre de 1811, las autoridades francesas piden a los miembros salientes un informe confidencial sobre el corregidor del partido. Su presidente Monfort y otros miembros (Cabrera, Lafuente y Pomar) redactan un informe que cabe suponer negativo, mientras el doctor don Guillermo Foradada se opone al mismo. Foradada, primo hermano de Rubio, “para quien trabaja como escribiente por seis reales diarios”, quiere, junto con Jorro, que se haga nuevo informe. El firmado por éstos dos últimos afirma de Rubio un comportamiento digno de alabar, “qual exigen las circunstancias de un corregidor no menos celoso por el servicio de la nación que amante de su patria, a quien, lejos de proporcionarle perjuicios, le ha procurado todo beneficio, sin que haya dispuesto de fondos ni fincas algunas públicas”. Ninguno de los informes conseguía frenar las rivalidades entre los ediles, a la espera de una nueva confrontación de fuerzas. Aquellos días, Monfort y Rubio utilizaban sus respectivas influencias en Zaragoza para continuar en sus puestos, mientras se añadían a una nueva municipalidad don Medardo Cabrera, Lorenzo Foradada (íntimos de Monfort) y otros dos vocales, vecinos de otros pueblos del distrito, en sustitución de don Guillermo Foradada y Miguel Jorro, que pagaban los platos rotos por su informe favorable a Rubio. En realidad, unos y otros se arrimaron “al francés” en cuanto vieron duradero su gobierno. La correlación de fuerzas en la junta parecía decantarse del lado de Monfort y de su allegado Cabrera, pero Rubio contrarrestaba pronto el poder creciente de sus oponentes. El 3 de noviembre de 1811 exhibía una orden del comisionado del “Gobierno de la Orilla Izquierda del Ebro” desautorizando las acciones llevadas a cabo por la nueva municipalidad, “que carece de poder ejecutivo y de nombramiento oficial”, al tiempo que el corregidor debía ceñirse a sus atribuciones específicas sin hacer nombramientos que no le correspondían. 725 Había nombrado depositario de propios a don Guillermo Foradada (su sirviente) y como recaudador de impuestos a Miguel Rozas. En cualquier caso, la consolidación de Rubio en el poder quedaba pronto en suspenso al ser tachado de afrancesado por las tropas españolas que durante algunos días del mes de enero de 1812 entraban en Fraga, ocupando el vacío dejado por la División francesa del general Saveroli.135 Tras su efímero paso, los franceses insisten en su sistema de gobierno local, pero nada será ya igual: los miembros de la tercera y cuarta municipalidad, -que abarcan desde el 8 de febrero de 1812 hasta fines de septiembre de 1813-, evidencian que los mayores propietarios se desentienden del gobierno local para dedicarse a sus intereses particulares. Quienes son elegidos como vocales por Fraga se cuentan en el grupo de los labradores medianos, sin autoridad suficiente para controlar las acciones de los poderosos. El propio corregidor local, Pablo Teixidó, es un labrador que al concluir la guerra se reconoce a sí mismo como “de talento corto y limitado, sin tener disposición natural para el foro, cuya sencillez apenas le habilita para el manejo de su casa”.136 Tan sólo el presidente de la tercera municipalidad, el abogado don Antonio Sudor Sansón, es de familia acomodada, auto titulado caballero, aunque sin el reconocimiento público de serlo. De todos modos, las deliberaciones y decisiones de estos dos consistorios sólo pueden conocerse de forma indirecta, puesto que los libros de actas se suspenden en marzo de 1812 y no se reanudan hasta octubre de 1813. En el ínterin, las actividades de los fragatinos “pudientes” discurren en el ámbito de la actividad privada, recuperada con la generalización del gobierno intruso en el territorio. Los numerosos pleitos entablados entre aquellos vecinos poderosos al finalizar la guerra, como consecuencia de dichas actividades, junto con el análisis de sus patrimonios antes, durante y después de la contienda, permiten comprobar que para algunos de ellos el período no fue tan nefasto como para la inmensa mayoría de los fragatinos. Los Martí (padre e hijo) los Barber y los Rubio, Miguel Jorro y el propio don Vicente Monfort son los más claros ejemplos, como he demostrado en otra ocasión.137 Su dedicación al comercio regional, para el que Monfort, por ejemplo, había conseguido privilegio exclusivo en Aragón del mariscal Suchet, o como provisores de los suministros y raciones a las tropas en el caso de los Martí, o mediante la administración de los arriendos de propios controlados por Miguel Jorro, parecen haberles proporcionado considerables beneficios. Su escalada hasta la cumbre de los mayores contribuyentes así lo atestigua en todos los casos. 726 La adhesión a la Constitución de Cádiz. Nueva pugna por el poder. La tropa francesa de guarnición abandona finalmente Fraga el 20 de septiembre de 1813. Un año más tarde se conmemoraría el hecho en la iglesia parroquial con el canto de un Te Deum en acción de gracias por su liberación. 138 Tan sólo diez días después de la retirada francesa, tropas españolas entran en la ciudad, donde parece haberse producido ya la adhesión a la Constitución de Cádiz y la formación de un nuevo consistorio de acuerdo con sus preceptos. Es lo que se desprende del libro de resoluciones de ayuntamiento. Sin fecha, pero con anterioridad a ese día reaparecen las actas, en una sesión sin encabezamiento, que firman al final Medardo Cabrera, Antonio Junqueras (ambos sin el honorífico “don”, que ahora evitan usar), Felipe Vilar, Gaspar Galicia, Joaquín Lapeña y Miguel Aymerich (también sin “don”). Inmediatamente después se recoge el acta de la sesión de primero de octubre, en la que firman la mayoría de los anteriores y además Mariano Tomás y un tal Visa. En ella, el nuevo secretario interino José Galicia Catalán, comenta la orden recibida del ejército español recién llegado para que entreguen al ayudante mayor, don Pedro Alcántara Jover, los títulos de oficios públicos que concedió “el gobierno intruso”, y encarga de su exacto cumplimiento al síndico procurador general. Se comenta que algunos de los anteriores munícipes lo han entregado ya; otros, como don José Rubio-Sisón Viñals, dicen que no lo tienen, y el joven don Domingo María Barrafón está ausente de Fraga -según manifiestan en su casa-, y se ha llevado consigo el nombramiento de su difunto padre. Cuatro días después acuerdan remitir al nuevo “jefe político” los testimonios de haber publicado la Constitución, su juramento y la formación del ayuntamiento constitucional. Intentan demostrar que, tan pronto han podido, se han adherido a la ideología emergente en Cádiz. Pero cuando los mayores hacendados creen poder gobernar la población como tantas veces han deseado, al margen del control exterior, el día cinco de noviembre don Salvador del Campillo, jefe político de Aragón, nombra en calidad de “juez de primera instancia” a don José Matías Cabrera y Purroy, abogado de Tamarite de Litera, quien toma posesión de su cargo ese mismo día.139 De inmediato, comunica al consistorio la orden de reponer en sus puestos a los componentes del ayuntamiento de 1808 (lo que no se llevará a efecto de momento) y declara nulo el compuesto por los actuales miembros. Además, la autoridad regional comisiona al segundo mayor hacendado y administrador de correos, don Joaquín Isach Villanova, para organizar de nuevo el acto de proclamación de la Constitución. Se efectuará el seis de noviembre en la plaza Mayor, con asistencia de las autoridades políticas, militares y eclesiásticas y se invitará a asistir al pueblo. El día siguiente será festivo, los vecinos se 727 abstendrán de los trabajos “serviles” y podrán asistir a la jura de la Carta Magna en la iglesia parroquial. Después vendrán la música, los bailes y el convite. El día 8 de noviembre se procede al nombramiento de electores para la formación del nuevo consistorio de acuerdo con la Constitución y los decretos de las Cortes, para lo cual se hace saber mediante bando que ese día desde las dos de la tarde en adelante, los nuevos “ciudadanos” deben acudir a las casas consistoriales a prestar su voto, bajo multa de 100 reales a quien se abstenga. Votarán de uno en uno, en la sala capitular y escribiendo en una columna su nombre y en otra el de la persona a la que elijan. Pese a la obligatoriedad del sufragio, ese día pocos vecinos ejercen su derecho y el juez decide prorrogar hasta las doce horas del día siguiente el período de votación para elegir a los nueve comisarios electores.140 Al día siguiente, los comisarios se reúnen con el juez, quien les exhorta a proponer como regidores a los ciudadanos más aptos “por su patriotismo, probidad y desinterés”, una vez oídas las excepciones por causa de deudas u otras, para evitar recursos. Con la posibilidad de oponer excepciones se vuelve a la rutina de siempre. Salen de nuevo a la luz las rivalidades entre vecinos, al tiempo que se producen situaciones curiosas. Así, don Guillermo Foradada se opone excepción a sí mismo por haber tenido cargo con el gobierno francés y se la opone a José Aznar por la misma razón (corregidor local interino en septiembre de 1813). También se la opone a don Medardo Cabrera por ser deudor de propios. Agustín Galicia opone también a don Medardo haber sido fiador de sus hijos en tiempo de los franceses, “para no tomar las armas contra ellos”. A su vez, don Medardo Cabrera se opone a Foradada, acusándole de haber proferido en público aquello de “los Borbones hacía demasiado tiempo que reinaban”, y que “desde luego debían concluirse por ser unos brutos”. Cabrera recuerda además que, -como alcalde constitucional que ha sido-, sigue una causa criminal contra el propio Foradada, don José Rubio-Sisón y Manuel Galicia Salinas por traidores a la patria, lo que les excluye de la calidad de ciudadanos. Foradada replica acusando a don Medardo Cabrera de haber sido adicto al gobierno francés e influyente en sus decisiones y gestión, obteniendo de ellos el arriendo de la primicia, la reparación de la venta de Buarz y, sobre todo, la gestión de la reconstrucción del puente, por la que había “atropellado horriblemente en sus bienes” a algunos de los vecinos emigrados. Las cruzadas acusaciones de traición y enriquecimiento encrespan el tono del debate, que se agrava con la lectura de un escrito presentado por dos vecinos. Protestan el modo en que se ha llevado a cabo la votación de los electores, dejando votar a unos y privando a otros de hacerlo, y sin querer mostrar el sistema de elección previsto por las leyes, “por lo que de todo ello y de otras circunstancias ocurridas resulta un descontento muy grande en el público de esta ciudad”. El 728 pueblo llano intuía ya que tampoco ahora todos los vecinos serían “iguales”, aunque la constitución establecía el sufragio universal. Pese a la protesta, el juez ordena a los electores proceder a la votación del nuevo ayuntamiento constitucional. Se efectúa inscribiendo el nombre del votante en una lista, –supervisada por el juez y dos escrutadores-, y en otra el votado para cada oficio público. Y Ahí acaba el proceso. El nuevo sistema poco tiene que ver con el tradicional. Nadie impondrá desde el exterior los sujetos de poder. Ahora son los “ciudadanos” quienes eligen y determinan el consistorio, mediante el derecho de sufragio indirecto (el pueblo elige a los electores y éstos a los regidores). A continuación, los elegidos toman posesión jurando guardar la constitución, observar las leyes, ser fieles al Rey y cumplir religiosamente las funciones de su cargo. Cuatro días después, el nuevo cabildo reconoce al juez de primera instancia, don José Matías Cabrera, como subrogado en lugar del corregidor letrado don Joaquín Fernández Company, su último “presidente” en 1808. Pero todavía no parecen claras las funciones de cada cual en el nuevo consistorio. Se suprimía la tradicional figura del corregidor, -mantenida durante la ocupación francesa con un corregidor de distrito subordinado a un corregidor de partido-, y se establecía la nueva figura del juez de primera instancia. Durante todo el siglo XVIII los dos alcaldes locales –primero y segundo- habían ejercido la jurisdicción civil y criminal en primera instancia. Cuando en 1796 se había impuesto el corregidor en sustitución de aquellos, a él correspondía la jurisdicción. Ahora, con el nuevo régimen constitucional, parecían insuficientemente deslindadas las funciones jurisdiccionales de las de gobierno político entre el nuevo “juez” y el nuevo “alcalde” en el consistorio. Era una novedad difícil de comprender de inmediato, cuando tradicionalmente los alcaldes habían sido “jueces”. Consecuentemente, las disputas competenciales entre el juez don Matías Cabrera y el nuevo alcalde, don Antonio Junqueras, ocupan el diario de sesiones en los meses siguientes. Sobre todo en las causas abiertas a los supuestos traidores a la patria. Muy pronto, el fiscal de S. M. aconseja a la Audiencia reconvenir seriamente al alcalde por extralimitarse en las relaciones con el juez. Debía quedar claro, en adelante, en quien residía el poder jurisdiccional. La guerra acababa en Fraga con las mismas discusiones de antaño. Antes del conflicto, la pugna entre corregidor y regidores de Antiguo Régimen; ahora, entre los regidores constitucionales y un juez nombrado en aplicación de los decretos de las Cortes. Pero el verdadero problema no parece dilucidarse tanto entre Antiguo Régimen y Régimen Liberal como entre bandos enfrentados, uno de los cuales intenta desequilibrar la balanza con la bandera de su patriotismo, mientras el otro busca apoyo en el poder impuesto desde el ‘exterior’. 729 7.3 El final del Antiguo Régimen. La cuarta generación de poder. 7.3.1 La reposición del ayuntamiento de 1808. La apetencia de poder enfrentaba de nuevo a los vecinos más poderosos en dos bandos, diferenciados en términos políticos como favorables y contrarios al poder del juez Cabrera. Desde los primeros días de 1814, quienes se agrupan junto al juez parecen desear la vuelta al sistema político anterior a la guerra. Es decir, parecen encontrarse más cómodos en las condiciones de gobierno propias del Antiguo Régimen. Algunos de ellos, vecinos laicos y eclesiásticos, se apresuran a reclamar de las autoridades regionales la conversión del juez en corregidor, al estilo tradicional. Este es el claro sentido del escrito que, en defensa del juez y en papel para pobres de solemnidad remiten al Real Acuerdo, una vez producido el golpe de Estado de Fernando VII el cuatro de mayo y publicado el “Manifiesto de los Persas” el día once. Ni una semana esperaron aquellos fragatinos para expresar su fidelidad al nuevo Rey absoluto. Como explícitamente se puede comprobar en el documento II.9 del Apéndice, lamentaban que la Constitución “sólo fue franca y liberal para autorizar los abusos del poder, con una arbitrariedad similar a la del gobierno intruso”. Denunciaban la oposición que hacía al juez Cabrera un ayuntamiento constitucional elegido según ellos “más por la intriga y el espíritu de partido que por la libre y espontánea elección del pueblo”. Concordaban con el juez en que todo era fruto de las intrigas del partido dominante, apoyado en el poder y riquezas de su conocido “corifeo”, Monfort. Un partido al que atribuían el carácter de ‘liberal’ por haberse alzado con el poder en tiempos de la Constitución. Recomendaban devolver al juez la autoridad de los antiguos corregidores y recordaban que su instauración en 1796 fue el único remedio del Gobierno del Estado para evitar los continuos disturbios, pleitos y encono de los partidos en la ciudad. (Sobre todo durante el mandato del alcalde don Medardo Cabrera, ahora lugarteniente de Monfort). Se daban ahora las mismas circunstancias que entonces y por ello pedían la reposición de la figura del corregidor ratificada con sus firmas. 141 Por convicción o astucia, los miembros del partido opuesto, capitaneados por Monfort, reaccionan también diligentes acatando la voluntad Real. El 19 de junio recibe el ayuntamiento los decretos Reales fechados en 4, 23 y 25 de mayo. De inmediato, aquellos concejales tachados como “decantados demócratas” acuerdan por unanimidad su cumplimiento en todas sus partes y su publicación en la forma ordinaria para conocimiento del público. También de inmediato, deciden quemar el ejemplar de la Constitución que guardan en la secretaría. La interpretan ahora como un texto “perjudicialísimo a la Nación y a las intenciones del Rey”. Por ello, su propósito es reducirla a cenizas en el balcón de la sala capitular, públicamente, 730 clavándola al extremo del bastón del alcalde y encendiéndola con dos velas (alcalde y secretario al unísono) para que, “así como se vaya consumiendo, avente las cenizas de aquella al aire, a fin de que no quede ni aún memoria de ella”. Una vez realizado tan simbólico acto, dejan constancia escrita en señal inequívoca de su adhesión al absolutismo Real.142 Al tiempo que el ayuntamiento recibe los decretos de Fernando VII, ocurre lo propio con el juez Cabrera, quien se apresura también a ordenar su publicación. La respuesta del alcalde Junqueras es tajante: ya los ha recibido de la autoridad competente, ya han sido publicados, ya ha sido quemada la Constitución. Y airadamente añade que no cree tener menos regalías por los nuevos decretos sino más que antes, con lo que no reconoce en el juez ningún poder de jurisdicción sobre la alcaldía, mientras no le digan lo contrario. Ante la respuesta, el juez escribe al Regente de la Audiencia quejándose de la insolencia y el desprecio con que es tratada su autoridad, pues no contentos con desconocerla, los concejales dan a entender que saben cumplir con mejor celo que él las órdenes del Rey. Junqueras, por su parte, afirma que el conflicto de competencias o la insubordinación al juez no es tal, sino que tiene su origen en la proximidad de dicho juez a las personas menos patrióticas, acusadas como adictas a los franceses. 143 En realidad, en ese momento habría tres partidos: el de los absolutistas confesos, el de los “apresurados constitucionales” y el de los tildados de afrancesados. En su correspondencia, el juez reafirma su temor de ser incluso asesinado, porque ahora se dice en Fraga que protege a los traidores “por dinero que le pagaron”, lo cual le parece una nueva artimaña del alcalde Junqueras para que el pueblo le odie. Igualmente niega conservar en su poder un ejemplar de la Constitución, (ordena poner presos a cuatro fragatinos que le acusan de ello), y solicita que vaya tropa de Mequinenza a Fraga para mantener el orden, turbado continuamente por “rondallas, acuadrillamientos y estrépito de tiros”. Finalmente, el fiscal aconseja al Real Acuerdo apercibir a Junqueras para que respete al juez en sus competencias y le condena a pagar las cinco sextas partes de las costas del expediente abierto con motivo del conflicto de competencias. 144 Pese a la condena, los concejales se solidarizan con su alcalde. Elevan contra el juez una representación al Consejo de Castilla, pidiendo suspenderle el salario. De repente, un ardiente amor al Rey y a su nuevo rumbo político les anima. En un encendido alegato recuerdan los privilegios concedidos a Fraga por su fidelidad en guerras pasadas y los sacrificios sufridos en la presente para restituirle en el trono “sin las tachas y restricciones que los mal intencionados y poco fieles españoles querían imponer a la soberanía de V.M.” Niegan haber recibido con júbilo la nueva Constitución y sí solo admitirla, forzados por las tropas españolas cuando entraron 731 en Fraga. Niegan haberla proclamado, haber dado el título de plaza de la Constitución a la de San Pedro y haber puesto una lápida conmemorativa en la pared de la iglesia. (excusatio non petita…). Recuerdan la reciente estancia del Rey en la ciudad (el día de Martes Santo), “en cuya ocasión no se oyeron otras voces que las de ¡viva el Rey, viva el Sr. D. Fernando VII, viva el Sr. Infante D. Carlos!, y estos leales vasallos no se acordaron de la negra constitución ni aun para decir que muriera, porque la creyeron indigna de mezclarla en sus labios con los augustos y dulces nombres de V. M. y su serenísimo hermano”. ¡Los escribanos locales, desde luego, dominaban el lenguaje encomiástico! A renglón seguido y consecuentes con su ardiente amor al Rey, aprovechan para pedir se salve la nulidad de sus nombramientos hechos durante la vigencia de la Constitución y se les confirme en sus cargos, puesto que son personas aptas, nombrados en concejo abierto por el pueblo, “fiel observador de las acciones de cada uno”. Insisten en desprestigiar al juez Cabrera, indicando ser una imposición de la época constitucional, sin apenas residir en Fraga ni siquiera durante la estancia del Rey. Le acusan de encender y atizar de nuevo la discordia. Entienden que Fraga no debe ser cabeza de partido por ser su vecindario muy corto; que no necesita de otros jueces que los alcaldes del país por los que siempre ha sido gobernada con el mejor orden y justicia, y que la experiencia acredita ser inútil y aun perjudicial el cargo de corregidor. Tampoco creen justo que Fraga tenga que pagar sola el sueldo del juez, porque la Constitución ordenaba pagarlo a proporción entre todos los pueblos del partido. (Ahora sí concuerdan con la Constitución). Además, aseguran que el juez se ha unido con algunos vecinos díscolos para desacreditar al ayuntamiento y mortificarlo, procurando distraerlo de las graves ocupaciones que lo rodean, en el continuo paso de tropas y prisioneros españoles que vuelven de Francia, y para cuyo suministro se ven en los mayores apuros. El fiscal del Consejo, a quien no convence su alegato, propone cesar en el término de veinticuatro horas a los regidores del ayuntamiento constitucional y reponer en sus cargos a los que ejercían el cargo en 1808, de acuerdo con la Real Cédula de 30 de julio de 1814.145 En consecuencia, el 8 de agosto se nombra a don José Matías Cabrera corregidor interino146 y tres días después acatan la orden del intendente en la que se les comunica su cese colectivo. En sesión de consistorio presentan solemnemente la orden el escribano Jaime Jorro acompañado de don Domingo Arquer, aquel regidor decano vitalicio desplazado del poder con la formación del cabildo constitucional.147 La guerra concluía respecto del gobierno local aparentemente como había comenzado. Pero lo sucedido durante ella, junto con las nuevas circunstancias socio-políticas llevarían pronto a una situación bien distinta. 732 7.3.2 Las depuraciones políticas. En las peleas entre partidarios del nuevo corregidor y del partido opuesto, emergía una y otra vez el argumento recurrente de los afrancesados, considerados “traidores a la patria”. Una realidad candente, utilizada como estrategia de acceso al poder. Ahora, todos los vecinos manifestaban haber sido fieles al rey Fernando durante su exilio, haber colaborado con las tropas españolas y haberse mostrado contrarios o al menos indiferentes a las pretensiones francesas; pero las expectativas de demostrarlo no eran iguales para todos. Había quienes podían acreditar con facilidad su lucha junto a las fuerzas patrióticas. Otros hacían valer pronto sus servicios a la intendencia del ejército español. Sobre otros, en cambio, pesaba su decidida participación en los gobiernos impuestos por los franceses, en puestos de su administración o desde la actividad privada con su beneplácito. Don Vicente Monfort, líder del partido enfrentado al nuevo corregidor, consideraba encontrarse entre los primeros. Se había adelantado a posibles acusaciones de colaboracionismo, (por su actuación como presidente de la primera municipalidad francesa), reclamando del ayuntamiento constitucional cuantos documentos permitieran demostrar en Zaragoza su adhesión a la Patria, -al régimen de Cádiz-, y sus servicios a la patria chica. Trataba de colocar su nombre entre los miembros honorables de la Nación, por sus sacrificios y los de su casa durante la dominación enemiga, y por sus buenos servicios al vecindario.148 Pero una vez repuesto el consistorio de 1808, algunos regidores no parecen tan favorables a sus pretensiones. Bien al contrario, ruegan a Zaragoza no atender a Monfort en su propuesta de compensar sus deudas de contribución con supuestas pérdidas de guerra. Afirman rotundamente poder demostrar que ya las ha compensado sobradamente durante el conflicto, con el privilegio exclusivo concedido por Suchet para el comercio de granos en todo el Reino. En su opinión, con aquel privilegio Monfort había ocasionado “incalculables males a la patria”.149 Finalmente, pese a las acusaciones, Monfort acaba libre de toda sospecha, aunque retirado de la vida política local, poniendo tierra de por medio y recluido en sus posesiones de Torrente de Cinca.150 Otros vecinos que, como Monfort, fueron miembros de las sucesivas municipalidades durante la ocupación, sí tuvieron que probar su patriotismo. Los menos comprometidos con el régimen de José I consiguieron limpiar su ambigua imagen pública mediante peticiones de reivindicación de conducta, presentadas ante las autoridades. Era el caso del abogado don Antonio Sudor Sansón, presidente de las dos últimas, quien aseguraba no ser afrancesado y haber sido nombrado presidente sólo por ser el abogado más antiguo de Fraga. Pese a que había sido condenado ya durante la guerra a un año de reclusión en el castillo de 733 Mequinenza por afrancesado, ahora se exoneraba su conducta de aquellos años. 151 Igualmente quedaban diluidas otras acusaciones vertidas sobre algunos regidores por supuestas actuaciones bajo la ocupación.152 Mayor encono supuso la lucha por la secretaría del nuevo ayuntamiento entre quienes ahora la apetecían y mutuamente se acusaban de incapacidad o excepción para el cargo. Se enfrentaban Jaime Jorro y quienes habían regentado dicha secretaría durante los franceses: José Ibarz, Juan Antonio Galicia y, sobre todo, Simón Galicia Catalán. Otra vez se manifestaba la ambición de los dos bandos en conflicto por el control del poder local, ahora con la secretaría en juego. Las habilitaciones para ejercer el oficio de escribanos recibidas de los franceses por estos tres últimos parecían facultar a Jorro para el disfrute en exclusiva de tal desempeño. Pero llegado el conflicto ante el Consejo de Castilla, su fiscal proponía no tomar en consideración tal circunstancia, puesto que “de algo tenían que vivir” y, además, en el caso de Simón Galicia, -el más significado-, podía comprobarse “que no ha comprado Bienes Nacionales ni los ha administrado, ni ha desempeñado comisión alguna en este sentido”. Es decir, no podía probarse con hechos reprobables su adhesión a los franceses.153 Por último, son varios los fragatinos que al finalizar el conflicto se encuentran tildados directamente de “traidores”. Unos ven reprobada su conducta de forma soterrada, en privado, donde sus actos son comentados y repudiados de boca en boca. Otros sufren el estigma de forma pública y alguno de ellos es enjuiciado, de inmediato, luego de abandonar Fraga sus favorecedores. Son las “causas de infidencia”, cuya competencia se disputan el juez Cabrera y el alcalde constitucional Junqueras. Durante el invierno de 1813, el juez Cabrera había permanecido en Zaragoza recibiendo instrucciones para el ejercicio de su nuevo cargo y para el enjuiciamiento de los “sediciosos”. Desde abril de 1814, su decidida voluntad de tomar las riendas del gobierno y de atemperar la justicia municipal será muy mal acogida, sobre todo en lo tocante a las causas que reclama de varios fragatinos: don José Rubio-Sisón, don Francisco Foradada, Manuel Galicia Salinas y Lorenzo Berges.154 Las actividades de los acusados durante la ocupación no podían ser olvidadas fácilmente por una población que había sufrido tantas exacciones y vejaciones, y los ánimos de muchos vecinos estaban en consecuencia muy exaltados. El ahora ya corregidor pretende usar de su ecuanimidad para evitar el radicalismo de algunos y el linchamiento de los encausados, mientras su autoridad se ve dificultada y hasta ridiculizada entre el pueblo.155 La causa contra don Guillermo Foradada se había iniciado ya bajo la jurisdicción del alcalde constitucional Junqueras. En ella se mandaba comparecer a 734 varios testigos a los que se les interrogaba sobre la conducta política del sospechoso. Se les preguntaba si era cierto que había despreciado públicamente a la dinastía de los Borbones; si se había convertido en el amigo inseparable del peor comandante francés de guarnición en Fraga, “el malvado Querubini”; si había realizado comisiones por encargo de aquel, respecto del aprovisionamiento a las tropas francesas y si había actuado como ayudante de su primo hermano José Rubio-Sisón, administrador de Bienes Nacionales. Esa era, sin duda, la principal de sus tachas, y la que le había permitido, -a juicio de sus acusadores-, aprovecharse de los arrendamientos de propios durante la ocupación. Además, sus públicas manifestaciones de adhesión al enemigo, festejando sus victorias por las calles al grito de ¡Viva nuestro emperador! no dejaban lugar a dudas.156 Siendo el de Foradada el caso de infidencia más significativo, el de su primo hermano Rubio-Sisón resultaba el más patente y no precisaba de mayores consultas al vecindario ni pruebas documentales. Se le acusaba en su doble calidad de corregidor nombrado por los franceses y de administrador de los Bienes Nacionales. Don José Rubio, además de posesionarse directamente de los bienes de los capuchinos, parecía el responsable del expolio sufrido por agustinos y trinitarios en sus posesiones y rentas. Algunos vecinos pretendían ajustarles las cuentas a él y a su primo Foradada. Pero mientras Rubio era recluido en el castillo de Mequinenza, el corregidor protegía a Foradada y le mantenía activo, permitiendo incluso su elección como diputado del común en el repuesto ayuntamiento de 1808.157 Una situación difícilmente comprensible para muchos. En este sentido, el año 1814 supondría en Fraga todo menos el regreso a la paz. El nuevo corregidor sufría día tras día la rebeldía de los principales vecinos frente a su autoridad. Don Matías Cabrera, fuera de sus casillas, se refería a la “funesta división de partidos, su incarnizamiento y deseo de venganza”. Advertía que aunque la creación del corregimiento en 1796 había suavizado el ansia de poder de los pudientes, la guerra había hecho rebrotar las pasiones y resentimientos, produciendo continuos desórdenes. Se hacía eco del dicho que el ya difunto regente de la Audiencia, don Miguel Villaba, repetía frecuentemente “de que solamente Fraga necesitaba en Aragón una Audiencia para sus continuas y multiplicadas querellas”. A su juicio, la ciudad se hallaba ahora amenazada de una sublevación fomentada por el partido dominante -el de Monfort-, y refería los alborotos acaecidos por las causas de infidencia seguidas contra Rubio y Berges, así como el peligro que corrían éstos de ser linchados. Para aquietar al pueblo, don Matías dispone finalmente fijar un cartel en la plaza pública, ordenando a quienes tengan algo que exponer acerca de la conducta política de los empleados por el gobierno intruso o de cualquier otra persona que 735 hubiese ofendido a la patria, acudan a manifestarlo dentro del término de quince días. Con esta y otras medidas, quienes hasta entonces mantenían en vilo a la población con el recurso a la intriga, el rumor permanente y el tumulto continuado, rebajaban sus exigencias y renunciaban a erigirse en portavoces de sus acusaciones ante la justicia. Hasta don Medardo Cabrera, el máximo oponente de sus decisiones, verá doblegada su actitud rebelde después de actuar el juez contra él, su mujer y sus bienes de forma contundente.158 Vencidas todas las resistencias internas, el ayuntamiento acordaba solicitar de la Real Cámara la confirmación del corregidor en su puesto durante un sexenio (pese a las calumnias vertidas por algunos vecinos), para que de este modo pudiera realizar las obras que había propuesto al consistorio. Nada menos que rehabilitar la acequia del secano, por tantos años abandonada. También la construcción de un puente de maderas con pilastras de piedra, de acuerdo con el proyecto del arquitecto don Ambrosio Lanzaco, a la entrada de la carretera, “por el mesón de Monfort”. Junto a estas dos magnas obras, proponía don Matías toda una serie de mejoras urbanísticas: el derribo del cuartel para hermosear la plaza de Lérida, haciéndola una con la de Obradores, reedificar con sus materiales el mesón de propios y cuartelillo adjunto para uso similar al del antiguo cuartel de caballería, construir nuevas cárceles y derribar arcos y perches de las calles y “demás obras de utilidad y ornato”.159 Aunque antes de abordar el futuro, se ocuparía diligentemente de dilucidar la gestión de los caudales públicos durante la guerra, con la colaboración de los eclesiásticos y bajo la supervisión de un comisionado por la Intendencia.160 7.3.3 Perpetuación versus insaculación. La lucha por los puestos clave. Durante la mayor parte del siglo XVIII, la lucha entre aspirantes al gobierno se centró casi siempre en conseguir los puestos de cabeza: el de alcalde primero y segundo y el de regidor decano. Desde que a fines de siglo el ayuntamiento se ve condicionado por el poder exterior de los corregidores y el puesto de regidor decano lo ocupa don Domingo Arquer en calidad de vitalicio, la lucha por el poder se centra en otros sitiales, con apariencia de secundarios, pero de no menor trascendencia en el organigrama municipal. En este ámbito, serán dos los conflictos destacados durante el largo gobierno del consistorio nombrado a fines de 1807, repuesto en 1814 y subsistente hasta julio de 1819. Es decir, durante casi todo el llamado Sexenio Absolutista. El primero se refiere a la elección –ya mencionada- de don Medardo Cabrera como diputado del común. Sus partidarios y detractores se enfrentan durante la elección. Veintidós de los veinticuatro comisarios electores son parientes suyos y 736 sus oponentes no parecen dispuestos a silenciar la previsible adulteración del poder popular que ello supone. Quienes le apoyan ven en él al único vecino con capacidad para poner orden en multitud de abusos en abastos y comestibles; y, lo más importante, su energía será suficiente para “descubrir la causa originaria del fatal concepto de Fraga” en el exterior.161 Sus oponentes recuerdan en cambio que don Medardo ya fue apartado del gobierno antes de la guerra e inhabilitado para ejercerlo. Que, además, “no tiene otros principios que los de leer y escribir mal, criado al lado de un par de mulas sobre un esportón”, y advierten que si entra en el ayuntamiento, no lo hará con el objeto de reformar las cosas, sino con el de mantener guerra abierta con el corregidor y con algunos individuos pacíficos. El otro asunto ahondaba la disputa de antiguo entre los candidatos a la secretaría del ayuntamiento; un puesto vital en un cabildo de labradores iletrados. El corregidor se queja ante el Real Acuerdo de la inobediencia de los regidores al Supremo Consejo, al nombrar secretario a Simón Galicia Catalán, en sustitución de Jaime Jorro, propietario de la plaza desde que en 1814 se repuso el consistorio de 1808. El corregidor, ausente de Fraga por una investigación que se le ha abierto, culpa del nuevo conflicto a don Medardo Cabrera, “eje de toda esta máquina”, y le acusa de arrimar a su causa el ánimo de los regidores que don Matías ha arrestado. Por eso propone desterrarlo de Fraga, junto a otros cabecillas “cuyo elemento es la guerra y la discordia”.162 Por su parte, los regidores arrestados y don Medardo escriben al Real Acuerdo dando cuenta de los abusos que a su juicio comete el corregidor desde su regreso a Fraga. Alegan que cuando él no ha estado, el pueblo ha vivido en paz. Y que desde que ha vuelto “todo lo trastoca, inmiscuyéndose en competencias que no le corresponden y decidiendo en todos los ramos de la administración”. Le acusan precisamente de haber amañado la última elección de diputado del común, con la ayuda de sus amigos.163 El resultado ha sido el nombramiento de Guillermo Foradada “bien conocido por toda la ciudad y mucho por los señores de la Real Sala del Crimen, que si la sumaria de infidencia la hubiese formado un corregidor que no hubiese sido tan amigo como es éste de él, tal vez hubiera sufrido la última pena”. Del mismo modo relatan las injusticias y abusos cometidos por el secretario Jaime Jorro en el ejercicio de su cargo, razón por la cual le sustituyeron por Simón Galicia cuando el corregidor estaba ausente. El puesto de secretario permanecerá en disputa entre dos de las familias más influyentes en la ciudad hasta el advenimiento del Régimen Liberal, posiblemente como puesto más apetecido en el organigrama de poder. Mientras tanto, la solución adoptada será la de crear dos plazas alternativas de secretario, de acuerdo con la posibilidad legal de establecerlo. 737 En el mismo sentido, quienes apetecen los primeros puestos de gobierno tras el corregidor y el secretario, insisten y consiguen de las autoridades regionales otra victoria parcial. En marzo de 1817, el capitán general de Aragón ordena al corregidor que, con arreglo a la sentencia pronunciada por el ejército contra el regidor decano don Domingo Arquer durante la guerra, éste no pueda ejercer en lo sucesivo la Real jurisdicción en casos de ausencia o enfermedad del corregidor. 164 Parecía evidente que las aguas no volverían con facilidad a un cauce distendido y cooperante. La ambición de poder no disminuía al dejar atrás los años de guerra. Además, la antigua división en dos bandos se complicaría pronto con la entrada de terceros en discordia. Pronto, los dos bandos iniciales, con similar mentalidad e identidad de intereses aunque contrapuestos, se verían superados por un tercero que acabaría por imponer su fuerza. La ideología liberal que luchaba por implantarse en el conjunto de la Nación, todavía sin éxito, comenzaba a manifestarse en Fraga con gestos más o menos espontáneos, casi siempre inconexos, sin claridad rotunda, pero síntomas de la remoción de ideas antiguas y de propósitos nuevos, tal vez en parte ilustrados y con seguridad interesados. De momento, durante el denominado Sexenio Absolutista, las fuentes permiten tan sólo exponer la lucha de viejo estilo, donde unos y otros anhelan perpetuarse en el poder más que transformar la realidad con su ejercicio. A ese propósito se dirige la propuesta que realiza ante el consistorio el nuevo diputado Foradada en junio de 1817. Sugiere dirigirse al Rey suplicándole perpetúe todos los oficios de gobierno en las personas que se propongan para el próximo cabildo. Si ello no es posible, la solución a las discordias podría llegar a su juicio con la vuelta al viejo sistema insaculatorio, relevando dos regidores cada año y al síndico cada tres. Argumenta para ello que, en cada renovación trienal, “se experimenta en Fraga una convulsión política, se manifiestan a las claras las pasiones y la ambición, el egoísmo, la intriga y la malevolencia, declaran la guerra con la pluma, abrumando de recursos y aún de anónimos indecentes a los tribunales que han de entender en la propuesta, sin perdonar el honor de los vivos, ni respetar la memoria de los muertos”. Alega también la insuficiencia del período de mando para adelantar las obras públicas o acciones que emprende cada consistorio. Pone como ejemplo la benéfica traslación de las ferias y mercados a una nueva ubicación en fechas y lugares de celebración, -retrasada durante muchos años y conseguida ahora-, o la recuperación de la acequia del secano que ha comenzado a estudiar el actual cabildo. Todos los ediles firman la propuesta sin excepción.165 La Real Audiencia, en su informe al Rey sobre esta petición, afirma no fiarse de los de Fraga, pues nunca sabe si dicen verdad u obran con lealtad, por su permanente división en partidos. Y en consecuencia, considera muy difícil tomar 738 provisiones acertadas al respecto. Además, la petición del ayuntamiento desconoce la nueva instrucción del Real Acuerdo sobre propuestas de gobierno local. 166 Por ello, desoyendo la petición de perpetuidad de oficios, confecciona la terna para el siguiente trienio, respetando la mitad de oficios tradicional. Es decir, vuelve a la antigua preferencia de los infanzones para los primeros puestos y los últimos para labradores hacendados. Los comerciantes brillan por su ausencia. Conocido el informe en Fraga, las protestas no se hacen esperar. Joaquín Satorres se exclama ante Madrid de que se le postergue en la lista a don Domingo María Barrafón, puesto que él estuvo como oficial en el segundo sitio de Zaragoza, mientras Barrafón y su padre actuaron como “alcalde mayor” durante los franceses. También Felipe Vilar protesta ser postergado a don Ramón Portolés, aunque éste sea infanzón, pues Portolés no sabe leer ni escribir y es incapaz de leer una resolución de ayuntamiento. Entiende este hecho como un desdoro para la ciudad de Fraga, “cuarta de voto en Cortes”. Y en todo caso, entiende también que no hay ningún reglamento que obligue a compartir el gobierno entre nobles y Estado Llano, sino que S. M. quiere que se turnen los empleos entre todas las clases, para que todos los que son idóneos disfruten del honor de obtenerlos. Por su parte, Joaquín Grau hace lo propio por la misma razón de no saber escribir ni leer el que se le antepone, pero además declara en su escrito que el “Corifeo” de todos los propuestos en primer lugar es don Domingo María Barrafón, que se jacta en el pueblo de que han de “salir” todos sus amigos. Grau asegura que Barrafón puede jactarse por su influencia en el Real Acuerdo de Zaragoza, donde su cuñado es oidor y donde se le aprecia por haber sido espía del ejército español durante la dominación de los franceses.167 Ninguna de las súplicas sería escuchada en esta ocasión, ni con motivo de la nueva petición de insaculación remitida por los mismos ediles el 5 de abril de 1818.168 En ella, el procurador general y abogado don Juan Antonio Cerezuela argumentaba que con el viejo sistema insaculatorio acabarían las desavenencias, discordias y recursos de los vecinos; que ya había pueblos de Aragón, Cataluña, Navarra y Valencia que practicaban de nuevo este sistema; y que de este modo podrían guardarse los huecos correspondientes por los enlaces de parentesco entre las personas más idóneas para servir los empleos de república.169 La decisión final del Rey coincidirá en todo con la propuesta de la Audiencia y no habrá en adelante ni insaculación ni perpetuidad, como lo pedía ahora para sí mismo el segundo hacendado de Fraga don Joaquín Isach y Villanova. El ayuntamiento se oponía a la perpetuidad argumentando que ya en 1760 lo habían intentado don Antonio Bodón y don Felipe Villanova y, a pesar de habérselo 739 concedido el Rey, revocó después su decisión, de acuerdo con el privilegio de su padre Felipe V. 7.3.4 Las quejas de los “hombres nuevos”. El 20 de julio de 1819 tomaban posesión de sus cargos los componentes de un nuevo ayuntamiento. Su gobierno al estilo tradicional iba a durar de momento ocho meses, hasta que las circunstancias del contexto nacional obligasen al Rey a jurar cínicamente la Constitución de Cádiz. En su transcurso se perciben ya las voces de quienes no podrán permitir por mucho tiempo quedar fuera del gobierno ni consentir que los intereses de los hacendados instalados en el poder primen sobre los suyos. Son los “hombres nuevos” de la cuarta generación de poder. Desde entonces serán ellos quienes asciendan por los escalones de los puestos de gobierno hasta llegar al de alcaldes, durante y tras la intentona liberal del Trienio. El primero en salir a la palestra había sido el ya anciano comerciante y principal hacendado don Andrés Isach y Luzán. Combinaba en su persona una triple tradición: la infanzona de sus parientes más próximos (Villanova) con la de mayores comerciantes de su línea paterna (Isach) y con la influyente relación de su madre, hermana del corregidor Luzán y Zabalo. Don Andrés había querido escalar de golpe todos los escalones, pidiendo ser regidor perpetuo; su pretensión era excesiva. Pero lo que él no conseguía en 1818 lo intentarían con mayor arrojo su yerno José Salarrullana Avizanda y otros comerciantes en los años inmediatos. Los comerciantes no soportan el permanente escenario de pleitos entre los privilegiados, -infanzones y terratenientes-, mientras ellos se ven cargados cada vez con mayores cupos de contribución y sin acceso a un poder que proteja sus intereses y modifique los criterios de distribución. Por ahí parece comenzar su rebelión ante las autoridades locales y sus quejas a las regionales y estatales. Salarrullana, por ejemplo, se quejaba ante el intendente ya en 1819 de la anarquía de una ciudad donde “todos mandan” y por ello entendía urgente reprimir sus arbitrariedades. Pedía contribuciones repartidas. 170 residenciar al ayuntamiento en orden a las Pero su principal queja no residía tanto en la pesada carga que entendía soportar cuanto en la falta de libertad en sus negocios. El régimen de monopolio municipal no había sido cuestionado directamente durante el siglo XVIII, sino indirectamente soslayado, defraudado, engañado o manipulado por pequeños comerciantes, que abandonaban sus tímidos intentos ante el primer revés o apenamiento sufrido. A principios del XIX, los principales comerciantes locales recrudecen la lucha por conseguir un comercio libre, sin trabas monopolísticas y aún sin arbitrios y sisas municipales que afecten al beneficio mercantil, -lo hemos visto-, por lo que entorpecen las decisiones del ayuntamiento 740 con recursos constantes ante las instancias regionales. Recursos que elaboran y presentan nuevos abogados instalados en la ciudad, aliados a, y bien retribuidos por sus nuevos patronos. En este sentido, resulta paradigmática la pugna sostenida por Isach y su yerno Salarrullana, quienes recurren ese mismo año ante el Supremo Consejo la normativa que obliga a pagar pontazgo a los traficantes en granos, por el solo hecho de entrar en el término municipal de Fraga, y a no poder venderlos libremente en lugar distinto del almudí. Ante la postura de fuerza de Isach, que pretende comprar y vender en su mesón sin cortapisas, el ayuntamiento responde exigiéndole demostrar el privilegio de construcción de su posada. 171 Pero la amenaza local es contraria a las directrices del exterior. Muy pronto se recibe de la Intendencia una orden que prohíbe el arriendo de los abastos y permite el libre comercio. En caso de tener que arrendar alguno por falta de suministro, el beneficio obtenido deberá aplicarse al pago de la contribución.172 Era el pistoletazo de salida del libre comercio local y la mayor pérdida municipal en el control de los abastos. Pero sería erróneo entender que todos los comerciantes forman un único grupo de presión ante el consistorio. Sus componentes están también enfrentados entre sí y los intereses de unos chocan con los de terceros en discordia. Conocemos ya la pugna interna entre comerciantes por desproporción en su carga contributiva y las acusaciones mutuas de conseguir “lucros” muy superiores a los declarados por cada cual. Ante el recurso que algunos de ellos –Andrés Isach, Mariano Tomás, Joaquín Camí, Salvador y Camilo Miralles- elevan al delegado general de propios y arbitrios contra el ayuntamiento por permitirlo, la respuesta del consistorio a ese escrito pone de manifiesto precisamente esas luchas internas entre comerciantes y prestamistas. Los regidores desvelan: “Que por estos hombres nuevos, más por sus riquezas que por su cuna, que tanto quieren figurar en este pueblo, y son la admiración de quantos los han conocido unos miserables, parece han formado empeño, -sin duda porque no saben en qué emplear el dinero- de comprometer al Ayuntamiento y a su presidente, disparando desde sus bufetes instrucciones a los agentes de Madrid y Procuradores de Zaragoza”. “No contento Isach con el pleito que en el Consejo sigue contra el ayuntamiento,… se unió posteriormente con Camí, y atribuyéndose las facultades de todo el vecindario, como si su voluntad fuese la suya, tuvieron valor, según se asegura, para solicitar de la Real Cámara el pronto despacho del nombramiento de regidores y cesación de Corregidor, recordando el recurso que sobre esto hicieron algunos seducidos, como si aquel Supremo Tribunal necesitase para hacer justicia de los recuerdos de estos picapleitos”... Según los ediles, la pretensión de Isach, su yerno Salarrullana y Camí es “fatigar” al consistorio, inventando diariamente nuevos modos de envolverlo en 741 complicados asuntos y dispendios. Aseguran que este recurso, como otros, está movido por el odio y la intención de calumniar y, añaden: “Todavía no hace un año que Andrés Isach y Joaquín Camí eran objeto de las hablillas del pueblo por el odio y rencor con que se miraban, desdeñándose, no solo de hablarse quando se encontraban en la calle, o en el paseo, pero ni aún de mirarse y pronunciar un Dios te guarde. Su vecindad en una misma calle y contiguas las puertas de sus casas, y el asomarse a sus balcones desde donde pudieran darse la mano, hacía más reparable y escandalosa en el público su aversión recíproca y mala voluntad... Isach echaba en cara a Camí ser hechura suya en su fortuna y prosperidad, habiéndole prestado en sus principios dos mil reales para poder poner una tiendecica de zucrería con que empezó a levantar figura en el pueblo, pues por las circunstancias de nieto de un pobre sepulturero y haber enlazado con una infeliz muchacha, a quien la caridad de sus conocidas cubría su desnudez, no le hubiera proporcionado levantarla, añadiendo que el complemento de su fortuna había sido la injusta ocultación de una gran cantidad de vales reales pertenecientes a la Iglesia, con los cuales había comprado un patrimonio en el lugar de Ballobar; y que a pesar de que -más por miedo de ser denunciado y procesado criminalmente- los había restituido a la Iglesia, haciendo donación al Ilmo. Sr. Obispo difunto que, estimulado de su conciencia, le amenazaba denunciarle”. "Camí reprochaba estas invectivas de su contrario propalando su humilde nacimiento, su descendencia de carniceros, y su fortuna debida a la avaricia de sus padres, y a la ocupación de estanquero de tabacos, que le sirvió de escala para ascender a una tiendecita de comercio, que en el día pasa por la principal del pueblo, completando estas injurias recíprocas la impertinente locuacidad de la mujer de Camí, que se complacía en llenar de apodos a la de Isach, y entre ellos a su yerno Salarrullana, a quien sacó el de "puñalet", sin ocultar ser hijo de un pelaire, cardador, y nieto de una comadre”. “Por los raros acontecimientos que el interés excita en los comerciantes, así como se desunieron y se hicieron enemigos irreconciliables por la compra de una yegua, que tenía encargada a Salarrullana, y que no fue del gusto de Camí, se unieron después por otros asuntos de interés, y entre ellos el de defender su pretendido agravio en el reparto de contribuciones y, desde esta época, estimulados cada uno y especialmente Camí del resentimiento que formó contra el ayuntamiento por no haberle propuesto para regidor, no obstante prohibirlo la ley a los mercaderes de tienda abierta, formaron el empeño de representar contra el ayuntamiento. Vea qué clase de personas son los que vanamente, y distando mucho de serlo, se titulan "Don" Andrés Isach y "Don" Joaquín Camí”.173 A los ojos de los regidores de Antiguo Régimen, ese era el cobre que debían batir desde entonces, reflejo sin duda más simple pero no menos histórico que la pugna general entablada entre absolutistas y liberales con la sublevación de Riego, los levantamientos en varias ciudades a favor de la Constitución y su jura por el rey Fernando. Todavía esos regidores enviaban a Barrafón a la Corte para felicitar al Rey por su matrimonio, solicitar el perdón de las contribuciones, promover la fundación en la ciudad de un colegio de jesuitas o de escolapios y solicitar la agregación a Fraga de los pueblos comarcanos, a fin de contribuir al sueldo del 742 corregidor. Acompañaba a Barrafón el barón de Eroles, teniente general del ejército, a quien Fraga agradecía haberla liberado de los franceses en 1813, junto a las plazas de Lérida, Mequinenza y Monzón. Una amistad, -la de Barrafón y Eroles-, inquietante en el futuro inmediato. 7.3.5 La eclosión política partidista del Trienio Liberal. En su estudio sobre la Revolución Burguesa y el movimiento juntero en España, Antonio Moliner describe los hechos ocurridos en Zaragoza en los primeros días de marzo de 1820. El día cinco se produce el levantamiento de varios oficiales militares y un grupo de civiles que obligan al marqués de Lazán “convencido absolutista” a proclamar la Constitución, luego de amotinarse el pueblo y de conducir preso a la Aljafería al nuevo capitán general de Aragón, el general Haro. El resultado de este extraño motín ¿anti absolutista?, fue que el mismo marqués de Lazán volvió a recuperar la capitanía general de Aragón. El seis de marzo se constituye la junta revolucionaria. El nuevo capitán general convoca a las autoridades civiles y militares y a los principales prohombres de cada parroquia y acuerdan tomar las medidas necesarias para mantener el orden público y hacer respetar la religión y sus ministros, el nombre sagrado de S. M., así como las propiedades y la seguridad de sus habitantes. Moliner se sorprende de que quienes hasta entonces habían perseguido a los liberales durante el Sexenio, se pusieran ahora al frente del gobierno constitucional, aparentemente elegidos “por una numerosa multitud”. Se evidencia de este modo la ambigüedad de la revolución, encarnando la junta un espíritu contrarrevolucionario.174 El día siete se recibe en Fraga la orden de hacer jurar la Constitución “a todas las corporaciones e individuos”. La orden incluye ejemplares del acta de lo ocurrido en Zaragoza el día cinco. El día quince los regidores acuerdan por unanimidad jurarla con el ejemplar que les presta un vecino, una vez el Rey lo ha hecho el nueve y lo han ejecutado ya varias ciudades y capitales cercanas. Los fragatinos jurarán el día siguiente en la plaza de San Pedro, invitando a los priores y clavarios de las cofradías, que igualmente deberán jurarla, y el capítulo cantará un Te Deum de acción de gracias. En el acta subsiguiente se recoge la ceremonia y jura de la Constitución por Dios y los Santos Evangelios. El acto ha concluido con "vivas a la Religión, al Rey, a la Constitución y a la Patria" en un totum revolutum conciliador. El día 23 se recibe orden del jefe político para formar nuevo ayuntamiento. El corregidor manda convocar al pueblo en pleno sin la tradicional división en barrios, “como que forma una sola parroquia”, para que ese mismo día nombre a los vocales electores que elijan el nuevo ayuntamiento. Será un ayuntamiento 743 elegido ‘desde abajo’ en lugar de ser designado ‘desde arriba’. Un cambio sustancial. En la misma sesión cesa en su puesto el corregidor, agradeciendo al ayuntamiento la armonía con que se ha conducido y deseándoles lo mejor. Dos días después toman posesión los nuevos “concejales” y proponen la continuidad del antiguo corregidor como juez de primera instancia hasta que el Rey decida nombrar a otro. De este modo entienden conservar mejor el orden público, ayudándose mutuamente alcalde y juez. Y, pese a que inmediatamente se declara nula la elección del consistorio por defecto de forma, los nuevos ediles siguen en sus puestos y ratifican en el acta del 8 de abril los acuerdos tomados desde su nombramiento. El jefe político ha recomendado jurar de nuevo la Constitución, lo que se hace al día siguiente en la iglesia de San Pedro "en la forma en que se previene en el decreto de las Cortes de 18 de marzo de 1812”. El totum revolutum de la ocasión anterior quedaba, de este modo, matizado. El matiz no es baladí. El nuevo cabildo ha sido elegido ahora por los comisarios de parroquia, a su vez elegidos “por los ciudadanos que gozan las prerrogativas de tales en la actualidad”. Es decir, sólo por los cabezas de familia vecinos y con trabajos estables en cualquier actividad. (Unos 480 individuos). 175 El mecanismo es similar al tradicional rito utilizado para la elección de los diputados, que la legislación gaditana amplió al conjunto de los cargos municipales. Pero el sufragio ahora es restringido, censitario. No todos los vecinos pueden votar. No todos son ciudadanos. El nuevo organigrama de poder incluye un alcalde (dos en 1822 y 1823), seis regidores (sustituidos por mitad cada año), un síndico procurador y el secretario, que debe ser único, aunque en Fraga se utiliza una componenda para que sigan como tales los dos habituales en discordia. 176 Desaparecen los diputados del común en la inteligencia de que sus anteriores funciones son asumidas por los regidores en representación y beneficio del pueblo que los elige y, por supuesto, se anula el único caso de regidor perpetuo existente en la ciudad. Además de no ser designados sino elegidos, el rasgo sobresaliente es sin duda la desaparición del privilegio de mitad de oficios y de la preferencia de los nobles sobre los plebeyos en los primeros puestos del cabildo. Se pierde de momento ese rasgo del privilegio de Felipe V y definitivamente el régimen de ayuntamiento trienal. En adelante, tanto durante el Trienio como durante la Década Ominosa, los ayuntamientos tendrán una duración a lo sumo anual, cuando no inferior, a tono con las circunstancias de “la Nación”, con lo que ello conllevará de inestabilidad política y administrativa. El primer alcalde constitucional será ahora el comerciante Miguel Jorro y Prous, -el máximo contribuyente del momento-, a quien se le antepone el connotado de “don”, como al resto de los ediles en un signo colectivo de distinción 744 elitista. Se elige como regidor primero al infanzón don Domingo María Barrafón y Viñals, que continúa su línea ascendente en el gobierno municipal, al igual que el también infanzón don Antonio Junqueras, que cambia su anterior puesto de síndico procurador general por el de regidor segundo. El resto de los regidores inician ahora su experiencia en las tareas públicas. No puede decirse que el cambio sea rotundo, pero sí significativo: ¡Un alcalde comerciante! Y con funciones gubernativas sin limitación interna en el poder local; sin corregidor. En adelante, el gobierno municipal estará de nuevo en manos de los fragatinos. O al menos esa será su expectativa inmediata. Desde ahora, el antiguo corregidor Cabrera volverá a ser juez de primera instancia, con función únicamente jurisdiccional, separada del ayuntamiento, a quien los regidores consideran persona capaz una vez quedan relegadas las antiguas discordias con alguno de los encumbrados. Le reconocen “la capacidad personal y la armonía que ha sabido crear entre todos los regidores”. Pero se apresuran a quitarle la potestad sobre el destino y administración de los bienes de propios. Desde ahora, y de acuerdo con la Constitución de 1812, serán ellos solos quienes lleven cuenta precisa de las rentas que producen, sin juntas de propios de por medio. Recuerdan la pérdida de sus antiguas prerrogativas durante la dominación del corregidor Rubio, usurpador junto al gobierno intruso, y su recuperación durante el período final del conflicto bélico, en el breve episodio constitucional de Cádiz. Ahora, el destino de los arriendos municipales vuelve a estar bajo su control. Para destacar la novedad administrativa, acuerdan dejar constancia de sus resoluciones en un libro separado del de actos comunes.177 Esa es su primera y más importante decisión: las rentas de propios. Sólo después solicitarán que Fraga siga siendo cabeza de partido, como durante la pasada guerra, para de este modo recibir las órdenes superiores directamente, sin mediación de Zaragoza. Y así lo consiguen del presidente de la Junta Superior Gubernativa de Aragón, el marqués de Lazán,178 aunque con limitaciones. 179 Consecuentes con ello, deciden hacer acopio “activo y permanente” de la nueva legislación que les incumbe conocer.180 Ellos sí saben leer. Una vez repuesto en la prerrogativa de nombrar los oficios subalternos pagados de los fondos públicos, el consistorio resuelve nombrar guardias, priores, celadores de Valdurrios, almutazaf, sisador, cerero confitero, maceros y clarineros. Declara vacantes las dos plazas de médicos, porque tiene noticia de que uno de los que ahora las ocupan, don Miguel Tomás, quiere ir a ocupar la de Barbastro. Nada se dice del otro médico actual, don Antonio Cerezuela, pero también se declara vacante su plaza.181 Nombramientos y ceses –los de los médicos-, que parecen del todo inocentes, pero que pronto se revelarán como políticamente intencionados. 745 Por último, solventados los asuntos más pragmáticos y en consonancia con su nuevo mandato constitucional, los ediles realizan un acto público del mayor simbolismo: acuerdan arrancar de inmediato la argolla y cadena a las que se amarraban en la plaza pública los delincuentes y borrar de este modo “el monumento a tan antigua y humillante costumbre”. Entendían acabar de repente con el Antiguo Régimen, imitando lo ya realizado en otros lugares. Respecto de los vecinos llamados al disfrute del poder, no cambia la exigencia de un determinado arraigo económico, con lo que los principales sitiales siguen en manos de ciudadanos “pudientes”. Concepción de Castro los llama “clase media”182 y nosotros los asimilamos a los mayores contribuyentes y sus allegados, cada cual con sus propios intereses casi siempre enfrentados. Hasta aquí nada cambia. El verdadero cambio radica en que ahora salen a la luz de forma clara diferentes opciones políticas, que perfilan en “partidos constituidos” la indiferenciada ambición de poder de algunos vecinos. En adelante comenzamos a ver fragatinos partidarios del absolutismo, fragatinos favorables a un gobierno representativo “moderado” y restringido (doceañista) y, finalmente, a otros descontentos con su exclusión del poder por su carácter más “exaltado”, más exigente con el alcance de la revolución. Las ideas de cada cual se manifestarán de inmediato en su conducta. La aparente tranquilidad y concordia inicial entre los fragatinos del Trienio se revela pronto ficticia. A tono con el contexto nacional, se producirá una creciente conflictividad política, a veces por disputas internas y otras condicionadas por el exterior. Fraga ya no es aquel pueblo aislado del siglo anterior, distante de la capital del corregimiento, que acata a regañadientes órdenes e instrucciones sobre asuntos fiscales, exacciones y multas por su mal gobierno. Ahora vibra y entiende su suerte conectada a los avatares regionales y nacionales. Sus actitudes y acciones siguen el vaivén de los incipientes partidos. La repercusión de situaciones y conflictos externos es mucho mayor que antiguamente. También sus propias actuaciones pueden tener resonancia en ‘la capital’ (que para ellos sigue siendo Zaragoza). El despido de los dos médicos encenderá la mecha entre los vecinos notables. Los concejales moderados temen la oposición de varios individuos exaltados entre los que destacan José Salarrullana –“sujeto de perversa intención”Ramón Vera, -“hombre de malísimo concepto”-, y los médicos don Miguel Tomás y don Antonio Cerezuela, “que siempre han promovido chismes, anhelado innovaciones y perturbado el orden en cuanto ha alcanzado a su posibilidad”, difundiendo ideas contrarias al gobierno de la ciudad. El consistorio moderado les acusa de ponerse de acuerdo “en conciliábulo” para aprovechar en su beneficio las alteraciones producidas el 14 de mayo de 1820 en Zaragoza, cuando “algunos 746 grupos desordenados y con armas pretendieron alterar el orden público”. Por eso el consistorio decide despedir a los médicos y dar cuenta a las autoridades del carácter de Salarrullana y Vera. Los médicos reaccionan al despido mediante la publicación el día 13 de junio de un artículo anónimo en el Diario Constitucional de Zaragoza en el que niegan capacidad legal al ayuntamiento para despedirlos, lo que deja al consistorio mal parado ante la opinión pública zaragozana.183 Por su parte, los concejales ordenan a su procurador en Zaragoza averiguar ante el juez de imprentas la autoría del artículo, para exigir una satisfacción y rectificación de lo escrito. Al mismo tiempo, niegan a los médicos el pago de sus salarios, exigen a uno de ellos que deje de vestir uniforme militar y ponen en conocimiento del arzobispo de Zaragoza las maquinaciones y vergüenzas de su agente en la capital, el presbítero Morella.184 Pero el asunto no acaba aquí. Al apoyo “exaltado” de Salarrullana y Vera a los médicos se suma otro individuo situado en la antípoda política aunque de idéntico afán desestabilizador: reaparece en escena don Medardo Cabrera. Las manifestaciones públicas de don Medardo, relativas a la inestabilidad política regional y nacional, son la comidilla de la clase bien estante del pueblo. El miedo a perder su puesto de interventor en la junta de propios si se consolida el cambio político en sentido liberal y la junta es suprimida, le hace proferir afirmaciones peligrosas, que otros se apresuran a enjuiciar en el consistorio. El regidor decano Barrafón será quien las ponga en solfa. Don Domingo María Barrafón y Viñals expone a sus compañeros capitulares su “dolor más intenso” porque lo que se discute discretamente en las sesiones se filtra de inmediato a toda la población. Fruto de ello es que se le haya presentado el juez en su estudio de abogado, acompañado del escribano del juzgado, para tomarle declaración respecto de una petición de don Medardo. Exigen saber si Barrafón acusó a Cabrera ante el consistorio de amenazar con ponerse a la cabeza de un motín, junto a los médicos, en vista del correo sobre la alarma del 14 de mayo en Zaragoza. (En este asunto, los extremos políticos se tocan y fomentan la algarada tanto los exaltados como los absolutistas). Barrafón declara ante el juez que, en efecto, afirmó en sesión del consistorio la complicidad de don Medardo con los médicos, de quienes se sospechaba querer perturbar el orden. Pero Barrafón asegura ahora que su observación fue sólo intuición y no acusación con ánimo de incriminarle; y menos siendo su amigo. Que su intuición derivaba de palabras anteriores de don Medardo cuando, -luego de las ocurrencias de marzo en la capital-, le confió: …“amigo, gran novedad tenemos. Mi intervención en propios, la de mi hijo, el regidorato de 747 éste y el de usted, con el ascendiente que nos atribuyen, terminan o se acaban si juramos la constitución. Es preciso resistirlo”. Barrafón añade que, posteriormente, antes de jurarse la Constitución en Fraga, pero una vez recibidos los decretos de haberlo practicado del Rey, el citado Cabrera le dijo en su propia casa: “nada importa lo del Rey; los partidos de Huesca, Barbastro y Jaca se resisten; Fraga debe unirse a ellos”. Y apostilla Barrafón, enfadado: “En eso se conoce que las ideas de Cabrera no eran precisamente de adhesión al sistema monárquico, ni a los intereses del Rey, sino sórdida ambición, efecto de un carácter bajo y despreciable”. Y por ello, –concluye-, no había merecido don Medardo ningún aprecio entre los comisarios de parroquia al tiempo de elegir los miembros del nuevo consistorio constitucional. El noble, abogado y literato ilustrado Barrafón alardeaba así de estatus y fidelidad al Rey frente a aquel labrador criado sobre un esportón, en el establo junto a las mulas, aunque elevado en su día a la categoría de Noble de Aragón. Fueran los que fueran los intereses reales de cada cual, lo cierto es que su envolvente ropaje se manifestaba ahora ligado a una u otra ideología. Don Medardo quedaba retratado en esta ocasión como un decidido absolutista. Se mantenía atento a los acontecimientos, vigilando la deriva constitucional, anhelando esperanzado la intervención de tropas francesas próximas a la frontera y deseoso del éxito de la revuelta de mayo en Zaragoza. Se hubiera asociado con los “facciosos” si aquella hubiera triunfado. Don Medardo era ya uno de los “descontentos” significados en la ciudad, anticipando la denominada guerra dels malcontents que estallaría siete años después.185 Pero también Barrafón se vería pronto incluido en el grupo de los inclinados en pro del absolutismo. Su trayectoria durante la guerra de la Independencia no brillaba diáfana a los ojos de todos. Como su padre difunto, parecía haber colaborado con los franceses y al mismo tiempo alardeaba de haber actuado como espía del ejército español. De hecho había entrado en 1813 con las tropas del Barón de Eroles el día de la liberación de Fraga.186 Muy pronto, el secretario Simón Galicia le acusaría de tener “enredado” y “comprometido” al ayuntamiento y al pueblo en la causa del Rey absoluto, cuando no debería siquiera asistir a las sesiones hasta que no tuviese “la exclusión absoluta, con justificación de sus crímenes”. El secretario había dado cuenta de ello ya al gobierno de la Nación, a fin de someter a Barrafón “al Tribunal de la Ley”. 187 Su verdadera adscripción política resultaba cuando menos ambigua y, pese a ello, parecía gozar de una situación privilegiada respecto de otros abogados “purificados”. 188 Sus influencias en ‘la capital’ se lo garantizaban. 748 Transcurridos los primeros meses del Trienio y convertida Fraga en cabeza de partido judicial,189 la situación política en la ciudad se enrarece progresivamente y se polariza. Frente al ayuntamiento se sitúa por un lado la minoría exaltada liberal, al frente de la cual se posiciona un Salarrullana capaz de arrastrar tras de sí algunas voluntades, y por otro una parte del vecindario, descontento con la situación económica, liderado por don Medardo Cabrera y dispuesto a la revuelta absolutista si las condiciones externas lo propician. Pese a que el primer ayuntamiento constitucional informa al Gobierno Político de Aragón en abril de 1821 que “en esta ciudad se goza de toda tranquilidad”,190 lo cierto es que hasta los miembros del capítulo eclesiástico muestran su desafección al consistorio: con motivo de la festividad de la patrona Santa Ana, ni el ayuntamiento ni las cofradías serán invitadas a la procesión habitual. Varios roces de orden fiscal y económico entre ambas instituciones subyacen al desapego político. Tres son las ocasiones en que con mayor claridad se aprecia la polarización política del Trienio: la formación de la Milicia Nacional, la nacionalización de los bienes de religiosos regulares y el medio diezmo, y la sublevación absolutista de 1822 en Cataluña y Aragón. Veámoslo con detalle. A finales de octubre de 1820 se recibe la orden de “plantificar la Milicia Nacional” en la forma prevenida en el Reglamento de 31 de agosto, publicado el día cinco de octubre. El consistorio acuerda llevar a efecto con la mayor celeridad lo que con tanta urgencia encomienda el Gobierno. Deben alistarse los ciudadanos de edades comprendidas entre los dieciocho y los cincuenta años, sin excepción de clase ni persona, con apercibimiento a los omisos de imponerles las penas a que se hagan merecedores, sobre obligarles a ello. Pese a que los concejales dan ejemplo alistándose los primeros, la convocatoria no tendrá éxito: “el número de los alistados es muy corto”.191 Por eso deciden pasar casa por casa para determinar con los libros parroquiales en la mano la edad de cada vecino y su obligación de alistarse. Se atenderán las excepciones que se presenten y luego se nombrarán los oficiales pertinentes. Al mismo tiempo, se invita a los párrocos a repetir “las pláticas constitucionales después de las doctrinales, de acuerdo con el celo con que han procurado encaminar la opinión pública, a fin de mantener la seguridad en los pueblos y su tranquilidad interior”.192 En diciembre la Milicia está oficialmente constituida. 193 Comanda el batallón el propio alcalde y forman su plana mayor algunos de los concejales y varios notables.194 Cuando se propone que las cinco compañías realicen ejercicios de adiestramiento de forma conjunta, varios individuos de la cuarta lanzan un “grito” por el que reclaman actuar con independencia de las demás. Se trata de nuevo de Salarrullana, Cerezuela y Vera, oficiales de la misma. Su falta de subordinación al 749 comandante resultará escandalosa entre el resto de “oficiales”, lo que llevará al ayuntamiento a una convocatoria extraordinaria para deliberar sobre lo ocurrido. Por la tarde del día ocho de diciembre, todos los oficiales abarrotan el salón de plenos reclamando orden en el pueblo pues “ya se ven las ideas de algunos espíritus turbativos”, refiriéndose a Salarrullana y sus correligionarios. Se ordena formar patrullas por las calles para mantener el orden, “quedando seguros de que los pocos malvados enemigos de todo gobierno serán despreciados de todos los buenos y nada podrán trastornar sus perversas maquinaciones”. Los liberales moderados controlan la situación local. Por la noche, varios oficiales de la milicia se reúnen en casa del teniente Simón Aznar, en la que se celebra un banquete con un “golpe de música” y se brinda por la conservación del orden y arreglo de la Milicia, frente a quienes atentan contra su organización. Los capitanes han comprobado en su ronda nocturna la tranquilidad del pueblo y por ello deciden al día siguiente dejar sin efecto la proclama que habían acordado publicar, confiados en que “la energía del cuerpo" será suficiente para tranquilizar la ciudad.195 Unos días después, el alcalde instruye una causa “sumarísima” respecto de los tres insubordinados que, en 1822, será desestimada por un tribunal superior y condenado el ayuntamiento al pago de las costas y perjuicios, cuando en el contexto nacional predominan los liberales exaltados.196 En ese contexto debe situarse el “grito” insubordinado de Salarrullana y sus afines. A partir de octubre de 1821 se producen una serie de alzamientos y asonadas en toda España, similares a los de 1820. Sus líderes, Riego, Quiroga y Espoz y Mina, en connivencia con conspiradores republicanos franceses, fracasan en los nuevos intentos. Con todo, algunas ciudades se mantienen al margen del Gobierno, desarrollándose auténticas escenas de anarquía y denunciando “el feroz absolutismo del gobierno servil” de Madrid. Aunque no se llega a una situación de guerra civil, el Gobierno debe transigir con los rebeldes exaltados concediéndoles lo que en el fondo buscan: una participación en los resortes del poder. En Aragón, durante todo el año 1821 hay motines y manifestaciones callejeras: en Zaragoza a mediados de mayo; al mes siguiente se prepara en Huesca un Batallón de la Milicia Nacional con objeto de defender a las poblaciones de las partidas absolutistas que ya comienzan a recorrer el Alto Aragón. El 4 de septiembre, tras una conjura de carácter republicano en Zaragoza, el Gobierno moderado destituye a Riego de su puesto de capitán general de Aragón y lo envía de cuartel a Lérida; se producen manifestaciones que terminan en enfrentamientos públicos. En el mes de diciembre, numerosos tumultos en Calatayud, Caspe, Alagón y Huesca turban la quietud pública.197 750 Al mismo tiempo, mientras en las ciudades se producen asonadas y alborotos radicales a favor del progreso de la revolución, en el ámbito rural aragonés y catalán los tumultos y acciones guerrilleras serán de carácter absolutista, instigadas por la Iglesia, cuando se está procediendo a la disolución de conventos y a la confiscación y nacionalización de parte de sus bienes y rentas. Aunque ya hemos analizado las repetidas nacionalizaciones de los bienes eclesiásticos en el epígrafe de la desamortización, conviene aquí recordar algunas actuaciones significativas de la casuística fragatina. Uno de los regidores del primer ayuntamiento constitucional, el comerciante y ganadero Joaquín Camí Sartolo, será el comisionado por el Crédito Público para llevarlas a efecto. 198 El escribano don Jaime Jorro y Prous, hermano del alcalde, será el encargado de confeccionar los expedientes de las fincas y rentas a enajenar. Durante el segundo semestre de 1821 y todo el año 1822 Camí recoge las escrituras, actos censales, libros de cargo y data y libretas cobratorias, expedientes de toma de posesión e inventarios de los conventos suprimidos y los remite al comisionado principal en Zaragoza.199 Todo parece efectuarse sin oposición aparente. Pero cuando es preciso peritar las pertenencias de los regulares, nadie quiere intervenir; cuando se pretende arrendar las tierras conventuales nadie puja por ellas; ni siquiera sus antiguos arrendatarios, que se desentienden del contrato. Todos temen posibles represalias de los que ya se llaman a sí mismos “realistas”. Cuando a partir de julio de 1822 las facciones absolutistas y liberales están abiertamente enfrentadas, Camí refleja mejor que nadie el temor que le infunden unos y otros y su miedo a que le despojen de cuanto almacena, como gestor del medio diezmo nacionalizado y de los bienes, ornamentos y alhajas arrebatados a los eclesiásticos. La “arriesgada” correspondencia con sus superiores lo pone de manifiesto mientras permanece en Fraga y cuando huye primero a Zaragoza y luego a Lérida, buscando el amparo de las tropas y milicias liberales.200 Si se busca un ejemplo de conflictividad social y política en la ciudad y su comarca, la actuación del Crédito Público es sin duda la más significativa durante el gobierno de los liberales moderados. El tercer conflicto del Trienio y el de mayor envergadura y consecuencias políticas es el de las sublevaciones realistas. Si se atiende igualmente al contexto nacional, a partir de julio de 1822 el poder central es ejercido por los exaltados con el Gobierno de Evaristo San Miguel primero y, al año siguiente, cuando comience la intervención francesa, con Álvaro Flórez Estrada. Su acceso al poder no resuelve los problemas que afligen al país. La incapacidad de los ministros y el apoyo incondicional de la masonería incentiva la oposición de los moderados. Desde el frente absolutista, las potencias de la Santa Alianza amenazan con intervenir. La falta de autoridad del Gobierno se traduce en un endurecimiento de la vida política, 751 que adquiere las connotaciones propias de un ambiente de guerra civil con posturas irreconciliables y acciones extremistas con destrucciones, deportaciones y matanzas. En el contexto local y regional, esta cuasi guerra civil se sustancia desde los meses previos a julio mediante revueltas y creación de partidas absolutistas cada vez más organizadas y coordinadas. Es el mundo campesino que se rebela contra la crisis económica. En opinión de Josep Fontana, las medidas reductoras del diezmo a la mitad pretendían favorecer al campesinado, pero lo que pudo ser favorable para grandes y medianos propietarios acostumbrados a comercializar su cosecha, “…no valía para los campesinos, alejados de los canales de comercialización a distancia y sometidos a los mecanismos de unos mercados locales dominados (precisamente) por la especulación”.201 Por otra parte, el aumento de la presión fiscal y el nuevo impuesto de consumos que ya conocemos agudizaban la crisis. Como recientemente ha descrito Ramón Arnabat, lo diagnosticaban incluso algunos liberales radicales que proponían “abolir los consumos, reducir los impuestos, compensar los gastos realizados por los pueblos en fortificaciones, armamento y defensa, y hacer pagar a los lugares que no tuvieran milicianos los gastos ocasionados en perseguir a los facciosos”.202 En Fraga, la situación económica del Trienio afecta con crudeza a la mayoría de los vecinos. El censo de población que debe fecharse en 1822 incluye un total de 814 vecinos, de los cuales 162 son considerados jornaleros pobres y 316 pobres de solemnidad; en total casi un 59% de los empadronados están en la miseria. 203 Es fácil intuir que su afecto político ha de situarse muy cerca de quienes culpan de su situación a “los de la peseta”; es decir, a quienes defienden la nueva política. La adscripción de algunos vecinos a la guerrilla absolutista es fácilmente comprensible, máxime cuando Fraga está en el centro de un teatro de operaciones militares en la frontera entre Aragón y Cataluña, con un puente de obligado paso que debe defenderse, y peligrosamente próxima a la fortaleza de Mequinenza, objeto de deseo de ambos bandos contendientes. La primera referencia documental del conflicto es de mayo de 1822. El jefe político de la provincia de Aragón remite un pliego al alcalde comunicándole sus noticias de que en la provincia de Lérida “ha tomado el campo una partida de facciosos, capitaneados por un fraile fanático, para cuyo exterminio se han adoptado las medidas más vigorosas”. Para acabar con el fraile, pide la colaboración de las milicias locales de los pueblos del partido de Fraga. 204 Sabido es que el clero de la diócesis de Lérida era en su mayoría realista, con su obispo Simón de Rentería opuesto a las disposiciones liberales. Como explicó en su día el profesor LLadonosa, se estaban formando varias partidas en el Pirineo 752 apoyadas por Luis XVIII de Francia. Son las llamadas “bandas de la Fe”, cuyos principales jefes son “el misses” mosén Antón, Francisco Muntaner y Fray Antonio Marañón, alias “El Trapense”: “el fraile” para los fragatinos. El retrato de “el Trapense” ha sido vivamente perfilado por Josep Fontana Lázaro en su reciente estudio sobre la Década Ominosa. 205 Financiado por los monjes de Poblet y Montserrat, se apodera de la ciudad de Cervera, desde donde extiende sus razias por la zona oriental de Aragón: Benabarre, Barbastro, Tamarite, Monzón, etc. y por Balaguer, el Segriá, Tremp y toda su cuenca, en la de Lérida. 206 En una de sus acciones los realistas consiguen tomar el castillo de Mequinenza el 23 de julio de 1822.207 La fortaleza se convierte en el principal punto de soporte de sus tropas en la zona entre Aragón y Cataluña, -con unos 2.300 infantes y 150 caballos-, pese a los repetidos intentos constitucionales de escalarla o al menos bloquearla; intentos dificultados por partidas que les presionan desde Tamarite, Fraga, Sariñena, etc. Sólo en diciembre los constitucionales conseguirán sitiar la plaza evitando su aprovisionamiento en adeptos y medios de subsistencia, al tiempo que defienden la posición de Fraga, por su puente sobre el Cinca.208 Durante aquellos meses, las partidas realistas se someten a la coordinación del Barón de Eroles, reconocido como jefe de las operaciones militares. 209 Por exigencia francesa, en junio de 1822 se apoderan de la Seo de Urgel, donde constituyen la llamada Regencia de Urgel.210 Su manifiesto señala el propósito de reintegrar al Rey en su autoridad absoluta y ofrece una ley basada en los antiguos fueros, lejos de las veleidades revolucionarias. La Regencia consigue reunir más de 13.000 hombres y el resto de juntas constituidas en el territorio nacional reconocen su preeminencia.211 Entre sus secretarios figura don Domingo María Barrafón y Viñals.212 Desconozco el momento preciso en que Barrafón marchó de Fraga y si abandonó su puesto de regidor durante 1821. Probablemente lo haría en los primeros meses de 1822, cuando ya no forma parte de un consistorio escorado hacia los liberales exaltados o cuando entra en Fraga la partida del Trapense. Lo cierto es que el 15 de octubre de 1822 tenemos noticia de Barrafón, cuando actúa como intendente del ejército realista y escribe desde la Regencia de Urgel al ayuntamiento de Solsona, indicando de dónde debe sacar dinero para acudir a las peticiones de la partida del comandante Pablo Miralles. 213 Para comprender la ideología de Barrafón, íntimo amigo de Eroles, es preciso tener en cuenta que el pensamiento y las proclamas de éste último no coincidían con las de Mataflorida, puesto que Eroles pretendía devolver al Rey el poder pero fijando una constitución acorde con los fueros y costumbres tradicionales "adaptados a las circunstancias actuales", mientras que Mataflorida quería regresar 753 al absolutismo puro y duro. Los constitucionales, por su parte, decían que Eroles se había unido a la causa realista “posiblemente porque su ambición le haya hecho creer que adquirirá más riquezas, poder y celebridad”.214 Y, de hecho, respecto a Barrafón, su enemigo Salarrullana le acusaría años después de haber conseguido “inmensas riquezas por haber abandonado la Patria en el año 22 y 23”.215 En cualquier caso, con afán de riqueza o sin él, Barrafón se perfilaba políticamente como partidario de un absolutismo reformador. El 15 de noviembre de 1822 Espoz y Mina derrotaba las tropas realistas que protegían la Regencia de Urgel y obligaba al Barón de Eroles a refugiarse en Francia.216 La Regencia de disolvía y sus miembros se separaban y criticaban mutuamente. Mataflorida acusaba a los que le abandonaban por defender la alternativa de una carta constitucional: entre ellos don Domingo María Barrafón “y otros subalternos vendidos a la secta por ambición, debilidad o ignorancia…, por restablecer un sistema de gobierno que en su fondo es popular, opuesto a los derechos del Rey”.217 Frente al panorama general, las pequeñas peripecias locales carecen de relevancia histórica, pero resultan útiles a nuestro propósito si pretendemos caracterizar a los sujetos del poder. Nuestra principal fuente de información son las actas de ayuntamiento y, obviamente, sus percepciones y valoraciones del contexto regional responden a su propia posición política, o se someten en cada momento a las autoridades que dominan la situación. Si durante los dos primeros años del Trienio sus temores se habían manifestado respecto del liberalismo exaltado y en concreto respecto de aquellos vecinos más significados en su ideología (Salarrullana, los médicos, Vera, etc.), a partir de 1822 les atenazará el miedo a las partidas realistas. La vida comarcal quedó alterada por completo ante las correrías de unos y otros. Muy pronto, en junio de 1822, reconocen que las “conmociones populares” no pueden ser agradables a los “buenos ciudadanos”. Confían en que no les alcancen, pese a que durante algunas noches ya se han producido tiros en la plaza Mayor. Los sujetos más visibles y la mayoría de hacendados, “amantes de la quietud, sosiego y buen gobierno”, se proponen impedirlo en adelante mediante sus rondas nocturnas.218 Pero tres semanas más tarde, su tranquilidad se desmorona. El primero de julio, muy de mañana, invade la ciudad una partida “realista” comandada por un tal don Ignacio Bordalba. Es la tropa que asaltará y vejará al comisionado del Crédito Público, Camí. ¡El símbolo de la expoliación a la Iglesia! Pero también se adueñan, -bajo amenaza de muerte- de dineros de algunos “pudientes”, del armamento de la milicia, armas de los particulares, raciones de pan y vino, pólvora, balas y algunos caballos. Finalmente derriban y tiran al río la 754 lápida conmemorativa de la Constitución. Pero lo más significativo es que algunos vecinos se han marchado con la turba, al grito de “viva el fraile”. Al día siguiente, el ayuntamiento ordena a los maceros y alguaciles formar una lista “de los mozos y casados que se han unido a los que vinieron armados de Cataluña”, para entregarla al juez de primera instancia, a fin de que proceda según la ley. Pero al mismo tiempo acuerdan retrasar la publicación del bando de la ley de 17 de abril de 1821 (que condena a los rebeldes) hasta recibir contestación del Jefe Político de Zaragoza, “para no desesperar todavía más a los facciosos”,219 y para dar tiempo a los “incautos” que marcharon con ellos a regresar a sus hogares. Si vuelven de inmediato serán indultados de acuerdo con la misma ley. Los facciosos realistas han marchado hacia Torrente de Cinca y Mequinenza, cuyo castillo sabemos tomarán el día 23 de julio. Desde allí atemorizan y saquean durante meses los pueblos de la comarca. 220 Se ha unido a ellos don Medardo Cabrera, llevándose consigo el libro cobratorio de la contribución. Don Medardo se emplazará en la fortaleza como miembro de su junta y facilitará desde allí información relevante sobre los liberales de Fraga y su comarca, llevando presos a sus mazmorras algunos de ellos. Las vejaciones y exacciones impuestas a quienes caen en sus manos serán relatadas por Salarrullana diez años después en un rabioso acto de venganza.221 En diciembre de 1822, una vez protegida Fraga por tropas constitucionales, se recibe la orden del comandante general del distrito militar estacionado en la ciudad, por la que se declaran “traidores a la patria” a mosén Ramón Rubio y mosén José Achón, -miembros del capítulo eclesiástico-, y a don Medardo Cabrera, Manuel Salinas, don Domingo María Barrafón, Mariano Visa y Cristóbal Calavera; los cinco primeros por individuos de la “junta facciosa” de Mequinenza y por secretarios de ella y de la de Urgel; los dos últimos por cabecillas vecinos de la ciudad. En realidad sólo se condena a los principales realistas, puesto que los “unidos a la facción” son algunos más, aunque carecen de relevancia social y económica en la ciudad; no son vecinos principales. Como en otros muchos lugares, representan la minoría declaradamente desafecta al régimen liberal, como demostró hace años Jaime Torras.222 Los bienes de los condenados quedan confiscados y destinados a la Hacienda Militar, bajo el más escrupuloso inventario. Quien oculte alhajas, bienes y efectos de estos individuos tendrá pena de la vida. Pero como todavía la comarca está infectada de realistas el consistorio no se atreve a publicar la orden y sí en cambio el indulto que días después el mismo mando militar otorga a quienes deseen acogerse a dicha gracia y se presenten en su cuartel general o ante los comandantes del ejército a sus órdenes. El indulto comprende a “quienes se hallan 755 al presente dentro del recinto de Mequinenza”. 223 Fraga acabará exhausta aquel invierno debido a las exacciones primero de los realistas y luego de las tropas constitucionales, junto a los suministros para los enfermos del hospital militar habilitado en la ciudad.224 Fraga queda desde entonces en manos de los liberales exaltados. * * * Según Concepción de Castro, durante el último año del Trienio, la nueva delimitación de funciones en los ayuntamientos da lugar a una renovación de la figura del alcalde; destaca ahora su carácter ejecutivo frente al resto del ayuntamiento, sin perder por ello el genuinamente electivo. 225 Los regidores, en cambio, se ven reducidos a un mero cuerpo consultivo. En Fraga, el nuevo puesto de alcalde lo ocupa Salarrullana. Alcanza de este modo la meta perseguida desde hace años. Su poder político y decisorio es ahora máximo en la ciudad y está arropado por un consistorio en el que la mayoría de sus miembros son comerciantes como él. Pero pudiendo decidir múltiples cuestiones por sí mismo, su pericia política le aconseja apoyar sus actos en los principales vecinos. Por eso se apresura a llamarlos y constituir con ellos una “junta de pudientes y sujetos visibles” que se encarguen de la distribución equitativa de los impuestos, así como de los demás cargos de contribución a los que Fraga se ha visto sometida. 226 Su experiencia en las lides hacendísticas es notable y pretende compartir responsabilidades. O cumplirlas de forma más democrática. Pero cuando intenta meses más tarde crear una nueva comisión encargada de los suministros a las tropas, los elegidos para llevarlo a cabo le hacen ver que la responsabilidad de aportarlos es suya, del alcalde, sin que pueda desentenderse de ello; por eso sólo la asumirán si el ayuntamiento les da todo el auxilio preciso para desempeñarla. La actuación de Salarrullana al frente de la alcaldía concluye muy pronto, en el mes de abril de 1823. Su gobierno ha durado tres meses escasos. Huye de Fraga ante el avance del ejército francés que invade España y que sin duda tomará represalias. No es el único: la mayoría de los liberales significados abandonan las ciudades mientras unos veinte mil soldados realistas se distribuyen por Aragón para sofocar todo intento de resistencia. Desde Zaragoza, el general francés Molitor organizará la ocupación del Alto Aragón y de Cataluña, de cuya defensa se hallaba encargado el general constitucional Espoz y Mina. Con Salarrullana han huido el alcalde segundo Simón Aznar y varios concejales. Su paso por el ayuntamiento será muy criticado años después por sus enemigos políticos, quienes les acusan de no haber sido elegidos realmente por el pueblo y de haber desplegado sus malévolas 756 intenciones, haciendo pagar al vecindario “exacciones de dinero y de sangre”, y haciendo ejecutar dos quintas “que otro alcalde prudente y menos exaltado hubiera sabido excusar, economizando lágrimas comprometimientos inútiles a sus hijos”. 227 a las madres desconsoladas y Salarrullana se había comprometido radicalmente con la causa liberal. 7.3.6 La etapa absolutista final. La impotencia de los realistas para vencer por sí solos al liberalismo, junto con la petición de ayuda de Fernando VII, había forzado la intervención militar extranjera en los asuntos internos españoles, decretada por la Santa Alianza el 20 de octubre de 1822 en el Congreso de Verona. La invasión, encomendada a Francia, se inició el 7 de abril de 1823. No se produjo la resistencia popular que esperaba el Gobierno liberal y los tres ejércitos formados precipitadamente al mando de Espoz y Mina, Ballesteros y el conde de La Bisbal se rindieron sin apenas combatir.228 Un ejército francés compuesto por 132.000 soldados al mando del Duque de Angulema cruza la frontera por Irún y en esta ciudad se le une el llamado Ejército de la Fe, formado por 35.000 voluntarios de las partidas realistas españolas. Estos dos ejércitos reunidos avanzan por España sin dificultad, ponen sitio a Pamplona y San Sebastián y llegan a Vitoria, ocupando posteriormente Zaragoza el 26 de abril, Huesca el 30 y Fraga días después.229 Josep Fontana explica la escasa resistencia al ejército de Angulema por la complacencia de los clérigos y por el pago a precios elevados de los suministros necesarios a los invasores. Un teatro de operaciones totalmente opuesto al producido durante la guerra de la Independencia, cuando los clérigos animaban a la resistencia contra los “gabachos” y los franceses saqueaban y requisaban todo lo imaginable allí por donde pasaban.230 La invasión debía ser legitimada por una Junta Provisional encargada de convocar el Consejo de Castilla y el de Indias, que a su vez designarían una Regencia.231 Desde abril, la Junta Provisional había ordenado restablecer los ayuntamientos y justicias del Reino. Para ello cesaba a todos los alcaldes constitucionales y jueces de primera instancia, y fijaba las normas para el nombramiento de las nuevas corporaciones. A juicio de Fontana, “la sustitución crearía muchos problemas ya que buena parte de los ciudadanos acomodados, que eran los que normalmente ocupaban sus cargos, se habían comprometido de alguna manera con el régimen constitucional, como denunciaban los informadores, mayoritariamente eclesiásticos”.232 El 23 de abril se anuncia en Zaragoza la derogación de la Constitución, “recibida con alivio entre amplios sectores de la población”, según afirma Peiró. 233 757 El diez de mayo se reciben en Fraga varias circulares y órdenes: deben restablecerse las anteriores autoridades locales y oficiarse un Te Deum en acción de gracias por la entrada en España del “ejército libertador” y por el restablecimiento del rey Fernando VII “a su plena libertad”. Pomposamente, el acta de ese día se rubricaba con la expresión: “se acuerda obedecer en todo”. 234 Y, en efecto, los realistas fragatinos habían sido diligentes, puesto que desde hacía una semana habían repuesto por su cuenta el ayuntamiento designado en 1819. La mayoría de los antiguos ediles acuden prestos a tomar posesión de sus sitiales, excepción hecha del corregidor don José Matías Cabrera, trasladado a otro destino,235 el regidor perpetuo don Domingo Arquer, ya difunto, el diputado del común Ramón Vera, huido, y el regidor segundo don Domingo María Barrafón, que sigue en el ejército con el Barón de Eroles. La presteza en el cumplimiento de la reposición obedecía a las amenazas procedentes de algunos realistas fragatinos desde el castillo de Mequinenza. Es decir, de don Medardo Cabrera. Todo parece volver a sus antiguos cauces y, consecuentes con ello, la corporación se apresura a arrendar las fincas de propios, los impuestos y los abastos.236 También se aprestan a restablecer “el orden”. Naturalmente ahora se trata del orden absolutista. El nuevo capitán general de Aragón don Felipe Fleires prohíbe las reuniones de más de tres personas en las casas, -“no siendo de la familia”-, después de tocadas las segundas oraciones o las almas; ni por las calles, ni en las tabernas. Que nadie se pare por las esquinas ni vaya por las calles con asonadas ni músicas.237 Igualmente regresa la obligatoriedad del pago del diezmo238 y la reposición de la autoridad “exterior” (el corregidor) en el ayuntamiento.239 El 23 de octubre tomará posesión el nuevo corregidor interino don Manuel Zeperuelo, nombrado por la Regencia,240 sustituido el 15 de noviembre de 1824 por don Matías Mestre. Los corregidores podrán ahora vetar las listas confeccionadas por los regidores para la renovación de cargos e incluso multarlos si insisten en promocionar candidatos no idóneos. Fraga permanece durante los primeros meses de la Década Ominosa bajo la vigilancia estrecha de los nuevos Voluntarios Realistas, que están configurando sus compañías en el territorio.241 Y en seguida vendrán nuevas “purificaciones”, alguna de las cuales se prolongan durante toda la Década. Quienes parecen sospechosos de adicción al liberalismo deben demostrar no haber comprado Bienes Nacionales durante el Trienio, no haber correspondido con sociedades secretas, no haber sido miliciano voluntario ni usado armas, no haber participado de asonadas ni firmado representaciones contra el gobierno legítimo. También haber merecido buen concepto de la opinión general.242 Con los juicios a los liberales se repetían las depuraciones sufridas por los afrancesados de veinte años atrás. 758 Cuando con el sistema tradicional han de proponerse nuevos miembros en el consistorio –ahora anualmente desde la Real Cédula de 1º de agosto de 1824- los candidatos o sus garantes deben aportar la documentación o los testimonios que les retraten como “adictos al Altar y al Trono”, así como de haber sufrido persecución en la etapa liberal y no pertenecer a ninguna secta masónica. Es el caso, por ejemplo, de Joaquín Galicia Santarromán, que solicita el puesto de regidor primero vitalicio, para sustituir al difunto don Domingo Arquer. La estrategia de Galicia se sustenta en hacer valer sus méritos contraídos durante el Trienio, cuando su casa fue saqueada por las tropas de Mina en Candasnos y llevado preso a Cataluña, por su adhesión al Rey, con peligro de su vida; también por ser hijo de don Manuel Galicia Salinas, represaliado por los liberales, como secretario de la Junta Superior Gubernativa de Aragón, refugiada en Mequinenza. La Audiencia recomienda no otorgarle dicha gracia, por ser forastero, por no ser noble, por saber sólo leer y escribir y por no ser los oficios perpetuos en Fraga, siendo el caso de don Domingo Arquer una excepción y gracia Real personal por haber sido Diputado de Millones. Del mismo modo el ayuntamiento aconseja al intendente no informar favorablemente la petición de Galicia por cuanto no reside en Fraga, sino en Candasnos, es labrador que tan solo sabe firmar con su nombre y "acaso pide el cargo de regidor para ayudar a su hermano uterino Francisco Foradada Santarromán en el pleito que mantiene contra el ayuntamiento”.243 Curiosamente, quien conseguirá pleno reconocimiento a sus esfuerzos realistas durante el Trienio será don Domingo María Barrafón. Muy pronto Fraga conocerá su nombramiento como intendente de Aragón y corregidor de Zaragoza, y la preferencia que le demuestra S. M. sobre otros candidatos al puesto. Como sujeto de poder, Barrafón ha sabido aprovechar su amistad con el Barón de Eroles, su experiencia como secretario de la Junta de Urgel y se ve ahora generosamente recompensado. Él mismo se encarga de notificar a sus paisanos la gran aceptación que merece su desempeño en las más altas esferas e incluso la satisfacción del Rey “por sus distinguidos servicios y extraordinarios conocimientos en el ramo de Hacienda”.244 Desde ahora, el membrete de su correspondencia deslumbrará con el siguiente encabezamiento: “Don Domingo Mª. Barrafón Viñals, de Fox y Pérez, condecorado con la Cruz del Segundo Tercio de Zaragoza y con el escudo de distinción concedido por S.M. a sus fieles y leales servidores, caballero de la Orden Real y Militar de San Luís de Francia, Socio de la Real Sociedad Aragonesa, Académico de Honor de la Real de nobles y bellas artes de su capital, Intendente del ejército y Provincia de Aragón, Navarra y Guipúzcoa, Subdelegado de todas las rentas Reales en ella y corregidor de su capital y partido”. 245 Luego añadirá el cargo de intendente del Ejército y Principado de Cataluña y en 1830 el de corregidor de la 759 Villa y Corte de Madrid. Cuando se produce este último nombramiento, su humilde homólogo fragatino propone de inmediato encargar el retrato de Barrafón para colgarlo en la sala consistorial. Frente al deslumbrante encumbramiento de Barrafón, la realidad cotidiana de su ciudad natal se desenvuelve durante la Década Ominosa con monotonía y hasta con desidia política. El estricto control de los corregidores sobre las propuestas de cargos desanima a muchos. Las limitaciones que les impone hacen desistir candidaturas, (apenas ningún “don” entrará en el consistorio) y quienes finalmente salen nombrados apenas se reúnen para las funciones más rutinarias. Seguramente la escasa duración anual de sus cargos condiciona su desapego. Puede transcurrir todo un año con sólo las sesiones protocolarias. Puede transcurrir un semestre sin reunión alguna. Unos regidores toman posesión en una fecha mientras se retrasa la de otros. No llega a establecerse cohesión alguna entre ellos, que ni siquiera se ponen de acuerdo en las propuestas de oficios subalternos. No se observan intervenciones de los diputados ni del síndico. Ningún proyecto público de envergadura será llevado a cabo durante esos años. Ni siquiera la entrada y estancia del Rey en la noche del 18 de abril de 1828 parece motivarles: se limitarán a decorar un árbol de fuego con una inscripción que diga “Viva el Rey y la virtuosísima Nuestra Señora” y a preparar los alimentos y bebidas necesarios, sin más alardes ni adhesiones. Las sucesivas propuestas anuales al Consejo de Castilla reflejan las condiciones apetecidas por las autoridades. Continúa la costumbre tradicional de calificar a los pretendientes por su condición social, su patrimonio y sus relaciones de parentesco. La documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional a este respecto se repite tediosa año tras año. Se halla repleta de candidatos “adictos al Rey y con buena opinión de los amantes del Soberano”.246 Reaparecen de este modo los Arquer, los Galicia, Portolés, Jover, Vilar, Foradada o Cabrera. Son familias tradicionales, pero con sus vástagos segundones de la cuarta generación, en su mayoría labradores, y algunos de ellos “voluntarios realistas”. Todos supeditados a la autoridad de los sucesivos corregidores, cuyo elevado sueldo supone una pesada losa sobre las rentas municipales, 247 que no consiguen recuperar el nivel de períodos anteriores, mientras los impagos a la Hacienda Real y las reclamaciones de los intendentes son constantes. Los nuevos concejales procuran evadirse de una gestión que sólo les proporciona problemas y multas. Durante la década, la conflictividad social parece atenuada, dedicado cada cual a su trabajo y potenciación de su grupo doméstico. Y, cuando aparece, lo hace revestida de ideología, aunque la verdadera lucha por el poder hay que buscarla 760 ahora en la actividad privada más que en la pública. Para mostrarlo bastará un ejemplo producido en los años postreros del régimen y que causó gran revuelo no sólo en Fraga y la comarca, sino en toda la región. En 1832 Salarrullana, dueño de uno de los mesones en las afueras de la ciudad, al otro lado del río, solicita la nulidad de un bando puesto por el ayuntamiento, prohibiendo el paso por el puente a los carromateros que se dirigen de Lérida hacia Zaragoza. No podrán cruzarlo desde un cuarto de hora después de puesto el sol hasta las ocho de la noche. La razón de la prohibición estriba oficialmente en la dificultad de cruce de esos carros con los labradores que regresan desde la huerta a sus casas al anochecer, a lomos de sus borricos. Las acusaciones y pruebas de las partes enfrentadas ocupan varias piezas en un abultado expediente en el Tribunal del Real Acuerdo. En determinado momento del pleito, el ayuntamiento absolutista caracteriza a su oponente liberal Salarrullana diciendo: “Para que V.E. pueda formar una idea exacta del objeto que se ha propuesto aquel en su recurso, debe saber ante todas cosas que Salarrullana es una de aquellas personas que suelen aparecer para fatalidad y castigo de los pueblos, y que a manera de un terrible meteoro no puede lanzar de sí más que exterminio, desolación y ruina. Siendo tal su propensión a provocar discordias, que ya es cosa sabida do quiera que está Salarrullana, o en cualquier asunto que él pone la mano, allí se encuentran de seguro desavenencias, disturbios y todos los gérmenes de insubordinación que en cualquier parte señalan a los hombres díscolos y turbulentos”. El ayuntamiento rechaza la acusación de que la medida se ha tomado solo por favorecer al mesón de don Francisco Monfort, que está en la orilla izquierda del Cinca, dentro del núcleo urbano. No es cierto que pretenda dirigir a los carromateros hacia su mesón con la prohibición de paso del puente, puesto que en otras épocas se ha tomado esta misma provisión, aunque verbalmente, para evitar accidentes como los que ya han ocurrido. Por su parte, el corregidor remite a la Audiencia un informe explicando las razones del bando y afirmando que él mismo ha debido interponerse en las discordias entre labradores y carromateros en el puente. Y respecto de que el bando se ha hecho por favorecer a Monfort, dice: “Respecto de que la indicada prohibición tiene por objeto que se detengan los carros para aumentar la parroquia en la posada de mi hermano político don Francisco Monfort, me contentaré con decir a V.E. que solamente cabía forjarse una calumnia tal en un sujeto de las perversas calidades de Salarrullana, a quien mira todo este vecindario como un monstruo de cabilosidad, y que siempre ha atacado la reputación de mis antecesores y de los ayuntamientos de esta ciudad.” Y añade que… “Monfort tiene el mesón arrendado a terceros y cobra por él lo mismo si tiene mucha clientela que 761 poca, y que es ridículo pensar en el ingreso de unos 100 reales anuales que pudieran aumentarse por el edicto las rentas del mesón, cuando a Monfort su renta y patrimonio le producen 9 ó 10.000 duros anuales”. Por su parte, El procurador de Salarrullana insiste en que la razón de la prohibición de paso busca beneficiar al cuñado del corregidor, ya que “su parroquia” ha disminuido mucho desde que Salarrullana vende la cebada cinco reales más barata. Y aclara que el odio del corregidor y del ayuntamiento de debe a que su defendido: “se opone a las resoluciones de aquellos que, pasando los límites de sus facultades perjudican al interés público y no quiere (Salarrullana) condescender con las maniobras de aquellos; así es que el común del vecindario y especialmente la gente sencilla y amante del buen orden y justicia idolatran en él, y le siguen cuando trata de cortar el hilo a los abusos, mayormente cuando los abastos como el aceite y otros se venden de malísima calidad, perjudiciales a la salud pública y beneficiosos a los bolsillos de Monfort y de algunos otros que, sedientos de oro, sacrifican su conciencia y buena reputación”. Es decir, siendo ambos bandos capitalistas y “hombres nuevos”, lo que se disputa entre ellos guarda mayor relación con el poder que con la economía. Lo que se produce realmente es una nueva disputa entre linajes. Finalmente, Salarrullana consigue revocar la orden pero el tribunal le condena a una multa de 100 ducados por los insultos que profiere contra el ayuntamiento. 248 El relatado es un ejemplo simple y en apariencia irrelevante, pero exponente local de un contexto general en el que se inicia una profunda trasformación con la apertura del mercado nacional, la proliferación de los negocios y del crédito. Un contexto general en el que los intereses económicos subyacen y enconan las luchas por el poder político en todas las esferas de gobierno. De hecho, si en lugar de atender al beneficio económico en pugna atendemos al beneficio político, podremos poner como ejemplo de nuevo al propio Salarrullana. Cuando ese mismo año se procede a la última renovación municipal del reinado, los nueve primeros contribuyentes según el catastro son llamados a opinar junto al corregidor y los regidores. Salarrullana está entre ellos y protesta que no se incluyan los nombres de los sujetos propuestos por él y que no han entrado en lista por falta de votos. Salarrullana recurre al Real Acuerdo y éste ordena repetir la propuesta. En la sesión de 21 de marzo se repite la votación, a la que no acude el mayor de los contribuyentes, don Francisco Monfort, apartado en su retiro de Torrente. Los ediles salientes proponen –como siempre- a infanzones o labradores hacendados. Salarrullana, en contra del parecer del resto, propone a los siguientes: don Joaquín Isach, comerciante y administrador de correos; don Miguel Jorro y Prous 762 comerciante y ganadero; don Bruno Galicia ganadero; don José Bamala, abogado; don Antonio Oro, hacendado militar; Felipe Román, maestro tejedor; don Ignacio Lope, legista hacendado; don Antonio Pomar Solanod; don José Arellano Larroya, maestro alfarero; José Mestres, labrador; don Miguel Pérez, abogado; Miguel Vera Bellmunt, hacendado y comerciante; don Gaudioso Abad, abogado; Camilo Miralles, comerciante hacendado; Miguel Villanova, maestro cerrajero; José Achón, arriero; Joaquín Román, maestro tejedor; Francisco Román, labrador; Hipólito Torrellas, comerciante; Félix Calvo, comerciante; José Aribau, labrador y ganadero. 249 Está claro que sus preferencias distan mucho de las propuestas tradicionales. El primero de abril de 1833 toma posesión el nuevo y último ayuntamiento del reinado de Fernando VII sin que ninguno de los propuestos por Salarrullana consiga un sitial. Cuando, muerto el Rey, estalle la guerra civil entre carlistas y cristinos, y en su transcurso se produzca el nuevo y definitivo episodio de la Revolución Liberal, Salarrullana será de nuevo el líder de la causa y nuevo alcalde de Fraga. 250 Con él ocuparán los sillones del consistorio algunos de sus amigos, parientes y deudos. Pero también otras familias de mayores contribuyentes sabrán mantenerse en el podio del poder en adelante. Las familias Monfort, Barber o Rubio, emparentados entre sí, junto a otras tradicionales, compartirán las riendas del poder con los hombres nuevos de la abogacía, el comercio y los oficios artesanos. Más que de una revolución se trata de una composición; de un equilibrio de fuerzas entre familias de notables de campanario, en el seno de una sociedad rural sometida a los manejos públicos y las adscripciones ideológicas, pero que huye mayoritariamente de ellos. De hecho, cuando en 1836 la Regente María Cristina pide un préstamo de 200 millones de reales y Salarrullana se ve en la necesidad de distribuir la nueva contribución entre sus paisanos, establece entre ellos una diferenciación: pagarán más o menos según su grado de adhesión al nuevo régimen político. Según su sectaria clasificación, los vecinos acaban ordenados en varias clases contributivas: los que menos pagarán serán los “milicianos nacionales que han hecho servicios a la Patria” y que suponen el 4,6% de los contribuyentes; luego los “comprometidos con la causa liberal” el 2,7%; luego los “comprometidos en segundo grado” el 4,2%; los “conocidamente desafectos a la causa”, que sólo suponen el 1,5%, pagarán más todavía; les seguirán “los que lo son menos” el 7,6%, “los desafectos en mínimum” el 9,5% y, –finalmente-, “los indiferentes”, que alcanzan nada menos que el 70% de la población, pagarán por lo que marca el catastro. 251 * * * En síntesis, las luchas por el gobierno local descritas y analizadas en este capítulo reflejan fiel y explícitamente la deriva del poder estatal durante la 763 prolongada etapa borbónica absolutista. Explican los nombramientos de gobernantes locales en los años iniciales del siglo XVIII por su ‘fidelidad’ al Rey. Mantienen en lo posible al Estamento Noble ‘preferido’ al Estado Llano en los cargos y responsabilidades de gobierno durante su trascurso. Dentro de cada “Estado” prima el arraigo de unos y otros al tiempo de ejercerlos. Esos mismos sujetos de poder desvirtúan luego el propósito ilustrado que busca controlarlos con la introducción de los diputados del común. La minoría social que elige a los diputados –en apariencia democrática- resulta con frecuencia hilo transmisor de alcaldes, regidores y aún despropósitos, corregidores. Corregidores enfrentamientos coyunturales impuestos como castigo a los y odios permanentes de los fragatinos. Y frente a esta estructura tradicional, la aparición de los ‘hombres nuevos’ del afán por el enriquecimiento rápido, del ‘lucro’ mercantil que les eleva al estatus de sus antecesores, en pugna por ocupar los sillones del poder. Nuevos hombres empeñados en risibles pero enormes rencillas internas, estrellados de momento frente a tribunales regionales e instituciones estatales estupefactas ante tanto desorden, hasta que llegue su hora con los embates de la Revolución. Pero, tradicionales o nuevos ricos, todos se retratan empeñados en una permanente picaresca local resistente al control del centralismo ‘exterior’. Tras los sujetos protagonistas, el poder local fluye y se estanca en una corta oligarquía de familias, linajes y redes derivadas del parentesco, enfrascadas en idéntico interés: la gestión de los bienes de propios, las rentas del común, el objeto directo del poder. Los apellidos cambian pero las redes y clanes dominantes se mantienen, apoyados en otras más extensas redes clientelares. Los patronos poseedores de la tierra y los negocios mantienen bajo su férula a multitud de familias de medianos y pequeños contribuyentes como jornaleros, mossos, fadrins, arrendatarios, subarrendatarios, terrajeros y medieros; sobre todo medieros. Como afirmó María Teresa PérezPicazo: “el advenimiento del nuevo régimen no supuso una mutación profunda de las clases dirigentes a escala local. Las familias de la oligarquía siguieron concentrando la riqueza y el poder”.252 764 NOTAS DEL CAPÍTULO SÉPTIMO 1 El caso del Regente de la Audiencia Fernández Montañés y del regidor Bodón es el primer ejemplo conocido, con un intermediario interesado en la persona de don Pedro Bodón, eclesiástico en Zaragoza y hermano de don Miguel. Luego vendrían otros. El sistema clientelar en los nombramientos se mantendría aunque cambiaran las familias o los intereses. 2 A.H.N. Consejos, legajo 22.149, expediente nº 9. 3 Su alegato es clarificador: "...queda manifiesto el engaño con que se otorgó dicha concordia, y que la ciudad, sólo con el fin de atraer a ella a mi parte y demás acreedores, minoró el valor de sus rentas y aumentó el de sus cargas, persuadiendo con este engaño que no tenía fondos bastantes para la satisfacción íntegra de los réditos de los censos y su manutención”. Añade que las deudas de varios vecinos en favor de la ciudad, o eran falsas o incobrables. Y lo mismo ocurría según su criterio con otras cantidades incluidas en el documento de concordia. También afirmaba constarle que las 1.050 libras asignadas anualmente a la ciudad para sus gastos eran excesivas, porque los gastos reales ordinarios sólo importaban anualmente 946 libras y 13 sueldos. Revelaba que se habían ocultado los beneficios de las tabernas y la tienda de aceite, tampoco cedidas a los conservadores. Finalmente, se lamentaba de que todo ello redundase en perjuicio de las ánimas del purgatorio, en favor de las cuales estaban impuestos la mayoría de los censos que debía la ciudad, “cuyo capital original estuvo en fundaciones de particulares para misas, aniversarios y otras obras pías". 4 A.H.P.Z. Libros del Real Acuerdo de 1738 y 1739, folio 174 y ss. En 1741 se recibe una carta del Real Acuerdo en que se revoca la necesidad de que las concordias otorgadas por las ciudades se presentasen al Fiscal antes de poder ponerlas en práctica. Zaragoza, 22 de Enero de 1741. A.H.F. C.129-2. Acta de ayuntamiento de 28 de enero. 5 A.H.P.Z. Pleitos civiles, C.2511-4. 6 TORRAS i RIBÉ, J. Mª. Op. cit. pp. 200-201. “Respecto a las normas de inhabilitación por parentescos la legislación borbónica era mucho más estricta (que la anterior) y prohibía hasta el cuarto grado de consanguinidad y el segundo de afinidad, es decir, entre los regidores cesantes y entrantes no podía haber al mismo tiempo padre e hijo, suegro y yerno, tío y sobrino, ni hermanos, ni cuñados ni tampoco primos hermanos”. 7 DOMÍNGUEZ ORTIZ, A. Sociedad y Estado en el siglo XVIII, p. 471. 8 9 ORTEGA, M. Conflicto y continuidad en la sociedad rural española del siglo XVIII, p. 60. DE CASTRO, C. La Revolución Liberal y los municipios españoles. Madrid 1979, pp. 39-42. 10 GUILLAMÓN, J. Las reformas de la administración local en el reinado de Carlos III. Madrid, 1980, p. 441. 11 Una afirmación tan tajante puede evidenciarse si se analizan las fuentes descriptivas de los barrios en A.H.F. C.134-2 de 29 de diciembre de 1769 y C.1213-1. La distribución es la siguiente: Primer barrio: calles Parroquia, Plaza de Lérida, Carretera, Collada y Plaza Nueva; segundo barrio: calles Airetas, Banco, Mayor y San Miguel; tercer barrio: calles San Sebastián, Barranco, Redorta y Cárcel; cuarto barrio: calles Roqueta, Tozal, Monchico y San Pedro. En todos los barrios, a las calles principales se unen otras que pueden considerarse como del extrarradio urbano. 12 CÓZAR GUTIÉRREZ, Ramón. “De lo que yo el infrascripto escribano doy fe”. Los escribanos de la villa de Albacete durante el siglo XVIII”, en Revista de Historia Moderna nº 28 de 2010, p. 270. 13 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1767. 14 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1767. Al mismo tiempo, recuerda a Fraga que no le corresponde tener síndico personero, y que las funciones de este empleo pertenecen al síndico procurador general que el Rey nombra trienalmente. 15 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1768 y 1770. 16 17 18 19 20 A.H.N. Consejos, legajo 18.016. A.H.N. Consejos, legajo 37.143, expediente nº 13 de marzo de 1774. A.H.F. C.135-1, actas del ayuntamiento de 3 de junio de 1790. A.H.N. Consejos, legajo 18.016. La terminología sería la utilizada en 1787 por un infanzón ilustrado de Barbastro, don Pedro Loscertales, en su Memoria sobre la forma de restaurar la agricultura, las artes y el comercio en Barbastro. A.H.N. Consejos, legajo 37.156. 21 A.H.F. C.132-2. Acta de ayuntamiento de 27 de enero de 1769. 22 A.H.N. Consejos, legajo 18.016. También en A.H.P.Z., Libros de informes del Real Acuerdo de 1769, f. 329 v. 23 El 29 de marzo de 1771 Barber acordaba “en virtud de diferentes imposturas que en público han proferido contra el Ayuntamiento D. Miguel Aymerich y D. Juan Antonio Villanova, otorgar poder para suplicar en la superioridad la defensa de dicho Ayuntamiento, en la mejor forma que corresponda, para que se vean los buenos procedimientos en su conducta y gobierno, en que ha procurado arreglarse en todo y por todo a lo que se manda y dispone por S.M., Real Consejo y demás tribunales superiores”. 24 A.H.N. Consejos, legajo 18.016. 25 A.H.N. Consejos, legajo 18.016. 765 26 A.H.N. Consejos, legajo 18.016 de 6 de agosto de 1772. El Dr. Don Antonio Barrafón Pérez aduce su condición de alumno del Real Colegio de Abogados de Zaragoza, y expone un siniestro cuadro de Fraga en ese momento. 27 A.H.P.Z. Real Acuerdo, libro de 1775, folios 435-436. 28 El resto de los componentes del ayuntamiento pertenecían al Estado Llano, salvo el síndico procurador general, don José Junqueras Alastruey, infanzón venido de Alcolea y casado ya con una de las herederas de casa Cabrera, paradigma de la endogamia familiar: doña Joaquina Cabrera Cabrera. 29 A.H.N. Consejos, legajo 18.016, 16 de abril de 1780. 30 Una vez tomada la posesión, don Matías eleva al Real Acuerdo una queja por el trato despectivo que asegura haber sufrido en la iglesia de San Pedro el día de la Fiesta de la Asunción, cuando los restantes miembros del ayuntamiento, en lugar de sentarse en sus sitiales respectivos, se han retirado a la capilla del Rosario, donde se reúne para oír misa la gente de modo y visible del pueblo, dejándole sólo, sin el protocolo debido a la corporación y del que esperaba sentirse parte. Según sus compañeros regidores, en cambio, las cosas son muy distintas a como las explica, puesto que ha sido él quien en lugar de congregarse con el resto de los componentes del consistorio en la Plaza de San Pedro, antes de la misa como de costumbre, como él es infanzón y los demás no, se separa de ellos y entra en repetidas ocasiones solo, con gran escándalo del pueblo por la afrenta que hace a sus compañeros. La anécdota se resuelve momentáneamente, decidiendo uno y otros que en adelante, en las festividades señaladas, todos los miembros se congregarán en las Casas Consistoriales y desde allí se dirigirán hacia la iglesia, entrando todos juntos y bajo los sones de los clarines y los timbales. Es una pequeña cuestión de protocolo, pero que evidencia la difícil convivencia de un consistorio mestizo de predominio plebeyo. Además, la disputa no acaba aquí. Al año siguiente, 1782, el ayuntamiento es el que se queja ante el Real Acuerdo porque don Matías asiste a la iglesia vestido de color, en lugar de hacerlo de negro como el resto de los componentes, y como se ha hecho siempre. Su insolencia ha parecido increíble cuando ha respondido que asistirá de color cuando le parezca, y que si los síndicos de ciudades como Huesca o Zaragoza le consta que asisten de color, también él puede hacerlo. Y además, añade que los diputados en Fraga siempre habían asistido a las ceremonias también de negro y ahora, desde que ha sido nombrado diputado don Antonio Barrafón Fox, éste lo hace de color y el ayuntamiento no le ha hecho ninguna advertencia. En adelante, Villanova no sólo se presenta de color en la iglesia sino en las funciones y actos de ayuntamiento vestido de capa y redecilla, y en la última festividad, dentro ya de la iglesia y sentados casi todos los miembros en sus sitiales, manda a los maceros buscar por toda la iglesia y sus capillas a los regidores que faltan, contra derecho, para que el secretario tome nota de las ausencias. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. 31 A.H.P.Z. Pleitos civiles C.691-3, tercera pieza. 32 33 A.H.P.Z. Pleitos civiles C.3126-4. Representación de Barrafón a Campomanes. A.H.F. C.134-2. Acta de ayuntamiento de 27 de marzo de 1788. 34 Le cabe a este consistorio el mérito de haber iniciado por fin en 1786 las obras para la construcción de la nueva acequia. Como ya sabemos, los caudales necesarios se aprontaban, después de múltiples controversias, de los teóricos sobrantes de propios y la gestión de su construcción sería causa de otros tantos pleitos también reseñados. A pesar de la iniciativa, o tal vez por ello, el alcalde Rubio también hubo de dimitir, como su antecesor, hastiado de los problemas que le desbordaban. La nueva acequia y el aplazamiento de la remodelación y ampliación de la iglesia de San Pedro parecen haber tenido que ver en ello. Ni siquiera el haberse triplicado su salario y el de los regidores fue aliciente para continuar en el cargo. A partir de ese momento el alcalde primero cobra 60 L.j. anuales, el alcalde 2º, 36 L.j; cada regidor, 30 L. j., igual que el síndico procurador y los dos secretarios del ayuntamiento. A.H.P.Z. Pleitos civiles C.691-3, 1ª pieza. 35 Don Senén era también factor de la provisión de víveres para la tropa, vecino hacendado y reconocido como infanzón. Los “principales” de la ciudad y el prior del capítulo eclesiástico le consideraban muy a propósito para el cargo de regidor primero. 36 A.H.P.Z. Pleitos civiles C.691-3, tres piezas. 37 38 A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 1785, f. 178. Así lo advertía en 1792 don Miguel Aymerich Cabrera, viejo conocedor del sistema de propuestas. A.H.N. Consejos, legajo 37.365, expediente nº 4 del mes de mayo. 39 Don Raimundo solicita al conde su inclusión en la nómina de los empleos para el próximo trienio. Dice que su patrimonio es grande, que está casado con la hija del tercer regidor actual, pero que éste no ha ido más que dos veces al ayuntamiento en los tres años de su mandato, por ser de mucha edad, y cree merecer por su comportamiento en el ejército uno de los empleos, el que sea... en atención a los servicios de su padre y abuelo que han muerto en campaña con los honoríficos empleos de capitanes de infantería del regimiento de Ultonia”. A.H.N. Consejos, legajo 18.017. 40 Es hijo del regidor primero, Eusebio Cabrera, sobrino de Marcos Foradada por ser éste primo hermano de su madre, pariente en tercer grado de José Satorres y primo hermano de Francisco Vera Cabrera, todos ellos regidores. 41 A.H.N. Consejos, legajo 17.828, expediente nº 15. Privilegio del 2 de marzo de 1790. 42 43 A.H.N. Consejos, legajo 37.165, expediente nº 2 de agosto de 1789. A.H.N. Consejos, legajo 37.169, expediente nº 26 de junio de 1790. 766 44 Es sintomático en este sentido el caso de Manuel Martínez, el riojano impulsor inicial de la acequia nueva, que solicitaba al Rey en 1790 el empleo de alcalde primero para el próximo trienio, al tiempo que intentaba probar infructuosamente su infanzonía. A.H.N. Consejos, legajo 37.174, expediente nº 33 de octubre de 1790. En apoyo de su petición habían acudido los vecinos de Torrente, satisfechos con su nuevo riego. A.H.F. C.413-1; pero la Audiencia dilata su informe al Consejo de Castilla, y cuando lo hace es para desacreditarlo. A.H.P.Z. Real Acuerdo, Libro de Consultas e Informes de 1792 y Libro del Real Acuerdo del mismo año. 45 Desde Madrid se había propuesto realizar rogativas por la enfermedad del rey Carlos III. El obispo de Lérida había negado la exposición del Santísimo. El alcalde don Matías, buscando congraciarse con el ánimo de Floridablanca, quería remitir a la Corte una queja contra el obispo, firmada por el ayuntamiento en pleno. Los regidores, -devotos y analfabetos en su mayoría-, querían llevarse a casa la resolución para aconsejarse, antes de firmar. Don Senén explicaba al secretario del obispo que los regidores no querían firmar, “temerosos de que no les engañen, pues como toda es gente de campo y, meramente saben firmar, les leen muy al contrario de lo que escriben, y así los hacen caer... y les hacen firmar mil desatinos”. Don Senén, hastiado de tanto desbarajuste, dimite de su cargo de interventor de propios en 1793 y es sustituido precisamente por Manuel Martínez. A.H.F. C.1-12, Órdenes de Gobierno. 46 “Las utilidades que han producido las 120 acciones en el año 1783 son 11.002 r. 19 mrs. En 20 de febrero de 1788 se pusieron en arcas 38.640 r. v. por las utilidades de las 120 acciones de los años 1785 y 1786”. A.H.F. C.1096-1. 47 Al cabo de aquel trienio, el consistorio saliente, consecuente con su mentalidad común de ‘familias principales’, había propuesto para nuevo alcalde primero a don Miguel Aymerich Cabrera, aunque algunos regidores le oponen la excepción de ser padre del síndico procurador general, Aymerich Alaiz, quien, además de ser miembro de la junta de propios era depositario del fondo de penas de cámara. Si el padre conseguía “salir” alcalde, las cuentas del hijo podían no ser examinadas con la formalidad necesaria. Además, el padre había sido ya condenado anteriormente por sus excesos en el manejo de caudales. A.H.N. Consejos, legajo 18.017. 48 MORENO NIEVES, J.A. Op. cit. p. 992 cita una Real Orden de 13 de julio de 1790 por la que Carlos IV suprimía la excepción de parentesco para el cargo de regidor, “estableciendo como norma preventiva de posibles abusos, que sólo pudiera votar el más antiguo cuando concurriesen varios familiares”. 49 Aymerich alegaba que don Medardo era primo hermano de Junqueras; pariente en 4º grado de Agustín Galicia y del Dr. Labrador. Que Junqueras era además primo hermano de Leandro Montull y pariente en 4º grado de Galicia y Labrador. Que Silvestre Vilar era hermano de Antonio Vilar y cuñado de Galicia. Que Antonio Lax era primo hermano de Antonio Vilar. Que el Dr. don Antonio Labrador era además cuñado de Leandro Montull y pariente en 4º grado de Salvador Rubión, regidor 6º. A.H.N. Consejos, legajo 37.365, expediente nº 4 de mayo de 1792. 50 Carlos IV destinaba los sobrantes de propios a la Caja de Amortización de Vales creados entre 1780 y 1782. La orden llegaba a Fraga el 12 de julio de 1792. 51 VICEDO RIUS, E. Les terres de Lleida i el desenvolupament català del set-cents. Producciò, propietat i renda, Barcelona 1991, p. 323. 52 A.H.F. C.135-1 Acta de ayuntamiento de 5 de noviembre. 53 54 55 A.H.F. C.410-1 Actas de la junta de propios. Se origina con ello un nuevo pleito ante las autoridades regionales. A.H.P.Z. Pleitos civiles C.947-4. A.H.P.Z. Libro de Consultas e informes del Real Acuerdo de 1797 y MARTÍNEZ SHAW, C. “Cataluña, siglo XVIII” en España en el siglo XVIII. Homenaje a Pierre Vilar. Barcelona 1985, p. 129. 56 Véase el documento II.5 del Apéndice. 57 58 59 60 61 62 63 64 A.H.N. Consejos, legajo 23.001, expediente nº 6. A.H.P.T. Fondos comerciales, C.39, folio 85. A.H.P.T. Fondos Comerciales, C.17, folio 77. Véase el documento II.6 del Apéndice. A.H.F. C.135-1 Acta de ayuntamiento de 10 de febrero. A.H.N. Consejos, legajo 37.359, nº 27 del mes de marzo. A.H.P.Z. Pleitos civiles C.947-4. Después de varias peticiones infructuosas en los años precedentes por parte de las autoridades regionales, en 1795 se exigen a Fraga 14 hombres para el ejército, de acuerdo con su población, a razón de un soldado por cada cincuenta vecinos. A.H.F. C.135-1 actas del ayuntamiento. 65 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1796. 66 67 Véase el documento II.7 del Apéndice. GARCÍA GUILLÉN, B. “La lucha por el control del poder local en Coín durante la Edad Moderna” en Bernardo Ares, J. M. y González Beltrán, J. M. (eds.); Actas de la V Reunión Científica de la A.E.H.M. Tomo II: La Administración Municipal en la Edad Moderna, Cádiz, 1999. pp. 99-104. 68 A.H.F. C.134-2 Actas de ayuntamiento de 20 de julio. 69 A.H.F. C.135-1 Actas de ayuntamiento de 1 de junio y A.H.P.Z. Libros del Real Acuerdo de 1801 en el que se recoge el original privilegio de hidalguía, con la descripción del escudo que desde entonces estaría autorizado a usar. Al año siguiente solicitaba también que el ayuntamiento le pagara su salario 767 de regidor desde la fecha en que fue nombrado como Diputado de Millones, pero el Consejo de Castilla desestimó su petición y sólo los cobró desde que recibió de S. M. el nombramiento de regidor vitalicio el 28 de septiembre de 1797. A.H.N. Consejos, legajo 37.374, expediente nº 19 de agosto de 1797. 70 Véase en A.H.P.Z. Real Acuerdo, libro de 1796 la copia del nombramiento del corregidor. 71 72 A.H.N. Consejos, legajo 37.167, expediente nº 11 de febrero. A.H.N. Consejos, legajo 37.194 expediente nº 96 de agosto de 1796. Reparación de las dos cuestas penosas que hay a la salida de Fraga para ir a Cataluña y Zaragoza. 73 A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 18 de diciembre de 1796. 74 75 A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 22 de enero de 1797. En 1796 se compra la casa contigua a la de ayuntamiento para la nueva cárcel que se intenta construir. A.H.N. Consejos, legajo 37.193 nº 41 de mayo, “perdido”, según indica el Libro de matrícula nº 3.249 de los Expedientes de Oficio y Gobierno. 76 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. 77 78 79 80 A.H.N. Consejos, legajo 37.195, expediente nº 89 de diciembre de 1796. A.H.F. C.410 Actas de la junta de propios de 9 de marzo de 1796. A.H.N. Consejos, legajo 37.195 nº 14 de octubre de 1796. El 12 de marzo de 1797, en concejo general, los vecinos acuerdan que si se libra a Fraga de pagar contribución, darán lo que corresponde a dos años de contribución para las obras públicas que crea conveniente adelantar el corregidor. Y si sólo se consigue perdón de la contribución por un año, que los vecinos pagarán por un año. Y si sólo se consigue el perdón de un tercio de la contribucín que pagarán por lo correspondiente. Arquer propone dar 4.000 r. para el expediente de exención de contribución y los regidores prometen dar su salario de este año también para ello. A.H.P.Z. Libros del Real Acuerdo de 1797. 81 Para ello se comisiona al síndico procurador don Antonio Barrafón Fox, que se ocupará de todo lo perteneciente a la “Plantificación y arreglo del Partido”, que debe solicitarse en los tribunales correspondientes. 82 A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 23 de octubre. 83 84 85 A.H.N. Consejos, legajo 37.388, expediente nº 7 de abril. A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 13 de agosto de 1798. En 1797 el corregidor de Fraga pretende que se declare ser subdelegado de su pósito de granos, con independencia del de Zaragoza. Alega que él cobra para las rentas reales lo que se debe cobrar, mientras el de Zaragoza no, con lo que parece querer desacreditarlo. Dice también que como no se ha decidido por el Consejo Supremo qué pueblos se han agregado a su corregimiento, no tiene por ahora otras cuentas que dirigir al Consejo. El expediente incluye una carta del corregidor de Zaragoza al Consejo en la que se extraña de que el de Fraga no le remita las cuentas a él, siendo que considera a este pueblo como perteneciente a su distrito, y que sólo ha cambiado que se ha nombrado corregidor de letras en lugar de alcalde mayor. A.H.N. Consejos, legajo 43.734, expedientes sueltos. 86 A.H.F. C.135-2 Acta de ayuntamiento de 24 de diciembre de 1798. 87 El corregidor manda ejecutar los bienes de doña Joaquina Villanova Alastruey, mujer de don Matías Villanova, por la cantidad de 11 L. j. que debe pagar ésta por el coste que le corresponde en el nuevo empedrado. Dña. Joaquina y otras vecinas y vecinos recurren al ayuntamiento manifestando no estar de acuerdo con el nuevo sistema de empedrado y el corregidor decreta que no ha lugar y que se abstengan en lo sucesivo de alborotar al vecindario contra sus disposiciones. En un nuevo recurso, el procurador de las vecinas dice que esta obra “de luxo” le parece impropia de una ciudad donde la mayor parte de sus vecinos son extremadamente pobres, y más que se le haya hecho pagar la obra al vecindario, cuando “la ciudad es tan sobrante de caudales públicos como pueda haber otra en el Reino”. 88 Don Matías representa al Consejo de Castilla que el corregidor le atropella pidiéndole 150 L.j. y las costas de un proceso que sigue contra él, para lo cual quiere embargarle la casa donde habita, y pide se le haga justicia. Así lo ordena el Consejo, indicando que mientras tanto el corregidor no le moleste con embargos. A.H.N. Consejos, legajo 37.386 expediente nº 18 de octubre de 1798. También en A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. 89 “La justicia y Ayuntamiento de la ciudad de Fraga, sobre que se le conceda licencia para tomar por ahora 300 L. j. a fin de acudir a los gastos ocasionados en varios pleitos que tienen pendientes”. A.H.N. Consejos, legajo 37.386, expediente nº 31 de noviembre de 1799. 90 A.H.N. Consejos, legajo 18.017. 91 92 A.H.F. C.135-2 Acta del ayuntamiento de 8 de junio. Belezar denunciaba que “En este pueblo abundante en cabilación cuanto falto de ilustración, como acostumbrados a vivir envueltos en sus odios y enemistades, todo se juzga según las ideas particulares y amor propio de cada uno. El Capítulo Eclesiástico, o si se quiere, la mayor parte de sus individuos, fueron los primeros que declamaron conmigo la falta de justicia que había en esta ciudad, y los muchos excesos que debían extirparse, y ahora veo que son los que más se resienten de que se ejecute”. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1800. 93 A.H.N. Consejos, legajo 37.205, expediente nº 96 de agosto de 1800. 94 A.H.P.Z. Infanzonías, C.359/A-9. 768 95 96 Véase el documento II.8 del Apéndice. En sesión de 7 de abril, el corregidor expone la Orden de 11 de marzo de 1800 comunicada por el Supremo Consejo al Real Acuerdo de la Audiencia “sobre que los oficios de regidores se sirvan por personas que tengan el arraigo correspondiente, para evitar los perjuicios que de lo contrario podrán seguirse”. El Real Acuerdo pedía a los ayuntamientos de las ciudades con voto en Cortes que expusieran lo conveniente, teniendo presentes las responsabilidades, comisiones y cargas de cada uno de los oficios de gobierno. 97 A.H.F. C.136-1 actas de ayuntamiento de 18 de abril y siguientes. 98 El 19 de febrero de 1833 se recibe un Real Decreto en el que el Rey Fernando VII “se sirve prescribir las reglas que por ahora deben observarse para la elección de los oficios de justicia, que se ha comunicado de orden del Supremo Consejo y recibido el día 17 de febrero. El corregidor ordena que antes de ocho días se proceda a la elección de nuevos concejales y demás cargos de oficiales de justicia para Fraga en el año actual de 1833, conforme a las reglas que se prefijan en dicha Real Cédula; y que al efecto extraiga una certificación fé faciente el infrascrito escribano, del libro catastro y libros cobratorios de este vecindario, acreditando los vecinos que sean mayores contribuyentes en cualquier género de impuestos, convocándose por cédula antediem al actual ayuntamiento y a igual número de vecinos al que componen esta corporación, de los que resultaren mayores contribuyentes, para las diez de la mañana del día 23 de febrero en la sala de consistorio, a fin de proceder a nueva elección de oficiales de justicia. Los mayores contribuyentes serán “electores adjuntos”. A.H.F. Acta de ayuntamiento de 19 de febrero. 99 Cuenta que “ el corregidor se distrae con la mayor facilidad, quedándose dormido, y en otras ocasiones se divierte, cantando en voz baja, y en una de estas ocasiones la demasiada satisfacción y autoridad abrogada del síndico Barrafón, como viese éste y observase que el dicho corregidor le incomodaba con su cantata y golpes que daba con el bastón en el suelo, mandó al escribano de Ayuntamiento con imperio le quitase el bastón de las manos, a lo que con nota de los capitulares se arrojó dicho escribano, y en efecto se lo quitó de las manos, pero la parcialidad del mismo corregidor para con el síndico y escribano disimuló tan reprehensible acción. A.H.N. Consejos, legajo 18.017. 100 Los vecinos que habían informado a la Audiencia esta vez sobre Barrafón eran: don Juan Antonio Cerezuela, don Francisco Foradada, don Raimundo Fitzgerald, Ramón Otón, Jaime Jorro, Marcos Foradada, Estanislao Galicia y de Salinas, Joaquín Galicia y Salinas y Ramón Gort, casi todos ellos emparentados entre sí, algunos de ellos Mayores Contribuyentes y formando parte de familias tradicionales en Fraga. 101 La Cámara del Consejo le había absuelto del cargo de contrabando de tabaco brasil, escondido en su casa en realidad por un hombre de don Medardo Cabrera, que de este modo pretendía inhabilitarle para la propuesta de cargos en 1795. El asunto se descubrió pero no a tiempo, aunque después S. M. le absolvió libremente y sin costas, mandando que no le obstara dicho procedimiento ni le inhabilitase para cualquier oficio de república. 102 A.H.F. C.1213-13 de 1801. 103 “La Junta de Propios sobre que en las funciones públicas los Diputados de la Grangería Yeguar no tengan las distinciones que los de aquel común”. A.H.N. Consejos, legajo 37.208, expediente nº 51 de mayo de1801. 104 A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 9 de noviembre de 1801. 105 Estuvieron trabajando en el puente cuatro maestros carpinteros con 21 jornaleros durante 80 días, por un coste de 29.772 r. v. A.H.F. C.93-2, Órganos de Gobierno. 106 El comisionado por el intendente para la adecuación del camino proponía excavar una larga zanja, cruzando diversos campos, que recogiera las aguas hasta el río, sustituyendo el alcabón junto al camino. 107 “Expediente promovido en virtud de Real Orden comunicada por el Exmo. Sr. D. Josef Antonio Caballero, en punto a que el Consejo vea y exponga a S.M. si el establecimiento que se hizo de un Corregimiento de letras ha producido efecto”. A.H.N. Consejos, legajo 37.216, expediente nº 59 de julio de 1803. 108 A.H.N. Consejos, legajo 6.888, expediente nº 24. 109 Queda constancia de uno remitido por don Medardo Cabrera solicitando una de las plazas de regidor con la pretensión de perpetuidad o vitalicia, así como la de tesorero de la junta de propios, también con el carácter de perpetua. En apoyo de su petición, don Medardo exponía sus méritos como “diputado en la Real Jura del Príncipe Fernando”, su cargo de alcalde primero entre 1792 y 1795, así como sus desvelos en el sostenimiento de tropas transeúntes, levas de soldados, formación de compañías y captura de desertores con ocasión de la guerra contra la Convención Francesa. Nada decía, por supuesto, de su inhabilitación por cuatro años para cargos de gobierno. El 19 de octubre de 1806 el Rey nombraba en San Lorenzo de El Escorial a los regidores para un nuevo trienio (1806-1808). La Audiencia había propuesto en primer lugar para regidores segundo y tercero a don Antonio Barrafón y a don Francisco Portolés, ambos incluidos tradicionalmente en los padrones como infanzones. En segundo lugar para estos cargos proponía a José Reales y Antonio Lax, ambos del Estado Llano. Para síndico procurador general proponía en primer lugar a un abogado, don Antonio Sudor, y en segundo lugar al Noble de Aragón, don Medardo Cabrera. Casi todos los propuestos tenían parentesco entre sí o con los anteriores regidores. Esta vez, aunque la Real Cámara lo había solicitado de la Audiencia, no se comunicaban los patrimonios de los candidatos. El Rey buscó un equilibrio entre nobles y plebeyos, 769 dejando la junta de propios al cuidado de dos infanzones y el resto de las funciones de ayuntamiento en manos del Estado Llano. 110 A.H.P.Z. Pleitos civiles C.1865-12, 1ª pieza. 111 112 Se trata del Dr. Don Francisco Beyán, hermano de su suegro Francisco Beyán, de Tamarite de Litera. 1805, julio 3. “Causa de su corregidor contra Antonio Martí Nicolás, Salvador Espitia y consortes, sobre apedreo a la casa del corregidor”. 1807, febrero 28. “Carta del Corregidor en que se da comisión al abogado don Antonio Barrafón sobre apedreos a las puertas y vidrieras de dicho Corregidor”. 1807, mayo 9. “Carta en que se da comisión al abogado don Antonio Sudor sobre apedreo a las casas del corregidor”. A.H.P.Z. Procesos Criminales. Libros Índices de los procesos producidos en la Audiencia Territorial de Aragón. Libro de 1803 a 1818. 113 A.H.P.T. Fondos Comerciales, Ca-27 folio 270. 114 El ayuntamiento está formado en este momento por el corregidor don Ignacio Luzán y Zabalo (que muere en 1808); regidor decano perpetuo don Domingo Arquer de la Torre; regidor 2º José Reales; regidor 3º don Francisco Portolés; regidor 4º Leandro Montull; regidor 5º José Miralles; regidor 6º Francisco Roca; síndico procurador general don Antonio Sudor; diputados del común Bernardo Beán y Manuel Bollich; secretario Juan Antonio Galicia. A.H.F. C.137-1. 115 A.H.F. C.137-1 Acta de ayuntamiento de 29 de mayo. 116 117 LAFOZ, Herminio. Zaragoza en la guerra de Independencia CAI, Zaragoza 2001 p. 22. GARCÍA CÁRCEL, R. El sueño de la nación indomable. Los mitos de la guerra de la Independencia. Madrid, 2008, p. 276. 118 Se conserva el bando del general Palafox en el acta de ayuntamiento de 23 de agosto de 1808. 119 120 121 122 Véase la copia en el acta de ayuntamiento de 29 de septiembre de 1808 en A.H.F. C.137-1. A.H.F. C.137-1 Acta de ayuntamiento de 22 de octubre. SOBOUL, A. La Revolución Francesa, Ediciones Orbis S.A. 1981, p. 79. CARR, R. Op. cit. p. 98. dice de Palafox que “aceptó convertirse en capitán general revolucionario porque no podía dominar al pueblo de otro modo”. Dice que era un gran aristócrata, conocido amigo del rey Fernando VII y cualquier cosa menos un demócrata. 123 A.H.F. C.1098-13. 124 125 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.1270-11. La lista de los 29 sujetos acaudalados era la siguiente: don Martín Villanova, don Miguel Aymerich, don Vicente Monfort, Jaime Jorro, Agustín Galicia, don Medardo Cabrera, el Dr. don Antonio Barrafón, Miguel Jorro, Joaquín Camí, don Antonio Junqueras, don José Masip, José Satorres, don Miguel Portolés, Mariano Tomás, Joaquín Cabrera Mañes, Felipe Vilar, Bonifacio Joseu, Manuel Bollich, Pablo Tejedor, Domingo Florenza Samar, Isidro Martí, Salvador Espitia, Salvador Miralles, Tadeo Jover, Andrés Isach, Lorenzo Foradada, Gaspar Galicia y Antonio Lax. A.H.F. C.137-1 Acta de ayuntamiento de 22 de julio. 126 Memorial del Contador General de Propios. A.H.F. C.94-2, Órganos de Gobierno. 127 Con él, y regresados los emigrados, regían el consistorio Portolés, Miralles, Roca, Lafuente, De Dios y el síndico Sudor, actuando como secretario Simón Galicia Catalán. 128 Durante los meses de agosto y septiembre se presentaban, sin embargo, ante las autoridades francesas de Zaragoza, varios recursos solicitando ser excluidos de la lista. Los más diligentes eran varios miembros del capítulo, alegando haber sido indultados por decreto del “señor gobernador general”. El mismo indulto solicitaban el administrador de Correos, Isach, y doña Magdalena Pastor, quien lo pedía para su madre doña Petronila Pallas. A.H.P.Z. Libros Varios, Caja nº 38. 129 Esta organización completaba la creada en febrero del mismo año por Napoleón, quien había impuesto un gobierno militar en Aragón, como en Cataluña, Navarra y Vizcaya, otorgando a los generales al mando la jurisdicción civil y militar. El día 29 de diciembre se recibía en Fraga la Instrucción para el arreglo del nuevo gobierno. 130 La nómina incluía a Ignacio Rozas, Antonio Lafuente, Isidro Martí, don Antonio Sudor, don Joaquín Isach y Villanova, Antonio Lax, Joaquín Camí, Mariano Tomás, José Aznar, Bonifacio Joseu, don Francisco Portolés, Agustín Galicia, José Reales, don Guillermo Foradada, Andrés Isach, José Masip, don Domingo María Barrafón, don Antonio Junqueras y don Medardo Cabrera. (En otra lista aparecen también Arquer y Francisco Foradada Santarromán). A.H.F. C.138-1 de 12 de enero de 1811. 131 Decreto de 11 de febrero de 1811, comunicado por el intendente Meche a don Guillermo Foradada. 132 En cada distrito, el corregidor subordinado expide las órdenes y toma las providencias que la junta estime convenientes. La junta debe componerse de ocho vocales, nombrados de los pueblos agregados al distrito, advirtiendo que su presidente nato debe ser el corregidor de la cabeza de distrito, sin obligación de asistir a todas las sesiones. En su ausencia, las preside el primer vocal del pueblo cabeza de distrito, que actúa como presidente. Finalmente, a la cabecera de partido debe asistir un diputado por distrito, para recibir las órdenes que transmita el corregidor principal. 133 Se adjudicaban a Fraga 257 vecinos; a Candasnos 38 vecinos; Mequinenza, 53; Peñalba, 53; Castejón de Monegros, 104; La Almolda, 87 y Valfarta con 25. Un total de 617 vecinos. Las cifras, al menos en el caso de Fraga, parecen referirse a vecinos con determinada capacidad contributiva. No pueden referirse a la totalidad del vecindario. A.H.F. C.138-1, actas de 26 de febrero y 9 de abril de 1811. 770 134 135 136 137 138 139 140 A.H.F. C.7-1, Correspondencia del mes de diciembre de 1811. A.H.F. C.1221-32 y 38. A.H.P.Z. Pleitos civiles, C.1562-6, dos piezas. BERENGUER GALINDO, A. Fraga en la guerra de la Independencia. Fraga 2003, pp. 110-117. A.H.F. C.138-1 acta de ayuntamiento de 21 de septiembre de 1814. A.H.N. Consejos, legajo 13.364, expediente nº 24 y legajo 13.361, expediente nº 141. Los elegidos como electores del ayuntamiento constitucional son: don Miguel Aymerich que obtiene 25 votos, don Guillermo Foradada con 23 votos, don Medardo Cabrera 22, don Mariano Tomás 21, don José Aznar 21, Francisco Samar 17, don José Galicia Salinas 16, Domingo Satorres 16 y Agustín Galicia con 14, empatado a votos con don Antonio Junqueras. 141 Firman el escrito el abogado don Juan Antonio Cerezuela, Andrés Isach y Luzán, Joaquín Camí, Miguel Jorro, Miguel Aymerich y el doctor don Guillermo Foradada. Junto a ellos, las firmas de los curas de San Miguel y de San Pedro, Camps y Obis, el presbítero racionero Francisco Asensio y los presbíteros beneficiados Morella, Puyol y Rozas. (Que no constituyen la mayoría de los miembros del capítulo Eclesiástico). 142 A.H.F. C.138-1 acta de ayuntamiento de 19 de junio de 1814. 143 Junqueras entiende que la conducta del juez es instigada por Ramón Vera, patrón del mismo juez, “cuya conducta política está en el peor concepto, no obstante lo cual mira con desprecio a los buenos españoles creyéndose a cubierto de todo acontecimiento con el hecho de tener en su casa al citado juez”. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4668-19, tercera pieza. 144 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4668-19, cuarta pieza. 145 146 147 148 149 150 A.H.N. Consejos, legajo 37.432, expedientes de octubre, nº 4. A.H.N. Consejos, legajo 13.364, expediente nº 24 y legajo 13.361, expediente nº 141. En A.H.F. C.138-1 se conservan cosidos al acta de ese día el Decreto y la Real Cédula de S. M. A.H.F. C.138-1 actas de ayuntamiento de 18 y 20 de enero de 1814. A.H.N. Consejos, legajo 37.432, expediente nº 21 de octubre de 1814. El 6 de diciembre de 1814 Monfort recurre ante el Real Acuerdo un inventario realizado en su casa, por orden del tribunal del corregidor, en el que se le requisan multitud de documentos, algunos de los cuales pueden ser comprometedores para otros vecinos. Alega que ya durante la guerra, algunos vecinos, por resentimiento, intentaron denigrarle con torpes imputaciones ante Palafox, y que el Capitán General ya le había exonerado de todos los cargos expuestos en su contra. Ahora refiere las arbitrariedades del corregidor, juez del inventario, y le acusa de convivir estrechamente con Ramón Vera, el inventariante. A.H.P.Z. Pleitos civiles C.4046-11. 151 Don Antonio Sudor remite un escrito exculpatorio al ayuntamiento constitucional el 11 de noviembre de 1813. Expone que se recibió de abogado en 24 de Septiembre de 1785, y que desde entonces ha ejercido su profesión y ha sido solicitado por los corregidores y alcaldes de Fraga como su asesor, y ha actuado como abogado en los pueblos del contorno. Que se le han confiado diferentes comisiones por la superioridad, habiéndolas desempeñado con exactitud, legalidad y pureza. Que en 1809 emigró con su familia de Fraga, pasando a los pueblos de la Ribera del Ebro, donde permaneció por espacio de cinco meses, mientras dominaba Fraga la División francesa del General Habert, volviendo cuando ya se habían marchado, de lo que se le originaron graves perjuicios. Que en los años 1811, 1812 y 1813 ha ejercido los empleos de Teniente de Alcalde y de Alcalde Mayor, por muerte de los antecesores, y porque "el gobierno intruso" le nombró por ser el abogado más antiguo. Pero que no ha tenido la menor amistad, trato, ni comunicación con los comandantes franceses de esta Plaza, y que más al contrario, solo le han ocasionado problemas, al derribarle una de las mejores casas de Fraga, y llevársele los materiales, -hierro, piedras, ladrillo y madera- para la fábrica del fuerte junto al puente. El ayuntamiento, por unanimidad, le certifica su buena conducta política. A.H.P.Z. Pleitos civiles, C.4668-19. 152 Era el caso, por ejemplo, de José Reales. Se le acusaba de abusar de los vecinos, exigiéndoles numerosas contribuciones y multas, quitándoles hasta el último grano, -que tenían cautelosamente guardado para la sementera-, para dárselo a los franceses en el año 1809. También de cobrar por su cuenta los libros de la contribución y de industrias de aquel año, sin conocerse la inversión que les dio. Se le formó causa de infidencia y se le llevó preso a Lérida por el ejército español, hasta que, al ser ocupada dicha plaza por los franceses en 1810, quedó libre de nuevo y Suchet le repuso como ejerciente de la jurisdicción en Fraga. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo, Caja Fraga de 1814. 153 El corregidor Cabrera apoya la petición de Jorro diciendo que, frente a la actitud colaboracionista de los tres escribanos, Jorro sirvió en el ejército español, abandonando su casa a los enemigos, y que cuando volvió a Fraga, estando todavía ocupada por los franceses, prefirió no actuar en su oficio por no pedirles la habilitación. Por eso el corregidor le ha nombrado ahora como único escribano del juzgado. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1814. 154 De éste último sólo sabemos su condición de comisionado por Fraga ante el gobierno francés en Zaragoza para la liquidación de suministros a la tropa. Del escribano Manuel Galicia Salinas conocemos su súplica al Rey en 1815 para que se le revoque la suspensión judicial que sufre desde 1803. El Regente la informa negativamente por ser Galicia “extremadamente descuidado en sus notas y protocolos”. A.H.N. Consejos, legajo 37.239, expediente nº 14 del mes de diciembre. 771 155 Tal vez por ello solicita del Consejo de Castilla la Auditoría de Guerra de Cataluña o la de Aragón y, cuando no hubiese lugar, los honores de tal auditor. El Rey deniega la solicitud. A.H.N. Consejos, legajo 37.239, expediente nº 22 del mes de septiembre. 156 Véase el documento II.10 del Apéndice. 157 En septiembre, el Real Acuerdo suspende como diputado a Foradada hasta que se concluya la causa que se le sigue. A.H.F. C.138-1 actas de ayuntamiento. 158 A.H.P.Z. Pleitos civiles C.4492-13, 1ª pieza. 159 160 161 162 A.H.F. C.138-1 Acta de ayuntamiento de 13 de diciembre de 1815. Véanse los documentos II.11 y II.12 del Apéndice. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1816. A fines de diciembre de 1816 el corregidor ha arrestado a los regidores don Domingo Arquer, José Miralles, don Francisco Portolés, Leandro Montull y al diputado don Medardo Cabrera por desobedecerle. El Real Acuerdo le ordena ponerlos inmediatamente en libertad, pero don Matías dice “que obedece pero que suspende el cumplimiento de la orden”. Posiblemente a eso se deba la investigación que se le abre a continuación. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo del año 1817. 163 Firman el escrito Joaquín Camí, Andrés Isach, Miguel Jorro, Ramón Vera y algunos dependientes. 164 165 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 30 de marzo de 1817. La solicitud original se remite al agente de Madrid don Millán de Espeja para presentarla al Rey o su Real Cámara. A.H.F. C.138-2 y A.H.N. Consejos, legajo 18.017. 166 Según la instrucción deben reunirse los miembros del ayuntamiento con el corregidor, para proponer, por elección de mayoría de votos, dos individuos para cada oficio. A.H.F. C.94-1 Órganos de gobierno. 167 El propio fiscal de la Audiencia ya había advertido que, -contra lo que las apariencias indicaban respecto del joven Barrafón-, éste había permanecido en el gobierno de la municipalidad francesa “por designio oculto del ejército español situado en Lérida, para hacer su voluntad”, como espía, y hasta que se incorporó a dicho ejército abandonando su casa al furor de los franceses. 168 A.H.F. C.1213-27. 169 170 171 172 A.H.F. C.138-2 acta de ayuntamiento. A.H.F. C.95-6 Órganos de Gobierno. A.H.F. C.138-2 acta de ayuntamiento de 24 de Febrero. Real Orden de 26 de Diciembre de 1818 e instrucción de la Intendencia de 15 de enero de 1819. Cuando con la libertad de abasto aumentan los precios, el procurador síndico visita las tiendas y los comerciantes los rebajan de nuevo. 173 A.H.F. C.96-2 Órganos de Gobierno de 3 de abril de 1819. 174 MOLINER PRADA, Antonio. Revolución burguesa y movimiento juntero en España. Lleida, 1997. pp. 104-105. “Llama la atención, como han puesto de relieve A. Gil Novales y A. Dérozier, el hecho de que varios miembros de la Junta zaragozana, entre ellos el marqués de Lazán, Martín de Garay y Ramón Feliu, pudieran formar parte de un organismo que tenía en sus manos el destino constitucional de Zaragoza y ocuparan los puestos políticos más relevantes en estos momentos. Los tres eran hábiles políticos: el marqués ocupaba el cargo de capitán general, Martín de Garay había elaborado el plan de hacienda de 1817 siendo ministro y Feliu llegó a ser primer ministro durante el Trienio, el prototipo de las componendas oficiales del sistema liberal moderado”. 175 En una instrucción Real para elecciones a Diputados en Cortes, se indica que debe elegirse un compromisario por cada veinte vecinos que gocen de la calidad de “ciudadanos”. Como Fraga tiene 24 compromisarios en ese momento, debe contar como mínimo con 480 individuos considerados “ciudadanos”. A.H.F. C.1213-29 de 26 de abril de 1820. 176 La figura clave del secretario municipal será compartida por el veterano Simón Galicia Catalán y el antes tachado de afrancesado Jaime Jorro y Prous, quienes actuarán alternativamente a lo largo del año, se repartirán los cien duros de asignación anual y de este modo se ceñirán a la letra de la Constitución que sólo permite un secretario en cada ayuntamiento. Parece un ayuntamiento de consenso más que el resultado de un giro político desde la etapa absolutista a la nuevamente constitucional. 177 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 28 de marzo de 1820. 178 179 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 8 de mayo. El ayuntamiento constitucional está decidido a hacer valer sus prerrogativas en asunto tan importante como las rentas de propios, por eso se indigna cuando el propio Marqués de Lazán les ordena dejar sin efecto su prohibición de venta libre de cereales junto a la venta de Buars –bien del ramo- , a lo que una vecina pretende tener derecho en su masada cercana. Como tantas veces, decidirán obedecer lo ordenado por el jefe político pero no lo pondrán en cumplimiento hasta tanto no le informen del ultraje e insultos que dicha vecina parece hacerles en su escrito de denuncia. A.H.F. C.138-2 Acta de 5 de mayo. 180 "Que para poder este cuerpo ordenar sus operaciones, siguiendo el sistema Constitucional, se encargue por el primer correo la colección de decretos de Cortes; dos ejemplares del Reglamento de ayuntamientos constitucionales; el Reglamento de Tribunales, sobre la administración de justicia; la Instrucción sobre los actos de conciliación por duplicada; y con el mismo objeto de seguir la marcha 772 Constitucional con exactitud más prolija, acreditando su adhesión al sistema, se escriba al agente de Madrid, suscriba por medio año la corporación al Diario de Cortes". A.H.F. C.138-2 acta de 12 de Julio. 181 A.H.F. C.128-2 de 23 de mayo. 182 Según Concepción de Castro, “la integración de la comunidad local bajo el régimen liberal hiere intereses arraigados que, de un modo u otro, se sitúan a la defensiva: pueden engrosar las filas de la oposición absolutista o pueden servirse de las nuevas formas para tratar de perpetuarse, adulterando o transgrediendo en mayor o menor grado la legalidad. De ahí las luchas de facciones locales y la agitación que preside frecuentemente la instalación de los ayuntamientos constitucionales”. Op. cit. pp. 70-74. 183 Véase el texto del artículo en el documento II.13 del Apéndice. 184 El Dr. Antonio Cerezuela se titula como "de la división del General Palafox que ya no existe”, y se le conmina a “que no vista el uniforme y distintivos que luce en Fraga, no queriendo figurar más e infundir ideas de respeto y consideración pública que no merece, ni se ha granjeado por sus servicios”. “Así mismo, teniéndose noticia de que el presbítero D. Ramón Morella, beneficiado penitenciario en la iglesia de S. Miguel de los Navarros, sobre escándalo que producía su amistad con la hija del médico Tomás, viuda de Jorge Naval, y sobre sus reuniones continuas con José Salarrullana, sirve en Zaragoza de agente de estos espíritus turbativos, removiendo y fomentando solicitudes violentas opuestas al buen orden y carácter del ayuntamiento; y que es con tanto escándalo, que por sí mismo, según noticias de los encargados del cuerpo en la capital, ha presentado en la imprenta del Diario Constitucional un comunicado firmado por uno de los del complot; y hace otras gestiones dirigidas a deprimir la dignidad de este cuerpo y producir la desconfianza en el pueblo, con turbación del orden gubernativo". A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 20 de junio de 1820. 185 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 29 de junio. 186 El ayuntamiento constitucional dice en informe al Jefe Político acerca de D. Domingo Mª. Barrafón: “Además de su brillante carrera literaria y los servicios que prestó a la Patria en el Ejército, donde sirvió en clase de oficial, hasta la rendición de Zaragoza, ha merecido el escudo de su defensor y de otras más arriesgadas e importantes, en tiempo de la dominación intrusa, al mando del general Lavalle, de quien fue ayudante de campo y al lado del general Barón de Eroles, sincerando después su conducta política en tribunal competente, y en juicio abierto, hasta obtener honorífica declaración de su reputación. Ha acreditado posteriormente su pericia en la abogacía, que ejerce en el mejor concepto en el país, y su tino en la administración de justicia y gobierno del pueblo, en diferentes ocasiones, que como regidor exerció las funciones de corregidor, en ausencia o enfermedad de éste, siendo por último notorio su desinterés, moralidad y adhesión grande a la constitución política de la Monarquía; por manera que sus ideas liberales en esta parte son bien conocidas de sus conciudadanos, y se halla en la edad de 30 años, con la más favorable disposición para desempeñar cualquier judicatura". A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 21 de junio. 187 A.H.F. C.138-2 Acta de 17 de abril. 188 Se acusa a Barrafón de ser teniente de alcalde mayor por los franceses como lo fue también el abogado don Antonio Sudor, y que a éste le cesó en su destino el Real Acuerdo, mientras que a Barrafón se le propone para cargos públicos. A.H.F. C.1213-27. 189 El 26 de Febrero de 1821 se comunica a Fraga por circular del Jefe Político de Aragón su nombramiento como cabeza de partido judicial y se le adjudican una serie de pueblos de su entorno, hasta sumar la cantidad de 5.000 vecinos que como mínimo debe tener cada partido. Fraga objeta que “se han colocado en su partido pueblos a quienes les será mucho más incomodo acudir a Fraga que a sus antiguos departamentos, y se ha quitado otros a quienes por el contrario les vendría mejor venir a Fraga”. Fraga propone formar partido judicial con una serie de pueblos de su comarca natural, que engloba pueblos de Aragón y de Cataluña. A.H.F. C.96-6 Órganos de Gobierno de 26 de febrero. 190 A.H.F. C.96-2 Órganos de Gobierno. 191 192 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 19 de octubre. A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 31 de octubre. Medidas como la obligación de predicar la Constitución no estuvieron exentas de revanchismo. Las protestas de la Santa Sede y la hostilidad del alto clero aumentaron a la vez que se ponía en vigor la legislación gaditana. 193 “Estado de la fuerza y armamento que tiene la milicia en Fraga y su término: Infantería: 1 batallón; 5 compañías; un teniente coronel, 5 capitanes, 2 ayudantes mayores, 10 tenientes, 10 subtenientes, 5 sargentos, 15 sargentos segundos, 30 cabos primeros, 30 cabos segundos, 310 soldados. El comandante es el alcalde. No tiene fuerzas de caballería”. A.H.F. C.96-3 Órganos de Gobierno. 194 Don Antonio Junqueras, capitán de la 1ª compañía, junto con sus tenientes don José Aznar Lafarga y don Jaime Jorro Carbonell; don Pedro Miralles y don Ambrosio Jover, teniente y subteniente de la 2ª. Don José Matías Cabrera, capitán de la 3ª con su teniente don Joaquín Isach y subteniente don Joaquín Grau. Don Francisco Monfort, capitán de la 4ª con don Simón Aznar y don Mariano Villagrasa, teniente y subteniente de la misma. Don Domingo Mª. Barrafón, capitán de la quinta con su teniente don Joaquín Galicia Mazas; y don Simón Galicia Catalán, ayudante mayor del Batallón. 195 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 8 de diciembre. 196 197 198 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 15 de abril de 1822. GUIRAO LARRAÑAGA, R. Don Felipe Perena y Casayús, Huesca, 1999. p. 112. Se ha conservado la certificación de la jura de la constitución por Joaquín Camí Sartolo el 3 de mayo de 1820 ante el alcalde constitucional don Miguel Jorro y el secretario Simón Galicia Catalán. A.H.P.Z. 773 Crédito Público, C.1014. El Intendente oficia el 27 de marzo de 1821 al comisionado confirmando la propuesta que éste le hizo el 23 de marzo relativa al nombramiento de don Jaime Jorro y Prous, escribano del juzgado de fraga “para entender en la actuación de los expedientes de fincas que han de enagenarse (de conventos suprimidos) correspondientes al Crédito Público en la comprensión de dicho partido”. Lo cual comunica al juez de 1ª Instancia de Fraga para los efectos correspondientes. A.H.P.Z. Crédito Público, C.1020. 199 A.H.P.Z. Crédito Público, C.1024. 200 En varios “oficios” reservados Camí da cuenta de los granos, aceite y demás especies requisadas por los comandantes de las partidas que asolan la comarca. También del dinero de caja que se le obliga a entregar bajo amenaza de muerte. Más tarde da cuenta del traslado de las escasas alhajas que ha podido reunir de los conventos suprimidos. A.H.P.Z. Crédito Público, C.1026 y C.1014. 201 FONTANA, J. La crisis del Antiguo Régimen, 1808-1833, Barcelona, 1979. p. 32. 202 ARNABAT, R. Visca el rei y la religió! La primera guerra civil de la Catalunya contemporània (18201823). Lleida 2006. pp. 306-307. 203 A.H.F. C.196-7 Padrones del siglo XIX. El “empadronamiento” sin fechar debe corresponder a 1822 porque se dice que Fraga es partido judicial, -y comenzó a serlo en 1821- y además figuran en él algunas viudas de vecinos que aparecían por sí mismos en el catastro de 1819. Los Infanzones aparecen ahora no como tales sino como “hacendados", lo que cuadra también con que el padrón esté hecho durante el Trienio. Por otra parte, se conserva un nuevo empadronamiento del año 1824, con un número ligeramente inferior de vecinos, lo que está de acuerdo con el período de emigración que vive Fraga entre el final de la guerra de Independencia y ese último año. 204 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 16 de mayo. Entre ellas la de enviar el “brillante” Batallón de Asturias al mando del subteniente coronel don Luis Fernández de Castro. 205 FONTANA LÁZARO, J. De en medio del tiempo. La segunda restauración española, 1823-1834, Barcelona, 2006. pp. 72-73. Dice Fontana: “Antonio Marañón ‘el Trapense’ había nacido en Navarra, y luchado en la guerra de la Independencia, donde obtuvo el grado de capitán; en 1817, cuando iba a Mataró para incorporarse a su regimiento, se jugó en Lérida el dinero que llevaba e incluso su nombramiento de oficial, y los perdió. Ingresó entonces como lego en el priorato trapense de Santa Susana, en Aragón. En 1821 se dispersaron los frailes de aquel convento y quince de ellos, se acogieron a Poblet, donde Antonio se amotinó contra el gobierno al frente de unos ciento cincuenta mozos y campesinos de los alrededores. Unido con mosén ‘Mantellina’, rector de Prades, y con un notario de La Espluga empezó a actuar con una exhibición de milagros y profecías "para hacer creer a la incauta plebe y sencillo pueblo que su misión es divina", en momentos en que la comarca estaba conmovida por los endemoniados de Bràfim; ... Vestía con sus hábitos de fraile, llevaba un crucifijo en el pecho, en la cintura un sable y unas pistolas y un látigo en la mano derecha; montaba un caballo no muy alto y galopaba sólo en medio de una multitud que corría a su alrededor y se arrodillaba a su paso. Miraba con frialdad a derecha e izquierda y repartía las bendiciones que se le pedían con una especie de desprecio o más bien de indiferencia... La derrota de la regencia de Urgel le obligó a refugiarse en Francia, desde donde volvió a entrar en España por el País Vasco con los franceses... Luego actuó en la Rioja como un verdadero dictador, cambiando a las autoridades civiles y religiosas por su cuenta e imponiendo contribuciones. Se le condicionó luego para que volviera al convento, donde murió en 1826”. 206 Se enfrentan por el bando constitucional el general Felipe Perena y, por las partidas realistas, junto al Trapense comandan grupo Badals, el Romanillos y Romagosa. A fines de agosto los realistas dominan el Segrià, el Llano de Urgel y la Segarra y tienen su capital en Balaguer. Desde Zaragoza se manda una columna volante para perseguirlos en la zona fronteriza con Cataluña, teniendo como puntos de soporte a Monzón, Alcañiz y Mequinenza, además de Lérida y Tortosa. 207 Acción en la que participaron dos compañías catalanas y una aragonesa, comandadas todas por Antonio Fuster. Los realistas contaron con la colaboración de la población y de una parte de los soldados de la fortaleza. A partir de ese momento Fuster desplegó una importante actividad para organizar militarmente las fuerzas realistas en la zona de Aragón, Valencia y Cataluña, formando un regimiento titulado Voluntarios de Mequinenza, por lo que fue nombrado su coronel por la Junta Superior de Aragón, reconocida por la Regencia de Urgel. A principios de noviembre el Barón de Eroles nombró gobernador de Mequinenza a G. Bessières. 208 ARNABAT, R, Op. cit. p. 220. 209 El Barón (Joaquín Ibáñez Cuevas) ha llegado al Principado desde Baleares, donde junto al arzobispo de Tarragona Jaime Creus y el conde de Sarsfield preveían utilizar el puerto de Mahón para recibir armas y municiones que favorecieran sus planes conspiratorios. Ibídem, p. 53. 210 En la Biblioteca Nacional se guardan los documentos sobre la Regencia con la correspondencia de Mataflorida, el Barón de Eroles y de otras varias personas en el manuscrito nº 1.867 “Regencia de Urgel. Años 1822-1823”. 211 A comienzos de septiembre de 1822 el Barón de Eroles pretenderá formar un poderoso ejército realista que agrupe las fuerzas del nordeste peninsular (Navarra, Aragón y Cataluña) y de hecho los jefes de las partidas realistas se internan en Aragón por el norte y por el Sur, ganando la batalla en Benabarre el 18 de septiembre y en octubre Eroles entra en Aragón por el norte con unos 3.000 hombres mientras Chambó, Rambla y Montagut lo hacen por el sur con otros 1.700 hombres a los que se unen luego 200 hombres y 50 caballos procedentes de Mequinenza y comandados por el Trapense. El objetivo era sublevar a todo Aragón. ARNABAT, R. Op. cit. p. 306. 774 212 El expediente de Domingo María Barrafón se guarda en el A.G.S. D1ª. S1ª. legajo B-840 y en el Archivo del Senado, legajo 50, expediente número 5. 213 ARNABAT, R. Ibídem. p. 200. 214 215 216 ARNABAT, R. Ibídem, p. 257. A.H.F. C.1079-22. El 24 de noviembre la Regencia salía de Puigcerdà hacia Llivia, donde hacía unos días que se encontraba ya el gobierno realista (y es de suponer que entre ellos Barrafón). Luego pasan a Francia y llegan a Perpiñán el 4 de diciembre, donde Mataflorida, con los llamados “secretarios de la Regencia” visitan al Prefecto y salen el día 7 hacia Tolosa, donde se disuelve la institución. 217 ARNABAT, R. Íbidem, p. 368. 218 219 220 221 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 11 de junio de 1822. A.H.F. C.138-2 Actas de 2, 3 y 4 de julio de 1822. A.H.P.Z. Crédito Público, C.1026 y C.1014. Salarrullana afirma en 1833 de don Medardo: “"individuo que fue de la execrable junta de caribes establecida en el fuerte de Mequinenza en los años 1822 y 1823, que se complacían en el robo, saqueo, desolación del país, impidiendo el comercio de Cataluña. Que se congratulaban (en) conducir a los liberales del país, cual si fueran rebaños de carneros, presos a dicha plaza, haciéndoles sufrir el martirio en el horroroso y hediondo silo situado en el castillo, hasta que desembolsaban las cantidades que su perversidad les detallaba, de donde proceden las riquezas y comodidades (que no conocía entonces) y disfruta en esta época con tranquilidad y orgullo, que le han proporcionado tan execrables proezas”. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. Caja Fraga 1808-1838. Especialmente cruel fue aquella junta entonces con el propio Salarrullana, a quien “después de robar sus bienes le exigieron treinta mil reales, teniéndolo atado a un madero, haciéndole beber agua caliente hasta su desembolso” y otro tanto hicieron con el regidor Isidro Martí, el síndico Miralles y el secretario Simón Galicia Catalán”. A.H.F. Acta de 6 de octubre de 1836. 222 TORRAS, J. Liberalismo y rebeldía campesina. 1820-1823 p. 118. Este autor contabiliza el número de "facciosos" de algunos lugares de Cataluña: “Así, en el partido de Barcelona, la proporción de facciosos sobre el total de la población fue de uno por cada 622 vecinos, o uno por cada 126 si se excluye la capital; en el de Tarrasa, de uno por cada 45, en Igualada de uno por cada 29 y de uno por cada 23 en Manresa”. 223 A.H.F. C.138-2 Acta de 22 de diciembre de 1822. 224 225 A.H.F. C.138-2 Acta de 26 de marzo de 1823. DE CASTRO, C. Op. cit. p. 99. “Al alcalde le corresponde específicamente todo lo referente al gobierno político y al orden público, siempre bajo la inspección del jefe superior de la provincia; puede requerir el auxilio del ejército y utilizar a la Milicia Nacional en rondas, persecución de malechores, etc; puede imponer multas de hasta 500 reales; presta su fuerza coactiva para hacer cumplir los acuerdos del ayuntamiento; y este organismo, aunque sigue colaborando con su presidente, no dispone de consejo vinculante en materias ejecutivas. 226 A.H.F. C.138-2 Acta de 1 de enero de 1823. Son llamados a constituir la junta los siguientes: el presidente del capítulo eclesiástico; don Isidro Martí, menor, don Isidro Martí, mayor, don Lorenzo Foradada, don Francisco Foradada Guallart, don José Reales Gombau, don José Rubio-Sisón, don Mariano Tomás, don Antonio Pomar Roca, don Felipe Vilar, don Antonio Junqueras, don Joaquín Florenza, don Miguel Jorro, don Ramón Portolés, don Francisco Portolés, don Antonio De Dios, don Francisco Monfort, don Francisco Foradada Santarromán, don Antonio Sisó, don Tomás Bollic, don Ambrosio Jover, don Salvador Miralles, don Andrés Isach, don Antonio Cerezuela y don Salvador Arquer. 227 A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. Caja Fraga 1808-1838. Con motivo de las quintas se había recibido en ayuntamiento la proclama de Felipe Montes "desde el cuartel General de Fraga, al mando del 6º distrito y del ejército que lo guarnece", en la que amenaza de muerte a quienes instiguen a los mozos a no participar en el alistamiento del reemplazo que se va a hacer y por el que toca a Zaragoza 840 hombres, de acuerdo con una población estimada en 315.111 almas, según la disposición de la Diputación Provincial de Zaragoza y Decreto de las Cortes de 8 de Febrero de 1823. A Fraga le corresponden 13 hombres enteros. 228 A finales de la primavera de 1823, el gobierno liberal tuvo que evacuar Madrid y se trasladó a Sevilla junto con las Cortes y con el Rey, a pesar de que éste había alegado un ataque de gota. La derrota de las fuerzas gubernamentales en Despeñaperros, obligó un nuevo traslado a Cádiz, que se pudo hacer declarando loco al Rey, hecho que Fernando VII nunca perdonaría. Una vez en Cádiz, tuvo lugar el único combate de las tropas francesas: el asalto al poco defendido fuerte del Trocadero. El 29 de septiembre las Cortes decidieron dejar libre al Rey y negociar con el duque de Angulema. Con ello finalizaba el segundo acto de la revolución liberal y se abría el último período de existencia del Antiguo Régimen en España. 229 GUIRAO LARRAÑAGA, R. Op. cit. p. 185. 230 231 FONTANA LÁZARO, J. Op. cit. p. 46. Reunidos el día 24 de mayo, no quisieron entrar en el juego y sólo aceptaron dar a Angulema una lista de cinco nombres: los duques del Infantado y de Montemar, el barón de Eroles -que no llegó a integrarse- el obispo de Osma y Antonio Gómez Calderón. FONTANA, J. Ibídem. p. 68. 775 232 233 Ibídem, p. 76. PEIRÓ ARROYO, A. Jornaleros y mancebos. Identidad, organización y conflicto en los trabajadores del Antiguo Régimen. Barcelona, 2002. p. 175. 234 Obedecían la circular del comandante en jefe del 2º cuerpo de ejército de los Pirineos, Conde Molitor, y los cinco decretos de S.A.S. Junta Provisional de Gobierno de España e Indias, remitidos por don Miguel Ramón Modet, comisionado regio en Zaragoza, con fecha del día 6 de mayo. 235 El 23 de octubre de 1823 el juez de 1ª instancia don José Matías Cabrera es agraciado por S. M. con la vara de Granollers. Su relación de méritos dice, entre otras cosas, que nunca fue adicto a la causa liberal ni actuó en favor de la constitución, pero que tampoco cantó en favor del Trapense como otros realistas lo hacían públicamente en Fraga. Que el 8 de Septiembre de 1822 se le dio traslado a Galicia, al que renunció y renunció igualmente a seguir en Fraga, lo que se comunicó por orden de 7 de febrero de 1823. A.H.N. Consejos, legajo 13.364, expediente nº. 24 y legajo 13.361, expediente nº. 141. 236 A.H.F. C.138-2 Acta de ayuntamiento de 31 de mayo. 237 238 239 240 241 A.H.F. C.98-1 Órganos de Gobierno de 1 de junio. A.H.F. C.98-2 Órganos de Gobierno de 27 de junio. A.H.F. C.98-2 Órganos de Gobierno de 17 de junio. A.H.F. C.139-1 Acta de ayuntamiento de 29 de octubre. En febrero de 1824 se presenta el Brigadier D. Antonio Fuster con 250 hombres para residir como guarnición en Fraga, procedentes de Sariñena. Fraga propone repartir los soldados entre los pueblos de la circunferencia o que se sitúen entre Bujaraloz y Fraga para perseguir a los malhechores que infectan los caminos. El 8 de marzo el Capitán General de Aragón escribe a Fraga diciendo lo siguiente: “A consecuencia de cuanto VV. me manifiestan en su exposición de 3 del actual, he acordado que desde luego la tropa que se halla acantonada en esta ciudad pase a la de Barbastro, a cuyo efecto he comunicado las órdenes oportunas al Brigadier D. Antonio Fuster; bajo este supuesto se hace indispensable que VV. pongan toda eficacia para el aumento de los Voluntarios realistas, que no dudo que desde luego podrá contarse con una fuerza imponente respecto que en esa ciudad concurren las circunstancias de que sus vecinos son unos verdaderos realistas y por consiguiente podrán atender a la persecución de malhechores y a la tranquilidad y pacificación de esos habitantes, poniendo ese ayuntamiento la consideración en imbuirles en aquellas máximas que respiren orden y unión con las autoridades, para que auxiliándose mutuamente, puedan unos y otros consolidar la paz y ver de exterminar a los que intentaren violar los sagrados derechos de Altar y Trono, para cuyo objeto les remito los dos adjuntos exemplares del Decreto que prescribe las reglas para la formación de dichas compañías, a fin de que con arreglo a ellas proceda ese ayuntamiento a su ejecución”. Pedro de Guimareste Zaragoza 8 de marzo de 1824. A.H.F. C.97-1. Órganos de Gobierno de 8 de marzo. 242 Las purificaciones se insertan en el proceso general a que somete la Real Audiencia de Aragón a todos los dependientes de la administración de justicia durante el Trienio, con arreglo al Decreto de la Regencia del Reino de 27 de junio de 1823 y Real Cédula de 1de abril de 1824. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo, caja Fraga 1808-1838. 243 A.H.F. C.97-1 Órganos de Gobierno. El pleito se refiere a las tierras de pasto de la partida del Almajal que Foradada entiende de su propiedad mientras el ayuntamiento las considera comunes. 244 A.H.F. C.97-1 Órganos de Gobierno. Papeles sueltos. 245 246 A.H.F. C.98-4 Órganos de Gobierno de 24 de enero de 1825. A.H.N. Consejos, Libro de matrícula L.3256 “La justicia y Ayuntamiento de la ciudad sobre insaculación de oficios de justicia”. Legajo 37.457, año 1824, expediente nº 4 del mes de agosto. También en Legajo 37.459, año 1825, expediente nº 10 de marzo. “El Ayuntamiento sobre las dudas que se le ofrecen tocante a las propuestas de regidores, síndicos y diputados”. 247 El 29 de marzo de 1828 llega desde Santoña y toma posesión el corregidor don Pedro Pumarejo y Velarde, por defunción de don Matías Mestre, con un sueldo de 18.200 reales de vellón, y el 12 de julio de 1831 el Rey nombrará nuevo corregidor por seis años a don Pantaleón Luzás y Fortón, con el sueldo anual de 11.000 reales de vellón, cuando el anterior es promocionado a la vara de alcalde mayor 2º de la ciudad de Barcelona. 248 A.H.F. C.139-2 Acta de ayuntamiento de 21 de agosto de 1833. 249 250 A.H.F. C.139-2 Acta de ayuntamiento de 26 de febrero de 1833. El 5 de abril de 1835 el ministro de Gracia y Justicia ordena dar posesión al nuevo alcalde mayor interino, don Manuel Asensi, cesante de Vinaroz, y el 14 de junio el capitán general manda separar de sus cargos a todos los miembros del actual ayuntamiento y nombra a otros en su lugar. El 2 de agosto de 1836 el gobierno civil nombra para regidor 1º a don José Salarrullana y como procurador del común a don Pedro Miralles, que aceptan los cargos. En 24 de octubre nombra al resto de regidores. El 31 de octubre de 1836, sin que aparezca anteriormente toma de posesión alguna, se señalan nuevos cargos de ayuntamiento, posiblemente elegidos por los comisarios electores. Y aunque el juez de primera instancia pretende declarar nula la elección, el consistorio, reunido en sesión extraordinaria en casa de Salarrullana, no acepta la orden del juez y advierte que una decisión “tan despótica sólo puede entenderse por haber recaído la elección en patriotas tan decididos”. Acuerdan dar parte al Gobierno “de un escándalo que tanto puede influir en las presentes circunstancias en la opinión pública, y a ésta ciudad, amagada de continuo por la facción catalana”. 776 251 252 A.H.F. C.1079-23. PEREZ-PICAZO, Mª. T. “De regidor a cacique: las oligarquías municipales murcianas en el siglo XIX" en Señores y campesinos en la Península Ibérica, Santiago de Compostela, 1991. Tomo I, p. 18 y ss. 777