El cambio de género como estrategia de supervivencia en el norte

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Diálogos Latinoamericanos 7
El cambio de género como estrategia de
supervivencia en el norte de Nueva España,
siglos XVI y XVII
Nora Reyes Costilla*
Martín González de la Vara**
En este trabajo se presentarán y analizarán tres casos de mujeres que
usaron el cambio de género como un medio para conseguir sus fines. Estas
mujeres vivieron en el siglo XVII en el norte de la Nueva España y
comparten la característica de ser de ascendencia africana. Esto quiere
decir, que pertenecían a lo que llamamos ahora un grupo subalterno, que se
conoce actualmente en México como población afromestiza.
Las investigaciones más recientes sobre los afromestizos en México
han llevado a una reevaluación completa acerca del papel de la población
de ascendencia negra en la formación de la Nueva España. La pintura
acerca de un grupo social esclavizado en la mayor parte de los casos y en
todos oprimido ha estado cambiando hacia la de muchos individuos libres,
independientes y con amplio poder de decisión sobre sus vidas que, desde
un estatus de subordinación o desventaja, buscan integrarse a la sociedad
novohispana en la mejor situación posible.
Ciertamente en Nueva España existían plantaciones azucareras y
obrajes que dependían de una masiva mano de obra africana y esclavizada,
pero los nuevos estudios nos dejan ver que la gran mayoría de la población
negra era libre, estaba presente en casi todas las regiones del virreinato y en
las costas formó comunidades libres en la que las que los afromestizos
lograron incluso acaparar el poder político.1
El fenómeno económico y social más importante de la Nueva España
durante el siglo XVII es la expansión hacia el norte. En ese siglo se
exploraron y colonizaron nuevas regiones, se descubrieron minas, se
establecieron ciudades, reales mineros y haciendas; nuevos caminos se
abrieron al comercio y se produjo una importante emigración del centro del
virreinato hacia el Septentrión. Dentro de aquella corriente migratoria iban
los marginales del centro del virreinato, los que fueron llamados "las heces
de la tierra", es decir, gente que se consideraba como floja y "mala" que no
hallaba acomodo en la estructura colonial. Según un misionero los
miembros de esta población "erraban como vagabundos sin otra ocupación
que robar, apostar, seducir mujeres, sembrar discordias y producir otros
males".2
La sociedad norteña era considerada como marginal económica y
geográficamente con respecto al centro novohispano y su población
calificada como caótica e inestable, y al igual que ella se reputaba a los
negros como los elementos más volátiles. En efecto, desde el siglo XVI
menudean los testimonios en que su conducta no se adapta del todo a las
normas sociales.
Hacia el siglo XVII la Inquisición mexicana funcionaba para los
europeos, mestizos, africanos y castas.3 Extrañamente, el esclavo negro, a
pesar de ser igualmente neófito que el indígena, no se le eximió de la
jurisdicción de la Santa Inquisición pues con el tiempo los esclavos
asimilaron las pautas religiosas de sus amos con el propósito de utilizarlas
en su provecho y al amenazar el orden establecido fue necesario que
interviniera la Inquisición.4 Los negros eran enjuiciados no por herejía, sino
por blasfemia "y las artes negras de magia y hechicería eran vistas como
sus transgresiones particulares".5
A través de la documentación obtenida y seleccionada en el Archivo
General de la Nación, se llega a la conclusión de que la mayor parte de las
infracciones eran cometidas por aquella clase de individuos que debido a su
desarraigo expresaban su rechazo abierto a la sociedad a través de reniegos,
blasfemias, proposiciones o por medio de pactos diabólicos, sacrilegios o
delitos de hechicería, a pesar de ser los individuos más desvalidos. Otro
factor a considerar en la biografía de los negros y mulatos, en su
desarraigo, es su olvido involuntario de la familia, de sus antepasados,
"negros y mulatos parecen solos en el mundo".6
En su condición miserable y ante la promesa de riquezas, amores y
libertad, el negro libre o esclavo, hacia el XVII y XVIII no tenían mejor
opción que la de acudir al señor de lo terrenal para tener alguna esperanza
de superación.7
En el norte novohispano la población de origen africano, que era la
mayor parte de la fuerza de trabajo en las minas y muy importante en las
haciendas ganaderas, gozaba de una amplia movilidad debido al
surgimiento y agotamiento de vetas de mineral. Una vez que una mina se
agotaba los trabajadores negros y mulatos emigraban a otros lugares
ofreciéndose como cargadores, mineros, curadores o separadores de azogue
y en caso de no hallar trabajo se dedicaban al vagabundeo, a asaltar
caminos y robar ganado.8 Era característico de los negros y mulatos que
gastaran su salario en beber y en mujeres.
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El obispo de la Mota y Escobar señalaba en su visita a los pueblos
del norte que muchos de los negros: "entraban y salían de sus empleos en el
pastoreo de ganado, la agricultura, y en las minas y son comúnmente malos
y viciosos, tanto libres como esclavos; pero como comúnmente se dice por
aquí: 'malo es tenerlos pero peor es no tenerlos'."9
El cambio de género en Nueva España tenía al parecer nociones
contradictorias. La tradición católica muestra sucesivos periodos de
tolerancia y de prohibición del cambio de género. En muchos casos, esa
conducta se asociaba a prácticas religiosas paganas y la brujería, por lo que
se le prohibió en varios concilios de los siglos VI al IX. Sin embargo, en el
mundo medieval cristiano los ejemplos de cambio de género menudean.
Era más sospechoso que los hombres se vistieran de mujer que lo contrario,
pues, siendo el hombre un ser superior era comprensible que las mujeres
con afán de superación quisieran compararse con uno de ellos. Durante la
Edad Media al menos dos docenas de santas que vistieron y actuaron como
hombres fueron canonizadas y hasta se sospecha de que un Papa fue en
realidad mujer.10
Una de estas santas, cuyo culto se trasladó a Latinoamérica fue santa
Bárbara. La tradición cuenta que Santa Bárbara fue una doncella romana
cuyo padre la encerró en una torre para que abjurara del cristianismo. En
vez de ello, se escapó y al huir de su padre se vistió de hombre y se enroló
en el ejército. Resultó victoriosa en varias batallas, pero al descubrirse se
identidad de mujer y cristiana fue destinada al cadalso, convirtiéndose en
mártir. Como santa, se le asoció a la guerra, los metales y al trueno,
convirtiéndose en patrona de los artilleros, mineros y soldados en general.
El haber fingido ser hombre no sólo salvó su vida, sino que implicó su
posterior martirio y canonización, de manera que tal conducta, si bien no
era recomendable, tampoco implicaba un castigo.
Además, las tradiciones traídas del oeste de Africa por la gran
mayoría de los esclavos que llegaron a México tampoco parecen reprobar el
cambio de género. Una de las divinidades más importantes entre numerosos
grupos africanos es Shangó. El dios Olorun exigía a su esposa Yemayá que
le diera una hija. Pasado el tiempo Yemayá dio luz a un varón que llamó
Shangó, pero para evitar la segura venganza de Olorun lo vistió y educó
como mujer. Cuando Shangó cumplió 14 años le comenzó a salir la barba y
el engaño quedó al descubierto. Shangó tuvo que huir para salvar su vida,
pero luego se distinguió como guerrero. Gracias a sus hazañas masculinas,
Olorun le otorgó el perdón y le permitió volver a su lado, considerándose
así patrón de la guerra y los metales.
A partir de esta historia, las imágenes de Shangó lo muestran como
un ser bisexual, que bien puede actuar exitosamente como hombre y como
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mujer. Esta creencia africana, al mezclarse con la tradición católica, llevó a
que los afromestizos unieran con facilidad la imagen de Shangó a la de
Santa Bárbara, cuyos atributos son muy similares. Hay evidencias
fragmentarias de que esta unión de creencias, que daría origen a la santería,
se dio en Nueva España al igual que en otras regiones del Imperio Español
en América con presencia africana.11
De esta forma, la necesidad de acomodarse en una sociedad que
tendía a marginar a los afromestizos se combinó con tradiciones religiosas
que no condenaban abiertamente el cambio de género, abriendo así una
puerta a los grupos subalternos, en especial entre nuestras mujeres de
origen africano, para que se utilizara el cambio de género como una forma
de resistencia personal a un ambiente social que considera opresivo. De allí
que otros hechos o leyendas similares, como los de Sor Juana Inés de la
Cruz o la Monja alférez, sean tratados en su tiempo con más tolerancia que
reprobación.
El 1o de septiembre de 1625, en el real minero de Cuencamé,
jurisdicción de la Nueva Vizcaya, se presentó ante el juez eclesiástico
encargado de la Santa Inquisición Catalina de Guzmán, negra esclava
nacida en Guinea y propiedad del capitán Diego de Guzmán -entonces
alcalde mayor de Cuencamé- para denunciar a María de Rojas y una mulata
desconocida como pactarias con el demonio
Cada cierto tiempo, la Inquisición anunciaba con toques de tambor y
paseo del pendón el llamado al arrepentimiento y a la denuncia de cualquier
delito que se hubiera hecho contra la fe católica. Contestando a ese
llamado, Catalina de Guzmán señaló que había conocido hacía un año a
María de Rojas -morena criolla- cuando huyó temporalmente con ella,
posiblemente para escapar de sus amos. Mientras se encontraba fugitiva,
María de Rojas, esclava de Manuel de Rojas y avecindada en el real de San
Miguel, le contó a Catalina de sus particulares andanzas. María de Rojas
pudo huir de su amo y, tal vez para ocultarse de él, se vistió de hombre.
Ella le narró a Catalina así que "una vez, andando huida, se juntó con una
mulata y las dos andaban en traje de hombre hacia San Luis en unas
vaquerías: que traían en un papel pintado al demonio en el arción de la silla
y que entraron en la plaza de San Luis y que hicieron muy buenos lances y
les dieron en premio"12 y hasta salieron en hombros de la gente, que es el
mejor homenaje que se le puede hacer a un torero.
Siguió contando María de Rojas que habían podido ganar esa
competencia gracias a que habían hecho un pacto con el diablo. Para
sellarlo, habían ido a una cueva vacía donde la mulata anónima "se había
sentado sobre una culebra grande y viva y María de Rojas sobre una
lagartija. Les decían [los demonios] que no tuvieran miedo, que no mirasen
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atrás ni nombrase a Dios. María lo invoca de pensamiento y a la Virgen.
Les preguntan si quieren unas yerbas para que los hombres las quisiesen; se
las dieron con unos papelitos"13 presuntamente pintados con la imagen del
demonio y unas yerbas especiales. Ese conjuro le sirvió también a María
para enamorar varios hombres.
Es difícil establecer debido a lo breve y fragmentario del testimonio
qué tipo de magia posiblemente usó María de Rojas para lograr la
aprobación de la gente, pero el uso de yerbas se relaciona con la
farmacopea indígena, así como las representaciones demoniacas en papel
son parte de la magia española. Estas prácticas eran de lo más común, pues
la población afromestiza utilizó la farmacopea indígena con fines curativos,
religiosos o mágicos, para hacerse necesaria a sus vecinos enfermos,
comunicarse con el demonio o escaparse del amo y también adoptaron la
magia europea, pues si ésta le permitía a los blancos seguir siendo amos
entonces su magia debía ser más poderosa. No sabemos cómo prosiguió el
caso y si María de Rojas o su mulata acompañante fueron realmente
juzgadas por el Santo Oficio.
Aunque conocemos este testimonio de cambio de género de manera
indirecta, hay en él elementos que es importante resaltar. En primer lugar,
María de Rojas y la mulata le pidieron al demonio una serie de libertades
que les estaban vedadas por su condición de mujeres y de esclavas. Era
obvio, entonces, que no podían competir en un ruedo como otros hombres;
sin embargo lo hicieron y con éxito. El hecho de que el pacto demoniaco
sirviera también para que María y la mulata pudieran trabajar como
vaqueras es una traspolación de lo que otros pactarios hombres piden a
Satanás en condiciones similares. Y si bien ya eran consideradas buenas
vaqueras, sólo el usar ropas masculinas les permitiría ganar una
competencia taurina y obtener el reconocimiento de otros hombres. Querían
las mulatas ser hombres para poder acceder a las libertades y
reconocimiento que sólo ellos podían obtener.
Otra actitud que se reconocía entonces como típicamente masculina
era la de conseguir mujeres y hacer públicas sus aventuras. En este caso,
María de Rojas también se vanagloria ante otras mujeres del acceso libre
que tiene a las relaciones sexuales quien desea, y parece entonces actuar
como hombre. Hay que hacer notar que tanto María como la mulata no
desean ser hombres, sino sólo acceder por un tiempo limitado a las
libertades y reconocimiento que únicamente ellos tenían.
Otro caso que conocemos es el de la negra Antonia de Soto o María
Antonia de Noriega. Ella misma se presentó ante el juez de la Inquisición
en Parral, real minero de la Nueva Vizcaya, el 19 de mayo de 1691 para
denunciarse como pactaria con el demonio. Durante el proceso, se confesó
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nativa de Durango, de condición esclava propiedad de Francisco de
Noriega. Según su narración, se escapó de casa de su amo hacía ya seis
años gracias al uso de unas yerbas que una criada indígena le dio y que la
volvieron invisible para su amo.14
A lo largo de esos seis años siguió usando de esas yerbas, además de
rosas y peyote. Ella creía que esas sustancias la ayudaron a proseguir con
sus andanzas, pero también pidió ayuda al demonio para "que le ayude en
ciertos momentos de necesidad, a torear, a domar caballos, a pelear y tener
suerte en el juego".15 En su huida la acompañó el indio Matías, con quien
tuvo un hijo en la misión de Las Bocas, Nuevo León. A partir del
alumbramiento Antonia decidió vestirse de hombre para facilitar su
movimiento.
Sirvió por poco tiempo a distintos amos como criada doméstica. En
cierto momento, cansada de los maltratos que le hacía el indio Matías
decide matarlo y dejarlo en el desierto. Después de esto, huye nuevamente,
ahora acompañada de Juan Juárez, hermana de Matías. Durante sus largos y
precipitados viajes, Antonia fungió como arriera, asaltante, toreadora y
vaquera oficios que la llevaron a Durango, valle de Poanas, Parral, el
presidio de Tepehuanes, villa de Nombre de Dios, Santiago Papasquiaro,
San Miguel El Grande, Veracruz, San Luis Potosí y la villa de Sinaloa.
Durante sus andanzas por la Sierra Tarahumara, ella y sus
acompañantes robaron a un arriero en las cercanías de Urique y al repartirse
el botín de planchuelas de plata le toca una, que después, creyendo que
Antonia no se iba a dar cuenta, Juan Díaz, coyote, trató de robarle a su vez.
Antonia y Juan Díaz pelean y éste resulta muerto. En otra trifulca
ocasionada por los juegos de azar Antonia mató al mulato Nicolás de
Chavarría, sirviente de la recua en la que ella también trabaja.16 Así,
Antonia confiesa haber dado muerte a tres hombres, aunque por causas
justificadas.
Durante esos años de fugitiva Antonia de Soto usó continuamente
magia de diversos orígenes para comunicarse con el diablo. Dice que tanto
un indio apache, una criada indígena como los indios Matías y Juan la
introdujeron en la magia. Ella, por su parte, invoca al demonio con voces
de claro origen africano como Yumará y Ashula.17 De la mezcla de estas
tradiciones mágicas Antonia cree obtener la fuerza suficiente para destacar
como vaquera y la astucia para aparecer como hombre ante los extraños.
María Antonia de Soto se autodenunció porque el demonio le
comenzó a requerir su alma como pago por su ayuda. Afirma que fue
entonces que San Antonio la guió ante el juez eclesiástico en Parral, donde
decide presentarse.18 Los jueces eclesiásticos tomaron con escepticismo el
testimonio de Antonia. Bien sabían que las mujeres eran débiles y que
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podían ser fácilmente engañadas por el demonio. Tras casi tres años de
lenta deliberación que Antonia pasó encomendada como criada de una
"virtuosa mujer" de Parral se le condenó a ir a la Iglesia a confirmarse y
frecuentar los sacramentos porque, como afirmaba un juez inquisidor "la
vide derramar lágrimas, así esta vez última en que hizo la rectificación
como cuando hizo la declaración en que parece ha dado muestras de
arrepentimiento".19
Todo parece indicar que en este testimonio se entreveran hechos
verdaderos con otros ficticios. De entre la gran cantidad de hechos
extraordinarios que refiere Antonia de Soto, podemos estar seguros de que
en efecto ella había huido, había usado magia y casi seguramente como en
el caso anterior, se había vestido de hombre para evitar ser reconocida. De
nuevo, nos encontramos que el cambio de género como un artilugio para
conseguir la libertad anhelada y cierto reconocimiento social.
En el discurso de Antonia también notamos que, una vez vestida de
hombre, ella comienza actuar como hombre: realiza trabajos pesados, es
exitosa como arriera y hasta torera, se atreve a asaltar y a asesinar a quien
trata de engañarla. Sean o no verdaderos los pasajes que narra, no cabe
duda que Antonia de Soto cree que el vestir de hombre le confiere derechos
especiales a los que ella, como mujer, no tendrá acceso. Su desesperación
por conseguir una vida mejor la lleva a buscar una salida rápida a su
situación y el cambio de género le ayuda a escaparse de su triple atadura de
mujer, negra y esclava.
Aunque no se pueden sacar más que conclusiones preliminares
debido al número tan reducido de casos de cambio de género encontrados,
podemos llegar a ciertas conclusiones preliminares.
1. El cambio se género fue un instrumento usado por las mujeres
para acceder al poder, libertad y reconocimiento que sólo estaban al alcance
de los hombres. Por los casos conocidos, se podría concluir también
provisionalmente que este mecanismo de usurpación es similar al usado por
grupos subalternos para obtener las ventajas de las clases dominantes.
2. Confluían en Nueva España diversas tradiciones culturales con
ideas no del todo negativas acerca del cambio de género. Una política
cristiana no bien definida acerca de estas prácticas se mezclaba, en nuestros
ejemplos, con una tradición religiosa oesteafricana donde el cambio de
género se ve como una conducta no necesariamente reprobable.
3. En la Nueva España, el cambio de género no implicaba
necesariamente un cambio de preferencia sexual, sino un cambio en el
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papel social. Une mujer vestida de hombre actuaba como hombre y
viceversa.
4. Por lo mismo, el trasvestismo no era una conducta perseguida por
sí misma en la Nueva España y, en los casos expuestos, lo que se
consideraba una conducta criminal era el hecho de que se había realizado
un pacto con el demonio.
Notas
*
Centro de Estudios de Asia y Africa, El Colegio de México
El Colegio de Michoacán
1
Véase Nora Reyes Costilla, "La memoria entre los pardos de Tamiahua en
el siglo XVIII", tesis, México, Escuela Nacional de Antropología e
Historia, 1996, pass.
2
Peter Alan Stern, Social Marginality and Acculturation on the Northern
Frontier of New Spain, tesis doctoral, Berkeley, University of California,
1984, p.98, apud Padre Daniel Januske.
3
Solange Alberro, Inquisición y sociedad en México, 1571-1700. (trad.
Solange Alberro), México, FCE, 1988, (Sección de obras de historia), p.26.
Lira, "Economía y sociedad", p.1302.
4
Alberro, Inquisición y sociedad..., pp.26-27
5
Leslie Byrd Rout Jr., The African Experience in Spanish America. 1502
to the Present Day, Cambridge, Cambridge University Press , 1976, p.136.
6
Alberro, Inquisición y sociedad..., pp.190, 456.
7
Alberro, Inquisición y sociedad..., p.187, apud Solange Alberro, et.al., El
trabajo y los trabajadores en la historia de México, México, El Colegio de
México, 1979, pp.132-161.
8
Stern, Social Marginality..., pp.105, 108.
9
Stern, Social Marginality..., p. 96.
10
Leslie Feinberg, Transgender Warriors. Making History from Joan of
Arc to Rupaul, Boston Beacon Press, 1996, pp. 68-70.
11
Citar a Aguirre Beltrán...
12
AGN, Inquisición, "Denuncia de Catalina de Guzmán en el pueblo y real
de Cuencamé", v. 256, exp 161, foja 334.
13
Ibid., foja 334r.
14
AGN, Inquisición, v. 525, 2ª, parte, exp. 48, f. 502, Autodenuncia de
Antonia de Soto por pacto con el demonio, real de minas de Parral, 1691.
15
Ibid, 502.
16
Ibid, f 502r.
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17
Ibid, f 517r
Ibid, f. 518r.
19
Ibid, f. 519r.
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