San Antonio Daniel y San Gabriel lalement en PDF

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SANTOS ANTONIO DANIEL Y
GABRIEL LALEMENT
ANTONIO DANIEL
GABRIEL LALEMENT
Jaime Correa Castelblanco, S.J.
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Presentación
Estas vidas de San Antonio Daniel y San Gabriel Lalement son la trigésima y
trigesimoprimera de una serie dedicada a los Santos de la Compañía de Jesús.
Ellos pertenecen al grupo de los mártires jesuitas de Norte América.
En los Estados Unidos, dieron la vida San Isaac Jogues, San René Goupil y San Juan de
La Lande.
En el Canadá, San Juan de Brébeuf, San Antonio Daniel, San Gabriel Lalement, San
Carlos Garnier y San Natal Chabanel.
La evangelización de los dos grandes países del norte quedó así asegurada con la
sangre de estos mártires.
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CONTENIDO
SAN ANTONIO DANIEL
Nacimiento y patria
En la Compañía de Jesús
El llamado al Canadá
Una visita inesperada
Los estudios de teología
La ordenación sacerdotal
A la Misión de Nueva Francia
En el Canadá
De nuevo con Juan de Brébeuf
En la Misión de los hurones
El educador de los niños
Educador en Quebec
Con Isaac Jogues
En las aldeas huronas
Los últimos votos
Las noticias tristes y alegres
Unos días con Juan de Brébeuf
El martirio
El dolor de Brébeuf
La glorificación
SAN GABRIEL LALEMENT
Una familia de consagrados
Una decisión importante
La preparación para la Misión
El llamado urgente del Canadá
El destino a Nueva Francia
Los martirios de Jogues y La Lande
Hacia la Misión de los hurones
Compañero de Juan de Brébeuf
Los iroqueses
Las torturas
El martirio de Brébeuf
El martirio de Atironta
La glorificación
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SAN ANTONIO DANIEL
Fiesta: 19 de octubre
Es el primero de los mártires del Canadá. Antwen, como lo llamaron los hurones,
comenzó su ministerio con los indígenas en la misma Francia. Su preferencia apostólica
fueron los niños.
Nacimiento y patria
Antonio nace el 27 de mayo de 1601 en Dieppe, en la Normandía francesa. Su familia
tiene importantes intereses navieros y buenos medios económicos.
Sus padres lo destinaron a la abogacía. Después de los estudios clásicos, comenzó un
curso de jurisprudencia.
En la Compañía de Jesús
Pero al sentir el llamado de Dios, hace un serio discernimiento e ingresa a la Compañía
de Jesús el 1 de octubre de 1621. Su maestro de novicios fue el célebre P. Luis
Lalement.
Terminados los dos años en el noviciado de Rouen, Antonio es destinado a ejercer el
magisterio en el Colegio de la misma ciudad. Con ello le está pisando los talones a otro
normando que comienza a ser su amigo, el corpulento Juan de Brébeuf. Este es
sacerdote y ejerce el cargo de Ecónomo del Colegio.
El llamado al Canadá
En 1625, Antonio conoce en Rouen a dos franciscanos recoletos que han venido de
Nueva Francia, desde América del Norte. Escucha con profundo interés las noticias que
comunican. Todos saben que los recoletos han pedido a la Compañía de Jesús que
comparta con ellos la responsabilidad de evangelizar a esos nuevos pueblos del norte
de América.
Su amigo Juan de Brébeuf se ofrece y es aceptado. Antonio no puede lograrlo porque
aún no es sacerdote. Otro de los seleccionados es también otro de sus amigos: el P.
Carlos Lalement.
Hay escasos días para preparar el viaje desde el puerto de Dieppe. Antonio, como
ayudante de Juan, corre de una parte a otra. Ahí están los alimentos, la ropa, los útiles
de cocina, los ornamentos sagrados y las herramientas. El 24 de abril, con alegría y
pena, despide a sus amigos.
Una visita inesperada
En octubre de 1626, Antonio recibe un regalo que le parece venido desde el cielo. Sus
amigos de Canadá envían a Francia a un muchacho hurón que demuestra grandes
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deseos de conocer la patria de los misioneros. Se llama Amantacha. Los jesuitas del
colegio de Rouen deberán prepararlo para un buen regreso.
Antonio queda encargado de la instrucción de Amantacha. El interés del muchacho
gana el corazón del instructor. Amantacha progresa y Antonio se entusiasma con el
lejano Canadá. El bautismo de Amantacha, con el nombre de Luis de Santa Fe, es para
Antonio su mayor éxito.
Los estudios de teología
En el mes de octubre de 1627, Antonio es destinado a iniciar la teología. Viaja a París,
al célebre Colegio de Clermont. Se despide, con cierta pena, de su Colegio de Rouen
donde ha pasado cuatro años muy felices.
En París recibe la triste nueva de la caída del Canadá en manos inglesas. La ciudad
espera, entonces, el regreso de todos los franceses. Con ellos, también vendrán sus
amigos.
En octubre de 1629, con alegría, abraza a los PP. Juan de Brébeuf y Carlos Lalement.
Ellos traen, al Provincial, sus informes y las indicaciones para conseguir el regreso a
Nueva Francia. Las conversaciones con Antonio son, ahora, interminables.
En enero de 1630, asiste emocionado a los últimos votos de Juan. Ya se habla
bastante de las gestiones para recuperar el Canadá.
La ordenación sacerdotal
Al término del curso de 1631, Antonio recibe la ansiada ordenación sacerdotal. Su
padrino de misa es su compatriota y amigo el P. Juan de Brébeuf.
Poco después, juntos viajan al Colegio de Eu, en la Normandía francesa, muy cerca del
puerto de Dieppe. Antonio deberá enseñar humanidades, y Juan preparar su regreso al
Canadá.
A la Misión de Nueva Francia
En 1632, el cardenal Richelieu consigue, al fin, de parte del gobierno inglés la
devolución de los territorios de Canadá. Ahora el Cardenal está decidido a establecer
en ultramar un imperio para Francia. Por ello ordena el regreso de los colonos y
organiza la expedición. Establece un nuevo sistema de gobierno en los territorios de
Quebec y da normas detalladas para las misiones de los franceses con los indios. La
Compañía de Jesús es, en esta nueva organización, la única responsable de la
evangelización en esa parte de América. Los franciscanos son pocos en Francia y no
podrán suministrar un número suficiente de misioneros.
La primera expedición al Canadá sale ese mismo año. Pero esta vez, el P. Juan de
Brébeuf no forma parte de ella. Partirá el año venidero, porque la organización en
Francia necesita de su trabajo. Antonio Daniel es el que viaja. Los dos amigos se
despiden, en Dieppe, y prometen volver a encontrarse en el nuevo mundo.
En el Canadá
El viaje le resulta agradable. Va en compañía del P. Ambrosio Davost en el velero de su
hermano Carlos Daniel. Su hermano capitán va exultante, porque ha tomado parte en
el asalto del fuerte inglés de Cabo Bretón durante la ocupación de Quebec.
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En otro barco viaja también el P. Pablo Le Jeune, nombrado superior y asistente del
gobernador Champlain. La corona francesa ve con buenos ojos a este jesuita y lo
prepara para que sea el primer obispo del Canadá.
En el fuerte de la bahía de Santa Ana, en el Cabo Bretón, Antonio y su compañero
comienzan la atención religiosa de los habitantes. Han sido años duros para la fe, los
de la ocupación inglesa.
De nuevo con Juan de Brébeuf
En junio de 1633, Antonio y Ambrosio son llamados por el P. Pablo Le Jeune para que
avancen hasta la ciudad de Quebec. El P. Juan de Brébeuf ha regresado al Canadá y
los dos jesuitas deben prepararse para reemprender con Juan la Misión entre los
hurones.
La alegría de Antonio es enorme y el abrazo al amigo, recién llegado, lo llena de
consuelo. Juntos preparan ahora la gran aventura, con la cual tanto soñaron en la
patria.
Antonio y Pablo Le Jeune son buenos escritores. Con cariño inician la redacción de las
"Relaciones de los jesuitas" en las que narran las historias de sus andanzas. Poco a
poco, agregan las de los otros misioneros del Canadá. Estas Relaciones, a semejanza
de las Cartas de San Francisco Javier, van a conmover a todo el mundo europeo.
En la Misión de los hurones
En julio de 1634 parten, por fin, al territorio de los hurones. Juan en una canoa,
Antonio y Ambrosio en otra. El viaje es extenuante. Después Brébeuf escribe: "Hemos
llevado a cuestas nuestras canoas 35 veces y las hemos remolcado, por lo menos,
cincuenta".
Con una humildad muy propia Antonio anota: "El P. Ambrosio fue tratado duramente.
Cargó más pertenencias que las propias. Lo obligaron a dejar el pequeño molino, la
mayoría de nuestros libros y buena parte del papel para escribir. Lo abandonaron en
una pequeña isla, con los algonquines, donde sufrió mucho. Cuando exhausto pudo
llegar hasta los hurones, ellos lo rechazaron, y por un buen tiempo no pudimos
encontrarlo. Yo, Antonio, también fui abandonado y obligado a buscar otra canoa para
seguir. Después, nuevamente abandonado, debí seguir a pie a través del bosque".
Al fin, los misioneros se establecen en Ihonatiria, adonde se han trasladado los
hurones de Toanché. Los tres amigos construyen la casa de la Misión y se dan al
trabajo apostólico.
Visitan con gran sacrificio todas las aldeas huronas. Con sorpresa, en todas ellas son
bien recibidos. Juan puede decir, en lengua hurona, casi todo lo que quiere y, por
cierto, ésa es la mejor de las ventajas. Antonio y Ambrosio apenas pueden decir
algunas frases, pero sonríen y eso empieza a ganar el corazón de los hurones.
El educador de los niños
A Antonio, los hurones lo llaman Antwen. Por su carácter suave, el P. Juan de Brébeuf
le encarga el catequizar a los niños.
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Este es el método descrito por Brébeuf: "Damos la instrucción catequética en nuestra
cabaña, porque todavía no tenemos iglesia. Los llamamos a todos, con la ayuda del
jefe o con una campana. Yo me pongo sobrepelliz o capa para dar mayor solemnidad.
Al comenzar cantamos de rodillas el Padrenuestro en lengua hurona.
Antonio es el autor de la música y la letra. Primero él canta solo, después nosotros
repetimos y cantamos con él. Los hurones gozan. Después, yo predico las verdades de
la fe. Repaso lo enseñado anteriormente y siempre agrego algo nuevo. A continuación,
hacemos preguntas a los niños y a las niñas. Les damos una cuenta de vidrio o de loza
a los que contestan bien. Los padres se llenan de orgullo y felices se van a sus casas
con los pequeños regalos".
Después de un año de preparación, Antonio bautiza a tres jovencitas. En 1635, se
atreve a bautizar a dos ancianos.
Educador en Quebec
En 1636, regresa a Quebec para dirigir allí la educación de doce jóvenes hurones que
le confía Juan de Brébeuf. Al momento de partir, sólo van tres. Los otros hurones
desconfían.
Los misioneros no piensan ya en enviar niños a Francia. Amantacha ha vuelto y ha
olvidado buena parte de lo aprendido. Con caridad Antonio le recuerda la fe.
Amantacha contesta que las cosas son distintas en el Canadá.
El P. Le Jeune escribe: "Nuestro corazón se enterneció al ver al P. Antonio Daniel. Traía
la cara sonriente y feliz. Venía a pie desnudo y el remo en la mano. El breviario
colgaba del cuello y la camisa enrollada en la espalda. Nos saludó a todos y cantamos
el Te Deum de acción de gracias".
En Quebec comienza, así, este pequeño Seminario de los hurones. Es el primer colegio
del Canadá. Antonio es maestro, padre y tutor.
Los pequeños hurones son vestidos a la francesa y aprenden a sentarse en el comedor.
Pero a pesar de los esfuerzos de Antonio, la experiencia fracasa. Más puede la índole,
jamás sometida: el llamado de los bosques y los ríos.
Con Isaac Jogues
En Quebec se encuentra Antonio con Isaac Jogues quien ha llegado, desde Francia a la
ciudad, el día 2 de julio. Conversan mucho de la patria, del noviciado de Rouen, del
Colegio. Isaac le ha ido pisando, a Antonio, los talones en la Compañía. Ahora están
juntos y tienen tiempo para poner en práctica todo lo enseñado por el P. Luis
Lalement, el maestro y padre espiritual de ambos.
En las aldeas huronas
El 9 de julio de 1638, Antonio regresa con sus seminaristas a la Misión de la
Inmaculada Concepción en Ossossané, la capital hurona de la nación del Oso. Ahí vive
el P. Jerónimo Lalement y otros dos compañeros. Su amigo Isaac Jogues está, ahora,
en Teanaustayé.
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En 1639, Antonio es trasladado con el P. Simeón Le Moyne a la Misión de San Juan
Bautista. La aldea se llama Cahiagué y está situada en el borde del lago Simcoe (hoy
día, muy cerca está la ciudad de Hawkstone).
El jefe hurón se muestra amable y los recibe con respeto. Cuando aparece la epidemia
de fiebres, los dos jesuitas se desviven por los enfermos. Cuando cesa, tienen ganado
el corazón de todos.
Los últimos votos
En Santa María, el 20 de septiembre de 1640, el P. Antonio Daniel emite la profesión
solemne de cuatro votos, en la Compañía de Jesús.
Para él, todos los años pasados en Canadá son felices porque la cristiandad ha crecido
y los hurones cada día parecen ser mejores. Isaac Jogues asiste a sus votos.
Inmediatamente después, el Superior agrega a la misión de San Juan Bautista de
Cahiagué el cuidado de la de San José, en la aldea de Teanaustayé. Ahora es él,
Antonio Daniel, el que pisa los talones a Isaac. No está muy lejana una aldea de la
otra, pero los senderos son siempre muy visitados por los guerreros iroqueses.
Teanaustayé es un puesto difícil que muy lentamente es llevado a la fe. Antonio gasta
ocho años en sus dos misiones.
Las noticias tristes y alegres
En Santa María recibe, un día, la terrible noticia de la prisión de Isaac Jogues y René
Goupil en manos de los iroqueses. Antonio llora y reza por sus dos amigos. Ese es el
precio del Evangelio en el duro Canadá. La oración es la única fuerza de los misioneros.
Un año después, también en Santa María, Antonio conoce la alegre noticia de la
liberación de su amigo Isaac y de su regreso desde Francia. A la alegría, Antonio une el
silencio por el primer mártir, René Goupil.
Y en octubre de 1646, Antonio vuelve a llorar, en el hombro del P. Juan de Brébeuf, la
muerte cruel de San Isaac Jogues en manos iroquesas.
Unos días con Juan de Brébeuf
En el mes de junio de 1648, Antonio viaja desde Teanaustayé a Santa María, para
hacer los Ejercicios espirituales del año.
En los días que preceden, tiene la dicha de estar jornadas largas con su amigo Juan de
Brébeuf. Ambos tienen mucho que recordar, ya que los dos son los más antiguos en la
Misión. Recuerdan los años de la lejana Normandía y los comienzos en Canadá. Ambos
han logrado dominar el idioma y han sabido ganar la confianza y el afecto de los
hurones. Juan recibe la confesión general de Antonio, porque éste se lo ha pedido. El
Señor ha sido muy bueno con ellos.
El 2 de julio, Antonio Daniel emprende el regreso a su querido puesto de Teanaustayé.
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El martirio
Al alba de día 4 de julio de 1648, Antonio celebra la misa para sus hurones cristianos.
Esa es la costumbre.
Dejemos la narración de los hechos al P. Pablo Raguenau:
"Al terminar la misa, Antonio y los cristianos están en sus devociones. De repente se
oye el grito enloquecido. ¡A las armas, a rechazar al enemigo! Los iroqueses están ahí,
han llegado en la noche. Hay terror en todos los rostros. Unos corren a la batalla, otros
se dan a la fuga. El P. Antonio corre al lugar de mayor peligro y anima a la defensa.
Como si viera el paraíso abierto para sus cristianos, él habla con gran vehemencia y
comunica valor. Los hurones piden ser bautizados. Antonio mete su pañuelo al agua y
bautiza por aspersión.
Cuando los iroqueses llegan al centro del pueblo, en vez de huir como le aconsejan los
guerreros, él se acuerda de los ancianos y de los enfermos. Corre a las cabañas y
ejercita su celo. Entretanto el enemigo ya es victorioso y empieza a quemar la aldea.
El Padre quiere morir en su iglesia. Corre allá y la encuentra llena de cristianos y de
catecúmenos que piden ser bautizados. Bautiza y absuelve. Y a cada uno con suave
voz dice: Hermano mío, hoy estarás conmigo en el paraíso.
Los iroqueses llegan a la iglesia. Les parece fácil acabar con los hurones. El griterío
ensordece. Antonio se impone una vez más: Huyan todos y lleven la fe. Yo debo
quedar para cuidar a los que caigan prisioneros. Nos veremos un día en el cielo.
Solo y con valentía, Antonio se enfrenta a los iroqueses. Estos se detienen
asombrados, lo cual da tiempo a los hurones para correr al bosque.
Cuando los iroqueses se sobreponen, lo cubren de flechas y le disparan con un
arcabuz. Antonio cae y pronuncia el nombre de Jesús. Lo destrozan, lo desnudan,
beben su sangre y al pie del altar queman su cuerpo. Toda la aldea está en llamas".
El dolor de Brébeuf
En la noche del sábado 4 de julio, llega a Santa María un enloquecido mensajero con la
espantosa noticia: ¡Teanaustayé está ardiendo! ¡Antwen ha sido asesinado!
Juan de Brébeuf, de inmediato, recorre a toda prisa el largo camino. Su amigo y
primer compañero de misión ha merecido el premio del martirio. Su obligación es
recoger sus restos.
En Teanaustayé no queda nada. Juan encuentra, solamente, troncos quemados. Busca
el cuerpo de Antonio. No lo encuentra. Son muchos los cadáveres calcinados y mucha
la ceniza, en todas partes. Derrama lágrimas amargas de hombre, y reza desolado.
Renueva, ahí mismo, su voto de martirio y suplica a Dios le permita merecerlo, como
su amigo Antonio Daniel.
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La glorificación
San Antonio Daniel fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con San
Juan de Brébeuf, San Isaac Jogues, San René Goupil, San Juan de La Lande, San
Gabriel Lalement, San Carlos Garnier y San Natal Chabanel.
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SAN GABRIEL LALEMENT
Fiesta: 19 de octubre
Es el compañero de martirio de San Juan de Brébeuf. Parecería que la fe, el ser jesuita
misionero, y el martirio le son casi naturales.
Una familia de consagrados
Gabriel nace en París el 10 de octubre de 1610. Es el más pequeño de una familia de
seis hijos, formada por el abogado del parlamento Joaquín Lalement.
Dos de sus tíos paternos, Carlos y Jerónimo, son jesuitas y pronto se distinguirán
como misioneros en el Canadá.
A los pocos años, su hermano mayor Bruno se retira a la Cartuja y las tres hermanas
entran al Carmelo.
La madre, después de viuda y de terminar su misión con los hijos, viste también el
velo de las Hermanas franciscanas.
Una decisión importante
Gabriel no tiene buena salud. Más bien tiene una apariencia débil. Y como muestra una
aptitud muy singular para las letras y las ciencias, todos creen que ése es su camino.
Gabriel es sorprendente. Sin aspavientos, casi sin decir nada a nadie, entra en el
Noviciado de la Compañía de Jesús el 24 de marzo de 1630. Tiene ya 20 años.
Al hacer sus votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia en 1632, agrega con
sencillez un cuarto, el de dedicar su vida a la conversión de los indios del Canadá. La
espera podrá ser larga, pero él decide prepararse en la oración y la obediencia.
La preparación para la Misión
Con paz, comienza el largo camino de la formación jesuita. Primero, repasa los
estudios clásicos y de filosofía. Enseña humanidades en el Colegio de Moulins por tres
años. Después, en Bourges, hace los cuatro años de teología sirviendo al mismo
tiempo en el convictorio del Colegio.
Ordenado sacerdote, pasa un año como capellán en el célebre Colegio de La Flèche.
Ahí muestra que sus fuerzas son compatibles con las tareas de la Compañía.
Vuelve al Colegio de Moulins y enseña filosofía. Después en Bourges, es prefecto
general del Colegio. Es decir, vuelve por el camino que ya ha pasado.
Así, Gabriel demuestra que es capaz de cumplir el voto que ha hecho y que ha
comunicado a los Superiores.
La llegada de Isaac Jogues a Francia, en la Navidad de 1643, conmueve a todos. El ha
sido prisionero y torturado por los iroqueses. Después de dos años de esclavitud, ha
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podido huir con la ayuda de los holandeses de New Amsterdam. Gabriel sigue,
enternecido, los relatos de su pasión. Venera y admira al amigo. Goza con el
reconocimiento de los reyes de Francia. Asiste a su misa celebrada con las manos
mutiladas. Lo ve volver al Canadá con santa envidia.
El llamado urgente del Canadá
Gabriel decide nutrir su deseo con la lectura asidua de las Relaciones misioneras del
Canadá. Cada una inflama el alma. Cada una da noticias de los compañeros y amigos.
Por ellas conoce los éxitos y los fracasos de los suyos.
Conoce los períodos enervantes del inicio. Vive las persecuciones soportadas por los
misioneros. Goza con el consuelo de la mies cosechada con tanto sudor.
Pero los obreros son pocos. El P. Carlos Turgis ha muerto de un ataque de escorbuto
en la pequeña isla de Miskou el 4 de mayo de 1637. Por la tisis, el P. Carlos Raymbault
yace en Quebec. En el mar, han muerto los PP. Juan Dolbeau y Ambrosio Davost, en
un viaje a Francia. El P. Edmundo Massé, uno de los fundadores de la Misión, acaba
sus días dulcemente en Sillery. El P. Anne de Noue murió de frío sobre la nieve,
cuando se dirigía al fuerte Richelieu para celebrar la misa y administrar los
sacramentos a la guarnición. La guerra iroquesa les ha dado ya un mártir: René
Goupil.
Los Superiores, lo sabe Gabriel, están preocupados y quieren enviar socorros a la
Misión.
El destino a Nueva Francia
Por fin, le llega, en Bourges, la carta que tanto ha deseado. Ahora, es aceptado para
viajar al Canadá. De inmediato se dispone. Corre a París para despedirse de su familia.
La madre lo abraza y lo bendice, orgullosa de entregar a su hijo para el nuevo mundo.
La hermana mayor, priora del Carmelo de París, le entrega unas reliquias de los
mártires.
Gabriel se embarca el 13 de junio de 1646. El viaje es tranquilo. Desembarca en
Quebec, el 20 de septiembre. Abraza emocionado a sus tíos. El P. Carlos Lalement está
en Nueva Francia desde el año 1625. El P. Jerónimo Lalement es el Superior de todo el
Canadá.
El Superior conoce a su sobrino, impresionable y sensible. No lo envía de inmediato a
los bosques. Prefiere dejarlo un tiempo en la Misión de Sillery, muy cerca de Quebec.
En Quebec, abraza también a Isaac Jogues quien se prepara, nuevamente, para partir
hacia los iroqueses. Gabriel siente una santa envidia.
Los martirios de Jogues y La Lande
A finales de octubre, Gabriel conoce el terrible martirio de su amigo el P. Isaac Jogues
y del joven donado Juan de La Lande. Con los jesuitas llora y reza.
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Para él Isaac es un santo. Dos veces debió sufrir el martirio. Misionero incansable,
pudo dar la vida por la fe y la paz. Largos años en la Misión lo prepararon. La vida
piadosa y la obediencia ejercida le dieron la corona ambicionada. Desde ahora para
Gabriel, Isaac es el modelo.
Hacia la Misión de los hurones
Por fin, su tío lo destina a la Misión de los hurones. La insistencia de Gabriel quebró la
santa y cariñosa resistencia del P. Jerónimo.
El 6 de agosto de 1648, Gabriel se embarca en una flotilla de 60 canoas que sube por
el río. Con él, viaja el P. Francisco Bressani, que también ha sido prisionero y mutilado
por los iroqueses.
Gabriel parece estar rodeado de mártires. Esta reflexión le viene una y otra vez. No le
asusta, sólo se prepara. Antes de partir, conoce también las noticias del martirio del
P. Antonio Daniel en la aldea hurona de Teanaustayé. Todo ha sucedido tan rápido ese
día del 3 de julio, hace apenas un mes. Gabriel se pregunta con profunda paz: ¿Qué le
espera a él en la tierra de los hurones?
A principios de septiembre, la flotilla llega a Santa María. Los jesuitas los reciben con
profunda alegría. Han sufrido mucho. Los iroqueses parecen estar en todas partes. La
aldea de San Miguel ha sido saqueada. Teanaustayé no se levanta de las cenizas.
Compañero de Juan de Brébeuf
A los pocos días, Gabriel es destinado a Ossossané para trabajar bajo la tutela del P.
Pedro José Chaumonot. Este es un excelente maestro de la lengua hurona. Gabriel se
aplica con tesón y, a los pocos meses, logra notables progresos en ese idioma tan
difícil. Él quiere demostrar que está a la altura de su destino como misionero.
En enero de 1649, es designado como compañero del gigante Juan de Brébeuf en la
nueva Misión de San Ignacio. A Gabriel le parece un sueño. Ahí los hurones lo bautizan
con el nombre de Atironta.
Los iroqueses
En la mañana del lunes 15 de marzo de 1649, Gabriel Lalement y Juan de Brébeuf
parten desde Santa María para el recorrido usual de sus aldeas.
Pasan el día en San Luis, ubicado a 4 kilómetros, con sus cuatrocientos hurones.
Alojan en una pequeña cabaña. Poco después del alba, del día 16, dicen sus Misas.
Aquel mismo día tienen pensado dirigirse a la aldea de San Ignacio, a otros 4
kilómetros de distancia.
A las seis de la mañana, cuando terminan la acción de gracias, son sorprendidos por
los gritos de los hurones. ¡Los iroqueses están en San Ignacio! ¡Los iroqueses están
degollando a los hurones de San Ignacio!
Los dos misioneros se dicen: No tardarán de presentarse en San Luis y también aquí
van a asesinar. Sobreponiéndose al griterío de los hombres y a los aullidos
desesperados de las mujeres y los niños, preparan la defensa de San Luis. Los
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hombres deben ir a las empalizadas y las mujeres, con sus hijos, huirán hacia el
bosque.
Después ambos, Echon y Atironta, corren a la empalizada. El jefe hurón los insta a huir
con las mujeres. Los misioneros contestan que sus puestos están ahí, para cuidar a los
guerreros.
Muy pronto, los iroqueses llegan a la aldea. Silban las flechas y atruenan los disparos
de los mosquetes iroqueses. El primer ataque es rechazado. En un segundo ataque,
masivo, la aldea es capturada.
Las torturas
Gabriel y Juan son atados con los demás prisioneros. A empellones los obligan a salir
del pueblo. Los agrupan como en un rebaño. Los iroqueses saquean y matan.
Aullando, en frenética danza, celebran la victoria. Después queman toda la aldea.
A los prisioneros los obligan a cantar y, en trote agotador, los conducen a San Ignacio.
En el bosque, los iroqueses arrancan las ropas a Atironta y a Echon, dejándolos
desnudos, como van ellos.
Al llegar a San Ignacio, los iroqueses se ponen en dos filas paralelas y obligan a sus
prisioneros a pasar entre ellos. Con palos y porras, aullando, los golpean hasta que
sean capaces de llegar al otro extremo.
Atironta, con el cuerpo muy magullado, queda acurrucado entre los prisioneros.
Gabriel y Juan, en cuclillas, hacen juntos su oración y ofrecimiento. El uno al otro se
oyen en confesión, levantan las manos y se absuelven mutuamente.
Poco después, son obligados a ponerse de pie. Se les ordena que bailen y entonen el
canto de la muerte.
El martirio de Brébeuf
Gabriel asiste, impotente, al martirio de su compañero y amigo Juan de Brébeuf. Oye
sus oraciones y las palabras de aliento y consuelo hacia los hurones.
Cuando los iroqueses arrastran a Echon fuera de la cabaña, Gabriel se levanta a pesar
de las ligaduras, alza la mano y con voz fuerte pronuncia las palabras de la absolución.
Ve todo el martirio de Juan. Y se dispone a esperar su turno, tranquilo, casi feliz.
El martirio de Atironta
Así permanece desde las seis de la tarde, rezando y animando a los hurones cristianos.
Al anochecer lo arrastran. Le obligan a cantar y a bailar su propia danza de la muerte.
Al llegar al poste, cae de rodillas. Lo abraza y lo besa. Lo golpean con porras y palos.
Arañan con las uñas sus heridas. Le rompen las manos y le roen los dedos con los
dientes.
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Así pasa toda la noche. Después, los iroqueses se apartan un poco y empiezan a
burlarse de él. "Atironta es bajo como una mujer, delgado como un perro". Dicen que
lo van a hacer llorar, que va a gritar de dolor.
Pero el pequeño Atironta, sin temor alguno, se encara con ellos. Grita muy fuerte, para
ser oído por los hurones prisioneros: "Jesús, misericordia. Jesús, taiteur". Son las
mismas palabras de Echon.
Los iroqueses, enfurecidos, empiezan a hacer fuego junto a los pies de Atironta. Bailan
y ríen al ver al pequeño Atironta que da patadas tratando de apartar las brasas.
Primero, queman el lado izquierdo del cuerpo. Después, con un cuchillo, hacen un tajo
largo y profundo hasta el hueso. En la herida, lentamente deslizan el filo de un hacha
enrojecida al fuego. También queman el costado derecho. Esta vez le hacen una
incisión en forma de cruz. Con un fierro al rojo van asando la carne viva. Derraman
sobre Atironta agua hirviente, en burla del bautismo. Pero al fin deciden matarlo al día
siguiente.
Lo devuelven a una cabaña y le dan de comer. No es bueno que un condenado muera
antes de salir el sol.
Al amanecer continúa el suplicio. Gabriel, en francés y en lengua hurona, los reprende
y los arenga a convertirse. Para que se calle, le meten tizones encendidos en la boca.
Le destrozan las mandíbulas y la lengua. Por último le cortan las manos.
Al salir el sol, continúan. Lo arrastran fuera de la cabaña. Cortan lonjas de su carne, y
beben su sangre. Le cortan el cuero cabelludo. Después le dan un hachazo en la
cabeza. Es el fin.
Le sacan el corazón y se lo comen. Por último arrojan el cuerpo al montón de
cadáveres de los hurones. Son las nueve de la mañana del día 17 de marzo de 1649.
Gabriel apenas tenía 39 años.
La glorificación
El día 19 de marzo de 1649, los jesuitas de Santa María van a San Ignacio. Saben por
los hurones que los iroqueses han vuelto a sus tierras.
Buscan y encuentran, en las cenizas, los restos de Gabriel y de Juan. Los envuelven en
una sábana y los llevan a la Misión madre.
San Gabriel Lalement fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con San
Juan de Brébeuf, su compañero de martirio, San Isaac Jogues, San René Goupil, San
Juan de La Lande, San Antonio Daniel, San Carlos Garnier y San Natal Chabanel.
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SANTOS JESUITAS
Colección
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San Ignacio de Loyola
San Francisco Javier
San Estanislao de Kostka
San Francisco de Borja
San Luis Gonzaga
San Edmundo Campion
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San Pedro Canisio
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17
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Alonso Ovalle 1480
Casilla 597 - Teléfono 6984868
Santiago de Chile.
Nihil Obstat
Imprimi Potest
Guillermo Marshall Silva, S.J.
Provincial de la Compañía de Jesús en Chile
Santiago, 27 de abril de 1995
Imprimatur
Sergio Valech Aldunate
Vicario General de Santiago de Chile
Santiago, 9 de mayo de 1995.
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