Mi corazón está vagando en sueños... VIII Concurso Garcilaso de la Vega. Categoría: Humanidades Nguyen Thi Thanh Binh 3º SB Instituto Park Mládeže 5, Košice Mi corazón está vagando en sueños... 9 de agosto 1912 No, no puede quedarse más aquí. *** El amarillo de agosto trepa despacito por la ventana. Poquito a poco se puede distinguir la moción en la oscuridad de la habitación. Al alba entre la penumbra esbozan los bultos de un hombre alto. Se está embocando sobre una caja colocada en la cama. Una maleta. Está echando cosas en ella. Sus movimientos son fríos, desapasionados, como si no supiera qué están haciendo sus manos. La maleta se está llenando poco a poco... ¿Lo oyes…? Un silencio. Ese silencio silencioso va empapándose en ti tanto que hasta sientes cuánto está sufriendo. Algo doloroso y ardiente emana de todo su ser, se extiende por todos lados, hasta llega a llenar la habitación y cubrir la voz del silencio. No, no puede quedarse más aquí. Se ha parado. Está mirando una foto en blanco y negro que yace sobre la cama. Aparece en ella una pareja sonriente. Es él con una mujer baja y menuda. Ni su peinado ni vestido serio ocultan lo joven que es. El hombre, de golpe, levanta la mirada y empieza a agitar la cabeza caóticamente de un lado a otro recorriendo la habitación con los ojos. Busca algo. La busca a ella. Pero nada, nadie está. Puro vacío... Deja caer desolado la foto dentro de la maleta, se sienta en el borde del lecho y al suspirar deja caer los hombros. Abre levemente la boca... pero no le sale ni un sonido. Se ha dormido la voz en su garganta. Sin embargo, su alma quiere ser escuchada, sus pensamientos resuenan. ...Soñé… … Soñé que tú… Se le animan los ojos y con decisión se levanta. Abre la puerta y sale. Ha entrado en un día precioso con el sol caliente derritiéndose en el cielo azul. El paisaje está repleto de colores vivos. No obstante al hombre poco le importa, apenas lo ha notado. Tan solo le importa andar, andar y andar. Su caminata es lenta y tranquila, pero los pasos son largos debido a su alta estatura. Los hombros, que bien resisten la fuerza gravitatoria de la carga de su alma, los tiene erguidos. Espejea una cierta fortaleza. Lleva puesta una larga chaqueta negra y pantalones negros, un simple traje de burgués. Ya se halla en un parque espolvoreado por muchos árboles. Una gavilla de ellos encubre una ermita desde lejos. Por todo su alrededor cuchichean los pajaritos. Un ambiente celestial adornado con aire fresco... Voy camino en busca de tu salud… De pronto se echa a andar más rápidamente que antes. La izquierda. La derecha. La izquierda. La derecha… más, más y más. Como si lo persiguiera algo. ¡Ay!, mi corazón se rompe de dolor. Ya ha huido del verde. Ahora camina entre las pequeñas calles orilladas por las casas antiguas de piedra labrada. Se ha detenido al llegar a un edificio románico. Parece una simplificación de la gran iglesia de Notre Dame. En su fachada hay una gran portada rodeada de arquerías, encima de la que sobresale un bote con una ventana en forma de flor. El burgués clava los ojos en las piedras de la iglesia y sus pensamientos vuelven a animarse: En Santo Domingo, la Misa Mayor. Aunque me decían hereje y masón, rezando contigo, ¡cuánta devoción! Esboza una sonrisa con amargura y sigue su ruta. ¿Hacia dónde va? ¿Con qué fin? Aunque parece decidido y seguro, él tampoco lo sabe. Camina como si nada, pero el hábito no hace al monje. Si le miras a sus ojos marrones y enfocas bien la vista a lo profundo de su mirada verás que algo viene royendo su interior. El pasado lo empuja hacia delante. Estamos en la esquina de la calle Estudios, delante de una pensión de dos plantas. Aquí te conocí… Nadie elige su amor… Yo, a pesar de mis impurezas, y de mi larga experiencia de la vida, me sentía a veces niño, sobre todo cuando estaba a tu lado. Y lo más grande del amor consiste en esto; que hace revivir en nosotros lo infantil, que es lo más noble de lo humano. Se aparta y sus pensamientos se calman. Llega a una plaza anchurosa ya concurrida por la gente. La vida de ayer tan agitada y viva, hoy solo suspira, jadea. Su fluidez se ha entorpecido… ¿O será que yo esté parado? Como está pensativo allí, su cuerpo, con el espíritu blindado, se choca con las miradas de las personas que pasan por la plaza. Algunas compadecidas, algunas desdeñosas. Todos lo conocen. Todos conocen su ayer. Bim- Bam. La campana vacila. Por primera vez ha levantado la cabeza al cielo. En frente, en lo alto del tejado de un edificio está ubicado el reloj, detrás del que se está meciendo una campanilla. El verdugo del tiempo… Sonríe entre lágrimas. El sonido de sus horas nos dice que el tiempo pasa inevitablemente… Mueve la cabeza a un lado. Ahora mira hacia una iglesia sencilla. Allí me casé… allí perdí a mi esposa, a quien adoraba… …ya será una semana… Todos se acuerdan de su boda. Era un amor prohibido. Apoyado por los padres pero rechazado por la sociedad. La aversión del mundo no les importó y su sentimiento puro lo anudaron en el matrimonio. Su felicidad fue, empero, talada cruelmente. El golpe ha sido terrible y no creo haberme repuesto… Da la espalda al amplio rectángulo y se echa a caminar cercado por el vacío. Yo en este viejo pueblo paseando solo, como un fantasma… Va demorando el paso al descubrir por el rabillo del ojo un árbol raro. Gordo, enano y feo. Apenas se puede decir que es árbol. Carece de ramas y color verde. Parece más un muerto tronco que nunca ha de enverdecer. De improviso se pone en marcha. ¿A dónde va? Se acerca al otro árbol. Este, mucho más vivo, luce un color verde claro gracias a los rayos del sol. ¿Pero qué está haciendo? Se está estirando hacia una ramilla cercana. La desgarra y queda yaciendo en su mano. ¿Y ahora? Sus ojos marrones se encaran unos segundos con la ramilla, con sus hojas verdinas. Estará hesitando. Hasta que su mirada se dirige hacia el árbol arrugado. Él también se dirige hacia allá. La ramilla la mete con cuidado en una arruga pequeña. Al tronco viejo le queda muy bien. Al olmo viejo, hendido por el rayo y en mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido… Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera… El sol se expande cada momento más y más. Con una sonrisa ligera el hombre vestido de negro bordea una iglesia de torre cuadrada que alberga unas campanas en su interior. Dobla su esquina. Y aquí encuentra filas de rectángulos de piedra. Se estremece de asombro. ¿A dónde lo han llevado sus pies? Lento, espasmódico, niega con la cabeza. Debe arrimarse con el hombro a un ciprés erguido cerca de un muro blanco. No, no es verdad… Despacito lleva los ojos a un solo rectángulo. La tumba de ella. Llena de flores que ya se derriten por el embate del sol. No piensa moverse. Una noche de verano -estaba abierto el balcón y la puerta de mi casaLa muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho -ni siquiera me miró-, con unos dedos muy finos, algo muy tenue rompió. Silenciosa y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió. Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón, ¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos! Deja agachar la cerviz. Se le había derramado toda la sangre. Es espantosa la sequía que sufre su corazón ahora. Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Se echa atrás mirando al cielo y esperando la respuesta. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía, Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar. …Mi mujer era una criatura angelical. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. Sí, algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. ¿Es verdad que me la quitas? No me la quites, Señor. Silencio. Nadie se molesta en contestarle. Además la brisa que vuela en el ambiente le pasa de largo. Transcurrido mucho tiempo, el burgués bota del ciprés y se va. Está errando con la mente callada. Sin pensar. Sin rumbo. Parece una eternidad. En las cercanías muge quietamente el agua zigzagueada. Al adelantarse ve una alameda infinita que orilla el río verde. Más adelante, en lo alto, en el trono rocoso de la ribera se sienta una impresionante ermita de piedra. El caminante se pone a perseguir las huellas de la arboleda, alarga la mano y al caminar toca los troncos de los árboles. Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua cuando el viento sopla, Se para y su mano se finca en la corteza escabrosa por las llagas. tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas. Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; … hoy más cantar no pueden, se ha dormido la voz en su garganta… Cierra los ojos y vuelve a andar. Va absorbiendo el aroma de los recuerdos... Mi corazón está vagando en sueños… Soñé… Soñé que tú me llevabas por una blanca vereda, en medio del campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena. Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído, como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, en sueños, tan verdaderas…! En este instante por primera vez se materializan sus pensamientos en palabras: „¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos.“ Ofrece la mano al aire y abre los ojos. He aquí la verdad que no quería aceptar. Dolor. Desilusión. Dice resignado: „Entre vivir y soñar está el despertar...“ Cae una lágrima. Una lágrima que acusa la avaricia del destino... “Oh, tierra triste y noble, La de los altos llanos y yermos y roquedas, ...se ha ido quien asentó mis pasos en la tierra... ¡Ay, ya no puedo caminar con ella!“ Humilde... “...voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo...” *** Cierra la maleta y sube en el carruaje. ¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita.