Cartografías intelectuales

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IDEAS & DEBATES
Notas críticas sobre Hemisferio Izquierda. Un mapa de
los nuevos pensamientos críticos, de Razmig Keucheyan
Cartografías
intelectuales
continuidad del divorcio con las masas y su dependencia del campo universitario, y que postulan agendas para revertir esa derrota.
Situadas actualmente en un período de transición, de desempleo masivo, precarización generalizada, guerra “global”, acrecentamiento de
desigualdades norte-sur, y una inminente crisis ecológica, que “por su fragor se parece al de
la época en que surgió el marxismo clásico”4, la
gran diferencia es que la ausencia de un sujeto de
emancipación (por debilidad de la clase obrera y
sus organizaciones) conlleva la orfandad de referencias prácticas y estratégicas.
Cuestiones de método: consecuencias teóricas
de derrotas políticas
Gastón Gutiérrez
Comité de redacción.
“La derrota es una experiencia dolorosa que
uno siempre siente la tentación de sublimar”
(Perry Anderson).
Siguiendo la estela de la reflexión, mediante la
cual Perry Anderson dio cuenta del “marxismo
occidental” como una “sublimación teórica” de
la derrota combinada de la revolución europea
(Alemania) y la burocratización estalinista de
la Revolución rusa1, Razmig Keucheyan en Hemisferio Izquierda2 se propone ofrecer una explicación de los desplazamientos acontecidos en
el pensamiento de izquierda a partir de la otra,
que entre fines de los ‘70 y la caída del muro de
Berlín en 1989, produjo un eclipse pronunciado
del marxismo. Interrogándose acerca de la comparación entre las mismas, señala que así como la primera marcó los contornos principales
del marxismo de la segunda posguerra; caracterizado por el divorcio estructural entre la teoría crítica marxista y las organizaciones políticas
hegemónicas del movimiento obrero y su consiguiente “fuga hacia la abstracción”3; la derrota del período más reciente produjo el “exilio”
del pensamiento radical durante el neoliberalismo y el posmodernismo. Ésta determinó los
nuevos pensamientos críticos que posteriormente emergieron en el espacio público a partir de
una “crítica social” que comienza en las protestas de 1995 en Francia, las de 1999 en Seattle,
y las luchas altermundialistas de los 2000, y que
se caracterizan por sostener una crítica general
o “global” al sistema. Aunque coexisten versiones “radicales” o “moderadas” en torno al problema del poder y los sujetos de emancipación
social, su característica sociológica común es la
El ejercicio comparativo de las analogías y diferencias de las “derrotas” guía el libro de Keucheyan a través de tres ejercicios principales:
una hipótesis explicativa de este período de la
historia intelectual; una lectura de las actitudes
y figuras predominantes del intelectual crítico; y
una “cartografía” sistemática de la teorías a través de dos grandes temas: la naturaleza y mutaciones del sistema y la cuestión de los sujetos de
emancipación.
El rasgo distintivo de Hemisferio Izquierda es este mapa comprensivo de los nuevos pensamientos
críticos. En el capítulo “El sistema” indaga acerca
del análisis de la economía, la política y la cultura mundial, revisando las teorías de Negri y Hardt
y del “capitalismo cognitivo”, la renovación de las
teorías del imperialismo (Panitch, Harvey), las relaciones internacionales (Cox, Brenner, Arrighi y
Bolstanski), el problema del nacionalismo (B. Anderson, T. Nair), la cuestión de Europa (Habermas, Balibar), la cuestión ecológica (Alvater), la
“nueva izquierda china” (Wang Hui) y la actualidad del “estado de excepción” para Agamben. En
la otra parte de la cartografía, en el capítulo “Los
sujetos”, desarrollando en parte los temas heredados de los ‘60 y ‘70, aborda: el “acontecimiento
democrático” con Ranciere, Badiou y Zizek, las
posfeminidades de Donna Haraway y Butler; los
“estudios subalternos” con G. Spivak, las teorías
“constructivistas” de las clases con Thompson,
Harvey, E. O. Wright; las teorías del reconocimiento con N. Fraser. Honneth y Benhabib, la hibridez de multitud e indianismo en García Linera,
el “afropolitismo” de A. Membe y el antagonismo populista de E. Laclau. Son las coordenadas
“espaciales” de un “mapa cognitivo” como método para sortear el problema de la periodización
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Diciembre
temporal. Sin embargo la “cartografía” es posible
porque parte de una cuidadosa “genealogía” de su
objeto: el “marxismo occidental”, la historia de la
“nueva izquierda” (1956-1977) y la reversión del
pensamiento del ‘68 y sus consecuencias derrotistas.
La otra parte del libro (“Contextos”) es rica en
consideraciones históricas que permitirán ofrecer algunas hipótesis de esta cuestión que obsesiona a los nuevos pensamientos críticos y está
en el centro de sus interrogantes: todo comienza con una derrota… ¿pero cuál? Keucheyan
señala que coexisten en los nuevos pensamientos críticos diferentes respuestas a qué tipo de
derrota han asistido. Aunque acuerdan que el
‘89 simbolizó el momento de reflujo, hay sin
embargo tres comienzos posibles para un único
final: ¿1789, 1917 o 1956?-1989.
La hipótesis “posmoderna” considera que se
trata del final del ciclo moderno de la revolución (1789-1989), por lo cual la mayoría de las
categorías intelectuales –razón, ciencia, tiempo,
espacio– y políticas –soberanía, ciudadanía, territorio–, deberían ser abandonadas o re-conceptualizadas. La obra de Negri se inscribe aquí,
así como las teorías posfeministas y los estudios “poscoloniales”. La hipótesis del “corto” siglo XX señalaría que lo que culmina en el ‘89
es el ciclo de la Revolución rusa de 1917 y de
la guerra de 1914. Aquí se inscriben gran parte de las filosofías y teorías sobre la democracia y el “consenso anti-totalitario” de fines de
los ‘70. Por último, la hipótesis de un ciclo corto, que desde 1956 con el informe Kruschev y
la invasión soviética de Hungría hizo emerger
una crítica de izquierda tanto al imperialismo
democrático como al campo del estalinismo, y a
las organizaciones de la “nueva izquierda” e “izquierdistas”: maoísmos, trotskismos, anarquismos, feminismos, ecologismos o nacionalismos
de izquierda, que fueron parte del paisaje del
ascenso de los ‘70 (‘68 francés y mexicano, ‘69
italiano, argentino y checo, hasta Nicaragua y
Polonia). La combinación de derrotas y desvíos
abortó el proceso, y dio paso al reflujo y una
nueva “restauración”.
¿De qué tipo de derrota habla Keucheyan? Partiendo de una necesaria distinción entre “derrota” y “refutación”, señala que una teoría puede
haber resultado falsa, lo que implicaría que careció de coherencia teórica o que postuló hipótesis
empíricas equivocadas; pero que en el caso de las
teorías que combinan pretensión de “objetividad”
con exigencias “normativas”, o dicho en otro lenguaje (más aplicable para el caso del marxismo),
que postulan una unidad de teoría y práctica,
bien puede resultar que se encuentre simplemente “derrotada” aun sin haber sido refutada. Una
visión explicativa de este fenómeno puede abrir
la vía a la comprensión de las posibilidades de
que en condiciones exteriores más favorables un
pensamiento que haya caído en el olvido pueda
volver a hablarle a las nuevas generaciones.
Anderson había expuesto esta dinámica demostrando que el trasfondo profundo del diagnóstico de Lucio Colletti sobre el “marxismo
occidental” era que todo aquello constituía un
efecto de la derrota de la revolución. Si Carl
Schmitt señalaba como el acontecimiento moderno más importante del siglo XX que Lenin
hubiera leído a Clausewitz, para señalar que los
intelectuales marxistas eran dirigentes de partidos que afrontaban problemas políticos reales,
el “marxismo occidental” representaba una “fuga hacia la abstracción” configurando un pensamiento “poco clausewitziano”5.
En el caso de los nuevos pensamientos críticos, para Keucheyan la derrota también produjo
varias consecuencias. Se sitúan dentro de la derrota del ciclo 1960-70 y actúan dentro de la herencia de sus coordenadas pesimistas.
• Continúa el problema estructural de pocas
o nulas relaciones con las organizaciones políticas u organizacionales de las masas, acentuando la disociación entre teoría y práctica, y
cayendo en una mayor dependencia aún de la
institución universitaria como refugio de la teoría crítica ante la debacle y social-democratización de los partidos obreros.
• Continúan los desplazamientos geográficos
señalados por Anderson desde la Europa continental (con su división de posguerra en Este
y Occidente), hacia el mundo anglosajón. Keucheyan agrega que, de algún modo, la teoría “sigue” a la producción capitalista, y se desarrolla
allí donde surgen nuevos problemas económicos, sociales, culturales y políticos. Por lo que
vamos a una internacionalización de los nuevos
pensamientos críticos, donde pensadores que
vienen de la “periferia” (Asia, América Latina
y África) serán los más productivos y renovadores (por más que por cuestiones económicas
sean contratados por las principales universidades americanas).
• Dan paso a una pérdida de hegemonía del
marxismo y al eclecticismo con otras teorías,
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principalmente el estructuralismo y el posestructuralismo, y a una hibridación que combina antiguos pedazos del corpus crítico marxista
con una abundancia de nuevas “referencias”
(Marx con Jesús, San Pablo, Gandhi, Job o T.
Katari), rehabilita viejos conceptos (utopía, soberanía) y postula nuevos objetos (ecología,
nuevos medios, posfeminismo y la reaparición
del “hecho religioso”). El abandono de la temática de la “alienación” (central en la posguerra)
en pos de una multiplicidad de “frentes secundarios” y políticas “identitarias”, conlleva una
especial re-adecuación analítica (cargada de pesimismo) sobre el problema del poder y una ausencia de reflexiones estratégicas.
• Por último, presentan una gran modificación
de la actitud del intelectual crítico en comparación con el típico “comprometido” de la segunda posguerra.
Una tipología de los intelectuales
Keucheyan presenta el esbozo de una tipología de los modos de reacción de los intelectuales críticos ante la derrota, que comprende
6 categorías típico-ideales: los “conversos”, los
“pesimistas”, los “resistentes”, los “innovadores”,
los “dirigentes” y los “expertos”. Como todo intento de explicación típico-ideal, la referencia
concreta a cada intelectual está mediada por
las condiciones históricas y los contextos de intervención, y no es excluyente, por lo que bien
pueden darse combinaciones concretas diversas. Los “tipos” dependen de varios factores: a)
leyes generales del campo social, intelectual y
universitario; b) destino de las organizaciones
políticas a las que pertenecieron (maoístas, autonomistas o situacionistas); c) aporías del orden doctrinal: maoísmo y estalinismo fueron las
fuentes principales.
Los “conversos” son aquellos que durante el
vuelco de la coyuntura a mitad de los ‘70 dejaron el pensamiento crítico. Es el caso de los “nuevos filósofos” en Francia que reactualizan la tesis
conservadora de que “teorizar es aterrorizar”, y
que las catástrofes de las revoluciones provendrían del intento de someter las complejidades
e imperfecciones de la naturaleza humana a tentativas intelectuales “totalizantes” y por lo tanto
“totalitarias”. Un burdo silogismo que sin embargo constituyó la idea básica de la primera corriente filosófica “televisiva”, dando “aire” a toda una
camada de exmaoístas, que coaligados con otros
“antitotalitarios” y posmodernos, transformaron »
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París en la capital de la reacción. También son tratadas las trayectorias de Lucio Colletti, los “gramscianos argentinos” como Aricó y Portantiero, el
giro neoliberal en China y el rol del extrotskista
Irvin Kristol en el neoconservadurismo norteamericano. Paradójicamente, dentro de esta categoría
Keucheyan sitúa a los “conversos radicalizados”,
que en un sentido opuesto avanzan hacia posiciones críticas como Bourdieu y Derrida.
Los “pesimistas” serían aquellos que reúnen
pesimismo y radicalidad (Debord, Baudrillard y
P. Anderson), persistiendo en elaborar teorías
críticas sin dejar de mostrarse escépticos de un
derrocamiento del capitalismo. Al igual que los
“marxistas occidentales” no descartan que eso
ocurra eventualmente, pero lo ven improbable
por un largo momento.
Los “resistentes” son los que han mantenido
su posición: Chomsky y Colson en el caso de
los anarquistas, y los trotskistas en el caso del
marxismo (ejemplificados en Bensaïd y Callinicos). Para Keucheyan los “resistentes” coinciden en algún punto con los “innovadores”,
pero si todos los innovadores son resistentes,
no todos los resistentes son innovadores. Dentro del marxismo considera que los trotskistas
tienden a una dialéctica entre conservación y
renovación, mientras que los comunistas, socialdemócratas y tercermundistas se vieron más
afectados por la caída de la URRS.
Los “innovadores” (Zizek, Negri, Butler, Laclau y otros) serán aquellos que promuevan la
hibridación teórica y la heterogeneidad de referencias. Al igual que en el “marxismo occidental”, la derrota promueve que para defender
una teoría se hurgue en las fuentes externas a
su tradición. Lo que muchas veces va acompañado de tentativas de revisión de conjunto
del legado teórico (revisiones sobre la ley del
valor o la clase). Los frentes “secundarios” en
comparación con la lucha proletaria, y cuestiones étnicas y nacionales, constituyen sus objetos privilegiados.
Los “expertos” serán los que estén abocados al
contrapunto con el discurso dominante. Emergieron en respuesta al neoliberalismo como
contra-expertos (Bourdieu) e intelectuales específicos (el GIP de Foucault, o la lucha contra el SIDA), pero abarcan a todos aquellos que
discuten las variables empíricas y las injusticias.
Los “dirigentes” son aquellos que cumplen algún rol en los movimientos sociales y partidos,
y al mismo tiempo producen un pensamiento
crítico (García Linera en Bolivia, el Subcomandante Marcos y E. Said y la causa palestina).
La tipología permite pensar casos concretos
como una combinación entre las diferentes actitudes. Sin embargo, la articulación que propone
entre teoría y política está construida eclécticamente. Si no todos los resistentes son innovadores, y marcar el paso siempre en el mismo lugar
es una tentación dogmática perjudicial, la tentación simétrica es otorgar a la innovación teórica
una actitud meritoria en sí misma. A diferencia
del “marxismo occidental”, que según Anderson
nunca transigió con el capitalismo, no todos los
innovadores actuales son resistentes. Este erróneo balance del tándem “teoría” y “actitud”,
por parte de Keucheyan, lo lleva a que puedan
coexistir perspectivas anticapitalistas con otras
que explícitamente no lo son. Presentando figuras por demás criticables por su adaptación
al capitalismo latinoamericano, como Laclau o
García Linera, en el mismo nivel, o incluso en
uno más elevado, que críticos sistemáticos del
capitalismo.
Salidas de la derrota
Con todo lo productiva que pueda ser, la insistencia de Keucheyan en la derrota termina jugando un rol negativo. Para él, “lo que distingue
a las derrotas políticas de las derrotas militares
y deportivas es que las primeras potencialmente, no tienen fin. En el marco de un enfrentamiento armado, la relación de fuerzas se vuelve
de un día para otro a favor de uno de los beligerantes y los combates cesan”6, mientras que las
logros del movimiento obrero son “infinitamente destructibles”7.
La referencia “andersoniana” no deja de impregnar sus consideraciones sobre la magnitud
de la derrota llevándolo a conclusiones de tono
pesimista: habría que esperar los 150 años que
separan la revolución de los “niveladores” de la
de los “jacobinos”, lapso en el que habrían mutado los sujetos y el lenguaje político (superando los “dogmas” de “la centralidad atribuida al
proletariado” y el modelo estratégico de inspiración militar (clausewitziano”)8.
Esto predispone a Keucheyan a una hipótesis
estratégica obviamente más gradualista. Rediscutiendo las últimas reflexiones acerca de la actualidad de la estrategia de Daniel Bensaïd (por
cierto todavía la figura seminal de la nueva izquierda europea), señala que las estrategias de
“huelga general insurreccional” protagonizadas
por la clase obrera o de “guerra popular prolongada” y liberación de territorios puede todavía
cumplir un rol en las revoluciones árabes, pero no en aquellos países de fuerte tradición democrático-parlamentarias. Para él Bensaïd no
habría dado importancia a la cuestión democrática en los debates con las tesis “eurocomunistas críticas” (Poulantzas) y neogramscianas
(Laclau), ni tampoco logró adaptar que debe ser
hoy un partido de los oprimidos. Las preguntas de Keucheyan son incisivas, aunque sus respuestas sean opuestas a las que pensamos. Con
su recuperación gradualista de la “guerra de posición” de Gramsci8 y la “desobediencia civil”
de Gandhi, Keucheyan se aleja de cualquier recomposición “clausewitziana” y apunta a profundizar precisamente los puntos ciegos de la
reflexión estratégica de Bensaïd.
Dar cuenta de las sublimaciones teóricas de la
derrota debería servir para indagar cómo toda
derrota permite el “sagrado derecho a la resurrección de los vencidos”. Para lo cual una actitud “típico-revolucionaria” consistiría en el
intento de combinar la intransigencia de la “resistencia”, con la inteligencia de la “innovación”
y una voluntad “dirigente” que abone en las potencialidades del movimiento obrero. Keucheyan, con todo lo sugerente que resulta, está más
cerca del pesimismo sobre este sujeto, de la innovación ecléctica y de una voluntad “dirigente” demasiado proclive a la moderación.
1. Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Madrid, Siglo XXI de España, 1979.
2. Madrid, Siglo XXI de España, 2013.
3. Para Anderson el centro de gravedad del marxismo
europeo se había desplazado a la filosofía.
4. R. Keucheyan, ob. cit. p. 12.
5. Ibídem, p. 23.
6. Ibídem, p. 50.
7. Ídem.
8. Ibídem, p. 340.
9. E. Albamonte y M. Maiello, “Trotsky y Gramsci:
debates de estrategia sobre la revolución en ‘occidente’”, Estrategia Internacional 28, 2012.
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