TEÓRICO SEMIÓTICA II

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TEÓRICO SEMIÓTICA II
AMPARO ROCHA
Martes 01/07/14
CHRISTIAN METZ, “LA ENUNCIACIÓN ANTROPOIDE”
!
L’enonciation impersonelle ou le site du filme, Klincksieck, Paris, 1991. (traducción: María Rosa del
Coto)
Bueno, hola nuevamente: hoy me toca exponer un capítulo del libro La enunciación impersonal o el sitio del
film, que no se publicó en castellano, pero del cual tenemos una excelente traducción hecha por María
Rosa de su capítulo inicial, que se llama sugestivamente “La enunciación antropoide”. A su vez, mecharé
con algunos conceptos que aparecen a modo de conclusión en el último capítulo del mismo libro, que se
titula “Cuatro pasos en las nubes”, en el cual Metz retoma esta idea de enunciación impersonal en el cine,
por oposición a lo que sucede en el habla, o discurso (ya usemos la terminología saussureana o la
benvenisteana para referirnos al uso del lenguaje verbal).
Para aclarar: todo el libro es una exhaustiva recopilación de conceptualizaciones teóricas acerca de la
enunciación en el cine, que Metz recoge u objeta, o con las cuales debate apasionadamente. Como no
podría ser de otro modo, Metz primero va a las fuentes, es decir, a la Teoría de la Enunciación lingüística
de Emile Benveniste, que es el inicio de toda esta reflexión acerca de, en palabras de este mismo autor, “la
subjetividad en el lenguaje”. Justamente, esta cuestión de lo subjetivo (o sea, relativo al sujeto) en el
discurso es la clave del debate en cuanto a si es posible pensar en la subjetividad en el discurso
cinematográfico.
Ustedes ya leyeron textos de Metz en esta materia y en Semiótica I. Este libro, que es su último libro,
exhibe una posición yo diría, radical, en relación con la enunciación audiovisual. Es diferente, por supuesto,
de su primera etapa de fines de los 60, fuertemente semiológica (marcada por la noción de código y las
distinciones entre lengua, habla y lenguaje), pero también expresa la acentuación de una perspectiva
textualista, en relación con ese bello texto que es “Historia/Discurso: notas sobre dos voyeurismos”, que
ustedes leyeron y que logra combinar atractivamente la teoría de la enunciación con el psicoanálisis (Freud
y Lacan).
También se posiciona en contra de teorías que ustedes también vieron acá: la noción de conversación
textual, audiovisual, de Gianfranco Bettetini y, fundamentalmente, la concepción enunciativa de Casetti, que
abreva en la Escuela de París de Greimas y que María Rosa ubica en la corriente “deíctica” dedicada a
pensar la enunciación en el cine.
Es con Casetti, a quien reconoce su trabajo y que ha leído atentamente, con el que Metz más va a
polemizar. Para ir adelantando: si Casetti piensa que el film fija las coordenadas en cuanto a personas (yo,
tú, él), tiempo y lugar de la enunciación y por lo tanto, el lugar del espectador en relación con él, Metz
entiende que no hay personas, es decir, subjetividad en la enunciación cinematográfica: esta es
impersonal.
Ahora bien: lo que se plantea Metz es si es posible trasladar sin más una teoría pensada para el lenguaje,
para la puesta en práctica del sistema de la lengua en discurso, a otras materias significantes, a los
discursos audiovisuales como el del cine. Su respuesta va a ser negativa, aunque sí piensa que se puede
pensar en enunciación, ya que cada vez que se produce un objeto discursivo (un enunciado verbal que
puede ser desde un “hola” a un libro entero, una foto, un cuadro, una pieza musical, una emisión televisiva,
un film) hay un emplazamiento del sentido, hay una puesta en discurso, hay, en definitiva, enunciación
(acto) y enunciado (producto).
Lo que sucede es que para Benveniste la enunciación va a tener que ver con las huellas del sujeto en el
enunciado. La enunciación verbal gira en torno del ego, el locutor, alrededor del cual se van a articular los
demás parámetros enunciativos: el tú, a quien se habla, el aquí de la enunciación y el ahora, o presente de
la enunciación. Y ese ego, centro de la enunciación, como el Rey Sol, según Benveniste, no es externo al
discurso, sino que se constituye en y por la enunciación. Es decir, es una figura del lenguaje, que puede
aparecer, como cuando digo “Pasame la sal”: en ese me está el locutor, y también está el alocutario en el
Imperativo de pasá; o puede borrarse, como cuando digo: “El jueves salió el sol” o “El agua hierve a 100º ”.
Se darán cuenta de que es muy fácil atribuir esas marcas (o incluso su ausencia) a personas concretas, el
hablante y el oyente, y esto es porque la matriz de la cual parte Benveniste es la conversación cara a cara,
en la cual el yo y el tú se encarnan en unos cuerpos presentes, que interactúan, que participan de la
comunicación. Entonces, ya hablar de locutor, enunciador, etc., es pensar en personas, lo cual sería
correcto para pensar la enunciación verbal. Es decir, el hablante (sujeto empírico, comunicacional) aparece
en el enunciado como un enunciador peculiar, explícito cuando es en 1º o en 2º personas y “borrado”,
cuando es en 3º. O, por ej., aparece, como lo vio Kerbrat Orecchioni, cuando utiliza un subjetivema: “¡Esa
película es muy copada!”
Por supuesto, debemos tener muy presente la distinción entre las personas hablante y oyente,
figuras de la comunicación y las de la enunciación, enunciador-enunciatario. Unas son
empíricas, externas; las otras son discursivas, internas, producto de la enunciación. Ejemplo: la
Presidenta, Cristina Fernández es una persona con un cuerpo, una historia, etc. que habla.
Ahora, cuando habla puede ser “Yo”, “La Presidenta de los cuarenta millones de argentinos”,
“Nosotros” (exclusivo, por el Gobierno) o “Nosotros” (inclusivo, por ella y sus oyentes, que
pueden ser la Argentina entera), o puede borrarse tras una 3º persona.
Se dan cuenta de que las variaciones enunciativas son muchas, mientras que ella es la misma
persona.
Paolo Fabbri tiene una linda concepción de la enunciación, que es el simulacro de la
comunicación en el interior del discurso, o sea, qué formas asume la comunicación en un
discurso, ya sea, verbal, fílmico, pictórico. Claro que es aquí donde surgen las divergencias:
Fabbri está al lado de Casetti, vienen del mismo marco teórico. Metz, en cambio, se va a
desmarcar.
Y en este asunto hay que indagar más, o recordar para algunos, el concepto de deíctico, ya que
veníamos diciendo que hay una corriente deíctica que piensa la enunciación en el cine,
representada por Casetti, y una antideíctica, representada por este libro de Metz.
Es Benveniste el que habla de deícticos de persona, tiempo y lugar, y lo hace acudiendo a un
concepto que ya estaba en Peirce, que era el de legisigno indexical remático, un tipo de signo
que sirve de combinar las 3 tricotomías y que da como resultado palabras (signos de ley) que
indican (índices) cosas individuales (remas). Peirce, como siempre, tiene la gran intuición de
que, a diferencia de la enorme mayoría de palabras de un idioma, de la lengua, que nombran
generales, había un pequeño conjunto que era capaz de actuar como el gesto de indicar algo
con el índice. Deíctico, índice, indicar, indexical… habrán notado que todas estas palabras
tienen la misma raíz, y es porque provienen del verbo deixo (gr.): indicar, señalar. Entonces, si
palabras como “amar”, “mesa”, “árbol”, nombran un concepto, algo general (lo que significa el
acto de amar, en qué consisten el mueble mesa o el vegetal árbol), palabras como “este”, “ese”
y “aquel”, los demostrativos de lugar, son capaces de indicar un lugar preciso en el cual se
encuentra tal mesa (“esta mesa”), tal árbol (“aquel árbol”). Se dan cuenta de que “esta mesa”
indica “mesa próxima al hablante”, “aquel árbol”, “árbol en un lugar que hablante y oyente
pueden identificar, como en 3º persona”. Llegamos a la noción de deixis, estas pocas palabras
de la lengua que logran identificar individuos, singulares, es decir, cosas del mundo, únicas e
irrepetibles, ocurrencias, todas ligadas al acto de decir, a la enunciación.
Los deícticos, para Benveniste son de persona: pronombres personales (“yo”, “tú”, “nosotros”,
“ustedes”, “me”, “te”, etc.), posesivos (“mi” casa). Son relativos a quien dice y a quien es el
interlocutor en un intercambio lingüíistico.
Indices de ostensión: son deícticos de lugar, indican lugar cercano a hablante, a oyente, etc.,
siempre en relación con la situación enunciativa, como los demostrativos de lugar (“este”, “ese”,
“aquel”).
Deícticos de tiempo: Benveniste avanza filosóficamente, diríamos, porque va a decir que es en
la enunciación en la que se constituye la concepción del tiempo, siempre relativo al “ahora en
que te estoy diciendo esto”, el Presente de la enunciación. La idea es que siempre hablamos
en presente, ya que nuestra vida no es más que eso, una sucesión de instantes presentes (¿se
acuerdan de la idea del instante presente, como ejemplo de Primeridad, en Peirce?), que
inmediatamente son pasado. Pues bien, las lenguas han articulado en tiempos y modos lo que
es simultáneo a la enunciación, lo que sucedió antes del momento de hablar, lo que sucederá
luego e incluso lo que podría suceder, más muchos más matices. Ej: “presten atención a esto
que digo” (presente de la enunciación); “ayer llovió”, “mañana vendrán días mejores”, “me
encontraría con él si tuviera tiempo”.
Benveniste concibe la enunciación como el acto individual de apropiación de la lengua, por la
cual el locutor produce un enunciado. Dice que todo locutor instaura al otro enfrente de él, ya que
toda locución es una alocución, y que el locutor se instala en su enunciado por medio de índices
específicos y procedimientos accesorios. Estos índices específicos son los deícticos, y por más
que Benveniste va a desarrollar otras instancias: modos verbales, fraseología, uso de adverbios, lo
central para él es este aparato formal que gira en torno del ego, hic et nunc de la enunciación: “yo,
aquí, ahora, te digo esto:…”
Estos deícticos han sido caracterizados como formas vacías, en oposición a los signos como
“amar”, “mesa” y “árbol”, que tienen ste. y sdo. lleno. A mí me gusta más pensarlos como signos
semivacíos: no es que “yo” o “acá” o “ayer” no tengan sdo. Lo tienen. Lo que sucede es que se
este no es lo mismo que el referente. El sdo. de “yo” es “el que está en uso de la palabra, el
hablante”, “acá” es “lugar cercano al hablante” y “ayer” es “día anterior a aquel en que se está
hablando”, pero, claro, “yo” puede ser Amparo, Matías, Clara, Juan, el que hable en ese
momento. El que diga “yo” será inmediatamente identificado por los interlocutores como ese
cuerpo, esa boca, ese nombre propio…
“Acá” puede ser el aula 8 de la Facultad de Cs. Sociales, sede Santiago, pero puede ser Roma,
la China, el quiosco de enfrente, ¿se dan cuenta? Y serán identificados, es decir, se les
asignará un referente en relación con la situación enunciativa de que se trate.
Se dan cuenta de que, en relación con la conversación, el diálogo cotidiano (género primario
para Bajtin), enunciación y comunicación, figuras del discurso y cuerpos, personas, van juntos.
Deícticos puros de persona son sólo aquellos que corresponden a la 1º y a la 2º persona, ya
que son los que pueden identificarse sin necesidad de ninguna referencia más: “yo” soy “yo,
Amparo”, para uds., no hay la menor duda; lo mismo si digo “vean esto”, uds. saben que ese
pedido en imperativo está dirigido a uds., no hay duda. Ahora: si digo “ella me dijo…”, uds. no
pueden identificar a ella si es que antes yo no dije, por ej. “María Rosa”. Las formas de la 3º
persona, o no persona, corresponden a la Historia, no al Discurso y son deícticos no puros o
anafóricos. “Aná” en griego es “arriba”: lo que se dijo antes, lo anterior.
Otras características únicas del intercambio cara a cara son la noción de feedback o
retroalimentación, que proviene de la Escuela de Palo Alto (no está en Benveniste) y la
cuestión de la reversibilidad. Por un lado, esta idea de que el intercambio se va haciendo en el
momento, y que cada cosa dicha puede modificar su curso, el “ida y vuelta”. Por otro, la idea de
que hablante y oyente son roles intercambiables. Estas cosas no van a suceder en los
discursos mediatizados del tipo escrito o fílmico.
Y volvemos a Metz y al cine.
Aquí, Metz dice algo muy interesante, y es que en la palabra escrita los deícticos ya no tienen uso pleno,
comprensión plena. Esto es interesante, ya que sigue tratándose del lenguaje, pero ahora mediado por el
dispositivo de la escritura. La escritura, primera tecnología de la palabra, dice el estudioso Walter Ong en su
libro Oralidad y Escritura (FCE, 1987). Y es cierto: cuando leemos “yo”, “hoy” o cualquier otro deíctico, no nos
basta con el texto; debemos ir a buscar datos cotextuales. Por ej., si leemos en un diario “Ayer la Presidenta se
reunió con tal…”, vamos a ver el día en que ese diario fue publicado. En una carta, yo es quien firma, y así
siempre.
En cuanto al cine, el film se da todo de una vez, no está sujeto a ningún tipo de feedback, ya que por más que
al espectador le pasen cosas, se sienta afectado por el desarrollo del film (de esa concatenación de acciones y
pasiones, al decir de Paolo Fabbri), no se modificará. Tampoco los lugares se intercambian: el espectador
seguirá siendo espectador y el film seguirá diciendo su historia de principio a fin. Y fíjense que no hablo de
enunciador, sino del film.
Si me ubicara en la perspectiva de Casetti, e incluso en la de Bettetini, sí hablaría de un enunciador (un yo) que
de alguna forma se relacionaría con un tú (espectador) y con los él (sujetos del enunciado, los personajes), o
pensaría, como Bettetini, que el relato se ve entreverado por el comentario de un sujeto enunciador.
Sin embargo, si me ubico en la perspectiva de Metz digo “el film”, porque para Metz la enunciación en el cine no
corresponde a ninguna persona, ni siquiera en sentido metafórico: es impersonal.
Como dice aquí, Metz, al hablar de la enunciación cinematográfica, busca términos que no impliquen ningún tipo
de personalización (enunciador-enunciatario) y acuña los términos de Foyer y Target. Foyer es tanto el fuego,
el hogar alrededor del cual se congrega la familia, como el hall de entrada de un teatro. Probablemente, por esta
cuestión de la entrada es que lo usa Metz y María Rosa decidió no traducirlo al no encontrar un equivalente
posible en castellano. Con respecto a Target, término inglés muy usado en marketing, María Rosa optó por
traducirlo por “blanco” o “destinación”. En definitiva, son orientaciones, vectores, aspectos textuales que
señalan de dónde parte el texto y hacia adonde se destina. No son papeles –esto va directo a diferenciarse de
Casetti, ya que él habla de cuerpos (empíricos) y de papeles (discursivos, enunciativos).
Y Metz toma un ejemplo del mismo Casetti para ejemplificar el funcionamiento de Foyer y Target: un travelling
de la película “Lo que el viento se llevó” (Victor Fleming, 1939) que puede “leerse” tanto en el sentido de la
producción enunciativa como desde su consumo.
https://www.youtube.com/watch?v=f53zrPOIvUg
En ese sentido, no en el de roles, sino en el de lugares, vectores, habría una reversibilidad, una posibilidad de
experimentar el discurso del Foyer al Target y del Target al Foyer.
Lo interesante es que Metz, hacia el final del libro abandona también esta terminología y se queda con una bella
metáfora (parece que no podemos escapar de la metáfora): la del pliegue. Finalmente, va a decir Metz, la
enunciación se revela –siempre está, pero sólo a veces se hace explícita) en aquellos momento en que el texto
se vuelve sobre sí mismo, reflexiona (presten atención a la idea de “reflejo”, de desdoblamiento), se pliega,
como una servilleta. En esos momentos el texto se da a ver como lo que es: un texto en el hacerse del propio
texto. Un hacerse que no lo efectúan unas personas, equivalentes a unos hablantes y unos oyentes. No,
porque el cine es algo “maquínico”. Metz va a decir que
En el último capítulo, “Cuatro pasos en las nubes”, Metz indaga más sobre la enunciación, y siempre
debatiendo con Casetti, que distingue entre enunciador y narradores, Metz va a diferenciar estos niveles
posibles en la enunciación en el cine:
De los cual, a nosotros nos interesa específicamente el primero. Y aquí la caracterización de la enunciación en
el cine, según Metz: impersonal, textual, metadiscursiva y reflexiva o comentativa.
Entonces, recapitulando: Metz argumenta que en el cine, al contrario que en la conversación e incluso en la palabra escrita, la enunciación está desenganchada de las personas intervinientes en el proceso comunica<vo. En la imagen no hay deixis: ya Barthes había adver<do que en la imagen fotográfica (y en toda imagen) no es posible detectar unidades. No las hay: la lengua sí <ene unidades (los signos lingüís<cos); dentro de esas unidades hay unas, par<culares por su capacidad indica<va, los deíc3cos. La imagen no los <ene y par<cularmente, la imagen fotográfica y su sintagma<zación en discurso cinematográfico son productos maquínicos.
Metz debate con BeIe<ni en relación con el concepto de conversación, que él sos<ene es incompa<ble para pensar la relación del espectador con el discurso cinematográfico. Con CaseL polemiza por su visión “deíc<ca”.
Les dejo unas citas de “Cuatro pasos en las nubes”:
“En suma, todo sucede como si el film no pudiera manifestar la instancia de proferimiento que con<ene en él, y que lo con<ene, más que hablándonos de cámara, de espectador, o designando su propia “filmitud”, es decir, señalándose con el dedo. Así se cons<tuye, en algunos lugares, una capa Rlmica ligeramente dehiscente, que se despega un poco del resto y se instala de golpe, por ese mismo pliegue que la pone como en doble fila, en este registro dis<nto y cómplice que llamamos enunciación” 
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