participación del pueblo en la misa

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B. NEUNHEUSER
PARTICIPACIÓN DEL PUEBLO EN LA MISA
Leçons du passé pour la participalion active à la messe, Les Questions Liturgiques et
Paroissiales, 42 (1961), 109-127.
El punto central de este trabajo es ver la actuación práctica de los fieles en la acción
litúrgica de la Misa; observar cómo este deber elemental del cristiano se ha ido
cumpliendo en el correr de los siglos.
Liturgia en los tres primeros siglos del Cristianismo
El germen de toda evolución litúrgica, extremadamente simplificada sin duda, lo
encontramos en lo que los primeros cristianos llamaban fractio panis (Act 2, 46; 2,7).
El primer testimonio cierto que nos habla de la estructura de una celebración de la
Eucaristía pertenece a San Justino, hacia la mitad del siglo II. Describe una reunión
cultual de la comunidad cristiana en la que todos se asocian efectivamente en una acción
litúrgica común. Todos escuchan al lector y la alocución del que preside; se levantan
para, la oración de toda la asamblea, ofrecen pan, vino y agua; y se unen a la acción de
gracias que el presidente pronuncia sobre las ofrendas, asintiendo todos a la misma con
su amén. Se termina con la comunión de las ofrendas eucarísticas.
Como se ve, cada asistente -presidente, lector, diácono, pueblo- tiene su función
específica en la realización de la acción litúrgica. La iglesia constituye una comunidad
que vive, se agrupa y se organiza alrededor del altar.
Estas formas sencillas de la liturgia primitiva, se mantienen vivas en la liturgia más rica
de la época siguiente. En lo esencial, no es sino la comunidad de fieles, la Iglesia
viviente, que se reúne alrededor de su Obispo. -o del Presbítero, su delegado- para
celebrar con él la Eucaristía.
Siglos IV y V
Conocemos con mayor detalle el rito eucarístico de fines del siglo iv gracias a los
documentos: la Tradición apostólica de Hipólito de Roma y las Constituciones
Apostólicas.
En la liturgia llamada de San Clemente encontramos la descripción completa más
antigua de la Misa. Veamos los elementos característicos de la misma. Al empezar la
reunión litúrgica, desde el fondo del ábside el Obispo dirige su saludo a los asistentes,
saludo que repetirá para introducir la lectura de la palabra de Dios y las oraciones. La
asamblea entera saluda a su vez según la fórmula establecida.
Tiene lugar a continuación la lectura de la Escritura, en la que cl pueblo tiene una parte
eminentemente activa. Los testimonios más antiguos suponen, que las lecturas son
comprendidas por los asistentes a quienes van dirigidas. Las Constituciones Apostólicas
recomiendan claramente "que todo el pueblo esté en perfecto, silencio". El pueblo puede
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expresar sus sentimientos, con cantos que alternan con las lecturas. Verdadero canto
responsorial entre el lector y el pueblo que contesta.
La celebración continúa. Ahora de modo especial los fieles son invitados a asociarse a
la gran oración de intercesión. Como indica la liturgia de San Clemente esta oración
revestía una forma de letanía. Se señalan diversas intenciones de los asistentes,
acompañándolas de una invitación a la oración. Se termina con el Kyrie eleison de toda
la asamblea.
Concluida la oración los asistentes se dan el beso de paz. Práctica que viene haciéndose
desde el tiempo apostólico.
Después de esta liturgia preparatoria, empieza propiamente la celebración de la
Eucaristía. Presentación de las ofrendas, expresión tangible de la participación del
pueblo en la misa. San Agustín cuenta de su madre que "ningún día dejaba de llevar su
oblación al Altar" (nullum diem praetermitlentis oblationem ad aliare) (Conf. 5,9)
Viene en seguida un diálogo entre el pueblo, como anticipo del prefacio, gran himno de
acción de gracias que termina con el canto del Sanctus.
La participación hablada del pueblo suele hacerse con frases cortas, a modo de
aclamación, ratificando lo que hace o dice el Obispo -o el sacerdote, su representante-.
La oración eucarística como tal es plenamente sacerdotal. Al sacerdote, por tanto, le
toca rezarla. Con todo, el pueblo se une a la misma, con su amen o así sea, aprobando y
ratificando lo que cl presbítero dice. Tradición ésta que parece remontarse hasta S.
Pablo (1 Cor 14,16).
La participación culmina con la comunión. Todos se acercan a recibir el gran don,
contestando amen a las palabras del diácono que les da la Eucaristía.
Vemos clara, por tanto, la afirmación de que en estos primeros siglos los fieles
asistentes a la acción litúrgica participaban en ella con toda el alma. El pueblo se unía
con sus gestos, cantos y oraciones a la acción que realizaba el sacerdote.
Del siglo VI al siglo XV
Este magnífico estado de cosas, disminuye sensiblemente en los siglos siguientes, sobre
todo a partir del siglo X. Las comunidades se agrandan, la devoción se va perdiendo. La
misma liturgia toma formas solemnes y más grandiosas. Las lecturas, seguidas antes
con avidez, se hacen ininteligibles, ya que la lengua sagrada es distinta de la que habla
el pueblo. La procesión de las ofrendas, práctica viviente durante casi un milenio, se
pierde también. La volveremos a encontrar más tarde en, una forma menos feliz: los
honorarios de la Misa.
Con todo, no podemos decir que la participación de los fieles en la Misa, desaparezca
enteramente. Son bastantes los testimonios de estos siglos hasta el XV, que nos hablan
de una participación personal. Se mantienen las aclamaciones cortas, procesión de
ofrendas..., hasta el siglo décimo. Al fin ya de la Edad Media leemos que en algunos
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lugares "se exige a todos los asistentes que digan el amen tradicional" a modo de
confirmación. Aun en el siglo XV el Ordinario de la Misa de Buchard de Estrasburgo
quiere que en las Misas rezadas el pueblo conteste al sacerdote, junto con los
monaguillos.
A pesar de estos datos, el pueblo sencillo va dejando el contacto con el sacerdotecelebrante; cl coro o los clérigos se encargan de reemplazarle. Los fieles van
adquiriendo conciencia de espectadores. Pareció suficiente mantener la atención de los
asistentes explicándoles lo que pasaba en el altar, estaban asistiendo a una
representación de la Pasión. Ya no vivían la Misa, se limitaron a ver y escuchar la Misa.
Del siglo XVI a principios del XX
Ha habido esfuerzos para volver de nuevo a la auténtica participación del pueblo en la
liturgia de la Misa -recuérdese a Berulle y su escuela- pero no encontraron el terreno
favorable, y los esfuerzos cayeron en el vacío. Al principio, pareció que el influjo
protestante dejaría una huella en la misma liturgia católica. El influjo ciertamente se
dejó sentir. Un caso claro de ello es la singmesse o Misa con cánticos; pero parece ser
que la influencia no pasó de aquí.
El siglo XVIII no dio ningún paso adelante en el aspecto litúrgico. Incluso la
restauración católica del siglo XIX, con un querer volver la vista atrás y reflexionar
sobre la antigüedad cristiana, terminó con lo insospechado: dar al pueblo plena
concienc ia de espectador en la liturgia de la Misa.
Se va extendiendo, en la entrada casi del renacer litúrgico moderno, la teoría de la nointervención del pueblo en la Misa. Teoría que niega a los fieles el derecho a intervenir
activamente en la liturgia de la Misa y que atribuye oficialmente este papel a los
clérigos menores o al coro, creado especialmente para esto.
Del movimiento actual no hay por qué hablar. Uno de los documentos más valiosos,
base del resurgir litúrgico, ha sido, como sabemos, la encíclica Mediator Dei. Lo
decisivo seria que la Santa Sede reconociera solemne y expresamente que en la liturgia
de la Misa el pueblo debe tomar parte activa.
Oriente
Detengámonos, aunque sea por unos momentos, en las liturgias orientales. Nos
fijaremos en la liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo, por ser la más importante.
Constatamos también que ha habido un descenso en la participación activa de los fieles
en la Misa. Tampoco falta la tentativa de reemplazar al pueblo por el coro. La
diferencia, con todo, que nos parece mas fundamental y decisiva, es la relativa a la
lengua. Encontramos en la liturgia bizantina adaptaciones lingüísticas en armenio,
georgiano, eslavo... Los griegos emprendieron la tarea de traducir la liturgia de la Misa
a la lengua del pueblo, con el mismo fervor que traducían la santa Biblia.
Otro de los elementos que ha logrado mantener viva la llama de la participación en los
fieles es la oración a modo de letanía. El diácono entona la oración que interrumpe el
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pueblo con sus cortas súplicas. En los casos en que la oración del sacerdote se ha
mantenido en la lengua no comprendida ya por el pueblo, esta letanía se hace en el
idioma hablado por todos. Igualmente las lecturas son también hechas en la lengua
popular.
Parece, por tanto, que las Iglesias orientales han mantenido una participación, que aun
con sus altos y bajos, ha conservado en el pueblo una postura más activa que en
Occidente.
Conclusión
Podemos afirmar que tanto en Oriente como en Occidente se ha admitido, al menos en
principio, la participación del pueblo en la Misa. Esta participación, es más viva e
impresionante en los orígenes. Ulteriormente varios factores intervienen para aminorar
la parte de los fieles.
Como la fijación oficial de la liturgia de la Misa se hace precisamente en la época en
que los fieles intervienen de una manera más lánguida, puede dar la impresión de que en
Occidente el pueblo se encuentra de jure excluido de la participación activa en la Misa.
En Oriente, la participación se ha mantenido a lo largo del tiempo, de un modo mucho
más vivo y activo que en Occidente.
En el fondo, con todo, podemos decir que tos testimonios tanto del Este como del Oeste
están de acuerdo en afirmar que de derecho, el pueblo asistente está llamado a tomar
una parte activa en la liturgia, debiendo cumplir su función propia, en unión con el
celebrante de modo que la liturgia sea verdaderamente el servicio de la única Iglesia en
presencia de Dios. Pero es preciso que esto no quede solamente en la teoría; es
necesario que se afirme también en el terreno práctico a pesar de las dificultades que no
han de faltar.
Tradujo y condensó: LUIS JUANET
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