El relato de terror como viaje al Inframundo Kurt Lester Benze Hinojosa Profesor de Humanidades en la Universidad de Monterrey [email protected] Resumen El tema del descenso a los infiernos es un esquema arquetípico que cimienta toda historia de terror. El infierno es una expresión simbólica de nuestras psicopatologías, que cumplen con la función necesaria de confrontarnos con nuestro inconsciente. Al infierno también corresponde la dimensión de la pesadilla, donde el yo aparece sumamente vulnerable. Un mito que ayuda mucho a comprender las funciones profundas del relato de terror es la historia de Hades y Perséfone, donde la personificación del alma se enfrenta a la perspectiva de la muerta y es transformada por ella. Por último, la repetición de estos esquemas en forma de convenciones literarias es de gran ayuda para su comprensión anímica. Un antiguo poema sumerio, que data entre los años 1900 y 1600 a. E. C., narra el viaje de Inanna —también conocida como Ishtar, Reina del Cielo y diosa del amor, la fertilidad, el sexo y la guerra— al Inframundo. Ahí ella fue gradualmente despojada de sus vestimentas hasta que ya no tuvo poder alguno y así, desnuda, fue presentada ante su hermana, Ereshkigal, la Reina de los Infiernos. Ereshkigal, quien sentía un odio muy peculiar hacia Inanna, la abofeteó, la mató y colgó su cadáver putrefacto de un gancho en la pared. Tres días después, los dioses intervinieron y, mediante un plan muy elaborado e ingenioso, lograron sacar a Innana del Inframundo. Pero nadie simplemente puede salir del Infierno sin pagar un precio, ni siquiera un dios. Así que varios demonios «que no conocen comida, que no conocen bebida, que no comen ofrendas, que no beben libaciones, que no aceptan regalos, no disfrutan amoríos, no tienen niños dulces a quienes besar, arrancan a la mujer de los brazos del esposo, arrancan al niño de las rodillas de su padre» y «roban a la novia de su hogar de casada» acosaron a Inanna y demandaron que les diera a alguien más para que ocupara su lugar en el Inframundo. Inanna escogió a Dumuzi, su esposo, quien no parecía haberse angustiado mucho cuando ella fue torturada y colgada de un gancho en el Infierno. Ésa no fue la última vez en la historia de los mitos y la ficción que un dios o un mortal se aventuró en el Infierno. Heracles, Orfeo, Odiseo, Eneas y Dante son sólo unos pocos ejemplos famosos. A este tema del Descenso al Inframundo se le llama katabasis o nekya, pero es más que sólo un tema literario: es una imagen primigenia, un esquema simbólico y fundamental que nos habla desde los rincones más profundos y primitivos de nuestras mentes, aquello a lo que Carl G. Jung llamó «arquetipo». James Hillman (1975), uno de los intérpretes más originales de Jung, describió a los arquetipos como «mitos vivos» dentro de nuestras mentes, premisas psicológicas que se distinguen del yo, puesto que existen antes que el yo, actúan independientemente de él y, de hecho, son más poderosas que el yo. Hay muchas maneras en que los arquetipos se nos manifiestan (siendo la principal su proyección usual en objetos y personas), pero una de sus formas básicas es el relato y el drama (Hillman, 1983). Esto podemos verlo en nuestros propios sueños y también en mitos, leyendas, cuentos, novelas, poemas, películas, pinturas y todo tipo de expresiones artísticas de todas las épocas y culturas. A los seres humanos nos gusta crear relatos y narraciones; de otra forma, no podríamos encontrarle un sentido al mundo. Detrás de todo relato actúan fuerzas inconscientes y lo que quiero argumentar en esta ponencia es que toda historia de terror, en el fondo, sigue el esquema arquetípico del Viaje a los Infiernos. Antes que nada, ¿qué es el Infierno? La idea que comúnmente tenemos del Infierno como un lugar de tormento eterno y castigo ultramundano por los males que cometemos mientras estamos en vida deriva de un sistema ético y teológico iniciado por los antiguos griegos y después adoptado por el cristianismo. Una visión más antigua y espontánea del Infierno, compartida por múltiples culturas, es la de un lugar de letargo, a donde van las almas de los justos y malvados por igual. En algunos casos se le puede ver como un nihil absoluto, la disolución del alma en la nada, y en otros como una continuación de la vida terrestre, con todas sus tribulaciones (Minois, 1991). Pero, sea como fuere, nunca es un lugar bonito. Posteriormente los griegos visualizaron al Infierno como un reino donde imperan los castigos basados en la ley de la retribución simbólica, lo cual dio paso a mitos como los de Ticio, Sísifo, Orfeo y Prometeo. A propósito de ellos, Lucrecio, el gran pensador romano, reflexionó de una manera muy penetrante: Para nosotros Ticio está en esta vida: es el hombre arrojado en brazos del amor, es el hombre al que desgarran los buitres de los celos y al que devora una angustia irracional, o bien aquel cuyo corazón se parte en las penas de cualquier otra pasión. También Sísifo existe en la vida; lo tenemos ante nuestros propios ojos empeñado en pretender ante el pueblo los fasces y las temibles hechas, y que siempre debe retirarse vencido y lleno de aflicción. Porque pretender el poder que no es más que ilusión y que jamás se entrega, y en esta búsqueda tener que soportar duras fatigas, equivale exactamente a tener que subir con gran esfuerzo por la pendiente de un monte una enorme roca que, apenas en la cima, vuelve a caer y va rodando de nuevo a la llanura. De igual modo, alimentar continuamente los deseos de nuestra alma ingrata, colmarla de bienes sin poder saciarla jamás, de la misma forma que las estaciones cuando, con su llegada anual, nos ofrecen sus productos y sus diversos bienes sin que por ello nuestra sed de placer se agote jamás, eso es lo que, a mi modo de ver, simbolizan esas jóvenes en la flor de la vida que la fábula nos presenta ocupadas echando agua en un vaso sin fondo que ningún esfuerzo podrá llenar jamás. Aún más, ni el Cancerbero, ni las Furias, ni la falta de luz [laguna] ni el Tártaro cuyas gargantas vomitan espantosas llamas, no existen en ninguna parte ni pueden existir. Sin embargo, hay en la vida un temor cerval de los castigos por las grandes fechorías y una expiación para el crimen: prisión, espantoso despeñamiento desde lo alto de una roca, varas, verdugos, picota, pez, láminas al rojo, palizas; y aunque no existieran estos castigos, el alma, consciente de sus crímenes y aterrorizada de pensar en ellos, se aplica a sí misma el castigo y el rigor del látigo, sin ver siquiera cuándo pueden concluir sus males ni cuál será el final de sus penas para siempre, temiendo, por el contrario, que unas y otras se agraven tras la muerte. En fin, es aquí, en este mundo, donde la vida de los necios se convierte en un verdadero infierno. (Minois, 1991, 63-64) Lucrecio fue un psicólogo genial, sin lugar a dudas. Él vio perfectamente a través del simbolismo de los mitos y los descubrió por lo que son: expresiones de nuestras psicopatologías. Todos somos humanos y por lo tanto todos patologizamos. La patologización, o lo que comúnmente llamamos neurosis, es una parte elemental de nuestro ser, una condición natural que cumple con una función indispensable: la confrontación del yo con lo inconsciente. Sin esos demonios a los que debemos enfrentar diariamente, el autoconocimiento apenas es concebible. Y el autoconocimiento, dijo la gran psicoanalista Karen Horney, «no es un fin en sí mismo, sino una manera de liberar las fuerzas del crecimiento espontáneo» (1950, 15). Jung llamaba a la neurosis una «bendición» y con buen motivo: no hay progresión anímica sin ella. Hades es el universo de la psicopatología. A Hades (nos referimos tanto al dios como a su reino, que son lo mismo), al igual que a Ereshkigal y a sus demonios, no se le ofrecían libaciones ni había templos dedicados a él. Es un reino de miedo, confusión y paradojas: la Ilíada y la Odisea lo describen como un lugar de brumas y tinieblas, a donde nunca llegan los rayos del sol, una prisión cerrada donde hay ríos de fuego que a la vez son de agua helada. Hades es, pues, una dimensión de imágenes con una fortísima carga emocional. Es un mundo abismal, un reino profundo que nunca se puede terminar de explorar, donde habitan fantasmas que, pese a todo, nos persiguen en nuestra realidad. Es decir, Hades coexiste con nuestro mundo concreto. Al Inframundo también se le relacionan dioses temibles, como Erebo, la oscuridad primordial, y su esposa Nix, la noche, junto con todos sus hijos: Hipnos (sueño), Morfeo (los sueños), Moro (condenación), Némesis (retribución), Tánatos (muerte), Apate (engaño), las Furias, las Moiras (destino), Momo (burla, culpa), Oizís (miseria) y Eris (discordia). Hipnos y Morfeo son elementos cruciales del Hades, que es el reino de las pesadillas. Hades, como dimensión de imágenes difusas y paradójicas, es un lugar onírico. Y los sueños, según afirmaron Freud y Jung, son la via regia a lo inconsciente. Mientras dormimos, el yo se sumerge en un territorio completamente ajeno, inexplorado y desconocido. Nosotros no tenemos control alguno sobre nuestros sueños: ahí, como Inanna, nos encontramos desnudos frente a aquello que nos sostiene y le da forma a quienes somos, a los aspectos propios que reprimimos y combatimos, a nuestros deseos, obsesiones y verdades más íntimas. El yo nunca se siente tan vulnerable como dentro de un sueño. Al igual que en cualquier relato de terror, en una pesadilla estamos impotentes frente a fuerzas superiores, violentas, insidiosas y brutales. Podemos tratar de minimizar estos sueños llamándolos «pesadillas», pero en otros idiomas, esa palabra es mucho más reveladora: la inglesa nightmare y la italiana incubo hacen referencia a historias de demonios que acosan, atormentan y violan a los durmientes. Lo inconsciente no comparte el tacto y la contención del yo: Hades y la Pesadilla nos muestran nuestras patologías tal como son. Conscientemente podemos tratar de refugiarnos en cosas como filosofías positivas, la psicología motivacional, el holismo, las enseñanzas que buscan «contactarnos con nuestros sentimientos» y demás doctrinas que, si bien por sí mismas pueden ser inofensivas, en conjunto no son sino meras estrategias de evasión de la realidad. Pero en los sueños no tenemos otra opción que enfrentar lo mórbido, lo confuso y lo depresivo, partes esenciales nuestras que son una realidad necesaria. Estas patologías no deben ser negadas, intelectualizadas, teologizadas ni «superadas». Lo que Hades pide es que contemplemos sus imágenes. Se trata de entenderlas de manera empática, de comprender su mensaje y naturaleza e integrarlas en nuestra consciencia. Sólo así nuestro yo se puede expandir y abrirse a nuevas posibilidades creativas. En otras palabras, éste es proceso por medio del cual obtenemos mayor sabiduría. Hay un mito particular en el que, a mi parecer, está enraizada una gran cantidad de historias de terror: el descenso de Perséfone al Hades. Perséfone, una muchacha que paseaba por campos de narcisos y margaritas, de pronto es raptada por Hades, quien por fuerza la convierte en su esposa. Al principio, comprensiblemente ella se encuentra traumatizada, pero después de un tiempo llega a enamorarse de Hades y es coronada Reina del Inframundo. Mientras tanto, su madre, Deméter, diosa de la fertilidad, se encontraba devastada por la pérdida de su hija y su profunda depresión trajo una sequía que volvió árida la tierra. Ella llegó a Eleusis y buscó un sustituto de Perséfone en Demofonte, el hijo de la reina Metanira. Sin embargo, mientras realizaba un ritual para volverlo inmortal, fue interrumpida por Metanira y por lo tanto fracasó. Entonces Zeus, presionado por la hambruna de los hombres y la insistencia del resto de los dioses olímpicos, intervino para sacar a Perséfone del Infierno. Pero puesto que ella había comido granadas en el Inframundo, ya estaba atada a Hades y debía volver a él durante una tercera parte del año, correspondiente a los meses de invierno. Por su parte, Deméter devolvió la vida a los campos y regresó al Olimpo pero, antes de eso, dejó a los hombres las enseñanzas que ella obtuvo durante su periodo de sufrimiento, fundando así los misterios de Eleusis. Perséfone, una personificación del alma inocente y pura, descubre que el mundo no son flores y arcoíris. Ella es atacada por Hades, quien la saca de la normalidad y la entrega a las fuerzas del Inframundo. Su historia no es muy diferente a la de Inanna: ambas se enfrentan a la perspectiva de la muerte y quedan «colgadas» hasta que una fuerza externa las saca del Infierno. Este tema del colgado (que también aparece en la carta del Tarot) representa lo que Rollo May (1991) llamó «espera creativa». Se trata de un periodo de pasividad aparente, donde nos encontramos en manos del destino. Es una etapa donde no podemos hacer nada o sencillamente no sabemos qué hacer. Por fuera parecemos estar estáticos y estancados, pero por dentro los engranes se están moviendo, muchas veces sin que nos demos cuenta. La sensación de soledad durante esos momentos es avasalladora, pero necesaria, como bien lo dice Jung: «El paciente tiene que estar solo para experimentar lo que lo sostiene cuando él no puede sostenerse por sí mismo. Únicamente esa experiencia puede darle una base indestructible.» (1944, 41) Si las fuerzas internas que actúan durante este periodo son bien asimiladas, entonces se abre camino para una transición. El alma puede vivificar su propia realidad y nuevos potenciales fluyen libremente hacia la consciencia. Así fue que Perséfone finalmente se enamoró de Hades y Deméter devolvió la fertilidad a la tierra, dejando a los hombres un conjunto de ritos mistéricos que giran alrededor del «arte de morir». También es de notarse que las diosas de la fertilidad y del amor son las que se enfrentan a Hades. Solemos considerar al amor y a la muerte como polos opuestos (Freud así lo hizo), pero ésa es una mera separación artificial: para la imaginación, amor y muerte son una sola cosa. No se puede entender al amor si no se entiende primero a la muerte. Quien desea amar debe estar dispuesto a enfrentar una pérdida; el amor siempre tiene una fuerte dimensión trágica y precisamente por ese motivo mucha gente no llega a conocer un amor profundo hasta que ocurre la muerte de un ser querido o ve muy de cerca una experiencia de muerte. Más aún, los amantes siempre esperan demasiado unos de otros y mutuamente se proyectan fantasías imposibles que sólo conducen a la patologización. No sin razón Afrodita es la amante de Ares e Inanna-Ishtar es tanto la diosa del amor como de la guerra. Finalmente, Perséfone debe regresar al Infierno durante una temporada cada año. Plotino, un gran psicólogo de la Antigüedad, dijo que el movimiento del alma es circular. Mil setecientos años después, Freud confirmó su idea al hablar de la «compulsión a la repetición». Ésta consiste en arreglar las variaciones de un mismo tema que representa un complejo o conflicto que no hemos llegado a superar. A todos nos sucede: al repetirlo una y otra vez, poco a poco levantamos aspectos reprimidos y, de esa forma, reducimos la ansiedad que nos provoca ese problema. Es un síntoma patológico que Freud describió como empujado por el impulso de muerte, Tánatos. Por su parte, James Hillman (1999) expandió el concepto, explicando que la compulsión a la repetición en realidad es un componente básico de la imaginación que puede tener funciones muy positivas. Él ejemplificó esto con la historia de Scheherezada, quien había sido condenada a muerte pero pudo prolongar su vida narrándole cuentos al sultán durante mil y una noches, hasta que él descubrió que se había enamorado de ella. Mediante la repetición, el sultán, una representación del yo, pudo unirse con Scheherezada, una personificación del alma. En este caso la repetición hizo surgir una fuerza vital muy poderosa y condujo a la asimilación de contenidos inconscientes muy importantes. El profesor Joseph A. Appleyard, del Boston College, también llegó a una conclusión similar cuando analizó la manera en que los adultos leen ficción. Él notó que muchos adultos tienden a leer textos escapistas llenos de clichés, estructuras convencionales y tramas predecibles. La educación no es un factor en esto: la tendencia es generalizada, incluso entre los lectores más sofisticados. Su reflexión fue la siguiente: Quizás para los lectores adultos la adicción escapista no es meramente el pasatiempo frívolo que los críticos y los maestros asumen que es, sino, en alguna forma, un correctivo temporal pero necesario para el vacío de la vida diaria. […] Si la lectura adictiva de romance es del todo útil para el desarrollo afectivo, tal vez lo sea como una meseta donde el lector puede descansar de las exigencias de los tipos de lectura más retadores. Quizás también el repetir habitualmente las convenciones del romance no siempre las desgasta, sino que hace más profundo el agarre arquetípico de los miedos y deseos que expresan y las soluciones deseables que representan, y esta experiencia de alguna manera prepara al lector para cambios que ocurrirán después. (1991, 71) Todos necesitamos regresar al infierno periódicamente; es una exigencia anímica natural. Esto explica no sólo la repetición de temas en la literatura de terror, sino también su estructura y la fascinación que ejerce sobre los lectores, incluso cuando ya están muy familiarizados con sus fórmulas y convenciones eternas. El género de terror, sea cual sea su medio, cumple con la función de hacernos enfrentar la perspectiva de la muerte, renovándola a través de múltiples circunvalaciones alrededor de los mismos temas. Sea una obra inmortal de Edgar Allan Poe, Joseph Sheridan LeFanu, Montague Rhodes James o H. P. Lovecraft, una novela reiterativa de Stephen King, una típica película de slasher o un videojuego como Silent Hill, casi siempre podremos encontrar al Amor y a la Muerte en ellos, volverán evidente la vulnerabilidad de nuestro yo y también siempre nos dejarán deseando más iteraciones. Lista de referencias Appleyard, J. A. (1991). Becoming a Reader. The Experience of Fiction from Childhood to Adulthood. Cambridge, Cambridge University Press. Hillman, James (1975). Re-imaginar la psicología. Madrid, Siruela. Hillman, James (1983). Healing Fiction. Springfield, Putnam. Hillman, James (1999). The Force of Character and the Lasting Life. Toronto, Random House. Horney, Karen (1950). Neurosis and Human Growth. Nueva York, Norton. Jung, Carl G. (1944). Psicología y alquimia. México D. F., Tomo. May, Rollo (1991). La necesidad del mito. Barcelona, Paidós. Minois, Georges (1991). Historia de los infiernos. Barcelona, Paidós.