Sabor a ti - Descargar Libros en PDF, ePUB y MOBI

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Mackensie, Parker, Laurel y Emmaline son amigas de toda la vida y juntas
han montado un muy próspero negocio de planificación de bodas pero, a
pesar de ayudar a miles de parejas felices a organizar el día más grande de
sus vidas, las cuatro no han tenido suerte en el amor…
La chef Laurel McBane ha trabajado duro durante toda su vida para
asegurarse de que su sueño sea una repostera galardonada. Ahora sus
deliciosos pasteles de boda están más cerca que nunca de la perfección;
impresionantes creaciones que complementan las hermosas fotografías de
Mac y los arreglos florales de Emmaline. Debido a lo mucho que se ha
esforzado por superar su dura educación, no se fía y no está dispuesta a
que nada ni nadie se interponga en su trabajo. Pero la química que existe
entre Delaney Brown, el hermano de Parker, y ella de repente se vuelve
demasiado intensa como para ignorarla…
Nora Roberts
Sabor a ti
Cuatro bodas 3
PRÓLOGO
Mientras el reloj avanzaba hacia el momento que marcaría el final de su último
año de instituto, Laurel McBane tuvo que reconocer un hecho indiscutible.
No existía nada peor que el baile de graduación.
Desde hacía semanas, lo único de lo que todo el mundo quería hablar, era de
quién iba a pedirle a quién que le acompañara al baile, quién se lo había pedido a
quién, y quién se lo había pedido a… otra, con lo que se habían provocado
situaciones de crisis e histeria.
En su opinión, durante el trimestre del baile de graduación las chicas habían
sufrido entre la agonía del suspense y el tener que esperar pasivamente. Los
pasillos, las aulas y el patio habían sido un hervidero de emociones, desde la
alocada euforia (porque un chico las había invitado a ese baile, tan
sobredimensionado) hasta las lágrimas más amargas (porque un chico no se lo
había pedido).
Todo el ciclo completo giraba alrededor de « un chico» , lo que a ella le
parecía tan estúpido como desmoralizador.
Y después la histeria había continuado, e incluso se acrecentó, con la elección
del vestido y los zapatos, debatir hasta la extenuación si llevar un recogido alto o
bajo, la limusina, las fiestas particulares que seguirían al baile, las suites de hotel
(sexo, ¿sí?, ¿no?, ¿quizá?)…
Habría pasado de todo aquello si sus amigas, sobre todo Parker « Con derecho
de paso» . Brown, no se lo hubieran impedido.
Su cuenta de ahorros, todos esos dólares y centavos ganados con esfuerzo e
incontables horas sirviendo mesas, se había quedado temblando cada vez que
retiraba dinero: para un vestido que no volvería a ponerse jamás en la vida, para
un par de zapatos, el bolso y todo lo demás.
De eso también tenía que culpar a sus amigas. Parker, Emmaline y
Mackensie le habían empujado a ir de compras con ellas, y acabó gastando más
de lo debido.
La idea de que sus padres le pagaran el vestido, como amablemente le había
insinuado Emma, había sido descartada por Laurel. Su decisión quizá fuera
producto del orgullo; en casa de los McBane el dinero era un tema espinoso desde
la debacle de las arriesgadas inversiones que había hecho su padre y la
inspección de Hacienda.
De ningún modo les habría pedido nada a sus padres. Ella ganaba su propio
dinero, y llevaba haciéndolo desde hacía varios años.
Se dijo que y a no tenía importancia. A pesar de las horas que trabajaba en el
restaurante al salir de clase y durante los fines de semana, no había conseguido
ahorrar ni de lejos lo suficiente para matricularse en el Instituto Culinario y
costearse su estancia en Nueva York. Lo que se había gastado para aparecer
deslumbrante una única noche no iba a cambiar ese hecho y … ¡qué diablos!,
ahora estaba guapísima.
Laurel se puso los pendientes mientras en el otro extremo de la habitación de
Parker, donde se habían reunido todas, Emma y la propia Parker experimentaban
con el pelo de Mac que, siguiendo un impulso, se lo había cortado a tijeretazos y
parecía César cruzando el Rubicon, en opinión de Laurel. Intentaban arreglar lo
que quedaba del pelo rojo fuego de Mac con horquillas, purpurina para dar brillo
y unos pasadores con brillantitos, mientras las tres hablaban sin parar y en el
reproductor de CD sonaba de fondo Aerosmith.
Le gustaba escucharlas así, cuando ella estaba algo apartada. Tal vez porque,
en ese momento, se sentía un poco aparte. Habían sido amigas toda la vida pero,
con o sin ese rito de iniciación del baile, las cosas iban a cambiar. En otoño Parker
y Emma se irían a la universidad. Mac se pondría a trabajar y, en su tiempo
libre, haría cursillos de fotografía.
En cuanto a ella, al no cumplirse su sueño de ir al Instituto Culinario por culpa
de los problemas económicos y la última gran desavenencia entre sus padres,
tomaría algunos cursos en una escuela universitaria. De administración de
empresa, suponía. Tenía que ser práctica. Realista.
Ahora no le apetecía pensar en eso. Valía más disfrutar del momento y de
ese ritual que Parker, con su estilo parkeriano, había organizado.
Aunque Parker y Emma iban al baile de graduación de su academia privada,
y Mac y ella al de su instituto público, disfrutarían juntas de unas horas: las de
vestirse y maquillarse. En el piso de abajo las esperaban los padres de Parker y
de Emma para sacarles un montón de fotos, exclamar « ¡Mirad a nuestras
niñas!» , abrazarlas y soltar quizá alguna que otra lagrimita.
La madre de Mac era demasiado ególatra para interesarse por el baile de
graduación de su hija y, teniendo en cuenta cómo era y actuaba Linda, tal vez
fuera lo mejor. En cuanto a sus propios padres… Bueno, estaban demasiado
inmersos en su vida, en sus problemas, para que les importara dónde estaba o qué
iba a hacer su hija esa noche.
Ya se había acostumbrado. Incluso lo prefería.
—Tan solo la purpurina en plan hada —decidió Mac, ladeando la cabeza para
juzgar el efecto—. Parezco Campanilla en versión guay.
—Tienes razón —afirmó Parker. Su brillante melena castaña, lisa como la
seda, le caía por la espalda—. Pareces una niñita desamparada, pero con estilo.
¿Qué te parece, Em?
—Creo que hay que realzarle los ojos, darles un toque teatral —dijo Emma,
entrecerrando sus ojos oscuros y soñadores—. De esto me encargo y o.
—Tú misma —accedió Mac encogiéndose de hombros—. Pero no estés
mucho rato, ¿vale? Todavía tengo que prepararlo todo para nuestra foto de grupo.
—Vamos bien de tiempo. —Parker consultó su reloj de pulsera—. Nos
quedan treinta minutos antes de… —Se volvió y vio a Laurel—. ¡Eh, estás
fabulosa!
—¡Oh, sí que lo estás! —Emma juntó las manos entusiasmada—. Lo sabía,
sabía que ese era el vestido. El rosa satinado hace que tus ojos parezcan más
azules.
—Si tú lo dices…
—Te falta una cosa. —Parker corrió hacia el tocador y abrió un cajoncito de
su joy ero—. Éste pasador para el pelo.
Laurel, una chica esbelta vestida de rosa satinado y peinada con unos largos
rizos dorados como el sol por insistencia de Emma, se encogió de hombros.
—Como quieras…
—Anímate —le ordenó Parker mientras estudiaba, sosteniéndolo sobre el pelo
de Laurel, cómo le quedaría el pasador—. Te divertirás.
« ¡Por favor, contrólate, Laurel!» .
—Ya lo sé. Lo siento. Sería más divertido si las cuatro fuéramos al mismo
baile, ¡sobre todo porque estamos impresionantes!
—Sí, sería fantástico. —Parker decidió apartarle unos bucles de las sienes y
recogérselos hacia atrás—. Pero nos veremos después y nos montaremos nuestra
fiesta particular. Cuando salgamos del baile, nos venimos a casa y nos lo
contamos todo. Ya está, mírate.
Hizo que Laurel se diese la vuelta para que pudiera verse en el espejo, y las
dos chicas contemplaron su propio reflejo y luego el de su amiga.
—Estoy fabulosa —dijo Laurel, y su comentario arrancó las risas de Parker.
Alguien llamó con delicadeza a la puerta y entró. La señora Grady, el ama de
llaves de los Brown desde hacía muchos años, se llevó las manos a las caderas
mientras daba un repaso general.
—Causaréis sensación —dijo—, que es lo mínimo después de la que habéis
liado. Id terminando y bajad para las fotografías. Tú —añadió apuntando con el
dedo a Laurel—, tú y y o tenemos que hablar, jovencita.
—¿Qué he hecho? —preguntó Laurel, mirando a sus amigas una por una,
mientras la señora Grady salía por la puerta—. Yo no he hecho nada malo.
Sin embargo, como lo que decía el ama de llaves iba a misa, Laurel se
apresuró a seguirla.
Cuando llegó a la sala de estar de la familia, la señora Grady se volvió y
cruzó los brazos. La postura de los sermones, pensó Laurel, y el corazón le dio un
vuelco. Empezó a repasar en la memoria, buscando una infracción que
mereciera la reprimenda de aquella mujer que, durante su adolescencia, había
hecho más de madre para ella que la suy a propia.
—Bien —empezó a decir la señora Grady mientras Laurel entraba a toda
prisa en la estancia—, supongo que os pensáis que y a sois muy may ores.
—Yo…
—Pues no lo sois, aunque no tardaréis en serlo. Habéis correteado por esta
casa todas juntas desde que ibais en pañales. Algo de eso cambiará porque, a
partir de ahora, cada una seguirá su camino, al menos durante un tiempo. Un
pajarito me ha dicho que tu camino es Nueva York y esa elegante escuela de
repostería.
El corazón le dio otro vuelco, y Laurel sintió la punzada dolorosa de un sueño
perdido.
—No, y o… ah… y o seguiré trabajando en el restaurante y me apuntaré a
unos cursos de…
—No, de eso, nada. —La señora Grady le apuntó de nuevo con el dedo—.
Ahora veamos, una chica de tu edad sola en Nueva York tiene que ser lista y
andarse con ojo. Y por lo que me han dicho, para triunfar en esa escuela hay que
trabajar duro. Se trata de algo más que hacer bonitos glaseados y galletas.
—Es una de las mejores escuelas que hay, pero…
—Entonces te tocará ser una de las mejores. —La señora Grady se metió la
mano en el bolsillo, sacó un cheque y se lo entregó—. Esto cubrirá el primer
semestre, las clases, un lugar decente donde vivir y comida suficiente para
mantener el cuerpo y la mente sanos. Vale más que lo aproveches, niña, o
tendrás que darme muchas explicaciones. Si te portas como espero que lo hagas,
hablaremos del segundo semestre cuando llegue el momento.
Laurel se quedó mirando anonadada el cheque que tenía en la mano.
—Usted no puede… y o no puedo…
—Yo puedo y tú lo aceptarás. No hay más que hablar.
—Pero…
—¿No acabo de decirte que no hay más que hablar? Como me falles, te la
cargas, lo prometo. Parker y Emma irán a la universidad, y Mackensie se
dedicará en cuerpo y alma a la fotografía. Tú tienes otro camino, y lo seguirás.
Es lo que quieres, ¿verdad?
—Más que nada en el mundo. —Le escocían los ojos y le dolía la garganta—.
Señora Grady, no sé qué decir… Se lo devolveré, y o le…
—Pobre de ti si no lo haces. Me devolverás el favor convirtiéndote en alguien.
Ahora es cosa tuy a.
Laurel abrazó con fuerza a la señora Grady.
—No lo lamentará. Haré que se sienta orgullosa de mí.
—Estoy segura. Vamos, termina de ponerte guapa.
Laurel seguía abrazada a ella.
—Nunca olvidaré esto —susurró—. Nunca. Gracias, muchísimas gracias.
Se dirigió corriendo hacia la puerta, ansiosa por compartir las novedades con
sus amigas, y entonces se volvió, joven y radiante.
—Me muero por empezar.
1
Sola, con Norah Jones susurrando una canción en el i-Pod, Laurel transformó una
lámina de fondant en un elegante encaje comestible. Ni siquiera oía la música,
que se ponía más de fondo que para escucharla, cuando montó el adorno con
cuidado en el segundo de los cuatro pisos.
Retrocedió un paso para observar el resultado y dio una vuelta alrededor de la
tarta buscando los fallos. Los clientes de Votos exigían perfección, y eso era
exactamente lo que ella quería darles. Asintió satisfecha, y luego cogió un
botellín de agua para apagar la sed mientras estiraba la espalda.
—Dos completados, faltan otros dos.
Miró el tablón de la pared donde había colgado varias muestras de encaje
antiguo y el diseño final del pastel de boda que había elegido la novia del viernes
por la noche.
Tenía que completar tres diseños más (dos para el sábado y uno para el
domingo), aunque eso no era nuevo. En Votos, la empresa de bodas y
celebraciones que dirigía con sus amigas, el mes de junio era temporada alta.
En unos pocos años habían convertido una idea en una empresa floreciente. A
veces demasiado floreciente, pensó, y por eso estaba preparando fondant a la una
de la mañana.
Aunque eso era estupendo, decidió. Y adoraba su trabajo.
Cada una tenía pasión por algo. Emma por las flores, Mac por la fotografía,
Parker por los detalles… y ella por los pasteles. Y las pastas, se dijo, y los
bombones. Aunque los pasteles eran la joy a de la corona.
Se puso de nuevo manos a la obra y empezó a estirar otra lámina. Como de
costumbre, se había recogido el pelo dorado con un pasador para apartarse los
mechones de la cara. Bajo el delantal espolvoreado de harina de maíz llevaba
unos pantalones y una camiseta de algodón, y se había calzado unos zuecos para
que sus pies no sufrieran al tener que estar tantas horas de pie. Sus manos eran
fuertes, hábiles y rápidas, fruto de los años que había pasado trabajando,
estirando y levantando masas. Cuando empezó con el siguiente adorno, su rostro
anguloso y de rasgos cincelados cobró una expresión seria.
Cuando se trataba de su arte, la perfección no era solamente un objetivo.
Para Glaseados de Votos era una necesidad. El pastel de boda era algo más que
hornear y decorar con la manga de pastelería, o que trabajar la pasta de goma y
el relleno. Del mismo modo que las fotos de boda que hacía Mac trascendían los
simples retratos, y los centros, los arreglos y los ramos que Emma creaba
distaban mucho de ser tan solo flores. El cuidado por los detalles, la
programación y las ganas que ponía Parker resultaban, al final, may ores que la
suma de sus partes.
Ésos elementos reunidos se convertían en una ceremonia única, y en la
celebración de un viaje que dos personas decidían emprender juntas de por vida.
Muy romántico, sin duda, y Laurel creía en las historias de amor
románticas… al menos en teoría. Aunque creía más en los símbolos y las
celebraciones. Y en un pastel de boda verdaderamente fabuloso.
Al terminar el tercer piso el rostro de Laurel se había dulcificado y, cuando
levantó la vista y vio a Parker en el umbral, en sus intensos ojos azules se reflejó
una mirada cálida.
—¿Por qué no estás en la cama?
—Unos detalles. —Laurel trazó con el dedo círculos imaginarios sobre su
cabeza—. No podía dejar de darles vueltas.
—¿Llevas mucho rato trabajando?
—Bastante. Quiero terminar el pastel para que repose esta noche. Además,
mañana me tocará montar y decorar las dos tartas del sábado.
—¿Quieres compañía?
Se conocían lo suficiente para encajar un posible « no» sin ofenderse. A
menudo, cuando Laurel estaba enfrascada en su trabajo, su respuesta solía ser
negativa.
—Claro.
—Me encanta el diseño. —Parker dio una vuelta alrededor del pastel como
había hecho antes su amiga—. Encuentro muy delicado el contraste entre los
blancos, muy interesante las diferentes alturas de cada piso… y qué trabajados
están. Parecen de verdad diferentes trozos de encaje. Con un toque retro, vintage,
que es el tema que eligió la novia. Lo has clavado.
—Adornaremos el pedestal con una cinta azul celeste —explicó Laurel
empezando con la siguiente lámina—, y Emma pondrá pétalos de rosas blancas
en la base. Quedará imponente.
—Ha sido agradable trabajar con esta novia.
Parker, cómoda con su pijama y con la larga melena castaña suelta, en vez
de recogida en la cola lacia o el ligero moño de las horas de trabajo, puso a
calentar un hervidor de agua para preparar un té. Uno de los alicientes de tener la
empresa en casa y de que Laurel viviera con ella, así como de que Emma y
Mac estuvieran a la vuelta de la esquina, eran esas visitas a horas intempestivas.
—Sabe lo que quiere —comentó Laurel mientras elegía un utensilio para
festonear los bordes de la lámina—, pero está abierta a las propuestas, y hasta
ahora no ha hecho ninguna locura. Si consigue pasar las próximas veinticuatro
horas con la misma serenidad, sin duda ganará el codiciado título de Mejor Novia
de Votos.
—Ésta noche, durante el ensay o, ambos estaban contentos y relajados, y eso
es buena señal.
—Aaa-já —musitó Laurel, que seguía decorando y añadiendo con precisión
calados y nudos—. Y ahora dime de una vez por qué no estás en la cama.
Parker suspiró mientras calentaba una pequeña tetera.
—Supongo que he tenido un bajón. Estaba tomándome una copa de vino y
relajándome en mi terraza, y contemplaba las casas de Mac y de Emma. Las
dos tenían las luces encendidas, me llegaba el olor del jardín… estaba tranquilo y
precioso. Luego se han apagado las luces, primero las de la casa de Emma y un
poco más tarde las de Mac. Me he puesto a pensar en que estamos organizando la
boda de Mac y que Emma acaba de comprometerse. Y en todas las veces que
jugamos al « día de la boda» , las cuatro, cuando éramos niñas. Ahora es real.
» Así que estaba sentada, disfrutando del silencio y la oscuridad, y me he
encontrado deseando que mis padres estuvieran aquí para verlo. Para que vieran
lo que hemos construido y cómo somos ahora. Me sentía dividida —se detuvo
para poner la medida de té— entre la tristeza porque han muerto y la alegría
porque sé que estarían muy orgullosos de mí, de nosotras.
—Pienso mucho en ellos. Todas nosotras lo hacemos —comentó Laurel sin
dejar de trabajar—. Porque fueron importantísimos en nuestras vidas, y porque
esta casa guarda tantos recuerdos de ellos… Así que sé a qué te refieres con lo de
sentirte dividida.
—Estarían encantados si supieran lo de Mac y Carter, lo de Emma y Jack,
¿verdad que sí?
—Claro que sí. ¿Y qué me dices de lo que hemos hecho en esta casa, Parker?
Es una pasada. También estarían encantados con eso.
—Qué suerte que estuvieras levantada trabajando. —Parker llenó la tetera de
agua caliente—. Me siento mejor.
—Para servirla a usted. Y voy a decirte quién más ha tenido suerte. La novia
de este viernes, porque… fíjate en este pastel. —Laurel se apartó el pelo de los
ojos con un soplido y asintió con aire de suficiencia—. Es la bomba, y cuando
prepare la corona hasta los ángeles cantarán.
Parker dejó a un lado la infusión para que reposara.
—En serio, Laurel, tendrías que sentirte más orgullosa de tu trabajo.
Laurel sonrió.
—A la mierda el té. Casi he terminado. Ponme una copa de vino.
Por la mañana, tras seis horas de un sueño reparador, Laurel se obsequió con
una sesión rápida en el gimnasio, antes de vestirse para ir a trabajar. Pasaría la
may or parte del día encadenada a su cocina, pero antes de dar comienzo a esa
rutina, tenía que acudir a la reunión general que precedía a las celebraciones.
Laurel bajó a toda prisa del ala que ocupaba en el tercer piso y se dirigió a la
cocina, situada en la planta baja. En ese momento la señora Grady estaba
preparando una bandeja con fruta.
—Buenos días, señora Grady.
El ama de llaves arqueó las cejas.
—Pareces animada.
—Me siento animada. Y decidida —dijo Laurel mostrándole los puños y
flexionando la musculatura—. Quiero café, todo el que tenga.
—Parker se lo ha llevado arriba. A ti te toca subir la fruta y estas pastas.
Come fruta. No deberías empezar el día con un bollito glaseado.
—Como usted diga, señora. ¿Han venido las demás?
—Todavía no, pero he visto salir la camioneta de Jack hace un rato, y supongo
que Carter se presentará con carita de pena esperando que le prepare un
desay uno decente.
—Me largo. —Laurel cogió las fuentes y las sostuvo en equilibrio como la
camarera experta que había sido en otro tiempo.
Subió con ellas a la biblioteca, que en la actualidad era la sala de reuniones de
Votos. Parker estaba sentada a la mesa principal y había colocado el servicio de
café en el mueble aparador. Como siempre, y a tenía su BlackBerry al alcance de
la mano. Se había peinado con una cola de caballo, lisa y brillante, que le
despejaba el rostro, y llevaba una camisa blanca y almidonada para transmitir la
seriedad que requería su trabajo. Iba tomando café mientras consultaba unos
datos en su ordenador portátil con esos ojos azul medianoche a los que Laurel
sabía que no se les escapaba nada.
—Provisiones —anunció Laurel. Dejó las bandejas sobre el mueble aparador
y se apartó tras la oreja el pelo cortado a la altura del mentón antes de seguir las
recomendaciones de la señora Grady y servirse un cuenco de frutos del bosque
—. No estabas en el gimnasio esta mañana. ¿A qué hora te has levantado?
—A las seis, y ha sido una suerte porque la novia del sábado por la tarde ha
llamado pasadas las siete. Su padre ha tropezado con el gato y tal vez se hay a
roto la nariz.
—Vay a…
—Está afectada, pero sobre todo porque no sabe el aspecto que tendrá el
hombre el día de la boda, ni cómo quedará en las fotografías. Llamaré a esa
maquilladora que es una artista a ver qué se puede hacer.
—Siento la mala suerte que ha tenido el PDNA, pero si todos los problemas
del fin de semana van a ser como éste, estamos en racha.
Parker le hizo una señal de advertencia.
—No vay as a ser gafe ahora.
Mac entró a zancadas, alta y esbelta, con unos tejanos y una camiseta negra.
—Hola, compañeras del alma.
Laurel entornó los ojos cuando vio la sonrisa franca y los ojos verdes
adormilados de su amiga.
—Has tenido sexo esta mañana.
—Ésta mañana he tenido un sexo estupendo, gracias. —Mac se sirvió una taza
de café y tomó una magdalena—. ¿Y tú?
—Zorra.
Mac estalló en una carcajada, se dejó caer en una silla y estiró las piernas.
—Me quedo con mi ejercicio matutino en lugar de tu rutina gimnástica y tu
máquina de musculación.
—Y encima mala y mezquina —afirmó Laurel metiéndose una mora en la
boca.
—Me encanta el verano porque el amor de mi vida no tiene que levantarse y
marcharse temprano a iluminar las mentes de los jóvenes. —Mac abrió su
ordenador portátil—. Ahora me siento preparada para dedicarme al trabajo en
cuerpo y alma.
—Es posible que el PDNA del sábado por la tarde se hay a roto la nariz —le
contó Parker.
—Menudo desastre. —Mac frunció el ceño—. Puedo arreglarlo con el
Photoshop si quieren, pero para mí eso es hacer trampa. Hay que tomar las cosas
como vienen, y en mi opinión esta anécdota acabará siendo un recuerdo
divertido.
—Ya veremos qué piensa la novia cuando su padre vuelva del médico. —
Parker miró hacia la puerta, por donde entraba Emma corriendo.
—No llego tarde. Todavía faltan veinte segundos. —Con sus negros rizos al
viento, se dirigió hacia el aparador del café—. He vuelto a dormirme. Después.
—Oh, a ti también te odio —musitó Laurel—. Hay que instaurar otra norma:
prohibido fardar en las reuniones de trabajo de haber practicado sexo si la mitad
de sus miembros no lo han hecho.
—Secundo la moción —añadió Parker de inmediato.
—Ay y … —Emma rio y se sirvió fruta en uno de los cuencos.
—El padre de la novia del sábado por la tarde tal vez se hay a roto la nariz.
—Ay y … —repitió Emma, preocupada sinceramente por la noticia que
acababa de darle Mac.
—Nos ocuparemos de eso cuando tengamos más datos. De todos modos, pase
lo que pase, en realidad el asunto sólo nos concierne a Mac y a mí. Te mantendré
informada —le dijo Parker a Mac—. Empecemos por la celebración de esta
noche. Los acompañantes de los novios, los familiares y los invitados que venían
de fuera y a han llegado. La novia, la MDNA y las damas llegarán a las tres para
la sesión de peluquería y maquillaje. La MDNO tenía cita en su peluquería y
llegará antes de las cuatro, con el PDNO. El PDNA llegará con su hija.
Procuraremos distraerlo y darle alguna ocupación hasta el momento de salir en
las fotos oficiales. Mac…
—El vestido de la novia es una preciosidad. Es romántico, de inspiración
vintage. Resaltaré eso.
Mientras Mac iba detallando el plan previsto y el horario, Laurel se levantó
para servirse otra taza de café. Tomó notas de vez en cuando mientras Mac
hablaba, y cuando le tocó el turno a Emma, siguió anotando. Laurel había
concluido prácticamente su trabajo y sólo intervenía cuando y si su opinión era
necesaria.
Era una dinámica de trabajo que habían perfeccionado desde que Votos pasó
de ser una idea a convertirse en una realidad.
—Laurel —dijo Parker.
—El pastel está terminado y es de campeonato. Pesa mucho, por eso me
hará falta que lo acarreen nuestros ay udantes hasta donde se celebra la
recepción, pero el diseño no requiere que tengamos que montarlo in situ. Emma,
necesitaré que pongas la cinta y los pétalos de rosa blancos cuando el pastel esté
en su lugar; con eso bastará hasta el momento de servirlo. La pareja no ha
querido el pastel del novio y se ha decantado por un surtido de pastelitos y
bombones en forma de corazón. Ya los he preparado. Los serviremos en una
vajilla de porcelana blanca que lleva una cenefa de blonda para que haga juego
con el diseño del pastel. El mantel de hilo donde lo presentaremos es de color azul
claro, con una vainica bordada. El cuchillo y la pala de servir son de los novios.
Pertenecieron a la abuela de la novia y tendremos que estar atentas para que no
desaparezcan.
» Hoy me pasaré casi todo el día trabajando con los pasteles del sábado, pero
habré terminado hacia las cuatro por si alguien me necesita. Al final los
ay udantes envolverán el pastel que hay a sobrado en unas cajitas con una cinta
azul en la que hemos grabado los nombres de los novios y la fecha de la boda.
Procederemos igual si sobran bombones o pastelitos. Mac, me gustaría que
sacaras una fotografía del pastel para mis archivos. Éste diseño no lo había hecho
nunca.
—Cuenta con ello.
—Emma, necesito las flores para el pastel del sábado por la noche. ¿Me las
traerás cuando vengas a adornar la recepción de hoy ?
—Claro.
—¿Puedo plantear un tema personal? —Mac había levantado una mano para
reclamar la atención de todas—. Nadie ha mencionado que mi madre se casa, de
nuevo, mañana en Italia. Por suerte, eso queda a muchísimos kilómetros de
nuestro feliz hogar de Greenwich, en Connecticut. De todos modos, hoy me ha
llamado sobre las cinco de la mañana. Linda no acaba de entender que existen
zonas horarias y, en fin, digámoslo claro, le importa un bledo.
—¿Por qué no has dejado sonar el teléfono? —preguntó Laurel a pesar de ver
que Emma consolaba a Mac dándole unos golpecitos en la pierna.
—Porque habría sonado sin parar, y ahora intento lidiar con ella… en mis
términos, para variar. —Mac se pasó la mano por el cabello rojo intenso que
llevaba cortado a lo chico—. Ha habido, como era de esperar, lágrimas y
reproches, porque resulta que ha decidido que quiere que asista a la boda, al
contrario que la semana pasada, que no quería. Como no pienso subirme de un
salto a un avión para ver cómo se casa por cuarta vez, sobre todo teniendo en
cuenta que esta noche tengo una celebración, mañana dos y el domingo otra
más, no me habla.
—Ojalá dure.
—Laurel… —musitó Parker.
—Lo digo en serio. Tú lograste cantarle las cuarenta —le recordó Laurel—, y
y o no tuve ocasión. Es algo que me quema por dentro.
—Y lo aprecio —intervino Mac—. De verdad. Pero como veis, no estoy
muerta de miedo, no me revuelvo en el fango de la culpa y ni siquiera estoy
cabreada. Creo que encontrar a un hombre sensato, tierno y de carácter firme
sólo me ha dado ventajas. Y a esas ventajas sumo el hecho de poder disfrutar de
un sexo matutino absolutamente increíble. Todas me habéis apoy ado cuando he
tenido que enfrentarme a Linda, habéis intentado ay udarme para que no me
afectaran sus exigencias y sus arrebatos de locura. Supongo que Carter ha
contribuido a inclinar la balanza y ahora puedo lidiar con esto sola. Quería que lo
supierais.
—Pues y o, sólo por eso, practicaría el sexo con él todas las mañanas.
—Aparta tus manos de él, McBane, pero gracias por la intención. En fin… —
Mac se levantó—. Quiero terminar unas tareas antes de centrarme en la
celebración de hoy. Volveré y tomaré unas fotos del pastel.
—Espera, voy contigo —dijo Emma levantándose de golpe—. Vuelvo
enseguida para reunirme con el equipo y poner los pétalos de rosa en tu pastel,
Laurel.
Cuando se marcharon, Laurel se quedó pensativa.
—Lo ha dicho en serio.
—Sí, eso parece.
—Y no le falta razón. —Laurel se tomó un minuto más para reclinarse en la
silla y disfrutar del café—. Carter es el único que ha sabido abrir su corazón. Me
pregunto cómo será contar con un hombre que sea capaz de eso, que pueda
ay udarte así, sin agobiarte. Que sepa amarte. Supongo que, bien pensado, le
envidio más eso que lo del sexo. —Se encogió de hombros—. En fin, vale más
que me ponga a trabajar.
Laurel no tuvo tiempo de pensar en los hombres durante los dos días siguientes.
No tuvo ni tiempo ni energías para pensar en el amor y en las historias
románticas. Podía estar metida hasta el cuello en celebraciones de boda, pero eso
era por negocio… y el negocio de las bodas exigía concentración y precisión.
Su pastel Encaje Antiguo, que le llevó casi tres días crear, tuvo su momento
estelar antes de ser troceado y devorado. El sábado por la tarde la estrella fue su
caprichoso Pétalos en Color Pastel, con centenares de pétalos de rosa grabados
con pasta de azúcar, y el mismo día por la noche presentó su Jardín de Rosas, un
pastel con capas alternas de rosas rojas y de un bizcocho aromatizado con
vainilla y glaseado con una sedosa crema de mantequilla.
Para la boda del domingo al mediodía, más sencilla e informal, la novia eligió
el modelo Frutos de Verano. Laurel había horneado la masa y preparado el
relleno, había montado la tarta y la había glaseado con un trenzado artesanal. En
ese momento, mientras la novia y el novio pronunciaban sus votos en la terraza
del jardín, completaba la creación adornando con fruta fresca y hojas de menta
cada uno de los pisos.
Detrás de ella, sus ay udantes estaban dando los últimos toques a la decoración
de las mesas para el convite. Laurel, que debajo del delantal llevaba un traje de
casi el mismo color que las frambuesas que había elegido, dio un paso hacia atrás
y estudió las líneas y el equilibrio de las formas. Luego tomó un racimo de uvas
de color champán para decorar uno de los pisos.
—Parece sabroso.
Laurel frunció el ceño y siguió agrupando unas cerezas frescas. Solían
interrumpirla mientras trabajaba, pero eso no significaba que a ella le gustase.
Por si fuera poco, no esperaba que el hermano de Parker se presentase en la casa
durante la celebración de una boda.
Claro que, tuvo que recordarse, él entraba y salía cuando le venía en gana.
Sin embargo, cuando vio que metía la mano en uno de los recipientes, le dio
un manotazo para que la apartara.
—Quita las manos.
—Como si fueras a echar de menos un par de moras.
—A saber qué habrás estado tocando. —Laurel formó un trío de hojas de
menta; aún no se había molestado en mirarlo—. ¿Qué quieres? Estamos
trabajando.
—Yo también. Más o menos. En mi faceta de abogado. Tenía que traeros
unos documentos.
Se encargaba de todos sus asuntos legales, tanto a nivel individual como los
relacionados con la empresa. Laurel sabía de sobra que les dedicaba muchas
horas, a menudo sacrificando su tiempo libre. Pero si ella no le pinchaba, sería
como romper con una larga tradición.
—Y lo has calculado para llegar a tiempo y ver si podías pillar algo del
catering.
—Siempre hay que buscar alicientes. ¿Será un almuerzo ligero?
Rindiéndose, Laurel se dio la vuelta. Que él hubiera elegido presentarse con
unos tejanos y una camiseta no le impedía dar la imagen del típico abogado
formado en una de las universidades de la Ivy League. Delaney Brown, de los
Brown de Connecticut, pensó. Alto y delgado, con el espeso cabello castaño tal
vez demasiado largo según el canon que dictaba la moda para los abogados.
¿Lo hacía a propósito? Ella suponía que sí, pues era uno de esos hombres que
siempre lo tienen todo planeado. Sus ojos azul medianoche eran del mismo color
que los de Parker, pero, a pesar de conocerlo desde siempre, Laurel no lograba
descifrar qué ocultaba tras ellos.
En su opinión, su atractivo le hacía un flaco favor, y su tolerancia no
complacía exactamente a todo el mundo. Por otro lado, era leal hasta la muerte,
generoso sin alardear y protector hasta resultar irritante.
Ahora él le sonreía, con una sonrisa breve y franca y un cierto toque de
humor que desarmaba. Imaginó que esa debía de ser su arma letal en los
tribunales. O en la cama.
—Salmón marinado y frío, rollitos de pollo relleno de espinacas y queso,
verduras del huerto a la brasa, tortitas de patata, una selección de quiches, caviar
con su aderezo, pastas y panes variados con un surtido de fruta y queso, y a
continuación, pastel de semillas de amapola relleno de mermelada de naranja,
glaseado con crema de mantequilla al Grand Marnier y coronado con fruta de
temporada.
—Me apunto.
—Espero que sepas convencer con tu labia al personal del catering. —Laurel
movió a un lado y a otro los hombros y el cuello antes de elegir las bay as
siguientes.
—¿Te duele?
—Hacer la decoración trenzada te deja los músculos agarrotados.
Del empezó a levantar las manos, pero se retractó y las metió en los bolsillos.
—¿Jack y Carter están aquí?
—Por ahí andan. Hoy no los he visto.
—Creo que iré a buscarlos.
—Muy bien.
Sin embargo, Del se acercó a los ventanales y contempló la terraza
alfombrada de flores, las sillas enfundadas de blanco y a la hermosa novia que
miraba a su sonriente novio.
—Están dándose los anillos —anunció Del en voz alta.
—Eso acaba de decirme Parker. —Laurel dio unos golpecitos a los
auriculares—. Estoy lista. Emma, el pastel es todo tuy o.
Colocó una ramita cuajada de bay as encima del piso superior para darle el
toque final.
—Cinco minutos para la cuenta atrás —anunció, y empezó a llenar una caja
con la fruta que había sobrado—. Servid el champán y comenzad a mezclar los
combinados Bloody Mary y Mimosa. Encended las velas, por favor. —Laurel iba
a cargar con la caja, pero Del forcejeó con ella para arrebatársela.
—La llevo y o.
Laurel se encogió de hombros y puso la música de fondo, que sonaría hasta el
momento en que la orquesta se encargara de amenizar la velada.
Bajaron por la escalera trasera y pasaron junto a unos camareros
uniformados que subían unos entrantes para acompañar los combinados. Ése
aperitivo entretendría a los invitados mientras Mac tomaba las fotos oficiales de
los novios, el cortejo nupcial y la familia.
Laurel abrió la puerta batiente de la cocina, donde el personal del catering
trabajaba a toda máquina. Acostumbrada al caos, se deslizó por la estancia, tomó
un cuenco y metió en él un poco de fruta que le ofreció a Del.
—Gracias.
—Intenta no estar en medio… Sí, y a están listos —informó a Parker a través
de los auriculares—. Sí, en treinta segundos. Tomando posiciones. —Laurel
observó a los del catering—. Seguimos el horario previsto. Ah, Del está aquí…
De acuerdo.
Del la observó apoy ado en la encimera y comiendo bay as mientras Laurel
se quitaba el delantal.
—Vale, salimos ahora mismo.
Del se apartó de la encimera y la siguió al cuartito de los abrigos, que pronto
se transformaría en una despensa y una cámara refrigeradora. Laurel se quitó el
pasador del pelo, lo dejó por ahí, sacudió la melena para darle forma y se
preparó para salir.
—¿Adónde vamos?
—Yo voy a acompañar a los invitados que están llegando. Y tú te vas con la
música a otra parte.
—Me gusta donde estoy.
Entonces fue ella la que sonrió.
—Parker me ha dicho que me libre de ti hasta que llegue el momento de
limpiar. Ve a buscar a tus amiguitos, Del, y si os portáis bien, luego os daremos de
comer.
—Vale, pero si vais a liarme para que me quede a recoger, quiero que me
guardéis un poco de ese pastel.
Se separaron; él se dirigió a la remodelada casa de la piscina que servía de
estudio y hogar de Mac, y ella se encaminó hacia la terraza, donde los novios
intercambiaban su primer beso de casados.
Laurel se volvió para mirarlo una vez, sólo una. Lo conocía de toda la vida…
así que supuso que era cosa del destino. Pero era culpa suy a, y su problema, que
hubiera estado enamorada de él desde siempre.
Se permitió un suspiro antes de obligarse a estampar una cálida sonrisa
profesional en el rostro y disponerse a acompañar a los invitados al lugar donde
se celebraba la recepción.
2
Sólo bastante después de que el último invitado hubiera partido y de que el
personal del catering lo hubiese recogido todo, Laurel se arrellanó en el sofá de la
sala de estar con una bien merecida copa de vino en la mano.
No tenía ni idea de dónde se habían metido los hombres (tal vez en su leonera
particular, pertrechados con unas cervezas), pero era muy, muy agradable poder
relajarse entre mujeres y disfrutar de la relativa paz.
—¡Qué fin de semana tan genial! —Mac alzó la copa en un brindis—. Cuatro
ensay os y cuatro celebraciones. Sin un solo error. Ni el más mínimo fallo. Todo
un récord.
—El pastel estaba soberbio —añadió Emma.
—Le has hincado el tenedor —le acusó Laurel.
—Ha sido un bocado celestial. ¡Qué día tan dulce…! Me ha encantado que el
hijo del novio hiciera de padrino. Era una monada. Me han entrado ganas de
llorar.
—Serán una familia estupenda. —Parker estaba sentada, con los ojos
cerrados y la BlackBerry en el regazo—. Cuando veo parejas con hijos que
vuelven a intentarlo, pienso: ¡agárrense, que vienen olas! Pero ¿con los de hoy ?
Se veía a las claras que el niño y ella se quieren con locura. Ha sido muy tierno.
—He sacado unas fotos fenomenales, y el pastel era increíble —añadió Mac
—. Me parece que elegiré el de semillas de amapola para mi boda.
Laurel movió los dedos de los pies para aliviar los calambres.
—La semana pasada querías el de crema italiana.
—Quizá tendría que elegir un surtido. Versiones en pequeño de distintas tartas,
con diseños diferentes. Sería una orgía culinaria, y las fotografías quedarían
estupendas.
Laurel le apuntó con los dedos como si fueran una pistola.
—Te voy a matar, Mackensie.
—Tendrías que ser fiel a la crema italiana. Es tu pastel favorito.
Mac secundó a Emma con un mohín.
—Tienes razón, es mi día. ¿Y por cuál te has decidido tú, experta en
pastelería?
—Ni siquiera lo he pensado.
Todavía me cuesta creer que esté prometida. —Emma examinó el diamante
que llevaba en el dedo con una sonrisa petulante—. Además, cuando empiece a
planificar la boda con detalle, seguro que me volveré una neurótica. Así que
deberíamos postergarlo todo lo posible.
—Sí, por favor —suspiró Laurel dándole la razón.
—De todos modos, primero necesitas el vestido. —Parker seguía con los ojos
cerrados—. Siempre hay que empezar por el vestido.
—A eso lo llamo y o hablar con sensatez —musitó Laurel.
—No le he dado muchas vueltas al tema, solo unas mil —explicó Emma—. Si
apenas debo de haber visto medio millón de fotos. Adoptaré la versión princesa.
Con metros y más metros de falda. Tal vez un cuerpo que deje los hombros al
aire y un escote en forma de corazón, para presumir de pecho.
—De eso puedes presumir —coincidió Mac.
—Nada de ir sencilla. La palabra clave en mi caso es « fastuosa» . Quiero
llevar una tiara… y cola. —Sus ojos oscuros se iluminaron al imaginárselo—.
Además, como hemos podido hacer un hueco para mi boda el próximo may o,
me diseñaré un ramo increíble y … eso, fastuoso. En tonos pastel, creo. Quizá.
Seguramente. Unos maravillosos y muy románticos tonos pastel.
—Suerte que ni siquiera lo habías pensado —apostilló Laurel.
—Vosotras también vestiréis con colores suaves —prosiguió Emma sin
inmutarse—. Mis amigas, como flores de un jardín. —Dejó escapar un hondo y
soñador suspiro—. Y cuando Jack me vea, se le cortará la respiración. En ese
momento, ¿sabéis?, en el que nos miraremos a los ojos y el mundo se detendrá
para los dos. Durante un minuto, un increíble minuto.
Sentada en el suelo, Emma reclinó la cabeza en la pierna de Parker.
—Qué poco nos lo imaginábamos de pequeñas, cuando jugábamos al « día de
la boda» . Qué poco nos imaginábamos lo que significaba este momento especial.
Tenemos suerte de verlo tan a menudo.
—Éste es el mejor trabajo del mundo —murmuró Mac.
—Es el mejor porque somos las mejores. —Laurel se incorporó para brindar
—. Nuestra responsabilidad es hacer disfrutar a los demás de este momento
increíble. Y tú tendrás el tuy o, Em. Organizado hasta el mínimo detalle por
Parker, rodeada de las flores que tú misma habrás elegido, fotografiado por Mac.
Y lo celebraremos con un pastel que crearé especialmente para ti. Fastuoso. Te lo
prometo.
—Uauu… —A Emma se le iluminaron los ojos—. Por mucho que quiera a
Jack, y vay a si le quiero, sin vosotras mi felicidad no sería ahora completa.
Mac le ofreció un pañuelo de papel a Emma.
—Pero antes voy y o —le dijo a Laurel—. Quiero un pastel ex profeso para
mí. Si vas a prepararle uno especial a ella, a mí también.
—Podría decorar los pisos de la tarta con unas cámaras y unos trípodes
diminutos.
—¿Y con unas estanterías de libros en miniatura para Carter? —rio Mac—.
Menuda burrada… aunque reconozco que encaja.
—Continuarías con el estilo de las fotos de compromiso. —Emma se enjugó
las lágrimas—. Me encantó el posado: Carter y tú en el sofá, con las piernas
entrecruzadas… él con un libro en el regazo y tú como si acabaras de tomarle
una foto. Los dos sonriendo. Eso me recuerda que quería preguntarte por mi
retrato de compromiso. ¿Dónde, cuándo, cómo?
—Muy fácil. Jack y tú en la cama, desnudos.
Emma le asestó un puntapié.
—Basta.
—Eso también encaja —sentenció Laurel.
—¡Jack y y o nos dedicamos a más cosas aparte de practicar sexo!
—Por supuesto. —Parker entreabrió un ojo—. A pensar en cómo vais a
practicarlo.
—Tenemos una relación muy rica en muchos aspectos —insistió Emma—, y
uno de ellos es el sexo. Pero en serio…
—Se me han ocurrido varias ideas. Tendríamos que comparar agendas y
encontrar un hueco.
—¿Ahora?
—Pues claro. Parks debe de tener la agenda de las dos en su BlackBerry. —
Mac alargó el brazo para cogerla.
Parker abrió los dos ojos y la fulminó con la mirada.
—Si la tocas, te mato.
—Por Dios… Vay amos al estudio a consultar mi agenda. Además,
deberíamos ir y a a recoger a los chicos. Jack tiene que reservar la hora para las
fotos.
—Excelente.
—¿Dónde estarán? —se preguntó Laurel.
—Abajo, con la señora Grady —le informó Emma—. Comiendo pizza y
jugando al póquer. Al menos, ese era el plan.
—Y no nos han invitado. —Laurel, que seguía echada, se las arregló para
encogerse de hombros cuando las demás se la quedaron mirando—. Vale,
rectifico. No me apetece el plan de pizza y póquer porque prefiero estar aquí con
vosotras. De todos modos…
—En fin… —Mac se puso en pie—. Puede llevarnos algo de tiempo
« recogerlos» en estas circunstancias. Vay amos a informar, y luego y a
organizaremos el calendario.
—Buena idea. A trabajar, chicas —dijo Emma levantándose.
Cuando salieron, Laurel se desperezó.
—Necesito un masaje. Tendríamos que contratar a un masajista que se
llamara Sven, o Raúl.
—Lo apuntaré en la lista. Mientras tanto, ¿por qué no llamas a un servicio de
masajes y reservas hora?
—Pero si tuviéramos a Sven (creo que prefiero Sven a Raúl), me daría el
masaje ahora mismo y luego me iría a dormir como nueva. ¿Cuántos días faltan
para las vacaciones?
—Demasiados.
—Eso lo dices ahora, pero cuando llegue el momento de ir a los Hamptons,
seguirás con esa BlackBerry pegada a la mano.
—Puedo pasar de ella.
Laurel le devolvió la sonrisa a Parker.
—Comprarás una funda impermeable y así podrás nadar con ella.
—Más bien deberían hacerlas sumergibles. La tecnología y a debe de estar
preparada para eso.
—En fin, voy a dejaros a ti y a tu único y verdadero amor solos para
sumergirme en un baño caliente y soñar con Sven. —Laurel rodó por el sofá y se
levantó—. Qué bien ver a Emma y a Mac tan felices, ¿verdad?
—Sí.
—Hasta mañana.
El baño caliente obró maravillas, pero en lugar de relajarla para irse a dormir
la desveló. En vez de perder una hora luchando contra el insomnio, Laurel
encendió el televisor de la sala de estar para que le hiciera compañía y se sentó
frente al ordenador a repasar la agenda de la semana. Buscó recetas (se había
convertido en una adicción para ella, tanto como la BlackBerry para Parker), y
descubrió un par que decidió guardar para darles más adelante su toque personal.
Como seguía desvelada, se acomodó en su butaca favorita con el cuaderno de
dibujo. La butaca había pertenecido a la madre de Parker, y Laurel siempre se
sentía protegida y segura en ella. Cruzó las piernas sobre el mullido cojín, puso el
cuaderno en el regazo, y empezó a pensar en Mac. En Mac y en Carter. En Mac
con el fabuloso vestido de novia que había elegido… o, mejor dicho, que Parker
le había encontrado.
Líneas limpias y estilizadas, reflexionó, que se adecuaban tan bien a la figura
esbelta y delgada de Mac. Sin apenas adornos, tan solo un toque coqueto. Dibujó
un pastel que reflejara ese estilo: clásico y simple. E inmediatamente lo descartó.
Un vestido de corte sencillo, claro, pero Mac también era color y destellos,
originalidad y atrevimiento. Y ésa, comprendió, era una de las razones por las
que Carter la adoraba.
Atrevimiento. Una boda con los colores del otoño. Los pisos de la tarta
cuadrados en vez de los tradicionales redondos, glaseados con crema de
mantequilla, que era la cobertura preferida de Mac. Coloreada. ¡Sí, exacto! En
oro viejo y adornada con flores de temporada. Unas flores enormes, de pétalos
grandes y bien definidos, de colores castaño rojizo, anaranjado intenso y verde
musgo.
Color, textura y forma para atraer la mirada de la fotógrafa experta, y
romanticismo para la novia. Lo coronaría con un ramo del que colgaran unas
cintas en oro cobrizo, y daría unos toques de blanco con la manga pastelera para
reavivar el color.
« La caída de las hojas» , pensó Laurel sonriente mientras iba añadiendo
detalles a la composición. Era el nombre perfecto: por la estación, y por la
manera en que su amiga había « caído» literalmente sobre el amor.
Laurel sostuvo en alto el dibujo y sonrió satisfecha.
—¡Qué buena soy ! Me ha entrado hambre.
Se levantó y dejó el cuaderno abierto apoy ado en una lámpara. Decidió que
en la primera ocasión que se le presentara se lo enseñaría a Mac para que le
diera su opinión como novia. De todos modos, conociéndola como la conocía,
aquello iba a provocar un feliz « ¡Uauuu!» .
Se merecía un tentempié, quizá una porción de pizza fría si quedaba algún
resto en la nevera. Lo lamentaría por la mañana, se dijo mientras salía del
dormitorio, pero ¡qué se le iba a hacer!
Estaba desvelada y le había entrado hambre. Uno de los incentivos de llevar
su trabajo y su vida por sí sola era poder permitirse algún capricho de cuando en
cuando.
Caminó a oscuras y en silencio, guiada por su conocimiento de la casa y por
el ray o de luna que se colaba por las ventanas. Salió del ala donde se encontraba
su habitación y empezó a bajar la escalera mientras se convencía de que sería
mejor olvidarse de la pizza fría y optar por la combinación más sana de fruta e
infusión.
El lunes tenía que levantarse temprano para hacer ejercicio antes de ponerse
a hornear. Por la tarde venían tres parejas a una degustación; debería prepararlo
todo y luego adecentar su espacio.
A última hora había programada una reunión general con una clienta para
empezar a concretar los detalles de una boda que se celebraría en invierno. Y
luego le quedaba la noche para hacer lo que tuviera que hacer… o lo que le
viniese en gana.
Por suerte se había impuesto una moratoria de citas y no tenía que
preocuparse de vestirse para salir, del conjunto que llevaría, de mantener una
conversación y de decidir si le apetecía terminar la velada con sexo.
Así la vida era más fácil, pensó mientras giraba al llegar al pie de la escalera.
Más fácil, y más simple y menos tensiones si tachabas las citas y el sexo del
menú.
Chocó de frente contra un objeto sólido, un objeto con apariencia masculina,
y se tambaleó hacia atrás. Soltó un taco e hizo aspavientos para no perder el
equilibrio. El dorso de su mano golpeó algo carnoso… y provocó otro taco que
esta vez no era suy o. Cuando empezó a caerse, se agarró a un pedazo de tela. Y
oy ó cómo el tejido se desgarraba mientras el objeto sólido con apariencia
masculina se le desplomaba encima.
Sin aliento y con la cabeza latiéndole por el golpe que se había dado contra un
escalón, quedó tirada como un muñeco de trapo. Aún aturdida y a oscuras,
reconoció el cuerpo y el olor de Del.
—¡Joder! ¿Eres tú, Laurel? Maldita sea. ¿Te has hecho daño?
Inspiró con fuerza al sentir el peso de él aprisionándola… y también porque
cierta parte de ese peso presionaba de manera muy íntima entre sus piernas.
Pero ¿por qué habría estado pensando en el sexo? O en la falta de sexo, más bien.
—Sal de encima —le ordenó.
—Lo intento. ¿Estás bien? No te había visto. —Del se puso de lado y sus ojos
se cruzaron bajo la claridad azulada y neblinosa de la luna—. ¡Ay !
El movimiento de su cuerpo incrementó la presión, justo en el centro, y
Laurel notó que se le disparaba el latido en otra zona que nada tenía que ver con
la cabeza.
—Levántate. Ya. Mismo.
—Vale, vale. He perdido el equilibrio… y tú me has agarrado por la camisa y
me has hecho caer. He intentado cogerte. Aguarda, deja que encienda la luz.
Laurel se quedó quieta, esperando recobrar el aliento y el ritmo de todos sus
latidos. Del encendió la luz del vestíbulo y ella cerró los ojos para protegerse de
la claridad.
—Ah —exclamó Del, y carraspeó.
Laurel estaba tumbada en los escalones, con las piernas abiertas, vestida con
una fina camiseta blanca de tirantes y unos pantaloncitos rojos. Llevaba las uñas
de los pies pintadas de rosa. Del prefirió concentrarse en esas uñas en lugar de en
sus piernas, en cómo le sentaba la camiseta blanca o… en lo demás.
—Deja que te ay ude. —« A ponerte una bata muy larga y gruesa» , agregó
mentalmente Del.
Laurel lo despachó con un gesto displicente, se incorporó y se tocó la nuca.
—Maldita sea, Del, ¿cómo se te ocurre ir de puntillas por la casa?
—Yo no iba de puntillas. Caminaba. La que iba de puntillas eras tú.
—Yo no iba… ¡Vivo en esta casa!
—Yo también… antes —murmuró Del—. Me has roto la camisa.
—Por tu culpa casi me parto la crisma.
El enojo de Del se convirtió en preocupación.
—¿Te he hecho daño? Déjame ver…
Sin darle tiempo a moverse, se agachó y le palpó la nuca.
—Te has dado un buen golpe, pero no sangras.
—¡Ay ! —Al menos la repentina punzada apartó de su mente la camisa
rasgada y la musculatura que se ocultaba debajo—. Deja de toquetearme.
—Hay que ponerte hielo.
—No pasa nada. Estoy bien. —Y agitada, sin duda, pensó Laurel, y deseosa
de que aquel hombre despeinado y descompuesto no estuviera tan ridículamente
sexy —. ¿Qué diablos haces aquí en mitad de la noche?
—No estamos en mitad de la noche, ni siquiera es medianoche.
La miraba fijamente a los ojos. Debía de estar buscando alguna señal de
conmoción o trauma, supuso Laurel. En cualquier momento le tomaría el maldito
pulso.
—No has contestado a mi pregunta.
—La señora Grady y y o nos hemos quedado charlando. Hemos tomado unas
cervezas. Las suficientes para que hay a decidido… —Del señaló al piso de arriba
—. Iba a dejarme caer en una de las habitaciones de invitados porque no quería
conducir un poco tocado.
No podía discutir con él por haber actuado con sensatez, y él siempre era
muy sensato.
—Habías decidido… —Laurel imitó su gesto y señaló hacia arriba.
—Levántate. Quiero asegurarme de que estás bien.
—No soy y o la que anda achispada por la casa.
—No, tú eres la que se parte la crisma. Ven. —Del zanjó el asunto tomándola
por las axilas y levantándola. Al estar Laurel un escalón más arriba que él, sus
caras quedaron a la misma altura—. No hay estrellitas en tus ojos ni pajarillos
revoloteando alrededor de tu cabeza.
—Muy gracioso.
Del le dedicó su sonrisa característica.
—He oído piar a un par de pajarillos cuando me has dado un manotazo a
traición.
A Laurel se le escapó una sonrisa a pesar de que seguía con el ceño fruncido.
—Si hubiera sabido que eras tú, te habría arreado con más fuerza.
—Ésa es mi chica.
« ¿Así es como me ve?» , pensó Laurel con una ambigua mezcla de rabia y
decepción. Una más de sus chicas.
—Ve a dormir la mona, y deja de andar por ahí como un ladrón.
—¿Adónde vas? —preguntó Del mientras Laurel se alejaba.
—Adonde me da la gana.
Típico de Laurel, pensó Del, y también una de las cosas que más le atraían de
ella. A menos que pensara en cómo se le veía el culo con aquellos pantalones
cortos rojos.
Que no era en lo que estaba pensando. No. Tan solo se aseguraba de que se
aguantaba en pie. Sobre aquellas fenomenales piernas.
Dio media vuelta con decisión y subió la escalera hasta el tercer piso. Fue al
ala de Parker y abrió la puerta del dormitorio que había ocupado durante su
infancia y adolescencia.
No era el mismo cuarto. Ni lo habría esperado ni le habría gustado. Cuando
las cosas no cambian, se estancan y se pudren. Ahora, en las paredes de un verde
suave y difuminado, unos cuadros enmarcados con sencillez sustituían a sus
antiguos posters de deportes. La cama, un precioso mueble antiguo con dosel,
había pertenecido a su abuela. Una cosa era la tradición, y otra muy distinta el
estancamiento, pensó.
Se sacó las monedas y las llaves del bolsillo y las dejó sobre una bandejita del
escritorio. Entonces se vio en el espejo.
Llevaba la camisa rasgada en el hombro, iba despeinado y, si la vista no le
engañaba, en la mejilla lucía la leve marca de los nudillos de Laurel.
Siempre había sido una chica dura, pensó mientras se quitaba los zapatos de
un puntapié. Dura, fuerte y un punto temeraria. La may oría de las mujeres se
habría puesto a chillar. Laurel, no. Laurel había peleado. Si la empujaban,
devolvía el empujón. Con más fuerza. No podía por menos que admirarla.
Le había sorprendido su cuerpo. Podía admitirlo, se dijo mientras se quitaba
la camisa rasgada. No era que su cuerpo le fuera desconocido. En todos esos
años la había abrazado muchas veces. Ahora bien, abrazar a una amiga era muy
distinto de estar encima de una mujer a oscuras.
Muy distinto.
Y algo en lo que mejor no recrearse.
Acabó de desnudarse, dobló el cubrecama (obra de su bisabuela), dio cuerda
al despertador antiguo de la mesilla de noche, puso la alarma y apagó la luz.
Cuando cerró los ojos, la imagen de Laurel tumbada en la escalera le vino a
la cabeza… y se quedó allí. Se dio la vuelta, pensó en las citas que tenía
concertadas a la mañana siguiente… y la vio alejándose con aquellos
pantaloncitos rojos.
—Qué más da…
Un hombre tenía derecho a recrearse en lo que quisiera cuando estaba solo y
a oscuras.
Como era habitual los lunes por la mañana, Laurel y Parker llegaron casi a la vez
al gimnasio particular. Parker quería hacer y oga y Laurel, ejercicios
cardiovasculares. Como las dos se lo tomaban muy en serio, hablaron poco.
Laurel estaba a punto de llegar a los cinco kilómetros y Parker empezaba su
rutina de pilates cuando Mac entró cansinamente y contempló la máquina de
musculación con su acostumbrado desdén.
Divertida ante la reacción de su amiga, Laurel disminuy ó la velocidad para
bajar el ritmo de las pulsaciones. Mac había empezado a ejercitarse diariamente
porque se había propuesto lucir unos brazos y unos hombros espectaculares el día
de su boda. Su vestido tenía un escote palabra de honor.
—Te veo muy bien, Elliot —le dijo mientras tomaba una toalla.
Mac le respondió con una mueca.
Laurel tendió en el suelo una colchoneta para hacer unos estiramientos
mientras Parker le daba unos consejos a Mac sobre la mejor manera de ponerse
en forma. Cuando Laurel tomó las pesas, Parker empujaba a Mac hacia la
bicicleta elíptica.
—No quiero.
—Las mujeres no sólo tenemos que hacer ejercicios de resistencia. Quince
minutos de práctica cardiovascular y quince de estiramientos. Laurel, ¿cómo te
has hecho este moretón?
—¿Qué moretón?
—El del hombro. —Parker se acercó a ella y le pasó un dedo por el moretón
que su camiseta sin mangas y entrada de hombros dejaba a la vista.
—Ah, tropecé y caí debajo de tu hermano.
—¿Cómo?
—Él paseaba por la casa a oscuras y y o bajé a hacerme una infusión, aunque
al final opté por pizza fría y soda. Del tropezó conmigo y me echó al suelo.
—¿Por qué iba paseando a oscuras?
—Eso mismo le pregunté. Cervezas y señora Grady. Ha dormido en uno de
los dormitorios de invitados.
—No sabía que hubiera pasado la noche en casa.
—Todavía no se ha ido —dijo Mac—. Su coche está aparcado delante.
—Iré a ver si se ha levantado. Quince minutos, Mac.
—Bah… ¿cuándo se liberan las endorfinas? —le preguntó Mac a Laurel—.
¿Cómo me enteraré?
—¿Cómo te enteras de que tienes un orgasmo?
—¡No me digas! —exclamó Mac entusiasmada—. ¿Es eso lo que se siente?
—Por desgracia, no, aunque rige la misma norma de « lo sabrás cuando lo
notes» . ¿Te quedas a desay unar?
—Lo estoy pensando. Creo que después del ejercicio, me lo merezco. Puedo
llamar a Carter para que se apunte y convenza a la señora Grady de que nos
prepare unas torrijas.
—Bien pensado. Quiero enseñarte una cosa.
—¿Qué?
—Se me ha ocurrido algo.
Eran más de las siete cuando Laurel, con la ropa de día y el cuaderno de
dibujo en la mano, entró en la cocina de la casa.
Pensaba que Del y a se habría ido, pero se lo encontró allí mismo, apoy ado en
la encimera y sosteniendo una humeante taza de café. Carter Maguire, como
imitando su reflejo en un espejo, se había colocado enfrente.
Aun así, ¡qué distintos eran! Del, todavía con la camisa rasgada y unos
tejanos, proy ectaba una imagen de masculina elegancia, mientras que Carter
desprendía una dulzura que desarmaba a cualquiera. Sin ser edulcorado, pensó, lo
que sería horrible. Más bien era una bondad innata.
A pesar de que Del había resultado bastante torpe caminando a oscuras, era
ágil y atlético, mientras que Carter tendía a ser patoso.
« De todos modos, los dos son una monada» .
Estaba claro que la robusta señora Grady no era inmune a sus encantos.
Atareada en los fogones (las torrijas habían ganado por goleada), tenía la mirada
encendida y las mejillas arreboladas. « Está contenta porque los chicos han
venido a desay unar» , pensó Laurel.
Parker entró desde la terraza y se metió la BlackBerry en el bolsillo. Su
mirada se cruzó con la de Laurel.
—La novia del sábado por la noche. Los nervios típicos, pero todo va como la
seda. Emma y Jack vienen a desay unar, señora Grady.
—Bien, si tengo que cocinar para un ejército, que empiece a sentarse la
tropa. Quita las manos del beicon, chico —le advirtió a Del—. Siéntate a la mesa
como la gente civilizada.
—Sólo quería empezar antes. Ya serviré y o. Eh, Laurel, ¿qué tal va tu cabeza?
—Sigue encima de mis hombros. —Laurel dejó el cuaderno de dibujo en la
mesa y tomó la jarra del zumo.
—Buenos días —dijo Carter sonriéndole—. ¿Qué le ha pasado a tu cabeza?
—Del me la golpeó contra la escalera.
—Después de que ella me pegara y me arrancara la camisa.
—Porque estabas borracho y me tiraste al suelo.
—No estaba borracho, fuiste tú quien se cay ó.
—Porque tú lo dices.
—Sentaos y comportaos —ordenó la señora Grady, que se volvió al ver que
Jack y Emma entraban en la cocina—. ¿Te has lavado las manos? —le preguntó a
Jack.
—Sí, señora.
—Entonces toma esto y ve a sentarte.
Jack sujetó la bandeja de torrijas y las olisqueó agradecido.
—¿Ha preparado algo más para los otros?
La señora Grady soltó una carcajada y le dio un manotazo.
—Eh, hola —saludó Jack a Del.
Eran amigos desde la universidad, y casi como hermanos desde que Jack
había regresado a Greenwich para abrir un estudio de arquitectura. Luciendo un
porte de actor, el pelo rubio oscuro y ondulado, los ojos soñadores y la sonrisa
fácil, se sentó a la mesa rinconera de la cocina.
El hecho de que vistiera traje le indicó a Laurel que esa mañana, en lugar de
una visita de obra, tenía una reunión con un cliente en el estudio.
—Llevas la camisa rota —le señaló Jack a Del mientras le escamoteaba una
loncha de beicon.
—Es culpa de Laurel.
Jack enarcó las cejas varias veces en dirección a la joven.
—Peleona.
—Idiota.
Intercambiaron una sonrisa y en ese momento entró Mac.
—¡Ostras! Ojalá valga la pena. Ven aquí —dijo Mac agarrando a Carter y
tirando de él para darle un sonoro beso—. Me lo merezco.
—¡Qué… sonrosada estás! —murmuró él, e inclinó la cabeza para devolverle
el beso.
—Dejaos de tonterías y sentaos antes de que la comida se enfríe. —La
señora Grady le tiró del brazo mientras se acercaba con la cafetera para llenar
las tazas.
Laurel sabía que el ama de llaves estaba en su elemento. Reunir a la pandilla
le permitía atarearse y dar órdenes. Estaba encantada de acoger a la bulliciosa
prole, porque cuando se hartara, los echaría a todos de la cocina o se retiraría a
sus dependencias para disfrutar de un poco de paz y tranquilidad.
Sin embargo, por el momento, entre aromas a café, beicon y canela, y a
medida que las bandejas se vaciaban y se llenaban los platos, la señora Grady
disfrutaba porque todo iba como ella quería.
Laurel comprendía esa necesidad de nutrir, el deseo, incluso la pasión, de
poner un plato ante alguien y apremiarle a comer. Era un acto que hablaba de
vida y comodidad, de autoridad y satisfacción. Y si se había preparado esa
comida con las propias manos, gracias a la propia habilidad, también era, de una
manera real y tangible, un acto de amor.
Suponía que ella misma había aprendido todo eso en aquella cocina, en los
momentos en que la señora Grady le enseñó a amasar tartas, a preparar pasta de
buñuelos o a probar una barra de pan para comprobar si estaba cocida. No sólo
había aprendido los rudimentos de la repostería, sino que había entendido que,
con amor y orgullo, la masa sube mejor.
—¿Qué tal la cabeza? —le preguntó Del.
—Mejor, pero no gracias a ti. ¿Por qué?
—Porque te noto callada.
—¿Y quién podría meter baza? —repuso ella refiriéndose a las
conversaciones que se entrecruzaban en la mesa.
—¿Puedo hacerte una consulta profesional?
Laurel se detuvo antes de dar un mordisco a una torrija y lo observó con
cautela.
—¿De qué se trata?
—Necesito un pastel.
—Todos necesitamos un pastel, Del.
—Ése debería ser tu lema. Dara va a regresar tras la baja maternal. He
pensado en organizarle una pequeña fiesta de bienvenida en el bufete para
celebrar el feliz nacimiento y todo eso.
Un gesto muy considerado hacia su ay udante, y muy propio de él.
—¿Cuándo?
—Ah… el jueves.
—¿Te refieres a este jueves? —También era muy propio de él, pensó Laurel
—. ¿Qué clase de pastel quieres?
—Uno que sea bueno.
—Todos lo son. Dame una pista. ¿Para cuántas personas sería?
—Unas veinte.
—¿Una o varias capas?
Del la miró con aire suplicante.
—Ay údame, Laurel. Tú conoces a Dara. Decide tú.
—¿Es alérgica a algo?
—No, que y o sepa. —Del le llenó la taza de café justo cuando ella había
decidido hacerlo—. No hace falta que sea espectacular. Un pastel bonito para una
celebración de oficina. Podría ir al supermercado y comprarlo allí, pero… ¿lo
ves? Eso es lo que conseguiría —dijo Del refiriéndose a la mueca de asco que
Laurel esbozaba—. Podría venir a recogerlo el miércoles después del trabajo, si
aceptas el encargo.
—Acepto el encargo porque me cae bien Dara.
—Gracias. —Del le dio unos golpecitos cariñosos en la mano—. Tengo que
irme pitando. Recogeré esa documentación el miércoles —añadió dirigiéndose a
Parker—. Ya me tendrás al corriente cuando te hay as organizado.
Del se levantó y se acercó a la señora Grady.
—Gracias.
Le dio un beso espontáneo y fugaz en la mejilla. Luego la abrazó, con aquel
abrazo que siempre hacía estremecer el corazón de Laurel. La estrechó contra
él, apoy ó la mejilla en su pelo, cerró los ojos y la acunó. Los abrazos de Del eran
abrazos de verdad, pensó Laurel, y lo hacían irresistible.
—Haz el favor de comportarte —ordenó la señora Grady.
—Delo por hecho. Hasta la vista. —Saludó con la mano al resto del grupo y
salió por la puerta trasera.
—Vale más que me vay a y o también, señora Grady —dijo Jack—. Es usted
la diosa de la cocina, la emperatriz de lo epicúreo.
El ama de llaves estalló en carcajadas.
—Ve a trabajar.
—Voy.
—Será mejor que y o también me ponga en marcha. Iré contigo —dijo
Emma.
—De hecho, me gustaría que me dieras tu opinión sobre un tema —dijo
Laurel a Emma antes de que pudiera levantarse.
—Entonces me sirvo otra taza de café. —Emma se atareó con el nudo de la
corbata de Jack y luego le dio un beso en los labios—. Adiós.
—Nos vemos esta noche. Te traeré esos planos revisados, Parker.
—Cuando quieras.
—¿Queréis que me vay a y o también? —preguntó Carter cuando Jack se
marchó.
—Puedes quedarte, e incluso dar tu opinión. —Laurel se levantó deprisa y
corriendo para tomar su cuaderno de notas—. Anoche estuve dándole vueltas y
me parece que di con una idea para vuestro pastel de bodas.
—¿Para mi pastel? Nuestro pastel, quiero decir —rectificó Mac sonriéndole a
Carter—. ¡Quiero verlo, quiero verlo!
—El lema de Glaseados de Votos es dar con una buena presentación —dijo
Laurel con seriedad—. Por eso, a pesar de que la inspiración de este diseño
proviene en principio de la novia…
—¡De mí!
—… también tiene en cuenta lo que la diseñadora del pastel considera las
cualidades de dicha novia que han atraído al novio, y viceversa. Creo que en este
caso hemos conseguido una acertada combinación entre lo tradicional y lo
innovador, tanto en la forma como en el sabor. Hay que añadir el hecho de que
hace más de dos décadas que la diseñadora conoce a la novia, y que ha tomado
un cariño profundo y sincero al novio, factores estos que desempeñan un papel
determinante, pero aceptará de todo corazón cualquier crítica a la idea que va a
presentar.
—¡Menuda bobada! —Parker levantó los ojos al cielo—. Te vas a cabrear
como a Mac no le guste.
—Tienes razón. Si no le gusta, es que es imbécil, y eso significa que hace más
de veinte años que tengo una amiga imbécil.
—Déjame ver tu maldito diseño.
—Podremos cambiar el tamaño del pastel cuando hay as cerrado la lista de
invitados. La idea que te presento es para unos doscientos comensales. —Laurel
pasó las hojas del cuaderno y sostuvo en alto el esbozo.
Ni le hizo falta oír a Mac conteniendo la respiración para saberlo. Sólo tenía
que mirar la felicidad pintada en su rostro.
—Los colores se ajustan mucho al resultado final. Te habrás fijado en que es
una combinación de varios pasteles y rellenos. El pastel de crema italiana que te
gusta, el de chocolate con frambuesa que le gusta a Carter y el amarillo también,
quizá con crema pastelera… Así podremos convertir en realidad tu sueño de
disfrutar de varios pasteles distintos.
—Si a Mac no le gusta, me quedo y o con él —anunció Emma.
—A ti no te va. El pastel es de Mac, si lo quiere. Podemos cambiar las flores
—puntualizó Laurel— por las que escojáis Emma y tú para el ramo y los
centros, pero y o optaría por esta paleta de colores. Tú no eres de glaseados
blancos, Mac. A ti te va el color.
—Por favor, procura que te guste —le murmuró Mac a Carter.
—¿Cómo quieres que no me guste? Es asombroso. —Carter se quedó mirando
a Laurel y le dedicó una sonrisa franca y dulce—. Además, me ha parecido oír
que será también de chocolate con frambuesa. Si hay que votar, me decanto por
éste.
—Yo también —intervino Emma.
—Estoy pensando que será mejor que escondas el dibujo —le indicó Parker a
Laurel—. Si nuestras clientas lo ven, las novias van a pelearse por conseguir ese
pastel. Lo has clavado a la primera, Laurel.
Mac se levantó y se acercó a Laurel para quitarle el cuaderno y estudiar el
esbozo de cerca.
—La forma, las texturas, por no hablar de los colores… ¡Oh, oh, las
fotografías que van a salir de ahí! Tú y a habías pensado en eso, claro —añadió
mirando fijamente a Laurel.
—Cuesta pensar en ti y olvidar que eres fotógrafa.
—Me encanta tu pastel, y lo sabes. Sabías que me enamoraría. Qué bien me
conoces. —Mac abrazó a Laurel y empezó a bailotear—. Gracias, gracias,
gracias…
—Déjame eso. —La señora Grady tomó el cuaderno de dibujo de las manos
de Mac y analizó el esbozo con los ojos entornados y los labios fruncidos.
Al final asintió y miró a Laurel.
—Bien hecho, niña. Ahora, todo el mundo fuera de mi cocina.
3
El miércoles, Laurel hizo malabares para repartirse entre sus horneados, las
degustaciones, las reuniones y las sesiones de diseño. El frigorífico y el
congelador estaban hasta los topes de rellenos, glaseados y coberturas
debidamente etiquetados para confeccionar los pasteles y los postres de los actos
del fin de semana siguiente. Y todavía le quedaban cosas por hacer.
Había encendido el televisor de la cocina para disfrutar, de fondo, de los
chispeantes diálogos de Historias de Filadelfia mientras añadía, una a una, y emas
de huevo a una mezcla de mantequilla y azúcar en un cuenco. En el tablón de la
pared había pinchado los esbozos y las fotos de los diseños de la semana, y
también una lista de las tareas pendientes.
Cada vez que terminaba de incorporar una y ema, añadía una mezcla de
harina y levadura tamizada tres veces que iba alternando con una medida de
leche.
Estaba batiendo claras de huevo con una pizca de sal en un cuenco aparte
cuando entró Mac.
—Estoy trabajando.
—Lo siento. Necesito unas galletas. Por favor, por favor, ¿puedes darme?
—¿No le quedan a la señora Grady ?
—No son para comer. Quiero decir que no me las comeré. Las necesito para
una sesión que tengo dentro de un par de horas. Se me ha ocurrido una idea y he
pensado que las galletas funcionarían muy bien. Emma me ha dejado unas
flores.
Laurel arqueó las cejas al ver la sonrisa suplicante que le dirigía Mac y
añadió una cuarta parte de las claras montadas a la masa.
—¿Qué clase de galletas quieres?
—No lo sabré hasta que las vea. Siempre tienes galletas hechas.
Resignada, Laurel le hizo una seña con la cabeza.
—En el frigorífico. Anota lo que te llevas en el tablón de las existencias.
—¿Otro tablón? ¿Tienes un tablón para anotar las galletas?
Laurel incorporó las últimas claras a la masa.
—Nuestro mundo tiene ahora dos hombres. Con fama de come-galletas.
Mac ladeó la cabeza e hizo un puchero.
—¿Le das galletas a Carter?
—Le habría dado mi amor y mi devoción si no hubieras llegado tú primero,
colega. Por eso le doy galletas. Viene por aquí casi a diario desde que terminaron
las clases y se puso a trabajar en su libro.
—Ya veo que no sólo trabaja en su libro, sino que se dedica a comer galletas
que luego no comparte conmigo en casa. Ah, estas de trocitos de chocolate… —
anunció Mac metiendo la cabeza hasta el fondo del refrigerador—. Grandes
como un puño, tradicionales, el modelo perfecto para fotografiar. Me llevo media
docena, bueno… siete, porque me voy a comer una ahora mismo.
Mac tomó una cajita de cartón mientras Laurel vertía la masa en unos
moldes que y a había dispuesto previamente.
—¿Quieres una? —Al ver que Laurel sacudía la cabeza, Mac se encogió de
hombros—. Nunca he entendido cómo puedes resistirte. La sesión de hoy es la de
tu degustación.
—Muy bien. Tengo a los clientes en mi lista.
—Me encanta esta película. —Mac mordió una galleta y apartó la vista del
televisor para fijarse en la tarea de su amiga—. ¿Y este diseño? No lo tengo
catalogado.
Laurel golpeó los moldes contra la encimera para evitar que se formaran
burbujas en la masa.
—No aparece en el catálogo. —Colocó los moldes en el horno y accionó el
minutero—. Es para la ay udante de Del. Ha terminado su baja de maternidad y
van a obsequiarle con un pastel y unos cafés.
—Qué detalle…
—El pastel lo he hecho y o.
—También es un detalle, señorita Refunfuñona.
Laurel iba a gruñirle pero se contuvo.
—¡Mierda! Es verdad que soy una refunfuñona. A lo mejor es por culpa de
mi moratoria de sexo. Tiene su lado bueno, pero también el malo.
—Puede que te convenga un amigo con derecho a roce. —Mac le hizo un
gesto de advertencia señalándola con lo que quedaba de su galleta—. Alguien que
te dé una alegría cada quince días.
—Es una idea —contestó Laurel forzando una sonrisa alegre y franca—. ¿Me
prestas a Carter?
—No. Ni siquiera para que le des galletas.
—Egoísta, más que egoísta. —Laurel se puso a limpiar la zona de hornear.
Consultó la lista y comprobó que le tocaba cristalizar unas flores para el pastel del
viernes.
—Tendríamos que ir de compras —decidió Mac—. Salgamos todas a
comprar zapatos.
Laurel consideró la proposición.
—Sí, los zapatos son un sustituto viable del sexo. Programemos una salida, y
que sea pronto. Ah, ahí viene la mujer capaz de programar cualquier cosa —dijo
al ver que Parker entraba decidida en su cocina—. De todos modos, tiene cara de
trabajo.
—Perfecto, veo que Mac está contigo. Voy a preparar un té.
Laurel y Mac intercambiaron una mirada.
—Ay … —musitó Mac.
—De « ay » , nada. O no mucho —matizó Parker.
—No tengo tiempo para ese no mucho. Tengo que cristalizar millones de
rosas de pitiminí y de pensamientos.
—Empieza entonces mientras preparo un té.
Era inútil protestar, pensó Laurel sacando las rejillas de acero, los moldes de
hornear y los cuencos, y reuniendo los ingredientes necesarios.
—¿Mia Stowe, la novia de enero? —comenzó Parker.
—La de la gran boda griega —comentó Mac—. La MDNA es griega, y los
abuelos viven en ese país. Quieren que les preparemos una ceremonia griega
tradicional que sea muy sonada, sin escatimar en detalles.
—Eso es, exacto. Parece ser que los abuelos, siguiendo un impulso, han
decidido que vienen a visitarnos. La abuela quiere controlar los preparativos de la
boda. Todavía no le ha perdonado al y erno que se llevara a su hija a Estados
Unidos, y no confía en que nosotras o quienquiera que sea, sepa organizar la
clase de boda que ella quiere.
—La abuela quiere… —repitió Laurel sacando las flores comestibles que
Emma le había traído de la cámara frigorífica.
—De nuevo, exacto. La MDNA está aterrada. La novia, desorientada. La
abuela exige una fiesta de compromiso. Y sí, llevan prometidos unos seis meses,
pero eso no es ningún inconveniente para la abuela.
—Que celebren la fiesta entonces —dijo Laurel encogiéndose de hombros y
empezando a arrancar los tallos de las flores.
—Es que quiere celebrarla aquí para darnos su aprobación, controlar el
espacio, nuestros servicios y lo que haga falta. También quiere que sea la semana
que viene.
—¿La semana que viene? —espetaron Mac y Laurel al unísono.
—Lo tenemos todo reservado —señaló Laurel—. Vamos a tope.
—El martes por la noche, no. Sí, lo sé… —Parker alzó las manos en son de
paz—. Creedme, lo sé. Acabo de pasar más de una hora al teléfono hablando con
una MDNA que está histérica y una novia que se siente atrapada entre dos
fuegos. Sé que podemos hacerlo. He hablado con la empresa de catering y he
conseguido una orquesta. Emma me ha dicho que se encargará de las flores.
Quieren unos retratos formales de la familia y algunos espontáneos, pero hay
que centrarse en los formales —le dijo a Mac—. Prefieren repostería tradicional
griega, y quieren que el pastel sea como para una boda.
—¿Como para una boda?
Parker se limitó a alzar las manos al cielo ante el tono incisivo de Laurel.
—La novia se niega en rotundo a reproducir el diseño que ha elegido.
Además, esta fiesta será más pequeña. Unas setenta y cinco personas, aunque y o
lo planearía para cien. Me ha dicho que deja a tu elección el diseño y el sabor.
—Es todo un detalle por su parte.
—Está atada de pies y manos, Laurel. Me da pena. Yo me encargaré del
resto, pero os necesito a los dos a bordo. —Dejó su taza de té en la encimera y
Laurel mojó una flor en una mezcla de claras montadas y agua—. Le he dicho
que la llamaría después de hablar con mis socias.
Laurel sacudió el sobrante de las claras, secó los pétalos con un papel y
espolvoreó la flor con azúcar glas.
—Has dicho que y a habías reservado la orquesta.
—Puedo anularlo. Somos un equipo.
Laurel colocó la primera flor sobre una rejilla de acero.
—Creo que prepararé un surtido de baklavas. —Miró a Mac—. ¿Estás en
esto?
—Sí, y a nos las arreglaremos. Las madres locas son mi especialidad; una
abuela loca no debe de ser tan diferente, ¿no? Anotaré la fiesta en mi agenda y
hablaré con Emma de las flores. Mándame el diseño del pastel cuando lo tengas.
—Gracias, Mac.
—Es nuestro trabajo —le respondió a Parker—. Ahora toca una sesión de
fotos —añadió antes de escabullirse de la cocina.
Parker tomó su taza de té.
—Buscaré a alguien para que te ay ude. Sé que no te gusta la idea, pero lo
digo por si lo necesitas.
Laurel remojó otra flor.
—Puedo arreglármelas. En el congelador hay bases y rellenos preparados
para un caso de emergencia. Creo que lograré elaborar un pastel que deje a la
abuela griega con la boca abierta… y se la cierre para siempre. Puede que elija
el Vals de las Prímulas.
—Oh, ese me encanta, pero da mucho trabajo, si no recuerdo mal.
—Vale la pena. Tengo el fondant y puedo preparar unas prímulas con
antelación. Mia tiene un par de hermanas menores, ¿verdad?
—Dos hermanas y un hermano. —Una sonrisa iluminó el rostro de Parker—.
Sí, somos conscientes de estar plantando una semilla para el futuro. Haz una lista;
y o me encargo de las compras.
—Trato hecho. Ve a llamar a la MDNA para que te obsequie con unas
lágrimas de agradecimiento.
—Lo haré. Oy e, ¿te apetece una noche de pijama y peli?
—Es la mejor oferta que me han hecho hoy. Nos vemos luego.
Laurel siguió rebozando flores. Pensó que las únicas citas que tenía
últimamente eran con su gran amiga Parker.
Después de hornear las bases, envolverlas y colocarlas en el refrigerador
para que la masa se aposentara, y tras poner a secar las flores cristalizadas en la
rejilla de acero, Laurel se preparó para la degustación. En la antesala de la
cocina dispuso los álbumes de sus diseños junto con las flores que Emma le había
dado. Dobló en forma de abanico unas servilletas de aperitivo con el logo de
Votos y colocó a la vista los cuchillos, las cucharas, las tazas de té, las copas de
vino y las de champán.
Regresó a la cocina y cortó en finos rectángulos varias porciones de distintos
pasteles que dispuso sobre una fuente de cristal. En unos platitos también de
cristal sirvió unas cucharadas de una variedad de glaseados y rellenos.
A continuación fue al baño para retocarse el maquillaje y el peinado, se puso
una americana corta y se cambió los zuecos de la cocina por unos zapatos de
tacón alto.
Cuando los clientes llamaron al timbre, y a estaba lista para recibirlos.
—Steph, Chuck, me alegro de volver a veros. ¿Qué tal la sesión de fotos? —
Con un ademán, los invitó a entrar.
—Muy divertida. —Stephanie, una morena muy risueña, iba del brazo de su
prometido—. ¿Verdad que ha sido divertido?
—Sí, cuando he conseguido que se me pasaran los nervios.
—Odia que le hagan fotos.
—Me siento extraño y ridículo. —Chuck, un hombre tímido de cabellos rubios
como la arena, sonrió con modestia.
—Mac me ha hecho ponerle una galleta entre los labios porque le dije que el
día de nuestra primera cita comimos galletas. Teníamos ocho años.
—Yo no sabía que iba a una cita.
—Yo sí. Dieciocho años después, y a eres mío.
—Bueno, espero que os hay áis quedado con apetito para el pastel. ¿Os
apetece champán o preferís vino?
—Me encantaría tomar champán. Dios, adoro este lugar —dijo Steph
hablando con entusiasmo—. Lo adoro absolutamente todo. ¿Ésta es tu cocina?
¿Aquí es donde preparas los pasteles?
A Laurel le gustaba que los clientes entraran en su cocina para hacerse una
idea… y para que la vieran relucir como los chorros del oro.
—Aquí mismo. Empezó siendo una cocina secundaria que usaban los del
catering, pero ahora es toda mía.
—Es realmente bonita. A mí me gusta cocinar, y se me da bastante bien. La
repostería, en cambio… —Steph hizo aspavientos.
—Requiere práctica, y paciencia.
—¿Qué es esto? ¡Qué preciosidad!
—Flores cristalizadas. Acabo de prepararlas. Tienen que reposar varias horas
a temperatura ambiente. —Ojalá que no las toquen, pensó Laurel.
—¿Se pueden comer?
—Claro que sí. Es mejor no emplear flores ni decoraciones en los pasteles a
menos que sean comestibles.
—Quizá podríamos elegir algo así, Chuck. Con flores de verdad.
—Hay muchos diseños que van con flores, y puedo haceros uno a medida.
¿Por qué no entráis y os ponéis cómodos? Iré a buscar el champán y así
podremos empezar.
Qué fácil resultaba con clientes tan predispuestos como aquéllos, pensó
Laurel. Les gustaba todo, y estaban encantados de quererse. Su trabajo más duro,
comprendió tras los primeros diez minutos, sería averiguar qué les hacía más
felices.
—Lo encuentro todo buenísimo. —Steph se sirvió un poco de mousse de
chocolate blanco aromatizado con vainilla en rama—. ¿Cómo se deciden los
clientes?
—Lo mejor es que es imposible equivocarse. A ti te gusta el especiado con
moca —le dijo Laurel a Chuck.
—¿Cómo no va a gustarme?
—Es una combinación muy acertada para el pastel del novio, y va de perlas
con el ganache de chocolate. Es muy varonil —sentenció Laurel guiñándole el
ojo—. Éste diseño, además, representa un corazón grabado en el tronco de un
árbol, y los nombres y la fecha van inscritos con la manga pastelera.
—Oh, me encanta. ¿No te encanta a ti? —le preguntó Steph a su prometido.
—No está mal. —Chuck ladeó la foto para verla mejor—. No sabía que y o
también podía elegir un pastel.
—Es optativo. Piensa que elijas lo que elijas, acertarás.
—Encarguemos un pastel para ti, Chuck. Si él elige un diseño varonil, y o
podré pasarme de femenina con el pastel de boda.
—Trato hecho. Éste es el de ganache, ¿verdad? —preguntó Chuck tomando un
trozo sin dejar de sonreír—. Ah, sí. Me lo quedo.
—¡Vale! ¡Qué divertido es esto también! Nos habían dicho que planear una
boda era un quebradero de cabeza, que nos pelearíamos y nos enfadaríamos. En
cambio, lo estamos pasando muy bien.
—Dejad que nos ocupemos nosotras de los quebraderos de cabeza, las peleas
y los nervios.
Steph alzó las manos riendo.
—Dime tu opinión. Con Chuck, la has clavado.
—Muy bien. Celebráis la boda el día de San Valentín. ¿Por qué no explotamos
la veta romántica? Veamos, como os ha gustado la idea de las flores cristalizadas,
os enseñaré un diseño con pasta de azúcar. En mi opinión, es romántico y
divertido y muy, muy femenino.
Laurel localizó la foto en el álbum y le dio la vuelta para que la vieran.
Steph se llevó las manos a la boca.
—¡Oh, es fantástico…!
Definitivamente, pensó Laurel, lo era.
—Son cinco pisos que van disminuy endo de tamaño, separados con unas
columnitas en medio para darle un aire más ligero —explicó—. Las columnitas
van recubiertas de pétalos de pasta de azúcar, y cada piso va sembrado con
pétalos y flores. Éstas son hortensias, pero puedo hacer cualquier clase de flor:
pétalos de rosa, flores de cerezo… lo que queráis. En todos los colores. En este
pastel he usado glaseado real, pero en general lo uso en cada piso y doy forma a
la corona con la manga pastelera. Aunque insisto en que puedo personalizar el
pastel. Con el fondant le doy un aspecto más estilizado y puedo hacer cintas o
perlas, en blanco o del mismo color que las flores.
—Mis colores son éstos: el azul y el rosa lavanda. Lo sabías. Lo sabías y por
eso me has enseñado el pastel perfecto. —Steph dejó escapar un suspiro de
admiración—. Es precioso.
—Lo es —coincidió Chuck—. Pero ¿sabes una cosa más? Es verdaderamente
encantador, como Steph.
—Oh, Chuck…
—Estoy de acuerdo. Si optáis por este estilo, podríais elegir distintos sabores y
jugar con los rellenos.
—No es que sea mi estilo, es que el pastel me encanta. Es mi pastel.
¿Podemos ponerle unas figuritas? Me refiero a los novios.
—Claro que sí.
—Perfecto, porque quiero que tú y y o salgamos en la tarta. ¿Puedo tomar
otra copa de champán?
—Por supuesto —dijo Laurel levantándose para servirla.
—¿No puedes acompañarnos? ¿No te dejan?
Laurel se volvió y sonrió.
—Soy la jefa, y ahora mismo me encantaría tomar una copa.
El champán y los clientes la dejaron de un humor excelente. Y como había
terminado la jornada, decidió servirse una segunda copa y prepararse una
bandeja de fruta y queso para acompañar el champán. Relajada, se sentó frente
a la encimera para comer mientras preparaba la lista de compras para Parker.
Repostería griega significaba mantequilla, mantequilla, mantequilla y frutos
secos. Tendría que preparar láminas de pasta filo, una tarea de chinos… pero así
era el trabajo. Y miel, almendras, pistachos, nueces y harina de fuerza.
Puesta a organizar, pensó en los artículos de primera necesidad y en el
próximo encargo de su proveedor.
—Éste es el trabajo que me gustaría.
Laurel levantó la cabeza y vio a Del en el umbral. En plan abogado, pensó
ella, con traje a medida gris, de ray a diplomática, una corbata elegante con un
nudo Windsor perfecto y un severo maletín de cuero.
—Si quieres pasar diez horas de pie, te lo regalo.
—Vale la pena. ¿Está recién hecho el café?
—Más o menos.
Del se sirvió una taza.
—Parker me ha dicho que pienses si la prefieres sexy, lacrimógena o
tontorrona. Si eso tiene algún significado para ti, me alegro.
La película de aquella noche, pensó Laurel.
—Vale. ¿Vienes a recoger el pastel?
—No hay prisa. —Del se acercó y con el cuchillo de Laurel untó camembert
en un cracker—. Bien. ¿Qué hay para cenar?
—Lo que estás comiendo.
Una mirada de desaprobación cruzó su semblante.
—Tendrías que prepararte algo mejor, sobre todo después de una jornada de
diez horas.
—Sí, papá.
Impasible ante el sarcasmo, Del picó un trozo de manzana.
—Habría podido traerte algo de cenar, porque tu jornada ha sido tan larga por
mi causa.
—No hay para tanto. Si me hubiera apetecido otra cosa, la habría preparado
o habría ido a tirar de las faldas de la señora Grady.
Tan solo una más de sus chicas, pensó Laurel al borde de la frustración.
—Curiosamente las mujeres adultas sabemos sobrevivir sin que tengas que
echarnos el sermón sobre nuestras elecciones nutricionales.
—El champán debería de haberte mejorado el humor. —Del ladeó la cabeza
para repasar las listas—. ¿Por qué no escribes eso en el ordenador?
—Porque lo escribo a mano, porque aquí abajo no tengo impresora y porque
no me apetece. ¿A ti qué te importa?
Sintiendo que empezaba la diversión, Del se apoy ó en la encimera y se cruzó
de brazos.
—Te conviene echar una siesta.
—A ti te conviene tener un perro.
—¿Un perro?
—Sí, para tener a alguien de quien preocuparte, a quien echarle un sermón y
dar órdenes.
—Me gustan los perros, pero para eso y a te tengo a ti. —Del se detuvo y soltó
una carcajada—. Ha sonado fatal. Además, lo de echar un sermón lo hacen las
abuelas, o sea que busca otra palabra. Preocuparme por ti forma parte de mi
trabajo, no sólo como abogado y socio sin voz de la empresa, sino porque eres
una de mis chicas. En cuanto a lo de darte órdenes, sólo lo hago la mitad de las
veces, aunque quinientos tantos resulta un buen promedio en el béisbol.
—Eres un jodido cabrón, Delaney.
—Puede —respondió él probando un trozo de Gouda—. Tú eres una lunática,
Laurel, y no te lo echo en cara.
—¿Sabes cuál es tu problema?
—No.
—Exacto. —Lo amonestó con un dedo y saltó del taburete—. Iré a buscar tu
pastel.
—¿Por qué la has tomado conmigo? —preguntó él siguiéndola a la cámara
frigorífica.
—No la he tomado contigo. Estoy enfadada. —Laurel tomó el pastel que y a
había empaquetado en una caja de cartón. Le entraron ganas de volverse y
encajarle el paquete entre las manos, pero ni siquiera enfadada era descuidada
en su trabajo.
—Vale, dime por qué estás enfadada.
—Porque siempre estás en medio.
Del alzó las manos en son de paz y se apartó a un lado. Laurel salió de la
cámara y dejó el pastel sobre la encimera. Abrió la tapa y le hizo señas para que
se acercara.
Con pies de plomo, porque la situación empezaba a molestarle, Del se acercó,
miró en su interior y se le escapó una sonrisa.
Las dos capas circulares, o pisos, se corrigió a sí mismo, eran de un blanco
reluciente y llevaban unos dibujos de colores que simbolizaban la vida de Dara:
maletines, caminadores, libros de Derecho, sonajeros, balancines y ordenadores
portátiles. En medio había una graciosa caricatura de la madre sosteniendo un
maletín en una mano y un biberón en la otra.
—Es fantástico. Perfecto. Le encantará.
—El primer piso es amarillo y va relleno de crema de mantequilla. El
segundo es de chocolate negro y merengue suizo. Asegúrate de llevarlo derecho.
—Vale. Realmente te lo agradezco.
Fue a sacar la cartera y Laurel siseó furiosa:
—De ninguna manera permito que pagues este pastel. ¿Qué demonios te
pasa?
—Sólo quería… ¿Qué demonios te pasa a ti?
—¿Que qué demonios me pasa a mí? Te diré lo que demonios me pasa. —De
un empellón en el pecho le hizo retroceder un paso—. Me pones de los nervios
porque eres un mandón y un creído y vas perdonando la vida a los demás.
—Buf… ¿Me dices eso porque quiero pagar el pastel que te encargué?
Estamos hablando de tu empresa, por Dios. Tú haces pasteles y la gente paga por
llevárselos.
—Primero me echas un sermón, y sí, la expresión es « echar un sermón» ,
porque ceno de cualquier manera, y después sacas la cartera como si y o fuera la
asistenta.
—Eso no es lo que… Maldita sea, Laurel.
—Nadie puede hacerte sombra, ¿verdad? —exclamó ella alzando las manos
con un gesto de desesperación—. Gran hermano, consultor legal, socio de la
empresa y gallina clueca. ¿Tienes que ser todo eso? ¿No te basta sólo con una de
esas facetas?
—No, porque encajo en más de una. —Del no gritaba como ella, pero por el
tono de voz se notaba que empezaba a perder la paciencia—. Aunque no soy una
gallina clueca.
—Entonces deja de manipular la vida de los demás.
—Hasta ahora nadie se ha quejado, y ay udarte forma parte de mi trabajo.
—En el campo legal y empresarial, pero no en el personal. Deja que te diga
una cosa, e intenta meterte esto en la cabezota de una vez por todas. No soy tu
mascota, no soy tu responsabilidad, ni tu hermana, ni tu chica. Soy una mujer
adulta, libre de hacer lo que quiera y cuando quiera. No tengo que pedirte
permiso ni buscar tu aprobación.
—Me estás tomando por el cabeza de turco —le espetó Del—. No sé qué
mosca te ha picado. Si te apetece, me lo dices, pero no me escupas el veneno.
—¿Quieres saber qué mosca me ha picado?
—Sí.
—Ahora verás.
Quizá fue el champán. Quizá fue un ataque de locura. O puede que fuera la
mirada atónita y molesta de Del, pero Laurel dio rienda suelta al impulso que
burbujeaba en su interior desde hacía años.
Lo agarró por el nudo perfecto de su elegante corbata, tiró de él llevándose al
paso un mechón de su pelo y lo acercó a su rostro. Y lo besó presionándole los
labios, con un beso tórrido, apasionado y furioso que le disparó el corazón cuando
su mente le susurró: « Lo sabía» .
Le hizo perder el equilibrio, aposta, hasta que Del terminó asiéndola con
fuerza por la cadera durante un instante glorioso.
Laurel se abandonó. Quería saborear a ese hombre, absorberlo. Sabores y
texturas, fuego y pasión al alcance de la mano. Se sació de él, como quería, y
luego lo apartó de un empujón.
—Ya está. —Se echó hacia atrás el cabello con la mirada de él clavada en sus
ojos—. El cielo no se ha desplomado, el mundo sigue girando, no nos ha partido
un ray o ni hemos bajado a los infiernos. No soy tu maldita hermana, Delaney.
Con esto queda claro.
Salió de la cocina con paso decidido y sin volver la vista atrás.
Excitado y sin poder salir de su asombro, Del, todavía enojado, se quedó
clavado en el sitio.
—¿Qué demonios ha sido eso? ¿Qué diablos…?
Hizo ademán de salir tras ella pero se detuvo. Eso no terminaría bien, o
terminaría de una manera que… Mejor no pensarlo. Primero tenía que
recuperar sus facultades mentales.
Frunció el ceño al ver una copa de champán por la mitad. Se preguntó
cuántas más se habría tomado antes de llegar él. Luego, como sentía la garganta
más seca de lo normal, levantó la copa y se bebió hasta la última gota.
Debería irse a casa, directamente, y olvidarlo todo. Achacaría el incidente
a… lo que fuera. Ya inventaría algo cuando recuperara el sentido.
Había ido a ver a Laurel para recoger su pastel, nada más, pensó tapando la
caja con cuidado. A ella le había dado por pelearse y luego lo había besado para
darle una lección. Así estaban las cosas.
Él se iría a casa y dejaría que Laurel reflexionara sobre lo que había
sucedido.
Tomó el pastel. Sí, se iría a casa y se daría una buena ducha de agua fría.
4
Laurel intentó no darle muchas vueltas al asunto. La apretadísima agenda de
bodas de ese verano le ay udaba a no pensar en lo que había hecho, al menos
durante cuatro minutos de cada cinco. Claro que su trabajo era tan solitario que
tenía todo el tiempo del mundo para reflexionar y preguntarse por qué había
cometido aquella increíble estupidez.
Del se lo había merecido, sin duda. Se veía venir desde hacía tiempo. Pero si
lo analizaba con detalle, ¿a quién si no a sí misma castigaba con aquel beso?
Porque y a no se trataba de teorías ni conjeturas. Ahora sabía cómo era,
cómo se sentía ella si se abandonaba, aunque fuera un minuto, en los brazos de
Del. Nunca más podría convencerse de que besarlo en la vida real no estaría a la
altura de sus sueños.
Se lo había buscado, y ahora tenía su merecido.
Si Del no le hubiera hecho perder los papeles, pensó mientras corría de un
lado para otro con los preparativos durante el breve intervalo entre las dos bodas
de aquel sábado. Si Del no hubiera sido tan estúpidamente Del, con sus « ¿Y por
qué no lo haces así?» , « ¿Y por qué no comes como es debido?» , y luego hubiera
echado mano de su cartera grande y abultada como si…
¡Qué injusta había sido! Había provocado a Del y le había clavado el aguijón.
Había demostrado que andaba buscando pelea.
Laurel colocó la última pieza en el piso superior de un pastel precioso, blanco
y dorado, al que había puesto el nombre de Sueños de Oro. Era una de sus
creaciones más extravagantes debido a la textura de seda de la capa exterior y a
las escarapelas que llevaba en los lados.
Mientras decoraba la base con ellas y esparcía otras más sobre un reluciente
mantel dorado, pensó que la tarta no encajaba con ella. Quizá porque no era
fantasiosa y tampoco demasiado extravagante.
Era pragmática, decidió. Una mujer inmersa en la realidad. Ni una
romántica como Emma, ni un alma libre como Mac u optimista como Parker.
En el fondo, su trabajo consistía en poner en práctica varias fórmulas. Podía
experimentar cambiando las cantidades y los ingredientes, pero al final había que
aceptar que determinados elementos no combinaban entre sí. Cuando se insistía
en mezclar lo que era incompatible, sólo se conseguía una bazofia incomible, y
sólo cabía reconocerlo y pasar a otra cosa.
—Fabuloso. —Echando un vistazo aprobatorio al pastel, Emma se deshizo del
cesto que llevaba en el brazo—. Traigo las velas y las flores para las mesas. —
Consultó su reloj de pulsera y dejó escapar un suspiro—. Seguimos el horario
previsto. Todas las salas están decoradas, y los exteriores también. Mac está a
punto de terminar la sesión de fotos previa a la ceremonia.
Laurel se volvió para contemplar el salón de baile y se sorprendió del cambio
que había sufrido mientras ella había estado divagando. Más flores, más velas
listas para ser encendidas y mesas por todas partes vestidas con el oro
deslumbrante y el azul veraniego que la novia había elegido.
—¿Y el salón principal?
—Los del catering todavía no han terminado, pero mi equipo sí. —Emma
arregló las candelas, las velitas bajas y las inflorescencias con sus hábiles manos
de florista—. Jack está entreteniendo a los acompañantes del novio. Me gusta que
arrime el hombro.
—Sí. ¿No lo encuentras raro?
—¿El qué?
—Lo de Jack y tú. ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que es muy raro? Os
conocéis desde hace años, habéis sido amigos, y de repente dais un giro de ciento
ochenta grados…
Emma retrocedió y volvió sobre sus pasos para retocar unos milímetros la
posición de una rosa.
—A veces aún me sorprende, pero me asusta más pensar lo que habría
ocurrido si hubiéramos seguido igual y no hubiésemos dado ese giro. —Emma se
retocó una horquilla intentando controlar su mata de rizos—. A ti no te resulta
extraño, ¿verdad?
—No. Incluso me pregunto si no es extraño que no me parezca raro. —Laurel
hizo una pausa y sacudió la cabeza—. No me hagas caso. Tengo la cabeza en otra
parte. —Aliviada, oy ó la voz de Parker en su auricular—. Faltan dos minutos. Si
puedes seguir tú sola, bajaré para ay udar con el cortejo nupcial.
—Me las arreglaré. Cuando acabe, iré a echaros una mano.
Laurel salió tras quitarse el delantal y soltarse el pelo. Se apresuró y llegó al
punto de encuentro con treinta segundos de adelanto. Volvió a pensar que esa
ceremonia no era de su agrado, pero tenía que admitir que la novia sabía lo que
se hacía. Media docena de damas formaban una hilera siguiendo las órdenes de
Parker. Deslumbraban con sus faldas doradas de campana y los vistosos ramos
que Emma había creado con unas dalias azules y unas rosas blancas para
compensar el efecto. La novia, que parecía una princesa vestida de una lustrosa
seda con unas perlas nacaradas y una cola tradicional de fulgurantes lentejuelas,
aparecía radiante junto a su padre, muy apuesto vestido de esmoquin y con un
corbatín blanco.
—La MDNA está en posición —murmuró Parker a Laurel—. La MDNA
entra con su acompañante. ¡Señoras, acuérdense de sonreír! Caroline, estás
espectacular.
—Me siento espectacular. Bien, ha llegado el momento, papá.
—No me pongas nervioso —dijo él tomando la mano de su hija y
llevándosela a los labios.
Parker dio la orden de cambiar de música y sonó la orquesta de cuerda que la
novia había elegido para dar la entrada.
—Número uno, adelante. ¡La cabeza bien alta! ¡Sonreíd! Estáis preciosas.
Ahora… número dos. Arriba esa cabeza, señoras.
Laurel alisó faldas, fijó tocados y se quedó junto a Parker para ver desfilar a
la novia por el pasillo sembrado de flores.
—La palabra que me viene a la mente es « espectacular» —decidió Laurel
—. Pensaba que nos pasaríamos de la ray a y caeríamos en lo grotesco, pero
hemos conseguido no traspasar los límites de la elegancia.
—Sí, aunque te aseguro que me alegraré si no vuelvo a ver los colores
amarillo oro y oro viejo durante un mes. Quedan veinte minutos para trasladar a
los invitados al salón principal.
—Me tomo diez y voy a dar una vuelta. Necesito hacer una pausa.
Parker se volvió de inmediato.
—¿Estás bien?
—Sí, sólo quiero descansar un rato.
Un tiempo para despejar la cabeza, pensó Laurel poniéndose a pasear. Un
tiempo apartada de la gente. El servicio de sala comía en la cocina antes de
empezar el turno, por eso dio un rodeo y salió por las terrazas laterales al jardín,
donde podría disfrutar del silencio y de la abundancia de flores estivales.
Para acentuar aquella exuberancia, Emma había dispuesto unas urnas y
diversas macetas con lobelias de color azul en cascada e impatiens rosadas que
se balanceaban delicadas al viento. La hermosa y antigua mansión victoriana se
había engalanado para la boda con las dalias azules que tanto gustaban a la novia
y unas rosas blancas arracimadas en el pórtico con guirnaldas de tul y encaje
para contribuir al romanticismo del escenario.
Sin esos adornos la casa también tenía un aire romántico, al entender de
Laurel. El discreto azul pastel entreverado de colores crudo y oro pálido, las
líneas del tejado y los hermosos trazos que recordaban a una casita de cuento
aportaban su toque romántico, de ilusión y rancio abolengo. Siempre había sido
su segunda casa, desde que tuvo uso de razón. Ahora era su hogar, y esa preciosa
mansión se encontraba tan solo a unos metros de la casita de la piscina y de la
casa de invitados donde vivían y trabajaban sus amigas.
No podía imaginar que las cosas fueran tan diferentes, aun cuando ahora
también contaban con Carter y con Jack, y las obras del nuevo anexo al estudio
de Mac, que convertiría su espacio particular en una vivienda para una pareja,
estaban a punto de terminar.
No, no lograba imaginar su vida sin esa finca, sin la casa, la empresa que
había levantado con sus amigas y … la comunidad que habían terminado
constituy endo entre ellas.
Laurel necesitaba reflexionar sobre eso, tenía que admitirlo, para entender
por qué había organizado su vida de esa manera.
Debía su triunfo al esfuerzo de su trabajo, sin duda alguna, y al esfuerzo que
sus amigas dedicaban a su propio trabajo. Se lo debía asimismo a la visión de
Parker, al talón que la señora Grady le había entregado hacía muchos años y a la
confianza que había depositado en ella, tan preciada como el dinero. Todo eso le
había abierto muchas puertas.
Sin embargo, no todo terminaba ahí.
La casa, la finca y lo que contenía esta habían pasado a pertenecer a Parker
y a Del cuando sus padres fallecieron. Del había depositado una confianza
inquebrantable en ellas tan crucial y esencial como la que había demostrado la
señora Grady al extender ese talón bancario.
Ése también era el hogar de Del, pensó Laurel retirándose para examinar la
estructura, la gracia y la belleza del edificio. Sin embargo, Del se lo había cedido
a Parker. Entre ellos discutían temas legales, modelos de negocio, proy ectos,
porcentajes, contratos… pero el poso permanecía intacto.
Cuando su hermana, o mejor dicho, ellas cuatro, el Cuarteto, como le gustaba
llamarlas, habían querido algo y se lo habían pedido, él se lo había dado. Del
había creído en todas ellas y les había ay udado a convertir su sueño en realidad.
No lo había hecho por una cuestión de porcentajes o por tener determinados
proy ectos en mente. Había actuado de esa manera porque las quería.
—Maldita sea. —Enfadada consigo misma, Laurel se pasó una mano por el
pelo. Le daba rabia ser injusta, malvada y, por si fuera poco, tonta de remate.
Del no merecía todo lo que le había dicho, y si le había soltado tantas
barbaridades era porque le resultaba más fácil enojarse con él que reconocer
que le atraía. Besarlo había sido lo más estúpido que había hecho en la vida.
Ahora tendría que rectificar, protegerse y poner al mal tiempo buena cara.
Conseguir aquel triplete no iba a ser fácil.
Sin embargo, era ella quien había cruzado los límites y la que tendría que
poner en orden sus sentimientos. Por eso le tocaba arreglarlo.
En ese momento oy ó que Parker ordenaba que encendieran el cirio del amor
y la unión y que diese comienzo el solo vocal. Se había acabado el tiempo, se
dijo Laurel. Ya daría con la solución más tarde.
Laurel se situó junto a la mesa del pastel; con aquel diseño tan complicado, no
se fiaba de que nadie más pudiera cortarlo bien. Primero esperó a que los novios
dieran un corte simbólico (en el lugar que ella les indicó) y se ofrecieran una
porción mientras Mac inmortalizaba el momento. Después, cuando la música dio
comienzo al baile, se encargó ella.
Armada con un cuchillo de cocinero, separó los ornamentos laterales.
—Me parece que la has fastidiado.
Laurel miró a Jack y empezó a cortar porciones que luego fue depositando en
bandejas para servir.
—Éste pastel está pensado para comerlo.
—Cuando veo algo así pienso: si lo hubiera construido y o, debería estar muy
lejos cuando lo demolieran. Y aun así puede que incluso se me saltaran las
lágrimas.
—Las primeras veces cuesta más, pero no creas que esto es como una casa.
Tú no construy es pensando en la bola de derribos balanceándose frente a tu
creación. ¿Quieres un trozo?
—Te lo ruego.
—Espera hasta que llene las dos primeras bandejas. —Eso le proporcionaría
la excusa para sonsacarle información, pensó—. Dime, ¿Del no viene esta noche
a jugar contigo?
—Creo que había quedado con alguien.
Alguien femenino, supuso ella, pero no era cosa suy a y no le daría más
vueltas.
—Imagino que últimamente andáis muy liados para salir juntos.
—De hecho, fuimos a cenar el jueves por la noche.
Después del beso, pensó Laurel.
—Y ¿alguna novedad? ¿Qué se cuece por ahí? —Forzó una sonrisa intentando
leerle la expresión.
—Los Yankees llevan un buen promedio este mes —comentó Jack
devolviéndole la sonrisa.
No estaba incómodo, ni hablaba con retintín, concluy ó Laurel. Dudaba sobre
si debía sentirse insultada o aliviada porque Del no le hubiera mencionado el
incidente a su mejor amigo.
—Toma. —Le ofreció una generosa porción de pastel.
—Gracias. —Jack saboreó un bocado—. Eres un genio.
—Eso no te lo niego. —Satisfecha de haber cortado las porciones necesarias
por el momento, se mezcló entre los invitados para ir a comprobar la mesa de los
postres y el pastel del novio.
Siguiendo el ritmo de la música la gente había ido llenando la pista. Los
ventanales de la terraza estaban abiertos de par en par a la cálida noche y los
invitados bailaban o salían a charlar.
Parker se acercó a ella con sigilo.
—El pastel es un exitazo, para tu información.
—Me alegro. —Laurel examinó la mesa de los postres y calculó que durarían
todo el baile—. Oy e, ¿esa es la MDNA? —preguntó haciendo una señal hacia la
pista—. Ésa mujer tiene ritmo.
—Era bailarina profesional. En Broadway.
—No me extraña.
—Así fue como conoció al PDNA. Él era uno de los patrocinadores y un día
fue a ver un ensay o. Dice que se enamoró de ella en el acto. Ella bailó hasta que
nació su segundo hijo. Unos años después se puso a dar clases particulares.
—Qué encanto… pero, dime, ¿cómo puedes acordarte de esas cosas?
Parker siguió inspeccionando el salón con ojos de lince por si detectaba algún
problema.
—Del mismo modo que tú recuerdas todos los ingredientes que hay en ese
pastel. Los novios han pedido una hora más.
—Ay …
—Ya lo sé, pero lo están pasando muy bien. A la orquesta no le importa.
Entregaremos los regalos como teníamos previsto, así liquidaremos el asunto; y
luego, que bailen si quieren.
—La noche va a ser larga —comentó Laurel valorando de nuevo la cantidad
de postres que había en la mesa—. Iré a buscar más pastelitos.
—¿Necesitas ay uda?
—Puede que sí.
—Llamaré a Emma por el busca. Ella y Carter están libres. Te los envío
abajo.
A la una de la madrugada el equipo de limpieza se empleaba a fondo en el
salón de baile y Laurel terminaba de comprobar la suite de la novia. Recogió
varias horquillas, un zapato desparejado, una bolsita de pinturas de piel de color
rosa y un sujetador de encaje. La ropa interior debía de ser la señal de un polvo
rápido durante el banquete, o de la necesidad que había tenido una de las damas
de liberar sus senos.
Los artículos irían a parar a la bolsa de objetos perdidos de Parker hasta que
alguien los reclamara, y ese alguien no estaría obligado a dar explicaciones.
Cuando Laurel salía de la suite, se cruzó con Parker.
—Parece que y a hemos terminado de recoger. Me quedaré con esto. Reunión
de personal. Será breve.
Todos los músculos del cuerpo de Laurel protestaron al unísono.
—¿Ésta noche?
—Será una reunión breve. Cuento con una botella casi entera de champán
para aliviar las penas.
—Vale, vale…
—En nuestro salón. Dentro de un par de minutos.
De nada servía quejarse, pensó Laurel, y se dirigió al lugar de encuentro con
la intención de apropiarse del sofá. Se estiró en él y soltó un gruñido.
—Sabía que llegarías antes que y o. —Mac, que no había podido enseñorearse
del sofá, se echó en el suelo—. El padrino me ha tirado los tejos. Carter lo ha
encontrado divertido.
—Señal de que confía en sí mismo.
—Supongo que sí. Lo curioso es que antes de salir con él nunca me habían
tirado los tejos durante una celebración. Me parece muy injusto que quieran ligar
conmigo ahora que no estoy disponible.
—Por eso quieren. —Laurel suspiró y se quitó los zapatos—. Creo que los
hombres llevan un radar incorporado para estas cosas. Si no pueden conseguirte,
te encuentran más sexy.
—Porque son unos marranos.
—Claro.
—Os he oído —dijo Emma entrando en el salón—, y creo que ese
comentario es cínico y falso. Te han tirado los tejos porque estás preciosa, y
porque como ahora tienes a Carter, te muestras más feliz y extrovertida. En
consecuencia, te ven más atractiva. —Se dejó caer en una butaca y se acurrucó
con las piernas dobladas—. ¡Qué ganas tengo de meterme en la cama!
—Únete al club. Mañana nos reunimos para repasar la jornada del domingo.
¿Por qué no puede esperar el tema de hoy ?
—Porque —dijo Parker mientras entraba y apuntaba con un dedo a Laurel—
tengo que deciros una cosa que hará que nos acostemos más contentas. —Se sacó
un sobre del bolsillo—. El PDNA nos ha dado una prima. La he rechazado, por
supuesto, con mucha educación y delicadeza, pero él no ha aceptado un no como
respuesta. —Se quitó los zapatos y lanzó una exclamación de alivio—. Le hemos
dado a su niña la boda soñada, y a él y a su mujer, una noche extraordinaria. El
hombre ha querido agradecérnoslo con creces.
—Qué bonito… —dijo Mac bostezando—. Lo digo en serio.
—Nos ha dado cinco mil dólares. —Parker sonrió al ver que Laurel se
incorporaba de golpe en el sofá—. En metálico —añadió sacudiendo los billetes
como si fueran un abanico.
—Es una manera muy bonita de dar las gracias, y muy verde también —
comentó Laurel.
—¿Puedo tocarlos antes de que los escondas? —preguntó Mac—. ¿Me dejas
verlos antes de que vay an a parar a los fondos de la empresa?
—Voto por quedarnos con el dinero —propuso Parker alzando los billetes—. A
lo mejor se debe al cansancio, pero voto por la pasta. Mil dólares para cada una,
y mil para que se los repartan Carter y Jack. —Agitó los billetes—. Vosotras
decidís.
—Voto que sí —respondió Emma levantando la mano—. ¡Me quedo con la
pasta de la boda!
—Apoy o esa moción, rotundamente. Quiero tocar la pasta —exigió Mac.
—No pienso llevaros la contraria —terció Laurel negando con un dedo—,
porque esos mil pavos me irán muy bien.
—De acuerdo entonces. —Parker le ofreció la botella de champán a Laurel
—. Sirve tú mientras y o cuento los billetes. —Y se arrodilló en el suelo.
—¡Qué momento más dulce! Champán y dinero en efectivo para acabar una
larga jornada. —Mac tomó una copa y se la pasó a Emma—. ¿Recordáis nuestra
primera celebración oficial? Cuando terminamos descorchamos una botella,
comimos el pastel que había sobrado y bailamos. Las cuatro y Del.
—He besado a Del.
—Todas hemos besado a Del —señaló Emma brindando con Mac.
—No, lo que quiero decir es que el otro día le besé. —Al oír sus propias
palabras, Laurel se quedó atónita, aunque a continuación se sintió muy aliviada
—. Es increíble lo estúpida que puedo llegar a ser.
—¿Por qué? Sólo es… —Mac parpadeó y entonces comprendió la cuestión—.
Ah, o sea que diste un beso a Del. Ya. Buf.
—Estaba malhumorada, fuera de mí, y entonces Del vino a buscar el pastel
que me había encargado. Su manera de hablar y de comportarse fue tan típica
de él… —Laurel habló con un rencor que creía superado.
—A mí también me ha sacado a veces de quicio —comentó Emma—, pero
nunca me ha dado por besarlo.
—No fue para tanto. Al menos no para él. Ni siquiera se ha molestado en
comentarlo con Jack. Es decir, para él no tuvo importancia. Tú no se lo digas a
Jack —le ordenó a Emma—. Es Del quien tendría que haberlo hecho, y no ha
sido así. En resumen, no le da importancia. Para nada.
—Tú tampoco nos lo habías dicho hasta ahora.
Laurel miró a Mac con rabia.
—Porque… tenía que pensarlo antes.
—Pero para ti sí ha significado algo —murmuró Parker.
—No lo sé. Fue un impulso, un momento de locura. Estaba furiosa. En
realidad, no siento nada especial por él. Oh, mierda… —murmuró, y hundió la
cabeza entre las manos.
—¿Te devolvió el beso? Cuéntanos —pidió Mac, y Emma le arreó un puntapié
—. Sólo le hacía una pregunta.
—No, no me lo devolvió, pero mi beso le tomó por sorpresa. Yo tampoco me
lo esperaba. Fue instintivo.
—¿Qué te dijo? Y tú no me des otro puntapié —le advirtió Mac a Emma.
—Nada. No le di la oportunidad. Prometo que lo arreglaré —le dijo Laurel a
Parker—. Fue culpa mía, aunque él se mostrara quisquilloso y mandón. No te
inquietes.
—No estoy inquieta, en absoluto. Sólo me pregunto cómo no me había dado
cuenta. Te conozco tan bien como a las demás. ¿Cómo no he notado, visto, sabido
que sentías algo por Del?
—Porque no siento nada. Bueno, sí siento, pero tampoco pienso en él día y
noche. Es algo que me pasa de vez en cuando. Como una alergia. Sólo que en
lugar de hacerme estornudar, me siento como una idiota. —La ansiedad que le
punzaba en el estómago se reflejó en su voz—. Sé que estáis muy unidos, y lo
encuentro fantástico, pero, por favor, no le cuentes lo que acabo de deciros. No
era mi intención sincerarme de esta manera, pero me ha salido así. Creo que me
cuesta controlar mis impulsos.
—No le diré nada.
—Bien, muy bien. No fue importante, de verdad. Sólo un beso en los labios.
—¿No hubo lengua? —Mac esquivó a Emma, y luego se encorvó al notar la
mala cara que esta le ponía—. ¿Qué? Me interesa. A todas nos interesa, si no
¿cómo íbamos a seguir escuchándola a la una de la mañana con cinco mil
dólares encima de la mesa?
—Tienes razón —intervino Laurel—. No tendríamos que estar hablando de
esto. Sólo he sacado el tema porque necesitaba desahogarme. Dejémoslo,
tomemos el dinero de la prima y vay ámonos a la cama. De hecho, ahora que lo
he soltado, no entiendo por qué estaba tan bloqueada. No fue nada importante…
—Enfatizó sus palabras con unos aspavientos. Se dio cuenta de la vehemencia del
gesto y dejó las manos quietas—. Está claro que no tuvo importancia, y seguro
que Del no va a perder el sueño por eso. No os comentó nada a Jack o a ti,
¿verdad? —preguntó a Parker.
—No he hablado con él desde principios de semana, pero no, no me ha dicho
nada.
—Mirad —Laurel esbozó una tímida sonrisa—, lo que ocurre es que me lo he
tomado como una colegiala; y eso que cuando lo era, no reaccionaba así. Basta.
Cojo el dinero y me voy a la cama. —Tomó uno de los montoncitos que Parker
había distribuido—. En fin, no pensemos más en ello, ¿vale? Sigamos… con
normalidad. Todo es… normal. Así que buenas noches.
Se retiró a toda prisa y sus tres amigas se miraron.
—De normal no tiene nada… —comentó Mac.
—Tampoco es anormal. Es… diferente. —Emma dejó la copa y recogió su
dinero—. Está avergonzada. Deberíamos aparcar el tema y dejarla tranquila.
¿Podemos hacerlo?
—La cuestión es más bien si podrá ella —concluy ó Parker—. Ya veremos.
Parker lo dejó correr… por el momento. Esperó a que terminara la
celebración del domingo y le dio tiempo a su amiga para que reflexionara por la
noche. El lunes, sin embargo, buscó una hora libre para coincidir con ella justo
cuando sabía que la encontraría liada en la cocina preparando la fiesta que
habían improvisado para esa semana.
Cuando la vio pasando el rodillo por la pasta filo, supo que había sido
oportuna.
—Aquí tienes un par de manos extra.
—Lo tengo todo controlado.
—Ésta excentricidad griega te ha caído encima como una losa. Necesitas
manos. —Parker levantó las suy as—. Éstas limpiarán todo lo que tú ensucies. —
Empezó a retirar unos cuencos vacíos—. Podríamos contratar a un ay udante de
cocina.
—No quiero un ay udante. Siempre acaban metiéndose por en medio, por eso
tú tampoco tienes a nadie que te ay ude.
—Le estoy dando vueltas a la idea. —Parker empezó a cargar el lavaplatos
—. Quizá podría formar a alguien para que se ocupara de todo el trabajo
preliminar.
—No llegará ese día.
—Hay que pensar si queremos seguir como hasta ahora o nos proponemos
ampliar el negocio. Si ampliamos, necesitaremos ay udantes. Podríamos aceptar
más celebraciones durante la semana si contratáramos personal.
Laurel se detuvo.
—¿Es eso lo que quieres?
—No lo sé, pero de vez en cuando lo pienso. A veces decido que no, otras, en
cambio, me decanto por el sí. Sería un gran cambio; cambiaríamos de
orientación. Tendríamos empleados en lugar de colaboradores externos. Ahora
nos va bien. De hecho, nos va genial, pero a veces un cambio abre otras puertas.
—No sé si nosotras… Un momento. —Laurel entrecerró los ojos y miró a
Parker, que seguía de espaldas a ella—. Has utilizado esto como metáfora para
seguir hablando, o empezar a hablar del asunto de Del.
Se conocían demasiado bien, pensó Parker.
—Quizá. Necesitaba tiempo para pensar y luego obsesionarme con lo que
pasaría si Del y tú abordarais este tema… y también para dar vueltas a la
posibilidad de que no lo hicierais.
—¿A qué conclusión has llegado?
—A ninguna. —Parker se volvió hacia ella—. Os quiero a los dos, y eso no va
a cambiar. Por mucho que me considere el centro del universo, no se trata, o no
debería tratarse, de mí. De todos modos, reconozco que sería un cambio.
—Yo no he cambiado. ¿Lo ves? Estoy aquí mismo, en este lugar. No hay
cambios.
—Ya te has movido, Laurel.
—He vuelto a donde estaba —insistió su amiga—, a donde empezó todo. Por
Dios, Parks, sólo fue un beso.
—Si hubiera sido sólo un beso, me lo habrías dicho en el acto y te habrías
reído. —Parker se detuvo un instante para darle a Laurel la oportunidad de rebatir
sus palabras, aunque sabía que no sería capaz—. Te quedaste preocupada, y eso
quiere decir que o bien fue más que un beso para ti, o bien sigues preguntándote
si hubo algo más. A ti te importa Del.
—Claro que me importa. —Laurel se ruborizó y blandió el rodillo en el aire
—. A todas nos importa Del. Es cierto, eso es parte del problema, o del asunto.
Creo que es más un asunto que un problema. —Siguió pasando el rodillo por la
pasta hasta dejarla fina como el papel—. A nosotras nos importa Del y a Del le
importamos todas nosotras. A veces se preocupa tanto que me gustaría darle un
puñetazo en plena cara, en particular cuando habla de nosotras como si todas
estuviéramos en el mismo saco, como si fuéramos un solo cuerpo con cuatro
cabezas.
—A veces somos…
—Sí, y a sé que a veces somos así. Sin embargo, es frustrante estar dentro de
ese saco, y pensar que se cree obligado a cuidar de mí. No quiero que cuiden de
mí.
—No puede evitarlo.
—Eso también lo sé. —Las miradas de ambas se cruzaron—. Y alimenta esa
frustración. Él va como una moto, y o también, y el problema… el asunto…
Prefiero « asunto» a « problema» .
—Llamémosle asunto entonces.
—El asunto es cosa mía exclusivamente. Tiene que resultarte extraño hablar
de esto conmigo.
—Un poco, pero intento superarlo.
—No es que no pueda vivir sin él o que me hay a enamorado perdidamente.
Sólo es…
—Un asunto.
—Sí, y visto que actué como lo hice, he decidido quitarle hierro al asunto.
—¿Tan mal besa?
Laurel le dirigió una mirada anodina y tomó el cuenco donde tenía el relleno.
—Tomé y o la iniciativa, y ahora que y a no me avergüenzo, me siento mejor.
La culpa fue de la pelea que y o provoqué. Mi culpa. Bueno, casi mi culpa. Del no
debería haber intentado pagarme el pastel. Fue como mostrarme una capa roja
mientras y o hollaba la tierra con la pezuña. Tú no intentarías pagarme un pastel.
—No. —De todos modos, Parker levantó un dedo—. Veamos si lo he
entendido. No quieres que te meta en el mismo saco que a las demás, por decirlo
de alguna manera, pero tampoco quieres que se ofrezca a pagar por tus servicios,
porque entonces te sientes insultada.
—Tendrías que haber estado allí.
—¿Podemos olvidar un instante que se trata de mi hermano?
—No estoy segura.
—Deja que haga un resumen. —Parker, con aire desenfadado, se apoy ó en
la encimera—. Os atraéis. Sois dos personas interesantes, sin compromiso,
guapas. ¿Por qué no ibais a sentir atracción el uno por el otro?
—Porque hablamos de Del.
—¿Qué le pasa a Del?
—Nada. ¿Lo ves? Es raro. —Laurel asió el botellín de agua y volvió a dejarlo
sin tomar un sorbo—. No es lógico, Parker, y eso no puedes solucionarlo por mí.
Lo arreglaremos, Del y y o, quiero decir. Casi lo he superado, y me extrañaría
que él le hubiera dedicado ni un pensamiento. Ahora, largo. Quiero
concentrarme en este baklava.
—Muy bien, pero cuando quieras, hablamos.
—¿No hablamos siempre?
Así había sido hasta entonces, pensó Parker, sin ganas de remover el asunto.
5
Crecer en un hogar dominado por las mujeres le había dado muchas tablas a Del.
Una de las normas que había aprendido, y que encajaba perfectamente con la
situación, dictaba que cuando un hombre no entendía lo que estaba sucediendo, y
su desconocimiento podía darle algún que otro disgusto, lo mejor era poner tierra
de por medio.
Sabía asimismo que esa misma regla se aplicaba a las relaciones entre
hombres y mujeres, y eso le venía como anillo al dedo dadas las circunstancias.
Se había mantenido alejado de Laurel, y aunque la distancia no le hubiera
aclarado las ideas, tenía la esperanza de que al menos ella se hubiera replanteado
las cosas.
No le importaba pelearse de vez en cuando. En parte porque eso le
estimulaba, y en parte también porque despejaba el ambiente enrarecido. Sin
embargo, le gustaba conocer las normas del combate, y en esa ocasión, las
ignoraba por completo.
Estaba acostumbrado a su mal carácter y a sus golpes de genio. Los ataques
de Laurel contra él no eran ninguna novedad.
Pero ¿besarlo como una posesa? Eso sí había sido una novedad. No se quitaba
ese beso de la cabeza. Le había dado muchas vueltas, pero no había llegado a
ninguna conclusión.
Lo que le molestaba.
Las conclusiones, las soluciones, las alternativas y los compromisos… eran su
especialidad, pero ante un rompecabezas tan personalizado, no conseguía
encontrar las piezas fundamentales.
Aun así, no podía alejarse para siempre. Le gustaba ir a visitarlas cuando
tenía tiempo, y además tenía que tratar con Parker sobre los diversos aspectos
legales de la empresa.
Decidió que con una semana bastaría para darse tiempo y apaciguar los
ánimos. Luego tendrían que arreglarlo entre ellos. De alguna manera. Lo
conseguirían, por supuesto; tampoco era algo tan grave. Para nada, se dijo
mientras giraba para tomar el largo camino de entrada de la finca. Tan solo se
habían peleado… y habían introducido un elemento nuevo. Ella había intentado
demostrarle algo, y al menos en un punto él había tomado nota. Solía pensar en
Laurel, en todas ellas, como su responsabilidad, y aquello la enfurecía.
Pues si le molestaba, que se aguantase, vay a si eran responsabilidad de él.
Era el hermano de Parker y el abogado de las cuatro; y por una serie de
circunstancias que escapaban a su control, y que nadie podía cambiar, era el
cabeza de familia.
Sin embargo, intentaría ser más sutil a la hora de ejercer su responsabilidad.
Tampoco podía decirse que cada dos por tres anduviera fisgando en su
negocio.
De todos modos… De todos modos, se dijo, intentaría marcar cierta distancia.
Era indiscutible que Laurel había logrado dejar claro su punto de vista. No era
hermana suy a, pero eso no significaba que no fuera un miembro de su familia, y
él tenía todo el derecho de…
« Basta» , se ordenó. No arreglaría nada si se acercaba a ella con el aire de
quien está dispuesto a estropear las cosas de entrada. Mejor sería analizar el
terreno y dejar que tomara ella la iniciativa.
Así podría reconducir a Laurel hacia el lugar que le correspondía.
« Sutileza» , se recordó.
¿De dónde diablos habían salido todos esos coches?, se preguntó. Era martes
por la noche y no recordaba que hubiera ninguna celebración programada en
Votos. Se acercó al estudio de Mac para aparcar, salió del coche y frunció el
ceño al ver la casa. Estaban celebrando una fiesta. Vio los arreglos manuales de
Emma expuestos con prodigalidad en el pórtico de la entrada y oy ó, aun desde
lejos, los sonidos y las voces típicas de las fiestas.
Durante unos instantes Del se quedó inmóvil contemplando la escena. Las
luces resplandecían a través de las ventanas convirtiendo la casa en un lugar de
celebración y acogida. Se respiraba hospitalidad, con un toque de elegancia.
Como siempre. A sus padres les encantaba actuar de anfitriones en pequeñas
reuniones íntimas, y también dando grandes y espectaculares fiestas. Supuso que
Parker había heredado el testigo con toda naturalidad. Sin embargo, en momentos
como ese en que llegaba a casa inesperadamente (porque esa seguía siendo su
casa), solía sentir una leve punzada, un dolor agudo que le recordaba su pérdida,
la de él y la de las chicas.
Siguió el trazado del sendero hasta la mansión y, al llegar, eligió la entrada
lateral que daba a la cocina.
Había esperado encontrar a la señora Grady atareada en los fogones, pero
vio la cocina vacía e iluminada por el reflejo de una sola lámpara. Se acercó a la
ventana y se puso a observar a los invitados que se habían reunido en la terraza y
que paseaban por el jardín.
Parecían relajados, sintiéndose como en casa, impresionados, decidió Del.
Imprimir aquellas cualidades en una celebración era otra de las habilidades de
Parker, o de la combinación de las habilidades del Cuarteto.
Reconoció a Emma y a algunos miembros del catering. Trasladaban
manteles y flores de un lado a otro. Supuso que iban a hacer unos arreglos de
última hora y se quedó contemplándolos mientras vestían una mesa. Trabajaban
con rapidez y eficacia, y entretanto Emma iba charlando con los invitados.
Sonrisas, calidez… ese era el sello de Emma. Nadie sospecharía que su mente
estaba organizando y a el siguiente punto del programa.
Emma y Jack. Eso sí que había sido un arreglo de última hora que le había
costado asimilar. Su mejor amigo y una de sus chicas. Mientras pensaba en ello,
vio a Jack con una caja de velitas circulares. Arrimando el hombro, pensó Del,
como lo arrimaban todos de vez en cuando. Aunque en ese momento era distinto.
Era la primera vez que contemplaba a Emma y a Jack juntos, sin que ellos se
dieran cuenta.
La mirada que intercambiaron ambos era distinta, sin duda. Jack le acarició el
brazo con naturalidad e intimidad, como hacen los hombres cuando necesitan
tocar lo que aman.
Comprendió que lo que había entre los dos era bonito, y que al final
terminaría por acostumbrarse.
Mientras tanto se encontraba en la mansión, y se estaba celebrando una
fiesta. Iría al salón de baile a arrimar el hombro.
Laurel pensó que, después de trabajar como una loca, pocas cosas le daban
tanta satisfacción como ver devorar su obra. Una vez hubo cortado el pastel y
dispuesto las bandejas del postre, dejó que el servicio de catering se ocupara del
resto y se tomó un descanso para recuperar el aliento. La música sonaba, y los
que no se habían agolpado alrededor de las mesas del postre, aprovecharon para
bailar. En algunas mesas todavía seguía sentada gente, y la may oría tomaba
ouzo.
¡Opa!
Cuánta alegría, pensó ella, y todo bajo control. El momento justo para
desaparecer unos minutos y quitarse los zapatos. Se dirigió a la puerta sin dejar
de inspeccionar la sala por si veía algún problema potencial.
—¿Señorita McBane?
Casi, pensó Laurel, aunque se dio la vuelta y esbozó una sonrisa profesional.
—Sí, ¿qué desea?
—Soy Nick Pelacinos. —Le tendió la mano—. El primo de la novia.
Y bastante guapo, pensó Laurel estrechándole la mano. Un dios griego
bronceado, con los ojos de color ámbar líquido y un hoy uelo en la barbilla.
—Encantada. Espero que te estés divirtiendo.
—Sólo un idiota no se divertiría. Habéis organizado una fiesta sensacional.
Seguro que estás muy ocupada, pero mi abuela quiere hablar contigo. Es allí
donde concede audiencia.
Nick señaló hacia la mesa de presidencia, rebosante de gente, bebida, comida
y flores… y gobernada, sin ningún género de dudas, por una matriarca de pelo
de acero y ojos de láser.
La abuela, pensó Laurel.
—Por supuesto. —Laurel lo acompañó preguntándose si debería llamar a
Parker para pedir refuerzos.
—Los abuelos sólo vienen a Estados Unidos cada dos años —le contó Nick—.
En general somos nosotros quienes vamos a verlos, por eso este viaje es un
acontecimiento único en la familia.
—Lo comprendo.
—Me han dicho que tus socias y tú habéis conseguido organizar todo esto en
menos de una semana. Eso es tener clase, de verdad. Colaboro en la dirección de
los restaurantes de la familia en Nueva York, y sé muy bien lo que representa
algo así.
Laurel repasó mentalmente la historia familiar que le había contado Parker.
—Te refieres a los restaurantes Papa’s. He comido en el del West Side.
—Vuelve un día, pero avísame antes. La cena correrá de mi cuenta. Yaya, te
he traído a la señorita McBane.
La mujer inclinó la cabeza con una majestuosidad propia de las reinas.
—Ya veo.
—Señorita McBane, le presento a mi abuela, Maria Pelacinos.
—Stephanos —Maria tocó el brazo del hombre que tenía sentado al lado—,
deja que se siente la chica.
—Por favor, no se moleste… —empezó a decir Laurel.
—Levántate, levántate… —La abuela despachó al hombre de un gesto y le
señaló la silla—. Ven, siéntate a mi lado.
Nunca se discutía con una clienta, se recordó Laurel mientras ocupaba la silla
libre.
—Ouzo —pidió la mujer, y casi de inmediato le pusieron una copa entre las
manos que colocó delante de Laurel—. Estamos brindando por tu baklava.
Maria alzó la copa y, enarcando una ceja con aires de emperatriz, observó a
Laurel. Sin apenas elección, Laurel levantó la copa y, haciendo acopio de sus
fuerzas, bebió. Conocía el ritual y plantó la copa encima de la mesa con un golpe
seco.
—Opa.
Cosechó una tanda de aplausos y el gesto de aprobación de Maria.
—Tienes un don. Hay que contar con algo más que unas manos y unos
buenos ingredientes para preparar una buena comida. Es necesario que la cabeza
funcione, y que el corazón esté dispuesto. ¿Tu familia es griega?
—No, señora.
—Ah… —La abuela obvió ese comentario—. En cualquier caso, todos somos
griegos. Te daré mi receta personal del pastel lathopita para que lo prepares en la
boda de mi nieta.
—Me encantaría tener su receta. Gracias.
—Creo que eres una buena chica. Baila con mi nieto. Nick, baila con la chica.
—En realidad he de ir a…
—Esto es una fiesta, o sea que ¡a bailar! El chico es buena persona, y además
es guapo. Tiene un buen trabajo y no está casado.
—Ah, si es así… —dijo Laurel, y Maria se echó a reír.
—Bailad, bailad. La vida es más corta de lo que creéis.
—No aceptará un no como respuesta —le advirtió Nick tendiéndole de nuevo
la mano.
Un baile, pensó. Sus doloridos pies podrían aguantar un baile. Además,
realmente quería esa receta.
Laurel dejó que Nick la llevara a la pista de baile y en ese momento la
orquesta empezó a tocar música lenta.
—Puede que no lo parezca —comentó Nick tomándola entre sus brazos—,
pero mi abuela te ha hecho un gran cumplido. Ha probado un trozo de cada uno
de los postres y está convencida de que eres griega. No habrías podido hacer
pasteles tradicionales griegos con tanta maestría si no lo fueras. Además… —
Nick la hizo girar con mucho estilo—, tus socias y tú nos habéis evitado una
discusión familiar. Conseguir que la abuela diera su aprobación para esta fiesta no
ha sido fácil.
—Y si Yaya no está contenta…
—Exacto. ¿Vas a Nueva York a menudo?
—De vez en cuando. —Con los tacones, Laurel quedaba casi a la misma
altura que él. Resultaba agradable para bailar, decidió—. El negocio nos obliga a
estar mucho en casa. A ti debe de pasarte lo mismo. Trabajé en varios
restaurantes mientras estudiaba y antes de que consiguiéramos levantar la
empresa. Es un negocio muy sacrificado.
—Sí, crisis seguidas de dramas seguidos de caos. De todos modos, Yaya tiene
razón. La vida es más corta de lo que creemos. Podría llamarte un día e
intentamos escaparnos del trabajo.
Moratoria de citas, se recordó a sí misma. Aunque… quizá fuera buena idea
darla por terminada, así dejaría de obsesionarse con Del.
—¿Por qué no?
El baile terminó y la orquesta entonó una danza tradicional griega que se
bailaba en corro. Laurel hizo el gesto de retirarse de la pista, pero Nick la tomó de
la mano.
—No irás a perdértelo.
—No puedo, de verdad… Además solo he visto bailar esta danza en las
celebraciones, y siempre desde el tendido.
—No te preocupes, y o te guío.
Antes de que pudiera inventar una excusa, alguien la tomó de la otra mano y
Laurel quedó incluida en el círculo. A la porra, decidió. Era una fiesta.
Del había entrado en el salón de baile durante el lento y se puso a buscar a
Parker de manera automática. O eso se dijo, porque de inmediato vio a Laurel.
Bailaba. ¿Con quién estaba bailando? No tendría que bailar con desconocidos.
Tendría que estar trabajando.
¿Se habría traído un amigo? Por cómo se movían, parecía que se
conociesen… Y de qué manera le sonreía ella a aquel tipo.
—Del, no te esperaba esta noche. —Parker se acercó a su hermano y lo besó
en la mejilla.
—He venido a… ¿Quién es ése?
—¿A quién te refieres?
—Al que está bailando con Laurel.
Parker, divertida, miró hacia la pista de baile y distinguió a Laurel entre el
gentío.
—No estoy segura.
—¿No va con ella?
—No. Es un invitado. Estamos celebrando una especie de recepción poscompromiso o pre-boda, como más te guste. La historia es larga.
—¿Desde cuándo bailáis en las celebraciones?
—Depende de las circunstancias. —Parker miró a hurtadillas a su hermano
—. Humm… —Su exhalación quedó ahogada por el bullicio de la música y las
charlas—. Hacen buena pareja.
Del se limitó a encogerse de hombros y se metió las manos en los bolsillos.
—No es buena idea animar a los invitados a que os tiren los tejos.
—Lo de animar es muy discutible. En cualquier caso, Laurel sabe cuidar de
sí misma. Oh, me encanta esta danza tradicional —añadió Parker cuando la
música cambió—. Es tan alegre… ¡Mira a Laurel! La ha pillado.
—Siempre se le ha dado bien el baile —musitó Del.
Laurel reía y ejecutaba los pasos siguiendo el ritmo sin problemas. Parecía
distinta, pensó Del. En qué, no sabría decirlo. No, no se trataba de eso: él estaba
mirándola de manera distinta. La miraba a través de aquel beso. Las cosas
habían cambiado y ese cambio le inquietaba.
—Tendría que ir a dar una vuelta.
—¿Qué?
—Tengo que ir a dar otra vuelta —repitió Parker ladeando la cabeza para
observarlo con atención.
Del frunció el ceño.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
—Por nada. Puedes mezclarte con los invitados si quieres. A nadie le
importará. Si te apetece comer algo más aparte de un postre, baja a la cocina.
Del iba a decir que no quería nada, pero entonces se dio cuenta de que no era
cierto. En el fondo no sabía lo que quería.
—Puede que sí. Sólo venía a verte. No sabía que trabajabais esta noche…
casi todas —añadió sin apartar la vista de Laurel, que giraba danzando.
—Aceptamos esta fiesta en el último momento. Falta una hora más o menos
para que termine. Ve al salón familiar, si quieres, y espérame allí.
—Creo que regresaré a casa.
—Bueno, pero si cambias de idea, nos vemos luego.
Del decidió que le apetecía una cerveza, pero como quería tomársela sin
verse obligado a colaborar con las chicas, decidió ir a la cocina principal en lugar
de pedirla en la barra de invitados.
Debería marcharse a casa y tomarse allí la cerveza, se dijo mientras se
dirigía hacia la escalera. Por desgracia no le apetecía regresar, sobre todo porque
no se quitaba de la cabeza a Laurel bailando como si hubiera nacido en Corfú.
Decidió que tomaría la cerveza y charlaría un rato con Jack. Seguro que
encontraría a Carter por ahí también. Primero, la cerveza, y luego, a pasar el
rato con los amigos.
Con hombres.
La mejor manera de dejar de obsesionarse con las mujeres era sentarse a
tomar una cerveza entre hombres.
Se retiró a la cocina y descubrió una cerveza Sam Adams en la nevera. Justo
lo que le había recetado el médico, decidió. Abrió la botella y volvió a mirar por
la ventana para ver si reconocía a sus amigos entre el gentío. Sin embargo, sólo
había desconocidos en esa terraza iluminada con velas y luces de colores.
Tomó un sorbo de cerveza y se puso a pensar. ¿Por qué diablos estaba tan
inquieto? Podría estar haciendo una docena de cosas en lugar de plantarse en una
cocina solitaria a beber cerveza y observar a unos desconocidos por la ventana.
Debería irse a casa, trabajar un rato, o mandar a la mierda el trabajo y ver
un programa en la cadena de deportes ESPN. Era demasiado tarde para quedar
con alguien para salir, ir a cenar o tomar unas copas… y, maldita sea, no le
apetecía estar solo.
Con los zapatos en la mano y paso cansino, Laurel entró sigilosa en la cocina.
Lo que necesitaba era estar sola. En cambio vio a Del de pie, frente a la ventana,
y en ese momento le pareció el hombre más solitario del mundo.
Aquello le chocó. Nunca se lo había imaginado como un hombre solitario.
Eran tantos sus conocidos y trataba con tantas personas que a Laurel le
sorprendía que no buscara más la soledad.
Sin embargo, esa noche parecía solo, apartado, silenciosamente triste.
Una parte de sí misma quería rodearlo entre sus brazos y alejar la
preocupación de su rostro, pero en lugar de eso decidió protegerse y dio un paso
atrás para marcharse.
En ese momento Del se dio la vuelta y la vio.
—Lo siento. No sabía que estabas aquí. ¿Necesitas a Parker?
—No. La he visto arriba. —Del enarcó las cejas al verla descalza—. Supongo
que te has machacado los pies con tanto baile.
—¿Eh? Ah… no he bailado tanto, pero al final de un día como el de hoy, el
cansancio se acumula. —Laurel decidió retomar el tema pendiente y pedirle
disculpas aprovechando que los dos se encontraban a solas—. Se me han
acumulado varias cosas, pero déjame aprovechar que estás aquí para decirte que
la otra noche me pasé. No debí abalanzarme sobre ti.
Y no era eso lo que habría querido decir, pensó.
—Comprendo que sientas la obligación de… cuidar de nosotras —explicó
Laurel, a punto de atragantarse de la rabia—. A mí eso me molesta, y no puedo
evitar ponerme de los nervios, del mismo modo que tú no puedes evitar actuar
así. En fin, pelearnos no tiene ningún sentido.
—Ajá.
—Si eso es lo único que se te ocurre, doy el tema por zanjado.
Del levantó un dedo y dio otro sorbo a la cerveza sin apartar la vista de ella.
—Se me ocurren unas cuantas cosas más. Lo que no entiendo es por qué
demostraste tu enfado de esa forma tan curiosa.
—Mira, estabas insoportable como siempre, y me harté. Por eso dije cosas
que debería haberme callado. Es lo que suele pasar cuando la gente se enfada.
—No me refería tanto a tus palabras como a tus actos.
—Es lo mismo. Estaba furiosa y lo siento. Si te gusta, bien, y si no, también.
Del sonrió, y Laurel sintió que la rabia empezaba a arder en su pecho.
—Te has puesto furiosa conmigo muchas veces, pero nunca me habías
besado de esa manera.
—Es lo mismo que les ha pasado a mis pies.
—¿Perdón?
—Acumulación. Me da rabia cuando vas en plan « Del sabe lo que te
conviene» . Con los años, la rabia se ha sedimentado y … Quise darte una lección.
—¿De qué? Me parece que no lo capté.
—No le des tanta importancia —lo cortó Laurel con las mejillas encendidas,
signo de su mal humor—. Somos dos adultos. Menos violento fue darte un beso
que un puñetazo en la boca, aunque ojalá te hubiera pegado.
—Vale. A ver si lo he entendido: te enfadaste conmigo, y este enfado dura
desde hace años. Luego me besaste para no darme un puñetazo en plena cara.
¿Lo he resumido bien?
—Sí, letrado, bastante bien. ¿Quieres que vay a a buscar la Biblia y jure sobre
ella? Por Dios, Del…
Laurel abrió la puerta del frigorífico de par en par y cogió un botellín de
agua. Sabía que esforzándose daría con alguien que la pusiera más furiosa que él,
pero en esos momentos Delaney Brown encabezaba la lista. Destapó el botellín
con un gesto violento, se volvió… y chocó contra él.
—Alto ahí. —Aunque nunca lo habría llamado pánico, el ánimo de Laurel
cambió un grado.
—Tú has abierto la puerta —dijo Del señalando la nevera abierta—. La
metafórica, también. Supongo que ahora estarás furiosa.
—Sí, lo estoy.
—Bien, ahora tú y y o estamos en el mismo juego, y y a sé cómo funcionan
las reglas… —Del la asió por los hombros y la obligó a ponerse de puntillas.
—No te atre… —Laurel no pudo seguir hablando porque le fallaron las
palabras.
El fuego de sus bocas fue el contrapunto de la gélida temperatura que notó a
su espalda. Había quedado atrapada entre el hielo y el fuego y era incapaz de
moverse.
Él seguía sosteniéndola tambaleante en ese espacio estrecho. Luego bajó las
manos hasta posarlas en su cintura y la besó con suavidad y lujuria. La atrajo
hacia sí y notó que el cuerpo de ella le obedecía. Laurel bajó la guardia.
El gemido que oy ó, débil y suave, gutural, no indicaba rabia sino rendición.
La sorpresa de descubrirla, como si fuera un regalo guardado durante años… Del
ansiaba desenvolverla despacio, con cuidado, e ir encontrando lo que había
debajo.
Laurel se asió a él… y el agua fría del botellín los salpicó a los dos. Del se
echó hacia atrás, se miró la camisa mojada y vio que ella también se había
manchado la blusa.
—Vay a…
Laurel parpadeó, y sus oscuros ojos reflejaron aturdimiento. Del esbozó una
sonrisa, pero ella se apartó apurada. Gesticuló con el botellín aún en la mano, y el
movimiento fue tan brusco que volvió a derramar agua.
—Vale, vale… Bien, y a estamos empatados. —Laurel intentó secarse la blusa
con la mano—. Tengo que volver. Me necesitan. Mierda…
Giró sobre sus talones y salió corriendo.
—Eh, olvidas los zapatos. —Del cerró la puerta del frigorífico y tomó la
cerveza que había dejado sobre la encimera—. En fin…
Curioso, pensó mientras se apoy aba en la encimera. La cocina había vuelto a
quedar silenciosa. Se encontraba mejor. Genial, de hecho.
Observó los zapatos que Laurel se había dejado olvidados. Eran sexis, sobre
todo con el traje de ejecutiva que llevaba puesto. Se preguntó si los habría elegido
deliberadamente o siguiendo un impulso.
¿Y no era extraño estar pensando en sus zapatos? Aunque… Sonriendo para sí,
abrió un cajón y buscó un bloc de notas.
¿Que estaban empatados?, pensó mientras escribía. A él nunca le habían
interesado los empates.
A la mañana siguiente Laurel eligió nadar en lugar de hacer ejercicio en el
gimnasio de casa. La excusa fue que le apetecía un cambio, aunque se daba
perfecta cuenta de que en el fondo quería evitar a Parker hasta decidir qué iba a
contarle, si es que le contaba algo.
Quizá mejor dejarlo correr, se dijo trazando un nuevo largo en la piscina. En
realidad no había nada que contar. Del era muy competitivo, ella le había dado
un beso y él se lo había devuelto. Multiplicado por dos. Era su estilo. Un modo
como otro cualquiera de ponerla en su lugar. Típico de él.
¿Y aquella sonrisa? Dio de nuevo media vuelta al llegar al extremo de la
piscina. ¿Aquélla sonrisa estúpida, petulante y superior? Muy propia de él, por
cierto. Menudo imbécil… Era ridículo pensar que sentía algo por él. Perdió la
cabeza durante un minuto, o quizá una década. Pero ¿qué más daba cuánto
tiempo, alguien lo estaba contando? Volvía a ser ella misma. Bien. Normalidad
absoluta.
Cuando tocó de nuevo el borde de la piscina, cerró los ojos y se hundió. Tras
haber nadado unos largos matadores la sensación de ingravidez era perfecta.
Sencillamente sumergirse, dejarse caer al fondo… dejarse llevar, pensó, como
hacía en su vida personal. Y no ocurría nada, estaba bien, sí. No tenía por qué
modelar, organizar y estructurar cada faceta de su vida.
Estaba bien, era correcto sentirse libre para hacer lo que le apeteciera cuando
terminaba la jornada laboral o, como entonces, antes de que empezara. No tenía
que darle explicaciones a nadie. No era necesario que todo encajase a la
perfección. Ni siquiera lo deseaba. Del, o el asunto de Del, tan solo era un bache
en el camino, y y a estaba allanado. Mejor.
Se pasó las manos por el pelo para escurrir el agua, y cuando iba a alcanzar
la escalerilla se le escapó un grito. Parker estaba frente a ella tendiéndole una
toalla.
—¡Por Dios, qué susto! No te había visto.
—El susto nos lo hemos dado las dos. Por un momento he pensado que tendría
que lanzarme al agua para sacarte.
Laurel tomó la toalla.
—Me he dejado caer al fondo. Me he dejado llevar. Un cambio de ritmo
después de ir a toda máquina los últimos días. No nos dejamos llevar lo
suficiente, si quieres que te dé mi opinión.
—Muy bien, lo anotaré en la lista.
Laurel soltó una carcajada y se envolvió la toalla en la cintura.
—Seguro que sí. Vas vestida. ¿Qué hora es?
—Las ocho más o menos. Me parece que te has dejado llevar mucho rato.
—Creo que sí. Fue una noche dura.
—Sí, es cierto. ¿Viste a Del?
—¿Por qué? Sí, lo vi, pero ¿por qué lo preguntas?
—Porque estuvo en casa, y tú desapareciste durante un buen rato.
—No desaparecí sin pedir permiso, mi capitán. Sólo quería descansar un
momento.
—Y cambiarte de blusa.
Laurel sintió un amago de culpabilidad.
—Me cay ó agua por encima. ¿Qué te pasa?
—Siento curiosidad. —Parker le tendió un sobre—. Esto estaba en la
encimera de la cocina. La señora Grady me lo ha dado para ti.
—¿Por qué no ha esperado a que y o…? ¡Oh! —Laurel reconoció la letra de
Del.
—¿No quieres saber lo que pone? Porque y o sí. —Parker le cortó el paso
esbozando una sonrisa de oreja a oreja—. Lo más educado por mi parte sería
meterme en casa y dejar que ley eras la nota a solas, pero me falta madurez
para eso.
—No pasa nada, de verdad. —Sintiéndose un poco idiota, Laurel abrió el
sobre.
Si piensas que esto ha terminado, te equivocas. Me he quedado con tus zapatos
como prenda. Ponte en contacto conmigo dentro de cuarenta y ocho horas como
máximo u olvídate de los Prada.
Laurel soltó una carcajada que remató con un taco. Parker se asomó por
encima de su hombro para leer.
—¿Tiene tus zapatos?
—Eso parece. ¿Qué voy a hacer? —preguntó Laurel jugueteando con la nota
—. Dejarme llevar. Decido que me dejo llevar, y ahora a él le apetece jugar.
Acababa de comprarme esos zapatos.
—¿Qué ha pasado para que ahora los tenga él?
—No pienses cosas raras. Me los quité y me olvidé de ponérmelos al
marcharme… No pasó nada. Fue ojo por ojo y diente por diente.
Parker asintió.
—¿Hablamos de tu ojo o de su diente…?
—No líes las cosas, malpensada. Le pedí disculpas por haberle saltado
encima, pero no le bastó con eso y empezó a mirarme de arriba abajo.
Estábamos junto a la nevera y una cosa llevó a la otra. Es difícil explicarlo.
—Ya lo veo.
—Se ha pasado de listo. Por mí, puede quedarse con los malditos zapatos.
—¿Ah, sí? —Parker sonrió con la mirada tranquila—. A mí me parece, y creo
que a Del también se lo parece, que tienes miedo de enfrentarte a la situación, a
él o a las dos cosas a la vez.
—No tengo miedo, y no adoptes ese tono conmigo. —Laurel agarró la toalla
y se frotó el pelo con furia—. Lo que ocurre es que no tengo ganas de remover
más este asunto.
—Porque cuesta dejarse llevar cuando todo está revuelto.
—Sí. En fin, tengo otros pares de zapatos, mejores aún. No le daré la
satisfacción de entrar en su estúpido juego.
Parker volvió a sonreír.
—Los chicos son tan tontos…
Laurel puso los ojos en blanco.
—Pero es tu hermano —musitó, y dándose la vuelta se fue a la casa.
—Sí. —Parker calculó cuánto tardaría su mejor amiga en rendirse—. Más de
veinticuatro horas y menos de cuarenta y ocho.
De repente sonó la BlackBerry que llevaba en el bolsillo. Miró el número y
echó a andar por el césped.
—Buenos días, Sy bil. ¿En qué puedo ay udarte?
6
Siempre podía obtenerse información. En opinión de Parker, la información no
sólo era poder, sino también el arma que garantizaba la eficacia, y en su mundo
esa palabra lo gobernaba todo. Para actuar bien, y de manera eficaz, era preciso
especificar y enumerar los hechos.
Además, siempre que fuera posible, había que combinar varias tareas a la
vez.
El primer punto del orden del día, a unas escasas veinticuatro horas del
secuestro de los zapatos, era conseguir que Del la acompañara en coche. No le
había costado arreglarlo, sobre todo porque había decidido que el mecánico de su
hermano le hiciera la puesta a punto del coche. Malcolm Kavanaugh podía
mostrarse brusco y darse aires chulescos, pero en su trabajo era muy bueno, y
eso tenía su importancia. Otro punto a su favor era su amistad con Del.
Tenían el fin de semana lleno de celebraciones, empezando con un ensay o
esa misma tarde, y no estaría mintiendo si le pedía a Del que la acompañara en
coche alegando que a ninguna de sus socias le daba tiempo.
Que hubiera podido llamar a un puñado de personas o a un taxi, para
empezar, no era relevante, pensó mientras se retocaba los labios con la barra. El
favor que le pedía activaría en él el papel de hermano may or, que le encantaba,
y a ella le daría la oportunidad de sonsacarle información, porque Laurel se
había cerrado en banda.
Comprobó el contenido del bolso y repasó la agenda en su BlackBerry.
Hablar con Del. Recoger el coche. Reunirse con unos clientes para almorzar,
ir a la tintorería y al mercado, y regresar antes de las cuatro y media para
preparar el ensay o. En sendas entradas secundarias había anotado los puntos a
tratar en la reunión, lo que tenía que recoger de la tintorería y la lista de la
compra.
Se volvió frente al espejo. Los clientes eran importantes y, como habían
reservado mesa en el club de campo, era vital dar la imagen adecuada.
El vestido veraniego color amarillo pálido era el contrapunto perfecto, entre
desenfadado y profesional. Las joy as, discretas, aunque los ojos de lince de la
madre de la clienta sabrían reconocer su valor y con eso podría anotarse un
tanto. Se había dejado el pelo suelto para variar… como quien va a una comida
de chicas para estar entre amigas. Evitó lo llamativo, lo espectacular. La mujer
que planificaba una boda bajo ninguna circunstancia tenía que ensombrecer a la
novia. Satisfecha, tomó un jersey fino de color blanco para resguardarse del aire
acondicionado si los clientes elegían comer dentro del club.
Todavía faltaban diez minutos para que llegara su hermano, pero Parker bajó
a la planta baja. La casa que tanto amaba estaba silenciosa y parecía enorme en
plena mañana sin la presencia de clientes ni de celebraciones programadas que
le exigieran tiempo y atención. Los imponentes arreglos y los detalles florales de
Emma perfumaban el ambiente, y las fotos de Mac se alternaban con las
pinturas de la casa.
Sin embargo, Parker había cambiado pocas cosas de la estancia; se había
limitado a trasladar los objetos personales a sus habitaciones o a las de Laurel. La
mansión seguía siendo un hogar, un lugar feliz que había sido testigo de
centenares de celebraciones… y de peleas, pensó mientras recolocaba un
cuenco. Risas, lágrimas, dramas y locuras.
Que ella recordase, en esa casa jamás se había sentido sola, ni le habían
entrado ganas de marcharse.
Consultó el reloj, calculó el tiempo de que disponía y decidió ir a ver a
Laurel.
La encontró frente a la encimera de su cocina trabajando un círculo de
fondant. Seis bases de pastel se enfriaban sobre unas rejillas. Parker se dio cuenta
de que su amiga había elegido un programa de entrevistas en lugar de poner
música, y por eso sospechó que buscaba distraerse.
—Me marcho —le anunció—. ¿Necesitas algo?
Laurel alzó la cabeza.
—Ése color te queda fenomenal.
—Gracias. Me siento radiante.
—Así es como se te ve. Necesito unos dos kilos de fresas, muy frescas.
Tampoco quiero que todas sean rojas y maduras. Que estén mezcladas. Me
ahorrarás tener que salir esta tarde.
—Cuenta con ello —dijo Parker sacando la BlackBerry para anotarlo en su
lista—. De todos modos voy a ir al mercado después de almorzar con Jessica
Seaman y su madre.
—Muy bien. —Laurel dejó de amasar y cruzó los dedos.
—La MDNA quiere hablar del menú y de la música. ¿Esto es para mañana?
—preguntó Parker señalando los ingredientes mientras Laurel espolvoreaba la
superficie de trabajo con almidón de maíz.
—Sí. Son seis capas, con fondant, cobertura plisada y unas orquídeas de pasta
de azúcar que harán juego con la flor emblema de la novia. —Laurel empezó a
trabajar con el rodillo la primera lámina de fondant—. Oy e, ¿no tenías el coche
en el taller?
—Sí, y y a está listo. Del me llevará.
—Ah… —Laurel frunció el ceño. Quizá por la mención de Del, quizá porque
había descubierto unas burbujas de aire en la lámina. En cualquier caso, tomó
una aguja para pincharlas.
—¿Algún mensaje… para él o para tus zapatos?
—Muy graciosa. —Laurel trabajaba deprisa. Levantó la lámina de fondant
con ambas manos y cubrió el primer piso—. Podrías decirle que deje de portarse
como un cretino y me los devuelva.
—Vale.
—No, no le digas nada. —Laurel se encogió de hombros y alisó la parte
superior y los laterales para eliminar las burbujas—. No necesito los zapatos. Ya
me había olvidado de ellos.
—Por supuesto.
Laurel tomó un cortador de pizzas y lo blandió ante Parker.
—Conozco tus artimañas, Brown. Intentas provocarme para que lo llame,
pero no funcionará.
—Vale. —Parker esbozó una sonrisa franca mientras Laurel recortaba la base
del pastel con el instrumento para quitar el fondant sobrante—. Del no tardará en
llegar. Regresaré con las fresas.
—Tráelas de tamaños y tonalidades diferentes —le dijo Laurel alzando la
voz.
—Ya he tomado nota. —Parker se dirigió a la puerta principal contenta de
haber conseguido lo que pretendía: Laurel trabajaría todo el día sin dejar de
pensar en Del y en sus zapatos.
Salió al porche, se puso las gafas de sol y enfiló el camino de entrada en el
mismo momento en que su hermano aparcaba.
—Justo a tiempo —saludó él.
—Tú también.
—Somos los hermanos Brown. Nos obsesiona la puntualidad.
—Considero que es una virtud, y un don. Gracias por el favor, Del.
—De nada. Aprovecharé el viaje para reunirme con un cliente y luego iré a
comer con Jack. Todo arreglado.
—¡Qué polivalente eres! Ésa es la clave del éxito. ¿Zapatos nuevos? —
preguntó la joven.
—No. —Del la observó sin dejar de conducir—. ¿Por qué?
—Ah, he oído decir que acabas de conseguir unos zapatos fabulosos.
—Es verdad —respondió Del esbozando una leve sonrisa—, pero no son de
mi número. Además, caminar con tacones altos me agarrota los dedos.
Parker le dio un golpecito en el brazo.
—Mira que llevarte los zapatos de Laurel… ¿Cuándo dejarás de tener doce
años?
—Nunca —contestó Del llevándose la mano al pecho como quien hace un
juramento—. ¿Se lo ha tomado mal o le ha hecho gracia?
—Ni una cosa ni la otra; puede que las dos a la vez. Yo diría que está
confundida.
—Entonces misión cumplida.
—Típico de ti. ¿Por qué quieres confundirla?
—Empezó ella.
Parker se bajó las gafas y lo miró por encima de la montura.
—Creo que acabas de hacer una regresión a los ocho años. ¿Qué es lo que ha
empezado Laurel?
Del le lanzó una mirada reprobatoria.
—Puede que y o tenga ocho años, pero os conozco, a ti y a tus amiguitas. Lo
sabes muy bien, porque Laurel te lo ha contado, y ahora intentas sonsacarme
para que te dé mi versión.
—No tengo por qué sonsacarte, y tú no tienes por qué contarme nada. —De
repente, sonó su teléfono—. Disculpa. ¡Shawna, hola! Acabo de hablar con
Laurel. Está en la cocina terminando tu pastel. Será fantástico. Muy bien. Ajá.
No, no te preocupes. Llamaré a mi agencia de viajes y … Bien pensado. ¿Sabes
cuál es su nuevo vuelo? Sí.
Parker sacó un bloc de notas y un bolígrafo y repitió en voz alta la
información que su clienta le iba dando.
—Lo comprobaré ahora mismo para asegurarnos de que sigue el horario
previsto. Enviaré un coche para que vay a a recogerlo y lo traiga al ensay o. No,
no es ningún problema. Déjamelo a mí. Nos vemos esta noche. Relájate, todo
está bajo control. Ve a hacerte la manicura y no te preocupes. Sí, y o también.
Adiós.
» Han cancelado el vuelo del padrino —explicó Parker guardando el bloc—.
Ha tenido que cambiar de ruta y esta noche llegará tarde.
—Ya empezaba a preocuparme.
—Laurel tiene razón. Eres un imbécil.
—¿Eso es lo que te ha dicho?
Parker se encogió de hombros, indiferente, y se guardó la BlackBerry.
—Veo que sabes torturar con crueldad. Te diré lo que ha pasado: Laurel ha
cambiado las reglas del juego, y quiero saber si me apetece seguirlas. No sé si es
una buena idea, pero… por algo se empieza. ¿Algún comentario?
—Ambos queréis tomar las riendas. Creo que os pelearéis como dos perros
rabiosos, o puede que os enamoraréis locamente. A lo mejor ni siquiera tenéis la
opción de elegir, porque lo que sentís el uno por el otro es muy fuerte y viene de
lejos. Vuestros sentimientos irán cambiando si… encajáis.
—No busco pelea, ni enamorarme locamente. Sólo estoy explorando las
posibilidades de una nueva dinámica. ¿Tan extraño te resulta?
Era curioso que los dos le hubieran hecho la misma pregunta, pensó Parker.
—Todavía no lo sé. Cuando Laurel se ponga en contacto contigo para
recuperar sus zapatos, cosa que hará, aunque ella cree que no, no te pavonees.
—Sólo por dentro. —Del giró y entró en el aparcamiento del taller de
reparaciones—. ¿Dices que se pondrá en contacto conmigo?
—Le gustan mucho esos zapatos. Además pensará que si no da la cara, ganas
tú. —Parker se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Gracias por el
tray ecto.
—Si quieres, te espero. Mal debe de andar por ahí, charlaré con él mientras tú
terminas con el papeleo.
—No hace falta. —Si Del charlaba con Malcolm, este sabría que ella estaba
en el taller e iría a saludarla. Prefería evitarlo—. He telefoneado y me esperan.
—Ya me imaginaba que habrías llamado antes. Bueno, dile a Mal que lo veré
esta noche en la partida de póquer.
—Ajá. Ven a cenar la semana que viene. —Parker salió del coche—.
Celebraremos una cena en familia. Déjame consultar las agendas y te propongo
una noche. A ver si estás libre.
—Lo estaré. Oy e, Parker, estás preciosa.
Su hermana sonrió.
—Mis zapatos, ni mirarlos. —Cerró la portezuela al son de las carcajadas de
Del y entró en la oficina.
Una mujer con el pelo de color anaranjado y unas gafas de lectura de
montura verde, que estaba sentada tras el mostrador y hablaba nerviosa por
teléfono, le hizo señas para que se acercara. Parker había hecho sus
averiguaciones y sabía que era la madre de Malcolm.
No era que le interesase aquella información en particular, pero le gustaba
saber con quién trataba.
—Exacto, mañana por la tarde. A partir de las dos. Escuche, cielo, la pieza de
recambio acaba de llegar y el chico sólo tiene dos manos. —La señora
Kavanaugh, que iba dando sorbos a una gaseosa Dr. Pepper, dirigió una mirada
de inteligencia hacia Parker. Sus ojos eran verdes y vivos, del mismo tono que los
de su hijo—. ¿Qué prefiere usted: que vay a rápido o que lo haga bien? Le dijo
que primero tenía que llegar la pieza, y que a partir de entonces tardaría un día.
Yo misma le oí explicárselo. Quizá le habría salido más a cuenta comprarse un
coche americano. Si termina antes de lo previsto, le llamaré. Es lo único que
puedo decirle. Sí, que tenga usted un buen día. —La mujer colgó—. Capullo… La
gente cree que el mundo gira a su alrededor —le dijo a Parker—. Quien más,
quien menos, todos se imaginan que son el centro del universo.
Dejó escapar un suspiro y luego le dedicó una sonrisa muy dulce a Parker.
—Estás preciosa, y vas muy veraniega.
—Gracias. Tengo una reunión con una clienta.
—Aquí tienes la factura. La he imprimido después de que llamaras. Estoy
pillándole el truco a este maldito ordenador.
Parker recordó la frustración de la señora Kavanaugh con el ordenador el día
que se conocieron.
—En realidad, si se tiene por la mano el programa, se ahorra tiempo.
—Voy mejorando. Al principio tardaba tres veces más que escribiendo la
factura a máquina, y ahora menos del doble. Toma.
—Fantástico. —Parker se acercó a la mesa para revisar la factura.
—Conocía a tu madre, aunque sólo de vista.
—¿Ah, sí?
—Te pareces un poco a ella, ahora que lo pienso. Era toda una señora, de esas
que no necesitan darse aires de superioridad.
—Sé que le habría encantado oír eso. —Satisfecha con el importe que
reflejaba la factura, Parker sacó la tarjeta de crédito—. Creo que también
conoce a Maureen Grady. Se encarga de la casa y lleva toda la vida cuidando de
nosotras, que y o recuerde.
—Sí, un poco. Supongo que al cabo de un tiempo de vivir en Greenwich
acabas conociendo a todo el mundo. Mi chico juega al póquer con tu hermano.
—Sí —asintió Parker firmando el recibo—. De hecho, es Del quien me ha
traído. Me ha dicho que le recuerde a Malcolm que se verán esta noche en la
partida de póquer.
Ya está, pensó, mensaje transmitido.
—Puedes decírselo tú misma —dijo la mujer al ver que Malcolm entraba por
la puerta lateral del taller limpiándose las manos con un pañuelo de color rojo.
—Mamá, necesito que… —Malcolm se detuvo y esbozó una sonrisa—.
Hola… ¡Qué agradable sorpresa!
—La señorita Brown ha venido a recoger el coche —dijo su madre tomando
las llaves y lanzándoselas, para horror de Parker. Malcolm las atrapó al vuelo—.
Acompáñala.
—No es necesario. Sólo…
—Está incluido en el servicio. —Mal le abrió la puerta de la oficina para que
saliera.
—Gracias, señora Kavanaugh. Me alegro de haberla visto.
—Vuelve cuando quieras.
—Tengo mucha prisa —le espetó Parker a Malcolm al salir de la oficina—,
así que…
—¿Vas a una cita?
—A una reunión.
—Una pena desperdiciar este vestido en una reunión de trabajo. No te
preocupes, no tardaremos mucho.
Malcolm olía a mecánico, aunque el olor no le resultó tan desagradable como
había imaginado. Llevaba unos tejanos agujereados en la rodilla y manchados de
grasa en la pernera. Parker se preguntó si llevaba camiseta negra para que no se
vieran las manchas.
Tenía el cabello oscuro y revuelto, enmarcándole el cincelado óvalo del
rostro. Advirtió que no se había afeitado, y que su imagen no resultaba
desaliñada, sino más bien peligrosa.
—Bonito carro —dijo Mal haciendo tintinear las llaves y mirándola a los ojos
al llegar al coche—. Y bien cuidado. No te hemos cobrado el servicio de limpieza
por ser la primera vez, aunque tampoco habría podido cobrártelo. Tu máquina
está limpia como los chorros del oro.
—Las herramientas de trabajo funcionan mejor si cuidamos de ellas.
—Ése es mi lema, aunque la may oría no hace caso. Dime, ¿qué vas a hacer
después de la reunión?
—¿Cómo? Ah… unos recados… y luego voy a trabajar.
—¿Cuándo no tienes reuniones, recados o trabajo?
—Casi nunca. —Parker sabía reconocer si le estaban tirando los tejos, pero no
recordaba haberse sentido nunca tan agobiada—. Necesito las llaves, en serio.
¿Cómo voy a arrancar el coche si no me las das?
Mal las soltó sobre la palma de su mano.
—Si encuentras uno de esos raros momentos libres, llámame. Te llevaré a dar
una vuelta en mi cacharro.
Mientras Parker intentaba articular una respuesta, Mal señaló con el pulgar.
Ella miró hacia donde le indicaba y vio una motocicleta grande, aparatosa y
muy reluciente.
—Me parece que no… No lo creo, no.
Mal se limitó a sonreír.
—Si cambias de idea, y a sabes dónde encontrarme. —Esperó unos segundos
a que ella subiera al coche—. Es la primera vez que te veo con el pelo suelto. Te
queda bien con el vestido.
—Ah…
« Por dios, Parker —se dijo—. ¿Te has quedado sin lengua?» .
—Gracias por todo.
—Gracias a ti.
Parker cerró la portezuela, le dio la vuelta a la llave y, con gran alivio, se
alejó del taller. Aquél hombre, decidió, la descolocaba.
Laurel se dijo que había que terminar con las tonterías. Al principio le había
parecido buena idea pasar de los jueguecitos de Del, pero cuanto más lo pensaba,
más creía que su actitud podría interpretarse como si lo estuviera evitando. Eso
daría ventaja a Del, y no iba a permitirlo.
No comentó su plan con nadie. Su presencia no era necesaria en el ensay o,
así que no vería a sus amigas… y no caería en la tentación de sincerarse con
ellas. Estuvo en la cocina preparando un relleno de nata y un glaseado de crema
de mantequilla para el pastel Fresas Estivales del sábado por la tarde. Luego
comprobó la lista de tareas pendientes en el tablón y el tiempo que le quedaba, e
intentó no sentirse culpable por salir a hurtadillas de su hogar.
Se quitó el delantal y soltó un taco. No iría sudada y desaliñada a casa de Del
para solventar la papeleta. Adecentarse no significaba ponerse guapa.
Subió por la escalera trasera y se escabulló hacia el ala que ocupaba para
darse una ducha y refrescarse tras su jornada laboral. Si le apetecía maquillarse,
lo haría. A fin de cuentas, se maquillaba a diario. También le gustaba llevar
pendientes, y tenía todo el derecho a ponerse unos, que además fueran a juego
con una blusa bonita. No era un crimen querer tener buen aspecto, fueran cuales
fuesen las circunstancias.
Sin querer plantearse nada más, bajó por las mismas escaleras con la
intención de salir sin que la vieran. Estaría en casa antes de que se percataran de
su ausencia.
—¿Adónde vas?
El plan se fue al traste.
—Ah… —Laurel se volvió y vio a la señora Grady en el huerto—. Tengo que
hacer un recado, nada importante.
—Bien, vete entonces. Ésa blusa es nueva, ¿verdad?
—No. Sí. Más o menos. —Odiaba aquel sentimiento de culpabilidad que la iba
atenazando por dentro—. No tiene ningún sentido comprarse una blusa nueva y
no ponérsela.
—Por supuesto —comentó la señora Grady en un tono calmado—. Anda,
vete, y diviértete.
—No voy a… Da igual. No tardaré en volver. —Laurel dio la vuelta a la casa
y fue a buscar el coche.
Como mucho estaría fuera una hora, y luego…
—Hola, ¿sales?
¡Por Dios! Aquello era peor que vivir con varios padres a la vez. Laurel se
obligó a sonreír cuando saludó a Carter.
—Sí, voy a hacer una cosa, pero vuelvo enseguida.
—Vale. Voy a suplicarle a la señora Grady que me dé uno de sus guisos.
Tardará un poco en descongelarse. Lo digo por si te interesa para luego.
—Gracias, pero he picoteado una ensalada antes. Disfrutad.
—Lo haremos. Estás muy guapa.
—¿Y qué? —Laurel sacudió la cabeza—. Lo siento, perdona. Estaba pensando
en otra cosa. Tengo que irme.
Se apresuró a meterse en el coche, no fuera a ser que se tropezase con
alguien más.
Mientras circulaba con rapidez se le ocurrió que debería haber ido a casa de
Del durante el día para no encontrárselo. Sabía dónde escondía una llave de
reserva y conocía el código de la alarma. De todos modos, era probable que lo
cambiara con regularidad, como medida de seguridad. Aun así habría podido
arriesgarse, entrar en la casa y buscar sus zapatos. Luego se habría tomado la
revancha dejándole una nota. Ése sí habría sido un buen plan.
Ya era tarde para eso, aunque quizá no estuviera en casa. Su vida social era
muy activa: amigos, clientes, ligues. Era un hermoso anochecer de verano, eran
las siete y media… Sí, probablemente habría quedado con alguna chica para ir a
tomar unas copas, cenar y enrollarse con ella. Podría entrar en su casa, buscar
los zapatos y dejarle una nota divertida.
Querido secuestrador de zapatos:
Nos hemos escapado y hemos informado al FBI. Un equipo táctico viene de
camino.
LOS PRADA.
Le entrarían ganas de reír cuando la ley era. A Del no le gustaba perder, ¿a
quién podía gustarle?, pero se reiría, y eso daría por zanjado el asunto.
Siempre y cuando no se disparara la alarma y ella tuviera que reclamar sus
servicios como abogado de oficio. « Piensa en positivo» , se ordenó a sí misma, y
dio vueltas a su nuevo plan mientras conducía.
Plan que se hundió como un soufflé mal horneado cuando reconoció el coche
de Del en el camino de entrada. « En fin, vuelta al plan A» .
Del tenía una casa magnífica; a ella le había encantado desde que él se la hizo
construir. Quizá era demasiado grande para un hombre que vivía solo, pero
Laurel comprendía la necesidad de espacio. Sabía que Jack la había diseñado
siguiendo unas directrices muy concretas: que no fuera demasiado tradicional,
pero tampoco demasiado moderna, con mucha luz y muchas habitaciones.
Además, los guijarros y la inclinación de los tres tejados dotaban a la vivienda de
un aire de elegancia desenfadada que encajaba con el propietario.
Laurel reconoció que se estaba demorando aposta.
Salió del coche, se dirigió a la puerta principal y llamó al timbre.
Se revolvió inquieta y tambaleó en la rodilla. Eran los nervios, advirtió.
Maldita sea, estaba nerviosa porque iba a ver a un hombre que conocía de toda la
vida, con el que había jugado y se había peleado de pequeña. Si incluso se habían
casado un par de veces… cuando Parker lo había engatusado, sobornado o
chantajeado para que accediera a ser el novio en el juego del « día de la boda» .
Y en ese momento sentía un nudo en el estómago.
Lo que hacía de ella una cobardica, decidió. Odiaba a las cobardicas.
Volvió a llamar al timbre, con renovada decisión.
—Lo siento, habéis ido tan rápido que… —Del abrió la puerta con el pelo
mojado y la camisa desabrochada; unas gotas de agua brillaban apenas en su
pecho. Se quedó quieto y ladeó la cabeza—. Tú no eres el chico de los repartos
del China Palace.
—No. He venido porque… El China Palace no hace repartos por esta zona.
—A mí sí, porque defendí al hijo del propietario por posesión de drogas y
conseguí meterlo en un programa de rehabilitación en lugar de en una celda. —
Del sonrió y metió el pulgar en el bolsillo de los tejanos que se había puesto a
toda prisa pero no se había abotonado—. Entra, Laurel.
—No he venido de visita, sino a recoger mis zapatos. Dámelos y me iré antes
de que llegue tu arroz frito con gambas.
—He pedido cerdo agridulce.
—Buena elección. Mis zapatos.
—Entra, mujer. Negociaremos las condiciones.
—Del, esto es absurdo.
—Me gustan las situaciones absurdas de vez en cuando. —El asunto quedó
zanjado cuando la asió de la mano y la obligó a entrar—. ¿Quieres una cerveza?
He abierto una Tsingtao para acompañar la cena china.
—No, no quiero cerveza china. Quiero mis zapatos.
—Lo siento, están en un enclave secreto hasta que los términos del rescate
queden aclarados y satisfechos. ¿Sabías que sueltan un grito agudo y finísimo
cuando retuerces los tacones de aguja? —Del retorció un puño a modo de
demostración—. Pone los pelos de punta.
—Sé que te consideras muy divertido, y reconozco que lo eres, pero hoy he
tenido un día muy largo y he venido a buscar mis zapatos.
—Después de una larga jornada laboral te mereces una Tsingtao. Mira, y a
llega la cena. ¿Por qué no sales al porche trasero? Se está muy bien al aire libre.
Ah, de camino coge un par de cervezas de la nevera. Hola, Danny, ¿qué tal?
Por mucho que discutiera y montara una escena no iba a conseguir los
zapatos si a Del no le apetecía dárselos, pensó Laurel. Lo que tenía que hacer era
mostrarse serena. Apretando la mandíbula para disimular la rabia, se dirigió a la
cocina. Oy ó que Del hablaba de béisbol con el chico de los repartos. Le pareció
entender que la noche anterior un equipo de no sabía dónde había hecho varios
lanzamientos que quedaron sin batear.
Entró en la espaciosa cocina, iluminada por la suave luz del atardecer. Sabía
que ese espacio tenía múltiples usos aparte de servir para tomar cerveza china y
comida rápida oriental. Del tenía dos especialidades que bordaba: las cenas
íntimas que organizaba para seducir a las mujeres y muy buena mano para
preparar tortillas a la mañana siguiente.
Al menos, eso le habían contado.
Abrió la nevera y sacó una cerveza. Aprovechando la ocasión, tomó otra
para ella. Conocía aquella habitación tan bien como si estuviera en su propia
casa. Abrió el congelador, cogió un par de jarras de cerveza puestas a enfriar y
se fijó en la selección de guisos y sopas de la señora Grady que Del conservaba
debidamente etiquetada.
Ésa mujer alimentaba al mundo entero.
Estaba sirviendo la segunda cerveza cuando Del entró con las bolsas de la
comida.
—Fíjate, me tomo una cerveza. Ahora estamos en paz. Cuando la termine,
me das los zapatos.
Del la miró con cara de pena.
—Me parece que no acabas de entender la situación. Tengo algo que tú
quieres, y soy y o quien impone las condiciones. —Eligió un par de platos y de
servilletas y luego sacó dos juegos de palillos de un cajón.
—He dicho que no quiero cenar.
—Son jiaozi —anunció Del sacudiendo una de las bolsas—. Tienes debilidad
por estas empanadillas chinas.
Tenía razón, y además la ansiedad y el aroma de la comida se habían aliado
para despertarle el apetito.
—Muy bien. Tomaré una cerveza y una empanadilla. —Laurel se llevó las
cervezas al porche y se sentó a la mesa que presidía el césped del jardín.
El agua de la piscina centelleaba. Justo en el borde había una glorieta
preciosa, y en su interior, una inmensa barbacoa. Del tenía fama de gobernarla
con instinto territorial durante sus fiestas de verano. Los invitados jugaban al aire
libre a la petanca disputando partidas a vida o muerte y luego se zambullían en la
piscina.
Ése hombre sabía cómo distraer a la gente, pensó Laurel. Debía de llevarlo
en los genes.
Del salió al porche con una bandeja en la que había colocado los envases de
cartón con la comida y unos platos. Al menos se había abrochado la camisa,
advirtió Laurel. Ojalá no le gustara tanto físicamente. Podría controlarse mejor.
O no.
—Imaginaba que hoy cenaría mirando el canal de deportes y repasando unos
papeles del trabajo. Esto es mucho mejor. —Del le puso un mantel individual
delante y abrió los envases—. Hoy habéis tenido ensay o, ¿verdad? —Se sentó y
se sirvió un poco de cada uno—. ¿Qué tal ha ido?
—Supongo que muy bien. No me necesitaban y me he puesto a preparar lo
del fin de semana.
—Me verás en la ceremonia de compromiso del domingo —le contó Del.
Mientras él hablaba y comía, ella daba sorbos a la cerveza—. Fui a la universidad
con Mitchell y redacté el contrato de su sociedad. ¿Qué pastel harás?
—Uno de mantequilla y chocolate relleno de mousse de chocolate blanco y
glaseado con chocolate deshecho.
—Triple bomba.
—Son amantes del chocolate. El pastel va alternando unas capas de flores de
geranio en láminas de espuma para centros florales. Emma está entrelazando
varios geranios en forma de corazón que irán en el piso de arriba. ¿Te pregunto
y o cómo te ha ido el día?
—¡Qué mala eres!
Laurel suspiró porque sabía que tenía razón.
—Me robaste los zapatos —puntualizó ella rindiéndose al aroma de los
alimentos.
—« Robar» es una palabra muy fuerte.
—Son míos y te los llevaste sin que te diera permiso. —Tomó una
empanadilla. Era cierto que tenía debilidad por ese plato.
—¿Valen mucho para ti?
—Sólo son unos zapatos, Del.
—¡Venga y a! —exclamó Del con unos aspavientos—. Tengo una hermana y
sé el valor que las mujeres dais al calzado.
—Vale, vale… ¿Qué quieres: dinero, pastelitos, tareas domésticas?
—Una oferta tentadora, pero prefiero esto para empezar. Deberías probar el
agridulce.
—¿A qué te refieres? —Laurel estuvo a punto de atragantarse con la cerveza
—. ¿« Esto» es una cita?
—Dos personas, cena, bebida, un bonito anochecer. Cuenta con todos los
ingredientes para serlo.
—He venido sin avisar. Por casualidad. Es… —Laurel se detuvo al notar que
volvía a sentir un nudo en el estómago—. Bien, aclarémoslo. Tengo la sensación
de que empecé algo que no sé…
—¿… que no sabes lo que es? —propuso Del.
—Exacto. Me dio por ahí y actué siguiendo mi instinto, y tú reaccionaste de
manera parecida. Ahora veo que la frase « estamos empatados» fue como
arrojar el guante; lo sé, porque te conozco. No pudiste dejarlo correr, y te
llevaste mis dichosos zapatos. Ahora estamos tomando comida china y cerveza a
la luz del crepúsculo, cuando los dos sabemos que nunca habías pensado en mí de
esta manera.
Del reflexionó un instante.
—Eso no es exacto. La frase exacta sería que he intentado no pensar en ti de
esta manera.
Asombrada, Laurel se apoy ó en el respaldo de la silla.
—¿Y cómo lo llevas?
—Hum… —Del movió la mano de un lado a otro.
Laurel se lo quedó mirando.
—Maldito seas, Del.
7
No podía decir que se esperara esa reacción, pero con Laurel todo era posible.
—¿Por qué me llamas maldito si puede saberse?
—Por hablar con propiedad. A ti se te da bien hacerlo, salvo cuando metes la
pata. Reconozco que en general siempre aciertas. Lo que pasa es que a mí no me
apetecía oír eso.
—Tendrías que haber sido abogada.
—Estoy comiendo otra empanadilla —musitó.
Ésa mujer lo cautivaba, y a veces lo enfurecía. Quizá todo se reducía a lo
mismo.
—¿Recuerdas cuando fuimos todos juntos a la fiesta que dieron los padres de
Emma el Cinco de May o?
—Claro que me acuerdo. —Laurel frunció el ceño y desvió la mirada hacia
su cerveza—. Tomé demasiado tequila, como es natural. Un Cinco de May o es lo
que toca.
—Sí, borrachuza.
—Ja, ja… Te sentaste en los peldaños del porche delantero para hacerme
compañía, en plan hermano may or.
—Preocuparse porque a una amiga se le ha subido el tequila a la cabeza no es
hacer de hermano may or, pero en fin… —Tomó una empanadilla con los palillos
y la mojó en la salsa agridulce que quedaba en el plato de Laurel—. Antes había
estado con Jack, mirando al personal, como haces tú.
—No, eso lo haces tú.
—Vale. De repente, vi un par de piernas fantásticas asomando debajo de un
vestido azul y … —Del hizo un gesto vago para darle a entender lo que significaba
ese « y » —. Pensé que eran preciosas, muy bonitas, y se lo comenté a Jack. Él
me dijo que las piernas y el resto, lo que y o estaba contemplando, te pertenecían
a ti. Admito que me asusté.
Del calibró la reacción de Laurel, y la vio francamente sorprendida.
—Para ser sincero, también admito que no era la primera vez. Por lo tanto,
no sé si lo que he dicho ha sido lo más apropiado, pero sí he sido exacto.
—Soy mucho más que un par de piernas; en cuanto a ese « y » …
—Tienes razón, pero es que tus piernas son muy bonitas. Eres una mujer
preciosa, y en eso también soy exacto. Hay quien tiene debilidad por las
empanadillas, y hay quien la tiene por las mujeres bellas.
Laurel apartó la vista y observó el atardecer.
—Ahora debería enfadarme.
—También eres una buena amiga, y desde hace muchos años. —Por su tono
de voz, advirtió que Del y a no bromeaba—. Para mí es importante.
—Es cierto. —Laurel apartó el plato porque empezaba a sentir náuseas.
—Creo que también sería exacto decir que la otra noche, cuando actuaste por
impulso, me pasó algo inesperado, o al menos sorprendente.
Las sombras fueron espesándose y las luces del jardín y del patio cobraron
vida. A lo lejos se oía el eco del inquietante trino del somorgujo. Del encontró la
escena muy romántica, y adecuada en cierto modo.
—¡Qué delicado eres hablando!
—Mujer, es nuestra primera cita —contestó Del, y su comentario le hizo reír.
—He venido a recoger mis zapatos.
—No es verdad.
Laurel dejó escapar un suspiro.
—Puede que no, pero confiaba en que habrías salido con alguna chica y y o
podría entrar a hurtadillas en tu casa, recoger los zapatos y dejarte una nota
ingeniosa.
—Te habrías perdido todo esto, y y o también.
—Ya empezamos… —murmuró Laurel—. Creo que mi moratoria sexual es
la responsable directa de que esté aquí.
Del alzó la cerveza, divertido.
—¿Cómo lo llevas?
—Tan bien que estoy … ¿cómo se dice en términos delicados? Inquieta, más
inquieta de lo normal estos días.
—En nombre de la amistad podría llevarte arriba y ay udarte a superar esa
inquietud, pero eso no va a pasar.
Laurel iba a decirle que no necesitaba su ay uda, que le agradecía el interés y
que ella sola y a sabía cómo dejar de sentirse inquieta, pero comprendió que le
estaría dando demasiada información, por muy amigos que fueran, y se
desentendió encogiéndose de hombros.
—Esto no tiene nada que ver con la historia de Jack y Emma —dijo él.
—Ellos dos no andan inquietos. Van…
—Despacio y con buena letra —atajó Del suavemente—. Me refería a otra
cosa. Ellos eran amigos antes, y siguen siéndolo, pero se conocieron hace…
¿cuánto, diez o doce años? Es mucho tiempo, sí, pero tú y y o… nos conocemos
de toda la vida. No somos amigos, sino de la familia. Nuestro parentesco no es
tan ilegal e incestuoso como para que esta conversación acabe poniéndonos los
pelos de punta, pero somos familia al fin y al cabo. Nuestra relación es tribal —
decidió—. Pertenecemos a la misma tribu.
—Una relación tribal —repitió Laurel—. Veo que has estado pensando en el
tema, y creo que voy a darte la razón en todo.
—Lo encuentro fantástico para variar. De lo que aquí se está hablando es de
cambios, y no sólo respecto a nosotros, sino respecto a… toda la tribu.
—Seguro que acabarás siendo el jefe. —Laurel, con el codo sobre la mesa,
apoy ó el mentón en la mano—. Siempre acabas mandando.
—Te dejo ser la jefa si me ganas un pulso.
Laurel era fuerte, y se enorgullecía de ello, pero también conocía sus límites.
—Supongo que siendo el jefe de la tribu, y a habrás decidido cómo vamos a
enfocar este asunto.
—He esbozado lo que podríamos llamar unas directrices… el borrador de
unas directrices.
—Te pareces tanto a Parker… Quizá eso influy e. Si Parker fuera un tío, o ella
y y o fuéramos lesbianas, nos casaríamos, y y a no tendría que ir buscando plan,
que es un fastidio. Por eso estoy en moratoria sexual, y quizá por eso también
estamos teniendo esta conversación.
—¿Quieres oír cuáles son las directrices?
—Sí, pero paso del interrogatorio que vendrá a continuación.
—Vamos a darnos un mes.
—¿Un mes?
—Para valorarlo. Nos iremos viendo así, como hasta ahora. Saldremos a
pasear, nos quedaremos en casa, charlaremos, nos relacionaremos con los
amigos y haremos actividades. Saldremos juntos, como hace la gente cuando
empieza a ser pareja. Además, dado nuestro vínculo tribal, y porque entiendo
que los dos queremos minimizar la posibilidad de dañar nuestra relación actual…
—Ya me dirás quién es ahora el abogado.
—Por todo eso —siguió explicando Del—, y aunque literalmente me fastidia,
seguirá vigente la moratoria sexual.
—¿Tú también te impones una moratoria sexual?
—Es lo justo.
—Hum. —Laurel dejó la cerveza y bebió agua—. ¿Saldremos juntos, como
pueden salir dos adultos sin compromiso y de consentimiento mutuo, pero sin
practicar el sexo, ni juntos ni con otros?
—Ésa es la idea.
—Durante treinta días…
—No me lo recuerdes.
—¿Por qué treinta?
—Es un período de tiempo razonable para que los dos decidamos si queremos
dar el siguiente paso. Es un gran paso, Laurel. Me importas demasiado para
precipitarme contigo.
—Salir juntos va a ser más difícil que practicar el sexo.
Del estalló en carcajadas.
—¿Con qué clase de tipos has estado saliendo? Procuraré que sea fácil. ¿Te
parece bien que vay amos al cine después de la celebración del domingo? Vemos
una película y nada más.
Laurel inclinó la cabeza.
—¿Quién la elige?
—Lo negociamos. Las lacrimógenas, fuera.
—Las de terror también.
—Vale.
—Quizá tendrías que redactar un contrato.
Del encajó la provocación encogiéndose de hombros.
—Si se te ocurre algo mejor, estoy abierto a las propuestas.
—No tengo ni idea. Nunca pensé que llegaríamos al punto de necesitar
propuestas. ¿Por qué no nos acostamos y lo dejamos en un empate?
—Muy bien. —Del sonrió al ver que Laurel se quedaba boquiabierta—. No
sólo te conozco, sino que detecto un farol cuando lo oigo.
—No creas que lo sabes todo.
—Claro que no. Precisamente por eso supongo que vale más que nos demos
tiempo y lo descubramos. Si a ti te va bien, por mí trato hecho.
Laurel examinó su rostro, tan atractivo y familiar, los ojos serenos, la postura
relajada…
—Seguramente nos llevaremos a matar casi todo el tiempo.
—Eso no será ninguna novedad. ¿Trato hecho, Laurel?
—Trato hecho. —Laurel le tendió la mano para sellar el acuerdo.
—Creo que la situación pide algo más que un apretón de manos. —Sin
embargo, Del la tomó de la mano y le obligó a ponerse en pie como acababa de
hacer él—. Además, hay que aprovechar ahora que ninguno de los dos está
enfadado.
Laurel sintió que un leve escalofrío de emoción y nervios le recorría la
espalda.
—¿Cómo sabes tú que no estoy enfadada?
—No lo estás. Quita esa arruguita de ahí. —Del le pasó el dedo por el
entrecejo—. Cede, ríndete.
—Espera —protestó ella cuando notó que Del le acariciaba los brazos—. Me
siento cohibida. Cuando pienso demasiado, va fatal y …
Del la interrumpió besándola en los labios, despacio y con ternura.
—O no… —murmuró Laurel asiéndolo de la nuca.
Todavía quedaban sorpresas, pensó Del al detectar calidez y curiosidad en
ella, en lugar de pasión e instinto. La dulzura y la tranquilidad fueron notas
inesperadas que aderezaron su relación familiar. A Del no le resultaba extraño el
olor de esa mujer, ni la forma de su cuerpo, pero su sabor, maduro y atray ente,
le abrió posibilidades desconocidas hasta entonces.
Prolongó el momento para saborear esa nueva mezcla de sensaciones.
Laurel se abandonó y aprovechó cada uno de los minutos que tantas veces
había imaginado. Caía la tarde, la luz era suave, la brisa estival susurraba
quedamente… Las fantasías alocadas de una jovencita enamorada se habían
sumado a sus anhelos y, con el tiempo, habían cristalizado en los deseos de una
mujer.
Las fantasías y los deseos se habían convertido en realidad. Con ese beso
Laurel se dio cuenta de que sus necesidades coincidían, y que pasara lo que
pasase, ese momento del anochecer siempre les pertenecería.
Sus labios se separaron, pero Del no se apartó de ella.
—¿Cuánto tiempo crees que ha durado?
—Difícil de calcular —respondió Laurel. Le habría resultado imposible
decirlo exactamente.
—Sí.
Del rozó los labios de Laurel una vez más, los tanteó, los incitó, y se hundió en
su boca hasta que ambos se quedaron sin aliento.
—Vale más que vay a a buscar tus zapatos.
—Muy bien. —Laurel lo atrajo hacia sí y gimió al notar sus manos en las
caderas.
Del estuvo a punto de romper el pacto, pero se obligó a apartarse de ella.
—Los zapatos… —logró articular—. Liberemos a los rehenes. Tienes que irte
a casa, en serio. A casa.
Excitada y trémula, Laurel se apoy ó en la barandilla del porche.
—Ya te he dicho que salir juntos será peor que practicar sexo.
—A nosotros nos van los retos. Tienes unos labios preciosos. Siempre me han
gustado, y ahora más.
Laurel esbozó una sonrisa.
—Acércate y repíteme eso.
—Dejémoslo. Voy a buscar tus zapatos.
Laurel lo observó marcharse y pensó que ese mes se le haría eterno.
Entrar en la casa a hurtadillas debía de ser forzosamente más sencillo que
escabullirse de ella. Carter y Mac se habrían retirado a su estudio, y Emma y
Jack estarían en la casita del jardín. En cuanto a la señora Grady, se encontraría
en sus acogedoras habitaciones viendo la televisión, con los pies en alto,
tomándose su té de la noche, o bien habría salido con sus amigas. Parker
probablemente seguiría trabajando en su zona de la casa, vestida con ropa
cómoda.
Aparcó aliviada al ver luces en el estudio y en la casita de invitados. Le
apetecía estar sola y pensar en lo sucedido, en los cambios venidos y por venir.
Sentía el cosquilleo de sus labios, y notaba una sensibilidad especial en la piel.
Habría bailado de alegría. Si llevara un diario, dibujaría corazoncitos y flores en
la entrada de ese día. Claro que, a continuación, de la vergüenza la habría
arrancado y roto a pedacitos. Pero habría hecho esos dibujos.
Sonriendo por la ocurrencia, entró en la casa con sigilo y cerró la puerta tras
ella procurando no hacer ruido. Le faltó poco para subir la escalera de puntillas.
—¿Acabas de llegar?
Le faltó muy poco para soltar un grito. Giró en redondo y se quedó mirando a
Parker boquiabierta. Tuvo que sentarse en un escalón para no desplomarse.
—¡Por Dios! Das más miedo que un rottweiler. ¿Qué estás haciendo?
—¿Qué estoy haciendo? —Parker balanceó ante sus ojos un envase que tenía
en la mano—. He bajado a buscar un y ogur y vuelvo a mi habitación. ¿Qué
haces tú subiendo la escalera de puntillas?
—No voy de puntillas. Camino sin hacer ruido. Hay y ogures en la nevera de
tu habitación.
—No de arándanos, y y o quería un y ogur de arándanos. ¿Algún problema?
—No, no. Claro que no. —Laurel procuró recuperar el aliento y se dio unos
golpecitos en el pecho—. Me has dado un susto de muerte.
Parker la acusó con la cuchara en ristre.
—Tienes cara de culpable.
—No es verdad.
—Estás frente a mí, y y o reconozco una expresión de culpabilidad cuando la
veo.
—¿Por qué iba a sentirme culpable? No hay toque de queda, ¿verdad, mamá?
—¿Lo ves? Te sientes culpable.
—Vale, vale, aparta la manguera antidisturbios —protestó Laurel levantando
las manos en señal de rendición—. He ido a casa de Del a recoger mis zapatos.
—Eso y a lo veo, Laurel. Los llevas en la mano.
—Exacto. Sí. En fin, son unos zapatos fenomenales y quería que me los
devolviera —explicó la joven acariciando uno con cariño—. Del había
encargado comida china. Empanadillas.
—Ah. —Asintiendo, Parker fue a sentarse junto a Laurel.
—No tenía la intención de quedarme, pero lo he hecho. Nos hemos sentado
en el porche y hemos hablado del beso que le di, y del beso que me dio él a mí.
Sé que esto último no te lo conté. Es curioso, pero me cuesta hablar contigo de
estas cosas, más que con él.
—Supéralo.
—Estoy en ello, ¿vale? En fin, en cualquier caso teníamos que plantearnos
una solución. Del propuso unas directrices.
—Es obvio.
Parker sonrió y tomó una cucharada de y ogur.
—Entiendo que no te sorprendas, porque los dos sois iguales. Le dije que si tú
y y o fuéramos lesbianas, nos casaríamos.
Parker volvió a asentir y siguió comiendo el y ogur.
—Lo suponía.
—Hemos decidido que saldremos juntos y haremos lo que suelen hacer los
demás, pero sin enrollarnos.
Parker enarcó las cejas y lamió la cuchara.
—¿Vais a salir juntos sin enrollaros?
—Durante treinta días. En teoría durante ese plazo de tiempo sabremos si lo
que buscábamos era sexo o si en realidad… Somos adultos y hay que actuar con
sensatez, aunque el sexo nos apetezca.
—Queréis daros tiempo para estar seguros de que luego os seguiréis gustando.
—Sí, ese es el objetivo, pero hay más razones: las tribus y mis piernas,
aunque en realidad se trata de ver cómo va la relación. ¿Te parece bien?
Parker le dio unos golpecitos con los nudillos en la cabeza.
—Claro que me parece bien, y si no me lo pareciera, tendrías que mandarme
al infierno y decirme que no metiera las narices donde no me importa. ¿Quieres
un poco de y ogur?
—No, gracias, he comido empanadillas. —Laurel apoy ó la cabeza en el
hombro de Parker—. Me alegro de no haberme salido con la mía y de que me
hay as atrapado in fraganti cuando entraba de puntillas.
—Más bien alégrate de que hay a decidido mostrarme magnánima en lugar
de insultada.
—Eres mi mejor amiga.
—Es verdad, lo soy. Del es buena persona. Sé que es un mandón, porque
estamos hechos de la misma pasta y conozco sus defectos, pero es bueno. —
Parker posó su mano sobre la de Laurel durante un breve instante—. Te merece.
Tú y y o vamos a hacer un pacto ahora mismo. Cuando necesites contar pestes de
él, o él de ti, considera que se trata de un chico cualquiera. No te sientas
coaccionada porque Del sea mi hermano. Piensa que digas lo que digas, no me
ofenderás.
—Muy bien.
Entrelazaron los meñiques y pronunciaron un juramento.
—Me marcho. He de terminar un par de cosas —dijo Parker levantándose—.
Por cierto, Emma y Mac se sentirán dolidas si no se lo cuentas.
—Se lo diré. —Laurel se obligó a levantarse y subió con ella a su habitación.
Sinceridad total, se dijo Del, y decidió quedar con Jack a la mañana siguiente
para hacer ejercicio. Se había propuesto dar la cara, y por eso le había dicho que
se trajera también a Carter. Acababa de empezar los ejercicios cardiovasculares
cuando Carter apareció mirando la cinta de correr con profundo respeto.
—Siempre tengo la precaución de no practicar estos ejercicios en público.
Alguien podría salir herido.
—Empieza despacio y luego ve subiendo la velocidad cada dos minutos.
—Para ti es muy fácil de decir.
—Echaba de menos este lugar. —Como muestra de solidaridad, Jack ocupó la
máquina que había al otro lado de Del—. Tener el gimnasio en casa va muy bien,
pero echas de menos el bullicio del grupo, y ver a todas esas mujeres atléticas
vestidas con unos equipos minúsculos. ¿Qué? —exclamó Jack al notar la mirada
de Del—. Aunque esté prometido, sigo estando vivo.
—No entiendo que a alguien le guste caminar por una cinta cuando la calle
está llena de aceras. —Sin soltarse de la barra por si acaso, Carter gesticuló
vagamente—. Además, pisas suelo firme.
—Acelera, Carter. Los caracoles van a adelantarte. ¿Cómo está mi
Macadamia?
—Bien. —Carter, con el ceño fruncido, aumentó un poco más la velocidad—.
Ésta mañana se reúne con las socias y luego tiene una sesión de fotos en el
estudio. Creo que se ha alegrado de perderme de vista durante un par de horas.
—Pronto tendrás tu despacho particular —le dijo Jack—. Luego diseñaré el
nuevo espacio de Emma y, finalmente, el de Laurel.
—Hablando de Laurel, salimos juntos. —Oy ó un « uf» a mano izquierda y
miró en esa dirección—. ¿Estás bien, Carter?
—He perdido el paso. Cuando dices salir juntos, ¿te refieres a que sales con
ella?
—Exacto.
—Acabas de darme una buena excusa para saltarte encima y exigirte una
explicación. ¿Qué pretendes aprovechándote de una de mis chicas?
Del miró a Jack y aumentó la velocidad.
—A diferencia de ti, y o no esquivo el tema, y tampoco me escondo.
—Yo no esquivé el tema, ni me escondí. Lo que pasó fue que me costó
explicar mi relación con Emma. Ahora que voy a casarme con una integrante
del Cuarteto, tengo deberes, pero también disfruto de ciertos privilegios. Si te
acuestas con Laurel…
—No me acuesto con Laurel. Salimos juntos.
—Eso, y cogiditos de la mano contempláis la luna y cantáis canciones junto a
una hoguera.
—Eso haremos durante un tiempo, menos lo de cantar. ¿Tú qué opinas? —le
preguntó Del a Carter.
—Me cuesta mantenerme en pie. —Carter se agarró a la barra para poder
hablar—. Para empezar, lo que me viene a la cabeza es que este imprevisto
cambia las cosas.
—Eso fue lo primero que pensé, pero ahora y a no estoy seguro. Tengo la
sensación de que lo nuestro se estaba cociendo desde hacía tiempo.
—Me tenías muy engañado —dijo Jack aumentando la velocidad hasta
igualar el ritmo de Del—. ¿Desde cuándo se cocía la historia?
—Nos peleamos, y ella no sólo me dijo, sino que también me demostró que
no somos hermanos. Es cierto. Por eso ahora estamos saliendo juntos y me he
decidido a contároslo.
—Vale. ¿Llegamos a los cinco kilómetros?
—Allá vamos. Acelera, Carter —le dijo Del.
—Ay … —suspiró Carter.
Era domingo por la mañana. Laurel había terminado en la cocina y subió como
una flecha a la sala de reuniones para asistir a la sesión previa del día. Cuando vio
que sus tres socias y a estaban sentadas, levantó la mano.
—No he llegado tarde. —Había tomado y a un par de tazas de café y optó por
el agua—. Por si os interesa, está lloviendo.
—La previsión del tiempo dice que parará a media mañana —afirmó Parker
—, pero podemos trasladar todo dentro si las cosas no cambian.
—Los arreglos son fáciles de montar —dijo Emma tomando la palabra—. Si
a mediodía escampa, podemos tener todo instalado fuera sobre la una. Si no, nos
trasladaremos al salón principal, dispondremos un gran arreglo floral en la
chimenea y añadiremos unas velas. Lo tenemos todo previsto. Las dos suites
estarán listas antes de las diez.
—Los novios llegarán a las once.
—Haré las fotos oficiales en ambas suites —le dijo Mac a Parker—. A los
novios los presentarán sus hermanas. Será precioso. Sacaré buenas fotos
siguiendo ese hilo conductor. Al no haber novia, no perderemos tanto tiempo en la
sesión de peluquería y maquillaje. Además sólo hay un acompañante por novio.
En resumen, creo que las fotos oficiales estarán antes de las doce o doce y
cuarto.
—Los invitados llegarán a las doce y media —dijo Parker ley endo el horario
—, y les ofreceremos un combinado. A la una formaremos el cortejo nupcial
para la ceremonia al aire libre. Los acompañantes entrarán por el pasillo central
y los novios aparecerán por ambos lados. El tiempo estimado de la boda es de
veinte minutos. Mac tomará unas fotos después y los del catering servirán unos
canapés.
—Iré rápida. Con quince minutos bastará.
—Anotad que a la una cuarenta y cinco anunciaremos a los novios,
presentaremos el bufet y daremos paso a los brindis. El DJ pinchará la primera
pieza a las dos treinta. La pareja cortará el pastel a las tres treinta.
—Las pastas del bufet de los postres y a están listas. Terminaré el pastel de
boda antes de las diez y lo colocaremos en el salón de baile. El cuchillo y la pala
de servir van por nuestra cuenta. La feliz pareja ha pedido que les reservemos el
primer piso de la tarta porque quieren llevárselo a casa.
—Muy bien. El baile empezará a las tres cuarenta y terminará a las cuatro
quince. Repartiremos los regalos y anunciaremos la última pieza. A las cuatro
treinta, fin de fiesta. ¿Dudas? ¿Problemas que puedan surgir?
—Por mi parte, no. Éstos chicos son una monada, y muy fotogénicos
además.
—Para los ojales han elegido unos geranios grandes y alegres que van a
juego con el pastel —añadió Emma—. Son preciosos.
—Ellos mismos han redactado el texto de la ceremonia —dijo Parker
señalando su ficha—. Es muy bonito, y dulce. Será un mar de lágrimas. Laurel,
¿cómo va lo tuy o?
—Me falta el adorno de la parte superior del pastel. Me lo tiene que dar
Emma. Todo controlado.
—Lo guardo en la cámara frigorífica. Te lo traeré.
—Perfecto entonces.
—No tan deprisa —terció Mac alzando un dedo cuando vio que Laurel iba a
levantarse—. Todo perfecto en el terreno profesional, pero en el privado, no.
¿Qué novedades hay con Del?
—Ninguna. Sólo han pasado ocho horas.
—¿No te ha llamado? —preguntó Emma—. ¿No te ha enviado un mensaje,
algo que…?
—Me ha enviado un e-mail con una lista de películas para ir al cine esta
noche.
—Ah. —Emma se esforzó en no parecer desilusionada—. Muy considerado
por su parte.
—Muy práctico —corrigió Laurel—. Chicas, estamos hablando de Del, y de
mí. No espero recibir notitas de cariño ni mensajitos sexis.
—Pues son muy divertidos —murmuró Emma—. Jack y y o nos enviábamos
mensajes sexis. Todavía lo hacemos.
—¿Qué te pondrás? —preguntó Mac.
—No lo sé. Vamos al cine. Algo apropiado para ver una película.
—Pero él llevará traje —señaló Emma—. No puedes ir muy informal.
Tendrías que ponerte la blusa azul, la del escote redondo que se anuda en la
espalda. Ésa te sienta fenomenal. Combínala con los pantalones pitillo blancos,
que y o me pondría encantada si no me hicieran las piernas cortas, y las sandalias
de tacón fino.
—Vale, gracias por ocuparte de mi atuendo.
—Un placer —respondió Emma con una gran sonrisa para contrarrestar el
sarcasmo de su amiga.
—Hemos montado una porra —le informó Mac—. Nadie confía en que
paséis treinta días enteros sin que os arranquéis la ropa. Carter es el que cree más
en vuestra fuerza de voluntad: os da veinticuatro días.
—¿Vais a apostar para ver quién adivina cuándo me acostaré con Del?
—Exacto, querida. Tú quedas eliminada —apostilló Mac impidiéndole
retomar la palabra—. Conflicto de intereses. En cuanto a mí, os doy dieciséis
días, no porque confíe en vuestra gran fuerza de voluntad, sino porque tengo fe en
vuestra tozudez… Lo digo por si puedo influir en ti y consigo aumentar los fondos
para mi boda.
—Esto es injusto —canturreó Emma.
—¿Cuánto os habéis jugado?
—Cien pavos cada uno.
—¿Quinientos dólares en total? ¿De verdad?
—Seiscientos, contando a la señora Grady.
—Jo…
—Empezamos con diez dólares por cabeza —comentó Emma encogiéndose
de hombros y mordisqueando una fresa que había cogido—, pero entonces Mac
y Jack se desafiaron. Suerte que los paré cuando llegaron a cien. Parker es la
tesorera.
Laurel enarcó las cejas con aire desafiante.
—¿Y si nos acostamos y no se lo decimos a nadie?
—Por favor… —sentenció Mac poniendo los ojos en blanco—. En primer
lugar, no sabrías guardar el secreto, y en segundo lugar, aunque lo intentaras, lo
descubriríamos.
—Me da rabia, pero tienes razón. ¿Nadie ha apostado por los treinta días?
—Nadie.
—Bien, entonces cubro la apuesta; y estoy en mi derecho, porque se trata de
mí y de lo que voy a tardar en acostarme. No podéis eliminarme. Pongo cien
dólares, y si llegamos a los treinta días, el bote es mío.
Todas protestaron, pero Parker las disuadió con un gesto.
—Me parece justo.
—Ya sabéis lo competitiva que es —se quejó Mac—. Aguantará treinta días
sólo para ganar la apuesta.
—Entonces lo habrá merecido. Dame los cien pavos y anoto tu apuesta.
—Estáis perdidas. —Laurel se frotó las manos contenta—. Mira por dónde
ganaré un buen dinerito gracias a mi moratoria sexual. Tengo que ir a glasear un
pastel. —Al llegar a la puerta les dedicó un meneo con la cadera—. Hasta luego.
Sois unas primas.
—Ya veremos quién es la prima —dijo Parker cuando Laurel salió bailando
por la puerta—. Muy bien, señoras, a trabajar.
8
Salir con Del como novios en lugar de amigos resultaba extraño y curioso a la
vez. Laurel descubrió que era cómodo en muchos sentidos, y positivo. Ninguno
de los dos estaba obligado a escuchar la vida del otro, porque ambos conocían y a
sus historias personales.
No habían probado todo el pastel, pensó la joven, pero varios pisos, sí. Sería
más divertido ir descubriendo el relleno.
Sabía que Del había colaborado en la revista de derecho de Yale, y jugado a
béisbol mientras era estudiante en la universidad. No ignoraba que el derecho y
los deportes eran sus dos grandes pasiones. Sin embargo, desconocía que se
hubiera planteado elegir entre ambas profesiones.
—No sabía que te hubieras planteado en serio convertirte en un profesional
del béisbol. —Había que ver de cuántas cosas se enteraba una, pensó Laurel en
su tercera cita.
—Por supuesto. Me lo tomé tan en serio que lo mantuve casi en secreto.
Paseaban por el parque lamiendo unos helados de cucurucho. Una luna de
verano plateaba el estanque: el broche perfecto para una cena informal, según
Laurel.
—¿Cómo te decidiste? —le preguntó.
—No era lo bastante bueno jugando a béisbol.
—¿Por qué dices eso? Te vi jugar en la academia, y un par de veces cuando
ibas a Yale. Luego te he visto jugar a softball. —Laurel observó el perfil de Del
mientras caminaban y frunció ligeramente el ceño—. Aunque no soy forofa del
béisbol, entiendo el juego, y sé que lo tenías muy por la mano.
—Claro, y además era bueno, pero eso no bastaba. Quizá habría llegado a ser
muy bueno si hubiera echado toda la carne en el asador. Hablé con unos
ojeadores de la cantera de los Yankees.
—¡No fastidies! —exclamó Laurel dándole un empujón—. ¿De verdad? No
lo sabía. ¿Los Yankees intentaron ficharte? ¿Por qué no me enteré?
—No se lo dije a nadie. Tuve que tomar una decisión. Podía ser un abogado
excelente o un jugador de béisbol del montón.
Laurel recordó que había visto jugar a Del desde… siempre. Le vino a la
mente su imagen de niño disputando la liguilla.
Dios, qué atractivo era.
—Te encantaba el béisbol.
—Y todavía me gusta mucho, pero me di cuenta de que no me apasionaba lo
suficiente para implicarme a fondo y abandonar todo lo demás. Es decir, no era
lo bastante bueno.
Laurel lo comprendió; sí, lo comprendió perfectamente. Se preguntó si ella
habría sido capaz de hacer una elección tan sensata y racional y abandonar algo
que amaba y deseaba.
—¿Lo has lamentado alguna vez?
—Cada verano, pero me dura unos cinco minutos. —Del le pasó el brazo por
los hombros—. Mira, cuando sea viejo y me siente en el balancín del porche, les
contaré a mis biznietos que, de pequeño, los Yankees se fijaron en mí.
A Laurel le chocó esa imagen, pero le arrancó una sonrisa.
—No te creerán.
—Claro que sí. Me querrán mucho, a mí y a los caramelos que siempre
llevaré en el bolsillo para ellos. ¿Y tú? Cuéntame si hay algo de lo que te
arrepientes.
—Me arrepiento de más cosas que tú.
—¿Por qué?
—Porque Parker y tú siempre parecéis conocer vuestros deseos y cómo
alcanzarlos. Veamos… —Laurel mordió el cucurucho mientras reflexionaba—.
Ya lo tengo. A veces me pregunto qué habría pasado si hubiera ido a vivir a
Francia, si hubiera sido la propietaria de una pastelería exclusiva… y vivido
muchas historias de amor.
—Normal.
—Diseñaría pasteles para la realeza y las estrellas de cine, y maltrataría a mi
personal. Allez, allez! Imbéciles! Merde!
Del soltó una carcajada al ver los aspavientos exagerados de Laurel,
típicamente galos; incluso se vio obligado a esquivar su cucurucho.
—Sería el terror de las reposteras, un genio reconocido en el mundo entero
que volaría a lugares insospechados para elaborar el pastel de cumpleaños de una
princesita.
—No te veo en ese papel. Más bien te imagino soltando tacos en francés.
Laurel estaba más que llena y tiró los restos del cucurucho a la papelera.
—Es posible, pero a veces pienso en esta clase de cosas. De todos modos,
básicamente me dedicaría a lo mismo que ahora. No habría tenido que elegir.
—Sí elegiste. Tuviste que decidir si trabajabas sola o te asociabas con otras
personas, si te quedabas en Estados Unidos o te ibas a Europa. Tomaste una
decisión importante. Mira, si hubieras ido a Francia, nos habrías echado
muchísimo de menos.
Bueno, eso era absolutamente cierto, pensó Laurel, pero prefirió seguir
hilvanando su historia y sacudió la cabeza.
—Habría estado tan ocupada lidiando con mis pasiones salvajes y mi ego
desbordado que no os habría echado en falta. De vez en cuando me habría
acordado de vosotros con cariño, y habría ido a veros aprovechando algún viaje
a Nueva York. Mi aire europeo os habría dejado con la boca abierta.
—Es cierto que tienes un aire europeo.
—¿Ah, sí?
—A veces, cuando estás trabajando, hablas entre dientes o maldices en
francés.
Laurel se quedó sorprendida y frunció el ceño.
—¿Hago eso?
—En alguna ocasión, sí, y con un acento perfecto. Es curioso de ver.
—¿Por qué no me lo ha dicho nunca nadie?
Del la tomó de la mano mientras se alejaban del estanque.
—Quizá porque todos daban por sentado que y a lo sabías. Como eras la única
que murmuraba y maldecía…
—Puede ser.
—Si te hubieras ido, nunca habrías dejado de pensar en esto, en el trabajo que
estás haciendo.
—Sí. De todos modos a veces imagino que tengo una hermosa pastelería en
un pueblecito de la Toscana donde solo llueve de noche, y que unos niños
encantadores vienen a verme para pedirme dulces. No está mal como sueño.
—Y aquí seguimos los dos, en Greenwich.
—Un buen lugar para vivir.
—Hoy por hoy, es casi perfecto. —Del tomó el rostro de Laurel entre sus
manos para besarla.
—Todo parece tan fácil… —observó Laurel mientras ambos se encaminaban
hacia el coche.
—¿Por qué tendría que ser difícil?
—No lo sé. En general lo fácil me hace sospechar. —Al llegar al coche se dio
la vuelta y se apoy ó en la portezuela para mirarlo—. Cuando todo resulta tan
sencillo es que algo malo va a ocurrir. Justo a la vuelta de la esquina, bajarán un
piano por una ventana y me caerá en la cabeza.
—Da un rodeo para esquivarlo.
—A lo mejor no estás mirando y … clac, un cable se rompe y el Steinway te
deja hecho papilla.
—La may oría de las veces los cables no se rompen.
—La may oría —repuso Laurel dándose unos golpecitos en el pecho—. Pero
con una sola vez basta. Por eso es mejor ir mirando hacia arriba, por si acaso.
Del le apartó un mechón de pelo y se lo puso detrás de la oreja.
—Puedes estrellarte en una curva y partirte la crisma.
—Es cierto. En todas partes hay desgracias.
—¿Te iría bien que nos peleáramos? —Del apoy ó las manos sobre el coche,
una a cada lado de ella, y se inclinó para besarla en los labios—. Si quieres, te
hago rabiar para ponértelo difícil.
—Tendrías que enfurecerme mucho. —Laurel lo atrajo hacia sí y le dio un
beso apasionado—. Veinticuatro días más… —murmuró—. Puede que no sea tan
fácil, después de todo.
—Ha pasado casi una semana —comentó Del abriéndole la portezuela—.
Están en juego ochocientos dólares.
Todos habían apostado, pensó Laurel mientras Del daba la vuelta al coche
para sentarse tras el volante. Sus cien dólares también habían ido a parar al bote.
—Podrían pensar que nuestra tribu se entromete demasiado montando una
porra para adivinar cuándo vamos a acostarnos.
—Quien piense eso no es de los nuestros. Hablando de tribus, ¿por qué no nos
reunimos con la nuestra el día cuatro?
—¿El cuatro de qué? Ah, de julio… Falta poquísimo.
—Podríamos jugar a pelota, comer salchichas y ver los fuegos artificiales
desde el parque. Ése día no tenéis prevista ninguna celebración, supongo.
—Ni una. Jamás en un Cuatro de Julio, por mucho que nos lo supliquen o
quieran sobornarnos. Es una tradición en Votos. Nos tomamos el día libre. —
Laurel suspiró—. Un día entero y libre, todo para mí, sin poner los pies en la
cocina. No sabes cuánto me apetece.
—Bien, porque le he dicho a Parker que podríamos reunirnos toda la tribu.
—¿Y si y o hubiera dicho que no?
Del esbozó una sonrisa franca.
—Te habríamos echado de menos.
Laurel entornó los ojos, pero sonreía con los labios.
—Supongo que vais a hacerme un encargo.
—Nos gustaría pedirte un pastel patriótico, si no es una molestia para ti. Luego
podríamos ir a Gantry a escuchar música.
—No contéis conmigo para haceros de chófer. Si horneo un pastel, me habré
ganado el derecho a tomar unas copas.
—Lo encuentro razonable. Conducirá Carter —decidió Del, y Laurel soltó
una carcajada—. Podemos ir todos en la furgoneta de Emma.
—Me parece perfecto. —Todo estaba saliendo perfecto, pensó Laurel
mientras Del tomaba el camino de la finca.
Tendría que andarse con ojo por si caían pianos del cielo.
Eligió inspirarse en los fuegos artificiales, y eso significaba que tendría que
hilar caramelo. Quizá era una tontería tomarse tantas molestias para ir de picnic
al parque con los amigos, pensó Laurel mientras sacaba unos filamentos calientes
de la batidora eléctrica y los ponía a enfriar sobre una rejilla de madera, pero
sería divertido.
Con los filamentos modeló unos castillos de fuego y los dispuso sobre un
pastel que había decorado previamente con la manga pastelera en rojo, blanco y
azul. Añadió unas banderas de pasta de azúcar en el borde y el resultado final fue
espectacular.
Se estaba divirtiendo. A continuación dio forma a los fuegos artificiales
mezclando el caramelo hilado con un poco de cera de abeja para hacerlo más
maleable.
Retrocedió unos pasos para comprobar los primeros resultados… y casi soltó
un grito al ver a un hombre en el umbral.
—Lo siento. Perdón. No he querido interrumpirte porque he visto que estabas
trabajando. Lamento haberte asustado. Soy Nick Pelacinos, estuve en la fiesta de
compromiso que organizasteis en el último momento. ¿Te acuerdas?
—Claro. —Ése hombre llevaba en la mano un ramo de flores de temporada
que resultaba sospechoso—. ¿Qué tal estás?
—Bien. Tu socia me ha dicho que viniera, que no estabas trabajando, pero…
—Éste pastel no es un encargo.
—Tendría que serlo —comentó él acercándose a la tarta—. Es divertido.
—Sí. El caramelo hilado da mucho juego.
—Tienes las manos llenas de caramelo. Será mejor que deje esto aquí —dijo
Nick apartando las flores para que no molestaran.
—Son preciosas. —¿Había flirteado con ella? Sí, un poco—. Gracias.
—Traigo la receta del pastel lathopita de mi abuela.
—Genial.
—Me ha ordenado que te la entregue en persona. —Nick sacó una tarjeta del
bolsillo y la dejó junto al ramo—. También me ha dicho que te traiga flores.
—Es un detalle muy tierno por su parte.
—Le caíste muy bien.
—A mí también me cay ó bien ella. ¿Te apetece un café?
—No, gracias. Lo último que me ha ordenado es que te invite a cenar, cosa
que y a pensaba hacer de todos modos, pero como a ella le gusta organizarlo
todo…
—Ah, un bonito detalle por parte de los dos. De todos modos, ahora estoy
empezando a salir con alguien, desde hace poco. Bueno, es un decir.
—¡Qué desilusión para mi abuela, y para mí!
A Laurel se le escapó una sonrisa.
—¿Puedo quedarme con la receta?
—Con la condición de que me permitas que le diga que me has rechazado
porque estás locamente enamorada de otro.
—Por supuesto.
—Además… —Nick sacó un bolígrafo, giró la tarjeta con la receta del pastel
y escribió—. Voy a darte mi número. Llámame si las cosas cambian.
—Serás el primero a quien llame. —Laurel tomó un filamento de azúcar de
la rejilla y se lo ofreció—. Pruébalo.
—Muy bueno, como tienen que ser los premios de consolación.
Se miraron con una sonrisa en los labios y en ese momento entró Del.
—Hola. Lo siento, no sabía que estuvieras con un cliente.
Qué inoportuno, pensó Laurel.
—Ah, Delaney Brown, Nick…
—Pelacinos —dijo Del—. No te había reconocido…
—Del, claro… —Nick le tendió la mano para estrechársela—. ¡Cuánto
tiempo! ¿Qué tal estás?
Quizá no fuera tan inoportuno, decidió Laurel mientras los dos hombres
charlaban relajadamente.
—Hablé con Terri y Mike hace un par de semanas. ¿Estás encargando un
pastel de boda para ti?
—¿Para mí? No, para una prima mía que se casará en la finca dentro de unos
meses.
—La abuela de Nick ha venido de Grecia para asistir a la ceremonia —
intervino Laurel sospechando que habían olvidado su presencia—. Celebramos
una fiesta previa para que la mujer pudiera juzgar el montaje.
—Lo sé. Ésa noche estuve aquí.
—Tendrías que haberte sumado a la fiesta. Lo pasamos muy bien.
—Estuve un rato mirando. Bailaste con Laurel en la pista. —Del la miró
deliberadamente—. Fue una noche muy divertida.
Laurel siguió trabajando con el caramelo hilado.
—He conseguido una receta de la matriarca gracias a ese baile —contestó
ella con una sonrisa tan dulce como el azúcar que modelaba—. Fue una gran
noche.
—Será mejor que me vay a. Diré a la abuela que he cumplido con el
encargo.
—Dile que se lo agradezco mucho, y que intentaré que se sienta orgullosa el
día de la boda.
—Lo haré. Me ha gustado volver a verte, Laurel. Del…
—Te acompaño. ¿Cuál es ahora tu handicap? —preguntó Del mientras los dos
hombres salían de la cocina.
Laurel se los quedó mirando con el ceño fruncido hasta que comprendió que
Del estaba hablando de golf. Sacudió la cabeza y añadió más azúcar. No le
apetecía presenciar una escena incómoda. Consideraba los celos un síntoma de
debilidad que sólo conllevaba obsesiones y perjuicios.
Ahora bien, si tan solo se trataba de unas pinceladas… como la cera de
abejas que se mezcla con el caramelo hilado… eso no le hacía daño a nadie.
Nick le había pedido para salir. Incluso había dejado su número anotado
donde ella pudiera verlo cada vez que quisiera consultar la receta para preparar
la tarta lathopita. Qué ingenioso por su parte, pensó Laurel.
Del ignoraba la jugada, pero habría podido deducir lo que estaba pasando, y
su deducción podría haberlo intranquilizado, como mínimo. Pues no, lo único que
se le ocurrió fue decir: « ¿Qué tal? ¿Cómo va el golf?» .
Los hombres, o mejor dicho, los hombres como Del, no captaban los sutiles
matices que existían en una relación.
Del regresó al cabo de unos minutos.
—Es fantástico —dijo refiriéndose al pastel mientras abría un armario—.
¿Quieres una copa de vino? A mí me apetece.
Laurel se encogió de hombros. Del descorchó una botella de pinot y sirvió dos
copas.
—No sabía que ibas a venir —comentó ella sin prestar atención al vino, para
concentrarse en la maraña de fuegos artificiales que iba a añadir al pastel.
—Me quedo a pasar la noche. Así saldremos todos juntos mañana por la
mañana. La señora Grady irá con unos amigos suy os y nos encontraremos allí.
Ha traído comida suficiente para alimentar a todo el pueblo.
—Ya lo sé.
Del tomó un sorbo de vino y la observó.
—Vay a, vay a… Te ha traído flores.
Laurel fingió desinterés y continuó trabajando. Con toda naturalidad y
siguiendo una costumbre adquirida con los años, Del abrió la caja de las galletas.
—No es tu tipo.
Laurel se detuvo y enarcó las cejas.
—¿Ah, no? ¿Los hombres atractivos y atentos que trabajan en el gremio de la
alimentación y quieren a su abuela no son mi tipo? Gracias por decírmelo.
Del mordió una galleta.
—Juega al golf.
—¡Por Dios! Búscate otra excusa.
—Dos veces a la semana. Cada semana sin falta.
—Basta. Empiezas a darme miedo.
Del le apuntó con la galleta y acto seguido le dio otro mordisco.
—Además le gustan las películas de arte y ensay o, esas que van subtituladas
y están llenas de símbolos.
Laurel hizo una pausa y bebió de su copa de vino.
—¿Has salido con él? ¿Acabó mal vuestra relación?
—Ahora que lo dices, conozco a una persona que sí salió con él.
—¿Hay alguien a quien no conozcas?
—Soy el abogado de su prima Theresa, y de su marido. En fin, Nick coincide
con el prototipo de Parker, no con el tuy o. De todas maneras, da igual, porque su
agenda es más aberrante que la de ella y, aunque se lo propusieran, nunca
conseguirían quedar.
—A Parker no le gustan especialmente las películas de arte y ensay o.
—No, pero va a verlas.
—Y y o no porque… no fui a Yale, ¿verdad?
—No, tú no vas porque te aburren.
Era cierto que le aburrían, ¿dónde estaba el problema?
—Hay otras cosas aparte del golf y las películas de autor para saber si
alguien es o no es tu tipo. Nick baila bien —le espetó, y luego se arrepintió del
tono defensivo que había impreso a su voz—. Y a mí me gusta bailar.
—De acuerdo. —Del se acercó a Laurel y la rodeó con sus brazos.
—Déjalo estar. No he terminado con el pastel.
—Tiene buena pinta. Tú también, y además hueles de fábula —dijo él
olisqueándole el cuello—. A azúcar y a vainilla. No reconocí a Nick cuando
bailabas con él. —Del la movió con suavidad, primero hacia la derecha y
después hacia la izquierda—. Había mucha gente y y o sólo te miraba a ti. De
verdad, sólo a ti.
—Me gusta —murmuró ella.
—Es verdad. —Del inclinó la cabeza y la besó en los labios—. Hola, Laurel.
—Hola, Del.
—Si le regalas esas flores a Parker, te compraré otras.
La dosis perfecta de cera de abeja para mezclar con el azúcar.
—Lo haré.
Las vacaciones, el mejor momento para descansar del trabajo, escaseaban tanto
en su vida que el reloj interno de Laurel la despertó a las seis en punto. Iba a
levantarse cuando recordó que no hacía falta que madrugara. Volvió a
acurrucarse con la misma ilusión loca que sentía de pequeña si el día amanecía
nevado inesperadamente.
Suspiró y cerró los ojos, y entonces pensó que Del estaba durmiendo en una
cama de la mansión, muy cerca de ella.
Podría levantarse, colarse en su habitación y acostarse con él. Al diablo con
las apuestas.
Siendo el día de la Independencia, ¿por qué no mostrarse independiente? Era
poco probable que Del fuera a quejarse o a gritar pidiendo auxilio. Podría
ponerse algo más sexy que la camiseta de tirantes y el pantaloncito del pijama.
Tenía varias opciones. El del osito azul le serviría, o quizá fuera más apropiado el
camisón de seda con el dibujo de la flor color pastel…
Se durmió pensando en la ropa.
Una oportunidad desaprovechada, concluy ó al bajar a la cocina principal tres
horas más tarde. Quizá fuera mejor de esa manera, porque los demás se habrían
regodeado de que ambos hubieran perdido la apuesta. De hecho, era la mejor
manera de demostrarles que eran dos personas adultas con fuerza de voluntad y
sentido común. Sólo faltaba un par de semanas. Valía la pena no perder por una
tontería.
En la cocina, las voces de sus amigos y un rico aroma a desay uno
impregnaban el ambiente. Del estaba con ellos, guapísimo y relajado, tomando
café y coqueteando con la señora Grady. Lamentó no haber hecho caso de su
impulso matutino.
—Ya se ha levantado la señora —anunció Mac—. Justo a tiempo. Estamos
tomando un desay uno gigantesco porque hoy es fiesta. Además, gracias a los
poderes de persuasión de Del, hay gofres.
—Ñam.
—Sí, lo sé. Hoy lo único que haremos será comer y criar culo, y cuando
lleguemos al parque, a comer otra vez y a criar más culo. Incluso tú —añadió
Mac señalando a Parker.
—No todos los culos son iguales. Antes reorganizaré un poco el despacho. Me
relaja.
—Tu despacho está organizado como Villa Obsesiva —insinuó Emma.
—Es el lugar donde vivo y me gusta organizarlo a mi manera.
—Molestad a la chica si queréis, pero terminad de poner la mesa —ordenó la
señora Grady —. No dispongo de todo el día.
—Hoy comeremos en la terraza porque es fiesta —dijo Mac tomando los
platos y sacudiendo la cabeza al ver que Carter se ofrecía a ay udarla—. No,
cariño. Coge algo que no se rompa.
—Bien pensado.
—Pondremos unas mimosas como hacían los may ores —dijo Emma
pasándole a Carter la cesta del pan—. Será el preludio de las vacaciones que
haremos la semana que viene. Cada día será una fiesta.
—Yo me ocuparé del bar —propuso Jack tomando una botella de champán y
una jarra de zumo de naranja.
—Deberíais haberme despertado. Le habría echado una mano con todo esto,
señora Grady.
—Lo tengo controlado —afirmó el ama de llaves blandiendo una espátula—.
Sacad todo lo demás. El desay uno estará listo dentro de un par de minutos.
—Bonita manera de empezar el día —le dijo Laurel a Del mientras ambos
llevaban las bandejas fuera—. ¿Ha sido idea tuy a?
—¿A quién le apetece desay unar dentro en un día así?
Laurel recordó las divertidas comidas estivales que se organizaban en la
terraza de esa casa cuando era pequeña e iba a visitar a su amiga. Las flores, los
platos suculentos y una compañía inmejorable eran la tónica de esas mañanas
encantadoras y distendidas.
Juntaron varias mesas para que cupieran todos los miembros del grupo, las
vistieron con bonitos manteles y las adornaron con unas flores y la vajilla buena.
La cristalería arrancaba destellos al sol.
Laurel había olvidado lo que se sentía al disfrutar de un día de asueto en el
que la única obligación era divertirse. Aceptó la copa que Jack le ofrecía.
—Gracias. —Laurel dio un sorbo—. Podrías haberte dedicado a esto.
Jack le tiró del cabello con un gesto cariñoso.
—Siempre va bien contar con una alternativa laboral.
Cuando la señora Grady salió con la última de las bandejas, Del se la cogió
de las manos.
—Reina de los gofres, usted presidirá la mesa.
Era lógico que lo amara, pensó Laurel observando las atenciones que Del le
dedicaba a la señora Grady, y que no cesaron hasta que la dejó sentada con una
rama de mimosa en las manos. ¿Cómo iba a resistirse a alguien como él?
Laurel se puso de puntillas y lo besó en la mejilla.
—Bien hecho.
Así sería su vida a partir de entonces, y no se refería a desay unar gofres en la
terraza contemplando las mimosas, sino a estar en grupo, a formar parte de
aquella familia. Durante las vacaciones y en las comidas familiares que
improvisaran, siempre vería aquellas caras y oiría aquellas voces.
En la mesa se cruzaban las conversaciones y las bandejas con comida.
Emma tomó un gofre y Parker eligió una pieza de fruta mientras comentaba con
Carter el libro que ambos acababan de leer. Mac se decidió por un gran plato de
nata montada, y Del y Jack se enzarzaron en una discusión sobre una decisión
arbitral durante un partido de béisbol.
—¿Qué pasa por tu cabeza, niña? —le preguntó la señora Grady a Laurel.
—Nada, y me parece bien para variar.
La señora Grady se acercó a ella y bajó el tono de voz.
—¿Vas a enseñarles el diseño que acabas de hacer?
—¿Debería?
—Primero, come.
Mac hizo tintinear su copa con una cucharilla.
—Quiero anunciar que después del desay uno hemos organizado una visita
comentada a la nueva biblioteca de Carter Maguire. Anoche trasladamos medio
millón de libros, o sea que esperamos que nos regaléis los oídos y le hagáis la
pelota al arquitecto —advirtió Mac alzando la copa en honor de Jack.
—Solo fueron doscientos cincuenta mil —corrigió Carter—, pero ha quedado
fantástica. De verdad, Jack, es una maravilla.
—No hay nada que me guste más que unos clientes satisfechos. —Entonces
dirigió una mirada a Emma—. Bueno, casi nada.
—Se terminaron los martillazos, los ruidos del serrucho y el olor a pintura.
Que conste que no nos quejamos… —explicó Mac—, pero menudo alivio.
—La semana que viene trasladaremos los martillazos y los ruidos a casa de tu
vecina —advirtió Jack.
—Tapones para los oídos —le dijo Mac a Emma—. Te lo recomiendo
encarecidamente.
—Lo soportaré. Para conseguir una nueva cámara frigorífica y una zona más
amplia de trabajo, lo que haga falta.
—También empezaremos las obras en tu espacio, Laurel, a la vez.
—Ésta te morderá —dijo Mac señalándola con el tenedor—. Yo soy una
santa, pero ella da mordiscos y siempre se queja.
—Es posible. —Laurel se desentendió con un gesto y se enfrascó en su gofre.
—Aislaremos la zona en obras —le explicó Jack—. Así no interferiremos en
tu cocina.
—No escaparás de sus mordiscos. Ella es así.
Laurel miró a Mac con frialdad, se levantó de la mesa y entró en la casa.
—¿Qué? ¿Qué pasa? Estaba hablando en broma. Más o menos.
—No pasa nada. Si Laurel se hubiera enfadado, y a te habría arrancado la
cabeza —dijo Parker siguiendo a su amiga con la mirada—. Volverá.
—Es cierto. Tú no te has enfadado, ¿verdad? —le preguntó Mac a Del sin
dejar de agitar el tenedor—. Lo digo porque si ella se enfada, tú te enfadarás
también por solidaridad, porque estáis colgados el uno del otro.
—Supongo que esa norma sólo se aplica a las chicas.
—No, no sólo a las chicas. La norma se aplica a las parejas. —Mac miró a
Emma buscando apoy o.
—Pues sí, si es que sabes lo que te conviene.
—Yo no estoy enfadado. Si Laurel se ha molestado, tendrá que superarlo sola.
—Veo que no has entendido la norma —decidió Mac—. Parker, tendrías que
explicárselo por escrito. Las normas son el entramado de un tejido, y en el de
Del hay agujeros.
—¿De qué normas estamos hablando? ¿De normas para las chicas, para las
parejas o para el Cuarteto?
—Las tres coinciden —contestó Parker—. Te pasaré un informe. —Alzó la
vista cuando vio que Laurel regresaba con su cuaderno de dibujo—. Pero por el
momento dejémoslo correr.
—¿Qué es lo que vais a dejar correr? —preguntó Laurel.
—La norma de la rabia y los insultos.
—Ah, no me he enfadado, ni me siento insultada. Sólo he decidido ignorarla
—precisó Laurel dando un rodeo a la mesa para sentarse al lado de Carter—.
Esto es para ti; para ella, no. Sólo para ti.
—Muy bien. —Carter le echó una mirada a Mac—. ¿Esto está permitido?
—Depende.
—Ella no tiene ni voz ni voto. Si te gusta, es tuy o. Es el pastel del novio. —
Laurel inclinó el cuaderno para que Mac no pudiera verlo y lo abrió para
enseñárselo a Carter.
Observó su expresión y vio exactamente lo que esperaba: el fulgor del
hechizo.
—Es asombroso. Perfecto. Nunca se me habría ocurrido algo así.
—¿Qué es? —preguntó Mac levantándose de su silla. Laurel, sin embargo,
cerró de golpe el cuaderno.
El taco que Mac soltó arrancó varias carcajadas a la mesa, y entonces la
joven cambió de táctica y puso cara de sufrimiento.
—Por favor… Te lo pido por favor, vamos…
Laurel abrió el cuaderno durante una fracción de segundo.
—Sólo te lo enseño por consideración a Carter, no porque me apetezca que lo
veas.
—Vale.
Laurel abrió el cuaderno y notó que a Mac se le cortaba la respiración.
—Oh… —logró articular finalmente la joven con voz trémula.
Jack alargó el cuello para intentar ver algo.
—Hay un libro, y queda precioso. Lo encuentro muy apropiado.
—No es un libro cualquiera. Es Como gustéis. Es nuestro libro, ¿verdad,
Carter?
—Daba ese curso en clase cuando empezamos a salir. Incluso está abierto por
la parte del parlamento de Rosalinda. Mirad. —Carter recorrió con el dedo la
página abierta—. « Fue al verse cuando se amaron» .
—Oh, qué encanto… —Emma se acercó para observar el dibujo—. Me gusta
mucho el punto de libro con los nombres de los dos.
—Creo que quitaré el de Mac y pondré sólo el de Carter —reflexionó Laurel
—. Sí, sólo su nombre. Carter Maguire, doctor en filosofía.
—No quitarás mi nombre del pastel porque sé que me quieres.
Laurel dejó escapar un bufido.
—Tú me quieres —repitió Mac abalanzándose sobre ella—. Has diseñado el
pastel perfecto para mi novio. Me quieres.
Mac abrazó a Laurel y se puso a bailar con ella.
—A lo mejor a quien quiero es a Carter.
—Por supuesto. Es imposible no quererlo. Gracias, gracias —le susurró al
oído—. Nunca había visto un pastel igual.
—Estás a punto de merecer que te lo regale —susurró a su vez Laurel, que se
echó a reír y le dio un fuerte abrazo.
—Voy a ojear este cuaderno mientras vosotros os ocupáis de los platos. —La
señora Grady hizo un gesto para enviarlos a todos a la cocina—. Cuando hay áis
terminado, empaquetad la comida que os llevaréis al parque. Tendréis que ir a
por las cestas.
—Empaquetado en la cocina principal a las tres treinta —anunció Parker—.
Repartiré las tareas específicas después. Cargar la furgoneta a las cuatro, y eso
incluy e comida, sillas plegables, mantas, equipos deportivos y personas. Os he
asignado los asientos que ocuparéis durante el viaje —añadió limitándose a
ladear la cabeza ante las protestas—. Nos ahorraremos discusiones. Conduzco y o.
—Parker levantó una mano en son de paz—. Soy la única que está sin pareja, y
por eso os apiadaréis de mí, me lo consentiréis todo y me obedeceréis.
—Podrías tener pareja si quisieras —objetó Emma—. Puedo conseguirte una
cita en cinco segundos.
—Es un detalle por tu parte, pero no. Rotundamente no. —Parker se levantó y
empezó a amontonar los platos—. Terminemos con esto porque quiero
dedicarme a la tarea relajante y satisfactoria de eliminar unos archivos.
—Eso sí es triste —comentó Mac sacudiendo la cabeza y cogiendo una
bandeja.
—¿A quién podrías conseguir en cinco segundos? —preguntó Jack.
Emma lo miró risueña por encima del hombro y se alejó con unos platos.
—Ahora voy —le dijo Del a Laurel—, pero primero tengo que encargarme
de una cosa.
—Si tardas más de cinco minutos, te atizo con una sartén.
Del sacó su móvil y la señora Grady alzó los ojos del cuaderno de dibujo.
—¿Qué te traes entre manos?
—Quiero cuidar bien de mi hermana. —Y se alejó para hacer una llamada.
Laurel pensó que aquello parecía una casa de locos. Entre ellos había un
profesional liberal de éxito, un profesor de jóvenes, un representante de los
ciudadanos en los tribunales y, sin embargo, nadie era capaz de estar en el lugar
acordado a la hora prevista.
En el último minuto todos cay eron en la cuenta de que habían olvidado algo
de vital importancia y tenían que ir a buscarlo. Discutieron sobre la manera más
idónea de cargar la camioneta, y también sobre la distribución de asientos que
había hecho Parker.
Laurel rescató un refresco de una de las neveras, lo abrió y fue a sentarse en
uno de los muros bajos del jardín en espera de que se resolviera el caos.
—¿Por qué no te has puesto a organizarlos? —le preguntó a Parker cuando
esta se sentó junto a ella.
—Dejo que se diviertan —comentó la joven pidiéndole que le pasara el
refresco—. Además, había contabilizado veinte minutos extra para cargar la
furgoneta.
—Era de esperar. ¿De verdad has pasado la tarde borrando archivos?
—Hay quien se dedica a hacer crucigramas.
—¿Cuántas llamadas has recibido?
—Cinco.
—¡Menudo día de fiesta!
—Para mí ha sido perfecto. A ti también parece que te vay an bien las cosas.
Laurel siguió la mirada de Parker y vio a Del metiendo una cesta y un par de
sillas plegables en el vehículo.
—Todavía no nos hemos peleado. Me pone de los nervios.
—Bah, no te preocupes. Ya os pelearéis —dijo Parker dándole unos golpecitos
en la rodilla antes de levantarse—. Muy bien, chicos, este autobús se va. Todo el
mundo a sus puestos.
Del cerró la portezuela trasera de la furgoneta, fue a buscar a Laurel y la
tomó de la mano.
—Te sentarás conmigo. Mi hermana lo ha arreglado así.
—Ahí dentro vamos a ser muchos. A lo mejor tendré que sentarme en tu
regazo.
Del sonrió mientras ella subía al vehículo.
—La esperanza es lo último que se pierde.
9
Gracias a la planificación de Parker se hicieron con un buen sitio para montar lo
que en opinión de Laurel iba a ser el campamento. Desplegaron sillas,
extendieron mantas y descargaron cestas y neveras.
Del lanzó un guante de béisbol que fue a parar al regazo de Laurel.
—A la derecha del campo.
—Siempre me toca a la derecha —se quejó ella—. Quiero jugar en la
primera base.
El hecho de que salieran juntos no le impidió mirarla con cara de lástima.
—McBane, tienes que reconocer que juegas como las chicas. Tus
lanzamientos no saldrán del campo interior. Necesito a Parker en la primera base.
—Parker es una chica como y o.
—Pero no juega como si lo fuera. Jack cuenta con Emma y Mac. Carter será
el árbitro para que nadie salga herido, y además sé que lo hará bien. Ah… ahí
viene mi baza ganadora.
Laurel levantó la vista.
—¿Has reclutado a Malcolm Kavanaugh?
La mirada de Del acusó su espíritu competitivo.
—Es un hacha jugando, y además compensa el grupo.
—¿Lo dices por las alineaciones?
—No, lo digo por Parker.
—¿Por Parker? —Laurel pasó de la sorpresa a la burla, pero se apiadó de él
—. ¿Le has montado una cita a Parker? Del, te va a matar.
—¿Por qué? —Con aire ausente, el joven lanzó la pelota y la recogió con el
guante—. No le estoy pidiendo que se case con él. He montado una salida de
grupo.
—Te has cavado tu propia tumba.
—¿Por qué lo dices? —volvió a preguntar Del—. ¿Tiene Parker algún
problema con…? ¡Eh, Mal!
—Hola. —Mal atrapó la pelota que Del le había lanzado y se la devolvió—.
¿Qué tal va todo? —preguntó a Laurel.
—Ya veremos…
Mal iba con unos tejanos gastados, una camiseta blanca y unas gafas de sol.
Lanzó una bola al aire y la golpeó con el bate que se había traído.
—Me ha gustado el plan: un partido y comida gratis. Mi madre ha salido con
la señora Grady y unas amigas —explicó llevándose el bate al hombro—. ¿Cuál
es la alineación?
—Saldrás en la tercera base, como cuarto bateador.
—Me parece bien.
—Laurel estará a la derecha del campo, como primera bateadora. Juega
fatal en su posición, pero su bate es bueno.
—Eso no es verdad —protestó ella dándole a Del con el guante—. Sigue así y
no te costará nada ganar la apuesta, Brown.
Laurel se marchó airada. Mal tanteó el terreno con precaución.
—¿De qué apuesta habla?
Laurel fue en busca de Mac.
—Quiero cambiar de equipo. Yo juego con Jack y tú con Del.
—Eres una pesada, Laurel. Por mí, vale, pero mejor habla primero con Jack.
Jack estaba sentado en la hierba anotando la alineación.
—Mac y y o nos hemos cambiado. Ahora estoy en tu equipo.
—Me quitan a la pelirroja y me ponen a la rubia. Vale, deja que piense…
Jugarás a la derecha del campo, como primera bateadora.
Qué cabronazo, pensó Laurel entornando los ojos. ¿Ahora se comunicaba con
Del por telepatía?
—¿Por qué a la derecha del campo?
Jack la miró con curiosidad y Laurel notó que estaba reconsiderando su
respuesta.
—Tienes un brazo fuerte.
—Bien dicho —respondió Laurel alzando un dedo.
—¿Cómo…? ¡Mira quién viene por ahí! ¿Ése no es Mal? ¿Del ha reclutado a
Mal? —preguntó Jack enfureciéndose—. Éste tío va a por todas.
—Machaquémoslo.
Jack se levantó y chocó la palma con Laurel.
—He elegido ser el equipo local. Salgamos a nuestro campo.
A Laurel se le daba bien jugar a la derecha del campo, y no sólo porque no
solían lanzar pelotas hacia la banda, sino porque se sentía a gusto en esa posición.
Tras encajar tres bolas en la almohadilla, cambió el guante por el bate y fue
a hacer sus lanzamientos desde el montículo.
Del estaba frente a ella y le guiñó el ojo. Laurel le contestó con un gruñido y
golpeó al aire sin acertar. Del intentó engañarla con un lanzamiento bajo y
exterior, pero ella pudo darle a la bola. Atrapó el tercero también, y bateó con
tanta fuerza que consiguió llegar a la base. A la primera ocasión que se le
presentó se quitó el casco de bateadora y se dirigió a Parker.
—Del ha llamado a Mal porque quiere emparejaros.
—¿Qué? —Parker, que esperaba agachada junto a la almohadilla, estiró las
piernas—. ¿Bromeas? ¿Me ha montado una cita de consolación?
—Sí, y además Mal juega muy bien. He pensado que te gustaría saberlo.
—Me conoces bien. —Parker miró a Del con expresión asesina mientras su
hermano se colocaba en el montículo y levantaba el brazo para lanzar—. Me las
pagará.
Todavía no habían llegado a la cuarta entrada y Del había decantado y a el
marcador. Iban cinco a tres. Laurel tuvo que admitir que reclutar a Malcolm
había sido un acierto. Tenía una buena técnica. Cuando Del tocó la segunda base
sin detenerse en la primera, se oy ó el grito de strikeout. Sus compañeros de
equipo y un público de espontáneos corearon la carrera. Laurel observó la
posición de Del. Mientras tanto Jack intentaba quitarse de encima a un catcher de
doce años que quería aconsejarle.
Jack lanzó una pelota rápida, o al menos eso le pareció a ella. Y le pareció
aún más rápida cuando Del bateó y la bola salió volando. En su dirección.
—Mierda. Oh, mierda.
Oy ó unos gritos mientras ella corría para interceptarla; quizá fueran suy os.
Los fuertes latidos de su corazón le impedían distinguirlo.
Alzó el guante y elevó una plegaria al cielo.
Cuando la bola impactó en él, su sorpresa fue may úscula. Tiró al aire pelota
y guante en agradecimiento a los gritos que la multitud coreaba. Entonces se dio
cuenta de que Del y a había salido y corría hacia la tercera base. Laurel le lanzó
la bola a Emma, que desde lejos se la pedía agitando las manos. Su lanzamiento,
fuerte y acertado, dio en el guante de su amiga. Emma se había tirado al suelo
para recogerla, pero y a era demasiado tarde.
De la alegría al drama en menos de cinco segundos, pensó la joven.
El béisbol era una mierda.
—Buena recepción, Laurel.
—No seas paternalista, Jack —musitó ella cuando su equipo salió de la
entrada y Mal seguía atento en la tercera base.
—¿Paternalista, y o? Del ha lanzado muy fuerte. Si no hubieras atrapado la
bola, ahora tendríamos un par de carreras menos. Los hemos parado —afirmó
Jack golpeándole en el hombro en plan fraternal.
—Era una buena recepción. —Laurel asintió satisfecha. Quizá el béisbol no
fuera tan horrible, después de todo.
Lo era, porque perdieron por siete a cuatro. De todos modos, Laurel se quedó
satisfecha porque había comprobado que su juego no era tan malo como decían
algunos.
—Bien jugado —dijo Del lanzándole una lata de refresco—. Dos tiros
sencillos y una carrera remolcada, y además no me has dejado anotar dos
carreras completas.
—Eso te pasa por decir que juego fatal.
—Es verdad, casi siempre —observó él dándole un golpecito en la visera con
la misma camaradería con que Jack le había tocado el hombro.
Laurel se quitó la gorra y lo agarró por la camiseta.
—Creo que olvidas algo —dijo tirando de él para besarlo en los labios.
Su gesto arrancó una salva de aplausos al grupo, que empezaba a tomar
posesión de las mantas y las sillas.
—No, eso lo recordaba —respondió Del pasándole los brazos con toda
naturalidad por la cintura—, pero gracias por refrescarme la memoria.
—Bueno, bueno, esto es toda una sorpresa. —Hillary Babcock, una amiga de
la señora Grady, sonrió al verlos—. ¡No tenía ni idea de que estuvierais juntos!
Maureen, no me cuentas nada…
—Ni falta que hace, porque todo lo descubres.
—¡Es impresionante! Pensaba que erais como hermanos, pero y a veo que
estáis saliendo en plan romántico.
—Laurel ha atrapado una bola muy alta. —Del pasó el brazo por los hombros
de la joven y la acarició al notar su irritación—. Merecía una recompensa.
Hillary se echó a reír.
—¡La próxima vez, me apunto y o! En serio, ¿cuánto tiempo lleváis saliendo
juntos? ¡Hacéis tan buena pareja…! —dijo la mujer sonriendo con franqueza y
con lágrimas en los ojos—. Parece que fue ay er cuando vosotras cuatro y Del
correteabais por el parque con los demás niños, y ahora habéis crecido tanto…
¡Y además habéis encontrado pareja! Oh, Maureen, tendrías que convencer a
estas chicas de que celebren una boda triple. Eso sí sería especial.
—Hilly, el chico le ha dado un beso. No se van a poner a elegir la vajilla…
Vamos, saca la ensalada de patata de la nevera que hay ahí detrás.
—Sí, claro. Kay, este debe de ser tu chico, Malcolm. ¡Cómo ha crecido
también! Y veo que sale con Parker. ¡Qué bonito!
Mal tomó la palabra sin apartar la mirada de Parker.
—Ésta mujer ha luchado a brazo partido lanzando bolas directas y elevadas,
pero no he tenido tiempo de besarla. Todavía.
—En realidad Mal no sale…
La mirada furibunda de Parker enmudeció a su hermano. Sabiendo que Del
la estaba mirando, se acercó a Mal, lo asió por la nuca y le dio un beso lento,
pausado, sabroso.
Luego se apartó de él y paladeó la sensación.
—Con esto bastará.
Mal la tomó por la cadera.
—Creo que se impone un doble juego.
Parker le dedicó una sonrisa escueta, miró con frialdad a Del y fue a sacar la
comida de las cestas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Del acercándose a ella y agachándose a su
lado—. ¿Qué demonios has hecho?
—¿Qué? Ah, eso… Intentaba crear una atmósfera bonita para que el grupo
quede compensado. ¿No era lo que querías, hermanito?
—Por Dios, Parker, y o sólo… Mal es amigo mío, ¿no puedo pedirle que
venga? Además dijiste que eras la única que estaba sin pareja.
—Y te agradezco el detalle de que me hay as buscado una sin preguntarme
siquiera si me apetecía. —Parker le dio unos golpecitos en el brazo mientras
hablaba—. Vale más que no te entrometas en mis asuntos personales o me
acostaré con él y tu vida será un infierno.
Del palideció visiblemente.
—No te atreverás.
—No me pongas a prueba, Delaney —dijo ella pinchándole con un dedo—.
No me tientes.
—Hora de dar un paseo —terció Laurel tirándole del brazo—. Hablo en serio.
Es hora de pasear. Hay cosas en las que ni siquiera tú deberías meterte —musitó
la joven llevándose a Del.
—¿Qué le pasa?
—Se ha cabreado contigo, claro. Te lo dije.
Del se apartó del tray ecto de un disco volador y se detuvo.
—No se habría cabreado si tú no se lo hubieras dicho. ¿Por qué lo has hecho?
—Porque es amiga mía, y y o estaba furiosa contigo antes que ella incluso.
Pero eso y a no tiene importancia. No puedes sacarte de la manga una pareja sin
decírselo, Del, porque si no, se lo diré y o.
—Ya hemos topado con otra norma. Quizá Parker tendría que enviarme un
memorando.
Laurel lo tenía cogido de la mano y le dio un tirón.
—Tendrías que habértelo figurado.
—¿Figurármelo y o? Es ella quien ha agarrado a Mal y lo ha besado delante
de todo el mundo.
—Debería haberlo arrastrado hasta los arbustos y haberle dado un morreo en
privado, pero y a conoces a Parker. Es una descarada.
—¿Lo encuentras divertido? —Del se quedó mirándola—. Se ha puesto en
evidencia. Está furiosa conmigo, y ahora me tocará hablar con Mal. Yo no lo
encuentro divertido.
—No, no hables con él. Déjalo, señor Arreglalotodo. Ya son may orcitos.
—Tú tienes tus reglas, y o las mías.
—A veces no sé lo que… —Laurel desvió la mirada, y luego volvió a mirarlo
a la cara—. ¿Con cuántos chicos hablaste y /o aconsejaste en mi caso?
Del se metió las manos en los bolsillos.
—El pasado, pasado está.
—Es contigo mismo con quien deberías tener una charla.
—Ya lo he hecho, créeme, y no me ha servido de mucho. Ahora prefiero
saborearte.
—¿Saborearme?
—Sí. Tú que entiendes de sabores sabrás que algunos son irresistibles. El tuy o,
por ejemplo.
Laurel soltó un breve suspiro y le acarició el rostro.
—Casi estás perdonado. Vay amos por el camino largo. Nos abrirá el apetito.
Al cabo de quince minutos Laurel decidió que entre los dos conocían a
demasiada gente. Quisieron pasear por el parque, y el paseo consistió en ir
saludando y soportando la curiosidad indiscreta de los que por primera vez los
veían como pareja. Los rumores eran persistentes como el zumbido de un
mosquito.
—Al menos la señora Babcock lo ha preguntado directamente —comentó
Laurel mientras daban media vuelta para desandar el camino.
—¿El qué? —dijo Del mirándola fijamente.
—« ¿Qué pasa entre estos dos? ¿Salen juntos? ¿Se acuestan? ¿Qué hace
Delaney Brown con Laurel McBane? ¿Desde cuándo están juntos? ¿Van en
serio?» . Tengo la sensación de que debería haber tenido redactado una
declaración de objetivos.
—A la gente le gusta meter baza en la vida de los demás, sobre todo cuando
existe la posibilidad de destapar un escándalo o parece que hay sexo de por
medio.
—Noto miraditas a mi espalda. —Laurel movió los hombros como si quisiera
sacudírselas de encima—. ¿A ti no te molesta?
—¿Por qué? De hecho pienso que es mejor darles algo de que hablar. —Del
la tomó al vuelo y le dio un beso apasionado—. Ya está. La respuesta a sus
preguntas. Vay amos a comer esa ensalada de patata.
A él le resultaba sencillo porque trataba a la gente con naturalidad, pensó
Laurel. Además, era Delaney Brown, de los Brown de Connecticut, y eso
significaba mucho en Greenwich. A Laurel no le importaba, y sospechaba que él
sólo recurría a su nombre cuando era estrictamente necesario. Sin embargo, era
un dato relevante para los demás.
Del no sólo tenía nombre, sino posición social y económica. En su primera
salida en público como pareja, Laurel tomó conciencia de que el papel de Del
implicaba otras facetas aparte de la de amigo de infancia y amante potencial.
Sexo y escándalo, pensó. Bien, en su familia había habido bastante de eso.
Dedujo que la gente le echaría en cara el pasado y que sería la comidilla de las
fiestas y los clubes de tenis. Todos se dedicarían a especular sobre los motivos
que la habían llevado a fijarse en Del. Pero le daba igual. No permitiría que los
cotilleos le afectaran. A menos que eso influy era en él o en Parker.
—Le estás dando a la mollera —dijo Mac acercándose para darle un codazo
cariñoso—. No está permitido comerse el coco en un día de fiesta nacional.
—No pensaba nada… —Aunque aprovechando la ocasión…—. ¿Alguna vez
te has preguntado qué hacemos aquí tú y y o?
Mac tenía los dedos pringados de glaseado y se los lamió.
—¿Es un pensamiento zen?
—No, eso sí sería darle a la mollera. Hablo de ti y de mí en concreto, de las
dos niñas que fueron a la escuela pública y vivieron una infancia accidentada con
una familia de pena.
—Mi infancia fue más turbulenta que la tuy a.
—En eso me ganaste.
—Sí… —Mac se quedó observando su vaso de limonada—. Hablando de
baches en el camino, Linda regresó ay er.
—No nos habías dicho nada.
Mac se encogió de hombros.
—Ése tema y a no me preocupa. Vive en Nueva York con su nuevo marido y
sigue martirizándome, aunque a una distancia prudente.
—Esperemos que siga así.
—Me da igual, porque el premio gordo lo tengo en casa —dijo Mac mirando
a Carter, que estaba hablando con un par de alumnos que había encontrado entre
el gentío.
—Carter es fantástico —comentó Laurel—. ¿Tuvimos algún profesor tan
mono como él?
—El señor Zimmerman, que nos dio Historia de Estados Unidos. Era
monísimo.
—Ah, sí. El profe Zim. Muy mono pero gay.
Con los ojos verdes abiertos como platos, Mac bajó el vaso de limonada.
—¿Era gay ?
—Por supuesto. Debías de estudiar en la academia cuando saltó la noticia.
—Me perdí muchas cosas buenas de tanto ir arriba y abajo. En fin, gay o
hetero, fue el protagonista de mis sueños adolescentes. Por el profe Zim.
—Por el profe Zim —repitió Laurel entrechocando su lata con el vaso de
Mac.
—Bueno —concluy ó Mac retomando la palabra—, hablabas de ti y de mí.
—Prefiero hablar de Emma. Nació en una familia estructurada. Aunque son
muchos, son firmes como una roca. Eso es un privilegio. Luego viene Parker. Los
Brown son el no va más de Greenwich. A continuación estás tú, que con una
madre loca y un padre irresponsable nunca sabías por dónde andabas. Y por
último y o, con un padre que se mete en problemas con Hacienda y se lía con una
amante. Mi familia se arruina y todos dejan de hablarse. Conservamos la casa
por los pelos, y a mi madre le sienta peor tener que despedir al servicio que
enterarse de la existencia de una amante. ¡Qué época más extraña!
Mac le dio un codazo en el brazo en señal de solidaridad.
—Eso está superado.
—Es cierto, y aquí estamos. Pensaba que no lo conseguiría, sobre todo
mirando el pasado. Me sentía avergonzada, y estaba confusa y furiosa.
Imaginaba que me largaría al cumplir los dieciocho.
—Estudiaste en Nueva York y te buscaste la vida. Fue tan divertido… sobre
todo para mí. Tener una amiga con piso en Nueva York… joven, soltera y con su
sueldecillo… Lo pasamos muy bien, cuando no nos deslomábamos a trabajar.
Laurel encogió las piernas y apoy ó la mejilla en ellas. Seguía mirando
fijamente a Mac.
—Tú y y o siempre hemos tenido que trabajar. No quiero decir que Emma y
Parker se tumbaran al fresco, pero…
—Tenían un colchón —terció Mac asintiendo—. Tú y y o, no. Pero las
teníamos a ellas.
—Es verdad. Ellas fueron nuestro colchón.
—Por eso tampoco me preocupa tanto. Aquí estamos, y eso es lo que cuenta.
Mira, veo un bonito premio por ahí, y dedicado a ti.
Laurel levantó la cabeza y se quedó mirando a Del.
—No lo he reclamado aún.
—Sé que hay dinero en juego, McBane, pero he de preguntártelo: ¿cómo te
explicas que aún no lo hay áis hecho?
—No me lo explico.
Más tarde, cuando las primeras luces salpicaron el cielo, Del se sentó a su
espalda y la atrajo hacia sí para que se apoy ara en él. Laurel disfrutó entre sus
brazos del color y del sonido del espectáculo.
Había llegado hasta allí sin saber muy bien cómo, pero allí se quedaría.
Cargar de nuevo las cosas en el automóvil desencadenó la misma tensión del
principio. Terminada la tarea, Parker los guió hasta un bar de copas de la zona.
Antes de entrar le entregó a Carter las llaves del coche.
—Del invita a la primera ronda —anunció.
—¿Yo?
—Sí, y el conductor que acabamos de asignar no sacará la cartera en este
local —afirmó Parker. En ese momento llegó Mal—. Vale más que cojamos un
par de mesas.
Juntaron dos mesas y se acomodaron. Tras pedir la primera ronda, las
mujeres fueron en grupo al baño.
—¿Qué creéis que hacen ahí dentro? —se preguntó Mal.
—Hablan de nosotros —dijo Jack— y montan la estrategia.
—Aprovechando que estamos solos —intervino Del—, quiero decirte que
Parker ha montado la escena de antes porque estaba enfadada conmigo.
Mal le sonrió con naturalidad.
—Me parece muy bien. Hazla rabiar otra vez.
—Muy gracioso. Mira, te llamé sin consultárselo y lo ha interpretado mal.
Malcolm, divertido por la situación, echó la silla hacia atrás y recostó el brazo
en el respaldo.
—¿Ah, sí? ¿Qué es lo que ha interpretado mal?
—Ha creído que intentaba emparejaros.
—¿Tu hermana no encuentra tíos para salir?
—No es eso.
—Entonces no te preocupes.
La banda se puso a tocar en el momento en que les servían las copas, y
entonces aparecieron las mujeres.
—¡Bailemos! Vamos, Jack. —Emma lo tomó de la mano y tiró de él.
—Acaban de traernos la cerveza.
—Primero bailemos. Deja la cerveza para luego.
—Bien pensado. —Del se levantó y sacó a bailar a Laurel—. Hacía tiempo
que tú y y o no bailábamos.
—A ver cómo te portas.
—Vamos, Carter.
—Soy pésimo bailando —le recordó el joven a Mac.
—Tendrás que bailar en la boda. Vale más que practiques.
—Visto así…
Mal esperó unos segundos, y luego se levantó y tendió la mano a Parker.
—No hace falta que…
—Sabes bailar, ¿no?
—Claro que sé bailar, pero…
—¿Te da miedo bailar conmigo?
—¡Qué ridiculez! —Parker se levantó molesta—. ¡Ni que me hubieras pedido
para salir! Oy e, siento mucho lo de antes, estaba…
—Furiosa con Del. Lo comprendo. Tomemos una copa y bailemos. No pasa
nada.
La música era trepidante, rápida. Mal le hizo dar un giro inesperado, la atrajo
hacia sí y empezó a moverse.
Ése hombre tenía ritmo, y Parker tardó sólo un minuto en acoplarse a sus
pasos y a su velocidad. Tuvo que admitir que había vuelto a pillarla desprevenida.
—Veo que has ido a clases de baile —comentó ella.
—No, pero comprendí que bailar sirve para ligar con las mujeres —sentenció
Mal haciéndola girar de nuevo y estrechándola contra él hasta que sus cuerpos
encajaron—. También me sirvió en el trabajo. Las escenas de luchas son
coreografías, y y o trabajé de extra muchas veces.
—Trabajo y mujeres.
—Sí, la vida es mejor si tienes ambas cosas.
Cerca de ellos Laurel chasqueó los dedos ante los ojos de Del.
—Basta. Los estás mirando fijamente.
—Sólo… comprobaba una cosa.
—Mírame. —Laurel le apuntó a los ojos con los dedos.
Del la asió por las caderas y se acercó a ella.
—Estabas demasiado lejos.
—Sí. —Laurel lo asió por la nuca y balanceó las caderas—. ¿Qué tal ahora?
—Mucho mejor. —Del reclamó sus labios—. Y ahora más, pero esto me está
matando.
—Tómalo —dijo Laurel rozando su labio con los dientes—. O tómame a mí.
—Soy hombre muerto. Ven, sentémonos.
Laurel recordó la última vez que había ido a un bar de copas con sus amigas.
Ninguna de las cuatro tenía una relación estable y una noche fueron a bailar a un
local de moda en Nueva York. Cuántas cosas podían cambiar en unos meses,
pensó.
Ahora eran ocho en lugar de cuatro. Tenían que apretujarse para caber en las
dos mesas y gritaban para hacerse entender por encima de una música
ensordecedora. De vez en cuando Del le acariciaba el pelo o la espalda. No
imaginaba lo que ese contacto distraído suscitaba en su cuerpo.
Laurel tuvo ganas de acurrucarse en sus brazos y ronronear, o arrastrarlo
hasta la furgoneta para quedarse con él a solas. Era lamentable lo mucho que
sufría, lo mucho que Del podía darle con un simple gesto.
Si él supiera que estaba locamente enamorada… sería muy amable con ella,
y eso la mataría.
Era muchísimo mejor ir despacio, con calma, como había propuesto él al
principio. Quizá consiguiera calmar sus sentimientos, quizá pudieran encontrar un
punto intermedio para que no le doliera tanto el corazón.
Del la miró y sonrió. Laurel notó el latido de su sangre.
Todo cambiaría, pensó la joven, pero el deseo seguiría igual.
Alrededor de la medianoche se amontonaron en la furgoneta y Carter se puso
al volante. Laurel escuchaba el murmullo de las voces de sus amigos y los
últimos sonidos de la jornada. Sin embargo, la luna y las estrellas seguían
luciendo en el firmamento. Quedaba toda la noche por delante.
—Mañana tengo que cenar con un cliente —le dijo Del—, y luego, partida de
póquer. Piénsate un lugar adonde ir la próxima vez.
—Muy bien.
—Con suerte me echarás de menos.
—Puede que sí.
Cuando Carter tomó el desvío de la casa de Del, este se despidió de Laurel
con un beso.
—Propóntelo al menos. —Hizo ademán de salir del vehículo, pero antes tocó
a Parker en el hombro—. Ya no estás enfadada, ¿verdad?
Su hermana lo miró con frialdad.
—Si no estoy enfadada es porque hemos ganado el partido y Mal ha resultado
ser un buen bailarín. Vuelve a intentarlo y saldrás herido.
—Te lo has pasado bien —concluy ó Del besándola en la mejilla—. Gracias
por el tray ecto. Hasta pronto. A vosotros, tíos, hasta mañana. Noche de póquer.
Salió de la furgoneta, los saludó con la mano y se encaminó hacia la puerta
de su casa.
Laurel estuvo luchando consigo misma durante casi medio kilómetro.
—¡Para, para! Detente a un lado.
—¿Te encuentras mal, cielo? —preguntó Emma incorporándose y
volviéndose hacia atrás.
—No, no, es que… ¡Qué estupidez! ¡Esto es una estupidez…! —Laurel abrió
la portezuela con ímpetu—. A la mierda la apuesta. Voy a casa de Del.
Marchaos.
Ignoró los gritos de alegría y dio un portazo al salir.
—Espera —dijo Carter asomándose por la ventanilla—. Te acercaré
porque…
—No, gracias. Marchaos.
Laurel se dio la vuelta y echó a correr.
10
Del lanzó las llaves a un cuenco que a tal efecto tenía en el vestidor, puso el móvil
a cargar y decidió que nadaría un poco antes de acostarse. Necesitaba practicar
una actividad física que le hiciera olvidar su frustración sexual para poder
conciliar el sueño. Se quitó la camisa y los zapatos y fue a la cocina a buscar un
botellín de agua.
Ésa espera era lo más indicado. Laurel ocupaba un lugar demasiado
importante, y complejo, en su vida para forzar la situación.
No era tan solo una mujer interesante y atractiva. Era Laurel. Una Laurel
McBane dura y divertida, lista y tenaz. Tenía muchas de las cualidades que más
admiraba en el sexo femenino, y todas ellas arropadas por un cuerpo
impresionante.
Durante todos esos años había considerado que ese cuerpo estaba fuera de su
alcance, y ahora que ella… que él… que los dos se habían saltado las
prohibiciones, la deseaba más de lo que nunca hubiera imaginado.
Ése deseo añadía un nuevo aliciente a la espera.
Del era partidario de actuar siguiendo sus impulsos, salvo cuando se trataba
de alguien tan importante para él como Laurel, en todas sus facetas. Despacio y
con sensatez, se dijo. Su relación funcionaba, ¿no? En el poco tiempo que hacía
que salían juntos, estaban descubriendo facetas el uno del otro que nunca habían
abordado en todos aquellos años de amistad.
Se irían juntos de vacaciones, como cada verano… pero con un enfoque
radicalmente distinto, bajo una nueva luz. Ésta clase de cosas eran las que
requerían práctica antes de dar el siguiente paso.
Lo consideraba justo, y sabría estar a la altura.
¿Cuándo terminaría ese mes? No veía el momento.
« A nadar» , se ordenó a sí mismo, y en ese instante oy ó que alguien
aporreaba la puerta principal y que el timbre sonaba con insistencia. Fue
corriendo a abrir.
Cuando vio a Laurel sin aliento, con los ojos desorbitados y sofocada, notó
que el pánico le atenazaba el estómago.
—¿Ha habido un accidente? Parker… —Del la agarró para comprobar que no
estuviera herida mientras su mente se ponía en marcha—. Llama a una
ambulancia, y o iré…
—No, no ha habido ningún accidente. No pasa nada. Todos están bien. —
Laurel sacudió las manos y procuró respirar hondo—. Te diré lo que pasa. Hoy
no cuenta, porque de hecho y a es mañana, o sea que no vale. El primer día
tampoco, porque es el primero.
—¿Qué? ¿Estás bien? ¿Dónde están todos? ¿Qué ha pasado?
—Nada. He vuelto. —Laurel levantó una mano para tranquilizarlo y se pasó
la otra por el pelo—. En realidad es una cuestión matemática, e influy e que hoy
sea mañana, porque y a es más de medianoche. Así están las cosas. Además, los
fines de semana no cuentan. ¿Quién cuenta los fines de semana? Nadie. Cinco
días laborables, te lo dirá cualquiera.
Del pasó del pánico al asombro.
—¿De qué estás hablando?
—De lo nuestro. Escúchame bien —dijo Laurel presionándole el brazo con un
dedo—. Tú sígueme.
—Te seguiría si… supiera de qué demonios estás hablando.
—Tú escucha, ¿vale? —Laurel empezó a quitarse las sandalias que se había
calzado después del partido, pero se detuvo—. La cosa funciona de la siguiente
manera: quitas el primer día y el día de hoy, y también los fines de semana. Eso
hace un total de diez días, que en realidad mucha gente consideraría que son dos
semanas. —Laurel hablaba por los codos sin dejar de gesticular—. Por otro lado,
creo que hay que olvidar el concepto de darnos un plazo de treinta días cuando en
realidad te referías a un mes. Eso son cuatro semanas. Veintiocho días… que son
siete por cuatro. Son matemáticas básicas. Si quitas las dos semanas que no
cuentan a causa de los fines de semana y de lo demás, en realidad la fecha y a ha
pasado.
—La fecha de… Ah. —Del respiró aliviado al comprender su razonamiento,
y sintió una oleada de alegría y gratitud—. Ajá, pero no estoy seguro de haberlo
entendido bien. ¿Puedes volver a explicármelo?
—No. Sólo es un cálculo. Créeme. Por eso he venido, porque la fecha y a ha
pasado.
—Y no puede ser, ¿verdad?
—Así son las matemáticas. Ahora viene la elección tipo test: A, me llevas a
casa; B, llamo un taxi; C, me quedo.
—Déjame pensar… Ya está. —Del la asió con fuerza y la besó en los labios.
—Respuesta correcta. —De un salto, Laurel se colgó de su cintura—. Y
acertada. Luego me agradeces que hay a estudiado tan bien la situación. —Laurel
lo besó apasionadamente—. Pero ahora creo que me he vuelto loca, y más vale
que tú estés loco también.
—Estaba pensando en ti y en lo mucho que te deseaba. —Del subió la
escalera—. No podía quitarme tu imagen de la cabeza. Agradezco en el alma la
norma de los cinco días laborales.
—La industria manda —logró pronunciar Laurel mientras el latido de su
corazón amortiguaba el sonido de sus palabras—. Hemos dado demasiada
importancia a nuestro pacto. Al sexo. No puedo ordenar mis ideas cuando estoy
obsesionada, y no me quito de la cabeza que quiero estar contigo. Me paso el día
imaginando esta situación, y y o no quiero imaginar. Quiero que pase. Hablo
demasiado, ¿lo ves? Estoy chalada.
—Que pase entonces.
Cuando Del se tumbó en la cama con ella, Laurel le rodeó la cintura con las
piernas mientras le acariciaba la espalda. Laurel sintió las primeras punzadas de
deseo cuando sus labios volvieron a encontrarse. La pasión encendió su cuerpo
apoderándose de ella con tanta rapidez e intensidad que apenas podía respirar.
Había esperado demasiado, pensó; la imaginación y el deseo la habían
desbordado.
Laurel se asió a las caderas de Del y se estremeció al sentir los suaves
mordiscos de Del por todo el cuello, que despertaron docenas de sensaciones a la
vez. Intentó alcanzar el botón de sus tejanos, pero Del la tomó por las muñecas y
acarició con los pulgares su pulso alterado.
—No tan deprisa…
—Llevo siglos esperando.
—Entonces podrás esperar un poco más. —Del se retiró y empezó a
desabrocharle la blusa a la luz de la luna—. Nunca he podido mirarte como voy a
hacerlo ahora. Quiero disfrutar de la vista, del tacto, del sabor…
Del le abrió la blusa y recorrió su piel con la y ema de los dedos. Tocarla fue
como juntar las piezas de un rompecabezas y admirar por primera vez su belleza
y complejidad. Los ángulos de su rostro y las curvas de su cuerpo, listos para ser
explorados.
Cuando Laurel lo abrazó, él la incorporó para quitarle la blusa y poder
saborear la tersa piel de sus firmes hombros. Le soltó el sujetador, y al bajarle
los tirantes oy ó un suave jadeo. Del gozó del contacto de aquella piel sedosa y
Laurel echó la cabeza hacia atrás invitándolo a besarla.
Despacio, ardientes de pasión, besándose mientras Del volvía a recostarla
para contemplar aquellos intrépidos ojos azules y rozarle los pechos. Laurel se
estremeció y su reacción desencadenó un fuerte deseo en el vientre de Del.
—Déjame a mí —murmuró Del y le besó el pecho.
El placer abrasó la piel de Laurel y recorrió su cuerpo mientras se rendía a
sus manos, a sus besos. Del la deseaba, y la exploró centímetro a centímetro,
excitándola, torturándola, explorando su vulnerabilidad, sus deseos, como si
conociera sus secretos.
—He deseado tanto que pasara esto. Te he deseado tanto… —murmuró
Laurel.
—Ahora lo tenemos. Nos tenemos el uno al otro.
Del le bajó los tejanos y recorrió su vientre y los muslos con los labios. El
tiempo se dilató, se volvió eterno, y luego se detuvo.
Justo ahora, pensó ella. En este momento.
Fue como si toda ella se abriera para él y todo en ella fuera calor y entrega.
Despacio, se ordenó Del, aunque su deseo empezó a mostrarse latente en su
cuerpo, y con las manos la guió hasta el clímax.
Contempló cómo el placer convertía sus ojos en dos cristales azules, y
saboreó sus gemidos uniendo sus labios.
Cuando sus miradas volvieron a cruzarse, Del se quitó la ropa, la penetró y
permaneció dentro de ella mientras sus cuerpos temblaban.
Laurel pronunció su nombre en un único y largo suspiro, y se alzó para
acogerlo.
No más preguntas, tan solo respuestas, una maravillosa respuesta con cada
movimiento. Al fin… al fin, pensó Laurel, y se abandonó.
Luego siguió acostada bajo su cuerpo, cansada y feliz, sonriendo, abrazada a
Del, notando los latidos de sus corazones al unísono.
Laurel había permitido que Del guiara todos sus movimientos, y Del había
terminado tan agotado y satisfecho como ella. Laurel le acarició la espalda y sus
tersas nalgas, por el simple placer de hacerlo.
—Esto ha sido idea mía.
Del consiguió articular unas risas y se acostó de lado junto a ella.
—Sí, has tenido una idea brillante.
—Si nos basamos en las matemáticas y en mis fórmulas, en realidad no
hemos perdido la apuesta.
—Creo que, dadas las circunstancias, no importa perder. Los dos ganamos de
todos modos.
Laurel se sentía tan feliz que poco le faltó para ponerse a pintar corazoncitos
rosas y unos azulejos piando.
—Supongo que tienes razón —reconoció, dejando escapar un suspiro de
satisfacción—. Mañana tengo que levantarme muy temprano.
—Muy bien —respondió él, pero la rodeó con el brazo impidiéndole ir a
ninguna parte.
Laurel le mostró la mejilla para que le diera un último beso.
—¿Valía la pena esperar?
—Por supuesto.
Cerró los ojos y se quedó dormida en sus brazos.
Ojalá hubiera tenido a mano una linterna pequeña; y un cepillo de dientes
también. Tantear en la oscuridad a la mañana siguiente no facilitaba las cosas.
Por lo menos había encontrado el sujetador y un zapato; y cuando palpó la banda
elástica de sus bragas, soltó una exclamación de pura satisfacción.
El sujetador, un zapato y las bragas. Tendría que marcharse sólo con eso. El
bolso estaría abajo, donde lo había dejado. Dentro había unas pastillas
mentoladas y dinero para tomar un taxi.
Habría asesinado a alguien por conseguir un café. Habría mutilado a quien
fuese por oler el aroma del café.
Siguió examinando el suelo a cuatro patas y exclamó mentalmente « ¡Ajá!»
cuando tropezó con el zapato que le faltaba.
—¿Qué haces ahí debajo?
—Lo siento —respondió ella poniéndose en cuclillas—. Estoy buscando la
ropa. Ya te dije que tenía que levantarme temprano.
—¿Tanto? Si aún no son las cinco…
—Es el horario que seguimos las reposteras. Mira, si enciendes la luz unos
treinta segundos, buscaré la ropa que me falta y me largaré para que puedas
volver a dormirte.
—No has venido en coche.
—Pediré un taxi desde abajo. Me falta… —La luz se encendió y Laurel
parpadeó tapándose los ojos con una mano—. Podías haberme avisado. Espera
un segundo.
—Estás muy … interesante.
—Supongo que sí. —Lo daba por supuesto. Desnuda, con el pelo enredado
como un nido de pájaros, a cuatro patas y con la ropa interior y los zapatos en la
mano.
¿Por qué ese hombre no podía tener el sueño pesado?
—Dame dos segundos. —Laurel localizó la blusa y se preguntó cuál sería la
posición menos digna para ir a buscarla: gatear o caminar erguida. Decidió que
gatear era más ridículo.
El hecho de andar desnuda no le importaba. Del y a la había visto sin ropa,
aunque no por la mañana. En sus peores momentos, cuando ni siquiera se parecía
a ella misma, no la había visto jamás.
Deseó que dejara de sonreírle de esa manera.
—Duérmete, Del.
Laurel iba a levantarse para ir a buscar la blusa cuando Del tiró de ella para
que volviera a la cama y los zapatos salieron volando por los aires.
—Del, tengo que marcharme.
—No tardaremos mucho —respondió el joven poniéndose encima de ella y
dejándole bien claro que su melena revuelta no lo desanimaba.
La levantó por las caderas y la penetró. Laurel supo que no era el café lo que
más le convenía de buena mañana.
—Creo que puedo quedarme un par de minutos.
Del soltó una carcajada y hundió el rostro en el hueco de su hombro.
Laurel se entregó a la subida, primero despacio, con suavidad, dulzura, y
luego con el pulso acelerado, entre suspiros de abandono. Sintió calidez y laxitud
al notar que ese hombre llenaba su interior, en mente y cuerpo.
La bajada, tan placentera como la subida, le hizo desear acurrucarse junto a
él y volver a dormirse.
—Buenos días —murmuró Del.
—Mmm. Iba a decir que siento haberte despertado, pero en realidad no lo
siento.
—Yo tampoco. Supongo que será mejor que encontremos tu ropa y te lleve a
casa.
—Tomaré un taxi.
—Ni hablar.
—No seas tonto. ¿Para qué vas a levantarte, a vestirte y a coger el coche para
acompañarme cuando lo único que tengo que hacer es llamar a un taxi?
—Porque has dormido en mi cama.
—Bienvenido al siglo veintiuno, sir Galahad. Llegué por mi propio pie, así que
puedo…
—Mira, es un mal momento para discutir. —Del se apoy ó sobre los codos y
la observó—. Dentro de diez minutos te daré otra razón que te convencerá de que
no tienes que tomar un taxi.
—Eres muy optimista valorando tu tiempo de recuperación.
—¿Quieres comprobar si miento?
—Deja que me levante. Ya que te muestras tan caballeroso, ¿por qué no me
consigues un cepillo de dientes?
—Hecho. Incluso podemos llevarnos un par de tazas de café.
—Por un café, dejo que me lleves a donde quieras.
En menos de quince minutos y armada con un café largo, Laurel se asomó
por la puerta principal.
—Está lloviendo a cántaros —comentó. ¿Cómo no se había dado cuenta?—.
Del, no quiero que…
—Deja de discutir. —La agarró de la mano y echó a correr hacia el coche.
Laurel se metió dentro empapada y cuando Del se hubo instalado tras el
volante, sacudió la cabeza.
—No estaba discutiendo.
—Bien, negociando entonces.
—Eso… puede —accedió Laurel—. No quiero sentar el precedente de que
tengas que llevarme a casa. Si sigo un impulso, soy y o quien tiene que cargar con
las consecuencias, como es ahora el caso.
—Aplaudo que seas impulsiva, pero cuando salgo con una mujer, la
acompaño siempre a su casa. Considera que estamos aplicando la regla general
Brown.
Laurel consideró sus palabras sin dejar de tamborilear con los dedos sobre la
rodilla.
—Es decir, que si hubieras seguido tú el impulso, y o estaría obligada a
llevarte a casa.
—No. Y no considero mi regla sexista, sino elemental. —Del la miró con ojos
adormilados mientras conducía bajo la lluvia—. Estoy a favor de la igualdad de
derechos, de salarios, de elecciones, de oportunidades, de lo que sea… pero
cuando salgo con una mujer, la acompaño a su casa. No me gusta que tenga que
conducir en mitad de la noche ni que vay a sola por ahí a las cinco y media de la
mañana si puedo evitarlo.
—Porque tienes un pene.
—Sí, y lo conservo.
—¿Ése pene te protege de los accidentes, las averías y los pinchazos?
—Lo interesante de ti, y reconozco que a veces me fastidia, es que eres capaz
de complicar lo más sencillo.
Aunque hubiera acertado, eso no cambiaba las cosas.
—¿Y si hubiera ido en coche a tu casa?
—No has venido en coche.
—¿Qué habría pasado entonces?
—Lo averiguaremos otro día. —Del enfiló el camino de entrada.
—Eso son evasivas.
—Es verdad. ¿Quieres anotarte un tanto? No voy a acompañarte hasta la
puerta.
Laurel ladeó la cabeza.
—Pero esperarás a que hay a entrado.
—Eso, sí. —Del se inclinó hacia ella, la tomó por el mentón y la besó—. Ve a
hacer pasteles.
Laurel hizo ademán de salir, pero se volvió y se dio la satisfacción de darle un
beso muy largo.
—Adiós.
Salió corriendo hacia la casa principal, se dio la vuelta goteando y lo saludó
con la mano antes de entrar.
Una vez sola en el silencio de su casa, se apoy ó en la puerta y se dejó llevar.
Había hecho el amor con Del. Había dormido en su cama, se había despertado
junto a él. Todos sus sueños se habían convertido en realidad en una sola noche,
por eso tenía derecho a sentirse feliz, a sonreír como una posesa, a abrazarse y a
sentirse de maravilla, de locura…
Nada de lo que había imaginado hasta entonces podía compararse con esos
momentos, y sola, envuelta en el silencio, los rememoraba. Recordó todos y
cada uno de esos instantes y los saboreó.
Quién sabía lo que les depararía el futuro. Por lo pronto, el presente le estaba
ofreciendo lo que siempre había querido.
Subió por la escalera como si flotara y entró en su dormitorio. Tenía el día por
delante, pero su primera idea fue enviarlo todo a paseo y dejarse caer sobre la
cama, lanzar los tacones al techo y felicitarse.
Tarea imposible. Sí podía, en cambio, disfrutar de una larga ducha caliente.
Se quitó la ropa mojada, la colgó en un toallero, se soltó el pasador del pelo, que
había rescatado del bolso, y sin dejar de sonreír, se metió bajo el chorro.
Estaba disfrutando del vapor y el aroma cuando detectó un movimiento al
otro lado de la mampara. Soltó un grito tan espontáneo que le sorprendió no haber
agrietado el cristal.
—Por Dios, Laurel, soy y o… —Mac abrió un resquicio de la puerta—. He
llamado al timbre y he echado voces, pero estabas tan enfrascada cantando que
no me has oído.
—Mucha gente canta en la ducha. ¿Qué diablos quieres ahora?
—Nosotras no solemos cantar « I’ve Got Rhy thm» .
—Yo no cantaba eso. —¿Estaba cantando ella eso? Ahora se le quedaría
grabado el sonsonete—. Vete, se escapa el vapor.
—¿Por qué tardas tanto? —preguntó Emma entrando en el baño.
—¿Y Parker? —preguntó Mac.
—En el gimnasio —contestó Emma—, pero le he dicho que venga.
—¡Será posible! ¿Estáis chaladas o es que no veis que me estoy duchando?
—¡Qué bien huele! —comentó Mac—. Ya estás limpia. Sal. Comeremos unas
tortitas para celebrar la historia de amor que vas a contarnos desay unando.
—No tengo tiempo de hacer tortitas.
—Se encargará la señora Grady.
—En casa sólo hay gofres.
—Ah, tienes razón. Entonces tomaremos una tortilla a la francesa, y mientras
tanto nos cuentas tu noche de sexo. Te esperamos abajo dentro de diez minutos —
ordenó Emma—. A los hombres les hemos prohibido que vengan.
—No quiero…
Mac cerró la puerta de la mampara y Laurel se apartó de los ojos el cabello,
que estaba chorreando. Si se escabullía para refugiarse en su cocina particular,
sus amigas irían a buscarla y no dejarían de meterse con ella. Resignada, salió de
la ducha y se envolvió en una toalla.
Veinte minutos después entró en la cocina principal y vio la mesa puesta, a
Mac, a Emma y a la señora Grady trabajando en los fogones.
—Escuchad, hoy estaré muy liada y …
—El desay uno es la comida más importante del día —la sermoneó Mac.
—Eso dijo la princesa de las galletas Pop-Tarts. Bueno, tengo que ir a
trabajar, en serio.
—Prohibido pasar del tema —sentenció Emma con un dedo—. Nosotras
compartimos con las demás nuestras historias de amor, y la señora Grady y a ha
empezado a preparar las tortitas para que nos cuentes una historia sexy para
amenizar el desay uno, ¿verdad, señora Grady ?
—Sí. Vale más que te sientes —le aconsejó la mujer a Laurel—. Piensa que
no te vas a librar de éstas. Además, como me han dicho que has vuelto a casa
hace una media hora, a mí también me pica la curiosidad.
Laurel se bebió el zumo sin perder de vista la expresión de cada una de sus
amigas.
—¿Tenéis alguna especie de radar?
—Sí —dijo Parker entrando en la cocina—. Y cuando me llaman para que
baje sin ducharme, más vale que merezca la pena. —Vestida con unos
pantalones cortos de andar por casa y una camiseta holgada, Parker fue a
servirse una taza de café—. Imagino que Del no atrancó la puerta y te despachó
con viento fresco.
—Es una situación tan rara… —Laurel tomó la taza de Parker—. Es que es
rara.
—Es lo que ocurre con las tradiciones, que son raras —dijo Parker
alegremente tomando otra taza para ella—. Cuéntanos lo que pasó.
Laurel se sentó y se encogió de hombros.
—Perdí la apuesta.
—¡Bien! —Emma se acercó a ella como una flecha—. Yo también he
perdido, pero hay cosas más importantes que el dinero.
—¿Quién ha ganado, Parker? —quiso saber Mac.
Parker se sentó y con el ceño fruncido se concentró en su taza de café.
—Malcolm Kavanaugh.
—¿Kavanaugh? —Laurel tomó una tostada recién hecha de la rejilla—.
¿Cómo se ha metido Mal en nuestra porra?
—Se enteró y me acorraló durante el partido. Me negué, le dije que las
apuestas estaban cerradas, pero es pesado e insistente. Además dijo que apostaba
doscientos dólares por ser el último, y que el cinco de julio pasaría a recoger el
bote.
—¿Quieres decir que ha acertado de plano? —preguntó Mac—. ¡Menuda
suerte la de ese tío!
—Sí, tiene suerte. Creía que no acertaría, porque como ese día salíamos todos
juntos, pensé que nos marcharíamos juntos también. No esperaba que Laurel
saltara de la furgoneta y echara a correr.
—Fue muy romántico —dijo Emma sonriendo—. Deprisa y corriendo,
sofocada, sin poder esperar más… ¿Qué pasó cuando llegaste a casa de Del?
—Abrió la puerta.
—Confiesa —insistió Mac amenazándola con un dedo.
—No te sentirás incómoda porque es mi hermano, ¿verdad? —intervino
Parker—. Tú y y o hemos sido amigas toda la vida, y Del siempre ha sido mi
hermano. O sea que todo arreglado.
—Comed —ordenó la señora Grady sirviendo las tortillas.
Laurel dio un bocado en señal de obediencia.
—Estudié el asunto desde un punto de vista matemático.
—¿Matemático? —se extrañó Emma.
—Descubrí que hay días que no cuentan. Es complicado. Hay que seguir una
fórmula. Cuando Del lo comprendió, desde un punto de vista logístico, coincidió
en que tenía sentido, pero pensó que teníamos que renunciar a la apuesta, y eso
fue lo que hicimos.
—Tiene que ver con los fines de semana, ¿verdad? —dijo Mac zampándose
unos huevos—. Lo pensé. Los fines de semana no cuentan.
—Exacto, y el primer día y el último, tampoco. Es más complicado, pero va
por ahí. De todos modos, como no eran esas las condiciones, decidimos renunciar
al bote.
¡Qué más daba si esa situación era rara! Ésas cuatro mujeres eran su familia.
—Fue maravilloso. En parte temí sentirme nerviosa, incómoda… pero no fue
así. Ninguno de los dos lo estuvo. Del no quería precipitarse, y no dejó que me
precipitara y o tampoco. Fue algo muy dulce y lento. Él…
Al faltarle las palabras, Parker suspiró.
—Si crees que pondré caras raras porque vas a decir que mi hermano es un
buen amante y que además es considerado, te equivocas. Entiendo que no sólo
tiene técnica, sino que además siente respeto y cariño por su pareja.
—Me hizo sentirme como si en el mundo sólo existiéramos él y y o, como si
lo más importante fuera ese momento. He dormido con él, y me he sentido
protegida, de la manera más natural. Y eso que a mí me cuesta mucho confiar
en alguien hasta el punto de dormir con él.
Emma le acarició la pierna en señal de afecto.
—Nos has contado una buena historia sexy para amenizar el desay uno.
—Ésta mañana nos hemos liado.
—¿Más sexo?
—Sí. No piensa en nada más —le confesó a Mac—. Quería encontrar la ropa
a oscuras, llamar luego a un taxi y marcharme, porque si supierais la jornada
que me espera… Sin embargo, él se ha despertado y nos hemos vuelto a liar,
aunque y o tenía el pelo enredado de haber dormido.
—A mí me da una rabia… —murmuró Emma—. Tendría que existir un
remedio instantáneo que arreglara el pelo cuando una se levanta.
—Ha insistido en acompañarme a casa.
—Claro.
Laurel miró a Parker sin dar crédito.
—Veo que los dos tenéis el mismo código de conducta. ¿Por qué tiene que
levantarse, vestirse y llevarme en coche a casa cuando puedo llegar por mis
propios medios?
—Porque estabas en su casa, punto número uno. Punto número dos: porque
has dormido en su cama. A eso se le llama tener modales, y tu independencia no
peligra.
—¿Ya estás aplicando la regla general Brown?
Parker esbozó una leve sonrisa.
—Supongo que podría llamarse así.
—Es lo que dijo él. En fin, basta porque tengo que ponerme a trabajar.
—¿Acaso nosotras no? Ésta mañana llega medio millón de lirios que habrá
que seleccionar, y las obras empiezan hoy mismo.
—¿Aquí también? —preguntó Laurel.
—Aquí también, según Jack —dijo Emma consultando el reloj—. Llegarán
en cualquier minuto.
—Os tocará vivir una época interesante —aseguró Mac—, y ruidosa.
—Valdrá la pena. No me cansaré de repetírmelo. Gracias por el desay uno,
señora Grady.
—Me ha gustado la historia. Me considero bien pagada.
—Si me vuelvo loca trabajando en mi cocina, ¿podré trasladarme aquí?
—Claro que sí. Emmaline y Mackensie, habéis sido vosotras quienes queríais
conocer la historia de Laurel. A fregar platos. Voy a dar un paseo por el jardín
antes de que empiecen los martillazos.
Parker salió con Laurel.
—Lo que cuenta es que seas feliz. Cuando vuelvas a sentirte rara conmigo,
recuerda que en lo que respecta a Del y a ti, me encanta veros felices.
—Lo procuraré. Dímelo si ves que voy a fastidiarlo, ¿vale?
—Descuida. —En ese momento sonó el teléfono de Parker—. El timbrazo
que inaugura la jornada. Nos vemos luego. Buenos días, Sarah, ¿cómo está la
novia hoy ?
11
Los lirios de Emma perfumaban el aire mostrando sus tonalidades veraniegas de
escarlata brillante, amarillo mantequilla, rosa caramelo y blanco deslumbrante.
La novia que iba a casarse la mañana del 5 de julio no había encajado bien que
la manicura hubiera fallado, pero en aquel momento posaba radiante para Mac
mientras Parker intentaba localizar la chaqueta y la corbata que uno de los
acompañantes del novio había perdido.
Tras comprobar que no había urgencias que atender, Laurel llevó en persona
la pieza central del pastel al salón de baile. Era un jarrón de azúcar moldeado a
partir de un cuenco hexagonal que había completado con unos lirios enanos.
Los lirios de Emma no podían compararse con los suy os en cuanto a tiempo
empleado y a su confección. Laurel había forrado un rodillo con una cinta de
otomán de textura gruesa para marcar la pasta de goma y luego había recortado
con meticulosidad cada uno de los pétalos. La composición final, una vez hubo
atado y sumergido los tallos en un glaseado real clarificado, resultaba refinada y
elegante.
Examinó con detenimiento el pastel de boda que presidía el salón sin prestar
atención al bullicio del montaje. Había adornado cada uno de los pisos con más
pétalos en relieve que repetían esos colores intensos en una danza circular.
Finalmente, sobre el tablero que conformaba la base del pastel había esparcido
unos cuantos más para darle un toque bello y orgánico.
Laurel sacó el jarrón de su envoltorio en el preciso instante en que alguien
volcaba una silla en un descuido. Ni siquiera parpadeó.
Del advirtió el detalle. Era como si esa mujer fuese inmune al ruido, los gritos
y el movimiento. Observó que centraba el cuenco de flores en el piso superior, se
retiraba para comprobar el efecto, sacaba de la caja uno de sus útiles de
repostería y dibujaba una línea, o mejor dicho, trazaba una línea con la manga
pastelera. Del, por la cuenta que le traía, procuraba hablar con precisión. Laurel
trazó un par de líneas perfectas alrededor del cuenco con unas manos precisas
como las de un cirujano.
Dio la vuelta a su creación y asintió.
—Es fantástico.
—¡Oh! —Laurel dio un paso atrás—. No sabía que estabas aquí. Ni que ibas a
venir.
—Era la única manera de averiguar si estarías libre este sábado por la noche.
—Qué detalle…
Del le acarició la mejilla con el pulgar.
—¿Tengo glaseado en la cara?
—No, tienes una cara preciosa. ¿Cuántas flores has puesto ahí?
—Unas cincuenta.
Del observó los adornos florales.
—Parece como si Emma y tú hubierais hecho combinaciones de pétalos.
—Eso es. Bien, como hasta ahora todo ha ido como la seda, quizá pueda…
—¡Código rojo! —gritó Emma a través de sus auriculares.
—Mierda. ¿Dónde?
—En el salón principal. Venid todos.
—Ahora mismo. Código rojo —le dijo a Del antes de salir corriendo hacia las
escaleras—. Es culpa mía. He dicho que todo iba como la seda y jamás se ha de
hablar así.
—¿Qué problema hay ?
—Todavía no lo sé. —Laurel llegó al rellano del segundo piso y se encontró
con Parker, que venía del ala opuesta.
—La madrastra y la MDNA se están peleando. Mac y Carter están con la
novia, que todavía no se ha enterado.
Laurel se quitó el pasador del pelo y se lo metió a toda prisa en el bolsillo de
la chaqueta del traje.
—Creía que habían pactado una tregua.
—Por lo que parece, se ha acabado. Del, me alegro de que hay as venido. A
lo mejor te necesitaremos.
Desde el salón principal les llegó un griterío y el sonido de un objeto al
romperse. De repente, alguien chilló.
—Quizá será mejor llamar a la policía —comentó Del.
Entraron corriendo en el salón y vieron a Emma con el pelo revuelto y las
horquillas sueltas intentando a la desesperada separar a dos mujeres vestidas con
elegancia que no paraban de vociferar. La madrastra tenía el cabello y la cara
chorreando de champán porque la MDNA le había echado por encima el
contenido de su copa.
—¡Zorra, ahora verás!
Esquivando los empujones y los manotazos, Emma resbaló y cay ó de
espaldas sin poder evitar que las dos mujeres se enzarzaran en una pelea.
No se arredró. Con una mirada resolutiva, Emma se levantó como pudo
mientras Parker y Laurel saltaban encima de las agresoras. Laurel agarró a la
que tenía más cerca y tiró de ella mientras las dos mujeres se cruzaban salvas de
insultos como si fueran metralla.
—¡Basta, deténganse! —Laurel esquivó un puñetazo y bloqueó un codo con el
antebrazo. El impacto le repercutió directamente en el hombro—. ¡He dicho que
basta! ¡Por Dios, es la boda de su hija!
—Es la boda de mi hija, sí, y mi hija es sólo mía —gritó la mujer a la que
Parker y Emma intentaban reducir—. Es hija mía, no de esta zorra, niñata
destruy e-familias.
—¿Niñata? ¿Niñata y o? Voy a destrozarte el último lifting que te has hecho,
lunática estrecha.
Emma atajó el problema sentándose encima de la MDNA mientras Laurel
seguía forcejeando con su contrincante.
Del se jugó la piel interponiéndose entre las dos mujeres, y en ese momento
Laurel vio que llegaban refuerzos. Jack y Malcolm Kavanaugh curiosamente se
metieron en la refriega.
Arrodillada en el suelo, Parker hablaba con voz queda y firme con la MDNA,
que lloraba desconsolada superado y a el arrebato. Laurel, que sujetaba a la
madrastra, le hablaba al oído.
—Así no se arreglan las cosas, y si te importa Sarah, aunque sólo sea un poco,
olvidarás esto y te dedicarás a enjabonarla todo el día. ¿Me escuchas? Si quieres
pelea, no son estos el momento ni el lugar.
—No es culpa mía. Ha sido ella quien me ha tirado el champán a la cara.
Mira mi pelo, el maquillaje, el vestido…
—Lo solucionaremos —dijo Laurel mirando a Parker e interpretando su gesto
de asentimiento—. Del, necesito que subas un par de copas de champán a mi
habitación, y luego te llevas a… lo siento, he olvidado tu nombre.
—Me llamo Bibi —dijo la madrastra con un tono de voz que parecía un
vagido—. Esto es un desastre… Todo se ha estropeado.
—No, todo se arreglará. Del, llévale el vestido de Bibi a la señora Grady. Ella
se ocupará. Ven conmigo, Bibi. Lo solucionaremos.
Laurel abandonó el salón con Bibi mientras Parker hacía lo mismo con la
MDNA.
—Emma la acompañará para que se refresque un poco. Yo iré en un par de
minutos.
—No se lo digas a Sarah —sollozó la MDNA—. No quiero que se ponga triste.
—Claro que no. Vay a con Emma. Suerte que no quiere darle un disgusto a su
hija… —musitó Parker cuando la mujer y a no podía oírla.
—Ésta fiesta es un asco —comentó Mal.
Parker tiró de su traje de chaqueta y se pasó la mano por la falda.
—¿Qué haces aquí?
—He venido a cobrar mis ganancias.
—Ahora no tengo tiempo para eso —le espetó ella, y lo despachó volviéndose
hacia uno de sus ay udantes—. Asegúrate de que no queden cristales ni restos de
champán por el suelo. Si encuentras algo roto o estropeado, díselo a alguien del
equipo de Emma para que lo solucione. Jack, ve a buscar al PDNA, por favor.
Tengo que hablar con él en mi despacho inmediatamente.
—Por supuesto. Siento haber tardado tanto. Estaba fuera cuando he recibido
la alerta.
—Una vez trabajé de gorila en Los Ángeles —le contó Mal—. Si quieres que
eche a alguien…
—Qué bien, a lo mejor te necesito. A por el PDNA, Jack. Gracias. Mac… —
Parker habló por el micrófono mientras se alejaba.
—¡Cómo se mueve esa mujer! —Mal la observó alejarse y desaparecer por
la puerta.
—Todavía no has visto nada —dijo Jack—. Vay amos a buscar al PDNA.
—Oy e, Jack, ¿qué diablos es un PDNA?
Laurel examinó el vestido de seda color albaricoque que Bibi se había quitado
por orden suy a. A través de la puerta del baño de su dormitorio oía el agua de la
ducha y los sollozos de la mujer.
Unas cuantas manchas, una costura descosida… Podría haber sido peor,
reflexionó Laurel. La señora Grady lo arreglaría, y aplicando el plan de
emergencia que tenían para esos casos, sabía que Parker no tardaría en movilizar
a un equipo de peluquería y maquillaje.
No le quedaba otro remedio que aceptar su misión. Le había tocado
tranquilizar a Bibi, ay udarle a reponerse, escuchar sus lamentaciones, su
maledicencia, sus quejas… y conseguir, mediante un juramento de sangre si era
preciso, que prometiera comportarse durante la ceremonia.
Alguien llamó a la puerta. Se pasó la mano para arreglarse el pelo y fue a
abrir.
—Dos copas como me habías ordenado —explicó Del entrando en la
habitación y dejando las copas encima de una mesa. Miró de soslay o hacia el
baño—. ¿Qué tal va?
—Bueno, ha pasado de los sollozos a los lamentos. Aquí tienes el vestido. No
está muy mal. Parker debe de haber advertido y a a la señora Grady, o sea que lo
estará esperando.
—Muy bien. —Del le tocó el pendiente izquierdo—. ¿Puedo hacer algo más
por ti?
—Ve a ver a Mac y comprueba que la novia no se hay a enterado de nada.
Parker debe de haber inventado alguna excusa para retrasar un poco la
ceremonia. —Calculando, Laurel se frotó la nuca para aligerar la tensión—.
Vamos con un retraso de veinte minutos, que en realidad serán diez o quince.
¡Qué buenas somos! No oigo la ducha. Vale más que te vay as.
—Me marcho. A propósito, buena parada —dijo él levantando el brazo como
si quisiera imitarla.
Laurel se rio, lo echó de un empujón y cerró la puerta. Respiró hondo para
recobrarse, fue al baño y llamó con los nudillos.
—¿Todo bien?
Bibi abrió la puerta. Llevaba puesto el albornoz bueno de Laurel, y el pelo
rubio, oscurecido por el agua, le goteaba sobre los hombros. Le brillaban los ojos,
que tenía hinchados y enrojecidos, como si estuviera a punto de echarse a llorar
otra vez.
—Mírame, estoy hecha una birria.
—Esto te irá bien.
—¿Es una pistola?
—Es champán. Siéntate y descansa. Están arreglándote el vestido, y dentro
de un rato vendrán a peinarte y a maquillarte.
—Ay, gracias a Dios… —Bibi tomó un largo sorbo de champán—. A Dios y a
ti. Me siento fatal. Tengo náuseas. ¡Qué estúpida soy ! Doce años… Llevo casada
doce años con Sam. ¿No cuenta eso para nada?
—Claro que sí. —« Cálmala» , pensó Laurel recordando las directrices de
Votos: calma, reconforta y pacifica.
—Yo no destrocé esa familia. Ellos dos estaban separados cuando nos
conocimos. Bueno, técnicamente no, oficialmente, no, pero sí en la práctica. Ésa
mujer me odia porque soy más joven que ella. Ella fue la pionera para él, y o la
mujer trofeo. Siempre va poniendo etiquetas a la gente, pero a mí me parece que
después de doce años… en fin. ¡Mierda!
—Nunca es fácil manejar bien las relaciones y los lazos sentimentales.
—Lo he intentado. —Bibi pedía comprensión con los ojos enrojecidos—. De
verdad. Ellos estaban divorciados antes de que nos prometiéramos. Bueno, casi.
Además, quiero a Sarah. La quiero mucho. Y Brad es fantástico. Padre e hija son
fantásticos, y quiero que los dos sean felices.
—Eso es lo que cuenta.
—Sí. —Bibi suspiró y tomó otro sorbo más despacio—. Firmé un acuerdo
prematrimonial. Fui y o quien lo pidió. No me casé por dinero, aunque ella
siempre ha dicho lo contrario. Todavía lo dice. Nos enamoramos. Eso no se
improvisa. Tampoco puedes evitar enamorarte de alguien, ni adivinar cuándo o
cómo será. Sucede sin más. Está enfadada porque su segundo matrimonio se fue
a pique y el nuestro todavía funciona. Siento los problemas que os he causado.
Sarah no tiene que enterarse.
—No, al menos por hoy.
—No se acostaban. Cuando conocí a Sam, dormían en habitaciones separadas
y cada cual llevaba su vida. Eso es como estar separado, ¿no?
Laurel pensó en sus propios padres.
—Supongo que sí.
—Puede que y o fuera el pretexto para que Sam diera el paso y pidiera el
divorcio, pero no tuve la culpa de que ellos no fueran felices. Es mejor dar el
paso que seguir juntos y ser desgraciados, ¿no crees?
—Por supuesto. —Doce años contaban para mucho, pensó Laurel—. Bibi, tu
matrimonio funciona y tienes una buena relación con la hija de tu marido.
Puedes permitirte el lujo de liquidar esto por la vía rápida.
—Ella me gritó. Me tiró champán a la cara. Me rompió el vestido.
—Lo sé, lo sé… —« Cálmala, cálmala» , volvió a decirse Laurel—. Mira,
tienes la oportunidad de ser tú la que dé el primer paso. Olvida todo esto por hoy
y céntrate en Sarah. Ay údale a que este sea el día más feliz de su vida.
—Sí, tienes razón. —Bibi se llevó los puños a los ojos como si fuera una niña
—. Siento mucho lo que ha pasado.
—No te preocupes. —Laurel se levantó cuando oy ó que llamaban a la puerta
—. Dentro de un cuarto de hora estarás perfecta.
—Yo… ni siquiera sé cómo te llamas.
—Laurel.
—Laurel… —Bibi esbozó una sonrisa trémula—. Gracias por escucharme.
—No te preocupes. Vamos a ponerte guapa otra vez —dijo Laurel abriéndole
la puerta a la peluquera.
La novia, tranquila y ajena al drama que se había desencadenado entre
bambalinas, aguardaba junto a su padre mientras sus damas caminaban hacia la
pérgola inundada de flores. Laurel pensó que esa novia, con el velo de gasa
jugueteando al compás de una agradable brisa, resplandecía como pocas.
Mac iba cambiando de ángulo y Laurel supuso que habría plasmado el
destello de alegría e ilusión con que Sarah se volvió para sonreírle a su padre.
—¡Vamos allá!
Empezó a sonar la pieza musical que anunciaba la entrada de la novia. Laurel
vio que Sam miraba a Parker e inclinaba la cabeza. Quizá en señal de
agradecimiento, quizá acatando sus órdenes… quizá ambas cosas a la vez. Tomó
del brazo a su radiante hija y la condujo hasta donde la esperaba el novio.
—De momento, esto va bien —murmuró Del, que estaba junto a ella.
—No pasará nada. Seguramente ha sido una suerte que se pelearan antes de
que empezara la boda. Así se han desahogado.
—Se acabaron los problemas —dijo Parker en un tono glacial como el hielo
de enero—. Al menos, por ese lado.
—¿Qué le has dicho al padre? —preguntó Del.
La sonrisa de Parker habría congelado el mismísimo fuego.
—Digamos que la MDNA y la madrastra se comportarán civilizadamente,
que Votos recibirá una compensación por haber tenido que volver a facturar la
peluquería y el maquillaje, el retoque de los vestidos y el resto de los daños —
informó Parker dándole unos golpecitos en el pecho a su hermano—. Además, no
tendrás que ay udarnos a recoger.
—He de ir a terminar el montaje —dijo Laurel consultando el reloj—.
Considerándolo bien, no me sobra tanto tiempo.
—¿Quieres que te ay ude? —preguntó Del.
—No. Ve a tomar una cerveza.
Regresó a su cocina buscando el silencio y amparándose en el frescor del
ambiente. Quería sentarse un par de minutos. Escuchar a Bibi la había deprimido
y necesitaba reponerse.
El desamor, los hogares infelices, el factor imprevisible de la existencia de
otra mujer… Laurel conocía a la perfección el triste caldo de cultivo que esos
ingredientes formaban, y el regusto amargo que costaba tanto olvidar.
Sin duda a Sarah le resultaría familiar también, porque habría tomado ese
caldo en más de una ocasión. Sin embargo, radiante de alegría, marchaba del
brazo de su padre, de ese padre que le había sido infiel a su madre, de ese padre
que había roto los mismos votos que ella estaba a punto de hacer.
Comprendía que existieran matrimonios desgraciados, pero no entendía, y no
podía aceptar, que esa infelicidad justificara o racionalizara la infidelidad.
¿Por qué no se daba carpetazo a una relación? Si se quería a otra persona, si
se deseaba otra cosa en la vida, ¿por qué la gente no rompía de buenas a
primeras en lugar de engañar, mentir, pasar por alto las cosas y seguir viviendo
como si nada?
El divorcio no podía ser más doloroso para una pareja o para los hijos
implicados que el engaño, la hipocresía y la rabia que iba acumulándose. ¿Acaso
no era esa la razón por la cual, después de tantos años, una parte de ella deseaba
que sus padres se hubieran separado en lugar de fingir que seguían casados?
—¡Mira qué bien! Vengo a ver si puedo ay udarte después del problema que
habéis tenido y te encuentro holgazaneando —dijo la señora Grady con los
brazos en jarras.
—Ahora mismo me pongo en marcha.
Frunciendo los labios, la señora Grady se acercó a Laurel, la tomó por el
mentón y la miró a los ojos.
—¿Qué te pasa?
—Nada, de verdad. Nada.
A veces la señora Grady movía las cejas con un claro significado no verbal,
y en ese momento le estaba diciendo: bobadas.
—Lo de antes me ha afectado un poco. No pasa nada.
—No es la primera vez que se monta una gresca en una de las celebraciones,
y tampoco será la última.
—La pelea no importa. Al final incluso ha tenido su gracia. Parker estará un
par de días pensando lo contrario, pero en realidad hemos vivido unos momentos
espectaculares.
—Eso son evasivas.
—Lo que me pasa es una estupidez. Me ha tocado tranquilizar a la madrastra,
casi por sorteo. La mujer estaba triste y avergonzada, y se ha sentido obligada a
explicarme que empezó a salir con el PDNA cuando él estaba separándose y la
convivencia con su mujer consistía básicamente en ocupar la misma vivienda.
—Muchos hombres que quieren echar una cana al aire dicen algo parecido.
—Sí, es una excusa muy pobre, y una falsedad. De todos modos, la he creído.
Me refiero a la madrastra. ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué es correcto salir
con alguien que está a punto de dejar a su mujer? En ese momento siguen
estando casados, ¿o no?
—Cierto —concedió la señora Grady —, pero en la vida hay pocas cosas
verdaderas o falsas. Más que de blanco o de negro, hablamos de gris.
—Entonces, ¿por qué demonios no terminan si se cuelgan de otra persona?
Con un gesto que revelaba un sentido más práctico que protector, la señora
Grady le alisó el pelo.
—A mi modo de ver, la gente es capaz de justificar lo injustificable.
—Ella lo lleva bien. Me refiero a la novia. Recuerdo cuando vino a
asesorarse, las degustaciones, el ensay o… Quiere mucho a sus padres, sin duda,
y también quiere a su madrastra. ¿Cómo lo consigue?
—No siempre hay que tomar partido, Laurel.
—Eso y a lo sé, pero y o no tuve la oportunidad de elegir entre dos bandos,
porque ambos lo hicieron fatal. —No hacía falta explicar que se había puesto a
hablar de sus propios padres—. Incluso ahora, cuando lo pienso, eso de los
bandos… Considero que ellos están en uno y y o en el otro. Será una estupidez,
pero una parte de mí sigue cabreada porque… les da igual.
—En lugar de estar enfadada, deberías sentir pena por ellos. No saben lo que
se pierden.
—A los dos les gusta el arreglo. —Laurel se encogió de hombros—. Ha
dejado de ser asunto mío.
—Laurel Anne —la atajó la señora Grady tomando la cara de la joven entre
sus manos y llamándola por un nombre que casi nadie utilizaba—. Siempre serán
tus padres, y siempre será asunto tuy o.
—¿No hay manera de que dejen de decepcionarme?
—Eso depende de ti.
—Supongo que sí. —La joven suspiró profundamente—. Bien, se acabaron
las reflexiones. Tengo que ir a llevar el pastel del novio y organizar los postres.
—Ya que estoy aquí, te echaré una mano.
Las dos mujeres cargaron con las cajas de pastelitos hasta el salón de baile.
—Nunca salgo de mi asombro cuando veo estas flores —comentó la señora
Grady admirando el espacio—. Nuestra Emma tiene un toque mágico. Me
gustan los colores de esta boda. La novia no ha elegido ninguno pálido; todos son
intensos y atrevidos. Vay a, vay a… no puedo creerlo. —La mujer se acercó al
pastel de boda y lo estudió con detenimiento—. Hablando de toques mágicos…
Te has superado a ti misma, Laurel.
—Me parece que va a ser mi pastel favorito de este verano. Le reservaré un
trozo.
—Con mucho gusto. Los pasteles de boda traen suerte.
—Eso he oído. Señora Grady, ¿ha pensado alguna vez en volver a casarse otra
vez o…?
A la mujer se le escapó una carcajada de la sorpresa.
—Algún que otro « o» he vivido, y no me tomes por una vieja loca. Ahora
bien, de ahí a casarme… —Se puso a ay udar a Laurel con los postres—. Tuve un
gran amor. Mi Charlie. Mi elegido.
—¿Cree en esas cosas? —preguntó Laurel—. ¿Cree que existe una persona
para cada uno? ¿Sólo una?
—En ciertos casos, sí. En otros puede que las cosas no vay an bien o se sufra
una pérdida. Por eso aparecen otras personas. Sin embargo, hay gente que sólo
tendrá un amor en la vida, porque nadie más encajaría ahí, nadie podría llenar su
corazón.
—Sí, pero no siempre le toca a una ser la que sobreviva. —Laurel se obligó a
apartar de su mente la imagen de Del—. ¿Todavía echa de menos a su Charlie?
—Cada día. Éste noviembre hará treinta y tres años que se fue, y le echo de
menos cada día. De todos modos, fue mío. Conocí a una persona muy especial
para mí, y no todo el mundo puede decir eso. Tú sí.
Laurel desvió la mirada muy despacio.
—En tu caso Del ha sido esa persona desde el principio. —La señora Grady
retomó la palabra—. Has tardado mucho en ir a buscarlo.
¿Qué sentido tenía negarlo?, pensó Laurel. ¿Por qué iba a fingir con alguien
que entendía tanto de esas cosas?
—Tengo miedo.
La señora Grady soltó una carcajada.
—Claro que sí. ¿Prefieres vivir tranquila? Busca un cachorrito y enséñale a
sentarse sobre las patas traseras. El amor da miedo.
—¿Por qué?
—Porque sin miedo, no hay excitación.
—En ese caso, a mí la excitación me va a matar —afirmó Laurel, y de
repente ladeó la cabeza—. Ésa es la señal de Parker. Aperitivos y cena.
—Ve a echarle una mano. Terminaré con esto.
—¿Está segura?
—Me gusta meter baza de vez en cuando. Ve.
—Gracias, gracias… —repitió Laurel posando una mano sobre la de la mujer
—. Le guardaré un trozo de pastel, cuente con ello.
Una vez a solas, la señora Grady sacudió la cabeza y suspiró. Sus chicas…
pensó, sabían todo lo que había que saber de bodas pero el amor las alteraba.
Sin embargo, en eso precisamente consistía el amor.
Cuando la casa se vació de invitados, Laurel salió a la terraza para relajarse
en compañía. Del le ofreció una copa de champán.
—Te la has ganado.
—Eso está claro. Gracias. ¿Dónde está Parker?
—Tenía algo pendiente. —Mac estiró las piernas y movió los dedos de los pies
para mitigar el dolor—. No tardará. Siento haberme perdido la batalla de las
madres. He oído que ha sido digna de cobrar entrada.
—Breve pero brutal. —Laurel bostezó y pensó en almohadas esponjosas y
sábanas fresquitas.
—¿Montáis muchos combates de lucha libre? —preguntó Mal.
—A mí una vez me dieron un puñetazo —intervino Carter moviendo la
mandíbula.
—Es un aliciente más —decidió Mal—. La comida estaba muy buena, y el
pastel era una delicia. —Levantó su cerveza para brindar por Laurel.
En ese momento Parker salió a la terraza con el aspecto de haber pasado el
día tomando el té en lugar de dirigiendo a un grupo de doscientas personas.
—Tus ganancias —dijo ella tendiéndole un sobre.
—Gracias. —Con un gesto de cadera, Mal se lo metió en el bolsillo—.
¿Mañana os toca lo mismo?
—Otra vez el gran montaje —gruñó Emma—. Normalmente los domingos
organizamos celebraciones más sencillas, pero en esta época del año nos piden
muchas bodas a lo grande. Pensándolo bien, me voy a la cama.
—Vale más que me lleve a mi chica —dijo Jack poniéndose en pie y
tomando de la mano a Emma—. El lunes te traeré la furgoneta, Mal.
—De acuerdo. Yo también me voy.
—Gracias por arrimar el hombro —dijo Mac desperezándose—. Vamos,
profesor. Vay amos a casa que quiero echar el gato a patadas de nuestra cama.
—Yo no puedo moverme. —Laurel, feliz de estar cerca de Del, apoy ó la
cabeza en su hombro—. Un minuto más. Adiós, Mal. —Y cerró los ojos.
—Te acompaño —dijo Parker—. Mañana os veo —añadió antes de salir para
acompañar a Mal a la puerta.
Con la cabeza recostada todavía en el hombro de Del, Laurel abrió los ojos.
—He intuido que hay que plantar la semilla.
—¿Cómo?
—Sabía que Parker tendría que acompañar a Malcolm a la puerta si y o me
quedaba aquí contigo. Hacen buena pareja.
—¿Qué? Venga y a…
Laurel intentó ordenar sus ideas, pero se rindió y volvió a cerrar los ojos.
—Lo siento. Olvidaba que estaba hablando con su hermano. Te aseguro que
no hay ni pizca de atracción sexual entre ellos dos, que bajo la superficie no late
un fuego abrasador. Nada.
—Él no es su tipo.
—Exactamente. Además, no hace falta que te obsesiones, porque no se trata
de mí. ¿Me ay udas a levantarme?
—Si él no es su tipo, ¿por qué has hablado de atracción sexual y de un fuego
abrasador?
—Debía de estar hablando de mí —contestó Laurel riendo cuando él le hizo
ponerse en pie—. Soy y o la que se derrite por ti y siente una atracción sexual
irresistible cuando andas cerca.
—Buen intento, y una buena manera de distraer mi atención.
—Es verdad. —Laurel se sentía espesa y estaba aturdida por el cansancio—.
¿Te quedas esta noche?
—Ése era el plan.
Del desvió la mirada hacia la puerta al llegar al pie de la escalera y Laurel
adivinó que estaba considerando salir a dar una vuelta para… actuar a su
manera, como siempre hacía cuando se trataba de vigilar a Parker.
—¿Lo ves? Saltan chispas por el aire y me derrito por ti —dijo ella
apartándolo de un codazo y subiendo un escalón para poder darle un beso desde
esa altura.
—Cariño, dirás lo que quieras, pero te estás durmiendo de pie.
—Es verdad. Soy un desastre para quedar un sábado por la noche.
—Prefiero contemplar el futuro y centrarme en el domingo por la mañana.
—Me encantará quedar contigo el domingo por la mañana —dijo Laurel
mientras subían la escalera—. Sobre todo teniendo en cuenta que la celebración
de mañana es por la noche y no tengo que levantarme al amanecer. ¿Te va bien a
las ocho?
—Perfecto.
—¿Quedamos en la ducha?
—¿Me propones una cita en la ducha el domingo por la mañana? Mejor aún.
Laurel lo condujo a su dormitorio, y entonces se acordó de cerrar la puerta,
algo que raramente hacía porque muy pocas veces tenía motivos para ello.
—Me gusta dejar las puertas de la terraza abiertas. ¿Te importa?
—Como quieras. No he oído que Parker entrara en casa. ¿Sigue ahí fuera?
Laurel puso los ojos en blanco y consideró las distintas alternativas. Se volvió,
se quitó la chaqueta del traje y se bajó la cremallera de la falda, despacio.
—Creo que no estoy tan cansada. —Se quitó la falda y se quedó con la
camisa, las medias y los zapatos de tacón puestos—. A menos que tú lo estés…
—Estoy recobrando la energía milagrosamente.
—Debe de ser el aire fresco.
Laurel se acercó a él y procuró distraerlo echando mano de sus recursos
personales. Era lo mínimo que podía hacer, pensó entrando en materia. Todo
fuera por la amistad.
12
Parker se asomó a la cocina de laurel.
—¿Me dedicas un minuto?
—Sí. Creía que ahora tenías una consulta y una visita guiada.
—Las tenía, y y a están liquidadas.
Laurel abrió unas vainas de vainilla, las raspó, incorporó las semillas a una
mezcla de leche y azúcar que estaba calentando al fuego y añadió las vainas.
—¿Qué tal ha ido todo?
—En la consulta concretamos detalles, pero también han surgido dudas. Los
clientes nos han reservado el último domingo que teníamos disponible el mes de
may o. —Parker miró hacia el cuarto de los abrigos y se fijó en la lámina de
madera contrachapada que impedía acceder a él. Detrás se oían martillos y
taladros—. No hacen tanto ruido como era de esperar.
—Me ay uda poner la televisión o la radio e imaginar que se trata del bullicio
de fondo de una celebración. Podría ser peor. Quiero decir que las pruebas
fueron tan duras que esto es gloria.
—Piensa que valdrá la pena. Ganarás mucho espacio.
—Es lo que me digo constantemente.
—¿Qué estás haciendo?
—Crema pastelera.
—¿Te apetece tomar algo fresco?
—Sí. —Laurel terminó la preparación con agua y hielo mientras Parker
servía dos vasos de limonada.
—Hoy no sales con Del, ¿verdad?
—Hoy no. Los chicos se van a animar a los Yankees y a comer salchichas. —
Laurel levantó la vista y arqueó las cejas—. ¿Te apetece que nos organicemos las
chicas?
—Lo estaba pensando. Me parece que he encontrado el vestido de boda para
Emma.
Laurel se detuvo.
—¿En serio?
—Sé lo que anda buscando, y como con Mac me estrené… me gustaría darle
una sorpresa esta noche. Podría probarse el vestido y decidir si le sienta bien.
—Me apunto a la fiesta.
—También me gustaría hablar de otro asunto.
—Dime. —Laurel removió la mezcla cuando alcanzó el punto de ebullición.
—Me he enterado de que Jack ha invitado a Malcolm Kavanaugh este agosto
a pasar unos días en la casa de la play a.
—¿Ah, sí? —Asimilando la información, Laurel apartó la cacerola del fuego
y la tapó. Cascó cuatro huevos en un cuenco que había sobre la encimera, separó
la clara de cuatro huevos más e incorporó las y emas—. Supongo que se han
hecho muy amigos. Además hay espacio de sobra, ¿no? Tengo unas ganas de ver
la casa… de estar horas y horas sin hacer nada… —comentó batiendo la mezcla
—. Quiero abandonarme al placer de estar de vacaciones hasta que… Perdona
—se interrumpió al ver que Parker levantaba una mano—. Me he dejado llevar
por la idea de pasar día y noche haciendo lo que se me antoje.
—Sigo. Acaba de llamarme Del. Me ha jurado por su vida que no ha tenido
nada que ver con la invitación.
—Bueno, le echaste un buen rapapolvo el Cuatro de Julio.
—Es cierto. A lo mejor ahora le toca a Jack.
—Uauu… —Laurel empezaba a divertirse. Incorporó el azúcar y siguió
batiendo.
—¿No se te cansa el brazo?
—Sí.
—El destino de Jack cuelga de… —De repente sonó su móvil—. ¡Maldita sea!
Aguarda.
Acostumbrada a las interrupciones de su amiga, Laurel terminó de preparar
la mezcla de huevo y azúcar, sacó la vaina de vainilla de la leche y volvió a
ponerla al fuego. Mientras esperaba que arrancara a hervir, bebió un poco de
limonada y escuchó cómo Parker solucionaba el problema de una futura novia.
Más que tener un problema, se diría que esa chica vivía en un mar de
confusiones, decidió Laurel mientras seguía esperando. Cuando la leche llegó al
punto de ebullición, añadió la mitad a la mezcla de huevos y y emas y siguió
batiendo.
—De eso me encargo y o —dijo Parker—. Por supuesto. Dalo por hecho. Os
veré a ti y a tu madre el día 21 a las dos de la tarde. No te preocupes. Adiós. —
Parker colgó—. Ni una palabra —le advirtió a Laurel.
—No iba a preguntarte nada. —Laurel vertió la mezcla en la cacerola y se
puso a batir con brío—. Sigue contándome lo de antes. Te escucho; con aire
crítico, pero te escucho.
—¿Por dónde iba?
—Hablabas de lo que le espera a Jack.
—Sí. Que machaque o no a nuestro querido Jack dependerá de si esto es una
encerrona.
—¿De verdad crees que a nuestro querido Jack se le ocurriría emparejarte
con Malcolm?
—No, pero a Emma quizá sí.
—En ese caso me lo habría dicho —observó Laurel considerando la
posibilidad—. Estoy segura. No habría podido aguantarse. Me habría hecho jurar
que le guardara el secreto, y y o se lo habría jurado, aunque amparada en la
cláusula que prohíbe las mentiras. Por lo tanto, si me lo hubieras preguntado,
habría tenido que decirte la verdad.
—Te lo pregunto ahora.
—No, Emma no me ha contado nada. Por eso declaro a Emma y a Jack
inocentes de todos los cargos. ¿Algún problema con Mal?
—No especialmente. Lo que pasa es que no me gustan los montajes.
—A ninguna de nosotras. Por eso no emparejamos nunca a las demás, y eso
lo sabes, Parker.
La aludida tamborileó con los dedos en su vaso, se levantó, fue hasta la
ventana y volvió a sentarse.
—Siempre hay excepciones, sobre todo cuando sois varias las que vivís
cegadas por el amor y pensando en bodas.
Qué inquieta estaba, pensó Laurel. Parker nunca andaba de un lado a otro.
—Que y o sepa, no es el caso. Tendrás que imaginar que levanto la mano para
jurarlo porque no puedo dejar de batir.
—Muy bien. Jack se ha librado de momento. Supongo que habrá espacio
suficiente porque Del y tú compartiréis el dormitorio.
Parker concentró la mirada en su refresco y Laurel terminó de batir y apartó
la cacerola del quemador.
—¿Qué pasa? —le preguntó Laurel a su amiga.
—No sé si vale la pena confirmar que Malcolm no se lleve una impresión
equivocada o esperar hasta que se presente el momento de aclararlo todo, si es
que ese hombre quiere aclarar las cosas.
Laurel pasó la crema por un cedazo y la vertió en el cuenco que había dejado
en remojo con agua y hielo.
—¿Quieres mi opinión?
—Sí.
—A mí me parece que si empiezas a hablar de falsas impresiones antes de
tiempo, esa es la impresión que darás precisamente. Es posible que se enfade, y
aun así, a lo mejor decide actuar de todos modos. Me da la sensación de que a
este le gustan los retos. Yo lo dejaría correr.
—Tiene sentido.
—Yo también doy en el clavo de vez en cuando. —Laurel tomó unos trozos
de mantequilla que previamente había reservado y, sin dejar de batir la crema,
los fue incorporando uno a uno.
—Muy bien. Consideraré que Malcolm es un compañero de juegos de los
chicos y lo dejaré correr.
—Bien pensado. —Laurel dejó de batir finalmente y le tocó el brazo con
cariño—. Me cae bien Mal. No lo conozco a fondo, pero me cae bien.
—Es agradable.
—Y además es sexy.
—Perdona, pero ¿no estás acostándote con mi hermano?
—Cierto, y espero seguir haciéndolo, pero una nunca dejaré de admirar a los
hombres que son sexis. Y como me digas que no te habías fijado en él, voy a
tener que meterte esta agua con hielo en las bragas para bajarte el calentón.
—No es mi tipo. ¿Por qué sonríes?
—Del dijo lo mismo.
—¿Ah, sí? —La expresión de Parker reflejaba desafío y rabia.
—Fue el típico comentario que esperas de él, porque con su instinto protector
siempre anda diciendo que ningún hombre es digno de su hermana. Sin embargo,
cuando lo dijo, pensé: « Es verdad, no es su tipo. Por eso me gusta» .
Parker le dio un sorbo a la limonada.
—¿No te gustan los hombres que encajan conmigo?
—No empieces a complicar las cosas, Parker. Mal es sexy, interesante y
distinto de los hombres con los que normalmente… Esto podría ser divertido.
Quizá tendrías que dejar que se llevara una falsa impresión de ti.
—El amor te ciega.
—Supongo.
—¿Por qué te preocupa eso?
Laurel dejó de masajearse los dedos y apuntó con uno a Parker.
—Estás cambiando de tema.
—Sí, pero mi pregunta va en serio.
—Ya lo sé —confesó Laurel—. Nunca he querido a alguien como lo quiero a
él. Tengo tanto para darle… Estoy segura de que le importo mucho, pero hay una
diferencia abismal entre importarle mucho a alguien y quererle. Es terrible, y y a
me han dicho que así son las cosas del amor, pero eso no quita hierro al asunto.
—Del nunca te haría daño. No tendría que haberte dicho esto —dijo Parker
dándose cuenta en el mismo instante—. ¿No quieres que sepa que tienes mucho
para ofrecerle?
—No puedo decirle algo así, porque lo último que querría él es hacerme
daño.
—Y eso te dolería aún más.
—Sí. Procuro vivir el presente, y creo que lo estoy haciendo bien. Más o
menos. De todos modos, ando ojo avizor para detectar las falsas trampillas y los
cables trampa. —Y por si caía algún piano del cielo, pensó Laurel.
—Ahora seré y o quien te dé un consejo. A veces, de tanto mirar al suelo para
no tropezar, te das de bruces contra un muro.
—Ojalá te equivocaras. Bueno… —Laurel hizo ademán de borrar una pizarra
—. Vivo el presente. Podría decirse que me he vuelto zen.
—Pues sigue con esa actitud. Voy a llamar a Mac y a organizarlo todo. ¿A las
seis te va bien?
—A las seis es perfecto.
Parker se levantó y respiró hondo.
—Supongo que me dejarás probar eso. No imagino que puedas ser tan cruel
para no dejarme.
Laurel cogió una cucharada de crema, que todavía estaba templada, y se la
ofreció.
—Oh, Dios mío… —Parker cerró los ojos—. Batir sin parar ha valido la pena.
¡Mierda! —exclamó cuando sonó su móvil.
—¿No se te ha ocurrido nunca la posibilidad de no contestar al teléfono?
—Sí, pero entonces parecería una cobarde. —Parker ley ó el nombre que
aparecía en su pantalla mientras salía de la cocina—. Soy Parker, de Votos. ¿Qué
tal está, señora Winthrop?
Laurel seguía oy endo a Parker cuando vio que Del entraba en la cocina por la
otra puerta.
—¡Qué lugar más concurrido!
—¿Por qué nunca me había fijado en que estás muy sexy con delantal? —
Del se inclinó para besarla, pero Laurel vio sus tejemanejes y, de un cachete, le
apartó la mano del cuenco de crema.
—¿Quieres meterme en problemas con sanidad?
—No veo a ningún inspector por aquí.
Laurel cogió una cuchara limpia y le dio a probar la misma cantidad que le
había dado a Parker.
—Muy buena. Riquísima. Pero tú sabes mejor.
—No pienses que por halagarme conseguirás más. —Laurel le apartó el
cuenco de delante—. Creía que ibas al partido con tus colegas.
—Sigue en pie. He quedado aquí con Jack y Carter, y luego iremos a buscar a
Mal.
—¿Otra vez vais al partido en limusina? —Aquello era típico de Del, pensó
Laurel.
—¿Qué hay de malo? Te tomas una cervecita y no tienes que preocuparte de
aparcar, ni te pones nervioso por el tráfico. Sales ganando.
—Debería de haberte dado una cuchara de plata —comentó Laurel dejando
la suy a en el fregadero.
—A ver si me enfado y no te doy el regalo.
Intrigada y con aire de sospecha, Laurel se volvió.
—¿Qué regalo?
Del abrió su maletín y sacó una caja.
—Éste, pero a lo mejor, sabelotodo, no te lo mereces.
—Las sabelotodo también necesitamos regalos. ¿Por qué me lo has
comprado?
—Porque lo necesitas, listilla. —Del le entregó un paquete—. Ábrelo.
Laurel vio que el paquete estaba envuelto con un papel de la Mujer Maravilla
y un gran lazo rojo. Sin embargo, lo abrió rasgándolo sin piedad. Vio la fotografía
de la caja y frunció el ceño. Parecía un ordenador pequeño o una grabadora
gigante.
—¿Qué es?
—Algo que te ahorrará tiempo. Mira, lo he conectado antes.
Del abrió la caja y, con un destello en los ojos que delataba que aquel regalo
le habría gustado para él, sacó de dentro un aparato.
—Cuando quieras escribir una lista, pulsas « Grabar» . —Del apretó el botón
y luego dijo « huevos» —. ¿Lo ves? —Se volvió y le enseñó que la palabra
« huevos» había aparecido en una pequeña pantalla—. Ahora le das a
« Seleccionar» , y y a lo has incorporado a la lista.
Ah, pensó Laurel, ahora sí que había despertado su interés.
—¿A qué lista te refieres?
—A la que tendrás cuando hay as acabado y aprietes aquí —respondió Del
pulsando otro botón—. Esto sirve para imprimir y, lo que es mejor, ordena los
artículos por categorías, como, por ejemplo, los lácteos, los condimentos, lo que
sea…
Había captado todo su interés…
—Quita. ¿Cómo hace eso el aparato?
—No lo sé. A lo mejor hay alguien metido ahí dentro. También tienes la
opción « Biblioteca» para que puedas añadir artículos especializados que no estén
en la base de datos. Tú usas muchos ingredientes raros.
—Déjame probar. —Laurel tomó el aparato y pulsó « Grabar» —. Semillas
de vainilla —dijo, pero frunció los labios cuando ley ó la pantalla—. Aquí dice
« pudin de vainilla» .
—Probablemente no existirá la palabra en la biblioteca porque la may oría
compra la especia en frasco.
—Es verdad. ¿Puedo introducir eso?
—Sí, y la próxima vez te saldrá. Además puedes añadir las cantidades. Por
ejemplo, tres docenas de huevos o las semillas de vainilla que quieras comprar.
¿Son semillas de verdad?
—Sí, las raspo de la vaina —murmuró Laurel examinando su regalo—. Me
has hecho un regalo que sirve para grabar listas de ingredientes.
—Sí, y es magnético, para ponerlo en una de tus cámaras frigoríficas o donde
te convenga.
—Casi todos los chicos regalan flores.
Laurel vio que Del de repente cargaba el peso más sobre una pierna.
—¿Prefieres unas flores?
—No, qué va… Prefiero un ramo entero de aparatos como éste. Es un regalo
increíble. —Lo miró a los ojos—. Realmente increíble, Del.
—Bien. Espero que no te pongas celosa porque le hay a comprado uno igual a
la señora Grady.
—La muy miserable.
Del sonrió y le dio otro beso.
—Voy corriendo a dárselo. Tengo que marcharme si no quiero llegar tarde.
—Del —dijo Laurel cuando él y a estaba en la puerta. Le había comprado un
chisme para la cocina que era práctico y gracioso a la vez. Quiso decirle « te
quiero» con todo su ser, de viva voz. Tan solo eran dos palabras, pero no pudo—.
Diviértete en el partido.
—Eso pensaba. Hablamos luego.
Suspirando, Laurel se sentó a esperar que la crema se enfriara y se puso a
juguetear con su regalo.
No había mejor plan que pasar una noche de chicas. Aquéllas veladas consistían
en cenar, ver un DVD, comer palomitas y cotillear con la tranquilidad que daba
estar entre amigas siguiendo una tradición que se remontaba a la infancia. Si
además añadían al programa el vestido de novia de Emma, eso y a era poner la
guinda al pastel. Sabiendo que le esperaba una noche muy agradable, Laurel se
puso a ordenar la cocina. En un momento dado entró Emma.
—Sabía que te encontraría aquí.
—Estaba terminando —le dijo Laurel.
—Me han hecho un pedido de dos docenas de magdalenas —dijo Emma, y
añadió rápidamente—: para entregar dentro de dos semanas. Al menos es de
agradecer que la clienta no lo hay a comunicado de un día para otro. Se trata de
mi prima. Quiere dar una fiesta en el despacho para celebrar el embarazo de su
socia. La única condición es que sean una preciosidad.
—¿Será niño o niña?
—Sorpresa, o sea que el sexo del bebé no te servirá de guía. Inventa lo que
quieras.
—Vale, anótalo en el tablero.
—Te lo agradezco —dijo Emma escribiendo el encargo y la fecha en el
tablero de tareas de Laurel—. ¿Qué es esto? —preguntó luego toqueteando el
aparato electrónico.
—Del me ha hecho un regalo.
—¡Oh, qué simpático! ¿Qué te ha regalado?
—Esto. Es genial. Mira. —Laurel tomó el aparato y pulsó « Grabar» —.
Mantequilla dulce. He programado la palabra. Fíjate, ahí está. Aprieto aquí y sale
en la lista.
Emma se quedó mirando fijamente el artilugio.
—¿Éste es el regalo?
—Sí. Sé que para ti un regalo que no brille no puede considerarse un regalo,
sobre todo si te lo da un hombre. Si lo prefieres, le pego unas lentejuelas.
—No tiene por qué brillar. También puede oler bien. En fin, es ocurrente y a ti
te gusta. En resumen, como regalo funciona. ¿Qué celebras?
—Nada especial.
—Ah, ¿ha tenido un detalle inesperado? Del empieza a subir enteros.
—Pues caerá en picado cuando te diga que también le ha comprado uno a la
señora Grady.
—¡No puedo creerlo! —Emma se puso en jarras con aire de ofendida—. Lo
siento, pero esto salta a la categoría de detalle sin importancia. Un regalo tiene
que ser personal y único en estas circunstancias. Eso de ahí es un detalle
ingenioso. Esto otro, amiga mía, sí es un regalo —sentenció la joven moviendo la
pulsera que Jack le había regalado—. Y los pendientes que Carter le regaló a Mac
por San Valentín, también. Me temo que Del necesita entrenamiento.
—Si fuera tu novio, sí.
—¡Del es tu novio! —exclamó Emma riéndose y bailoteando con Laurel.
—Cualquiera diría que aún vamos al instituto… Hemos de encontrar otra
palabra.
—¿Por qué bailáis? —preguntó Parker entrando en la cocina.
—Del es el novio de Laurel y ha tenido un detalle con ella. Lo siento, pero no
entra en la categoría de regalo. Mira.
Parker se acercó.
—¡Oh! Los he visto, y quiero comprarme uno.
—No me extraña, siendo como eres su hermana. —Emma suspiró—. De
todos modos, ¿considerarías que esto es un regalo si supieras que también se lo ha
comprado a la señora Grady ?
—Hum… Es ambiguo, claro, pero también es práctico, y muy apropiado
para Laurel.
—¿Lo ves? —terció Emma alzando un dedo en señal de triunfo—. Lo que y o
decía… Ahí viene Mac. Mac, necesitamos un desempate.
—¿Para qué? ¿Qué hacéis todavía en la cocina? Hoy toca noche de chicas.
—Antes hay que solucionar un asunto: ¿esto es un regalo o un detalle? —
preguntó Emma señalando el aparato de Laurel.
—¿Qué diablos es eso?
—¿Lo ves? Es un detalle. Si hubiera sido un regalo, Mac lo habría sabido sin
necesidad de preguntarlo. Parker, dile a Del que le compre algo bonito a su novia.
—¡No, basta! —Laurel protestó empujando a Emma, aunque luego soltó una
carcajada—. A mí me gusta. Cuando te gusta lo que te regalan, no hay normas
que valgan.
—¿Qué diablos es eso? —volvió a preguntar Mac.
—Un aparato electrónico para organizar compras y gestiones —explicó
Parker—. Yo también quiero uno. ¿Por qué Del no habrá comprado uno para mí?
A mí me gustan los regalos.
—Querrás decir los detalles —insistió Emma.
—A ti no te hace falta otro organizador —le dijo Laurel a Parker.
Mac fruncía el ceño.
—Por favor, no se lo enseñéis a Carter. Querrá uno, y además me obligará a
usarlo a mí.
—Del ha comprado otro para la señora Grady.
—Ahora seguro que Carter lo verá —comentó Emma.
—¡Maldita sea!
—Estáis haciendo una montaña a costa de mi nuevo juguete. Me voy arriba.
—¿Sabéis si la señora Grady hará una pizza? —preguntó Emma—. Llevo todo
el día pensando en su pizza y en tomarme unas cuantas copas de vino.
—Eso luego. Ahora tengo que resolver un asunto.
—Tú no te pones a trabajar —soltó Emma agarrando a Parker por el brazo—.
Estoy deseando disfrutar de una noche de hidratos de carbono, alcohol y amigas.
—No es trabajo exactamente. Hoy he ido a recoger una cosa y quería que
me dierais vuestra aprobación. Tenéis que verla.
—¿Qué es lo que…? ¡Oh, oh! —Emma hizo girar a Parker marcándose un
baile—. ¿Es mi vestido de boda? ¿Has encontrado mi vestido?
—Es posible, y siguiendo nuestra recién inaugurada tradición, hay que ir a la
suite de la novia.
—Es la mejor de las sorpresas que podías darme. La mejor.
—Si el vestido no te va… —empezó a decir Parker, pero Emma tiró de ella
escaleras arriba.
—Eso no quita que sea una sorpresa. Oh, qué nerviosa estoy … —Emma se
detuvo frente a la puerta de la suite—. No me tengo en pie de los nervios. Bueno,
¡allá vamos! —Puso la mano en el pomo y la retiró—. Soy incapaz de abrir. Por
favor, que alguien abra la puerta.
Laurel fue quien se ofreció.
—Adentro —le dijo dándole un empujoncito.
Emma ahogó un grito y se llevó la mano a los labios.
Parker nunca fallaba, pensó Laurel. Ése vestido era Emma. Tenía un aire
romántico, unas faldas etéreas y larguísimas que resultaban algo extravagantes,
y el toque sexy se lo daba un cuerpo espectacular que dejaba los hombros
completamente al aire. La falda era de un blanco roto, y en el punto en que iba
recogida florecían unas rosas de tela que se extendían como en un jardín por la
larguísima cola, digna de una princesa.
—Es un vestido de cuento de hadas —logró articular Emma—. Oh, Parker, es
un cuento de hadas.
La señora Grady las esperaba en la suite con una botella de champán.
—Toma —dijo la mujer ofreciendo una copa a Emma—. No llores con la
copa en la mano. Aguarás la bebida.
—Es el vestido más bonito del mundo.
—Tienes que probártelo. Desnúdate, Emma —le ordenó Laurel—. Parker y
y o te ay udaremos. Mac plasmará el momento.
—La falda… —Emma acarició con reverencia la tela—. Parecen nubes… y
se hinchará al andar. ¡Oh, mirad la parte de atrás! —Unos diminutos capullos de
rosa disimulaban la cremallera—. ¡No hay mejor vestido para una florista!
—Estaba pidiendo a gritos que te lo trajera —dijo Parker, que le ay udaba a
vestirse con Laurel.
—¡No mires! —ordenó Laurel al ver que Emma iba a girar la cabeza para
mirarse en el espejo—. No puedes verte hasta que hay amos terminado.
—Necesita un par de retoques —dijo la señora Grady acercándose con unas
agujas mientras Mac daba vueltas alrededor de Emma con la cámara.
—Laurel, la cola tiene que ir… Sí, eso es —dijo Mac—. Oh, Em… estás…
¡uauu!
—Tengo que verme.
—Aguanta un poco, chica —murmuró la señora Grady poniéndole unas
agujas. Cuando terminó se apartó un poco y asintió.
—¿Lista? —Emma aguantó la respiración y se volvió.
Mac lo había plasmado, pensó Laurel. Había captado el momento de
asombro, el brillo de las lágrimas de alegría.
—Durante toda mi vida, desde que éramos unas niñas, he soñado con esto —
murmuró Emma—. Y ahora que llevo puesto este vestido de boda me siento
exactamente como había imaginado.
—Pareces una princesa —le dijo Laurel—. De verdad, Emma, estás
impresionante.
Emma se acercó al espejo y lo tocó.
—Soy y o, y llevaré este vestido para casarme con el hombre al que amo.
¿No es increíble?
—Buen trabajo —le dijo Laurel a Parker pasándole el brazo por el hombro—.
Tú sí que sabes… —Aceptó el pañuelo de papel de su amiga y se enjugó las
lágrimas—. Brindemos por la novia.
—Dame la cámara, Mackensie —ordenó la señora Grady —. Os sacaré una
foto a las cuatro. Eso es. ¡Qué imagen más bonita! —Y entonces pulsó el botón.
Más tarde, reunidas alrededor de una pizza y una botella de champán, se
dedicaron a hacer planes para la boda.
—Le diré a mi madre, y puede que a mi hermana también, que me
acompañen a la tienda para hacer la primera prueba. Sé que me pondré a llorar
otra vez, que todas lloraremos.
—He dicho que te reserven dos tocados: uno por si vas con un recogido alto y
el otro por si te decides a llevarlo bajo. Tu madre puede ay udarte a elegir.
—Parker, piensas en todo. —Emma parpadeó sorbiéndose la nariz—. No, no
pienso llorar más. ¡Oh, menudo ramo voy a diseñar para este vestido! Mis tres
damas de honor… ¡Eh, serán dos señoritas y una señora!
—No me imagino como una señora —dijo Mac mordiendo un trozo de pizza.
—Lavanda. Distintas flores, pero todas del mismo tono. Me inclino por el
blanco y el lavanda. Muy suave y tenue… y muy romántico. Con velas blancas
por todas partes.
—En el pastel podríamos combinar flores auténticas con otras de seda y de
pasta de azúcar —musitó Laurel.
—¡Sí! Fijaos, Parker ha empezado a tomar notas. ¡Parker toma notas para mi
boda!
—Claro.
—Quiero que la semana que viene hagamos la sesión de las fotos de
compromiso al atardecer —le dijo Mac—. Me apetece que esté oscuro porque…
quiero darle a las fotos un toque sexy y atmosférico. Será en el jardín.
—¿En el jardín? Me parece perfecto. Tengo las mejores amigas del universo.
—Me gustaría acompañaros a la prueba del vestido —añadió Mac—. Así
podré haceros fotos a ti y a tu madre.
—¿Por qué no organizamos la primera prueba aquí? —propuso Laurel
dándole un sorbo al champán—. Pide que te dejen los tocados, Parker. ¿Lo ves
posible?
—Por supuesto. —A Parker se le iluminó el rostro a medida que la idea iba
cobrando forma en su cabeza—. Dalo por hecho.
—El día que Mac tome fotos podríamos organizar la consulta con tu madre y
hablar de lo que hay as decidido y de las ideas que se te hay an podido ocurrir.
—Bien pensado —aprobó Parker.
—De vez en cuando acierto.
—Podríamos subir más el listón —añadió Mac—, y dar trato de clienta VIP a
tu madre.
—Estará encantada, y y o también. Ay, que vuelvo a llorar…
Laurel dio a Emma otro pañuelo de papel.
—Piensa en los zapatos.
—¿Qué zapatos?
—Los que irán con el vestido.
—Ah, los zapatos…
—¿Lo ves? Nadie se pone a llorar por unos zapatos. Yo elegiría unos
llamativos, un poco sexis y absolutamente fabulosos.
—Habrá que ir de compras. Todavía no has encontrado los zapatos de boda,
¿verdad, Mac?
—Todavía no.
—¡Vámonos de safari, a ver si caen esos zapatos! —exclamó Emma—. ¡Qué
divertido!
—Espera cuando te toque elegir las invitaciones, las tarjetas de las mesas… y
la tipografía empiece a obsesionarte —explicó Mac sacudiendo la cabeza—.
Nunca pensé que me obsesionaría por algo así, y y a ves… Es como una droga.
Conozco esa mirada, McBane. —Mac le apuntó con un dedo en señal de
advertencia—. Pones los ojos de quien está por encima de todo y además lo
encuentra divertido. Estás pensando que nunca caerás tan bajo como y o. Pero
caerás. Ya lo verás. Un día la tipografía no te dejará dormir.
—Lo dudo mucho. En fin, como no voy a casarme…
—¿No crees que Del y tú… en un momento dado…? —aventuró Emma.
—Sólo hace un mes que salimos juntos.
—Eso son evasivas —concluy ó Mac—. Os conocéis desde hace muchos
años.
—… y además estás enamorada de él —remató Emma.
—No pienso en eso.
—¿En qué, en estar enamorada o en pasar el resto de tu vida con él? —
preguntó Parker.
—No… eso sería llevar las cosas demasiado lejos.
—Basta —ordenó Parker.
—Me cuesta mucho.
—¿Qué pasa? —preguntó Emma paseando la mirada de una a otra—. ¿Qué te
cuesta tanto?
—A Laurel le cuesta hablar porque no se quita de la cabeza que Del es mi
hermano, y al final me lo voy a tomar mal.
—¡Maldita sea, Parker! Ahora haces trampa.
—No, me limito a aclarar las cosas. ¿Prefieres que me vay a?
—¡Basta y a! —Laurel puso cara de disgusto y le dio un trago muy largo al
champán—. Siempre has jugado sucio. Muy bien, como quieras. Sí, estoy
enamorada de él. Siempre lo he estado, y me siento insegura porque no sé si eso
es una proy ección. A veces me parece que no estoy enamorada porque he
estado negándolo durante muchos años, y sin conseguirlo, por cierto. Es decir, la
respuesta es sí. Si alguna vez llegamos al punto en que tengamos que plantearnos
si vamos a unir nuestras vidas, me zambulliría de cabeza, saltaría sin
paracaídas… Elegid el tópico que más os guste. Ahora bien, ese entusiasmo
tendría que ser mutuo.
—¿Por qué crees que Del no te quiere? —preguntó Emma.
—Claro que me quiere. Nos quiere a todas. Las cosas han cambiado
conmigo, pero tampoco… —Por Dios, qué humillante era aquello, pensó Laurel,
aunque se tratase de sus mejores amigas—. Es difícil amar sin ser correspondida,
y hay que asumirlo; hay que saber manejar los sentimientos, con
responsabilidad.
—Lo entiendo —dijo Mac apretándole la mano en un gesto afectuoso—.
Carter se sintió así por mi causa. Yo no quería enamorarme, entrar a fondo, saltar
sin paracaídas, zambullirme… y me eché atrás. Sé que le hice daño.
—No estoy dolida. Bueno, puede que un poco, pero quizá sea el orgullo lo que
tengo herido. Estoy contenta tal como llevamos la relación. Sé que en adelante no
me bastará, pero por ahora esto es más de lo que esperaba.
—Me sorprende que te conformes con tan poco —comentó Parker—. Tú
siempre has apuntado alto.
—Cuando se trata de trabajar o competir para lograr un objetivo, sí. Ahora
bien, el amor es distinto. No te dan un premio, y tampoco es un juego. De
pequeñas jugábamos al « día de la boda» , y convertimos el juego en nuestra
profesión. Sin embargo, cuando pasamos a ser las protagonistas, las cosas
cambian. No necesito elegir el vestido y el anillo, ni decantarme por una
determinada tipografía —añadió Laurel sonriéndole a Mac—, pero sí necesito
saber que soy y o la elegida, y eso no se trabaja. Eso ocurre, y y a está.
—¡Qué lista eres! —murmuró Emma.
—Para Del no ha existido ninguna mujer especial —le dijo Parker—. Si no,
y o lo habría sabido.
—¿Ni siquiera Cherise McConnelly ?
—¡Qué horror! —exclamó Parker fingiendo que temblaba—. ¿En qué estaría
pensando mi hermano, aparte de en eso…? —añadió al ver que Laurel enarcaba
una ceja.
—Si hay que juzgarlo por haber elegido a Cherise, diría que últimamente su
gusto ha mejorado mucho —afirmó Laurel tomando otra porción de pizza—.
Todavía hay esperanzas…
13
Jack y Del ocuparon dos taburetes junto a la barra del restaurante Los Sauces y la
propietaria salió a atenderlos.
—¡Vay a, vay a…! Hoy me ha tocado la lotería por partida doble.
—¿Qué tal vas, Angie?
—No me quejo, y eso y a es mucho teniendo en cuenta cómo es gran parte
de la clientela que se derrumba en estos taburetes. ¿Qué os pongo?
—Un agua Pellegrino —pidió Del.
—Yo tomaré una cerveza Sam Adams.
—Marchando. ¿Habéis venido sólo a tomar una copa? —preguntó Angie
llenando una jarra de cerveza y poniendo hielo en un vaso.
—Yo sí —le dijo Jack—. Éste ha quedado para cenar.
—¿Ah, sí? ¿Quién es la afortunada esta noche?
—Hoy ceno con Laurel.
—¿Con Laurel McBane? —Angie lo miró disimulando su asombro—. ¿De
verdad te has citado con ella?
—Sí.
—Buen cambio, para variar. —Conociendo sus gustos, la joven añadió una
rodaja de lima en el vaso de agua carbonatada y les sirvió las bebidas—. Había
oído rumores, pero pensaba que sólo serían habladurías.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Porque conoces a Laurel desde hace veinte años y nunca le habías pedido
para salir. Hace tiempo que no la veo por aquí, pero he oído que su empresa va
viento en popa.
—Exacto, viento en popa.
—He ido a un par de bodas de las que organizan ellas y, oy e, ¡qué
categoría…! Es cosa de tu hermana, ¿verdad? —añadió Angie pasando el trapo
por la barra—. En cualquier caso, tienen mucha clase. Todavía echo de menos a
Laurel. Fue la mejor chef repostera que hemos tenido jamás. Dime, Jack, ¿cómo
está Emma? ¿Y vuestros planes de boda?
—Muy bien. Ha encontrado el vestido, y ahora y a tiene las llaves del reino.
—Eso va a misa, te lo aseguro. Veo que las aguas andan revueltas entre
vosotros. Primero Mac, ahora Emma… —Angie le guiñó el ojo a Del y
tamborileó con los dedos en su vaso—. Cuidado con lo que bebes. —Y se fue a
servir a otro cliente que se había sentado junto a la barra.
Jack se echó a reír.
—No sé por qué te sorprendes tanto, tío —le dijo levantando la jarra en su
honor—. Es ley de vida.
—Salimos desde hace… ¿cuánto, un mes? ¿Tú crees que hacer planes de
boda es ley de vida?
Jack se encogió de hombros.
—Primero Mac, luego Emma, y ahora le toca a Laurel. Parece una de esas
comedias que terminan con tres bodas a la vez.
—Laurel no lo ve así. —¿Acaso habían olvidado que la conocía desde hacía
veinte años?—. Para ella las bodas son un negocio. Es empresaria, una
profesional emprendedora y ambiciosa.
—Como las demás. Las mujeres emprendedoras y ambiciosas también se
casan —sentenció Jack estudiando a Del por encima de su jarra—. ¿No se te
había ocurrido en ningún momento?
—« Ocurrido» es una palabra muy vaga —dijo Del esquivando la respuesta
—. Estamos acostumbrándonos a nuestra nueva relación. No soy contrario al
matrimonio. De hecho, te presento a un admirador de la institución, aunque
todavía no me hay a planteado seriamente casarme.
—Me parece que ha llegado el momento de intercambiar los papeles,
teniendo en cuenta el chorreo que me soltaste cuando Emma y y o empezamos a
salir. Dime cuáles son tus intenciones con mi hermana putativa.
—Voy a cenar con ella.
—¿Y luego probarás suerte?
—Sería un idiota si no lo hiciera. Estamos disfrutando de esta nueva etapa.
Ahora es… distinto —aventuró Del—. Para los dos. Laurel me importa mucho;
siempre me he preocupado por ella, y lo sabes. Sólo que… lo que siento es
diferente, aunque tampoco quiero que creas que estoy pensando en contratar a
mi hermana para que planifique la boda.
—¿Porque no ha llegado el momento?
—Por Dios, Jack… —Del notó la garganta seca y bebió un generoso trago de
agua.
—La pregunta es justa.
—Sólo ves bodas en tu cabeza —murmuró Del—. Puede que sí se esté
cociendo algo entre nosotros. En fin, y o qué sé… En realidad no lo había
pensado, y ahora no me lo quito de la cabeza. Mira, conozco a Laurel. Sé que no
se plantea casarse, y que no le afecta que vay an a casarse Mac y Emma.
Hablamos de la chica que fue a estudiar a Nueva York y a París. Es más, incluso
pensó en mudarse a París y por eso se puso a trabajar, para ahorrar el dinero que
necesitaría, y entonces…
—Sí, y a lo sé. —La mirada zumbona de Jack se desvaneció—. Todo eso
cambió cuando tus padres murieron.
—Laurel cambió de planes y no fue a París. —Del no lo había olvidado, y
jamás lo olvidaría—. Nunca habría dejado sola a Parker, y pensándolo bien, sé
que en parte se quedó por mí. Luego triunfó la creatividad de Parker y sus
proy ectos acabaron por unirlas a todas.
—Los planes cambian.
—Sí, es cierto, pero lo que quiero decir es que Laurel siempre ha seguido su
camino, su instinto, y no se ha conformado con una vida convencional. Si las
cosas hubieran ido de otra manera, ahora estaría viviendo en un piso moderno del
París bohemio y dirigiendo un negocio exclusivo.
—No lo creo —comentó Jack sacudiendo la cabeza—. Cuando hubiera
llegado el momento de la verdad, la unión de esas cuatro mujeres se habría
impuesto. Quizá habría ido a Nueva York, pero a Europa, no. El tirón de las otras
era demasiado fuerte.
—No hace mucho le dije lo mismo un poco en broma.
Jack tomó una almendra del platito que Angie había colocado en la barra.
—Antes de que entre Emma y y o cambiaran las cosas creía que entendía
cómo funcionan esas mujeres, pero ahora que vivo en la finca, que formo parte
del grupo… veo que lo que existe entre las cuatro es prácticamente una conexión
psíquica. A veces incluso da miedo, si quieres que te diga la verdad. —Jack
levantó la jarra como si brindara—. Eso es amor, tío, un amor generoso y
profundo.
—Siempre lo ha sido —reflexionó Del—. De todos modos, mantengo que
Laurel no piensa casarse, pero también te diré que si fuera así, las otras tres lo
sabrían. Podrías tantear a Emma.
—De ninguna manera haría eso. Ni siquiera por ti. Acabaría teniendo que
justificar mis ideas sobre los hombres y mi negativa a tantearte sobre el asunto.
—Jack se metió en la boca otra almendra—. De ahí a la locura, hay sólo un paso.
—No te falta razón. Además, eso les daría alas. Laurel y y o estamos bien así.
Dejémoslo correr. De momento el camino es llano. ¿Para qué buscar un desvío?
Jack sonrió.
—Eso es lo que y o decía de Emma y de mí.
—No sigas por ahí.
—Tengo que admitir que me divierte meter el dedo en la llaga. Volviendo al
tema de nuestra boda, ¿verdad que serás el padrino?
—Claro. No aceptaría ningún otro papel.
—Bien. Ésa era la tarea que me quedaba por hacer. En general basta con que
sonría y diga que sí cuando Emma me comenta las decisiones que han tomado
para la boda. Parker me dijo que tengo que encargarme de la luna de miel, y me
pasó el número del mejor agente de viajes que conoce. También me sugirió que
eligiera un paquete a Bora-Bora porque es un lugar al que Emma siempre ha
querido ir, y además es exótico y romántico. Supongo que eso es lo que haremos.
Intrigado, Del se llevó el vaso de agua a los labios y examinó a Jack.
—¿Tú quieres ir a Bora-Bora?
—Sí… Cuando vi el paquete, pensé: genial. Tu hermana es de miedo, Del.
—Ya lo sé.
—Carter ha elegido un paquete a la Toscana que incluy e unos discos para
aprender italiano.
Del soltó una carcajada.
—Supongo que también se ha encargado de eso.
—Tú dirás. Oy e, tengo que marcharme. Antes de salir del despacho he
recibido un correo de Emma. Hoy tiene ganas de cocinar.
—Te invito a la cerveza.
—Gracias.
—Oy e, Jack. El traje de casado te queda bien.
—Porque me siento bien. ¿Quién iba a decirlo? Hasta pronto.
Se sentía bien no sólo porque se casaba, reflexionó Del, sino por la vida que
llevaba con Emma, por lo que estaba creando: un hogar, una familia, cenar
juntos al terminar una larga jornada… Acabarían necesitando más espacio del
que tenían en la casita de invitados. Conociendo a Jack, y a se le ocurriría algo.
La finca empezaba a parecer una comunidad. Del pensó que esa idea habría
complacido y divertido también a sus padres.
—Su mesa está lista, señor Brown —dijo el maître acercándose—. ¿Quiere
sentarse o prefiere esperar a su acompañante en la barra?
Del echó un vistazo al reloj. Laurel llegaba tarde, aunque quizá el retraso
fuera por culpa de Mac, porque esta le había propuesto dejarla en el restaurante
de camino a una sesión que tenía concertada.
—Aparecerá en cualquier momento. Me sentaré a la mesa.
Decidió pedir una botella de vino. Acababa de elegir cuando oy ó su nombre.
—¡Hola, forastero!
—Deborah. —Se levantó y saludó con un beso amistoso a una conocida de
hacía años—. Estás fantástica. ¿Qué tal?
—Fenomenal. —La joven se apartó de la cara un mechón de su exuberante
melena pelirroja—. Acabo de regresar de España. He estado allí un par de
meses… y las últimas dos semanas en Barcelona.
—¿Por negocios o por placer?
—Por las dos cosas, y ha sido intenso. He quedado con mi madre y mi
hermana para pasar un rato entre mujeres y ponernos al día. Llego pronto, como
siempre; y ellas tarde, para variar.
—Siéntate conmigo a esperarlas.
—Encantada, Delaney. —Deborah le dedicó una sonrisa radiante cuando él le
retiró la silla—. No te había visto desde… ¿Cuánto hace? Creo que desde el baile
de primavera. ¿Qué has estado haciendo?
—Nada que supere tu viaje a Barcelona. —El sumiller le mostró la botella
para que diera su aprobación y, tras mirar la etiqueta, Del asintió.
—Bueno, ponme al día. ¿De quién se habla? ¿Alguien se ha liado con algún
conocido? ¿Ha habido algún escándalo?
Del sonrió antes de probar el vino que el sumiller le había servido en la copa.
—Creo que para eso será mejor que confíes en tu madre y en tu hermana. Es
perfecto —le dijo al sumiller, y le indicó con un gesto que sirviera a Deborah.
—Eres tan discreto… Siempre lo has sido. —Dio un sorbo a su vino—. Y
sigues teniendo un gusto excelente para los vinos. Vamos, confiesa… Me ha
llegado el rumor de que Jack Cooke está prometido. ¿Es verdad o no?
—Eso es verdad. Jack y Emmaline Grant han fijado fecha para la boda. Será
la próxima primavera.
—¿Se casa con Emma? ¿De verdad? Bien, brindo por ellos —dijo Deborah
levantando su copa—, aunque una legión de solteras guardará luto por él. Está
claro que no estoy al día. Ni siquiera sabía que fueran pareja.
—Creo que todo fue muy rápido entre los dos.
—Me alegro. ¿No te resulta extraño? Quiero decir que Emma es casi como
una hermana para ti, y Jack es tu mejor amigo.
—Me costó un poco al principio —reconoció Del—, pero les va muy bien.
Cuéntame cosas de Barcelona. Nunca he ido.
—Hay que ir. Las play as, la comida, el vino. El amor. Se palpa en el
ambiente… —añadió ella sonriendo.
Estaban riendo, inclinados el uno ante el otro, compartiendo mesa, y en ese
momento entró Laurel. Se detuvo en seco, como si hubiera topado con un muro
de cristal… y ella se encontrara en el lado equivocado.
Se lo veía cómodo, pensó Laurel. Los dos estaban relajados, y eran
guapísimos… tanto él como ella. Si Mac estuviera ahora allí habría podido
sacarles una foto, captar el instante, la viva imagen de dos personas atractivas
que comparten un vino y unas risas a la luz de las velas.
Parecían la pareja perfecta, y estaban en la misma onda.
—Hola, Laurel.
—Hola, Maxie. —Laurel procuró sonreírle a la camarera que se había
detenido junto a ella—. La noche está movidita.
—Dímelo a mí —dijo Maxie poniendo los ojos en blanco—. No sabía que
venías hoy. Te montaremos una mesa.
—De hecho, he quedado con una persona.
—Ah, vale. No dejes que Julio te vea —le dijo guiñándole el ojo y
refiriéndose al chef—. No resistiría la tentación de arrastrarte a la cocina en una
noche como ésta. Te echamos de menos.
—Gracias.
—Tengo que seguir. Hablaremos luego.
Laurel asintió y se escabulló hacia el servicio para concederse un poco más
de tiempo. Se dijo que era una idiotez que le afectara tanto ver a Del tomando
una copa con una amiga, sentirse inferior porque unos años antes había trabajado
duro en esa cocina en lugar de estar sentada a una mesa, porque en su calidad de
repostera habría estado preparando un postre delicioso para parejas con la
imagen de Delaney Brown y Deborah Manning.
—No hay nada malo en eso —se dijo en voz alta, y mientras se sermoneaba
a sí misma se retocó con el brillo labial.
Estaba orgullosa del trabajo que había desempeñado en ese restaurante… y
del dinero que había ganado para contribuir a que Votos despegara. Le
enorgullecía su talento, porque la capacitaba para tener un negocio propio,
ganarse la vida y hacer feliz a la gente con sus creaciones.
Sabía cuidar de sí misma y tomaba sus propias decisiones. Eso era lo más
importante.
Sin embargo, se sentía herida sin remedio al recordar que, en cualquier caso,
siempre había vivido al otro lado de ese muro de cristal.
—No importa —dijo volviendo a guardar en el bolso el pintalabios y
respirando hondo—. En realidad, no tiene ninguna importancia.
La confianza era como el brillo labial, se recordó a sí misma. Lo único que
había que hacer era darse unos retoques.
Salió de los servicios, giró hacia el comedor y se dirigió a la mesa. « Bien,
allá vamos» .
Le ay udó sobremanera apreciar la mirada cálida que Del le dirigió al
reconocerla. Se levantó y le tendió una mano. Deborah se revolvió en la silla y
alzó los ojos.
Laurel comprendió que le costaba situarla y adivinar su nombre. Era normal.
Deborah y ella no se movían en los mismos círculos.
—Laurel, recuerdas a Deborah Manning, ¿verdad?
—Claro. Hola, Deborah.
—Laurel, me alegro de volver a verte. Del acaba de contarme lo de Emma y
Jack. Seguro que y a les habrás diseñado un pastel estupendo.
—Tengo un par de ideas.
—Me encantaría que me lo contaras. Las bodas son tan divertidas… ¿Puedes
sentarte? Del, necesitaremos otra copa.
Por suerte Deborah comprendió la situación enseguida, y su cutis inmaculado
de pelirroja se encendió como una llama al darse cuenta de su metedura de pata.
—¡Qué imbécil soy ! —exclamó riendo y levantándose—. Era a ti a quien
esperaba Del. Te diré que ha tenido el detalle de hacerme compañía.
—Me alegro —« Soy una mujer muy madura» , pensó Laurel—. No has
terminado tu vino. Pediremos otra silla.
—No, no. Estoy esperando a mi madre y a mi hermana. Saldré fuera a
llamarlas para asegurarme de que no me hay an dado plantón. Gracias por el
vino, Del.
—Me ha gustado verte, Deborah.
—A mí también. Disfrutad de la cena.
Deborah salió del comedor con aire impecable, pero a Laurel no se le escapó
su mirada atónita e interrogativa.
—He llegado tarde por culpa de Mac —dijo Laurel con ligereza.
—Valía la pena esperar —respondió Del retirándole la silla—. Estás preciosa.
—He pensado lo mismo de ti al verte.
Con la discreta eficacia de que hacía gala el restaurante, un camarero se
llevó la copa de Deborah y le sirvió vino a Laurel. La joven dio un sorbo y
asintió.
—Muy bueno. —Tomó la carta que le ofreció el maître y la dejó encima de
la mesa sin abrir—. Hola, Ben.
—Hola, Laurel. Me han dicho que estabas aquí.
—¿Qué me recomiendas hoy ?
—El pagro con ragú de cangrejo, salteado con una reducción de vino blanco
y acompañado de arroz de jazmín y espárragos.
—Perfecto. Tomaré una ensalada de la casa para empezar.
—Ahora me toca a mí —intervino Del—. ¿Me sugieres algún otro plato?
—El solomillo de cerdo con salsa de miel y jengibre. Lo servimos con patatas
paja y verduras asadas a la nigoise.
—Fenomenal. También tomaré la ensalada.
—Una elección excelente.
En cuanto Ben abandonó la mesa, otro camarero se acercó para servir el pan
de aceitunas de la casa con su aliño.
—El servicio es muy bueno en este restaurante —comentó Del—, pero
contigo se esmeran.
—Siempre hemos sabido cuidar de los nuestros —afirmó ella mordisqueando
el pan.
—Había olvidado que trabajaste aquí. No lo pensé cuando te propuse venir a
cenar. Tendremos que probar el postre para que puedas comprobar si tu sustituta
está a la altura.
—Creo que van por la sustituta de la sustituta.
—Cuando se ha tenido a la mejor, cuesta conformarse con menos. ¿Lo echas
en falta? Me refiero a trabajar en equipo, a la energía, al caos controlado…
—No siempre está tan controlado. En realidad, es lo contrario. Me gusta tener
mi propio espacio, y el horario de un restaurante es brutal.
—¡Hablas como si dispusieras de mucho tiempo libre!
—Pero ahora se trata de mi tiempo, y eso es muy diferente. Ah, me parece
que la madre y la hermana de Deborah acaban de llegar —dijo Laurel
señalando hacia una mesa cercana con la copa en la mano.
Del echó un vistazo y vio a tres mujeres siguiendo al camarero hasta una
mesa.
—No creo que hay an tardado tanto como decía Deborah. Lo que pasa es que
ella suele ser muy puntual.
—Claro… —Laurel habló con naturalidad, con calma, con madurez… y se
felicitó por ello—. Lo sabes porque saliste con esa mujer.
—Duró poco y fue hace mucho, antes de que se casara.
—Imaginaba que no habría sido durante su matrimonio. ¿Qué pasó después
del divorcio?
Del sacudió la cabeza.
—Fui su abogado y llevé su caso. Tengo por norma no salir nunca con
clientas. Es una mala idea.
—Penny Whistledown —afirmó Laurel apuntándole con un dedo—.
Recuerdo que llevaste su divorcio y que además saliste con ella un par de años
después.
—Por eso digo que es una mala idea.
—Ésa mujer parecía desamparada. Cuando no podía localizarte en casa o en
el despacho, llamaba a la finca y mareaba a Parker para que le dijera dónde
estabas. —Laurel bebió un poco de vino—. Eso, letrado, fue un error de bulto por
tu parte.
—Culpable de todos los cargos. Tú tuviste una pareja.
—Huy, huy, huy … A mí no me interesan los desamparados.
—Los errores de bulto. Drake… no, Deke no sé qué. ¿Cuántos tatuajes tenía?
—Ocho, creo. Quizá nueve. Pero ese tipo no cuenta. Yo tenía dieciséis años y
me apetecía fastidiar a mis padres.
—También me fastidiaste a mí.
Laurel arqueó las cejas.
—¿De verdad?
—De verdad. Ése tío rondó mucho por casa durante el verano. Iba con
camisetas de manga recortada y unas botas de motorista. Llevaba un pendiente,
y diría que era de los que ensay an la sonrisa en el espejo.
—Te acuerdas más de él tú que y o. —Laurel esperó a que Ben les sirviera la
ensalada y llenara las copas—. Conocemos demasiado bien nuestra vida
sentimental. Eso puede ser peligroso.
—No te lo tendré en cuenta si tú no me lo tienes en cuenta a mí.
—Me parece justo y razonable —concluy ó ella—. La gente se pregunta qué
nos traemos entre manos, qué está pasando entre tú y y o.
—¿Qué gente?
—Hablo de esas conocidas tuy as aquí presentes —dijo ella ladeando la
cabeza con disimulo para referirse a la mesa en la que las tres mujeres fingían
no ocuparse de ellos—, y de mis conocidos también.
—¿Te molesta?
—En realidad, no. Un poco, quizá. —Se encogió de hombros y se concentró
en la ensalada—. Es natural, sobre todo cuando uno de nosotros es un Brown de
los Brown de Connecticut.
—Yo diría que es natural porque estoy sentado con la mujer más bella del
comedor.
—Bien por ti. Buen tanto. No en vano los clásicos lo son por alguna razón.
Del le acarició la mano.
—Sé valorar lo que está frente a mí.
Desarmada, Laurel entrelazó los dedos con los de él.
—Gracias.
Que especularan, pensó, que hablasen. Ella tenía lo que siempre había
querido tener, en la palma de la mano.
Cenaron picoteando de un plato y del otro, bebiendo un buen vino y charlando
de lo que les venía a la mente. Laurel recordó que ellos dos siempre habían
hablado a gusto, de todo y de nada a la vez. Se dio cuenta de que era capaz de
levantar un muro de cristal alrededor, dejar el mundo fuera y saborear ese
paréntesis tanto como la comida.
Ben les sirvió un trío de mini-suflés.
—Cortesía de Charles, el chef repostero. Se ha enterado de que estabas en el
restaurante y ha querido prepararte algo especial. Está un poco nervioso —
añadió el camarero bajando la voz e inclinándose hacia ella.
—¿De verdad?
—Tú eres un peso pesado, Laurel. Si prefieres otra cosa…
—No, me parece fantástico. Son muy bonitos —dijo ella probando el postre
de chocolate y untándolo con una perla de nata montada. Cerró los ojos y sonrió
—. Glorioso. Pruébalo —le dijo a Del, y luego saboreó el de vainilla—.
Maravilloso.
—Le gustaría venir a saludarte.
—¿Por qué no voy y o a la cocina? Después de hacer justicia a los suflés,
claro.
—Vas a darle una alegría. Gracias, Laurel.
Probó la última variedad cuando Ben se alejó.
—¡Qué rico! El de limón es exquisito. Tiene la proporción ideal de acidez y
dulzura.
—Yo seré un Brown de los Brown de Connecticut, como has dicho antes —
dijo Del mientras compartía el postre con Laurel—, pero ante mí tengo a la diva
de los postres.
—La diva de los postres… —Laurel soltó una carcajada. Se controló y sonrió
—. Me gusta. Puede que adopte el título. Ay, mañana voy a tener que matarme
en el gimnasio porque no quiero herir sus sentimientos —añadió la joven
tomando otra cucharada—. Escucha, iré a saludarlo, pero sólo tardaré unos
minutos.
—Voy contigo.
—¿Estás seguro?
—No me perdería esto por nada del mundo —dijo él levantándose y dándole
la mano.
—Ahora estarán más tranquilos en la cocina —comentó Laurel—. La hora
punta de cenar y a ha pasado. De todos modos, no toques nada. Julio está loco de
atar. Si amenaza con filetearte como a una trucha, no lo tomes como un ataque
personal.
—Conozco a Julio. Ha venido varias veces a saludarme a la mesa.
Laurel miró fijamente a Del antes de entrar en la cocina.
—Entonces es que no lo conoces —afirmó empujando la puerta.
Suerte que Laurel había dicho que la cocina estaría tranquila, pensó Del. Era
obvio que esa palabra no significaba lo mismo para los dos. El personal se movía
sin cesar y el ruido era ensordecedor: vocerío, tintineo de platos, zumbidos de
campanas y conductos de ventilación, golpeteo de cuchillos y siseo de planchas.
El vapor hacía aumentar el calor y la tensión del ambiente.
A uno de los lados de unos fogones inmensos estaba Julio, con su delantal y su
gorro de chef, maldiciendo en varias lenguas.
—¿No es capaz de decidirse? ¿Necesita más tiempo? —Julio soltó una salva
de tacos en español que enrareció el de por sí caldeado aire de la cocina—. No
quiero setas; quiero una ración extra de zanahorias. ¡Gilipollas! ¿Dónde está su
jodido plato?
—Todo sigue igual —afirmó Laurel en voz alta para que la oy era.
Julio giró en redondo. Era un hombre esquelético, con las cejas muy pobladas
y negras, de mirada ojerosa.
—Contigo no me hablo.
—No he venido a hablar contigo —respondió Laurel acercándose a un joven
que salseaba con frambuesas una porción de pastel de chocolate—. Tú debes de
ser Charles.
—Prohibido hablar con él hasta que acabe. ¿Crees que estás en un club de
contactos?
Charles puso los ojos en blanco. Tenía un rostro atractivo, del color del café
recién molido.
—Un momento, por favor.
Esparció unas bay as para terminar el plato y enmarcó con unas galletas muy
finas un cuenco de un bizcocho borracho de crema y frutas. Como siguiendo una
señal secreta, una camarera tomó el postre y se fue volando por la puerta.
—Estoy tan contento de conocerla, tanto…
—Tus sufles eran extraordinarios, sobre todo el de limón. Gracias.
Del vio que a ese chico se le iluminaba el rostro, como si ella le hubiera
transmitido una descarga de electricidad.
—¿Le han gustado? Cuando me dijeron que estaba en el restaurante, quise
preparar algo especial para usted. El de limón precisamente… ¿Le ha gustado el
de limón?
—Sobre todo ése. Es sabroso y fresco a la vez.
—Todavía no está en la carta. Es una creación mía.
—Creo que lo has bordado. Imagino que no querrás pasarme la receta…
—¿Quiere la receta? —preguntó sin aliento el repostero—. La escribiré ahora
mismo. Voy a anotársela, señora McBane.
—Laurel.
—Laurel.
Del habría jurado que su nombre le salió de los labios como una plegaria.
Cuando Charles fue a buscar la receta, Laurel se dirigió a él.
—Ahora mismo vuelvo.
Del se quedó solo en la cocina, metió las manos en los bolsillos y se dedicó a
observar. Julio bebía agua directamente de un botellín y no lo perdía de vista.
—Medallones de cerdo.
—Exacto. Buenísimos.
—Gracias, señor Brown —respondió Julio, y luego paseó la mirada entre
Laurel y él—. Hum…
Tapó la botella y fue a buscar a Laurel. La joven hablaba con Charles en una
postura algo encorvada.
—Todavía estoy furioso contigo.
Laurel se encogió de hombros.
—Te marchaste de mi cocina.
—Avisándote con mucha antelación, y además vine durante mi tiempo libre
para formar a mi sustituto.
—Tu sustituto… —Julio soltó un taco y blandió una mano en el aire—. Era un
inútil. Se echaba a llorar.
—Eso les pasa a algunos de tanto aguantar que los machaques continuamente.
—No quiero a llorones en mi cocina.
—Tienes suerte de contar con Charles, y considérate afortunado si quiere
conservar el trabajo y es capaz de aguantar la mierda que le echas.
—Éste trabaja bien, y no llora. Además no es respondón.
—Dale tiempo. Te enviaré esa receta, Charles. Creo que es un intercambio
justo —dijo Laurel metiéndose en el bolso la que Charles le había dado.
—Gracias por entrar a saludarme. Ha significado mucho para mí.
—Volveremos a vernos. —Laurel le estrechó la mano y luego se volvió hacia
Julio—. El pagro era fabuloso, cabrón. —Y le dio un beso en la mejilla.
Julio soltó una carcajada que tronó como un insulto.
—Puede que te perdone.
—A lo mejor me dejo. Buenas noches.
Del le acarició la espalda al salir.
—Lo que has hecho es muy bonito… con los dos, quiero decir.
—A veces puedo ser simpática.
—Eres como el suflé de limón, Laurel. La mezcla perfecta de acidez y
dulzura. —Se llevó su mano a los labios y le dio un beso.
Laurel parpadeó.
—Bueno, me parece que alguien va a tener suerte esta noche.
—Eso esperaba.
14
Moviéndose con sigilo en la oscuridad, Laurel entró en el baño para ponerse un
sujetador de deporte y unos pantalones de ciclista. La noche anterior Del había
decidido quedarse a dormir y ella había querido sacar el equipo del dormitorio.
Eso era lo que habría hecho Parker, pensó mientras se embutía los pantalones.
Se recogió el pelo con un pasador, se puso los calcetines y decidió irse así,
con las zapatillas de deporte en la mano. Cuando abrió la puerta del dormitorio,
soltó una exclamación. Del estaba sentado en la cama y había encendido la luz
de la mesilla de noche.
—¿Qué pasa? ¿Tienes superoídos? No he hecho ruido.
—Más o menos. ¿Vas a hacer ejercicio? Buena idea. Iré a buscar algo de
ropa y te acompaño.
Visto que Del estaba despierto, Laurel se sentó para ponerse las zapatillas.
—Puedes dejar tus cosas aquí para la próxima vez.
Del sonrió.
—En nuestra tribu hay gente muy susceptible con esos temas.
—Yo no.
—Me alegro, porque y o tampoco. Es más fácil así. —Del echó un vistazo al
reloj y esbozó una mueca—. Por lo general.
—Vuelve a dormirte. No te lo tendré en cuenta, ni pensaré que eres un
macarra, un blandengue o un perezoso.
Del entornó los ojos y la fulminó con la mirada.
—Nos vemos en el gimnasio.
—Muy bien.
Laurel salió de su habitación pensando que empezar el día bromeando con
Del, hacer luego una hora de ejercicio y rematarlo todo con una ducha caliente,
un buen café y una jornada de trabajo por delante era un plan fantástico.
De hecho, era perfecto.
Cuando entró en el gimnasio vio a Parker haciendo unos ejercicios de
resistencia cardiovascular mientras veía un programa de la CNN.
—Buenos días —dijo en voz alta.
—Buenos días. Es insultante lo contenta que se te ve.
—Es que me siento de fábula. —Laurel tomó una colchoneta de la estantería,
se echó y calentó el cuerpo con unos estiramientos—. Del va a venir a hacer
gimnasia.
—Eso explica tu alegría insultante. ¿Qué tal la cena?
—Bien, muy bien en realidad, sólo que…
—¿Qué?
Laurel miró hacia la puerta.
—No creo que tarde mucho en llegar. Te lo cuento luego. —Mientras
empezaba sus estiramientos observó el equipo de Parker. Su amiga vestía unos
pantalones ajustados de color chocolate y una camiseta sin mangas y con un
estampado de flores. Un conjunto muy práctico y femenino—. Creo que me
compraré ropa de deporte. Mis conjuntos están hechos polvo.
Laurel subió a la otra bicicleta elíptica que había en el gimnasio.
—¿Cuánto tiempo has estado?
—Más de treinta minutos.
—A ver si te atrapo.
—No lo creo. Estoy a punto de llegar a los cinco kilómetros y luego me
pondré a hacer pilates.
—Haré esos cinco kilómetros y compensaré tu pilates con un poco de y oga.
Quizá llegue hasta los seis. Anoche tomé suflé.
—¿Valió la pena al menos?
—Por supuesto. El chef repostero de Los Sauces es muy bueno.
—Charles Baker.
—No se te escapa ni una, sabelotodo.
—Sí —dijo Parker con satisfacción—. Ya he llegado a los cinco kilómetros.
Parker secó la máquina con la toalla, apagó el televisor y puso música.
—Buenos días, señoras. —Vestido con unos pantalones cortos de gimnasia de
hacía varios años y una camiseta descolorida, Del abrió el armario y sacó un
botellín de agua para él y otro para Laurel, y luego se dirigió a la máquina donde
había estado Parker.
—Gracias —dijo Laurel cuando él metió el botellín en el soporte.
—Tienes que hidratarte. ¿Cuánto ha corrido Parker?
—Cinco kilómetros. Yo correré seis.
Del subió a la otra máquina y la programó.
—Yo correré ocho, pero si a ti te basta con seis, no voy a echártelo en cara, y
tampoco te tomaré por una blandengue.
—¿Ocho? —Laurel asintió—. Acepto la apuesta.
Eran competitivos, pensó Parker tumbándose en la colchoneta para hacer
unos ejercicios abdominales. ¿Quién era ella para culparles? Parker lo era tanto
que empezaba a lamentarse de no haber corrido los tres kilómetros que le
faltaban para igualar su marca.
Hacían muy buena pareja, aunque no sabía si se daban cuenta. Y no sólo
físicamente, pensó la joven mientras hacía unos ejercicios de tijera, sino en su
manera de moverse y de conectar el uno con el otro.
Quería que su relación funcionara. Es más, quería que funcionara tan bien
que casi se emocionaba al imaginarlo.
En su momento había deseado lo mejor para Mac y Emma, pero ahora se
trataba de su hermano, y de una hermana que aunque no lo fuera de sangre, lo
era en todo lo demás. Ésas dos personas eran lo más importante de su vida, y
deseaba con toda el alma su felicidad. Para ella sería un regalo tan preciado
como podía serlo para ellos.
Parker creía fervientemente que cada persona, cada alma, tenía destinada su
media naranja. Siempre lo había creído, y comprendía que esa creencia
inamovible era una de las razones que la hacían buena en su trabajo.
—¡Ya llevo un kilómetro y medio! —anunció Laurel.
—Has empezado antes que y o.
—Ése no es mi problema.
—Bien —dijo Parker viendo que Del aumentaba la marcha—. Ya no hay
chico simpático que valga. —Sacudió la cabeza y empezó una nueva tanda de
abdominales.
Del iba en cabeza al llegar al quinto kilómetro, y en ese momento entró Mac
con andar cansino.
—Ahí está —dijo la joven con una mueca de disgusto al ver la máquina de
musculación—. Mi enemigo. —Frunció el ceño al ver que Parker terminaba su
sesión con unas posturas básicas de y oga a modo de estiramientos—. Ya estás,
¿verdad? Lo he adivinado por la cara de suficiencia que pones.
Parker juntó las manos en la posición de oración.
—Mi cara refleja la paz y el equilibrio de mi cuerpo y mi espíritu.
—Vete a hacer puñetas, Parks. Oy e, no mires, pero aquí se ha colado un
hombre.
—Están echando una carrera para ver quién llega antes a los ocho kilómetros.
—¡Qué locura! ¿Por qué? ¿Quién va a querer resoplar subido a esa máquina
durante ocho kilómetros? A ver, dime qué te parece. —Mac dio una vuelta
completa para enseñarle su camiseta de deporte y sus pantalones cortos de y oga
—. Entré en crisis y compré un equipo de esos que venden para que una se
aficione y se inspire.
—Muy bonito, y práctico. Bien por ti. —Parker terminó haciendo el pino y
Mac tuvo que bajar la cabeza para mirarla.
—Ahora que me he comprado el equipo, ¿crees que podré hacer eso?
—Te guiaré si quieres intentarlo.
—Déjalo. Me lastimaría y he quedado con Carter para ir a hacer unos largos
cuando termine la tortura que me he impuesto. ¿Le has visto nadar?
—Ajá. —Parker volvió a poner los pies en el suelo y se enderezó—. Lo vi una
vez al salir a la terraza. Te aseguro que no fue en plan mirona.
—Pues está para comérselo con los ojos. Es una monada en bañador, pero lo
mejor de todo es que cuando se mete en el agua, de repente deja de ser el
profesor Patoso y se convierte en Míster Maravillas. —Preparó la máquina y se
puso a hacer unos ejercicios para tonificar los bíceps—. ¿Por qué será?
—Quizá porque en el agua no puede tropezar con nada sólido.
—Hum… podría ser. En fin, cuando termine de maltratarme en el gimnasio,
Carter y y o iremos a nadar, que es un ejercicio civilizado. Puede que el único.
Hablando de gente monísima… —Mac bajó el tono de voz y con el mentón
señaló hacia las bicicletas elípticas—. Míralos.
Parker asintió, se echó la toalla al cuello y bebió agua.
—Hace un rato estaba pensando lo mismo. —Consultó el reloj—. Mira, me
da tiempo de escaparme y nadar un poco antes de empezar la jornada. A las
diez, sesión consultiva, el equipo al completo.
—Lo sé.
—Nos vemos luego. Ah, Mac… tienes unos hombros espectaculares.
—¿De verdad? —A Mac se le iluminó la cara de satisfacción y esperanza—.
¿No dirás eso porque me quieres y me ves sufrir?
—Espectaculares —repitió Parker marchándose a ponerse el bañador.
—Espectaculares… —musitó Mac colocando la pieza que necesitaba para
ejercitar sus tríceps.
—Seis kilómetros y medio. —Del agarró su botellín de agua y dio un trago
muy largo—. Fíjate, vas detrás de mí.
—Me estoy reservando para el tramo final —dijo Laurel enjugándose el
sudor de la cara. No podría atraparlo, pensó, pero le haría sudar la gota gorda.
Lo miró de reojo. El sudor le había marcado la camiseta con una V oscura
que le atenazó el vientre de deseo. Laurel recurrió a esa sensación para
emplearse más a fondo.
Tenía las sienes mojadas y se le destacaban unos rizos muy sexis. Le
brillaban los brazos y se le marcaban los músculos.
Su piel debía de estar salada, pensó Laurel. Ése hombre podría resbalar en
esos momentos bajo sus manos, y su energía, fuerza y resistencia podrían
moverse encima de ella, debajo, envolviéndola, penetrándola…
Se le aceleró la respiración por algo que nada tenía que ver con el ejercicio,
y entonces llegó a los seis kilómetros.
Del la contempló, y Laurel reconoció en sus ojos el mismo temblor bajo la
piel, la necesidad acuciante, primigenia. Le latía el pulso al compás de la música,
le bullía la piel con la aceleración de la máquina. Su corazón se desbocó.
Laurel esbozó una sonrisa y habló sin aliento.
—Te estoy atrapando.
—No te quedan fuerzas.
—Te equivocas.
—Estás molida.
—Tú también. Resistiré hasta el final, ¿y tú?
—Observa y verás.
Mac, desde el otro extremo del gimnasio, puso los ojos en blanco y,
consciente de que ni siquiera las amigas íntimas pueden estar presentes en ciertos
momentos, se escabulló de la sala.
Ninguno de los dos se dio cuenta de que se marchaba; ni siquiera recordaban
que estuviera ahí.
Del aminoró la marcha y Laurel comprendió que la carrera había finalizado.
Empezaba entonces una danza sexual, intensa y primitiva.
Terminarían juntos la sesión.
—Veamos cómo aguantas el tramo final —exigió Del.
—¿Quieres que te haga una demostración?
—Sí, eso quiero.
—A ver si me coges. —Laurel sacó fuerzas de flaqueza para seguir la
marcha, hasta que sintió, asombrada, la excitación del placer más oscuro.
Cuando Del volvió a atraparla, se le escapó un gemido.
Laurel cerró los ojos y se dejó llevar, embargada por una necesidad
imperiosa y tórrida que casi resultaba dolorosa. Alcanzaron la meta juntos.
Con la respiración agitada, abrió los ojos y se quedó mirándolo. La quemazón
de su garganta no la calmaría el agua. Al bajar de la bicicleta elíptica le fallaron
las piernas.
—Creo que paso del y oga.
—Bien hecho —afirmó Del tirándole del sujetador de deporte y atray éndola
hacia sí.
Laurel recibió su boca enfebrecida, que le anuló los sentidos hasta llevarla al
delirio. Necesidad, hambre… el deseo de Del era tan hondo y desesperado como
el de ella, y eso solo y a era excitante. Una nueva oleada salvaje de calor le
recorrió el cuerpo hasta hacerle plantearse cómo era posible resistir.
—Démonos prisa. Deprisa. —Laurel se separó de él intentando recuperar la
respiración. Durante un momento muy intenso se quedaron mirando—. ¡A ver si
me coges! —exclamó ella, y salió corriendo hacia la puerta. De camino hacia su
dormitorio, se le escapó una carcajada enloquecida.
Del la atrapó justo delante de la puerta, y los dos la franquearon en volandas.
Sin dejar de reír, Laurel se volvió, lo empujó contra la hoja y lo besó en la
boca. Le arrancó la camiseta, la lanzó por los aires y le acarició el pecho.
—Estás sudado, resbalas y … —le lamió la piel—… sabes a sal. Me vuelves
loca. Deprisa —exigió la joven haciendo ademán de quitarse los pantalones
cortos.
—No tan deprisa. —Del invirtió las posiciones y empujó a Laurel contra la
puerta. Le quitó el sujetador, lo lanzó por encima de sus hombros y puso las dos
manos en sus pechos.
Laurel inclinó la cabeza al notar que le acariciaba los pezones.
—No puedo…
—Sí puedes. La carrera no ha terminado. No sabes lo que estás haciendo
conmigo. No sé qué estás haciendo, pero quiero más. Te quiero a ti, quiero que
me lo des todo.
Laurel le tomó el rostro y lo atrajo hacia su boca.
—Toma lo que quieras, tómalo. Pero no dejes de tocarme, no pares.
Del no podía parar. ¿Cómo iba a apartar las manos y la boca de ese cuerpo
terso y prieto, de esa piel suave y caliente? Laurel se estrechó contra él
murmurando, apremiándolo a que hiciera con ella lo que quisiese, que tomara lo
que necesitase.
Ninguna otra mujer lo había excitado hasta hacerle sentir el latido de la
sangre golpeteando bajo la piel. Deseo era una palabra demasiado simple y
serena para describir lo que Laurel desencadenaba en él. Pasión, un recurso
fácil.
Levantándole los brazos la sostuvo contra la puerta mientras se comía a besos
su boca y su cuello; luego recorrió su cuerpo, disfrutándolo. Estaba hambriento
de ella.
Los pantalones de ciclista le sentaban como una segunda piel y moldeaban
sus caderas y muslos. Fue bajando por su cuerpo y se los quitó, y luego sus
manos se acoplaron a ella, hasta que sus labios y su lengua se identificaron con el
calor húmedo de Laurel.
El orgasmo la sacudió alterando sus sentidos y nublando su visión. Se le
combaron las piernas, pero él la sostuvo con firmeza.
Del hizo con ella lo que quiso, tomó lo que necesitaba.
Laurel apenas conseguía respirar, sumergida en un torrente de placer. Le
costaba mantener el equilibrio en la densa y sofocante oscuridad. Sólo podía
sentir la sacudida loca que la había dejado temblorosa a la espera del siguiente
asalto.
Del volvió a levantarle los brazos y la asió por las muñecas. Con la mirada
fija en sus ojos, la penetró.
Ella se corrió por segunda vez, y una lágrima de asombro la delató. Laurel se
estremecía y él empujaba, y entre estremecimientos y sacudidas el placer fue
creciendo hasta que les resultó imposible contenerse.
Laurel se escurrió de las manos de Del y se agarró a sus hombros al notar
que le fallaban las fuerzas. Vio que él aceleraba el ritmo sin dejar de observarla,
acompasándose a ella… hasta que llegaron juntos a la meta.
Al terminar se dejaron caer al suelo, demasiado débiles para moverse.
Cuando lograron recuperar el aliento, Laurel suspiró.
—Nos haremos ricos.
—¿Eh?
—Olvídalo. Tú y a eres rico. Yo me haré rica, y tú serás más rico aún.
—Vale.
—Lo digo en serio. Acabamos de descubrir la motivación infalible para hacer
ejercicio: la llamada sexual de la selva. Seremos tan ricos como Bill Gates.
Escribiremos un libro. Editaremos varios DVD y rodaremos anuncios. Nuestro
país y el mundo entero se sentirán motivados y satisfechos sexualmente. Y
tendrán que darnos las gracias a nosotros.
—¿En los DVD y los anuncios incluiremos demostraciones de la llamada
sexual de la selva?
—Sólo en las versiones para adultos. Jugaremos con la niebla, la iluminación
y los ángulos de la cámara para darles un toque elegante.
—Cariño, la llamada sexual de la selva no tiene que ser elegante.
—Lo será a efectos de producción. Aquí no entra el porno. Piensa en los
millones que ganaremos, Delaney. —Laurel rodó hasta quedar boca abajo y lo
miró a los ojos—. Piensa en los millones de cuerpos que habrá que poner en
forma, en la gente que leerá nuestro libro, verá los DVD o los anuncios y
pensará: « ¡Jo! ¿Eso me va a pasar a mí si hago ejercicio?» . Hemos de constituir
el Club de Salud Motivacional McBane-Brown y captar socios. Abriremos
franquicias. Pagarán, Del. Oh, sí, pagarán mucho por eso.
—¿Por qué en el Club de Salud Motivacional tu nombre va primero?
—Porque ha sido idea mía.
—Es verdad, pero si y o no te hubiera hecho tambalear hasta perder el mundo
de vista, esa idea no se te habría ocurrido.
—Tú también has perdido el mundo de vista gracias a mí.
—Eso es verdad. Ven aquí. —Del tiró de ella hasta situarla sobre su pecho—.
Me parece bien que tu nombre vay a primero.
—De acuerdo entonces. Tendremos que editar los DVD por niveles. Como
Yoga para principiantes y todo eso. Los niveles serán inicial, medio y avanzado.
No queremos lesiones.
—Me encargaré del papeleo.
—Bien. Vay a, vay a… ocho kilómetros y la llamada sexual de la selva.
Tendría que estar agotada, pero siento que podría volver a empezar y … ¡Ay,
mierda!
—¿Qué?
—¡La hora! Ocho kilómetros más la llamada sexual de la selva ocupan más
tiempo que cinco kilómetros más y oga. Tengo que ducharme.
—Yo también.
Laurel le pellizcó en el hombro.
—Te dejo, a condición de que sólo te des una ducha. Voy retrasada.
—Laurel, los hombres tenemos un límite, y creo que esta mañana he llegado
al mío.
Ella se levantó y se echó hacia atrás el pelo.
—Debilucho —dijo, y salió disparada hacia la ducha.
Tras haber horneado los pasteles de la mañana Laurel y a había recuperado el
tiempo perdido. Eligió el DVD de La cena de los acusados, y mientras el diálogo
entre Nick y Nora zumbaba en el televisor, dispuso en un hermoso plato unos
pastelitos para la visita de las diez.
Un aroma delicioso a azúcar y café cargado enriquecía el ambiente. La nota
de alegría la aportaban las margaritas de Emma.
Parker entró en el momento en que Laurel se estaba desatando el delantal.
—Ah, y a has terminado. Venía a ay udarte con el montaje.
—¿Cuando sólo faltan cinco minutos? No es tu estilo, Parker.
—Los clientes han llamado para cambiar la hora. Vendrán a las diez y media.
Laurel cerró los ojos.
—Me he matado para terminar a tiempo. Podrías habérmelo dicho.
—Acaban de llamar… Bueno, hace veinte minutos. De todos modos, así no
hay que correr.
—No se lo has dicho a las demás.
—Me encanta tu blusa —dijo Parker en tono alegre—. ¡Qué pena que vay as
tan tapada con la chaqueta del traje!
—Ésas cosas sólo funcionan con los clientes distraídos. —Laurel se encogió
de hombros y tomó la chaqueta que había colgado antes de ponerse a hornear—.
Pero es cierto: la blusa es fantástica.
—¡No hemos llegado tarde! —exclamaron al unísono Emma y Mac.
—No, pero la clienta sí —les contó Laurel—. Nuestra manipuladora amiga se
lo tenía muy callado.
—Sólo durante veinte minutos.
—Buf… No sé si enfadarme o sentir alivio. Necesito un estimulante. —Mac
abrió la nevera y cogió una Pepsi sin azúcar. La destapó, bebió un trago y
observó a Laurel—. Te veo distendida y relajada.
—Estoy muy bien. ¿Por qué?
—Oh, apuesto a que estás muchísimo mejor que bien. Estar bien sería
colgarse de una farola cantando bajo la lluvia a grito pelado después de haber
hecho ejercicio, y permite que ponga unas comillas a la palabra « ejercicio» . —
Mac dejó la botella en la encimera y dibujó unas comillas en el aire.
—Oy e, ¿has metido una cámara oculta en mi habitación?
—¿Por quién me tomas? Si no hay cámaras es porque no se me había
ocurrido antes. Por otro lado, tampoco la habría necesitado. Os estabais tirando
los tejos con tanta pasión que he tenido que irme antes de que me cay era alguno
encima, no fuera a ser que me abalanzara sobre los dos y acabáramos montando
un trío.
—¿De verdad? —preguntó Parker marcando las tres sílabas.
—Lo del trío, no… Laurel no es mi tipo. Me gustas más tú, chica sexy —
insinuó Mac, guiñándole el ojo con malicia a Parker.
—Creía que tu tipo era y o —protestó Emma.
—Soy un pendón. En fin, los dos se han montado en la bici elíptica y el
ambiente se ha ido cargando. De repente, van y se ponen a hablar de sexo en
código gimnástico.
—No es verdad.
—Sí, porque lo he desencriptado —puntualizó Mac levantando un dedo—.
« Te estoy atrapando, no te quedan fuerzas, resistiré hasta el final…» . Me
enciendo sólo de pensarlo.
—Es verdad que eres un pendón —decidió Laurel.
—Un pendón con novio, no lo olvides. De todos modos, tendría que daros las
gracias, porque he descargado mi inesperada frustración sexual en Carter
después de nadar unos cuantos largos. Él también os lo agradece.
—A mandar.
—Todo esto es muy interesante, en serio, pero… —Parker dio unos golpecitos
a su reloj—. Tenemos que preparar el salón.
—Espera. —Emma levantó la mano como un guardia de tráfico—. Una
pregunta antes de ponerme a descargar las flores de la camioneta. ¿De verdad os
queda energía para practicar el sexo después de hacer ejercicio?
—Lee el libro y mira los anuncios.
—¿Qué libro? —preguntó Emma mientras Laurel salía de la cocina con la
bandeja de pastelitos—. ¿De qué anuncios hablas?
—Ve a buscar las flores —ordenó Parker, y se llevó el carrito con el juego de
café.
—Maldita sea… No expliquéis nada sustancioso hasta que regrese. Ven y
ay údame a descargar las flores.
—Pero si quiero…
Emma lanzó un exabrupto y le mostró un dedo a Mac.
—Vale, vale…
Una vez en el salón, Laurel y Parker empezaron a montar el refrigerio.
—¿Ahora es luego?
—¿Luego? —preguntó Laurel.
—Me refiero al « luego» que me has dicho antes, en el gimnasio.
—Sí, ahora es luego. —Laurel se puso a doblar servilletas dándoles forma de
abanico—. ¿Cuántos clientes esperamos?
—Vendrán la novia, la MDNA, el PDNA, el novio, la madrastra del novio…
Cinco en total.
—Muy bien. El PDNO era viudo. ¿No va a venir?
—Está de viaje. No tienes por qué contarme nada. Da igual. Bueno, claro que
no da igual, pero te lo digo porque eres amiga mía y no quiero que te sientas
incómoda.
—Estás hecha un buen elemento. —Laurel se echó a reír—. No es que no
quiera contártelo, es que me siento idiota. Sobre todo ahora, después de haber
practicado la llamada sexual de la selva.
—¿La llamada sexual de la selva? —preguntó Emma al entrar con una caja
de la que sobresalía una profusión de lirios orientales—. ¿Qué clase de ejercicio
es ése? ¿Cuánto dura? Concreta, y tú, Parker, toma apuntes.
—Primero son ocho kilómetros en la bici elíptica.
—Uf… Olvídalo. —Emma suspiró y empezó a desembalar los jarrones y a
distribuirlos por el salón—. Después de ocho kilómetros subida a un aparato me
moriría, Jack practicaría la llamada sexual de la selva con otra persona y a mí
me daría un ataque de rabia. Tiene que existir una manera más fácil.
—Me pregunto… —intervino Parker—. ¿Es posible…? ¿Podría decirse que
todas estamos un poco obsesionadas con el sexo últimamente?
—Es culpa de Laurel —terció Mac mientras ay udaba a Emma con las flores
—. Lo entenderías si hubieras estado en el gimnasio mientras volaban los tejos
por todas partes.
—Ahora no estamos hablando de sexo —dijo Laurel.
—¿Cuándo habéis cambiado de tema? —preguntó Emma.
—Antes de que entraras. Estamos hablando de otro asunto.
—Mejor, porque no voy a hacer ocho kilómetros subida a una máquina. ¿De
qué hablabais?
—De la cena de anoche, o mejor dicho, de unos momentos antes. Llegué
tarde por culpa tuy a —dijo Laurel señalando a Mac.
—Oy e, no pude hacer nada para evitarlo. La sesión en el estudio duró más de
lo previsto, y no encontraba los zapatos que necesitaba. Además, tampoco
llegaste tan tarde. Quizá unos diez o quince minutos.
—Suficiente para que Deborah Manning se sentara a nuestra mesa y tomara
una copa de vino con Del.
—Creía que estaba en España.
—Hay cosas que se te escapan —dijo Laurel sonriendo con ironía hacia
Parker—. Te aseguro que ha regresado, porque la vi tomando un vino con Del.
—A mi hermano no le interesa Deborah.
—Antes sí.
—Eso fue hace años, y sólo salieron un par de veces.
—Ya lo sé. —Laurel levantó ambas manos para interrumpir a Parker—. Lo
sé, por eso me siento como una idiota. No estaba celosa… No soy celosa. Al
menos, no lo estuve de ella. En caso contrario, me habría sentido más idiota aún,
porque lo cierto fue que Del no mostró ningún interés por esa mujer. Y ella por
él, creo que tampoco.
—¿Cuál es el problema entonces? —preguntó Emma.
—Es que… cuando entré en el restaurante y los vi con una copa de vino y
riéndose como la pareja perfecta…
—No digas eso —la atajó Parker sacudiendo la cabeza.
—Tú no los viste. Los dos tan guapos, elegantes, perfectos…
—Admito que son guapos y elegantes, pero no son la pareja perfecta. Viste a
una pareja atractiva porque los dos son atractivos, pero eso no equivale a ser la
pareja perfecta.
—Un pensamiento profundo. Muy profundo, en serio —dijo Mac—. Sé muy
bien a qué te refieres. A veces fotografío a parejas y pienso: « ¡Qué buena toma,
qué bien han salido los dos…!» , pero sé que no son la pareja perfecta, y eso no
se puede cambiar, no puedo arreglarlo, ni manipularlo, porque es así, y y a está.
—Exactamente.
—De acuerdo. Diré entonces que eran guapos y elegantes. Me quedo con esa
imagen. Durante un minuto me sentí muy cortada, como si la situación no fuera
conmigo. Sé que es una idiotez… —Laurel se echó hacia atrás el cabello—. Los
contemplé a través de un muro de cristal: en uno de los lados estaba y o; en el
otro, ellos.
—Lo que dices es insultante para los tres —la interrumpió Emma dejando sus
flores y dándole un golpecito en el hombro—. No os lo merecéis ninguno de los
tres. Deborah es muy simpática.
—¿Quién es Deborah?
—No la conoces —le contestó Emma a Mac—, pero es una mujer muy
agradable.
—Yo no he dicho que no lo fuera. La conozco poco. Sólo digo que no creo que
hay a servido mesas o sudado la gota gorda en la cocina de un restaurante.
—Eso es ser esnob, pero al revés.
Laurel se encogió de hombros al oír el comentario de Parker.
—Puede que sí. Ya te he dicho que me sentí como una imbécil, y lo superé,
de verdad. Sé que es problema mío, y me da rabia, pero eso fue lo que sentí en
aquel momento; y volví a sentirlo cuando ella se dio cuenta de que Del iba a
cenar conmigo porque salíamos juntos. Parpadeó asombrada sin poder evitarlo.
Tardó muy poco en disimularlo, y estuvo muy correcta —comentó a Emma—.
Ella no tuvo la culpa de mi reacción, y eso fue peor. Me tomó desprevenida. A
veces me pasa. Luego la cena fue una delicia, una maravilla. Es decir, que una
parte de mí se lo estaba pasando de fábula, y otra, la oculta, se sentía
rematadamente imbécil por haber reaccionado de esa manera. Odio parecer
tonta.
—Eso es bueno —asintió Parker—, porque cuando se odia una cosa en
concreto, uno la abandona.
—En ello estoy.
—Entonces… Ah, esos deben de ser los clientes —dijo Parker al oír el timbre
—. Mierda, se me había ido el santo al cielo. Emma, deshazte de estas cajas.
Laurel, llevas puestos los zuecos de cocinar.
—Maldita sea. Ahora mismo vuelvo. —Laurel salió corriendo del salón y
Emma la siguió con las cajas vacías.
—No has abierto la boca —dijo Parker arreglándose el traje chaqueta.
—Porque conozco ese muro de cristal —dijo Mac—, y sé lo que se siente
cuando estás detrás. Necesitas tiempo y esfuerzo para echarlo abajo, pero Laurel
lo conseguirá.
—No quiero que exista ningún muro entre nosotras.
—Entre nosotras, no, Parker. Entre las cuatro no hay muros. Con Del es
diferente, pero sé que ella romperá ese cristal.
—Muy bien. Si ves que vuelve a sentirse así, dímelo.
—Te lo prometo.
—Bien —asintió Parker—. Empieza la función. —Y fue corriendo a abrir la
puerta.
15
Durante esa misma semana Laurel tuvo el placer de reunirse con la hermana de
Carter y su novio. Sherry Maguire chispeaba como el champán que Laurel
mantenía en frío, y se mostraba igual de deliciosa.
Desde la primera reunión (el día que Carter sustituy ó a Nick y se puso en
contacto con Mac), la palabra clave de la boda que estaban programando para el
otoño había sido « diversión» .
Laurel quería asegurarse de que esa misma alegría se plasmara también en
el pastel.
—Estoy nerviosísima —dijo Sherry revolviéndose en su butaca—. Todo está
saliendo tan bien… No sé qué habría hecho sin Parker; sin todas vosotras, quiero
decir. Probablemente volver loco a Nick.
—¿Más aún? —exclamó el novio sonriéndole.
Sherry rio y le dio un toque cariñoso.
—Sólo hablo de la boda unas cien veces al día. Ah, mamá y a tiene el vestido.
¡Es precioso! Critiqué todos los vestidos sosos que se probó intentando encajar en
el papel de madre de la novia hasta que al final se rindió. —Sherry soltó una de
sus carcajadas contagiosas—. Es rojo. Lo digo en serio, rojo chillón, con unos
tirantes que brillan y una falda con vuelo que quedará fenomenal en la pista de
baile, porque, no sé si lo sabíais, queridas, pero mamá es un hacha bailando.
Mañana acompañaré a la madre de Nick a buscar el suy o, y no dejaré que elija
el típico modelo de matrona que quiere pasar inadvertida. Me muero de ganas de
convencerla.
Laurel sacudió la cabeza, encantada de lo que acababa de oír.
—Y pensar que hay novias a las que les preocupa que les hagan sombra…
Sherry despachó la idea con la mano.
—Los invitados de nuestra boda estarán espectaculares. Ya me aseguraré y o
de dejarlos a todos con la boca abierta.
—De eso no me cabe la menor duda.
Sherry se volvió hacia Nick.
—¿A alguien le extraña que esté loca por él?
—A nadie —contestó Laurel—. ¿Os apetece una copa de champán?
—No puedo, pero gracias —dijo Nick—. Ésta noche trabajo.
—En urgencias no toleran que los médicos vay an a trabajar entonados de
champán —dijo Sherry con una risita traviesa—, pero y o no trabajo esta noche,
ni conduzco, porque Nick me dejará en casa de camino al hospital.
Laurel le sirvió una copa.
—¿Un café? —le preguntó a Nick.
—Perfecto.
Le sirvió una taza y se sentó.
—Quiero deciros que las cuatro lo hemos pasado muy bien trabajando en
esta boda. Nos hace la misma ilusión que a vosotros que llegue el mes de
septiembre.
—Entonces debéis de estar ilusionadísimas, y no acaba todo ahí, porque en
diciembre celebraremos la siguiente boda de los Maguire. —Sherry se revolvió
de alegría en su silla—. ¡Carter se casa! Mac y él son… Para mí son la pareja
perfecta, ¿verdad?
—Conozco a Mac de toda la vida y puedo decir sin miedo a equivocarme que
nunca la había visto tan feliz. Sólo por eso y a quiero a Carter, pero es que además
tu hermano se hace querer.
—Es el mejor. —A Sherry se le humedecieron los ojos y parpadeó varias
veces—. Vay a, con un sorbo de champán y a me pongo sentimental.
—Hablemos del pastel entonces —propuso Laurel colocándose un mechón de
pelo tras la oreja y sirviéndose una taza de té—. He preparado varias muestras
para que las degustéis: pastel, relleno y glaseado. Si consideramos la lista de
invitados, os recomendaría que eligierais un pastel de cinco pisos, de tamaños
escalonados. Podemos combinar los pasteles y los rellenos de cada piso o bien
optar por algo uniforme. Como queráis.
—Éstas cosas se me dan fatal, porque nunca me hago a la idea —explicó
Sherry —. Te advierto que para cuando nos hay amos decidido, no te hará tanta
ilusión la boda.
—No lo creo. ¿Queréis que os muestre el diseño que se me ha ocurrido? Si no
os gusta, iremos probando hasta dar con el que se adapte más a vosotros.
Laurel no diseñaba pasteles a medida para todos los clientes, pero Sherry era
como de la familia. Abrió el cuaderno de dibujo y se lo ofreció.
—Oh, cielos… —Sherry se quedó mirando fijamente el diseño y parpadeó
—. Las capas… quiero decir los pisos… no son redondos. Son… ¿Qué forma
tienen?
—Son hexágonos —aclaró Nick—. Muy moderno.
—¡Parecen cajas de sombrero! Unas cajas sofisticadas rebosantes de flores
de varios colores, a juego con los vestidos de las damas. No es blanco y formal.
Pensé que harías un pastel blanco y formal, y precioso también, pero que no…
—¿… sería divertido? —atajó Laurel.
—¡Sí! Éste es divertido y además bonito. Es especial, divertido y hermoso a
la vez. ¿Lo has diseñado especialmente para nosotros?
—Sí, pero quiero que lo elijáis sólo si os gusta.
—Me encanta. A ti también te gusta, ¿verdad? —le dijo Sherry a Nick.
—Creo que es fantástico, y quiero decir que esto está resultando mucho más
fácil de lo que pensaba.
—El glaseado es de fondant. Al principio pensé que le daría un toque
demasiado clásico, pero cuando se me ocurrió pigmentar cada piso con los
colores que eligieran tus damas, quedó muy diferente, y comprendí que se
ajustaba a vuestro estilo.
Sherry sonrió de oreja a oreja al ver el dibujo y Laurel se reclinó en su
butaca y cruzó las piernas.
Nick tenía razón. Aquello estaba resultando mucho más fácil de lo que
pensaba.
—Las flores añaden más colorido al pastel, y le dan un aire atrevido y alegre
que huy e de los convencionalismos. Emma y y o trabajaremos juntas para que
las flores encajen con la composición que hará para ti, y pondremos más en la
mesa del pastel. Los adornos hechos con manga pastelera son de color dorado,
pero puedo cambiar la tonalidad si lo preferís. Me ha gustado cómo contrasta con
los demás colores, por eso he creído conveniente vestir la mesa con un mantel
dorado que haga resaltar el pastel. Ahora bien…
—¡Calla! —exclamó Sherry levantando una mano—. No quiero ver más
opciones. Ésta me encanta. Me gusta todo… El pastel está pensado para nosotros.
Lo has clavado. ¡Es impresionante! —Sherry brindó entrechocando la taza de
café de Nick.
—Bien, ahora os pido que apartéis los ojos de mí, por favor, porque voy a
comportarme como jamás debe hacer una profesional. —Laurel sonrió y lanzó
los puños al aire—. ¡Sí!
Sherry estalló en una carcajada.
—Uau… ¡Cómo te implicas en tu trabajo!
—Es cierto, pero he de confesar que quería que aprobarais este diseño, y no
sólo por vosotros, sino también por mí. Me hará mucha ilusión prepararlo. ¡Qué
bien…! —exclamó Laurel frotándose las manos—. De acuerdo, dicho esto
volvamos a ser profesionales.
—Me caes muy bien —dijo Sherry de repente—. Quiero decir que no te
conocía… tanto como a Emma o a Parker. A Mac he llegado a conocerla muy
bien porque sale con Carter, pero contigo… Cuantas más cosas sé de ti, mejor
me caes.
—Gracias —respondió Laurel sonriéndole—. El sentimiento es mutuo.
Probemos el pastel.
—Ahora viene mi parte favorita —dijo Nick tomando una muestra.
Les llevó mucho más tiempo decidirse por el interior que por el exterior del
pastel. Tras mucho deliberar y argumentar distintos puntos de vista, Laurel los
fue guiando un poco y al final terminaron escogiendo una selección tan deliciosa
como encantadora era su forma.
—¿Cómo los distinguiremos? —preguntó Sherry cuando y a se iban—. Me
refiero a cómo sabremos cuál es el pastel de manzana con el relleno de
caramelo, el especiado de moca con albaricoque o…
—Me ocuparé de eso, y los camareros pasarán por las mesas ofreciendo
todas las variedades. Si vas a cambiar de idea, me lo comentas.
—No sabes lo que dices… —le advirtió Nick, y Sherry se echó a reír otra vez.
—Tiene razón. Me da rabia, pero tiene razón. No toquemos ni una coma.
Espera a que mamá y papá prueben las muestras. —Sacudió la caja que Laurel
le había dado—. Gracias, por todo, Laurel. —Y le dio un gran abrazo—.
Tendríamos que ir corriendo a saludar a Carter y a Mac.
—Creo que no están en casa —dijo Laurel consultando el reloj—. Mac tenía
una sesión al aire libre y ha acompañado a Carter al Coffee Talk. Se ve que él ha
quedado con ese amigo suy o… Bob.
—Ah, bueno, lo dejaremos para la próxima vez.
Laurel fue a despedirlos y decidió que acababa de tener la reunión más
gratificante que recordaba. Ella disfrutaría creando ese pastel, y ellos estaban
encantados no sólo con su propuesta, sino también por el hecho de estar juntos,
pensó la joven al ver el beso que se dieron al acercarse al coche.
Estaban en sintonía, pensó, aunque el ritmo de Sherry era más impulsivo y
rápido y el de Nick más pausado y reflexivo. Se complementaban, se entendían,
y lo mejor de todo era que disfrutaban de su mutua compañía.
El amor era algo maravilloso, pero estar en sintonía… implicaba, recorrer un
camino largo y difícil.
Se preguntó si Del y ella estaban en sintonía. Quizá cuando uno se encontraba
en el fregado no era capaz de descubrirlo, al menos con seguridad. Pensó que se
tenían el uno al otro, y que estaba claro que disfrutaban estando juntos. Ahora
bien, ¿encontrarían, serían capaces de encontrar, la manera de acompasar sus
ritmos?
—Se me han escapado —dijo Parker saliendo fuera en el momento en que el
coche de Nick giraba para incorporarse a la carretera—. Maldita sea. Me han
entretenido por teléfono y …
—¡Menuda novedad! ¡No puedo creerlo!
—Bah, cállate. La novia de este viernes por la noche acaba de descubrir que
no tiene un virus estomacal ni está atacada de los nervios.
—Está embarazada.
—Sí, claro. Y está un poco asustada, un poco ilusionada y un poco
sorprendida. Querían tener hijos al cabo de un año, pero parece que las cosas se
han precipitado.
—¿Cómo se lo ha tomado él? —preguntó Laurel a sabiendas de que la novia
y a se lo habría contado.
—Se quedó estupefacto, sin saber qué decir, pero ahora está contentísimo. La
mima cuando le dan los mareos por la mañana.
—Dice mucho en su favor que le ay ude incluso cuando está vomitando.
—Merece una medalla de oro. Ella se lo ha dicho a sus padres, y él a los
suy os. No lo sabe nadie más. Quería que la aconsejara sobre si debería decírselo
a la dama de honor y a las otras damas… en fin, a todos. La conversación ha sido
larga, pero esperaba poder llegar a tiempo para despedirme de Sherry y Nick.
¿Qué tal ha ido?
—Mejor, imposible. Ha sido uno de esos momentos de satisfacción absoluta
en que piensas que esta profesión es la única que tiene sentido y no entiendes
cómo es posible que los demás no se hay an dado cuenta. De hecho, deberíamos
entrar en casa, servirnos una copa de la botella de champán que he abierto para
Sherry y brindar por lo buenas que somos.
—Ojalá pudiera. Guárdame esa copa. Tengo una reunión en Greenwich.
Volveré dentro de un par de horas.
—Muy bien. Por hoy he terminado. Puede que antes vay a a nadar y me
tome esa copa luego.
—Si estás intentando darme envidia, lo has conseguido.
—Otro éxito que me apunto en el día de hoy.
—Eres mala.
Con expresión divertida, Laurel contempló a Parker, que se dirigía a su coche
con su precioso traje veraniego color crema de mantequilla y sus tacones rosa
chicle.
Se le ocurrió que a lo mejor Emma habría acabado la jornada y podrían ir a
nadar juntas y relajarse luego con una copa de champán antes de que Jack
regresara. Estaba de tan buen humor que no quería pasar la tarde sola.
Se miró los tacones que se había puesto para la reunión y decidió que no era
buena idea ir caminando de esa guisa hasta la casa de invitados. Sería mejor
regresar a casa y telefonearla desde allí, aunque si Emma todavía no había
terminado, le costaría más convencerla que si iba en persona. Decidió cambiarse
los zapatos e ir a buscarla para proponerle pasar el rato en la piscina y tomar una
copa de champán.
Entró en la cocina, se puso los zuecos de trabajar y salió por la parte trasera.
Laurel decidió que un baño en la piscina era lo más indicado en ese cálido
atardecer. Oy ó el zumbido de las abejas que se atareaban en el jardín, percibió el
aroma de la hierba segada por la mañana, de las flores amodorradas por el calor.
El paisaje se desperezaba, interminable.
Al día siguiente a esa misma hora estarían ensay ando la celebración del
viernes por la noche, y tardarían varios días en tener un momento libre.
Por eso había decidido saborear la ocasión, disfrutar de los azules y verdes
del verano, los aromas, los sonidos y la sensación de que el tiempo era
inamovible. Pensó que sería buena idea llamar a Del y preguntarle si le apetecía
acercarse a la mansión. Podrían cenar todos al aire libre, encender la barbacoa y
pasar una noche de verano en compañía.
Más tarde podrían hacer el amor con las puertas de la terraza abiertas de par
en par al aire sofocante. Incluso le quedaría tiempo para preparar una tarta de
fresas.
Mientras maduraba el plan llegó al estudio de Mac… y vio un deportivo
pequeño y agresivo aparcado delante. Un instante después se fijó en que una
rubia provocativa iba a abrir la puerta que Mac nunca se tomaba la molestia de
cerrar con llave.
—¡Linda! —gritó Laurel en un tono seco. Se alegró al ver que la otra se
sobresaltaba.
Linda, con un vestido muy ligero de tirantes y unas vertiginosas sandalias de
tiras, giró en redondo.
La fugaz expresión de culpabilidad que asomó a sus ojos satisfizo los bajos
instintos de Laurel.
—Laurel, me has dado un susto de muerte —exclamó Linda sacudiendo su
dorada melena al viento, que volvió a posarse impecable en torno a su hermoso
rostro.
Era una pena que su belleza interior no estuviera a la altura de su belleza
exterior, pensó Laurel acercándose a ella.
—He venido desde Nueva York para visitar a unos amigos y he decidido
pasar a saludar a Mac. Hace muchísimo tiempo que no la veo.
Linda lucía un bronceado delicado y luminoso, probablemente adquirido en
alguna play a italiana o en el nuevo y ate de su esposo. Su maquillaje era perfecto,
y Laurel dedujo que se había tomado la molestia de parar a retocarse antes de
« pasar a saludar» .
—Mac no está en casa.
—Ah, bueno, saludaré a Carter entonces —dijo la mujer moviendo una mano
para que el sol destellara en los impresionantes diamantes de sus anillos de boda
y compromiso—. Le preguntaré a mi futuro y erno qué tal le va.
—Está con Mac. No te queda nadie a quien saludar, Linda. Tendrías que
volver a Nueva York.
—Me sobran unos minutos. Fíjate qué imagen tan… profesional —dijo Linda
repasando de arriba abajo el traje de Laurel—. Qué zapatos tan interesantes…
—Parker te dejó muy claro que no eres bienvenida.
—Fue en un momento de rabia —atajó Linda encogiéndose de hombros,
aunque una sombra de mal genio endureció su mirada—. Aquí vive mi hija.
—Es verdad, y la última vez que pisaste esta casa te dijo que te marcharas.
Por lo que sé, no ha cambiado de idea, y Parker sigue pensando igual.
Linda resopló.
—Esperaré dentro.
—Intenta abrir esa puerta, Linda, y te doy una patada en el culo. Te lo
aseguro.
—¿Quién te has creído que eres, mocosa? No eres nadie. ¿De verdad crees
que puedes plantarte aquí con un traje de rebajas y unos zapatos horribles y
amenazarme?
—Es lo que acabo de hacer.
—Si vives aquí es porque Parker se siente obligada a darte un techo. No tienes
ningún derecho a decirme que me quede o me vay a.
—Los derechos no van a servirte de nada cuando tengas que levantar el culo
del suelo. Regresa a Nueva York y vete con tu último marido. Le diré a Mac que
has venido. Si quiere verte, se pondrá en contacto contigo.
—Siempre has sido fría y repelente, incluso de pequeña.
—Vale.
—No me extraña, con esa madre tan engreída que tienes. Le encantaba fingir
que era mejor que los demás, incluso cuando tu padre intentó joder a Hacienda,
y a cualquier otra mujer que no fuera ella. —Linda sonrió—. Al menos a ese
hombre la sangre le corría por las venas.
—¿Crees que me molesta que mi padre y tú echarais un polvo en la
habitación de algún motel asqueroso? —En realidad sí le molestaba, pensó Laurel
sintiendo una punzada en el estómago. Le molestaba mucho.
—Fue en una suite del Palace —puntualizó Linda—; antes de que le
congelaran las cuentas corrientes, claro.
—Cuando una historia es sórdida lo es en cualquier parte. No me importa lo
que digas, Linda. No me ha importado nunca. Si nosotras tres te hemos tolerado
ha sido por Mac, y ahora y a no tenemos por qué hacerlo. Bien, ¿quieres que te
ay ude a subir al coche o prefieres hacerlo sin cojear?
—¿Crees que porque te has trabajado a Delaney Brown eso te convierte en
una de ellos? —Linda soltó una carcajada que sonó como un gorjeo en la brisa
estival—. Ah, cuántas cosas he oído decir… Muchísimas. A la gente le encanta
hablar.
—Supongo que debes de haberte cansado de tu última adquisición si pasas
tanto tiempo hablando de mi vida sexual.
—¿De tu vida? —Linda la miró con una expresión entre divertida y piadosa
para enfurecerla—. Tu vida no tiene ningún interés. La gente se fija en él porque
es un Brown, sobre todo cuando se dedica a jugar con el servicio. En el fondo te
admiro por el intento. Las que no tenemos nombre ni posición hemos de recurrir
a lo que sea para conseguir ambas cosas.
—¿No me digas? —dijo Laurel con frialdad.
—Pero ¿un hombre como Del? Oh, sí, se acostará contigo. Los hombres se
acuestan con cualquier mujer que les siga el juego. Eso deberías haberlo
aprendido de tu padre. Ahora bien, si crees que por eso va a casarse contigo,
desengáñate. Un Brown no se casará con alguien que no sea de su clase social,
cariño. Y a ti… te falta clase.
—Bueno, en esto último creo que nos parecemos, salvo en que… Bah. —Le
temblaban las rodillas y tuvo que presionarlas para mantenerse en pie—. Voy a
pedirte una vez más que te marches, y luego te obligaré y o misma. Estoy
deseando que no hagas caso de mi advertencia.
—No me interesa seguir en este lugar —soltó Linda con un aspaviento
mientras se encaminaba hacia su coche y se sentaba tras el volante—. Eres el
hazmerreír de todos. —Giró la llave y arrancó—. Y más van a reírse cuando ese
hombre corte contigo. —Aceleró y salió disparada con el pelo rubio volando al
viento.
A Laurel y a no le apetecía nadar ni tomar una copa de champán. Tampoco
tenía ganas de cenar al aire libre con sus amigos. Se quedó esperando para
cerciorarse de que Linda salía a la carretera y arrancaba a toda velocidad con su
llamativo coche.
Le dolía la cabeza, y tenía el estómago revuelto. Se echaría un rato a dormir.
Nada de lo que pudiera decir esa mujer tenía importancia.
Maldición.
Laurel advirtió que estaba a punto de echarse a llorar y se esforzó por
controlarse. Apenas había dado unos cuantos pasos hacia la casa principal cuando
Emma salió a su encuentro. Laurel entrecerró los ojos y respiró hondo para
disimular las lágrimas.
—¡Qué calor hace! Me encanta —exclamó Emma alzando los brazos—. El
verano y y o hacemos buenas migas. Pensaba que nunca llegaría el momento de
tomarme un descanso. ¿Qué pasa? —Cuando vio la cara de Laurel, se le borró la
sonrisa del rostro. Aceleró el paso y la tomó de la mano—. Dime qué te pasa.
—Nada. Sólo tengo dolor de cabeza. Iba a tomarme algo y a echarme hasta
que se me pasara.
—Ya… —Emma la observó con la mirada ensombrecida—. Conozco esa
expresión. No tienes dolor de cabeza. Estás triste.
—Estoy triste porque me duele la cabeza.
Emma le pasó el brazo por la cintura.
—Iremos a casa juntas, y te daré la lata hasta que me digas qué es lo que te
ha provocado este dolor de cabeza.
—Por Dios, Emma, todo el mundo tiene dolor de cabeza. Para eso han
inventado las pastillas. Vete con tus flores y déjame tranquila. Me pones de los
nervios.
—Como si eso fuera a funcionar conmigo… —Ignorando el gesto
malhumorado con el que su amiga quiso zafarse, Emma mantuvo la postura y
acompasó su paso al de ella—. ¿Te has peleado con Del?
—No, y mi humor, mis dolores, mis días y mis noches, mi vida entera no gira
exclusivamente alrededor de Delaney Brown.
—Ajá. Entonces ha sido por otra cosa, o por otra persona. Vale más que me
lo digas. Sabes que no te dejaré en paz hasta que me entere. No me obligues a
sacártelo a la fuerza.
Laurel estuvo a punto de echarse a reír, pero en lugar de eso suspiró. Cuando
Emma creía que una amiga suy a estaba triste, se le pegaba como una lapa.
—He tenido un encontronazo con Linda la Espeluznante, eso es todo.
Cualquiera tendría dolor de cabeza.
—¿Ha estado aquí? —preguntó Emma deteniéndose en seco y mirando hacia
el estudio de Mac—. Mac y Carter están fuera, ¿verdad?
—Sí. De todos modos, he comprendido que eso no iba a detenerla.
—A esa nada la detiene. De hecho, la muy fresca se ha presentado aquí
cuando Parker le había dicho, sin pelos en la lengua, que no viniera nunca más.
¿Parker la ha…?
—Ha ido a una reunión.
—Ah, entonces has tenido que enfrentarte a ella tú sola. Ojalá hubiera salido
de casa antes. Ésa mujer habría conocido la auténtica cólera de Emmaline.
Sí, porque cuando esa cólera despertaba, era para echarse a temblar, pensó
Laurel. Suerte que eso pasaba pocas veces.
—Me la he sacado de encima.
—Sí, pero está claro que te ha afectado. Ve a la terraza y siéntate a la
sombra. Iré a buscar una aspirina y un refresco. Luego me cuentas exactamente
qué ha pasado.
No le serviría de nada ponerse a discutir, y además el asunto cobraría más
importancia de la que tenía, o debería tener.
—Prefiero sentarme al sol.
—Bien, entonces ve. Mierda, ¿los obreros siguen trabajando?
—No, se han marchado hace rato.
—Mejor, así no habrá ruidos. Hay que reconocer que Mac y Carter llevaron
muy bien el tema de las obras. No supe valorarlo hasta que empezaron en mi
casa, y en el cuarto de los abrigos, tu futuro anexo. Ven, siéntate.
Laurel le obedeció y Emma entró corriendo en la casa. Al menos mientras
estuviera ocupada buscando una aspirina y algo para beber, Laurel tendría la
oportunidad de calmarse un poco. Se dijo que debía tener en cuenta la fuente de
todos sus males. Se recordó a sí misma que a Linda le encantaba hacer daño, y
que tenía una habilidad especial para atacar los puntos débiles de los demás.
No le sirvió de nada.
Laurel siguió sumida en sus pensamientos hasta que Emma apareció con una
bonita bandeja de té frío y galletas.
—He saqueado tus provisiones —dijo Emma—. La ocasión exige unas
galletas. —Le pasó el frasco de aspirinas—. Toma dos y trágatelas con el té.
—La reunión para asesorar a Sherry y a Nick ha sido fantástica.
—Ésa pareja es un encanto.
—Y es feliz. Me han puesto de muy buen humor. De hecho, iba a preguntarte
si querías nadar un rato y tomar una copita del champán que había sobrado de la
reunión cuando he visto a Linda a punto de entrar en casa de Mac.
—El buen humor se fue a paseo, y con él mi champán.
—Sí. Ha empleado su estilo habitual, una gran sonrisa y carita de inocencia.
Me ha contado que pasaba por allí porque había ido a ver a unos amigos. —
Laurel tomó una galleta, le dio un mordisco y siguió contando la historia.
—¿Le has dicho que le darías una patada en el culo? —la interrumpió Emma
entusiasmada—. ¡Oh! ¡Ojalá hubiera estado allí para verlo! En serio. ¿Qué te ha
contestado?
—Básicamente que aquí no tengo ni voz ni voto, porque vivo de la caridad de
Parker.
—Menuda idiotez.
—Quería pincharme sacando el tema de mis padres. Ha dicho que soy fría y
dura como mi madre, y que por esa razón mi padre la engañó acostándose con
ella… y con otras.
—Ay, cariño…
—Siempre imaginé que había tenido un escarceo con Linda, más que nada
porque cualquier marido del condado que quiera engañar a su mujer va a
buscarla, pero…
—Duele —murmuró Emma.
—No lo sé. No sé si duele. Creo que sobre todo me cabrea, y me decepciona
también, aunque pensándolo mejor, es absurdo.
—Pero se trata de Linda.
—Sí. —Quien tenía una amiga, tenía un tesoro. Sobre todo si conocía las cosas
tal como eran—. No le he hecho caso. No permitiría que me hiciera daño con
ese tema. Le he devuelto el golpe bajo y le he dicho que se marchara por su
propio pie si no quería que le obligara y o.
—Bien hecho.
—Entonces me ha soltado lo de Del.
—¿A qué te refieres?
—Me ha dicho que corren rumores sobre Del y sobre mí, que soy el
hazmerreír de todos y que él nunca irá en serio con una persona como y o porque
no soy de su clase… de la clase social de los Brown.
—Es una zorra —espetó Emma cerrando los puños—. Me gustaría darle un
puñetazo. Como me digas que te lo has tragado, el puñetazo te lo doy a ti.
—Estoy aterrada —dijo Laurel suspirando—. No es cuestión de que me lo
tragara, Emma. Conozco a esa clase de personas y su manera de pensar. Y si no
fuera esa su opinión, me habría dicho lo mismo, para darse el gusto de
machacarme. De todos modos… Lo que ocurre es que se trata de Delaney
Brown, y la gente habla, especula, incluso debe de haber quien se está riendo a
mi costa.
—¿Y qué?
—Ya lo sé. Es lo que me digo. —Laurel notó con infinita rabia que las
lágrimas se le agolpaban en los ojos y le bajaban rodando por las mejillas—. La
may oría de las veces no le doy importancia, pero hay momentos en que…
—¿Crees que Del sale contigo porque estás disponible?
—No. —Laurel se enjugó las lágrimas con impaciencia—. No, claro que no.
—¿Crees que a él sólo le interesa acostarse contigo?
—No.
—¿Crees que le ha pasado por la cabeza la idea de que tu nombre no es de
rancio abolengo como el suy o?
Laurel sacudió la cabeza.
—Emma, sé reconocer cuándo me comporto como una imbécil, pero saberlo
no me impide serlo. Ojalá no fuera tan vulnerable en este sentido. Te aseguro que
no habría permitido que Linda me clavara ese puñal, pero ahí soy vulnerable.
—Todas lo somos, de un modo u otro —precisó Emma tomando su mano—.
Sobre todo cuando amamos a alguien. Por eso necesitamos a las amigas.
—Me ha hecho llorar. Eso es ser débil. Habría subido a mi habitación para
deshacerme en llanto si no lo hubieras impedido tú. Cuando pienso que me
enfadaba con Mac por dejar que Linda manipulara sus emociones… —Laurel
soltó un bufido.
—Ésa mujer es veneno puro.
—Del peor. Bueno, al menos la he echado de la finca.
—La próxima vez me toca a mí. Parker, Mac y tú habéis tenido vuestra
oportunidad. Yo quiero la mía.
—Me parece justo. Gracias, Emma.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí, mucho mejor.
—Vamos a nadar.
—Vale —Laurel asintió con un gesto brusco—. Acabemos con la
autocompasión.
Más tarde y recuperada la serenidad, Laurel se instaló en su despacho.
Necesitaba dedicarse al papeleo, y como vio que le sobraba un rato, se puso
manos a la obra.
Se ocupó de los archivos, los pedidos y las facturas acompañada de la música
de Bon Jovi. Al terminar consultó las páginas web de sus proveedores. Quería
comprar filtros de manga pastelera, cajas para pasteles, estuches para pastelitos
y quizá papel sulfurizado, unas bolsas de polipropileno y varias blondas. Tras
ocuparse de lo indispensable, hizo una búsqueda de utensilios y artículos que no
necesitaba pero resultaban entretenidos.
Laurel sabía que Glaseados de Votos podía darse algún que otro capricho. Ya
encontraría alguna utilidad a unas pinzas crimper, unos moldes de chocolate y …
un cortador de guitarra doble que era una preciosidad.
No obstante, la faceta más práctica de su personalidad le obligó a retreparse
en la silla y considerar el precio. Cuando acabaran las obras de su almacén le
quedaría espacio suficiente para guardar ese cortador tan grande. Le sacaría
provecho, seguro. Podría cortar doble cantidad de pastelitos, bombones y
ganaches. Además el aparato llevaba incorporados cuatro cortadores.
Ya colgaría en eBay el que había comprado de segunda mano.
¡Qué diablos! Se lo merecía. Sin embargo, y mientras elegía la opción
« Añada al carrito» , no pudo evitar sobresaltarse al oír que alguien la llamaba
por su nombre. Se volvió con aire de culpabilidad. Era Mac.
—¡Por Dios! No me espíes cuando estoy gastando un dinero que no debería
gastar.
—¿En qué? Ah… —Mac se encogió de hombros cuando vio que estaba
conectada a una página web de productos de repostería—. ¿Quién no necesita
utensilios? Escucha, Laurel…
—Emma te lo ha contado —dijo Laurel soltando un bufido—. Espero que no
hay as venido a disculpar a Linda.
—Tengo derecho a lamentar lo que ha pasado —protestó Mac metiéndose las
manos en los bolsillos—. Mi primera reacción ha sido llamarla para echarle la
bronca, pero he comprendido que con eso la convertiría en el foco de atención,
que es lo que más le gusta, aparte del dinero. Por eso he decidido ignorarla. No se
saldrá con la suy a. Sé que va a enfadarse, y mucho.
—Bien.
—A ella la ignoraré, pero a ti te diré que siento mucho lo que ha pasado…
Deja que te lo diga.
—Muy bien, siéntelo. —Laurel consultó el reloj con un gesto deliberado y
contó hasta diez—. Ya. Se acabaron las lamentaciones.
—Trato hecho. ¿Sabes qué me gustaría? No tener que invitarla a la boda. Pero
estoy obligada a hacerlo.
—Nos las arreglaremos.
—Ya lo sé. A lo mejor se produce un milagro y se comporta como es debido.
—Mac rio al ver que Laurel alzaba los ojos al techo—. Lo sé, pero como novia,
me permito fantasear.
—Ésa mujer no te entenderá nunca, y a nosotras, tampoco. Ella se lo pierde.
—Eso es cierto. —Mac se inclinó y la besó en la coronilla—. Te veo luego.
Los restos de autocompasión que pudieran quedar en ella se desvanecieron al
marcharse Mac.
« Se acabó» , pensó la joven, y se compró el cortador de guitarra doble.
Nuevo y por estrenar.
16
Siguiendo un impulso desconocido Laurel se presentó en el bufete de Del. Había
ido en contadas ocasiones por cuestiones personales o legales, pero conocía el
despacho.
Estaba situado en una antigua y majestuosa finca de la ciudad. Como era de
esperar, la puerta principal daba paso a un vestíbulo también majestuoso donde
había una zona de recepción, con varias plantas frondosas en maceteros de
cobre, unas mesas antiguas y unas butacas mullidas de color discreto que la luz se
encargaba de realzar.
Los despachos preservaban la intimidad de los clientes tras unas gruesas
puertas antiguas restauradas con primor, y unas alfombras desgastadas por los
años contrastaban con el tono intenso de las anchas lamas del parquet.
Sabía que a Del le gustaba la mezcla de estilos: la solera con la calidez
desenfadada.
Laurel abandonó el calor sofocante del exterior y entró en el vestíbulo. Annie,
con quien había coincidido en la escuela, se encargaba de la recepción y
manejaba el ordenador.
La muchacha se volvió y cambió su sonrisa profesional por otra más
amistosa.
—¡Laurel, hola! ¿Qué tal? No te había visto desde hacía meses.
—Me tienen encadenada al horno. Oy e, te has cortado el pelo. Me encanta.
Annie sacudió la cabeza.
—¿Atrevido?
—Y muy llamativo.
—Lo mejor de todo es que por la mañana sólo tardo dos minutos en
arreglarme.
—¿Cómo te van las cosas?
—Muy bien. Un día de estos tendríamos que salir a tomar algo y ponernos al
día.
—Me encantaría. He traído un paquete para Del. —Laurel dejó encima de la
mesa la caja de cartón que había traído.
—Si se parece al pastel que hiciste para Dara, tengo que decirte que engordé
más de dos kilos sólo de mirarlo. Del está reunido con un cliente. Puedo…
—No le interrumpas —dijo Laurel—. Ya le darás tú el paquete.
—No sé si soy de fiar.
Laurel soltó una carcajada y le confió la caja.
—Hay bastante para los dos. Tenía que venir a la ciudad y he pensado que
podía traer estos pastelitos antes de que…
—Espera un momento —la cortó Annie al oír que sonaba el teléfono—.
Buenos días, Brown y Asociados.
Mientras Annie atendía la llamada, Laurel paseó por recepción y se detuvo
frente a los cuadros de las paredes. Sabía que eran pinturas originales de artistas
locales. Los Brown siempre habían sido mecenas de las artes y tenían intereses
muy diversos en el condado.
Nunca se había detenido a pensar en los inicios del bufete. Recordaba que Del
lo inauguró tras la muerte de sus padres, poco antes de que ellas crearan Votos.
Debían de figurar entre las primeras clientas.
En esa época ella trabajaba en Los Sauces para mantener a flote su economía
mientras Votos se estrenaba con sus primeras celebraciones. Había estado
demasiado ocupada, y cansada también, para cuestionarse cómo debía de estar
conjugando Del su bufete en ciernes con la gestión de las propiedades de sus
padres y la constitución legal de Votos como empresa y como asociación.
Entre tantos planes, obligaciones, experiencias piloto y trabajos a media
jornada para llenar las arcas, todos llevaban una vida de locos. Sin embargo, Del
nunca había dado la impresión de andar desbordado.
Supuso que cabía atribuirlo a la serenidad de los Brown, así como a la
seguridad en apariencia innata de aquella familia, que conseguía que fructificara
cualquier cosa que se propusiera.
Todos ellos guardaron luto. Fueron unos años muy difíciles, pero el dolor y las
circunstancias adversas sedimentaron su unión.
Laurel se mudó a vivir con Parker sin mirar atrás, al menos seriamente. Del
siempre estuvo junto a ella para solucionar cualquier detalle que le hubiera
pasado por alto. Fue consciente de su apoy o, pero no lo valoró lo suficiente.
En ese momento vio que entraba una pareja y se volvió hacia la puerta. Iban
sonrientes y cogidos de la mano. Laurel pensó que sus caras le resultaban
familiares.
—¿Cassie? —En primavera les había preparado el pastel Encaje Nupcial—.
Hola, y …
No recordaba el nombre del novio.
—¿Laurel? ¡Hola! —Cassie le estrechó la mano—. Me alegro de verte. Zack
y y o estuvimos el otro día cenando con unos amigos y les enseñamos el álbum
de boda. Estamos deseando asistir a la boda de Fran y Michael, que será dentro
de un par de meses, para volver a la finca. Me muero de impaciencia por ver lo
que montaréis para ellos.
Si Laurel fuera como Parker, recordaría perfectamente quiénes eran Fran y
Michael, y si la ceremonia estaba poco o muy organizada a esas alturas.
Como no lo era, Laurel se limitó a sonreír.
—Espero que se sientan tan felices como vosotros.
—No sé si será posible, nosotros estamos en las nubes.
—Venimos a firmar la compra de nuestra primera casa —le dijo Zack.
—Felicidades.
—Es maravilloso, e impone lo suy o. Ah, Dara… Justo a tiempo.
Laurel imaginó que Annie había avisado a Dara y se volvió para saludarla.
—¡Qué pastel…! —Dara soltó una carcajada y abrazó a Laurel—. Era una
preciosidad… y además estaba delicioso.
—¿Qué tal tu bebé?
—Muy bien. Tengo un centenar de fotografías que te enseñaré si no sales
antes corriendo.
—Me encantan las fotos de bebés —dijo Cassie—. Me apasionan los bebés —
añadió mirando fijamente a Zack.
—Primero la casa, luego iremos a por el bebé.
—Yo os ay udaré a conseguir lo primero. Venid conmigo. —Dara le guiñó el
ojo a Laurel y se fue con los clientes.
Laurel oy ó que volvía a sonar el teléfono de Annie (en ese bufete todos
andaban atareados) y decidió escabullirse hacia la salida. En el momento en que
ese pensamiento le cruzó por la cabeza, oy ó la voz de Del.
—Intente no preocuparse. Ha hecho lo correcto, y haré todo lo posible por
resolver el problema con rapidez.
—Muchas gracias, señor Brown. No sé qué habría hecho sin usted. Todo es
tan… —A la mujer se le quebró la voz.
Aunque Laurel había retrocedido, pudo ver a Del con su clienta. Él la rodeó
por los hombros cuando ella se deshizo en lágrimas.
—Lo siento. Creía que me había desahogado del todo en su despacho.
—No lo sienta. Ahora quiero que vay a a casa e intente quitarse esto de la
cabeza. —Del le acarició el brazo.
Laurel reconoció el gesto de apoy o y consuelo que tantas veces había visto en
él, y sentido en carne propia.
—Concéntrese en su familia, Caroly n, y déjeme esto a mí. No tardaré en
ponerme en contacto con usted. Se lo prometo.
—Muy bien, y gracias. Gracias por todo.
—Recuerde lo que le he dicho.
Del acompañó a su clienta a la puerta y entonces vio a Laurel. Una expresión
de asombro cruzó por su rostro antes de centrar de nuevo su atención en la mujer
a la que acompañaba. Le murmuró unas palabras al oído y a ella se le llenaron
los ojos de lágrimas. Asintió y se marchó.
—Vay a, hola… —le dijo Del a Laurel.
—Perdona que te moleste. He venido a traerte una cosa y entonces he visto a
una pareja que estaba citada con Dara. Los conozco y …
—Zack y Cassie Reinquist. Preparasteis su boda.
—Dios, Parker y tú tenéis una hoja de cálculo por cerebro. Dais miedo. En
fin, me largo para que puedas…
—Pasa a mi despacho. Me sobran unos minutos antes de la siguiente cita.
¿Qué me has traído?
—Voy a buscarlo. —Laurel fue a recoger la caja de pastelitos.
—Lo siento —murmuró Annie apartando el teléfono—. Tengo que ir abriendo
compuertas.
Laurel hizo un gesto para quitar importancia al asunto y se llevó la caja.
—¿Me has traído un pastel?
—No —respondió ella entrando en su despacho. Los ray os de sol se colaban a
través de los ventanales y se reflejaban en los muebles antiguos. Vio el escritorio
que sabía que había pertenecido a su padre y a su abuelo destacado en primer
plano.
Laurel abrió la caja.
—Te he traído unos bizcochos individuales.
—Unos bizcochos… —Del, confundido como era de esperar, miró en el
interior de la caja y vio una docena de pastelitos glaseados de varios colores—.
Tienen buena pinta.
—Son el alimento de la alegría. —Laurel se quedó mirándolo. Tal y como
Emma había dicho de ella, conocía esa expresión—. Pones cara de necesitarlo.
—¿Ah, sí? Bueno… —Del se inclinó y la besó con aire ausente—. Esto me
alegrará. ¿Tomamos café con los bizcochos?
Laurel no tenía intención de quedarse, porque su agenda la reclamaba tanto
como a él, pero se dio cuenta de que ese hombre estaba necesitado de alegría.
—De acuerdo. Me ha parecido que tu clienta estaba muy alterada —dijo ella
siguiendo con la mirada a Del, que estaba junto al aparador Hepplewhite, donde
tenía instalada la cafetera—. Supongo que es confidencial.
—En líneas generales, sí. Su madre ha muerto tras padecer una larga
enfermedad que se había ido complicando.
—Lo siento.
—Mi clienta fue su cuidadora, y cuando la salud de su madre exigió más
atenciones, pidió una baja laboral para poder cuidar de ella a tiempo completo.
La mujer quería morir en casa y ella compartía su deseo.
—Se necesita mucho amor y dedicación para comprometerse a algo así.
—Sí. Un hermano suy o vive en California, y de vez en cuando venía a
ay udarla. Tiene otra hermana en Oy ster Bay, pero siempre andaba muy
ocupada y sólo venía de visita un par de veces al mes, como mucho.
Del le ofreció un café a Laurel y se apoy ó en la mesa. Tomó un pastelito y lo
observó.
—No todo el mundo tiene esa capacidad de amor y entrega.
—Eso es cierto —murmuró Del—. El seguro no lo cubría todo, y mi clienta
pagaba lo que faltaba de su propio bolsillo. Un día su madre lo descubrió e insistió
en incluir a su hija como titular en su cuenta corriente.
—Una prueba de amor, y de confianza.
—Sí —respondió él con una tímida sonrisa—. Es verdad.
—Es como si a pesar de vivir una historia tan terrible, entre esas dos mujeres
hubiera habido una conexión muy especial.
—Tienes razón. La baja laboral de mi clienta representó una carga en su
economía, pero ella y su familia se las apañaron como pudieron. Su marido y sus
hijos también arrimaron el hombro. ¿Sabes lo que debe de ser cuidar de una
madre que está muriendo? Piensa que al final no puede moverse de la cama, es
incontinente y necesita una alimentación especial y cuidados constantes.
No sólo era triste, pensó Laurel, sino injusto. Daba mucha rabia.
—Me lo imagino… El esfuerzo tiene que ser terrible, en el plano físico y en el
emocional.
—Dos años duró, y los últimos seis meses tuvo que dedicarle las veinticuatro
horas del día. La bañó, la cambió, le lavó la ropa, le dio de comer, se ocupó de
sus cuentas, le limpió la casa, le hizo compañía y ley ó para ella. La madre
cambió el testamento y legó la casa, con todas sus pertenencias salvo alguna
excepción, y el grueso de sus bienes a esta hija. Ahora que ha muerto, y mi
clienta y su hermano han costeado todos los gastos del funeral, la otra hermana
ha impugnado el testamento. Acusa a mi clienta de influenciar con malas artes a
su madre para que testara a su favor. Está furiosa, y la ha acusado personalmente
de haber robado dinero, joy as y enseres de la casa, y de poner a su madre en
contra de ella.
Laurel no hizo ningún comentario y Del retiró su taza de café.
—Al principio mi clienta quiso doblegarse a los caprichos de su hermana.
Estaba dolida y muy cansada, y no podía enfrentarse a nada más. Sin embargo,
su marido y su hermano, detalle que le honra, no aceptaron su decisión.
—Y entonces vinieron a consultarte el caso.
—La hermana ha contratado a un abogado que le viene como anillo al dedo.
Voy a darles su merecido.
—Apuesto por ti.
—Ésa mujer tuvo su oportunidad. Sabía que su madre se estaba muriendo,
que el tiempo que le quedaba era limitado, y no quiso estar con ella, despedirse,
decirle todo eso que la may oría consideramos superfluo porque creemos que
siempre habrá tiempo. Ahora reclama su tajada, y no le importa destruir la
relación que tiene con sus hermanos. Ni añadir más dolor al que de por sí y a
siente mi clienta. Y todo eso por dinero. No entiendo por qué… Perdona.
—De ninguna manera. Nunca me había planteado en serio cómo es tu
trabajo. Me figuraba que te dedicabas al típico papeleo de abogado.
Del esbozó una sonrisa.
—A eso me dedico. Éste caso generará papeleo.
—No, me refiero a las cosas que tanto nos fastidian a los demás. Firme aquí,
archive eso… mientras habláis en unos términos complicados, un lenguaje
ridículo que llega a enfurecerme.
—A los abogados nos gustan nuestros considerandos.
—Considerandos o no, tratáis con personas. Tu clienta sigue dolida, pero su
sufrimiento es menor porque sabe que te tiene a ti detrás. Lo que haces es muy
importante, y y o nunca lo había pensado.
Laurel le acarició el rostro.
—Cómete un bizcocho.
Para complacerla quizá, él dio un bocado; y cuando sonrió, sus ojos habían
recuperado la alegría.
—¡Qué rico! Un bizcocho que da alegría. Éste me vuelve loco. No me había
dado cuenta hasta que has venido a traérmelos.
—¿Anoche estuviste trabajando en este caso?
—Básicamente, sí.
—Por eso estás cansado hoy. Pocas veces te he visto cansado. Si quieres, paso
por tu casa esta noche y te preparo algo de cenar.
—¿No ensay áis hoy la celebración de mañana?
—Puedo organizarme para esta noche. Mañana será otro día.
—Creo que tendré aspecto de cansado más a menudo. ¿Y si voy y o a la
finca? Me he pasado dos días encerrado entre mi casa y el despacho. Me iría
bien un cambio de escenario; y estar contigo, más aún. Te he echado de menos.
A Laurel ese comentario le llegó al corazón, y se lanzó a los brazos de Del
para darle un beso muy sentido. Él apoy ó la mejilla en su pelo. En ese momento
sonó el teléfono.
—Ha llegado mi cliente —murmuró.
—Me marcho. Reparte los bizcochos.
—Ya veremos.
—Si te comes la docena entera, te pondrás malo… y no tendrás hambre para
cenar, aunque vale la pena que recuerdes que soy mejor repostera que cocinera.
—Puedo encargar una pizza —propuso Del alzando la voz para hacerse oír.
Laurel se marchó riendo.
Del se concedió unos instantes más con el pastelito y el café mientras
pensaba en ella. No había sido su intención explicar tantas cosas de su clienta y
de los momentos que estaba viviendo. En realidad no se había dado cuenta de que
esa historia le daba mucha rabia, y la clienta no le pagaba para que mostrara su
ira, sino para que representara sus intereses.
Ya le pagaría después, cuando él hubiera pateado el culo al abogado de su
hermana. Había decidido renunciar a su porcentaje. Podía permitírselo, y
además no le parecía correcto aceptar dinero de alguien que había sufrido tanto
con ese asunto.
Sin embargo, lo que más le impresionó fue descubrir el alivio que
representaba contar con alguien para desahogarse, alguien que comprendiera por
qué ese caso en concreto le había afectado tanto.
No era necesario explicarse con Laurel. Ella y a lo sabía.
Era una cualidad muy valiosa, pensó.
Laurel le había acariciado el rostro con un gesto sencillo y cómplice que le
había llegado al alma. Ignoraba la razón, y si eso tenía algún significado, pero
cada vez que la miraba veía algo nuevo y distinto en ella.
¿Cómo era posible conocer a alguien de toda la vida y descubrirle facetas
nuevas?
Tendría que pensar en eso, se dijo. Dejó junto a la cafetera la caja de
pastelitos con el alimento de la alegría y fue a buscar a su cliente.
Laurel pensó que habría tenido que dejarle encargar la pizza. Iba atareada de un
lado a otro de la cocina porque todavía le quedaban varios pasteles y postres
pendientes de terminar, y el ruido de las obras había alcanzado su punto álgido.
Era imposible preparar la cena en esas condiciones.
—Si quieres, me encargo y o —se ofreció la señora Grady.
—Eso sería hacer trampa. Ah, y piense que aunque usted no lo diga, y o la
oigo.
—Como quieras. Lo único que he dicho sin decirlo es que estarías haciendo
trampa si te hicieras pasar por la cocinera.
Laurel consideró sus palabras y deseó seguir su consejo. Podría explicarle a
Del que la señora Grady había hecho la cena porque ella había estado demasiado
ocupada. A Del no le importaría, pero…
—Le he prometido que cocinaría y o. Además usted sale esta noche con sus
amigas. —Laurel suspiró hondo—. A ver, ensalada verde con una vinagreta
balsámica sensacional, linguine con frutos de mar y pan. Es sencillo, ¿verdad?
—Pues sí, bastante. Quien no se aclara eres tú, y él tampoco.
—Sólo se trata de preparar una cena. Me conozco en este aspecto, pero me
cuesta cambiar. Todo tiene que ser perfecto, y eso incluy e la presentación. —Con
aire ausente, Laurel se sujetó el cabello con un pasador—. Mire, señora Grady, si
alguna vez tengo hijos, seguro que pasaré veinte minutos cuidando la
presentación de un bocadillo de mantequilla de cacahuete y mermelada. Luego
la familia entera tendrá que ir a terapia.
—Creo que harás muy bien tu papel.
—Nunca me lo he planteado. Me refiero al tema de los hijos. —Tomó unas
lechugas, unos tomates en rama y unas zanahorias. Quería lavarlos, secarlos,
pelarlos y ponerlos a enfriar antes de montarlos en una ensalada—. Siempre he
tenido tantas cosas que hacer que nunca me he planteado el futuro.
—¿Te lo planteas ahora? —La señora Grady se puso a secar las hojas de
lechuga que Laurel había lavado.
—Supongo que de vez en cuando sale el tema. A lo mejor es mi reloj
biológico.
—Quizá eso ocurre cuando una se enamora.
—Es posible. Pero para eso es necesario que los dos estén enamorados. Ésta
mañana he visto a una pareja que se casó aquí en primavera —comentó Laurel,
admirando por la ventana los tonos verdes y azules del verano mientras
manipulaba las verduras—. Estaban en el bufete de Del porque querían resolver
el papeleo de la compra de su primera casa. Dara lleva el asunto y, como quien
no quiere la cosa, ha salido el tema de los hijos. La novia, bueno, la esposa, ha
puesto una mirada tierna al imaginarse a su futuro bebé, y él le ha dicho: primero
la casa, luego vendrá el bebé… o algo parecido. Lo encuentro absolutamente
razonable.
—Los bebés no siempre llegan en el momento más adecuado.
—¡Dígaselo a la novia de mañana! Yo me refería a que tiene sentido
planificar las cosas, asumirlas en su orden lógico. Tener paciencia.
—A ti te gusta ir despacio —comentó la señora Grady acariciándole con
cariño la espalda.
—A veces, sí. Me sobra todo este jaleo, cuidar el detalle, la pompa y el
boato… Lo que representa nuestro trabajo, en esencia. A Emma le gusta, y a
Parker también le gustará cuando llegue el momento. En cuanto a Mac, se ha
visto metida en el sarao.
—Es verdad, y creo que ella es la primera sorprendida.
—Para mí no es así. No necesito el anillo, el libro de familia o un vestido
blanco espectacular. No es el hecho de casarme lo que me importa, ni mucho
menos. Es la promesa. Es saber que alguien quiere que y o forme parte de su
vida, que me quiera, que sienta que soy la elegida. No es que me baste, es que
eso lo es todo para mí.
—¿Con quién crees que Del querría pasar la noche si no es contigo?
Laurel se encogió de hombros.
—No lo sé. Sé que quiere pasar la noche conmigo. Eso no lo es todo, pero a
mí me basta. —El temporizador que había puesto unos minutos antes se disparó
—. Mierda. Tengo que volver a mi cocina. No haga nada sin mí.
—Seré tu pinche, nada más. Terminaré de lavar estas verduras, las secaré y
las reservaré para cuando vuelvas. Eso no es hacer trampa.
—Tiene razón. Gracias.
Laurel se fue corriendo para hacerse cargo de la siguiente tarea. La señora
Grady se preguntó por qué la chica no consideraba que Del también podía querer
algo de ese todo.
—El amor… —musitó lavando las verduras—. Quienes lo descubren nunca
saben cómo manejarlo.
Como era de esperar, para una vez que Laurel necesitaba que el ensay o
discurriera con tranquilidad y rapidez, se encontró con un circo ambulante que
presentaba los números de la novia llorona (por el baile de hormonas quizá), de la
MDNO mareada por el calor y del acompañante del novio, achispado por haber
ensay ado un poco más de la cuenta la celebración. Por si fuera poco, la niña que
llevaba las flores y el niño de los anillos, que además eran hermanos, habían
elegido la ocasión para hacer gala de su rivalidad fraternal.
Con los dos niños corriendo y gritando, la novia cediendo a un ataque de llanto
en brazos de su madre y la MDNO abanicándose a la sombra, Laurel no pudo
escabullirse como tenía planeado.
Parker manejó muy bien la situación; todas estuvieron a la altura, pero Parker
parecía estar en todas partes a la vez. Se apresuró a servirle agua a la MDNO,
café con hielo al amigo del novio, controló a los niños y distrajo al novio.
La DDH, que era la madre de los niños guerreros, hizo lo que pudo para
restablecer el orden. Sin embargo, Laurel, que estaba sirviendo té frío a los
clientes, se dio cuenta de que esos chiquillos la superaban.
—¿Dónde está el padre? —le preguntó en voz baja a Emma.
—En viaje de negocios. Su avión se ha retrasado. Está de camino. Me
encargaré de la niña, a ver si puedo entretenerla enseñándole a hacer un
ramillete de flores. Quizá podrías ocuparte tú del niño…
—Carter es el profesor. Él es la persona indicada.
—Está atareado con el amigo borrachín. Creo que a la DDH le iría bien un
descanso. Podría echarle un cable a la MDNA y ay udarnos a consolar a la
protagonista. Mac y Parker se encargarán del resto.
—Muy bien, de acuerdo.
Emma fue a calmar a la madre y Laurel dejó encima de la mesa el té
helado y los vasos, y se acercó al niño.
—Ven conmigo.
—¿Por qué?
—Porque sí.
El niño pareció entender la respuesta, aunque frunció el ceño con expresión
rebelde. Siguió a Laurel arrastrando los pies y mirando a su hermana con cara de
pocos amigos.
—No quiero llevar esmoquin.
—Yo tampoco.
El chiquillo soltó un bufido despreciativo.
—Las chicas no van con esmoquin.
—Si quieren, sí. —Laurel lo miró fijamente. Dedujo que tendría unos cinco
años y que era muy listo, cualidad que se le notaría si no estuviera agotado,
nervioso y enfurruñado—. Mañana todos los hombres irán con esmoquin. Claro
que… a lo mejor eres demasiado pequeño para ponerte uno.
—¡No soy pequeño! —exclamó el niño sintiéndose insultado—. Tengo cinco
años.
—¡Qué alivio! —dijo Laurel llevándolo al estanque—. Las cosas se
complicarían si tuviéramos que buscar a otra persona para que mañana se
encargara de los anillos. Los novios no pueden casarse sin anillos.
—¿Por qué?
—Porque no. Tendremos problemas si hay que buscar a otro. Tu trabajo es
muy importante.
—¿Más que el de Tissy ?
Laurel comprendió que ese era el nombre de su hermana.
—Su trabajo también cuenta, pero es un trabajo de niñas. El tuy o es de
chicos. Ella no puede llevar esmoquin.
—¿Aunque quiera?
—Ni siquiera así. Mira eso —dijo señalando una hoja de lirio que había en la
orilla y servía de balsa a una rana de vientre hinchado.
Del llegó a la finca en ese momento y la vio junto al estanque, cerca de las
ramas caídas del sauce llorón, asiendo de la mano a un niño de pelo rubio y claro
como el suy o.
Ésa imagen lo tomó por sorpresa, y sintió un vahído en el estómago. La había
visto con niños otras veces. En general siempre había algún que otro crío en las
bodas, pero… la escena que se desarrollaba ante sus ojos le resultó extraña,
como si fuera un sueño. El niño y ella junto al estanque, cogidos de la mano, sus
rostros difusos a causa de la distancia, y sus cabellos bañados por la luz del sol.
Vio que tomaban el camino de regreso mirándose a los ojos.
—Eh, Del.
Salió de esa extraña ensoñación y se volvió hacia Carter.
—Hola, ¿qué tal va?
—Ahora bien, por lo que parece. Hace diez minutos la situación era crítica.
Estamos a punto de empezar. Otra vez.
—¿Hoy tocaba un ensay o difícil?
—Te aseguro que sí. Creo que Laurel… Ah, ahí está.
Laurel se detuvo para charlar con una mujer que llevaba a una niña pequeña
subida a la cadera. Intercambió con ella unas risas y luego se inclinó hacia el
chiquillo para murmurarle algo al oído. El pequeño sonrió como si acabara de
prometerle que le regalaría galletas durante toda su vida.
Del fue a su encuentro.
—¿Has hecho un nuevo amigo?
—Eso parece. Vamos retrasados.
—Me lo han dicho.
—Parker reconducirá la situación —afirmó ella al oír que su amiga invitaba a
los presentes a ocupar sus puestos.
Del y Carter se retiraron de la escena, y Parker empezó a dar instrucciones
mientras las demás se ocupaba de colocar a clientes y familiares.
Al ver que todos sonreían, Del pensó que aquello iría como la seda. No se le
escapó la fugaz sonrisa que Laurel intercambiaba con el pequeño mientras este
caminaba hacia la pérgola.
Unos momentos después, Laurel le hizo señas a Del y se metió en la casa.
17
La encontró en la cocina principal sumida en plena actividad.
—Voy un poco retrasada —se justificó Laurel—. No sigo un horario como
Parker, pero…
Del se interpuso en su camino, la atrajo hacia sí y se recreó con un largo y
cálido beso. Cuando notó que ella cedía el punto justo, se retiró.
—Hola.
—Ah, hola… ¿Te estaba contando algo antes de que mis neuronas se
fundieran?
—Algo decías sobre tu horario.
—Ah, sí. He puesto a enfriar una botella de Sauvignon blanco. ¿Por qué no la
descorchas y la probamos mientras voy acabando de preparar la cena?
—Me gusta que mi tarea principal sea descorchar el vino. ¿Qué problema ha
habido durante el ensay o? —preguntó Del y endo a por la botella.
—Qué problema no ha habido, dirás. —Laurel giró la cabeza y lo fulminó
con sus ojos azul campanilla—. La novia ha sabido esta semana que está
embarazada.
—Buf.
—Los dos se lo han tomado bien. De hecho, esta noticia inesperada no ha
supuesto un problema para ellos, sino una sorpresa.
—Mejor así.
—Es cierto, pero eso ha añadido más presión… y la novia está más sensible y
muy cansada. Se ha echado a llorar mientras los niños intentaban asesinarse
entre sí. La MDNO ha terminado exhausta, y el calor la ha rematado. Quizá
porque y a estaba agotada. Añade a todo eso un amigo del novio que ha
empezado a celebrar la boda antes de la cuenta, y y a puedes imaginar cómo ha
ido esta maravillosa jornada.
Laurel puso a hervir el agua para la pasta, añadió aceite de oliva en una
sartén y fue a coger los ingredientes de la ensalada que había preparado con la
ay uda de la señora Grady.
—Menos mal que tenía la cena a medio hacer. De todos modos, esperaba
escabullirme durante el ensay o, pero como no ha podido ser, falta trocear las
verduras. —Del le pasó una copa de vino—. Gracias.
Laurel tomó un sorbo y se puso a pelar y a laminar el ajo.
—Me siento culpable de que tengas que cocinar después de haber trabajado
todo el día. ¿Quieres que te ay ude? Soy bastante diestro con el cuchillo.
—No, todo está controlado.
Satisfecho por no tener que hacer nada, Del la observó mientras ella añadía el
ajo y unas tiras de pimiento rojo al aceite.
—Esto es nuevo para mí.
—¿Eh?
—Verte cocinar. Cocinar para la cena, claro.
—Ah, de vez en cuando practico un poco. He aprendido cosas de la señora
Grady, y también de haber trabajado en restaurantes. Es un cambio de ritmo
bastante interesante. Cuando me sale bien.
—Parece que siempre estás a cargo de la cocina. Que conste que lo he dicho
como un cumplido —aclaró Del al ver que ella fruncía el ceño.
—Supongo que sí, siempre y cuando eso no me sitúe en el mismo bando que
a Julio.
—Estás en un bando completamente diferente. Y en otro terreno.
Laurel añadió un poco de mantequilla al aceite y fue a buscar unas gambas.
—Bien, porque no suele gustarme, ni quiero, tener compañía en la cocina. De
todos modos es raro que me dé por lanzar cuchillos. —Laurel añadió las gambas
al aceite y metió la pasta en el agua hirviendo.
—¿Te sabes de memoria los ingredientes y cuándo es el momento de
añadirlos?
—A veces. ¿Quieres que te dé clases?
—Ni hablar. Los hombres de verdad se dedican a la barbacoa.
Laurel se rio y, armada con una cuchara en una mano y un tenedor para la
pasta en la otra, removió ambas cosas a la vez.
—Pásame el vino, por favor.
—Borrachina. —Y le pasó la botella.
Laurel dejó el tenedor y vertió una copa de vino en la sartén. Del esbozó una
mueca de disgusto.
—Ése vino es muy bueno.
—Entonces también será bueno para cocinar.
—Sin duda. —Se fijó en sus manos, rápidas, eficientes, y pensó que nunca se
había percatado de ese detalle—. ¿Qué hay para cenar?
—De segundo, linguine con frutos de mar. —Laurel hizo una pausa para
tomar un sorbo de vino—. También hay ensalada verde, un pan a las finas
hierbas recién hecho, para remojar, y de postre, crème brûlée aromatizada con
vainilla en rama.
Del bajó la copa y observó a su Laurel, con el pelo recogido con un pasador,
como acostumbraba en el trabajo, y las manos actuando con rapidez y eficacia.
—Estás de broma.
—Sé que tienes debilidad por la crème brûlée —precisó ella alzando un
hombro sin darle importancia mientras los aromas de la cena impregnaban el
ambiente de la cocina—. Y he pensado que, puesta a cocinar, mejor elegir un
menú que te guste.
Del pensó que debería haberle llevado flores, vino o… algún que otro
obsequio. Comprendió que, llevado por la fuerza de la costumbre, no se le había
ocurrido, que había ido a la finca como quien regresa a casa.
La próxima vez no lo olvidaría.
Cuando el vino comenzó a bullir, Laurel bajó el fuego y tapó la sartén. Probó
la pasta, consideró que y a estaba hecha y la escurrió. A continuación sacó una
bandeja de aceitunas de la nevera.
—Ahí tienes un tentempié —dijo, y centró su atención en la ensalada.
—¿Sabes cuando antes te he dicho que siempre te veía metida en la cocina?
—Ajá.
—El hecho de que estés al mando te vuelve espectacular.
Laurel alzó los ojos y parpadeó de la sorpresa. Del lamentó de nuevo no
haberle llevado unas flores.
—Ya te he prometido la crème brûlée —acertó a decir ella.
—Eres preciosa. Siempre lo has sido. —Nunca se lo había dicho de esa
manera—. Al cocinar se ve, del mismo modo que se le ve a un bailarín al bailar
o a un atleta al practicar deporte. Nunca me había dado cuenta hasta ahora. Será
porque me he acostumbrado a verte horneando a todas horas. Es como si lo diera
por sentado. Tendré que andar con cuidado para no hacer eso.
—Entre tú y y o no hace falta andar con cuidado.
—Yo creo que sí. Sobre todo porque nos hemos acostumbrado el uno al otro.
Quizá la expresión no fuera ir con cuidado, sino cuidar del otro, pensó Del.
¿No era eso lo que estaba haciendo en esos momentos Laurel? Estaba cuidando
de él, preparando un menú a su gusto porque sabía que había tenido un día muy
complicado. Eso sí era una novedad, y no tenía nada que ver con el hecho de que
salieran juntos o se acostasen. Al menos, no tendría que ser así.
Del ignoraba adónde les llevaría esa relación, pero en sus manos estaba
empezar a prestarle más atención.
—¿Quieres que ponga la mesa? —le preguntó.
—Ya está puesta.
A Del le encantó notar cierto sofoco en Laurel.
—He pensado que podríamos cenar en el comedor porque…
—Me parece perfecto. ¿Y Parker?
—Ha cumplido con su papel de buena amiga y esta noche ha decidido
desaparecer.
—¡Qué simpática!
Laurel se volvió, comprobó la salsa, añadió mantequilla y unas vieiras y
exprimió un poco de limón.
—Huele de maravilla.
—No está mal. —Añadió unas hierbas, sal y pimienta, y removió un poco—.
Tiene que cocer un par de minutos más y luego reposar. El plato es resultón.
—Tal como y o lo veo, es más que eso.
—Yo no sabría redactar un escrito legal, sobre todo porque no acabo de
entender lo que es. Supongo que los dos hemos elegido unas profesiones seguras.
—Laurel cruzó la mirada con la de él mientras mezclaba la ensalada—. La gente
siempre tendrá que comer, y necesitará abogados.
—Tanto si quieren como si no, tendrán que vérselas con los abogados.
Laurel se echó a reír.
—Yo no he dicho eso. —Abrió un cajón y sacó un encendedor—. Es para las
velas —le dijo—. Ve a encenderlas, y llévate la ensalada.
Del la notó un poco nerviosa cuando se llevó la ensaladera al comedor. Pensó
que quizá ella no se habría dado cuenta. Se fijó en que había puesto la vajilla
buena, unos candelabros estilizados para las velas y un jarrón de cristal azul con
unos girasoles esplendorosos. Las mujeres de su vida tenían el talento y la
vocación de embellecer las cosas. Le hacían la vida agradable a uno cuidando de
pequeños detalles que, combinados entre sí, creaban el escenario perfecto.
Podía considerarse un hombre afortunado.
Muy afortunado, pensó un momento después cuando se sentaron frente a la
ensalada, el pan recién horneado y el vino.
—Cuando estemos en la play a… —Del se interrumpió al oír que ella gemía
—. ¿Qué pasa?
—Lo siento, siempre tengo un orgasmo cuando pienso en las vacaciones.
—¿De verdad? —Divertido ante la respuesta, la observó mientras se llevaba
un poco de ensalada a la boca, percibió un destello en su mirada—. Pronunciaré
la palabra a menudo. Decía que cuando estemos en la play a te asaré un filete en
la barbacoa que te chuparás los dedos. De hecho, voy a proponer a los hombres
que organicemos en serio una comida. Lo único que os pediremos es que comáis.
—Me apunto. En mi despacho he colgado un calendario en el que voy
tachando los días que faltan. Como hacía de pequeña cuando esperaba que
llegaran las vacaciones escolares. Así es como me siento ahora: como una niña
suspirando por el verano.
—La may oría de las niñas no tienen orgasmos cuando piensan en las
vacaciones. Al menos, que y o sepa.
—Veo que a ti te gustaba más la escuela que a mí —apostilló Laurel bebiendo
un poco de vino, al tiempo que él reía—. Yo lo paso mejor con mi trabajo actual
que cuando estudiaba, y aun así estoy dispuesta a largarme un par de semanas.
Tengo ganas de dormir hasta el mediodía, de holgazanear y leer sin pensar que
tendría que estar haciendo otra cosa, de olvidarme del traje chaqueta, de los
tacones y las reuniones. ¿Y tú?
—Secundo lo último, salvo en lo de los tacones. Me apetece no tomar
decisiones, plantearme sólo si me tomo una cerveza o me echo una siesta. Me
sentará bien.
—Ay, las siestas… —Laurel suspiró y cerró los ojos.
—¿Otro orgasmo?
—No, un cosquilleo íntimo. Estoy impaciente. ¡Qué sorpresa tan agradable
nos dio Parker cuando nos dijo que habíais comprado la casa! ¿No es fantástico?
—Me siento satisfecho. Parker confió en mí sin haberla visto. Sólo le enseñé
un par de fotografías. Es una buena inversión, sobre todo teniendo en cuenta
cómo va ahora la economía del país. Hemos hecho una buena operación.
—Ahora habla el abogado. ¿Es bonita?
—En los dormitorios se oy e el mar, y se ve desde las ventanas delanteras.
Hay un estanque, y se respira calma y tranquilidad.
—Vale, no hace falta que me cuentes nada más. No podría soportarlo. —
Laurel se estremeció y se levantó para retirar los platos de la ensalada—. Ahora
vuelvo.
—Puedo…
—No, me encargo y o. ¿No habías dicho que era y o quien estaba al mando?
Del le llenó la copa y se reclinó en su silla para paladear el vino. En ese
momento ella regresó con el segundo plato. Había aderezado la pasta con unas
ramitas de romero y albahaca.
—Laurel, esto tiene una pinta increíble.
—Nunca subestimes el poder de una buena presentación —dijo ella
sirviéndole.
—¡Está riquísima! Tanto, que y a no me siento culpable —exclamó Del tras el
primer bocado—. Bueno, lamento que Parker se lo hay a perdido.
—Le he dejado una ración en la cocina. Bajará de puntillas a buscarla.
—Se acabó la culpabilidad —dijo Del tomando otro bocado—. Ahora que y a
te has estrenado, te pediré que prepares más cenas como ésta.
—Si tú te encargas de la barbacoa de vez en cuando.
—Trato hecho.
—¿Sabes? Ay er estuve a punto de llamarte. Me apetecía organizar una cena
al aire libre, pero tuve un encontronazo con Linda y …
—¿Un encontronazo?
—Parker se había ido a una reunión, y como y o había terminado la jornada
decidí ir a buscar a Emma para preguntarle si le apetecía nadar un rato. De
camino vi a Linda frente a la puerta de casa de Mac, dispuesta a entrar, a pesar
de que ellos no estaban. Eso me enfureció.
Del entornó los ojos de rabia.
—Parker le dijo que no volviera a poner los pies en la finca.
—Sí, y a Linda le entró por un oído y le salió por el otro. En fin, hubo una
escena muy desagradable y terminé echándola.
—¿Qué escena?
Laurel se reprimió y no le contó lo que había pasado.
—Linda es especialista en montar escenas. Lo importante es que salí
ganando.
—¿Qué te dijo?
—Me dijo que no tenía autoridad suficiente para echarla y cosas así… Me
asombra que alguien como esa mujer hay a tenido algo que ver con el
nacimiento de Mac. No sé si llegará a entender algún día que su hija no lo dejará
todo para hacer su santa voluntad.
Del advirtió que rehuía el tema y la tomó de la mano para manifestarle su
apoy o.
—Te dio un disgusto.
—Claro que sí. Es Linda. Da disgustos sólo por el hecho de existir. Oy e, ¿no
podríamos conseguir una orden de alejamiento? Podríamos alegar que esa mujer
es un coñazo.
—¿Por qué no me llamaste?
—¿Para qué? Conseguí que se marchara.
—Pero te disgustaste.
—Del, si te llamase cada vez que me pasa eso, siempre andaríamos colgados
del teléfono. Linda se marchó, y Emma y y o fuimos a nadar, aunque se me
quitaron las ganas de cenar al aire libre. No dejemos que ahora nos estropee los
linguine.
—No podría, pero si vuelve, quiero saberlo.
—Muy bien.
—Prométemelo. Si vuelve, me encargo y o, pero tengo que saberlo antes.
—Me parece bien. Te lo prometo. ¿De verdad no puedes conseguir una orden
de alejamiento alegando que es un coñazo?
—Hay otras maneras de pararle los pies a Linda. Mac nunca quiso que me
ocupara, pero ahora las cosas han cambiado.
—¿Puedo hacerte una consulta legal? Ella cometió allanamiento de morada
técnicamente. Si y o la echo a patadas, ¿podría denunciarme por agresión?
Del sonrió porque comprendió que ella estaba esperando ese gesto.
—Zona turbia. Pero te sacaría del apuro.
—Me alegro de saberlo, porque la próxima vez no seré tan educada. Bueno,
hablemos de cosas más alegres. Me reuní con Sherry Maguire y su novio para
hacer la degustación y aprobar el diseño del pastel. Me divertí muchísimo.
La cena transcurrió entre comentarios desenfadados y novedades sobre las
amistades mutuas. Sin embargo, Del seguía preguntándose qué habría dicho
Linda para disgustar tanto a Laurel.
Tras la cena, y antes de dar un paseo, encontraron en la cocina una divertida
nota de Parker.
Felicidades a la chef.
En agradecimiento a sus esfuerzos, lavaré yo los platos. Ni os atreváis a
contradecirme.
P.
Aprovechando que los días eran más largos en verano fueron a pasear por los
jardines bajo la suave luz del anochecer. El calor intenso y pegajoso se había
desvanecido, aunque seguía presente en el aroma penetrante y vigoroso de las
flores.
Las estrellas titilaban y a cuando Laurel y Del llegaron al estanque y la joven
le mostró la rana que había descubierto. Del se agachó para examinarla de
cerca. Laurel no daba crédito.
—Sientes la misma curiosidad y fascinación que Kent, el niño de la boda.
—Cualquier hombre es capaz de apreciar una buena rana. Ésta es enorme.
Podría intentar cazarla, y luego me pondría a perseguirte, como solía hacer de
pequeño.
—Inténtalo y te darás cuenta de que ahora soy más rápida. Además, a quien
pillabas siempre era a Emma.
—Porque era la más femenina de todas, y la más gritona también. ¡Qué días
aquéllos! —Del siguió en cuclillas contemplando los prados, el verdor y el fresco
que se notaba a la sombra—. En verano, antes de que oscureciera, me gustaba
bajar al estanque, y me sentaba aquí. —Del se sentó—. Dejaba vagar el
pensamiento en compañía del perro mientras se iban encendiendo las luces.
¿Ves?, esa era la habitación de Parker —explicó señalando hacia la casa
principal.
—Me acuerdo. Pasé muy buenos ratos en ese dormitorio —dijo Laurel
sentándose junto a él—. Ahora es la suite de la novia. Sigue siendo una habitación
alegre, y muy femenina. Con la tuy a pasa lo mismo. Recuerdo cuando te
trasladaste al tercer piso para tener un poco de intimidad.
—Me quedé de piedra cuando mis padres me dieron permiso. Comprendí que
confiaban en mí, y no me quedó más remedio que instalarme, aunque en el
fondo tenía miedo. Tuve que sobornar al perro para que durmiera conmigo.
¡Cómo lo echo de menos!
—Oh… —exclamó Laurel apoy ando ligeramente la cabeza en su hombro—.
Ése perro era fantástico.
—Sí. A veces pienso que querría tener uno, pero entonces recuerdo que estoy
poco en casa, y no me parece justo.
—Búscate dos perros.
Giró la cabeza para mirarla.
—¿Dos?
—Para que se hagan compañía cuando tú no estés. Serán amigos, se
relacionarán entre ellos y hablarán de ti.
La idea le hizo gracia.
—Bien pensado.
Del se volvió, rodeó a Laurel con sus brazos y la besó en los labios.
—De may or traía a mis chicas a este lugar para besuquearlas.
—Ya lo sé. Nosotras te espiábamos.
—No es verdad.
—Claro que sí. —Laurel soltó una carcajada al verlo atónito y desconcertado
—. Fue muy instructivo, y distraído también. Nos sirvió para hacernos a la idea
de lo que nos esperaba cuando fuera nuestro turno.
—Qué dices…
—Llegaste a la segunda base con Serena Willcott, en este mismo lugar.
—Bueno, basta. Se acabó hablar del pasado.
—Te movías con suavidad, incluso entonces. Apuesto a que conmigo podrías
tocar la segunda base también —dijo Laurel cogiéndole la mano y llevándosela
al pecho—. ¿Lo ves? Ya estás en ella.
—He tocado más bases desde la época de Serena Willcott.
—¿Ah, sí? ¿Por qué no pruebas conmigo?
Sin dejar de acariciarla, Del volvió a inclinarse para besarla en los labios y
mordisquearla.
—Sí, esto también funciona.
—Entonces probaré con esto otro. —Con el dedo, resbaló desde su garganta
hasta el botón superior de su blusa, y lo desabrochó—. Ni muy rápido, ni
demasiado despacio —murmuró Del junto a sus labios. Le desabrochó el
segundo botón y luego el tercero, demorándose para rozar con el tacto su piel
recién expuesta.
—Sí, me parece que has mejorado. —Le dio un vuelco el corazón. Laurel
dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando notó sus labios en el cuello, y otro
de sorpresa cuando con una mano le desabrochó el sujetador—. Buena jugada —
logró articular—. Deberíamos ir dentro.
—No —protestó él besándola y tumbándola en la hierba sin dejar de
acariciarla—. Quedémonos aquí.
—Pero…
—No creo que esta noche vay an a espiarnos cuatro chiquillas, y te deseo.
Quiero tenerte aquí mismo, junto al agua, bajo las estrellas, en la hierba, al aire
libre.
Lamió la piel oculta bajo la copa del sujetador y alcanzó el pezón, haciéndole
temblar de deseo.
Ése hombre podía con ella, y le gustaba la sensación. Quería entregarse a él,
abandonarse al sentimiento que le inspiraba. La calidez de la hierba y del aire y
el jugueteo de sus manos y de sus labios reclamaban su presencia en ese
momento y en ese lugar. Laurel se confió a él, y las estrellas parecieron cobrar
vida en el cielo reflejadas en sus encandilados ojos.
El aroma de esa mujer, seductor como una noche de verano, lo cautivaba. Su
sabor, irresistible, lo excitaba. Del se entretuvo acariciándola, jugando con ella y
complaciéndola mientras la noche cerrada los envolvía en su manto. Las dos
notas del canto de un búho se destacaron entre los zumbidos de la noche estival.
La luz de la luna danzaba en la superficie del estanque, y bailó también sobre
su cuerpo mientras él la desvestía.
Laurel se incorporó para desabrocharle la camisa, pero él se lo impidió.
—Todavía no. —Laurel notó su mirada hambrienta devorándole la piel, y se
estremeció—. Estás preciosa. Preciosa.
Del se consumía de deseo, anhelaba tocarla, saborearla en ese preciso
instante. Lo quería todo de esa mujer. Y lo tomó, dejó que la lujuria se apoderara
de ambos, y los gritos y los gemidos de ella acrecentaron su deseo. Laurel le
clavó las uñas mientras su cuerpo se combaba, pero él siguió demorándose.
Una explosión de estrellas la cegó, y el impacto de tantas sensaciones hizo
que perdiera el aliento. Yacer en el prado indefensa, desnuda y enloquecida
mientras él hacía lo que se le antojaba tenía un regusto prohibido, maravilloso. La
camisa de él le rozó el pecho, y Laurel volvió a gemir.
Necesitaba notar el contacto de su piel, y saber que él estaba vestido y ella
expuesta acrecentó su deseo hasta convertirlo en una delirante angustia. Y la
angustia llegó a su clímax.
—Ahora. Penétrame. ¡Del!
Le tiró de la camisa y del cinturón hasta que entre ambos lograron quitarle la
ropa.
Laurel rodó, se puso a horcajadas encima de él y lo tomó.
El placer la inundó y espoleó. Echó hacia atrás la cabeza y se dejó invadir
por la sensación. Del la tomó por los senos, le acarició el cuerpo y la asió de las
manos.
La tempestad arreció, salvaje, y los dos se dejaron arrastrar por ella.
La intención de Laurel había sido provocarlo un poco, tentarlo con juegos
preliminares para continuar luego en el dormitorio. Sin embargo, ahora se
encontraba junto al estanque, desnuda, atónita y agotada, oy endo el croar de la
rana a modo de aprobación.
Acababa de practicar sexo salvaje con Del al aire libre, en el mismo
estanque donde solían jugar de pequeños.
No estaba muy segura de si la escena le resultaba monstruosa o perfecta.
—¿Qué decías de la segunda base? —preguntó él acariciándole la espalda y
los glúteos—. Cariño, esto ha sido un Grand Slam.
Laurel no pudo evitar reírse, aunque le salió una risa espasmódica.
—Por Dios, Del… Estamos desnudos y sudorosos. ¿Y si Mac y Carter, o
Emma y Jack, hubieran decidido dar una vuelta y acercarse al estanque?
—No lo han decidido.
—Pero ¿y si…?
—No lo han hecho —insistió Del con un tono de voz tan perezoso como la
mano que seguía acariciándola—. Además, te habrían oído gritar como una loca
desde lejos antes de llegar a ver nada, y se habrían desviado en señal de
educación, suspirando de envidia.
—Yo no he gritado como una loca.
—Sí has gritado. Has gritado como en una película porno. Un nuevo campo
profesional se abre ante ti.
—De ninguna manera, jo…
Del se puso encima de ella y le mordisqueó los pechos. Laurel no pudo evitar
gemir y ahogar un grito.
—¿Lo has oído ahora? El que gritaba no era y o.
Del sólo la había rozado, y Laurel no tardó en recuperar el aliento.
—Muy bien. Es bueno saber que si Votos quiebra podré ganarme la vida
gritando como una actriz porno.
—Ha nacido una estrella.
—Quizá tendrías que amordazarme. —Cuando Del levantó la cabeza y
sonrió, sintió que volvía a acalorarse—. No hablaba en serio, de verdad.
—Podríamos estudiar esa opción. —Del volvió a acurrucarse en ella, pero la
libró del peso de su cuerpo—. Si se nos hubiera ocurrido traer una tienda
podríamos pasar aquí la noche.
La idea arrancó un suspiro irónico a Laurel.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste de acampada?
—Creo que tenía doce años.
—No es tu estilo, y el mío tampoco. Me parece que tendremos que vestirnos
y volver a casa.
—Estamos desnudos y sudados, pero eso puede arreglarse. —Montando
encima de ella, la obligó a rodar.
Laurel comprendió demasiado tarde, tan solo un instante antes del impacto, lo
que Del tenía en mente.
—¡No, Del! No puedes…
Cay eron al agua fría del estanque con los cuerpos entrelazados. Ella tragó un
poco de agua, se zafó y subió a la superficie escupiendo. Del reía como un loco.
—¡Mierda, oh, mierda! ¡Estás loco de atar! Ahí dentro hay ranas, y peces…
¡Ay, un pez! —exclamó al notar un roce en la pierna. Tuvo el instinto de nadar
hacia la orilla, pero él la agarró.
—El agua está buenísima.
—Aquí hay peces —insistió ella dándole un empujón—, y ranas.
—Y estamos tú y y o. Me baño desnudo en el estanque con Laurel McBane, y
su cuerpo resbala… ¡Uau! —exclamó al deslizar una mano entre sus piernas y
tocarla.
—Del… —Laurel se quedó sin aliento, y se abrazó a él—. Nos ahogaremos.
—Ahora lo veremos.
No se ahogaron, pero Laurel apenas logró reunir fuerzas para salir del agua y
dejarse caer sobre la hierba jadeando.
—Nunca, y oy e bien lo que te digo, nunca vimos nada parecido con los
prismáticos.
Del se echó hacia atrás de la sorpresa.
—¿Teníais unos prismáticos?
—Claro. No podíamos acercarnos tanto, y si queríamos ver algo, había que
usar prismáticos. La rana no los necesita. Ya ha visto demasiado.
—Tendrá que guardarnos el secreto si quiere conservar las dos ancas.
Laurel consiguió volver la cabeza y su mirada se cruzó con la de Del.
—Ahora estamos desnudos y mojados.
—Pero contentos.
Ella sonrió.
—No te lo discuto. ¿Cómo vamos a entrar en casa?
—Soy un Brown. Y un Brown siempre tiene un plan.
Al final ella se puso su camisa y él, los pantalones. El resto de la ropa la
llevaron en brazos. Empapados e intentando controlar la risa, se escabulleron por
la puerta lateral y subieron corriendo a la habitación.
—Lo hemos conseguido —dijo ella cerrando la puerta y deshaciéndose del
montón de ropa—. Me estoy helando. Necesito una ducha caliente.
—Sí, no me extraña. Tienes toda la pinta de haber echado un polvo en el
estanque.
Le pasó el brazo por el hombro para reconfortarla y fueron a ducharse.
—Del, recuérdame que haga una tanda extra de ejercicio la próxima vez que
te prepare la cena.
Laurel durmió como si estuviera en coma, y recobró la conciencia, grogui y
desorientada, cuando sonó la alarma del despertador.
—No puede ser. No me digas que es por la mañana. —Abrió un ojo y vio la
hora que marcaba el reloj. Apagó la alarma con un manotazo de resignación.
Del, a su lado, se puso a murmurar e intentó retenerla.
—Tengo que levantarme. Duérmete. No te muevas de la cama.
—Buena idea —respondió él dándose la vuelta.
Laurel torció el gesto, se levantó y se vistió a oscuras.
Bajó a su cocina, encendió la cafetera y tomó una taza de café, solo y muy
caliente, mientras repasaba la agenda del día. Fue como si estuviera ley endo en
griego.
Para aclararse las ideas se sirvió una segunda taza, le añadió una generosa
cucharada de azúcar, cogió la caja de metal donde guardaba los bollos y sacó
uno. Se llevó el café y el bollo fuera, al aire libre, para disfrutar de lo que sin
duda era el mejor momento del día para ella: antes del alba, cuando la luz
pugnaba por vencer a la oscuridad, cuando todo permanecía inmóvil y el mundo,
el mejor lugar del mundo, le pertenecía.
Quizá estuviera cansada, y un par de horas más de sueño habrían sido una
bendición, pero era difícil superar esa vista, la sensación de ser testigo del
despertar callado de la mañana.
Se tomó el bollo y se bebió el café. Contemplando el cielo rosaclaro que
despuntaba por el éste, notó que su cerebro se ponía en marcha.
Escrutó el horizonte, paseó la mirada por los prados y la posó en cada uno de
los detalles del jardín, en las terrazas y la pérgola que Emma y su equipo pronto
empezarían a adornar.
Vio el juego de luces que el día reflejaba en el agua del estanque, y la
incipiente sombra del sauce llorón nadando en ella.
Pensó en la noche anterior, en Del, dormido en su cama, y sonrió.
Iba a ser un día precioso.
18
Vacaciones. Laurel las tenía tan presentes que casi podía olerlas y tocarlas. Las
vacaciones empezarían cuando aquella celebración terminase de una maldita
vez.
Las ceremonias de los domingos por la tarde solían ser de poca envergadura.
Fueran sofisticadas o desenfadadas, encopetadas o alocadas, los clientes que
reservaban un domingo por la tarde para celebrar una boda o una fiesta de
aniversario se inclinaban por un brunch completo o una merienda elegante, y en
general terminaban pronto para que los invitados pudieran irse a casa y ver el
partido de béisbol o una película.
Aquélla, en cambio, no. La última boda antes de paladear la gloria de las
vacaciones no terminaría pronto. A las cuatro de la tarde la sala de baile bullía de
actividad. Corría el champán. Los novios, unos cuarentones que celebraban
segundas nupcias, bailaban los éxitos de otras décadas que ponía el DJ como si
fueran un par de adolescentes disfrutando de unas vacaciones escolares.
—¿Por qué no van a casa a echar un polvo? —le preguntó Laurel a Emma en
voz baja.
—Porque se conocen desde hace tres años y llevan uno viviendo juntos.
Seguro que practican sexo cuando les apetece.
—Pero hoy es su noche de bodas, y sólo podrán celebrarla en rigor hoy. A
medianoche, se acabó el plazo. Deberían disfrutar de su noche de bodas. ¿Crees
que es buena idea mencionárselo?
Emma le dio unos golpecitos a Laurel en el hombro.
—Una idea muy tentadora, pero habrá que esperar hasta las cinco. —Echó
un vistazo al reloj.
—Llevas una tirita con la figura de Campanilla en el dedo.
—¿Verdad que es una monada? Casi compensa que me rebanara el dedo
soñando despierta con las vacaciones. En fin, según mi reloj nos quedan cuarenta
y nueve minutos, y luego tendremos dos semanas para nosotros, Laurel: catorce
días en la play a.
—Sólo de pensarlo me pican los ojos, aunque si me echo a llorar la gente
pensará que me he emocionado con la boda. Tampoco pasaría nada. —Tuvo que
obligarse a permanecer quieta—. Todas hemos hecho el equipaje —comentó
mirando a Emma con los ojos entornados.
—Yo también, y o también he hecho las maletas.
—Muy bien. Dentro de cuarenta y nueve minutos cargamos los coches. Nos
daremos un margen de unos veinte minutos más para cargar las cosas de la
play a… y luego hay que contar con las discusiones. Eso da un total de sesenta y
nueve minutos. Démosle diez más a Parker, para que compruebe sus listas una y
otra vez, y habremos llegado a los setenta y nueve minutos. Hora de salida. Las
vacaciones empiezan en el momento de salir a la carretera.
—Es cierto —respondió Emma sonriéndole a un grupo de invitados que iba al
bar—. Nos quedan setenta y ocho. En dos horas más nos plantaremos en la play a
y tomaremos unos margaritas helados. Del habrá preparado los cócteles,
¿verdad?
—Más le vale. ¿Para qué ha ido a la play a, si no?
—Mujer, alguien tenía que adelantarse para abrir la casa, comprar
provisiones y asegurarse de que todo esté en orden.
—Ya. Imagino que debe de estar tumbado con una cervecita, pero intentaré
no echárselo en cara. Si me conformo es porque dentro de ciento noventa y ocho
minutos, más o menos, habremos llegado. Mierda, tendremos que cambiarnos.
Añade otros veinte minutos. Doscientos dieciocho…
—Diecisiete —rectificó Emma—, y que conste que no somos de las que
siempre están mirando el reloj…
—Nos tomaremos los margaritas, y nuestra única preocupación será pensar
qué preparamos para cenar. —Laurel pellizcó a Parker en el brazo cuando esta se
les acercó.
—¡Ay !
—Era para asegurarme de que no estamos soñando. Hemos empezado la
cuenta atrás en la intimidad. Faltan doscientos diecisiete minutos para tomarnos
unos margaritas en la play a.
—Doscientos setenta y siete. Acaban de pedirme la hora extra.
Los grandes ojos castaños de Emma se entristecieron como los de un
cachorro hambriento.
—Oh, Parker…
—Ya lo sé, y a lo sé… pero lo han decidido así, es su dinero… y no podemos
negarnos.
—Alguien podría llamar avisando de una amenaza de bomba. Era una
sugerencia —dijo Laurel cuando Parker la miró con frialdad—. Empezaré a
llevar los regalos a la limusina. Así pasará más rápido el tiempo. Si me necesitas,
hazme una señal.
Se entretuvo supervisando la carga y colaborando en persona en el traslado
de regalos. Al terminar subió a las suites de la novia y del novio para asegurarse
de que hubieran quedado recogidas y fue a buscar a la cocina las cajas que
necesitaba para embalar el pastel y los postres sobrantes.
« Doscientos veintinueve minutos» , se dijo.
A las seis en punto las cuatro socias, acompañadas de Jack y Carter,
despedían a los recién casados y a los rezagados.
—Marchaos y a —dijo Laurel entre dientes—. Adiós. Arrancad y no volváis
la vista atrás.
—Te arriesgas a que alguno de ellos sepa leer los labios —aventuró Jack.
—Me da igual —espetó Laurel, pero lo agarró del brazo y se colocó detrás—.
Id a casa. Marchaos. Bien, ahí van los últimos. ¿Qué hacen de pie hablando? Han
tenido horas para charlar. Sí, sí, ahora vienen los abrazos… besos, más besos…
Marchaos, por el amor de Dios.
—Están subiendo a los coches —informó Mac a su espalda—. Esto se mueve.
Arrancan el motor y dan marcha atrás. Conducen, están conduciendo… —
exclamó Mac agarrando a Laurel por los hombros—. Se acercan a la carretera,
casi están… ¡ahora!
—¡Vacaciones! —gritó Laurel—. Todo el mundo a sus puestos, id a buscar
vuestras cosas. —La joven entró en la casa disparada como una flecha y subió
las escaleras.
Al cabo de quince minutos, vestida con unos pantalones recortados, una
camiseta de tirantes, un sombrero de paja y unas sandalias, bajó a rastras el
equipaje hasta la planta baja… y torció el gesto cuando vio a Parker.
—¿Cómo has podido ir más deprisa que y o? No lo entiendo. He volado como
el viento. Parecía un tornado recogiendo mis cosas a toda velocidad, y sin
olvidarme de nada.
—Soy una superdotada. Traeré el coche.
La señora Grady salió a despedir a las chicas y les entregó una bolsa térmica.
Laurel y Parker estaban cargando el equipaje en el coche.
—Son provisiones para el viaje: agua fresca, fruta, queso y unas crackers.
—Se merece un premio. —Laurel se volvió y la abrazó con fuerza—.
Cambie de idea y venga con nosotros.
—Ni pensarlo. Dos semanas en esta casa disfrutando del silencio me irán de
perlas. —Rodeó a Laurel con sus brazos y observó a Parker—. Veo que las dos
y a estáis listas, y vais preciosas además.
—Dignas chicas de la play a de Southampton —dijo Parker dando una vuelta
con elegancia—. La echaremos de menos.
—No es verdad —dijo la señora Grady, sonriendo al recibir en la mejilla un
beso de Parker—, pero os alegraréis de verme cuando volváis. Ahí viene el resto
del grupo —indicó con el mentón mientras Mac y Carter aparcaban tras el coche
de Parker—. Carter, procura que nuestra pelirroja no olvide untarse entera de
filtro solar, si no se freirá como un huevo.
—Vamos bien equipados.
La señora Grady le dio otra bolsa térmica.
—Comida para el viaje.
—Gracias.
—Emma llega tarde, como es natural. —Parker consultó su reloj—. Carter,
irás en medio del convoy para que no te perdamos.
—Sí, capitana.
—¿Has anotado la dirección en el GPS por si acaso?
—Todo controlado. Preparados… —Mac se ajustó la visera de su gorra de
béisbol—, listos, y a.
—El tray ecto dura dos horas y diez minutos —explicó Parker.
Laurel ignoró sus palabras y miró fijamente en dirección a la casa de Emma,
como si quisiera invocarla con el poder de su mente.
—¡Ha funcionado! Ahí viene. Adiós, señora Grady. Si se siente sola, venga a
vernos.
—No es probable.
—Prohibido dar fiestas salvajes e invitar a chicos por la noche en casa —dijo
Parker con semblante serio y poniendo las manos sobre los hombros de la señora
Grady —. No quiero drogas, y alcohol tampoco.
—Eso no me deja mucho donde elegir. —La señora Grady soltó una
carcajada y le dio un abrazo de despedida, no sin antes musitarle unas palabras al
oído—. No seas tan buena chica. Diviértete.
—Divertirme es el primer punto de la lista.
Laurel subió al coche mientras la señora Grady le entregaba la bolsa de
provisiones a Emma y las dos mujeres intercambiaban un abrazo. Laurel dio un
brinco en el asiento cuando Parker se sentó al volante.
—Ya está.
—Sí, amiga mía, y a está. —Parker encendió el motor y conectó el GPS—.
Vámonos.
—¡En marcha! —exclamó Laurel al enfilar el camino de entrada—. Ya noto
la arena en los zapatos y la brisa salada en el pelo. Debes de estar muerta de
ganas de llegar. Eres la propietaria y todavía no has visto la casa.
—La copropietaria. He visto las fotos de la inmobiliaria Realtor y también las
que tomó Del.
—No puedo creer que precisamente tú amueblaras la casa por teléfono y por
internet.
—No era posible hacerlo de otra manera. No había tiempo para ir en
persona. Además es muy práctico comprar así, sobre todo cuando en principio es
para una inversión. Hemos conservado algunos muebles de la casa porque el
propietario anterior no quiso llevárselos. Habrá que comprobar si son demasiado
formales. Será divertido decidir lo que se puede aprovechar, si hay que volver a
pintar…
—¿Qué es lo primero que harás mañana cuando te despiertes?
—Probar el gimnasio y pasear por la play a con un tazón de café. Aunque a lo
mejor me salto la gimnasia y voy a correr por la play a. Correr. Por. La. Play a.
—Sin tu BlackBerry.
—No sé si llegaré a tanto. A lo mejor tendré síndrome de abstinencia… ¿Y tú?
¿Qué es lo primero que harás?
—Eso es lo mejor. No lo sé. No sé qué me apetecerá, ni lo que haré. Mac se
dedicará a hacer fotos. Emma se plantará en la play a y contemplará el mar
haciendo gorgoritos de contento. Y tú, admítelo, después del ejercicio y del paseo
por la play a, o de correr, consultarás el ordenador y el móvil por si tienes
mensajes.
Parker se encogió de hombros.
—Es probable, pero también he pensado llevar una vida contemplativa y
dedicarme a hacer gorgoritos de contento.
—Y a escribir una lista con los cambios que vas a hacer en esa casa.
—Todas nos planteamos las vacaciones a nuestra manera.
—Sí, y gracias de antemano.
—¿Por qué?
—Por las dos semanas que pasaremos en la casa de la play a de Southampton.
Ya sé que somos socias y amigas, pero podías haber elegido disfrutar de estas dos
semanas sola.
—¿Qué haría y o sin vosotras?
—Ésa es una pregunta sin respuesta —afirmó Laurel abriendo la bolsa. Sacó
dos botellines de agua y los abrió. Puso el de Parker en uno de los soportes del
salpicadero y los entrechocó para brindar—. A nuestra salud. Por las chicas de la
play a de Southampton.
—Brindo por eso.
—¿Música?
—Por supuesto.
Laurel encendió la radio.
El paisaje cambió cuando salieron de Nueva York por la carretera del este y
atravesaron la estrecha isla. Bajó la ventanilla y se asomó.
—Creo que huele a mar, o eso me parece.
—Todavía estamos a medio camino —dijo Parker tomando un trozo de
manzana—. Tendrías que llamar a Del para decirle la hora de llegada.
—Buena idea, porque estaré muerta de hambre y delirando por un margarita.
¿Le digo que encienda la barbacoa? ¿Hay barbacoa en la casa?
—Del es copropietario, Laurel.
—Entonces habrá barbacoa. ¿Hamburguesas, pollo o filete?
—Creo que siendo nuestra primera noche de vacaciones, se impone un filete
enorme.
—Lo anotaré en el pedido. —Laurel tomó el móvil y marcó el número de
Del.
—Hola, ¿dónde estás? —preguntó Del.
Laurel miró el GPS y le dio su localización.
—¿Habéis encontrado tráfico?
—No, nos ha retrasado el trabajo. Los clientes se lo estaban pasando tan bien
que han pedido una hora extra, pero no tardaremos mucho. Parker le ha dicho a
Carter que nos siga. Conduce en medio, y Jack cierra filas. Anota nuestro pedido:
muchos margaritas, helados, y unos filetes enormes.
—Será un placer. Escucha esto.
Laurel oy ó un rumor sordo.
—¡Es el mar! Escucha, Parker —exclamó la joven acercándole el móvil al
oído—. Ése es nuestro mar. ¿Estás en la play a? —le preguntó a Del cuando volvió
a recuperar el teléfono.
—He bajado a dar un paseo.
—Diviértete, pero no mucho. Espera a que lleguemos.
—Me moderaré. Ah, por cierto, ¿sabes si Mal ha salido?
—No. ¿Viene esta noche?
—No lo ha confirmado. Lo llamaré. Hasta pronto.
—Me muero de impaciencia —respondió Laurel, y cerró el móvil—. Es
posible que Mal llegue esta noche.
—Fantástico.
—Ése tío no está nada mal, Parker.
—Yo no he dicho lo contrario. Lo que pasa es que me choca que nuestro
grupo cambie de dinámica.
—Es de esos hombres que con la mirada te están diciendo: ¿qué me cuentas,
preciosa?
—¡Exacto! —Parker señaló con un dedo a Laurel—. Lo has clavado. No me
gusta su estilo. Es un pavo real, y además va de ligón.
—Sí, pero es honrado. ¿Te acuerdas de aquel tío con quien saliste un par de
veces? Geoffrey (había que deletrearlo como los británicos). Era un potentado de
los vinos, si no me equivoco.
—Tenía intereses en varios viñedos.
—Hablaba francés e italiano con soltura, decía « cine de autor» en lugar de
peli y esquiaba en San Moritz. Resultó ser un asqueroso, un capullo sexista bajo
toda esa apariencia de cultura y refinamiento.
—Buf, es cierto… —El recuerdo arrancó un suspiro a Parker, y un gesto de
incredulidad—. En general los veo venir, pero ese volaba por debajo de mi radar.
Mira.
Laurel volvió la cabeza y reconoció el mar.
—Ahí está —murmuró—. No es un sueño. ¡Qué suerte tenemos, Parker…!
Más tarde volvió a recordar lo afortunada que era cuando, atónita, vio la casa
por primera vez.
—¿Es ésa?
—Ajá.
—¿Ésa es vuestra casa de la play a? Es una mansión, Parker.
—Es espaciosa, pero hay que tener en cuenta que nosotros somos muchos.
—¡Qué maravilla! Parece que siempre hay a estado aquí, forma parte del
lugar, y además es elegante y nueva.
—Es fenomenal —comentó Parker—. Lo suponía, sabía que las fotografías le
harían justicia; y además está aislada. ¡Ah, mira! La arena, el agua, el
estanque… ¡Lo tiene todo!
Examinaron las líneas del tejado y los generosos ventanales, y alabaron el
encanto de unos porches acogedores y unas estilosas cúpulas.
Enfilaron el camino particular que llevaba a la fachada delantera y Laurel
vio una pista de tenis y una piscina.
Era en momentos como esos cuando Laurel tomaba conciencia de que Del y
Parker no eran ricos. Eran muy ricos.
—Me encanta la distribución —dijo Laurel—. Seguro que desde cualquier
habitación se ve el mar o el estanque.
—Es una vivienda protegida. Del y y o hemos querido implicarnos y
conservarla en condiciones perfectas. Fue él quien la encontró, y tengo que decir
que es ideal.
—Quiero verla entera, de arriba abajo. —En ese momento Del apareció en
el porche delantero y fue a recibirlas. Laurel se olvidó de todo durante unos
breves instantes.
Se lo veía relajado. Iba descalzo, con sus pantalones de algodón, una camiseta
y unas gafas de sol que no lograban disimular la alegría de sus ojos.
Laurel bajó del coche mientras él se acercaba a ofrecerle la mano.
—Ya habéis llegado. —Le dio un beso de bienvenida.
—Muy bonita, tu choza de la play a.
—Es lo que pensé cuando la vi.
Parker salió del coche y se quedó contemplando la casa, a continuación se
volvió y observó el mar y las vistas.
—Buen trabajo —dijo asintiendo.
Del levantó un brazo invitándola a que se acercara, y durante un momento los
tres, abrazados juntos, se quedaron admirando la casa y el panorama que,
mecido por la brisa, se desplegaba ante sus ojos.
—Creo que le sacaremos partido —decidió Del.
En ese momento aparecieron los demás, y con ellos el ruido, el trajín y las
exclamaciones de aprobación y curiosidad. Descargaron los coches y
trasladaron el equipaje y las provisiones al interior de la casa.
Las sorpresas se iban sucediendo sin pausa: el sol, el espacio, las maderas
relucientes, los colores suaves… Desde las ventanas se veía la amplitud del mar,
la extensión de arena, se percibía la soledad y el recogimiento, la invitación a
disfrutar de un lugar donde sentarse o un sendero por el que perderse.
Los techos eran altos y las habitaciones se comunicaban entre sí con
naturalidad, añadiendo una atractiva pincelada informal a la elegancia sobria del
mobiliario. Era un lugar en el que se podía estar cómodo tanto con los pies
encima de la mesa como tomando champán vestido de etiqueta, pensó Laurel.
Tenía que admitir que los Brown podían dar lecciones de estilo.
Sin embargo, la sorpresa más grata fue la cocina. Era de color paja, con unas
superficies generosas y unos armarios de cristal esmerilado que, como en una
vitrina, exponían una vajilla de loza Fiesta de alegres colores y realzaban el brillo
de la cristalería. Abrió los cajones donde se guardaba la batería de cocina y
alabó con un murmullo la variedad de cazuelas y sartenes. Unos ventanales en
arco situados ante un fregadero doble abrían la estancia a la play a y al rompiente
de las olas.
Mientras Laurel estaba intentando digerir lo que había descubierto, oy ó un
alarido. Era Jack.
—¡Una máquina del millón!
Su grito significaba que debía de haber un salón de juegos en la casa, pero por
el momento Laurel estaba más interesada en la cocina, en el amplio rincón
destinado a los desay unos y en la cercanía del porche, que facilitaba organizar
comidas al aire libre.
Del le obsequió con un margarita helado.
—Lo prometido es deuda.
—¡Qué bien! —Laurel dio un sorbo al frío combinado—. Ahora estamos
oficialmente de vacaciones.
—He elegido uno de los dormitorios. ¿Quieres verlo?
—Por supuesto. Del, este lugar es… mucho más de lo que esperaba.
—¿En el buen sentido de la palabra?
—En el sentido de que me ha dejado sin habla.
De camino, Laurel fue echando un vistazo a las habitaciones. Vio una galería,
lo que imaginó que sería una salita de estar, un salón y varios aseos. Subieron las
escaleras de madera y entraron en un dormitorio del segundo piso. Unos amplios
ventanales daban al mar y ocupaban la pared entera. Laurel se imaginó
remoloneando en la cama de hierro forjado, con baldaquino y dosel, entre
sábanas blancas y almidonadas. Los visillos flotaban al viento y escapaban por
los ventanales que daban al porche, y que Del había abierto unos minutos antes.
—Es muy bonito, es precioso… Escucha… —Laurel cerró los ojos y se dejó
acariciar por el rumor del océano.
—Ve a mirar allí. —Del le hizo señas, y ella se metió en el baño.
—Bueno, después de esto… —dijo la joven dándole unos golpecitos en el
brazo—. Podría quedarme a vivir aquí. Puede incluso que no salga jamás de este
dormitorio.
Una bañera de grandes dimensiones presidía una serie de ventanales y
descansaba sobre unas baldosas color arena. Tras una mampara de cristal había
una ducha de varios cabezales, distintos chorros corporales y un banco de
mármol.
—Es una ducha de vapor —aclaró Del, y Laurel estuvo a punto de gemir de
placer.
Los lavabos eran amplios, del color y la forma de una concha. En la pared
que había a los pies de la bañera destacaba una pequeña chimenea de gas y una
televisión de pantalla plana. Laurel empezó a fantasear, y pasó de verse
remoloneando en la cama a chapotear con pereza en la bañera de burbujas.
Los armarios de espejo reflejaban las baldosas, el brillo de los
complementos, la profundidad de las superficies y las hermosas acuarelas de las
paredes.
—Éste baño es más grande que mi primer apartamento.
Mac entró precipitadamente, con los ojos desorbitados y haciendo
aspavientos.
—El baño. El baño es… ¡Caray, mira éste! En fin, da igual. ¡Qué baño! —
volvió a exclamar, y salió corriendo tal y como había entrado.
—Creo que acaban de ponerte un diez —le dijo Laurel a Del.
Una hora después la barbacoa humeaba y el grupo al completo se había
reunido en el porche. Al menos eso fue lo que pensó Laurel hasta que miró a su
alrededor.
—¿Dónde está Parker?
—Inspeccionando por cuenta propia. —Emma suspiró, y dio un sorbo a su
copa, que empezaba a gotear—. Tomando notas.
—Yo no cambiaría nada. —Tras sus enormes gafas de sol y su sombrero de
ala ancha, Mac iba jugueteando con los dedos de los pies—. Ni un solo detalle.
No me movería de aquí durante estas dos semanas si no fuera porque he visto
unos rincones increíbles para holgazanear a mis anchas.
—Tendremos que inspeccionar bien la play a —le dijo Jack a Emma dándole
un beso en la mano.
—Sin duda alguna.
—Es un lugar magnífico para avistar aves —intervino Carter—. Antes he ido
a dar un paseo y he visto una pardela cenicienta que… —Carter se interrumpió y
se ruborizó—. Alerta roja, habla el sabihondo.
—A mí me gustan las aves —afirmó Emma dándole unos golpecitos de
ánimo en la mano—. Voy a ay udarte con la cena, Del.
—Me encargo y o —dijo Laurel levantándose—. La próxima vez que
queramos cenar dentro os tocará a vosotros. Prepararé algo para acompañar los
filetes.
En realidad Laurel tenía ganas de explay arse en la cocina.
Parker entró en el momento en que rehogaba unas patatas hervidas con
mantequilla, ajo y eneldo.
—¿Te echo una mano?
—Todo controlado. Del debe de haber saqueado las existencias de algún
mercadillo de frutas y verduras de camino hacia aquí. Un detalle por su parte.
—Es muy detallista. —Parker observó la cocina—. Me he enamorado de este
lugar.
—Ay, y o también. Las vistas, la atmósfera, los sonidos… La casa en sí es
increíble. ¿Cambiarás muchas cosas?
—No, más que cambiar, les daré otro aire —comentó Parker acercándose a
la ventana. La brisa le trajo un rumor de voces y risas—. ¡Ah, mis sonidos
preferidos! Todo es tan bonito que seguro que en invierno también vale la pena.
—Me has leído la mente. Estaba pensando en nuestra temporada baja,
después de las vacaciones de invierno.
—Sí, y o también. Quién sabe. Del parece tan feliz… y en parte es gracias a
ti.
Laurel se quedó inmóvil.
—¿Tú crees?
—Sí. Os veo a los dos: él controlando la barbacoa, tú aquí dentro preparando
la guarnición, y lo encuentro muy bonito —afirmó Parker mirándola de nuevo—.
Me hace feliz, Laurel, del mismo modo que las voces de fuera me dan una
alegría inmensa.
—A mí me pasa lo mismo.
—Me alegro. Os quiero a los dos y por eso me alegro. Bueno… —Parker
cambió de tema y se alejó de la ventana—. ¿Cenamos dentro o fuera?
—¿En una noche como ésta? Fuera, sin duda.
—Pondré la mesa.
Más tarde pasearon por la play a para bajar la cena. Chapotearon entre las
olas y contemplaron las luces de los barcos lejanos que seguían su travesía
nocturna. Refrescaba, y Laurel pensó en darse un largo baño iluminada por el
fuego de la chimenea.
La tentación voló sin embargo ante la llamada del salón de juegos. El silencio
se pobló de la algarabía de tintineos y silbidos que salía de la estancia.
Jack y Del combatían a muerte disputando una partida en la máquina del
millón cuando Laurel decidió que tiraba la toalla. Subió al dormitorio y se dio el
gusto de tomar el largo baño con el que había soñado. Tras ponerse un camisón y
salir al porche, se dio cuenta de que hacía horas que no consultaba el reloj.
Eso sí eran vacaciones.
—Me preguntaba adónde habías ido.
Laurel se volvió y vio a Del.
—Voy a tener que practicar mucho antes de poder ganaros a ti o a Jack. Me
he dado un baño increíble ante la chimenea, mirando al mar. Me siento como una
heroína de novela.
—Si lo hubiera sabido, me habría metido en la bañera contigo y habríamos
escrito una escena de amor. —Del la rodeó con los brazos y Laurel apoy ó la
cabeza en su hombro—. ¿Has pasado un buen día?
—El mejor. En este lugar, con estas vistas, la brisa, los amigos…
—Tan pronto como vi la casa, lo pensé. Esto es lo que necesitamos.
Laurel advirtió que no había hablado en singular. Del había elegido el plural
con toda naturalidad.
—Nunca se lo pregunté a Parker, pero siempre me sorprendió que vendierais
la casa de East Hampton.
—Quisimos conservar la de Greenwich porque era nuestro hogar. La otra, en
cambio… Los dos sabíamos que esa casa no nos dejaría seguir adelante, que no
la disfrutaríamos. La finca era un consuelo porque nos recordaba a nuestros
padres, pero la casa de la play a… Nos faltaron fuerzas. Éste lugar es nuevo, y
nos traerá otros recuerdos.
—Además teníais que daros tiempo, y distanciaros.
—Supongo que sí. Me gusta este lugar, y noto que ha aparecido en el
momento adecuado.
—A Parker le encanta, y sé que eso es importante para ti. Me lo ha dicho,
pero aunque no hubiera sido así, me habría dado cuenta. Nos gusta a todos.
Gracias por haber encontrado el lugar adecuado en el momento justo.
—De nada —respondió él besándola en el cuello—. ¡Qué bien hueles! —
murmuró.
—Huelo bien y me siento bien. —Laurel sonrió cuando notó que él le
acariciaba la espalda—. Mira, ¿lo ves? —Inclinó hacia atrás la cabeza y le rozó
los labios con un beso—. Creo que tendríamos que escribir esa escena de amor.
—Buena idea. —Con un ademán ostentoso, la tomó en brazos—. Creo que
esta es una buena manera de empezar.
—Si es un clásico, por algo será.
Laurel no era capaz de imaginar un lugar más perfecto, un momento más
idóneo y un estado de ánimo mejor. Su reloj interno se empeñó en despertarla
antes del alba, pero regodeándose en el hecho de no tener que levantarse, se
quedó en la cama aovillada junto a Del, escuchando la serenata que les dedicaba
el mar.
Dormía a intervalos, y la sensación era perfecta, como lo fue ver salir el sol
por el éste, sobre el mar. Pensó que el astro desplegaba sus rosas y dorados sólo
para ella, que permanecía de pie en el porche, dando la espalda al vuelo de unos
transparentes visillos.
Siguiendo su inspiración, tomó unos pantalones cortos y una camiseta de
tirantes y bajó corriendo los escalones del jardín. Parker estaba al pie de la
escalera, equipada como ella, con el pelo castaño recogido en una larga coleta
que sobresalía de una llamativa gorra blanca.
—Te has levantado igual que y o.
—Sí, claro.
Laurel levantó las manos.
—¿Qué nos pasa?
—Nada. Los demás han elegido dormir durante las vacaciones. Tú y y o
vamos a exprimirlas al máximo.
—Eso es una verdad como un templo. La play a nos reclama. Vamos a
correr, como habíamos dicho.
—Me has leído el pensamiento.
Calentaron de camino, y al llegar a la arena empezaron a correr a un ritmo
tranquilo. Sin necesidad de hablar, acompasaron la marcha y avanzaron por la
orilla, junto a la espuma de las olas.
Las aves levantaban el vuelo o se paseaban ufanas por el borde del agua.
Probablemente Carter conocería el nombre de la especie, pensó Laurel, pero a
ella le bastaba con que estuvieran ahí, levantaran el vuelo, graznaran y
picotearan mientras el sol resplandecía sobre las aguas.
Al regresar mantuvieron el mismo ritmo hasta que la casa volvió a aparecer
ante sus ojos. Laurel tocó a Parker en el brazo cuando aminoraron la marcha.
—Mira. Ahí es adónde vamos.
—No me lo tengas en cuenta, pero estoy pensando que es un lugar estupendo
para organizar bodas en la play a en plan informal.
—Me parece que voy a darte un puñetazo.
—No puedo evitarlo. Éste lugar es fabuloso.
—¿Cuántas llamadas te han hecho desde que hemos llegado?
—Sólo dos. Bueno, tres, pero las he solucionado sin problemas. Además, he
corrido por la play a al salir el sol y ahora me muero por una taza de café, en
serio. A propósito… la última en llegar se encarga de la cafetera.
Salió disparada y Laurel no tardó en alcanzarla, aunque sabía perfectamente
que le tocaría a ella preparar el café. Parker corría como un guepardo.
Al llegar al porche, tuvo que doblarse y apoy ar las manos en las rodillas para
recuperar el aliento.
—Iba a preparar y o el café de todos modos.
—Ajá.
—Odio que ni siquiera te hay as despeinado. Haré el café, y unas tortillas de
clara de huevo.
—¿De verdad?
—Me apetece.
Los demás empezaron a desfilar hacia la cocina, probablemente atraídos por
el aroma del café y por la música que Parker había puesto bajita.
Del se apoy ó en la encimera y se pasó los dedos por el cabello todavía
revuelto de dormir.
—¿Por qué no te has quedado en la cama conmigo?
—Porque he corrido cinco kilómetros por la play a y he tomado mi primera
taza de café —explicó ella sirviéndole una—. Ahora prepararé el desay uno, y
vale más que aproveches que me siento generosa.
Del tomó un buen sorbo de café.
—Vale —dijo, y salió al porche para dejarse caer sobre una tumbona.
Emma dejó de cortar la fruta y puso los ojos en blanco con una expresión
que indicaba a las claras: « Hombres…» .
—Hoy dejaré que se salga con la suy a porque estoy de muy buen humor. —
Laurel se interrumpió al oír un motor y se acercó a la ventana—. ¿Quién podrá
ser?
Parker dejó una jarra de zumo encima de la mesa y se volvió para ver a
Malcolm Kavanaugh, quien se quitó el casco, sacudió la cabeza para poner en
orden el pelo y bajó de la motocicleta.
—Muy bonita tu casita —dijo en voz alta saludando a Del y subiendo las
escaleras. Le dedicó una breve sonrisa a Parker—. ¿Qué tal estás, Piernas?
Parece que llego a tiempo de desay unar.
Laurel pensaría más tarde que ese hombre encajaba en el grupo. Quizá a
Parker le enfureciera, pero ese hombre encajaba de veras con ellos. A media
mañana y a tenían montado el campamento en la play a con unas sillas de tijera,
toallas, sombrillas y neveras portátiles. El aire olía a mar y a filtro solar.
Laurel estaba a punto de quedarse dormida sobre su libro cuando Del la
arrancó de la silla.
—¿Qué…? Basta y a.
—Hora de bañarse.
—Si quiero darme un baño, voy a la piscina. ¡Para!
—No puedes venir a la play a y mirar el mar de lejos. —Del se la cargó al
hombro, entró en el agua y la tiró.
La joven logró soltar un taco y luego aguantó la respiración.
La envolvió el agua fría, y notó arena por todas partes al subir a la superficie.
Parpadeó para quitarse el agua salada de los ojos y entonces lo vio de pie, con el
agua hasta la cintura y sonriendo.
—Maldita sea, Del. Está fría.
—Está fresca —la corrigió él, y se zambulló bajo una ola.
Laurel, evidentemente, no la vio y la fuerza la derribó de nuevo. Se quedó sin
aire y cubierta de arena. Cuando iba a levantarse, Del la tomó de la cintura.
—Eres un pesado, Brown.
—He conseguido que te metieras en el agua, ¿o no?
—Me gusta mirar el mar y nadar en la piscina.
—En casa no hay mar que valga —precisó Del—. Ahí viene otra.
Al menos esta vez la ola no la tomó por sorpresa, así que se dejó llevar y tuvo
la satisfacción de hundir a Del de un empujón, aunque sólo sirvió para que este
saliera a la superficie riendo a carcajadas. Como y a estaba mojada y llena de
arena y sal, decidió ponerse a saltar olas. La piel y los músculos reaccionaron al
ejercicio y tuvo que admitir que la argumentación de Del era impecable.
En casa no había mar que valiera.
Laurel volvió a zambullirse, por el puro placer de sumergirse, y una vez más
Del la rodeó por la cintura.
—Ya basta. Ahora, sal.
—Pesado —protestó Laurel.
—Es posible. —Del la tomó en brazos y flotaron en el mar.
Laurel notó que Del daba unas cuantas patadas para empujarse hacia la
orilla. Qué diablos, decidió relajando el cuerpo. Que trabajase si quería.
Sus amigos estaban en la arena, en el agua, y le llegaron las voces, el sonido
de las olas, la música.
—Podría llegar a la play a por mi propio pie —le dijo—. También habría
podido meterme solita en el agua si hubiera querido.
—Sí, pero entonces no habría podido hacerte esto. —Del le dio la vuelta y la
besó en los labios dejando que el agua los meciera.
Una vez más Laurel tuvo que admitir que no le faltaba razón.
19
Le entraron ganas de hacer unas tartas. Quizá fuera a causa de la lluvia que
repiqueteaba en las ventanas y había convertido la play a en una acuarela
perlada, o puede que se debiera a que llevaba varios días entrando en la cocina
sin hacer otra cosa que preparar café o meter unas palomitas en el microondas.
Laurel supuso que le pasaba lo mismo que a Parker cuando esta se escabullía
un par de horas para encorvarse frente al ordenador o a Mac saliendo con la
cámara en la mano. Incluso Emma había ido a una floristería a comprar género
para decorar la casa.
Después de unos cuantos días de dormir a pierna suelta, holgazanear por ahí,
dar largos paseos y celebrar torneos de juegos nocturnos, tenía ganas de hundir
las manos en una buena masa.
Al revisar la despensa y ver la provisión de productos básicos de repostería
que contenía, comprendió que Del la conocía bien. Sorprendida, dedujo que
debía de haberse fijado en lo que guardaba en su propia despensa, porque los
artículos que vio eran de repostería profesional.
Pero Del no debía confiarse crey endo que lo sabía todo, pensó Laurel, porque
lo que le apetecía en esos momentos era hacer unas tartas.
Confeccionó una lista mentalmente, sabiendo que la elección final dependería
de lo que encontrara en el mercado, y le dejó una nota a Parker.
Voy al mercado. He tomado prestado tu coche.
L.
Cogió las llaves y el bolso, y salió de la casa dispuesta a correr una inocente
aventura.
En el gimnasio Parker contemplaba la lluvia mientras terminaba su tabla de
ejercicios cardiovasculares. No había puesto las noticias como tenía por
costumbre; era una concesión a las vacaciones. Las noticias graves tendrían que
esperar a que ella regresara a casa.
A menos que tuvieran que ver con novias. Aunque en realidad, tampoco había
pasado gran cosa. Tan solo había tenido que hacer unas cuantas llamadas y
resolver desde la distancia algunos problemas y dificultades.
De hecho, le tranquilizaba pensar que podía estar en otra parte y seguir
gestionando sus asuntos.
Sonrió al reconocer a Mac, que con su mata de pelo rojizo oculta bajo una
gorra de béisbol y vestida con un chubasquero de color azul intenso se dirigía con
la cámara a una play a barrida por la lluvia.
Por muy lejos que estuvieran de la casa, pensó Parker, seguían siendo las
mismas.
Se quedó observándola un rato y luego fue a cambiar la música con la
intención de terminar su tanda de ejercicios con algo más suave.
Era un lujo poder disponer de todo el tiempo que una quisiera, no tener que
consultar el reloj o adaptar la clase de gimnasia al horario que le imponía una
cita o un asunto que resolver.
Eligió la barra y ejecutó unos pliés.
En ese momento entró Mal y la vio con el pie en la barra y la nariz pegada a
la rodilla.
—¡Qué flexible! —comentó arqueando las cejas cuando ella se volvió para
mirarlo—. ¿Te molesta si hago un poco de ejercicio?
—No, claro que no. —Le fastidiaba que ese hombre la pusiera tensa y sacara
a la luz su mal carácter, por eso hizo el esfuerzo de mostrarse agradable—.
Adelante. Cambia la música si quieres. No me importa. —¡Faltaría más que le
importara lo que hiciera ese individuo!
Mal se limitó a encogerse de hombros y fue a buscar las pesas para practicar
unos levantamientos en la banqueta.
—No sabía que hubiera alguien despierto hasta que he oído a la melenas.
—Mac y a está en la play a tomando fotografías.
No había razón para no ser civilizados, se dijo Parker.
—¿Con esta lluvia?
—Parece que nos cuesta reprimirnos —dijo Parker con una sonrisa y
volviéndose hacia él. Sobre todo para evitar que le mirara el culo si seguía de
espaldas.
—Como quieras. He visto alguna de sus fotos. Tendrías que colgarlas por aquí.
Parker se sorprendió, porque y a había planeado hacer eso.
—Sí, es cierto. Dime, ¿cuánto peso levantas?
—Unos diez kilos aproximadamente. Veo que tienes unos buenos brazos —
dijo él después de repasarla de arriba abajo—. ¿Cuánto peso levantas tú?
—Unos siete u ocho, depende.
—No está mal.
Parker lo miraba de soslay o mientras hacía sus estiramientos. No podía
negarse que él sí tenía buenos brazos. Se le marcaban los músculos al levantar las
pesas, pero sin exagerar, y entonces se le movía el tatuaje en forma de nudo,
símbolo celta de « hermandad» , que lucía en su estilizado bíceps derecho.
Había buscado el dibujo en Google movida por la curiosidad.
Parker respetaba a los hombres que se mantenían en forma, y había visto a
Mal desvestirse antes de meterse en el mar. No pretendía fijarse en él, pero se
dio cuenta de que Kavanaugh pertenecía a ese grupo.
Parker empezó sus abdominales mientras Malcolm ejercitaba los bíceps. Ella
añadió luego unos ejercicios de pilates, y él trabajó los pectorales. Él iba a lo
suy o, sin molestar, y Parker casi llegó a olvidar su presencia y terminó su sesión
con unos estiramientos de y oga.
Cuando se volvió para beber de su botellín de agua, casi tropezó con él.
—Lo siento.
—No pasa nada. Está muy musculada, señorita Brown.
—Tonificada —le corrigió ella—. Lo de musculado se lo dejo a usted, señor
Kavanaugh.
Mal sacó dos botellines de agua de la nevera y le pasó uno. De repente,
Parker se vio con la espalda contra el electrodoméstico, las manos de ese hombre
aferradas a sus caderas y los labios tomando posesión de su boca.
Se dijo que fue la profunda sorpresa (¿de dónde había salido eso?) lo que
prolongó el momento, el beso, su lento y sensual sofoco. Entonces lo apartó de un
empujón y respiró hondo.
—Un momento, espera un momento.
—Muy bien.
Parker lo fulminó con la mirada, pero él pareció no sentirse afectado por su
hiriente expresión. Se quedó quieto, como si no tuviera intención de repetir. Tan
solo la observaba con sus intensos ojos verdes.
El gato acechando al ratón, pensó Parker. Así era como se sentía, y eso que
no era la presa de nadie.
—Mira, si se te ha metido en la cabeza que y o… que porque los demás están
emparejados nosotros…
—No. Lo he hecho por ti, por el Cuatro de Julio. Lo recuerdo muy bien.
—Eso no tuvo ninguna importancia.
—Me gustó. Por si quieres saberlo, no se me ha metido nada raro en la
cabeza. Me gustan tus labios, y he pensado que valía la pena poner a prueba mis
recuerdos. La memoria no me ha traicionado.
—Bien, aclarado este punto… —Parker se apartó de él de un codazo y salió
echando chispas.
Mal soltó una exclamación entre divertida y satisfecha y fue a cambiar la
música. Prefería a su melenas con la guitarra y la batería.
Laurel se puso a descargar las bolsas con la alegría de haber descubierto las
excelencias del mercado del pueblo. Quizá se había pasado un poco, pero estaba
tan contenta que no veía ningún mal en ello. Contaba con los ingredientes
necesarios para hornear unas tartas, pan, un bizcocho de frutas… y dejar volar la
imaginación.
—Creo que está empezando a clarear.
Laurel se volvió y vio a Mac, que subía por los escalones de la play a con el
chubasquero brillante por el agua de la lluvia.
—Sí, eso es obvio.
—Hablo en serio. Mira hacia allí. —Mac señaló al cielo en dirección éste—.
Por ahí se abren claros. Ya sabes que soy una optimista.
—Y veo que estás más mojada que un pollo.
—He hecho unas fotos magníficas —le explicó ay udándole con las bolsas—.
Teatrales, soñadoras, temperamentales… ¡Caray, esto pesa! ¿Qué has comprado?
—Cosas.
Mac echó un vistazo al contenido de una bolsa y sonrió a Laurel con aires de
suficiencia.
—Vas a hacer pasteles. Siempre serás una cocinillas.
—Mira quién habla… La Annie Leibovitz del grupo.
—Emma decía el otro día que quiere diseñar un jardín que se adapte a la
play a, plantar unas colas de zorro y … no sé qué más. No nos habremos vuelto
adictas al trabajo, ¿verdad?
—No, somos mujeres productivas.
—Eso me gusta más —confesó Mac mientras le ay udaba a subir las bolsas—.
Lo he pasado fenomenal, y me muero de ganas de descargar las fotos digitales
para ver cómo han salido. He filmado también. Me pregunto si costaría mucho
convencer a Parker y a Del de que monten un cuarto oscuro.
—Parker cree que este lugar es perfecto para organizar bodas en plan
informal en la play a.
Mac frunció los labios pensativa.
—Quizá eso sea ir demasiado lejos, aunque… Jo, tiene razón.
—No la animes —le ordenó Laurel, cambiándose las bolsas de mano para
abrir la puerta. En ese momento apareció Del.
—Aquí estás —dijo tomando una bolsa de cada una de las chicas—. ¿Nos
faltaban provisiones?
—A mí sí.
Del dejó las bolsas sobre la encimera y se inclinó para darle un beso a
Laurel.
—Buenos días. Eh, Macadamia, estás empapada.
—Se están abriendo claros —insistió Mac—. Voy a tomar una taza de café.
¿Has visto a Carter?
—Hace un momento. Tenía un libro así de gordo en las manos —especificó
Del extendiendo el pulgar y el índice.
—Estará ocupado entonces. —Se sirvió una taza y se marchó con un saludo.
—Ésta mañana te he echado de menos en la cama —dijo Del—. Me he
despertado con la lluvia y las olas pensando que me encontraba en el lugar
perfecto, pero me faltabas tú.
—He salido en una misión.
—Ya lo veo. —Del metió la mano en una bolsa y sacó varios limones—. ¿Vas
a preparar limonada?
—Una tarta de limón y merengue y otra de mermelada de cerezas. También
quiero hornear pan, y puede que prepare un bizcocho de frutas. Las mañanas de
lluvia me inspiran para dedicarme a la repostería.
—Me temo que la lluvia no nos inspira lo mismo de buena mañana.
Laurel rio sin dejar de vaciar las bolsas.
—Si te hubieras despertado antes, habríamos podido hacer las dos cosas. No,
déjame a mí. Sé dónde quiero cada cosa.
Del se encogió de hombros y dejó que ella organizara todo.
—Viendo las tartas que me esperan, vale más que me meta en el gimnasio. Si
tienes el ticket o te acuerdas de lo que has gastado, dímelo y te lo abonaré.
Laurel dejó lo que estaba haciendo.
—¿Por qué?
—No hace falta que compres tú las provisiones —dijo Del con aire distraído
mientras sacaba una botella de Gatorade de la nevera.
—¿Y tú sí? —No pudo evitar que una ola de calor le recorriera la espalda.
—Bueno, es…
—¿Tu casa?
—Sí, pero iba a decir que es más… democrático, y a que tú pones el trabajo.
—Anoche nadie puso el trabajo cuando salimos todos a cenar y tú pagaste la
cuenta.
—Eso fue porque… ¿Qué problema hay ? La próxima vez invitará otro.
—¿Crees que me importa tu dinero? ¿Crees que salgo contigo porque puedes
invitarnos a cenar y comprar una casa como ésta?
Del bajó la botella.
—Por Dios, Laurel… ¿De dónde has sacado eso?
—No quiero que me devuelvas el dinero. No quiero que me cuides, y puedes
meterte el sentido democrático donde te quepa, porque no voy a permitirlo. Soy
capaz de pagar mis gastos y puedo comprar las provisiones que se me antojen
cuando quiera hacer tartas.
—Vale. Me sorprende que te fastidie tanto mi ofrecimiento de pagar unos
limones, pero siendo así, lo retiro.
—No entiendes nada —musitó Laurel mientras oía el eco burlón de los
consejos de Linda—. ¿Cómo vas a entenderlo?
—¿Por qué no me lo explicas?
Laurel sacudió la cabeza.
—Voy a preparar unas tartas. Hornear me hace feliz. —Tomó el mando a
distancia y puso una emisora de música al azar—. Bueno, ve a hacer ejercicio.
—Ése es el plan. —Del dejó la botella en la encimera, tomó su rostro con
ambas manos y se quedó mirándola—. Quiero que estés contenta. —La besó,
cogió la botella y se fue.
—Lo estaba —murmuró ella—, y volveré a estarlo.
Decidida, Laurel empezó a disponer las provisiones y los ingredientes a su
modo.
Mal entró en el momento en que ella preparaba una mezcla de harinas para
la masa pastelera.
—Me gusta ver a una mujer que sabe gobernar la cocina.
—Me alegro de complacerte.
Mal se acercó a la cafetera, examinó un resto de café y lo echó al fregadero.
—Voy a hacer café. ¿Te apetece?
—No, y a he tomado.
—¿Qué hay de menú?
—Tartas. —Laurel notó el retintín de su voz y procuró dulcificarlo—. De
merengue con limón y de cereza.
—Tengo debilidad por las tartas de cereza. —Mal encendió la cafetera y se
acercó a la superficie de trabajo para observarla—. ¿Usas limones de verdad
para preparar el merengue de limón?
—Sí, se terminaron los mangos. —Laurel le dedicó una mirada atenta
mientras añadía agua helada—. ¿Qué quieres que use?
—Pues… esa cajita que lleva una foto de una porción de tarta.
Laurel soltó una carcajada distendida.
—Eso no entra en mi cocina, amigo. El zumo y la piel que utilizo son de
limones auténticos.
—¿Qué te parece? —Mal se sirvió un café y hurgó en uno de los armarios—.
Oy e, aquí hay Pop-Tarts. ¿Te molesta si me quedo a husmear?
Perpleja, Laurel dejó de amasar y se quedó mirándolo.
—¿Quieres ver cómo preparo las tartas?
—Me gustaría, pero si te molesto, me largo.
—Si no tocas nada…
—Trato hecho. —Mal tomó un taburete y se sentó al otro lado del área de
trabajo.
—¿Tú cocinas?
Mal rasgó el paquete de las Pop-Tart.
—Cuando fui a vivir a Los Ángeles, si no aprendías a cocinar te morías de
hambre, y aprendí. Me sale una salsa de tomate de chuparse los dedos. Puede
que la haga para cenar, sobre todo si sigue lloviendo.
—Mac dice que amainará.
Malcolm observó la fina lluvia que seguía cay endo.
—Ya…
—Eso mismo he dicho y o. —Laurel tomó el rodillo de amasar. Era de
mármol, y adivinó que Del lo habría comprado pensando en ella. Se arrepintió de
haberlo tratado mal.
Dejó escapar un suspiro mientras espolvoreaba con harina la zona de trabajo.
—Es difícil ser rico.
Laurel levantó la cabeza y volvió a observarlo.
—¿Qué?
—Aunque es más difícil ser pobre —añadió Mal sin cambiar de tono—. Yo he
sido las dos cosas, podría decirse, y ser pobre es peor. Aunque los ricos tienen sus
pegas. Las cosas me iban bien en Los Ángeles. No me faltaba el trabajo y me
gané una buena reputación. Había ahorrado un pellizco cuando me herí filmando
una escena, y eso acabó con mi suerte. Sin embargo, al final me indemnizaron
con una cantidad indecente de pasta.
—¿Quedaste muy mal herido?
—Me rompí los huesos que me faltaban por romper y otros que y a me había
roto antes. —Se encogió de hombros y mordió una galleta—. Lo que quiero decir
es que, a mi modo de ver, me salía el dinero por las orejas. Hubo gente que
pensó lo mismo que y o y crey ó que podría sacarme la pasta. Los ratones salen
del agujero cuando huelen el queso, y luego se enfadan si no lo compartes con
ellos o si consideran que te pasas compartiéndolo. Aprendí a distinguir lo que es
importante de lo que no, y a valorar a quien lo merece.
—Sí, lo imagino.
—Del siempre ha nadado en la abundancia. Pero su historia es distinta.
Laurel dejó de amasar.
—¿Estabas escuchando?
—Pasaba por aquí y me ha parecido oír el final de vuestra conversación. No
me apetecía taparme los oídos y ponerme a cantar. Si quieres saber mi opinión…
—¿Por qué iba a interesarme?
El tono glacial con que ella le contestó no pareció afectarle.
—Porque entiendo lo que te pasa. Sé lo que representa tener que demostrar
que sabes defenderte solo, llevar las riendas de tu propia vida. Mis orígenes no
son los tuy os, pero tampoco somos tan diferentes. A mi madre le gusta hablar —
añadió Mal—, y y o le dejo. Por eso conozco un poco tu historia.
Laurel se encogió de hombros.
—No es un secreto.
—Es jodido ser el blanco de las críticas, sobre todo cuando se trata de asuntos
del pasado que además tienen que ver con tus padres y no contigo.
—Supongo que y o también debería sincerarme y decirte que sé que perdiste
a tu padre y que tu madre vino a Greenwich y se puso a trabajar para tu tío.
También sé que no te llevabas bien con él.
—Es un cabrón. Siempre lo ha sido. —Mal siguió hablando con la taza de café
en la mano—. ¿Cómo haces la capa de masa que va encima? Te queda
completamente redonda.
—Es la práctica.
—Sí, casi todo se hace bien con un poco de práctica. —Mal observó en
silencio mientras Laurel doblaba la masa, la colocaba en un molde y la
desdoblaba—. Un aplauso para eso. En fin, mi opinión es…
—Si vas a darme tu opinión, vale más que me eches una mano y deshueses
las cerezas.
—¿Cómo?
Laurel le dio una horquilla del pelo limpia y ella tomó otra.
—Así. —Para demostrárselo, clavó la horquilla en la base de la cereza hasta
que el hueso salió por la parte de arriba.
A Mal se le iluminaron los ojos de puro interés.
—Es tremendamente ingenioso. Déjame probar.
Empezó a deshuesar cerezas con más pericia de la que Laurel esperaba.
Viendo el resultado, colocó frente a él dos cuencos.
—Aquí, los huesos, y aquí, la fruta.
—Entiendo. —Mal se puso manos a la obra—. Del no piensa en el dinero
como la may oría de nosotros. No es que sea tonto, por supuesto. Es generoso por
naturaleza; por educación también, si lo que he oído contar de sus padres tiene
fundamento.
—Eran unas personas increíbles. Admirables.
—Eso es lo que se dice por ahí. —Mal deshuesaba con rapidez y destreza
manipulando la horquilla. Laurel estaba impresionada—. Es sensible con los
demás, y justo. No es un prepotente, sino que para él el dinero no sólo es para
disfrutarlo y tener comodidades, sino para construir cosas, para hacer algo
importante, para cambiar vidas. Es un tío cojonudo.
—Lo es.
—Además no es un gilipollas, y eso dice mucho en su favor. Oy e, no irás a
ponerte a lloriquear, ¿verdad? —preguntó Mal con cautela.
—No. No me saltan las lágrimas así como así.
—Bien. A lo que iba: Del compra esta casa… Del y Piernas.
—¿De verdad vas a llamar Piernas a Parker?
—Tiene un buen par. Los dos hermanos compran la casa para invertir, eso
está claro, y para tener un lugar donde pasar las vacaciones. Ahora bien, ¿qué
hacen una vez la consiguen? La abren para los demás. Podrían haberos dicho:
« Muy bien, nos vamos de vacaciones. Hasta dentro de un par de semanas» .
Pero no ha sido así.
—No, eso es cierto. —Laurel empezó a mirar a Mal con otros ojos. Ése
hombre era comprensivo, y sabía valorar a los demás en su justa medida.
—La casa se llena de gente. A mí me ha costado un poco venir, porque me
parecía que me pegaba a vosotros, pero eso es cosa mía. Del considera que esta
casa hay que aprovecharla. Sin cargas ni ataduras.
—Tienes razón. Toda la razón del mundo.
Los intensos ojos verdes de Mal se cruzaron con los de ella y su mirada
comprensiva casi le hizo llorar.
—Lo que ocurre es que no entiende que cada cual carga con lo suy o y tiene
sus propias ataduras. Ni lo nota, ni lo ve, porque si no…
—Se enfadaría, o se sentiría insultado.
—Sí, pero a veces las chicas necesitan comprar ellas los limones, y entonces
hay que tragarse los enfados y los insultos.
Laurel terminó una segunda capa de masa y la colocó en otro molde.
—He de intentar explicárselo. Supongo que ahora me toca a mí.
—Eso parece.
—Justo cuando empezabas a caerme bien… —comentó ella con una sonrisa.
Laurel estaba haciéndole una demostración sobre cómo hay que preparar un
merengue cuando Emma entró en la cocina.
—Hay un torneo en el salón de juegos dentro de una hora.
—¿Póquer? —preguntó Mal animándose.
—De eso están hablando. Jack y Del han organizado una especie de decatlón
de juegos, y el póquer va incluido. Ahora están deliberando sobre la puntuación.
¡Oh, tarta…!
—Todavía no está lista. Cuando la acabe hornearé pan, mientras Mal prepara
una salsa de tomate.
—¿Tú cocinas?
—Prefiero jugar al póquer.
—Ah, bueno, si quieres y o…
—Ni hablar —exclamó Laurel advirtiendo con un dedo a Mal—. Tú y y o
hemos hecho un trato.
—Muy bien, pero el torneo no empezará hasta que y o hay a terminado la
salsa. Y además no fregaré los platos.
—Me parece justo —accedió Laurel—. Tardaremos noventa minutos —le
dijo a Emma—. Si los demás participantes quieren cenar esta noche, van a tener
que esperarnos.
Laurel ajustó el temporizador para calcular el tiempo que tardaría en subir
por segunda vez la masa del pan y se lo metió en el bolsillo. Había puesto a
enfriar las tartas en una rejilla mientras la salsa de Mal iba cociéndose a fuego
lento.
Era un buen plan, teniendo en cuenta que llovía.
Cuando entró en el salón de juegos se fijó en que Del y Jack habían
conseguido el equivalente a su tarta de limón.
Habían montado varios puestos por toda la estancia e incluso los habían
numerado: una mesa de póquer, una videoconsola Xbox, la colchoneta del
videojuego musical Dance Dance Revolution y el temido futbolín.
Era muy mala jugando a futbolín.
La gente se había ido asomando a la cocina durante la última hora para ir a
buscar algo de aperitivo o de bebida, y ahora en la barra había cuencos de
patatas fritas, salsas, queso, fruta y crackers.
Por último habían dibujado una tabla de puntuación y habían anotado los
nombres en ella.
—Parece que esto va en serio.
—Las competiciones no son para los sarasas —le dijo Del—. Parker ha
intentado prohibir que se fumen cigarros en la mesa del póquer y le hemos
quitado el mando. Me han dicho que Mal ha preparado algo para cenar.
—Sí. Ése tema está controlado, aunque tendremos que hacer un par de pausas
en el juego para ir a comprobar cómo marcha la cocina.
—Me parece justo.
Lo veía justo, pensó Laurel, porque ese hombre era justo. Generoso por
naturaleza, como había dicho Mal. Se había tomado muchas molestias. Cierto que
había sido en beneficio propio, porque le gustaba jugar, pero también quería que
todos lo pasasen bien.
Laurel le hizo señas con un dedo indicándole que quería hablar con él en un
aparte mientras Mac deliberaba con Jack sobre los videojuegos que elegirían.
—No voy a disculparme por lo que te he dicho, sino por mis maneras.
—Muy bien.
—No quiero que ninguno de los dos dé por sentado que el primero que tiene
que sacar la cartera has de ser tú.
Del se enfurruñó.
—Yo nunca he dicho eso, y tú tampoco. No es que…
—Eso es lo que importa entonces. —Laurel se puso de puntillas y le dio un
beso en los labios—. Olvidémoslo. Bastante trabajo vas a tener procurando que
no te vapulee en este torneo.
—No tienes ninguna posibilidad. El trofeo del I Torneo Anual de Juegos de
Playa Brown será mío.
—¿Hay un trofeo?
—Claro que sí. Jack y Parker han hecho uno.
Laurel miró hacia donde Del señalaba y vio que en la repisa de la chimenea
había un trozo de leña o un madero recuperado del mar al que habían colocado
estratégicamente unas conchas en forma de un biquini primitivo. Unas algas
secas le cubrían lo que parecía ser la cabeza, y en la cara le habían dibujado una
mueca fiera y dentuda.
Laurel se echó a reír y se acercó para observarlo con detenimiento.
La cosa iba mejor, pensó Del. Se le había pasado el enfado. De todos modos,
que se le hubiese pasado no significaba que no lo llevara dentro y que en otro
momento no volviera a soltarlo.
Había tenido tiempo para reflexionar y creía haber dado con la razón y el
origen de su mal humor, o al menos eso le pareció.
También creía que podría averiguar algo más si le sonsacaba algo a alguien.
Miró a Emma, que estaba a cargo del bar.
Decidió darse un poco de tiempo para enfocarlo de la manera adecuada.
—Que empiecen los juegos —propuso Jack a voz en grito, sosteniendo en alto
un sombrero—. Que todos cojan un número para la primera ronda.
El futbolín se le daba fatal. Era tan mala que incluso Carter le ganó, y eso
resultó humillante de verdad.
De todos modos, barrió a los demás en el juego del millón. Tuvo tanta suerte
y fue tan hábil que venció a Jack y a Del en ese terreno… para disgusto de los
muchachos.
¡Qué satisfacción!
En el póquer, cumplió. Sin embargo, Mal y Parker se los estaban llevando a
todos de calle mientras competían entre sí en la colchoneta del DDR. Laurel
tendría que afilar sus cuchillos si quería optar al trofeo.
Cuando vio que Parker y Mal conseguían una doble A al terminar la segunda
de las tres rondas, decidió tomar un sorbo de vino.
Mierda, aquello le estaba saliendo fatal.
Posiblemente era un poco retorcida al pensar que la presencia de Mal
equilibraba las cosas, pero era cierto. Parker era muy capaz de buscarse novio si
era eso lo que deseaba, pero ese hombre estaba dándole un toque muy agradable
a las vacaciones.
Además, hacían muy buena pareja.
Realmente buena.
Quizá debería pasarse al agua si lo que pretendía, ni que fuera remotamente,
era hacer de casamentera.
Se encogió de hombros, tomó un sorbo de vino y se preparó para jugar con la
consola Xbox.
Llegó a la ronda final con cinco puntos y empatada con Mac tras liquidar a
Jack en el videojuego musical DDR.
—Maldita Wii… —se quejó Jack en voz baja—. Me ha bajado la media.
—Vas en cuarto lugar —dijo Emma poniéndole el dedo en el vientre—. Yo
voy la última. Algo le pasa a la máquina del millón, y el mando de la Xbox falla.
—Le quitó el cigarro de los dedos—. A ver si esto me da suerte… —Y le dio una
calada al puro—. Uf, no me compensa.
Al cabo de cuarenta minutos de jugar al Texas Hold’Em, Laurel recuperó su
inversión con una fantástica escalera de color. El bote la situaría en cabeza y
eliminaría potencialmente a Emma, a Mac y posiblemente a Carter.
Sintió un hormigueo al ver que los jugadores iban pasando uno tras otro en esa
mano. Hasta que le tocó el turno a Carter. Éste se quedó pensativo, sopesó la
jugada, en lo que a la joven le parecieron unos minutos interminables, y vio la
apuesta.
—Escalera de color con el as de corazones —cantó Laurel mostrando sus
cartas.
—¡Qué bonito! —comentó Del.
—Ah… —Carter se ajustó las gafas y adoptó una expresión compungida—.
Full de reinas y sietes. Lo siento.
—¡Bravo! —exclamó Mac.
Laurel torció el gesto ante el aplauso de su amiga.
—Perdona que lo adule, pero es que vamos a casarnos.
—Podrías ir a ver si está hecha la salsa —intervino Mal.
—Sí, será mejor —afirmó Laurel, levantándose airada de la mesa—. Ha sido
por culpa del estúpido futbolín.
Se entretuvo un rato removiendo la salsa y luego salió al porche.
La predicción de Mac se había cumplido. Estaba despejado. La lluvia había
tardado todo el día en escampar, pero el cielo volvía a ser de un azul radiante.
Más tarde saldrían la luna y las estrellas. Sería una noche preciosa para dar un
paseo por la play a.
Cuando entró, vio que Emma estaba en la barra sirviéndose una Coca-cola
light.
—¿Estás eliminada?
—Eliminada estoy.
—Al menos no he quedado y o la última.
—Podría odiarte por lo que acabas de decir, pero me siento magnánima. Jack
está a punto de salir con el rabo entre las piernas. El amor no nos ha servido hoy
para darnos alas, y la técnica y la suerte se han confabulado contra nosotros,
pero ha sido divertidísimo. Ah, ahí viene mi novio. Supongo que ahora tendría que
darle ánimos.
La eliminatoria duró media hora, y tardaron unos minutos más en anotar los
puntos.
Al final Del dejó la tabla de puntuación y cogió el trofeo.
—Señoras y señores, tenemos un empate. Parker Brown y Malcolm
Kavanaugh ganan por ciento treinta y cuatro puntos cada uno.
Mal le sonrió a Parker.
—Parece que vamos a repartirnos el botín, Piernas.
—Podríamos desempatar, pero estoy demasiado cansada —dijo ella
estrechándole la mano—. Compartamos el trofeo.
20
Del tuvo la oportunidad de hablar con Emma a solas cuando le sugirió que fueran
en coche al vivero de la zona para que eligiera las plantas que más le gustaran
para el jardín.
La joven se apuntó al plan con tanta rapidez y entusiasmo que Del se sintió un
poco culpable. Decidió que la compensaría dejando que escogiera libremente,
aunque eso implicara tener que contratar a un equipo de paisajistas local para
que se encargara del mantenimiento.
Su mala conciencia se disipó en el mismo momento en que Emma entró en el
coche.
—La clave está en buscar un mantenimiento mínimo —dijo Emma—. Me
encantaría diseñar un jardín inundado de color y con texturas muy diversas, pero
como no vivís aquí, no tiene ningún sentido, porque al final lo cuidarían otros.
Vosotros estaréis y endo y viniendo durante todo el año.
—Exacto. —Le daría lo que le pidiese, se dijo de nuevo Del. Lo que le
pidiese.
—Lo siguiente que hay que hacer es optar por unas plantas y un césped que
sean compatibles con la play a y procurar darle un aire natural. ¡Será muy
divertido!
—Seguro que sí.
—Claro. —Emma rio y le apretó el brazo—. Me voy a divertir un montón, y
además quiero que lo consideres un detalle de agradecimiento por mi parte, por
haberme invitado a venir de vacaciones. Éste lugar es precioso, Del. Todos
estamos muy contentos de haber venido.
—¿Un detalle de agradecimiento? Por favor, Emma…
—A mí me gusta dar las gracias, y no te consiento que me lleves la contraria.
No se hable más. Chico, ¡qué día más bonito…! Me muero de ganas de empezar.
—Es muy agradable salir de la ciudad y relajarse. Nos irá bien a todos.
—Tienes toda la razón.
—Te olvidas de las presiones. Vivimos con mucho estrés, y no sólo por el
trabajo, sino por cosas que nos preocupan. A Laurel le afectó mucho la escena
con Linda.
—¿Ah, te lo contó? No estaba segura de si lo haría —dijo Emma retrepándose
en el asiento, al notarse que se acaloraba de la rabia.
—Fue una suerte sorprender a Linda antes de que entrara en casa de Mac y
Carter, pero no me gustó que tuviera que enfrentarse a esa mujer sola.
—Manejó bien la situación y la envió a paseo, pero comprendo lo que quieres
decir. Cuando Linda fue a por ella, no supo defenderse. Le afectó mucho. Ésa
mujer sabe exactamente dónde clavarte el cuchillo.
—Lo que diga Linda no tiene ninguna importancia.
—No, pero las palabras hieren, y ella sabe usarlas. Es… una depredadora,
eso es lo que es, y va a buscar los puntos débiles. A Laurel le dio de lleno.
Primero atacando a su padre, y luego a ti. La apuñaló y le clavó las garras.
—Los padres en general son un punto débil para mucha gente. Laurel se ha
hecho a sí misma, incluso a pesar de su familia, y eso es digno de orgullo.
—Estoy completamente de acuerdo, pero para nosotros es más fácil porque
nunca nos han despreciado. Siempre nos han querido y nos han apoy ado.
Imagínate que te enteras de que tu padre fue lo bastante débil (y tuvo el mal
gusto) para enrollarse con Linda… Tragarse una cosa así tiene que costar; y
mientras Laurel intenta digerir la historia, esa bruja le suelta que es el hazmerreír
de todos al creerse que alguien como tú irá en serio con ella. Por si fuera poco,
además la insulta diciéndole que todos saben que va detrás del dinero y de la
posición de los Brown, porque sólo hace falta ver cuáles son sus orígenes.
Emma se interrumpió para calmarse y Del se quedó en silencio mientras
procesaba mentalmente toda esa información.
—Se acabó montando un lío espantoso —siguió contando Emma—. Laurel
quedó como una caza-fortunas de baja estofa y tú como el energúmeno que te
tiras a la amiga de su hermana porque le apetece. Y como eso es exactamente lo
que piensa Linda, sabe clavar el puñal con autoridad. Le hizo llorar, y y a sabes
que a Laurel hay que darle con un palo para arrancarle las lágrimas. Si Linda no
se hubiera ido y a cuando llegué, le habría… Ay, mierda… ¡Mierda! Laurel no te
lo había contado.
—Me contó que Linda apareció en la finca y que ella la echó, pero pasó por
alto varios puntos importantes.
—Maldita sea, Del. ¡Eres lo que no hay ! Me has manipulado para que te
contara toda la historia.
—Es posible, pero ¿no tengo derecho a enterarme?
—Puede que sí, pero y o no tenía derecho a contarte algo así. Me la has
jugado y ahora he traicionado a una amiga.
—No has traicionado a nadie —especificó Del aparcando en el vivero y
volviéndose hacia ella—. Escucha, ¿cómo quieres que lo arregle si no me entero
de lo que ha pasado?
—Si Laurel quisiera que lo arreglaras…
—Por lo que sé se enfada cada vez que quiero arreglar las cosas, pero
dejemos eso por ahora. Linda es un problema, y no sólo para Laurel, sino para
todos nosotros. Sin embargo, en este caso en concreto, fue a por ella, y le hizo
daño. ¿No ibas a decir que te habrías encargado personalmente si lo hubieras
sabido antes?
—Sí, pero…
—¿Crees que salgo con Laurel porque sí, que me acuesto con ella porque la
tengo a mano?
—No, claro que no.
—Laurel sí lo piensa, créeme. Al menos, en parte.
—Sin comentarios, y no me parece bien que me interrogues.
—Bien, plantearé la cuestión de otra manera.
Emma se quitó las gafas de sol con brusquedad y lo fulminó con la mirada.
—No me intimidarás con tu palabrería de abogado, Delaney. Ahora mismo
estoy que me subo por las paredes.
—Era necesario que me enterara. Laurel no dejará que meta baza. En parte
por orgullo, pero también porque no se quita esa idea de la cabeza. Puede que y o
tenga la culpa, que hay a provocado que se sienta insegura… Ay er pensé que los
tiros podrían ir por ahí, pero tenía que confirmar mis sospechas.
—¡Qué listo eres! —Emma abrió la portezuela del coche con decisión y Del
la detuvo asiéndola por el brazo.
—Emma, si no me entero de lo que está pasando, si no tomo cartas en el
asunto y actúo, le haré daño, y lo último que quiero es herirla.
—Deberías habérselo preguntado directamente.
—Ella no habría querido hablar del tema conmigo. Lo sabes muy bien. Sólo
se prestará si encuentro la manera de acorralarla, y ahora y a estoy preparado.
Ay er me equivoqué cuando me ofrecí a devolverle el dinero de la compra,
porque no entendí la situación. No se trata de Linda, aunque y a quise ocuparme
de ella hace tiempo, y pienso hacerlo. Se trata de mí y de Laurel.
—No andas desencaminado. —Emma suspiró—. Pero me has puesto en una
situación muy difícil, Del.
—Lo siento, y vas a seguir en esta situación, porque voy a pedirte que no le
digas nada. Al menos hasta que pueda hablar con ella. Si Laurel no cree en
nuestra relación a estas alturas, no funcionará. No saldrá bien. Y si tengo ni que
sea una mínima parte de responsabilidad en eso, me toca arreglarlo. Te pido por
favor que me des esta oportunidad.
—¡Qué bueno eres! ¿Cómo quieres que te diga que no?
—Hablo en serio. Laurel y y o tenemos que quitarnos la careta y hablar claro
de lo que está pasando. Quiero que me des la oportunidad de poder hacer eso.
—Os quiero a los dos, y me gustaría que fuerais felices. Créeme, Del, si te
digo que vale más que lo arregles. Si fastidias las cosas, o dejas que ella meta la
pata, te echaré a ti las culpas.
—Me parece bien. ¿Vas a seguir enfadada conmigo?
—Te lo diré cuando hay as hablado con ella.
—Emma… —Del se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Oh… —Emma suspiró hondo—. Vamos a comprar plantas.
Del procuró armarse de paciencia durante la interminable inspección,
búsqueda y selección de género, y en los momentos en que se atrevía ni que
fuera a cogerla del brazo para reanudar la marcha, ella lo fulminaba con una
mirada glacial.
Al final metieron en el coche lo que pudieron y encargaron que les enviaran
el resto, que era una cantidad considerable, a domicilio.
—Llévatela a la play a —le sugirió Emma durante el tray ecto de vuelta—.
Procura que no se entrometa nadie. No intentes hablar con ella de este tema en la
casa o en los alrededores. Hay demasiadas posibilidades de que os interrumpan,
y si eso pasa, le darás la oportunidad de cerrarse en banda o de huir.
—Bien pensado. Gracias.
—No me las des. Puede que no lo haga por ti, sino por ella.
—Como quieras.
—Id a dar un largo paseo. Ahora bien, como Laurel regrese trastornada, te
aseguro que te vas a enterar. Le diré a Jack que te dé tu merecido.
—No estoy tan seguro de que vay a a poder, aunque tú sí podrías.
—Métete esto en la cabeza y no la pifies. —Emma se interrumpió—. ¿Tú la
quieres?
—Claro que sí.
La joven se volvió hacia él.
—Menuda bobada… Decir eso es ridículo. Me están entrando ganas de darte
una patada en el culo.
—¿Por qué…?
—Basta —exclamó Emma sacudiendo la cabeza, y desviando la mirada al
frente—. Se acabaron las pistas. Vas a tener que solucionar esto tú solo; si no, no
servirá de nada. Yo me mantendré al margen. Me zambulliré de cabeza en mis
plantas. Me desentiendo de vosotros dos. Es lo mejor que puedo hacer. —Y
entonces se mordió el labio—. Pero no seas idiota y nunca más digas « claro que
sí» .
—Vale.
Del aparcó el coche frente a la casa y Emma hizo honor a su palabra.
Descargó las herramientas nuevas y se enfrascó en su trabajo.
A su pesar, Del tuvo que posponer el plan de llevarse a Laurel a dar un largo
paseo.
—Laurel se ha ido con Parker de compras —le aclaró Jack—. Parker quería
unas cosas para la casa y ha hecho una lista. También he oído que hablaban de
unos pendientes. Mac está en la piscina, Carter en la play a, con uno de sus libros,
y Mal anda por ahí. Yo bajaba ahora mismo.
—¿Han dicho cuándo volverán? Me refiero a Laurel y a Parker.
—Tío, y o qué sé… Han ido de compras… Igual pueden tardar una hora
como tres, o incluso cuatro días.
—De acuerdo.
—¿Hay algún problema?
—No, no… Quería saberlo.
Jack se puso las gafas de sol.
—¿A la play a?
—Sí, bajo enseguida.
—Iré a ver si Emma quiere que le ay ude antes de marcharme. Por cierto,
muchas gracias.
—Espera a que llegue el resto. No nos cabía en el coche.
—Fantástico.
Al cabo de una hora Parker y Laurel todavía no habían regresado, y Del
empezó a enfadarse. Se dedicó entonces a pasear arriba y abajo del porche
repasando mentalmente diversas situaciones posibles, como haría antes de
comparecer en los juzgados.
Oy ó las voces de Emma, Jack, Carter, Mac y Mal. Vio a unos en la play a,
dándose un baño, y a otros en el paseo, y cuando a la hora del almuerzo oy ó que
se acercaban, probablemente para picotear, salió para darse un chapuzón a solas
y reflexionar.
Al caer la tarde, cuando empezaba a plantearse si debería o no llamar a
Laurel al móvil, vio que el coche de Parker enfilaba el camino de entrada.
Mientras las chicas descargaban un montón de bolsas con sus compras, Del se
acercó para ay udarlas. No paraban de reír, como dos niñas a quienes pillan
abriendo una caja de galletas.
Sabía que no venía a cuento, pero verlas tan alegres le irritó.
—Oh, Emma… ¡esto es precioso! —gritó Parker.
—Lo es, y todavía no está terminado.
—Descansa un rato y ven a ver lo que hemos comprado. Lo hemos pasado
bomba. ¡Eh! —exclamó Laurel sonriéndole a Del—. Llegas a tiempo para
ay udarnos a cargar con las bolsas. Huy, vamos retrasados y y a es hora de
menear la coctelera. Las compras nos han dado mucha sed y queremos tomar
unos margaritas en la play a.
—Empezaba a preocuparme… —Del oy ó el tono de su voz y estuvo a punto
de esbozar una mueca de disgusto.
—Bah, ahora no nos des la lata, papi. Carga con esto. —Laurel le pasó unas
cuantas bolsas—. Em, hemos descubierto una tienda de regalos increíble. ¡Habrá
que volver!
—¿Para qué? No debe de quedar nada. —Mal se acercó para echar una
mano.
—Creo que hemos entrado en todas las tiendas que existen en ochenta
kilómetros a la redonda, pero no creáis que lo hemos comprado todo. ¡Qué triste
estás! —Laurel se rio mirando a Del—. Te he traído una cosa.
Visto que no le quedaba otra alternativa, Del subió las bolsas, y se vio obligado
a permanecer en un discreto segundo plano mientras las mujeres se abalanzaban
para abrirlas y enseñar sus trofeos.
—¿Por qué no vamos a dar una vuelta por la play a? —le propuso a Laurel.
—¿Estás de guasa? He caminado ochocientos mil kilómetros y ahora necesito
un margarita. ¿Quién se encarga hoy de prepararlos? —preguntó alzando la voz.
—Me ocupo y o —se ofreció Mal dirigiéndose a la cocina.
Del miró a Emma con la intención de que le echara un cable, pero ella se
limitó a encogerse de hombros y admirar las adquisiciones.
Ojo por ojo, pensó Del.
—Toma —dijo Laurel entregándole una caja—. Te he traído un recuerdo.
Puesto que no podía con ellas, Del decidió relajarse.
—Es un atrapasoles —le dijo cuando Del abrió el paquete—. Está hecho con
cristales de la play a reciclados. —Laurel tocó uno de los suaves fragmentos de
colores—. He pensado que podrías colgarlo en casa… para recordar los buenos
tiempos.
—Es fantástico. —Del dio unos golpecitos en uno de los lados y el móvil
tintineó ejecutando una danza—. En serio. Gracias.
—He comprado otro más pequeño para mí que colgaré en la sala de estar. No
he podido resistirme.
Tomaron unos margaritas y hablaron de preparar la cena. Del no consiguió
convencerla.
Paciencia, se recordó y logró seguir su propio consejo hasta que se puso el
sol.
—Paseo. Play a. Tú y y o —dijo Del tomándola de la mano y empujándola
hacia la puerta.
—Pero si ahora vamos a…
—Luego.
—Mandón —exclamó Laurel, pero entrelazó los dedos con los suy os—. ¡Qué
bien se está aquí fuera! Mira el cielo. Supongo que se impone una visita a la
play a, y a que hoy he pasado el día de compras —comentó tocándose los
pendientes nuevos—. De todos modos, la cantidad de cosas bonitas que me he
comprado me recordarán estas dos semanas. Cuando en invierno tengamos que
quedarnos encerrados en casa, miraré a mi alrededor y diré: el verano ha vuelto.
—Quiero que seas feliz.
—Tus deseos son órdenes. Estoy muy contenta.
—Necesito hablar contigo, preguntarte una cosa.
—Dime. —Laurel se volvió y caminó hacia atrás mirando la casa—. Emma
ha acertado con las plantas y el césped.
—Laurel, préstame atención.
Ella se detuvo.
—Está bien. ¿Qué pasa?
—No estoy muy seguro. Necesito que me lo digas tú.
—Entonces te diré que no pasa nada malo.
—Laurel… —Le cogió las manos—. No me contaste que Linda se metió
contigo por mi causa, que se metió con los dos.
Notó que las manos de ella se tensaban.
—Te dije que me enfrenté a Linda. Emma no tenía ningún derecho a…
—No es culpa suy a. Se lo sonsaqué sin que se diera cuenta. Crey ó que me
habías contado toda la historia, que es lo que deberías haber hecho. Es más,
Laurel, deberías haberme dicho que creías que parte de lo que había dicho era
verdad. Si por lo que he hecho o dicho te has sentido…
—Olvida eso.
—No. —Del la asió con fuerza al notar que ella iba a retirar las manos—.
Linda te hizo daño, y y o también, indirectamente. No se me olvida que por mi
culpa te sentiste herida.
—Olvídalo, Del. Te absuelvo de todo pecado, y no quiero hablar de Linda.
—No estamos hablando de ella. Hablamos de ti y de mí. Por Dios, Laurel,
¿no puedes ser sincera conmigo? ¿No podemos ser sinceros el uno con el otro?
—Lo soy. Te he dicho que no pasa nada.
—No es verdad. Si lo fuera, no te pondrías furiosa cuando me ofrezco a pagar
la compra, o cuando quiero abonarte un pastel. Sé que no se trata del dinero, sino
de lo que este enmascara.
—¿Cuántas veces te he dicho que no tienes que estar sacando siempre la
cartera? No permitiré que pagues por mis servicios…
—Laurel. —Habló con un tono tan pausado que ella se calló—. Ésa nunca ha
sido mi intención, y deberías saberlo. Me dijiste que teníamos que movernos en
el mismo terreno, pero no podremos si no me dices lo que quieres, lo que
necesitas y sientes.
—¿No lo sabes?
—No lo sé si tú no me lo dices.
—¿Tengo que decírtelo? ¿Durante todo este tiempo me has mirado, me has
tocado, has estado conmigo y aún no lo sabes? —Laurel se zafó con un gesto
brusco y se volvió de espaldas—. De acuerdo, bien… Soy la única responsable
de mis propios sentimientos, y es una estupidez quedarme esperando hasta que
seas capaz de verlo. ¿Necesitas que te lo diga y o? Bien, te lo diré. Dices que
tenemos que movernos en el mismo terreno, pero eso es imposible si andas
siempre preocupado por mí y y o estoy perdidamente enamorada de ti. Siempre
he estado loca por ti, y tú sin darte cuenta.
—Espera…
—No. ¿Quieres sinceridad? Seré sincera. Tú eres el único hombre que ha
contado para mí. Siempre lo has sido, y nada, nada de lo que he hecho ha logrado
cambiar eso. Me mudé a Nueva York, trabajé para labrarme un futuro y
convertirme en alguien de quien pudiera sentirme orgullosa, pero seguía sintiendo
que Del era el único hombre para mí, y por muchas cosas que hiciera, por
muchos triunfos que consiguiera, él seguía faltándome. Intenté entablar
relaciones serias con otros hombres, pero sólo conseguí afectos pasajeros, o
fracasos directamente, porque no encontré a nadie como tú.
Cuando el viento sopló y el pelo le tapó los ojos, se lo apartó de la cara de un
manotazo.
—No podía hacerme la dura ni convencerme a mí misma con argumentos,
por muy dolorosa y humillante que fuera la situación, aunque me diera rabia. Lo
manejé como pude, y luego le di un vuelco a mi vida. Cambié las cosas, Del.
—Tienes razón. —Del le enjugó las lágrimas que raramente le rodaban por
las mejillas—. Escucha…
—No he terminado todavía. Cambié las cosas, pero tú sigues, y seguirás,
intentando encargarte de todo, y de mí también. No quiero pasar a ser
responsabilidad tuy a, ser una obligación para ti, tu mascota. No lo toleraré.
—Por Dios, ¿cuándo he dicho y o algo así? No es esto lo que siento por ti. Te
quiero.
—Sí, me quieres. Nos quieres a las cuatro, y tuviste que ponerte al frente de
todo cuando tus padres murieron. Lo sé, Del, lo entiendo, y sentí mucho que
tuvieras que vivir eso, y asumirlo. Ahora que estoy contigo, comprendo mejor
las cosas, y tus sentimientos también.
—No se trata de eso.
—En cierto modo, sí; siempre sale el mismo tema. Ahora que han cambiado
las cosas entre los dos, o que tendrían que haber cambiado, estoy contenta tal y
como lo vivimos… o al menos lo estaba. ¿No acabo de decirte que me siento
feliz? Si ahora me preguntas qué necesito o qué deseo, y me pides que haga una
de tus malditas listas, te diré que no es esto lo que quiero, ni lo que necesito. No te
estoy pidiendo que te declares, ni que me hagas promesas. Sé vivir el presente, y
soy feliz. Pero también estoy en mi derecho de sentirme herida y triste cuando
alguien como Linda me clava las zarpas. Incluso tengo derecho a refugiarme en
mí misma hasta que sanen los arañazos. No necesito que te hagas cargo de mis
cosas, que procures solucionarlo todo, y tampoco lo deseo. No quiero que me
presiones para que analice mis sentimientos cuando y o nunca hago eso contigo.
—Eso es cierto —musitó Del—. ¿Por qué no lo has hecho nunca?
—Quizá porque no me apetece oír lo que puedas decirme; porque, en el
fondo, no quiero saberlo —le espetó antes de que Del pudiera retomar la palabra
—. Acabo de abrirte mi corazón y me siento como una idiota. Ahora no podría
oírte decir nada. No esperes eso de mí. Necesito ir a dar una vuelta para
digerirlo. Deja que vay a a pasear. Márchate.
Del la observó mientras ella se alejaba corriendo por la play a. Podría
alcanzarla y obligarle a que lo escuchara, pero ella se negaría.
La dejó marchar.
Comprendió que esa mujer necesitaba algo más que palabras, y él quería
dárselo. Le había abierto su corazón, y gracias a su sinceridad, le había quedado
muy claro lo que sentía por él.
Laurel corrió y paseó hasta serenarse. Había comprendido que la escena de
la play a era obligada, que si no hubiera sucedido en ese momento, habría
sucedido igualmente, quizá en otro lugar. Era inevitable abordar la cuestión. Para
ambos. Mejor que hubiera ocurrido más pronto que tarde.
Si la consecuencia era que rompía con Del, saldría adelante. Laurel sabía
curarse las heridas y aceptar las cicatrices.
Del se había comportado con amabilidad y ella se había enfurecido, pero de
alguna manera ambos se habían movido de sitio.
Laurel subió a su dormitorio por las escaleras exteriores con la intención de
no encontrarse con nadie hasta la mañana siguiente.
Sin embargo, sus tres amigas la esperaban. Emma se levantó al verla.
—Lo siento. Siento mucho haberle contado lo de Linda.
—No es culpa tuy a, no te preocupes.
—Sí lo es y me preocupa. Lo siento.
—Yo también lo siento —intervino Mac—, porque fue mi madre quien colocó
la bomba.
—Y y o —afirmó Parker tendiéndole la mano—, porque Del es mi hermano.
—Bueno… ¡Vay a grupo de plañideras…! —soltó Laurel sentándose en la
cama—. En realidad no es culpa de nadie. Las cosas son como son. Aunque creo
que esta noche paso de las risas y los juegos. Podéis buscar una excusa para mí,
¿verdad? Decid que tengo dolor de cabeza, que estoy cansada de haber ido de
compras o que me he tomado demasiados margaritas.
—Sí, por supuesto, pero… —Mac se interrumpió y miró a Parker y a Emma.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Del se ha ido —dijo Parker sentándose a su lado.
—¿Se ha ido? ¿Qué quieres decir?
—Ha dicho que regresará mañana por la mañana, que tenía que ir a ocuparse
de un asunto. Insinuó que se trataba de un tema de trabajo, pero…
—Nadie se lo ha tragado. —Laurel escondió la cabeza entre las manos—.
Fantástico. Mejor, imposible. He sido y o la que le ha dicho que se marchara.
¿Ahora resulta que me escucha? He metido la pata. Tendría que haberme ido y o.
¡Por Dios, estoy en su casa!
—Volverá —intervino Emma acariciándole la espalda—. Seguramente ha
querido darte tiempo. Ya arreglarás las cosas, cariño.
—No se trata de arreglar nada. He dicho cosas que…
—Todos decimos barbaridades cuando nos ponemos furiosos o estamos tristes
—la consoló Mac.
—Le he dicho que le quiero, que siempre le he querido, que nunca ha habido
nadie más. Básicamente le he abierto mi corazón y se lo he puesto en bandeja.
—¿Qué ha dicho él? —preguntó Parker.
—Nada. No le he dejado hablar, porque no quería oír sus comentarios. Lo
único que quería era que se marchara, y y o he desaparecido, corriendo más que
andando.
—¿No ha ido tras de ti? —Emma soltó un bufido—. Ése hombre es imbécil.
—No. Me conoce muy bien y sabe que hablaba en serio. Pero y o no
esperaba que se marchara en realidad. Crees que conoces a alguien porque lo
has tratado toda la vida, y un buen día te da una sorpresa. Procuremos que algo
así no nos estropee las vacaciones. Creo que me pondría enferma si eso
ocurriera. Lo único que quiero es irme a la cama.
—Te haremos compañía —murmuró Emma.
—No, de verdad. Voy a acostarme, pero si queréis hacerme un favor, salid y
fingid que todo va bien, que la situación es completamente normal. Eso sí os lo
agradecería.
—Muy bien —dijo Parker antes de que Emma empezara a protestar—. Si
necesitas compañía o cualquier otra cosa, sólo tienes que llamar a mi puerta.
—Lo sé. Estaré bien, y por la mañana, aún mejor.
—Si no es así, y quieres volver a casa, iremos contigo —afirmó Parker
abrazándola.
—O echaremos a los hombres y nos quedaremos aquí nosotras solas —
propuso Mac.
—Sois las mejores amigas del mundo. Estaré bien.
Laurel permaneció inmóvil cuando se hubieron ido, pero como sabía que
alguna de ellas regresaría al cabo de una hora para comprobar si se encontraba
bien, se obligó a levantarse y fue a prepararse para ir a dormir.
Pensó que había pasado unas buenas vacaciones, y que eso nadie podría
quitárselo. Por si fuera poco, ese verano había disfrutado del amor de su vida. No
todo el mundo podía decir lo mismo.
Sobreviviría. Quizá Del y ella no serían amantes, pero siempre serían familia.
Del y ella encontrarían la manera de superar la ruptura.
Se quedó acostada y a oscuras, dolida. Muy dolida. Intentó consolarse
diciéndose que el tiempo lo curaba todo. Hundió la cabeza en la almohada y lloró
un poco, porque en el fondo no se lo creía.
La brisa marina susurró en su mejilla como si le diera un beso, dulce y
delicado. Laurel suspiró, y tuvo ganas de aferrarse al sueño, de dejarse llevar por
su aturdimiento.
—Vas a tener que despertarte.
Laurel abrió los ojos y vio a Del mirándola fijamente.
—¿Qué?
—Despiértate y levántate. Ven conmigo.
—¿Qué? —Laurel le dio un empujón e intentó ordenar sus pensamientos. La
callada y mortecina luz de plata de unos instantes antes del amanecer envolvía la
estancia—. ¿Qué haces? ¿Has vuelto y a?
—Levanta.
Laurel intentó agarrarse a la sábana cuando notó un tirón, pero no lo
consiguió.
—Has dejado plantados a tus amigos. Te has ido cuando…
—Bah, cállate. Yo te he escuchado antes, ahora me escucharás tú a mí.
Vámonos.
—¿Adónde?
—A la play a, a dejar las cosas claras.
—No bajaré a la play a contigo. La comedia ha terminado.
—Eres una mujer contradictoria, Laurel. O vienes por tu propio pie o te llevo
a rastras, pero tú y y o acabaremos en la maldita play a. Como me preguntes por
qué, te juro que te arrastro hasta allí.
—Tengo que vestirme.
Del vio que llevaba puestos la camiseta de tirantes y los pantaloncitos cortos
del pijama.
—Vas tapada. No me pongas a prueba, McBane. No he dormido y llevo
muchas horas conduciendo. No estoy de humor.
—¿No estás de humor? ¡Eso sí es una novedad! —Laurel balanceó las piernas
para darse impulso y plantó los pies en el suelo—. Muy bien, liquidaremos esto
en la play a, y a que es tan importante para ti.
Laurel se apartó de él de un manotazo cuando Del quiso tomarla de la mano.
—Yo tampoco he dormido bien precisamente y no he tomado café. Así que
no me pongas a prueba tú a mí.
Salió enfurruñada al porche y bajó los peldaños que conducían a la play a.
—Vale más que te tranquilices —le aconsejó Del—. No tiene sentido
enfadarse.
—Para mí, sí.
—Para ti, siempre. Por suerte, y o soy una persona más equilibrada.
—Y una mierda. ¿Quién ha aparecido en mitad de la noche amenazando con
sacarme de la cama a rastras?
—Está a punto de salir el sol. De hecho, es un momento fantástico. Me gusta,
por aquello de que nace un nuevo día. —Del se quitó los zapatos al llegar a la
arena—. Anoche no llegamos más lejos, geográficamente, quiero decir. Creo
que podemos mejorar eso en otro terreno. Manos a la obra.
Le dio la vuelta y tiró de ella para darle un beso tórrido y posesivo. Laurel le
dio un empujón para zafarse, pero se encontró frente a un muro sólido e
inamovible. Sin embargo, Del notó su tensión y la soltó.
—No hagas eso —dijo ella con voz queda.
—Tienes que mirarme y escucharme y … Laurel, tienes que prestarme
atención. —La cogió por los hombros con suavidad—. Tal vez tengas razón y
puede que y o no vea nada pero, maldita sea, tú no escuchas. Ahora estoy
mirando y veo. Si me escuchas, oirás.
—Muy bien, de acuerdo. No tiene ningún sentido que nos enfademos. Sólo…
—¿Cómo quieres oírme si no te callas?
—Dime que vuelva a callarme y … —amenazó mirándolo con aire
desafiante.
Del le tapó la boca con la mano.
—Voy a arreglar las cosas. Mi trabajo consiste en encontrar soluciones, y
además eso coincide con mi manera de ser. Si me amas, vas a tener que
aceptarlo. —Del apartó la mano de sus labios—. Pero si quieres pelea, a mí no
me importa.
—Me alegro por ti.
—Odio haberte hecho daño porque, por un lado, no he ido con cuidado y, por
otro, he sido demasiado meticuloso. Supongo que los Brown siempre estamos
intentando encontrar el equilibrio.
—Yo soy la única responsable…
—De tus propios sentimientos, y a… Ignoro si has sido la única mujer que ha
existido para mí. Estaba acostumbrado a verte y a pensar en ti de otra manera.
Por eso no lo sé.
—Lo entiendo, Del, de verdad, y o…
—Calla y escúchame. Diste un giro a nuestra relación, y eso me tomó por
sorpresa. No lo lamento; es más, tendría que darte las gracias. No sé si en el
pasado fuiste la única —repitió Del—, pero ahora sí lo eres, lo serás mañana, el
mes próximo y el año que viene. Serás la única durante toda mi vida.
—¿Qué?
—Ya me has oído. ¿Quieres que te lo diga más claro? Eres tú.
Laurel se quedó mirándolo y su expresión le resultó muy familiar. Entonces
lo comprendió y en ese instante su corazón se llenó de alegría.
—Te he querido toda mi vida. Quererte ha sido fácil para mí. No estoy muy
seguro de cuándo me enamoré de ti, pero sí sé que me costó un poco más. Mis
sentimientos son honestos, auténticos, y si hay complicaciones, no me importa.
Te quiero.
—Pienso que… —A Laurel se le escapó la risa—. No, no puedo pensar.
—Entonces no pienses. Escucha, y por una vez deja de imaginar lo que
pienso y siento y o. Creía que lo lógico era ir despacio, darnos tiempo para
adaptarnos a nuestra nueva situación, a lo que empezaba a sentir y o.
Le cogió la mano y se la llevó al corazón.
—Supuse que lo que necesitabas era asumir las cosas. Tenías razón, y y o
andaba equivocado. Tendría que haberlo entendido, pero tú tampoco te diste
cuenta de lo mucho que te amo, de que te quiero y te necesito. Me compraría un
par de perros si me apeteciera vivir acompañado, y en cuanto a hermana, y a
tengo una. No es así como te considero, y te aseguro por lo más sagrado que no
quiero que pienses eso de mí. Ahora estamos empatados. Estamos en el mismo
nivel, Laurel.
—Hablas en serio.
—¿Cuánto tiempo hace que me conoces?
A Laurel se le empañaron los ojos y parpadeó.
—Mucho.
—Entonces y a sabes que hablo en serio.
—Te quiero muchísimo. Me decía a mí misma que lo superaría, pero era
mentira. Nunca habría superado algo así.
—No he terminado. —Del se metió la mano en el bolsillo, sacó una cajita y
la abrió. Laurel se quedó atónita—. Era de mi madre.
—Ya lo sé. Yo… Oh, Del…
—Fui a retirarlo de la caja de seguridad del banco hace un par de semanas.
—Hace semanas…
—Después de aquella noche en el estanque. Las cosas habían cambiado y a,
pero después de esa noche… en realidad fue cuando viniste a mi despacho.
Entonces lo supe… supe cómo quería que fuera nuestra relación. Lo he adaptado
a la medida de tu dedo. Si he sido un poco arrogante, te aguantas.
—Del… —Laurel se quedó sin aliento—. No puedes… es el anillo de tu
madre. Parker…
—He ido a despertarla antes que a ti. Le parece bien. Me ha ordenado que te
dijera que no seas idiota, que nuestros padres te querían.
—Oh… —Le saltaron las lágrimas—. No quiero llorar, pero no puedo
evitarlo.
—Nunca se me había ocurrido pedirle a nadie que llevara este anillo, y
quiero que lo lleves tú. He ido en coche a Greenwich para recogerlo, y he
regresado hoy mismo para dártelo. Quiero que lo lleves porque eres la única
mujer que existe para mí. Cásate conmigo, Laurel.
—Dile a Parker que no seré idiota, pero primero dame un beso. Quiero
celebrar que no hace falta que deje de quererte.
La brisa le rozó la piel y el pelo cuando ambos juntaron sus labios, y el fuerte
latido del corazón de ese hombre se acompasó al suy o. En ese momento se
oy eron unos silbidos y unos gritos de animación.
Laurel volvió la cabeza y apoy ó su mejilla en la de Del. El grupo se había
reunido en el porche de la casa.
—Parker ha despertado a los demás.
—Sí, lo nuestro siempre ha sido un asunto de familia —comentó Del
separándose de ella—. ¿Lista?
—Sí, estoy completamente lista. Del todo.
El anillo que le puso en el dedo reflejó los primeros ray os del sol mientras
una luz rosaclaro despuntaba por el éste. Laurel paladeó ese instante y lo selló
con un nuevo beso.
—Estamos en el momento y en el lugar perfectos —le dijo—. Dime otra vez
que soy la única mujer que existe para ti.
—Eres la única —repitió Del tomando la cara de ella entre sus manos—. La
única mujer que existe para mí.
Iba a ser la única a partir de ese día que nacía, pensó Laurel, y durante todos
los días que vendrían.
Se cogieron de la mano y subieron los peldaños de la play a para ir a
compartir ese momento con la familia.
NORA ROBERTS. Seudónimo de Eleanor Wilder. También escribe con el
pseudónimo de J. D. Robb. Eleanor Mari Robertson Smith Wilder nació el 10 de
Octubre de 1950 en Silver-Spring, condado de Montgomery, estado de Mary land.
En su familia, el amor por la literatura siempre estuvo presente. En 1979, durante
un temporal de nieve que la dejó aislada una semana junto a sus hijos, decidió
coger una de las muchas historias que bullían en su cabeza y comenzó a
escribirla… Así nació su primer libro: Fuego irlandés. Está clasificada como una
de las mejores escritoras de novela romántica del mundo. Ha recibido varios
premios RITA y es miembro de Mistery Writers of America y del Crime League
of America. Todas las novelas que publica encabezan sistemáticamente las listas
de los libros más vendidos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. Como
señaló la revista Kirkus Reviews, « la novela romántica con Suspense romántico
no morirá mientras Nora Roberts, su autora megaventas, siga escribiendo» .
Doscientos ochenta millones de ejemplares impresos de toda su obra en el
mundo avalan su maestría.
Nora es la única chica de una familia con 4 hijos varones, y en casa Nora sólo ha
tenido niños, por eso describe habilmente el carácter de los protagonistas
masculinos de sus novelas. Actualmente, Nora Roberts reside en Mary land en
compañía de su segundo marido.
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