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VERBALIZACIÓN Y COMUNICACIÓN.
LENGUA Y DIDÁCTICA. ESPIRITUALIDAD Y LENGUA
JOSÉ MANUEL BLECUA
En todas las épocas la palabra, las lenguas y sus dimensiones sociales han sido motivo de hondas
reflexiones. El Humanismo, sobre todo, se caracterizó por la importancia de la palabra como eje
fundamental del pensamiento; en este movimiento la lengua es capaz de convertir al hombre en diferente de los animales, permite establecer las relaciones sociales, constituye su razón constitutiva
y adquiere un carácter sagrado, por lo tanto su estudio profundo es necesario para conocer con
exactitud todas sus unidades, sus posibles combinaciones y todos sus valores significativos. La lengua por excelencia es el latín clásico, al que hay que restituir en su más perfecta corrección de acuerdo con el uso que hicieron de él los autores que se consideran modelos ideales para el estudio y la
imitación. Junto con la recuperación de esta latinitas con toda su excelencia cultural, otras manifestaciones lingüísticas, como el griego o las lenguas vulgares, y otros menesteres, como la traducción,
sobre todo de textos científicos, literarios o religiosos, unidas con aspectos muy concretos de lingüística aplicada (los problemas de la escritura o la enseñanza a las personas sordas) enriquecerán
el panorama intelectual. Como ha descrito E. Garin a propósito de las primeras cuestiones citadas:
El nuevo estudio del griego, las nuevas traducciones, responden a esta necesidad de encontrar el valor del lenguaje, tanto de la lengua antigua como, a través de los cambios, de la moderna. Después, en
Italia, donde la misma lengua nacional, el nuevo vulgar se presenta como una filiación del latín, el conocimiento más riguroso del latín clásico significa no sólo una toma de conciencia histórica, sino un
dominio más científico de la propia lengua. El estudio del latín clásico, en las obras de los clásicos, no
sólo es el único camino de acceso para obtener un verdadero conocimiento del mundo, sino que, en la
comparación, nos permite apoderarnos de las estructuras, de los pasos históricos de nuestra lengua y
del proceso a través del cual se constituye.1
1 Eugenio Garin, La educación en Europa. 1400-1600, Barce-
lona, Crítica, 1987, p. 91.
2
Avelina Carrera de la Red, El «problema de la lengua» en el
Humanismo renacentista español, Valladolid, Universidad de
Valladolid, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca, 1988.
3 Gramática castellana, edición crítica de Antonio Quilis,
Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1992, p. 13; Eugenio Asensio, «La lengua compañera del imperio. Historia de una idea de Nebrija en España y Portugal», en Revista de Filología Española, XLIII, 1960, pp. 399-413.
El estudio de la lengua materna preocupó a los intelectuales europeos desde los primeros problemas que plantearon los tratadistas italianos. Se establece así una compleja relación entre el estudio y
el conocimiento del latín clásico y su empleo social frente al estudio y el uso de las lenguas vulgares.
Estas relaciones son distintas en cada lengua y en cada momento de su historia; en todo momento,
sin embargo, el prestigio de la lengua latina y de su estudio confieren dignidad a la lengua vulgar2.
Desde mediados del siglo XV, gracias al humanista Lorenzo Valla, se extiende con gran fuerza
por Europa el concepto de translatio imperii, que analiza el traslado del poder temporal de Oriente
a Occidente y cómo, paralelo a este traslado, existe la concepción de translatio studii, proceso similar, que va trasladando modelos de estudio y de terminología desde Grecia hasta España y, como
es lógico, después hasta la América española. Estos procesos supondrán, pues, la íntima relación
entre poder temporal y prestigio idiomático. Esta idea encontrará su difusión más extendida en
España en la famosa frase de Nebrija:
Cuando bien conmigo pienso, mui esclarecida Reina, i pongo delante los ojos el antigüedad de todas
las cosas que para nuestra recordación τ memoria quedaron scriptas, una cosa hallo τ saco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio; τ de tal manera lo siguió, que junta
mente començaron, crecieron, τ florecieron, τ después junta fue la caida de entrambos.3
Los nuevos ideales de vida y la nueva concepción de la posición del hombre en la existencia revalorizan la importancia de la educación, centrada ahora en la recuperación de la sabiduría antigua,
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desde perspectivas innovadoras basadas en los studia humanitatis, como ha
escrito Kristeller:
En el siglo XV, el término studia humanitatis adquirió un significado más
preciso y técnico y aparece en documentos escolares y universitarios, así
como en esquemas de clasificación para bibliotecas. La definición de entonces de los studia humanitatis comprendía cinco materias: gramática, retórica, poética, historia y filosofía moral. En otras palabras, en el lenguaje
del Renacimiento un humanista era un representante profesional de estas
disciplinas y nosotros deberíamos tratar de entender el humanismo renacentista principalmente en términos de los ideales profesionales, intereses
intelectuales y producciones literarias de los humanistas.4
Estas cinco materias, contempladas con dimensiones bastante diferentes de las actuales, se convierten en las materias básicas en la formación de los alumnos durante más de dos siglos, subordinadas las
cuatro primeras a la sabiduría moral, en una sociedad que quiere formar hombres, en la que lo más importante es la educación basada en
el respeto a los alumnos y en el intento de conseguir la dignidad del hombre en su plenitud gracias al ejercicio de la libertad, máximo logro al
que aspiran los humanistas clásicos. Todo el razonamiento puede resumirse en las siguientes palabras de Francisco Rico, palabras que ponen de manifiesto esa visión del hombre como microcosmos creado a
semejanza de Dios, pero que en uso de su libertad debe luchar durante toda su vida por conseguir unos ideales de vida:
El hombre es superior a los animales por obra de la razón, cuyo instrumento esencial es la palabra. Con la palabra se adquieren las letras y las bonae artes, que no constituyen un factor adjetivo, sino la sustancia misma de
la humanitas. La humanitas, por tanto, mejor que cualidad recibida pasivamente, es una doctrina que ha de conquistarse. No sólo es eso: la auténtica
libertad humana se ejerce a través del lenguaje, a través de las disciplinas,
ya en la vida civil, ya en la contemplación. Porque con esas herramientas
puede el hombre dominar la tierra, edificar la sociedad, obtener todos los
conocimientos y ser, así, todas las cosas (un microcosmos) y realizar verdaderamente las posibilidades divinas que le promete el haber sido creado
a semejanza de Dios.5
Como consecuencia de este pensamiento humanista cambian los
métodos de enseñanza y, por lo tanto, cambian los manuales, los libros
de texto. Esta revolución en la enseñanza va a ser decisiva, porque supondrá el cambio en los autores sobre los que se van a adquirir los nuevos conocimientos, mientras quedan arrinconados los autores usados
en la Edad Media y el libro como camino de conocimiento adquiere una
70
importancia fundamental en el proceso educativo. Como sostenía
Erasmo de Rotterdam, «no existe verdadera enseñanza más que por
medio del libro».
El estudio es básico en el proceso de lograr individuos que sean capaces de transformar la sociedad porque han sido capaces de transformarse a sí mismos, transformación que exige previamente un conocimiento completo de la propia naturaleza gracias al contacto con los autores clásicos. Angelo Poliziano escribió: «De Cicerón he aprendido a
ser yo mismo» y notaba Vergerio (1498-1565) a propósito de las artes liberales: «liberales en el sentido de que estudiar convierte en libres a los
hombres». Incluso cuando ya han pasado siglos de este optimismo inicial, como sucede en el siglo XVII, los fines morales de la formación humanística seguían estando vivos y su conocimiento es fundamental
para entender las obras literarias de la época:
El principio humanista de que los estudios sirven para mejorar las costumbres humanas puso a la cultura al servicio de la vida y trazó todo un
camino de perfección moral e intelectual que Gracián supo recorrer posteriormente en El Criticón a través del peregrinar de sus protagonistas. El logro del aprendizaje perfecto se alcanzaba, como es bien sabido, a través de
los Studia humanitatis o Studia litterarum que constituyeron los pilares básicos de la formación europea, de ahí que éstos sean una parte esencial de la
alegoría graciana.6
La Gramática, la Retórica, la Poética, junto con la Dialéctica, formaron parte de los saberes fundamentales relacionados con la lengua y sus
dimensiones sociales: hablar, leer, escribir y comentar los textos de los
autores considerados como modélicos. La gramática, como es sabido,
solía dividirse en dos especialidades fundamentales: la gramática denominada methodice, relacionada con los conocimientos básicos de la estructura gramatical (fonética, morfología y sintaxis) y la gramática de
tipo historice, dedicada básicamente a la explicación de textos (enarratio
auctorum). La gramática aparecía en muchos de sus aspectos morfológicos y sintácticos relacionada íntimamente con la retórica, arte de hablar y escribir con elegancia y claridad para poder persuadir a oyentes y
lectores. La retórica se constituye en la época clásica en un edificio de
arquitectura perfecta y base de los procesos educativos. En España el
autor más abundante en los manuscritos teóricos es Cicerón y sus títulos más frecuentes De inventione y De oratore, aunque algunos de estos
manuscritos sean de procedencia italiana, como sucede con el
ms. 10060 (la Biblioteca Nacional custodia otro texto, el ms. 10218, que
perteneció al Marqués de Santillana, y existe un tercero, el ms. 9127,
también del siglo XV, además de los conservados en la biblioteca del
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Marco Tulio Cicerón, De oratore [h. 1r.]. Madrid, Biblioteca Nacional, Mss/10218
4
Paul Oskar Kristeller, «El territorio del humanista», en
Historia y crítica de la literatura española, 2, Barcelona, Crítica, 1980, pp. 36-37.
5 Francisco Rico, «Laudes litterarum. Humanismo y dignidad del hombre en la España del Renacimiento», en El sueño del Humanismo, Barcelona, Destino, 2002, pp. 172-173.
6 Aurora Egido, Humanidades y dignidad del hombre en Baltasar Gracián, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2001, pp. 13-14.
7 Charles Faulhaber, «Retóricas clásicas y medievales en bi-
bliotecas castellanas», en Ábaco, 4, 1973, pp. 150-300. Del
tratado ciceroniano existe traducción española acompañada de un sólido estudio de José Javier Iso, Sobre el orador,
Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 2002.
8 Aurora Egido, «La letra en El Criticón», en La rosa del silen-
cio, Madrid, Alianza Editorial, 1996, páginas 101-132, y el
trabajo sobre los tratados en pp. 86-100.
9 F. J. Bouza Álvarez, Del escribano a la biblioteca. La civilización escrita europea en la Alta Edad Moderna (siglos XVI-XVIII),
Madrid, Síntesis, 1997; y del mismo autor, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro, Madrid, Marcial Pons,
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Monasterio de El Escorial7). En España, desde Nebrija, los humanistas se preocuparon por la exposición de las obras retóricas fundamentales y por sus aspectos prácticos en la enseñanza.
Las ideas que aparecían en los textos de Erasmo y de Vives se adueñan de la enseñanza del latín
y de su cultivo literario y se extienden muy pronto al ejercicio de las lenguas vulgares y a su empleo en las obras. Coincide este desarrollo del programa retórico con los tratados que favorecen
la fijación y el desarrollo del castellano: Nebrija, Villalón o las gramáticas impresas en Lovaina,
con las reflexiones importantísimas de Juan de Valdés o de Ambrosio de Morales. No hay que olvidar, además, que la situación política y económica europea y americana favorece la extensión
de las lenguas vulgares y que el español como lengua extranjera va a convertirse muy rápidamente en centro de manuales gramaticales, vocabularios y diccionarios, diálogos bilingües (con antecedentes en los Coloquios latinos de Erasmo y de Vives) y ediciones de textos básicos para aprender
la lengua a partir de obras literarias como La Celestina, Amadís, la Diana o las obras cervantinas. En
Europa se extiende el conocimiento del francés, del flamenco, del italiano y del español, mientras
que en América, gracias a su empleo por los misioneros, ganarán terreno las lenguas generales (el
náhuatl, el maya, el quechua o el aimara). La escritura, desarrollada con gran riqueza en los manuscritos, alcanza una nueva situación con los libros impresos, y la imprenta influirá muy pronto sobre la letra manuscrita. Se medita frecuentemente sobre las letras y sobre el acto de escribir;
se descubre que las letras pueden adquirir altos valores estéticos y –a la vez– numerosos valores
secundarios y simbólicos, como ocurre, por ejemplo, con la y pitagórica o con los valores de la letra en las obras literarias, como ha analizado Aurora Egido a propósito de El Criticón y también en
los tratados de Baltasar Gracián8. La escritura aparecerá en el centro del conjunto de las múltiples
relaciones que se establecerán entre lo oral y lo escrito. Los manuscritos seguirán teniendo una
gran vitalidad en los Siglos de Oro y convivirán armónicamente con los impresos. Como ha estudiado F. J. Bouza, coexistirán en los siglos XV, XVI y XVII la escritura, la comunicación oral y los
medios icónico-visuales. La obra de Juan de Icíar representará el interés por la escritura; la oralidad estará presente en el teatro y en la predicación, mientras que la emblemática, por ejemplo,
pertenecerá a la tercera clase señalada por el profesor Bouza. El caso del Catecismo de fray Pedro de
Gante será un caso extraordinario en la tradición española9.
Los manuales de escritura se inician en español con la hermosa obra de Juan de Icíar Recopilacion
subtilissima intitulada Orthographia pratica: por la qua se enseña a escrevir perfectamente: ansi por practica
como por geometria todas las suertes de letras que mas en nuestra España y fuera de ella se usan, Impresso en
Çaragoça : por Bartholome de Nagera, 1548 (R/ 8611). Ortografía significa en estos manuales «caligrafía», ya que enseña «artificiosamente según reglas geométricas, la traça y debuxo de cualquier
suerte de letra», previo el aprendizaje de la lectura. El libro es una auténtica delicia; se aprenden los
instrumentos para la escritura: papel, cuchillo, reglas, elección de las plumas más adecuadas, la fabricación de las tintas o cómo se ha de tener la pluma en la mano. Muchos de los modelos para
aprender a escribir son máximas que guían al estudiante para poder alcanzar la sabiduría moral,
aunque otros modelos sean mucho más prácticos en la vida cotidiana, como el texto de una letra
de cambio. En este libro existe un apartado dedicado a los alfabetos hebraicos y griegos, tan importantes para los estudios humanistas de la época. La obra demuestra ya el influjo de los impresores importantes en los usos manuscritos: «Alexo de Venegas –escribe Icíar– tiene por bueno imitar los moldes de excelentes impresores, como el de Aldo Manucio y otros semejantes; los
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Juan de Icíar, Orthographia pratica …[h. D8v.-[E] 1r.] (cat. 34).
quales han puesto la estampa en quasi toda su perfición». La obra concluye con una interesante
nota de cómo se realizaron las impresiones de los grabados de Jean de Vingles en la imprenta zaragozana de Bartolomé de Nájera10.
Si el libro de Icíar supuso el primer tratado caligráfico en español, el primer libro para enseñar
a hablar a los mudos es obra del aragonés Juan Pablo Bonet (Pablo era su primer apellido). Este libro supone el resumen de una tradición de enseñar a escribir, a leer y a hablar a los mudos, aunque cronológicamente se trate del primer manual impreso, la Reduction de las letras y arte para enseñar a ablar a los mudos, Madrid, Francisco Abarca de Angulo, 1620 (R/8155). La tradición de esta enseñanza se había iniciado con los trabajos del benedictino fray Pedro Ponce de León, en el
convento de San Salvador de Oña (Burgos), donde había enseñado a escribir, a leer y a hablar a varios alumnos y, sobre todo, con la labor docente de Manuel Ramírez de Carrión, preceptor de sordomudos ilustres (entre otros, el hijo del marqués de Priego y el hijo del condestable don Juan Fernández de Velasco, don Luis, nacido en 1609, época en la que coincidió con Juan Pablo Bonet, que
era secretario de su hermano don Bernardino), como investigó Tomás Navarro Tomás11. Como
indica el título, la obra contiene dos partes: a) Reduction de las letras y b) Arte para enseñar a hablar a los
mudos. La primera parte es un tratado en el que se atiende básicamente a problemas fonéticos en la
enseñanza del hablar; contiene novedades en nuestra historia, como la distinción clara entre sonidos sordos y sonoros o la descripción del «tremolar» o «vibrar» de la consonante representada por
rr. Se describe el uso de distintos instrumentos de apoyo en las clases: una lengua de cuero para que
72
10
Juan de Icíar, Orthographía práctica, prólogo de Justo
García Morales, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1973. Sobre este tipo de tratados, vid. A. Egido, «Los
manuales de escribientes y la teoría de la escritura», en La
voz de las letras en el Siglo de Oro, Madrid, Abada editores,
2003, pp. 17-49.
11 Tomás Navarro Tomás, «Manuel Ramírez de Carrión y
el arte de enseñar a hablar a los mudos», Revista de Filología Española, XI, 1924, pp. 225-266.
12
Espejo rico del claro corazón, traducción y transcripción
del texto chino por fray Juan Cobo O. P. (siglo XVI), ed., estudio y notas de LI-MEI LIU, Madrid, Letrúmero, 2005.
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el alumno pueda ver exactamente la estructura de la articulación de un sonido concreto o una
lengua de papel para aprender la vibración de la consonante rr. La segunda parte, el Arte para enseñar a hablar a los mudos, es extraordinariamente interesante y plantea problemas clásicos en la
enseñanza de personas sordas, como el problema del tiempo verbal, de los elementos deícticos
o de los días de la semana. «Para que el mudo entienda los tiempos de los verbos –escribe Juan
Pablo– es necesario reducirlos a tres, presente, pasado y futuro, porque si seguimos en todo la gramática latina sería confusísimo darle a entender los imperfectos […] Teniendo conocimiento de
los tiempos falta saber el de las personas. Para esto se hará la demostración comiendo algo o fingiendo que se come, y decir yo como, señalándose a sí mismo el maestro; tú comes, haciendo que
coma alguno…».
Además de estos casos citados concernientes a lo que hoy denominaríamos lingüística aplicada, existe un aspecto que es imprescindible tratar aquí, aunque sea de una manera muy rápida, y
que es el que corresponde a la traducción y a sus problemas teóricos y prácticos. Desde la época
alfonsí aparece en la Península el problema de las traducciones, sus dificultades y la necesidad de
contar con equipos dobles porque no basta un solo trasladador (es necesario contar con expertos
en ambas lenguas, la de partida y la de llegada). En esta época en la que España es el enlace entre
Oriente y Occidente, los traductores se quejan de la pobreza léxica de las lenguas vulgares o también de las dificultades que plantean los romanceamientos bíblicos. Recuérdese que san Jerónimo
en su conocida Epístola a Pamaquio sostiene que las Sagradas Escrituras deben traducirse palabra
por palabra porque «el orden trae misterio», cuestión que se volverá a tratar en diversos lugares,
baste recordar ahora el interesante prólogo al texto de la Biblia de Ferrara (1553). El siglo XVI conoce grandes traducciones que serán modelos en la creación de la prosa castellana, como es el
caso de la versión de J. Boscán de El Cortesano, y a la vez tiene conocimiento de culturas lejanas que
por primera vez llegan a Occidente. La Biblioteca Nacional conserva un manuscrito (ms. 6040),
Beng Sim Po Cam (Espejo rico del claro corazón), traducido del chino por fray Juan Cobo (h. 1595), que
es la primera traducción del chino a una lengua occidental y que supone la llegada del pensamiento de Confucio y de otros elementos orientales. Como ha puesto de relieve su investigadora12, pertenece a la tipología «meng su», puesto que se trata de un tipo de manuales para aprender
a escribir y que sus textos pretenden adoctrinar moralmente con el uso de refranes y de máximas,
tal como harían, siguiendo distinta tradición, Juan de Icíar y el resto de los autores de manuales
para el aprendizaje de la escritura.
La lingüística comparada ha utilizado con frecuencia la comparación de las oraciones y de otros
textos religiosos para estudiar el parentesco entre lenguas y las diferentes estructuras lingüísticas
que aparecen en las distintas versiones. El benemérito príncipe Luis Luciano Bonaparte, gran enamorado de la lengua vasca y preocupado por su clasificación dialectal, creó equipos que trabajaron en este terreno del comparatismo. Uno de sus colaboradores, el capitán Jean Pierre Duvoisin,
tomó a su cargo la gigantesca tarea de la traducción del texto bíblico al dialecto labortano en la
obra Bible Saindua : edo testament zahar eta berria, Duvoisin kapitainak latinezko Bulgatatik lehembiziko aldiko Laphurdiko eskarara itzulia, Londresen : impensis Ludovici Lucianii Bonaparte, 1865, Strangeways & Walden (BN, R/6500). Este ejemplar debió de pertenecer al príncipe Bonaparte por tratarse del n.º 1 –según la anotación manuscrita de la portada– y por un sello en seco con las iniciales
«L.L.B.»).
Juan Pablo Bonet, Reduction de las letras y arte para enseñar a
ablar los mudos [lám. 8] (cat. 61).
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NEBRIJA Y VALDÉS
Antonio de Nebrija, Introductiones latinae [h. 4v.] (cat. 50).
Nebrija es el representante más destacado de la primera etapa de la filología humanista, de corte
italiano, que se refleja en sus amplias actividades y publicaciones: la gramática, ampliamente concebida en sus dos vertientes, methodice e historice, y en su doble perspectiva idiomática, latina y castellana, su labor de crítica textual en los estudios bíblicos, sus tratados especializados, sus publicaciones ortográficas, su amplia labor lexicográfica bilingüe hispanolatina, sus monografías de léxicos especializados (medicina o derecho, por ejemplo), su preocupación por la educación o su
interés por la retórica13, lo convierten en una figura central Humanismo español.
La obra de Nebrija, de gran importancia en sí misma14, se convierte en punto de partida para
trabajos lingüísticos de carácter muy variado. Muy pronto, en 1505, la obra sobre el árabe de Pedro de Alcalá reflejará el influjo declarado de su trabajo lexicográfico, que también se registrará
en el Vocabulario bilingüe de fray Alonso de Molina (1555). Como ha estudiado M. Alvar López,
su modelo gramatical se seguirá en las gramáticas de las lenguas americanas (en la gramática del
náhuatl de Molina, en 1571, en el tratado sobre el quechua de fray Domingo de Santo Tomás, en
1560, y en la obra sobre el chibcha o mosca de fray Bernardo de Lugo, en 1619)15. Por otra parte,
su postura teórica ante los grandes problemas de la época aparecerá con toda claridad en sus
prólogos al tratar de materias extraordinariamente reveladoras del espíritu de la época: la ya citada postura en la relación entre la lengua y el imperio en el proemio a su Gramática castellana; «ya
no queda otra cosa sino que florezcan las artes de la paz. Entre las primeras es aquella que nos
enseña la lengua, la qual nos aparta de todos los otros animales τ es propria del ombre, τ en orden la primera después de la contemplación, que es oficio proprio del entendimiento»16; su decidida defensa del latín como lengua de libertad que aparece en el prólogo a la traducción castellana de las Introductiones, verdadero prólogo al Renacimiento español, como lo ha calificado
F. Rico, su editor:
Para demostrar lo que en el comienço diximos, que para el colmo de nuestra felicidad i cumplimiento de todos nuestros bienes ninguna otra cosa nos falta sino el conocimiento de la lengua, en la que está
no solamente fundada nuestra religión i república christiana, mas aun el derecho civil i canónico, por el
qual los ombres viven en esta gran compañía que llamamos ciudad; la medicina, en la qual se contiene
nuestra salud i vida; el conocimiento de todas las artes que dizen «de humanidad», porque son proprias
del ombre en quanto ombre.17
Las Introductiones latinae, modelo de los nuevos manuales, tuvieron una compleja historia editorial desde 1481 en su primera edición de Salamanca y fueron rehechas y enmendadas por Nebrija en varias ediciones; a petición de la Reina Isabel, fueron traducidas al castellano por su autor hacia 1488 con la finalidad de que las monjas de clausura pudieran llegar al conocimiento del latín
sin profesor, en un proceso de autoaprendizaje tan querido en el Renacimiento, y alcanzar así los
conocimientos que los textos clásicos contenían y conseguir, gracias al estudio, la libertad intelectual que procede del conocimiento18. La Biblioteca Nacional custodia un hermoso manuscrito
de esta obra del siglo XV (Vitr/17/1), en pergamino, con encuadernación mudéjar, en escritura humanística, que parece que iba destinado a don Juan de Zúñiga, protector del maestro Nebrija, al
que se puede contemplar en la hermosísima imagen (cat. 50).
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Encarnación Sánchez García, «Nebrija y Erasmo en la
Rhetórica en lengua castellana de Miguel de Salinas», en Edad
de Oro, XIX, 2000, pp. 287-298. La Retórica de fray Miguel
de Salinas, primera en castellano, ha sido editada por la
misma investigadora, en Publicazioni Della Sezione Romanza dell’Instituto Universitario Orientale. Testi.
Vol. XI. Napoli, L’Orientale Editrice, 1999.
14
M. Á. Esparza Torres y Hans-Josef Niederehe, Bibliografía Nebrisense. Las obras completas del humanista Antonio de Nebrija desde 1481 hasta nuestros días, Amsterdam Studies in
the Theory and the History of Linguistic Science, Amsterdam, 1999.
15
M. Alvar López, «Nebrija y tres gramáticas de las lenguas americanas (náhuatl, quechua y chibcha)», en Estudios nebrisenses, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1992, pp. 313-339.
16
Op. cit., p. 15.
17
Francisco Rico, «Un prólogo al Renacimiento español.
La dedicatoria de Nebrija a las Introducciones latinas (1488)»,
en Seis lecciones sobre la España de los Siglos de Oro. Homenaje
a Marcel Bataillon, ed. al cuidado de Pedro M. Piñero Ramírez y Rogelio Reyes Cano, Universidad de Sevilla-Universidad de Burdeos, 1981, pp. 59-94.
18
Antonio de Nebrija, Introducciones latinas contrapuesto el
romance al latín (c. 1488), ed. de Miguel Á. Esparza y Vicente Calvo, Münster, Nodus Publikationen, 1996.
19
Cristina Barbolani, Juan de Valdés. Diálogo de la lengua,
Messina-Firenze, Casa Editrice D’Annna, 1967. Existe una
edición de la misma autora, Madrid, Cátedra, 8.ª ed., 2006.
20 José Luis Rivarola, «El discurso de la variación en el
Diálogo de la lengua de Juan de Valdés», en Wulf Oesterreicher, Eva Stoll y Andreas Wesch, (eds.), Competencia escrita, tradiciones discursivas y variedades lingüísticas. Aspectos del
español europeo y americano en el siglos XVI y XVII, Tübingen,
Gunter Narr, 1998, pp. 83-108.
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Como es perfectamente conocido, en el terreno gramatical Nebrija es un adelantado como autor
de tratados en lengua vulgar, pues su Gramática castellana, Salamanca : 28 agosto 1492 (BN, Inc/2142)
es la primera de las gramáticas de las lenguas románicas. Su tratado, que supone un gran esfuerzo
en su redacción, constituye una fuente importantísima de datos y un modelo básico. Dividido en
cinco libros, además de un interesante prólogo, pertenece al modelo de la gramática metódica. Se
inicia con la Ortografía en el Libro Primero, al que siguen los problemas prosódicos, de la sílaba y de
la métrica, en el Libro Segundo; el Libro Tercero trata de la Etimología y la Dicción (Morfología y
cuestiones de la palabra como unidad) y acaba con la Sintaxis en el Libro Cuarto. El Libro Quinto,
como reza su título, supone el inicio de un nuevo camino: De las Introducciones de la Lengua Castellana para los que estraña lengua querrán deprender. La Gramática castellana, dedicada a las personas que conocen el castellano como lengua materna, y también a los mismos hablantes que estudian gramática latina, dentro del movimiento que elige la lengua vulgar como camino para el conocimiento
del latín, tiene un tercer grupo de destinatarios en su Libro V, «los quales desde una lengua peregrina querrán venir al conocimiento de la nuestra». Se inicia, con este breve y esquemático tratadito,
la tradición de redactar manuales gramaticales para estudiantes extranjeros.
Juan de Valdés, figura complejísima en la generación del Emperador, es autor, como es de sobras
conocido, de un tratado fundamental para el conocimiento de la lengua española en el primer tercio del siglo XVI, el conocido con el título de Diálogo de la lengua, escrito hacia 1535-1536, protagonizado por personajes prototípicos «… porque el señor Pacheco [Torres en ciertas versiones], como
hombre nacido y criado en España, […] y yo [Marcio], como curioso de ella, deseando saberla así
bien escribir como la sé hablar, y el señor Coriolano, como buen cortesano, queriendo del todo entenderla (porque, como veis, ya en Italia, así entre damas como entre caballeros, se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano)». El Diálogo de la lengua (conservado en tres manuscritos: El Escorial, Londres y Madrid, Biblioteca Nacional, Ms. 8629) ha conocido numerosas ediciones desde el
siglo XVIII en que fue publicado por Mayans (Montesinos, Lapesa, Terracini, Barbolani, Quilis, Lope
Blanch, entre otros). Hoy todos los investigadores parecen estar de acuerdo en que el manuscrito de
la Biblioteca Nacional es el de mayor calidad, aunque presenta manos distintas y correcciones procedentes de distintos enmendadores19. Una vez expuesto este acuerdo general, aparecen problemas
de naturaleza muy distinta: en primer lugar, la necesidad de interpretar, a la vez, una obra literaria
muy importante dentro del género de los diálogos renacentistas y un tratado fundamental para gran
parte de los problemas que plantea la variación de la lengua española en su época y, por lo tanto, la
necesidad de establecer un canon, una codificación que permita la elección entre variantes lingüísticas (/vanedad/ o /vanidad/, /escrevir/ o /escrivir/ ; /abundar/ o /abondar/, /cubrir/ o /cobrir/), como ha planteado Rivarola20, y también la búsqueda de un canon de modelos literarios para la imitación o la lectura. A todos estos problemas habría que añadir la extraña apreciación negativa que tiene Valdés de
la labor de Nebrija, consideraciones que no han sido del todo aclaradas. Contemplado todo ello desde una perspectiva napolitana, lo que lo acerca mucho a las cuestiones de la enseñanza del español
a extranjeros en los Siglos de Oro, como ya apuntó con singular perspicacia Montesinos: «Faltaban,
con todo, los libros prácticos para el aprendizaje del castellano. Natural era que Marcio y Coriolano
trataran de conseguirlo en contacto con un español tan culto y tan discreto como era Valdés». Una
nueva visión desde la enseñanza del español a los extranjeros, desde el Nápoles del Cinquecento, en
pleno vigor del Humanismo, se respira en todas líneas del Diálogo y también en pleno éxito de la
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lengua y de la cultura españolas en Europa. Salvo el citado Libro V de la
Gramática de Nebrija, no existían libros para el aprendizaje del español en
estos momentos. En 1536 precisamente se iba a publicar en Amberes la
primera edición de la obra multilingüe de Noël de Berlaimont, que tardaría en añadir la versión española hasta 1551.
La ausencia de unas obras literarias como autoridad lleva a la búsqueda de otros elementos modélicos, como son los refranes, de acuerdo con
una tradición erasmiana. El orden temático del Diálogo está enraizado
profundamente en los problemas lingüísticos de la época (desde el origen del castellano hasta los libros ideales para la lectura, pasando por los
grandes apartados, ortografía, fonética, gramática, léxico) y toma como
modelo el uso de la Corte y el ejemplo del uso de los eruditos. El tratado,
desde el punto de vista lingüístico, es fundamental y revela una profunda y minuciosa organización previa vestida con el artificio de una conversación amistosa. Desde el punto de vista literario, plantea un narrador omnisciente que medita sobre su propia creación, lo que denominó
Avalle-Arce la autogénesis literaria («la creación artística refleja exclusivamente el acto de ese mismo crear literario»)21.
ESPIRITUALIDAD Y LENGUA
Las relaciones entre el mundo espiritual y las obras literarias o lingüísticas son una constante desde la Antigüedad; la necesidad de advertir a la
sociedad de los peligros para el alma que conlleva el vivir crean auténticos modelos literarios en los que el autor examina minuciosamente la
vida desde la perspectiva de los posibles pecados para advertir a los fieles de todas las trampas a las que están expuestos y nos queda, al cabo
de los siglos, la posibilidad de analizar esos cuadros de costumbres para
contemplar sus detalles a través de los cuales nos aparecen aspectos básicos del vivir, de los hábitos, de la indumentaria y, sobre todo, de la lengua. Tal es el caso, por ejemplo, de la obra castellana denominada Arcipreste de Talavera o Corbacho, de Alfonso Martínez de Toledo, obra en la
que se descubren estos detalles en páginas repletas de vida. En la tradición literaria catalana existe una amplia enciclopedia, Lo Crestià, del escritor gerundense Francesc Eiximenis (1327/1332-1409), obra inconclusa, gigantesca en su concepción, dirigida a «personas simples y legas», de
la que nos han quedado los tres primeros libros y cuyo Llibre terç del Crestià se conserva en un manuscrito de la Biblioteca Nacional (ms. /1792).
Este libro trata de examinar la relación de los pecados y las faltas con la
vida cotidiana. Esta obra está llena de fábulas y de máximas, todo ello
muy cercano a los elementos de la predicación en la época. Con una total presencia de lo vivo y lo coloquial, se convierte en una fuente riquísi-
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ma para el conocimiento de la vida y de la lengua en la segunda mitad
del siglo XIV, como sucederá un siglo después con el Corbacho castellano.
Estas relaciones entre espiritualidad y lengua crean unos modelos de
obras muy importantes en los Siglos de Oro; se trata de libros, artes, en
los que aparece el análisis y descripción de una lengua (árabe, náhuatl,
tagalo…), ya sea en una visión exclusivamente gramatical, o léxica, o en
ambas a la vez, mientras se encuentra íntimamente unida una sección
que contiene un tratado de confesión, un confesionario bilingüe, que puede llegar a independizarse en versiones denominadas mayores o menores,
según su volumen. En otras ocasiones, se trata simplemente de catecismos
que intentan proporcionar los elementos básicos de la religión. Hay que
añadir a estas obras las cartillas para aprender a leer, que en esta época se
basaban en las oraciones como textos modélicos, además de los sermonarios que completan esta tipología. Desde el punto de vista histórico el
primer ejemplo de este tipo es la obra de Pedro de Alcalá Arte para ligeramente saber la lengua arauiga. Vocabulista arauigo en letra castellana, Granada,
Juan Varela de Salamanca, 1505 (BN, R/2158). Este libro es extraordinariamente interesante porque plantea por primera vez un modelo que va
a tener en América y en Oriente una extraordinaria vitalidad. La obra se
inicia con un prólogo dirigido a fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada y persona tan importante para la vida de Antonio
de Nebrija. De acuerdo con la tradición latina, describe en el capítulo
primero las partes de la oración y a partir de la página 27 aparece la estructura de preguntas («presente interrogatorio y doctrina para los confesores»), que se iniciará con análisis de los diez mandamientos en doble
columna en castellano y árabe. Sigue el repaso de los pecados mortales,
de las obras de misericordia, de los sacramentos («Forma para dar el sacramento de la Sancta Comunión a los enfermos aráuigos…») y también
«el ordinario de la misa hasta el evangelio de S. Juan». El texto, como sucederá con los manuales de confesión de las lenguas americanas, contiene datos importantísimos para el conocimiento de la lengua coloquial clásica y detalles deliciosos para la vida cotidiana, como la pregunta: «¿Embiastes o recebistes alguna carta de amores?» (31v.). A partir de
49r., aparece un Vocabulario aráuigo en letra castellana que recuerda el influjo de la labor lexicográfica de Nebrija en estos trabajos: «acordé escoger
una de las compilaciones que ay de vocablos para la trasladar en aráuigo, y entre otras parecióme acomodada a nuestro castellano aquella que
hizo el honrado y prudente varon maestro Antonio de Nebrixa, a la qual
añadí algunos nombres τ verbos, τ otras partes de la oración que me
ocurrieron…». El proceso de adaptación continúa con la eliminación de
las palabras que no existían en lengua árabe («que carecían de traslación
aráuiga»). Siguen a continuación las instrucciones para aprovechar todo
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Pedro de Gante, Catecismo de la doctrina cristiana
[p. 4] (cat. 60).
21 Juan Bautista Avalle-Arce, «La estructura del Diálogo de
la lengua», en Dintorno de una época dorada, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1978, p. 67.
22 Robert Ricard, La conquista espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las órdenes mendicantes en la Nueva España de 1523-1524 a 1572, México,
FCE, 1986; José Luis Suárez Roca, Lingüística misionera española, Oviedo, Pentalfa, 1992.
23
Pedro de Gante, Catecismo de la Doctrina Cristiana, ed.
facsímil, introducción de Federico Navarro, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1970. Justino Cortés
Castellano, El Catecismo en pictogramas de Fr. Pedro de Gante.
Estudio introductorio y desciframiento del Ms. Vit. 26-9 de la Biblioteca Nacional de Madrid, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1987.
Cat. 60 [p. 5].
este material léxico: Regla y doctrina muy prouechosa τ necessaria para todos los que quisieran aprouechar este
vocabulista (51v.). El material léxico, con transcripción en alfabeto latino, queda ordenado por categorías, que se inician por los nombres, los adverbios y los verbos.
A su llegada a América, los misioneros se encontraron con unas dificultades extraordinariamente complejas al ponerse en contacto con lenguas y culturas de estructuras y tradiciones muy
distintas de las europeas. Antes de trasladar un modelo impreso similar al de Pedro de Alcalá, ensayan distintas maneras de comunicación con la población indígena: aprendizaje de los textos de
memoria, intérpretes, uso de imágenes (sistema muy eficaz en la tradición indígena), y llegan a la
conclusión inmediata de que el sistema más eficaz es el aprendizaje de las lenguas americanas, sistema que será fundamental en la comunicación hasta el texto legal de Carlos III en 177022.
Un caso auténticamente extraordinario es el que plantea el Catecismo de fray Pedro de Gante (BN,
Vitr/26/9). El franciscano fray Pedro de Gante, tal vez pariente del emperador Carlos V, llega a la
Nueva España entre los primeros misioneros en 1523, antes de la llegada de los doce «apóstoles»
franciscanos, aprende náhuatl y se dedica a la evangelización y a la ayuda a la población indígena;
crea escuelas profesionales y hospitales, escribe una Doctrina en lengua mexicana (h. 1547), una Cartilla (1569) para aprender a leer y es el autor inspirador de este Catecismo en pictogramas, que utiliza el sistema gráfico de los manuscritos indígenas, los glifos, para explicar los elementos de la doctrina cristiana, obra que se inscribe en una tradición de textos de este tipo cuyo catálogo ha proporcionado J. Cortés Castellano23 junto con su explicación en un libro apasionante. Como puede
observarse por las dos páginas de la ilustración (páginas 4 y 5), existen unas líneas que establecen
la lectura en orden de izquierda a derecha a doble página, en las que se muestra la complejidad de
los elementos pictográficos, el simbolismo de los colores y de las figuras, entre las que se combinan signos simples y complejos, signos de tradición occidental (la costumbre de iniciar y de acabar un texto con la cruz o el uso del signo JHS) con símbolos muy característicos de la cultura
náhuatl, como la representación del Espíritu Santo por el colibrí (pictograma 17.º), símbolo cargado de valor en esta cultura, o la representación de los «enemigos» por la figura del soldado español (pictograma 6.º). Los pictogramas 2.º a 9.º corresponden a «Signarse» y los pictogramas 10.º
a 18.º a «Santiguarse».
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Otra figura plena también de sabiduría y de solidaridad es fray Alonso de Molina, autor de dos
manuales de confesión, Confessionario breve en lengua Mexicana y Castellana, México, Antonio de Espinosa, 1565, y de un Confessionario mayor, en lengua Mexicana y Castellana, también publicado por
Antonio de Espinosa, en 1569; de un Arte de la lengua mexicana y castellana, publicado en México,
por Pedro de Ocharte, 1571, que sigue la estela del Arte anterior de fray Andrés de Olmos, y de una
Doctrina Christiana, en lengua mexicana, México, Pedro de Ocharte, en 1578. Aquí nos interesa su primer Vocabulario castellano mexicano («Aquí comiença un vocabulario en la lengua castellana y
mexicana…»). México, en casa de Juan Pablos, 1555, que se conserva en la Biblioteca Nacional con
la signatura R/8564. En 1571 se volvería a publicar formando un volumen con la versión mexicana y castellana, en México, también por el mismo editor. La Biblioteca Nacional posee un ejemplar
de esta edición con la signatura R/552 de la cual se ha realizado una versión facsímil recientemente (existe, además, otro ejemplar en la Biblioteca Nacional). Se trata de una obra situada en la tradición lexicográfica de Nebrija, de un considerable tamaño, pues Esther Hernández ha calculado
17.000 entradas para el primer diccionario y 20.000 para el segundo, esfuerzo considerable como
confiesa el autor: «me ha costado el trabajo que nuestro Señor sabe y los que lo entienden podrán
imaginar»24. Los dos repertorios léxicos cuentan con sendos prólogos teóricos en los que se puede advertir el profundo conocimiento del franciscano en los problemas lexicográficos que se reflejan en los oportunos Avisos proemiales (sinonimia, variación dialectal, neologismos, cuestiones
fonológicas, el problema del verbo, entre otros aspectos, a los que hay que sumar las consideraciones sobre la cuenta en náhuatl, lengua con base vigesimal, los problemas del léxico del cuerpo
humano y, sobre todo, la cuestión apasionante de la fraseología).
Por último, dentro de esta tradición, hay que mencionar un libro en 8.º, de gran éxito en su momento, pues conoció varias ediciones, y del cual ignoramos su autor. Se trata de la obra titulada
Arte y vocabulario en la lengua general del Perú llamada quichua, y en la lengua española, en los Reyes [Lima]
: por Antonio Ricardo, 1586 (BN, R/9166), al que el autor califica como «El más copioso y elegante que hasta agora se ha impresso»25. El Arte recuerda Antonio Ricardo en su Prohemio al Excmo. Señor don Fernando de Torres y Portugal, Virrey Gouernador, y Capitan General destos Reynos del Pirú, cómo el
Concilio Provincial de 1583 en el que se ordenó que «se hiziesse la Cartilla y Cathecismo, Confessionario y Sermonario […] con todo lo concerniente y necessario para el entendimiento de todo
ello, assi en las lenguas Indicas, Quichua y Aymara, como en la Lengua Española […] para que los
Naturales pudiessen yr aprendiendo nuestra lengua y los Españoles juntamente aprendiessen la
dellos […] restaua solamente el vocabulario en las dichas lenguas». En el prólogo Al lector su autor
confiesa la intención de emprender la tarea en la lengua aimara: «he hecho este vocabulario, el
más copioso que se pudo en la lengua Quichua y Española, con camino de hacer otro en la lengua
Aymara que falta». La obra se divide en dos partes: una primera, Vocabulario y Phrasis de la lengua general de los Indios del Perú llamada Quichua; como en el caso de fray Alonso de Molina, la fraseología,
la phrasis, está muy presente a la hora de analizar las lenguas americanas. El Vocabulario lleva un
apéndice con la estructura léxica del parentesco. La obra acaba con un resumen del Arte que cubre ortografía, partes de la oración y gramática.
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24
Alonso de Molina, Vocabulario en lengua castellana y mexicana. 1571, Edición facsímil y estudio de Esther Hernández, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 2001.
Edición de M. Galeote, Málaga, Universidad de Málaga,
Anejos de Analecta Malacitana, 37. E. Hernández, Vocabulario en lengua castellana y mexicana de Fray Alonso de Molina: estudio de los indigenismos léxicos y registro de las voces españolas internas, Madrid, CSIC, 1996.
25
J. L. Suárez Roca, op. cit., p. 298, da cuenta de una edición de 1614, por Francisco del Canto, de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional con la signatura R/1580, y también de una quinta edición publicada,
con prólogo y notas de G. Escobar Risco, por el Instituto
de Historia de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, Lima, 1951.
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