el nacimiento de israel [1]

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EL NACIMIENTO DE ISRAEL [1]
David Solar
El fenómeno más sobresaliente del Mandato británico en Palestina fue, sin duda,
la inmigración judía entre 1920 y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Esta
inmigración, alentada por el movimiento sionista y la Agencia Judía y precipitada por
las persecuciones nazis, cambió totalmente la vida en Palestina: la composición del
hábitat, la situación social, el régimen económico y la convivencia entre gentes de
diferente religión y raza.
En el censo de 1922, la población establecida en Palestina era de 850.000
personas: 700.000 musulmanes, 82.000 judíos, 62.000 cristianos y 6.000 de otras
religiones. El peso porcentual de los judíos y su importancia cualitativa no dejarían de
incrementarse en los años siguientes.
Los emigrantes judíos, que llegaban encuadrados en las aliyás [3] , solían ser
jóvenes, hombres preferentemente, formados en escuelas de capacitación agrícola o
curtidos en un bien experimentado trabajo familiar, como el artesanado o el comercio.
Procedían en su mayor parte de la URSS, de Lituania y de Polonia. Les movía una
poderosa fuerza interior, una misión inaplazable para el sionismo: la construcción del
Estado de Israel.
Estos emigrantes eran recibidos en Palestina
por una poderosa organización financiada con dinero
internacional judío, la Histadrut. Era una especie de
organización sindical que impartía una fuerte
formación ideológica y servía como empresa
comercializadora de productos y de adquisición de
tierras. La Histadrut se hacía cargo de los recién
llegados. Les buscaba trabajo y alojamiento, pero
también se ocupaba de la puesta en marcha de las
explotaciones agrícolas, como el kibbutz o el moshav
[4] . Lograba precios más ventajosos para sus
productos y podía ofrecer cantidades inusitadas en
Palestina por las tierras en que estaba interesada.
Esta inmigración causó sobre la población
palestina un efecto caótico. En aquella sociedad tradicional, escasamente culta, sin
ninguna industrialización, con sistemas agrícolas arcaicos y prácticas comerciales
obsoletas, la implantación judía provocó una crisis comercial y, sobre todo, agraria. Los
rendimientos logrados por los establecimientos agrícolas sionistas y por sus sistemas de
comercialización arruinaron a muchos campesinos, que vendieron sus tierras y se
convirtieron en braceros o emigraron. Entre 1918 y 1945, las propiedades agrícolas
judías pasaron de 420.600 dunums [5] a 1.941.699. Esto es, el incremento fue de
152.110 hectáreas y se produjo en unos veinte años, ya que en 1939 se prohibió comprar
tierras a los judíos, aunque se produjeron adquisiciones clandestinas.
La masiva afluencia de judíos y sus consecuencias socioeconómicas de alta
peligrosidad política para el futuro, como ya vislumbraron los líderes árabes, determinó
una conflictividad elevada que no siempre acertaron a cortar las autoridades británicas.
El deterioro de la convivencia en Palestina se agravó a partir de 1927-1928. La fuerte
crisis económica obligó a muchos judíos a abandonar Palestina y a los árabes a buscar
medios defensivos contra aquella invasión.
Así nació el Alto Comité Árabe, que presidió el mufti de Jerusalén, Hadj Amin
el-Husseini, jefe espiritual y político de los palestinos. Su acción comenzó a ser
importante en 1929. Ese año promovió huelgas, motines, manifestaciones, desórdenes,
ataques contra acuartelamientos británicos y contra colonias judías. La reacción
británica fue muy enérgica: capturó y desterró al mufti y encarceló a cuantos halló
culpables de intervención en las revueltas, pero no cortó el origen del conflicto.
Así, en 1932 comenzó la denominada quinta aliyá, de capital importancia para
el futuro de Palestina. Antes de iniciarse esta “subida a Sión” había en Palestina [6]
1.035.281 habitantes; 759.712 eran musulmanes, 174.006 judíos, 91.398 cristianos y
10.101 de diversos credos. La quinta aliyá , que llevó a Palestina 217.000 judíos en sólo
siete años, fue impulsada por el acceso de Hitler al poder (30 de enero de 1933) y la
inmediata persecución nazi contra los judíos alemanes primero, y luego austriacos y
checoslovacos. Estas nacionalidades constituyeron el grueso de esa emigración a
Palestina y sus componentes fueron los más cultos y, en general, los más ricos de los
embarcados en la aventura sionista. Un 20% de esos emigrantes había pasado por las
universidades alemanas, austriacas o checas. Entre ellos había unos 1.000 médicos, 500
ingenieros, más de un millar de licenciados en derecho, filosofía o literatura y más de
2.000 técnicos en química, física, mecánica o agronomía. Llegaron millares de
especialistas industriales e incluso se reunieron los suficientes músicos para formar una
gran orquesta sinfónica, auspiciada por el gran violinista Hubermann.
La comunidad sionista en Palestina crecía
vertiginosamente y sus organizaciones lo hacían a
un ritmo similar. La Histadrut era la organización
sindical más importante del Mandato, y el Mapai,
partido predominante entre los judíos, la
organización política con mayor fuerza. En ella
destacaban líderes que luego adquirirían
notoriedad mundial, como Chaim Weizmann,
Ben Gurión o Ben-Zvi.
Este creciente poderío en número e
influencia desató disturbios en Palestina a partir
de 1935. Las conversaciones entre líderes judíos
y notables árabes para limar asperezas no
lograron progreso alguno. El sionismo no cedía
en su propósito de convertir Palestina en un hogar
nacional judío y los árabes no podían permanecer
impasibles ante su continuo retroceso. Tampoco
Londres se desentendió del asunto y en 1936
envió una comisión. Encabezada por Lord Peel,
recomendó en su informe la división de Palestina en dos Estados, uno árabe y otro
judío. La potencia mandataria acogió favorablemente el consejo, pero hubo de
archivarlo ante las protestas árabes.
En 1939, Gran Bretaña convocó una conferencia entre árabes y judíos, que no
halló solución al problema. Agobiado por la presión centroeuropea del nazismo, el
gobierno de Chamberlain terminó elaborando un Libro Blanco contrario a los intereses
judíos y ligeramente favorable a las demandas árabes, pues trataba de limar asperezas
con el mundo al que necesitaría en caso de confrontación con Hitler. El 7 de mayo de
1937 apareció el Libro Blanco, que regulaba la emigración judía a Palestina hasta 1944
y la cancelaba después: “Tras la entrada en Palestina de 75.000 judíos durante los
próximos cinco años, la inmigración judía debe cesar, a menos que los árabes lo
consientan. El Alto Comisario ha sido encargado de prohibir y de reglamentar las
transferencias de tierras. Se formará en el plazo de diez años un gobierno permanente y
representativo, y los judíos estarán en el país en estado de permanente minoría.” La
Agencia Judía emitió un informe contrario que decía en su punto 5: “Es la hora más
sombría de la historia judía cuando el gobierno británico propone privar a los judíos de
su última esperanza y cerrar el camino de regreso a su tierra.”
Evolución del sionismo
En estos primeros cuarenta años del siglo XX, el sionismo seguramente había
conseguido mucho más de lo que su fundador, Theodor Herzl, se atrevió a soñar. Había
enviado a Palestina 400.000 emigrantes que se hallaban sólidamente establecidos y
protegidos por leyes internacionales. El Libro Blanco era una gravísima amenaza, pero
la Segunda Guerra Mundial estaba en marcha y cualquier cosa sería posible en medio de
sus convulsiones.
Pero dentro del sionismo también existían tensiones, corrientes enfrentadas e,
incluso, escisiones. La primera ruptura con las doctrinas de Herzl fue temprana. En vez
de dedicarse a la agricultura, como él había predicado, muchos pioneros prefirieron
actividades más clásicas y rentables en el pueblo judío: el comercio y la banca. Ya en
1912, el filósofo Asher Ginzberg, patriarca del sionismo espiritual, escribía: “Debemos
hacernos a la idea de que nuestra población rural en la tierra prometida, aun cuando
crezca hasta el límite de sus posibilidades, será siempre una población de la clase
superior, una minoría muy cultivada y evolucionada, cuya fuerza estará constituida por
su inteligencia y su riqueza. No habrá una población de campesinos vigorosos.” Con
ellos se altera la índole y la finalidad del sionismo, al extremo de que ya es imposible
reconocerlo.
La fundación de Paole Sion –del que desciende el actual laborismo israelí–
reencaminó a los inmigrantes al cultivo de la tierra, aunque las propias necesidades de la
comunidad judía en Palestina se encargaron de demostrar que el sionismo sería inviable
si se limitaba a ese aspecto. Hoy es evidente que no hubiera nacido el Estado de Israel
de haberse compuesto con labradores la comunidad judía.
Una nueva crisis se produjo tras la Gran Guerra. En 1925, Vladimir Jabotinski
fundó la Unión Mundial de los Revisionistas Judíos. Hasta entonces, pensadores y
políticos sionistas estaban de acuerdo en que se lograría la plenitud con la fundación del
Estado judío, y esto ocurriría cuando la situación lo permitiera. Los revisionistas de
Jabotinski pensaban que la creación del Estado judío debía ser inmediata y ocupando
ambas márgenes del Jordán, lo que equivaldría, evidentemente, a la formación de un
Estado judeo-árabe impuesto por la fuerza. Para ello proponían la educación militar y
nacionalista de la juventud (movimiento juvenil Betar), la restauración de la Legión
Judía y mayor actividad política exterior.
La polémica continuó al estallar la Segunda Guerra Mundial. Las ideas
revisionistas fueron pronto arrinconadas por los hechos. Era evidente para la mayoría de
los sionistas que se evitarían persecuciones como la nazi si el Estado era sólo judío y
contaba con garantías internacionales. Pero esta situación, muy clara en Palestina y aún
en las perseguidas comunidades judías europeas, no era igual en Estados Unidos. Allí
llegó, en abril de 1942, David Ben Gurión, presidente del Comité Ejecutivo de la
organización sionista. Las noticias que traía de Europa eran catastróficas. El espionaje
judío conocía los planes nazis formulados en la conferencia de Wansee respecto a la
“solución final”: reclusión de todos los judíos en campos de concentración, separación
de sexos, aniquilación por medio de trabajos forzados y exigua alimentación y adecuado
“tratamiento” para quienes sobrevivieran a tales pruebas.
Ben Gurión conmovió a su auditorio con narraciones como la del desgraciado
buque Struma , que logró llegar a la “tierra prometida” con 668 judíos. Allí fue
controlado por las autoridades británicas, que impidieron el desembarco de los pasajeros
y los devolvieron a su punto de partida. El viejo Struma naufragó en esa singladura y
perecieron todos sus pasajeros.
El líder sionista había
creado mucha expectación
cuando reunió la Conferencia
Sionista Extraordinaria el 11
de mayo en el hotel
neoyorquino Biltmore. Allí,
Ben Gurión consiguió que se
apoyasen sus tesis: rechazo
del Libro Blanco, derechos
judíos a tomar parte en el
esfuerzo bélico aliado [7] y
creación de una patria para
los judíos una vez concluida
la guerra. Este programa
nació con plomo en las alas.
Muchos
norteamericanos
mostraban su reticencia respecto al tercer punto, suponiendo, con toda lógica, que la
formación de un Estado sólo judío en Palestina chocaría con los intereses de la
población árabe y con el panarabismo de los países circundantes, y que sería causa de
conflictividad futura. Por su parte, los ingleses no retiraron el Libro Blanco, aunque
hicieron la vista gorda docenas de veces.
Lo que sí logró Ben Gurión fue mucho dinero para la causa sionista y que
Washington presionara sobre Londres para formar una unidad militar judía, lo que no
era mucha concesión con los alemanes aproximándose a las fronteras de Egipto.
Efectivamente, se formó una brigada compuesta por unos 6.000 judíos, que combatió
contra los franceses de Vichy en Siria, y contra los alemanes en Italia. Esta fuerza sería
la base de la Haganah, ejército clandestino judío hasta 1948 y semilla de las Fuerzas
Armadas de Israel.
La vida de la comunidad judía en Palestina durante la guerra estuvo atormentada
por las noticias de los crímenes nazis y, hasta finales de 1942, por la amenaza militar
alemana. Cuando Rommel llegó al Alamein en el verano de 1942, los judíos prepararon
un plan de evacuación de ancianos y niños a Persia, mientras estudiaban la forma de
combatir con todos los capaces de empuñar un arma.
Pasada esta amenaza, quedó la angustia por lo que pudiera estar ocurriendo a
amigos, parientes o compatriotas en los campos nazis de exterminio o por los rumores y
bulos sobre la llegada de buques cargados de inmigrantes clandestinos.
También hubo acciones terroristas, adiestramiento militar secreto, robos de
armas, encuadramiento de grupos de acción...El 6 de noviembre de 1944 fue asesinado
en El Cairo Lord Moyne, ministro británico de Estado, que en 1941 había sugerido la
posibilidad de crear en Europa el Estado judío, oferta descartada rotundamente por los
líderes sionistas. Se acusó del asesinato a los pistoleros del Irgun. [8]
La situación económica judía en Palestina era boyante. Gran Bretaña compró
durante dos años casi toda la producción palestina para satisfacer las necesidades de su
ejército destacado en el norte de África y continúo las adquisiciones agrícolas masivas
hasta el final de la contienda, hasta el punto de que en 1945 adeudaba a la comunidad
sionista cerca de 190 millones de libras esterlinas.
La evolución del censo judío en Palestina fue escasa entre 1939, año en que
entró en vigor el Libro Blanco, y 1948, fecha de la creación del Estado de Israel. En
esos nueve años llegaron a Palestina 153.000 inmigrantes judíos, cifra superior en
78.000 personas a las disposiciones británicas. Las autoridades sionistas pretendieron
tener un millón de judíos en Palestina para cuando terminase la guerra, y apenas
lograron contar con 600.000. El día en que partieron las tropas británicas, 14 de mayo
de 1948, los judíos en Palestina eran aproximadamente un tercio de la población del
territorio.
Respecto a los judíos, la
situación
internacional
era
de
conmiseración y apoyo conforme se
iban conociendo los genocidios nazis.
En los países americanos, en los Países
Bajos, en Francia, en los países
eslavos, se levantó un clamor en favor
de los judíos. En la propia Gran
Bretaña, los laboristas de Attlee, recién
llegados al poder, se mostraron
partidarios de la causa judía en
Palestina.
Irritados
por
el
pangermanismo, que, en general,
inspiraba las simpatías árabes, llegaron
a hacer declaraciones en favor de una
expulsión de los árabes palestinos a los
países limítrofes. En agosto de 1945,
Truman pidió a Attlee que admitiera 100.000 judíos en Palestina de forma inmediata, y
en diciembre, el Congreso de los Estados Unidos solicitó a Londres que abriera
Palestina, sin restricción alguna, a los inmigrantes judíos. Un mes antes se había
formado una comisión anglo-norteamericana para estudiar de nuevo el problema
planteado en Palestina por el sionismo. Rápidamente cambió la situación internacional y
Londres mantuvo el Libro Blanco en vigor. Independientemente de sus simpatías,
persistían sus intereses económicos y estratégicos, muy vinculados a los países árabes.
Terrorismo
En el interior, la vida en Palestina se complicaba. El terrorismo judío,
fundamentalmente el del Irgun y el del Stern, se había adueñado de la calle. Puestos de
policía, acuartelamientos militares, clubes de oficiales, almacenes británicos, patrullas,
todo cuanto prometiera un botín de armas, dinero o promoción política, eran los blancos
elegidos.
La facción sionista ortodoxa, la que tejía complejas tramas internacionales para
llegar al Estado de Israel por consenso mundial, estaba siendo rebasada por su derecha –
Irgun– y por su izquierda –Stern – y, aunque a veces debió condenar el terrorismo de
ambas organizaciones, otras muchas se unió a ellas por medio de su Haganah, o
compitió con ellas en su lucha clandestina contra la metrópoli.
En 1946 la lucha se generalizó. Los árabes, que habían asistido impotentes y
estupefactos al incremento de la violencia entre judíos y británicos, y que padecían los
estados de sitio impuestos por la potencia administradora, decidieron pasar a la acción
activa. En febrero se decretó en Palestina una huelga general. En mayo, jefes de Estado
árabes reunidos en Egipto reafirmaron el carácter árabe de Palestina. En junio se reunía
la Liga Árabe en Bludán (Siria), alcanzando acuerdos contra los intereses
norteamericano-británicos en sus tierras, caso de no ser atendidas sus reclamaciones
sobre Palestina.
Ese año, el Irgun realizó el más importante atentado de su tremenda historia: la
voladura del hotel King David, de Jerusalén, sede del gobierno del Mandato británico y
de su Estado Mayor militar. Fue el 22 de julio de 1946. En represalia a un asalto
británico a la Agencia Judía, que funcionaba en una legalidad consentida, de la que se
llevaron comprometedores documentos, la Haganah permitió que el Irgun llevase a
cabo esa operación, planeada con anterioridad. Los comandos del Irgun introdujeron en
botes de leche 250 kilos de dinamita y gelignita, y los colocaron en los sótanos del ala
sur del hotel, simulando un suministro de Café Regence, que se hallaba en los bajos de
esa zona. Los botes estaban dotados de un mecanismo de relojería y de un sistema que
impedía su desactivación. A las 12:10 de la mañana, los comandos del Irgun advirtieron
de la colocación de los explosivos a la telefonista del hotel King David, a la redacción
del Palestina Post y al consulado francés de Jerusalén. A las 12:37 se produjo la
tremenda explosión que desgarró aquel ala del edificio hasta el tejado. Seis pisos de
hormigón se desplomaron como una tarta de merengue. Más de 200 personas fueron
afectadas gravemente por la explosión y murieron 91 de ellas. Aún hoy es difícil de
explicar porque no fue evacuado el edificio.
Las medidas policiales para frenar al Irgun fueron inútiles. Stern también
contribuía a la oleada de terror. La Haganah, aún manteniendo una postura menos
belicosa, no desperdiciaba un minuto para incrementar sus arsenales y mejorar su
adiestramiento. Millares de armas y cientos de cartuchos eran robados. Cuando la
policía británica capturaba a un terrorista no podía condenarle a muerte porque los
terroristas judíos capturaban oficiales ingleses y amenazaban con ahorcarles si les
ocurría algo a sus compañeros. Y así sucedió en varias ocasiones. Tras la ejecución de
cuatro miembros del Irgun, esta organización asaltó la prisión de Acre, liberando a los
prisioneros. Después de que ahorcaran a tres hombres suyos, el Irgun asesinó a dos
suboficiales británicos, cuando ya en las Naciones Unidas se hablaba de la partición de
Palestina.
Éste era el panorama cuando, el 17 de febrero de 1947, Londres anunció que iba
a entregar su Mandato sobre Palestina a las Naciones Unidas. El 28 de abril se abrió la
sesión especial de la ONU sobre Palestina, asistiendo como invitados algunos miembros
de la Agencia Judía. El caballo de batalla de los debates que se sucedieron fue si el
problema de Palestina estaba vinculado al problema judío o éste era independiente de
aquél. Aquel mundo, anonadado aún por el genocidio nazi contra los judíos, no pudo
separar ambos temas, de modo que formó un Comité Especial de las Naciones Unidas
para Palestina (UNSCOP), que dedicó dos meses a estudiar el problema sobre el
terreno.
La partición
El 31 de agosto, el UNSCOP presentó su informe y dos planes. El primero
proponía: a) la creación de dos Estados, uno árabe y otro judío; b)la admisión en
Palestina de 150.000 inmigrantes judíos; c) la abolición de la ley que impedía la compra
de tierras en Palestina a los judíos. El segundo plan, calificado de “minoritario”, sugería
la formación de un Estado binacional árabe-judío, con autonomía para cada sector. En
ambos casos se pedía el final del Mandato británico. En el primero, Jerusalén tendría un
estatuto internacional y, en el segundo, sería la capital del Estado árabe-judío. Los
árabes rechazaron el informe y ambos planes y amenazaron con la guerra si se llevaba a
cabo la partición. Los sionistas se inclinaron por el primer proyecto. Londres se
manifestó contra las sugerencias del
UNSCOP. Washington apoyó las
aspiraciones judías (por entonces, el
presidente Truman necesitaba los votos
judíos para ganar las elecciones de
1948). Moscú apoyó decididamente las
aspiraciones sionistas. Su delegado en la
ONU, Andrei Gromiko, invocó en la
sesión del 26 de noviembre la histórica
ligazón entre el pueblo judío y Palestina,
los derechos sagrados de un pueblo a la
supervivencia, tras veinte siglos de
persecuciones y tras el holocausto
provocado por los nazis.
Tras cuatro días de tormentosas sesiones, el 29 de noviembre se acordó la
partición de Palestina. Treinta y tres miembros, entre ellos Estados Unidos y la URSS,
votaron a favor; trece en contra (Egipto, Siria, Líbano, Iraq, Arabia Saudita, Yemen,
Afganistán, Pakistán, Irán, Turquía, India, Grecia y Cuba), diez se abstuvieron, entre
ellos Gran Bretaña.
Esa partición otorgaba a los árabes la Franja de Gaza y una pequeña zona del
Neguev, limítrofe con el Sinaí, parte de Galilea, con más de la mitad del curso del
Jordán, y una porción de terreno junto a las fronteras del Líbano. Israel recibía una
amplia franja mediterránea, con los importantes puertos de Jaifa y Jaffa; la mayor parte
del Neguev, con salida al mar Rojo, y la franja oeste del Jordán, al norte del territorio.
Jerusalén quedaba bajo control internacional. En total, la partición entregaba a los judíos
el 56% del territorio, 14.500 kilómetros cuadrados, incluyendo en ellos el desierto del
Neguev. A los árabes se les adjudicaba el 44% de Palestina, 11.383 kilómetros
cuadrados.
Totalmente contrarios a dicha partición, los pueblos árabes hicieron notar tanto
antes como después de la votación que jamás aceptarían aquel juicio salomónico. Por
los pasillos de las Naciones Unidas comenzó a pronunciarse en árabe una frase que ya
ha perdido vigencia, aunque aún la formulan los dirigentes árabes más extremistas:
“echaremos a los judíos al mar”.
La reacción judía fue, por el contrario, de enorme júbilo. Ciertamente, las tierras
que la ONU les entregaba no parecían demasiado abundantes para congregar en ellas al
pueblo judío, pero sí suficientes para los que entonces se encontraban en la “tierra
prometida” y para acoger al medio millón de judíos que aún estaban desplazados como
consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Por el contrario, los líderes sionistas no
podían ocultar su preocupación por el inmediato futuro: Gran Bretaña anunció que el 15
de mayo de 1948 terminaría su Mandato y los árabes habían comenzado ostensibles
preparativos bélicos para cuando partieran los ingleses.
La guerra, pues, parecía inminente y la Haganah inició una preparación
intensiva para hacer frente al previsible ataque árabe. En esa época comenzaron a
fabricarse en Palestina –naturalmente, en la clandestinidad– algunos cañones de modelo
anticuado, morteros, ametralladoras pesadas y armas individuales. Por otra parte, los
líderes del sionismo pidieron inútilmente armas a Estados Unidos y a la URSS, aunque
finalmente Moscú sugirió al gobierno checoslovaco que vendiera algunas a los judíos.
Francia también aceptó vender excedentes de la Segunda Guerra Mundial. Antes de
iniciarse el conflicto ya habían entrado clandestinamente varias docenas de cañones
ligeros, ametralladoras y un millar
de fusiles. Puede decirse que a
comienzos de mayo de 1948 los
judíos disponían de un armamento
suficiente como para equipar de
forma bastante completa a unos
45.000 hombres.
Entretanto, Palestina vivía la
guerra. Los encuentros armados y
los
asaltos
a
aldeas
o
establecimientos eran diarios. Los
ingleses apenas podían controlar la
situación,
auténticamente
apabullados por la violencia de
ambos bandos, sobre todo por parte de los judíos, que aprovecharon aquellos meses para
aterrorizar a la población palestina y crear problemas a los ingleses.
En este contexto aparece el primer grupo de guerrilleros palestinos, mandado
por el cabecilla Fawzi el-Kaukji, sostenido por la Liga Árabe. A las tropelías de este
grupo respondieron con mayor brutalidad los terroristas judíos de Irgun y Stern. En esta
competición de la violencia resultó especialmente trágica la primera quincena de abril
de 1948: los palestinos incendiaron y bombardearon durante la noche un kibbutz judío,
originando media docena de muertos y una veintena de heridos, además de graves daños
materiales. El Irgun respondió con el acto más bárbaro que se recuerda en Palestina. El
9 de abril cercó e incendió la aldea palestina de Deir Yessin, asesinando a los que huían
de las llamas, el pueblo tenía unos 300 habitantes y, según la Cruz Roja Internacional,
254 murieron en aquella carnicería. La réplica árabe no se hizo esperar. Un convoy
sanitario judío que marchaba hacia Jerusalén fue asaltado por los guerrilleros, que
asesinaron a 76 personas, entre médicos, enfermeras y camilleros.
Entre los meses de enero y mayo, las dos comunidades enfrentadas comenzaron
a tomar posiciones de cara a la partición de Palestina, al cese del Mandato británico y a
la eventual guerra. Toda la estrategia judía estuvo encaminada al sostenimiento de las
tierras que la partición de la ONU les concedía y a mantener Jerusalén, ciudad cuya
internacionalización ni judíos ni árabes deseaban. Entretanto, los países árabes hacían
llamamientos a los palestinos para que evacuasen los territorios ocupados por los judíos
y evitaran encontrarse entre dos fuegos en las próximas hostilidades.
El éxodo palestino continuó hasta la creación del Estado de Israel, dejando
desiertas muchas aldeas. La mayoría de los beduinos del norte plantaron sus tiendas en
la región concedida a los árabes o en el desierto del Neguev, suponiendo que la guerra
no llegaría a esta desolada zona. Los judíos veían con alegría el éxodo de los palestinos,
les evitaba temores de una “quinta columna” y limpiaba su territorio para el momento
de la independencia. A eso había sido dirigido, en parte, su terrorismo, pese a que a
última hora quisiesen cubrirse las espaldas ante la opinión pública internacional y
lanzasen llamamientos a la población palestina para que permaneciesen en sus hogares,
garantizándoles su seguridad.
En ese periodo previo a la creación del Estado de Israel, la lucha se centró
fundamentalmente en el control de Jerusalén. La ciudad estaba rodeada de zonas
pobladas por los árabes y dentro del territorio concedido por las Naciones Unidas a los
árabes. Dentro de la ciudad, la población era prácticamente similar en ambas
comunidades, hallándose los barrios judíos entremezclados con los árabes. La primera
medida tomada por los palestinos fue incomunicar a los judíos de la ciudad con sus
zonas, cosa que resultó relativamente fácil. De cualquier forma, el Palmach [9] logró
mantener un pasillo abierto para el abastecimiento de los judíos a costa de un gran
esfuerzo. Este corredor, Tel-Aviv-Ramle-Latrun-Jerusalén, sería el eje de la inmediata
guerra.
La independencia
El último mes de la
presencia británica en Palestina
fue caótico. Árabes y judíos se
enfrentaban en guerra abierta,
mientras
los
ingleses
preparaban su partida sin
adoptar una política bien
definida
respecto
a
la
resolución de la ONU, lo que
terminaría acarreándoles el
reproche de todas las partes en
conflicto.
La Comisión de las
Naciones Unidas presentó un
informe el 10 de abril que
decía: “[...] La Comisión no
pudo modificar esta actitud que había adoptado el Reino Unido. Tuvo que avenirse a
ella y, con el fin de que la vida continuase sin mayores perturbaciones en Palestina
después del 15 de mayo, hubo de negociar para adaptar sus planes a los del gobierno del
Reino Unido, que pensaba abandonar todas sus responsabilidades, negándose al mismo
tiempo a prestar a la autoridad que le suceda todo tipo de ayuda que, en su opinión,
equivalga a favorecer el cumplimiento de la resolución de la Asamblea [...]”
Los judíos también se sintieron perjudicados. Ben Gurión escribe: “[...] La
Administración de Palestina se estaba desintegrando, pero aún trataba, directa o
indirectamente, de impedir o al menos poner trabas para que la comunidad judía se
defendiera. Oponiéndose a la decisión de la ONU, la Administración se negó a
abandonar el puerto de Tel-Aviv el 7 de febrero; aunque su policía y su ejército
evacuaron la región de Tel-Aviv, los barcos de guerra ingleses siguieron navegando
frente a sus costas.”
Tampoco los árabes se callaron sus quejas, pues aunque casi nunca se impidió a
los comandos de liberación árabes la ocupación de fuertes que las tropas inglesas iban
evacuando, a veces las tropas británicas se divirtieron situando a igual distancia a árabes
y judíos, y viendo cómo ambos se precipitaban hacia las fortificaciones y combatían por
su ocupación. Por otra parte, nunca pudieron tolerar que la potencia mandataria que el
15 de enero había firmado un tratado de amistad con Iraq y que vendía armas a Siria,
permitiera la existencia de un auténtico ejército regular judío bien equipado, que
operaba a la luz del día.
Así estaban las cosas cuando el 14 de mayo de 1948, víspera de la conclusión
del Mandato británico, se reunieron en Tel-Aviv los 13 miembros de la “administración
nacional” sionista para redactar la Declaración de Independencia. El punto más debatido
fue el de las fronteras. Según unos, en la Declaración se debía precisar los límites del
nuevo Estado, tal como habían sido especificados en la declaración de las Naciones
Unidas, según los restantes, que terminarían imponiéndose, esa precisión estaba fuera de
lugar.
La intención sionista era proclamar la independencia de Israel en Jerusalén,
mostrando claramente que no renunciaba a la vieja capital judía. Sin embargo, la ciudad
estaba cercada y el tránsito por el corredor mantenido por la Haganah era lento y
peligroso. Por tanto, se decidió realizar el acto en Tel-Aviv. A las cuatro de la tarde del
mismo día se reunieron los miembros del Consejo Nacional Judío, los representantes de
la Organización Sionista Mundial, dirigentes de los partidos, rabinos, jefes de las
organizaciones económicas y militares, artistas, literatos y periodistas, 200 personas en
total. David Ben Gurión leyó la Declaración de Independencia y después el primer
manifiesto del Consejo que, por virtud de la Declaración, se convertía en el Consejo
Provisional del Estado.
LAS CONSECUENCIAS DE 1948 (I) [1]
Edward W. Said [2]
Permítanme comenzar con mi
propia experiencia de 1948, y lo que
significó para muchas de las personas de mi
entorno. Hablo largo y tendido sobre ello en
mi autobiografía titulada Out of Place [3] .
Mi propia familia cercana se libró de los
peores estragos de la catástrofe: teníamos
una casa en El Cairo y mi padre tenía un
negocio allí. Por eso, aunque permanecimos
en Palestina durante casi todo el año 1947,
cuando nos fuimos en diciembre de aquel
año, no tuvimos que soportar el carácter
catastrófico y desgarrador de la experiencia
colectiva (cuando 780.000 palestinos,
literalmente dos terceras partes de la
población del país, fueron expulsados por
las tropas sionistas y su proyecto). Yo tenía
12 años en aquel tiempo, por lo que sólo
tengo un recuerdo un tanto limitado y no
muy consciente de lo que ocurrió. Sólo
dispongo de escasos recuerdos, aunque algunas cosas puedo evocarlas claramente, con
especial lucidez. Una de ellas es que todos los miembros de mi familia, tanto materna
como paterna, se convirtieron en refugiados durante este periodo; ninguno de ellos
permaneció en nuestra Palestina, es decir, la parte de territorio controlado por el
Mandato británico que no incluía la orilla este del río Jordán, la cual fue entregada a
Jordania [4] . Por lo tanto, aquellos de mis parientes que vivían en Jaffa, Safad, Haifa y
Jerusalén Oeste quedaron sin hogar de repente, y en muchos casos arruinados,
desorientados y atemorizados de por vida. Pude ver de nuevo a la mayoría de ellos tras
la caída de Palestina, pero su situación económica había empeorado y sus rostros
mostraban preocupación, enfermedad y desesperación. Mi familia extendida perdió sus
propiedades y sus hogares y, como tantos palestinos de su tiempo, soportaron el dolor,
no tanto como un desastre político sino como si se tratase de un desastre natural. Esto se
grabó en mi memoria de manera permanente, sobre todo por los rostros que yo una vez
recordé contentos y tranquilos, pero que ahora estaban envejecidos por la preocupación
del exilio y la ausencia del un hogar. Muchas familias e individuos tenían sus vidas
rotas, habían consumido sus energías y su tranquilidad había quedado destruida para
siempre, en el contexto de una serie de trastornos que parecían no tener fin. Esto es lo
que me resultaba, y todavía me resulta, más patético. Uno de mis tíos fue de Palestina a
Alejandría, de allí a El Cairo, de El Cairo a Bagdad, de Bagdad a Beirut, y ahora, a sus
ochenta años, vive en Seattle como un hombre triste y taciturno. Ni él ni su familia
cercana se han llegado a recuperar por completo. Esto sirve como ejemplo de una
historia más amplia de perdidas y expulsiones que hoy todavía continúa.
Lo segundo que recuerdo es que,
para mi tía paterna, una viuda de mediana
edad con ciertos recursos económicos y la
única persona de mi familia que de algún
modo se las arregló para mantenerse
cuerda tras las secuelas de la nakba [5] ,
Palestina supuso estar al servicio de los
desdichados refugiados, muchos miles de
los cuales acabaron sin dinero ni trabajo,
perdidos y viviendo como indigentes en
Egipto. Ella les dedicó su vida, en vista de
la intransigencia y la sádica indiferencia
del gobierno. De ella aprendí que mientras
la mayoría acostumbra a defender la causa
de palabra, sólo unas pocas personas están
dispuestas a hacer algo al respecto. Por lo
tanto, como palestina que era, convirtió en
su deber de por vida ponerse al servicio de
los refugiados –escolarizando a sus hijos,
convenciendo a los doctores y los
farmacéuticos para que los trataran y les
dieran medicinas, encontrando trabajos
para los hombres y, sobre todo,
permaneciendo allí por ellos, con una
presencia entusiasta, comprensiva y, por encima de todo, desinteresada. Sin ningún tipo
de asistencia administrativa ni financiera, ha sido para mí una figura ejemplar desde mi
temprana adolescencia, una persona frente a la que mis propios esfuerzos terriblemente
modestos siempre resultaron discretos y, por desgracia, también se mostraron
deficientes. La tarea para nosotros durante toda mi vida iba a ser literalmente
interminable, y ya que provenía de una tragedia humana tan profunda, la cual ha calado
de un modo tan extraordinario en la vida social y familiar de sus gentes hasta en los más
pequeños detalles, ha sido y continúa siendo necesario recordarla, darla a conocer y
tratar de remediarla. Para nosotros los palestinos, una enorme sensación colectiva de
injusticia continúa aplastando nuestras vidas con un peso que no ha disminuido. Si ha
habido algo, algún delito en concreto que el actual grupo de líderes palestinos ha
cometido, éste es, en mi opinión, su formidable habilidad y capacidad para olvidar:
cuando hace poco le preguntaron a uno de ellos qué sentía con la llegada de Sharon al
Ministerio de Exteriores de Israel, considerando que era responsable del derramamiento
de sangre de tantos palestinos, este líder dijo alegremente que estamos preparados para
olvidar la historia –y este es un sentimiento que no puedo compartir ni, me apresuro a
añadir, perdonar fácilmente.
En contraste, es necesario recordar la declaración de Moshé Dayán [6] en 1969:
“Llegamos a este país que ya estaba poblado por árabes y establecimos aquí un país
hebreo, es decir, un Estado judío. En bastantes áreas del país tomamos las tierras de los
árabes. Las aldeas judías se construyeron en el lugar de las árabes, de las que ni siquiera
sé sus nombres. Pero no me culpo, pues estos libros de geografía ya no existen; y no
sólo los libros, sino tampoco las aldeas árabes. Nahalal [la aldea del propio Dayan] se
levantó en el lugar de Mahalul, Gevat en el lugar de Jibta, [el Kibbutz] Sarid en el lugar
de Haneifs y Kefar Yehoshua en el lugar de Tel Shaman. No hay un lugar construido en
este país donde no haya habido antes población árabe.” [7]
Lo que también me duele de las primeras reacciones palestinas es hasta qué
punto fueron poco adecuadas. Aunque durante veinte años después de 1948 hubo
algunas tentativas de infiltrarse en Israel, se intentaron algunas acciones militares, se
trató de escribir algo y se llevaron a cabo algunos intentos de agitación, los palestinos se
vieron inmersos en los problemas de la vida diaria, disponiendo de poco tiempo para
organizarse, analizar y planificar. A excepción del trabajo desarrollado en el Ahram
Strategic Institute de Mohammed Hassanein Haykal, Israel fue un cero a la izquierda
para la mayoría de los árabes, incluso para los palestinos. Su lenguaje desconocido, su
sociedad inexplorada, su gente y la historia de su movimiento en gran parte negadas y
reducidas a eslóganes y frases de fácil uso. Vimos y experimentamos su conducta hacia
nosotros pero nos llevó mucho tiempo comprender lo qué veíamos o lo que
experimentábamos.
La tendencia general en todo el mundo árabe fue pensar en las soluciones
militares frente a ese país apenas conocido, con el resultado de una amplia y repentina
militarización de todas las sociedades del mundo árabe casi sin excepción; los golpes de
Estado se sucedieron uno tras otro de un modo casi constante y, peor aún, cada vez que
avanzaba lo militar, disminuía de igual modo y en dirección opuesta la democracia en el
ámbito social, político y económico. Recordándolo ahora, el hecho de que el
nacionalismo árabe asumiera la hegemonía dejó muy poco margen de actuación a las
instituciones civiles democráticas, sobre todo porque el lenguaje y las ideas de ese
mismo nacionalismo prestaban poca atención al papel de la democracia en la evolución
de esas sociedades. Hasta ahora, la presencia de un supuesto peligro para el mundo
árabe ha provocado el constante aplazamiento de cuestiones tales como la libertad de
prensa, la educación despolitizada, o la libertad para investigar, penetrar y explorar
nuevos ámbitos de conocimiento. Nunca se ha hecho una inversión masiva en el terreno
educativo, a pesar de los intentos en gran medida satisfactorios para disminuir el índice
de analfabetismo llevados a cabo por el gobierno de Nasser en Egipto y por otros
gobiernos árabes. Se creía que, dado el constante estado de emergencia provocado por
Israel, tales asuntos, que sólo pueden ser el resultado de una planificación y una
reflexión a largo plazo, eran lujos que no podíamos permitirnos. En lugar de eso, las
armas obtenidas a gran escala sustituyeron al auténtico desarrollo humano, con unos
resultados negativos que todavía sufrimos hoy en día. Los países árabes seguían
comprando el treinta por ciento de las armas mundiales en 1998-99. Junto a la
militarización se produjo la persecución sistemática de colectivos, principalmente judíos
aunque no exclusivamente, cuya presencia entre nosotros durante generaciones se
consideró peligrosa de repente [8] . Por un lado, sé que los sionistas jugaron un papel
activo para estimular el malestar entre los judíos de Irak, Egipto y en otros lugares [9] ,
pero, por otro lado, me parece incuestionable que hubo una agitación xenófoba la cual
decretó a nivel oficial que éstas y otras de las llamadas comunidades “extranjeras”
debían ser arrancadas de nuestro entorno. Y eso no fue todo. En nombre de la seguridad
militar, en países como Egipto se produjo una tenaz, indigna y descomunal campaña
contra los disidentes, sobre todo de izquierdas, aunque también contra pensadores
independientes, cuya vocación de hombres y mujeres críticos e inteligentes concluyó
brutalmente en prisión, acompañada de mortíferas torturas y ejecuciones sumarísimas.
Cuando se recuerdan estas cosas en el contexto de 1948, el vasto panorama de desprecio
y crueldad es lo que destaca como resultado inmediato de la propia guerra.
Junto a
todo esto, se
produjo
un
malísimo trato
hacia
los
propios
refugiados.
Este
sigue
siendo el caso,
por ejemplo, de
los
entre
40.000
y
50.000
refugiados
palestinos
residentes en
Egipto
que
deben presentarse todos los meses en la comisaría local; se restringen sus oportunidades
profesionales, educativas y sociales, y los acompaña una sensación general de
exclusión, a pesar de su nacionalidad y lengua árabes. La situación en el Líbano es
todavía más desesperada. Casi 400.000 refugiados palestinos han tenido que soportar,
no sólo las masacres de Sabra, Shatila, Tell el Zaatar, Dbaye y otros lugares, sino que
han permanecido confinados en un terrible aislamiento durante casi dos generaciones.
No tienen derecho a trabajar en al menos sesenta profesiones, no disponen de suficiente
cobertura médica, no disfrutan de libre tránsito, y son objeto de sospecha y desprecio.
Han heredado en parte –y volveré sobre esto más tarde– el manto de oprobio arrojado
sobre ellos por la presencia de la OLP (y desde 1982 su ausencia no lamentada) [10] , y
por eso algunos libaneses de a píe todavía los consideran como una especie de “enemigo
en casa” que debe ser rechazado y/o castigado de cuando en cuando. En Siria existe una
situación del mismo tipo, aunque no tan grave. En cuanto a Jordania, aunque en su favor
hay que decir que fue el único país donde se concedió la nacionalidad a los palestinos,
existe una clara fractura entre la mayoría desfavorecida de ese colectivo muy numeroso
y la clase dirigente jordana, por razones que apenas necesitan ser explicadas aquí.
Podría añadir, sin embargo, que para la mayoría de estas situaciones –todas ellas
consecuencia de 1948–, donde los refugiados palestinos subsisten formando grandes
grupos en distintos países árabes, no es previsible que existan soluciones simples, y
mucho menos dignas o justas. También merece la pena preguntar por qué se ha
condenado a la prisión y al aislamiento a unas personas que, por razones muy
comprensibles, acudieron en tropel a los países vecinos cuando fueron expulsadas del
suyo, a unos países donde todo el mundo pensó que los recibirían y los apoyarían. Pero
ocurrió más bien todo lo contrario: excepto en Jordania, no fueron bien recibidos –otra
desagradable consecuencia de la primera expulsión de 1948.
Esto nos conduce a un asunto
especialmente significativo. En concreto,
la aparición de un nuevo estilo en el
discurso político a partir de 1948, tanto en
Israel como en los países árabes. Para los
árabes, libros de referencia como Ma´anat
al-Nakba (“El significado del desastre”),
de Constantine Zurayk, dieron a conocer la
idea según la cual, debido a los sucesos de
1948, había surgido una situación
absolutamente sin precedentes que
requería mantenerse en un estado de alerta
y vitalidad también sin precedentes. Lo
que encuentro más interesante que la
propia aparición de un nuevo discurso u
oratoria políticos –con todas sus fórmulas,
tabúes, circunloquios, eufemismos y, a
veces, arrebatos inútiles– es su total
“impermeabilidad” (por acuñar un
término) respecto a sus homólogos. Quizá
pueda afirmarse que este bloqueo respecto
al otro tenga su origen en la incompatibilidad entre la conquista sionista y la expulsión
de los palestinos, pero los acontecimientos al margen de esa oposición básica llevaron a
una separación de ambos bandos a un nivel oficial, la cual nunca fue del todo real, aún
cuando a nivel popular hubiera un verdadero acuerdo de intereses al respecto. De este
modo, sabemos que Nasser, cuyo discurso implacable y decidido iba más allá que
ningún otro, estaba en contacto con Israel a través de varios intermediarios como Sadat
y, por supuesto, Mubarak. Esto es incluso más cierto en relación a los gobernantes
jordanos, y algo menos con respecto a Siria, aunque también se dio el caso. No estoy
expresando un simple juicio de valor sobre este punto, pues tales contrastes entre la
teoría y la práctica son bastante habituales entre todos los políticos. Lo que estoy
indicando es que se desarrolló una especie de “ortodoxia de la hipocresía” dentro de los
campos árabe e israelí que, de hecho, estimuló y sacó provecho de los peores aspectos
de ambas sociedades. La tendencia hacia la ortodoxia, la repetición de ideas aceptadas
de manera acrítica, el miedo a lo nuevo, uno o más tipos de doble discurso, etc, han
tenido una vida extremadamente activa.
Quiero decir que, en el caso árabe, la hostilidad verbal y militar hacia Israel
condujo a una ignorancia mayor, y no menor, sobre este país y, en consecuencia, a los
desastrosos resultados políticos y militares de los años sesenta y setenta. El culto a las
armas que implica adoptar únicamente soluciones militares para los problemas políticos
prevaleció hasta tal punto que eclipsó el principio por el cual las acciones militares de
éxito deberían proceder de unas fuerzas armadas motivadas, conducidas con valor, y
educadas y equilibradas desde el punto de vista político, lo cual sólo podría brotar de
una sociedad civil. Tal modelo nunca se dio en el mundo árabe, y raramente fue
planteado o puesto en práctica. Además, se consolidó una cultura nacionalista que
estimuló, en vez de mitigar, el aislamiento árabe respecto al resto del mundo moderno.
Israel pronto fue percibido no sólo como un Estado judío, sino como un Estado
occidental, y como tal fue rechazado por completo, incluso como objeto de estudio
adecuado para aquellos que estuvieran interesados en informarse sobre el enemigo.
Partiendo de esta premisa, circularon una serie de ideas tremendamente
equivocadas, entre las cuales estaba la de pensar que Israel no era una verdadera
sociedad, sino un pseudo-estado improvisado; sus ciudadanos estarían allí sólo el
tiempo suficiente para marcharse empujados por el miedo; Israel era una absoluta
quimera, una “supuesta” o “presunta” entidad, no un verdadero Estado. La propaganda
sobre este asunto era burda, infundada e ineficaz. El conflicto cultural y dialéctico –esto
sí que era real– se desplazó de un escenario local –por decirlo así– a un escenario
mundial, y allí también fuimos derrotados, excepto a los ojos del Tercer Mundo. Nunca
dominamos el arte de plantear nuestras demandas frente a Israel en términos humanos,
no se elaboró ningún discurso, no se usó ni se presentó ninguna estadística, no surgió
ningún portavoz cualificado y perspicaz. Nunca aprendimos a hablar con un solo
discurso, en lugar de varios discursos contradictorios. Recordemos los días
inmediatamente anteriores y posteriores a la debacle de 1948, cuando personas como
Musa al-Alami, Charles Issawi, Walid Khalidi, Albert Hourani, y otros como ellos
emprendieron una campaña para informar sobre el caso palestino al mundo occidental,
del cual Israel obtenía su principal apoyo. Ahora comparemos esos primeros esfuerzos,
que pronto se desvanecieron debido a las luchas internas y la envidia, con el discurso
oficial de la Liga Árabe, o el de uno o varios de los países árabes. Éste era (y, por
desgracia, continúa siendo) rudimentario, mal estructurado, impreciso y no lo bastante
meditado. En resumen, la tragedia palestina, desmañada hasta la vergüenza,
especialmente en lo que se refiere al contenido humano mismo, era de una magnitud
enorme, mientras que el argumento y el plan sionistas respecto a los palestinos
resultaba absolutamente escandaloso. En claro contraste, el sistema israelí de
información era eficaz y profesional en la mayoría de los casos, y casi siempre se
imponía en occidente. Se reforzaba en lugares del mundo como África y Asia con la
exportación de conocimientos agrícolas, tecnológicos y académicos, algo en lo que los
árabes nunca se implicaron realmente. El hecho de que el discurso de los israelíes fuera
un tejido de medias verdades es menos importante que el hecho de que fuera una
creación destinada a promover una causa, una imagen y una idea acerca de Israel que
marginaba a los árabes y que, en muchos sentidos, los deshonraba.
RETIRADA Y FRONTERAS DEL SIONISMO [1]
Darryl Li [2]
A mediados de enero
de 2008, cuando Israel
reforzó más su bloqueo
sobre la Franja de Gaza,
rápidamente se aseguró al
mundo que no se permitiría
una “crisis humanitaria”.
Valga el siguiente ejemplo:
días después de que el
intenso bloqueo obligara a
Hamas a abrir una brecha en
la frontera entre Gaza y
Egipto y a los palestinos a
entrar en masa en Egipto a la
búsqueda de provisiones,
Israel anunció planes para
enviar miles de vacunas para
animales con el fin de
prevenir posibles brotes de
gripe aviar y otras epidemias
debidas a la entrada de
ganado y aves desde Egipto
a Gaza [3] . Por otro lado, las
medicinas para los seres
humanos están entre los
suministros que apenas han
entrado en Gaza desde que la
frontera ha sido cerrada de nuevo.
Más que un acto progresista en su propio interés –o, más precisamente, como un
reconocimiento de que “el virus no se detiene en el control fronterizo” [4] – el citado
envío de vacunas para animales proporciona una pista de cómo Israel está rediseñando
su control sobre la Franja de Gaza. La historia de las recientes restricciones –cuando,
hasta cierto punto, ésta se da a conocer al mundo exterior–, se explica en gran medida a
través de las estadísticas: el 90% de las empresas privadas de Gaza ha cerrado, el 80%
de la población recibe ayuda alimentaria, todos los solares donde se podría construir
están vacíos y el desempleo ha superado todos los registros anteriores [5] . Periodistas y
ONGs han presentado imágenes de agricultores arruinados, comerciantes en quiebra y
pacientes médicos atrapados. Pero el control total sobre Gaza no es simplemente una
versión más severa de las políticas llevadas a cabo durante los pasados cinco años;
también refleja un cambio cualitativo en la técnica israelí para administrar el territorio.
El contraste entre el fácil traslado de vacunas para animales desde Israel a Gaza y el
rechazo israelí a enviar medicinas para la población humana es un buen ejemplo de esta
nueva forma de control que, a falta de un término mejor, podemos llamar “retirada”.
“Retirada” es, desde luego, el nombre que Israel dio a su eliminación de las
colonias y bases militares de la Franja de Gaza en 2005. Pero en lugar de un abandono
del control, la retirada debe ser entendida como un proceso de abandono controlado
puesto en marcha por Israel para cortar los lazos forjados con Gaza a lo largo de
cuarenta anos de dominación, sin permitir que surja ninguna alternativa viable, y todo
ello mientras deja a la comunidad internacional de donantes para que financie los restos
de lo que ha abandonado. El resultado es que Israel considera a la Franja como un corral
para animales cuyos moradores no pueden ser domesticados y por eso deben ser
puestos en cuarentena. La retirada es una forma de control que no se fija como objetivo
la justicia, ni siquiera la estabilidad, sino la simple supervivencia –como estamos viendo
cada vez que aseguran que van a evitar una imprecisa “crisis humanitaria”.
Del bantustán al campo de internamiento y de ahí al corral para animales
Desde sus comienzos, hace un siglo, el proyecto sionista de creación de un
Estado para el pueblo judío en el Mediterráneo oriental se ha enfrentado con un reto
insuperable: cómo tratar con los nativos no judíos –que hoy comprenden a la mitad de la
población que vive bajo gobierno israelí– cuando la realidad práctica dicta que no
pueden ser eliminados y la ideología exige que no se les debe otorgar la igualdad
política. Partiendo de este punto, el perfil general de la política israelí a lo largo del
tiempo ha sido claro: primero, concentrar al mayor número de árabes en el menor
espacio de territorio, y segundo, aumentar al máximo el control sobre los árabes
reduciendo al mínimo cualquier posible responsabilidad hacia ellos.
En cuanto al primer objetivo, Gaza representa un éxito destacado: aunque sólo
ocupa el 1,5% del área entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, acumula a uno de cada
cuatro palestinos que viven en todo el país. Sin embargo, respecto al segundo objetivo,
la suerte que ha corrido Gaza la ha transformado en un lugar muy difícil de controlar y
su pobreza la convierte en una vergüenza frente a la comunidad internacional. Así, la
resistencia palestina y, en menor grado, la presión internacional, han forzado a Israel a
revisar varias veces su grado de responsabilidad y su nivel de control sobre la zona.
Cada fase de este experimento en curso puede comprenderse mediante metáforas
espaciales que restringen cada vez más el ámbito de actuación de los palestinos:
bantustán, campo de internamiento y granja para animales.
Desde 1967 hasta la primera intifada entre 1987 y 1993, Israel utilizó su control
militar para incorporar por la fuerza la economía y la infraestructura de Gaza en su
propio beneficio, mientras trataba a la población palestina como una reserva de
trabajadores inmigrantes baratos. Es durante esta etapa de migración laboral y de
segregación territorial cuando Gaza se asemejó más a los bantustanes sudafricanos –los
pequeños Estados negros en teoría independientes creados por el régimen del apartheid
para evadir su responsabilidad respecto a la población indígena a la cual explotaba [6] .
Durante la ocupación israelí en la época de los acuerdos de Oslo (1993-2005) [7]
, Israel delegó algunas funciones administrativas en la Autoridad Palestina y dio la
bienvenida a los trabajadores de Asia y Europa del Este en sustitución de los de Gaza.
También surgió una nueva infraestructura para controlar los movimientos de los
habitantes de Gaza. Los permisos para viajar a Israel y Cisjordania, que antes se
concedían de forma usual, se hicieron poco frecuentes. Se detuvo el habitual tráfico de
vehículos. En la segunda mitad de la década, Israel valló todo el territorio y comenzó a
canalizar a la población y los productos no israelíes a través de un puñado de pasos
fronterizos fijos de nueva construcción, como los que recientemente se han instalado en
Cisjordania. Fue durante este periodo bajo administración israelí cuando Gaza se
pareció más a un enorme campo de internamiento. La población detenida se organizó
hasta cierto punto y eligió representantes para que actuaran en su nombre ( la Autoridad
Palestina) quienes, sin embargo, actuaron bajo la tutela de la máxima autoridad militar
israelí, dentro de un marco de acuerdos concertados por Israel y una Organización para
la Liberación de Palestina cada ves más débil (acuerdos que ahora son básicamente de
Israel consigo mismo).
El fracaso de la iniciativa colonial y la feroz resistencia armada durante la
segunda intifada que comenzó en el invierno de 2000 contribuyeron sin duda en la
decisión de acabar con los asentamientos y retirar a los soldados. Aparte de
proporcionar a Israel una cobertura política decisiva para continuar con sus planes de
colonizar Cisjordania y otros lugares, la retirada también le hizo mucho menos
vulnerable frente a los grupos armados palestinos. Entre 2000 y 2005, Gaza contaba con
menos de un 1% de la población de Israel-Palestina, pero representaba
aproximadamente el 10% de las víctimas israelíes relacionadas con la intifada, y más
del 40% de todas los combatientes israelíes muertos. Por otro lado, la amenaza se
situaba casi por completo dentro del territorio de Gaza, contra soldados y colonos. El
cierre hermético de Gaza neutralizó en gran medida la amenaza de las bombas de los
suicidas, dejando a los grupos armados palestinos de Gaza con pocos medios efectivos
para dañar a Israel. Desde agosto de 2005, los ataques con cohetes Qassam han matado
a cuatro personas en Israel, menos del promedio semanal de palestinos asesinados en
Gaza por el ejército israelí a lo largo de 2007. [8]
Los críticos se han apresurado a señalar que la retirada no cambia el control
efectivo de Israel sobre Gaza y, por tanto, su responsabilidad como poder ocupante
sometido a la ley internacional sobre derechos humanos. A un nivel militar, Israel
continúa patrullando el cielo y las costas de Gaza, y el ejército de tierra sigue actuando
–mediante la construcción de fortificaciones y la creación de zonas de seguridad dentro
de la Franja– de un modo tan habitual que la mayor diferencia parece ser la simple
reubicación de sus cuarteles unos pocos kilómetros más hacia el este. Sin embargo, con
la eliminación de las bases militares permanentes, los críticos tienden a quitar
importancia a la actual dependencia de Gaza respecto a Israel como prueba del control
israelí. El sistema tributario, el monetario y el control del comercio continúan en manos
de Israel; el agua [9] , la electricidad y las infraestructuras de comunicación continúan
dependiendo de Israel; e incluso la inscripción de la población en el registro todavía está
en manos de las autoridades israelíes.
La respuesta de Israel ha sido simple, aunque hipócrita: “si la responsabilidad
respecto a Gaza proviene de su dependencia de Israel, entonces estaríamos encantados
de cortar esos vínculos de una vez por todas”. Y esto es exactamente lo que Israel ha
comenzado a hacer después de la derrota militar de Fatah frente a Hamas en Gaza en
junio de 2007. De hecho, incluso si el paso de Rafah, en la frontera entre Gaza y Egipto,
se abriera de nuevo, siendo coordinado por Fatah o por los servicios de seguridad de la
Autoridad Palestina bajo el mando de Mahmud Abbas –como todavía ocurre con Erez,
el único punto de paso para las personas entre Israel y la Franja–, esto sólo serviría para
proporcionar a Israel otra excusa que le permita ignorar su responsabilidad con respecto
a los habitantes de Gaza.
En cualquier caso, el experimento de gobierno indirecto surgido en Oslo parece
haber llegado a su fin en Gaza. En la actualidad, Israel no trata tanto a este territorio
como un campo de internamiento, sino más bien como un corral para animales: un
espacio parecido a una absoluta prisión, cuyos guardianes ante todo están interesados en
mantener vivos y dóciles a quienes viven dentro, mostrando tan sólo una ligera
preocupación por las opiniones de sus vecinos y otros extraños.
La diferencia resulta más clara con respecto a las fuentes de energía. En 2006,
en respuesta a la captura de uno de sus soldados y a la muerte de otros dos, Israel
bombardeó la única central eléctrica de Gaza, la cual, incluso después de alguna
reparación, ahora opera más o menos a un tercio de su capacidad [10] . Ahora se trata de
provocar la misma privación cortando la electricidad que Israel suministra directamente
a Gaza, incrementando los apagones diarios, que ya eran habituales. Estos cortes, tal y
como fueron aprobados por el Tribunal Supremo de Israel el 30 de enero y puestos en
práctica por primera vez el 7 de febrero, serán regulados para garantizar que se cubren
las “necesidades humanitarias básicas” de la población. En noviembre, el tribunal
aprobó medidas semejantes con el fin de reducir la cantidad de combustible que Israel
vende a Gaza. Este cambio en el enfoque por parte de Israel a partir de 2006 se asemeja
a la diferencia entre aporrear la cabeza de un prisionero rebelde para someterlo y domar
a un animal regulando con cuidado el uso de la correa y la alimentación.
Retirada y “atenciones humanitarias básicas”
Para entender las diferencias a la hora de administrar un campo de
internamiento y un corral para animales, sería de ayuda comenzar por el lugar donde el
control de Israel sobre Gaza resulta más evidente a nivel material: los puestos
fronterizos.
A nivel oficial, el puesto fronterizo de Karni es el único destinado al tráfico de
mercancías entre la Franja de Gaza e Israel, una instalación sumamente fortificada, a
caballo entre ambos lados de la frontera, en el lugar que ocupó un viejo aeródromo
británico cerca de la ciudad de Gaza. Karni tiene aproximadamente treinta vías de
acceso para controlar los distintos tipos de carga –desde contenedores de barco a
mercancías a granel– que se requieren para hacer frente a las necesidades de una
economía moderna. Karni es un producto del periodo de Oslo que resume su idea de
espectáculo grandioso –aunque de una tediosa ineficacia– compensando el control
israelí con la imagen de la autonomía palestina. El puesto fronterizo funciona de
acuerdo al antieconómico sistema del transporte “en cadena”: una de las partes deposita
las mercancías en una tierra de nadie dividida por un muro, y luego la otra la recoge, sin
ningún contacto directo entre ambas, duplicando de este modo los gastos de transporte.
En los últimos meses, Israel ha cerrado por completo el paso de Karni, excepto
para transportes ocasionales de trigo y pienso para animales [11] . Por otro lado, la
mayor parte del tránsito de algunos de los “artículos de primera necesidad” permitidos
ha sido redirigido por Israel hacia los pasos fronterizos de Kerem Shalom y Sufa, más al
sur. A diferencia de Karni, Kerem Shalom y Sufa funcionan bajo el completo control de
Israel, sin hacer ninguna concesión a los acuerdos con Palestina. No son puestos
fronterizos destinados al tráfico de mercancías sino, en esencia, puertas en la valla de
separación que nunca fueron diseñadas para el trasiego de mercancías y en donde es
imposible manejar muchas clases de artículos difíciles de empacar, como materiales de
construcción o tuberías de gas [12] . Juntos, cuando abren, Kerem Shalom y Sufa quizás
pueden tramitar el paso de 100 cargas de camión por día, en comparación con las 750 de
Karni. [13]
Más revelador, sin embargo, resulta el modo de llevar a cabo el tránsito de las
mercancías: éstas son descargadas de los camiones en Kerem Shalom y Sufa y luego se
dejan en pallets a cielo abierto para que los palestinos vengan y las recojan, una vez que
se les concede el permiso para acercarse. El contraste es notable con los complejos
trámites de seguridad de Karni y su reglamentado sistema de reparto. “Al menos en
prisión, y yo he estado allí, hay reglas”, dice en el New York Times el abogado por los
derechos humanos nacido en Gaza, Raji Sourani. “Pero ahora vivimos en una especie de
granja para animales. Vivimos en un corral donde nos vuelcan la comida y las
medicinas.” [14]
El desplazamiento físico desde Karni a Kerem Shalom y Sufa, y las
restricciones oficiales al paso de mercancías, reduciéndolo a “artículos de primera
necesidad”, reflejan el cambio en la política de bloqueo de Israel, que trata de castigar la
economía de Gaza prescindiendo
de ella en su conjunto (excepto
cuando los productores israelíes
necesitan librarse de sus
excedentes baratos en Gaza).
Israel también está abandonando
de manera selectiva otras
relaciones
económicas
con
Gaza: Los principales bancos de
Israel
han
anunciado
su
intención de romper los vínculos
con Gaza y, desde el otoño,
Israel ha limitado la entrada de
dólares americanos y de dinares
jordanos, lo cual pone en peligro la capacidad de Gaza para adquirir artículos de
importación y poder hacer frente a sus pagos.
La poca importancia de la economía de Gaza a los ojos de Israel resulta más
evidente en el contexto de la decisión del Tribunal Supremo israelí de aprobar los cortes
de combustible a Gaza, basándose en que, si es posible racionar el combustible restante
para los hospitales y la red de saneamiento, entonces la economía de Gaza no necesita
jugar ningún papel: “No aceptamos el argumento de los demandantes según el cual se
debe permitir que las ‘fuerzas del mercado’ desempeñen su papel en Gaza en relación al
consumo de combustible [15] .” La lógica de las decisiones del tribunal sobre el
combustible y la electricidad sugieren que una vez cubiertas unas imprecisas
“necesidades humanitarias básicas”, es permisible cualquier otra privación.
En la práctica, a menudo es imposible establecer una clara distinción entre
necesidades vitales y lujos, pues no puede ignorarse el amplio espectro de actividades y
deseos humanos que no son menos importantes simplemente porque puedan ser
aplazados por algún tiempo. Esto resulta más dramático con respecto a los permisos
para abandonar Gaza con el fin de recibir tratamiento médico, que en la actualidad sólo
se conceden a quienes se encuentran en “peligro de muerte”. [16] Según este criterio, y
de acuerdo a la organización Human Rights Watch, han sido denegados los permisos
para intervenciones que conduzcan a una mayor “calidad de vida”, como operaciones a
corazón abierto, provocando la muerte de los pacientes. En el caso de los cortes de
electricidad, el Tribunal Supremo actuó irresponsablemente, como si los habitantes de
Gaza pudieran redistribuir fácilmente la electricidad restante a los hospitales y la red de
saneamiento, a pesar de las claras evidencias que indican lo contrario [17] . Para poder
redistribuir la electricidad a las distintas zonas, los técnicos deben acudir en persona a
las subestaciones varias veces al día y accionar manualmente las palancas que están
diseñadas para ser manipuladas sólo una vez al año, durante su mantenimiento. Como
resultado, se han producido numerosos desperfectos y al menos dos ingenieros se han
electrocutado. [18]
Incluso si se pudiera aplicar y se hiciera con la mejor de las intenciones, la
lógica de las “atenciones humanitarias básicas” (no está claro cuáles serían las
atenciones humanitarias “no básicas”) sólo traería como consecuencia que
absolutamente todos los habitantes de Gaza se convirtieran en mendigos –o, más bien,
en animales cebados– dependientes del dinero internacional y de las autorizaciones
israelíes. Permite a Israel mantener a los palestinos y a la comunidad internacional en un
estado de temor constante frente a unas “crisis humanitarias” totalmente prefabricadas
que Israel puede provocar con sólo pulsar un interruptor (a causa del embargo, la central
eléctrica de Gaza nunca dispone de más combustible que el necesario para funcionar
durante dos días) [19] . Además, desvía la atención, e incluso legitima, la destrucción de
la propia economía de Gaza, de sus instituciones y de su infraestructura, por no hablar
de la colonización israelí puesta en marcha en otros lugares de Israel-Palestina. Las
“atenciones humanitarias básicas” reducen las necesidades, las aspiraciones y los
derechos de 1,4 millones de seres humanos a un ejercicio de contar calorías,
megawatios y otras unidades abstractas y unidimensionales que miden la distancia que
los separa de la muerte.
Los nombres de la desigualdad
Dado que Israel ha experimentado a lo largo de las décadas con varios modelos de
control sobre Gaza, el rechazo básico a la igualdad política que rodea a todos ellos ha
tomado nombres diferentes, tanto para justificarse como para proporcionar un
argumento que maquille sus propios excesos. Durante el periodo de los bantustanes, la
desigualdad fue llamada coexistencia; durante el periodo de Oslo, segregación; y
durante la retirada ha sido redefinida como “crisis humanitarias” que han sido evitadas,
o como supervivencia. Estos eslóganes no eran del todo mentira, pero no hacían frente a
la desagradable verdad de que coexistir no equivale a ser libre, vivir separados no
equivale a ser independientes y sobrevivir no equivale a vivir.
La retirada, sin embargo,
no es tan sólo el último estadio en
un proceso histórico, es también el
escalón más bajo en una jerarquía
de sometimiento diferenciada por
territorios que también incluye a
los palestinos en Cisjordania,
Jerusalén Este y dentro de la Línea
Verde. La mitad de los habitantes
entre el Mediterráneo y el Jordán
viven bajo un Estado que los
excluye de la comunidad como
sujetos políticos, les niega la
verdadera igualdad y, por tanto, no
les permite ejercer sus derechos en diversos campos. Israel se las ha ingeniado de un
modo admirable para mantener a esta mitad de la población enfrentada entre sí –y a su
vez enfrentada contra los trabajadores extranjeros y los judíos no ashkenazíes [20] –
mediante un cuidadoso reparto de privilegios y castigos que impone diferencias entre
ellos y que, previsiblemente, continuará llevando a cabo en un futuro. Por supuesto,
siempre existe la posibilidad de actos de resistencia esporádicos y dramáticos, como la
apertura de una brecha en la frontera –lo que transformó temporalmente una extensión
desolada de casas demolidas en un enorme mercado al aire libre– o los cambios
políticos graduales, como un posible acuerdo para reabrir el paso fronterizo de Rafah.
Pero entre estas dos vías, la inexorable lógica del gobierno israelí para llevar a cabo un
abandono controlado parece permanecer casi intacta.
Resulta revelador que, a pesar de todos los rumores de segregación, incluso el
segmento de población Palestina más alejado y aislado que vive bajo control de Israel
todavía está lo bastante cerca de los judíos israelíes para provocar la rápida reacción de
la sanidad pública de aquel país, debido a la introducción de ganado y aves de corral
desde Egipto. El envío de vacunas para animales no sólo da cuenta del control de Israel
sobre Gaza y de su renuncia a cualquier responsabilidad sobre las personas que allí
habitan, sino que también es un recuerdo tácito de la proximidad física que continúa
después de cuarenta años de ocupación. Los habitantes de Sderot, ciudad del sur de
Israel, también recordaron con desagrado esta proximidad cuando, una mañana del año
2005, se despertaron para encontrar en las calles cientos de panfletos en árabe donde se
les advertía que debían abandonar sus hogares antes de que fueran atacados [21] . La
aviación israelí había lanzado los folletos sobre los territorios vecinos, en el norte de la
Franja de Gaza, con la intención de intimidar a los palestinos, pero en cambio los
fuertes vientos los transportaron al otro lado de la frontera.
BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA
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NOTAS.[1] Historia Universal-Siglo XX nº 24, Historia 16, págs. 73-100.
[2] El periodista e historiador español David Solar es divulgador de temas históricos, especialmente sobre
historia contemporánea. Como periodista ha cubierto varios conflictos como la descolonización del
Sáhara, con el antiguo Diario 16 , y posteriormente ha realizado trabajos para el diario El Mundo.
Actualmente es director de la revista La Aventura de la Historia , donde ha publicado numerosos
artículos. (Nota de la Redacción).
[3] Literalmente, “subidas”. En la terminología sionista son subidas a Sión, es decir “oleadas de retorno”.
[4] La primera es una granja colectiva donde todo es común, la segunda es mixta: comunes son los
medios de producción y la comercialización del producto; privados, el trabajo, el salario y el consumo.
[5] El dunum equivale a 10 áreas, es decir, 1000 metros cuadrados.
[6] Censo oficial de 1931.
[7] Se calcula que para entonces combatían en el ejército británico más de 30.000 voluntarios judíos, pero
lo que deseaba la Agencia Judía era la creación de una unidad sionista, que fuera la base del futuro
ejército de Israel; para eso, sus agentes estaban robando armas desde el comienzo de la guerra en los
arsenales británicos de Oriente Medio.
[8] Irgun Zvai Leumi, organización militar secreta fundada por V. Jabotinski en 1937. Su principal
dirigente fue Menahem Begín.
[9] Palmach, brazo armado de la Haganah, que en 1948 contaba con cuatro batallones y un total de 2.200
hombres.
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