La nueva estructura (o desestructura) del proceso. La admisión de la demanda en el proceso civil (Ley 13/2009 de 3 de noviembre) M.ª del Carmen BLASCO SOTO Titular de Derecho Procesal, Universidad de Valladolid Diario La Ley, Nº 7325, Sección Tribuna, 21 Ene. 2010, Año XXXI, Editorial LA LEY LA LEY 21929/2009 La esperada reforma de las leyes procesales, Ley 13/2009 de 3 de noviembre, ha transformado la estructura del proceso de modo irrevocable. La intención del trabajo es estudiar el acto procesal que inicia el proceso civil: la demanda. La atribución de competencias al secretario para la admisión y al juez o tribunal para la inadmisión va a crear múltiples problemas, derivados principalmente del nuevo reparto de los actos procesales, sin indicar qué unidades de la nueva Oficina se encargan de la admisión de la demanda. Tampoco se explica la función del juez respecto a la demanda admitida, lo que puede producir, desde el punto de vista procesal, una serie de alternativas que tratamos de resolver. Disposiciones comentadas I. INTRODUCCIÓN Las reformas procesales necesarias para la adaptación de la Oficina Judicial, a tenor de la L 13/2009, de 3 de noviembre, son ya una compleja realidad jurídica. Debido principalmente a una técnica legislativa muy deficiente, la misma no aclara su aspecto fundamental: Qué es la Oficina Judicial, pregunta que no sólo no se resuelve con las nuevas normas sino que tampoco conseguirán su principal objetivo, una justicia moderna, racional y ágil. Ya hemos apuntado en distintos foros y textos que la existencia de las unidades adscritas a diferentes órganos, como modelo de organización elegido, tienen el peligro de que durante la tramitación del proceso pueden ocasionarse un elevado número de itinerarios procesales, con el agravante de que no están bien delimitadas las competencias entre las Unidades Procesales de Apoyo Directo (UPAD) y los Servicios Comunes Procesales (SCP). El sistema está excesivamente fragmentado, ya que existe una total disociación entre el órgano decisor y la Oficina Judicial. Parece que la división del trabajo como mecanismo eficaz de gestión va a provocar de forma irremediable la desarticulación del proceso. Una vez consumado el cambio, es el momento de intentar comprender el funcionamiento y dejar atrás las actitudes exclusivamente críticas. Ahora bien, la realidad que se impone es desoladora, intelectualmente no es muy adecuado mantener continuamente la reforma bajo sospecha, pero de igual modo es inadmisible no cuestionarse determinados cambios que van a afectar a la configuración del proceso. Los más significativos son los siguientes. II. LA NUEVA DISTRIBUCIÓN O REPARTO DE LOS ACTOS PROCESALES La ley, sirviéndose de una técnica legislativa muy inapropiada, ha convertido al proceso en algo totalmente desarticulado, dejando muchísimos aspectos esenciales sin resolver. En las modificaciones se olvida que se altera uno de los elementos esenciales para el correcto desarrollo de la potestad jurisdiccional: el proceso. En los distintos trabajos que sobre esta materia he publicado (1) , he insistido en la complejidad de la actividad que se quiere gestionar. La Oficina Judicial no es únicamente administración y organización, lo que se denominó la administración de la Administración de Justicia, sino que es y pertenece al ámbito jurisdiccional, en concreto a la jurisdicción y al proceso, de ahí que no sea fácil diseñar la gestión de la nueva oficina. Es una institución que tiene muchos matices difíciles de delimitar, pues se fusionan jurisdiccionales y procesales (2) los elementos administrativos con los , por eso la nueva estructura no puede limitarse a un simple cambio de índole administrativo y orgánico, que se resuelve distribuyendo y repartiendo una serie de competencias. Con frecuencia se olvida que la Oficina Judicial presta soporte y apoyo exclusivamente a la actividad jurisdiccional, regulada por normas orgánicas y procesales. La naturaleza jurídica de esta actividad debe tenerse presente de cara a organizar con método y sensatez la nueva oficina. La impresión es que la reforma ha banalizado estos aspectos y ha alterado, sin pretenderlo, elementos básicos inmodificables. La apariencia desvela que es la actividad jurisdiccional la que presta apoyo a la gestión, cuando debe ser todo lo contrario; de igual forma, parece que a los jueces y magistrados se les ha adjudicado el papel de simples espectadores del actual modelo, desposeyéndoles del control sobre la gestión, creando una nueva estructura, también jerárquica, pero que ha desplazado de la misma a los titulares del órgano jurisdiccional. La configuración piramidal establecida convierte a la oficina judicial más en administración estatal que en administración de justicia. Lamentablemente, las peores sospechas se han confirmado. El legislador ha entendido que la organización de la oficina no es difícil: es tan simple como redistribuir adecuadamente una serie de actos procesales, actos que se adscriben indistintamente unas veces a la oficina judicial, otras al secretario, otras a las unidades y así sucesivamente. Ahora toca hacer el puzzle, comprobar si están todas las piezas e intentar, si es posible, encajarlas. Aunque la apariencia puede hacer pensar que esta afirmación es mía y fruto de un total rechazo a la reforma, debo decir que no se me deben atribuir estos méritos, es la Ley quien reconoce que se ha limitado a cambiar los actos procesales de un lugar y órgano a otro. ¿Con qué criterios?, desde luego no organizativos (como parece debería ser el objetivo) y tampoco procesales. Mejor leamos al Legislador que sin disimulo ni fingimiento reconoce y acepta que: «... debido a que las leyes que se reforman regulan el procedimiento y no la organización, a lo largo del articulado de las mismas se ha tratado de no hacer mención, salvo en supuestos excepcionales, a los servicios comunes procesales. En la mayoría de los casos el criterio adoptado es el de atribución al Secretario Judicial de una determinada competencia, ya que es el responsable último de la realización de todas las actividades que sirven de soporte y apoyo a la actividad jurisdiccional de Jueces y Magistrados (artículo 435 de la Ley Orgánica del Poder Judicial), aunque la ejecución material corresponda a los funcionarios de los Cuerpos regulados en el Libro VI de la Ley Orgánica, de conformidad con el catálogo de funciones que en el mismo se establecen y siempre bajo la dirección técnico procesal del Secretario judicial (artículo 457 de la Ley Orgánica del Poder Judicial)» (Exposición de Motivos II). En otras palabras, se reforma el proceso, se crea la Nueva Oficina Judicial, pero no se dice cuáles son los criterios organizativos, es más, se eluden conscientemente. El dilema es que si la base de la gestión son las unidades, en concreto los servicios comunes procesales y éstos no se mencionan, ¿cómo sabemos en la nueva distribución de actos quién los va a realizar? III. CUANDO SE HABLA DE OFICINA JUDICIAL ¿SE ESTÁN ATRIBUYENDO COMPETENCIAS AL SECRETARIO? Esta pregunta es consecuencia de la manera de reformar, ya que da la impresión de que cuando determinados actos procesales se atribuyen a la oficina judicial, la competencia se adjudica al secretario ¿o no? Los ejemplos son muchísimos a lo largo de toda la Ley. Pondremos sólo uno, respecto a las diligencias previas del modificado art. 259.1 Ley de Enjuiciamiento Civil (LEC) cuando establece que: «En el auto en el que se acceda a la solicitud, se citará y requerirá a los interesados para que, en la sede de la Oficina Judicial o en el lugar y del modo que se consideren oportunos, y dentro de los diez días siguientes, lleven a cabo la diligencia, que haya sido solicitada y acordada». Quiere decir que la admisión de la diligencia corresponde al Juez pero su tramitación a la Oficina. Parece, por la exposición de motivos, que corresponde al secretario, de lo contrario habría hablado de UPAD o Tribunal. Hay que recordar que la Oficina Judicial y las unidades que las componen no están todas integradas en un órgano jurisdiccional, sino que dan cobertura a varios, incluso de diferentes órdenes jurisdiccionales y sus principios informadores son los de jerarquía, división de funciones y coordinación. El problema es que no se sabe —porque la ley no lo dice— a qué unidad de las de la oficina judicial nos estamos refiriendo, si a los servicios comunes procesales o a las unidades procesales de apoyo directo. IV. LA NECESARIA REFORMA DE LA LEY ORGÁNICA DEL PODER JUDICIAL El tercer problema grave es que la reforma ha creado un sistema muy complejo de distintos itinerarios procesales, que requiere una reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ) mucho más profunda de la realizada. La escasez normativa sobre lo que es la Oficina Judicial añadida a las numerosísimas reformas procesales que ponen en marcha esta institución, dan fe del desfase entre lo que se quiere gestionar y cómo se gestiona. Va a ser necesario para aplicar las leyes, un profundo conocimiento de los distintos servicios y unidades, habrá que estar pendientes de su nacimiento, pero la incógnita decisiva se resolverá cuando se creen los Servicios Comunes de Ordenación procesal (SCOP) (3) y la asignación de sus competencias. El peligro de esta reforma es que se ha limitado a realizar un cambio de atribuciones y competencias siguiendo el frágil criterio de que en lo procesal hay aspectos de carácter administrativo que se adjudican a la Oficina y otros, los jurisdiccionales, a la UPAD. Ya nos hemos pronunciado sobre este aspecto, ahora sólo queda establecer cómo se recompone, si es posible, el nuevo rompecabezas en el que se ha convertido el proceso. ¿Ha sido despojado el Juez de las competencias que antes tenía y se han otorgado al secretario? En realidad una de las dudas más desalentadoras es la de si el traslado de competencias, más exactamente de resolución sobre determinados actos procesales, se han atribuido al Secretario Judicial con carácter exclusivo. Sobre este aspecto reflexionaremos, haciendo únicamente referencia a la demanda. V. NUEVO CONCEPTO DE DEMANDA No tiene ningún sentido explicar el concepto de este trascendente acto procesal de parte, que abre el proceso, delimita su objeto, incorpora la pretensión y expresa la corrección o no de los presupuestos procesales. Las cosas han cambiado. Cuando el Juez admitía la demanda, debía previamente advertir si los presupuestos procesales estaban realizados conforme a la norma. Principalmente porque es su deber que el proceso transcurra de acuerdo con la legalidad, evitando que el incumplimiento o los defectos procesales puedan provocar un sobreseimiento. ¿Se le ha quitado esta potestad? No hay respuesta. Nadie dudaba de que el control de los requisitos procesales; tales como la competencia, capacidad, representación, postulación, demanda defectuosa, acumulación indebida, etc., los realizaba el juez con la demanda, ya que su ausencia se estudiaba con carácter previo al tema de fondo, intentando reparar los subsanables e inadmitiendo cuando son insubsanables. Respecto a la capacidad y representación, el art. 9. LEC no modificado atribuye al juez su apreciación de oficio en todo momento. En la actualidad, es con la demanda y la contestación cuando examina los documentos que acreditan estos extremos. En su momento, cuando entre en vigor la reforma (4 de mayo de 2010), parece que el Tribunal puede controlar la existencia de estos presupuestos en cualquier periodo, excepto en la fase de alegaciones escritas, ya que no es el receptor de la demanda ni el encargado de su admisión. Con la competencia ocurre exactamente lo mismo, pero la disgregación y los posibles itinerarios procesales se complican. El tribunal debe conocer de oficio su falta de competencia en cuanto lo advierta (art. 48 LEC). Ahora bien: • 1.º) La admisión corresponde al secretario. Si estima que no hay falta de competencia admitirá la demanda, por tanto, en este trascendental momento procesal el Juez no podrá estudiar su ausencia. Es imposible no cuestionarse esta norma, ya que los presupuestos de la jurisdicción y los subjetivos del órgano jurisdiccional no pueden ser examinados por los órganos jurisdiccionales, en su momento lógico la demanda. El tortuoso camino procesal de falta de competencia, provocado por los mismos trámites procesales, fue eficazmente resuelto con la LEC 2000. Con esta reforma se da un paso atrás, nuevos controles, más recorridos, un proceso más penoso. Así, hay casos donde el órgano jurisdiccional puede haber estudiado su competencia, antes de la presentación de la demanda, y haber rechazado la actividad concreta solicitada por carecer de ella. Los supuestos más claros son los de anticipación y aseguramiento de la prueba, arts. 293 y 297 LEC, que atribuyen esta actividad al tribunal que se considere competente para el asunto principal, que deberá vigilar de oficio su jurisdicción y competencia objetiva, así como la territorial que se fundase en normas imperativas, sin que sea admisible la declinatoria. Puede suceder que un tribunal rechace la práctica de estos actos por falta de competencia pero, con posterioridad, cuando se admita la demanda por el secretario, se le designe como competente. No son patologías donde de lo extraño se extraigan consecuencias generales, son supuestos que pueden darse y que entrañan dificultades por los siguientes motivos: o a) Es el Tribunal el que recibe la solicitud de anticipación o aseguramiento de la prueba previo al juicio y la rechaza por falta de competencia. La pregunta es en qué unidad se deja constancia de este acto; entendemos que debe ser necesariamente en la UPAD. o b) Cuando se presenta la demanda, como no se determina qué unidad es la que admite, puede que no se tenga constancia de la declaración por parte del órgano jurisdiccional de su incompetencia. Por ello es posible que el secretario atribuya la admita una competencia al demanda que Tribunal que previamente se ha declarado incompetente. Si planteamos estas dificultades es porque son reales. Otra cosa es cómo lo resuelva la práctica, pero la situación y condiciones procesales son totalmente confusas, precisamente porque el legislador precipitado ha intentando sacar a la luz una ley que reparte los distintos actos del proceso, como si de estampitas se tratase, pero sin determinar las unidades encargadas de cada función, alegando este defecto como un mérito. 1. Unidad que admite la demanda Respecto a la admisión de la demanda la reforma debería haber especificado qué unidad es la encargada de su admisión. Está claro, al menos conceptualmente, que debería ser la UPAD, aunque no es definitivo. No obstante, sospecho que la futura realidad no me dará la razón. El problema surge, en parte, del inadecuado concepto que utiliza la ley cuando habla de existencia de defectos formales en la demanda (art. 404 LEC). ¿Presupuestos procesales es lo mismo que defectos formales?, esta pregunta tiene relevancia por dos motivos: • 1.º) Determinar qué unidad es la que admite. • 2.º) Determinar si entra en la competencia del juez el control de los presupuestos procesales y, en su caso, la inadmisión de una demanda previamente admitida por el secretario. Respecto a la primera cuestión es ineludible conocer qué unidad se encarga de la admisión de la demanda, por encima, incluso, de quién sea el que admita (el Secretario). En el inicio de la tramitación legislativa se atribuía el examen de los requisitos procesales al Servicio común de ordenación procesal (que es parte de la oficina pero no del órgano jurisdiccional), mientras que la admisión correspondía a la Unidad procesal de apoyo directo (que sí forma parte del órgano jurisdiccional), por tanto había un control previo pero dejaba la resolución y admisión a los Tribunales. La Ley, sin embargo, modifica este trámite y establece que la admisión y estudio de los requisitos formales corresponde al secretario, si bien aun queda saber de qué unidad. Podría pensarse que es la UPAD, siendo coherentes con el espíritu global y sus sucesivos actos, lo que además evitaría muchos problemas de escisión del proceso. No obstante creemos que no es este el caso, ya que la admisión conlleva el traslado y convocatoria del demandado e incluso la citación a la vista del verbal y, o nos perdemos en los trámites procesales, o lo normal es que la admisión corresponda al SCOP. No existe una opinión unánime sobre este asunto, pero tiene relevancia por varios aspectos: • a) Si el secretario estima que la demanda no debe ser admitida, «dará cuenta al juez» desde luego de la UPAD, para que resuelva mediante auto. Si el juez estima por el contrario que debe admitir, al secretario no le queda más remedio que acatar esa resolución, pues él solo admite. En otras palabras, al juez sólo le llegará la demanda, como acto de apertura del proceso, cuando así lo establezca el secretario por los motivos del art. 404 de la Ley reformada, pero una vez que la decisión sale del ámbito competencial del secretario es al juez a quien corresponde dictar la resolución. Las preguntas en el aire son ¿cómo da cuentas al Juez?, ¿qué resolución adopta?, ¿debe estar motivada?, ¿qué relación se va a establecer entre los servicios de ordenación procesal y las UPAD?, ¿convertiremos el proceso en un devenir continuo de papeles entre distintas unidades?, etc. • b) Otro tema relevante es el del control jurídico de las resoluciones del secretario, ¿son recurribles?, y si es así, ante quién. El problema es que la desconexión de las unidades ya no nos permite determinar cómo se realiza el control de legalidad de los actos. El iter normal es que los del secretario son recurribles ante el juez del juzgado, pero ahora sabemos que la oficina judicial no depende de un juzgado. Dicho de otro modo, el secretario ya no está junto al juez, es más posiblemente incluso estén en edificios separados. Ahora bien, es impensable que una resolución procesal no sea recurrible. 2. La inadmisión de la demanda por el juez A) Cuando el secretario da cuenta al Tribunal para que resuelva Ya hemos adelantado que cuando el secretario judicial traslada mediante diligencia al Tribunal la demanda, resolverá mediante auto sobre su admisión (art. 404 LEC, se desprende también del art. 73.3 del mismo cuerpo legal). Esta interpretación, sin embargo no es unánime, ya que en los distintos foros, algunos defienden que si el Juez decide que cabe la admisión deberá dar traslado al SCOP, para que dicte el decreto oportuno. No creemos que esta opción sea la más adecuada por dos motivos: El primero es puramente práctico. Si en la tramitación de un proceso van a surgir un elevado número de itinerarios procesales, con el agravante de la falta de delimitación de las competencias entre las UPAD y los SCP y la consiguiente disociación entre el órgano decisor y la Oficina Judicial, habrá que evitar las fragmentaciones y desdoblamientos innecesarios. De ahí que entendamos que una vez que al Tribunal le llega una demanda deberá resolver sobre su admisión. Se evitan también problemas entre las distintas unidades y sus componentes — tema especialmente sensible—, ya que el secretario del SCOP se convertiría en mero transcriptor de la decisión del Tribunal, sin ninguna posibilidad de cambiarla o modificarla. El segundo motivo es de naturaleza jurisdiccional. Por mucha distribución novedosa que se haya realizado de los actos procesales, no se puede quitar a los Jueces y Tribunales la potestad de estudiar los presupuestos. Esto significa que una vez que tiene la decisión debe plasmarla en un auto, con independencia de su sentido. B) Cuando el secretario ha admitido la demanda mediante decreto La pregunta que hay que resolver es si puede el juez inadmitir una demanda previamente admitida por el secretario. Nuestra respuesta es que sí. Una vez que la demanda ha sido registrada, repartida y admitida, llega a la UPAD, donde el juez deberá controlar la concurrencia de los requisitos procesales e inadmitir si entiende que falta alguno. Ciertamente, dependiendo del tipo de proceso, es posible que ya se haya convocado al demandado, e incluso haya sido citado para la vista o audiencia previa, pero el iter procesal ideado no puede impedir que el tribunal tome decisiones de naturaleza jurisdiccional, aun en contra del secretario. Este es además el espíritu de la reforma, ya que la Exposición de Motivos III establece la naturaleza jurisdiccional de la inadmisión «El derecho de acceso a la justicia forma parte del derecho a la tutela judicial efectiva, y por ello sigue reservándose a Jueces y Tribunales la decisión acerca de la inadmisión de la demanda. En la medida en que supone cercenar un derecho constitucionalmente reconocido requiere o exige un pronunciamiento judicial que fundamente su limitación, pronunciamiento que debe quedar en el ámbito jurisdiccional de Jueces y Tribunales». Ahora bien, somos conscientes de que la verdadera intención de la reforma no es el control de oficio por el Tribunal de la demanda admitida por el secretario. Las dificultades se expanden a muchos ámbitos, uno de ellos de la falta de claridad de los recursos que caben contra los decretos (en algunos casos son irrecurribles, art. 35 LEC), en otros se permite el recurso de revisión (arts. 134.2, 237.2, 454 bis, etc.). Parece que se puede establecer, aunque no con carácter general, que contra el decreto cabe reposición arts. 448.1, 451.1, pero contra el resolutivo de la reposición no se dará recurso alguno, sin perjuicio de reproducir la cuestión al recurrir la resolución definitiva (art. 454.1 bis). Ahora bien, lo que en ningún caso se puede impedir es que el juez de oficio advierta defectos procesales en la demanda y la inadmita. Los motivos son muchos: Primero porque la ley, como hemos apuntado con anterioridad, no lo prohíbe. Al contrario, el control judicial de los presupuestos procesales no se ha alterado ni modificado. Segundo, porque pese a lo que dice el legislador la verificación y control de los presupuestos procesales no se limita a «la comprobación de ciertos requisitos formales (la falta de presentación de poderes de representación procesal, la carencia de postulación o defensa obligatorias, la falta de presentación de documentos que fueren necesarios, la ausencia de indicación de la cuantía en la demanda, etc.) y el examen de la jurisdicción y competencia objetiva y territorial, lo que, en la mayoría de los supuestos no es más que una mera comprobación material» (Exposición de Motivos III). Pero la realidad es tozuda y advierte que en este relato de los simples «requisitos formales» faltan algunos esenciales, entre otros, la acumulación indebida, falta de claridad y precisión en la demanda, etc. Junto a ellos existen otros de naturaleza especial que no encuadran en los que el legislador enuncia. Por poner sólo un ejemplo, el art. 441 LEC regula que interpuesta la demanda en la que se solicita la posesión de bienes a quien los hubiere adquirido por herencia si no estuvieren siendo poseídos por nadie a título de dueño o usufructuario, el Secretario Judicial, una vez admitida, llamará a los testigos propuestos por el demandante y, según sus declaraciones, el Tribunal dictará auto en el que denegará u otorgará, sin perjuicio de mejor derecho, la posesión solicitada. ¿Puede el juez limitarse a inadmitir la demanda?, evidentemente sí, pues en los supuestos de demandas con requisitos especiales, habrá que acreditar una serie de aspectos que no se pueden reducir a requisitos formales, ya que son elementos de la pretensión (art. 266 LEC) (4) . Por último, al juez no se le puede quitar la potestad de revisar de oficio las garantías del proceso, ya que es parte consustancial de la función jurisdiccional el control de la legalidad, que se traduce también en la correcta aplicación de la legalidad procesal. Para concluir sólo queda preguntarse qué hacer en los casos en los que al juez le llegue la demanda admitida, pero advierta defectos procesales. Las opciones que caben son dos: Inadmitir la demanda, revoca el decreto dictado por el secretario y dicta auto de inadmisión. O bien esperar a la audiencia previa o la vista para adoptar la decisión que corresponda. Personalmente me inclino por la primera solución, que es la inadmisión, pero entiendo que tal y como se desarrolla el proceso, si es un defecto de fácil subsanación, se puede esperar a la vista o a la audiencia previa para subsanarlo. (1) En los trabajos que sobre este aspecto he publicado sobre la Oficina, se estudia su organización y competencias así como los resultados. BLASCO SOTO C., «La nueva oficina judicial: ¿Crónica de un desaliento?», Revista de Jurisprudencia, Año III, Núm. 4, febrero de 2007; «El proceso civil y la nueva oficina judicial», en Oralidad y escritura en un proceso civil eficiente, Universitat de València, 2008, págs. 279 a 291, y «El diseño básico de la nueva oficina judicial: visión crítica del proyecto», en Diario LA LEY, núm. 7208, Sección Corresponsalía, 1 Jul. 2009, Año XXX (LA LEY 6868/2009). (2) GARBERÍ LLOBREGAT, J., ha señalado, muy acertadamente, que de esta indefinición suelen aprovecharse los distintos Poderes Ejecutivos para hacerse con el mayor número de competencias posibles, en detrimento de las que deberían corresponder a los órganos del Poder Judicial. «Consideraciones sobre la proyectada reforma de la OJ (con particular referencia a los espacios físicos)», en Actualidad Jurídica Aranzadi, núm. 584, 2003. (3) Ya expliqué en mi trabajo «El diseño básico de la Nueva Oficina Judicial...», op. cit., que la distribución de competencias entre los SCOP y las UPAD era uno de los temas más polémicos del desarrollo de la oficina, problema que la nueva ley no ha resuelto. (4) Vid. PEDRAZ PENALVA, E., y BLASCO SOTO, C., Proceso Civil Práctico, Tomo V Artículos 437 a 447 Juicio Verbal, págs. 30 y ss. De la misma obra, MORENILLA ALLARD, P., Proceso Civil Práctico, Tomo X, El Interdicto de Adquirir la Posesión (art. 250.1.3.º). ?? ?? ?? ??