Sociedad - Papel Digital

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LATERCERA Lunes 25 de enero de 2016
Sociedad
LA FICHA
Espectáculos
Hit N Run
Phase 0ne
Hit N Run
Phase Two
Fue lanzado el
7 de septiembre de 2015.
Salió a la luz
el pasado 12
de diciembre.
R VIENE DE PAG. 33
gura no sentirse aburrido de tocar
siempre esas canciones. “¿Tú te cansarías de que te aplaudan? Nunca te
cansas del aplauso. Nunca te aburre.
Y no puedes aplaudir algo que no has
oído antes, que no conoces. Si tocara una canción que conoces, sería
una experiencia para ti en la que estás implicado. Usas una parte diferente del cerebro que cuando escuchas algo que no conoces”.
A fines del 2015, Prince dio un
concierto, cuentan. Uno de esos
sorpresa que hace convocando a
sus fans por Twitter. “Cuando se
fueron todos, estuve en el escenario tocando y cantando solo para mí
otras tres horas. Y fue maravilloso”,
dirá luego Prince. “No podía parar.
Es como experimentar que has
abandonado tu cuerpo. Como estar
sentado entre el público viéndote
a ti mismo. Eso es lo que quieres.
Trascender. Y cuando eso sucede…”, hace un gesto con la cabeza
y suelta, “oh, muchacho”.
Lleva un rato sentado al piano
en uno de los escenarios de Paisley
Park. Ni por asomo se diría que
tiene 57 años. Parece mucho más
joven, quizá 40. Quizá menos, incluso. Aunque es posible que ese
aspecto se lo dé la luz tenue que ilumina la sala. Lleva un peinado afro,
y va vestido de blanco de arriba
abajo con lo que parece la versión
pijama de esos quimonos que Elvis usaba en Las Vegas. Calza sandalias blancas de plataforma con
calcetines blancos.
Estoy, literalmente, a los pies de
Prince. La entrevista para la que
hemos recorrido 9.000 kilómetros
consiste en recostarnos sobre un
escenario mientras él toca el piano.
Antes de llegar a pasar una hora en
esta incómoda postura, los cinco
periodistas europeos nos hemos
visto las caras de noche ante una valla cerrada, en un cruce de carreteras en medio de la nada, que hemos
identificado como la entrada principal de Paisley Park. Al fondo se
adivinan un grupo de edificios, uno
de los cuales está iluminado por un
foco púrpura.
Los estudios son enormes. Hay
una sala revestida de granito, de
RR Prince cerró un 2015 en que su hermética experimentación musical arrojó dos placas. FOTO: AFP
arriba abajo, para grabar pianos.
Otra a oscuras, con estrellas fosforescentes, que llaman “the galaxy
room” y se usa para meditar. En las
paredes, sus premios. No está la estatuilla del Oscar de Purple Rain,
pero en lo que llaman la oficina de
producción está aparcada la mismísima moto púrpura de la portada del disco.
Huele a lavanda. “Tenemos velas
perfumadas 24 horas al día”, dice
Trevor. “Él no vive aquí, no puedo
decir dónde vive porque no lo sé.
Cuando no está en Paisley Park, se
desvanece”. Todo indica que reside
habitualmente en Los Ángeles desde 2008, tras su segundo divorcio.
En un pasillo, un mural sitúa a
Prince en el centro. A su derecha,
sus predecesores: Santana, Hendrix… Un lugar destacado lo ocupa
Larry Graham, bajista, la persona
que convirtió a Prince a la fe de los
testigos de Jehová en 2001.
En Paisley Park no se sirve ni carne ni alcohol. Sus canciones ya no
son aquellas incitaciones al sexo de
sus primeros años. “Ser testigo de
Jehová ha hecho que me esfuerce
más en contar las mismas cosas de
otra manera. Me ha acercado a la
verdad. Además, ahora los fans son
mayores, tienen familia, quieren
traer a sus hijos. Es un buen movimiento, llegas a un público mayor
para que experimente lo mismo”.
Un poco antes de su conversión
había recobrado su nombre. Durante los noventa se enzarzó en una disputa legal con su discográfica. Entre otras cosas, Warner había registrado su nombre y él decidió
rebautizarse con un símbolo impronunciable. Ahora está en todos
los tamaños posibles adornando las
paredes de Paisley Park.
Prince es la creación de Prince
Roger Nelson. Un prototipo fabricado por él basándose en un modelo teórico diseñado también por él.
Ha funcionado tan bien que, sin
haber publicado un disco de auténtico éxito desde 2006, sigue teniendo las prebendas de una superestrella. Genera noticias y llena
estadios, pero aunque el suyo es un
nombre familiar para mayores de
30 años, apenas existe para la mayoría de los menores de 25. A los que
además aconseja que no firmen
contratos con discográficas. Él, que
firmó el primero con 17 años. “No
soy quién para decirles a los jóvenes lo que tienen que hacer, pero es
evidente que las compañías ya no
tienen dinero. Yo no conseguí lo
que conseguí por una discográfica.
Si no hubiera logrado un contrato,
hubiera seguido tocando. Teníamos una gran banda y tocábamos.
Y cada vez que tocábamos, éramos
mejores. Teníamos un estudio para
grabar. Y cuanto más grabábamos,
mejor lo hacíamos. Las compañías
no me enseñaron nada, yo tenía
mis propios maestros”.
Además, asegura que a la música
actual le falta riesgo. “¿Cuándo fue
la última vez que te asustó alguien?
En los setenta, entonces daba miedo. Ahora no hay nada que copiar”.
Es curioso, porque construyó su
mito intentando ser un artista que
pudiera entrar en el salón de cualquier casa. Al principio evitando
ser visto como un artista para el
público negro. Algo que todavía
considera un lastre para las relaciones con la industria. “Solo hay que
mirar la historia. U2 ama a su compañía discográfica. En cambio [la estrella del soul] Sam Cooke murió por
su culpa”, afirma rotundo cuando
se le pregunta si las relaciones con
los sellos son más difíciles en el caso
de los artistas negros.
Ahora se siente apreciado, dice.
“Más respetado y escuchado que
nunca. Hoy puedo hacer muchas
más cosas”. Tras probar todo tipo de
distribuciones para sus álbumes,
lleva 38 en 37 años de carrera, cree
haber dado con la clave: Tidal, la
plataforma que ha creado el rapero Jay Z para hacer la competencia
a Spotify y Apple Music. En ella ha
publicado su último disco, Hit
n”Run, en septiembre. Solo en formato digital. Él, que dijo que Internet había muerto. “Y tenía razón:
dime un músico que se haya hecho
rico con las ventas digitales. Sin
embargo, a Apple le va bastante
bien con ello, ¿no?”.
Se baja del escenario sin apenas
despedirse. Nos espera la última
sorpresa, un concierto en nuestro
honor. Lo ha convocado esa misma
tarde, pero la sala está a rebosar. La
orden es no empezar hasta que todo
el público esté sentado. “¿Pero por
qué tengo que sentarme?”, le dice un
veinteañero a uno de los porteros.
“Porque él lo quiere así”, le responden. Y el joven se acomoda en el suelo. Hay cosas que no se discuten.b
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