CHINA Las islas Senkaku: un problema de nacionalismo desbordado e imperativos geopolíticos Dossiers de análisis Por: Camilo Defelipe Villa Documentos del Centro de Estudios Internacionales –CEI Facultad de Ciencias Sociales Universidad de los Andes 01 DACEI No. 01 – noviembre 2013 Universidad de los Andes Facultad de Ciencias Sociales Centro de Estudios Internacionales – CEI Carrera 1 No. 18A – 12, Edificio Roberto Franco, Tercer piso Teléfono 3394949, extensiones 5509, 2887 [email protected] http://cei.uniandes.edu.co/ Edición Ángela Iranzo Dosdad Carolina Santacruz Bravo Marcela María Villa Escobar María Lucía Osorno Martínez Corrección de Estilo Guillermo Díez Diseño Víctor Leonel Gómez Diagramación Ossman Aldana Esta publicación es parte del proyecto Dossiers de Análisis del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de la Universidad de los Andes. El objetivo de esta serie de publicaciones es realizar análisis de coyuntura internacional desde un enfoque interdisciplinar, para promover el conocimiento y debate en Colombia y la región latinoamericana sobre temas relevantes en el mundo. Cada dossier es sometido a un proceso de evaluación doble, externa y anónima por especialistas en el tema, con el fin de garantizar su calidad al momento de la publicación. CHINA Las islas Senkaku: un problema de nacionalismo desbordado e imperativos geopolíticos Por: Resumen Camilo Defelipe Villa Especialista en Asia Oriental con énfasis en China. Maestría en Política Internacional de la Universidad de Jilin, maestría en Globalización, Comercio Internacional y Mercados Emergentes de la Universidad de Barcelona; politólogo de la Universidad Javeriana y actualmente docente de la asignatura Evolución Política y Cultural de Asia del Departamento de Relaciones Internacionales de la misma Universidad. Correo: camilo. [email protected] Las islas Senkaku representan un escenario de la presión generada entre las expectativas de las sociedades de China y Japón por la redefinición del rol de ambos países en Asia Oriental y los obstáculos geopolíticos para el cumplimiento de dichas expectativas. A diferencia de las protestas ciudadanas chinas de años anteriores, el episodio de septiembre de 2012 dejó de manifiesto el nivel de sensibilidad de la sociedad china frente al tema de soberanía nacional y cómo la reacción frente a la nacionalización de las islas por parte de Tokio evocó la invasión de los años treinta. Sin embargo, buena parte de esta reacción emocional fue consecuencia de un nacionalismo popular que sobrepasó las intenciones de la propaganda antijaponesa de décadas anteriores. El nivel de movilización social autónomo de las últimas protestas –raro en China– se constituye en una fuerza con el potencial de ejercer presiones sobre el Gobierno central, en caso de que éste fracase en seguir cumpliendo con las expectativas de desarrollo y posicionamiento internacional de China. En el caso de Japón, la opinión pública y funcionarios de derecha usan el conflicto de las islas como un termómetro de legitimidad política frente a la capacidad del partido de gobierno para redefinir el reposicionamiento de Japón en Asia Pacífico y para dar solución al prolongado estancamiento económico. De cara a la reducción per cápita de recursos, las islas son estratégicas para la extensión del Espacio Vital de los dos países, y, desde la lectura convencional de las relaciones internacionales, son además un espacio de medición del pulso geopolítico del reposicionamiento de los dos países en el Asia Oriental de la pos-Guerra Fría. Institucio- 3 Dossiers de análisis nalmente, no existe aún un mecanismo asiático acorde a la cultura política de Asia Oriental que pueda llevar a una solución de la disputa, mientras que llevar el tema a la ONU podría poner a Beijing en un paredón político frente a otras cuestiones. Sin embargo, no se descarta que pueda aplicarse una tercera vía en el conflicto, pensada desde la cultura de resolución de conflictos de Asia Oriental. Introducción 4 Las islas Senkaku (japonés) o Diaoyu (chino) son un pequeño grupo de islas de 6,3 km² de territorio del mar de China Oriental. Consisten en ocho formaciones insulares inadecuadas para la agricultura. Geoestratégicamente, las islas son importantes por la posibilidad – aún no programada– que ofrecen de emplazar infraestructura militar, tales como radares, una base para submarinos o una plataforma de misiles. Económicamente, comprenden 40 mil kilómetros cuadrados de plataforma continental o Zona Económica Exclusiva, que otorgaría a su dueño final los derechos de propiedad sobre los recursos marítimos y de reservas de hidrocarburos adyacentes a la zona. Hasta 1969, la cuestión de su soberanía legal fue relegada a segundo lugar, debido a su irrelevancia física y su omisión en los textos de los tratados entre China y Japón. El descubrimiento y anexión de las islas durante el orden internacional sinocéntrico no requería una codificación legal ni mucho menos su socialización con Japón. Más adelante, con la irrupción de Occidente en Asia, la pertenencia de las islas estaría teóricamente sujeta a los criterios legales de los tratados internacionales que definían las fronteras políticas de la región. En 1970, tras el anuncio de su potencial como fuente de hidrocarburos, éstas cobraron importancia, y en la revisión de su estatus legal se hizo manifiesto el efecto de las contradicciones entre el orden premoderno de Asia y su rediseño a manos del imperialismo. Antecedentes de la disputa Los primeros registros de la soberanía de las islas datan de la dinastía Ming (1368-1662), época en la que el orden internacional del oriente de Asia estaba determinado por un orden sinocéntrico, en el cual Japón ocupó buena parte del tiempo una posición secundaria como Estado tributario de China. Durante ese período, las islas fueron usadas principalmente como punto de defensa costera de la provincia de Fujian contra piratas japoneses. En 1895, tras el Tratado de Shimonoseki de la Primera Guerra sino-japonesa, China debió ceder a Japón la isla de Taiwán, junto con la jurisdicción de Senkaku, y hasta 1932, éstas fueron alquiladas a un ciudadano japonés que intentó explotarlas, sin mucho éxito. Durante el período que transcurrió desde 1853 hasta la Segunda Guerra del Pacífico (1937-1945), Japón venía dejando de lado un período de aislamiento presionada por la amenaza a su seguridad, que significó la irrupción violenta de Europa en China en la Guerra del Opio (18391860). Como reacción frente a lo ocurrido en China, Japón modernizó el Estado e inició una etapa de mayor perfil en política exterior que generó una expansión territorial violenta sobre China y el Asia Pacífico, logrando revertir la jerarquía tradicional de poder en Asia. Para China, la crueldad extrema de la ocupación – representada de manera especial en la masacre de Nanjing de 1937– sería un ícono de humillación patriótica por las décadas siguientes. La rendición de Japón en la Segunda Guerra Mundial implicó su retiro de Taiwán y, posteriormente, el reconocimiento de esta isla como representante de China ante la ONU. En 1952, el Acuerdo de San Francisco estableció la responsabilidad de la defensa territorial de Japón por parte de Estados Unidos y redujo las Fuerzas Armadas de Japón. En virtud de este acuerdo, las islas serían administradas por Washington como parte del archipiélago Ryukyu (el cual incluía Okinawa) y se usarían como campo de práctica de bombardeos. Las islas Senkaku: un problema de nacionalismo desbordado e imperativos geopolíticos Hasta aquel momento, las islas eran puntos prácticamente ignorados de la geografía del mar de China Oriental, pues se daba por hecho su sujeción a los tratados territoriales que afectaban a Taiwán. Sin embargo, en 1969 éstas empezaron a tener relevancia geoestratégica para Japón y Taiwán, gracias a un estudio de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Asia y el Lejano Oriente (ECAFE, por su sigla en inglés) que identificó el potencial de reservas de petróleo y gas que subyacen en la plataforma continental. El momento resultó ser oportuno en una época de reconfiguración geopolítica de la región tras la Segunda Guerra, pues se esperaba, en 1971, la revisión del tratado de defensa entre Estados Unidos y Japón y la entrada en vigor del Acuerdo de Reversión de Okinawa entre Japón y Estados Unidos, por el cual este último devolvería los territorios de Okinawa, Ryukyu, y territorios adyacentes, y al mismo tiempo asumiría una posición neutral frente a toda disputa territorial japonesa irresuelta anterior a la guerra. Así, con el hallazgo de su potencial en mente y el momento del traspaso, Taiwán y Japón hicieron las primeras revisiones jurídicas de la situación de las islas. Frente al nuevo escenario, en 1970-1971 se llevaron a cabo las primeras manifestaciones populares por la soberanía de las islas. En 1970, estudiantes taiwaneses y de Hong Kong en Estados Unidos, hijos de la generación del partido nacionalista de gobierno de Taiwán –Guomindang–, conformaron la Federación para Proteger las Islas Diaoyu –Movimiento Bao-Diao–, que lleva a cabo protestas de miles de estudiantes en la Universidad de Princeton y en la sede de la ONU que reclaman la soberanía de las islas. El movimiento se extendió a China, e inmediatamente activistas de Taiwán plantaron una bandera en una de las islas, a lo que siguió el desembarco de miembros de la Asamblea Nacional. En adelante, y hasta 2012, el conflicto tendría esa misma dinámica: frecuentes desembarcos de activistas chinos y japoneses que llevaban a cabo actos simbólicos, al igual que visitas de funcionarios locales que desatarían protestas antijaponesas en China, y que en Japón generarían presión de la oposición social y gubernamental sobre la firmeza de la política del Gobierno hacia China. A los hechos les seguían controles de Beijing sobre las protestas, mayor vigilancia de la Guardia Costera japonesa y declaraciones de los gobiernos reafirmando soberanía territorial que terminaban en el “archivo” o postergación del problema. Las expresiones chinas de descontento popular por la soberanía se agravarían por las visitas de ministros japoneses al santuario sintoísta de Yasukumi –lugar donde se redimen las almas de oficiales del Ejército japonés y donde se incluyen criminales de guerra–, que retroalimentaban el resentimiento de la sociedad china hacia Japón. Sin embargo, pese a los reclamos oficiales, las dirigencias de los dos países optaron por privilegiar los beneficios de su relación de interdependencia económica. En 2012, el problema de las Senkaku alcanzó su punto de tensión más alto desde 1971, cuando en septiembre el Gobierno central japonés nacionalizó el control sobre las islas, en respuesta a una oferta de compra por parte del ultraderechista alcalde de Tokio. En reacción, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China objetó el hecho de que “la soberanía territorial de China esté siendo violada”, mientras que miles de ciudadanos chinos protestaron en cien ciudades con actos vandálicos dirigidos a elementos japoneses en China. En consecuencia, fueron cancelados eventos oficiales y actividades relacionados con el cuadragésimo aniversario de la normalización de las relaciones, y empresas y fábricas japonesas cerraron temporalmente sus puertas. Las protestas se llevaron a cabo en varios lugares del mundo, incluido Bogotá, donde por primera vez se presenció una expresión china de esta naturaleza. Al tiempo que la ciudadanía hacía estos reclamos, Beijing ponía en servicio su primer portaaviones en el mar Oriental. 5 Dossiers de análisis Significado de la disputa El argumento que sostiene cada parte difiere en la interpretación del momento en que las islas pasaron a ser jurisdicción del otro Estado. La posición de Japón es que las islas habían sido anexadas a Japón, por cuanto éstas fueron reconocidas en 1885 –antes del Tratado de Shimonoseki de 1895– como terra nullius, es decir que no pertenecían oficialmente a ningún Estado, y que ello no provocó en su momento ninguna oposición por parte de China, y, por lo tanto, pertenecían a Japón antes de la guerra Sino-Japonesa y debían ser devueltas por Estados Unidos como parte de la devolución de Okinawa. 6 China, por el contrario, acusa a Japón de usar esta interpretación para tergiversar el carácter legal del problema y sostiene que las islas hacían parte de China desde la dinastía Ming como jurisdicción de Taiwán, isla que estaba bajo título de la actual provincia de Fujian desde antes de la invasión japonesa y la posterior instalación del gobierno del Guomindang. A esto agregan que, después de 1895, China se encontraba en una posición negociadora débil, y que frente a Taiwán, un territorio mucho más estratégico, la consideración sobre unas islas tan pequeñas y sin potencial económico era irrelevante. En este sentido, China daba por entendido que el traspaso se hacía por efecto de la jurisdicción oficial de Taiwán sobre el territorio, y, por lo tanto, debían ser devueltas en 1945 con la Declaración de El Cairo, la cual restituyó a China los territorios tomados por Japón durante la guerra. En el período de las guerras mundiales, la ley internacional que dio forma al sistema de la ONU empezaba a tomar mayor forma y legitimidad, y fue dentro de ésta que se establecieron las fronteras políticas de Asia Oriental, en oposición a la ley internacional informal del orden sinocéntrico previo al período de expansión colonial de Europa y Japón. El otro aspecto de la disputa es la demarcación de la frontera marítima. Las dos partes difieren en cómo debería ser delimitada esta fron- tera, de acuerdo con la ley internacional, pues mientras que Japón insiste en el Principio de Equidistancia (línea mediana), China hace énfasis en el principio de Prolongación Natural. El problema de las islas comprende tres miradas relacionadas. Primera, la sensibilidad del nacionalismo popular reaccionario chino frente al tema de soberanía territorial y su relación con las expectativas de desarrollo interno y posicionamiento global; segunda, el potencial geoestratégico de las islas para dos Estados que perciben carencia de recursos y espacio; y tercera, las perspectivas de resolución del problema desde la vía institucional y de los beneficios de la interdependencia y la cultura de resolución de conflictos de Asia Oriental. Nacionalismo popular desbordado Las islas Senkaku son una arena simbólica de la competencia entre las sociedades de Japón y China por la soberanía territorial y dignidad nacional. La toma del control de las islas por parte del Gobierno de Japón provocó una reacción nacionalista de la sociedad china, que percibió en este hecho una violación directa a la soberanía territorial y política. A diferencia de años anteriores, la magnitud de las últimas protestas en China fue proporcional a la percepción de la gravedad del grado de violación de la soberanía territorial y sobrepasó los niveles anteriores de violencia y sentimiento antijaponeses. En contraposición, los gobiernos no alteraron su estilo de respuesta y reaccionaron asumiendo una posición diplomática firme reafirmando la soberanía sobre las islas y manteniendo la restricción de su explotación con tal de no alterar las relaciones. El problema de nacionalismo que subyace al problema de las islas está motivado, por un lado, por la humillación que aún siente China por la invasión japonesa de 1931, y por el otro, por un sentimiento de competencia popular entre países, distorsionado por la percepción Las islas Senkaku: un problema de nacionalismo desbordado e imperativos geopolíticos popular de una alianza conspirativa de seguridad entre Japón y Estados Unidos, frente a la cual la sociedad china siente que aún no está en capacidad de ganar1. Desde el inicio de la resistencia contra Japón, estas percepciones antijaponesas se cultivaron a través del nacionalismo de Estado, fomentado explícitamente a través de la propaganda política, el cual, además de unificar al país frente a objetivos de desarrollo, se encargó de mantener viva en la memoria colectiva hasta 1978 la invasión japonesa, e incluso, la ocupación europea del siglo XIX. Este nacionalismo oficial terminó dando como subproducto un nacionalismo reaccionario más autónomo, basado en un resentimiento que desborda la medida y las expectativas del nacionalismo patriótico oficial2. De esta forma, el nacionalismo popular chino relacionó las acciones de los activistas japoneses como una expresión agresiva del militarismo japonés de la Segunda Guerra, mientras que la nacionalización por parte de Tokio se percibió como un acto de ocupación territorial que evocó la invasión de la primera década del siglo pasado. La percepción china de esta deuda histórica de Japón se refuerza actualmente con la confianza social en el proyecto de nación, resultante del éxito del Estado en proveer bienestar a cientos de millones de ciudadanos y poner a China en una posición internacional respetable. Sin embargo, pese a que la inversión japonesa ha sido un elemento clave en el proceso de crecimiento económico chino, los resentimientos populares se mantienen por encima de la percepción positiva de relación de interdependencia económica. Mientras que para la sociedad china el tema de las islas está ligado a la intención de resarcir una humillación nacional, para Japón es una cuestión de conservar la dignidad nacional, y ambas sociedades lo manifiestan en un nacionalismo reaccionario3. Las percepciones del problema de seguridad que afectan a cada sociedad generaron una reacción sobre un posible incidente, mas no de un conflicto real; y por ello, los actos de vandalismo, la discriminación directa a los japoneses en China, junto con las comunidades de odio de Netizens y algunos militares retirados y activos que perciben el asunto de las islas como una especie de conflicto prolongado de expansión territorial japonesa que debería solucionarse con una guerra directa. Adicionalmente, la percepción que tienen las sociedades de ambos Estados es monolítica, es decir, no se reconoce la variedad de opiniones y expresiones dentro de las otras sociedades, y, por lo tanto, prevalecen ideas como “todos los japoneses son antichinos” y “todos los chinos son antijaponeses”4. La manifestación comporta dos problemas. Por un lado, en virtud de un control de ciudadano a ciudadano, se espera “odiar” a Japón, y, por lo tanto, faltar a ese odio, así no sea en forma de protesta, generaría sanciones sociales para los detractores o neutrales. Por consiguiente, cualquier iniciativa intercomunitaria tendiente a aliviar estos odios (competencias deportivas, turismo, delegaciones, ferias culturales y comerciales, etcétera) se hace más difícil, si los gobiernos no intervienen para revertir los efectos de la propaganda. Por otro lado, las protestas son formas de expresión más autónomas de lo que Beijing desearía, lo cual tiene el potencial de ir en contra del Partido, en caso de que éste falle en el cumplimiento de las expectativas de la sociedad. Pese a que el nacionalismo japonés no tiene una raíz tan fuerte en el Estado y no es tan emocional, para el Gobierno de Japón ha sido determinante cómo los activistas de Nihon Seinensha –Sociedad de la Juventud Japonesa– capitalizan frente a la opinión pública el tema de las islas, para convertirlo en una forma de presión de la derecha radical hacia el Gobierno, lo que obliga a Tokio a mantener posturas más firmes hacia Beijing –incluso, eludiendo el gesto de resarcimiento por los crímenes de la invasión–, y de esa forma no parecer débil frente a la opinión pública japonesa. 7 Dossiers de análisis De esta manera, la doble cara emocional y territorial del problema de las islas, unido además a las coyunturas actuales como el escándalo de Bo Xilai, la desaceleración económica y el cambio de liderazgo de 2013, se convierten en una ocasión para medir la capacidad del Partido Comunista para dar respuesta a una serie de problemas en los que una muestra de resolución frente a Tokio se convierte en una variable de legitimidad política. Al igual que el Gobierno de Beijing, Tokio se juega su legitimidad de cara a las elecciones generales de 2013, en donde el descontento de la juventud por la crisis económica prolongada y la inseguridad que genera el resurgimiento de China desempeñan un papel determinante en la percepción de la legitimidad del partido de gobierno. 8 Espacio vital y teatro de operación geopolítica El interés de China en las islas obedece a un proceso histórico definido por el valor absoluto e innegociable que ha conferido a las ideas de soberanía política y territorial, que como principio político ha resultado exitoso para asegurar la continuidad de China como un Estado-civilización, incluso muy cerca de su actual frontera política. El argumento de la pertenencia de las islas desde tiempos dinásticos da un peso histórico-cultural a la reclamación que da forma a la idea de la proyección de China como poder regional que resurge y que comporta un proyecto de Nación para el siglo XXI. Esta visión histórica adquiere relevancia en la proyección que China hace de su actual espacio vital, es decir, aquel necesario para la obtención de recursos estratégicos, donde el océano se ve como la garantía de una despensa alimenticia y energética alternativa de cara al problema de una población creciente que enfrenta una reducción per cápita de espacio y recursos5. Geopolíticamente, las islas son un escenario a menor escala de una rivalidad histórica más amplia entre dos Estados. ¿Por qué no ha habido entonces una solución militar hasta el momento? La lectura convencional de las relaciones internacionales esgrime tres visiones. La primera anota que China aún no posee la capacidad militar suficiente, mientras que Japón sí; la segunda plantea que si China ataca el statu quo sería considerada por la comunidad internacional como un agresor con intenciones revisionistas y además contrario a su discurso de desarrollo pacífico; y la tercera argumenta que los dos países han tenido éxito tratando la disputa por medio de la diplomacia y el aplazamiento, manteniendo abiertos los canales de diálogo. El problema de las Senkaku, como de las demás reivindicaciones territoriales en los mares adyacentes, es un tema de Mianzi o reputación. Beijing busca desarrollar sus capacidades marítimas para tener un control geopolítico sobre las islas y a la vez ser coherente con un discurso internacional sustentado en principios de desarrollo pacífico, cooperación, no interferencia en asuntos ajenos y resolución pacífica de conflictos. Para Japón también implica una coherencia con su política pacifista y de neutralidad. Sin embargo, la presión para ambas naciones proviene de sus expectativas como potencias, en la redefinición de la geopolítica asiática de la pos-Guerra Fría, y de interpretar aquellas expectativas en el otro como una amenaza de seguridad. En este marco, el clima psicológico entre Tokio y Beijing es que la una es una amenaza renovada para la otra; y la vigencia del tratado de seguridad entre Japón y Estados Unidos genera dilemas de seguridad para China pero a la vez hace necesaria esa presencia como elemento de disuasión en una posible confrontación. En esencia, Beijing percibe a Estados Unidos como una amenaza frente a la cuestión de Taiwán y a la necesidad de apertura de espacios geoestratégicos para China ineludibles Las islas Senkaku: un problema de nacionalismo desbordado e imperativos geopolíticos para su desarrollo. En este aspecto, el mar de China Meridional tiene especial relevancia estratégica, pues a través de éste se transporta el petróleo, imprescindible para el desarrollo de China; y la alianza de Estados Unidos con Taiwán supone un potencial de amenaza de bloqueo energético para Beijing. Estados Unidos, por su parte, de cara a su alianza de seguridad con Japón y Australia, ve los hidrocarburos de los mares de Asia Oriental como una fuente de suministro alternativa a las del Medio Oriente, y en justificación afirma que la libre navegación y circulación de recursos en estos océanos es estratégica, y que, por tanto, su seguridad es prioritaria6. El interés estadounidense en los mares contradice las aspiraciones de China en la región, pues las intenciones de dominar los mares significa para Beijing el poder demostrar el aumento de capacidades científicas y militares y la prolongación de su frontera política, que le da así una potencial ventaja estratégica militar. De esa forma, si China diera muestras de control de los mares, entonces, al igual que Estados Unidos y Rusia, se asemejará a un poder consolidado en puntos geográficos extremos7, lo que, para el caso de las Senkaku –sin estar aún adecuadas para infraestructura militar–, adquiere un valor estratégico para estas proyecciones. Respecto a la vigencia de la alianza de seguridad entre Estados Unidos y Japón, si bien la disputa por soberanía de las islas no es un asunto directo de Estados Unidos, sí lo es la defensa territorial de Japón –compromiso reafirmado por el secretario de Defensa Leon Panetta, y en el cual incluyó explícitamente las islas8–, y, por lo tanto, el hecho de que Beijing reafirme la soberanía sobre las islas y exija a Tokio una negociación está ligado a evitar que la arquitectura geopolítica de Asia sea definida entre Japón y Estados Unidos, y a impedir que la situación dé a los separatistas de Taiwán una oportunidad de promover el separatismo9. Si la solución fuera por vía militar, una ocupación de las islas por parte de China sería considerada como revisionista del statu quo, y, por lo tanto, la comunidad internacional la tacharía de agresora, lo que generaría desconfianza hacia las intenciones globales de Beijing. Sin embargo, la otra cara de la moneda es que, al ceder ante Japón, se envía un mensaje de debilidad, no sólo ante Tokio, sino ante Rusia, Taiwán, Vietnam y Filipinas, países con quienes China también tiene reclamos territoriales de naturaleza similar a las Senkaku. Bajo esta visión geopolítica del problema de las islas, China y Japón estarían entonces enfrascadas en una competencia en la que, pese a reconocer los beneficios de la interdependencia, se ven obligadas a medir su pulso de negociación y disuasión geopolítica, al tiempo que deben evitar que las islas se conviertan en un factor de escalamiento del conflicto histórico más profundo entre los dos países. ¿Un marco de reconciliación? El proceso de resurgimiento político-económico de Asia Oriental en el sistema internacional reivindica el paradigma de la mirada culturalista asiática de las relaciones internacionales y, por tanto, llama a un análisis crítico de las miradas convencionales del problema de las islas. Desde una perspectiva histórica, China y Japón tienen raíces civilizatorias comunes que deberían incitar a un entendimiento cultural. La metodología de la percepción del riesgo y los métodos de resolución de conflictos en China están definidos tanto en la cultura como en la inteligencia política moderna por fuentes culturales propias –a saber, El arte de la guerra de Sun Zi–, lo que implica una larga continuidad de la manera de percibir el riesgo con características propiamente chinas10. De manera relacionada, la racionalidad en Asia Oriental se determina a partir del valor cultural que informa la utilidad que tienen las 9 Dossiers de análisis relaciones entre cada elemento de la sociedad (individuos, familias, empresas, país). Como regla general, chinos y japoneses tienden a privilegiar las relaciones, pues la percepción de los beneficios que se obtienen del cuidado del tejido social supera el valor adscrito a ganancias inmediatas de salir triunfante en un conflicto –incluso en un negocio– en un momento determinado11. 10 El paradigma tradicional de guerra en Occidente tiende a ver al enemigo como un elemento por eliminar o que debe ser expulsado del ring, mientras que en Asia Oriental el contrincante debe contenerse, mas no eliminarse, permaneciendo en el campo de batalla12. Esto obedece a una visión cultural según la cual todo en la realidad comporta una dualidad de elementos contrarios y antagónicos pero que no son mutuamente excluyentes, lo que en términos políticos indica que lo más procedente es armonizar la coexistencia con países en conflicto. La política no ha sido ajena a esta idea, y la presencia de la disputa no ha tenido el poder –ni posiblemente lo tendrá– de bloquear completamente el intercambio y la cooperación sensible al desarrollo. Por tanto, ninguno de los dos gobiernos buscaría una solución armada, y bajo la mirada cultural de un esquema de negociación de Asia Oriental, las islas podrían dejar de significar un espacio de competencia geopolítica como lo concibe la visión tradicional de las Relaciones Internacionales. Aun cuando Tokio ha aumentado en los últimos años el gasto militar y posee unas fuerzas pequeñas pero más modernas que las chinas, el país se encontraría en una posición de desventaja si China decidiera imponer sanciones, pues, tal como se demostró en la crisis de las islas de 2010, cuando Beijing amenazó con bloquear el mercado de tierras raras, el cual es estratégico para Japón, éste se vio obligado a ceder a las reclamaciones de China, incluso a sabiendas de que el incidente fue intencionalmente orquestado desde China. De manera similar, si la economía china entrara en recesión y cesara de generar millones de puestos de trabajo, Japón enfrentaría inmediatamente la pérdida de un mercado de exportación clave, y en un escenario más grave, se vería obligada a recibir miles de refugiados provenientes de China. Estados Unidos también entiende los costos de un conflicto, en el marco de su dependencia y estabilidad de la región, y por ello se ha asegurado de mantener una posición neutral en el problema, pero al mismo tiempo la Realpolitik lo obliga a mantener vigente su presencia militar en la zona. Respecto a los mecanismos de diálogo institucional, debido a que el problema de las islas no se ha elevado al nivel de amenaza para la seguridad regional, su discusión dentro de la ONU queda limitada a los instrumentos del régimen de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, la cual está diseñada para definir y resolver asuntos técnicos sobre la delimitación de fronteras marítimas y sus zonas de explotación económica. ASEAN o las Naciones Unidas pueden servir como espacios de consulta para resolver cuestiones técnicas referentes a la delimitación territorial, tal como lo ha hecho China al enviar a la ONU pruebas cartográficas de la extensión de su plataforma continental. Sin embargo, traspasando el problema al diálogo político multilateral, existen limitantes de fondo en el contexto de Asia Oriental, que hacen menos viable este proceso. Históricamente, a diferencia de la experiencia europea en el período de guerras, la asimetría de poder y desarrollo entre países del oriente asiático, la desconfianza generada en los antecedentes de Japón, la insularidad geográfica, y en especial la ausencia de una tradición de compromiso –como esencia de las instituciones internacionales transatlánticas–, han sido dificultades fundamentales que han impedido el establecimiento de mecanismos regionales de resolución de conflictos y seguridad en Asia13. Las islas Senkaku: un problema de nacionalismo desbordado e imperativos geopolíticos ASEAN, por ser una organización regional asiática, es un espacio de diálogo y consulta informal mucho menos vinculante en carácter que los tratados internacionales occidentales, y de ahí que tenga una capacidad limitada para obligar a las partes a ceder en sus intereses14. En el caso de la ONU, China tiende a ver este organismo con desconfianza, debido en parte a que éste no fue diseñado ni material ni filosóficamente según su visión y sus intereses, sino para los de las potencias triunfantes de las guerras europeas. Sin embargo, como alternativa racional, la participación de China ha sido selectiva y ha respondido más a sus intereses como potencia, limitándose a demostrar su coherencia dentro del organismo como potencia pacífica participando en la agenda humanitaria y de desarrollo, y al mismo tiempo, a bloquear cualquier discusión o iniciativa que implique dar a Taiwán un mayor margen de maniobra internacional. En consecuencia, al ser las Senkaku un tema de soberanía territorial y política –además, ligado al estatus de Taiwán–, China subordina el diálogo multilateral a estos valores no negociables de su política exterior. En el plano geoestratégico, al llevar el problema a la ONU, Beijing quedaría en una posición de debilidad, principalmente por dos razones: por un lado, la discusión legal del problema es compleja desde el punto de vista de las causales históricas legales de soberanía15 y de los tratados de las fronteras políticas de la posguerra, que, diseñados a la luz de la ONU, favorecerían a Japón; y por el otro, se abre una ventana de discusión sobre otros reclamos territoriales que darían una oportunidad a otros países de la región para contener a China detrás de una discusión legal, en cuyo caso serían un fracaso para Beijing respecto a su legitimidad interna y a su muestra de capacidad internacional. Japón, por su parte, no encuentra motivos suficientes para llevar el problema a la ONU, debido a que no se encuentran fundamentos legales claros para justificar que realmente existe un problema de soberanía territorial que deba ser llevado a litigio. Sin embargo, si aún decidiera hacerlo, el gesto podría, en última instancia, desterrar el carácter pacífico del tratamiento diplomático del problema, pues estaría enviando a Beijing un mensaje de confrontación. Conclusión Sin una solución legal e informal definitiva a la vista, los gobiernos continuarán dando un tratamiento diplomático al problema y postergando su solución, al tiempo que los imperativos geopolíticos de la región los obligarán a llevar a cabo ejercicios calculados de demostración de capacidad de proyección de poder. Pese a que los mecanismos institucionales como ASEAN y la ONU no se adecúan a la naturaleza de la cultura política de Asia Oriental, y que recurrir a éstos elevaría el nivel de animosidad histórica entre las partes, no se descarta que los dos gobiernos puedan buscar una negociación sobre el uso de las islas. Debido a que es una discusión que concierne a dos naciones formadas en la misma cultura –el confucianismo–, este estilo de evitar confrontaciones para no dañar las relaciones refleja que ambas partes perciben, en última instancia, los beneficios de la interdependencia económica, por lo que el uso militar de la fuerza sería improbable, y, por tanto, el tratamiento diplomático y la estrategia de postergación continuarán. Adicionalmente, las dos naciones deben concertar instituciones internacionales asiáticas en las cuales se puedan tratar las rivalidades históricas, tal y como lo hizo Europa después de la Segunda Guerra. De existir, el diseño de dichas instituciones estaría fundado en los valores asiáticos que durante cientos de años han estructurado el orden internacional del Este de Asia, así como en una estabilidad basada en los beneficios percibidos de reconocer la preeminencia de China, fenómeno que puede estar representado en una versión moderna a través de la interdependencia económica. 11 Dossiers de análisis Entretanto, y como precondición fundamental de un arreglo, los gobiernos de los dos países tienen la tarea más urgente de redefinir y controlar el nacionalismo popular, con el fin de evitar que éste se convierta en un factor de desestabilización interna. China se enfrenta a la tarea inmediata de controlar el nacionalismo antijaponés desbordado, con el fin de evitar que éste se convierta en una amenaza para la legitimidad del Partido y para la estabilidad general interna, además de continuar cumpliendo las expectativas de bienestar y desarrollo. Japón, por su parte, debe dar a la población horizontes de salida a la crisis general, para evitar una mayor movilización hacia la extrema derecha, la cual encuentra en el ascenso de China una causa de movilización política para reasumir el rumbo del país como potencia. Golden Sean. 2010. La percepción del riesgo: una visión desde China. Revista CIDOB d’Afers Internacionals 89-90: 63-83. Referencias Mancall, Mark. 1963. The Persistence of Tradition in Chinese Foreign Policy. American Academy of Political and Social Science, vol. 349, Communist China and the Soviet Block, pp. 14-26. Thousand Oaks, Sage Publications. Hiroki Takeuchi. Public Opinion and Sino-Japanese Relations, recuperado el 20 de octubre de 2012, de http://people.smu.edu/ htakeuch/pdfs/Public%20Opin- ion%20 %28Master%20Copy%29.pdf Leblanc, Claude. 2004. Patriotismo oficial en China, juvenil en Japón. Le Monde Diplomatique, año III, número 28, octubre, pp. 26-27. Lohmeyer, Martin. 2008. 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