MW%Í€m^^AWÍA ^ PUBLICACIÓN M E N S U A L DEL I N S T I T U T O - E S C U E L A DE MÚSICA AÑO 111 = —= MONOVAR, NO\?lEMBRE, 1935 ^- — NÚM. 31 La situación económica de los composifores No ha mucho que Arturo Honegger—el autor de bellas obras que le colocan en uno de los primeros puestos entre los músicos contemporáneos—trazó reflexiones melancólicas sobre el triste destino de los compositores en la Francia del siglo XX. Resumiremos aquí sus palabras, que vieron la luz en «Marseille-Matin» y que han sido reproducidas en otros países. Veamos el caso de un músico entre los veinte y los cincuenta años de edad, que no es célebre aún. Escribe una sinfonía, lo cual supone un año de labor. Si acude con su obra a las diez asociaciones orquestales existentes en París, nueve se desentenderán del caso, arguyendo su difícil situación. La décima asociación aceptará la obra y resolverá estrenarla. Mas entonces aun en el supuesto de que haya escrito una obra maestra, el pobre músico tropezará con nuevas dificultades. Le pedirán, naturalmente, que facilite el material de orquesta para la ejecución. Si él mismo lo copia, tendrá un mes de trabajo. Si lo hace copiar por mano ajena, desembolsará de dos a tres mil francos, aproximadamente. Supongamos que opta por cualquiera de esas dos soluciones —y no todos tienen la suma necesaria ni tiempo que «perder» — , y que la obra se ensaye y estrene. ¿Resultado económico? De 50 a 100 francos por derechos de autor, pues eso le proporciona la audición que lo puso en relación con el público. A partir de aquel momento habrá que lanzar la obra. ¿Cómo? Existe el recurso de editarla. Recurso bien oneroso, sin duda. El editor hará saber que la edición le costaría unos 20.000 francos, y que para indemnizarse de tal dispendio no habría más recurso que el de alquilar el material de orquesta; mas, por otra parte, las asociaciones le pedirían que cediese gratuitamente ese material, porque debe considerarse feliz con que se de a [conocer una obra de su fondo editorial. 233 M Ese «joven» compositor escribe un cuarteto de cuerda; lo cual impone diez meses de trabajo. Halla una corporación cuartetística que resuelve dar una audición de la obra ante un público muy restringido. ¿Resultado económico? Derechos de autor que oscilan entre medio franco y 1'75 francos. Acude al editor, y obtiene la fatídica respuesta: «No se vende ahora música. Si edito el cuarteto de usted, podría ofrecerlo a algunas agrupaciones—que jamás compran música—, a algunos críticos y a las revistas especializadas para que hiciesen la reseña. En resumen; muchos gastos y ningún ingreso». Así, pues, hay que eliminar también esa perspectiva. Ese «joven» compositor escribe alguna ópera, lo que lleva largo tiempo. Y tropieza con la escasez de escenas disponibles. En todo el país, sólo dos—la Gran Ópera y la Opera Cómica—montan novedades. Y en realidad, hoy por hoy, esto se realiza exclusivamente por la Gran Opera, la cual tiene que dar el repertorio reclamado por el abono, y las producciones de los miembros del Instituto, y las de los Premios de Roma, y las de otros oficiales de la música, con lo que no queda un hueco para los noveles. Decide entonces el «joven» descender algunos grados en el altar de Euterpe y escribe una opereta. Entonces choca fatalmente con un trust herméticamente cerrado, merced a la solidaridad de directores, editores, libretistas y compositores, dándose incluso casos en que el director es editor, o libretista, o ambas cosas a la vez. Entonces aquel «joven», cada vez menos «joven», resuelve consagrar sus esfuerzos a la película sonora. Y lucha en vano con análogas dificultades, ante otro trust casi inaccesible. Porque, desde hace tiempo, los compositores de tercer orden, no habiendo podido tener acceso en otros lugares, se refugian en ese y eliminan con el mayor celo la competencia de otros músicos contra los cuales no podrían luchar artísticamente. Y el «joven» concluirá por tener que confiarse a la Providencia, si es que no se ha muerto de hambre en medio de tan espinoso camino. Tal es el sombrío cuadro que ha trazado Honneger. Aunque lo ha localizado en la Francia del siglo XX, podría darle mayor amplitud geográfica y cronológica. ¿Cómo vivió y murió Mozart? ¿Cómo Schubert?¿Cómo tantos y tantos otros, en tantos y tantos lugares, abatidos por la miseria antes de que se desarrollara su talento, por lo cual la posteridad no puede rendirles el tributo que les sacaría del anónimo? Más aún. ¿ Cuál es, en España misma, la situación de los músicos que no forman filas en ciertas camarillas influyentes, aunque algunos las halaguen para predisponer a una benevolencia que ni aun por esos medios—sino por otros, y a veces peores que el de la adulación —se alcanza? Respóndase el lector mismo a estas preguntas, ante el panorama que la realidad pretérita y la presente le ofrecen por doquier. Respóndase y resígnese. La vida es así: triunfo de osados, desprecio a los humildes, facilidades para los que se llaman a sí mismos los «mejores», barreras para los «mejores» en realidad. 994 M TEMAS DE SOCIOLOGÍA MUSICAL EL ARTISTA Y EL PÚBLICO La noción del «público», como uno de los factores principales de la práctica musical, es de fecha muy reciente. El agricultor que canta durante la recolección; el indio que pretende ahuyentar los demonios con su interminable melodía, o el médico negro que se sitúa en un estado de embriaguez mediante la continua repetición de movimientos corporales y de palabras medio recitadas y medio cantadas; todos estos músicos primitivos cantan y tocan principalmente para sí mismo. Porque en tales estados de cultura todavía le mantiene perfecta la unidad entre el individuo y la colectividad, entre el hombre y la Naturaleza. La personalidad de cada individuo subsiste allí individida e indivisible. La propia vida de cada uno es la vida de los otros, de igual modo que la vida común se realiza sin grandes diferencias a través de cada uno de sus miembros individuales. La música sigue careciendo de valor propio; y, como en los primeros siglos de la Iglesia católica, se pone exclusivamente al servicio de una fuerza superior: «Música filia ecclesiae». La comunidad de los fieles que participan en la alta música, o que entonan viejas melodías corales, como en la Iglesia protestante, tiene tan poco de «público» como una determinada clase de la aristocracia que admitía en sus salones a Haydn, Mozart y Beethoven, cuando estos artistas la «servían» una música bella. Para definir bien el grupo de personas dispuestas a «consumir música» en el sentido de público moderno, es necesario aceptar ciertas condiciones: i.", el auditorio ha de pagar para oír música; 2.* con ello ha de ganar el derecho a la críti- ca, es decir a emitir un juicio estético; a encontrar una producción artística «bonita» o «fea», «buena» o «mala». Los primeros teatros de ópera donde se pagaba por entrar, es decir, donde la masa de aficionados se convirtió en «público», comenzaron a propagarse relativamente tarde: en Italia, durante el siglo XVII; en Inglaterra, durante la época de Haendel. Al sentir la burguesía naciente nuevas necesidades de expansión, creáronse también nuevas normas a la organización artística. Esa clase poderosa que a la sazón se encontraba en el punto de partida de su carrera más o menos gloriosa a través de la historia, no se contentaba con conquistar tan sólo los tesoros materiales del mundo. La conciencia cada día mayor de su importancia social necesitaba, entonces, una fuerte afirmación intelectual, y una justificación de su imperialismo comercial en la esfera del espíritu. Como todas las demás artes, la música hubo de perder forzosamente su función mágica y religiosa. Por aiíadidura, se alejaba de su primitiva función como instrumento de culto o de puro recreo para servir los nuevos ideales de la Humanidad. Beethoven transfirió definitivamente la música del dominio de un pueblo, de una sociedad, o por lo menos de una clase social, al dominio de un individuo aislado. La «Novena Sinfonía» es el último documento de la universalidad del lenguaje musical, perdida para siempre (y hoy incluso expuesta a grandes incomprensiones: ven los unos en ese lenguaje la proclamación musical de la humanidad emancipada definitivamente bajo el signo del 235 M marxismo; los otros, un presagio genial del advenimiento de Hitler. El romanticismo nacionalista había sacado a la música de los templos y los salones para construirle palacios magníficos por doquier. En el momento de su más amplia expansión, la burguesía, como clase dirigente, ponía también la música a su servicio. Creó la sala de conciertos. La música perdió su carácter gratuito para transformarse en mercadería. Con esa transformación en mercadería de todos cuantos objetos nos rodean y que forman la atmósfera de nuestra existencia musical y material, el siglo XIX ha creado, sin duga, valores de alta importancia. El nivel técnico ha aumentado considerablemente por las exigencias superiores cada día. El momento en que las necesidades del público—que paga y que critica— coincidieron exactamente con la fuerza de la organización musical, se encuentra simbolizado por la figura del virtuoso. Con el tipo del virtuoso, la música había conseguido, tal vez, el punto más distante de su procedencia; la magia y el culto. El virtuoso significa la primera etapa de la racionalización comercial de la música: a la especialización (repertorio limitado) y a la mecanización (gran técnica instrumental), corresponde el rendimiento más elevado (beneficio de los conciertos). Como en un almacén o una tienda, se permite igualmente al «comprador de música» que juzgue la cualidad del artículo, que lo rechace, que lo aplauda o que guarde un silencio indignado o indiferente. La actitud del público, por tanto, es completa y esencialmente distinta por ejemplo, de una masa de fieles que oyen misa. Se consideraría un absurdo que éstos quisiesen «juzgar» la calidad del canto gregoriano interpretado por el sacerdote celebrante. No lo harán nunca, porque la calidad del oficio S36 musical en la iglesia desempeña únicamente un papel accesorio comparado con el sentimiento primario que les indique a asistir al oficio. Seguramenre hasta en el tiempo de Bach, la cualidad de la ejecución de sus cantatas dominicales era un elemento secundario en relación con la solemnidad religiosa del oficio entero. El público, al escuchar la música, en las salas de concierto, se ve obligado a la crítica y al juicio. Con la crítica musical ha llegado a crearse una institución que ha de guiarlo y ayudarlo en su juicio. No hablaremos hoy de las relaciones entre el público y los críticos, ni tampoco de las existentes entre los críticos y los artistas. Evidentemente, ningún comerciante negará a su clientela el derecho de juzgar la mercadería que compra. El repertorio crítico que nos permite juzgar un par de guantes, una silla o una tajada de carne, fácilmente lo derivamos de la posibilidad de utilizar y explotar un objeto cualquiera para nuestra utilidad personal. Hasta si compramos un libro—una gramática húngara, una novela de José Gonard o una colección de poesías persas—, conocemos en general las razones de tal transación y sabremos decir, una vez utilizada la compra, si ha cumplido su finalidad. ¿Pero cómo podremos «juzgar» la música, es decir, cómo estableceremos una relación más o menos razonable y justa entre nuestra exigencia en asistir a un concierto y la satisfacción que el mismo nos proporciona? Ya hemos dicho que en el mundo presente la música no cumple ninguna función vital. No puede clasificarse entre las necesidades urgentes de nuestra vida. Los campesinos mallorquines creen que los caballos no trituran bien el trigo si no canta el que los conduce. Un drama japonés, una danza de iniciación de negros, un oficio católico, no se explicarían sin la mú- NI s sica correspondiente. En estas ocasiones es la música el elemento básico, sin el cual quedaría gravemente perturbado el rito de la vida. Un concierto más o menos no lograría alterar el ritmo de la vida moderna. Como la clase social que frecuenta las salas de conciertos es tan reducida, junto a la inmensa mayoría de la población que pasa toda la vida sin saber nada de eso, el concierto, en tanto que organización exclusiva y representativa de la práctica musical no logrará crear actualmente ningún valor artístico. (Tal vez al combinarse con la radio la institución del concietto, tendrá en el porvenir otro sentido y una nueva dignificación. Esperemos que tal ocurra). Para el progreso de la Humanidad no ofrece la menor importancia que un porcentaje más o menos elevado de esta clase limitada haya oído una sinfonía de Bcethoven. Porque la música—tal como nos la presentan en las salas de concierto—ha llegado a ser un placer puramente estético, momentáneo, sin fuerza corporativa, que no iníuye lo más mínimo sobre la marcha de los sucesos. La esfera estética y la vital han ido más allá del punto de extrema convergencia. Su divergencia es evidente. Han perdido toda relación mutua. La Iglesia formaba fieles por la fuerza de sus melodías. La fuerza mágica de las melodías negras curaba verdaderamente a los enfermos, por la fuerza de la autosugestión vital. Los corales luteranos forman militantes. La cosecha era ufana cuando el culti vador cantaba. Nuestra música sinfónica —este pequeño sector de la evolución musical que se repite siempre en los conciertos—no acarreará el hundimiento de monarquías ni el estallido de revoluciones. El explotador capitalista será siempre el mismo por más sinfonías que escuche, así como el intelectual anarquista no cambiará de opinión bajo los efectos de una audición de Bach o de Hindemith. Los más selectos compositores actuales se alejan de las salas de conciertos. Componen para la radio, el disco o la película, que son los principales divulgadores de la música, a la altura de las fuerzas productoras (espirituales y técnicas) de la época presente. Los mejores músicos modernos, como Falla, Hindemith, Strawinsky y tantos otros, han renunciado a las producciones sinfónicas de numeroso instrumental y escriben para pequeños conjuntos mucho menos costosos. La realización de esta clase de obras es mucho más fácil y les permite a los compositores evi" tar las instituciones de conciertos. Junto a los reducidos conjuntos «da camera», se prefiere escibir para coros, elemento social de una importancia muy superior al sinfonismo, siempre sobreestimado. Los festivales anuales de música internacional y numerosos «estudios» de todos los países permiten a los jóvenes controlar y discutir sus obras en un círculo de profesionales y de gente bien documentada. El carácter comercial de la música de conciertos que ha convertido la música en mercadería y al oyente en consumidor, no exige de él sino lo que se exige en otros ramos: saber pagar el valor correspondiente al objeto comprado. Si la aristocracia de los tiempos de Mozart y de Beethoven era aún verdaderamente aficionada a las artes y sabía hacer música con sus músicos, el aficionado de hoy está desprovisto, en general, de las nociones elementales de nuestro arte, el cual hoy, lo mismo que siempre, es un oficio muy difícil de conocer y de comprender. Al especialista de un oficio le debemos respeto. Si nos parece haberle comprendido, le debemos entusiasmo. Y si su intención se nos escapa, hemos de callar. OTTO MAYER 257 ^ u ElCI avico rdi El profesor del «Orfeó Catalá> y redactor jefe de «Revista Musical Catalana» don Juan Salvat, posee un clavicordio y ha dado en Cataluña diferentes conciertos con este instrumento, al cual dedica los párrafos que MUSICOGRAFÍA se complace en insertar para contribuir a una divulgación organográfica siempre oportuna. Es muy corriente confundir, no sólo en nuestro país sino incluso fuera de él, al clavicordio con el clavicémbalo o clave, según las denominaciones castellanas, o «clavecín», como se le designa en idioma francés. Es este último instrumento el que persiste hoy en las salas de conciertos. ¿Quién ha dejado de admirar a Wanda Landowska en sus delicadas interpretaciones en el clavicémbalo? Sin embargo, escasean los artistas que han mostrado su preferencia por el clásico instrumento que tan admirablemente se ciñe al carácter de las composiciones de su época. Y aún está más olvidado el clavicordio. Podemos decir que su destierro total data de la creación del piano, en las postrimerías del siglo XVIII, por haber servido aquel instrumento de precursor a éste. En tanto que abundan todavía los diversos modelos de clavicémbalos, virginales y espinetas conservados en los principales museos de Europa, por el contrario los clavicordios escasean mucho. Ello se debe al modesto uso que se hacía del clavicordio, por destinarlo exclusivamente al estudio. Preferidos por la alta sociedad los otros instrumentos de tecla antes mencionados, se explica que la caja exterior de los mismos se construyera con gran lujo y riqueza de ornamentos. Tal circunstancia ha contribuido en no pequeiía medida a la conservación de muchos ejemplares, si bien se les estimó en mayor medida considerándolos como muebles artísticos que como instrumentos históricos. S38 Por esta razón han persistido las confusiones reinantes al denominar indistintamente clavicémbalos y clavicordios a dos instrumentos cuyas variantes en la construcción, lo mismo que su forma externa y el funcionamiento de sus respectivos mecanismos, hacen imposible toda asimilación entre ellos. La caja armónica del clavicordio es rectangular, en tanto que la del clavicémbalo es triangular y parecida al piano de cola moderno, con su forma de ala. También difieren ambos instrumentos por el sistema adoptado para atacar la cuerda. En el clavicémbalo la vibración se efectúa mediante palancas que al principio estaban provistas de una pluma y que después hubieron de sustituirse por una pieza de cuero, que hería la cuerda, punteándola como en la guitarra, a lo cual denominan los franceses «pincé». El clavicordio posee un mecanismo más sencillo. Una planchita de metal situada verticalmente al extremo de la tecla correspondiente percute la cuerda en forma análoga a como lo hacen los macillos en el piano moderno Aunque existe poca diferencia entre el timbre del clavicémbalo y el del clavicordio, sin embargo la potencia es mucho más fuerte en el primero, el cual, por contar además con dos teclados, ofrece una riqueza de matices que jamás se puede conseguir en el segundo, no obstante su mayor sensibilidad expresiva. Los orígenes del clavicordio se remontan al siglo XIV, siendo ese el primer ins- 1* u trumento de percusión al cual se le aplicó un teclado. Los trovadores provenzales lo denominaron «exaquier», sin duda por el parecido que ofrecían las teclas negras y blancas con el tablero del juego de ajedrez. En nuestro país recibió el nombre de «manocordio» y otras denominaciones similares hijas de la corruptela: manicordio, manocor, monicordio, etc. Es de suponer que la construcción del clavicordio sufrió muchos cambios, aunque sin abandonar nunca aquel sistema mecánico de atacar la cuerda que ya queda referido. Su extensión, en las postrimerías del siglo XVIII, era de cuatro octavas y cuarto. Su uso, al parecer, estaba mucho más difundido en Alemania y en España que en los demás países, pues ya se sabe la preferencia de los ingleses por el «virginal», de los franceses por el «clavecín» y de los italianos por la «espineta»; siendo oportuno recordar que dichos tres instrumentos—a diferencia del clavicordio—empleaban el sistema de la cuerda punteada. El gran compositor Juan Sebastián Bach escribía sus obras indistintamente para clavicordio y para clavicémbalo; pero el carácter distinto de muchas de ellas demuestra su respectiva aplicación especial a uno de estos instrumentos. Así, por ejemplo, las piezas de estructura más sencilla, (como las invenciones a dos voces, la mayor parte de preludios y algunos números de las «Suites» francesas e inglesas) pueden aplicarse perfectamente al clavicordio. Igualmente, cuando se ejecutan en este instrumento expresivo las características y pintorescas composiciones de los cía vecinistas franceses—y en particular las de Couperin y Rameau—producen un efecto bellísimo. El modelo de clavicordio que el autor de este artículo utiliza en sus programas de clavicordio, se debe al experto constructor de pianos Francisco Soler, y es fiel copia de un clavicordio catalán construido en Barcelona el año i 8 o i , pudiéndose decir que éste fué uno de los últimos ejemplares catalanes de clavicordio, ya que a la sazón el «piano forte» había comenzado a propagarse por Cataluña. Añadiré, como cosa curiosa, que el reducido número de clavicordios que he podido examinar en dicha ciudad, son de marca catalana, lo cual permite suponer que la construcción de esa clase de instrumentos se hallaba muy difundida en dicha región. El clavicordio se caracteriza, muy especialmente, por su gran intimidad. La dulzura y gracia que en tan alto grado poseen sus sonidos, recompensan con exceso del vigor y brillantez que jamás pudo concederles su sencillísimo mecanismo. Por eso Couperin el Grande hizo una declaración que me complazco en recordar para dar fin a las presentes líneas: «Prefiero más lo que me llega al corazón que lo que me sorprende». JUAN SALVAT S39 M EN EL SÉPTIMO CINCUENTENARIO ENRIQUE SCHÜTZ El quinto cincuentenario de Juan Sebastián Bach y de su colega—aunque no rival, precisamente, por vivir estos músicos en lugares y ambientes distintos—Jorge Federico Haendel, han ocupado la atención de musicógrafos esclarecidos durante los primeros meses de 1935. Y también, aunque en menor medida, ocupa una atención similar el séptimo cincuentenario de Enrique Schütz, que había nacido un siglo antes y que está considerado por doquier como el más insigne compositor alemán del siglo XVII. Este músico vio la luz en Koestrizt (Gcra) el 8 de octubre de 1585 y cerró los ojos en Dresde el 6 de noviembí e de 1672. A él se debe la introducción en su país natal de la gran reforma establecida en Italia hacia el año 1600. Aunque se lo tuvo en olvido durante largo tiempo, también es cierto que después revivió su nombre y que hoy ocupa dicho compositor en la historia musical el puesto a que le hicieran acreedor su inteligencia y su arte. Bien es verdad que sus obras—según palabras que reproducimos textualmente— nos conmueven a la vez por la maestría de la factura, la expresión seductora, el corte ingenuo, espontáneo, inesperado; siendo hoy—como siempre—el espejo donde se refleja la cautivadora evolución de su tiempo. Como otros músicos de su país—entre ellos Telemann en la época clásica y Schumann en la romántica—el artista cuyo séptimo cincuentenario se cumple ahora, vaciló entre el Derecho y la Música, 940 con la particularidad de que si Telemann sintió fervientes inclinaciones por el arte, hasta el punto de escribir una ópera cuando sólo contaba doce años de edad, y si Schumann abandonó prematuramente los estudios jurídicos, venciendo la violentísima oposición familiar, para entregarse de lleno a lo que constituía blanco firme de su vocación, Schutz no tuvo ni el impulso precoz de Telemann ni la vocación imperiosa de Schumann. Sus vacilaciones acerca de lo que debiera ser objeto de su vida le hicieron dudar no poco en la elección de sus rumbos intelectuales. Y llegado a la senectud, se lamentó del camino que siguiera por fin. Le indujo a tomar este camino musical el landgrave de Hesse-Cassel Mauricio el Sabio. Pasando este procer una vez por la hospedería perteneciente al padre del joven Enrique, en Weissenfels, al punto se interesa por el muchacho. Primero, le facilita los medios para que hiciese estudios generales; después, le incita para que se dedicase de lleno a la música. Como Venecia era a la sazón un centro de capital importancia para el cultivo de esas actividades artísticas, allá fué Schutz, a los 23 años, en 1609, con una beca de 200 thalers, venciendo la resistencia de sus mayores, pues aquel mismo año lo habían enviado a la Universidad de Marburgo, para que siguiese disciplinas jurídicas; y cuando ya estaba entregado con ardor a esta labor, resolvió hacer uso de la referida beca, desviándose así de esta orientación científica para familiarizarse más «I u hondamente con el Arte musical. Y en Venecia encontró cuantos estímulos pudiera apetecer. Con Giovanni Gabrieli la polifonía del siglo anterior lanzaba sus postreros fulgores, y con ese mismo artista —que era el más reputado maestro de composición en aquellos días y en aquellos lugares—estudió el joven músico alemán; si al principio con desaliento, pues comprendió cuan menguado era su saber aún en cuestiones de técnica y escolástica, bien pronto con entusiasmo fervoroso, lo que le puso rápidamente a un alto nivel. En 1611 el discípulo es a su vez maes tro, como lo atestigua un volumen de madrigales italianos publicados a la sazón, donde, junto a ciertas fórmulas inspiradas en tradicionales normas, asomaban ya rasgos nuevos y atrevidos. Al siguiente aiío fallece Giovanni Gabrieli, sucediéndole como organista de la iglesia de San Marcos el famoso Monteverdi. Si merced a ese Gabrieli y a su tío y antecesor Andrea Gabrieli se había desarrollado el cultivo de las composiciones para dos coros, merced a Claudio Monteverdi halló entonces fácil prosperidad aquel estilo dramático y monódico que el joven Claudio, como operista innovador, había hecho prevalecer en Florencia unos aiíos antes. Así, pues, estas dos corrientes contrapuestas tuvieron vitalidad enorme, sin que ninguna se escapase a la perspicaz inteligencia del músico germano. Mientras la una representaba el cegador ocaso de un arte maduro, la otra ofrecía los esplendorosos albores de una manifestación fecunda. Y si con la primera se había familiarizado Schútz sólidamente, no dejaría de serle ajena la segunda, aunque, una vez muerto su maestro Gabrieli, retornó al país natal. Entonces le atrajo nuevamente el Derecho, por lo cual se dirigió a Leipzig, para reanudar sus estudios universitarios. ¿Velei- R dades imperdonables de hombre ligero? ¿Vacilaciones disculpables de hombre meditativo? ¿Quién lo sabe hoy? Mas en 1613 se le nombra organista de la corte de Cassel y vuelve a la música de lleno. Y un año después se le nombra maestro de capilla del Elector de Sajonia, dejando entonces Cassel por Dresde, como había dejado antes Leipzig por Cassel. La paz le hubiera hecho feliz, pues se granjeó una gran estimación; pero la guerra—la de los Treinta Años—trajo, con su cortejo de horrores, miserias, enfermedades, y la ruina de la música. El daño era mucho mayor cuando se considera que Schútz había obtenido frecuentes autorizaciones para viajar, y que algunas de esas licencias le permitieron visitar Italia para imponerse del nuevo estilo monódico. Nombrado maestro de capilla en Dresde por dos años, permaneció al frente de ese puesto más de medio siglo, conociendo las malas horas de la guerra, que para él no fueron, sin embargo, tan perjudiciales como para otros, pues pasó algunas temporadas en Copenhague, desplegando su habilidad como organizador y director de la capilla musical, e incluso actuó pasajeramente con este último carácter en otras poblaciones: Braunschweig y Hamburgo. De su segundo viaje a Italia en 1628 trae Schútz las nuevas formas que habían abatido el imperio polifónico, sacrificando por él aquel recitado expresivo, aquellas armonizaciones originales y aquella instrumentación novísima, que avaloraban el «estilo representativo» de los operistas italianos en el primer cuarto del siglo XVII. Y sin embargo, no era ni con mucho ajeno a tales innovaciones, cuando, antes de emprender esta segunda partida hacia la ciudad del .Adriático estrenó su «Dafne», que es la primera ópera alemana, y que data de 1627. Bien pronto el arte S41 wt s italiano desvía la noble pureza con que había nacido, por rendirse al frenesí de los cantantes gorgoriteadores. Como Schútz alcanzó tan gran longevidad, le fué dable presenciar esta nueva transformación del gusto. Lo peor es que esos cantantes iban monopolizando también los puestos más visibles en territorio alemán. i.\nciano y casi ciego, solicita el gran músico germánico una jubilación que el Elector no quiere conceder. Pero ante la decrepitud inevitable logra Schutz el apetecido reposo. Y desde entonces pudo, por fin, descansar esta vida, esperando con plenitud de recogimiento el paso a la otra, lo cual sucede cuando el artista Había cumplido 87 años de edad. El se fue; pero su obra subsiste. Y esa obra es un fiel exponente de la más sazonada fecundidad. Schútz compuso aquella «Dafne» con texto de Runiccini traducido S4S al alemán, cuya música, como la de «La selva sin amor» de Lope de Vega, también se ha perdido desgraciadamente, pesando así un fatídico destino sobre la primera ópera alemana y la primera española, separadas tan sólo por dos años de dis tancia. También compuso vastas producciones para el teatro, y muy especialmente para la iglesia: pasiones, motetes, salmos, canciones, sinfonías sacras, conciertos espirituales para voces con acompañamiento instrumental. A ello debemos agregar composiciones de otra índole, nacidas a raíz de propicias circunstancias u oportunidades. Cuando, merced a Felipe Spitta, se publicó en Alemania la colección de Obras completas de Enrique Schútz, fué más asequible a todos el alto valor de este artista cuyo séptimo cincuentenario bien merece un recuerdo filarmónicoJOSÉ SUBIRÁ M U S I C O G R A P I A PÁGINAS INÉDITAS DE "UN ENSAYO SOBRE UNA PSICOLOGÍA DE LA MÚSICA" La música es el lenguaje de los sentimientos. Ella trasluce en toda su intensidad las emociones más íntimas y estáticas que inicialmente hayan sacudido la sensibilidad exquisita del artista conmoviendo con su potente fluido sonoro las más recónditas fibras de nuestro ser sensible. Por ella conocemos en toda su pureza nuestras abstractas emociones específicas encarnadas en el desbordamiento popular que resume el folk-lore. Por ella respiramos la aristrocacia sentimental, el curso de una vidad prodigiosa que rebasando el nivel común va ascendiendo vertiginosamente hacia las regiones suprasensibles, regiones mctafísicamente ideales donde el sentimiento en su más pura destilación adquiere neta y predominante supremacía. Así, el núcleo genial de los Bach, Mozart, Beethoven, Chopin, Wágner, que cual luminosos cometas arrastran en pos una cola deslumbradora, nos ofrece el ejemplo edificante de la máxima potencialidad de este idioma universal, expresión genuina de los sentimientos más íntimos de la humanidad, de las sensaciones más varias que una selectividad sensorial privilegiada percibe y que transformadas por el crisol poderoso del genio son devueltas al seno mismo del sentimiento en forma sutil de embriagadora esencia. Pero, busquemos los «aborígenes» de este arte supremo. Indaguemos su papel en la misma humanidad primitiva desposeída por completo de este tejido comple- jo que se llama cultura. Dirijamos nuestra mirada escrutadora a las tribus salvajes que nos revelan las cámaras y relatos de las expediciones cintíficas. Despojémonos nosotros mismos de falaces prejuicios y veremos que la música es inherente al hombre, que donde haya un ser humano, donde resuene el grito, allí aparece, ruda o salvaje, ebria o patética, pero potente y majestuosa. Esta música primitiva, tosca como el alma que exterioriza, simple como la ingenua simplicidad de lo primitivo, se manifiesta en sus albores como el sentir colectivo de la especie; ella traduce sus complejas sensaciones en danzas orgíacas donde la insistencia de un ritmo llevado hasta la exasperación provoca a su vez el paroxismo. Esta música virginal, rudimentaria, cuya caracterización es la espontaneidad, está compuesta esencialmente de tres factores ingredientes: ritmo, melodía y narración cantada o poema. Estos elementos, resumen todo el sentir colectivo de la tribu. El ritmo, potente dínamo generatriz de la danza, manifiesta el sentimiento vital del espíritu popular. La melodía, sienta su idiosincrasia ética. El poema, concreta las causas de sus expansiones, relatando las hazaiías de los héroes, ensalzando la memoria de los muertos, o entonando himnos a la naturaleza omnipotente de la que nacerá irremisiblemente el sentimiento de la religión. . 243 M U s Vemos pues la música en su cuna, en una barbarie casi prehistórica, acompañando el aún inarticulado lenguaje que sirve al hombre como factor de relación entre sus semejantes, y esta visión, de por sí, como descubriendo un velo, nos revela la bilingúedad del hombre: el lenguaje material, o habla y el lenguaje espiritual, o música. La música es, pues, una manifestación expontánea del espíritu humano. Ella esblece la línea divisoria entre el hombre y la bestia escribiendo con sus sonidos la historia misma de la humanidad. Vehículo elocuente de este palpitar inquieto e indeterminado que se llama alma, ella es el portavoz del proceso evolutivo de la psiquis que partiendo de las nebulosidades de la especie converge triunfante hacia la individualización suprema de la conciencia. Los sonidos constituyen, pues, una necesidad imperiosa de exteriorización espiritual. El canto, primera manifestación musical, es acompañado expontáneamente por un principio rítmico lleno de vitalidad caracterizado por el acompasado batir de las palmas o por el áspero chasquido de los bastones. Estos golpes anacrónicos, que inyectados en nuestra fatigada sensibilidad podemos observar a menudo en la música de danza americana, son el fluir mismo de la vida subjetiva. Es la alegría del vivir entonando sus cantos al Creador, identificado en el Sol, la Luna, o el Fuego. En la tierra vasca, aún hoy la tradición nos ofrece como elocuente testigo del pretérito danzas maravillosas en las que las voces, a solo y a coro, son acompañadas por un simple batir de descomunales bastones, heroicos rudimentos instrumentales que nos llenan de asombro con su virilidad inusitada. S44 Podemos, pues, suponer, que los primeros instrumentos, propiamente dichos, fueron las manos del hombre, a las que seguirían otros cuerpos de materiales duros—ya piedras, ya bastones—que por percusión producirían golpes. Es de esta combinación de golpes, de ritmos, diremos, que nacen todas las maravillas del folk-1 ore universal. La vitalidad de un espíritu se manifiesta por su dinamismo. Así, los pueblos más dinámicos, más pictóricos de vitalidad, serán aquellos cuyo folk-lore sea más vivo, más agitado en combinaciones rítmicas que, cual corriente nerviosa, influirán en la naturaleza misma de la melodía. Vemos pues las primeras manifestaciones musicales encarnadas en la voz y caracterizadas por un acompañamiento rítmico producido por la más simple percusión. Vemos en un paralelo evolutivo enriquecerse el material instrumental con la aportación del parche en una caja de resonancia. Nuevos instrumentos rítmicos nacen al calor del medio ambiente, y las cañas tubulares, elaboradas toscamente, inician una nueva etapa que dá origen a las flautas y sus símiles. La danza, expresión genuina del sentimiento colectivo, adquiere con todas estas aportaciones un interés creciente, asociándose al culto de los dioses y tomando un carácter de rito del que nos dan prueba patente los recientes relatos de las subsiguientes expediciones. Veamos lo que dice Gide a este respecto. Es en noviembre del año 1927 y en el Congo francés: «Esta noche, no lejos de nosotros se ha organizado un tam-tam (nombre de un gran tambor litúrgico y que se dá por extensión a la danza negra). La luna está en su cuarto creciente; parece M U colgar sobre nosotros. Me siento envuelto en la extraña inmensidad de la noche africana. Un poco más tarde voy acercándome a la danza. Un fuego de arbusto hay encendido en medio del corro. La música la hacen con dos tambores y tres calabazas sonoras llenas de granos y montadas en la punta de un corto mango que permite hacerlas oscilar rítmicamente. Bailan un compás sabio, impar, de cinco golpes; después, en el mismo tiempo, cuatro golpes acompañados del ruido de una castañuela de metal. Los que no bailan, sobre todo los niños, acompañan la danza con un canto particularmente raro empleando cuartos de tono muy bien ajustados. Los músicos están en el centro del corro. A su alrededor, cuatro danzantes, de dos en dos, bailan, mirándose Las gentes del corro hacen la ronda cogidos unos de otros; primero los mayores, después los muchachos, y por último las mujeres. Todos tiemblan, agitando los hombros; avanzan algo lentamente, sombríos, y como poseídos por algo superior». Pijoan, añade: «La danza negra no es sólo el tam-tam uniforme bailado en corro. Los negros tienen una gran variedad de danzas, pero todas, aun las más graciosas, acaban frenéticamente. Algunas empiezan con «figuras» muy bien compuestas; hacen conjuntos armoniosos de personajes, danzando sin juntarse nunca, lo que permite conservar la individualidad del danzarín. Pero, al final todo se atropellá y se acaba en un furor sin medida en el que cada uno pierde su individualidad en absoluto ». Estas narraciones, nos sumergen por completo en el reino mismo de la música primitiva. En estas danzas no vislumbramos al individuo sino a la comunidad. La música es esencialmente específica y por ende la vemos indefectiblemente asociada a todos los actos transcendentales de la tribu, como vehículo de la divinidad, a la que se hará propicia ofrendándole sus ritmos, sus sones, en holocausto. LEOPOLDO CARDONA 245 U S I C o G .R A F I A Oyendo a la banda musical de Monóvar Ello sucedió en El6lie, durante el mes de agoño pasado. Fui allá para presenciar las representaciones famosas del admirable «Miftcrio» que en la iglesia de Santa María se celebra todos los años, con un respeto a la tradición y una brillantez artíñica que son proverbiales. Era hacia el medio día. Reposaba yo del calor en la terraza del Casino principal cuando, de pronto, en el gran salón contiguo surgió una nutrida masa de sonoridades. Y ello resultaba finamente ejecutado, sin eálrépito, con una singular manera de interpretar la música, propia tan sólo de gente joven y convencida. Siguió un fragmento beethoveniano, luego una obra moderna francesa, y finalmente una deliciosa fantasía española (tal vez de Barbieri, si mal no recuerdo, o de Chapí) tocada con singular garbo y donaire. Pude al íln salir del círculo de amigos que me invitaron a eSízr con ellos y entré en el salón donde sonaba la música. No me había engañado: se trataba de una corporación de apariencia juvenil; aquellos músicos tocaban poseídos de fe y de entusiasmo, y todos parecían sugeálionados por su arte y por el geálo sobrio, seguro, de su direñor. Era éíte Daniel de Nucda. ¿Quién diría que aquel muéhaého a quien conocí hace mu£ho tiempo en el Conservatorio de Valencia tocando a maravilla el piano (era un gran ejecutante) y siendo un admirable leftor de música, estaría hoy al frente de una numerosa legión 246 y sería un intérprete concienzudo de las obras musicales en su versión para banda? Pues así eálaba sucediendo. La banda de Monóvar que dirige aquel notabilísimo pianiála, era éála que daba un concierto y mostraba su valer. Direftor y músicos formaban un todo disciplinado; en ellos se veía un ardimiento espiritual sumamente simpáticos. Fuera injuálo no mencionar aquí con el elogio que merece a D. Francisco Corbí, un verdadero Mecenas amante de la música, gracias al cual va por caminos de progreso el Inátituto-Escuela de Música de Monóvar, con sus clases, su banda numerosa, su reviála MUSICOGRAFÍA que... a la vifta está, y con una serie de adividades artíálicas que bien puede servir de ejemplo en nueñro país. Escuíhando a los músicos de Monóvar, pensaba yo que no sólo consiñe el problema en «hacer» música, sino en el «modo» de hacerla; sobre todo cuando se trata de interpretaciones. Ejecutar obras con corrección, con ajuñe, afinadamente, todo eílá muy bien, pero no bafta. Es preciso que domine en las interpretaciones aquel íntimo entusiasmo, aquel calor de creación (interpretar es volver a crear) propios de la obra de arte. Y a fe que esa exaltación espiritual la poseían, y en llama bien encendida, los animosos músicos de la banda monovarense y su dircftor Daniel de Nueda. Eftaba muy en su punto aquella audición cuidadosa en el salón de actos de una A« u s seleña sociedad, y en el ambiente de fiesta que hacía entrar a todo Elélie con alegría luminosa. La imaginación, acuciada por aquellas sonoridades musicales, soñaba... ¿Por qué en eálas prodigiosas tierras mediterráneas no se dará el caso, algún día, de que estas bandas puedan llegar a convertirse en orqueálas sinfónicas, ejecutando las grandes obras maeátras con toda su verdadera autenticidad? Sin dejar de ser bandas, para dar vida a las solemnidades que se celebran a cielo abierto, podían luego apare- cer como buenas orqueftas que se produjeran en lugares adecuados y con toda eficacia. Sueños son eftos, sin duda. Pero cuando se ven esas agrupaciones llenas de juventud y de entusiasmo, guiadas por inteligencia y voluntad como las de Daniel de Nueda, entonces no parecen los sueños «monstruos de la imaginación», como diría Goya, sino tal vez venturosas posibilidades para el porvenir. EDUARDO L . CHAVARRI NIETZSCHE Estoy harto de leer esta sempiterna frase de Unamuno (de quien poseo 5 tomos de cartas, como dije en mi Autobiografía, que cita Palau en sus Memorias, hace 21 años): «¡El pobre Nietzsche!» ¿Pobre? ¿Por qué?. Era en extremo rico de frescura e inteligencia, como jamás lo será él. ¿Es envidia o caridad? Su hermana, la señora Zoister, protesta, con razón, de adjetivos a él aplicados por personas que le desconocen. Sus amigos tenían a gala tratarse con él. Y hasta el mismo Wágner, a quien trató mal en su segundo período, dijo a su hermana que los más dichosos días de su existencia se los debía a Nietzsche. Este fué un espíritu de los más elevados en la humanidad. Nietzsche dijo: «Wágner es una potencia cultural. Como todo genio que se ocupa de un arte, si es que domina varios, Wágner, como poeta, músico, dramaturgo, pensador, organizador, guía intelectual en la representación y dirección de obras musicales, es de una potencialidad que impera por su vigor». El Anverso y el Reverso de MusicoGRAFÍA tenían explicación, no patológica, sino sencilla. Lo primero fué producto de una andaluzada exageradísima salida del entusiasmo. Lo segundo era el demasiado negativo consiguiente. Durante la guerra, era ya moda decir que Nietzsche tuvo la culpa de ella, por haber echado raíces en la juventud alemana. N o recuerdo si lo dije entonces. Cabalmente la juventud francesa estaba influida por él. Y hoy mismo sigue a él mucho más ardiente que la germana, como ayer mismo (11 de agosto) lo decía un francés en el Berllner Zageblatt. P. DE MUGICA 247 M NECROLOGÍA Mariano San oan Miauel Registra MUSICOGRAFÍA con sincero dolor el fallecimiento acaecido en Vitoria el pasado mes de octubre, del maestro Mariano San Miguel, a la edad de cincuenta y cinco años. Era San Miguel un clarinetista de primer orden, que había ocupado como solista los primeros puestos en el antiguo teatro Real, en la banda de Alabarderos —actualmente Republicana—, en la Orquesta Sinfónica y en otros organismos musicales. También se le debe la fundación de la Sociedad de Conciertos de cámara para instrumentos de viento, que desempeñó lucidísimo papel. Como compositor escribió centenares de obras para banda. «Algunas—dice Julio Gómez—se han hecho popularísimas, aunque al gran público no llegaba el nombre del autor. Su música es fácil, brillante, de una técnica correcta y elegante, y sobre todo, maravillosamente adaptada a la banda. Como instrumentador para esta agrupación no tenía rival». De ahí que su nombre fuese respetado y admirado por doquier en nuestro país, tanto entre los profesores más eminentes de las bandas de Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao y otras grandes ciudades, como entre los oscuros aficionados que nutren las charangas en los lugares más escondidos. 248 Otro aspecto de esta personalidad artística es el desarrollado, con tesón y perseverancia bien fructíferas, como editor de publicaciones para bandas. De lo que en tal sentido hizo dan buena idea las siguientes líneas, trazadas también por Julio Gómez en un sentido artículo necrológico: «Su carácter emprendedor le llevó a una labor editorial, que es la más inteligente y fecunda que se ha llevado a cabo en España. Creó una publicación de música para banda que durante cerca de veinte años ha hecho la mayor obra de cultura musical conocida entre nosotros. Todas las bandas españolas, mediante una cuota pequeñísima, recibían esta publicación, «Harmonía», que ha renovado y enriquecido el repertorio, difundiendo la buena música por los pueblos más pequeños. Bach, Beethoven, Wágner, junto a los mejores compositores españoles, se han popularizado en nuestro país gracias a la labor inmensa de Mariano de San Miguel». Por todo lo expuesto se comprende cuan gran pérdida constituyó para el mundo filarmónico español—el de las grandes ciudades y el de los pueblos más humildes—el fallecimiento del maestro a quien MUSICOGRAFÍA consagra estas líneas en loor a su memoria, bien digna de toda veneración. M 8 Frases de Paul Duk as El famoso compositor muerto hace poco tiempo era también un escritor de valía y un crítico de primer orden, cuya firma honraba las principales revistas de París. He aquí algunas frases suyas que traduce «La Veu de Catalunya»: — «No hay problema del arte; no hay sino soluciones. Y éstas son las que encuentran o crean los artistas superiores». Cuando más viva era la influencia de Wágner hace algunos años, escribió Dukas: —«Si todo el mundo tuviese la valentía de exteriorizar su propia naturaleza, apa recerían obras menos ambiciosas pero mucho más interesantes. La manía de imitar a un creador destruye las originalidades más modestas, pero reales, que surgirían de la expresión sincera de ciertos temperamentos, y engendra obras no solamente inútiles para el imitador sino perjudiciales para el artista imitado. La obra nefasta de los imitadores convierte en fórmula lo que fué una creación espontánea y hace difícil, después de cierto tiempo, ver lo que había de verdaderamente audaz en la obra del maestro». — «El público fácilmente confunde la originalidad con la excentricidad, que parece ser la mejor manera de llamar la atención, siempre que se vea reforzada con una buena dosis de reclamo». Hablando de Liszt decía Dukas: —«En las obras orquestales de Liszt aparece por vez primera el hecho de imitar la harmonía, no como una copia, sino como el comienzo de una expresión más libre y de una emanación del uso y costumbres de la tradición de escuela. El cromatismo de Chopin, lo imprevisto de sus transiciones, todo aquello que hoy es familiar para la mayor parte de los músicos, fué Liszt quien le dio una finalidad más general, y quien lo llevó del piano a la orquesta. La influencia de Chopin llegó, por medio de Liszt, hasta Wágner. Ciertas páginas del segundo acto de «Tristán» parecen ciertamente nacidas de los Nocturnos o de los Preludios de Chopin». En 1900 ocupándose de Ricardo Strauss, dice: — «No es sino en sus gigantescas cons trucciones sonoras donde Strauss puede desarrollar toda su habilidad, decir mucho en pocos compases no es lo que le caracteriza. Parece no conceder importancia a sus ideas musicales, sino en proporción en su sentido literario o a su ductilidad contrapuntística. Los temas en los cuales construye sus enormes poemas sinfónicos, raramente producen la impresión del sentimiento que pretendan evocar. Son puras grafías simbólicas o, si se quiere, una es pecie de gestos expresivos hechas las fórmulas actualmente usadas. Nacen más bien del cerebro que no del corazón de la música. Strauss parece no considerarlos sino como el resultado de una complicada operación mental. De aquí su poca substancia y la impresión que producen de no determinar el desarrollo musical, sino de estar determinados por él». — «No hay más que un arte: la poesía. Palabras, colores, líneas y sonidos le crean su propia corona. Las piedras falsas que recogen las teorías son simples pedruzcos que la moda y el interés del día reemplazan a veces, y que con los años pasan y desaparecen». 249 M U MÚSICA Y LIBROS y por último, los románticos: Schubert, Schumann, Mendelssohn y Chopin. Wiener Meister.—pov Karl Geiringer. Stimmen der Meister.- -por ven Sauer. imilio «Stimmen der Meister»: este título, que pudiera equivaler a «Voces de los maestros», o también a «Trozos (musicales) de los grandes maestros», aparece al frente de un hermoso álbum publicado por la renombrada «Universal Edition», de Viena, con la pulcritud y el lujo propios de esta casa editora. Además, estas obras están cuidadosamente revisadas por el famoso maestro Emilio von Saúer, y ello es una garantía de fidelidad a sus autores. Otra ventaja contiene, y es la de ser obras fáciles, o, a lo sumo, de mediana dificultad, lo cual las pone al alcance de todos los aficionados. Cuando con el nombre de «recreaciones» se da a los discípulos tanta escoria musical, bueno es señalar esta colección de producciones de oro purísimo. En Conservatorios y en clases particulares han de tener gran eficacia. Están presentadas las composiciones por orden histórico, de modo que puede seguirse muy bien la evolución y desarrollo del estilo desde el clavicémbalo hasta el del romántico piano moderno. Cuarenta composiciones integran este álbum, algunas de ellas muy poco conocidas, y todas, como es natural, muy bellas. Las hay de Couperin y Rameau, de Daquin y de los Scarlatti, de Bach y de sus hijos; siguen luego los Gluk, Haydn, Mozart; aparece a continuación el nuevo estilo: Beethovcn, 250 «Wiener Meister»... Maestros vieneses contemporáneos de Mozart y de Becthoven. Otra hermosa publicación admirablemente presentada por la misma «Universal Edition», de maestros sumamente interesantes, los contemporáneos de Mozart y de Beethoven, los que entonces eran acaso más conocidos y estimados que los dos genios, y cuyas obras no deben ser tenidas en olvido, pues son dignas de todo aprecio. Ha hecho muy bien la casa editora en dar a conocer estas composiciones, elegidas y revisadas por el doctor Karl Geiringer. ¡Y qué delicia de obras, elegantes, claras, luminosas, fáciles, dándonos a maravilla el ambiente musical vienes de su tiempo! Para mejor comprenderlo, al comienzo del álbum va una noticia (en alemán y en francés) acerca del ambiente musical de Viena en los tiempos de los maestros que nos ocupan y datos biográficos de los mismos. Estos compositores, son Wagenseil, Mann, Eybler, Eberl y Neukomm. Del primero se inserta en este volumen una «Ricercata» (a manera de Preludio); del segundo. Siciliana, Minueto y Allegro (muy lindas las tres piezas); del tercero, un «Tema con doce variaciones» y un final. De Eberl, un Allegro muy «mozartiano» (en rigor, un primer tiempo de Sonata). De Neukomm, una bella Sonata, cuyo tiempo central es una expresiva Marcha y el final unas variaciones sobre una linda canción francesa. He aquí, como hemos dicho antes, una bella serie de obras para Conservatorios y pianistas y aficionados, en estas ediciones espléndidas que, no por ello dejan de resultar económicas. E. L. CHAVARRI M G U VIDA MUSICAL ESPAÑA MADRID.—Aunque la Asociación de Cultura Musical solía romper el fuego del arte, al reanudarse la vida musical en el otoño, tras la inevitable pausa estival de todos los años, esta vez se le anticipó la Orquesta Filarmónica, dando un concierto de circunstancias en honor de los congresistas de Medicina, durante una función de gala donde también actuó el charlista García Sanchiz. El programa sinfónico de esta sesión mixta—bien conocido para los nacionales, pero novísimo para no pocos de los extranjeros—incluyó varias obras, entre las cuales despertaron el mayor interés, las firmadas por Jerónimo Jiménez, Manuel de Falla y Joaquín Turina. Una vez entrado octubre, la Orquesta Clásica dirigida por José María Franco e integrada por 38 profesores, celebró su serie de otoño, constituida por tres conciertos. Si en temporadas precedentes esta entidad solía prodigar obritas de breves dimensiones, ahora, cambiando de rumbo, marca una tendencia en sentido contrario. Esas tres sesiones incluyeron el concierto brandemburgués número i, de Bach; el concierto grosso en sol menor, de Haendel; la sinfonía 12 en si bemol, de Haydn; la curiosa serenata número 6 (nocturna) de Mozart—para dos orquestas que dialogan incesantemente, en una sucesión de numerosos y brevísimos tiempos, desde la marcha inaugural hasta el allegro final, pasando por un minueto, un rondo y otras piececillas graciosas—; el concierto en la menor para piano y orquesta de Roberto Schumann, con el concurso discreto del solista Kurt Engel; el concierto en sol menor, número 2, de Saint-Saens, para la misma combinación instrumental, con el celebrado concurso del solista Antonio Lucas Moreno; una suite de «Cinco sonatas», de Scarlatti, instrumentadas por Tommasini para un ballet, que constituyeron una novedad, debiéndose advertir que aquí el piano sustituyó al «cémbalo» o «clavecín»—pues con estos dos voca- blos, y a distancia de dos líneas, menciona el programa respectivo ese instrumento cuya denominación española tradicional y castiza es «clave»—, y una Sinfonietta para instrumentos de cuerda (op. 32, número 2) en tres tiempos del ruso Nicolás Mjaskowky también nueva entre nosotros cuyo carácter es enérgico y lírico en los movimientos primero y último, en tanto que el movimiento central presenta un tema expresivo tratado en forma de variaciones. Otra novedad exótica en esta serie de conciertos fué el poema sinfónico «Noche de estío», por Zoltan Kodaly, obra que hubiera satisfecho más con una concentración mayor sin duda. Dio Franco en esta serie amplia representación a la música española, reprisando las «Rimas infantiles» de María Rodrigo, cuyos cuatro números glosan con gran acierto otras tantas canciones populares; y la «Égloga» de Julio Gómez, brotada de un sano subjetivismo, y «Coplas de mi tierra», de Manuel Palau, nutrida con elementos folklóricos valencianos del mejor gusto. Ofreció, además, un semiestrcno y un estreno. El semiestreno era la nueva versión, bajo el epígrafe «Serenata», del «Cuarteto» escrito en 1930 por Salvador Bacarisse, producción que al quedar vaciado en este molde sinfónico, acentúa las aristas de sus proporciones. El estreno era una «Suite en estilo antiguo», del joven compositor Ángel Martín Pompey; sus cuatros tiempos (Pastoral, Aria, Minueto y Final) tienen traza habilidosa, pero también originalidad menguadísima, pues reflejan con fidelidad harto absoluta procedimientos con los que nos tienen familiarizados los compositores germánicos del XVIII, desde Bach a Haydn. Las otras dos orquestas madrileñas se disponen—-cuando trazo estas líneas—a inaugurar sus habituales series otoñales. La Sinfónica, dirigida por Arbós, dará sus sesiones los domingos por la mañana en el Monumental, y cuenta con el concurso de varios solistas, entre ellos el pianista Leopoldo Querol. La Filarmónica, diri251 M U gida por Pérez Casas, actuará en el teatro Español semanalmente, por las tardes de días laborables, y entre sus proyectos, figura el de la audición de los cinco conciertos para piano y orquesta de Beethoven, con la colaboración del solista |osé Cubiles. La Asociación de Cultura Musical lleva dadas un par de sesiones, presentando respectivamente a un pianista y a una violinista. El pianista es austríaco, se llama Kurt Engel y viene precedido de reputación. Su programa incluyó, como obra extensa, la sonata en la menor (op. 42) de Schubert, y como novedad, una «Humoresca» de Cesare Nordio. El resto del programa estuvo integrado por obras de Bach, Liszt, Debussy, Marx, Rachmaninoff, Strawinsky y Prokofieff. La violinista es rusa, se llama Mina Krokowsky y aporta con su nombre un historial muy lisonjero. Su programa incluyó como plato fuerte la sonata en sol menor para violín solo, de J. S. Bach, y formaban parte de la misma sesión otros autores numerosos: Vitali, Haendel —Flesch, Ríes, Paganini, Szymanowsky y Bloch, este último con dos trozos de la suite «Baal Shem». Sin llegar a deslumbrar ambos intérpretes, fueron escuchados con gusto. Asimismo obtuvo plácemes gratísimos de la concurrencia la guitarrista Rosa Lloret en una sesión organizada por el Casal Cátala, y desarrollada con gran maestría técnica, durante un escrupuloso desfile de obras firmadas por Sor, Coste, Tárrega, Llobet, Portea, Albéniz, Granados, Pujol y Malats, habiéndose inaugurado tan grata sesión con una breve conferencia sobre la personalidad musical de Fernando Sor, que la Srta. Lloret había compuesto con cariño y hubo de leer con gracia. Otra vez ha vuelto a hablarse no poco y a /scribirse bastante acerca del teatro de la Opera, tras unas supuestas afirmaciones ministeriales que, en resumen de cuentas, pueden sintetizarse así: puesto que el citado coliseo lleva consumidos ya bastantes millones en una reparación larga, casi interminable—como la carta del pequeño poema campoamoriano donde se pintaba 252 «la bárbara agonía del que quiere evitar lo inevitable»—y todavía habrán de consumirse otros millones más para dejarlo en condiciones de que llene su cometido nuevamente, han pensado las altas esferas que tal vez convendría renunciar a proseguir ésas obras, dar por no emprendidas las que se efectuaron, demoler el rumboso edificio y construir otro en lugar de más firme base, como heredero directo del que parece destinado a sufrir calamidades mil Han circulado con tal motivo diversos pareceres, abundando los contradictorios. Si unos creen que es preciso consumar hasta el final el sacrificio económico a fin de que el coliseo subsista en plenitud de rendimiento artístico, algunos opinan que sería mejor edificar otro teatro de la Opera en un lugar adecuado, aprovechando, por ejemplo, los solares de la Gran Vía. Y al escribir estas líneas llega a mis oidos la noticia de que un gestor municipal pro pondrá al Municipio madrileño la demolición del Ministerio de la Gobernación—^ y, como es natural, la de otros edificios dé la Puerta del Sol y calles adyacentes-—, a fin de ampliar ese respiradero urbano, hoy exiguo para el tráfico; y construir al bordé del mismo, sobre los solares futuros, un coliseo de la Opera verdaderamente suntuoso. ¿Qué pasará? Dentro de un mes, dentro de un año, dentro de diez, quizás sigamos dándole vueltas al asunto. Y dentro de un siglo, quizás nuestros nietos aborden el mismo tema, o tal vez asistan, regocijados, bien a la inauguración del restaurado coliseo de la Plaza de Oriente, bien al recién construido coliseo de la Puerta del Sol o de otro lugar madrileño, entusiasmándose en la función solemne con alguna ópera de Bellini, de Wágner o dé un músico nacional o extranjero que a estas horas todavía tardará bastantes años en nacer. Para antes de entonces también es posible que se haya resuelto la provisión de la plaza de director de la Banda Municipal madrileña, tras copioso cortejo de dictámenes, parecer, opiniones, todos los cuales podrían ser encabezados con las intervius que por estas semanas viene publicando «Heraldo de Madrid». Sí; para entonces, si no para antes, ya se habrá de- M u cidido si el procedimiento más oportuno es la designación libre, efectuada por quienes entonces tengan la gestión de los intereses municipales madrileños; o la designación condicionada, tras un concurso de méritos éticamente elaborado; o la aceptación del candidato propuesto por un tribunal competente, honrado y fiel, tras unos escrupulosos ejercicios de oposición donde se habrán tenido en cuenta las virtudes éticas, las aptitudes estéticas, los conocimientos técnicos, el espíritu vocacional, la perseverancia en el trabajo, las do tes para el mantenimiento de la disciplina, y otros cuantos aspectos—aparte los legales y leguleyescos—cuya confluencia en una sola persona la haría merecedora de aquel puesto musical... «Madrid, Madrid, —patria del ardid», como se cantaba en un teatro madrileño a fines del siglo XVIII... JESÚS A. RIBO BARCELONA.—La Orquesta Pablo Casáis inauguró sus acostumbrados conciertos de otoño, en el «Palau». Los conciertos de esta magnífica orquesta se han reanudado con todos los honores: con un programa cuyo inteligente eclecticismo unía Bach a Ricardo Strauss y Boccherini a Beethoven, y con la intervención de un solista realmente excepcional, como es el violonchelista Mauricio Eisenberg, aclamado ya unos días antes por los socios de la Cultural. Abrió esta sesión inaugural el «Concierto de Brandemburgo, núm. i», en «fa» mayor, de Juan Sebastián Bach, una de las obras que todavía hoy conservan la imperecedera vitalidad de la música del maestro de Eisenach, y que en el violinista Enrique Casáis, los trompas Bonell y Méndez, los oboes Caries, Ros y Montoliu, el fagotista Goxens y el pianista José María Roma, halló unos inmejorables ejecutantes. El violonchelista Eisenberg interpretó el Concierto en «si» bemol de Boccherini y demostró conocer la obra hasta en sus menores detalles. Y la tocó con rara perfección instrumental, con sentimiento, con pureza de estilo. Eisenberg, brillantemente secundado por la orquesta, consiguió un gran éxito, y fué llamado repetidamente al hemiciclo. Su arte, como el del viola Juan Ribas, brilló luego en el «Don Quijote», de Strauss, obra tal vez la más característica del descriptivismo barroco del compositor austríaco. Beethoven con su cuarta Sinfonía, llenó la parte central del programa. Pablo Casáis fué un intérprete profundo, rico de emotividad expresiva y siempre pronto a identificarse con el espíritu de cada obra. El segundo concierto de esta Orquesta fué también un gran éxito. Varias interesantes atracciones contenía el programa, en el que colaboraron artistas catalanes bien conocidos y apreciados. El maestro Baltasar Samper dio a conocer, bajo su dirección, al público de estos conciertos, una de sus últimas producciones sinfónicas: «Recital de pagesía», y reprodujo, además, sus bellas «Danzas mallorquínas». En ambas obras colaboró el reputado pianista Ricardo Vives. En la parte central del programa reapareció, después de larga ausencia, otro pianista notabilísimo: Bienvenido Socías, interpretando el Concierto en «mi» bemol de Mozart. Completaron el programa otro concierto Brandemburgués, de Bach, y la gran Sinfonía en «do» mayor de Schubert, obras todas que fueron dirigidas por Pablo Casáis. Para compartir con el maestro Casáis la dirección de la orquesta en esta serie de conciertos otoñales, se ha obtenido la colaboración de los eminentes directores E. Fernández Arbós y Volkinar Andreae, célebre músico suizo, este último, que actuó ya hace años en esta capital, en una serie de conciertos organizados por el «Orfeó Cátala». La Asociación de Cultura Musical ha comenzado sus tareas ofreciendo programas muy interesantes e intérpretes de gran altura. Fueron éstos el pianista Kurt Engel y el violonchelista Mauricio Eisenberg. El primero ofreció un programa muy sugestivo compuesto de obras que no es frecuente hallar en los programas habituales. Seguro y plenamente formado, Engel une a la técnica del virtuoso, una finí253 M u sima sensibilidad artística que no le permite el exceso de técnica virtuosista. Así, sus dotes de artista le aseguraron el triunfo en las tres obras de Debussy que figuraban en programa, en el rondó (op. 129) de Beethoven, en la rapsodia 12 de Liszt y en su acertado tributo a la música moderna: primeras audiciones de Marx y Cesare Nordin, y la original «Sugestión simbólica», de Prokofieff. Eisenberg, discípulo de Pablo Casáis, supo mantenerse en su lugar preeminente de concertista al interpretar un programa con obras de Brahms, Valentini, Bach, Casáis, Halffter y Schumann. Se le aplaudió abundantemente, teniendo que ofrecer varias obras fuera de programa. Al piano, Alejandro Vilalta con su bien manifiesta pericia de acompañante. La «Associació Obrera de Concerts» ha inaugurado su curso de audiciones musicales con la presentación de la «Orquestra Valenciana de Cambra», meritísima y renombrada corporación fundada y dirigida por el maestro Francisco Gil, cuyo éxito artístico ha sido notable por lo sugestivo del programa y la calidad del conjunto instrumental formado por destacados profesores y dirigidos con entusiasmo por el maestro Gil. La Asociación de Estudiantes de la Escuela Municipal de Música dio su XXI Concierto en la Sala Studium a cargo del Cuarteto Lyceum, formado por los profesores Luis Benejam y M iguel Domingo, violines; Juan Casáis, viola, y Roberto Torres, violonchelo El programa muy interesante y muy bellamente interpretado. En los salones de la Academia Marshall, ofreció la niña de diez años Alicia de Larrocha una interesante sesión de piano. Los aplausos que se dedicaron a la precoz concertista fueron numerosos y constantes, teniendo que dar fuera de programa dos obras más. Los parabienes fueron numerosos para la concertista y su profesor, el maestro Marshall. A juzgar por los preparativos que tiene ya ultimados el inteligente empresario del Liceo, don Juan Mestres, la temporada de 1935-36 adquirirá un extraordinario relieve. Nota saliente de la nueva temporada S54 será la actuación del primer cuadro de artistas del Teatro Nacional de Praga, artistas cuya visita tendrá carácter oficial. Para el repertorio italiano han sido contratados los cantantes de más prestigio en la actualidad. Aparte Mercedes Capsir, la diva catalana, figurarán en la lista de la Compañía Teiko-Kiva, soprano japonesa que ha obtenido grandes triunfos en los principales teatros líricos; Lauri Volpi y otros tres tenores—Bataglia, Merino y Masini— que constituyen el más firme sostén de la ópera en Italia. Wágner y Mozart llenarán la parte alemana de la temporada, aquél con la Tetralogía íntegra, y el músico de Salzburgo con «Cosí fan tutte» y «Un rapto en el Serrallo». El arte ruso estará representado por Rimsky-Korsakoff. La música española no quedará olvidada. «María del Carmen», de Granados, y «La princesa Margarita», a la que el maestro Pahissa ha añadido un nuevo acto, serán representadas con todo decoro. Entre los directores que actuarán en esta temporada lírica, merecen destacarse, por su prestigio indiscutible, los nombres de Elmendorff, Szenkar, Lamote de Grignon, Steiman, Podestá, y el famoso maestro de la Ópera Nacional de Praga, Alexander Zemlinsky. La Banda Municipal ha reanudado sus conciertos del Palacio de Bellas Artes con el mismo éxito de público que ya consiguieron las anteriores temporadas. Los programas, magníficamente cuidados y escogidos por la insuperable visión artística del maestro Lamote, son complemento insustituible de la magna labor cultural que sigue prestando la Orquesta Municipal de Instrumentos de Viento al pueblo barcelonés, bajo la dirección técnica y espiritual del maestro Juan Lamote de Grignon. TRISTÁN EXTRANJERO CHECOSLOVAQUIA. — Después del reestreno de «Fréres Karamasow» de Otakar Jeremías, el Teatro Nacional de Praga presentó, durante unas sesiones dedicadas a la danza, dos novedades dignas de mencionar. Josef Charvat dirigió la M u Suite «Les Brigands» de Karol Szymanowki, mientras que Miroslav Pone interpretó su nuevo ballet «Fortunes» y «Petrouchka» de Strawinsky. Bajo la dirección del maestro Heinricb Swoboba se ha dado un concierto en colaboración con el Orfeón alemán con un programa en el que se daba la primera audición de una Sinfonía inédita, en «mi mayor», de Schubert, descubierta y arreglada por Félix Weingartner. Para conmemorar el setenta y cinco aniversario del nacimiento de Joseph Bohuslav Foerster, el Teatro Nacional checo dio una representación de su ópera «Jessika», tomada del Mercader de Venecia de Shakespeare. La obra, bajo la dirección de Otakar Ostrcil, resultó bien interpretada y causó buena impresión. La primera representación de la nueva ópera de Otakar Ostrcil, titulada « Honzovo Kralovstvi» (el Reino de Juan), fué un gran triunfo para el compositor, que dirigió él mismo su obra. La sala aclamó con entusiasmo al autor e intérpretes. Con ocasión del Congreso católico celebrado en Praga, el Teatro alemán representó «Cenodoxus, docteur de París», escrito por Jacobo Bidermann en 1609, y revisado por J. Gregor. Al comienzo de la sesión, Erich Kleiber dirigió un andante desconocido de una Sinfonía postuma de Bruckner. En estos festivales sinfónicos se oyó por vez primera una escena déla óp¿ra «Die Jakobsfahrt» de Fidelio Finke, con el concurso de Vera Mansinger, Elisabeth Hafenbradl y Josef Schwarz. La Sociedad Pritom.nost ha dado a conocer varias novedades checas: «Chansons du petit enfant» de Miroslav Krejci; dos «Nocturnos» para violonchelo y piano de Emil Hlobil; «Dúo para violín y violonchelo» de Karel Haba; «Chansons malaises» de Vladimir Polivka; «Sonata» para violín y piano de Félix Zrno; «Boutiques de foire» para canto y piano de Dalibor C. Vackar. ESTADOS UNIDOS.—Ha asumido el cargo de director general del Metropolitan de Nueva York el tenor canadiense Edward Johnson, conocido en el mundo del artecOn el nombre de Eduardo Di Giovanni. A la dirección del gran teatro neoyorquino ha pasado Edward Johnson por el repentino fallecimiento de Mr. Herbert W itherspoon, que dos semanas antes había sido designado director general del Metropolitano, en reemplazo de Gatti Casazza, quien ejerció el cargo durante veintisiete años consecutivos. Mr. Witherspoon comenzó por notificar a un importante núcleo de artistas, de tiempo atrás vinculados al Metropolitan, que había resuelto prescindir de sus servicios para la próxima temporada, entendiendo que algunos costaban más de lo que valían, y que otros—entre éstos Rosa Ponselle y Lawrence Tibbet—no podían consagrarse, como era debido, a la ópera, solicitados como estaban por la radio, los conciertos de conjunto—orquesta, coro y baile—poniendo a su frente a los mejores directores. Para la dirección musical, contaba con Arturo Bodanzky y Héctor Panizza. La del coro—ejercida durante todo el período de actividad Gaiti Casazza por Giulio Setti—la confiaría a Konrad Neuger. Y en el deseo de incorporar al programa algunos «ballets»—visto el interés con que el género se sigue en otros escenarios—y de modificar los de las óperas de repertorio, Mr Witherspoon buscaba un coreógrafo de autoridad. Según ha trascendido, uno de los candidatos más serios para esa función era Boris Romanoff. En la lista de óperas para la próxima temporada predominan las llamadas de repertorio. El único compositor viviente que aparece en ella es Mascagni, con «CavaHería rusticana». La dirección ha declarado que incorporará alguna nueva producción de autor norteamericano, siempre que sea realmente digna de ser conocida. Mr. Johnson se propone renovar, hasta donde sea posible, elementos materiales—decorado, vestuario, etcétera.— que responden a principios teatrales caducos. Pero para ello, como para cuanto se relacione con la marcha del teatro, deberá Mr. Johnson recabar la aprobación del Comité consultivo que se ha creado y que intefiran Lucrecia Bori, John Erskine, Corneius N . Bliss y Alien Wardwell. 255 M N OTI Cl ARI O La Banda Republicana acaba de obtener en Francia uno de sus mayores éxitos. Sus conciertos han sido entusiásticamente aplaudidos, habiendo recibido felicitaciones especiales el ilustre maestro Vega, director de esta gran agrupación musical. En cl próximo número de MUSICOGRAFÍA podrán nuestros lectores apreciar la labor altamente cultural de esta insuperable Banda, y la elevada categoría musical de que goza su director, el maestro Don Emilio Vega, al leer con detalles la excursión artística de la citada Banda, en artículo especial que dedicaremos, muy honrados, para divulgar entre la opinión filarmónica española el interés artístico y patriótico que suponen los éxitos de la Banda Republicana española en sus actuaciones en país extranjero donde suelen mirarse con más respeto y entusiasmo nuestras manifestaciones musicales. La Academia Real de Italia ha instituido un Premio San Remo, de 50.000 liras, para un poema sinfónico dedicado al emperador romano Augusto (Cesar Octavius), con motivo de cumplirse el año 1937 el segundo milenario de su nacimien to. El plazo de admisión para los manuscri- ARTES GRÁFICAS tos se cierra el día 31 de julio de 1936. Para la obtención de datos precisos, los compositores interesados pueden dirigirse a la Oficina de Propaganda del Casino de San Remo. La revista «Modern Music», de Nueva York, publica un artículo de Hans Eis1er, titulado «Reflexiones acerca del porvenir del compositor». Para este escritor, la música actual constituye una especie de enfermedad. Las causas de este mal hay que buscarlas en el completo y voluntario aislamiento de los compositores más destacados, en su apartamiento de los problemas vitales de nuestra época. «El compositor de hoy—escribe Eisler—es un parásito que vive de la sangre de algunos «snobs» y de la benevolencia de personas adineradas y poco numerosas». Y añade que en ningún sitio se advierte la existencia de un arte social. Es decir, de un arte que exprese las esperanzas y los ideales de nuestros contemporáneos. Desde luego, el tema del artículo de Eisler es por demás sugestivo. La célebre «Historia de la Música» de Burney, publicada en 1776-1789, acaba de ser reeditada en Londres. MANUEL VIDAL MO NO V AR