La mujer en la medicina. Una historia clínica de misoginia

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La mujer en la medicina. Una historia clínica
de misoginia
Salvador Rosales y de Gante,1
José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll,
Domingo Pérez González
Introducción
La mujer generalmente ha sido excluida de la práctica médica a través de la
historia de la medicina. Este artículo intenta recuperar la memoria histórica de las
mujeres en la medicina, donde se descubre que ésta no es objeto pasivo, sino que
aparece como un sujeto histórico en la medicina; muestra, las determinaciones
irracionales de una sociedad misógina, sexista y explotadora, donde el poder
dependía de la representación de la masculinidad al mismo tiempo que reprimía
y marginaba a la mujer. Se recuerdan también, algunas mujeres ejemplares como
Agnodice en la Grecia clásica, o como Elizabeth Garret Anderson de finales del
siglo XIX, que para ser reconocidas como médicas enfrentaron valientemente los
prejuicios misóginos de la sociedad en que vivieron.
Este artículo está dirigido a recuperar desde la memoria histórica a la
mujer dentro de la medicina. La recuperación debe vincularse con la búsqueda
de una nueva historia, no la que nos dice únicamente quiénes fueron los
privilegiados hombres que fundaron en la razón y la tekhne una nueva
disciplina de curación, sino de aquella que busque las causas y las
determinaciones de por qué la mujer quedó excluida de la vida social, cultural,
política y académica. Esta "nueva historia" no favorece al hombre como sujeto
pensante y racional; por el contrario, muestra las determinaciones irracionales
de una sociedad misógina, sexista y antidemocrática, donde el kratos (poder)
dependía de la representación de la masculinidad al tiempo que reprimía y
marginaba socialmente a la mujer.
––––––––––––––
1
Profesores e investigadores del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina,
Facultad de Medicina - Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
Clío, 2004, Nueva Época, vol. 3, núm. 31
Las aportaciones de las mujeres a la medicina, desde su concepción
mágico-religiosa hasta la constituida a la manera del arte y la ciencia, han
sufrido altibajos a lo largo de la historia. No es fácil desenterrar un pasado que
parece inexistente, cuya tumba no está prevista en la arqueología de la ciencia,
pues para muchos siempre fue evadida esta parte de la invención de la historia
de la medicina que descubre que la mujer no sólo no es objeto pasivo, sino que
puede aparecer también como un sujeto histórico de la salud y la enfermedad,
en la modulación de la construcción de la tekhne iatriké.
La mujer en la medicina primitiva
Hablar de la medicina primitiva es diferente, pues aunque también aquí
encontramos manifestaciones de exclusión de la mujer, existen algunos ejemplos
de participación importante de las sacerdotisas, magas y hechiceras como
sanadoras y encargadas de cultos de diverso tipo relacionados con la salud, la
enfermedad y la curación. En las primitivas sociedades la forma de producción
basada en la esclavitud se manifestó de manera distinta en Oriente y en
2
Occidente. En el Oriente, el sistema de esclavitud se desarrolló dentro del marco
de grandes Estados que se expandían sobre enormes superficies, junto a
fecundos valles fluviales. Este entorno natural impulsó las labores del campo
como rama principal de la economía que se fundaba en la dura explotación del
trabajo de los esclavos. Para asegurar la brutal explotación era necesaria la
presencia de un Estado centralista, despótico y teocrático, con monarcas
identificados como dioses con severas reglas prescritas por éstos, respetadas
como voluntad divina.
Las difíciles circunstancias de la vida cotidiana y la configuración social
tan atrasada, dificultaron al máximo la posibilidad de una reflexión teórica y
filosófica en todos los órdenes del pensamiento, pero principalmente del
pensamiento sobre la sociedad. En estas sociedades las relaciones e
instituciones fueron implementadas como instrumentos prácticos para asegurar
la conducta y la ejecución de determinadas actividades, con preceptos de tipo
pragmático y didáctico. Entonces las relaciones sociales eran presentadas como
eternas y la presencia de algún cambio eventual se interpretaba como fruto del
destino, completamente independiente de la voluntad del hombre. En estas
circunstancias no existió un claro enfrentamiento por el poder social entre
géneros, pues la mujer participaba en la producción social, en igualdad de
––––––––––––––
2
Markovic Mira, Sociología, México, EDAMEX, 1999, p. 43.
26
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circunstancias con su esfuerzo, lo que puede explicar que no tuviera
impedimentos para ejercer algunas actividades como la medicina.
Las tradiciones orales de las primeras sociedades hablan de la mujer
como recolectora y descubridora de las propiedades medicinales de las plantas,
y se dice que ya en el año 3000 antes de nuestra era las mujeres estudiaron y
trabajaron como médicas y cirujanas. Por ejemplo, en la antigua civilización
egipcia, el ejercicio de la medicina correspondía sobre todo a los sacerdotes,
pero también existía una clase médica laica y, más aún, algunas de las escuelas
de medicina estuvieron dirigidas por mujeres, en ellas se enseñaba esta práctica
a alumnas de todo el mundo antiguo cercano a esa milenaria cultura. El papiro
3
médico Kahoun, compuesto hacia 1850 antes de nuestra era, que trata de
ginecología médica, obstetricia, veterinaria y aritmética, indica que había
mujeres especialistas en ginecología, cirugía y enfermedades de los huesos y
en él se refiere que en el templo de Sais puede leerse la siguiente inscripción:
“Vengo de la escuela de medicina de Heliópolis y estudié en la escuela de
mujeres de Sais, donde las divinas madres me enseñaron a curar las
enfermedades”.
La mujer en la medicina Clásica
Por otro lado, recordemos que la antigua Grecia contaba por primera vez con las
condiciones indispensables para el estudio sistemático y profundo de la sociedad.
Tales condiciones se refieren en primer término a la organización política de la
4
sociedad griega en polis, bajo la premisa de que la participación en todos los
asuntos de la polis era un deber de cada individuo para la comunidad y para
consigo mismo. La principal característica de la vida política era el debate, tenía
lugar en la plaza (el ágora), donde se celebraban asambleas a las que asistían
todos los ciudadanos libres. Se comprende que para que existiera esta posibilidad
se necesitaba de la existencia de esclavos, de cuyo trabajo se sostuvo la primera
sociedad democrática de la humanidad.
El trabajo de los esclavos de la antigua Grecia era mucho más productivo
5
que el de los esclavos de los estados de Oriente. El nivel más elevado de las
fuerzas productivas condujo a la aparición de nuevas actividades económicas y
políticas para los hombres –es decir, los hombres libres– y también originó una
nueva estructura de la sociedad en donde las mujeres, por su condición de
––––––––––––––
3
Pedro Laín Entralgo, Historia de la Medicina, Barcelona, Salvat Editores, 1982, p. 17.
La palabra polis significaba ciudad, ciudad-estado, país natal, pero también comunidad,
principio político, institución y pueblo.
5
Mira, Sociología…, p. 45.
4
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género y después de clase, fueron marginadas de las actividades sociales,
económicas, políticas y culturales de la polis. Sin entrar en detalles, solamente
recordaremos que en esta cultura se iniciaron los estudios sobre los problemas
de la sociedad. Sobresale al respecto la obra de Platón y posteriormente la de
Aristóteles, cuyo trabajo teórico se orientó hacia la investigación de la sociedad
en la cual vivió. Después de Aristóteles surgieron varias escuelas, como la
epicúrea, la cínica y la estoica, que igualmente encararon la realidad social y
encontraron en ella cada vez más argumentos para justificar la desigualdad en
la sociedad y entre las personas, así como entre los géneros.
En los años anteriores a la antigüedad clásica, los griegos transformaron
algunos templos en hospitales y en los cultos a Asclepio las mujeres
6
participaban realizando y apoyando prácticas médicas. Posteriormente, en lo
que se ha denominado el Siglo de Oro, de Pericles, por motivos políticos
relacionados con la representación del poder, a la mujer helénica se le prohibió
ejercer la medicina que se desarrollaba dentro del concepto de la tekhne iatriké,
aunque las prácticas medicas en los asclepiones conservaron a las sacerdotisas,
y los oráculos a las pitonisas.
En la antigua Atenas existió por muchos años una ley que prohibía a toda
mujer el ejercicio de la medicina e inclusive prácticas como la obstetricia le
fueron vedadas al género que traía a este mundo a los nuevos griegos. Esta
situación provocó grandes inconvenientes a las futuras madres antes y durante
el parto, ya que frecuentemente no querían ser auxiliadas por los hombres, que
en muchas ocasiones provocaban la pérdida del producto de la concepción, e
inclusive, con frecuencia, la muerte de la madre. Higinio, historiador romano,
escribió sobre este hecho y de cómo las mujeres se unieron para luchar en una
causa común. Este historiador refiere que Agnodice, mujer ateniense, hacia el
año 300 antes de nuestra era se vistió de hombre y fue a estudiar como varón
medicina y obstetricia con Herófilo de Calcedonia, famoso médico y
anatomista de Alejandría. Cuando volvió a Atenas, todavía disfrazada de
hombre, ejerció la medicina con éxito entre las mujeres de la aristocracia.
Algunos médicos atenienses se sintieron celosos de sus éxitos y la acusaron
“como hombre”, de ser “uno que corrompe a las esposas de los hombres”.
Contra todo pronóstico, Agnodice siguió atendiendo a sus pacientes, con falsa
––––––––––––––
6
Principalmente participaban personificando a Epiona, Hygyeia y Panakeia; la primera
controlando el dolor, la segunda dando normas higiénicas y dietéticas y la tercera preparando
medicamentos. Posiblemente la participación de la mujer fue más extensa, vigilando y cuidando a
los pacientes convalecientes. J. G. Rodolfo Cortés Riveroll, “Asclepio dios de la medicina”, en
Ciencia e Investigación en Salud, vol. III, núm. 3, 1999, p. 331.
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identidad de travestido masculino, confesando en secreto a sus enfermas su
verdadero género, generando confianza entre su consulta.
Los médicos, a quienes Agnodice con la curación de las mujeres quitaba
una considerable parte de sus ganancias, se confabularon nuevamente en su
7
contra acusándola en el Areópago de ilícitas intimidades con el otro sexo. Al
comparecer ante la autoridad de esa época, Agnodice reveló entonces a los
jueces que era mujer, desnudándose públicamente con el fin de demostrar la
falsedad de las acusaciones y de que eran calumnias los señalamientos contra
ella de abuso sexual hacia las mujeres que atendía. Sin embargo, estos hechos
motivaron que el juicio fuera ahora por otra causa, se enfocaron a la violación
de la ley que prohibía a las mujeres ejercer la medicina; por consiguiente, fue
encontrada culpable y condenada a la pena de muerte. Las mujeres de la ciudad
presentándose ante los jueces amenazaron morir con ella si era ejecutada y la
resistencia organizada funcionó: Agnodice obtuvo el respeto público y se le
permitió por la asamblea seguir ejerciendo la medicina vestida y peinada como
quisiera. Entre el mito y la realidad, la vida de Agnodice revela cómo fue que
esta mujer ateniense, ferviente estudiante de la ciencia superó con valentía y
tenacidad las reglas de su tiempo, al disfrazarse de hombre para poder estudiar
8
y ejercer la medicina.
Otro espacio meritorio de la visión reivindicatoria de la mujer en la
historia de la ciencia y la medicina lo merece María la Judía, que firmaba sus
obras como “Mirian la Profetisa” – aludiendo a la hermana de Moisés– lo que
provocó que algunos historiadores asegurasen que la Mirian bíblica era
alquimista. En realidad, María la Judía vivió en Alejandría entre los siglos I y II
de nuestra era. Fue inventora de complicados aparatos de laboratorio para la
destilación y sublimación de materias químicas y aportó elementos importantes
para sustentar, desde su época, las bases teóricas y prácticas de lo que en siglos
posteriores constituiría la química moderna.
La influencia de sus invenciones trascendió épocas y lugares, y aún hoy
día, en los albores del siglo XXI, en plena etapa de la ciencia tecnológica, su
célebre balneum Marie sigue siendo una pieza esencial para el laboratorio
científico técnico y también para el laboratorio doméstico que constituye la
actual cocina. El baño María se usó desde tiempos de su inventora como se
usa actualmente: para calentar humedeciendo. Se sabe que esta extraordinaria
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7
Tribunal Superior en Atenas.
Pedro Laín Entralgo, Historia Universal de la Medicina, tomo II, Antigüedad Clásica,
Barcelona, Salvat Editores, 1972, p. 169.
8
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inventora también fue la creadora del alambique y el xerotakis, que según los
especialistas es su mayor aporte a la alquimia occidental.
La civilización romana no dejó tras de sí huellas importantes en la
historia del pensamiento social, que en general se respaldó en la concepción de
la sociedad nacida en la antigua Grecia. El ingenio romano se ocupó más bien
de problemas relacionados con la organización, sobre todo con el orden
jurídico de su gran Estado. El resultado de este esfuerzo fue un extraordinario
sistema jurídico que la sociedad romana legó a la humanidad como herencia
perdurable. La circunstancia anterior puede explicar el hecho de que la mujer
romana gozara de una mayor consideración social que la mujer griega. En esta
época fueron reconocidos, con limitaciones, algunos derechos de la mujer,
como la posibilidad de hacer estudios y practicar algunas profesiones, como la
medicina.
En Roma, siglos después de Pericles, las mujeres fueron aceptadas como
médicas, algunas incluso lograron alcanzar un gran prestigio y es posible que
la medicina fuera la única profesión en la que tuvieron cabida las mujeres
romanas; muchas de ellas escribieron tratados fundamentales, como Filista y
Lais que fueron especialistas en obstetricia. Salpe de Lemmos escribió sobre
las enfermedades de los ojos y Metodora sobre las del útero, estómago y
riñones.
Los tratados de Aspasia –médica especializada en obstetricia, ginecología
y cirugía que vivió en el siglo II– fueron los escritos femeninos sobre
anticonceptivos y abortifacientes más importantes hasta el siglo XI. Aunque la
mayoría de sus obras se perdieron, éstas se conocen por las referencias de otros
médicos que posteriormente hicieron alusión a los tratados de Aspasia,
particularmente Aetius, que en sus trabajos elogia a esta médica por sus
conocimientos y procedimientos diagnósticos sobre la posición fetal y también
por sus tratamientos de la dismenorrea. Aetius describió el método de Aspasia
que se caracterizaba por la aplicación de lociones calientes hechas con
preparados naturales, usualmente de hierbas. Además de recomendaciones
postoperatorias, también prevenía del embarazo a mujeres para quienes
hubiese constituido un gran riesgo, y descubrió métodos para inducir abortos,
además de sugerir tratamientos para las malas posiciones del útero. Por último,
creó y dio instrucciones sobre una variedad de operaciones quirúrgicas para
prevenir las várices del útero y las hernias.
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9
Aparato usado para secar rápidamente.
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La mujer en la medicina medieval
En los años siguientes a la caída del Imperio Romano se recrudeció el ya difícil
panorama para la mujer como sujeto social. La medicina técnica se convirtió
paulatinamente en una práctica empírica y religiosa hasta desaparecer del
contexto cotidiano de los médicos la noción paulatinamente suprimida de la
physis griega y ser suplantada por la idea de que la enfermedad es pecado, y de
que finalmente el único médico es el propio Dios, en donde los clínicos
solamente son, en el mejor de los casos, instrumentos de la divinidad. La
medicina y toda la actividad intelectual europea de esta etapa se revisten de
oscuridad, dando lugar a la aparición de la Edad Media, con su modelo social
representado por el feudalismo.
Durante el tiempo que duró el feudalismo, la religión representó el factor
dominante del pensamiento, de modo que los estudios sobre la sociedad y
también sobre la medicina tuvieron un profundo carácter religioso. El
feudalismo constituye el periodo en que la sociedad se vincula a fuerzas ajenas
al hombre, sobrenaturales y omnipotentes, que desde el cielo regulan la vida de
la tierra; la institución dominante es la Iglesia, interlocutora entre el cielo y la
tierra. Si la educación médica dejó de tener la cualidad de ser laica, los
interesados en la práctica médica por lo general debían tomar los hábitos
monásticos y seguir las reglas de estas congregaciones como la de San Benito
10
de Nursia, haciendo su práctica y formación más difícil aún para los
hombres, mientras que para las mujeres las posibilidades de estudio de la
medicina se volvieron imposibles.
Hay sin embargo una notable excepción: La monja benedictina
Hildegarda de Bingen (1098-1179), conocida como la Sibila del Rin y
canonizada poco tiempo después de su muerte. Es la primera mujer de ciencia
cuyas obras nos han llegado intactas. Aunque no enseñó cátedra alguna,
produjo varios tratados filosóficos y médicos. Sus obras son consideradas un
monumento de la medicina monástica, donde señala que el fenómeno de la
11
enfemedad se basa en la interacción psíquica del organismo. Aunque existe
la certeza sobre la autenticidad de sus escritos visionarios, no están aclaradas
aún las fuentes de su vasto saber. Su obra Physica (1140) consta de 9 libros
con 513 capítulos; entre 1150 y 1160 redactó varios textos como Liber
––––––––––––––
10
La regla benedictina (Regula Benedicti) se basa en la oración y el trabajo. Exigía a los
monjes no sólo su retiro de la vida mundana, sino también aspirar a la moralidad, preocupándose
en cuerpo y alma de los sanos y los enfermos.
11
Heinz Schott, Crónica de la medicina, 3ª edición, México, Intersistemas SA de CV, 2003,
pp. 92-93.
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subtitlitatum diversorum naturarum creatorum, Liber simplicis medicinae, De
naura Verum, Liber compositae medicinae y en 1163 escribió Causae et
curae. El contenido de sus textos presenta una visión religioso-mística del
cosmos y del hombre, combinando de una manera anticipatoria para su tiempo,
ciertos conceptos de la cosmogonía antigua y un amplio conocimiento
empírico de la naturaleza que la rodeaba, en donde el hombre y el mundo
forman un conjunto unitario en el que todo está relacionado. Para Hildegarda,
como para muchos místicos de la época, el hombre perdió su inmortalidad con
el pecado original y desde entonces está obligado a luchar contra las
enfermedades y la muerte para mantener su salud, pero, a diferencia de otros
místicos, para ella, el mundo no es despreciable, sino que en él hizo Dios una
12
obra maravillosa. Consideraba que el ethos de un médico no reside en sanar,
sino en la misericordia que para otros tiene. La obra de Santa Hildegarda, que
tuvo fama pero no continuación, es algo así como un canto de cisne del
13
pensamiento alegórico de la alta Edad Media.
En la baja Edad Media, hacia los siglos XII y XIII, la medicina se convirtió
en una disciplina que necesitaban, para su ejercicio, que el profesional tuviera
una educación universitaria. A excepción de algunas de las universidades
italianas, todas las demás universidades europeas estaban vedadas para las
mujeres. En medicina hubo un campo en que la mujer siempre fue aceptada e
incluso preferida a través de la historia: la obstetricia. Sin embargo, su
exclusión de la vida académica produjo como consecuencia directa que las
mujeres fueran relegadas de la práctica de la ciencia médica galénica medieval,
dejando de ser médicas y transformándose de obstetras en comadronas.
La mujer en la medicina moderna
Sin embargo existen algunas singularidades en la práctica médica, como la de
quince mujeres médicos autorizadas para ejercer la profesión en el siglo XIV en
Alemania, número que se incrementó considerablemente en el siglo XV, pero
exclusivamente porque el emperador de entonces había contratado a las mujeres
médicas para que atendieran a los enfermos pobres, evitando así recurrir a los
hombres, cuyos servicios eran más costosos.
En realidad, la cultura misógina (anti-femenina) fue el motivo
fundamental de proscribir a la mujer no solamente de la práctica médica, sino
––––––––––––––
12
Alberto García Valdés, Historia de la Medicina, Madrid, Interamericana – McGrawHill, 1987, p. 140.
13
Juan R. Zaragoza, La medicina en la Edad Media latina, en Laín Entralgo, Historia
Universal…, tomo III, pp. 181-240.
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en general de todas las actividades profesionales y de manera directa de las
disciplinas científicas. Para la mujer formada como practicante de la medicina
no valieron los estudios realizados, ni la calidad de su práctica profesional; la
condición de mujer se antepuso a cualquier otra razón, como la de sus
conocimientos, que frecuentemente se mostraron superiores a los de sus
análogos masculinos.
Un personaje relevante en la medicina es sin lugar a duda William Hunter
(1718-1783), médico y cirujano inglés, gran anatomista y precursor de la
moderna tocología, pues la explicación del embarazo que realizó después de
una larga vida profesional, publicada algunos años antes de su muerte, dio pie
14
al nacimiento de la obstetricia como una rama completa de la medicina.
Hoy sorprende que para su época –finales del siglo XVIII– Hunter haya
logrado hacer correlaciones entre anatomía y función, que aparentemente no
tenían antecedentes en la medicina. Este hecho convierte en relevantes los
trabajos que muchos años antes, incluso siglos, hicieron las comadronas sobre
estos temas. Trabajos de aquellas mujeres a quienes se les había limitado la
posibilidad de estudiar medicina, que ejercieron el arte de partear y que a pesar
de las restricciones académicas a las que se les sometió, fueron capaces de
lograr importantes aportes, que se muestran en sus obras, hoy rescatadas y cada
vez más conocidas, pero que en su momento generalmente fueron
menospreciadas por varias generaciones de médicos “formados
académicamente”, porque estos conocimientos habían sido obtenidos por
mujeres que además no contaban con los títulos universitarios. Veamos
quiénes fueron algunas de ellas:
Luoyse Bourgeois (1563-1636) asoció la mala alimentación como factor
de la anemia y fue la primera en tratar con hierro la clorosis o anemia de los
adolescentes. Su determinación de tratar la causa de la enfermedad antes que
los síntomas y divulgar sus descubrimientos la convirtieron en una de las
autoras de tratados médicos en su época.
Marguerite de Terte, quien en 1677 registró sus experimentos sobre el
líquido amniótico y el suero sanguíneo.
Mari Anne Victorine Boivin, que en 1773 hizo descubrimientos
anatómicos originales relacionados con el embarazo, fue quien por primera vez
utilizó un estetoscopio para escuchar el corazón del feto. Su obra sobre las
––––––––––––––
14
William Hunter, “Descripción anatómica del útero grávido y su contenido”, en J. G.
Rodolfo Cortés Riveroll, Domingo Pérez González y Salvador Rosales de Gante, Lectio et
disputatio, Puebla, BUAP, 2003, pp. 190-203.
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enfermedades del útero fue durante muchos años libro de texto primordial para
el estudio de la ginecología.
Charlotte von Sichold Heidenreich, que en 1817, fecha posterior a la
muerte de Hunter, publicó sus trabajos donde comunica avances sobre el
tratamiento de los embarazos extrauterinos.
Otro hito de la historia de la medicina que toma relevancia para este
trabajo está relacionado con la vida y obra del científico Ignaz Phillip
Semmelweis (1818-1865), que a los 26 años de edad ocupó el cargo de
ayudante médico en la primera clínica obstétrica en Viena. Cuando inició su
trabajo, la fiebre puerperal se consideraba como una secuencia nefasta y
frecuentemente compañera del parto, causante de numerosos fallecimientos de
mujeres atendidas en las salas de partos de los hospitales. Las parturientas que
eran atendidas en el Hospital General de Viena provenían de los estratos bajos
de la sociedad, eran indigentes. Las mujeres de familias pudientes se atendían
en sus hogares. En su trabajo inicial Semmelweis observó que de 208 ingresos
en el primer mes que se hizo cargo de su puesto murieron 36 parturientas
atendidas en las salas de obstetricia. Su investigación señalaba que en las salas
de parto atendidas por parteras (comadronas) la mortalidad materna no pasaba
del uno por ciento, no así las salas atendidas por médicos o por estudiantes de
medicina, donde los fallecimientos de las parturientas llegaban a más del 10
por ciento. Al continuar su investigación concluyó que la causa de la elevada
mortalidad eran los propios médicos o estudiantes, que procedían del anfiteatro
de autopsias y después atendían partos sin lavar instrumentos ni sus manos
adecuadamente. Concluyó que el material putrefacto de los cadáveres
transmitido por los médicos era el causante de la fiebre puerperal. A partir de
entonces emprendió una lucha infatigable por obligar a los médicos a lavarse
15
las manos y el instrumental con agua clorada antes de atender un parto.
Su conciencia le impone acabar con lo que considera un asesinato
cometido por ignorancia del personal médico en el trato de sus pacientes y a
partir de sus onservaciones inició una cruzada sin éxito, pues los médicos y las
autoridades sanitarias vienesas de aquel entonces menospreciaron sus
descubrimientos por varios motivos posibles, dos de los cuales son interesantes
para este trabajo: primero, porque sufrió la marginación por el hecho de ser
extranjero en Viena, y segundo, porque su trabajo puso de relieve que la
práctica de la obstetricia realizada por las parteras en esa época era superior a la
de los médicos. Ante la indiferencia médica hacia su trabajo, Semmelweis
––––––––––––––
15
Ignaz Philipp Semmelweis, “Etiología, concepto y profilaxis de la fiebre puerperal”, en
Lectio et disputatio…, pp. 222-238.
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enloquece y al ser internando en el manicomio de Budapest sufre una herida
que le produce una sepsis por la cual muere.
Otro hecho irrefutable fue que en el mundo moderno en general, las
escuelas de medicina estuvieron cerradas para las mujeres hasta la segunda
mitad del siglo XIX. Si alguna estudió medicina lo hizo clandestinamente; el
caso más ejemplar de esta circunstancia corresponde a James Barry (17971865), un oficial médico del ejército británico que gozó de notable reputación
como cirujano por 50 años, quien al morir la autopsia reveló que era mujer; el
departamento de guerra inglés y la asociación médica quedaron tan confusos
que el hallazgo no se divulgó y el doctor Barry fue enterrado oficialmente
16
como hombre.
Después de la revolución francesa, la modernidad legó a la humanidad
muchas sorpresas, una de las más importantes fue la proclamación de los
derechos del hombre, que por supuesto incluyó a los derechos de la mujer. El
resultado, al paso del tiempo y de las diferencias socioculturales, políticas,
económicas y muchas más, fue el paulatino reconocimiento de los derechos
civiles de las mujeres, como la educación, incluidos los estudios de medicina.
A finales del siglo XIX las universidades de varios países del mundo admitieron
a las mujeres como estudiantes e incluso como profesoras o practicantes de la
medicina, ocho países europeos y tres latinoamericanos –México, Brasil y
Chile– lo hicieron; sin embargo, este hecho enfrentó muchas resistencias como
podemos ejemplificar en los siguientes casos:
Harriet Hunt (1805-1875) intentó asistir a clases en la ameritada Harvard
Medical Scholl; en un principio fue aceptada por la facultad, pero a petición
del decano de esta escuela, los estudiantes (todos hombres), rechazaron su
ingreso con argumentos francamente misóginos. Finalmente Mrs. Hunt,
sorteando toda clase de dificultades, obtuvo un doctorado en Siracusa como
médico homeópata. Llegó a ser profesora de obstetricia y enfermedades de la
mujer y los niños en el Rochester College. Más tarde emigró a Londres donde
se dedicó a la frenología.
Elizabeth Garret Anderson (1836-1917), enfermera del Middlesex
Teaching Hospital, estudió con maestros particulares y asistió a todas las clases
de química y anatomía que pudo. Al obtener certificado de honor en todos sus
exámenes, le rogaron que mantuviera en secreto sus éxitos. En 1866, cuando
un renombrado médico visitó la clase y formuló una pregunta que sólo ella
pudo contestar, los estudiantes varones pidieron su expulsión. Como no fue
––––––––––––––
16
Alberts Lyons y R. Joseph Petrucelli, Historia de la medicina, Barcelona, Ediciones
Doyma, 1980, pp. 565-571.
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admitida en las universidades inglesas, estudió francés y se inscribió en la
Universidad de París, que empezaba a admitir mujeres en los cursos de
medicina. Fue la primera mujer en presentarse a los exámenes para obtener el
título de médico, que recibió en 1870, pero el Registro Médico Británico se
negó a reconocer el título expedido en Francia. No obstante, inició con éxito su
carrera de cirujana y fundó una clínica para mujeres. Posteriormente llegó a ser
presidenta de la London School of Medicine for Women y durante 19 años fue
la única mujer miembro de la British Medical Association.
Matilde Montoya (1852-1938) fue la primera mujer médica graduada en
México. Después de estudiar en las ciudades de México y Puebla, recibe en
1873 el título de Obstetra, mas no satisfecha decide continuar con los estudios
preparatorios y después pide su ingreso en la Escuela Nacional de Medicina,
hasta convertirse en la primera mujer mexicana que recibió el título de médico
cirujano, en 1887. Una nota periodística de la época auguraba: "...el ejemplo
dado por la señorita Montoya, asegura la llegada de una nueva era en la que la
mujer, querida como hija, santificada como esposa y adorada como madre,
vendrá a ser por su genio, virtudes e ilustración, la generadora de la idea y la
17
protagonista de la nueva civilización".
Como la criba educacional para la mujer resultó un tamiz muy efectivo,
una salida para cumplir con el derecho a la educación médica de las mujeres
fue la creación de facultades femeninas, tal es el caso de la Facultad de
Medicina para Mujeres de Pensilvania, la primera en su género legalizada en el
mundo moderno, en donde los hombres ocupaban todos los puestos
académicos ya que prácticamente no había mujeres con esta profesión. Fue
hasta la última década del siglo XIX que la existencia de escuelas de medicina
exclusivas para mujeres se hizo innecesaria, debido a que muchas
universidades cambiaron su actitud de rechazo a recibir estudiantes del sexo
femenino. A pesar de este hecho, en muchos países las sociedades médicas
locales, estatales y nacionales siguieron oponiéndose a admitir mujeres como
miembros de estas agrupaciones.
La mujer y la medicina contemporánea
En el siglo XX los cambios económicos, políticos y sociales, posteriores a la
Primera Guerra Mundial originaron nuevos horizontes en la distribución de la
fuerza de trabajo. El cambio más elocuente se presentó en la Unión Soviética,
cuando al poco tiempo del triunfo de la Revolución de Octubre la incorporación
––––––––––––––
17
Ana María Dolores Huerta Jaramillo, Salus et Solatium, Puebla, BUAP, 2001, pp. 104-
105.
36
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al trabajo involucró a casi la totalidad de los habitantes de esa región, incluyendo
por supuesto a las mujeres. La intención de lograr la realización del primer
sistema nacional de salud, al servicio de todos los soviéticos, fue el detonante
para que la mujer se añadiera en gran escala a la medicina, tanto como
profesionales como profesoras en las universidades y desde luego en todas las
profesiones auxiliares de la medicina.
En el resto del mundo también existieron cambios importantes, aunque
de menor grado, pero que derivaron paulatinamente en la afiliación de la mujer
al mercado laboral, principalmente en trabajos poco remunerados; sin
embargo, la creciente política del Estado benefactor estimuló el crecimiento de
los servicios médicos, que se hicieron públicos y esta situación propició que la
mujer se incorporara al trabajo médico en todas sus variedades y niveles. A
pesar de que el número de mujeres que ingresan y egresan de las facultades de
medicina es creciente, al grado de alcanzar o rebasar el mismo porcentaje que
el de los hombres, son pocos los casos de directoras de servicios nacionales de
salud, de hospitales, de centros de atención primaria de salud, de escuelas o
facultades de medicina. Indudablemente, el estatus de la mujer en la medicina
ha mejorado, pero la sociedad aún tiene muchos perfiles misóginos que
superar.
Clío, 2004, Nueva Época, vol. 3, núm. 31
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