Le nozze di Figaro

Anuncio
OTRAS VOCES
Le nozze di Figaro
C
en Cuernavaca
uernavaca, Morelos, nuevamente ha sido noticia.
Esta vez, para bien. Para el arte y la cultura, ya que al
escalofriante y frecuente clima de sangre y violencia
ahora se ha opuesto una opción que si no reconstruye
de golpe el tejido social por lo menos lo conforta. O lo intenta.
La presentación de otro título operístico en el Teatro Ocampo,
de la mano del Instituto de Cultura estatal que lidera Martha
Ketchum y su Compañía de Ópera, artísticamente dirigida por el
barítono Jesús Suaste, es digno de encomio y atención, de apoyo y
continuidad.
Porque sumar tres funciones de Le nozze di Figaro de Wolfgang
Amadeus Mozart los pasados 15, 17 y 19 de julio, a la oferta de
óperas como L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti, Madama
Butterfly de Giacomo Puccini y La traviata de Giuseppe Verdi que
en el último año se han presentado en Cuernavaca constituye un
esfuerzo de proyección y envergadura artística innegable.
Y es así hasta tal punto que una posible crítica a la modesta
pero útil escenografía de Ricardo Salazar, a la no en todo
resuelta dirección escénica de Óscar Flores por falta de mayor
familiaridad con la trama y el género mismo que permitiría
utilizar las transiciones argumento-musicales con total destreza, a
desafinaciones ocasionales, o incluso a los mínimos lapsus-olvidus
de una u otra frase de los kilométricos recitativos que fueron
respetados sin los tradicionales cortes, debe matizarse en aras de
valorar las circunstancias y condiciones en que semejante esfuerzo
es concretado y, después de todo, sale airoso para dejar al público
satisfecho.
El buen resultado musical de estas funciones partió de Carlos
García Ruiz y su dirección concertadora más que sólida, porque
no sólo brindó un acompañamiento confiable a los cantantes, sino
que igual sonó mozartiano, dentro de un estilo que demuestra
estudio, entendimiento, capacidad y rigor. Este joven concertador
mexicano, que siempre baja al foso sin partitura, es acaso el
que más ópera dirige en nuestro país, lo que ya le ha generado
credenciales de especialización lírica que no pueden ignorarse. ¿Lo
conocerán en Bellas Artes, donde se suele invitar a tanto extranjero
de irregular calidad?
El elenco lo encabezó el bajo Rosendo Flores, quien salvo
algunos momentos vocalmente cavernosos, mostró la suficiente
maleabilidad y ligereza para enfrentar el rol baritonal de Figaro.
Su amplia experiencia en los escenarios contribuyó a hilar una
actuación graciosa y entretenida. Susanna fue interpretada con gran
dulzura vocal y escénica por la soprano Elisa Ávalos, quien logra
entretejer un canto de gustos refinados.
septiembre-octubre 2011
La soprano Verónica Murúa brindó una humana y por
tanto sincera interpretación de la Condesa, con el necesario
entendimiento de su condición de mujer desatendida por su esposo,
proyectado a través de una hermosa línea melódica y lánguida
belleza vocal en sus arias ‘Porgi amor’ y ‘Dove sono’. ¿Tampoco a
esta destacada soprano mexicana la conocen en Bellas Artes?
En el papel de el Conde, Jesús Suaste refrendó su experimentada
trayectoria que le permite un desenvolvimiento escénico pleno y
un canto que busca los matices y encuentra los contrastes y el peso
y sentido justos a cada uno de sus fraseos.
El Cherubino de la mezzosoprano Encarnación Vázquez, la
Marcellina de María Luisa Tamez y el Bartolo de Rufino
Montero demostraron un divertido control y timing escénico
de sus intérpretes, además de un largo y amplio recorrido
por esta obra. Marco Antonio Talavera, Yolanda Molina y
Héctor Arizmendi completaron el grupo de solistas en los
roles respectivos de Antonio, Barbarina y Basilio-Don Curzio.
Alejandro Vigo estuvo en el clavecín, mientras que Christian
Gohmer fungió como director huésped del Coro del CMAEM.
Por lo escrito, la no poca madurez y experiencia del elenco, aún
si se considera la incursión de dos o tres jóvenes, el protagonismo
de la mayoría de estos solistas en las distintas producciones que
de esta ópera se han hecho en nuestro país durante las últimas
décadas, el final logrado y feliz de este proyecto, así como la
misma juventud de Mozart, de alguna manera podría evocar el
título en español de esa película estelarizada en 2010 por Sylvester
Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Dolph Lundgren y
otros héroes nada de pubertos: Los indestructibles. Porque sí, aún
ganaron la batalla.
por José Noé Mercado
Cuernavaca puede preciarse ahora de un nuevo imán para sus
residentes y visitantes: una Compañía Estatal de Ópera. La
organizó, con grandes esfuerzos y sacrificios, ese hombre culto
y gran barítono que es Jesús Suaste, quien empezó dando clases
de canto y formando un taller de ópera. En un periodo de un año
pro ópera
y tres meses ha presentado, en su sede, el Teatro Ocampo, cinco
óperas: L’elisir d’amore, Carmen, La traviata, Madama Butterfly
y Le nozze di Figaro, que han agotado, en tres funciones, todas sus
localidades.
Presentarlas supone dar trabajo a los músicos, difundir la ópera
en medios donde se le conoce poco, formar un público local y
atraer al de otros lugares… particularmente del DF, que, ante la
escasez de espectáculos de esta índole en su propia ciudad, realizan
con gusto una peregrinación a la vecina ciudad del sur. Se nos ha
informado que se planea conformar un Patronato para asegurar la
permanencia de la Compañía.
El 15, 17 y 19 de julio, la Compañía de Ópera de Morelos puso
en escena Le nozze di Figaro, una de las grandes óperas bufas de
Mozart, estrenada en Viena el 1 de mayo de 1786, y que es no sólo
una delicada y pícara puesta en escena de la lucha de clases entre
los amos y los sirvientes en los albores de la revolución francesa
—una historia que demuestra que la revolución pasa también por la
cama—, sino una de los formas de la felicidad.
“Mozart estuvo aquí”, fue mi conclusión luego de verla y
disfrutarla. Es, a pesar de los modestos medios escenográficos de
los primeros actos, el mejor Figaro que he visto en México. Un
Figaro tradicional, ortodoxo, que apela al desempeño musical
y actoral de sus cantantes y a la musicalidad de la orquesta y no
a vanidosas propuestas escénicas que sólo desvían la atención
de lo que Mozart y Da Ponte están contando. Aquí conviven
armoniosamente la frescura y la maestría, el goce actoral-escénico
y el rigor musical, la inocencia y la experiencia. Los actores
cantantes lo pasan bomba y divierten al público.
El elenco es bastante uniforme en su desempeño. El bajo Rosendo
Flores hizo un Fígaro ágil, gracioso, chispeante, con voz y canto
robustos. La joven soprano Elisa Ávalos fue una revelación como
Susana, la mucama: sin volumen vocal y actoralmente inhibida
al principio, fue soltándose y creciendo a lo largo de la obra
hasta coronarla de modo perfecto con la bellísima aria del jardín.
Terminada su aria, los duendes apagaron por un momento las luces
de la sala como diciendo “después de esto, nada más”.
La soprano Verónica Murúa hizo una digna Condesa, con
algunos problemas de respiración y afinación en sus dos difíciles
arias. El papel del Conde le queda a Jesús Suaste como anillo al
dedo y lo recreó con solemnidad, gracia y elegancia. Su voz de
barítono discurre firme y saludable en todos los pasajes. La mezzo
Encarnación Vázquez, sin el brillo aterciopelado en la voz al
que nos tenía acostumbrados, dio vida, con su encanto personal y
gran experiencia escénica, al joven Cherubino, ese Don Giovanni
adolescente. La ahora mezzo María Luisa Tamez, llena de
gracia, hizo de Marcellina un personaje protagónico. Increíble que
Rufino Montero, con sus más de 70 años, cante como lo hizo para
pro ópera
Jesús Suaste (Conde) y Elisa Ávalos (Susanna)
encarnar al anciano Bartolo. Como justo homenaje, las funciones
de Figaro estuvieron dedicadas a su trayectoria musical de más de
50 años. Excelentes los comprimarios: Marco Antonio Talavera,
como el jardinero borrachín Antonio; la soprano ligera Yolanda
Molina, quien, como Barbarina, tiene una corta y hermosa cavatina
al comienzo del acto IV, y el tenor ligero Héctor Arizmendi como
el intrigante maestro de música don Basilio y el juez don Curzio.
Nadie puede entender cómo un director concertador de la
excelencia de Carlos García Ruiz no se haya presentado aún en
Bellas Artes. Su maestría y musicalidad, su cuidado de la estructura
a la vez que de los detalles, fueron ejemplares. Buen sonido el
de la Orquesta de la Ópera de Morelos y del coro. Muy bien el
clavecinista de los recitativos, Alejandro Vigo. Y la dirección
escénica de Óscar Flores, sencilla, clara, graciosa, funcional,
siempre al servicio de la música de Mozart, quien habría aplaudido
esta puesta con todas sus ocurrencias. Felicidades al Instituto
de Cultura de Morelos y a la productora ejecutiva Marivés
Villalobos. o
por Vladimiro Rivas Iturralde
septiembre-octubre 2011
Descargar