JUAN PABLO II Y LOS DERECHOS HUMANOS

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JUAN PABLO II
Y LOS
DERECHOS
HUMANOS
«Ese mismo código moral que
proviene de Dios, sancionado en
la Antigua y en la Nueva
Alianza, es también fundamento
inamovible de toda legislación
humana, en cualquier sistema y,
en particular, en el sistema
democrático. La ley establecida
por el hombre, por los parlamentos o por cualquier otra entidad
legislativa, no puede contradecir
la ley natural, es decir, en definitiva, la ley eterna de Dios. Santo
Tomás formuló la conocida
definición de ley: Lex est quaedam
rationis ordinario ad bonum com mune, ab eo qui curam communi tatis habet promulgata, la ley es
una ordenación de la razón al
bien común, promulgada por
quien tiene a su cargo la comunidad. En cuanto al ‘ord enamiento de la razón’, la ley se
funda en la verdad del ser: la
verdad de Dios, la verdad del
hombre, la verdad de la realidad
c reada en su conjunto. Dicha
verdad es la base de la ley natural. El legislador le añade el acto
de la promulgación. Es lo que
sucedió en el Sinaí con la Ley de
Dios, y lo que sucede en los parlamentos en sus actividades
legislativas».
Memoria e Identidad
«El derecho a la vida es, para
el hombre, el derecho fundamental. Y sin embargo, cierta
cultura contemporánea ha
querido negarlo, transformándolo en un derecho “incómodo”
de defender. ¡No hay ningún
otro derecho que afecte más de
c e rca la existencia misma de la
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persona! Derecho a la vida significa derecho a venir a la luz y,
luego, a perseverar en la existencia hasta su natural extinción:
‘Mientras vivo tengo derecho a
vivir’».
Cruzando el umbral de la
esperanza
«Quisiera destacar que ningún
derecho humano está seguro si
no nos comprometemos a tutelarlos todos. Cuando se acepta
sin reaccionar la violación de
uno cualquiera de los derechos
humanos fundamentales, todos
los demás están en peligro. Es
indispensable, por lo tanto, un
planteamiento global del tema
de los derechos humanos y un
compromiso serio en su defensa.
Solo cuando una cultura de los
derechos humanos, respetuosa
con las diversas tradiciones, se
convierte en parte integrante del
patrimonio
moral
de
la
humanidad, se puede mirar con
serena confianza al futuro».
Mensaje para la Jornada
Mundial por la Paz, 1999
«Ante la creciente conciencia
de los derechos humanos que iba
aflorando a nivel nacional e
internacional, Juan XXIII intuyó
la fuerza interior de este fenómeno y su extraordinario poder
de cambiar la historia. Lo que
ocurrió pocos años después,
sobre todo en Europa central y
oriental, fue una excelente prueba de ello. El camino hacia la
paz, enseñaba el Papa en su
Encíclica, debía pasar por la
defensa y promoción de los derechos humanos fundamentales.
En efecto, cada persona humana
goza de ellos, no como de un
beneficio concedido por una
cierta clase social o por el Estado,
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sino como de una prerrogativa
propia por ser persona: “En toda
convivencia humana bien ordenada y fecunda hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada
de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre
tiene por sí mismo derechos y
deberes que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su
propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables, y no pueden renunciarse por ningún concepto”».
Mensaje para la celebración de la
Jornada Mundial de la Paz, 2003
«Cuando la promoción de la
dignidad de la persona es el
principio conductor que nos
inspira, cuando la búsqueda del
bien común es el compromiso
predominante, entonces es cuando se ponen fundamentos sólidos y duraderos a la edificación
de la paz. Por el contrario, si se
ignoran o desprecian los derechos humanos, o la búsqueda de
intereses particulares prevalece
injustamente sobre el bien
común, se siembran inevitablemente los gérmenes de la inesta-
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PERSONAYCULTURA - Número 3, Año 3
bilidad, la rebelión y la violencia».
Mensaje para la Jornada
mundial por la Paz, 1999
«La religión expresa las
aspiraciones más profundas de
la persona humana, determina
su visión del mundo y orienta su
relación con los demás. En el
fondo, ofrece la respuesta a la
cuestión sobre el verdadero sentido de la existencia, tanto en el
ámbito personal como en el
social. La libertad religiosa, por
tanto, ocupa el centro mismo de
los derechos humanos. Es inviolable hasta el punto de exigir que
se reconozca a la persona incluso
la libertad de cambiar de
religión, si así lo pide su conciencia».
Mensaje para la Jornada
mundial por la Paz, 1999
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