Publicado en: Revista Realidad Económica Nº 171, abril-mayo 2000. Buenos Aires, Argentina, pp. 111 – 134. Legislación, migración limítrofe y vulnerabilidad social 1 María Inés Pacecca UBA Resumen Esta ponencia revisa los cambios en la legislación migratoria argentina en relación a las modificaciones en la composición de los flujos migratorios: de migrantes de ultramar a migrantes limítrofes. Las características restrictivas que fue adoptando la normativa migratoria, junto con el énfasis en el control de la permanencia en desmedro del control del ingreso, más que detener el flujo inmigratorio generaron un grupo de población doblemente vulnerable: primero, por la condición de ilegalidad, y segundo porque esa condición puede ser castigada (detenida y expulsada) adminstrativamente. 1 Trabajo presentado en las VI Jornadas sobre Colectividades, Buenos Aires, octubre de 1998 1 Inmigración y desarrollo En la clase política argentina la vinculación entre población y desarrollo estuvo presente desde muy temprano, y el fomento de la inmigración fue, durante todo el siglo XIX, la política privilegiada para mejorar la cantidad y calidad de la población. Acorde con la estructura productiva del país, inmigración y colonización iban de la mano, y el objetivo principal era radicar familias de agricultores que aumentaran la producción y, eventualmente, los saldos exportables. Así, gran parte de la legislación migratoria sancionada durante el siglo XIX incluye aspectos relativos al otorgamiento y tenencia de tierras en condiciones de enfiteusis o cumpliendo una serie de requisitos relacionados a la explotación e introducción de mejoras en períodos determinados. Sin embargo, y tal como lo evidencia la discusión entre Sarmiento y Alberdi2 hacia finales del período rosista y previo a la sanción de la Constitución de 1853, a los inmigrantes se les pide que aporten algo más que su fuerza de trabajo. Para el pensamiento decimonónico, fuertemente teñido de evolucionismo, raza y cultura formaban una unidad indisoluble, y ambos conceptos, junto con el ideal de progreso, eran la clave para comprender la sociedad y definir los ámbitos de intervención. Esta amalgama entre raza y cultura posicionaba a las virtudes civilizatorias dentro de la dotación genética de los pueblos, y puesto que “hay tradiciones de raza que obran todavía poderosamente sobre nosotros, y perpetúan los males de que creíamos habernos librado por sólo el acto de desligarnos de España” (Sarmiento, s/d) la única forma de garantizar la implantación de “hábitos de orden, disciplina e industria” (Alberdi, 1992) era mediante la radicación en el país de quienes los poseen por naturaleza: los inmigrantes europeos, que, como modernos Prometeos, traerían una nueva raza y una nueva cultura, condiciones sine qua non para el progreso y la estabilidad políticoinstitucional. La Pampa húmeda, con sus vastas explotaciones ganaderas y su población cimarrona y bárbara, poco proclive a la convivencia republicana -y esto se aplicaba tanto a gauchos como a estancieros, sostén de la “barbarie” rosista- producía toda la riqueza exportable sobre la que se basaba la inserción del país en el mercado mundial. Expandir la frontera agrícola mediante la implantación de agricultores independientes -a la manera de Estados Unidos- parecía la mejor vía para aunar crecimiento económico con estabilidad política. La radicación de extranjeros convertidos en agricultores sin lealtades facciosas (léase: sin propensión al caudillismo) modificaría y estabilizaría el panorama socio-político y al mismo tiempo incrementaría la producción para la exportación. La Constitución Nacional de 1853 recoge estas preocupaciones ligadas a la cuestión poblacional: en su artículo 25 compromete al gobierno federal “a fomentar la inmigración europea” y en el artículo 20 establece los derechos de los que gozan los extranjeros en el territorio de la Nación. Gozarán de todos los derechos civiles de los ciudadanos, podrán ejercer su industria, comercio o profesión, poseer bienes raíces, ejercer libremente su culto, 2 . Tanto Alberdi como Sarmiento propugnaron la inmigración europea como medio de desarrollo social y económico. Sobre este tema, el nudo de sus diferencias radicaba en qué debía hacerse con la población nativa -si instruirla o dejarla librada a su suerte en un mercado laboral modificado por la inmigración- y el papel que le cabía al Estado en la gestión del desarrollo. Alberdi, acérrimo defensor de “la mano invisible”, discutió fundamentalmente los efectos retardatarios de las prohibiciones y trabas comerciales del sistema colonial y rosista, en tanto que Sarmiento, si bien no subestimó los aspectos económicos, tampoco les otorgó preponderancia sobre los sociales y culturales, donde sostenía que el Estado debía tener una presencia fuerte. 2 etc. La ley 817 de 1876 recogió estos preceptos constitucionales y constituyó el amplio marco regulatorio que encuadró la inmigración masiva ocurrida entre 1890 y 1914. La ley Avellaneda buscó atraer y retener inmigrantes europeos. Define como inmigrante a “todo extranjero jornalero, artesano, industrial, agricultor o profesor menor de sesenta años que llegue al país para establecerse pagando pasaje de segunda o tercera clase o teniendo el viaje pagado por cuenta de la Nación, de las Provincias o de las empresas particulares protectoras de la inmigración y colonización". Declararse inmigrante conllevaba ventajas tales como ser alojado y mantenido a expensas de la Nación durante períodos que variaban entre 5 y 10 días, ser trasladado gratuitamente al sitio donde deseara fijar su residencia, introducir utensilios y herramientas libre de impuestos, etc. Para ordenar la gestión migratoria, esta ley creó una Dirección General de Inmigración (actual Dirección Nacional de Migraciones), dependiente del Ministerio del Interior y autoridad de aplicación de la ley, con delegaciones en el interior del país y en el extranjero. Entre otras cosas, esta Oficina difundía las ventajas de la Argentina entre los potenciales migrantes, financiaba pasajes y mantenía el Hotel de Inmigrantes. De esta oficina dependían a su vez Oficinas de Trabajo en distintas localidades del interior del país, cuya finalidad era facilitar la colocación laboral de los inmigrantes y vigilar a sus empleadores en lo atinente a las condiciones de trabajo y al pago de los salarios pactados. En su espíritu, la ley Avellaneda fue verdaderamente una ley de fomento de la inmigración. Claramente, el objetivo de la ley era que los inmigrantes llegaran y se quedaran, y puede decirse que prácticamente no hubo selectividad3. La ley está pensada como un instrumento de protección al inmigrante, y el poder de policía del Estado apunta más bien a quienes lo transportan y lo contratan: las multas que la Oficina de Inmigración está habilitada para imponer y percibir tienen como objeto a transportistas o empleadores que actúen en perjuicio de los inmigrantes. Esta la ley tampoco habla de ilegalidad en el ingreso o en la permanencia: los inmigrantes pueden permanecer el tiempo que deseen y entrar y salir libremente del país. Más del 70% de los inmigrantes que ingresaron al amparo de esta ley entre 1890 y 1914 eran españoles e italianos, campesinos u obreros escasamente calificados -incluso analfabetos- y carentes de las tradiciones “civilizadas” y republicanas que Sarmiento y Alberdi atribuían a los anglosajones. Sin embargo, impulsaron la economía y el proceso de urbanización (esto último debido que las políticas de colonización no dieron los resultados esperados); al mismo tiempo que introducían la lucha de clases en una sociedad que sólo había conocido la lucha entre facciones terratenientes. Debido en buena medida a la formación de sindicatos socialistas, anarquistas y comunistas, a principios de este siglo la legislación migratoria comenzó a endurecerse: la ley de Residencia de Extranjeros (4144/1902), la ley de Defensa Social (7209/1910) y la reglamentación de la ley Avellaneda (decreto del 31 de diciembre de 1923) impusieron nuevos criterios de selectividad que impedían el ingreso de personas tales como “anarquistas” o quienes “profesen o preconicen el ataque por cualquier medio de fuerza o de violencia contra las instituciones, el gobierno y/o los funcionarios públicos”4; o estuviesen comprendidos dentro de la “inmigración viciosa o inútil”5. La ley de Residencia combinó la selección con la expulsión, autorizando al Poder Ejecutivo a ordenar la salida “de todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público”, así como “impedir la entrada de todos los extranjeros cuyos antecedentes” permitieran incluirlos en la definición anterior. En el caso de la ley de Residencia 3 . Tanto la Constitución Nacional como la ley 817 hacen referencia al fomento de la inmigración europea, pero en lo hechos el ingreso y permanencia fueron acordados a todos los inmigrantes independientemente de su origen nacional. Las únicas restricciones que la ley especifica remiten a la edad (mayores de 60 años que no sean jefes de familia), a discapacidades físicas y mentales, o antecedentes penales. 4 Ley 7029/1910 5 Decreto reglamentario de la ley 817; dic. 1923. 3 la cuestión no radicaba únicamente en la selectividad y en la expulsión, sino en el hecho de que autorizaba al Poder Ejecutivo a acusar, detener, juzgar y expulsar a los extranjeros, sustrayéndolos por completo de la esfera judicial. A pesar de las restricciones, los inmigrantes podían residir en Argentina definitivamente o el tiempo que quisieran y trabajar en las condiciones que consideraran más ventajosas. Esta legislación controlaba el ingreso -los inmigrantes debían cumplimentar una serie de requisitos cuya verificación era previa al desembarco- pero no la permanencia; es decir, que una vez admitidos en el territorio nacional, y siempre y cuando no infringieran ninguna otra ley, podían permanecer en condición de absoluta legalidad e incluso naturalizarse. Los requisitos de ciudadanía y naturalización fueron fijados por la ley 346, de octubre de 1869, y -al igual que la ley Avellaneda- el objetivo fue facilitar la naturalización. Estaban en condiciones de naturalizarse a) los extranjeros mayores de 18 años, con dos años de residencia en el país y que manifestasen su voluntad ante el juez; b) los que acreditaran ciertos servicios, independientemente del tiempo de residencia, tales como casarse con una argentina, servir al ejército, formar parte de una colonia, poblar líneas de frontera, ser empresarios o constructores de ferrocarriles; c) los hijos extranjeros de ciudadanos naturalizados, y que fueran menores al momento de la naturalización del “padre” (sic), podían obtener carta de ciudadanía enrolándose en la guardia nacional en el momento que corresponda. Los extranjeros que cumplían las condiciones obtenían la carta de naturalización, otorgada por juez federal previa comprobación de identidad. La carta de ciudadanía y las actuaciones que implicaba eran gratuitas, y el Ministerio del Interior las remitía a los jueces de sección, para que todas fueran otorgadas bajo la misma fórmula. La ley aclaraba que no podrían ejercer derechos políticos “los que tengan sobre sí sentencia condenatoria que imponga pena infamante o de muerte”. Migrantes de ultramar y migrantes limítrofes Tanto la Constitución de 1853 como la ley Avellaneda y la legislación posterior fueron pensadas para inmigrantes si no exclusivamente europeos por lo menos de ultramar, es decir cuyo ingreso fuera fundamentalmente por la vía marítima. De ahí el énfasis en controlar (y en todo caso impedir) el ingreso, pero no controlar ni obstaculizar la permanencia. Y si bien es cierto que estos migrantes de ultramar constituyeron el flujo más numeroso en un período relativamente breve, no fueron los únicos extranjeros en entrar al territorio nacional. Como parte de la herencia de un mercado económico y laboral forjado durante la colonia, la movilidad poblacional entre las distintas naciones en que finalmente cristalizaron los virreinatos no fue pequeña. El primer censo nacional de población (1869) enumera 41.360 extranjeros limítrofes, que representan el 20% del total de la población extranjera. A diferencia de los migrantes de ultramar, que ingresaron masivamente entre 1890 y 1914, para disminuir vertiginosamente hasta casi detenerse poco después de la Segunda Guerra Mundial, los migrantes limítrofes representan un flujo en lento pero constante crecimiento, y prácticamente sin interrupciones (ver Cuadro 1). Sus valores absolutos aumentan de un censo a otro, aún cuando su peso relativo oscile debido a la mayor o menor presencia de los migrantes de ultramar. Así, los porcentajes más bajos se registran para 1895 y 1914, que coinciden con el pico de la inmigración europea. 4 Cuadro 1. Población extranjera según origen Extranjeros 1869 1895 1914 1947 1960 1970 1980 1991 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% (210.189) (1.004.527) (2.357.952) (2.435.927) (2.604.447) (2.210.400) (1.912.217) (1.628.210) Limítrofes 19,6 11,5 8,6 12,9 17,9 24,2 40,0 50,2 No limítrofes 80,4 88,5 91,4 87,1 82,1 75,8 60,0 49,8 Fuente: INDEC, 1996. La población no nativa de la Argentina; 1869-1991. Los migrantes limítrofes tuvieron y tienen un patrón de ingreso y permanencia completamente distinto del de los migrantes de ultramar. En primer lugar, y como es obvio, la principal vía de ingreso fue por tierra, a través de pasos que no contaban con los controles aplicados en los puertos. En segundo lugar, y debido a las distancias mucho más cortas, hasta la década de 1950 la migración limítrofe fue predominantemente estacional y rural, abocada al levantamiento de las cosechas (o esquila en el caso de la Patagonia) en las provincias fronterizas. Desde este punto de vista, la lógica migratoria es diferente, ya que está fuertemente marcada por la pendularidad. En términos generales, puede afirmarse que gran parte de los inmigrantes limítrofes se va de su país de origen para volver a él en un plazo comparativamente breve6. Argentina es un mercado de trabajo de acceso fácil y rápido donde, soportando condiciones laborales y de vida bastante precarias, es posible acumular suficiente capital como para retornar al lugar de origen y ascender socialmente. Puede decirse que la migración opera como facilitador del ascenso social de la unidad doméstica en el lugar de origen, y la cadena migratoria pareciera hacer hincapié en una lógica de acumulación y diversificación basada en el aprovechamiento de los recursos de mano de obra familiares: una parte para el trabajo doméstico, una parte para el mercado de trabajo local, y otra para el mercado de trabajo en Argentina (Balán 1990; Dandler y Medeiros 1986). Para no entrar en detalles acerca de la trayectoria de la migración limítrofe, sintetizaré únicamente algunos aspectos globales: Hacia 1960 comienza a acelerarse el proceso de concentración de migrantes limítrofes en el Área Metropolitana. Este proceso es posterior a las migraciones internas que proveyeron a las principales ciudades de trabajadores nativos que reemplazaran a los antiguos migrantes de ultramar. Para 1991, el AMBA concentra el 50% de los migrantes limítrofes. Paralelamente, las mujeres migrantes aumentan su participación dentro de la corriente: en 1991 representan al 52% del total de los migrantes limítrofes. Las posibilidades de inserción laboral de los migrantes limítrofes no fueron las mismas que las de los nativos: la segmentación de los mercados de trabajo los colocó en un rol complementario (no competitivo) de la mano de obra local, ya que ocuparon aquellos puestos que -en un contexto de movilidad social ascendente- los nativos rechazaban. Hasta 1980, los 6 Incluso cuando a la larga la migración resulta ser definitiva, la gran mayoría manifiesta que en el momento de la primera migración, su intención era quedarse en Argentina hasta acumular suficiente dinero como para adquirir, ampliar o mejorar una propiedad rural o urbana en su lugar de origen, solventar la escolarización de los hijos, instalar un negocio, etc. 5 migrantes se emplearon principalmente en ocupaciones manuales inestables y de bajos salarios: construcción para los hombres, servicio doméstico para las mujeres, y algunas industrias manufactureras para ambos sexos (Maguid, 1997). Esta inserción en los puestos más precarios se vincula a la diferencia en los niveles educacionales entre migrantes y nativos: proporcionalmente, hay un 50% más de migrantes que de nativos con primario incompleto. Además, en la década de 1990, las tasas de desocupación de migrantes son mayores que las de nativos (Maguid, 1997). Por múltiples razones (cambios en los mercados mundiales, erráticas e interrumpidas políticas de reconversión industrial en Argentina, procesos inflacionarios, menor calificación educacional, etc.), desde el punto de vista del ascenso y la legitimación social, la trayectoria de los migrantes limítrofes que se quedaron fue muy diferente de la de los migrantes de ultramar. Entiendo que además de las razones macro-estructurales “objetivas” hay una serie de razones culturales y “subjetivas” que pueden verse en el tratamiento que la legislación da a los migrantes limítrofes. Normativa migratoria: restricciones y fragmentación La normativa migratoria se fue modificando y ajustando permanentemente. Sin embargo, hay tres aspectos se destacan por encima de todos los cambios puntuales. El primero de ellos es que la última ley con trámite parlamentario regular que legisla sobre el ingreso y permanencia de extranjeros es la Ley de Defensa Social (7902) de 1910. Toda la normativa posterior fue por vía de decretos del Poder Ejecutivo, algunos de ellos posteriormente convertidos en decretos-ley. Las excepciones fueron tres leyes que si bien no se refieren directamente al ingreso y la permanencia, involucran a inmigrantes. Se trata de la Ley 14.345, de 1954, que aprueba la constitución de un Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas; la Ley 14.392 -Ley General de Colonización, también de 1954- que establece un plan de colonización donde hasta el 25% de las unidades económicas podrán adjudicarse a extranjeros con más de 5 años de residencia, dando preferencia “a los inmigrantes campesinos que introduzcan capitales y equipos mecanizados para la explotación”; y la ley 14.445, de 1958, que deroga la ley de Residencia de Extranjeros de 1902 y deja sin efecto los decretos de expulsión que fueran dictados en su marco. El trámite parlamentario no sólo refiere a un mecanismo republicano, sino que además permite ver las distintas posiciones, los debates y los despachos por minorías en la sanción de las leyes. Las discusiones entre posiciones enfrentadas, y muchas veces difícilmente conciliables, pueden verse en los registros de las sesiones referidas a la ley Avellaneda, la ley de Residencia y la ley de Defensa Social, y en cierta medida permiten vislumbrar cuáles eran los ejes en torno de los cuales se pensaba la temática migratoria, y cuáles eran los ejes que se consideraba legítimos para orientar políticas. Así, en la discusión que se da en la cámara de Diputados previa a la sanción de la ley Avellaneda aparece un aspecto frecuentemente olvidado: las objeciones de los diputados por el interior a los beneficios en el acceso a tierras que se otorgarán a los extranjeros en desmedro de los nacionales pobres. Una propuesta del diputado por Corrientes de dar tierra e instrumentos de labranza a los argentinos pobres es rechazada con el argumento de que “este sentimiento de filantropía sólo vendría a fomentar, entre nosotros, el ocio y el pauperismo, lejos de proteger al desvalido, ya que el ocioso diría `qué me importa perder lo poco que tengo, cuando sé que mañana, o cuando yo quiera, las rentas 6 pública costearán mi viaje a una colonia donde se me darán elementos necesarios para trabajar y la tierra para cultivar´”7. Sólo la discusión parlamentaria permite ver con cierta nitidez los trazados étnicos que operan como soportes de las clasificaciones del sentido común y sustentan la manera en que distintos actores construyen, interpretan y reproducen las diferencias culturales que perciben. A partir de estos trazados -concebidos como naturales y obvios- se definen los actores para los que legisla la normativa desde una racionalidad que se presenta como vocera y defensora del bien común, independientemente de los clivajes de clase y las diferencias culturales. Así, denegarles tierras en las colonias a los nativos se justifica porque, debido a las diferencias culturales (“morales” en términos del siglo XIX), la misma medida que entre los inmigrantes fomentaría la productividad, “entre nosotros (...) fomentaría el ocio y el pauperismo”. Cuando las leyes son reemplazadas por decretos, si bien los considerandos arrojan algo de luz sobre cómo está caracterizado el problema que la pieza legislativa apunta a resolver, las diferentes posturas -aunque más no sea de los distintos organismos administrativos involucradosresultan homogeneizadas y prima la racionalidad burocrática. Así, los discursos étnicos mediante los que se clasifica a los “otros”, y que ordenan las relaciones entre “nosotros” y diversos “otros” -los extranjeros en general, los limítrofes en particular- sólo pueden percibirse ocasionalmente. En segundo aspecto a destacar es que este pasaje de leyes a decretos no sólo es paralelo a una política migratoria crecientemente restrictiva 8, sino que además los decretos cada vez delegan mayor poder de policía en las instancias administrativas. Con ciertas diferencias (la principal de las cuales es el recurso a la vía judicial) las facultades que la ley de Residencia otorga al Poder Ejecutivo -detener y expulsar extranjeros-, éste a su vez las va delegando, mediante sucesivos decretos, en la Dirección Nacional de Migraciones, que a su vez delega ciertas funciones en la Policía Migratoria Auxiliar. El Decreto 4805/63 delega en la DNM la capacidad de detener y expulsar extranjeros; y una Resolución de la misma DNM de octubre de 1980 delega en las jefaturas provinciales de las policías de Santa Cruz, Río Negro y Chubut el “declarar ilegal el ingreso o la permanencia en virtud del art. 152 del Reglamento Migratorio Decreto 4418/65”, así como conceder prórrogas de permanencia a residentes temporarios y turistas. El resultado es doble: por un lado, el incremento del poder de policía sobre el extranjero delegado en instancias administrativas; por el otro, la fragmentación, superposición e incluso competencias encontradas entre las instancias autorizadas a intervenir en cuestiones que atañen a los extranjeros. El tercer aspecto, y que no está desligado de los dos anteriores, es la notoria carencia de una legislación comprensiva que tome en cuenta las características de la migración limítrofe. Así como la ley Avellaneda “imaginó” un prototipo de inmigrante y se propuso atraerlo y retenerlo, la normativa que afecta a los migrantes limítrofes (que son los ingresantes principales a partir de 1950) se fue construyendo a partir de sucesiones de decretos que legislaban para la coyuntura. Un ejemplo de lo fragmentario de esta política es un decreto de 1951 (Nº 13.721) que establece que a los obreros hacheros de países vecinos que ingresaron a trabajar, “que acreditaren buena conducta y hayan trabajado en el mismo obraje por un lapso no inferior a un año, se les considerará radicados de hecho”. También crea una comisión para que estudie “los problemas emergentes por la falta de braceros en el interior de la República”, presumiblemente debido al ya iniciado proceso de migración 7 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, 1875, vol. II. Las restricciones en cuanto al ingreso de extranjeros son una tendencia mundial, independientemente de que sea el Poder Ejecutivo o el Parlamento quienes lo decidan. 8 7 interna hacia las ciudades. Tres años después, mediante la ley 14.345, el mismo gobierno crea el Comité Intergubernamental para las Migraciones Europeas, entendiendo que el país debe “encauzar una corriente migratoria auténtica” 9, sugiriendo, por omisión, que los limítrofes no son migrantes auténticos, a pesar de lo cual a algunos de ellos se los considerará radicados de hecho. Es decir que la política que aún funcionaba como marco para las cada vez más modestas propuestas globales era la de la ley Avellaneda, con su énfasis en la inmigración europea. Sin embargo, en los hechos esta ley ya estaba sumamente retocada por las sucesivas adecuaciones que implicaron un giro del fomento, a la regulación, al impedimento de la inmigración, especialmente de la no europea. Si bien los migrantes limítrofes rara vez aparecen mencionados explícitamente, gran parte de los cambios que introducen los sucesivos decretos se relacionan con el patrón de ingreso por tierra. Puesto que el ingreso por tierra es más difícil de controlar que el ingreso por vía marítima, uno de los efectos principales es que la normativa empieza a focalizarse en el control de la permanencia. El decreto ley 4805/63 es la primera pieza que explícitamente se propone adecuar las normas de la ley 817 “a las reales necesidades del problema migratorio en nuestro país”. Este decreto, que es el paso previo al Reglamento de Migración (decreto 4418/65, vigente hasta 1987), tiene dos características sobresalientes apuntadas a resolver el no explicitado “problema migratorio”. Por un lado, define ilegales por ingreso (quienes entran por puntos no autorizados o eludiendo controles) e ilegales por permanencia (quienes permanecen en el territorio argentino luego de vencido el plazo de permanencia autorizado). Además, autoriza a la Dirección Nacional de Migraciones a disponer la expulsión y ordenar la detención del extranjero hasta su efectivización. El Reglamento de Migración (decreto 4418/65) deroga la mayoría de las normas “asistemáticas y contradictorias” preexistentes y propone un cuerpo normativo “simple y coherente” para sistematizar los regímenes de admisión, ingreso, permanencia y salida de extranjeros. La admisión (otorgada por vía consular) no garantiza el ingreso (acordado tras el cruce de frontera) que a su vez limita el período de permanencia y las actividades legalmente autorizadas. Es posible ser admitido como residente permanente o como residente no permanente. Estas categorías otorgan diferentes plazos de permanencia y condicionan las actividades que se pueden desarrollar. Pueden solicitar la residencia permanente los inmigrantes, los refugiados, los ex-residentes y los familiares de argentinos. La residencia no permanente (cuyos plazos varían de tres meses a un año renovable) es para trabajadores temporarios, turistas, trabajadores de temporada 10, pasajeros en tránsito, asilados políticos y tráfico vecinal fronterizo. El trabajador de temporada que abandona el puesto para el que fue contratado pero permanece en el país se convierte en ilegal, al igual que el que entra como turista y excede la permanencia o trabaja; es decir que si bien ingresaron legalmente, en ciertas condiciones su permanencia puede volverse ilegal. Otra novedad es que tanto los empleadores como quienes dan alojamiento deben controlar la documentación que certifique la habilitación para trabajar o la permanencia legal, y en caso de incumplimiento deben denunciar ante la autoridad migratoria. No es descabellado afirmar que esto es delegar funciones de policía migratoria en el ciudadano común. En cierta medida, se puede considerar a este reglamento como el punto de inflexión de la política migratoria, ya que combina restricciones en el ingreso y la permanencia, así como 9 Diario de Sesiones de la H. Cámara de Diputados, 1954. La diferencia entre trabajadores temporarios y trabajadores de temporada es que los últimos son contratados colectivamente, con autorización del Ministerio de Trabajo y entran y salen del país bajo responsabilidad del contratante. Obviamente, esta modalidad apunta a los trabajadores limítrofes en las economías regionales. 10 8 el incremento del control sobre el inmigrante (y no sobre el empleador o el transportista, como era el caso de la ley 817) con un criterio todavía amplio en la radicación. A diferencia de la normativa posterior, aún es posible declararse inmigrante e ingresar con residencia permanente. También pueden solicitar radicación definitiva quienes hayan ingresado con residencia temporaria, siempre y cuando interpongan la solicitud antes del vencimiento del plazo de permanencia autorizado. Este reglamento es posterior a la amnistía de 1964, que radica a más de 216.000 extranjeros limítrofes con mínimos requisitos documentarios (ver Cuadro 2) y previo al decreto 5144/65 que crea una Comisión Interministerial en jurisdicción del Ministerio del Interior abocada a estudiar “los problemas emergentes de la afluencia al país y permanencia en él de personas provenientes de países limítrofes”. Como para que no queden dudas de cuáles son los ámbitos donde estos problemas emergen, la comisión estará integrada por representantes del Ministerio del Interior, Relaciones Exteriores, Defensa, Trabajo, Acción Social, Salud, Educación y Justicia, la SIDE, la Dirección Nacional de Migraciones, Gendarmería, Prefectura y el Registro Nacional de las Personas. Sin entrar en sutilezas del lenguaje, es claro que hablar de los “problemas” relacionados al ingreso de migrantes limítrofes implica que no se está pensando en cómo fomentar esa inmigración, sino más bien en cómo regularla o detenerla. Tal vez uno de los elementos que contribuyeron a la percepción de este “problema” haya sido la cantidad de limítrofes que aún se estaba radicando en virtud del decreto de amnistía del año anterior. Hacia 1960, los migrantes limítrofes representaban el 2,3% de la población total, la cuarta parte de ellos estaba en el AMBA y los demás se distribuían en las provincias fronterizas. La mayoría de ellos aún era de origen rural, con escasa calificación educacional, y no competían laboralmente con los nativos. Si bien es difícil de afirmar sin lugar a dudas, se puede suponer que su impacto sobre los servicios y la estructura urbana no era notable. Pero sí es claro que comienza a tratarse de un grupo poblacional que se está haciendo “visible”, y esta visibilidad pareciera coincidir con el aumento de la concentración en el AMBA, sesgado “panóptico” para la construcción de trazados étnicos hegemónicos. A partir de la década de 1950 aparecen dos nudos relativamente bien definidos en torno a los que se legisla, y sobre los que gira la política migratoria. Uno de ellos es la efectiva escasez de mano de obra en el interior, especialmente la mano de obra estacional en las economías regionales. Este problema, en los hechos, es resuelto por la migración limítrofe, y da lugar a “micro-políticas” de radicación o a categorías de ingreso tales como “trabajadores de temporada” contratados colectivamente. El otro nudo, que vuelve al tapete luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, es la reactivación de las políticas de colonización con inmigrantes agricultores. Aquí, el énfasis está puesto estrictamente en migrantes europeos. A simple vista, esta política es curiosa en varios aspectos: primero, porque no revisa el fracaso de la colonización propugnada por la ley Avellaneda. Si ya a principios de siglo, cuando los términos de intercambio para la producción agrícola eran infinitamente más ventajosos que hacia 1950, las colonias fracasaron porque no podían competir con las grandes estancias y latifundios, es de suponer que hacia mediados de siglo (cuando ya es indudable que en Argentina que la pequeña producción agropecuaria apenas excede los límites de subsistencia, tiene poca capacidad de acumulación y menguado capital disponible para la tecnificación e intensificación de los procesos productivos) estas política, son cuanto menos, anacrónicas. Segundo, además de excluir a los migrantes limítrofes, que también son de origen rural, a estos potenciales colonos, cuyo interés en migrar estaría relacionado con 9 abandonar una Europa agotada tras la Segunda Guerra, se les pide que aporten capitales para la tecnificación agrícola. Al objetivo de radicar colonos se suma el de radicar capitales, no sólo fuerza de trabajo. Tan es así que en 1958, Aramburu crea aún otra Comisión de Colonización con Inmigrantes y modifica en ciertos puntos la Ley de Colonización de 1954. Esta Comisión de Colonización con Inmigrantes recién es disuelta por Onganía en 1969, aduciendo que jamás funcionó. Sin embargo, sus funciones son transferidas al Instituto Nacional de Colonización y Régimen de Tierras, fundado por la ley de Colonización del segundo gobierno peronista. La formulación de políticas migratorias sigue teniendo como eje la colonización del campo. También Aramburu, en 1956, deroga la ley de Nacionalidad, Ciudadanía y Naturalización (14.354) de 1954. La ley derogada planteaba la diferencia entre nacionalidad y ciudadanía: “la ciudadanía, que implica fundamentalmente el goce de los derechos políticos, impone la nacionalidad, pero no inversamente, siendo el primer concepto más restringido que el último”11. De ahí que con arreglo al art. 31 de la Constitución Nacional de 1949, “el argentino naturalizado sólo debe ser considerado ciudadano después de 5 años de adquirida la nacionalidad”. La naturalización podía ser por pedido, a condición de tener dos años continuos de residencia en el territorio; o automática -salvo que manifestaran lo contrariopara los extranjeros con 5 años continuos de residencia. La autoridad de aplicación era el Registro Nacional de las Personas. Para esta ley, el extranjero perdía la nacionalidad por los mismos motivos que el nativo perdía la ciudadanía, y estas pérdidas las disponía el Poder Ejecutivo. Si bien en los considerandos del decreto que la deroga no se dice nada, podemos suponer que es derogada porque naturaliza demasiado fácilmente. Además de volver a la ley 346 de 1869, el decreto de Aramburu (14.149) suspende todas las solicitudes de naturalización, a excepción de las interpuestas en favor de hijos de argentinos nacidos en el extranjero. Tanto la ley de 1954 como el decreto de 1956 que la deroga plantean la conexión entre la nacionalidad como un atributo y la ciudadanía como un derecho. En la ley de 1954, la adquisición de la nacionalidad como atributo es previa a la adquisición de los derechos políticos que otorga la ciudadanía. No sólo es previa, sino que debe existir un lapso prudencial entre un aspecto y otro. El decreto que la deroga suspende las solicitudes de naturalización, con la excepción de los hijos de argentinos nacidos en el extranjero, y como para ellos rige la ley 346 -que no distingue entre nacionalidad y ciudadanía- pareciera que para ejercer los derechos políticos ligados a la ciudadanía es necesario ser, en la medida de lo posible, “argentino de corazón”, cualidad que los hijos de argentinos heredarían por parte de sus padres, y que los extranjeros podrían llegar a adquirir con la residencia prolongada. Una vez más, los trazados étnicos parecieran estar en la base del derecho del Estado burocráticoracional. Durante el gobierno de Onganía la legislación migratoria se endurece notablemente. En mayo de 1967, el decreto ley 17.294, Represión de la Inmigración Clandestina, ajusta las tuercas sobre el trabajo de los inmigrantes, aclarando que los extranjeros ilegales y los residentes temporarios no pueden realizar tareas remuneradas (los últimos salvo que tengan habilitación de la DNM). También obliga a empleadores y dadores de alojamiento a controlar la residencia legal, bajo pena de multa; y autoriza a los empleadores a despedir sin indemnización a quienes no inicien los trámites para regularizar su residencia en un plazo de 90 días. Esta legislación -que ni siquiera menciona el tema del ingreso- apunta a los migrantes limítrofes que entran como turistas, exceden la permanencia autorizada y además trabajan. 11 Texto del mensaje del PE al Congreso. 10 Dos meses después, otro decreto ley otorga cédula de identidad a los extranjeros que acrediten ser residentes permanentes; y en septiembre del mismo año, una resolución de la DNM (2016) crea la residencia precaria, un “certificado de autorización de residencia precaria y para ejercer actividades remuneradas para quienes estén regularizando la permanencia, por 180 días renovables”. (Esta figura de residencia precaria se mantuvo a lo largo del tiempo, generando una suerte de limbo en el que el migrante está indocumentado, ya que no tiene documento argentino, pero no es ilegal. Puesto que es renovable hasta que cesen las condiciones que le dieron origen, en la actualidad hay migrantes cuyas residencias precarias, renovadas periódicamente, tienen tres o cuatro años de antigüedad.) A fines de 1967, otro decreto ley (17.498) modifica los montos de las multas a transportistas aduciendo “un marcado aumento de las infracciones por parte de las empresas transportadoras”, que se manifiestan en “los perjuicios e inconvenientes que derivan de la llegada al país de extranjeros carentes de la documentación necesaria”. Y en junio de 1969, en pleno Cordobazo, Onganía firma un decreto-ley (18.235) explícitamente inspirado en la ley de Residencia, que habilita al Poder Ejecutivo a expulsar -irrecurriblemente- a cualquier extranjero residente permanente que atente “contra la paz social, la seguridad nacional o el orden público”. Esta normativa vuelca todo el poder de policía sobre el migrante, y los controles que se hacen sobre transportistas y empleadores son a los efectos de asegurar que ellos también los vigilen. A diferencia de la ley Avellaneda, ya no se considera que el Estado deba proteger al inmigrante de posibles abusos por parte de transportistas, empleadores o dadores de alojamiento. En realidad, pareciera que el rol del Estado ya no es más la protección y fomento de la inmigración, sino más bien su regulación, pero no desde el punto de vista del control del ingreso, sino del control de la permanencia. En los hechos, los migrantes limítrofes entran libremente declarándose turistas, ya que la normativa tiende a obstaculizar la permanencia y la radicación, pero no el ingreso. También es cierto que, como regla general, la DNM rara vez contó con la capacidad operativa para hacer cumplir a rajatabla la legislación vigente. Sin embargo, esta legislación dio lugar a innumerables abusos por parte de las policías que cumplen funciones de policía migratoria auxiliar: aún cuando no se la haga cumplir, la legislación existe y es fuente de chantaje. Entre 1970 y 1971 una serie de decretos no hacen más que aumentar la fragmentación y la coyunturalidad de la normativa migratoria. El decreto 46/70 fija políticas nacionales, y entre ellas las referidas a la inmigración: “impulsar la inmigración de carácter selectivo, procurando mantener la actual composición étnica de la población -es decir, reforzar la naturaleza latina del pueblo argentino- y teniendo en cuenta los requerimientos de desarrollo y seguridad”. Por supuesto que esta “naturaleza latina” sólo es predominante desde el sesgado “panóptico” porteño, y excluye sin demasiado lugar a dudas a los migrantes limítrofes, en particular a paraguayos, chilenos y bolivianos, sospechosos de poseer una “naturaleza indígena”. Así y todo, tres decretos de 1971 legislan para los inmigrantes ilegales provenientes de países limítrofes: uno exime del pago de la tasa de radicación a los inmigrantes ilegales que puedan justificar el pedido; otro establece que los ilegales con menos de tres años de residencia pueden solicitar la radicación temporaria por un año; y el tercero reedita la residencia precaria para quienes estén regularizando su situación. Entre 1976 y 1983, la dictadura produce una serie de decretos y decretos-ley de diverso alcance. Por un lado, decretos muy puntuales, tales como el 464/77 que ofrece condiciones especiales de radicación a migrantes con capital; otro que simplifica los requisitos de radicación definitiva para residentes anteriores a 1910 y mayores de 66 años 11 (1835/77); o los que convocan a los extranjeros que residen ilegalmente en el país a presentarse ante la autoridad migratoria para regularizar su situación, aclarando que es únicamente para los que no pueden regresar a sus países de origen “por razones políticas, sociales, raciales o religiosas” (1483/76 y 1966/77). Recordemos que en este período la represión ilegal se apoyaba en los “grupos de tareas” de las Fuerzas Armadas y de seguridad, que en ocasiones operaban conjuntamente con los de otros países -especialmente de Chile y Uruguay. En este contexto, un chileno o un uruguayo que se presentara ante la autoridad migratoria argentina para declararse residente ilegal y aducir que no podía retornar a su país por razones políticas o sociales a convertirse en “desaparecido”. Tres decretos plantean políticas de fondo: el Decreto 3839/77, que fija los objetivos y políticas nacionales de población; la Ley 21.795/1978 de Nacionalidad y Ciudadanía; y la Ley 22.349/1981 de Migraciones y Fomento de la Inmigración. En lo que respecta a la inmigración, el decreto 3839/77 se propone incrementarla, con un mínimo de selección que asegure “condiciones de salud y características culturales que permitan su integración en la sociedad argentina (...) facilitando la integración con grupos nativos y evitando la formación de colectividades cerradas”. También propone “atraer la inmigración de contingentes calificados” y “facilitar el ingreso de migrantes con capital”; así como “organizar un régimen de ingreso que permita la adecuada selección y encauzamiento de los inmigrantes de países limítrofes”. La ley de Nacionalidad y Ciudadanía conserva la distinción entre los dos aspectos, y establece las siguientes condiciones para la naturalización: ser mayor de 18 años, con dos años de residencia legal continuada, buena conducta, medios honestos de vida, no haber sido condenado en Argentina ni en el extranjero por delito doloso con más de tres años de privación de libertad; no haber atentado contra el orden público, etc. Pueden obtener la ciudadanía los argentinos naturalizados que lo soliciten ante juez federal, luego de tres años de obtener la nacionalidad y luego de cinco de residencia legal. La ley 22.439 de 1981 sustituye de jure a la ley Avellaneda y afirma que el decreto 4805/63 “es en esencia la verdadera ley”. Además de derogar la 817, deroga la ley 17.294 y el decreto 4805, cuyos principios incorpora. Puesto que no incluye un reglamento migratorio, continúa en vigencia el 4418. La ley afirma el fomento de la inmigración de aquellos extranjeros “cuyas características culturales permitan su adecuada integración en la sociedad argentina”; define tres categorías de ingreso (residentes permanentes, temporarios y transitorios) y recoge la definición de ilegalidad por ingreso o por permanencia. Esta ley tiene una sección de disposiciones complementarias que recortan fuertemente los derechos civiles de los migrantes con permanencia ilegal. Además de extender la obligatoriedad de la denuncia a hospitales, centros asistenciales, escribanos, etc., impide el ingreso a la escuela a todo estudiante que no acredite, “para cada curso lectivo, su calidad de residente permanente o temporario habilitado”. Finalmente, para verificar el cumplimiento de esta ley, la Dirección Nacional de Migraciones “puede entrar libremente y sin notificación previa a los lugares o locales comerciales, industriales, educacionales, hospitalarios, asistenciales y todo aquel en el que exista o medie presunción de infracción a la presente ley”. Es decir que el poder de policía acordado a la DNM la autoriza a allanar sin orden ni presencia de juez, y ante la sola sospecha de infracción, con lo que se invierte el orden de la prueba: no se presume la inocencia sino la culpabilidad. Demás está decir que esta atribución afecta no sólo a los migrantes ilegales sino a todos los que se hallen presentes en los lugares de allanamiento. El decreto 1434 de 1987 reglamenta la ley 22.349 y deroga el Reglamento Migratorio vigente hasta ese momento (decreto 4418/65). La característica saliente de este decreto es su artículo 15, que especifica que sólo se concederá residencia (permanente o temporaria) a: 12 a) profesionales, técnicos o personal especializado requeridos por empresas o personas establecidas en el país b) empresarios, hombres de negocios, artistas, deportistas c) científicos, profesores, escritores o personas de especial relevancia en el orden cultural, social, político, etc. d) migrantes con capital propio suficiente para el desarrollo de su actividad industrial, comercial, agropecuaria, minera o pesquera, circunstancia que se deberá acreditar debidamente a juicio de la autoridad de aplicación e) religiosos pertenecientes a cultos oficialmente reconocidos f) extranjeros que por sus especiales condiciones o circunstancias personales revistan un especial interés para el país g) padres, hijos o cónyuges de argentinos o de residentes permanentes o temporarios o de las personas mencionadas en los incisos precedentes. El migrante “clásico”, el que migra en busca de un trabajo, no está comprendido en la clasificación anterior. Las fronteras están virtualmente cerradas para los inmigrantes pobres. Entonces, el efecto de estas restricciones fue la acumulación de migrantes ilegales por la permanencia, ya que los migrantes “clásicos” de los países limítrofes continuaron ingresando como turistas, munidos únicamente de pasaporte y sin necesidad de visa, como residentes en tránsito con plazos de permanencia de hasta tres meses prorrogables. Esta calificación de ingreso no otorga documentación argentina (la constancia es el pasaporte sellado) ni autoriza a trabajar. Sin embargo, por la vía interpretativa (la interpretación y aclaración es función de la DNM), el inciso f) del art. 15 favoreció a los inmigrantes europeos. La resolución 700/88 de la DNM expresa que: “corresponde valorar la situación de aquellos inmigrantes originarios de los países europeos, de los que han provenido mayoritariamente las corrientes inmigratorias que han servido de base al crecimiento y desarrollo de nuestra nación, que con los países aludidos nos unen lazos sanguíneos, similitud de costumbres, identidad de creencias, razones de por sí valederas para considerarlos comprendidos en el régimen de excepciones preceptuadas en el Art. 15 inc. f) del decreto 1434/87”. El decreto 1023/94, que deroga el 1434/87, establece el reglamento migratorio actualmente vigente. En sus considerandos sostiene que el 1434/87 fue dictado en el marco de una profunda crisis económica y que por eso adopta medidas excepcionales en política migratoria -básicamente, el cierre formal de fronteras para aquellos migrantes sin suficiente capital propio. El nuevo reglamento, que se califica a sí mismo “de transición”, es prácticamente idéntico al anterior salvo en algunos puntos. La modificación más importante que introduce es en el artículo 15, donde reagrupa algunas categorías y agrega una: e) trabajadores contratados siempre que la contratación se celebre por escrito, sin quitar la referida a migrantes con capital propio ni a los extranjeros provenientes de países que por razones geográficas, históricas, económicas, etc. justifiquen un tratamiento especial. Entre las inhabilidades absolutas de admisión cita el “permanecer ilegalmente en el país por más de 30 días corridos” (esto era una inhabilidad relativa para el 1434/87). Sólo excepcionalmente se otorgará residencia permanente a los extranjeros que se encuentren residiendo legalmente en el país; es decir que quien entra como turista, o estudiante, sólo excepcionalmente puede acceder a la residencia permanente. 13 Lo fundamental de este decreto es la exigencia de un contrato de trabajo con firmas certificadas (y donde el contratante debe presentar al día sus recibos de DGI y Seguridad Social), que en la práctica opera como un freno en el contexto de un país donde crece el cuentapropismo entre los trabajadores nativos. En los hechos, este condicionamiento complejizó el trámite y abrió un verdadero mercado negro de contratos de trabajo falsos o mellizos (residencias adjudicadas a distintas personas pero con el mismo número de expediente). Además, como esta legislación excluye explícitamente la aceptación del cuentapropismo, aquellos migrantes que vienen a trabajar como cuentapropistas (tales como las vendedoras bolivianas, o los que hacen changas de construcción) aunque no sean desocupados no pueden acceder a la residencia legal. Residencia ilegal y vulnerabilidad social Un tema aparte son los decretos de amnistía que con requisitos documentarios mínimos radican a inmigrantes en condiciones de residencia ilegal. Si bien las amnistías son seis, sólo analizaré las que radican a inmigrantes limítrofes. Las cifras ponen en evidencia dos cosas: que la radicación es masiva; y que tienden a radicar más inmigrantes de los que registra en incremento intercensal, lo cual confirma la sub-enumeración de los censos. Por su parte, lo masivo de la radicación lleva a revisar ciertos aspectos. El primero, y el más obvio, es que la legislación restrictiva no detiene los procesos migratorios, de la misma manera que la ley Avellaneda no provocó la inmigración masiva. Cuando los diferenciales socio-económicos vuelven impostergable la decisión de migrar, los destinos preferenciales tienden a ser los más próximos. Esto es válido para los migrantes limítrofes en Argentina, para los mejicanos en Estados Unidos, y para los migrantes extracomunitarios en Europa. Cuadro 2. Extranjeros limítrofes radicados mediante amnistías12 Censo extranjeros limítrofes 1960 467.260 1970 1980 1990 12 radicados por decreto de amnistía año de la amnistía 216.677 1964 147.383 1974 156.769 1984 211.663 1992 533.850 753.428 817.144 Se excluyeron las amnistías de 1949 y 1958, que radican a todos los extranjeros, no sólo los limítrofes. La amnistía de 1958 radicó 31.469 extranjeros. 14 Ahora bien, la pregunta clave para la Argentina es ¿por qué la migración limítrofe tiene un nivel tan alto de residencia ilegal? Responder al menos parcialmente esta pregunta requiere tomar en cuenta varias dimensiones: la temporalidad de la migración: son pocos los migrantes limítrofes que llegan a la Argentina con la decisión de instalarse definitivamente, o por plazos comparativamente prolongados (mayores de 3 años). Al ingresar, la posición más común suele ser “quedarse un tiempo y ver qué pasa”. En general, la duración de la estadía depende de la inserción en el mercado laboral y de conseguir vivienda a muy bajo costo. Además, puesto que mayoritariamente se insertan en el mercado informal, las condiciones de trabajo y contratación son sumamente inestables y no suelen justificar -por lo menos a corto plazolos costos de legalizar la residencia. el desconocimiento de la normativa y su fragmentación: los migrantes que ingresan al país suelen estar informados de las posibilidades de trabajo y de los sueldos que se pagan en Argentina, pero su desconocimiento sobre la normativa migratoria es absoluto. Poder ingresar como turista resuelve el problema en el momento del cruce de frontera, y la eventual ilegalidad se intentará resolver cuando se convierta en obstáculo para trabajar. A diferencia de los migrantes de ultramar, que ya embarcaban con toda la documentación necesaria unificada por una única ley y visada en los consulados, los limítrofes sólo necesitan pasaporte para ingresar. El trámite de radicación, la documentación requerida, los costos, las excepciones, etc. variaron frecuentemente con el correr de los años, dando lugar a procedimientos cuasi-kafkianos; además, la escasa difusión y las interminables demoras facilitaron la proliferación de gestores y las frecuentes estafas. los costos: si bien los costos variaron, lo cierto es que muchas veces fueron un obstáculo efectivo a la radicación. Esto es especialmente cierto en la actualidad, cuando el trámite oscila entre los 500 y 800 pesos, entre sellados, legalizaciones, certificados que deben pedirse al lugar de origen, honorarios de escribanos, etc. Estos costos son especialmente relevantes cuando se consideran los ingresos -escasos e inestables- de los migrantes más recientes. la calificación educacional: globalmente, la calificación educacional de los migrantes limítrofes es inferior a la de los nativos. En un contexto de dispersión normativa y administrativa, esto es una considerable desventaja a la hora de informarse adecuadamente acerca de derechos y obligaciones. Si bien es un lugar común afirmar que los migrantes limítrofes prefieren estar ilegales, las cifras de las amnistías demuestran que, cuando los requisitos se unifican, la documentación necesaria se reduce, los costos de tramitación bajan y los plazos son razonables, la acogida es masiva. Es que para los migrantes -más que para nadie- es transparente que la ilegalidad genera vulnerabilidad y abre el paso a la arbitrariedad administrativa y al abuso policial. Cuando se compara la normativa concebida pensando en los migrantes europeos con aquella dirigida a la migración limítrofe, es difícil atribuir las diferencias únicamente causas macro-estructurales o modificaciones en los mercados laborales. La dispersión, fragmentación y arbitrariedad que caracteriza a gran parte de la normativa que regula la migración limítrofe genera inevitablemente un grupo poblacional vulnerable: les permite ingresar legalmente, pero los convierte rápidamente en ilegales, y puesto que el control de los extranjeros está delegado en instancias administrativas, pueden ser detenidos y expulsados sin 15 intervención del juez. Que la condición de ilegalidad pueda ser castigada administrativamente duplica la vulnerabilidad. Acá es menester revisar en qué medida -y sospecho que no es en pequeña medida- esta legislación productora de un grupo poblacional vulnerable no se relaciona con la clasificación étnica entre migrantes deseados y migrantes no deseados. Y recordar que la gran mayoría de los inmigrantes que ingresaron bajo el amparo de la ley Avellaneda -y que desde el mismo discurso que hoy rechaza a los limítrofes, son quienes “hicieron grande la Argentina”- no eran los inmigrantes deseados por quienes diseñaron la política inmigratoria de fines del siglo pasado. Basta recorrer la literatura de principios de este siglo -especialmente las obras de descendientes de familias patricias tradicionales: Cané, Wilde, Cambaceres, Martel, Ramos Mejía, etc.- para ver el desprecio hacia el tano, el gallego, el rusito, etc. Los cambios en el discurso hegemónico acerca de los inmigrantes europeos demuestran algo que es obvio: la “naturaleza” humana es un músculo sumamente elástico, y si bien los grupos humanos tienden a preservar y reproducir las diferencias, los contenidos de esas diferencias varían y se modifican en función del cambio histórico. A fines del siglo XX es claro que la homogeneidad cultural que propugnaron las políticas de la modernidad -y que sigue retomando la legislación migratoria cuando habla de “reforzar la naturaleza latina del pueblo argentino”- es un objetivo (afortunadamente) imposible. También es claro que las políticas estatales deben transitar la delgada franja que se despliega entre garantizar la igualdad -evitando la vulnerabilidad y la discriminación- sin poner como prerrequisito la homogeneidad cultural o étnica. Es decir que debería ser posible asegurar la igualdad preservando la diferencia. En este sentido, entiendo que la política migratoria debe pensarse separadamente de la política poblacional en general, ya que en la actualidad los problemas más acuciantes planteados por los movimientos de población no tienen tanto que ver con su impacto sobre la dinámica demográfica de los lugares de origen o de destino, sino más bien con los efectos políticos y sociales que se generan en un territorio nacional -muchas veces fuertemente marcado por discursos étnicos poderosamente excluyentes- a partir de la convivencia entre grupos diferentes y desiguales, hegemónicos y subordinados. Buenos Aires, julio de 1998. 16 Bibliografía citada Alberdi, Juan Bautista. 1992 (original 1852). Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. CEAL, Buenos Aires. Balán, Jorge. (1990). La economía doméstica y las diferencias entre los sexos en las migraciones internacionales: un estudio sobre el caso de los bolivianos en la Argentina. 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