FEMINISTAS Y REVOLUCIONARIAS: CINCO BIOGRAFÍAS

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HISTORIA Y ECONOMÍA
BOLETÍN DEL THE - TALLER DE HISTORIA ECONÓMICA
Pontificia Universidad Católica del Ecuador – Facultad de Economía
Quito, diciembre de 2013 - http://puce.the.pazymino.com
FEMINISTAS Y REVOLUCIONARIAS: CINCO BIOGRAFÍAS
POLÍTICAS EN LA HISTORIA DE LA IZQUIERDA ECUATORIANA
Daniel Kersffeld 1
* Especial para Boletín del THE
La izquierda ecuatoriana contó a lo largo de su historia con un nutrido conjunto de
mujeres activistas que, desde el plano político, artístico, sindical, etc. contribuyeron a
proporcionar sentido a las luchas sociales del siglo XX. Salvo algunos pocos casos
específicos, todavía hoy los relatos oficiales de la izquierda no les han brindado a sus
mujeres militantes el lugar de reconocimiento que ellas merecen. Y peor aún si además
estas mujeres encausaron reivindicaciones feministas y de género, más allá de las clásicas
demandas obreras y clasistas. Este artículo pretende pues contribuir a revisar la historia que
ha condenado a la mayoría de las activistas a un espacio más bien marginal, echando luz
sobre las biografías políticas de cinco casos representativos en los que se funden la
militancia feminista junto con la rebeldía de izquierda.
“Mamá Lucha”: un símbolo de la izquierda ecuatoriana 2
María Luisa Gómez de la Torre vino al mundo en Quito, en 1887, siendo hija ilegítima de
Francisca Páez Rodríguez y del aristócrata Joaquín Gómez de la Torre, quien accedió a
proporcionarle su apellido aunque no intervino directamente en su crianza. Fue así que se
formó en un hogar signada por la pobreza, si bien pocos años más tarde su padre le
proporcionó algunos medios económicos para su sustento. Sin mayores conocimientos que
los indispensables, atribuidos sobre todos a las recomendaciones de su madre, y tal como
era la formación que se suponía debían de tener las jóvenes quiteñas de principios del siglo
XX, en 1908 se matriculó en la escuela normal superior “Manuela Cañizares”, un modelo
de formación para la época fundado por el presidente Eloy Alfaro y uno de los pocos
espacios en el que las mujeres podían desarrollarse profesionalmente a partir de la
enseñanza y las labores docentes.
1
Daniel Kersffeld: Argentino. Doctor en Estudios Latinoamericanos (UNAM) y con un posdoctorado en
Ciencias Políticas (UNAM). Sus dos últimos libros son "Rusos y rojos. Judíos comunistas en tiempos de la
Comintern" (Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012), y "Contra el Imperio. Historia de la Liga
Antiimperialista de las Américas" (México, Siglo XXI, 2012), por el que en 2013 obtuvo la Mención
Honorífica del Premio Pensamiento de América "Leopoldo Zea" (Instituto Panamericano de Geografía e
Historia).
2
Publicado en El Telégrafo, de Ecuador, el 23 de octubre de 2013.
1
En su aprendizaje se vería influida por las nuevas tendencias didácticas, que en el caso
ecuatoriano estuvieron representadas por la misión pedagógica alemana, la que influiría en
su concepción de la enseñanza ligada a la creación, al desempeño artístico y al
desenvolvimiento de la actividad física y gimnástica. Perteneciente a una generación que
operó como un verdadero parte aguas, y de la que formaban parte otras educadoras y
promotoras del laicismo como María Angélica Idrovo y Otilia Jaramillo, María Luisa
obtuvo en 1916 su graduación con excelentes calificaciones y ya con su título de maestra
comenzó a dar clases en la céntrica escuela “Diez de Agosto”, cuyas alumnas, provenientes
de hogares carenciados, sin duda la habrán rememorado su propia infancia.
Por medio de la docencia, María Luisa fue forjando su formación política, ya que no era
nada sencillo para las normalistas ejercer sus funciones en el Ecuador de aquellos años:
identificadas como liberales, laicas o directamente masones, las maestras debían soportar el
hostigamiento en las calles tanto de los conservadores como de personeros de la Iglesia.
Pero sería a partir de la sangrienta masacre obrera del 15 de noviembre de 1922 cuando ella
y varias de sus compañeras radicalizarían sus posturas acercándose a distintas facciones de
la izquierda germinal, principalmente, al Grupo Antorcha. Cuatro años más tarde fue la
única mujer en tener participación en la sesión inaugural del Partido Socialista, celebrada
en el Palacio Municipal de Quito: las crecientes diferencias entre socialistas y comunistas la
acercarían finalmente a estos últimos, gracias también a su amistad con Ricardo Paredes,
principal referente de los bolcheviques ecuatorianos.
Mientras tanto, también consolidaría su práctica feminista como inspectora del tradicional
Colegio Mejía, convirtiéndose así en la primera mujer en desarrollar esta labor. Sus
excelentes relaciones con varios de los colegas de esta institución le permitieron en 1930
conformar el Club de Profesores del Mejía, que pronto ganó prestigio por su importante
labor cultural. Sobre esta base, y junto con compañeros y activistas de la izquierda como
Emilio Uzcátegui, Elisa Ortiz Garcés y Leopoldo Chávez, fundó en 1937 el Sindicato de
Profesores del Mejía, que sería transformado algunos años más tarde en la Unión Nacional
de Educadores. Fue asimismo una de las anfitrionas de la recordada visita de la anarquista y
feminista española Belén de Zárraga, combatida por los sectores ultraconservadores de la
sociedad quiteña. La década del ’30 concluiría para ella en plena consolidación profesional
como profesora de geografía en el Mejía, pero también desarrollando un fuerte y silencioso
activismo social en organizaciones de mujeres, principalmente, como fundadora de la
Alianza Femenina Ecuatoriana en 1938.
Por otra parte, la lucha contra el despótico presidente Carlos Arroyo del Río tuvo en María
Luisa a una de sus principales fogoneras: desde 1943 formó parte de la coalición conocida
como Acción Democrática Ecuatoriana, y cuando estalló la revolución del 28 de mayo de
1944 se destacó junto con Nela Martínez y otras dirigentes comunistas en el sostenimiento
de dicha asonada frente a cualquier intento por parte de los militares por restituir el anterior
gobierno. Con la conversión del nuevo presidente Velasco Ibarra en dictador, la situación
cambió rápidamente y la izquierda pasó a ser perseguida con empeño, en un proceso amplio
de neutralización de todos aquellos activistas con un protagonismo decisivo en dicho
momento de transformación. A la puesta en difusión de una “Carta Abierta” publicada en el
periódico socialista La Tierra, el gobierno respondió con una nueva andanada represiva.
2
María Luisa no pudo permanecer al margen: aunque su condición de mujer y su edad la
salvaron del encarcelamiento, fue expulsada del Colegio Mejía, pasando a depender a partir
de entonces del Partido Comunista como único reaseguro para su propia subsistencia.
Las dificultades y los obstáculos no doblegaron la vocación militante de María Luisa: por el
contrario y desde 1944, ésta se vio fortalecida con una consecuente y sistemática labor
social y política que daría sus frutos con la fundación de la Federación Ecuatoriana de
Indios, en la que se desempeñó como secretaria. Encargada del área de adoctrinamiento y
ayuda del Partido Comunista, cada fin de semana acudía a las comunidades indígenas de
Cotopaxi y luego a las ubicadas cerca de Cayambe, en donde trabó amistad con la dirigente
Dolores Cacuango y contribuyó a la instalación de un programa de alfabetización por
medio de escuelas indígenas en español y quichua, conformando así cuatro
establecimientos, uno en el sindicato Tierra Libre y los otros tres dependientes de la
asistencia pública. Sin que importaran las inclemencias del clima, sin ningún recurso
económico y pese a su avanzada edad, cada dos semanas acudía a las distintas escuelas,
supervisando las labores pedagógicas, hasta que en la década del ’50 éstas fueron
finalmente transferidas a la órbita estatal, con la única excepción de la que era financiada
por el mencionado sindicato.
Nuevas complicaciones y sinsabores tuvieron lugar a partir de 1963 con la instauración en
el gobierno de la Junta Militar conducida por el almirante Ramón Castro Jijón: en un nuevo
período de persecución a la izquierda, María Luisa debió sobrevivir en las sombra o
directamente en la clandestinidad. Pese a esta situación tan compleja, realizó varios viajes a
las provincias, en donde dialogó con distintos referentes de la oposición, así como también
contribuyó al desarrollo de nuevos actores de la escena política ecuatoriana, como fue el
caso de la Asociación Femenina Universitaria. Al momento de fallecer, en 1976, María
Luisa Gómez de Torres contaba con lúcidos y activos 89 años: en su testamento ordenaba
que sus escasos bienes se repartieran en obras de interés social. El movimiento indígena y
las feministas ecuatorianas la reconocieron como a una de sus principales inspiradoras y
precursoras: “Mamá Lucha”, como era por todos conocida, se convertiría así en una de las
figuras más expresivas y simbólicas de la historia de la izquierda ecuatoriana.
Rosa Vivar: líder de las huelgas de Portovelo 3
Rosa Vivar nació en Cuenca en 1890 y era hija de campesinos inmigrantes del poblado
azuayo de Sígsig. Siendo todavía muy joven había emigrado por razones laborales al
Campamento Minero de Portovelo, en la Provincia de El Oro, recientemente creado desde
que en 1896 la empresa transnacional de origen estadounidense South American
Development Company (SADCO) iniciara sus actividades de extracción de oro y otros
metales y minerales preciosos. Conectado con las poblaciones aledañas de Zaruma y Piñas,
el complejo económico contaba con cerca de tres mil trabajadores, de las cuales
aproximadamente dos mil eran mineros, en un número que fluctuaba según el clima y las
posibilidades concretas de explotación de los ricos yacimientos allí existentes.
3
Publicado en El Telégrafo, de Ecuador, el 30 de octubre de 2013.
3
Las minas de Portovelo se hundían a más de trescientos metros bajo el nivel del suelo y en
ella hormigueaba, en una oscuridad casi completa, una verdadera multitud de trabajadores
andrajosos. La SADCO no ofrecía ninguna garantía ni seguridad social a sus trabajadores,
quienes debían cumplir jornadas agotadoras de más de ocho horas al interior de las
insalubres minas auríferas. Bajo estas circunstancias, eran recurrentes los maltratos físicos,
los problemas de seguridad y los de salud, principalmente, complicaciones respiratorias a
los que se sumaba la tuberculosis, la anemia y la silicosis. Había también problemas de
salubridad y de intoxicación, ya sea por la respiración en ambientes viciados o por el
consumo de agua de vertientes contaminadas con desechos químicos. El trato inhumano
convertía a los trabajadores prácticamente en esclavos, debiendo completar sus magros
salarios con horas extras. Y frente a los recurrentes y comunes problemas de salud que
impedían el normal desempeño de los mineros, éstos eran expulsados del campamento sin
ningún recurso, obviamente sin indemnización alguna, enfermos y ya sin ningún hogar.
Reproduciendo las abruptas diferencias sociales del complejo, el establecimiento minero
estaba dividido en tres sectores: el “castillo”, reservado sólo por los gerentes y los altos
funcionarios de la empresa estadounidense, y cuya entrada era prohibida para los
trabajadores ecuatorianos; las modestas viviendas de los empleados nacionales, ubicadas
más abajo; y, por último las humildes, pequeñas y oscuras habitaciones de los obreros,
divididas por tortuosos y malolientes callejones. A nivel cultural, la influencia
estadounidense era tan determinante que la principal festividad popular celebrada en toda el
área regida por la SADCO era la del 4 de julio. Como recordara el líder comunista Ricardo
Paredes en su conocido estudio El imperialismo en Ecuador: Oro y Sangre en Portovelo,
de 1938, “es innegable que la SADCO ha empleado grandes capitales y un esfuerzo tenaz
hasta estabilizar la explotación minera, pero la sangre ecuatoriana ha corrido también a
torrentes en los campos de Portovelo”.
A pesar de laborar como empleada doméstica en la casa del gerente de la transnacional, y
con ello, asegurarse cierta protección y bienestar, Rosa Vivar no pudo permanecer al
margen del sufrimiento de la inmensa mayoría de trabajadores del área, por lo que decidió
pasar a la acción y ser una militante más en la conquista de sus derechos laborales y
sociales: participó entonces en la que fue la primera huelga de los mineros, en julio de
1919, contribuyendo así a su maduración ideológica y política. El triunfo de los obreros fue
sin embargo seguido de un espíritu revanchista por parte de los directivos de la SADCO,
quienes apelaron al ejército para reprimir a los más rebeldes y expulsarlos de Portovelo. La
situación se mantuvo en calma pero siempre tensa y, pese al interés y apoyo demostrado
por los socialistas desde el periódico La Antorcha, poco se pudo hacer para la creación de
una organización gremial autónoma y duradera.
Con todo, en 1934 y gracias al accionar de un grupo de militantes comunistas finalmente se
pudo crear la Asociación Sindical Obrera (ASO) que, de manera inmediata, entró en la
lucha por los intereses de los trabajadores, con una lectura nacional del problema del
imperialismo. Y si bien en su campaña presidencial había apoyado los reclamos de
organización sindical, lo cierto es que Velazco Ibarra hizo muy poco una vez llegado al
gobierno por mejorar las condiciones de los trabajadores de la SADCO y, particularmente,
4
por fortalecer a su flamante gremio. En suma, la ASO inició un camino de fortalecimiento
en el enfrentamiento directo con la corporación estadounidense y con el gobierno,
consagrándose en este proceso particular a dirigentes como Rosa Vivar, cada vez más
admirada por su condición de mujer y de luchadora social.
A medida que recrudecía la conflictividad obrera en Portovelo, la tensión iba en aumento:
la ASO, con creciente predicamento a nivel nacional, encontraba eco en ciudades como
Quito y Guayaquil, gracias a la mediación del Partido Comunista y de un conjunto de
organizaciones obreras y campesinas esparcido por todo el país. Las distintas concepciones
políticas y estratégicas surgidas en la dirección del sindicato no impidieron la convocatoria
a una huelga general, la que finalmente y por votación, tuvo lugar el 10 de noviembre de
1935. La movilización de los trabajadores en paro fue sin embargo sorprendida por una
descarga de metralla del batallón Febres Cordero, apostado desde un tiempo atrás en el
campamento: sin embargo, la masacre no pudo frenar la toma de Portovelo por parte de sus
trabajadores, y así los directivos de la SADCO se vieron obligados a dialogar nuevamente
con sus propios enemigos de clase.
Rosa Vivar se vería confirmada como líder de la protesta en la constitución del comité
encargado de la negociación con los directivos de la empresa: presidido por Néstor
Ordóñez, como Secretario General, éste se compuso también por dirigentes como Salvador
Romero y Miguel M. Capa, entre otros. Sólo unas pocas reivindicaciones del extenso
pliego de peticiones fueron finalmente aceptadas por la SADCO, en un tenso diálogo que se
prolongo por casi cuatro horas. Sin embargo, y como había ocurrido en 1919, la
trasnacional violó los acuerdos alcanzados para poner en práctica un brutal contragolpe.
Así, el 18 de enero de 1936 las fuerzas policiales provocaron un nuevo acto represivo en
contra de los trabajadores de Portovelo, ensañándose particularmente contra los líderes del
sindicato, los que fueron apresados y luego expulsados del complejo, junto con cientos de
trabajadores implicados en las protestas de noviembre del año anterior.
Con la reacción patronal, el sindicato fue finalmente destruido, si bien permanecería en la
memoria colectiva de los trabajadores de la región. Y como varios de sus compañeros,
también Rosa Vivar fue expulsada de Portovelo, acusada de “indeseable” por los dueños de
la SADCO: sin poder ya retornar al campamento, encaminó sus pasos hacia Piedras y de
ahí en dirección a Piñas.
Convertida ya en una figura de relieve, el poeta y cronista ecuatoriano Roy Sigüenza
escribió sobre Rosa: “Llegó de Cuenca, niña, y en Portovelo apeó las muñecas por las
ideas; se le templó la sangre y se le afirmó la voz para hacerse oír en el hombrerío suspicaz
y desconfiado con toda mujer ‘que habla raro’, pero dice la verdad: que los gringos de la
SADCO explotan, que los obreros deben unirse y luchar por sus derechos. Y se vio echar
vuelo a las palabras ‘huelga’ y ‘compañero’ desde su garganta, como un par de mirlos, y
cubrir con su vuelo todo el valle del campamento en 1935”. Por otra parte, Rosa fue
convertida en personaje de la novela Curipamba, publicada por Ángel Felicísimo Rojas en
1983. Allí era descripta como “mujer enseñada a sufrir, (que) no había perdido el juicio en
los combates, y (que) en todo instante supo lo que debía hacer”.
5
Pese a que fue bautizado con su nombre el premio que reconoce valores cívicos a lo más
destacado de la provincia de El Oro, todavía hoy Rosa Vivar ocupa un lugar más bien
marginal en la historia del movimiento obrero y en la del feminismo ecuatoriano. Sin duda,
resulta necesario indagar más sobre su vida y sus luchas, para de ese modo recrear los
tiempos de una generación de combatientes políticos que incluso entregaron sus vidas por
el bienestar de los trabajadores del Ecuador.
Zoila Ugarte: pionera del feminismo ecuatoriano 4
Zoila Ugarte de Landívar encarna el esfuerzo y los contratiempos que surcaron la vida y las
obras de las primeras feministas latinoamericanas del siglo XX. Había nacido el 27 de junio
de 1864, día de San Zoilo, en la parroquia El Guabo, ubicado en las cercanías de Machala,
en la Provincia de El Oro. Fue tercera de nueve hermanos, de los que solamente cinco
llegarían a la mayoría de edad. Recibió las primeras letras de su madre y sobresalió desde
muy pequeña por su inteligencia y vivaz conversación. Sin embargo, no pasaría mucho
tiempo antes que de fallecieran sus padres.
Comenzó a escribir en 1890, cuando con el seudónimo de “Zarelia” envió sus primeras
crónica a El Tesoro del Hogar, semanario de literatura, ciencias, artes y modas, fundado
por la poetisa Lastenia Larriva de Llona. Desde sus primeros escritos demostró un estilo
literario propio, que con el correr de los años le otorgaría singularidad y la diferenciaría de
sus contemporáneas hasta consagrarse como una de las principales escritoras ecuatorianas
de la época.
En 1893, en Machala, Zoila contrajo matrimonio con el Capitán Julio Landívar Morán,
acantonado por esos meses en dicha plaza. Como fruto de esta unión nacería Jorge, futuro
periodista y activista en el Partido Socialista. Dos años más tarde, en el contexto de las
revueltas populares que determinarían el ascenso de Eloy Alfaro al gobierno nacional, el
matrimonio decidió mudarse a Quito, en donde finalmente comenzaría a madurar como
futura referente del feminismo y el progresismo ecuatoriano. Por esta misma época, y
mientras su marido combatía en el Ejército, ella se haría un lugar cada vez más importante
en la opinión pública quiteña gracias a sus artículos, generalmente escritos con los
seudónimos “La Mujer X” y “Zoraida”.
En 1905 marcaría un hito en la historia local al fundar la primera revista feminista
ecuatoriana, convertida pronto en una auténtica tribuna de las ideas progresistas y
democráticas defendidas por aquellas mujeres que planteaban una nueva nación a partir de
la lucha y la conquista de nuevos derechos sociales y políticos. Así, La Mujer fue planeada
desde un inicio como una publicación mensual de literatura y variedades en donde se
expresaron narradoras, poetisas y algunas de las primeras ideólogas del feminismo local
como Mercedes González de Moscoso, María Natalia Vaca, Josefa Veintemilla, Antonia
Mosquera, Dolores Flor e Isabel Espinel. Debido a la transgresión de sus artículos, no
4
Publicado en El Telégrafo, de Ecuador, el 13 de noviembre de 2013.
6
resultó casual que la imprenta en la que se editaba La Mujer fuera varias veces clausurada,
siempre por razones políticas.
A fines de 1905 designada socia honorífica del periódico El Tipógrafo, un nuevo espacio en
el que publicaría sus reflexiones políticas construidas, como en la siguiente cita, con una
mirada feminista y de izquierda: “La mujer tiene derecho a que se le dé trabajo pues
necesita vivir y no se vive ni se adquieren comodidades sin trabajar. La miseria reinante en
Europa es uno de los motivos que con más fuerzas ha despertado el feminismo moderno.
Las falanges de obreras que llenan las fábricas no han podido menos que comparar la
diferencia de salarios señalados para los dos sexos por idéntico esfuerzo, por las mismas
horas de trabajo”. Sus colaboraciones periodísticas fueron cada vez más amplias, y
contribuyó con sus artículos en medios tan diversos como La Ondina del Guayas y El
Hogar Cristiano, dirigido por Ángela Carbo de Maldonado
Aunque por motivos familiares estuvo en contra del movimiento alfarista que en 1906
destituyó al presidente Lizardo García, en ningún momento abandonó las filas populares ni
dejó de lado su ímpetu transformador. Ingresó a la redacción de La Prensa y en 1908
incursionó en la Escuela de Bellas Artes, donde aprendió dibujo, pintura, litografía y
escultura, obteniendo varios premios en la Exposición Nacional del Centenario de la
Independencia realizada dos años más tarde.
Si bien en líneas generales apoyaba al liberalismo radical, sus diferencias con el alfarismo
fueron crecientes y, pese a que recibió críticas por parte del oficialismo, encontró en
cambio el apoyo de varios de sus colegas periodistas, narradores y poetas, quienes no
dudaron en calificar de “brillante acción colectiva” sus denuncias en beneficio de las
mujeres y por la pacificación del Ecuador: un Comité Nacional, en el que se encontraban
sus amigas, las poetisas Mercedes González de Moscoso, Dolores Sucre, Carolina Febres
Cordero de Arévalo y Ángela Carbo de Maldonado, incluso se encargó de realizarle un
homenaje público, con un amplio respaldo popular.
Ya como seguidora del dirigente liberal Leónidas Plaza, quien volvería al gobierno en
1912, dirigió La Patria por un breve período y posteriormente estuvo al frente del diario La
Prensa. Ese mismo año multiplicaría sus actividades al ser electa Directora de la Biblioteca
Nacional, lo que la obligaría a alejarse del periodismo, si bien continuó publicando sus
escritos en el boletín periódicamente editado por dicha entidad. Y pese a las diferencias que
había mantenido en los últimos tiempos, el 28 de enero de 1912 fue testigo del asesinato del
asesinato de Eloy Alfaro por una turba enloquecida, y pidió que por favor los despojos del
ex presidente pudieran ser cubiertos por una bandera nacional.
Los siguientes años estuvieron marcados por el fallecimiento de su esposo, en 1913, y por
sus renovadas colaboraciones con distintas revistas y diarios, como sería el caso de El
Demócrata, dedicado a la literatura el arte y la sociología, a partir de 1914; La Mujer
Ecuatoriana, órgano del Centro Feminista La Aurora, de Guayaquil, y Páginas Literarias,
editado en la ciudad de Cuenca, en ambos casos, desde 1918. En ese mismo año, fue
7
además invitada a la inauguración de la Columna del Centenario de la Independencia,
ubicada en Guayaquil.
En 1920 concluyó su mandato al frente de la Biblioteca Nacional, y prácticamente sin
recursos, comenzó a parcelar un pequeño terreno que le había legado su marido en las
inmediaciones de La Carolina, en Quito. En 1923 se convirtió en la única mujer en asistir a
la Asamblea Liberal, y comenzó a desempeñarse como secretaria en la Dirección de
Estudios del Pichincha, puesto que abandonaría en 1925, mientras colaboraba con diarios
como El Telégrafo y El Universo. Al siguiente año desarrolló actividades en el Colegio
Manuela Cañizares de Quito, contribuyendo así a forjar una generación de feministas y
activistas sociales entre sus alumnas y compañeras docentes.
Ya para enero de 1930, y como presidenta fundadora del Centro Feminista Anticlerical de
Quito, Zoila generó una gran repercusión cuando recibió a Belén de Sárraga, notable
activista feminista y anarquista española, quien arribó al país invitada a dictar dos charlas.
La Iglesia emitió una furibunda pastoral en su contra, se difundieron hojas sueltas, y
movilizó a los fanáticos quienes al grito de “Al Ejido” reclamaban la quema de ambas,
repitiendo lo ocurrido casi dos décadas antes con Eloy Alfaro. El clero ecuatoriano resolvió
declarar como Hora Santa el momento en el que la militante española disertaría en el
Colegio Mejía, a fin de que el pueblo se reuniera a rezar en las iglesias. La intervención
oportuna del Batallón Yaguachi impidió la agresión contra las activistas. Finalmente Belén
de Sárraga sólo pudo dictar una conferencia, muy comentada durante mucho tiempo, y a
continuación ella y Zoila encararon un recorrido por varias ciudades del país: durante su
estancia en Guayaquil, alcanzó a brindar una charla en el local de la Confederación Obrera
del Guayas.
Junto con otras compañeras feministas como Victoria Vásconez Cuvi, María Angélica
Idrovo y Rosaura Emelia Galarza, en 1934 Zoila Ugarte publicó Alas, revista dedicada a la
mujer hispanoamericana, que pese a lo promisorio del proyecto, únicamente lograrían
editar dos números. Tres años más tarde, este mismo grupo solicitó una pensión vitalicia
para Zoila, quien ya contaba con 73 años y se encontraba en una situación de extrema
pobreza: pese a que el gobierno de Federico Páez encaraba una feroz persecución contra la
izquierda, la presión pública lo obligó a otorgarle la Orden Nacional al Mérito en el grado
de Oficial. En una ceremonia pública celebrada el 24 de mayo, la homenajeada se encargó
de recalcar que recibía el premio de parte del gobierno ecuatoriano, y no de su presidente, a
quien como muchos consideraba como un dictador.
Para 1942, Doña Zoila, como era popularmente conocida, fue a vivir con la familia de
Jorge, su hijo, quien le había dado cuatro nietos: pese a que ya casi no escribía, era una
ávida lectora de noticias periodísticas y de literatura en general. Con todo, su vida sufriría
un nuevo golpe cuando en 1962 su hijo murió de cáncer en el estómago. Profundamente
deprimida, pasó sus días recluida en el convento de las madres franciscanas, permaneciendo
allí hasta 1968, cuando uno de sus nietos la llevó a vivir con su familia. Zoila Ugarte,
falleció el 16 de noviembre de 1969 como consecuencia de un paro cardíaco: tenía 105
años.
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El próximo sábado se cumplirán 44 años de la muerte de esta pionera de la izquierda y del
feminismo ecuatoriano. Vale recordarla como lo hiciera su amigo, el escritor Justino
Cornejo, en la breve biografía de Zoila Ugarte que publicó en 1938: “Vive sola y en
pobreza, en un cuarto lleno de libros y papeles, cuidada por su hijo. Invariablemente vestía
de negro, de ordinario envuelta en su tosco sobretodo oscuro, con sombrero noche y día,
sola o acompañada por su cordial amiga María Angélica Idrovo. Se le veía de tarde en tarde
por esas silenciosas y tristes callejas de Quito, testigos de sus afanes, sus ensueños y sus
glorias. Pequeña de talla, enjuta de carnes, quemada su tez por ese implacable sol tropical,
negra y ensortijada su antes abundante y ensortijada cabellera, con mucho polvo en el
rostro y mucha tristeza en la mirada”.
Ana Moreno: el siglo de una pasión revolucionaria 5
El pasado 18 de agosto se cumplieron cien años del nacimiento de Ana Mercedes Moreno,
quien vino al mundo en 1913 en Guayaquil en el seno de un hogar culto y acomodado.
Gracias a una beca que le posibilitó a la familia residir por unos años en Alemania, su
padre, Wilfrido Moreno Veintimilla, pudo conocer en profundidad las técnicas de la
linotipia y la edición, convirtiéndose a su regreso al Ecuador en el fundador de la empresa
“Artes Gráficas Senefelder”. Su educación apuntó desde un principio a la excelencia, por lo
que además de las materias que se brindaban normalmente en el sistema escolar, en su
hogar recibió clases particulares de idiomas y de piano, convirtiéndose años más tarde en
una eximia pianista.
Su primer contacto con la realidad social del país tuvo lugar nada menos que el 15 de
noviembre de 1922, día de la masacre obrera, cuando frente a su ventana desfilaron varias
plataformas llenas de cadáveres para ser arrojados al río: el impacto de estas imágenes
perduraría por toda la vida en la mente de esta futura dirigente comunista.
En 1929 Ana Moreno se graduó de bachiller en Humanidades Clásicas y comenzó a
estudiar la carrera de contabilidad. En 1933 contrajo matrimonio, y al siguiente año nació
su hija: sin embargo, la relación se resquebrajó muy rápidamente y en 1934 se produjo su
separación. En 1935, decidida a cambiar de aires, se instaló por un tiempo en la ciudad de
Cuenca, desde donde comenzó a seguir, cada vez con mayor atención, los prolegómenos de
la Guerra Civil que ya comenzaba a alterar la vida en España: según sus posteriores
declaraciones, sería ese proceso el que le posibilitaría adoptar una creciente consciencia
política y social. En 1936 retornó a Guayaquil y para ganar su propio dinero se ocupó como
cajera en una farmacia, desoyendo aquellas críticas que señalaban que una mujer de su
condición no podía trabajar y menos aún en empleos de esas características.
Por estos años, el compromiso político y el activismo social de Ana Moreno fueron en
aumento. Su participación como trabajadora social en la Primera Campaña Antituberculosa
en 1937, en donde colaboraba redactando fichas médicas y resultados radiográficos, motivó
también su colaboración en las actividades organizadas por la sociedad artística y cultural
5
Publicado en El Telégrafo, de Ecuador, el 20 de noviembre de 2013.
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Allere Flama, que había fundado el escultor italiano Enrique Pacciani y que le permitió
tomar contacto con un destacado núcleo de activistas radicales. Era claro ya el perfil
político adoptado, por lo que en 1938 y en el contexto de la cruenta Guerra Civil Española
ayudó a organizar el Socorro Rojo Internacional, organización comunista dedicada a la
recaudación de ropa, dinero y medicamentos para los combatientes del frente republicano.
Pero afectada por la tuberculosis, debió guardar reposo y seguir un estricto tratamiento
médico durante cerca de medio año.
Para 1939, una vez repuesta de su enfermedad, Ana Moreno retornó a Guayaquil y no pasó
demasiado tiempo antes de que se reincorporara a sus actividades sociales y políticas,
principalmente en la Sociedad de Escritores y Artistas Independientes, que una vez al mes
se reunía en el Salón Rosado. Ese mismo año contrajo matrimonio con el conocido locutor
de radio Antonio del Campo Pacheco, y en 1941 nació su hijo Antonio. Un año más tarde,
y por medio de un remplazo, comenzó a laborar en Quito en el Departamento de
Contabilidad de la Sección de Ferrocarriles del Ministerio de Obras Públicas, posición que
luego sería de gran importancia para el éxito de la revolución de 1944.
Cada vez más involucrada en las actividades políticas, por esta misma época formó parte
del Movimiento Antinazi que había creado el inmigrante francés Raymond Meriguet, hasta
que en 1943 se afilió al Partido Comunista (PCE) en casa de su amiga la artista Alba
Calderón. Sus orígenes de clase alta generaron todo tipo de desconfianza hacia ella, por lo
que no resultó extraño que se le encargaran las tareas más difíciles a fin de comprobar su
lealtad hacia el Partido. Así, A los pocos meses comenzó a participar activamente en la
Alianza Democrática Ecuatoriana (ADE), frente partidario opositor al gobierno de Carlos
Arroyo del Río, organizando comités populares, barriales, sindicatos y grupos campesinos.
Su activismo sin descanso se vería fortalecido cuando el Partido le asignó las zonas de
Durán, Yaguachi, Milagro, Naranjito y Bucay gracias a sus buenas relaciones con el gremio
de los ferrocarrileros. Ese mismo año, y por pedido expreso de su padre, ya gravemente
enfermo, asumió la conducción económica de “Artes Gráficas Senefelder”, convirtiéndose
en una de las más importantes contribuyentes del PCE.
Durante los primeros meses de 1944 Ana Moreno fue una de las más destacadas activistas
contra el gobierno de Arroyo del Río, seriamente debilitado y cada vez con menos apoyo
social y político, en tanto que durante la Gloriosa mantuvo un febril desempeño,
revelándose como un verdadero cuadro revolucionario. Así, y mientras que el sábado 27 de
mayo recibió varias órdenes de la dirección de la ADE, al siguiente día, cuando estalló la
revolución, dio muestras de gran valentía al ayudar a colocar las bombas molotov que
terminaron con el cuartel de los carabineros de Arroyo del Río y, en medio de la balacera,
al servir como correo entre el PCE y las demás organizaciones que integraban la ADE. El
29 de mayo, su hermano Francisco imprimió la primera proclama revolucionaria
aprovechando las instalaciones de la empresa familiar. El 30 de mayo, junto con el pintor y
periodista Eduardo Borja Illescas dirigió a los grupos revolucionarios de Durán y luego
recibió la orden por parte del gobernador del Guayas de combatir en Yaguachi a las tropas
arroyistas, aunque felizmente el enfrentamiento nunca llegó a producirse. Finalmente, fue
también una decidida colaboradora en la convocatoria a elecciones para la Asamblea
Constituyente en la que la izquierda tendría una importante participación.
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Sin embargo, al cabo de dos años la situación cambiaría radicalmente para la izquierda
ecuatoriana cuando el nuevo presidente, José María Velasco Ibarra, asumió poderes
dictatoriales y dirigió una encarnizada persecución en contra de los antiguos protagonistas
de la revolución del ’44. Ana Moreno, junto con Alba Calderón, fueron detenidas en las
puertas del diario El Universo cuando se disponían a publicar un “Manifiesto”:
permanecieron recluidas durante cuatro días y fueron liberadas gracias a la presión popular.
Algunos meses más tarde, un allanamiento policial en su domicilio le arrebató el archivo
completo de los comités y sindicatos creados desde 1943.
Pese a las crecientes diferencias de Ana Moreno con la dirección partidaria, cada vez más
moderada en sus reivindicaciones políticas, en 1948 aceptó ser candidata a concejal por el
cantón Guayaquil, al tiempo que comenzó a trabajar en la campaña encabezada por la
Dirección General de Sanidad para promover la vacuna BCG en la población. En 1950
volvió a ser candidata a concejal, pero cuatro años más tarde decidió desafiliarse
voluntariamente del Partido Comunista.
En 1954 Ana Moreno también contrajo matrimonio con Fortunato Safadi Emén, un
estudiante de medicina doce años menor y que como ella también había participado de las
jornadas revolucionarias de 1944. Entre 1956 y 1959 la pareja residió en Londres gracias a
una beca de especialización en psiquiatría que Safadi había obtenido luego de concluir sus
estudios en Ecuador, y que además le posibilitó dar clases durante un mes en la Universidad
en Roma. De regreso a Guayaquil, Ana ayudó a instalar el consultorio médico con el que el
matrimonio consiguió establecerse luego de tres años de ausencia del país.
Comprometidos con la realidad política y social del Ecuador, la pareja de activistas
participó desde el principio en las protestas estudiantiles que, a fines de los años ’60,
reclamaban por un cambio en el modelo de Universidad, y que así también expresaban su
oposición al presidente Velasco Ibarra, quien en 1968 había llegado al poder para cumplir
su quinto y último mandato. En este difícil contexto de conflictividad social, Safadi fue
electo rector de la Universidad de Guayaquil en abril de 1970, dos meses antes de que
Velasco Ibarra se declarara dictador y clausurara a todas las universidades del país.
Fortunato debió esconderse por espacio de varios meses, en su domicilio y en casas de
amigos, en tanto que Ana tuvo que soportar los reiterados allanamientos policiales de los
que fue objeto su vivienda. En 1972 el matrimonio quedaría trunco al fallecer el Dr. Safadi
de un repentino cáncer pulmonar.
Ante la necesidad por cambiar de aires, en 1974 Ana Moreno viajó por tres meses a Europa
y a su retorno a Ecuador inició una nueva y última etapa militante en su vida, esta vez,
consagrada los movimientos feministas y de derechos humanos, justo cuando en la región
había ya implantados varios gobiernos dictatoriales. Así, desde 1977 cooperó como
voluntaria en Amnistía Internacional, en tanto que en 1980 intervino en la formación de la
Asociación de Defensa de los Derechos Humanos y luego colaboró también con la
Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos y Desaparecidos
y con el Comité Ecuatoriano de Solidaridad con el Pueblo Palestino.
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El 18 de agosto de 1983 celebró sus ochenta años rodeada de sus familiares y amistades. La
muerte le sobrevino casi un mes más tarde, el 12 de septiembre, pocos días antes del
multitudinario homenaje como Héroe que se le estaba preparando en La Habana por su
amistad con el pueblo cubano y por su férrea defensa de la Revolución. Pero seguramente,
el mayor reconocimiento de la Cuba revolucionaria hacia Ana Moreno fue por el
hospitalario alojamiento que entre septiembre y octubre de 1953 y en su tradicional casa del
barrio de las Las Peñas, en Guayaquil, ella y Fortunato Safadi brindaron a Ernesto Guevara
cuanto éste se encontraba realizando su periplo latinoamericano: sin duda, fue éste el origen
de una extensa amistad que se prolongaría durante un extenso tiempo, incluso, cuando el
joven médico argentino había dejado ya su lugar para finalmente convertirse en el
guerrillero por todos conocido como el “Che”.
Aurora Estrada, poetisa de la revolución 6
Aurora Estrada y Ayala vino al mundo en 1901 en la hacienda “Juana de Oro”, cercana al
pueblo de San Juan en la provincia de Los Ríos. Sus padres le procuraron una feliz infancia,
pero fue sobre todo su padre quien se encargó de impulsar su pasión por la lectura y la
escritura.
Para 1911 la familia se estableció en Guayaquil pero al poco tiempo, la muerte de su padre
convertiría a la incipiente poetisa en una joven tímida y retraída: para poder sobrevivir su
madre tuvo que dedicarse al bordado y a la costura. Cuando ella cumplió los 15 años le
enseñó su producción al afamado escritor y poeta Francisco J. Fálquez Ampuero, primo
hermano de su padre, quien celebró su poesía y la apadrinó en su crecimiento como artista.
La sorpresiva muerte del joven poeta Medardo Ángel Silva y su repercusión en el ámbito
cultural ecuatoriano anunció la aparición de una nueva era de artistas y escritores. La casa
de Aurora se convirtió en el punto de encuentro de un amplio conjunto de jóvenes poetas y
narradores, principalmente costeños, entre quienes se encontraban José Joaquín Pino de
Ycaza, Miguel Augusto Egas, Hugo Mayo, Enrique Segovia Antepara, Zaida Letty y Jorge
Carrera Andrade. El grupo tomó el nombre de “Hermes” y en octubre de 1920 dió vida a
una revista, bautizada con la misma denominación, pero de la que sólo se editaron tres
números. Pese a la pronta desaparición de la revista, el grupo no se dispersó e incluso contó
con algunos afamados interlocutores del exterior, como Alfonsina Storni, de Argentina, y
Gabriela Mistral, de Chile.
Convertida en una de las principales referentes literarias de su generación y fuertemente
influenciada por el sentimiento arielista, Aurora Estrada fundó a principios de 1922 el
mensuario Proteo, que pese a su corta duración, contribuyó a difundir su nombre por toda
la región. En ese mismo año comenzó a colaborar con la revista mensual Philelia, de origen
cuencano, y también contrajo matrimonio Gustavo Ramírez Pérez, estudiante de Leyes y
joven activista de izquierda con quien tendría cinco hijos.
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Publicado en El Telégrafo, de Ecuador, el 11 de diciembre de 2013.
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Su consagración literaria finalmente tuvo lugar entre 1923 y 1925, cuando dos
composiciones suyas obtuvieron los primeros lugares en los Juegos Florales auspiciados
por la Federación Universitaria de Quito, y al ganar el premio único en el concurso
auspiciado por la Municipalidad de Guayaquil con el mejor artículo dedicado a las
efemérides de octubre. Paralelamente, escribió para la revista Orientación, de Buenos
Aires, estableciendo una fecunda relación epistolar con la anarquista argentina Teresa
Maccheroni.
En 1925 publicó su primer libro, Como el incienso, que inmediatamente tuvo una notable
repercusión y que reveló a su autora como una de las poetisas más destacadas del Ecuador,
dispuesta a rever el papel de la mujer e, incluso, a romper mitos y tabúes sexuales. Mientras
tanto, su labor poética obtuvo más reconocimientos, como el primer premio en el concurso
por la Fiesta de la Raza en 1928 y la coronación el 12 de octubre en el paraninfo de la
Universidad de Guayaquil. Con gran suceso, el diario El Universo la designó como
redactora de honor.
Por esta misma época, sin embargo, Aurora Estrada abandonó definitivamente su arielismo
inicial para inclinarse cada vez más a la poesía social y, sobre todo, a la denuncia política.
Si bien hubo algunos antecedentes como su “Canto de las trabajadoras” que dieron cuenta
del perfil que progresivamente iría adquiriendo la joven poetisa, fue sin duda el asesinato
en Cuba en 1929 del activista venezolano Francisco Laguado Jayme el factor determinante
que convertiría a Aurora en una de las más acabadas representantes de la poesía política del
Ecuador. Así, el poema “A Francis Laguado” fue acompañado por la promesa pública de
luchar por la justicia y la igualdad.
Casi al mismo tiempo, Aurora debió fijar su residencia en Quito ya que a su esposo, al
cursar cuarto año de Derecho, fue expulsado de la Universidad de Guayaquil por su
comprometida militancia comunista en la “Fracción Universitaria de Izquierda” y en la
“Liga Antibélica”. En la capital, la joven inició su docencia en el Liceo Bolívar y comenzó
a estudiar letras en la Universidad Central, en tanto que Gustavo Ramírez completó sus
estudios en derecho y comenzó a trabajar en la Caja de Pensiones.
En 1930, volvería a ganar otro certamen, esta vez, el Concurso Pedagógico promovido por
el Día del Maestro y en 1936 escribió su tesis doctoral sobre su admirada amiga Gabriela
Mistral: sin embargo, el cierre de su Facultad y su reapertura como simple Instituto
Pedagógico hizo que ella egresara con el título de Profesora de Lengua y Literatura y
Licenciada en Ciencias de la Educación.
Paralelamente, continuó escribiendo un poemario infantil, una novela y varios poemas
sociales y políticos, como “J. G. White & Co. Ltd”, inspirado en la difícil situación de los
trabajadores de esta empresa contratada para el realizar el alcantarillado y pavimentación de
Guayaquil, y “Chaco”, dedicado a la guerra fratricida entre Paraguay y Bolivia. Por esta
misma época participó en la Primera Exposición del Poema Mural Revolucionario,
organizado por el Sindicato de Escritores y Artistas del Ecuador y publicó su célebre
artículo “Misión de los Artistas Nuevos”, en donde reafirmó su compromiso social y
político como artista. En tanto que en 1938 suscribió un manifiesto por la candidatura
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presidencial del comunista Ricardo Paredes al mismo tiempo que dio a conocer su poema
“Vosotros que lloráis a vuestros muertos”, escrito con motivo de la Guerra Civil Española.
Aurora Estrada tuvo una participación activa en “La Gloriosa” de 1944 leyendo su poema
“Canto al Veintiocho de Mayo” en el Congreso de la Confederación de Trabajadores del
Ecuador (CTE) realizado en Quito y al que asistió como delegada. En dicho evento también
se destacó como una de las principales promotoras de la candidatura de Nela Martínez a la
Asamblea Nacional: fue en parte por esta labor que la dirigente comunista pudo convertirse
en la primera mujer en ocupar un escaño en el Congreso de Ecuador tras unas elecciones
democráticas.
En ese mismo año de 1944 presentó el poema “U.R.S.S.”, en la que exaltaba la victoria del
Ejército Rojo sobre las tropas nazis en la batalla de Stalingrado y, algún tiempo más tarde,
entre septiembre y noviembre, llevó a cabo una gira por los Estados Unidos junto con otros
escritores latinoamericanos, invitada por la oficina de Coordinación Interamericana y,
personalmente, por el presidente Franklin D. Roosevelt en un reconocimiento público a su
lucha antifascista.
En 1950 Aurora Estrada pudo finalmente retornar a Guayaquil gracias a un pase otorgado
por el Ministerio de Educación, quien le abrió una plaza como profesora de literatura a
nivel secundario. Su marido viajó a aquella ciudad al siguiente año, ya con el cargo de
Subgerente de la Caja de Pensiones. Fue ésta, sin duda, la época de mayor actividad política
de la poetisa: una vez afiliada al Partido Comunista realizó una importante labor proselitista
en sindicatos y en distintos congresos obreros.
En 1952 ingresó como profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Guayaquil y, ya como una feminista de cada vez mayor importancia, contribuyó a organizar
la “Unión de Mujeres del Guayas”, desde cuyo seno promovió importantes movilizaciones
por los Derechos de la Mujer, del Niño y de la Paz. Por estos años tuvo también una
frustrada candidatura como senadora por la provincia de Los Ríos. En 1953 fue delegada a
la Conferencia Latinoamericana de Mujeres realizada en Río de Janeiro, donde además
resultó electa como una de las vicepresidentas, en tanto que un par de años más tarde
concurrió como representante al Primer Congreso Mundial de Madres, llevado a cabo en
Lausana, Suiza. A estos seguirían otros viajes, a destinos tan distintos como Argentina,
Cuba y la Unión Soviética. Mientras tanto, en 1960 tuvo también otra frustrada candidatura
electoral cuando se presentó como diputada por una iniciativa del Movimiento Femenino
del Guayas.
La situación de Aurora Estrada cambiaría radicalmente en 1963, una vez concretado el
golpe de Estado que llevó al poder al almirante Ramón Castro Jijón. Sin ningún tipo de
miramientos, en ese mismo año la dictadura militar le arrebató la cátedra universitaria a la
escritora: en consecuencia, en 1964 fue objeto de un acto de desagravio por parte de sus
colegas y amigos de Guayaquil, entregándosele la prestigiosa “Lira Poética María Piedad
Castillo de Levi”. Recién en 1966, una vez concluido el régimen militar, pudo dedicarse
nuevamente a la docencia universitaria.
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El 8 de marzo de 1967 y mientras dictaba una conferencia sobre el Día Internacional de la
Mujer, Aurora Estrada sufrió un derrame cerebral y perdió el conocimiento. De inmediato
fue llevada a una clínica y allí estuvo en observación hasta su fallecimiento cuatro días más
tarde. En ese mismo año, también moriría Gustavo Ramírez, su compañero de vida.
La muerte de la artista causó una honda consternación en la ambiente intelectual y artístico
ecuatoriano, motivando distintas expresiones de dolor ante su pérdida, como fue el
“Réquiem por Aurora” compuesto por su entrañable amigo Hugo Mayo. En tanto que el
eminente escritor y político Benjamín Carrión la recordó de este modo: “Hay en su poesía
una honda preocupación por las fuerzas esenciales del hombre y de la especie y al mismo
una ternura cálida y fecunda, que le ha dado la mano y le ha enseñado los caminos de la
revolución, a la que ha ido primeramente sentimental, femenina, maternal, para luego
enardecer el tono del campo proletario y darle médula de lucha y sonar de batalla”.
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