Entre historia y hagiografía: la santificación de Don Pelayo en la

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Revista Historia UdeC, N° 20, vol. I, enero-junio 2012: 19-28
ISSN 0716-9108
Entre historia y hagiografía: la santificación de Don Pelayo en la historiografía
española (ss. XVI-XVII)
Between history and hagiography: the sanctification of Don Pelayo on the
Spanish historiography (XVI-XVII centuries)
Martín Ríos Saloma
RESUMEN
Este artículo parte con algunos planteamientos del giro lingüístico y cultural en historia y realiza un
análisis de la construcción historiográfica de la legitimidad monárquica española, enfocándose en la
figura de Don Pelayo, considerado por la crónica de Jiménez de Rada (s. XIII) como “el primer monarca
de la España restaurada”. Este discurso fue reactualizado entre los siglos XVI y XVII como instrumento
de legitimación, arma de propaganda política y medio para inculcar una serie de valores y ofrecer
marcos de referencia comunes a todos los súbditos de la Monarquía católica hispana, en un momento
en que se veía necesario reforzar su prestigio de manera sólida y duradera frente a otras monarquías
europeas.
Palabras clave: historiografía española, Reconquista, Don Pelayo, legitimidad monárquica.
ABSTRACT
This article starts with some proposals of the linguistic and cultural turn on history and it makes an
analysis of the historiographic construction of Spanish monarchic legitimacy, focusing on the figure of
Don Pelayo, considered by Jimenez de Rada’s Chronicle (XIII Century) as “the first monarch of the
Restored Spain”. That discourse was updated between the XVI and XVII Century as an instrument of
legitimacy, a weapon of political propaganda and a way to instil a series of values and offer a setting of
reference in common for all the subjects of the Hispanic Catholic Monarchy, on a moment when it
seemed necessary to reinforce solidly and durably its prestige towards other European monarchies.
Keywords: Spanish historiography, Reconquista, Don Pelayo, monarchic legitimacy.
Recibido: marzo de 2012
Aceptado: junio de 2014
Introducción
A lo largo de las últimas tres décadas del siglo XX, los trabajos de autores como Hyden White,1
Michel de Certeau,2 Gabrielle Spiegel,3 Eric Hobsbawm,4 Roger Chartier,5 Pierre Nora6 o François

Doctor en Historia, Universidad Complutense de Madrid. Profesor del Instituto de Investigaciones Históricas,
Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: [email protected]
1
White, Hayden. 1992. Metahistoria: la imaginación histórica en el siglo XIX europeo, México, Fondo de Cultura
Económica.
2
Certeau, Michel de. 1993. La escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana.
20
Hartog7 han posibilitado el surgimiento de nuevas aproximaciones a la historiografía a partir de los
planteamientos teóricos tanto del giro lingüístico como del giro cultural.
De esta suerte, Hobsbawm señaló que el discurso histórico poseía al menos tres funciones:
establecer y simbolizar lazos de cohesión social y pertenencia; legitimar estatus sociales,
instituciones y relaciones de autoridad y, por último, inculcar creencias, sistemas de valores y
comportamientos determinados en ciertas sociedades. De ello se desprendía la lógica conclusión –
en realidad lo había señalado Maurice Halbwachs en la década de 19508- que el discurso histórico
es producto de un proceso de selección intelectual que contiene no la memoria colectiva, sino los
hechos históricos dignos de ser rememorados por la colectividad, de tal manera que el discurso
historiográfico se ha convertido, al menos desde el siglo XIII, en uno de los vehículos más eficaces
en la construcción de las identidades colectivas del mundo occidental por cuanto el relato
histórico contiene y refleja una representación colectiva del pasado de una comunidad
determinada.9
La doble conceptualización de la historiografía como explicación del pasado y como relato de
los acontecimientos operada en la década de 1970 permitió a Michel de Certeau concebir al texto
histórico como un discurso, es decir, como una narración que poseía sus propias reglas de
composición y que era elaborado desde un lugar de producción definido por el contexto histórico,
social y cultural específico en el que se desenvolvía el historiador.10 Ello abrió a los historiadores
una vía hasta entonces inexplorada: la posibilidad de deconstruir el discurso histórico con el
objetivo de analizar, precisamente, los procesos intelectuales que llevaban a la conformación de
un relato y, en consecuencia, las estrechas relaciones que se establecían entre el texto y su
contexto, al tiempo que se abrió la posibilidad de analizar la forma en que el lenguaje empleado en
el discurso historiográfico permitía calibrar los cambios operados en una sociedad determinada.11
Estas perspectivas de análisis permiten realizar una nueva aproximación a la historiografía de
los XVI y XVII que fue menospreciada en los siglos XIX y XX por diversos estudiosos de la
3
Spiegel, Gabrielle. 1999. Romancing the past: the rise of vernacular prose historiography in thirteent-century
France, Berkeley, University of Caliornia Press; ID. 1997. The past as text. The theory and practice of medieval
historiography, Baltimore-London, The Johns Hopkins University Press.
4
Hobsbawm, Eric y Ranger, Terence Ranger (eds.) 2002. La invención de la tradición, Barcelona, Crítica, Véase
particularmente la introducción, pp. 7-21.
5
Chartier, Roger. 1999. El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación,
Barcelona, Gedisa.
6
Nora, Pierre (coord.). 1984-1992, Lieux de mémoire, 7 vols, París, Gallimard.
7
Hartog, François. 2002. El espejo de Herodoto. Ensayo sobre la representación del otro, México, Fondo de
Cultura Económica; Ibid. 1999. Memoria de Ulises. Relatos sobre la frontera en la antigua Grecia, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica.
8
Halbwachs, Maurice. 2004. Les cadres sociaux de la mémoire, París, Albin Michel ; Ibid. 2010. La mémoire
collective, París. Albin Michel.
9
Hobsbawm, Erich. Op. cit.
10
Certeau, Michel de. Op. cit.
11
Para una visión general sobre las transformaciones ocurridas en el ámbito historiográfico a partir de la década de
1990 véase, entre una amplísima bibliografía: Aurell, Jaume. 2005. La escritura de la memoria. De los positivismos a
los postmodernismos, Valencia, Universidad de Valencia; Cabrera, Ángel. 2001. “Historia y teoría de la sociedad: del
giro culturalista al giro lingüístico”, en Lecturas de la historia. Nueve reflexiones sobre la historia. Zaragoza.
Institución Fernando el Católico y Ríos, Martín. 2009. “De la historia de las mentalidades a la historia cultural: notas
sobre el desarrollo de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX”, en Estudios de historia moderna y
contemporánea de México, Nº 37, México, pp. 97-137.
21
historiografía como Lefebvre,12Collingwood13 o Sánchez Alonso en el caso español,14 por estar
plagada, según un criterio positivista aún vigente, de falsedades, invenciones e inexactitudes.
Es innegable que la historiografía de la época moderna deformó la realidad histórica con el fin
de adaptarla a unos modelos de composición y, sobre todo, a unos esquemas narrativos y a una
visión de la historia marcada por el providencialismo a pesar de los avances y las posturas críticas
de autores como Lorenzo Valla, Nicolás Machiavelo,15 Francesco Guicciardini,16 Jerónimo de
Zurita17 o Ambrosio de Morales.18 Pero ello no debe llevarnos a despreciar esta producción
historiográfica sino, antes bien, nos obliga a interrogarnos no sólo sobre la vigencia de dichos
parámetros interpretativos en fechas tan tardías como el siglo XVII, sino en realidad, sobre cuál fue
el objetivo y la función del discurso historiográfico en la época moderna y sobre cómo fue utilizado
el pasado en función de unos interesas determinados.
Con el fin de mostrar los límites y posibilidades de un análisis de esta naturaleza he decidido
abordar un problema al que me he acercado de forma tangencial en distintas ocasiones: la
construcción de la legitimidad de la monarquía española a través de la exaltación de la figura del
que ha sido considerado tradicionalmente como el primer monarca de la España restaurada: don
Pelayo. Salvado de la batalla de Guadalete y trasladado a Asturias tras recuperar en Toledo las
reliquias y libros sagrados, Pelayo sería presentado como la antítesis de los últimos reyes visigodos
y como el iniciador de una justa penitencia que consistía en combatir noche y día contra los
musulmanes y al término de la cual los cristianos recuperarían el dominio sobre la totalidad de
Hispania y restaurarían el orden político y eclesiástico anterior a la invasión sarracena. De esta
suerte, en las siguientes páginas analizaré la forma en la que el relato medieval reelaborado por el
arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada en el siglo XIII fue a su vez reactualizado en los siglos
XVI y XVII con el fin de emplear el discurso historiográfico como instrumento de legitimación,
como arma de propaganda política y como medio para inculcar una serie de valores y de ofrecer
marcos de referencia común a todos los súbitos de la Monarquía católica.19
La reactualización del discurso historiográfico en los siglos XVI y XVII
¿A qué se debió la reactualización de este discurso en el siglo XVI? La respuesta es obvia pero
compleja: a la nueva dimensión europea y universal adquirida por la monarquía católica que hacía
necesaria su equiparación con las otras monarquías con las que se disputaba la hegemonía. En
este sentido, la historiografía se esgrimió como un arma de propaganda y legitimación y como un
12
Lefebvre, George. 1974. El nacimiento de la historiografía moderna, Barcelona, Ediciones Martínez Roca.
Collingwood, Roger. 1992. Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica.
14
Sánchez Alonso, Benito, 1941-1950. Historia de la historiografía española. Ensayo de un examen de conjunto, 3
vols, Madrid, Consejo Superior de Educaciones Científicas.
15
Maquiavelo, Nicolás. 1979. Historia de Florencia, Madrid, Alfaguara: 1979, 501 pp.; Ibid. 1987. El príncipe,
México, Ed. Época.
16
Guicciardini, Francesco. 1990. Historia de Florencia 1378-1509, México, Fondo de Cultura Económica; Ibid. 2006.
Storia d’Italia, Milán, Garzanti Libri.
17
Zurita, Jerónimo de. 1984. Gestas de los Reyes de Aragón. Desde comienzos del reinado al año 1410, Zaragoza,
Institución Fernando el Católico; Ibid. 1967. Anales de la Corona de Aragón, Zaragoza, Institución Fernando el
Católico.
18
Morales, Ambrosio de. 1791. Coronica general de España que continuaba Ambrosio de Morales, coronista del rey
nuestro señor don Felipe II, Madrid, Benito Cano.
19
Jiménez de Rada, Rodrigo. 1989. Historia de los hechos de España, Madrid, Alianza. Me veo obigado a remitir a
un trabajo de reciente aparición: Ríos, Martín. 2011. La Reconquista: una construcción historiográfica (s. XVI-XIX),
Madrid-México, Marcial Pons-UNAM.
13
22
medio eficaz para construir una idea de España como colectividad y para “dar sentido de
pertenencia a los grupos burocráticos y guerreros dispersos por los dominios y que representaban
y proyectaban el poder regio”.20 De esta suerte, la historia escrita en el siglo XVI fue una historia
apologética de las hazañas colectivas llevadas a cabo por los españoles con el fin de crear una
conciencia de superioridad sobre las demás naciones y, por lo tanto, los españoles se presentaron
así mismos como el nuevo pueblo elegido de Dios para llevar a cabo una tarea histórica: la
expansión del cristianismo y la defensa del catolicismo.21
En este mismo sentido, la historiografía española de época moderna tuvo como una de sus
tareas principales encontrar la clave explicativa del proceso histórico que había hecho posible que
España se convirtiera en la monarquía más poderosa del mundo. La respuesta se encontró en el
enfrentamiento multisecular en contra del Islam y, en consecuencia, los orígenes del movimiento
de resistencia encabezado por Pelayo se convirtieron en la piedra angular del discurso
historiográfico por tres razones fundamentales: significar el inicio de la lucha y de la Restauración
de España; ser el inicio y origen de la monarquía católica y ser una muestra del favor especial que
Dios había concedido a la monarquía española al permitirle derrotar a sus enemigos.
Estas necesidades históricas dieron como resultado la puesta en marcha de un proyecto
historiográfico sustentado por la propia Corona y que sería desarrollado a lo largo de los siglos XVI
y XVII por autores como Florián de Ocampo,22 Ambrosio de Morales,23 Prudencio de Sandoval,24
Diego Saavedra Fajardo25 y Alonso Núñez de Castro,26 a los que se sumarían Esteban de Garibay27 y
Juan de Mariana,28 quienes de forma independiente se dieron a la tarea de escribir la historia de
España.
Dicho proyecto historiográfico estuvo marcado por un espíritu humanista a la par que
tridentino, de suerte que los principios caros al humanismo como la búsqueda de la verdad, la
recuperación y edición de fuentes, la crítica y confrontación de las mismas o la búsqueda de un
estilo que recordara a los autores clásicos se combinaron con una serie de planteamientos que
20
Cuart, Baltasar. 2004. “La larga marcha de las historias de España en el siglo XVI”, en La construcción de las
historias de España, Madrid, Fundación Carolina-Marcial Pons.
21
Sobre estos aspectos: Álvarez Junco, José. 2004. Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid,
Taurus; y Wulff, Fernando. 2003. Las esencias patrias. Historiografía e historia antigua en la construcción de la
identidad española (siglos XVI-XX), Barcelona, Ed. Crítica.
22
Ocampo, Florián de. 1553. Los cinco primeros libros de la crónica general de España, Medina del Campo,
Guillermo de Millis impresor.
23
Morales, Ambrosio de. Op. cit.
24
Sandoval, Prudencio de. 1792. Historia de los reyes de Castilla y León: Don Fernando el Magno, primero de este
nombre, infante de Navarra, Don Sancho, que murió sobre Zamora, Don Alonso Sexto de este nombre, Doña
Urraca, hija de don Alonso Sexto y Don Alonso Séptimo, emperador de las Españas, sacada de los privilegios, libros
antiguos, memorias, diarios, piedras y otras antiguallas, con la diligencia y cuidado que en esto pudo poner D. Fr
Prudencio de Sandoval, Obispo de Pamplona, dirigida al rey Don Felipe Nuestro Señor, Madrid, Imprenta de Benito
Cano, 1792. (Pamplona, Carlos Labayén, 1615).
25
Saavedra Fajardo, Diego. 1658. Corona gótica, castellana y austriaca, Amberes, Casa de Jerónimo y Juan Bapt.
26
Núñez de Castro, Alonso. 1665. Crónica de los señores reyes de Castilla don Sancho el Deseado, don Alonso el VIII
y don Enrique el primero, en que se refiere todo lo sucedido en los reynos de España, desde el año 1136 hasta el de
1217, comprobado con los historiadores de mayor crédito, con diferentes instrumentos de privilegios, escrituras,
donaciones y otras memorias antiguas, sacadas con toda diligencia y cuidado de los mejores archivos. Dase noticia
de diferentes familias y ilustres varones, que florecieron en estos años en armas, santidad y letras, dedicado al rey
Nuestro Señor, Madrid, Pablo de Val.
27
Garibay, Esteban de. 1628. Los cuarenta libros del compendio historial de las chronicas y universal historia de
todos los reynos de España, Barcelona, Sebastián Comellas Impresor, 1628. (Amberes, 1571).
28
Mariana, Juan de. 1602. Historia general de España, Toledo, Impresor Pedro Rodríguez.
23
insistían en la veracidad de los milagros como muestra del favor especial que Dios mostraba hacía
la Monarquía Católica pero también en el hecho de que la tarea histórica de España era defender
la fe cristiana combatiendo a los herejes –es decir, a los protestantes- y a los turcos, de tal manera
que los valores católicos se convirtieron en un elemento identitario fundamental que distinguía a
España de las naciones enemigas de la Europa septentrional.
La conjunción de todos estos presupuestos y marcos referenciales haría que la historiografía de
los siglos XVI y XVII presentara una serie de elementos comunes que la distinguen tanto de la
cronística del siglo XV como de la historiografía ilustrada, aunque hubo elementos que se
mantuvieron vigentes a lo largo de las cuatro centurias. Entre las características más importantes
pueden señalarse: primero, el amor por España que mostraron todos los autores, de tal manera
que la escritura de sus textos fue entendida y presentada como un servicio a la monarquía y al rey
y como una contribución personal para defender a España de los ataques externos; segundo, la
utilización de fuentes originales, procedentes tanto de archivos laicos como eclesiásticos, así como
de historias y crónicas tanto antiguas como medievales, creándose una historiografía ciertamente
erudita; tercero, la utilización del castellano para la redacción de las obras, lo que garantizaba su
difusión en el conjunto de los territorios que conformaban la monarquía; cuarto, la pertenencia de
la mayoría de los autores al estamento eclesiástico, lo que se tradujo en la pervivencia de una
visión providencialista y en el uso de imágenes bíblicas como aquellas relativas al Diluvio mediante
las cuales se interpretaban la invasión sarracena como una “inundación” y gracias a las cuales se
enfatizaba el carácter de los españoles como “pueblo elegido”, de tal suerte que las imágenes
bíblicas se convertían, en realidad, en auténticas metáforas políticas; quinto, la reproducción hasta
la saciedad de lo que Fernando Wulff ha denominado el esquema “invasionista”, es decir, una
interpretación de la historia de España según la cual las esencias hispanas y la propia España
existían desde la época de Túbal y habían logrado sobrevivir a las sucesivas invasiones de
cartaginenses, romanos, suevos, alanos, vándalos, godos y musulmanes, quienes habían sido en
realidad los peores invasores por haber sometido a España a la condición de esclavitud y
servidumbre,29de manera tal que los autores se refieren a ellos con calificativos sumamente
despectivos “canallas”, “execrables”, “abominables” “pérfidos”.
Una vez perfilado este marco histórico e historiográfico es posible lanzar la pregunta de fondo
que articula esta investigación: ¿cuál fue el papel de Pelayo en la construcción del discurso
historiográfico de la monarquía española durante los siglos XVI y XVII? La respuesta es casi obvia:
apuntalar el proceso de legitimación de la monarquía católica, al ser presentado no sólo como el
fundamento de la misma, sino también como el arquetipo del buen rey y del buen cristiano. Todo
ello haría que los cronistas, particularmente a mediados del siglo XVII, cuando la hegemonía de
España fue cuestionada en la guerra de treinta años, se empeñaran en dotar a la figura de Pelayo
de una naturaleza sagrada con el fin de sacralizar a la propia monarquía.
La Monarquía Católica a la búsqueda de un rey santo
Son dos los cronistas del siglo XVI los que retienen nuestra atención: el cordobés Ambrosio de
Morales (1513-1591) y el vizcaíno Esteban de Garibay (1533-1599). En 1572 Morales realizó un
Viaje a los reinos de León, Galicia y principado de Asturias con el fin de recopilar materiales
documentales y cronísticos con los cuales elaborar su Corónica general de España.30 Morales
describió con mucha minuciosidad este viaje en un relato que sería publicado en 1765 por Enrique
Flórez. El pasaje que nos interesa resaltar es, precisamente, aquel en el que refiere su
29
30
Wulff, Fernado. Op. cit.
Morales, Ambrosio de. 1765. Viaje a los reinos de León, Galicia y principado de Asturias, Madrid, Antonio Marín.
24
acercamiento al sitio donde tuvo lugar la primer victoria de Pelayo pues no se trataba de una
simple curiosidad erudita, sino que el viaje debe entenderse como el encuentro con los orígenes
de la monarquía y en consecuencia, la constatación “por vista de ojos” de Covadonga. En este
sentido son muy interesantes las reflexiones que elaboró Morales por cuanto no se trata de un
discurso racionalizado, sino de las impresiones que el encuentro le ocasionó y en ellas
encontramos que se concede a la gruta una naturaleza sagrada: “[Ahí se encontraba –señala-] [...]
la insigne cueva, y digna de ser por toda España reverenciadal, como Celestial principio y milagroso
fundamento de su restauración, llamada Covadonga, con el Monasterio de Nuestra Señora, que
aunque es muy pequeño, es muy grande la devoción que con él en esta tierra se tiene. La
extrañesa de este Santo Lugar –agrega emocionado Morales- no se puede dar a entender bien
todo con palabras”.31Y añadía líneas adelante: “esta Cueva llamada agora Covadonga, es aquella
donde el Infante Pelayo se encerró con estos pocos cristianos, que entonces le seguían, y aquí
obró Dios por ellos de sus acostumbradas maravillas, como en todos nuestros Historiadores se lee,
[…] y allí bajó el Infante con los suyos a la pelea, con el esfuerzo milagroso del cielo”.32
Esteban de Garibay, por su parte, construiría en sus Cuarente libros del compendio historialuna
interpretación de los acontecimientos que nos ocupan ciertamente original por cuanto señaló el
hecho de que Pelayo no era godo ni descendinte de godos, sino un indígena, es decir, un
hispano.33 En este sentido, Garibay recalcaba los orígenes netamente hispanos de la monarquía
española, una monarquía que había combatido contra romanos y visigodos, ambos extrenajeros, y
que continuaría haciéndolo frente a los nuevos enemigos: los herejes, los ingleses y los franceses
en una época en la que Felipe II era llamado “martillo de herejes”. Sin embargo, en esta ocasión no
nos interesa subrayar la originalidad del planteamiento de Garibay, sino precisamente, el hecho de
que recurrió de nuevo a la sacralidad como elemento de legitimación de la monarquía designando
sin ambigüedades a Pelayo como un “santo”: “[…] el libro noveno –decía en la introduccióncontendrá setenta capítulos en los cuales la historia dará noticia de los veintitrés reyes primeros
que hubo en Oviedo y León, que son estos. El primero el Santo rey don Pelayo […]”.34 Y más
adelante, al hablar de la elección de Pelayo, diría que ésta se realizó por directa inspiración divina
por cuanto “muchos cristianos naturales de la tierra y con ellos estas otras gentes que de las
tierras llanas de España se habían recogido a aquellas fraguras, alcanzaron alumbrados de la gracia
divina al mismo Pelayo como a hombre de Dios enviado por rey de España”.35
En el siglo XVII, en un momento en el que la hegemonía española comenzó a ser cuestionada
por Flandes, Inglaterra y de nuevo Francia se hacía necesario apuntalar aún más a la propia
monarquía pero incorporando los nuevos significados políticos que habían adquirido los términos
“patria” y “nación” gracias a los cuales España comenzó a considerarse como la patria de todos los
españoles y no más como un conglomerado de reinos. A ello se sumaba el hecho de que España
comenzó a construir su autoimagen por oposición a otros grupos, es decir, frente a las imágenes
que venían de fuera y que, precisamente, atacaban a España por su intolerancia, por su fanatismo
y por la crueldad de los tercios españoles. En consecuencia, las plumas y pinceles que trabajaban al
servicio de la Monarquía Católica se dieron a la tarea de exaltar los valores encarnados por ésta,
tales como sus virtudes bélicas o religiosas. Todo ello dio por resultado que el relato tradicional
sobre la pérdida y restauración de España se cargara de nuevos contenidos políticos pero sin
31
Ibid., p. 61.
Ibid., p. 62-63.
33
Garibay, Esteban de. Op. cit., p. 325.
34
Ibid., p. 23.
35
Ibid., p. 326.
32
25
romper con la tradición y con una percepción del pasado sancionada por la Iglesia y la monarquía.
De esta suerte, en realidad hubo pocas novedades informativas, pero repetido el relato hasta la
saciedad, acabaría convirtiéndose en un auténtico mito fundacional.
Por falta de espacio sólo podemos mencionar tres autores pero que pueden considerarse
representativos de la manera en la que se articuló el discurso en torno a los sucesos de Covadonga
y en los que, una vez, la santidad de don Pelayo o la sacralización del espacio serían los elementos
centrales.
El primero es Cristóbal de Mesa, quien en su Restauración de España (1607) insitiría en el
traslado de las reliquias desde Toledo hacia Asturias por parte de Pelayo e incorporaría tres
elementos nuevos: la presencia de un ermitaño que habitaba en Covadonga, la existencia de una
ermita dedicada a la Virgen en la misma cueva y, por último, la manifestación de la Virgen a Pelayo
en visiones y sueños para infundirle valor.36
El segundo es Joseph Micheli y Márques, quien en 1648 dio a la luz de la imprenta una obra
intitulada El fénix católico don Pelayo el Restaurador renacido de las cenizas del rey Witiza y don
Rodrigo, destruidores de España.37 En ella, el autor retomaba la presencia del ermitaño en
Covadonga,38 incorporaba la aparición de la cruz en el cielo antes de la batalla–elemento de claras
reminiscencias constantineanas-39 e incluía la aparición de unos ángeles durante la contienda que,
inclusive, combatieron por los cristianos pues, a decir del autor “Pelayo con otros, desde encima
de la montaña ayudados de los ángeles, arrojaban tantas piedras que quedó casi destruido el
ejército moro”.40Así mismo, el autor hacía evidente en su dedicatoria al lector el vínculo existente
entre el primer monarca de la restauración y el monarca de su tiempo: “En las escenas alegres de
esta historia […] descubrirás la funesta y lacrimable relación de la pérdida de España, y su
restauración por el invicto y santo Rey Don Pelayo Aguilón, único atlante y principio de la mayor
monarquía del Orbe, cuyo Imperio rige el Católico rey Don Felipe Quarto de Austria, su legítimo
descendiente[…]”.41
El último autor sería Juan de Villaseñor, quien en 1680 publicó una Historia general de la
restauración de España por el santo rey Pelayo.42 De la obra nos interesa resaltar no sólo el hecho
de que denomine en el propio título a Pelayo como santo, sino que al relatar la batalla de
Covadonga retomaría el topos tanto de la aparición de la Virgen como de la cruz en el cielo y que
haría de Pelayo el nuevo Constantino.
Es evidente que los historiadores del momento querían dotar a la Monarquía Católica de un rey
santo que pudiera oponerse a la figura de San Luis y este proceso, que no podía realizarse por vía
canónica puesto que en realidad no existían pruebas suficiente sobre la historicidad de don Pelayo
si se inentó, al menos, por la vía discursiva.
36
Mesa, Cristobal de, 1607. La restauración de España, Madrid, Casa de Juan de la Cuesta.
Micheli y Marquez, Iosef. 1980. El fénix católico Don Pelayo el Restaurador renacido de las cenizas del Rey Witiza
y don Rodrigo, destruidores de España, Oviedo, Sociedad de Bibliofilos Asturianos.
38
Ibid., p. 131.
39
Ibid., p. 142.
40
Ibid., p. 152.
41
Ibid., p. 3.
42
Villaseñor, Juan de. 1684. Historia general de la restauración de España por el santo rey Pelayo, Madrid, Roque
Rico.
37
26
Conclusiones
En este rápido repaso de algunas obras elaboradas a lo largo de los siglos XVI y XVII
constatamos que no se alteró radicalmente el relato elaborado en el siglo XIII sobre la pérdida y
restauración de España. Lo que sí puede encontrarse es una reactualización del mismo con la
incorporación de nuevas noticias –algunas de ellas claramente apócrifas- con las que se buscaba,
por un lado, contribuir al mejor conocimiento del pasado y el origen de la monarquía y, por el otro,
exaltar un momento determinado de dicha historia a través del recurso retórico. El resultado final
sería la construcción de una nueva identidad colectiva basada en el sentimiento religioso y en la
pertenencia al grupo que se había enfrentado a los musulmanes a lo largo de ocho siglos. En este
sentido, el viaje de Morales puede interpretarse como el encuentro con el lugar sagrado -en los
términos que lo había planteado Maurice Halbwachs-43 sobre el que reposaba la memoria común
de un pueblo. En última instancia, se trataba de la apropiación por parte de los españoles de un
espacio en el mundo. Por su parte, la exaltación de la batalla de Covadonga representaría la puesta
en práctica del proceso de selección intelectual destinado a subrayar los acontecimientos que iban
a constituir los hitos del devenir histórico español a partir de la época moderna y en este sentido,
los cronistas oficiales se iban a convertir en guardianes de la memoria oficial, una memoria que,
como señalaba Pierre Nora, era “memoria de Estado, oficial, protectora y mecenas, memoria en
consecuencia, poderosamente unitaria y afirmativa”.44
Finalmente, podemos señalar que la sacralización de la gruta de Covadonga y la santificación de
Pelayo no fueron sino armas de propaganda política –aunque envejecidas- con las cuales defender
los intereses de la Monarquía españolapuesto que en el siglo XVII ya no estaba en juego la
preeminencia de Castilla sobre el resto de los reinos peninsulares, sino la propia hegemonía de
España sobre las otras monarquías europeas y era necesario construir un sólido cimiento,
incontestable y duradero. Así, frente a la imposibilidad de canonizar a Pelayo, la Monarquía
Católica puso en marcha todos los dispositivos a su alcance y lograría finalmente que en 1671
Fernando III fuera elevado a los altares. España, por fin, tenía su propio rey santo.
Bibliografía
Álvarez Junco, José. 2004. Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, Taurus y
Wulff, Fernando. 2003.
Ibid. Las esencias patrias. Historiografía e historia antigua en la construcción de la identidad
española (siglos XVI-XX), Barcelona, Ed. Crítica.
Aurell, Jaume. 2005. La escritura de la memoria. De los positivismos a los postmodernismos,
Valencia, Universidad de Valencia.
Cabrera, Ángel. 2001. “Historia y teoría de la sociedad: del giro culturalista al giro lingüístico” en
Lecturas de la historia. Nueve reflexiones sobre la historia. Zaragoza. Institución Fernando el
Católico.
Certeau, Michel de. 1993. La escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana.
Chartier, Roger. 1999. El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y
representación, Barcelona, Gedisa.
Collingwood, Roger. 1992. Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica.
43
44
Halbwachs, op. cit.
Nora, op. cit., t. II, vol. 3, p. 648.
27
Cuart, Baltasar. 2004. “La larga marcha de las historias de España en el siglo XVI”, en La
construcción de las historias de España, Madrid, Fundación Carolina-Marcial Pons.
Garibay, Esteban de. 1628. Los cuarenta libros del compendio historial de las chronicas y universal
historia de todos los reynos de España, Barcelona, Sebastián Comellas Impresor, 1628.
(Amberes, 1571).
Guicciardini, Francesco. 1990. Historia de Florencia 1378-1509, México, Fondo de Cultura
Económica.
Ibid. 2006. Storia d’Italia, Milán, Garzanti Libri.
Hartog, François. 2002. El espejo de Herodoto. Ensayo sobre la representación del otro, México,
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don Alonso el VIII y don Enrique el primero, en que se refiere todo lo sucedido en los reynos de
España, desde el año 1136 hasta el de 1217, comprobado con los historiadores de mayor
crédito, con diferentes instrumentos de privilegios, escrituras, donaciones y otras memorias
antiguas, sacadas con toda diligencia y cuidado de los mejores archivos. Dase noticia de
diferentes familias y ilustres varones, que florecieron en estos años en armas, santidad y letras,
dedicado al rey Nuestro Señor, Madrid, Pablo de Val.
Ocampo, Florián de. 1553. Los cinco primeros libros de la crónica general de España, Medina del
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primero de este nombre, infante de Navarra, Don Sancho, que murió sobre Zamora, Don
Alonso Sexto de este nombre, Doña Urraca, hija de don Alonso Sexto y Don Alonso Séptimo,
emperador de las Españas, sacada de los privilegios, libros antiguos, memorias, diarios, piedras
y otras antiguallas, con la diligencia y cuidado que en esto pudo poner D. Fr Prudencio de
Sandoval, Obispo de Pamplona, dirigida al rey Don Felipe Nuestro Señor, Madrid, Imprenta de
Benito Cano, 1792. (Pamplona, Carlos Labayén, 1615).
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