Pepita Jiménez

Anuncio
Juan Valera
Pepita Jiménez
http://www.stockcero.com/book.php?ID=168998821
Prólogo a la edición de 1927
por Manuel Azaña
2
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
Stockcero.com - Pepita Jiménez
Don Juan Valera y Alcalá-Galiano nació en Cabra, el 18 de octubre de 1824. Fueron sus padres Don José Valera y Viaña, oficial de la
Armada, maestrante de Ronda, y Doña Dolores Alcalá-Galiano y Pareja, marquesa de la Paniega. Del mismo lecho nacieron dos hijas, Sofía y Ramona. De un primer matrimonio con don Santiago Freuller,
general suizo al servicio de España, la marquesa de la Paniega había
tenido un hijo, don José Freuller y Alcalá-Galiano, que sucedió en el
título. Los Valera, oriundos de la montaña de León, son una familia
antigua, arraigada en Andalucía desde los tiempos de la Reconquista.
Poseían tierras libres en términos de Baena, Cabra y Doña Mencía, un
mayorazgo y una capellanía. Los Viaña, la otra rama del abolengo paterno de Don Juan Valera, oriundos de Torrelavega, son andaluces de
más reciente data. El linaje materno de Don Juan, procede de la unión
del apellido Alcalá, radicado en Doña Mencía, con el de Galiano, originario de Murcia. Hubo entre los Alcalá-Galiano hombres distinguidos en las carreras civiles del Estado, y no pocos militares y marinos,
algunos ilustres, como don Dionisio, el famoso orador de La Fontana
de oro, corifeo en su juventud del partido exaltado y de la revolución
romántica. Para Don Juan Alcalá-Galiano y Flores, ascendiente de los
ya nombrados, se creó en 1765 el título de marqués de la Paniega, que
recayó en su biznieta Doña Dolores, madre de Don Juan Valera. Hay
noticia de que a fines del siglo XV los linajes de Valera y Galiano ya se
habían enlazado. En los siglos XVII y XVIII hubo otros cruces entre
ambas familias, y entre los mismos del apellido Valera. Consanguíneos
en cuarto grado eran los marqueses de la Paniega, Doña Dolores y Don
José, casados en Sevilla el 31 de octubre de 1823.
El marqués consorte, Don José Valera, había en la juventud padecido cárcel por sus opiniones republicanas. Durante el terror fernan-
3
4
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
dino vivió retirado del servicio de Cabra o en Doña Mencía. A la muerte del rey reingresó en la Armada, pero lo más del tiempo estuvo en sus
tierras, afanándose en administrarlas. Prefería la independencia personal, aunque fuese la independencia pobre del labrador sin caudales.
La marquesa permanecía con sus hijas en Granada, mientras Don Juan
cursaba estudios en Málaga, en Granada mismo o en Madrid. Subvenir a los gastos de todos con las rentas no muy famosas del marquesado y las de su caudal propio, fue un problema que Don José Valera no
pudo resolver sin empeñarse, a veces y sin aceptar de continuo privaciones rigurosas. Si el espíritu de Valera no quedó baldío ni se perdió
en la ingrata soledad de un lugarcejo, a la abnegada pertinacia de su
padre se debe. El marqués duró bastante para ver encumbrados a sus
hijos. Falleció en Madrid en 1859, a los sesenta y seis años.
De la marquesa solamente poseemos noticias posteriores a su segundo matrimonio, cuando los apuros de dinero, la incertidumbre en
la colocación de los hijos, las decepciones granjeadas con la edad, la
vida fastidiosa de una provincia y el carácter un tanto huraño, aunque
afectuoso y leal, del marido, habían asolado su ingenuidad e inculcándole una moral harto desengañada y amarga. La marquesa parecía
creer que el mundo, en su época, estaba enfermo de “positivismo”. Dama algo imperiosa, pagada de su estirpe, creyente en las preeminencias
morales de la sangre noble, apenas halla, mirando en torno, otra cosa
sino bajeza, falsía, y, como diríamos hoy, arribismo. Su corazón de “madre pobre” se acongoja por la suerte de sus hijos en una sociedad falaz
e implacable. Juan era su orgullo. Procuraba guiarle para que la generosidad, el entusiasmo, la altivez, la pasión cívica, en suma, el “idealismo”, no le extraviasen, haciéndole caer en las asechanzas del mundo.
El Marqués, no menos escéptico, desengañado de España y los españoles, había visto perecer la ilusión liberal de su juventud, y temiendo que
su hijo comprometira el porvenir ligeramente, le inculcaba la más rigurosa cautela en puntos de opinión.
En Granada la marquesa adquirió o renovó amistades valiosas. Serrano, capitán general de la región en 1848, trabó relaciones con los Paniega. En Granada mismo, y después en Madrid, apadrinó las pretensiones de Don Juan e influyó en sus primeros destinos de la carrera
diplomática, como, mucho más tarde, en su posición política, La Mar-
Stockcero.com - Pepita Jiménez
quesa de la Paniega reanudó por entonces con la condesa del Montijo
una amistad que pesó en el porvenir de Sofía. La marquesa trasladó
sus penates a Madrid cuando empezó Don Juan a disfrutar sueldo y el
marqués pudo subvenir con más holgura a los gastos de la casa. Sofía
pasaba por sobrina de la Montijo, que la hospedó a veces, ya en Madrid, ya en la Quinta de Carabanchel. Coronada Eugenia emperatriz
de los franceses, concertó la boda de su amiga, que solía visitarla en París, con Aimable-Jean-Jacques Pelissier, duque de Malakof, mariscal
de Francia. Dasarraigada de España, Sofía vivió hasta 1890. Ramona,
la hija menor de los Paniega, casó en Granada, a los dieciséis años, con
Don Alonso Mesía, primogénito de los marqueses de Caicedo. Murió
en Madrid en 1867. La marquesa de la Paniega, ya viuda, residía por
temporadas en Doña Mencía, cuidando de sus bienes. Fiaba mucho
en su energía, y se jactó de restaurar la prosperidad de la casa. A su
muerte (1872), las fincas, mal traídas, rendían menos que nunca.
Respecto de Don Juan, esta familia tuvo el mérito de conocer su
talento y de alentarle, cuando el gran escritor en ciernes era un adolescente que emborronaba los cuadernos de clase con versitos de colegial.
El amor, la admiración henchida de esperanzas, aunaron los esfuerzos de todos para allanar la carrera de Don Juanito. El caso de Valera
no es el de otros ingenios y el desconocimiento de la familia. Su vocación, no sometida a la prueba temprana de la necesidad, donde hubiera aprendido a conocerse y cobrado vigor, creció irresoluta.
Una decisión de su padre le puso en vías de educarse literariamente. Había cursado en Cabra las primeras letras y humanidades, y se trató de darle carrera. Tenía derecho a una plaza en el Colegio de Artillería. El marqués , desengañado de la carrera de las armas, dejó
caducar el privilegio de su hijo, y resolvió que estudiase leyes. En el Seminario de Málaga cursó “filosofía” desde 1837 a 1840. “La filosofía
–dice una carta (1)- de que anduve después muy enamorado, me era entonces odiosa. Sin embargo, ya me gustaba entonces argumentar en
materia (la forma silogística yo la tenía por una barbaridad)” En 1841,
admitido en el colegio-seminario de San Dionisio del Sacro-Monte de
Granada, se matriculó al primer año de Facultad. Cursó en la Universidad el año segundo, en la de Madrid el tercero, y vuelto a Granada,
fue Bachiller en Jurisprudencia en 1844 y Licenciado en 1846. Las con(1) A Serafín Estébanez Calderón: Río de Janeiro, 12 de agosto de 1852 (inédita)
5
6
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
clusiones del discurso (“¿Qué se entiende por legislación universal?”)
compuesto para graduarse, del más genuino corte estudiantil, son ortodoxas, y no falta algún rasgo personal que anuncie vagamente el Valera de mañana.
El discurso en la Universidad de Granada no es el más antiguo escrito de Valera que conocemos. Desde los trece o catorce años componía versos y tanteaba la narración en prosa. Temas heroicos y amatorios le inspiran: versos a sus novias, a la mujer soñada, a un pajarillo;
versos inocentes los más, salvo alguna explosión de crudo erotismo; y
versos también a personales y eventos memorables: a lord Byron, a Grecia, a la caída del imperio romano, al general Narváez, pacificador de
Andalucía… Don Alberto Lista desaprobó los primeros frutos de la
inspiración de Valera. Otros ingenios: Espronceda, Ros de Olano y Miguel de los Santos Alvarez, a quien conoció en los baños de Carratraca, corriendo el verano de 1839, alabaron los ensayos de joven principiante. Su devoción a Espronceda creció desde aquel día con el
prestigio que irradiaba la persona del gran poeta, cuya muerte cantó.
En los borradores de Valera hay huellas, entre paráfrasis y acotaciones
de Byron, de la influencia directa de Espronceda, imitando con poca
maña en sus metros y temas. Valera mismo da a entender que siguió
al cantor de Jarifa en los motivos de su inspiración (2). Del estado de su
espíritu en tales años , Valera retuvo una imagen poco fiel. Purgada
en breve la desazón romántica se imaginó o quiso creer que no la había padecido. “En aquellos tiempos –escribe (3)- ni aun para imitar a
lord Byron andaba desesperado y mal avenido con el mundo, la vida,
la mujer, etc.” Sus propios tanteos le contradicen. A los dieciséis años
comienza unas memorias: Horas perdidas, de inspiración melancólica,
y registra en sus cuadernos, con versos broncos, la amargura precoz,
el desengaño.
“Mezclado entre los brindis y gritos del festín”.
Valera abjuró pronto la religión romántica. No siguió esa vena, que
le guiaba mal, y la cegó en cuanto supo desechar los sentimientos postizos y formarse una retórica.
Valera publicó primeramente el El Guadalhorce, de Málaga (4). En
(2) AUTOBIOGRAFIA. Bol. De la R.A.E., 1924.
(3) Notas a sus poesías. (OBRAS COMPLETAS, XVII). Escribió las Notas en 1885
para la edición de sus Poemas, romances y canciones, publicada por Catalina en
1886.
(4) El Guadalhorce, revista semanal de literatura y artes. 1839-1840.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
1844 su padre le costeó la impresión de un tomito de versos (5). Releyéndolos impresos, no le parecieron muy buenos. Pasó por la tienda del
librero y supo que no se había despachado ni un ejemplar. Pesaroso de
haber impuesto a su padre un sacrificio más, herido en la vanidad, y
como quien toma represalias de la indiferencia del vulgo, recogió la
edición y la escondió en el desván de su casa de Doña Mencia. La marquesa de la Paniega procuró alentarle. ¿Pensabas-viene a decir (6)-que
los españoles son gente para gastarse diez o doce reales en un libro?
“Esto no marchita tu gloria ni tu talento”.
Valera se trasladó a Madrid corriendo los últimos meses de 1846.
Muchos proyectos le agitaban. El capítulo “¿Para qué sirve?”, de su novela Las ilusiones del doctor Faustino, contiene un traslado casi literal de
sus perplejidades. Quería brillar, mover ruido en el mundo, ganar dinero. Prometió a su familia consagrarse al foro. Sus relaciones y sus
gustos le indujeron a empeñarse en otro camino. Fue recibido cariñosamente en casa de la Montijo. Se agolpaban en el salón de la condesa
los rancios y los advenedizos, “pollos” aristócratas, literatos, políticos,
abogados que empezaban a ganar millones con los pleitos surgidos de
la desvinculación. Era el foco más brillante de la sociedad de Madrid,
el mejor campo de maniobras para un joven ambicioso. Valera ganó
amistades excelentes en la nobleza, en las letras, en la política, mundos aparte en nuestro tiempo que empezaban entonces a desgajarse.
Por un lado, la nobleza terrateniente conservaba mucho del poder político que pertenece al dinero. Los inmensos patrimonios, ya desvinculados, aun no se habían deshecho. La riqueza mobiliaria, y la industria,
en mantillas, representaban poco, socialmente, junto al valor de la tierra acumulada en las grandes casas. Se abría, por otra parte, la era de
los empresarios y de las profesiones libres. El segundo cebo opíparo
(el primero, las tierras desamortizadas), ofrecido en la arena del parlamento a la gula de las clases nuevas, fue la concesión de los ferrocarriles. La gente de “buen tono” solía mofarse del burgués enriquecido,
ávido de mando, de lujo, de comodidades ostentosas. Lo más ilustre de
la generación que iba a cubrir, aupada por la nueva: oradores, estadistas, literatos, afilaba las armas. Como Valera, Cánovas y Castelar eran
jóvenes desconocidos que devanaban los ensueños de su ambición. Deshecha la estructura antigua, y mientras un orden nuevo se instauraba,
(5) Ensayos poéticos de Juan de Valera. Granada. Librería de Benavides, calle Nueva del Milagro, núms. 5 y 7. Abril de 1844. XI-118 páginas. Prólogo de Jiménez
Serrano.
(6) La marquesa de la Paniega a su hijo Don Juan, 15 de mayo. 1844 (Carta inédita).
7
8
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
los militares de buena estrella, que rápidamente se enriquecían y titulaban, erigidos en duques, en príncipes, unían tiempos con tiempos,
brindando a los españoles, además de una parodia del genio personal
y de una ilusión de gobierno, el ejemplo de la audacia galardonada, la
prueba de que el predominio no sería ya de la sangre sino del mérito,
graduado por el éxito. En el Madrid de esta crisis isabelina, la Corte lo
era casi todo: para la villa (comercio “de tiendas”, sin fuerza espansiva; burócratas pendientes del albur ministerial, pequeños propietarios
y rentistas, chapados a la antigua, menestrales que secundaban las algaradas callejeras) apenas quedaba sitio. En los palazotes de las Vistillas, de las calles del Sacramento y de Segovia era el emporio de la vida social. Intrigas del Real Palacio, fausto de la grandeza, proveían de
cebo a los maldicientes y a la admiración de la villa, envanecida de albergar dentro de sus tapias a tanto prócer: todos los ojos se volvían a
ese mundo relativamente deslumbrador, de límites dudosos, donde
eran los finos modales y las costumbres más libres. Quien brillaba quería hacerse presentar en sociedad, y nadie brillaba bastante mientras no
era presentado. Los certámenes de las sociedades literarias no merecían la asistencia de la gente de “buen tono”. En las tertulias de literatos reinaban –afirma Valera-“la grosería y la ordinariez netamente españolas”.
En aquel mundo, dispensador del renombre, del poder, Valera, que
los ansiaba sin límites, se arrojó por conveniencia y por gusto. Frecuentaba en casa de Montijo, de Frías, de Rivas. No perdía baile en estas casas, en las de Heredia y Cabarrus, en el Liceo. Estaba muy satisfecho
de sus andanzas por Madrid. Primeramente, en razón de sus triunfos
con las señoras. Sus padres recibían las confidencias de Don Juan, que
no se había asimilado noción alguna capaz de hacerle sentir en el comercio amatorio falsa vergüenza ni el rubor de lo pecaminoso. Entre
sus amigos íntimos estaba en opinión de amador violento, que hablaba
mal de las mujeres y las conquistaba “a la cosaca”. Satisfecho, además,
de su naciente nombre de poeta. Consagraba a la literatura el tiempo
que no perdía en su vida mundana. Leía sin orden. Estudiaba el alemán. Socio “facultativo” del Liceo, iba también al café del Príncipe donde se reunía “el Parnasuelo completo, desde lo más alto a lo más bajo,
es decir, desde Ferrer del Rio hasta don Eusebio Asquerino”(7). Publi-
Stockcero.com - Pepita Jiménez
có dos composiciones en El Siglo Pintoresco (8). Santos Alvarez, Jiménez Serrano y Romea preparaban la publicación de un periódico, El Artista, segundo de este título. Colaboraría en El Artista, y sus versos le valdrían algún dinero. El teatro le tentaba: pero un buen poeta lírico
estropea su reputación escribiendo paparruchas para el teatro.
En tal ambiente, con tales relaciones, el propósito de abrazar la
carrera diplomática debió de surgir naturalmente en su espíritu. Muchos literatos de la época servían en la diplomacia.El duque de Rivas,
embajador de España en Nápoles, se ofreció a llevarle consigo, si Valera alcanzaba del gobierno una credencial de agregado sin sueldo. Fácilmente la obtuvo. El 24 de enero de 1847, Isturiz firmó el nombramiento. Valera arribó a Nápoles del 16 de marzo siguiente.
Dos años y medio estuvo en Italia. Los recuerdos históricos y poéticos suscitados por las tierras que iba visitando, le cautivaron. Las humanidades del colegio revividas en los lugares virgilianos, cobraban
una plasticidad emocionante. En el espíritu de Valera se anudó la ilación necesaria entre las letras clásicas meramente aprendidas y una realidad no menos patética porque se manifieste en vestigios. Introdujo
en sus sentimientos estéticos el gusto por las normas clásicas, no como
receta de composición, sino como principio animador que felizmente
educaba su inclinación natural.
Vivía en Nápoles como un “viejo solterón”. Leyó novelas, tratados
de estética y de historia, viajó, escribió cartas; se familiarizo con la lengua italiana y los maestros de su literatura; adelantó en el estudio del
griego. En la breve corte del duque (señoritos alegres, de familias madrileñas conocidas; damas de la aristocracia española establecidas en
Nápoles), más agitada por los lances amorosos que por los negocios de
Estado y los ejercicios poéticos, Valera desempeñó un papel brillante.
Dejo ahora de contar sus diversiones que sólo tienen valor anecdótico.
Dos amistades de importancia en su vida adquirió Valera en Nápoles. Con el ejército del general Córdova, enviado a restaurar el poder temporal del Papa, desembarcó en Gaeta Don Serafín Estébanez
Calderón. La diferencia de edad no estorbó que Valera y Estébanez sellasen buena amistad, de la que son fruto algunas de las cartas más regocijadas y brillantes de Don Juan. En ellas no se cansa de llamarle
maestro. Sometía a su dictámen los versos que iba componiendo; y aun(7) Carta a su padre. 30 de enero de 1847. OBRAS COMPLETAS: Correspondencia. T.I.
(8) El Siglo Pintoresco: Tomo I, pág. 138: “El fuego divino”. Tomo II, págs. 90 y 113:
“La belleza ideal” (Cide Yahye).
9
10
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
que no siguió el descaminado purismo de El Solitario, se dejó inculcar,
favorecido de cierta “semejanza” que Estébanez menciona, el fervor
literario españolista. Estébanez le contagió la afición a los libros viejos
y le mostró regiones de nuestra literatura poco esplotadas. Valera, oponiéndose a la imitación de lo extranjero, ya fuese el clasicismo de Luzán o Moratín, ya el romanticismo importado, militó en la reacción favorable a lo peculiar de España, subsiguiente a la fiebre romántica.
Despegado de otras cosas españolas, magnifica los valores estéticos de
la literatura nacional. Su españolismo literario es de un orden superior,
mas no deja de ser también pasión, puesto que a veces le ciega, llevándole a proponer equivalencias y tasas no siempre aceptables.
Influencia segunda de Estébanez sobre Valera fue el iberismo. La
restauración de España debía fundarse en la unión peninsular, idea recibida por muchos españoles y portugueses de aquel tiempo. El iberismo reclutaba adeptos entre los conservadores, como Estébanez, y entre
los demócratas alentados por el “espíritu del siglo”. Estébanez practicó
con ardor la religión iberista, e inducía a su amigo a fundar escuela sobre esos principios. Valera dedicó algunos trabajos en las letras y en la
diplomacia a procurar la unión de los pueblos peninsulares.
La otra amistad notable adquirida por Valera en Nápoles, provino
de un amor sin recompensa. Lucía Paladi (“la dama griega”), del linaje rumano de Cantacuzeno, se había casado con un prócer español, el
marqués de Bedmar. La marquesa solía residir en París, en Italia, o en
sus estados de Moldavia; el marqués en Madrid, donde sus galanas prendas merecieron ser recompensadas por quien más podía distinguirle y
hacerle descollar entre los lindos del reino. Valera encontró en Nápoles a la marquesa y no tardó en prendarse de ella. Muy instruída, sensible, inteligente, macerada por el pesar y las dolencias físicas, la marquesa, cuando Valera la enamoró, había dejado de ser joven y no parece
que hubiese sido nunca bonita. La lividez de su rostro y la fantasía amatoria de Valera, que adoraba a un objeto fingido, inexistente, más bien
a un “cadáver”, valieron a la marquesa de Bedmar el sobrenombre de
La Muerta. Ella aceptaba el remoquete, impuesto acaso por el duque de
Rivas, y bajo ese apodo la designa Valera en sus cartas. Se enamoró de
la conversación de la marquesa, de su brillante espíritu, de su saber peregrino, de su experta y doliente ternura. Su afición a La Muerta no que-
Stockcero.com - Pepita Jiménez
ría ser quitaesenciada y a lo divino, o, como dicen, platónica. El platonismo en el amor se le antojaba a Don Juan, estando cabales la mujer y
el hombre, una sofistería. Su pasión, de origen intelectual, no fue menos arrebatada e imperiosa. Amaba con todas sus potencias a la marquesa y probó a conquistar todos los premios. La Muerta le hizo ver que
estando ella en la declinación de la vida y él en su orto, cualquiera flaqueza sería ridícula; le persuadió que no podía amarle con la novedad
y la frescura pertinentes a la juventud, y que esperaba se aviniese con su
amistad entrañable. Valera concibió dolor muy recio. Se enfurruñó, lloró; tuvo celos sin causa; quiso tornar a España. Mal su grado se atuvo a
la virtud de La Muerta, y un comercio amistoso se siguió, férvido, como hermano mellizo del amor, dulce de todos modos, que, embellecía
en el corazón de Don Juan las memorias de Italia y se las representaba
con saudades dolientes. Compuso versos a La Muerta (9). Ella, que dominaba el griego, le hizo aprovechar en su estudio. Le exhortaba a no
ser perezoso, a confiar en su talento. La Muerta le conocía a fondo. Sus
elogios, sus buenos augurios le embriagan de júbilo. La amaba por modo tan juvenil y tan ingenuo que no se privó de estimularse al trabajo
poniendo su norte en ese amor. Cinco años más tarde Valera decía: “la
persona que yo más quiero en el mundo” (10), refiriéndose a La Muerta.
Al volver de Rusia, en 1857, la visitó en París. Los últimos jirones de la
quimera de Don Juan se disiparon: la pobre Muerta estaba al borde de
serlo de veras, para siempre.
En noviembre de 1849, Don Juan, ansioso de mejorar su carrera,
regresó a Madrid. Llegar, y pesarle de haber vuelto, fue todo uno. Le
fastidiaba “la aridez y el tristísimo aspecto de estos campos , que no dan
sino desconsuelo al corazón”, le enojaban “las cosas primitivas” de su
patria, y “la presunción estúpida de sus raquíticos hombres de Estado,
filósofos y sabios” (11); y la sociedad madrileña, demasiado impolítica
por causa de la mala educación y vulgaridad de las mujeres. Pasó por
muchas alternativas del humor: tan pronto desalentado y triste, se creía
incapaz, le entraban ganas de morirse; tan pronto esperanzado, veía
cercana la celebridad, más que en la profesión literaria en la contienda política. Su afán más urgente era salir diputado: en siéndolo “se haría el amo”. Tenía principios políticos, dimanantes de sus ideas filosóficas: “Yo he logrado formarme ya cierto sistema, muy parecido al de
(9) En las Poesías (1858) llevan por título “Canciones”. En la ed. De 1886 (Poemas,
romances y canciones) se titulan “A Lucía”.
(10) A Estébanez: Doña Mencía. Abril, 1854 (inéd.).
(11) Cartas de 31 de enero y 22 de abril de 1850. OBRAS COMPLETAS: Correspondencia. T. I.
11
12
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
Kant, el que me sirve de base en los estudios que hago” (12). El marqués
de la Paniega le forzó a tener secretas sus opiniones personales, le prohibió alistarse en el progresismo, y le hizo esperar una ocasión para
recibir del gobierno moderado una credencial y un escaño en las Cortes. Esperándolos, Valera partía el tiempo entre sus tanteos literarios y
el amor. Publicó en La Patria unos versos a Colón; compuso una oda a
la resurrección de Jesucristo; comenzó una novela autobiográfica: Cartas de un pretendiente. La prosa se le resistía. Con harto sudor pergeñó
un artículo sobre “la cuestión de los frailes”. Su amigo García Tassara,
director de El País, admirando la mucha doctrina del autor, rechazó
el artículo. Le aconsejó, no obstante, que se dejara de pretender empleos y viviese de la pluma. En sus lauros de galán se cuenta por más
lúcido (y enteramente honesto)en aquella temporada, un amorío con
La divina Culebrosa (13), que le tuvo embelesado.
La ocasión política y la credencial del gobierno llegaron juntas. Le
nombraron agregado a la Legación de España en Lisboa, con sueldo.
Bien dispuesto, por los trabajos de su medio hermano Freuller, el coto electoral malagueño, Valera aceptó el patrocinio del gobierno en las
elecciones de diputados a Cortes convocadas por Narváez, muñidas
por Sartorius, de las que salió el Congreso de familia (1850). Le repugnaba ser “ministerial y sartoriesco” y recibir “una mancha que será difícil que se lave cuando quiera lanzarme en el partido progresista” (14).
Fingía ministerialismo por necesidad; estéril fingimiento: el oro de
Don José Salamanca y la coalición de los progresistas derribaron la candidatura de Valera.
En Lisboa se aficionó a las letras e historia de Portugal. Los descubrimientos y conquistas de los portugueses en ultramar robaron su
admiración, de que hay un destello vespertino en los temas de Monsamor. No soñaba entonces una vida de literato profesional. Rigurosamente, nunca lo fue, y la discordia entre su espléndida aptitud, su vocación más cierta, y su puesto en el mundo, tal vez se dejó sentir
dolorosamente en un espíritu que a ningún incentivo renunció. La discordia es patente desde su juventud; mas, con dilatar para otro día la
abnegación y la renuncia necesarias., el descontento, que vendrá, se esconde entre nubes de esperanza. En su fastidioso destino de Lisboa, el
deseo de emplearse en tareas nobles le finge un porvenir, no de escri(12) Carta a su padre: 3 de mayo de 1850. Correspondencia, I.
(13) Malvina Saavedra, hija del duque de Rivas.
(14) Valera a su padre: 8 de mayo de 1850. Correspondencia. Tomo I.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
tor recoleto y asiduo, sino de sabio docente. Vivirá seis o siete años de
la carrera diplomática, en tanto que su casa se desempeña: después se
irá con sus libros a Granada, y enseñará en la Universidad la lengua
griega o la Economía política. No faltó quien leyese en el porvenir: “usted llegará a ser –le decía Estébanez (15)- un buen hablista castellano…,
usted ha de descollar en el condimento sazonado de nuestra sabrosísima lengua”. El afán de dinero le aguijaba tanto como el afán de saber.
No quería pasar la juventud oscurecido, sin amores, sin fiestas, sin las
comodidades de que no se acercaba a dispensarse. Formó proyectos
de boda con una señorita acaudalada, que no llegaron a colmo.
Por ascender en la carrera solicitó, y obtuvo, la secretaría de la Legislación de España en el Brasil. Finando el año 1851, desembarcó en
Río de Janeiro. Mil desabrimientos le aguardaban: el clima, las dolencias, una sociedad abigarrada y sin finura, cierta barbarie colonial. El
esplendor de Río fue momentáneo consuelo. La ciudad, mal empedrada; las distancias, enormes; los coches, detestables; la comida, nauseabunda, servida por esclavos malolientes; las habitaciones pobladas de
arañas, curianas, lagartijas, mosquitos, salamanquesas, alacranes “y
otros monstruos horribles y asquerosas”. Ni edificios buenos, ni estatuas, ni cuadros. Las mujeres, bozales; los hombres, absortos en la política y en el comercio. Males asquerosos le amenazan. El calor le destruye. Un dolor de estómago casi continuo le quita el gusto para todo.
“Me fastidio ferozmente –dice-. Paso días enteros solo, encerrado en
mi cuarto; leo, fumo y me entristezco” (16).
Vivía con su jefe, Don José Delavat y Rincón, ministro de S.M.C.
cerca del emperador Don Pedro. Al señor Delavat, treinta y cinco años
de residencia en el Brasil le habían deteriorado la estampa y el caletre.
Su mujer, una dama brasileña, vivía con la imaginación en el siglo de
Luis XIV. Dos hijos embellecían su hogar: un varón, de once años, y
una niña, Dolores, de ocho o nueve. ¡Quién pudo prever que, andando los años, vendrían a enlazarse los destinos de Dolores y don Juan!
En las cartas a Estébanez, Valera traza una caricatura enorme de los
usos, figuras y modales de esta familia; del alboroto y liviandad de la
servidumbre; de las manías y dolencias del buen señor Delavat. Su ingenio burlón (la “propensión satírica” que corregía La Paniega), se esparce sin miramiento, y teje, por vez primera en su luengo epistolario,
(15) Estébanez a Valera: Madrid, 16 de abril de 1851 (inéd.).
(16) Valera a Estébanez: Río Janeiro, 13 febrero y 10 marzo de 1852 (inéditas).
13
14
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
una prosa ya formada.
Escribiendo cartas se reveló prosista y a fuerza de escribirlas arribó a la maestría. Fue su ejercicio literario principal, casi único, en los
dos años de confinamiento brasileño. La producción epistolar de Valera es copiosísima. Desde su mocedad hasta pocos días antes de morirse
escribió o dictó cartas continuamente, desperdigando en ellas unas confesiones o memorias que, por aversión a las confidencias públicas, nunca hubiera redactado para su cuerpo de libro. Se conservan algunos millares de cartas. Reunidas formarían, si los expurgos y otros deterioros
a que papeles de esta índole se hallan muy expuestos, no fueran menoscabándolas (17), un documento biográfico y literario de gran interés.
Las cartas son literarias, por los puntos que tocan, o por el adobo y pulimento de la prosa, aunque narre y comente sucesos privados; y familiares, donde entrega sus sentimientos del instante con una ingenuidad
insospechable si conociéramos sólo sus escritos públicos. Las cartas literarias son ejercicio de estilo, o la primera versión de artículos por venir; aprovechadas después realmente, a trozos, en los ensayos de crítica
o en alguna novela. Confrontando las cartas y los escritos que destinó a
ver la luz, seguimos paso a paso la formación del autor en el arte de escribir, con acepción omnímoda de este verbo, desde el estilo a la ortografía y el carácter de letra, y conocemos al hombre completo, que en
su perfecta urbanidad rehusó el mostrarse a los lectores doliente o compungido, y apenas dejó trasparecer su facies personal por la máscara elegante del donaire (18). Hay publicadas muestras de ambos géneros de
cartas, con algunos cortes y alteraciones, en los dos tomos de Correspondencia de las OBRAS COMPLETAS. Las más chistosas y libres de sus
cartas íntimas; las más substanciales de las literarias, parecen, por lo que
hasta hoy sabemos, las que escribió en Río Janeiro. Combatía el fastidio abandonándose a la irresistible comezón de menear la pluma, y despachaba a sus amigos copiosos relatos de sus hábitos, lecturas y amores,
sin celar cosa alguna, por escondida que acostumbre estar. Descubre
además un pensamiento literario ya maduro. Parte de la epístola a Heriberto García de Quevedo, disuadiéndole de escribir “un vasto poema
humanitario”, entró en uno de los primeros grandes artículos firma(17) Las cartas, libérrimas, de Valera a Miguel de los Santos Alvarez –“las mejores
que he escrito”, decía el autor- fueron abrasadas por la familia de Alvarez.
(18) Este bosquejo biográfico, y el estudio de la vida y la obra de Valera, que tengo
inédito aún, se fundan, principalmente, en los papeles y cartas de Don Juan, que
su hija, la Sra. D.a Carmen Valera, me ha franqueado con notable generosidad. Es ocasión de agradecérselo públicamente.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
dos por Valera (19). Junto con las adquisiciones literarias comunicaba a
Estébanez sus lozanías de enamorado. Tomándolas en el modo descriptivo, refiere, con nimia crudeza, las gracias y desgracias más ocultas de
la señora a quien servía. Halló también en Río Janeiro un ejemplar de
esa dama sapiente y amorosa con quien le gusta departir en las novelas.
Armida (Mariquiña en el siglo), se encumbraba “a lo científico y sublime”. Siete u ocho cartas (“eran cosa de gusto”, dice el autor) le escribió
Valera proponiendo, entre requiebros sacados del repertorio teresiano,
un más estrecho conocimiento. Inspiran estos amores dos composiciones: Amor del cielo e Impaciencia (20). Se hallará una transposición del personaje en Genio y figura… Rafaela la generosa es Armida-Mariquiña,
chapurrada con cierta ninfa gaditana que Valera conoció en Lisboa.
Mas, Rafaela lo daba todo: dinero, y amor, por consolar a los tristes; Mariquiña no daba su amor y pedía dinero. Valera, falto de metales, se consoló disparando epigramas al marido y burlándose dulcemente del emperador Don Pedro, que, pobre y todo, trasquilaba gratis el jardin de
Armidas. Fuera de las cartas y poesías mentadas, nada más produjo.
Buscaba y adquiría para sí o para Estébanez libros raros, fuesen europeos o americanos, y libros referentes a América: tratados de historia,
de geografía, gramáticas y diccionarios de las lenguas indígenas, colecciones de periódicos y antologías.
Regresó en otoño de 1853. Desembarcó en Lisboa. Acusiado por la
marquesa de la Paniega y por Estébanez, rompió el compromiso matrimonial. Planeó con Latino Cohelo una revista bilingüe, que no llegó a nacer, la Revista Ibérica, destinada a secundar el iberismo. Anduvo por su tierra, y en Madrid, devanando proyectos vagos, y asistió
como curioso a las jornadas de julio de 1854. Quiso venir diputado a
las Cortes constituyentes, protegido por el general Serrano. Lanzó un
manifiesto “patriota”. Le derrotaron. “No teniendo usted antecedentes de sansculotismo –le escribía Estébanez (21),- por más antífonas y seguidillas que entonara a lo último de patriotería, siempre lo considerarían a usted como lo han considerado, como un hombre de salón y
atildado, más propio para aristócrata que para hombre de tribuna ardiente… Por lo demás no se duela mucho de ese azar. ¿Qué iba a ser
en el pulpitillo?” Una vez más Estébanez leía el horóscopo de Valera.
Inauguró por aquellos meses su carrera de crítico. Desde noviem(19) Del romanticismo en España y de Espronceda.
(20) Incluídas ya en las Poesías (1858).
(21) El Escorial, 17 de octubre de 1854 (carta inédita).
15
16
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
bre de 1853, salía en Madrid la Revista española de ambos mundos, que
vivió hasta muy entrado el año 1855 (22). Trasladado a la Legación de
Dresde, visitó París, viajó por Alemania, donde su adquisición más notable fue el descubrimiento de la música de Handel, de Mozart y de
Beethoven: “En el conjunto sinfónico (páseme usted la palabrilla)de la
música alemana, se cree oir la voz misma del espíritu del mundo” (23).
Suprimida la Legación de Dresde, se incorporó, de mala gana, al ministerio. Divertido en las fiestas con que en el invierno de 1855 a 56 la
buena sociedad de Madrid se desquitaba del espanto y asolamientos
causados por cólera, Valera se quejaba de no hallar sosiego para escribir. Trabajó un poco más de lo que denotan sus pesares. Se le había
cumplido el deseo que dos años antes comunicaba con Latino Cohelo:
en Lisboa salió la Revista Penínsular, con la forma, el programa y la colaboración proyectados para la Ibérica. Los escritores de la revista se
inspiraban en el iberismo noble que se funda en la unidad de cultura.
Valera contribuyó con versos, artículos de crítica y revistas de Madrid
(24), en las que se excusaba de hablar de política, alegando fingido aturdimiento e ignorancia. En rigor, escribiendo desde Madrid en tal sazón, apenas había otra cosa de que hablar. Era petente que el ministerio progresista se desmoronaba. El golpe de Estado de julio de 1856
tomó a Valera en su actitud de expectante curioso, como le había tomado la revolución del 54. La víspera de la batalla, Don Juan se solazaba en la suntuosa fiesta nocturna de los jardines de Montijo, en Carabanchel. Esa madrugada, los huéspedes de la condesa rezagados en
la Quinta, pudieron, al volver a Madrid, tropezar con las fuerzas de
O’Donnell y Serrano que se aprestaban a desarmar a los milicianos.
(22) ”En religión, católica; en política, liberal; en filosofía, espiritualista; en economía política, inclinada a la escuela inglesa presidida por Peel” (Rev. Esp. De A.M.,
T.I, pág. VII). Colaboraban Sanz del Río, Cueto, Gayangos, Castelar, Ferrer del
Río, Cánovas. Valera dio en la Revista tres artículos: Del romanticismo en España y de Espronceda, número de septiembre de 1855, Sobre los cantos de Leopardi,
número de agosto.
(23) Carta a Estébanez; 2 abril, 18555. (inéd.)
(24) Del lado portugués colaboraban: Herculano, Lopes de Mendoca, Latino Cohelo, Ferrer de Couto; del lado español: Amador de los Ríos, A. Alcalá Galiano,
Maldonado Macanaz, Carlos Rubio, Campoamor, la Avellaneda y Romea. Valera publicó, firmadas de su nombre, dos poesías: Plegaria (n.o 6, tomo I, pág.
264), y el poema a Cristóbal Colón (n.o 4); tres traducciones del alemán, de Geibel, y una del romáico, de Ipsilanti (n.o 12 del vol. II). Firmado con el pseudónimo Silvio Silvis de la Selva: Espronceda e a poesia romnntica em Hispanha (n.o
2.o, tomo I, pag. 49); Las escenas andaluzas del Solitario (n.o 10, t.I, p. 433); Obras
poéticas de Campoamor (n.o 2, del vol. II, Página 80); carta remitiendo una falsa
leyenda de A. Fernández Guerra, y revistas de mayo, junio y agosto de 1856.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
El día de la batalla, el ministerio de Estado, en los bajos del Palacio
Real, se convirtió en hospital de sangre, donde yacía herido el poeta
García de Quevedo, militante por la causa del orden. Allí debió verle
su gran amigo Valera, presente en su despacho del ministerio. Corriendo agosto, proseguían las veladas en la Quinta de Carabanchel. Representaban comedias de Musset y de Cruz, cantaban coros de Rossini; la flor de la sociedad de Madrid cenaba y bailaba en aquellos
jardines. Valera describe estos jolgorios y confiesa su desánimo personal: “estoy triste, muy triste, completamente desilusionado, y nada bien
de salud. Acaso pida una licencia” (25). No fue menester. Cueto, subsecretario de Estado, obtuvo para Valera la secretaría de la misión extraordinaria que llevó a la corte de Rusia el duque de Osuna. Este viaje, que he relatado prolijamente en otro lugar (26), es un lance muy
ameno en la vida de Valera. Sus cartas de San Petersburgo, por las que
el duque se enojó, movieron en Madrid un mediano escándalo, le hicieron sospechoso a Narváez y las pagó con un nuevo fracaso electoral. De sus amores con la actriz francesa Magdalena Brohan, contratada en el Teatro imperial de San Petersburgo, quedan, además de la
narración epistolar a Cueto, otras huellas, no advertidas hasta ahora en
su obra literaria (27).
A fines de 1857 Valera comenzó a ser periodista enzarzándose en
una polémica con Castelar (28). Los rasgos duraderos de su fisonomía
literaria están, desde ese tiempo, cuajados: concurren a formar un Va(25) Carta a Estébanez; 29 de agosto de 1856, (inéd.)
(26) Valera en Rusia: Revista “Nosotros”. Buenos Aires, número de enero-febrero
de 1926.
(27) ”No tengo más remedio que hacer de todo esto, una novela”, decía a Cueto. Es
Mariquita y Antonio, de la que salieron 19 capítulos en El Contemporáneo; y Saudades de Elisena, en Poesías (1858).
(28) Dos años después fundó con Alarcón, Santos Alvarez y Maldonado Macanaz,
La Malva. “periódico suave, aunque impolítico”. Con Antonio Segovia fundó
El Cócara (1860). Maldonado le llevó a la Crónica de Ambos Mundos. Colaboró
en El Mundo Pintoresco. En 1859 empezó a explicar en el Ateneo un curso de Filosofía de los bello (OBRAS COMPLETAS: Miscelánea, III), y más tarde una
Historia crítica de nuestra poesía. Al fundarse, en 1860, El Contemporáneo, Valera, ya diputado, entró en el periódico de redactor principal. En el orden de las
letras puras, dio aquellos años una nueva colección de versos (Poesías de Don
Juan Valera. Madrid, Rivadeneyra, 1858. Prólogo de A. Alcalá Galiano), y escribió dos cuentos: El pájaro verde, impreso en la única entrega de una serie de
Cuentos vulgares (1860) que editó con Segovía, y Parsondes, reimpresos con la
segunda edición de Pepita Jiménez (1875). Posteriormente a su ingreso en la Academia española (1861), se resolvió a coleccionar algunos de sus escritos en prosa: Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días, por Don
Juan Valera, de la Academia española. Madrid, 1864; 2 vols.
17
18
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
lera al que sólo falta su tardía fase de novelista. El gusto, el estilo, la
doctrina: el giro de su pensamiento: las preferencias y repulsiones íntimas: los resabios de su manera: cuando le ensalza sobre su época,
cuanto le constituye peregrino dentro de ella, todo lo declaran y proponen los ensayos, discursos y lecciones, las polémicas, los pálidos versos y las narraciones alegóricas que compuso en los principios de su
vida pública. Cursó en secreto el eprendizaje. Aparece formado en letras modernas y clásicas, formación robusta dondequiera, excepcional
entre los españoles de su tiempo. En su obra de escritor no se advierte
la desmaña del talento indeciso ni el ímprobo trabajo del estudiantón
aprovechado que transforma en artículos sus lecturas cotidianas. Se repitió no poco, añadió matices y distingos. En los puntos de vista capitales se comprueba una perseverancia típica, una personalidad que al
nacer para el público era ya adulta. Eso permite caracterizarlo desde
sus comienzos. El Análisis de las novelas concluye su figura: en ellas
dio cauce al lirismo, repartiendo por trozos su personal sentir a criaturas imaginarias, que recitan un soliloquio perenne. Valera inaugura
su obra de crítico intentando el proceso del romanticismo (29). La afición romántica de Valera duró menos que su juventud. Se libera del
romanticismo a medida que su educación literaria progresa, y en cuanto aprende a modular su canto personal, el estro parece tan poco romántico como su actitud en la vida. La razón predomina en su espíritu. Contempla ideas generales y le emociona más el discurso que la
observación. Al meditar se eleva; observar le divierte, acaso; lo que observa sólo le rinde anécdotas. El Tránsito del hombre a la naturaleza
está, para Valera, casi siempre obstruído: rara vez se comunica con ella.
En su sensualidad imprime el mundo exterior una imagen sin prestigio, conservada en notaciones generales, de las que adrede excluye lo
peculiartad poderosa en Valera es la memoria, apoyo de su fantasía. Su
imaginación nunca fue libre: se pone a guiarla, fantaseando, y más que
inventar, recuerda. Es discursivo, razonador, ingenioso. Aborrece la
expansión personalista y confidencial. Está en contra de los ardientes,
de los que rompen el decoro: la aversión a Juan Jacobo, cuya misantropía, cuyo cinismo le repugnan, es típica. El erotismo, la malicia, la
discreción, el giro de su filosofía moral, le graduaban para las tertulias
“libertinas” de un siglo diez y ocho francés, entre damas licurgas que
(29) Del Romanticismo en España y de Espronceda.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
le rindiesen su admiración y su amor.
En los juicios de Valera sobre el romanticismo apunta el propósito de reducir la sensibilidad romántica a una lozanía silvestre del gusto, a un defecto de educación, disculpable y hasta amable en la mocedad: que fue su caso. Carga la mano en los defectos y errores de los
poetas románticos: ignorancia, verbosidad, desaliño, amaneramiento,
hipocrecía, porque afectaban tener fe; falta de “majestad tranquila” y
de “mirar sereno”. Cumplida la revolución romántica, quedaban sus
efectos estables: en uno los resume Valera: libertad. El arte se ha emancipado de todo propósito moral, docente u otro, que trascienda a esfera distinta de lo bello. En sí mismo ha puesto su fin. Valera adopta el
canon encerrado en la fórmula de “el arte por el arte”. No obstante su
casticismo, condena el extremo vicioso a que llagaba la inclinación romántica a lo nacional, lo espontáneo y lo típico (30).
Poseía Valera inclinación natural a contradecir, si no es que estaba poseído de ella, y encontraba en su fértil espíritu cantidad de recursos para satisfacerla. Ágil, fluido peregrino lector, emparedado entre
la duda y la mesura, apestándolo cualquier dogmatismo, propenso a
la sátira, su opinión se precipitaba al oponerse a otras, más por argumento que por razón, más para decir: no es eso, que para probar: esto
es. Tan fuerte contradictor, a veces se cargaba si alguien venía a demostrarle lo que él mismo, por moción espontánea y sin hostigo, solía profesar. Preso en este espíritu, dejábase arrastrar por la fuerza de sus argumentos al paso que los tejía: Valera lo confiesa. Oponiéndose, varía
la faz según a quien se opone: nunca es más racionalista que frente a
Donoso Cortés, ni más conservador que frente a Pí y Margall, ni más
despegado de la tradición que ante Menéndez y Pelayo, ni atenúa tanto el influjo del Santo Oficio como al “hundir” a Núñez de Arce; ni fue
más patriota que al rebatir los juicios de un extranjero despectivos para España, ni menos iberista que viviendo en Portugal, ni más acérrimo madrileño que a quinientas leguas de la Carrera de San Jerónimo,
aunque la encontrase mal en viéndola de nuevo. La oposición a lo contiguo, a lo presente, se halla en su carácter y en su intelecto. En el carácter se descubre por el descontento. En orden al juicio, por la varia(30) No es cosa de preferir, dice Valera (La libertad en el arte) “los aullos de los caribes a las odas de Horacio, y el vito de los jitanos, la timorodea de las mozas de
Otaiti y el tango de los negros, a la danza magistral, graciosa y mesurada, que
compuso Dédalo para solaz recreo de la rubia Ariadna”. Desde el origen, Valera se aparta de la senda conducente al gusto de nuestros días, que prefiere el
tango de los negros y otras danzas con aullos de caribes, aun más desatinadas y
selváticas.
19
20
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
ción de matiz a que le cohibe cada adversario.
Fue polemista menos activo de lo que tal inclinación prometía. Muchas causas le detuvieron, ya provengan de su natural benigno, con más
“ternura que odio”, ya de cuanto había de diletante en su espíritu, gustador de lo bello en la vida: no siempre en la suya fueron las letras la
ocupación continua y virtuosa. Le detuvo también el respeto mundano:
los enojos que acarrea la contradicción personal no eran de su gusto (31).
Valera quedó escarmentado en su polémica con Castelar. Los reparos que puso a las lecciones sobre los Cinco primeros siglos del cristianismo parecieron “una salida de tono”. Mostró que Castelar, en sus
veinticinco años, no sabía bastante para decir sobre el tema algo más
que divagaciones acaloradas. ¿Se contentará el señor Castelar –viene
a decir Valera (32)- con ser “el Zorrilla de la elocuencia” y con que se
diga de su oratoria lo que del poema Granada: que es “música celestial”? Los parciales de Castelar se escandalizaron. Valera se disculpó
irónicamente de haber atacado las opiniones del ídolo de los demócratas. Castelar y Valera son antípodas. Se oponían por los defectos y por
las cualidades de cada uno, incomprensibles (sobre todo las de Castelar para Valera), para el otro. El recato, la mesura, el resguardo cuidadoso de la intimidad personal; la pureza de líneas, la claridad, el orden perenne al buen sentido; la sencillez y la gracia, mas la aversión
consiguiente a lo estentóreo y lo desaforado, que de todo eso hay en Valera, debían de formar en su espíritu una imagen del tribuno semejante a la de un energúmeno; peor: la imagen de un hombre “inconveniente”, sin noción de buen gusto, sentimental y cursi. El rapto lírico,
la facundia caudalosa, la composición sintética e interpretativa, cuanto en Castelar provenía de la exuberante imaginacón y denotaba falta
de análisis, era insoportablle para Valera. Veía en Castelar la suma de
los defectos románticos. La mención de Zorrilla declara más su antipatía. No dejó de estimar personalmente a Castelar, de quien fue ami(31) Decía en La Malva (20 noviembre 1859): “¡Crítica literaria!… ¿Sabes tú lo que
me pides? ¿Es posible en España la crítica? ¿Quieres que me pierda por mares
nunca de antes navegados? En literatura impera aquí, como en política, el interés de los partidos. ¿Cómo atacar de frente las eminencias y los nombres famosos, que es lo que conviene, divierte e instruye? ¿Qué dirían de mí las personas
graves, si yo zahiriese a sus ídolos, o me riese de ellos con suavidad? ¿Qué dirían de mí los absolutistas, si yo les pusiese en el secreto de que no me admiro
de Balmes, y de que su libro “El Criterio” (más la seriedad y menos el chiste),
me parece una colección de fabulillas desatinadas como las de Alvarez y las de
Selgas, sólo que en vez de tener al fin una moraleja, tienen metafisiqueja?
(32) De la doctrina del progreso. OBRAS COMPLETAS, tomo 34. La polémica retoñó entre Castelar y Campoamor. En ella terció Valera
Stockcero.com - Pepita Jiménez
go; no así de sus escritos y discursos.
A la radical oposición de los espíritus se juntaba, para excitar el ánimo crítico de Valera, el democratismo cristiano de Castelar. El Dios
sanguinario de Donoso Cortés le repugnaba; pero el Cristo demócrata no le repelía menos. Valera se aplicó en esta polémica a disminuir el
papel del cristianismo en el progreso humano, y a reducirlo a casi nada en el conjunto de la civilización moderna. Pero, ¡con cuántos rodeos, reticencias y veladuras! Esa actitud, valiosa en la biografía intelectual y moral de Valera, no menos que en la historia española, de
ciertos problemas, podrá, a fuerza de reservas mentales, impacientar a
un lector de nuestro siglo. La posición de Valera, observada en las contiendas pertinentes al interés social, o que al menos rozaban de algún
modo las prevenciones de su clase, . Se avenía a esgrimir en el terreno
preparado por el uso de todos; esgrimía con armas tradicionalmente lícitas: a veces no podía menos de parecerle y de hecho le parecía, aunque no lo dijese, el terreno falso, botas las armas. No le hace. Su triunfo estriba en dejar al adversario convicto de error, revocándole con sus
propias doctrinas. Acepta una convención que, más intrépido, habría
empezado por rasgar, poniendo en tela de juicio las bases mismas en
que la convención se funda. Tal vez le llevó ese juego a prestar servicios humillantes para el buen seso. Tuvo que defender, contra Cañete,
que se podía encontrar malos muchos dramas a lo divino de nuestro
teatro del siglo XVII, y seguir siendo buen católico. A la sazón el ámbito de España hervía en monstruos que, en el orden intelectual, se corresponden con el “anfibio de Liérganes”, alanceado por Feijóo. De
buena gana Valera habríales ayudado a morir pronto. Mas no podía esperarse de su mano la primera lanzada. Se satisface con tenerlos a raya y estorbar en lo posible que propaguen sus monstruosidades. Racionalista por principios, delante de las circunstancias históricas es
comedido, tomándose la licencia de verter en la raíz de lo que enfáticamente respeta, una gota de ironía insidiosa. Si no supiéramos de él
cuanto sabemos, la compostura, el decoro podrían despistarnos: de tal
suerte la ironía se enrarece, se pierde acaso en el disimulo. Del Ensayo
de Donoso escribió: “Si no fuese el catolicismo divino vendría a tierra
y se hundiría para siempre con pocos defensores que tuviese como el
marqués de Valdegamas” (33). Ni antes ni después de escribir ese artí(33) Ensayo sobre el catolicismo… por D. Juan Donoso Cortés. OBRAS COMPLETAS
de Valera, tomo XXXIV.
21
22
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
culo aceptó Valera el origen divino de la religión. No era católico creyente, ni siquiera cristiano; pero se atuvo públicamente a un catolicismo liberaL, con criterio de burgués ilustrado que sobrelleva la preocupación dominante en su país, tal como la historia lo fragua.
El discurso de ingreso en la Academia española (34) y el conato de
polémica con Francisco de Paula Canalejas, valen, entre otras cosas,
para fijar la opinión de Valera respecto del lenguaje como instrumento del arte y establecer las bases de su doctrina crítica. Valera desecha
la crítica fundada en la mera experiencia y en la inducción: otra crítica, deducida de principios filosóficos, permite juzgar los casos particulares, porque los comprende todos. Con el uxilio de la filosofía del arte se alcanza más que con los preceptos fundados en el sentido común
o en la observación juiciosa, desprovistos de otro fundamento sólido.
Compete a la ciencia desconocer y negar la autoridad en nombre de la
razón; mas no se ha de otorgar, porque sería contrario a la razón misma, esa prerrogativa al arbitrio de cada uno, apoyado en verdades mal
entendidas. Tocante a la lengua y a la literatura, dos corrientes –rebeldes a la autoridad fundada en principios filosóficos- prevalecen: unos
quieren ensanchar el idioma nacional porque en su estrechez no cabe
el pensamiento moderno; otros, entendiendo torcidamente lo popular, sólo diputan por bueno lo que place al vulgo. Ambas direcciones
convienen en que la inspiración no es compatible con la reflexión y la
crítica, “poniendo entre el pensamiento y la forma de que va revestido
una diferencia y hasta un divorcio que jamás existieron”.
Corrompen el gusto y el idioma, de una parte, “los nuevos filósofos y políticos que abusan de un tecnicismo innecesario”; de otra, los
poetas enemigos del estudio que practican un casticismo desatinado. A
los que introducen en el habla novedades tremendas, Valera opone la
intangibilidad del espíritu nacional, significado en el lenguaje; a quienes se acogen al ámbito de lo que estiman castizo, opone la universalidad del espíritu del mundo, con el cual todas las inteligencias “han de
estar en comunión y consorcio, si no quieren perecer”. El espíritu de
la humanidad (“la entidad viva del conjunto de nuestra raza”), lleva
un movimiento ascensional perenne, y se manifiesta en la historia mediante el espíritu de cada pueblo. Yerra, pues, gravemente quien se empeña en ser “muy español y muy castizo en el pensamiento”. El pensa(34) La poesía popular como ejemplo del punto en que deberían coincidir la idea vulgar
y la idea académica sobre la lengua castellana. (Año 1861). Canalejas le contestó
en la Revista Ibérica (no. De Abril). Valera escribió en defensa propia dos cartas
publicadas en la misma revista. Discurso y cartas coleccionados en las OBRAS
COMPLETAS, tomos I y XXII.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
miento es humano, y no de casta. Valera descubre ese yerro en los poetas que idolatran lo popular. El impulso renovador de las tradiciones
nacionales produjo en las letras el mal efecto de poner antagonismo entre los cantos populares y la poesía erudita, despreciando a ésta para
ensalzar a aquéllos. El prestigio de la poesía popular y el tenerla por
superior a todas, engendra entre otros males: el negar importancia a
la forma, la vulgaridad, el hacer
útil la poesía poniéndola al servicio de algo, y el anacronismo de
ideas y sentimientos. Mas, proclamada la necesidad de aquel enlace superior con el espíritu de la humanidad, el espíritu nacional obra como
fuerza conservadora. Valera rompe en favor de la conservación y la mesura el juego armonioso de las fuerzas que, en teoría, mutuamente se
corrigen y completan; lo rompe por arbitrio del gusto, introduciendo
en su raciocinio el peso de una obra realizada en la historia por l espíritu nacional, obra que Valera se representa como el fruto ya maduro
de una plenitud fecunda. El espíritu nacional –viene a decir- se manifiesta en el lenguaje, que brota del genio de la raza “como brota la flor
de su germen”. El lenguaje crece sin alterarse en la esencia ni en la forma y se unimisma con el espíritu que lo engendra; donde el idioma decae, también decae el espíritu. La descendencia del mismo tronco lingüístico establece entre los pueblos lazos fraternales, en tanto que la
diversidad los aparta. De ahí el poderío político del idioma. “Una lengua algo diversa de la que hablamos –exclama- y un gran monumento escrtito de esa lengua, Os Lusiadas, son el mayor obstáculo a la fusión de todas las partes de esta Península; Camoens se levanta entre
Portugal y España, cual firme muro, más difícil de derribar que todas
las plazas fuertes y los castillos todos”. Atenta contra la nacionalidad
quien disloca el idioma. Los “nuevos filósofos y políticos” que divulgan con frase bárbara pensamientos extranjeros, cometen una ofensa
innecesaria o inútil: innecesaria, si como piensa Valera, las teorías más
sutiles “pueden expresarse en el habla en que nuestros grandes místicos se expresaron”; inútil, porque el ser de una nación, revelado en el
habla, no se reforma artificialmente. No se opone Valera a la introducción de sistemas extraños: “no se crea que entiendo de un modo mezquino lo castizo y lo nacional, fingiéndome en mi patria una originalidad que no existe ni ha existido nunca, y encastillándome en mi patria
23
24
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
para conservarle esa originalidad fabulosa”. Pero la mente de un país
y el idioma sólo adquieren lo que pueden asimilarse conforme a su genio. En todo caso, la mudanza como la creación del lenguaje ha de ser
obra instintiva del pueblo.
Combatiendo la retórica de los krausistas (“los nuevos filósofos y
políticos”), Valera no lidia con un caso extravagante, que no valdría la
pena: combate una doctrina general. Su punto de vista le caracteriza.
Valera se desliza del terreno puramente lingüístico al literario, y predica de las formas artísticas del habla, como las fijan los escritores de
una época trabajando sobre un material dado, lo que conviene sólo al
organismo vivo del idioma. Las potencias de conservación del habla
son fortísimas. Tales potencias pretende utilizar Valera erigiéndolas
defensivamente en torno de ciertas formas, de cierta estructura de la
prosa, labradas en un momento de esplendor artístico. Cuando no quepa en esa estructura es declarado corruptor del idioma. Valera se deja
engañar por la imagen de la “madurez” del lenguaje. Es singular que
representándoselo muy bien como organismo vivo, no reconozca que
cuanto más fértil y sensible el espíritu progenitor, más lo dejará parecer en el habla, no obstante la permanencia del fondo primitivo y del
artificio gramatical. Mudanza en el pensamiento, un punto nuevo de
sensibilidad, ¿no piden formas propias, no las crean necesariamente, y
no es la creación de tales formas el signo en que se reconoce el vigor
de un pensamiento original o el tránsito a una fase peregrina de lo sensible? Supuesto que en los claros y vigilantes espíritus hiere cualquier
invención primero que en los vulgares, parece modesto en demasía el
papel discernido por Valera al escritor como artífice del idioma. Los
ejemplos que propuso sólo prueban el fracaso de los “filósofos innovadores”. El intento de apropiar el lenguaje a un movimiento filosófico,
intento abonado por la experiencia ajena, es irrefutable en principio:
sorprende que Valera lo desconociese, sabiendo muy bien, como demostró más tarde, que no existe filosofía original en castellano. Su dilema (o es nulo el espíritu filosófico de los españoles, o cualquiera pensamiento puede expresarse en la lengua de los místicos) es falso. No sé
yo que los españoles seamos naturalmente menos filósofos que místicos. Valera gustaba de probar que la mística española es una floración
de semillas germánicas . El Carmelo ya no suena con voces españolas
Stockcero.com - Pepita Jiménez
elocuentes, como en el siglo XVI. ¿Habremos perdido la vía unitiva,
sin hallar, en trueco, la racional? Que todo pensamiento, por nuevo que
sea, pueda expresarse en la lengua de los místicos, es hipótesis caprichosa, como la “lengua de los místicos” no se tome a metáfora para designar el castellano. Bajo esa figura la proposición es inócua.
Abismarse en “la pureza y hermosura” de la lengua literaria de una
edad, aunque fuese edad dorada, conduciría a formar un idioma sacerdotal. Valera no lo desconoce, y corrige esa invitación al hieratismo.
“Tampoco soy yo –dice en el discurso- de los que, por amor al lenguaje y su pureza, se desvelan y afanan en imitar a un clásico de los siglos
XVI y XVII. Prefiero una dicción menos pura, prefiero incurrir en los
galicismos que censuro, a hacerme premioso en el estilo, o duro y afectado”. En la carta segunda a Canalejas, añade: “Yo no acudo a leer
nuestros antiguos clásicos para aprender lo castizo, sino lo natural del
lenguaje”. Los escritores “de buen gusto, los de la difícil facilidad, los de
la sobriedad discreta y cortesana” empobrecen el idioma, dice Valera (35).
El remedio es consultar a los autores antiguos y al pueblo, que conserva la abundancia del idioma y el espíritu de la nación. Notemos, de paso, que Valera fiaba al tesoro de la inspiración popular el renacimiento de otras artes, como la música: “si ha de venir nueva era de gloria
musical para España, al vulgo de Andalucía se la deberemos principalmente, por habernos conservado en el tabernáculo del alma el fuego
sano de la inspiración, la forma y manera propias de nuestra música, y
hasta algunas tradiciones de escuela”.
Valera negó en el discurso de ingreso en la Academia que hubiese existido poesía popular española, digna de tal nombre, anterior al siglo XVI o a la postrimería del XV. La explicación de este error y de lo
que en el mismo lugar consignó acerca del origen de los romances y del
valer de la poesía de la edad media, nos abre otro aspecto interesante
de su formación literaria y de su pensamiento sobre la historia nacional. Valera conocía los estudios de Wolf y de Durán y lo que, en la sazón de escribir aquel discurso, llevaba publicado Don Manuel Milá y
Fontanals. No había oído mentar a Milá hasta que de él le habló en
Moscú un erudito ruso, el año 1857. Vuelto a España, se puso al tanto
de sus escritos y fue el primero en llamar la atención del gran público
a los trabajos del profesor catalán. Las apreciaciones de Valera deben
(35) Las escenas andaluzas del Solitario. OBRAS COMPLETAS. Tomo XIX.
25
26
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
atribuirse a un arbitrio del gusto. Lo típico es su sordera para la poesía de la edad media. Conocía sus monumentos y los menospreciaba.
Había pasado de las letras clásicas al Renacimiento: lo demás es barbarie, que tal vez se esfuerza en tanteos, pero que ni acierta ni sabe. Su
antimedievalismo es, en lo poético, total. Tampoco gustó el sabor de la
lengua poética vieja; y mostró ser un desarraigado de la historia. En la
carrera del tiempo atrás era compatriota de muchos menos españoles
que nosotros, o mejor diríamos connacional, porque él reduce la patria
a los elementos naturales de la nación. La cual se forma de la naturaleza y de la idea, plasmada por la historia, creación del espíritu humano. Para Valera, los españoles adquirieron la conciencia de su nacionalidad (es decir, injertaron su idea en lo que ponía la naturaleza),
solamente a fines del siglo XV. Los españoles del siglo XVI estaban
unánimes en su sentimiento, el religioso, que determinó su voluntad y
los apretó en haz, imprimiendo su sello en la vida nacional. Entonces
nació una gran poesía legítimamente popular, es decir, que expresase
en gran estilo, en formas artísticas superiores, sentimientos compartidos por el pueblo y el poeta. Exhausto el pensamiento nacional, aunque existan en España poetas excelentes, no puede haberlos grandes:
la consonancia que es menester entre el poeta y el pueblo “no se establece cuando el alma del pueblo no se deja oir, cuando el espíritu popular está muerto o aletargado” (36). Tampoco tenemos filosofía, ni política ni escuela científica “que puedan llamarse nacidas en España”.
Valera se preguntó muchas veces la causa de postración tan grande.
El punto central de sus ideas sobre el caso se halla en el discurso pronunciado en la Academia Española al recibir a Núñez de Arce (37).
“Fue una fiebre de orgullo, un delirio de soberbia… Nos llenamos de
desdén y de fanatismo a la judaica… El gran movimiento de que ha
nacido la ciencia y la civilización moderna y al cual dio España el,primer impulso, pasó sin que lo notásemos”. Cuando España despertó, estaba muy atrás de la Europa culta. Esta opinión es congruente con lo
que más arriba leíamos acerca del espíritu nacional, partícipe en el espíritu del mundo, y engendra el consejo terapéutico que más repitió Valera: poner nuestro espíritu “en medio del raudal de las ideas de nuestro siglo… La grande originalidad no proviene de aislarse, sino de
conocer lo que otros dijeron y añadir algo del caudal propio”.
(36) Poesías de Don Francisco Zea. OBRAS COMPLETAS. Tomo XX.
(37) Del influjo de la Inquisición y del fanatismo religioso en la decadencia de la literatura española. OBRAS COMPLETAS. Tomo I.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
Valera ensanchó más tarde los límites de la consanguinidad nacional. Formuló su concepto nuevo por contradicción al catolicismo esclusivista de Menéndez y Pelayo en la Historia de los heterodoxos. Ya en
sus primeros escritos Valera se representaba el catolicismo como absorviendo las energías más sanas del pueblo español. Un giro diferente
de su civilización peculiar quedaba, como evento posible, admitido.
Mas el recio poder de unión o desunión otorgado al idioma, según que
fuese uno o diverso, y el representarse la parte primera de la edad media, sobre todo en esta península invadida de sarracenos, como tal arrasamiento que sólo deja entre dos mundos un desierto, donde algún
monje letrado preserva con sus manos la lucecita de la cultura, conducía a pensar que en Valera la génesis del ser espiritual llamado España
consiste en el desarrollo de las lenguas romances (o sea, de la civilización que en ellas se expresa), y en la ordenación del caos medieval por
el designio de la unidad. No sería España cuanto la idea (plasmada por
la historia, injerta en los elementos naturales de la patria), ha ido repeliendo del ser nacional. Dilatar hasta el mundo antiguo la continuidad moral de España, no podía esperarse de Valera mientras no infligiese a su idealismo algún menoscabo. Se lo infligió al rebatir a
Menéndez y Pelayo, que veía en el catolicismo la exclusiva fuerza determinante de la civilización española. Poseía Menéndez y Pelayo una
sensibilidad bastante aguda para retraer a su imaginación de artista y
a su conciencia de esspañol el ser de los siglos esquilmados. Refuerzan
su temperamento los estudios históricos. Se desposa con no pocos entes, y repudia otros, en fuerza de prestarles plasticidad y una segunda
vida actual, sacándolos del limbo de una España, eterna en sus rasgos
genuinos, cuyo fondo en el tiempo de la historia parece insondable.
Valera, por arte de polémica, acepta ese españolismo naturalista y prueba a Menéndez y Pelayo que tal posición no se aviene con la supuesta
exclusividad del sello católico en la civilización de España. Cede de su
rigor la fuerza dialéctica de la idea: entran a ser españoles no pocas gentes que incorporaban otra muy distinta de la nuestra: cobran poderío
determinante los elementos naturales que Valera, de primera intención, dejaba cuasi inertes. La honra de hacernos compatricios de Avicebrón, de Maimónides, de Trajano, de Séneca y aun de Viriato y los
numantinos, se paga desvirtuando un poco el espíritu nacional en el
27
28
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
modo como se manifiesta dentro de nuestra era mediante el idioma.
Valera, en los últimos años de su vida, resumió así lo que había dicho
al contradecir el ardoroso proselitismo de Menéndez y Pelayo. “Error
es afirmar que un catolicismo intolerante y austero haya sido el gérmen fecundo de la grande y propia civilización española y pueda considerarse consustancial con ella. Tarde se formó la unidad nacional; pero desde hace muchos siglos hay España, y no sólo como mera
expresión geográfica, sino como cuna y patria de hombres que consideramos antepasados nuestros, y nos jactamos de que fuesen españoles cuando algo valían. Y si en España, cuando prevalecía el gentilismo, hubo filósofos y poetas como Séneca y Lucano, y los hubo de mayor
valer e importancia todavía entre los españoles sectarios del Talmud y
del Corán, no me parece lógica la afirmación de que todo gran pensamiento español ha de ser católico y de que todo aquel que no le tiene
reniega de su casta” (38).
Parece haber surcado Valera, en los años de acividad pública siguientes a su vuelta de Rusia hasta la revolución de 1858, el tramo más
apacible y sesgo de su vida. Diputado a Cortes, académico, periodista,
y crítico importante; titular de empleos considerables en la administración y la diplomacia, el equilibrio entre su edad, sus deseos de nombradía, de poder, y el puesto y la reputación que alcanza, no se ha roto (39).
La ambición, ya no impaciente ni todavía chasqueada, no le atosiga.
Soltero aún, puede mantener su rango sin sacrificio de la libertad ni
del gusto, en espera de que su posición se consolide. Ya cuadragenario, se advierte en su porte el reposo de un señor bien situado, en posesión tranquila de sus luces; el empaque de hombre de mundo y gran
letrado, no mengua la brillantez ni la gracia. Asiduo en la esfera social
(38) La poesia lírica y épica en la España del siglo XIX. OB. COMPS. Tomo XXXII.
(39) Salió diputado por Archidona en 1858, derrotando alcandidato del gobierno
de la Unión liberal. Por “no quedarse solo”, puesto que el ministro de la Gobernación, a quien se había ofrecido después del triunfo, no le quiso en sus huestes, se afilió en la minoría moderada. Hizo una campaña política en El Contemporáneo, que representaba el matiz más liberal del moderantismo. Con este
partido fue director general. En las Cortes, sus discursos sobre la libertad religiosa y la cuestión de Italia, le grangearon el anatema de los moderados intransigentes, “que estragaba la peste del neo-catolicismo”. Con el antiguo grupo del
Contemporáneo pasó a la Unión liberal. En 1865 y 66 fue ministro de España en
Francfort. En octubre de 1868 en general Serrano le nombró subsecretario de
Estado. Diputado en las Constituyentes, director general, su carrera política quedó truncada por el fracaso, que predijo, de la monarquía saboyana. Consejero
de Estado durante el último gobierno del duque de la Torre, volvió a las Cortes y aceptó la restauración. El ministerio liberal le nombró en 1881 senador vitalicio. Valera no volvió a ser orador ni escritor político.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
más alta, donde estuvieron sus relaciones de familia y algunos de sus
íntimos afectos, frecuentaba no menos el Congreso, el Ateneo, los periódicos. En todas partes disentía del tono medio d la sociedad. Políticamente, en unos círculos pasaba por demócrata y amigo de novedades; en el Ateneo le tildaban de reaccionario, y “Pásmese usted –dice a
Cabalejas- hasta de neo-católico”. Valera no servía en política como sirven los hombres de partido. Su finura mental le impedía ser fanático;
el señorío personal no le dejaba meterse entre la turba y abrirse camino a codazos. Sin don de mando ni elocuencia, no era jefe; instruído,
tenía demasiadas opiniones propias para ser buen secuaz. En los partidos no podía pasar de la condición secundaria reservada a los que brillan fuera de la política, temidos, y en el fondo, desagradables por su
inteligencia, sospechosos a sus correligionarios. Es seguro que en ninguna parte se hallaba a gusto. En cuanto habló y escribió sobre cuetiones políticas, casi nunca se mostró de frente y al descubierto: se dejó ver
de tres cuartos o de perfil, postulando en el lector la agudeza bastante
para rasgar el velo de las reticencias y de la ironía. Entre su pensamiento íntimo y su actitud pública, algún estorbo se interpuso siempre para desviarlos e impedir que cuadrasen exactamente. Respetos a su posición mundana, aversión a desentonar, y, no pocas veces, empleaba en
rebatir las afirmaciones extremosas que “le cargaban”, pusiéronle muy
fuertes grillos, representados en distingos y medias tintas. El fondo de
su pensamiento político es un liberalismo individualista. De la Revolución aceptaba el principio crítico de la razón discursiva, principio destructor y a la vez reconstructor, enderezado contra las formas tradicionales. El advenimiento de la burguesía al mando es, para Valera, la
forma definitiva, ya que no sea perfecta, de la sociedad: “el reinado de
la clase media no tendrá fin sino con la civilización del mundo” (40). Al
discurrir sobre los negocios públicos, Valera se cuidó de no soltar la
rienda a la razón implacable; prefería infiltrarse a combatir. Entrando
contra su voluntad en el partido moderado, con el designio de liberalizarlo, Valera es menos hábil y más espontáneo de lo que a primera vista puede parecer. Se metía en el cotarro, bajo reserva de encontrarlo
muy mal. Cuando declara en las Cortes: “pertenezco a la escuela liberal doctrinaria,” con el énfasis y la chistosa pedantería de los burgueses ilustrados de aquella edad, elegantes, adversos al populacho, mo(40) Artículo sobre el Ensayo… de Donoso Cortés. OBRAS COMPLETAS, tomo
XXXIV.
29
30
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
dernos a causa de su ilustración, aferrados en verter al español la fracasada experiencia conciliatoria de la monarquía de Luis Felipe, es el diputado de toda una clase, cuyo espíritu representa y asume. Valera luce personalmente en esa representación su despejo intelectual y cierta
indulgencia de hombre curado de espantos. La actitud era común a
muchos. Escépticos sobre el valer del régimen establecido y de sus gentes, percibían acaso otro mejor y hallábanlo bueno, no para su áspero
tiempo ni traído por su esfuerzo, mas para el futuro sin data adonde
la prudencia conservadora relega la “política teórica” y los “ideales”.
Valera había recibido la lección de su desengañado padre: “el progresismo no tiene porvenir en España, por lo menos en este siglo,” escribió el marqués de la Paniega, movido (apliquémosle palabras de su hijo) de “fatídica inspiración y no desmentido vaticinio”. Anduvo pues,
un tanto a remolque de los acontecimientos. No diremos que corrió
tras ellos: no era hombre para desbocarse por nada: los siguió pasito a
paso. El conservatismo social, el liberalismo político trazan los límites
que nunca franqueó; y aun, su posición crítica de racionalista independiente está disimulada bajo las formas del buen tono, que, sin ser filosofía, acaso valga por una ética.
Valera rayaba con el medio siglo al escribir (1873) Pepita Jiménez,
primera novela a que dió cabo. En cartas coetáneas de la composición
de esa obra, don Juan se nos parece inquieto, malhumorado y triste. Sus
asuntos personales caminaban torcidamente. La abdicación del Saboya
y el advenimiento de la República habían detenido el adelanto de Valera en las posiciones políticas, privándole de mando, de empleos y de
honras oficiales. Estaba pobre. Muerta su madre (1872), el “caudalejo”
que Valera heredó en Doña Mencía y Cabra no rentaba más de veinte
mil reales. Don Juan se había casado en 1867 con la señorita Dolores
Delavat, hija de aquel don José Delavat, ministro de España en el Brasil, a cuyas órdenes sirvió Valera como secretario por los años 1851 a
1853. Bella y distinguida, la señorita de Delavat aportó al matrimonio
bienes que en tal época constituían una posición desahogada, si no brillante. Ni la mujer ni el marido eran el ave fenix de la creamatística.
Exigencias de la posición social, el aumneto de la familia, y el gusto propio de los cónyuges, graduaron las dificultades: se melló la hacienda matrimonial, y con la hacienda el buen acuerdo entre los esposos, que no
Stockcero.com - Pepita Jiménez
salieron del trance sin ningún amargor. Un momento, Valera pensó librarse de apuros cultivando un género literario más popular que la crítica. Soñó también con recrecer su nombradía, por manera de desquite, brindando un nombre glorioso a su mujer, un tanto incrédula sobre
la habilidad del marido para las cosas prácticas de la vida. El fondo de
esta historia, que no tiene aquí lugar bastante, es triste. Provoca en el
ánimo de Valera una decepción sentimental, y repercute en su obra novelesca como otro de sus afectos personales. Años más tarde, Valera
aconsejaba a su fervoroso y joven amigo Menéndez y Pelayo, que no se
casase nunca. Sin Cortes, sin periódico, sin empleo en la diplomacia (estaba cesante desde 1866), los estímulos que más contrariaban su vocación le dejaron tranquilo. Retirado momentáneamente a Doña Mencía
y Cabra, halla un respiro en su dispersión mundana. Los antiguos lugares, aunque no los ama mucho, suscitan la vena narrativa; los proyectos mil veces aplazados vienen a primer plano. Valera se concentra, trabaja con esmero. Su tardía profesión de novelista representa,
coadyuvando otros impulsos, un retorno al jardín interior, un esfuerzo
por recobrarse. Del primer conato salió Pepita Jiménez (41). El triunfo re(41) Del origen, composición y tendencia de esta obra y del arte de Valera como novelista trató por extenso en: Una novela española: Pepita Jiménez. CUADERNOS
LITERARIOS. Ed. LA LECTURA, actualmente en prensa.
Pepita Jiménez se publicó en la Revista de España de marzo a mayo de 1874. La primera edición en volumen es del mismo año (Madrid, Noguera). Se hizo en mejor papel, una tirada especial de 300 ejemplares que se anunció como edición de
lujo. Pepita Jiménez se reimprimió un año después en el folletín de El Imparcial. Siguieron estas ediciones: Madrid, A. de Carlos e Hijo, 1875. – Madrid, Perojo, 1877. – Madrid, Perojo (Ed. elzeviriana), 1879. - Madrid, Fe, 1880. - Sevilla, 1883. – Madrid, Rivadeneyra, 1884. – Madrid, Colecc. De escr. Castellanos,
1888. – New York, Appleton y C.a, 1887. - Omito la cuenta de las reimpresiones hechas en España y América desde 1888 hasta la publicación de Pepita Jiménez en la serie de OBRAS COMPLETAS. Las ilusiones del Doctor Faustino: Revista de España, octubre, 1874.- Junio, 1875.- Madrid, 1879; Sevilla, 1883; Madrid,
1890 y 1901. El Comendador Mendoza. Publicada en diciembre de 1876 a mayo
de 1877 en El Campo. Primera edición (con La Cordobesa y Un poco de crematística), Madrid, Aribau,1877. Pasarse de listo. Agosto-noviembre de 1877, en El
Campo. Primera edición (con El pájaro verde y Parsondes), Madrid, Perojo, 1878.
Tentativas dramáticas (La venganza de Atahualpa, Asgenia, Lo mejor del tesoro),
Madrid, 1879. Doña Luz. En la Revista Contemporánea, números 71, 73 y siguientes. Primera edición: Madrid, Perojo, 1879; segunda, Sevilla, 1882. Dafnis y Cloe.
Madrid, 1880. Colaboraba en la Revista de España desde su fundación (1868), en
la Revista Contemporánea, Los Debates, El Campo, La Academia, La Ilustración
española y americana, La Ilustración artística popular (Barcelona), la Revista europea. Coleccionó de estos trabajos en: Disertaciones y juicios literarios. Madrid,
Perojo, 1878.- Sevilla, 1882. Cuentos y diálogos. Sevilla, 1882. Algo de todo. Sevilla 1883
31
32
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
sonante y pronto de la obra, le animó a perseverar. En siete años menudeó las novelas, los ensayos, diálogos y cuentos, se probó en el teatro;
hasta que , mirando lo reducido del provecho, y con deseo de remediarse, se acogió nuevamente a la diplomacia el año 1881. Desde entonces
las letras vuelven a ser un accidente en el trabajo ya que no en las preocupaciones de Valera. Es preciso llegar a los diez últimos años de su vida para encontrarle consagrado exclusivamente a la literatura.
Valera había trazado la teoría de la novela mucho antes de aplicarse a escribirlas (42). Escribiéndolas, usó de la libertad y se atuvo a los límites que en la doctrina otorgó e impuso al novelista. La novela es género poético, parto de la imaginación; todo cabe en la novela “con tal
que sea historia fingida” y se revista de verosimilitud estética. La novela no debe ser historia, sino poesía: “el único fin y objeto de la poesía es la realización de lo bello, escaso, confuso y figitivo de la naturaleza, en el arte permanente, rico y depurado”. El arte tiene en sí mismo
su fin. Queda proscrita la novela tendenciosa, cualquiera que sea la tendencia. Valera reacciona vivamente contra la novela social y contra el
bajo realismo de los costumbristas; y, no hay que decirlo, contra la novela cintífica y experimental. Es el autor que menos se paga del “documento humano”, del “trozo de vida”, y de otras recetas acreditadas
en su tiempo. Su diatriba del año 1887 contra los naturalistas es una
amplificación chistosa del canon adoptado por él un cuarto de siglo antes. Mas, don Juan Valera no es un novelista fantástico, ni soñador. Es,
en el fondo, un realista: su realismo es interior más que externo; es un
realismo de los efectos del alma. Hay novelas –decía (43)-, en que a los
personajes, exteriormente, nada les ocurre digno de contarse; pero en
lo íntimo de su alma hay un caudal de poesia que el autor desentraña:
es la novela “que podemos llamar psicológica”. Alumbrar los veneros
poéticos del alma de personas vulgares en apariencia, fue un propósito declarado. La frecuentación de los místicos le enseñó el valor de la
experiencia interna. En la vida psíquica le preocupa sobre todo la experiencia amorosa. Valera borda elegantes arabescos sobre el tema erótico: ya sea el amor encauzado a lo divino, ya se ponga en lo humano;
ya concilie benignamente sus miras, como en Pepita Jiménez, ya muestre su furor antagónico como en la Doña Blanca del Comendador Mendoza. El placer erótico se eleva en las novelas de Valera, como en el co(42) De la naturaleza y carácter de la novela. (1860). OBRAS COMPLETAS. Tomo
Xxi.
(43) De la naturaleza y carácter de la novela.
Stockcero.com - Pepita Jiménez
razón del autor, al rango de tema primordial en la vida. Es la condición de la felicidad. Sus personajes enamorados se explican, de definen, se ponen (como decían los “filósofos innovadores”) mediante el
análisis del sentimiento amoroso. Esta pasión, combinada con el poder arbitral de la voluntad, que Valera deja escrupulosamente a salvo,
constituye el resorte que mueve la acción en sus novelas más importantes.
El mundo exterior le preocupaba, como elemento de composición,
mucho menos. En Pepita Jiménez, el ambiente, de gran valor, no sólo
marco de la acción pero estímulo y coadyuvante de la acción misma,
está logrado finamente como al descuido, por el gusto magistral de no
insistir sobre el detalle pintoresco. Apenas describe. Emplea notaciones generales. Y aún, la materia novelesca aparece desbastada, fundida bajo una prosa translúcida, de ritmo tranquilo, siempre igual, con
más número y armonía que brillantez, y tal acento que en los oídos
del énfasis y la hinchazón suena muy poco. Lo menos realista en las novelas de Valera es la prosa; su calidad apaga el ya mitigado realismo
de la observación y las descripciones. No imita el habla pertinente a la
condición de sus personajes. Una vez, por excepción, la Antoñona de
Pepita Jiménez se despotrica en caló. No ha de buscarse en Valera un
lenguaje típico. Sus criaturas propenden a echar discursos, a escribir
cartas, género en que Valera se había amaestrado. Le reprocharon que
sus héroes y heroínas hablasen y escribiesen tan bien como el propio
autor. No es falta de habilidad. Nada más lejos de su propósito que el
copiar la lengua coloquial. En la prosa narrativa se aplicó a parecer sencillo por las ordenación del período, y natural, no rebuscado, escondiendo de los ojos del lector el esfuerzo y el apresto; con esa naturalidad que sólo se alcanza merced al señorío absoluto sobre la materia
verbal. Frente a otros gustos: verbosidad redundante de algunos narradores, folletinismo sin estilo, verismo de los costumbristas regionales, el modo de Valera pareció alquitarado y preciosista. No obstante,
el novio de Pepita Jiménez, describiendo las sendas floridas de su lugar, dice: “En un instante puede uno coger un gran ramo de violetas”.
Por el sitio en que está y el tiempo en que se escribió, esa humilde frase insonora es un encanto.
En las novelas, Valera tiraba a ser ameno, deleitoso. “Feliz el au-
33
34
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
tor de Dafnís y Cloe –había escrito en 1860- que no consagró su obrilla
a Minerva, ni a Témis, sino a las ninfas y al amor, y que logró hacerse
agradable a todos los hombres”. Quería nacionalizar el género, nutrido principalmente de traducciones e imitaciones de obras extranjeras.
Quería que hubiese en castellano “buenos libros de entretenimiento”,
de carácter español. La sensiblería, la falsa idealización de la vida y de
los caracteres, los delirios románticos, las narraciones con moraleja social le cargaban cuanto no es decible. El carácter español vendría a resultar de la autenticidad de los sentimientos y de la exactitud en la pintura de las costumbres. Es notable que Valera, genuino hombre de
mundo, que vivió medio siglo cumplido en lo más denso de la sociedad madrileña, que conocía a fondo la capital y sus gentes, que sabía
al dedillo innumerables historias, genealogías, aventuras y enredos secretos, desdeñase una materia tan copiosa. En sus novelas apenas hay
nada de Madrid. La menos convincente de cuantas explicaciones se me
ocurren para tamaña rareza es la de achacarla a reserva y comedimiento propios de su condición social. Habría podido utilizar su experiencia sin componer novelas de clave, como Pequeñeces, que le escandalizó por lo que tiene de libelo. Y no se privó, en las novelas andaluzas,
de poner en solfa a personas muy allegadas a él, que tardaron en perdonarle la broma. Ha de buscarse la explicación por otro camino. Valera pensaba muy mal de los gustos, modales y usos de la sociedad madrileña, mirado su valor típico. No se documentaba. No es el novelista
de oficio que atiborra de notas un cartapacio y luego las vuelca metódicamente, con mejor o peor aliño, en un cuadro novelesco. Seguía la
vena más libre de su inspiración personal. La sociedad de Madrid no
le inspiraba: debía de parecerle fea, como primera materia artística.
Una novela “bonita” –dice en uno de los prólogos a Pepita Jiménez- debe embellecer las cosas, “iluminándolas con luz que tenga cierto hechizo”. La luz hechicera no le acudía sino inspirado por los recuerdos de
la edad juvenil, adscritos a la tierra nativa, y lo bastante remotos para
que las personas y cosas implicadas en ellos se le representasen más lindas, apacibles y graciosas de lo que realmente fueron. No importa el
pensamiento o la tesis que se proponga cifrar en cada novela: en todas,
apoyado en los recuerdos, esparce un lirismo recatado, que apenas se
advierte a través de la ironía. Como no era inventor, se abasteció en su
Stockcero.com - Pepita Jiménez
propia historia. De ella saltaba a los temas granjeados por la erudición,
lecturas y viajes.
En Mariquita y Antonio se proponía, como tengo dicho, contar sus
amores con Magdalena Brohan. Añadiré que un capítulo de la novela
es la transcripción de una carta de Valera a don Leopoldo Augusto de
Cueto, contándole su aventura en San Petersburgo; que hasta ahora no
se haya notado la transcripción arguye mucho descuido en el modo de
leer. La anécdota de Pepita Jiménez es un lance ocurrido en la familia
del autor. Don Luis de Vargas incorpora algunos sentimientos personales de Valera. La juvenil ambición de don Luis se expresa en términos que trasladan casi literalmente algunos trozos de las cartas escritas por Valera en la mocedad. La reconciliación de Vargas con el campo
de su lugar es la misma a que Valera se aviene en cartas poco anteriores a la redacción de Pepita Jiménez. Vargas, en fin (raro seminarista),
luce por su cuenta calidades propias de la inteligencia de su creador.
Las ilusiones del doctor Faustino es la historia de Valera, mozo, contada
y juzgada por Valera, viejo. Don Faustino es el pretendiente y ambicioso Juanito Valera, a vueltas con su vocación indecisa; como “Don
Juan Fresco” es el espíritu de nuestro Don Juan, escarmentado y zumbón, infundido en la apariencia de un ricacho que realmente atendía
por ese apodo. Ciertos capítulos de Las ilusiones son, en todo rigor, autobiográficos. Valera se reencarna en el Don Fadrique del Comendador
Mendoza, y manipula, para tejer esta novela, sucesos de la familia de
sus abuelos los Galiano. El Don Braulio de Pasarse de listo traduce, sin
que el lector no advertido pueda sospecharlo, el íntimo sentir que más
afligía a Valera en la sazón de componer esa obra. Y la teoría de los
“grados de talento”, que en pasando de cierta monta ordinaria inutilizan a un hombre, es una explicación que Valera había inventado para
sus cuitas personales. Del origen de Doña Luz nada seguro puedo decir hasta ahora. Si el epistolario estuviese más completo, quizás se hallaría el germen de esta novela en las cartas que Don Juan escribía, por
la década del 60, a una mística señora con quien pretendió casarse. Finalmente, en Juanita la larga (que de primeras iba a titularse La joya,
y aspiraba a refutar con un ejemplo el determinismo naturalista) concedió a los usos y al color locales más importancia: los personajes secundarios son seudónimos de tipos ya conocidos en novelas anterio-
35
36
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
res: la Juanita es un retrato; el secretario es un personaje que por su debil plasticidad, en contraste con su vigor moral, se me antoja pura invención de Valera, dirigida a embellecer los amores tardíos, tema perteneciente a su historia personal. Genio y figura … se compone –creo
haberlo dicho- de recuerdos brasileños. Las descripciones de Río de Janeiro que trae la novela, ya se encuentran nada menos que en cartas dirigidas por Valera a Estébanez medio siglo antes, como en cartas de fecha poco más reciente introdujo la descripción de la Semana Santa en
Doña Mencía que reaparece en Juanita la larga.
El espacio que me dan tasado para este prólogo, no consiente mayor esclarecimiento de la materia fecunda e instructiva que ofrece el
conjunto de la obra novelesca de Valera. Lo dejo para ocasión más holgada, si no más honrosa que la presente. Parando un momento la atención sobre Pepita Jiménez, conviene apuntar siquiera su importancia en
la restauración del género novelesco español; su valor, comparativamente al resto de la producción de Valera, y la calidad durable de la
obra misma. Por indolencia, que no le dejó concluir Mariquita y Antorio, se retrasó cronológiacamente en el movimiento renovador de la novela; le pertenece de todos modos la primacía en el orden de la novela
psicológica, mediante Pepita Jiménez. Y no menos descuella esta obra
por su rango literario sobre la producción novelesca de aquel tiempo.
Es la más acabada, por la composición y el estilo, de cuantas produjo
el autor. Valera solía ser negligente en el arreglo y disposición de una
trama novelesca. Publicaba “a pedacitos”, según iba escribiendo; método difícilmente recomendable. En su opinión, los defectos de una
obra debían corregirse, no en la msima obra, revisándola, rehaciéndola, sino en la obra siguiente. De tal suerte, si en el curso simultáneo de
la redacción y la publicación, la musa no le asistía puntualmente, se
quedaba la obra a medio hacer, como sucede en Pasarse de listo. La superioridad de Pepita Jiménez sobre sus hermanas proviene, en gran medida, del mayor esmero con que parece trabajada. El ingenio de Valera pasó entonces por el cenit: “yo la escribé –decía- en la más robusta
plenitud de mi vida, cuando más sana y alegre estaba mi alma, con optimismo envidiable, y con un panfilismo simpático a todos, que nunca
más se mostrará ya en lo íntimo de mi ser, por desgracia”. En efecto: si
el “cuento alegre” (así lo llama Valera), por los caracteres y la acción,
Stockcero.com - Pepita Jiménez
aparece sin fecha dentro de un amplio jirón del tiempo, se halla, merced al propósito que el autor –no obstante su enemiga a las novelas tendenciosas- quiso cifrar en Pepita Jiménez, profundamente arraigado en
la situación crítica de la conciencia española al comenzar el último tercio del siglo. El propósito de Valera es conciliador. Su Cloe andaluza
incorpora la fuerza natural de la pasión amorosa: Don Luis, un ideal
anacrónico y postizo, adquirido por contagio en lecturas desordenadas. Que el espíritu no pretenda evadirse de la naturaleza, ni la aborrezca; que el instinto se acendre y se levante, poniendo un fin más alto que el puro placer. Trató el mismo tema, por otro estilo, poco después
de Pepita Jiménez, en la deleitosa Asclepígenia, un diálogo bizantino cargado de transparentes alusiones madrileñas. El punto se roza con lo íntimo del ser de Valera; porque su mente preclara, ambiciosa de conocer y gustar toda hermosura, y su erotismo natural, sin pizca de
morbosidad, le exigían, para colmar la vida que amaba mucho, perseguir todo aliciente, todo premio. Puesto en el caso de optar, habría optado por el amor, mientras pudiese brindarle sacrificios y acatamiento
gozoso. En conclusión, la lectura de Pepita Jiménez no nos conduce ante un coloso ingente, sino ante una efigie graciosa, cobijada en el simbólico templete del huerto cordobés, alegrado por el son de la flauta
bucólica. La prosa, superior al invento; el deleite, más vivo que la emoción; más elegante la línea que violento el color; menos calurosa la expresión que el sentimiento; visiblemente despojada de ingenuidad. Los
años doran y acendran la novela, en vez de ajarla. En mi opinión, el
gustador de las letras no ha de ser banderizo, ni rehusar a tal distancia, por divergencia y aun oposición de escuela, la simpatía inteligente a la obra maestra de un espíritu noble.
Refugiado en la diplomacia (44) porque no conseguía vivir de la pluma, Valera no escribió más novelas hasta su retorno definitivo a Madrid. Los cargos de ministro y embajador, trayéndole a una posición
social brillante, graduaban sus apuros de dinero, en vez de menguarlos. Sentía además la nostalgia del escritor de raza, que trueca su vocación por menesteres prosaicos. Lo más enojoso era el problema de la
economía doméstica. “Hay días en que recelo que esta vida de angustia económica es una a modo de castración intelectual, y que yo ni es(44) Ministro de España en Lisboa, 1881-83; en Washington, 1883-86; en Bruselas,
1886-88.
Consejero de Estado, 1889-90.
Embajador de España en Viena, 1893-95.
Desde 1895, Valera no salió de Madrid más que por cortas temporadas de verano.
37
38
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
cribiré nada, ni valdré mientras siga así, y no me vuelva a la Bohemia
por completo”(45). Estaba, además, quejoso de la crítica, de su “apasionada estupidez”, de su “falta de undulgencia, desde la vulgar ignorancia y no desde las alturas del saber” (46). Nada le dolía tanto como el
ver desdeñada su obra poética. La boga de los versos de Campoamor
(“frialdades vulgarísimas”), de Núñez de Arce (“artículos de fondo rimados”), y de Grilo, le maravilla. No entiende la opinión que le relega en la mestría de la prosa. “¿Qué quieren que sea yo, si no soy poeta?” (47). Realmente, Valera no puede aspirar a un puesto notable en la
lírica. Se propuso cifrar en verso conceptos filosóficos. Vastas lecturas
afluyen por alusiones en los poemas que trató con más esmero. Correcto casi simepre, alcanza a ser armonioso en sus momentos mejores, sin
rapto lírico ni fantasía poderosa ni efusión comunicativa. Su lenguaje
poético es frío. Acaso lo más estimable sean ciertos pasajes amatorios,
templados de ternura. Como los periódicos no anunciaron siquiera la
aparición de Canciones, romances y poemas, Valera opinó que “la barbarie, la grosería y la ordinariez, son en España irremediables”. El mal
éxito de su libro de versos le indujo a creerse menospreciado. “En España estamos hoy en un período de transición, entre barbarie y cultura, y, en tales períodos, el mal gusto se entroniza con facilidad, y cierta pedantería cursilona prevalece y se enseñorea de todo” (48). Dudaba
del público español hasta para la forma: “Mi estilo es natural y no rebuscado, moderno y no arcaico, sencillo y no enrevesado. Si en Cabra
y Doña Mencía leyesen, y se interesaran en el asunto, entenderían mis
libros: pero la gente cursi de las capitales, que es la que lee en España,
se ha fabricado con dicharachos periodísticos y frases hechas parlamentarias, neologismos franceses de salón y modismos de toreros y cantaores, un lenguaje endiablado, que es el que imagina natural, hallando el
mío, que es el verdaderamente natural, gringo, extraño y a veces ininteligible” (49).
(45) Valera a Menéndez y Pelayo: Lisboa, 9 marzo, 1883. (Inéd.)
(46) Al mismo: 25 febrero, 1883: “Donde Sellés es un Shakespeare, bien puede usted ser un píndaro, y yo un Cervantes”.
(47) A Menéndez y Pelayo: Bruselas, 21 julio 1886. (Inéd.)
(48) A don José Alcalá Galiano, 20 marzo 1887. (Inéd.)
(49) Al barón de Greindt, Bruselas, 16 de abril de 1887. (Inéd.)
Stockcero.com - Pepita Jiménez
El caso fue que en una decena de años escribió muy poco (50). Vencida una crisis moral terrible que padeció en Washington, formaba
proyectos de nueva vida, de aplicarse como nunca a las letras. Murió
su hijo primogénito. Por vez primera, Valera maldice de lo que había
amado siempre: “La vida es muy funesto don. Hasta el estúpido e irracional temor de perderla hace este don más funesto”. Parecen desconcertadas las bases de su religión optimista. “A veces me siento caído:
paso malas noches, con insomnios horribles o con pesadillas. Mi humor
entonces es harto negro, y hasta pienso cosas impías, muy en contra de
mi condición, que es piadosa y optimista, aunque no sea cristiana. Entonces pienso que el mundo es abominable (el nuevo peor que el viejo) y que la vida es un mal… Yo procuro desechar estos malos sentimientos y pensamientos, y a veces lo consigo, porque mi voluntad es
sana y me parece que mi entendimiento también” (51). La pasión amorosa que por Don Juan, sexagenario, concibió una señorita americana,
inteligente y algo quimérica, se desenlazó por modo trágico. “Soy muy
desventurado –escribía Valera (52)- por causas que no me es dable exponer aquí. Dirá como poeta: para mí los amores acabaron. Se declarará viejo, jubilado e inválido. Vivirá para el espíritu. Le consuela el
pensamiento de escribir más y mejor, en verso y prosa, que cuanto había escrito “en una vida inquietísima, durante la cual mi menor propósito era escribir”.
De hecho,, para el logro de sus planes literarios, Valera no “aquieta” su vida hasta 1895, al dimitir la embajada en Viena. Cesante en los
(50) Metafísica a la ligera. Artículos que empezó a publicar en El Día (1883), refutando El Idealismo, de Campoamor. Las “genialidades” filosóficasa de Campoamor
sacaban de quicio a Valera.
Carta dedicatoria a Menéndez y Pelayo: prólogo a Canciones , romances y poemas, (Colec. De escritores castellanos, Madrid, 1886).
Prólogo a la edición de Pepita Jiménez en casa de Appleton.
Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas; artículos en la Rev. de España, reunidos
en volumen: Madrid, Tello, 1887.
El Budhismo esotérico. Revista de España, 1887.
Tres artículos sobre la Historia de la civilización Ibérica, de Oliveira Martins. Revista
de España, 1887.
Cartas Americanas, insertas en El Imparcial, y coleccionadas en dos volúmenes: Madrid, Fe, 1889 y 90.
La Metafísica y la poesía (polémica con Campoamor). Madrid, Saenz de Jubera, 1890,
y artículos en El Ateneo, La España Moderna y El Centenario.
(51) Valera a su mujer: Washington, 13 de octubre de 1884. (Inéd.)
(52) A Campillo: Washington, 4 febrero 1886.
Las cartas a Campillo han sido publicadas en el Boletín de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, Núms. V y sigts.
39
40
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
empleos oficiales, septuagenario, creciendo la enfermedad de los ojos
que acabó por cegarlo, apenas le queda otro recurso que poner el oído
“a la música divina” que aún suena en su espíritu. Tenía en su casa tertulia literaria semanal. Frecuentaba algunos salones, el teatro y la Academia, Empleaba lo más del tiempo en dictar para el público (53), o en
hacerse leer libros: su secretario le leía en español, un clérigo de Estrasburgo en francés o alemán, y en griego un profesor de la Universidad
de Madrid. La ceguera, los achaques, le forzaron a más rigurosa reclusión. Declinaba su cuerpo, no su espíritu, todavía risueño y en calma, al contemplar desde las altas nieves de la senectud el largo camino recorrido. “Lo único que conservo hasta ahora tan cabal como en
mis mejores días es la cabeza. Hasta en lo exterior la conservo, porque
tengo tanto pelo como a los treinta años, salvo que ahora está tan blanco como la nieve. El buen humor y el optimismo no me abandonan”
(54). De noche pasaba “largas horas sentado en un sillón, en soledad y
silencio, porque hasta los criados se acuestan, y me entrego a interminables soliloquios tristes y hasta fúnebres a menudo” (55). Mas, de soliloquios tales, su pirronismo salía incólume. “¿Dónde estaré yo entonces?” –exclama, Pensando en el porvenir de España.-¿Se conservará
algo de mí que recuerde lo que soy ahora, o habrá pasado todo como
(53) Antes de salir de Viena escribió La Buena Fama, publicado en La España Moderna (octubre-diciembre, 1894) y en volumen: Madrid 1895. El Hechicero (La
España Moderna 1894), adaptación de una obrita alemana, fué compuesta en Madrid.
En Madrid, dictó:
Juanita la larga, Madrid, Fe, 1895. (Publicada en el folletín de El Imparcial).
Genio y figura… Madrid, Fe. 1897.
Morsamor, Madrid, Fe, 1899: y la copiosa colaboración en El Imparcial, El Liberal, La Ilustración española y americana, El Correo de España y La Nación de
Buenos Aires, La revista ilustrada, de New York, y La Lectura. Coleccionó estos
escritos en:
A vuela pluma, Madrid, Fe, 1897.
De varios colores, Madrid, Fe, 1898.
Ecos argentinos, Madrid, Fe, 1901.
E l superhombre y otras novedades, Madrid, Fe, 1903.
Terapéutica social, Madrid, Tello, 1905.
Colaboró con el seudónimo Zutano, en los Cuentos y chascarrillos andaluces, tomados de boca del vulgo…por Fulano, Zutano, Mengano y Perengano. Madrid,
1896.
Emprendió y no acabó otra novela: Elisa la malagueña.
Dió en La Ilustración la parte biográfica y crítica del Florilegio de poesías castellanas
del siglo XIX, Madrid, Fe, 1902-1904. 5 vols.
(54) Valera al barón de Greindt, 14 de octubre 1899. (Inéd.)
(55) A don José Alcalá Galiano, 7 marzo, 1897. (Inéd,)
41
Stockcero.com - Pepita Jiménez
si yo nunca hubiera sido? A veces pienso en estas cosas. Me las pregunto y no me las contesto, si bien no me apura el quedarme sin contestación. Al contrario, la penumbra de mi conocimiento tiene cierto hechizo, y no aspiro a salir de ella, ni envidio a los que resueltamente afirman
o niegan, como si algún genio o espíritu familiar les hubiese traído noticia circunstanciada del para mí impenetrable arcano” (56). Aunque su
norma fuese guardar para sí la melancolía, en ciertos escritos de última hora trasparece la tristeza del ocaso. “En pocas épocas y en pocos
países, como en la España de hoy, el desdén o el olvido sigue tan de cerca de la muerte”. La celebridad se acaba tal vez antes que la vida del
poeta. Y asumiendo en un movimiento elegante la rancia y auténtica
vacilación de su espíritu entre la vida “inquietísima” del literato mundano y la vida recoleta y morosa del lugareño entendido, acentúa la insinuación personal: “tal vez para mí, para mi familia y para la generalidad de mis conciudadanos hubiera sido mejor que yo hubiese
cultivado en mi lugar los campos paternos, ut prisca gens mortalium, trayendo al acerbo común de la riqueza nacional, no unas cuantas obrillas de mero entretenimiento que a pocos divierten y que de seguro no
enseñan nada, sino aceite claro, vino generoso, exquisitas frutas y tal
vez seda excelente criada en mi propia casa, merced a las frondosas moreras de mi huerto” (57).
Podría decirse que don Juan Valera murió escribiendo. La Academia le encargó, al acercarse las fiestas conmemorativas de la publicación del Quijote, un discurso para leerlo en junta solemne. Andaba
ya Valera por los ochenta y un años. Dictó el discurso. “Esto huele a
apoplejía” –dijo en una carta a Campillo-. Aludía Valera con frecuencia al pasaje del Gil Blas en que el arzobispo de Granada, convaleciente de una apoplejía, vuelve a componer discursos y los compone mal:
“Voila un sermon qui sent l’apoplexie”, se dicen los oyentes. Esta vez, la
alusión salió terrible. El 9 de abril de 1905, terminando de hacerse leer
el discurso de encargo, don Juan cayó fulminado. En las últimas hora
del día 18, su mente, dilecta de las gracias, pasó.
Manuel Azaña
Madrid, 1927
(56) Adon José Alcalá Galiano, 31 de julio de 1900. (Inéd.)
(57) Discurso en la Academia española, contestando a don Jacinto O. Picón, 1900.
42
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
Stockcero.com - Pepita Jiménez
ALGUNOS ESCRITOS REFERENTES A
DON JUAN VALERA O A SUS OBRAS
ANÓNIMO: Valera. EL IMPARCIAL, 15 de abril de 1905.
ALTAMIRA (R.): Genio y figura… por D.J.V. REVISTA CRITICA
DE HISTORIA Y LITERATURA. Mayo y junio 1897.
AZAÑA (M.) Valera en Rusia. Revista NOSOTROS. Buenos Aires,
enero y febrero, 1926.
AZAÑA (M.) Una novela española: Pepita Jiménez. CUADERNOS LITERARIOS.
BENDER (J.): La correspondencia de don Juan Valera. LA LECTURA,
1913.
BLENNERHASSET (L.): Der moderne Spanische Roman: Fernán Caballero, don Juan Valera, P. Luis Coloma. DEUTSCHE RUNDSCHAU, 1895. B. 22.
BRUNETIÉRE (F.) La casuístique dans le roman. (REVUE DES
DEUX-MONDES, 15 nov. 1881)
CASA VALENCIA (CONDE DE): Necrología del excelentísimo señor don Juan Valera, Madrid, 1905.
CLARIN: Revista literaria LOS LUNES DE EL IMPARCIAL, 26 de
marzo de 1900. (Dafnis y Cloe)
CLARIN: Un prólogo de Valera. –El Comendador Mendoza. -Tentativas
dramáticas. – Doña Luz.- (Coleccionados en SOLOS DE CLARIN, 4.a ed. 1891)
43
44
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
CLARIN: Valera. (Coleccionado en NUEVA CAMPAÑA, Madrid,
1887.)
CLARIN: Revista literaria. LOS LUNES DE EL IMPARCIAL, 7
agosto 1899. (Morsamor.)
CLARIN: Revista literaria. LOS LUNES DE EL IMPARCIAL, 19 julio 1897. (A vuela pluma.)
CLARIN: Revista literaria.- LOS LUNES DE EL IMPARCIAL, 5
abril 1897. (Genio y figura…)
CLARIN: Revista literaria LAS NOVEDADES, New York, 14 marzo 1896. (Juanita la Larga).
COELLO (CARLOS): Doña Luz y las novelas de Valera. ILUSTRACION ESPAÑOLA Y AMERICANA, 8 agosto 1879.
DESCONOCID: Litterature espagnole. Critique. Un diplomate romancier: Juan Valera.REVUE BRITANNIQUE, 8 agosto 1882.
GINER DE LOS RIOS (H.): El vocabulario de Juanita la Larga. EL
RESUMEN, febrero 1890.
GÓMEZ DE BAQUERO (E.): Artículo sobre Juanita la Larga. LA
ESPAÑA MODERNA, febrero 1896.
GÓMEZ DE BAQUERO (E.): Dos muertos ilustres: Balart,Valera. LA
ESPAÑA MODERNA, mayo 1905.
GÓMEZ DE BAQUERO (E.): Forilegio de poetas castellanas del siglo
XIX, formado por don Juan Valera. LA ESPAÑA MODERNA,
agosto 1902.
GÓMEZ DE BAQUERO (E.): La última novela de don Juan Valera.
¿Nuevo Persiles?-El ocultismo en Morsamor y enotros libros del señor Valera. LA ESPAÑA MODERNA, septiembre 1899.
GÓMEZ DE BAQUERO (E.): El renacimiento de la novela en el siglo
XIX. Madrid, 1924.
GÓMEZ DE BAQUERO (E.): El humanismo de Valera. LA VANGUARDIA (Barcelona), 11, 18 y 25 febrero 1925.
HAVELOCK ELLIS: Juan Valera. LA ESPAÑA MODERNA, abril
1909.
JUDERÍAS (Julián): Don Juan Valera, apuntes para su biografía. LA
LECTURA, 1913.
JUDERÍAS (J.): La Bondad, la tolerancia y el optimismo en las obras de
Don Jaun Valera, ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICA-
Stockcero.com - Pepita Jiménez
NA, 1914.
LOUIS-LANDE (L.): Un roman de moeurs espagnol. (REVUE DES
DEUX-MONDES, 15 enero 1875.
LEÓN MESA (J.): Cartas al señor don Juan Valera a asuntos americanos. LA ESPAÑA MODERNA, julio, agosto, septiembre y octubre 1890, y abril 1891.
MARVAUD (A.): Don Juan Valera. LA QUINZAINE, 1905.
MAZZEI (P.): La lírica di don Juan Valera. BULLETIN HISPANIQUE; Abril, junio de 1925.
MERCHAN (Rafael): Cartas al señor don Juan Valera sobre asuntos americanos. LA ESPAÑA MODERNA, abril y mayo 1890.
NAVAS (CONDE DE LAS ): Don Juan Valera. Apuntes del natural.
Madrid MCMV.
OYUELA (CALIXTO): Apuntes de literatura castellana, siglos XVIII y
XIX. Buenos Aires 1896.
PALACIO VALDÉS (A.): Los oradores del Ateneo. Madrid, Medina,
(s.a.)
PALACIO VALDÉS (A.): Los novelistas españoles. Don Juan Valera.
REV. EUROPEA, abril y mayo, 1878.
PARDO BAZAN (E.): Retratos y apuntes literarios. (OBRAS COMPLETAS, tomo 32).
PARDO BAZAN (E.): Una polémica entre Valera y Campoamor. NUEVO TEATRO CRÍTICO, febrero 1891.
PAZOS GARCÍA (D.): Los ataques que al regionalismo catalán dirige
el excelentísimo señor don Juan Valera… LA ESPAÑA REGIONAL, febrero, 1888.
PELLA Y FORGAS (J.): Los ataques que al regionalismo catalán dirige
el excelentísimo señor don Juan Valera… LA ESPAÑA REGIONAL, octubre, 1887.
PÉRES (RAMÓN D.): Críticas y semblanzas. Barcelona, López, 1892.
(Cartas americanas).
PÉRES DE AYALA (R.): Don Juan Valera o el arte de la distracción. EL
SOL, 16, 17 y 18 abril, 1925.
PORCHER (J.): Juan Valera. REVUE BLEUE, 1897, n.o 25.
REVILLA (MANUEL DE LA): Artículo sobre Disertaciones y juicios
literarios. REV. CONTEMPORÁNEA, 15 octubre, 1878.
45
46
Prólogo a la edición de 1927 por Manuel Azaña
REVILLA (MANUEL DE LA): Artículos sobre Pasarse de listo. REVISTA CONTEMPORÁNEA, 15 junio, 1878.
REVILLA (MANUEL DE LA): Bocetos literarios. Don Juan Valera.
REVISTA CONTEMPORÁNEA, diciembre, 1877.
REVILLA (MANUEL DE LA): Análisis y ensayos. REVISTA CONTEMPORÁNEA, 30 julio 1877. (El Comendador Mendoza).
REVILLA (MANUEL DE LA): Revista crítica (a propósito de los discursos de Núñez de Arce y Valera en la Academia). REVISTA
CONTEMPORANEA, 30 mayo 1876.
REVILLA (M. DE LA): Artículo sobre Las ilusiones del doctor Faustino. REVISTA EUROPEA, 11 JULIO 1875.
RODRÍGUEZ MARÍN (F.): Don Juan Valera, epistológrafo. Madrid,
1925.
SÁNCHEZ PÉREZ (A.): Nota sobre la 1.a serie de Cartas americanas. LA ESPAÑA MODERNA, agosto, 1889.
SIBONI (LUIS): Plaza partida. Madrid, 1897. (Genio y figura…)
SILVA (CÉSAR): Don Juan Valera. Valparaíso, 1914.
SBARBI (JOSÉ MARÍA): Artículo sobre Pepita Jiménez. REVISTA
DE ARCHIVOS, 1.a época, junio y julio 1874.
VALBUENA (Antonio de): Ripios académicos. Madrid, 1890.
VALERA (J.): Autobiografía. BOLETÍN DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA, 1914.
VIDART (LUIS): Recuerdos de una polémica acerca de la novela de don
Juan Valera, Pepita Jiménez. REVISTA ESPAÑOLA, t. 53.
VILLA URRUTIA (marqués de): Don Juan Valera diplomático y hombre de mundo. Madrid, 1925.
s
Descargar