JUAN VALERA

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JUAN VALERA
Juan Valera nacido en 1824 en el seno de una familia aristocrática. Su educación se repartido entre Málaga,
Granada y Madrid. Fue una persona de gran cultura, muy aficionada a la lectura y a la escritura. Sus primeros
trabajos poéticos son unos Ensayos poéticos publicados en 1844. Completó sus estudios de Derecho con un
profundo conocimiento de las humanidades clásicas. Llevó una activa vida social. La preocupación por el
dinero y la fama fueron el constante fantasma que le acechó, incluso cuando los tenía. Su vida fue la de un
diplomático en contacto con múltiples países de Europa y América, de este contacto con diferentes países y
culturas se derivó su talento cosmopolita y su actitud liberal. La perspicacia y la capacidad de observación
fueron características suyas. Su temperamento, su formación y sus estancias en el extranjero lo configuraron
como un hombre de mundo, refinado, epicúreo, desenfadado, enemigo de cualquier exceso ideológico o
sentimental. En sus cartas comenta con hastío, regocijo o burla la vida diplomática, lo que en ocasiones le
acarreó muchos problemas cuando estas cartas fueron llevadas a los periódicos por sus destinatarios. Su
personalidad destaca por su espíritu contradictorio y dialéctico y su afán por singularizarse. Fue siempre
defensor de la libertad, con cierto toque de escepticismo que le hizo no complementares a fondo con nada
salvo con la libertad. Mantuvo una actitud crítica hacia todo y hacia todos. Lo dicho sobre su temperamento
explica que, en su juventud se sintiera alejado del Romanticismo imperante. Asimismo, sus ideales de refinada
elegancia explicarán sus reticencias ante el realismo que se desarrolla en sus años de madurez. Frente a ambas
tenencias, Valera proclamó con firmeza una postura esteticista. Para él, la misión del novelista no es ni sacudir
los sentimientos, ni dar testimonio de las miserias humanas, ni proponer tesis, sino crear oras atractivas,
inteligentes, bellas. La belleza, ante todo: si la realidad es triste y sucia, el escritor debe mentir para consuelo
de sus lectores. Sin embargo, y a pesar de sus declaraciones de este tipo, Valera no se sustrae a las corrientes
de su tiempo es realista en la medida en que elige ambientes precisos y contemporáneos, personajes
verosímiles, aunque elimine los aspectos penosos y crudos de la realidad.
Ese realismo suyo se orienta principalmente hacia lo psicológico. Las novelas de Valera son, sobre todo,
análisis minuciosos, sutiles, de corazones humanos, especialmente cuando se trata de personajes femeninos,
como gran conocedor que era de la mujer. Por otra parte peses a su aversión por las tesis, en sus novelas
siempre está presente su posición ideológica y vital. Es evidente que Valera, crítico y pensador, no podía dejar
a un lado sus ideas al escribir una novela. Obsérvese su tema dominante: el conflicto entre impulsos humanos
y unos sentimientos religiosos más convencionales que profundos. Por más que afirme no pretender demostrar
nada, sus preferencias están claras: las fuerzas vitales, el amor y la voluntad de felicidad vencen sobre el
pseudomisticismo y la sed de absoluto, manejados por espíritus fanáticos. Lo que sucede es que el novelista
rehuyendo toda actitud combativa, nunca lleva a sus máximas consecuencias tal enfoque; al contrario, parece
cuidarse de enmascarar su ideología tras cautelosos discursos impregnados, en apariencia, de una amable
religiosidad. El lector, sin embargo, percibe en todo ello la sutil ironía del autor. La ironía, en efecto, es la
cínica arma que esgrime Valera y la maneja con verdadero talento.
Valera contempla la novela todavía desde un punto de vista clasicista, de ahí que piense que se función es la
deleitar.
Se advierte en él una idealización de los ámbitos en los que se mueven sus personajes. Sus ficciones tienen un
carácter psicológico, busca la indagación en el alma humana. Pone énfasis especial en el carácter psicológico
buscando las causas que los mueven a actuar. Valera rechaza lo vulgar, pero lo vulgar es interesante en la
medida en que el escritor puede adentrarse en él y deja de ser vulgar. Continua intromisión del autor en su
obra. Todos sus personajes hablan como el autor, no hay intento de adecuar el lenguaje al personaje, se trata
de un lenguaje mas bien culto. Se ha dicho que su novela está enraizada en el Realismo solamente en cierta
medida. Valera elimina de la realidad todo aquello que considera prosaico o excesivamente vulgar. En teoría
la novela en la que piensa Valera dista mucho de la de su tiempo, siempre con ese deseo de armonía y
equilibrio. Ve la realidad desde un punto más bien distante, debido a su condición social, por eso vota por un
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tipo de literatura que acepta la realidad, pero embelleciéndola. La doctrina estética de Valera apunta hacia una
novela presidida por el objetivo de la belleza.
Valera alterna la labor crítica con la creativa. Su actividad como crítico le lleva a exponer sus pensamientos,
ya sea positivos o negativos, valiéndose de la ironía y con cierto tono ingenuo en ocasiones.
Es importantísimo su Epistolario. Valera se mueve con gran soltura en el genero epistolar. Las cartas de
Valera son auténticos ejercicios de estilo y en ellas se parecían ironía, sutileza y capacidad de observación,
además de descubrirnos sus pensamientos sobre diversos temas y su formación intelectual.
Tras dos intentos, cartas a un presidente, proyecto novelesco en genero epistolar, procedente de Pepita
Jiménez, y Mariquita y Antonio, novela inconclusa publicada por entregas y que constituyó un fracaso,
publicada en 1874 Pepita Jiménez, su obra maestra. En su producción literaria se distinguen dos fases:
• La primera, iniciada con Pepita Jiménez, seguida de Las ilusiones del Doctor Faustino, El
Comendador Mendoza, Pasarse de listo y Doña Luz, que cierra esta primera etapa.
Le sigue un período de inactividad narrativa que coincide con su reiniciación en la vida diplomática.
• Inaugura la segunda etapa con Juanita la Larga, a la que sigue Genio y Figura, que aparece ya influida
por la literatura modernista que está empezando a aflorar.
Los rasgos comunes que se aprecian entre todas estas obras son: indagación psicológica, descriptivismo
alejado del detallismo naturalista, preferencia y combinación del tema amoroso−religioso, lo que le lleva a
analizar los sentimientos amorosos en todas sus facetas: descubrimiento del amor, lucha contra ese amor,
matrimonio..., preocupación estilística, insiste en tres rasgos: sencillez, claridad y elegancia.
PEPITA JIMÉNEZ
El seminarista Luis de Vargas de 22 años, es hijo del rico terrateniente don Pedro y se educó en la ciudad
desde los diez años. Estuvo bajo la tutela de su tio, y con influencias eclesiásticas iba a ser cura. Él creía que
tenía una gran vocación para el sacerdocio y animado por el celo apostólico que le hace pensar en las misiones
de remotos países. Reclamado por su padre, va a pasar una temporada al pueblo donde, donde conoce a Pepita
Jiménez, que es una viuda del pueblo que estaba casada con su tio, un ochentón, y que ya lleva dos años de
viuda y sin dar motivo a ningún chismorreo la viuda se debe a su casa y al gobierno. Don Pedro (el padre de
Luis), corteja a la viuda.
Luis el joven teólogo, según lo llaman en el pueblo, asiste a varias reuniones y jiras en las que tiene ocasión
de ir tratando a la preciosa viuda. Surge el amor entre ambos, sin que él sé de cuenta, y se va adueñando de
ellos hasta llevarlos a la entrega mutua, con la colaboración de Antoñona, el ama de Pepita, que ejerce de
celestina. En vista de que Luis pretende hacerse superior a la tentación mientras la dama se abrasa de amor y
se consume de pena. La cosa termina en boda con gran contento de todos, incluso del padre del novio, que
hacía tiempo estaba enterado del amor de Luis, por una carta que le envió el deán, quien adivinó lo que
sucedía en el alma del muchacho al leer su ingenua correspondencia.
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