Panel: La UE y ALC, ¿Potencias en un mundo multipolar, o socios en la gobernanza global? La UE y CELAC: Actorness en las Relaciones Birregionales y la Gobernanza Global José Antonio Sanahuja Universidad Complutense de Madrid [email protected] Bettina Trueb Fundación EU-LAC [email protected] VERSIÓN PRELIMINAR - NO CITAR NI DIFUNDIR Contexto e introducción No es este un periodo histórico en el que el sistema internacional presente una fisonomía definida y estable. Están cambiando aceleradamente las fuentes, la naturaleza y las pautas de distribución del poder y la riqueza, en un proceso sin precedentes de desplazamiento de la riqueza o shifting wealth hacia Asia y otros países emergentes, a los que se ha sumado la crisis en los países más ricos. Como consecuencia de ello, en los países en desarrollo se observa un doble proceso de ascenso y diferenciación por el que algunos países emergentes se reconocen y son reconocidos como nuevas potencias, como muestra su incorporación selectiva a las estructuras emergentes de la gobernanza global. Este ascenso se expresa también mediante políticas exteriores más asertivas, impulsadas por lógicas de poder, 1 prestigio, y legitimidad interna o internacional. Pero también se observa en plataformas de concertación como IBSA (India-Brasil-Sudáfrica) o las Cumbres de los BRICS, y “nuevos regionalismos” que buscan mayor autonomía para las políticas exteriores y de desarrollo, como la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) o la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Ese ascenso de los países emergentes comporta el lógico cuestionamiento de los regímenes, las instituciones y las normas en las que se basa el orden internacional. Estos quieren dejar atrás el papel de receptores pasivos y renuentes de reglas a menudo consideradas ajenas (ruletakers) y pretenden erigirse en hacedores de las reglas (rulemakers) que determinan sus opciones de desarrollo y sus peso político internacional. En algunos casos, se trata de incrementar su peso político en instituciones ya existentes, pero en otros casos se tiende a establecer instituciones y normas con un marcado carácter post-occidental. Ese proceso parte de lecturas del mundo, por las que éste es visto, y construido, en clave multipolar. Pero más allá de esa visión, se trata también de un mundo globalizado y transnacional. Transformado por la globalización, ese mundo demanda una “mirada cosmopolita” que supere la tradicional “mirada nacional”. Mirada que constituye, a partir de los Estados territoriales y sus lógicas de soberanía de Westfalia —o de “Southfalia” (Tokatlian 2011: 164) 1—, las identidades, valores e intereses con las que se trata, con poco éxito, de regular mercados, flujos y procesos transnacionales y riesgos globales. Ello no supondría una idealpolitik utópica o banal, sino una nueva realpolitik cosmopolita. Esa nueva mirada reclama políticas exteriores situadas en marcos más amplios de cooperación y de gobernanza regional o global, mediante un multilateralismo eficaz y/o un “nuevo regionalismo” con las capacidades y recursos y la legitimidad requerida para movilizar la acción colectiva, asegurar la provisión de bienes públicos globales y/o regionales necesarios, y mejorar la gestión de los riesgos de alcance global generados por las dinámicas y procesos transnacionales que, de forma creciente, afectan a los Estados, las sociedades y los mercados. 1 Expresión de Juan Gabriel Tokatlian (2011: 154). 2 Desde la I Cumbre Unión Europea – América Latina y Caribe (UE-ALC) de Río de Janeiro en 1999, las dos regiones han definido la relación interregional como mecanismo y estrategia de política exterior para incidir en los procesos de globalización, influyendo en las reglas, instituciones y regímenes internacionales de los que dependería su regulación y gobernanza.2 Sin embargo, esa relación se debate entre ese mundo que se percibe multipolar, y esas necesidades de gobernanza global, y no ha sido fácil afirmar esos propósitos debido a la ausencia de una visión global compartida en torno a la agenda multilateral, o la preferencia de algunos países por una actuación internacional individual y no a través de sus respectivos agrupamientos regionales. No obstante, en este ámbito la Asociación birregional sigue teniendo un importante papel que cumplir. Existen incentivos importantes para una acción más coordinada y eficaz, dando a ambas partes un papel más destacado como rulemakers conjuntos del sistema internacional, como el fortalecimiento de la acción exterior común de la UE, el ascenso de América Latina, la aparición de esquemas como UNASUR y CELAC, y la presencia de ambas partes en estructuras emergentes de la gobernanza global, como el G-20, en un momento en el que se redefinen las reglas del sistema internacional. Para cumplir con el objetivo de la asociación birregional de incidir en el sistema de gobernanza global, y además hacerlo de forma concertada, sería necesario que ambas regiones contaran con un nivel suficiente de actorness (condición de actor) que les permita coordinarse, primero, a nivel regional y a partir de ello, a nivel birregional. Por lo tanto, en lo siguiente analizamos hasta qué punto tanto la UE como CELAC disponen de actorness y cómo eso influye en la capacidad de ambas regiones no sólo de disponer de agency en la gobernanza global, sino de hacerlo conjuntamente, coordinando posiciones para así cumplir con la meta propuesta en la Declaración de Río de 1999. Argumentaremos que mientras la Unión Europea es un actor global mucho más consolidado, la crisis económica e institucional en la que ha estado sumergida ha dañado significativamente su capacidad de actuar como potencia en su política exterior. Al mismo tiempo, mientras la creación de la CELAC parece haber creado un nuevo actor internacional, la diversidad en el interior de la región y el bajo 2 La Declaración de Río hace hincapié en la voluntad de ambas regiones de “contribuir para un ambiente para la creación de un ambiente internacional que nos permita elevar el bienestar de nuestras sociedades […] aprovechando las oportunidades que ofrece un mundo cada vez más globalizado” (párr. 1), y la relevancia de ambas regiones en el escenario internacional (párr. 2). CITA 3 nivel de institucionalización resultan en una capacidad de incidencia muy reducida. Finalmente, como consecuencia de la falta de coordinación estratégica en foros multilaterales en muchos casos y la falta de concordancia tanto intra como interregional, la relación birregional entre la UE y CELAC carece de una vertiente importante para incidir globalmente. En este papel seguimos la definición de actorness que proporcionan Bretherton y Vogler (2006: 2): según ellos, para contar con actorness, un actor internacional debe contar con tres componentes, la oportunidad (condicionada por el contexto externo), presencia (la capacidad de incidir en el contexto global como consecuencia de la existencia del actor), y la capacidad3 (la habilidad de aprovechar oportunidades y sacar provecho de la presencia). El grado de actorness influye en la capacidad de agency de una región, es decir, su potencial para impactar en el nivel internacional, la ‘estructura’ – aunque la propia estructura también tiene el potencial de influir en la agency. El análisis de la condición de actor (actornesss) de los grupos regionales es inherentemente problemático, ya que no se pueden utilizar las categorías habituales propias del Estado-nación y se precisa de una caracterización específica. Siguiendo a Bretherton y Vogler (1999), esa condición de actor dependería de la “presencia” y “capacidades”, y en particular de atributos como el compromiso compartido con un conjunto de valores y principios: de capacidad efectiva para identificar intereses comunes y las consiguientes prioridades políticas, así como la capacidad de formular políticas coherentes para alcanzarlos; de la capacidad para negociar con otros actores; de la disponibilidad y capacidad de utilizar instrumentos de política; y de la existencia de mecanismos de legitimación interna de las prioridades y los procesos decisorios en la política externa. De forma más concreta, en los términos del modelo originalmente planteado por Jupille o Caporaso (1998), se resumen en: a) reconocimiento externo e interno, en referencia a la aceptación por parte de los propios miembros y de otros actores como actor diferenciado e interlocutor legítimo; b) autoridad, en referencia a la base jurídico-institucional, atribución de competencias, estructuras de decision making …; c) autonomía respecto de sus miembros, en la medida que se diferencie a 3 El original inglés usa capability, denotando un sentido de habilidad además de capacidad. 4 la entidad regional y sus estados miembros, y exista una base jurídica que establezca órganos propios y diferenciados y les atribuya la capacidad de adoptar acuerdos y normas propias; y d) cohesión del grupo regional en cuestión, en referencia a la capacidad de llegar a acuerdos y formular políticas consistentes, para lo que es necesario que existan, a su vez, acuerdos básicos respecto a preferencias y valores. La UE: crisis de modelo y paradojas institucionales y políticas La Unión Europea ha atravesado una verdadera “crisis existencial” como proyecto político, económico y social. Dicha crisis ha puesto en cuestión, en primer lugar, la relevancia de ese proyecto, señalando su supuesta rigidez y disfuncionalidad para hacer frente a las urgencias de la crisis y buscar acomodo en el sistema global. En segundo lugar, aunque el proyecto europeo siga siendo relevante, se pone en duda su viabilidad. Las reacciones nacionalistas y populistas a la crisis explican en parte que el “euroescepticismo” esté ganado espacios al europeísmo, extendiéndose desde los extremos hacia el centro del espectro político de la UE. Pero más allá del discurso y el debate político superficial, hay que reconocer que la UE experimenta una crisis profunda que afecta a su racionalidad, legitimidad, relevancia y viabilidad. Esa crisis afecta al menos a cuatro dimensiones substantivas del proyecto europeo (Sanahuja 2012): en primer lugar, la crisis de la UE como proyecto económico capaz de promover la estabilidad, el crecimiento y la competitividad internacional, generado empleo y bienestar a través, primordialmente, de la experiencia más avanzada del mundo de integración económica, abarcando tanto el mercado interior y la unión monetaria, como un conjunto de políticas comunes en materia de comercio, agricultura, energía, o I+D. político singular de En Segundo lugar, la crisis de la UE como modelo gobernanza democrática cosmopolita; construcción “postnacional” o “postwestfaliana”, o experimento inédito de “gobernanza multinivel”, por mencionar algunas de las conceptualizaciones que se han elaborado para describir una realidad política que supone una redefinición “federalizante” de la soberanía, la democracia y la ciudadanía más allá del tradicional Estado-nación de base territorial. En tercer lugar, la crisis de la “Europa social” y al papel de la UE como mecanismo de solidaridad transnacional, a través de las políticas de cohesión económica, social y territorial, con objeto de promover una “convergencia real” de 5 renta e indicadores sociales, aproximar los niveles de bienestar con los países de menor desarrollo relativo, y atenuar los costes del ajuste y la transformación productiva. Finalmente, en cuarto lugar, la crisis de la UE en tanto global player en un sistema internacional caracterizado por rápidos e intensos procesos de cambio en la naturaleza, las fuentes y las pautas de distribución del poder. Solo a través de una acción exterior común, y en particular mediante la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), incluyendo la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), se lograría que los Estados miembros y la UE como tal sigan siendo relevantes y puedan promover en el exterior tanto sus intereses como sus valores. Sobre esta última dimensión, cabe recordar brevemente la evolución de la UE en su conformación como actor global. Desde el surgimiento de la Cooperación Política Europea en política exterior, hasta el Tratado de Maastricht y el Tratado de Lisboa, la UE ha ido incrementando tanto su “presencia” como sus capacidades como actor internacional, desarrollando esa acción exterior y esa identidad europea diferenciada que singulariza a la UE respecto a otros actores globales. De igual manera, ha ido conformando en múltiples ámbitos unos intereses “europeos”, tanto como resultado de la confluencia de intereses nacionales de los Estados miembros, como por procesos intensamente europeizados de formación de intereses y políticas comunes. La UE es desde hace años un actor unitario en lo referido al comercio internacional; cuenta con una maquinaria bien engrasada para la gestión diaria de las relaciones internacionales entre las cancillerías nacionales y las instituciones comunitarias; proporciona más de la mitad de la ayuda al desarrollo mundial; se ha dotado de una estrategia común de seguridad internacional; ya tiene una notable experiencia acumulada en misiones militares y civiles de mantenimiento de la paz y gestión de crisis; desarrolla una amplia cooperación en materia de defensa, incluyendo programas conjunto de armamento; y ha tenido la capacidad de conformar los intereses, valores e identidades de los Estados miembros a través de un intenso proceso de “europeización” de sus políticas internas e internacionales (Wong & Hill, 2011). En cuanto a su relación con América Latina, esa europeización depende del punto de vista, y especialmente del Estado Miembro de la UE: mientras todos los Estados Miembros han experimentado un cierto nivel de europeización en su interacción con la región, algunos mantienen una política nacional mucho más activa que otros 6 (Ruano, 2012). Entre los más activos destaca, por razones históricas y económicas, España, que ha sido extremadamente activa tanto a nivel nacional como a nivel birregional (Sanahuja, 2012). Sin embargo, desde el inicio de la crisis económica que ha impactado fuertemente en la condición de actor de España misma, su papel en la UE y en la relación con CELAC tanto a nivel bilateral como a nivel birregional ha disminuido considerablemente. Otros Estados Miembros de la UE, mientras tanto, guardan relativamente poca relación bilateral con América Latina, por lo que sus interacciones con la región se expresan sobre todo a través del marco europeo y por lo tanto birregional, aumentando así la europeización “relativa” de sus políticas exteriores en este contexto. Estos son los casos, por ejemplo, de Polonia (Kaczynski, 2012) e Irlanda (ó Broin, 2012), aunque como ambos autores apuntan, los dos países están empezando a desarrollar un mayor interés en la región más recientemente.4 La actuación exterior paralela entre la Unión y sus Estados Miembros importa también en el marco de negociaciones globales o coordinación para la gobernanza global. En vistas de en el marco multilateral la UE no siempre logra presentarse como actor único, se puede producir en algunos casos – al menos teóricamente – una especie de competencia entre esfuerzos nacionales por coordinar con países latinoamericanos y esfuerzos europeos por hacer lo mismo. EJEMPLO (existe?)? Por otra parte, los países latinoamericanos tienden todavía a aproximarse a Estados europeos individuales en vez de la UE como actor para negociar en el marco multilateral (CITA?). A pesar de este paralelismo, a través de las últimas décadas, la UE había logrado establecer un grado de actorness importante. En el contexto de la guerra fría y la “oleada democratizadora” de los años ochenta y noventa, el compromiso de la UE con la democracia, los derechos humanos, el desarrollo y la lucha contra la pobreza, los procesos de paz y el multilateralismo contribuyeron a conformar una poderosa imagen positiva de la Unión como actor “progresivo” y “civil” de las relaciones internacionales, en contraste, por ejemplo, con Estados Unidos. Los procesos de ampliación también mostraron su capacidad “transformadora” en su vecindad inmediata, en materia de democratización, “buen gobierno” y modernización de la 4 Para el caso polaco, véanse también Brudzinska y Rostowska (2014) y Bacaria et al. (2014) 7 economía, la sociedad y la política. Pero el reconocimiento de esa imagen no debiera llevar a ignorar que seguían existiendo importantes problemas, como demostraría su incapacidad de afrontar los conflictos de los Balcanes, las divisiones que produjo la invasión de Irak, o la ausencia de una política coordinada ante los organismos financieros internacionales. Ello se atribuyó, tal vez de manera voluntarista, a carencias institucionales, que un nuevo Tratado debería corregir. El Tratado de Lisboa supone, sin duda, importantes avances para fortalecer la actuación internacional de la UE. Con el Tratado, que ya confiere a la UE personalidad jurídica, las distintas políticas y las relaciones con otros países se integran en un marco común de acción exterior. Éste queda sometido a un conjunto de valores que se definen de manera expresa y detallada, así como a los mismos principios y objetivos, incluyendo, inter alia, los referidos a la paz y seguridad internacionales, la democracia y los derechos humanos, la protección del medio ambiente, y la lucha contra la pobreza mundial. Ello puede contribuir a una acción exterior más coherente y eficaz, y debería fortalecer el papel de la UE como “potencia normativa” basada en valores (Fernández 2008: 223-225). Adicionalmente, se refuerza el marco institucional y burocrático de dicha acción exterior, al establecer la Presidencia permanente del Consejo Europeo, así como la figura de Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, que simultanea ese cargo con el de Vicepresidente de la Comisión Europea encargado de las Relaciones Exteriores. Bajo su responsabilidad directa, se establece el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), creado por decisión del Consejo en junio de 2010, lo que a su vez supone un fortalecimiento de las Delegaciones de la UE en terceros países. Finalmente, en ámbitos como la política comercial común, se refuerzan, clarifican y simplifican las competencias comunitarias, y se amplía el procedimiento de codecisión. Sin embargo, pocos años desde la entrada en vigor del Tratado, el panorama de la acción exterior de la UE es bastante sombrío. Sus aspiraciones de convertirse en una potencia global parecen evaporarse ante lo que se percibe, dentro y fuera de la Unión, como una creciente irrelevancia de la UE ante un mundo caracterizado por un intenso proceso de desplazamiento del poder, con nuevas potencias emergentes, un Estados 8 Unidos crepuscular, y un número creciente de actores no estatales. Sin embargo, esa irrelevancia es, de nuevo, una dolencia en gran medida autoinfligida. La influencia y credibilidad de la UE se han visto fuertemente debilitadas debido a tres dinámicas interrelacionadas: la erosión de la UE y de su credibilidad como “potencia normativa”; la creciente fragmentación del poder europeo; y la visible falta de liderazgo y consiguiente parálisis institucional de los órganos de la UE. En la relación con América Latina, el Tratado de Lisboa impacta en varios sentidos. En particular, reforzando el papel del Alto Representante y debilitando el de la Presidencia rotatoria del Consejo de la Unión, el Tratado reduce el margen de maniobra de Estados Miembros de fijar la agenda exterior en el período de su Presidencia. De esta manera, por ejemplo, una futura Presidencia española ya no podría priorizar la relación con América Latina como lo hizo todavía, aunque ya bajo algunos efectos del Tratado de Lisboa, en el año 2010, que coincidió además con una Cumbre birregional de Jefes de Estado y Gobierno. Asimismo, el portafolio amplio del Alto Representante ha tendido a disminuir la importancia relativa de la región, especialmente cuando crisis internacionales y problemas urgentes han captado la atención, como ha ocurrido últimamente con el caso de Ucrania, entre otros. Por ello, con el Tratado de Lisboa se estabiliza la relación birregional desde el lado europeo, atenuando los vaivenes de prioridades de diferentes Presidencias del Consejo, pero de promedio, la importancia de la región puede verse disminuida a mediano o largo plazo, en función también de las prioridades que sienta el o la próxima Alta Representante.5 La crisis de la UE como “potencia normativa” se relaciona con varios factores. Uno de ellos es, paradójicamente, el relativo éxito de la UE y de otros actores promoviendo valores que les son propios. Como señala Closa (2011: 11), buena parte de los principios, valores e ideales que ha promovido la UE pueden considerarse amortizados como elemento distintivo y fuente de influencia, ya que hoy son considerados parte de un acervo común del sistema internacional, lo que diluye el papel de la UE como actor normativo. Pero es quizás más relevante la creciente dificultad de los Estados miembros y de la UE para articular intereses y valores, y el 5 Para un análisis más profundo del impacto del Tratado de Lisboa en las relaciones entre la UE, sus Estados Miembros y ALC, véase Trueb (2012). 9 mayor peso que van adquiriendo en la formulación de la acción exterior europea los intereses de corto plazo en el ámbito económico, político-diplomático, migratorio o de seguridad, a menudo inducidos por agendas políticas domésticas. Ello comporta crecientes problemas de coherencia de políticas y “dobles raseros” que debilitan la credibilidad de la UE en su defensa de sus propios valores. La consecuencia más obvia es el deterioro de la imagen externa de la UE (Lucarelli 2007, Fioramonti y Poletti 2008), y su capacidad de organizar consensos y posiciones comunes por parte de otros actores internacionales. En particular, en los foros multilaterales se observa ya una clara disminución del apoyo que la UE suele reunir en torno a la defensa de los derechos humanos (Gowan y Brantner 2008, 2010; Emerson y Wouters 2010). En resumen, aunque teóricamente la condición de actor de la UE se ha visto reforzada sobre el papel mediante el Tratado de Lisboa, la imagen real que ofrece su acción exterior es la contraria. Debido a la crisis económica e institucional, un creciente euroescepticismo en los Estados Miembros y la falta de consensos en situaciones internacionales clave, la UE ha tenido serias dificultades en proyectarse como actor único y eficaz en el ámbito multilateral. Sin embargo, a pesar de esta situación paradójica la calidad de actorness de la UE en la política exterior sigue siendo mucho más fuerte que la de la CELAC, como se verá en lo sucesivo. La crisis europea está alterando profundamente los equilibrios y la tradicional asimetría que durante décadas caracterizó la relación entre la UE y América Latina. Desde los años setenta, Latinoamérica buscó, y en parte encontró en Europa apoyo, inspiración y estímulos para afrontar sus crisis y problemas seculares. Destino de exiliados y fuente de solidaridad y de apoyo político, los Gobiernos, partidos políticos y ONG europeas fueron un importante referente externo para impulsar los procesos de transición y consolidación democrática. Ante los conflictos centroamericanos, la relación con la UE amplió los márgenes de autonomía y el espacio para maniobrar frente a Estados Unidos, que ya no pudo alzarse como el único portavoz autorizado de los intereses o los valores de Occidente. El apoyo económico fue menos generoso, pues se mantuvo el proteccionismo comunitario y no hubo respuesta a las demandas de la región sobre la deuda externa. Al menos, la ayuda al desarrollo creció, y desde los años noventa la UE se convirtió en la principal fuente de inversión extranjera. Más tarde, con la posibilidad de firmar acuerdos de libre comercio, la UE siguió siendo la 10 principal referencia externa para diversificar las relaciones exteriores de la región, y así ganar autonomía política y económica, y es de ese factor del que dependía, en buena medida, su poder e influencia sobre la región. Lo más relevante, quizás, es que la UE fue vista desde América Latina —quizás exageradamente— como un actor normativo, y en particular como un contrapeso político e ideológico al “Consenso de Washington” de los noventa, y al unilateralismo y el militarismo estadounidense que se afirmó tras el 11-S. Si bien la UE nunca se distanció de los principios del internacionalismo liberal clásico —el fomento de la democracia representativa y el libre comercio—, también ha promovido otros valores “europeos”, como la cohesión social, la integración regional, y una política exterior basada en valores democráticos y la defensa de los derechos humanos. Ahora parece diluirse el papel de la UE como “actor normativo” y referente político para la región. Ello se explica, en parte, por los cambios que se han producido en América Latina. La región atraviesa un ciclo político en el que que la UE ya no es un referente económico, político y social, y/o por su papel como actor global basado en valores. Por todo ello, la crisis europea ha significado, a corto plazo, una reequilibrio de las partes y una mayor simetría en las relaciones, ahora más horizontales. La CELAC: ¿Unidad en la diversidad, o diversidad sin unidad? En diciembre de 2008 se celebró en Costa de Sauipé (Salvador de Bahía, Brasil) la I Cumbre conjunta de Jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y el Caribe (CALC) y del Grupo de Río. En febrero de 2010, bajo la presidencia mexicana del Grupo de Río, se llevó a cabo en Playa del Carmen (Riviera Maya, México) la II Cumbre, denominada “de la unidad”, que decidió avanzar en la conformación, por primera vez, de una agrupación de alcance regional agrupando a los 33 Estados latinoamericanos y caribeños. Estas cumbres son el antecedente inmediato de la aparición de la “Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños” (CELAC), cuyo naturaleza, alcance y contenido fue objeto de negociaciones desarrolladas a lo 11 largo de 2011, que culminaron con la III Cumbre CALC y fundacional de la CELAC, celebrada en Caracas en diciembre de 2011. Desde entonces, la CELAC ha celebrado su I Cumbre en Santiago de Chile (enero de 2013) y la II en La Habana (enero de 2014). Esta última contó con la asistencia de 30 Jefes de Estado y de Gobierno de los 33 países miembros, lo que revela el interés, respaldo e impulso político que la región otorga a este nuevo marco regional. Ello contrasta vivamente con el creciente desinterés que suscitan las Cumbres Iberoamericanas o las Cumbres birregionales con la UE, que se expresa en la menor asistencia de líderes y, en lo que respecta al marco iberoamericano, una visible “crisis misional” y “de identidad” respecto a su sentido y alcance. CELAC representa, por ello, una expresión más de la “Diplomacia de Cumbres”, de fuerte impronta presidencial, que ha dominado las relaciones intrarregionales e interregionales en las que participa la región, como es el caso de las Cumbres que de manera creciente marcan las agendas de política exterior de la región y presiden y dan impulso político a los diferentes agrupamientos regionales —Mercosur, CAN, SICA, Caricom, ALBA-TCP, Alianza del Pacífico y UNASUR—, y a sus relaciones extra e interregionales, a través de las Cumbres de las Américas, las Cumbres UE-América Latina y el Caribe, y las Cumbres Iberoamericanas. La relevancia de CELAC radica, en primer lugar, en su alcance regional, como entidad que agrupa al conjunto de América Latina y el Caribe, con la intención declarada de actuar como marco común de concertación y cooperación de los distintos países y agrupamientos subregionales en los que se organiza América Latina y el Caribe, tratando de formular acuerdos y estrategias comunes hasta donde lo permita la pluralidad de visiones y estrategias políticas, económicas y sociales que hoy coexisten en la región. De ahí el lema “unidad en la diversidad”, elegido por los líderes para expresar qué representa la CELAC. Ese reconocimiento de la diversidad adquiere plena significación con el caso de Cuba. La creación de CELAC y la Presidencia Pro témpore de Cuba en 2013 supone el pleno retorno de ese país a los foros regionales; es una demostración de autonomía política respecto a Estados Unidos; y vindica una estrategia de vinculación positiva con la isla de cara al proceso de reformas, que encontró eco en la posterior decisión de la UE de iniciar el proceso de negociación de un Acuerdo con Cuba. 12 Es importante señalar lo que CELAC supone en términos de reivindicación del legado histórico del unionismo y la identidad común latinoamericana como activo político para fortalecer la actorness de la región, su presencia y voz en los asuntos regionales e internacionales, y generar o reactivar una narrativa o teleología unionista para el conjunto de América Latina y del Caribe y la consiguiente expectativa de toma de posición y/o de actuación regional conjunta —y el correspondiente incentivo y/o penalización implícitos en esa narrativa o expectativa— frente a las habituales iniciativas nacionales, unilaterales o bilaterales, o las actuaciones subregionales que han conformado y enmarcado los intereses, las identidades y las preferencias de valores que orientan las políticas exteriores de la región. De hecho, CELAC no pretende sustituir a los grupos subregionales existentes, y bajo el principio de “complementariedad” pretende, más bien, que estos puedan actuar en un marco común, y que la cooperación funcioanal o temática que pueda definirse en el marco de CELAC se desarrolle a través de esos grupos o de otras instituciones regionales como CEPAL o el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), que parece haber encontrado una nueva razón de ser respondiendo a los requerimientos de apoyo técnico de CELAC y, con ello, salir de la situación de letargo y crisis misional en la que se encontraba en las últimas décadas. CELAC (re)sitúa al agrupamiento más amplio de ellos en cuanto a concertación política —la UNASUR, liderada por Brasil— en un marco regional más amplio, permitiendo a ese país desarrollar una política de “círculos concéntricos” en la que, más allá de Mercosur y UNASUR, se establece un marco de interlocución —y con ello, de mayor influencia— con México y con Centroamérica y el Caribe. CELAC también respondería a las pretensiones de México de diversificar su política exterior hacia América Latina y el Caribe y contar con un marco de interlocución regional, reafirmando su identidad latinoamericana, ya que desde su vinculación al NAFTA ha orbitado alrededor de Estados Unidos y su política exterior se ha caracterizado por una clara orientación norteamericana y en menor medida pacífica, que más allá de la dimensión comercial no ha logrado avances apreciables, y le ha situado en una posición relativamente alejada y excéntrica respecto a las dinámicas regionales, que con la iniciativa de Brasil han pivotado claramente hacia el marco sudamericano de UNASUR. Ambos países pueden ejercer, de esta forma, un liderazgo cooperativo en la región que también respalde sus estrategias globales. Pero el hecho de que la CELAC sea funcional a las estrategias de los dos líderes regionales también define en gran 13 medida los límites que ésta pueda tener (Llenderrozas 2012: 187). Adicionalmente, CELAC supone un esfuerzo de reincorporación del Caribe a esas dinámicas regionales. Si bien esa subregión ya tenía una presencia activa en el Grupo de Río, se ha tratado de reforzar mediante la presencia de un representante caribeño en la troika que como se indicará apoya a la Presidencia Pro témpore de CELAC y asegura la continuidad de su acción y el seguimiento de los acuerdos y mandatos adoptados en las Cumbres y las reuniones especializadas. La Declaración de Caracas, aprobada en la Cumbre “fundacional” de 2011, configura a la CELAC como instancia y/o mecanismo político para la concertación de políticas en una doble orientación, ad intra de la propia región, y ad extra hacia otros actores, los organismos internacionales, y la agenda global. En esa primera dimensión interna, CELAC también pretende promover la integración regional y el desarrollo socioeconómico a través de la cooperación sectorial en una agenda multidimensional que se inició con el Plan de Acción de la I Cumbre CALC de Montego Bay (Jamaica, 2009) y que abarca diversos ámbitos económicos, sociales, ambientales, y en los campos de ciencia y tecnología y de gestión de los riesgos de desastres desencadenados por causas naturales. Esa agenda de cooperación, no obstante, se ha ido expandiendo hasta abarcar los 21 ejes temáticos identificados en el Plan de Trabajo de la Presidencia de Costa Rica de CELAC de 20146, en un proceso que desde Montego Bay ha ampliado las agendas pero en la mayor parte de las cuestiones presenta pocos resultados concretos más allá de la definición de agendas consensuadas. En esa dimensión ad intra, CELAC podría configurarse, en palabras de Rojas Aravena (2012: 59-62), como mecanismo de provisión de bienes públicos regionales y en particular aquellos relacionados con el desarrollo, la paz, la estabilidad política y la democracia. En ese contexto hay que destacar que CELAC también asume funciones de gestión de crisis y de promoción y defensa de la democracia ante el riesgo de involución política, sin perjuicio de las que también ha asumido la OEA u otros organismos regionales como Mercosur o UNASUR, dando así a la región mayores opciones de actuación. A través de una “Declaración Especial sobre Defensa de la 6 Esa Presidencia ha definido como prioridades, dentro de esos ejes temáticos, la definición de posiciones comunes respecto a la agenda global de desarrollo post-2015; el cambio climático; la cooperación Sur-Sur; el desarme nuclear; y la seguridad alimentaria y la agricultura familiar. 14 Democracia” adoptada en la Cumbre CALC de Caracas de diciembre de 2011, CELAC se ha dado una cláusula democrática muy similar en su redactado a la existente en la Comunidad Iberoamericana que incluye un mecanismo de consulta y una gama de opciones de actuación que van desde la mediación, hasta la adopción de sanciones, incluyendo la suspensión de los derechos asociados a la participación de un Estado dentro de la CELAC. En este y otros ámbitos la CELAC se configura como instrumento para ampliar la autonomía de la región en sus relaciones internacionales y sus estrategias de desarrollo, pero no se ha planteado como un mecanismo alternativo a la Organización de Estados Americanos (OEA), pese a que algunos de sus impulsores quiso presentarlo así. A través de “Estatuto de Procedimiento” de la CELAC, aprobado también en la Cumbre de Caracas, este mecanismo se dota de los siguientes órganos de gobierno: la Presidencia Pro témpore, ques e ejerce anualmente, y una Troika integrada por la Presidencia en ejercicio, la precedente, y la posterior; el Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno, con reuniones ordinarias anuales y la posibilidad de celebrar reuniones de carácter extraordinario convocadas por la Presidencia en consulta con la Troika y los Estados miembros; la reunión de Ministros de Relaciones Exteriores, con reuniones ordinarias bianuales y de carácter extraordinario a solicitud de un Estado miembro; la reunión de coordinadores nacionales, compuesta por funcionarios de alto nivel, que también realiza reuniones bianuales; y reuniones especializadas, de rango ministerial o de grupos de trabajo de altos funcionarios. En esos órganos, la toma de decisiones se regirá por la regla del consenso y dará lugar a resoluciones, posiciones comunes, acuerdos y mandatos de naturaleza política. Como puede deducirse de todo ello, se trata de un mecanismo de concertación y cooperación no institucionalizado, de alcance eminentemente político, y que en un marcado contraste con la OEA o con UNASUR, ni tiene un tratado constitutivo ni constituye una organización internacional, lo que de nuevo expresa la preferencia de la región por un intergubernamentalismo que no comporta ninguna limitación de la soberanía nacional de cada Estado, y en suma, por un regionalismo “ligero” con un reducido nivel de institucionalización y la primacía del principio de soberanía nacional. Dada la heterogeneidad de la región y las limitaciones inherentes a esa opción intergubernamental, no siempre habrá acuerdo, y de existir éste, se basaría en el mínimo común denominador. No obstante, en un reconocimiento de los costes que todo ello comportaría en cuanto a agilidad y eficacia, CELAC se ha dotado 15 de un mecanismo de consulta urgente y un procedimiento de aprobación tácita que pretende dar a CELAC la agilidad y eficacia requerida en situaciones que así lo exijan. En particular, tanto la Presidencia Pro-tempore como cualquier otro Estados miembro podrá por intermedio de ésta proponer un proyecto de declaración o resolución que s eelevará a la Troika, que a su vez lo remitirá a los Estados miembros a través de los Coordinadores Nacionales; si en un plazo de 12 horas no se reciben objeciones, se considerá aprobado tácitamente (Rojas Aravena 2012). En cuanto a la dimensión externa de CELAC, particular importancia reviste la concertación de políticas exteriores, con el objeto de realzar la presencia, voz e influencia de la región —y con ello su condición de “actor” o actorness internacional— en las organizaciones internacionales y en otros foros multilaterales, a través de pronunciamientos y de la toma de posición de al región ante los grandes temas de las agenda global y la defensa de lo que la Declaración de Cancún denomina los “intereses latinoamericanos y caribeños”, en cuya definición, cabe suponer, CELAC y otros organismos regionales han de tener un papel destacado. Las Declaraciones adoptadas en las Cumbres, y especialmente las que se han adoptado sobre asuntos específicos, revelan tanto el carácter de CELAC como “caja de resonancia” de asuntos de interés de algunos Estados miembros, como el respaldo general de la región a las mismas: la cooperación con Haití, la iniciativa Yasuní en Ecuador, el fin del bloqueo estadounidense a Cuba, la soberanía argentina sobre las Malvinas o el rechazo a la militarización del Atlántico Sur ilustran esa actuación. En este sentido —y así se reconoce explícitamente en la Declaración de Caracas y en otros textos aprobados en la Cumbre— la CELAC recoge el acervo histórico del Grupo de Río, a cuya actuación se pretende dar continuidad con un mayor perfil político, y el legado que representa la actuación latinoamericana en los organismos multilaterales — en una modalidad “defensiva” de multilateralismo (Sanahuja 2013) — y su tradicional aproximación “legalista” y de defensa de un orden internacional basado en el respeto a la soberanía nacional y la no intervención, y la reclamación una mayor justicia en las agendas del desarrollo global, en una visión que Tokatlian denomina “southfaliana” (2011: 154). Un hecho significativo es que, de manera expresa, se señala a la CELAC como el interlocutor regional de las relaciones entre la UE y América Latina y el Caribe, tanto en lo referido a las Cumbres birregionales, como al diálogo UE-Grupo de 16 Río, y que CELAC haya iniciado en 2012, a través de su Presidencia y Troika, diálogos políticos regulares con actores estratégicos como India, la República Popular China, Corea del Sur, Turquía, Japón, el Consejo de Cooperación del Golfo, o la Federación Rusa. Comentarios finales: actorness y relación birregional UE-CELAC Durante más de dos décadas, el proyecto europeo ha mostrado una notable capacidad de adaptación y resiliencia, pese a su rigidez institucional, permitiendo que la UE pudiera navegar con relativa facilidad a través de un sistema internacional en cambio, caracterizado por los procesos de globalización y por el desplazamiento del poder económico hacia Asia. En el periodo anterior a la crisis del euro, una UE confiada en sí misma podía incluso mostrarse como ejemplo de éxito económico, social y político, y como un verdadero “laboratorio” de innovación institucional y política y de modelos de gobernanza democrática y cohesión social para otros países y regiones. Como se ha indicado, la crisis de la construcción europea no se limita a los problemas de la moneda única, aunque ésta pueda llegar a quebrar el proyecto europeo. La UE atraviesa una crisis múltiple que afecta a sus fundamentos, racionalidad, objetivos e identidad en sus cuatro dimensiones más relevantes: como proyecto para sostener el crecimiento económico y la competitividad internacional a partir de un modelo productivo basado en la incorporación de conocimiento y el desarrollo de una economía “verde”; como modelo de “gobernanza democrática cosmopolita” capaz de sobreponerse a los mercados; como “Europa social” y mecanismo efectivo de cohesión económica, social y territorial a escala transnacional; y para posicionarse como actor global relevante para establecer las normas e instituciones de las que dependería la gobernanza del sistema internacional a partir de sus valores e identidad europeas. Esa crisis múltiple del proyecto europeo sitúa a la UE en una encrucijada histórica ante la que cabrían varias posibilidades: la primera, el debilitamiento de la UE y la tendencia a la “renacionalización” o “deseuropeización” de las políticas europeas; la segunda, la transformación de la UE en un instrumento disciplinario de los mercados, en coordinación con el FMI, dejando en el camino su dimensión solidaria y su contenido 17 político. Ambas podrían darse al tiempo, y son, en realidad, falsas salidas: “renacionalizar” no permite recuperar soberanía frente a los desafíos externos, y/o conduce a una mayor irrelevancia de la acción exterior, y a la postre esa opción, si es que existiera, no sería muy distinta de la segunda. La tercera opción supondría una redefinición de la construcción europea como proyecto democrático y como instrumento político para la gobernanza efectiva de la globalización. En el caso de América Latina, en el decenio de 2000 y concretamente a partir de 2005 se observa con claridad un cambio de ciclo en las estrategias y los mapas del regionalismo y la integración latinoamericana, que conforma una región “en flujo” y con una fisonomía aún poco definida, que abarca procesos y acontecimientos como la firma de un amplio número de acuerdos “sur-norte” de libre comercio con la UE, Estados Unidos y otros países, y cambios relevantes en los agrupamientos “sur-sur” de la región, como la crisis de la comunidad andina, la redefinición y ampliación del Mercosur, la formación del ALBA-TCP, la Alianza del Pacífico, y con un alcance más amplio, la aparición y desarrollo de UNASUR y CELAC. Ese cambio de ciclo respondería a varios factores: el agotamiento e inadecuación para algunos países del ciclo de “regionalismo abierto” como estrategia que definió los procesos de integración y las estrategias de inserción internacional en el periodo 19902005; la aparición, como respuesta a lo anterior, de fórmulas renovadas de esa estrategia, como la Alianza del Pacífico, así como un regionalismo “post-liberal”, que responde tanto a los cambios políticos que experimenta la región a mediados de 2000, como a procesos más amplios de desplazamiento del poder y la riqueza en el sistema internacional, con el ascenso de los países emergentes y, al tiempo, las nuevas demandas de gobernanza regional y global que exigen los procesos de globalización; y la existencia de diferentes intereses ofensivos y defensivos derivados de la estructura productiva y exportadora de los distintos países, que comportan posiciones diferentes respecto a las ofertas de vinculación comercial con países terceros. En esas dinámicas o cartografías renovadas de la integración y el regionalismo se cruzan distintas lógicas: en primer lugar, combinan tanto dimensiones políticas y de seguridad, como económicas y de desarrollo. Pero lo que es más novedoso es el mayor protagonismo que adquieren las iniciativas centradas primordialmente en la 18 concertación política y la gobernanza regional. Por otro lado, esas dinámicas son un reflejo de las diferentes opciones ideológicas y políticas, de las visiones disímiles del mundo presentes en la región, y de las consiguientes diferencias de estrategia y de política de desarrollo, de política exterior, y de inserción internacional. El cruce de estas lógicas da lugar a una realidad compleja, de geometrías variables, que no siempre responde a las clasificaciones académicas formalizadas. Tampoco reflejan bien las imágenes o relatos —que en muchas ocasiones tienen un marcado carácter teleológico y una visible funcionalidad discursiva de legitimación y movilización política— que están presentes en el debate regional sobre estos asuntos. No coinciden ni con la imagen unionista o “neobolivariana” de una región que afirma colectivamente su autonomía y transforma las estructuras del sistema internacional para promover un mundo “posthegemónico”, ni responden tampoco a la descripción liberal-conservadora de una región fracturada por gobiernos de izquierda que se distancian de los consensos dominantes, lo que supone brechas ideológicas insalvables entre “populistas” y “democrátas”, y/o entre “liberales” e “intervencionistas”, con “dos Américas Latinas” que pugnan entre sí con pocas o ninguna posibilidad de lograr acuerdos. En ese escenario complejo, heterogéneo y diverso destaca la aparición de CELAC como los esquemas de concertación política y de gobernanza regional más relevantes. Ambos agrupamientos muestran que la región —tanto en su definición suramericana como latinoamericana y caribeña— ha decidido establecer marcos comunes de concertación política más allá de su heterogeneidad y diferencias de visión y enfoque político y económico y, al tiempo, ha definido con precisión su naturaleza intergubernamental y su alcance y límites como herramientas de gobernanza regional, de coordinación de políticas, y de posicionamiento internacional. La aparición de CELAC puede suponer cambios relevantes en la condición de actor regional de América Latina y el Caribe dependiendo, sobre todo, de dos variables. En primer lugar, del alcance del proceso de socialización, aprendizaje y coordinación que supone la concertación de políticas, de la cohesión que se logre generar, y del grado de “latinoamericanización” de las políticas exteriores de los Estados parte. En otros términos, en la medida que CELAC logre fraguar acuerdos y posiciones comunes, y situar las políticas exteriores de cada miembro en el marco común que ello representa, que aunque reduzca la autonomía de cada Estado, amplíe su influencia como región. 19 En segundo lugar, de su articulación institucional y su contribución para dotar a la región en su conjunto de actorness o de la condición y atributos de actor internacional. Esa actorness sería la variable determinante de la capacidad que pueda tener CELAC para incidir en las estructuras del sistema internacional, y del “poder estructural” que en ellas radica. CELAC, en efecto, puede limitarse a ser un “Grupo de Río ampliado” y por lo tanto un mecanismo de diálogo y concertación de políticas exteriores allí donde pueda existir acuerdo, o ser el marco en el que la región se de a sí misma los atributos de esa actorness o condición de actor, de los que ahora carece, como grupo regional más evolucionado y consolidado que supere las grandes divisiones o fracturas que se han ido gestando entre los espacios norte y suramericano, entre el regionalismo abierto del “Arco del Pacífico” y el regionalismo “post-liberal”, entre gobiernos progresistas y liberal-conservadores. 20 Referencias bibliográficas Borda, S. (2012). Desafíos y oportunidades de la Unión de Naciones SuramericanasUNASUR. Buenos Aires. CRIES, documento CRIES 18 Briceño, J. (2010). “La iniciativa del Arco del Pacífico Latinoamericano”. Nueva Sociedad nº 228, julio-agosto, pp. 44-59 Briceño, J. (2014). 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