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JAIME GUEVARA
ARTE FIGURATIVO CON AIRE DE LIBERTAD*
“Mi vida ha sido de naufragios y sobrevivencias.
Yo soy un velero en medio de la tormenta
a punto de naufragar,
y siempre hay algo o alguien que me salva”
Jaime Guevara
Augusto Escobar Mesa
Universidad de Antioquia
[email protected]
MI VIDA ES UN CUENTO BONITO. INICIACIÓN EN LA PINTURA
AEM. Hay una expresión muy tuya: “eso es un cuento bonito”, para indicar algo,
alguien, el pasado, el presente, una historia, en fin, cosas que te agradan, que te
dan la satisfacción que por tantos años la vida te negó, sobre todo los primeros
veinte años de vida. ¿Cómo fue esa iniciación con el arte?
JG. Comencé a trabajar vinilos cuando no tenía con qué comprar un tubito de
óleo. Pintaba de todo, sobre todo en madera, cerámica y así pude sostener a mi
familia por mucho tiempo. Yo compraba las cucharas de palo y en el cabezote
les pintaba el paisaje y en el palo le colocaba una frase: “Bucaramanga mi
tierra”, “Viva Colombia”; todas esas cosas de niño. Y tenía entre mis amigos
unos viejos que vendían mercancías por las calles. Guardaba unos pocos
centavos para irme el domingo al matinal porque la costumbre de mi padre se me
quedó. Veía películas de “pelao”: “El llanero solitario”, “Los diablos rojos”,
Cantinflas. Yo fui creciendo y mis cosas fueron cambiando. También pintaba
cuadritos en tela. Mi vida fue un cuento bonito. Pintaba flores, bodegones,
barcos, el mar, en óleo. Yo copiaba cuadros de Velázquez, pero lo que eran
flores y esas cosas, eran muy mías.
En mi casa me llamaban cariñosamente Alfonsito. Servía de apóstol en la
procesión de Semana Santa, pero no volvieron a meterme en ese cuento porque
un día en la misa de San Martín, a las tres de la mañana “Vikingo”, “Caresema”,
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“Pachito” y “Zancudo Eléctrico”, que era yo, taponamos con brea el candado de
la iglesia y no la pudieron abrir. Y fui tan de malas que un pedacito de la brea
que eché se me quedó en el bolsillo de la camisa, y cuando abrieron la iglesia, el
cura decía que éramos hijos del demonio. Todavía me duelen las nalgas de la
“pela” que nos dieron.
TRAS LAS HUELLAS DEL PADRE SIN SABER POR QUÉ
AEM. En alguna ocasión dijiste que tu vida fue errante como la de tu padre y
atravesada de conflictos, ¿por eso tu pintura de algún modo refleja esos seres
casi siempre marginales, violentados?
JG. Algo que marcó mi vida fue un viaje que hice a Venezuela a los quince años,
la misma historia de mi padre, como si hubiera nacido él adelante y yo
siguiéndole los pasos. Me fui indocumentado. Allí trabajé en una fábrica de
artesanías, en San Cristóbal. Eran dos muchachos que hacían artesanías, a uno le
llamaban “Cerebro” y al otro no recuerdo. A mí me pusieron a apagar la cal del
horno; me ganaba quince bolívares semanales, pero un día me puse a decorar y al
viejo le gustó y me contrató. Ya me ganaba 25 bolívares hasta que regresé donde
mi mamá.
Poco tiempo después me fui para Bogotá. Allí vivía en un hotel, en un puteadero,
y como era el sardino dormía con dos putas. Nunca hice el amor con ellas. Me
respetaron, yo no había tenido relaciones, por eso pinto prostitutas, porque viví
con ellas, con ladrones, yo fui ladrón. Eso fue entre los quince y dieciséis años.
Me mimaban y yo me sentía bien entre esas personas adultas.
Yo me fui de la casa cuando apenas tenía doce años porque me decían que yo era
marihuanero. Yo viví bien hasta los doce o trece años hasta cuando empezaron a
llegar los amigos de mi madre; por eso me fui de la casa. Lo poco que entraba
económicamente a la casa, mi madre lo servía a los amigos. Para ellos yo no
servía, era un marihuanero, un ladrón, un degenerado, simplemente porque tenía
el pelo largo y porque pintaba. Y eso fue después de haberme tocado aguantar
hambre con ella como un putas. Después de esas discusiones con mi madre, no
tuve otra salida que irme, me volví caminante; gran parte de mi vida me la pasé
de aquí para allá, haciendo lo único que sabía, pintando.
Yo quería a mi madre, pero no podía emplearme. Me empleé tres veces y no fui
capaz, tenía apenas diez años. Me consiguieron trabajo en una peluquería, pero
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tampoco duré mucho. Yo tengo otro defecto, que soy orgulloso y nunca he sido
capaz de lamberle a nadie.
BARCO A LA DERIVA A PUNTO DEL NAUFRAGIO
AEM. Entre los temas preferidos, está el de un barco que naufraga, tema según
parece viene de tiempos lejanos en tu vida, cuando trabajaba para sobrevivir. Es
como si fuera ese barco, siempre a punto de…, pero resistes hasta el final.
¿Cómo es la historia?
JG. No lo había pensado, pero sí, mi vida ha sido eso, de naufragios y
sobrevivencias. Yo soy un velero en medio de la tormenta a punto de naufragar,
y siempre hay algo o alguien que me salva. La historia es que yo me puse a
trabajar en una carpintería y me echaron porque yo hacía unos veleros de
madera, pero no era el velero hermoso, sino que pintaba el velero naufragando y
después de que lo hacía bien hecho, lo quemaba; cuando me pillaron haciendo
eso, me echaron.
Yo tuve muchos trabajos y ninguno me gustaba. Trabajé en un almacén de ropa,
allí me tocaba barrer y trapear y me dijeron que estaba muy mal vestido para
trabajar en ese almacén tan elegante, y me pusieron ropa de ese almacén; y como
me sentí bien vestido no volví a trabajar. Nunca serví para trabajar. En Cúcuta y
Bucaramanga hacía colchas y las vendía a los choferes de los taxis. Toda la vida
he trabajado con las manos, por eso me gustan tanto, al igual que los brazos en
mi obra. Usted no me ha visto peleando con los cuadros, yo soy de lo que los
cojo y los quiebro.
Lo primero que hacía cuando llegaba a una ciudad era buscar a un pintor
conocido. Y le decía que yo pintaba, y me ponía a pintar y vendía cositas. En
esos caminares conocí a Darío Morales, antes de que se le muriera la niña.
Cuando vio que yo fumaba marihuana y que en vez de pintar yo me quedaba así,
como un idiota, me dijo que eso no era mío, que debía tener una mente limpia,
que para qué doparme para pintar. Fue en ese momento que dejé el vicio, porque
lo que yo quería era pintar, a pesar de que yo vivía entre putas y ladrones. Fue en
ese ambiente que por primera vez en la vida me dijeron Maestro. Era un tipo al
que le decían el diablo, era alto, cadavérico, moreno, loco de remate. Un día él
me dijo: “Maestro le tengo una Última cena” y esto me conmovió mucho aunque
no tuve consciencia inmediata de esa frase. Yo creo que todas esas cosas me
fueron alentando y me permitieron sobrevivir a ese mundo marginal en el que
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vivía, ya que la mayoría no pudo salir de esos antros. Ser artista no es vivir en la
bohemia, dejarse seducir por ella y perderse en ella. No. Ser artista es dejar un
testimonio, dejar huella. Que mañana o pasado mañana alguien diga: “eso es del
Maestro Guevara”, “eso va dejar historia”.
Me considero un pintor afortunado, por eso el miedo que me da con mi familia,
que se confunda, que crea que tengo plata. Yo no tengo plata, tengo una familia
que es todo mi tesoro, por eso vivo y molesto y jodo.
LA FUERZA DE LAS FIGURAS UNA MANERA DE CONQUISTAR SU
ESPACIO
AEM. Cuando se mira con detenimiento las figuras o las formas centrales de
ciertas pinturas, se puede percibir que la fuerza de ellas reside en los detalles o
en el color, o en la simetría o asimetría, en la opacidad o la iluminación, en tu
pintura, exclusivamente figurativa hasta hoy, se observa, entre otras cosas, que
los brazos de los personajes tienen una dimensión particular, hay un énfasis en
destacarlos, ¿Cuál es la razón de ello?
JG. Es cierto, pero la fuerza del hombre y la de la mujer es la misma. En los dos
se resaltan los brazos, porque ellos pueden conquistar un espacio. En ello se
expresa el deseo de la fuerza, de la lucha, de la libertad, no importa que sean
fuertes o frágiles. Hay hombres que tienen las manos, los brazos suaves; otros los
tienen de guerreros: cogen, empuñan, son valientes. Hay algunos más que los
tienen muy ásperas. Es que la fuerza no va solamente en el brazo, en la mano,
sino en quien los domine. En ambos se expresa la fuerza, el volumen y la
agresividad. Con ellos se abraza, se palpa, se arrulla. Pero eso no quiere decir
que ahí esté la fuerza, sino en la totalidad de los elementos de la composición,
aunque los brazos parecieran ser los más representativos por su dimensión. El
tamaño del rostro, por ejemplo, no indica el tamaño de la fuerza, y es superior a
cualquier cosa. Es que lo que hay en el cerebro no se puede decir qué tan grande
sea. Nadie puede hablar a la velocidad con la que piensa; es más, a veces ni
siquiera pensamos para hablar. Yo quiero expresar la fuerza desde distintos
ángulos, porque la fuerza del hombre no se puede manejar exclusivamente desde
el brazo si no hay cerebro.
GUSTA EL SONIDO QUE ROMPE EL SILENCIO
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AEM. ¿Te motiva tanto lo que proviene del mundo exterior, de tu entorno, como
de lo que proviene de lo más inmediato, el sonido al abrir los óleos o cuando la
brocha entra en contacto con la tela al primer brochazo?
JG. Es que cuando se destapa un tubo de óleo es como estrenar zapatos, se siente
extraño pero con deseos de algo nuevo. Me gusta cuando tomo un nuevo óleo
con fuerza y lo desparramo sobre la mesa, es una manera de romper el silencio
del tubo sobre la mesa. Cuando uno ve colores amarillos y rojos en una mesa de
dibujo, eso invita a soñar, igual cuando raspo y esfumo los colores en la tela
sobre base de colores fuertes, y de ahí va surgiendo la figura y la luz de la figura.
CÍRCULO DE AMIGOS AFICIONADOS AL ARTE
AEM. ¿Alguna vez hiciste parte de un grupo o tendencia artística o un maestro
que orientara tu trabajo?
JG. Siempre he estado de aquí para allá, sólo ahora llevo un buen tiempo aquí en
Antioquia, así que mis círculos han cambiado acorde las circunstancias y nunca
ha habido nada permanente. En Bucaramanga si tuve un círculo artístico o más
bien con sueños artísticos porque no eran artistas consagrados; todos pintábamos
para sobrevivir y sin mucha formación académica, por lo menos en mi caso. Si
ahora mismo no hay buenas academias, hace treinta años o más menos había y
sobre todo en provincia.
En los años 75 yo iba a una academia espontánea en la Casa de la Cultura de
Bucaramanga a la que asistían también Darío Morales, Humberto Delgado, el
maestro Prada, el maestro Zárate, el maestro Cecilio Rico; eran buenos copistas
de la época del Renacimiento. En esa Casa se trabajaba la pintura, pero también
se leía poesía. Allí y se hizo algo que se llamó “nuevos experimentos”. Resulta
que un día el maestro Jorge Mantilla Caballero quiso hacer una subasta y algunos
nos encargamos de organizar el escenario. Armamos en el salón principal la
escena de un cementerio de tal modo que cuando alguien llegaba al salón se
sentía en el cementerio porque habíamos colocamos un letrero que decía: aquí
descansa en paz el maestro tal o cual; así enterramos a todos los artistas porque
se quedaron ahí toda la verraca vida. Lo más divertido de la subasta fue la venta
de un falo hecho como si fuera una caja de cartón, y la compró una monja de la
Presentación, pero ella no sabía que era un falo, solamente lo compró porque
estaba firmado por Jorge Mantilla Caballero y él era el pintor del momento. Ese
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falo costó en ese entonces cuarenta mil pesos. Jorge Mantilla se había ganado
una espátula de oro en Londres por su importante trabajo pictórico.
DESBARATAR PRIMERO PARA LUEGO CONSTRUIR
AEM. ¿Había algún pintor, tema o forma que te llamaba la atención en ese
momento?
JG. Me gustaba la obra del maestro Mantilla Caballero y yo estaba siguiéndole
los pasos. Él pintaba cuerpos desgarrantes como lo hacía Luis Caballero, pero
primero fue Jorge Mantilla y después vino Luis; eso hay que escribirlo porque es
cierto. Yo admiré a Luis Caballero mucho tiempo, y después me di cuenta que
trabajaba con filminas. Tomaba las fotos de los muchachos y las llevaba a las
filminas y sobre eso trazaba el dibujo.
Yo comencé siendo muy buen dibujante, me quedaba en un dibujo dos días, una
semana. Siempre he considerado que para desbaratar primero hay que construir.
Lo que hago ahora es destruir, deformar, después de muchos años de hacer
dibujos en objetos de madera, en cerámicas, en murales.
ESPERANZA ALENTÓ TODA INICIATIVA
AEM. En toda oportunidad has expresado lo mucho que ha significado para ti la
presencia de tu esposa, Esperanza, en tu vida y en tu trabajo. ¿Qué dio lugar a
ese encuentro que se volvió permanente?
JG. Mejor que lo cuente Esperanza.
Esperanza. Yo creo que tuvo que ver en ello el arte. Nos conocimos en un bus.
Yo trabajaba en Floridabanca de profesora y vivía en Bucaramanga. Un sábado
que no tenía que ir al colegio me dijo una amiga que si la acompañaba a Florida
a hacer una vuelta. Él iba en ese bus, pero yo no lo vi. Él dice que me vio.
Cuando me bajé, él estaba hablando con una alumna mía que, incluso, él también
le coqueteaba. Pasé por el frente de los dos y saludé a la alumna, a él no lo
determiné porque no lo conocía. Según él me cuenta, le preguntó a Gilma que
quien era yo. Ella le contestó que yo era su profesora. Hicimos la vuelta y
tomamos el bus de regreso. Cuando él vio que tomé el bus, él arrancó detrás, yo
estaba sentada en la última banca y no había sino un puesto precisamente al lado
mío, y él se sentó ahí. A mí siempre me ha gustado dialogar, así que nos pusimos
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a conversar y ahí comenzó todo. Yo estaba empezando a estudiar arte, pero como
fui muy parrandera, empecé como en cinco universidades y no terminé en
ninguna. En ese entonces había un proyecto del Museo de Zea de Medellín y yo
sabía de esa experiencia, pero igual no hice nada. No sé, pero supuse que él
pintaba y le pregunté y él me respondió: “Trato de hacerlo”. Yo le conté que
estaba estudiando pintura, que toda la vida me había fascinado el arte, así
empezó la conversación. Me pidió el teléfono, la dirección, y al día siguiente me
llamó, me invitó a tomar un tinto, porque él no tenía ni con qué pagar un tinto. Él
acababa de llegar del ejército. Él sólo asistía a la Casa de la Cultura de
Bucaramanga, con su amigo José Benito, que era el hijo del celador de allá, y él
se metía esporádicamente de observador y ahí adquirió las nociones de arte.
Resulta que a los ocho días de habernos conocido me invitó a almorzar, yo creí
que era a un restaurante y fue a Dicas, a la escuela de arte. Y entre José Benito y
él compraron unos pescados y me hicieron un sancocho de pescado riquísimo.
Después hubo una exposición en El arca de Noé, y le pidió permiso al director
para que le abriera un campito para colgar sus obras, y esas fueron las primeras
que vendió. Eso fue como a los veinte días de habernos conocido. Esa noche me
presentó como su novia, pero todavía no éramos novios. Esa noche él y otros dos
artistas se me declararon. Yo he tenido la particularidad de que si me
comprometo con un hombre no me comprometo con otro. Y resulta que yo le
había dado el sí a Guevara y les dije que ya me había comprometido con él. En
ese entonces no firmaba Guevara sino Jimmy. Al otro día salimos a tomar tinto.
Se robaba flores de los jardines y me las llevaba porque no tenía con qué
comprarlas, me daba la mano al bajarme del bus, me decía cosas bonitas; todos
esos detalles me hicieron enamorar poco a poco de Guevara. Pero había un pero
en esa relación, y es que yo soy mayor cuatro años que él. Él ha sido muy
acelerado y al mes de ser novios me dijo: “Mi amor nos casamos”. Yo le dije que
esperara que nos conociéramos mejor. Al mes y medio me volvió a repetir, y otra
vez a los dos meses. Yo siempre ponía el pero de la edad, y le escribía a mi
hermana mayor y le pedía consejo.
El sentido de la plata nunca me ha interesado. Yo he sido muy desprendida del
dinero y eso para mí no fue ningún obstáculo. Yo he sido muy analizadora y muy
espiritual. A mí me interesaba conocer al hombre como hombre. A los dos meses
y medio me volvió a preguntar y le respondí que sí. En mi casa no lo presenté
como novio porque seguro que me iban a poner el pero, porque mi papá es muy
conservador. Guevara tenía veintitrés años y yo veintisiete. Nos casamos al otro
día, el dos de abril de 1977. Mi papá no nos dejó subir las escalas y nos recibió
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con un regaño. Que cómo así que no se lo había presentado como novio.
Guevara se quedó muy callado, con cara de humildad y de respeto.
El día que nos casamos, él tenía dos pesos en el bolsillo, y nos casamos en un
matrimonio colectivo con ropa de calle, sin nada; los padrinos fueron unos
inquilinos de la casa; las argollas nos las prestaron. Cuando en mi casa se dieron
cuenta de que Guevara no tenía un reverendo peso, empezó la tragedia
psicológica mía, porque mis padres y hermanos empezaron a sufrir, a
preguntarme que de qué iba a vivir. Sin embargo, yo estaba tranquila porque para
mí lo importante era entenderme con él. Luego nos fuimos para Bucaramanga.
Vivimos 15 días en la casa de la mamá de él, pero luego yo le dije que nos
fuéramos porque no me entendía con la suegra. Después alquilamos una pieza.
Yo seguía trabajando en el magisterio y a él le toco empezar a vender cuadros a
300 pesos.
TIEMPOS DE PURA REPRODUCCIÓN
AEM. Cuándo te iniciaste en la pintura, ¿cuáles eran los motivos recurrentes?
Hacía bodegones, flores y muchos caballos en estampida, que no sé por qué casi
nunca volví a pintarlos. Algunas pinturas eran reproducciones y otra creación.
Me gustaba copiar obras de Rembrandt por esos tonos oscuros o semioscuros,
por la fuerza de sus temas y cierta melancolía que captaba en ellas. A decir
verdad, toda la vida me ha gustado Rembrandt y Van Gogh por su
impresionismo. Pero las copias eran muy pocas, la mayoría eran creación.
EL CRUCE DE LA REALIDAD CON LA IMAGINACIÓN ES EL MEJOR
MODELO
AEM. Prescindir en lo posible de los modelos, como ocurre hoy, supone una
memoria visual particular, un don de la observación ¿lo consideras así u obedece
a una motivación especial?
JG. Desde que comencé a pintar en Bucaramanga, casi nunca utilizaba modelos,
primero porque no tenía con qué pagarles y segundo, no los necesitaba. Bastaba
que mirara algo que me gustaba o, incluso, que leyera algo, para sentarme a
pintar; el motivo que fluía espontáneamente de mi imaginación. Sólo utilicé
modelos como dos o tres veces en Bucaramanga y en Cúcuta.
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DISFRUTÁBAMOS DE UN SOLO SUELDO Y SOBRE TODO DE LA VIDA
AEM. ¿Cómo pudieron sobrevivir si Guevara apenas si sostenía para los
pasajes?
Esperanza. Fundamentalmente de mi suelo y aunque vivíamos en una pieza,
disfrutábamos lo que me ganaba, íbamos a los restaurantes, a cine y también
salíamos a caminar. En la misma pieza, Guevara trabajaba. Allí estuvimos hasta
que nació la niña. Yo quedé embarazada a los cuatro meses. De la piecita nos
pasamos a vivir a un garaje más amplio. Yo cocinaba en un reverberito que
teníamos, mientras Guevara pintaba y me llegaba la hora de trabajar. Yo trabajé
ocho años en Charalá, en la Normal de señoritas. Me iba a las cinco y regresaba
a las diez y media u once, él me iba a recoger al colegio.
Tan pronto nació la niña, decidí dejar de educar a otros para educar a mi propia
niña, y le dije que nos defendiera como pudiera, y él aceptó. Se dio a pintar
bodegones, paisajes, estampidas de caballos, mares. Hasta que fue vendiendo y
de trescientos pesos pasó a ochocientos, a mil, y ya cuando la niña estaba más
crecidita aumentó a cuatro mil y así sucesivamente. Con mi sueldo habíamos
comprado un comedor, una cama, no más. Y las vendimos cuando decidimos
irnos para Bogotá.
BORRASCAS Y EL CAMINO DE LA SOBREVIVENCIA
AEM. ¿Por qué deciden viajar a Bogotá, si en Bucaramanga podían sostenerse y
conocían el trabajo de Guevara?
Esperanza. Guevara quería buscar mejores alternativas y pensaba que en Bogotá
podía vender mejor su obra; además, cambiar era bueno, tener otras experiencias.
Cuando llegamos, mi hermana se había cambiado de casa y no teníamos a dónde
ir. Caminando casi con lo que teníamos puesto llegamos a un parqueadero y un
abuelito nos ofreció quedarnos en un carro que estaba varado. Al otro día me
levanté y vi que algo brillaba en la tierra y escarbé y era un anillo. Tanto valía
que lo compraron inmediatamente y nos dieron en una prendería cuatro mil
pesos. Esto le alcanzó a Guevara para comprar materiales para un cuadro y la
leche para la niña. Así que pintó su primer cuadro en Bogotá, que se llamó
Borrascas. Le ofrecimos a un señor de un restaurante para que nos lo cambiara
por comida, pero el señor dijo que no. Otro señor que estaba en el restaurante nos
llamó, y nos brindó comida y trago, y nos lo compró por diez mil pesos; resulta
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que era el director de la Clínica Bogotá. Luego nos llevó a decorar su casa.
Vivimos un mes gracias a ese señor. Guevara pintaba partes de los paisajes de
Constable, temas cotidianos, costumbristas.
Luego alquilamos una casita en Kennedy. Guevara dice que no es hábil para
vender pero yo creo que sí. Levantar un hogar con cuatro hijos de sólo arte, se
necesita ser muy luchador. Después alquilamos una piecita. Se nos acabó la plata
y por medio de mi hermana alquilamos una casita en Kennedy hasta cuando la
niña tuvo ocho meses. Cuando la situación se puso crítica, decidí mandar la niña
a Charalá. De esa casa no echaron porque no teníamos con qué pagar el arriendo,
entonces una hermana pagó lo que debíamos y nos quedamos otros dos meses
en Bogotá. Un señor nos prestó un apartamento sin luz en el lugar más marginal
de Bogotá, pero como yo estaba con Guevara me sentía divinamente en todas
partes. Él pintaba con velas sobre una cama y yo cocinaba en una estufa de
petróleo y ahí duramos dos meses. Casi siempre salíamos a pie en vez de bus
porque ni para eso teníamos.
La situación se puso tan difícil que había días que no teníamos ni para comer, así
Guevara decidió que nos fuéramos de Bogotá y regresamos a Charalá por la niña
y luego nos fuimos a vivir a Bucaramanga de nuevo. Allí llegamos a un hotel
donde vivimos cuatro meses. Lo que ganaba Guevara sólo le daba para pagar le
hotel. Después dijo que nos fuéramos para Cúcuta. Duramos cuatro meses en un
hotel. Mi vida era cuidar la niña y no más. Y él producía sólo para sobrevivir. A
los seis meses y un nuevo embarazo me dio “mamitis” y le dije que quería tener
el niño en Charalá donde mi mamá. En mi casa sabían que no estábamos bien,
que estábamos luchando y, sin embargo, me recriminaban y yo sufría
moralmente. Llegó el momento del nacimiento del niño y yo no tenía un sólo
pañal. Mi hermana me consiguió unos. Y yo llamaba a Guevara por teléfono
diciéndole que viniera que iba a tener el niño. Él tenía dizque listo el ajuar en una
caja y tenía una modelo que se enamoró de él y trató de retenerlo escondiéndole
la caja del ajuar, tanto que él tuvo que volársele y llegar a Charalá con los
cuadros bajo el brazo, pero sin nada para el niño. No tenía con qué sacarme del
hospital de Charalá. Mis hermanas me pagaron el hospital.
En vista de la difícil situación económica, Guevara se fue para San Gil, vendió
unas obras, recogió una platica y se volvió por mí. Ese día tuve un altercado con
mi papá por la niña y me echó de la casa. Yo no podía irme inmediatamente
porque Guevara no había venido por mí. A los cinco minutos sonó el teléfono y
era Guevara diciendo que venía por mí, que alistara las maletas y nos fuimos
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para Bucaramanga. A los pocos días de estar allí y sin tener qué hacer, Guevara
decidió que nos iríamos a Santa Marta a probar suerte y lejos de las familias que
nos habían rechazado. Allí duramos cuatro meses en un apartamento en El
Rodadero; él hizo el cambalache de alojamiento y comida por obras. Guevara
pintó hasta que dijo que no había nada más que hacer y decidió que nos fuéramos
para Cali. De viaje hacia el Valle, nos quedamos unas semanas en Medellín, era
1981. De Medellín nos fuimos para Cartagena y allí estuvimos un año. Bajo ese
ambiente marino, Guevara comenzó a manejar muy bien la acuarela; en realidad
era unas acuarelas lindísimas. Hacía sus puertos en acuarela. Sus marinas eran
preciosas y a mí me gustaban mucho. En ellas había más color y de vez en
cuando metía otros temas, no se le olvidaba las cosas del pasado. De ahí viene
esa técnica en la que está hoy con el color intenso. Recuerdo esa época por la
dulzura y la ternura de sus cuadros, es muy fuerte para mí.
Pasamos después a Barranquilla donde estuvimos unas semanas y nuevamente
regresamos en el 83 a Medellín y nos instalamos del todo. Primero nos
quedamos en el mismo hotel en el que estuvimos en el 81; duramos allí cuatro
meses. Allí conocimos el gerente de Calzantioquia que nos trajo a una finca a las
partidas de don Diego cerca de Rionegro y duramos otros cuatro meses. En la
finca conocimos gente del pueblo de El Retiro, donde vivimos desde entonces y
esa gente nos trajo a esta casa, y aquí nos volvimos sedentarios porque nacieron
los otros dos niños y también porque ellos necesitaban estabilidad para sus
estudios.
Ahora, ya que los hijos están grandes, emigramos de nuevo a España, ya que un
agente de arte le ofreció a Guevara una casa al pie del mar con todas las
comodidades para que se dedicara a pintar de tiempo completo. Pero esto que
Guevara ha conseguido ahora le ha costado a él como a nosotros mucho
sufrimiento antes, muchas hambres que saciábamos pensando que un día
Guevara tendría éxito porque eso sí, ha sido un trabajador incansable. Sólo él
sabe lo que fue su vida.
SÓLO YO SÉ LO QUE ME HA PASADO A MÍ
AEM. Dice una canción popular: “no hay como el presente, porque el pasado
mata”. ¿El pasado tuyo es así de lacerante que marcó tanto tu vida y tu obra?
JG. Mi padre fue toda la vida un tipo aventurero y todavía es un aventurero. Se
fue con mi madre a rodar tierras al igual que hice yo con mi esposa. Él tenía un
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finquita tabaquera, mi madre era chicotera, hacía chicote, tabaco. Era el
campesino de los de antes que sembraban y sacaban el producto al mercado, no
como el campesino de ahora que es muerto de hambre a toda hora. El otro
campesino es raro verlo, en Boyacá, Antioquia, son contados porque son puros,
son pulcros, trabajan para la tierra, no más. Así que se fueron mis padres para
Bucaramanga a probar vida, y nada; arrancaron para Cúcuta, nada.
Lo que le estoy contando me pasó a mí. Solamente que no cargué el colchón. Mi
padre cargaba el colchón y mi madre una maleta. En Venezuela también
probaron suerte y se tuvieron que venir porque les fue muy mal, se arruinaron del
todo; en esa época yo estaba muy pequeño. Con unos pocos ahorros pudieron
comprarse una casita en el barrio Alfonso López de Cúcuta. Allí viví feliz. Nació
mi hermana, pero los berracos celos comenzaron a dañar la vida familiar.
AÑOS BUSCANDO UNA LÍNEA QUE DEFINIERA EL ESTILO
AEM. ¿Qué lo llevó a definir su línea de trabajo actual, cuando había dedicado
buen tiempo a la copia, a los bodegones y al paisaje?
Esperanza. Guevara funcionaba a la deriva y según a las circunstancias. Desde
hacía varios meses me venía diciendo que tenía que hacer algo, que tenía que
sacar su propia línea. Hasta que por fin una noche en su mesa de dibujo comenzó
a pintar lo que venía buscando y no sabía qué; ese mismo día empezó a caminar
Jaime Alexander.
Guevara le mostró sus primeras líneas a unos amigos y ellos le compraron tres o
cuatro pinturas de su período antioqueño. Empezó con las cabareteras. Hizo dos
mujeres y dos hombres, como bohemios. El color era muy tenue, pero una sola
mancha. Todavía no se había metido en el color de su propia línea. Unas obras
las hacía con un poco de color, otras las hacía en un sólo color. Todavía no se
atrevía a entrar de lleno en el color. Cuando llegamos a Antioquia Guevara
pintaba gamas de color en sepias, verdes, azules. En ese momento aparecen, en
el 81, cuadros pintados en cartón. Yo entendí que artísticamente él quería
avanzar en un sólo color, buscar todas las posibilidades, hasta que manejó
supremamente bien la gama, por ejemplo de sepias, azules, luego empezó a
introducir otros colores. En eso del sepia y ciertas figuras angustiosas, trató de
imitar a Luis Caballero, pero distinto de Caballero que utilizaba el proyector para
dibujar, Guevara le salía todo de su cabeza, era su propia creación.
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PERDER LA ESPERANZA ES PERDER EL SENTIDO DE LA VIDA
AEM. El gusto por la obra de Luis Caballero, el de los cuerpos desgarrados,
violentados, expuestos casi al escarnio, ¿era debido al trabajo pictórico o al tema
de desarraigo profundo que se observa en las figuras, que podría ser una mirada
retrospectiva e inconsciente de un pasado de profundo exilio personal y familiar
de Guevara?
Esperanza. Yo creo que ambas cosas, porque la infancia que le tocó fue muy
dura y Caballero le brindaba el motivo y la técnica precisa para expresar ese
dolor. Además, era parte de la vida tan dura que le había tocado. Parte de la
infancia de Guevara le tocó levantarse casi solo y entre mujeres de la calle
porque su papá los abandonó. Fue mucha el hambre que le tocó padecer. La
mamá le decía que pidiera los desperdicios para el perro, pero el perro eran ellos.
Lavaban los huesos y los ponían a cocinar de nuevo. Después le tocó vender
loterías, cocadas. Y me decía que si no hubiera tenido ese espíritu de artista
hubiera sido ladrón, porque la situación económica era muy dura. Entonces de
ahí yo saco que él pintaba esa angustia en sus figuras, sus cabareteras y hombres
en las cantinas y prostíbulos.
JG. Mucha razón tiene Esperanza. A mí me gusta ahora vivir bien porque me
tocó comer mucha mierda; entonces ahora tengo la posibilidad de disfrutar de lo
que tengo con mi familia y los amigos. Cuando yo era niño me tocó mendigar de
restaurante en restaurante y ser rechazado y humillado sin consideración. Ahora
entro a los restaurantes con dignidad y orgullo, pero me duele profundamente
cuando veo a los gamines y “pelaitas” pidiendo un bocado. Con esos niños
recuerdo mis tiempos de infancia, es como regresar a un tiempo en que la ley la
hacíamos nosotros, porque todo lo desafiábamos, ya que no teníamos nada o
todo nos lo habían quitado. Cuando uno pierde la esperanza de mejor futuro o
sabe que nadie te va ayudar y todo el mundo te patea, a uno no le importa nada.
Por fortuna, yo tuve muchas manos que me ayudaron, así fueran tan pobres como
yo: las putas, los viejos artesanos, y sobre todo, mi Esperanza.
EL ARTE ES UN CUENTO DE PRIVILEGIADOS
AEM. El reconocimiento que ha alcanzado al haberle concedido pintar varios
murales en el Valle de Aburrá y sus centenares de pinturas hechas, es gracias a
su manera de pintar, a la fuerza del color de sus obras, a los temas que pinta así
sean extremadamente figurativos en un tiempo que ese estilo es considerado
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anacrónico, “démodé”, igual al asumir intensamente el arte y expresar ese vigor
e intensidad en sus cuadros ¿Qué representa ese reconocimiento para tu trabajo?
JG. Todo ese reconocimiento es el agua que rocían en mí para que dé frutos.
Inconscientemente el hombre arma, piensa, crea, sueña, en ese momento no soy
yo, son ustedes los espectadores los que me hacen reaccionar, yo simplemente
soy el vehículo, pero ustedes la riegan, le echan agua, los que ven las cosas
lindas, aunque es cierto no todas las personas tiene la virtud de ver y de sentir lo
que es la vida. El arte es un cuento muy diferente a robar o matar. Sin embargo,
para robar y matar también hay artistas. Al campo de lo sublime no estamos
invitados todos, son muy pocos los escogidos. Hay matones de millones. Eso
también es un arte: el arte de matar, de quitar la vida, de segar el tiempo.
Resulta que soy el mejor sastre del país o del pueblo o de la vereda, y tengo unas
cosas acá para crear y quiero que me compren lo que hago. Llega un vecino y me
dice que necesita que le haga un saco. Yo se lo hago porque es mi oficio. Yo soy
creador, le pongo un toque, pero no es el saco ni el pantalón que yo hubiese
querido. No estoy contento, pero si usted llega a mi sastrería y me dice que le
haga un vestido y me pregunta que cómo creería que sería un vestido para él y le
hago el vestido que deseaba, sí logré tocar su alma, él tipo diría: “¡qué
verraquera de traje!”, pero si no le gusta, lo cuelgo, y llega otro loco y me dice
que le gustaría un traje como ese. Y ese traje está a la moda porque estuvo
colgado. Las cosas cuando se cuelgan ya están a la moda, mientras no se
cuelguen no están a la moda. Usted cuelga un cuadro y a usted no le puede
gustar, pero llega alguien y dice que quiere un cuadro como el de fulanito de tal,
eso es lo que está a la moda. Pero mientras se tenga libertad de crear, siempre se
está pariendo. Los hijos nunca son iguales y a pesar de todo tienen los mismos
brazos. Los mellizos son idénticos, pero vaya compárelos y verá que no piensan
lo mismo. El hombre debe tener siempre la libertad de sentir, de expresarse, de
querer.
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Artículo incluido en el libro: Ejercicio de una pasión esquiva: diálogo con ocho escritores
colombianos. Medellín, Universidad de Antioquia, Año sabático 2002 (inédito).
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