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LATERCERA Sábado 20 de agosto de 2016
Premio Nacional de Literatura
Sociedad
El jurado lo forman la ministra de
Educación, Adriana del Piano; el rector de la U. de Chile, Ennio Vivaldi; la
académica Adriana Valdés y Jaime
Espinoza por el Consejo de Rectores.
Entrega $ 18 millones y una pensión
vitalicia de $ 900 mil.
Cultura
VIENE DE PAG. 81
el poeta celebró en su casa con un
cordero de 27 kilos, 30 garrafas de
vino y 40 kilos de prietas. “Este premio significa la caída de la mafia rosada de la literatura chilena, la caída definitiva de la tropilla de granujas que hasta hoy ha querido
mandar, de esos rabanitos, rojos
por fuera y blancos por dentro, pero
rabanitos podridos”, declaró, fiel a
su estilo beligerante.
El poeta de Lincantén había sido finalista en los últimos tres años. Pero
el premio suele cocinarse entre pasillos, llamados o comidas de camaradería, como ocurrió en 1962.
Todo Chile vibraba con el rock del
Mundial y los triunfos de la Selección de Leonel Sánchez cuando Pablo Neruda llegó a la casa de Luis
Oyarzún para almorzar. Allí lo esperaban el dueño de casa, Guillermo Atías, Nicomedes Guzmán y
Gonzalo Rojas, estos últimos miembros del jurado del premio ese año.
Neruda no llegó solo: lo acompañaba un joven Germán Marín.
“El sentido del almuerzo era ése.
Neruda decía que por ningún motivo había que darle el premio a Pablo de Rokha. En cambio proponía
a Juan Guzmán Cruchaga. Lo que
me sorprendió es que Rojas y Atías
escucharon al vate sin decir nada”,
recuerda Marín.
No dijeron nada, pero Rojas y Nicomedes Guzmán se comprometieron a votar por De Rokha. Y lo defendieron a brazo partido en la votación, si bien no convencieron al
resto del jurado: en esa entrega el
ganador fue Juan Guzmán Cruchaga, padre del juez Juan Guzmán y el
favorito de Neruda.
El próximo martes, el Premio Nacional de Literatura enfrentará una
nueva elección. En ella compiten 17
candidatos, de diferentes géneros y
generaciones (ver recuadro).
La última polémica que rodeó al
galardón fue en 2014, cuando Antonio Skármeta se impuso por sobre
Pedro Lemebel, el candidato de lectores y escritores. La historia del
premio está cruzada de controversias, reyertas y omisiones desde sus
inicios, hace más de 80 años.
El caso Huidobro
Creado en 1942, como una coronación a la trayectoria de los escritores, desde un comienzo fue visto
como un trofeo: una conquista, el
logro de una cacería, donde se despliegan maniobras sutiles, la diplomacia de las influencias y estrategias de combate. Ya en 1946 el crítico Alone denunciaba “la corriente
de ambición” en torno al premio y
elaboraba un decálogo para obtenerlo. “No puede hacerse nada sin
clan, sin grupo, sin escuela o un
círculo de simpatizantes”, decía.
Los primeros ganadores fueron
Augusto D’Halmar y Joaquín Edwards Bello, quien reclamó el premio “con insultos y amenazas” y lo
obtuvo “gracias al terror”, según el
mismo Alone.
Las rivalidades literarias encontraron un ring natural en la disputa por
el premio. Así podría explicarse la
exclusión de Vicente Huidobro: el
poeta creacionista era favorito para
la entrega de 1944, pero fue desplazado por el criollista Mariano Latorre. “¡Neruda le dio el premio a On
Panta para que no me lo dieran a
mí!”, se quejaba Huidobro.
FOTO: ARCHIVO
R
RREnrique Campos Menéndez, embajador de Pinochet en España, desplazó a Donoso en 1986.
“Neruda se movió ese año con el
jurado y propuso que le dieran el
premio a Latorre. Así evitó que premiaran a Huidobro y dejó su candidatura lista para el 45”, contó el
Premio Nacional Alfonso Calderón.
Tal cual: en 1945 Neruda se convierte en el premiado más joven -y
acaso el más influyente- de la historia, con 41 años.
Dos años después Huidobro sería
desplazado por otro poeta, desconocido hoy y desconocido entonces:
Samuel Lillo. El artífice de la premiación, según diría Miguel Arteche, fue el autor de los Veinte poemas, quien lo propuso al jurado
como reconocimiento a un autor
histórico.
Huidobro murió un año después,
sin premio.
Gabriela Mistral postergada
El mismo año en que Pablo Neruda
recibía el Premio Nacional, la Academia Sueca decidía otorgarle el
Nobel a la poeta chilena Gabriela
Mistral. Para muchos era una vergüenza que la autora de Tala fuera
distinguida con el galardón más importante de la literatura universal y
Vicente Huidobro murió
sin premio, desplazado
por poetas y escritores
que recibían apoyo de
Pablo Neruda.
Edgardo Garrido Merino
ganó en 1972 con votos
DC, pero pensó que le
debía el premio al
gobierno y alabó a la UP.
Gabriela Mistral tuvo que
esperar sesis años
después de ganar el
Premio Nobel para
recibir el Nacional.
no fuera reconocida en su país.
“Tal vez lo más grave del asunto
-escribió Joaquín Edwards Bello a fines de 1945- consiste en que ya no
se la podría otorgar a ella”.
Durante años la lógica fue esa: el
premio, tan chileno, tan de aquí, es
muy poca cosa para la Mistral. Y la
poeta era omitida olímpicamente.
Hasta que en 1951 un grupo de escritoras se propuso reparar la injusticia. Lideradas por Matilde Ladrón
de Guevara, movieron cielo y tierra:
se reunieron con la Sociedad de Escritores (Sech), con el rector de la
Universidad de Chile y con el ministro de Educación, Bernardo Leighton, quien les prestó apoyo. Seis
años después del Nobel, Lucila Godoy Alcaya -su verdadero nombrerecibía el Nacional de Literatura.
Tiros por la culata
En ocasiones, las movidas con el
jurado se convierten en tiros por la
culata. Le pasó a Carlos Droguett en
1969. El escritor de Patas de perro
le propuso a la Sech que nombraran
jurado al sacerdote Alfonso Escudero, crítico y amigo suyo. Pero la
Sech lo encontró muy mayor y en su
Los olvidados del premio
Vicente Huidobro. El fundador del
creacionismo murió sin premio en
1948; fue desplazado por autores
apoyados por Neruda.
María Luisa Bombal. Fue la
favorita en los años 70, pero perdió
antes autores irrelevantes pero
favorables al régimen militar.
Enrique Lihn. El poeta de La pieza
oscura, uno de los más influyentes de
la poesía chilena contemporánea,
murió sin reconocimiento en 1988.
lugar designó a Ignacio Valente, crítico de El Mercurio y gran difusor de
Nicanor Parra, a quien Droguett
consideraba “la decadencia de la
poesía”.
No era el único antiparriano: Gonzalo Rojas también había dedicado
versos injuriosos al antipoeta: “Antiparreando, remolineando/ que
Kafka sí, que Kafka no/ buena cosa,
roba-robando/ se va Cervantes y
entro yo”. Con todo, Nicanor fue el
premiado de esa versión.
“A este premio hay que cambiarle el nombre. Habría que llamarlo
Propina Nacional de Literatura”,
dijo el ganador, en medio de la fiesta de celebración en La Reina, rodeado de “melenudos y lolitas”.
En los 70 el premio resentirá las
tensiones políticas del país. Así, en
1972 debaten tres jurados DC y dos
comunistas. Los DC, relataría José
Miguel Varas, presente aquella vez,
querían evitar que se reconociera a
un autor de izquierda, como Alberto Romero y Daniel Belmar. En su
lugar levantaron la candidatura de
un autor mayor, católico y bonachón: Edgardo Garrido Merino. Ya
jubilado de la literatura pero muy
agradecido, Garrido Merino pensó
que le debía el premio al gobierno
de Allende y salió con un discurso
en favor de la UP.
Le “pega” a la literatura
Después del 11 de septiembre de
1973, la política se volvió un factor
aún más gravitante. Así fue como en
1974 se premio a Sady Zañartu, autor del Himno del Regimiento Buin,
quien “necesita ser traducido al castellano” según escribió Ignacio Valente; Arturo Aldunate Phillips en
1976, quien tuvo la elegancia de regalarle sus libros a Augusto Pinochet días antes de la elección, y en
1978 al lingüista Rodolfo Oroz. “El
próximo seguramente será entregado a Martín Vargas. Porque el doctor Oroz, como Vargas, ‘le pega’ a la
literatura”, dijo Arteche.
La gran desplazada resultó María
Luisa Bombal. Pese al apoyo de críticos y escritores, incluso Borges
envió una carta en su favor, la autora de El árbol murió sin premio en
1980. Enrique Campos Menéndez,
asesor cultural de la Junta, diría
que “ya pasó la hora” de premiarla.
Seis años después, designado embajador en España, Campos Menéndez lograría el galardón, desplazando a José Donoso, el favorito de los escritores. “El clima general
de la literatura chilena es de izquierda. ¿A quién iba a elegir el gobierno?”, se justificaría Campos Menéndez años después. “Creo tener el
mérito de haber escrito muchos libros y todos son muy positivos. Soy
un buen tipo”, agregó.
El cambio de estrategia lo comprendió bien Braulio Arenas: el poeta surrealista pasó de partidario de
Allende a defensor de la dictadura.
Y celebró el golpe que puso fin al
“reinado de la Jap/ con largas colas
por doquier,/ banderas rojas por
doquier”. Logró su premio en 1984.
Con el regreso de la democracia,
las polémicas continuaron: las premiaciones de Volodia Teitelboim,
Raúl Zurita e Isabel Allende provocaron incendios verbales. Tanto,
que la autora de Paula llegó a decir
que “ni loca” postulaba de nuevo al
Premio Nacional.b
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