Francia: de nuevo el horror islamista Por Eduardo Mackenzie 17 de julio de 2016 Esta vez no hubo un solo día de unidad nacional. Horas después del bestial atentado de Niza, que segó la vida a 84 personas inocentes (10 niños incluidos) y dejó 202 heridos (16 entre la vida y la muerte al momento de redactar esta nota), la oposición acusó al presidente socialista François Hollande, y a su primer ministro Manuel Valls, de haber cometido los graves errores en materia de seguridad pública que desembocaron en esta nueva tragedia. Ocho horas antes del atentado, ignorando lo que un fanático islamista estaba preparando en secreto, François Hollande se había mostrado optimista durante una conferencia de prensa. La jornada del 14 de julio, que conmemora la revolución francesa, transcurría bien. El imponente desfile militar en los Campos Elíseos había sido, como siempre, un éxito. Hollande anunció a los periodistas que estaba dispuesto a poner fin, el 26 de julio próximo, al estado de emergencia que había decretado tras los atroces atentados en París de 2015. El jefe de Estado estimaba quizás que la amenaza terrorista estaba más o menos bajo control pues los desfiles de los días y semanas anteriores y, sobre todo, las concentraciones festivas de fanáticos del futbol (en las fan zones), en varias ciudades, durante el campeonato europeo, no habían sido atacadas gracias a los dispositivos de seguridad desplegados, y solo había que lamentar las destrucciones y violencias antipoliciales y “anticapitalistas” durante las manifestaciones de la central sindical comunista CGT, contra un proyecto de ley laboral. Tal confianza había hecho que, además, el gobierno suspendiera discretamente, desde mayo pasado, las detenciones administrativas y los allanamientos de viviendas y vehículos de los individuos señalados por las autoridades como sospechosos de radicalización islamista. También Hollande advirtió que iba a reducir de 10 000 a 7 000 el número de soldados de la Operación Centinela que patrullan en las ciudades. Basado en la errada caracterización de la amenaza, ese optimismo beato se derrumbó a las 10 y 28 minutos de la noche del 14 de julio, cuando sobrevino lo que muchos temían: un nuevo atentado islamista de masas. Un tunecino de 31 años que vivía en Niza, Mohamed Lahouaiej Boulhlel, que había pasado desapercibido por los servicios secretos, lanzó bestialmente un camión de 18 toneladas contra la multitud que caminaba tranquilamente por el Paseo de los Ingleses, la mayor avenida de la ciudad, paralela a la playa, al final de un espectáculo de fuegos artificiales. En pocos segundos, Niza pasó de un momento de fiesta popular republicana a una pesadilla de crueldad inaudita. El camión terminó su carrera asesina de dos kilómetros cuando tres policías lograron abatir a tiros al “soldado del Estado Islámico”, como esa entidad lo definió al reivindicar esa matanza al día siguiente. Así, Francia fue barrida de nuevo por una ola de dolor, indignación y furia, como había acaecido tras los atentados islamistas de enero y noviembre de 2015. Inmediatamente, el presidente Hollande decretó tres días de duelo nacional, prolongó el estado de urgencia, llamó a las reservas y dijo que reforzaría la intervención francesa en Siria e Irak. Pero muchos consideraron que ese plan era la repetición de lo anunciado en noviembre y no respondía a las fallas de seguridad interna reveladas por el ataque en Niza. ¿Cómo ese camión pudo llegar hasta ese lugar y embestir a la gente sin ser detenido al comienzo? Muchos testigos interrogados por reporteros de televisión afirman que había poca vigilancia policial y que los obstáculos para el paso de vehículos eran insuficientes. Bernard Cazeneuve, el ministro del Interior, adujo con gran frialdad que esa avenida sí estaba protegida pues había “64 policías nacionales, 42 policías municipales y 20 militares”. Falso, replicó Christian Estrosi, ex alcalde de la ciudad, y presidente de la región Paca, quien emplazó a ese ministro por no desprotegido ese lugar. La víspera del ataque, Estrosi, un dirigente de Los Republicanos, partido que preside el ex presidente Nicolas Sarkozy, había enviado una carta al presidente Hollande para pedirle que trazara un “gran plan de urgencia para mejorar las condiciones de trabajo de los policías y darles medios para actuar”. Le había exigido dejar a un lado “el tiempo de los homenajes” y pasar al “tiempo de la acción”. En su carta, Estrosi precisó: “Debemos suprimir los frenos dogmáticos e ideológicos que obstaculizan la utilización de nuevos medios tecnológicos” en la lucha antiterrorista, como los equipos de reconocimiento facial. Subrayó entre otras cosas que la policía municipal sigue trabajando sin armas y sin poder consultar los ficheros informáticos de la policía nacional. Denunció, además, el “clima de odio” que existe en ciertos sectores contra las fuerzas del orden, lo que había llegado a su paroxismo el 13 de junio pasado cuando un islamista penetró al hogar de una pareja de policías, en Magnanville, y los asesinó ante su bebé, antes de ser abatido por la fuerza pública. Ante la amplitud de la catástrofe de Niza, Manuel Valls adoptó un aire marcial. Dijo que el país está en guerra y que tendrá que aguantar pues habrá nuevos atentados durante un largo periodo, lo que fue interpretado por algunos como la posición fatalista que alguien que es incapaz de proponer soluciones efectivas a corto plazo. Su frase ulterior “no acepto críticas”, aumentó las tensiones con la oposición a la cual él había acusado de lanzar “vanas polémicas” y querer “dividir a la opinión”. “Si este gobierno no acepta la crítica es porque está agotado”, replicó el diputado Georges Fenech, del partido gaullista. “Los franceses no quieren ver más inocentes y familias masacradas. Sienten que los poderes públicos ni logran protegerlos, ni poner fuera de combate a los terroristas”, concluyó. Fenech había presidido, con el diputado socialista Sébastien Pietrasanta, la comisión parlamentaria que investigó lo que había ocurrido en materia de terrorismo desde enero de 2015. “Durante nuestras audiencias, los jefes de los servicios secretos reconocieron que habían fracasado. Hay muchas fallas en la vigilancia de los terroristas. Es urgente cambiar de enfoque”, aseveró. Empero, ese informe y sus 40 propuestas fueron rechazados por el ejecutivo. Entre las reformas que pide esa comisión está la creación de una Agencia Nacional de Lucha contra el Terrorismo, con la fusión de los diversos servicios de inteligencia; nombrar un jefe del antiterrorismo; crear una base de datos central e inspirarse del trabajo antiterrorista de países como Israel y Estados Unidos. Un día después de haberlo recibido, el ministro Cazeneuve objetó todo eso diciendo que el dispositivo actual era el adecuado. “No podemos aceptar que el ministro que carga la más pesada responsabilidad por lo ocurrido en 2015 venga a decirnos ‘todo lo que ustedes hacen no me interesa’. Con su actitud ante nuestra comisión él pone en duda el papel del control parlamentario sobre el ejecutivo”, repuso Fenech. Días antes del ataque en Niza, esa comisión había enfurecido al gobierno pues reveló que el 13 de noviembre pasado, ante el ataque del Bataclan, donde 130 personas fueron masacradas, los militares de la Operación Centinela que llegaron al lugar no intervinieron pues, dijeron, no tenían permiso para disparar. Los policías les pidieron entonces que prestaran los fusiles Famas para liquidar a los atacantes, pero no lo lograron. No se sabe cuántas vidas se perdieron en ese lugar por semejante absurdo. Esa comisión también reveló que tres kamikazes que estaban en el segundo piso del Bataclan, torturaron y emascularon a varios rehenes antes de asesinarlos. El informe transcribe la declaración de un miembro de la brigada anti criminal que los combatió en ese lugar. Dice él que algunos cuerpos de víctimas no fueron presentados a sus familiares pues habían sido decapitados, degollados, eviscerados. Dijo que los ojos de otras víctimas habían sido arrancados, que los asaltantes, antes de ser abatidos o de hacerse explotar, mimaron actos sexuales sobre mujeres y les dieron cuchilladas en sus genitales. Y que filmaron todo. No se sabe quien intentó minimizar tales actos de barbarie dentro del ataque terrorista. Lo cierto es que esos hechos fueron ocultados al público. La bronca por la negligencia de Hollande se extiende dentro de la misma izquierda. Malek Boutik, diputado socialista, declaró que había que adoptar una “nueva política de defensa” que implique más a la ciudadanía. Subrayó que la detección prematura de los ideólogos del islamismo, del antisemitismo, del odio anti Francia, la detección de los agitadores y verdugos islamistas, es una obligación. “Francia está en guerra pero no utilizamos las armas de la guerra”, resumió por su parte Eric Ciotti, otro diputado del partido de Sarkozy. Insistió en lo que otros analistas dicen: que ante la amenaza durable “debemos cambiar el marco, la filosofía, la política y la dimensión del combate contra el terrorismo”. Criticó el hecho de que en defensa, justicia y seguridad sólo se emplea un 3% de los recursos públicos y pidió la creación de centros de retención para los individuos señalados como yihadistas. Visiblemente emocionado y con una cólera apenas contenida, el ex presidente Sarkozy, posible candidato presidencial de su formación, lanzó, al salir de una misa en la catedral de Niza en memoria de las víctimas: “No vamos a llorar cada seis meses por las víctimas. No es posible. En algún momento, que llegará muy pronto, vamos a tener que decir las cosas, no para decirlas sino para hacerlas”. Al día siguiente, ante un plató de televisión, Sarkozy insistió en la tremenda responsabilidad de Hollande y Valls en lo que está pasando. Dijo que desde el atentado contra Charlie Hebdo, en enero de 2015, siete atentados han ensangrentado al país y 250 personas han sido asesinadas. “No hicieron lo que debían hacer”, estimó. Y fustigó el intento de Hollande y Valls por impedir la discusión sobre lo que ésta fallando. “¿Es eso la democracia? ¿La clausura total del debate?”. Recordó que desde hace 18 meses el gobierno no ha abierto un solo centro de retención de yihadistas y que su partido había exigido, sin ser escuchado, que sea cerrada toda mezquita salafista y que sea expulsado de Francia a todo imán que predique el odio. “La guerra contra el terrorismo islámico es total: Serán ellos o nosotros”. En las semanas que vienen habrá, pues, una intensificación del debate político, mediático y parlamentario, entre la derecha y la izquierda, sobre las deficiencias del gobierno en estas materias y sobre qué políticas se debe adoptar Francia rápidamente para quebrar la dinámica de las redes islamistas y cómo avanzar en la batalla terrestre en Siria e Irak contra las posiciones del llamado Estado Islámico. Un debate necesario que tendrá forzosamente como horizonte la campaña presidencial de 2018. ¿Hollande escuchará? ¿La desgastada ideología socialista cederá ante la razón gaullista-liberal-conservadora?