Textos sobre la exposición

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de Porfirio Díaz A VICENTE FOX
PROPAGANDA ELECTORAL EN MÉXICO DURANTE EL SIGLO XX
Durante el Siglo XX los mexicanos fuimos convocados a elegir presidente de la República en
veintiún ocasiones. En estos procesos electorales, los candidatos llamaron a votar por ellos
dando a conocer sus plataformas políticas, programas y propuestas a través de diversos medios
y una multitud de objetos propaganísticos, cuya variedad es asombrosa. Esta muestra, que
presenta el MODO como parte de su acervo, da cuenta de ello.
En esta exposición, el MODO incluye una amplia y variada selección de más de dos mil objetos
de campaña, que dan cuenta de un siglo de ofertas políticas y de la amplitud y variedad de los
mecanismos de comunicación a los que recurrieron los candidatos y los partidos políticos para
convocar a los mexicanos a las urnas.
La parafernalia que aquí se exhibe nos invita a un viaje muy especial por nuestro pasado ciudadano. Como en todos los objetos que han sobrevivido a la función inmediata para la que fueron
diseñados, su momento quedó indisolublemente impreso en ellos y aquí podemos evocarlo.
Son huellas del pretérito en las que está inscrita nuestra historia política y los caminos que ha
tomado la democracia en nuestro país, pero también parte de las historias de la comunicación
política y el diseño mexicanos durante el siglo pasado.
Juan Manuel Aurrecoechea
Del ocaso de Porfirio Díaz
al sufragio efectivo (1900–1911)
Durante muchos años el régimen instaurado por Porfirio Díaz en 1876 proveyó orden al país.
La reelección a la presidencia, adoptada en 1888, estabilizó el sistema político por un tiempo.
Sin embargo, para finales de siglo México se había transformado: la población, la industria y las
ciudades crecieron. Habían surgido nuevos y pujantes sectores sociales: burócratas, profesionistas, pequeños y medianos comerciantes y prósperos agricultores. Sin embargo, los intereses
de esos grupos no encontraban acomodo en la estructura de poder, que estaba pensada para
una sociedad casi exclusivamente rural y tradicional.
En los primeros años del siglo se dieron fuertes tensiones sociales. Si bien las pugnas no se
manifestaron abiertamente en las elecciones, los procesos electorales fueron motivo de algunos
enfrentamientos. El problema de la sucesión era serio: el sistema parecía atrapado en las redes
de la reelección indefinida. En 1900 se consideró, por primera vez seriamente, un acuerdo político para el reemplazo presidencial. Aunque Díaz se presentó por quinta ocasión a la reelección,
tras bambalinas habían tenido lugar arduas negociaciones para encontrar a un sucesor entre dos
bandos porfiristas: el grupo de “los científicos” y los partidarios del general Bernardo Reyes. El
pacto informal fracasó y Díaz se presentó una vez más como candidato. Sólo enfrentó la oposición
simbólica de un pintoresco personaje: el abogado Nicolás Zúñiga y Miranda.
En 1904 las pugnas por la sucesión se intensificaron, al grado de que se urdió la solución de
crear una vicepresidencia capaz de reemplazar con cierto grado de legitimidad al caudillo. El
candidato a vicepresidente, Ramón Corral, fue designado apenas unos días antes de la elección
primaria. Díaz fue electo por unanimidad.
En la última reelección de Díaz el sistema no soportó más. Francisco I. Madero se puso al
frente de un pujante movimiento antireeleccionista que contendió en las elecciones de 1910
con el lema “Sufragio efectivo. No reelección”, irónicamente, el mismo que Díaz había utilizado
en una rebelión contra Juárez. Porfirio Díaz ordenó apresar al candidato Madero y lo mantuvo
en la cárcel hasta que se celebraron los comicios que le dieron el triunfo una vez más. Sin embargo, este dudoso triunfo desató un movimiento armado de insospechadas consecuencias: la
Revolución Mexicana. Díaz tuvo que renunciar a la presidencia y dejó el país. Se celebraron
nuevas elecciones al año siguiente y el popular Madero venció a sus adversarios en los comicios.
José Antonio Aguilar
La Revolución y las urnas
(1917–1934)
En 1910 se hizo evidente que no era posible llegar al poder a través de las elecciones. Durante
mucho tiempo la negociación, las alianzas políticas, o de plano la fuerza bruta, fueron los factores clave para determinar quién gobernaría a México. El presidente Madero fue derrocado
y asesinado en febrero de 1913. El país entero se volcó a la revolución y no se volvieron a
celebrar elecciones hasta la derrota del usurpador Huerta.
En 1917 el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, llegó a la contienda presidencial sin rival. Pero si bien la victoria electoral fue sencilla, muy pronto enfrentó el
problema de la sucesión. En junio de 1919 el general Álvaro Obregón anunció su candidatura
a la presidencia para las elecciones de 1920 y atrajo muchas adhesiones, pero Carranza no
aceptó ceder el poder. El conflicto produjo un enfrentamiento armado que terminó con la vida
del Presidente en mayo de 192 Obregón ganó las elecciones en septiembre.
Unos años más tarde, el militar sonorense se encontró en el mismo predicamento que su antecesor. Por lo menos ocho figuras deseaban sucederlo. A resultas de la competencia se produjo
otra rebelión, esta vez encabezada por el también sonorense y aspirante a la Presidencia Adolfo
de la Huerta. Derrotados los rebeldes, el candidato de Obregón, Plutarco Elías Calles, continuó
con su campaña. Sólo quedó un opositor, el general Ángel Flores.
En julio de 1924 Calles ganó la presidencia. Pronto Obregón quiso volver a ocupar la silla presidencial. Para lograrlo se reformó la Constitución. Tuvo éxito en su empeño y fue reelecto en
julio de 1928, pero antes de tomar posesión fue asesinado. A resultas del magnicidio, en 1929
Calles decidió formar un partido para institucionalizar la competencia por el poder: el Partido
Nacional Revolucionario. El PNR lanzó la candidatura de Pascual Ortiz Rubio, a quien se enfrentó el intelectual y revolucionario José Vasconcelos. En las elecciones de noviembre hubo
violencia contra los vasconcelistas, que acusaron a la maquinaria oficial de cometer un gran
fraude. Sin embargo, la gestión de Ortiz Rubio duró sólo dos años y medio. El conflicto con el
Jefe Máximo de la Revolución —Calles— lo llevó a dimitir. Abelardo Rodríguez lo sustituyó por
el resto de su mandato. El siguiente candidato, que sería ungido por el PNR y su caudillo fue
el general Lázaro Cárdenas. De manera inesperada, Cárdenas lanzó una maratónica campaña por los lugares más recónditos del país. Una vez electo, dio una sorpresa cuando decidió
sacudirse el yugo de Calles y mandarlo al exilio.
José Antonio Aguilar
Los años del partido hegemónico
(1940–1982)
Durante muchos años la sucesión presidencial fue la prueba de fuego del sistema político mexicano. El partido creado para resolver de manera pacífica la competencia por el poder entre los
miembros de la familia revolucionaria no siempre tuvo éxito. Tal fue el caso de las elecciones
de 1940. El general Juan Andréu Almazán desafió al candidato del Partido de la Revolución
Mexicana, Manuel Ávila Camacho. Almazán tuvo el apoyo de las clases medias y prometía
poner fin a la agitación social e ideológica del cardenismo. El día de las elecciones ocurrieron
violentos enfrentamientos. Hubo muertos y heridos. Se pusieron en práctica métodos de manipulación electoral que se volverían usuales en las siguientes décadas. Seis años después sólo
el secretario de Relaciones Exteriores, Ezequiel Padilla, se insubordinó y lanzó su candidatura
por fuera del PRM para contender contra el candidato oficial Miguel Alemán. Una vez más hubo
disturbios, pero no en la proporción de 1940.
No fue sino hasta la creación del PRI, en 1946, que los balazos durante las elecciones empezaron
a disminuir. La causa fue el desarrollo de métodos menos violentos de control de los comicios.
En 1952 se enfrentaron al candidato del PRI, Adolfo Ruiz Cortines, el general Miguel Henríquez
Guzmán, por la Federación de Partidos del Pueblo de México, Efraín González Luna, por el PAN,
y Vicente Lombardo Toledano, por el Partido Popular. Las irregularidades electorales de 1946
se repitieron en 1952, y el día de las elecciones manifestantes henriquistas fueron reprimidos
por la policía montada en el Hemiciclo a Juárez.
El sistema posrevolucionario llegó a su cenit en el gobierno de Ruiz Cortines. Cuando el presidente “destapó” a su sucesor, Adolfo López Mateos, todos los miembros de la familia revolucionaria se disciplinaron. Sólo se presentó, como candidato de la oposición el panista Luis H.
Álvarez, quien recibió amenazas de muerte.
La maquinaria electoral se había perfeccionado. En las elecciones de 1964 y 1970 sólo los
candidatos del PAN se enfrentaron a los del PRI, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, respectivamente. En 1976 el candidato oficial, José López Portillo, fue solo a las elecciones. Seis
años después, en medio de una crisis económica, la oposición volvió a postular candidatos a la
presidencia. Pablo Emilio Madero (PAN), Arnoldo Martínez Verdugo (PSUM), Ignacio González
Golláz (PDM), Rosario Ibarra de Piedra (PRT), Cándido Diáz Cerecedo (PST) y Manuel Moreno
Sánchez (PSD) se enfrentaron a Miguel de la Madrid. Sin embargo, los tiempos de la competencia electoral aún no llegaban.
José Antonio Aguilar
el Pluralismo y la competencia
(1988–2000)
El camino a la democracia ha sido un proceso largo y complejo. En 1987 se produjo una escisión
en la familia revolucionaria. Un grupo dentro del PRI —encabezado por el hijo del presidente
Lázaro Cárdenas, Cuauhtémoc, y Porfirio Muñoz Ledo— se mostró inconforme con el rumbo
del país y formó un movimiento al que llamó Corriente Democrática. Ésta rompió con el PRI
cuando decidió postular a Carlos Salinas de Gortari como candidato a la presidencia. Desde
1952 no había ocurrido una escisión de consideración en el partido gobernante. Cárdenas fue
el candidato del Frente Democrático Nacional, una coalición de partidos opositores. La elección
de 1988 fue muy competida y sus resultados, que dieron por ganador al candidato del PRI,
fueron impugnados. Se adujo un fraude.
El resultado propició una gran movilización que condujo a la creación de un nuevo partido de
izquierda: el Partido de la Revolución Democrática. El propio presidente Salinas declaró el fin
de la era de un partido “casi único” y la oposición comenzó a conquistar posiciones en las legislaturas y gubernaturas de los estados del país.
Seis años después, otro candidato del PRI, Ernesto Zedillo, volvió a ganar la presidencia. Sin
embargo, la inequidad en las contiendas ya no era tolerable para los actores políticos. En
1996 se creó una autoridad electoral verdaderamente ciudadana e independiente: el Instituto
Federal Electoral. En 1997 el PRI perdió en las elecciones intermedias la mayoría absoluta en
el Congreso. La pluralidad y la competencia habían sentado sus reales en México. En 2000 el
PAN postuló a Vicente Fox y ganó las elecciones presidenciales. El gobierno y el PRI reconocieron el triunfo opositor, y con ello llegó la alternancia.
José Antonio Aguilar
El Tapado
Con la formación del Partido Nacional Revolucionario, PNR, el sistema político mexicano otorgó
al presidente el privilegio de nombrar al candidato de su partido para la siguiente elección, quien,
como todo mundo sabía, ocuparía el puesto una vez pasado el trámite electoral. Así se resolvió
la sucesión presidencial en México durante 65 años. Una de las reglas era que los aspirantes no
podían mostrar pública y francamente sus ambiciones políticas. Para representar a los inquietos
aspirantes que debían permanecer en la sombra hasta que el presidente tomara su decisión, el
afamado caricaturista mexicano, Abel Quezada, dio vida a un nuevo personaje de la política de
México: “El Tapado”. La creación de Quezada con su característica capucha blanca apareció
por primera vez el 2 de diciembre de 1956 en la portada de Revista de Revistas. Entre agosto
y noviembre de 1957 protagonizó la exitosa campaña publicitaria “El Tapado fuma Elegantes”,
y, a partir de entonces, fue el acompañante humorístico de cada sucesión presidencial hasta
que su creador lo sepultó en su caricatura del 30 de marzo de 1989 con lapidario epitafio: “Para
modernizar al sistema es preciso que muera El Tapado. Aquí muere y aquí queda enterrado.”
Juan Manuel Aurrecoechea
mural: lemas de campaña
No fue sino hasta la segunda mitad del siglo XX cuando los candidatos empezaron a utilizar un
lema, que llevaba aparejada una identificación gráfica, como firma distintiva que acompañaba
al candidato en sus actos de campaña, y que lo identificaba ante los votantes. Anteriormente,
los aspirantes recurrían a varias frases y consignas que podían cambiar de un discurso a otro.
Una excepción fue la de Francisco I. Madero, con el lema “Sufragio efectivo. No reelección”,
que es recordado hasta nuestros días.
José Antonio Aguilar
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