1 Línea Política Educativa Sublínea Marco Regulatorio y Horizonte Normativo ¿ De la equidad hacia la igualdad democrática en la educación nacional? Notas sobre el liberalismo social de John Rawls Documento de Trabajo Pablo Salvat B. 1 “La justicia y la igualdad son especies en extinción al interior de los ideales políticos actuales. Hace sólo unas décadas cualquier político que se proclamara liberal, de centro o de izquierda, respaldaba una sociedad verdaderamente igualitaria, al menos como meta utópica” (R.Dworkin) “La virtud distintiva de una teoría democrática de la educación es que sus principios y conclusiones son compatibles con nuestro compromiso en compartir los derechos y las obligaciones de la ciudadanía con gente que no comparte nuestra concepción completa de vida buena” (Amy Gutmann) 1 El autor es Dr. en Filosofía (U. de Lovaina). Se desempeña como director del Magíster en Ética social y Desarrollo humano (Esode), y profesor en el Departamento de Ciencia Política y RRII, U. Alberto Hurtado. 2 Presentación En este documento de trabajo nos abocamos, como reza su título, a una revisión de los principales argumentos del liberalismo igualitario en su exponente principal, John Rawls, y a revisar algunas de sus implicancias y eventuales consecuencias para las bases fundacionales de una educación en perspectiva igualitaria y democrática. Su origen reside en la sublínea de “Marco regulatorio y horizonte normativo”, del componente de política educativa del CEPPE. El punto de partida de este trabajo es contribuir a la actual revisión en curso del sistema educativo que es posible observar en el espacio público, y por distintos actores. En particular, desde una mirada que pone su centro en las orientaciones valórico-normativas que lo deben guiar si quiere responder a las actuales demandas por una sociedad justa y democrática. Uno de los aspectos presentes en la demanda de repensar la educación en el país –como se puso de manifiesto desde la “revolución pingüina” al menos-ha sido enfatizar que no hay que ocuparse solamente de los aspectos organizativos, estratégicos o financieros del sistema, sino también, de aquellos que dicen relación con los supuestos desde los cuales se diseñan las políticas y se toman decisiones respecto a la educación. Ese reclamo era, también, uno por abrir el espacio de debate más allá de los expertos y las elites, hacia la propia sociedad civil. Este movimiento de opinión puso sobre la mesa las asimetrías que estarían afectando nuestro sistema educativo: de calidad, de inequidad, de segregación social. Esos reclamos podrían traducirse en dos temáticas mayores: por una parte, se anhela una educación más justa e igualitaria y, al mismo tiempo, una educación que sea más democrática y participativa. Es decir, recuperar una redefinición societaria y deliberativa de criterios normativos a colocar como sustento de políticas educativas concretas y nacionales y, al mismo tiempo, proveer las formas, recursos y medios para que ellas lleguen al conjunto de la sociedad. Lo cual apunta a señalar que la discusión educacional chilena ha estado más centrada en problemas de “políticas” (elementos técnico-pragmáticos), que en el debate en torno a una definición más amplia que explicite algunas macro-orientaciones (horizonte normativo), desde las cuales se muestre la vinculación entre sistema educativo, su funcionamiento y la orientación formativa que encauza y el tipo de sociedad y convivencia que queremos para Chile. Hoy, al parecer, existen las condiciones y la necesidad de replantearse la pregunta por los grandes propósitos de la educación chilena. Por una parte, en los últimos años se percibe una reiteración de la pregunta por la sociedad que estamos gestando, en particular, a partir de la constatación de la persistente desigualdad social, económica y cultural que afecta a nuestra sociedad. Por la otra, la discusión nacional que se abre –como hemos señalado - a partir de las movilizaciones estudiantiles de 2006, tuvieron su centro en un reclamo por la profunda desigualdad de tratamiento y de resultados que afecta a la educación y en fuertes críticas hacia su ordenamiento excesivamente mercantil. Con enunciar estos desiderata –como resulta obvio-, no se encuentra una respuesta inmediata. Las respuestas que puedan darse – en el plano ético-normativo-, están ligadas a diversos paradigmas ético-sociales y filosófico-políticos, que compiten entre sí, reflejando distintas orientaciones y criterios fundamentadores plausibles para el accionar personal e institucional. En lo que a nosotros respecta, nos compete iniciar 3 un examen de algunas concepciones normativas relevantes respecto a la definición de una sociedad como justa, igualitaria u orientada hacia el bien común. Como lo hemos señalado, en particular en el punto tercero de este documento, no hay posiciones uniformes ni acuerdos unánimes. Para nuestro primer documento de trabajo hemos escogido presentar la posición del liberalismo igualitario y su teoría de la justicia, en su principal exponente, John Rawls. Entre otras razones, porque a partir de la publicación de su texto mayor (Teoría de la Justicia, 1971), ha abierto un flanco de gran riqueza en la discusión de asuntos relacionados con igualdad, democracia, equidad, ciudadanía, rol del Estado, etc. El objetivo no es realizar aquí una exposición acabada sobre el conjunto de la obra de Rawls, sino exponer sus principios de justicia, su forma de argumentar las desigualdades inevitables y las consecuencias que ello trae para una idea de igualdad democrática en general, y educativa en particular. Para hacerlo, hemos procedido según la divisa hegeliana que reza : Der Weg die Wahrheit ist Umweg (el camino de la verdad es el rodeo). No se llega de un solo pistoletazo a captar la verdad o veracidad de un asunto, un tema o una teoría. Por lo mismo, enmarcamos la presentación de los principios rawlsianos con el contexto que motiva la pregunta por criterios valórico-normativos en función de una sociedad más justa. Este aspecto ocupa de manera sintética los dos primeros puntos del documento. De Rawls nos ocupamos en el punto tercero y cuarto, haciendo énfasis – primero- en la incidencia e importancia de su trabajo para una reflexión políticonormativa, y en la forma en que aborda los desafíos contemporáneos de nombrar la justicia o el bien en una época escéptica y cientificista. El punto cuatro está dividido en dos partes, la primera una presentación más directa de sus principios de justicia y su justificación; y, una segunda, donde ensayamos algunas articulaciones entre su ideario de igualdad democrática, el principio de justa igualdad de oportunidades, y en particular, la incidencia que puede tener el principio de diferencia, como ordenador último de las posibilidades y justificación de la desigualdad. Al mismo tiempo, tanto en el punto tercero como en el cuarto, intentamos un contraste con la idea recibida de igualdad de oportunidades (basada en la meritocracia o en la competencia), y sus limitaciones a la hora de pensar las bases de una sociedad más igualitaria y participativa, y su eventual efecto en el diseño de un sistema educativo. Por último, esbozamos unas conclusiones abiertas a la interpretación y recepción diversa que pueden tener esos argumentos, tanto en los aspectos teóricos, como en aquellos más práctico-institucionales ordenados en función de la reflexión sobre el horizonte normativo de la política educacional chilena que hemos abordado en el marco del Ceppe. Queda abierto a la crítica constructiva y a las correcciones que –de seguro-, necesitará para reflejar de mejor manera su propio objetivo2. 2 En la confección de este documento ha sido muy importante la asistencia prestada por nuestro ayudante de investigación, R. Von Breymann, así como también el apoyo crítico de nuestros colegas J.E.García-Huidobro, Javier Corvalán, y Marcela Román. 4 1: Del contexto de la reflexión o búsqueda 1.1. Como es sabido, durante los últimos años se ha venido emplazando lentamente una discusión sobre la educación nacional que se amplía cada vez más. No se trata ya solamente de ver los indicadores, la ampliación de acceso a la educación en sus distintos niveles; o el tema del profesorado y sus exigencias, o las demandas por una mejor gestión. Todos estos temas y otros más -qué duda cabe-, son muy importantes y tienen que ser abordados. Pero por primera vez se comienza abrir y esbozar una discusión que hace referencia a la crisis de legitimidad del sistema educativo en su conjunto (básica, media, profesional, universitaria). Y, cuando se habla de de crisis de legitimidad estamos hablando de sus presupuestos orientadores, de su dirección u horizonte normativo en sentido amplio. Esto refleja una interrogación en torno al sentido y significado, a los valores y directrices normativas que desde la sociedad y sus actores -de manera implícita o explícita-, se le confiere al proceso educativo, a sus condiciones de posibilidad, prioridades y resultados. Orientaciones y directrices débilmente presentes en el debate público. La así llamada “revolución pingüina” - así como la discusión sobre la LGE- y las reacciones de apoyo o interrogación desde diversos sectores de la sociedad, mostró cierta criticidad y malestar con la marcha del sistema educativo. Pero, quizá no sólo eso. Mostró que había otros actores, además de los expertos y técnicos en el tema educativo de dentro y fuera del ministerio, que querían aportar con su experiencia y palabra su modo de comprender el proceso educativo y las prioridades en él establecidas. Esos acontecimientos dieron un espacio de debate en que el poder comunicativo pudo ejercerse desde la misma sociedad respecto a un tema crucial para la vida del país, como es el tipo, carácter y sentido de la educación que se quiere. Introduciendo de paso la necesidad de abrir las compuertas de la conversación educacional no sólo a un diálogo interdisciplinario más abierto y amplio, sino también, hacia la experiencia de la propia gente respecto al rediseño eventual del sistema educacional. El problema entonces ya no era únicamente cómo gestionar y/o delegar mejor los recursos existentes desde el poder central público, sea hacia el sistema municipal, subvencionado o en el minoritario sector privado. El problema diagnosticado era que -al parecer- habíamos perdido el rumbo en torno al sentido y significado compartible de una educación nacional que fuese justa, inclusiva y formativa para todos. O, de otra forma, que se hacía necesario replantear una discusión amplia – con los expertos, pero no sólo con ellos-, sobre las orientaciones normativas que debían presidir su desarrollo, y a las cuales tendrían que supeditarse el uso de los recursos, su ordenamiento institucionalizado, y el quehacer formativo de las nuevas generaciones. 1. 2: Quedó entonces posicionado en el debate público la necesidad de alcanzar una educación pública garantizable para todos, vista ahora como un derecho para los ciudadanos, y al mismo tiempo, como un deber para el Estado y los gobiernos. Al visibilizarse de esta manera, quedó más o menos en evidencia que el Estado y el gobierno no debían ocuparse solamente con las presiones de los distintos grupos de poder e influencia, sino también recuperar su rol de mediador y traductor de intereses generalizables, también en este ámbito. Se puso en discusión entonces el sobredimensionado rol del dinero, el mercado y las libertades de decisión individuales 5 en el campo de la educación nacional. Esas interrogantes, claro está, no afectan solamente el espacio educacional. Son, al mismo tiempo, un cuestionamiento al tipo de sociedad que hemos ido levantando en los años pasados, y cómo allí tiene –o no tienelugar una auténtica comunidad política, y no meramente una sumatoria de individuos que se mueven a sí mismos motivados por sus preferencias racionalizables mediante un cálculo de medios. Por la puerta entreabierta en esas manifestaciones se permitía ingresar al ruedo público las expresiones y necesidades de la “gente”, y, al mismo tiempo, puntos de vista y visiones basados en cuestionamientos más crítico-reflexivos. Los cuales apuntan no sólo a interrogar la marcha efectiva de las instituciones, sino también, a preguntarse por sus opciones de base últimas, a ponerlas sobre la mesa. Lo que lleva, de un modo u otro, a la necesidad de reponer el intercambio entre expertos, actores y teoría (o filosofías de base). 1.3: Por otro lado, esos elementos (dinero, mercado, libertad individual, productividad), insuficientemente controlados o enmarcados, o, puestos como ejes directrices del diseño educativo general, terminan produciendo los efectos que tenemos ahora: una educación en general de baja calidad; con prestaciones diferentes, según la adscripción socioeconómica de los estudiantes; y al mismo tiempo, muy limitada para informar y formar en una adecuada ciudadanía activa y comunicativa acorde a las necesidades del país y del espíritu del siglo que empezamos a vivir. Las expresiones “pingüinas”, y aquellas que las han seguido, ponen entonces en el centro de su debate – aunque no lo digan así- la pregunta por el horizonte normativo de la educación que queremos: ¿desigual o más igualitaria? ¿Discriminatoria o igual para todos? ¿De sostén público generalizado, o basada en las capacidades empresariales de sujetos? ¿Orientada según lo que decida cada familia o según ciertas variables o directrices asumidas como comunidad política en cuanto deseabilidad de resultados? Claro, la pregunta por ese horizonte en la educación no puede ser fácilmente aislable del contexto societal desde donde se formula y donde la educación funciona. Preguntarse por el sistema de educación que queremos, implica el ejercicio de una demanda reflexiva por el enmarque en el cual la situamos. Es decir, reponer la pregunta por qué tipo de sociedad queremos. No es este el lugar para abocarse a esta pregunta mayor, pero sí puede decirse que quizá podemos auscultar en todos estos movimientos de disconformidad con la marcha de la educación, y la discusión pública no zanjada sobre la LGE, por ejemplo, la búsqueda de una más autentica comunidad política. Es decir, pasar de la mera coexistencia a una más real convivencia, en la cual quepan todos. Pero, qué podamos entender por una convivencia más auténtica (en la cual quepan todos). Ella supone – como a veces se dice-, una comunión o acuerdo en una idea de sociedad justa, es decir, una reflexión y un debate participado que nos pueda ayudar a discernir la naturaleza de las desigualdades, la dinámica de su crecimiento, los caminos para su mitigación. Dicho de otra forma, una convivencia democrática no puede sustentarse sobre desigualdades e injusticias injustificables. Una sociedad así conformada, no expresaría ni convivencia ni “democraticidad”. Por lo tanto, esta es una demanda que está al centro de una necesaria reforma de la educación que pide reponer una discusión abierta sobre su horizonte de justificación ligado a fines, valores y normas. Sin embargo, como resulta previsible, este es sólo el comienzo. Estar de acuerdo en que para tener una auténtica comunidad política en la cual quepan todos, es preciso contar con una idea compartida de justicia o de sociedad justa, es sólo el punto de arranque para redefinir el 6 enmarque de lo que pueda entenderse por educación nacional y por los medios y fines a disponer en las políticas educativas desde el espacio público. 2: ¿Por qué resulta pertinente indagar por otro horizonte normativo? 2.1 En continuidad con lo manifestado más arriba, distintas voces, expertas y no expertas3, han ido progresivamente avanzando hacia un diagnóstico sobre el estado actual de la educación chilena, y la necesidad de introducir allí cambios importantes. Por cierto, entre los distintos actores que hablan existen, a su vez, distintas miradas sobre el rol que debe y puede cumplir la educación en la actualidad nacional y en un mundo interrelacionado. Volvemos a encontrarnos con algunos elementos señalados más arriba y que dicen relación con la ubicación y el desde dónde se habla para afirmar uno u otro énfasis, lo cual, en buena medida, tiende a desmentir la incidencia de un discurso meramente “técnico” sobre el devenir del sistema de educación nacional. Esto nos pone frente a un asunto generalmente poco abordado o más bien soslayado en la discusión pública: la inevitable politicidad inmersa en el discurso educacional. Situación que debiera ser aun más clara cuando estamos hablando de sociedades en busca de mejorar su expresión y organización democrática. Separar, al parecer, educación y política democrática, no parece conducir demasiado lejos. Seguimos en este aspecto el punto de vista de Amy Gutmann, para la cual –en democracia- una de las tareas que tienen los propios ciudadanos, es la determinación de “cómo se educarán los ciudadanos futuros”. No sólo eso. Agrega también que el tema de la educación, y en particular de una educación democrática, es “un ideal a la vez político y educativo” 4 . Cuando hablamos de politicidad, no nos referimos meramente a posiciones partidarias, sino más bien a la necesidad de reconocer que el debate en torno a la educación –la que tenemos, la que podríamos tener-, incorpora y se realiza desde una visión de sociedad, del rol de sus instituciones, de cómo ellas deben conformarse y relacionarse entre sí, de la formación del sujeto-ciudadano en ella. Si ello es así, además esto hay que situarlo en sus contextos históricos, y ligado a posiciones no unánimes o coincidentes. El resultado final, es decir la política educacional que 3 Cfr. J.E.García-Huidobro y C.Bellei (2003), Desigualdad educativa en Chile, Documento de Trabajo, Escuela de Educación, Universidad Alberto Hurtado, 62pp. Sgto., Universidad Alberto Hurtado. También puede verse de J.E. García Huidobro, “Desafío de la educación chilena de cara al Bicentenario”; de J.J. Brunner, “Los debates de la república educacional: 1910 y 2010”, ambos en M. Figueroa y .M. Vicuña (coord.) El Chile del Bicentenario, Aportes para el debate, (2008) Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago. De C.Peña, “Igualdad educativa y sociedad democrática”, en Políticas educativas y Equidad, Reflexiones del Seminario Internacional (2004), vv.aa., J.E. García-Huidobro (ed.), UNICEFFundación Ford, UNESCO, Universidad A. Hurtado. De Brunner,J.J., y Peña,C., (coords) , La reforma al sistema escolar: aportes para el debate, (2007) Universidad Adolfo Ibañez,-UDP. También los documentos producidos sobre estas temáticas en el marco del Programa Interdisciplinario de investigaciones en Educación (PIIE). De Juan Cassasus La escuela y la (des)igualdad, (2003) Col. Escafandra, LOM, Santiago. Al respecto pueden consultarse también los puntos de vista del Colegio de Profesores, entre otros organismos que tienen a la educación como sector de desempeño y tema de trabajo. 4 Cfr. A. Gutmann La educación democrática. Una teoría política de la educación. (2001) Barcelona, Paidós, pp.16-17. 7 efectivamente se siga dependerá de varios factores, entre otros, de la fuerza ideal que logre tener y conseguir tanto en el espacio de las elites, como en la propia sociedad en general y en sus instituciones principales. Pero, como podrá sospecharse, será –la educación, como objeto temático y tematizable -, una quaestio disputatae permanente5. Siempre y cuando la entendamos como un espacio legitimo de controversias, que va más allá de la opinión de los entendidos o de las elites políticas. La herencia autoritaria que recibimos sigue pesando. 2.2 A partir de la “revolución pingüina”6 lo que se posibilitó fue justamente la irrupción de la sociedad en general, de los propios afectados en particular, en la escena pública. Se abrió un espacio para que otros participantes del sistema no sólo pudieran decir su palabra, sino que, además, fuesen escuchados. Los directamente afectados por las políticas seguidas estos últimos años, en primer lugar los propios alumnos, se hacían oír por primera vez. Al mismo tiempo, emergía la opinión del común de la gente, entre los cuales, había muchos padres y apoderados. El movimiento recibió una espontánea muestra de apoyo y comprensión. Un apoyo y comprensión que intuitivamente percibe los motivos por los cuales los estudiantes se rebelan contra la LOCE y las formas actualizadas de entender y desarrollar la política educacional. Aparecieron los motivos de “mercantilización excesiva”; poder del dinero; discriminación indebida; segmentación clasista, inequidad de recursos y resultados, problemas en la prestación de los profesores y en el trato hacia ellos, rol de lo público-privado, entre otros. Estaba en juego entonces la legitimidad del sistema educacional, de sus bases fundacionales, de sus orientaciones político-normativas. Todo ello, como es sabido, dio lugar a decisiones políticas que llevaron a formar una comisión con rango presidencial con el objeto de indagar los males detectables y aventurarse en el diseño de una nueva ley, esta vez, se dijo, tomando en cuenta la palabra de todos los afectados. Sin embargo- y no es este el lugar para indagar más en detalle este importante asunto- la nuestra es aun una democracia no sólo muy imperfecta en la distribución de bienes sociales básicos, sino también en su isonomía e isegoría, es decir, tanto en la forma que reparte poder e ingreso, como en su capacidad de garantizar un acceso equitativo al uso de la palabra pública. En esa misma dirección se preguntará acertadamente F. Atria: ¿“Cómo es que con todo lo que se ha discutido sobre el sistema educacional nunca se han puesto en cuestión las dos notas centrales que lo identifican como un sistema que necesariamente fomenta la transmisibilidad del privilegio, es decir, su operación conforme a criterios de mercado (sobre el mínimo), y el reconocimiento a los establecimientos del derecho a excluir”? 7 5 Ya en los albores de la reflexión filosófica encabezada por los griegos, la educación era un objeto de apasionados debates entre las distintas posiciones en juego. A veces olvidamos que estos debates eran apasionados porque la forma de entenderla no era vista como un asunto meramente técnico (qué aprender, cómo aprender, quiénes pueden aprender y quienes enseñar), sino centralmente como un desafío político-antropológico. Puede consultarse al respecto la República de Platón, por ejemplo. 6 J. Ortega/A. Gamboa, Iván Pincheira/ Mario Garcés/ Pablo Salvat Me gustan los estudiantes, (2006) LOM, Libros del Ciudadano, Stgo. 7 Cfr. F. Atria , Mercado y Ciudadanía en la Educación, (2007) Flandes Indiano, Santiago, p.112 (el subrayado es nuestro). Tengo dudas de que se haya dado un suficiente debate público e torno a estas cuestiones puestas por el profesor Atria –claro está, no solo por él- , y de que, por tanto, estén asumidas en el proyecto de nueva ley de educación. Su actual redacción da la impresión que perpetúa la ambigüedad: no se inclina de manera preferencial y clara por una educación nacional de responsabilidad pública, con rasgos de igualitaria y no discriminatoria. Véase por ejemplo, del proyecto de ley en curso, el acápite concerniente a Principios y Fines de la Educación. Salvo indicación en contrario, el conjunto de los subrayados en el texto son míos. 8 Para la mayoría de los actores de esa llamada “revolución escolar”, como para buena parte de aquellos que compartieron ese movimiento, los problemas que afectan a la educación nacional como a su ley ordenadora, tienen como base lo que se ha rotulado como neo-liberalismo. Es decir, la versión radicalizada del liberalismo que – contrariada por la excesiva –según ellos- intervención de la sociedad y la política en la vida de las personas y su libertad de decidir-, quiere recuperar una visión libertarista de las libertades8. Por supuesto, no es que el gran público nacional sea entendida en los vericuetos filosóficos de esta versión del liberalismo. Pero sí tiene experiencia respecto a la dirección de las políticas en el país desde hace ya muchos años, de sus consecuencias prácticas –en el sentido más arriba señalado por Atria de reproducción de privilegios y discriminación en el acceso y posibilidades de opción-, y en algunos casos, de las conexiones político-ideológicas de estos rasgos. Y sabemos que la base originaria de nuestras políticas se sitúa mirado históricamente, en plena época de autoritarismo cívico-militar y de globalización de un modelo de crecimiento económico bajo égida del mercado y redefinición del rol del Estado9. Con anterioridad al movimiento pingüino y la intuición ciudadana de lo pertinente de ese movimiento y de la necesidad de avanzar hacia una nueva ley de educación, no se reivindicaban aspectos substantivos sobre la orientación y regulación del sistema educativo. Ese movimiento implicó recuperar en parte la capacidad de asombro y de interrogación de lo realizado en cuanto modernizaciones y su dirección valórico-normativa. Y cuando ello sucede lo que se pone en juego es la propia legitimidad del sistema, sus bases orientadoras y fundacionales. El gran reclamo era uno a favor de la reposición del destino y responsabilidad pública por la educación. Se observaba que en el camino de las modernizaciones bajo la égida neo-liberal la tendencia fue hacia una privatización (o municipalización) de ciertos bienes públicos, los que se pusieron bajo la tuición y reglas del mercado, competencia y productividad. Se expresaba por tanto en esas reclamaciones una necesidad de conectar nuevamente con el sentido abierto y público que tuvo en general la educación en el desarrollo del país, hasta antes del proceso autoritario de modernizaciones de mediados de los setentas. Y de reponer en un lugar muy importante la responsabilidad del Estado, visto como el único actor en condiciones de garantizar el interés general. Al mismo tiempo, eso implicaba interrogarse por los grados de equidad y justicia del propio sistema educativo en el cumplimiento de sus metas, de las que tiene ahora, y de las que podríamos desear que tuviera. 2.3. En la dirección del nuevo cuestionamiento a la legitimidad de base de la marcha del sistema educativo se puso el acento en tres dimensiones que- para gran parte de los entendidos-, expresan la crisis de la educación hoy en día: asimetrías respecto a la llamada calidad o resultados que muestra el sistema, desde sus propios índices (por ejemplo, referidos a los resultados de aprendizaje en matemáticas y lenguaje medidos por el SIMCE). Resultados que afectan a los tres sistemas de administración 8 Puede verse por ejemplo, de R. Nozick Anarquía, Estado y Utopía, (1993) FCE. También de F.V. Hayek Caminos de Servidumbre, (1976) Alianza editorial, Madrid. Del mismo autor, Los fundamentos de la Libertad ( 1975), Universidad Francisco Marroquin, Guatemala. También hay varios artículos suyos traducidos y publicados en la revista de Estudios Públicos del CEP. También pueden consultarse los trabajos de M. Friedmann, D. Friedmann, D. Rohtbard, entre otros. Véase el número especial de la revista Persona y Sociedad sobre Neoliberalismo: propuestas y contrapropuestas, donde participan distintos autores desde diversos enfoques, Ilades-UAH, Vol.XIII, No. 2, agosto 99. 9 Cfr. R. French-Davis Entre el neoliberalismo y el crecimiento con equidad, (2001) Dolmen ediciones, Caracas-Montevideo-Santiago de Chile. 9 educacional. Por otra parte, tenemos asimetrías de equidad. Esa equidad fue puesta como un objetivo de la reforma educacional a comienzos del tránsito hacia la democracia10, y a pesar de los logros obtenidos en cobertura hacia la enseñanza básica y enseñanza media, el sistema no garantiza el derecho a contar con una educación de calidad similar para todos. Una tercera asimetría tiene que ver con la tendencia que genera el actual sistema hacia una segmentación social; es decir, hacia la conformación de sistemas cerrados y desconectados entre sí (particular pagado; particular subvencionado – con o sin financiamiento compartido; municipal de comunas ricas; municipal de comunas pobres). Esta segmentación se relaciona tanto con la repartición desigual de recursos o subvenciones monetarias a las que pueden acceder los distintos grupos de estudiantes, como con los procedimientos selectivos que se aplican en una serie de establecimientos para incorporar algunos alumnos y descartar otros11. Sin embargo, nosotros quisiéramos agregar otra asimetría: una relacionada con la falta de construcción participada, plural y deliberativamente abierta del sistema educacional, de sus medios y finalidades, de sus políticas. Lo que podríamos llamar también, una falta de inclusividad en su diseño, implementación y evaluación. Pero no solamente actores nacionales señalan estas dificultades. También lo confirma una organización como la OCDE, para la cual el sistema de educación nacional sufre de exceso de celo ideologizante cuando privilegia de manera indebida a los mecanismos de mercado o a la personal libertad de enseñanza, como los medios más adecuados para mejorar la enseñanza y el aprendizaje12. Con lo cual volvemos a lo visto más arriba: el continuo desperfilamiento de la educación pública; las tendencias privatizadoras; el excesivo rol de la libertad de enseñanza, así como el del mercado, han terminado por dibujar nuevas asimetrías. Por cierto, estas asimetrías se suman desde el subsistema educación a otras que se han mantenido a lo largo del nuevo proceso de modernizaciones iniciado a mediados de los setentas. Por eso podemos decir que, si bien se ha avanzado en estos últimos años en varios guarismos (disminución de la pobreza; mayor cobertura educacional; acceso a nuevos bienes de consumo, ejercicio de derechos electorales), sin embargo la desigualdad permanece estable en el acceso al saber, poder y tener del conjunto de los chilenos. Es decir, se ha transformado en una suerte de variable independiente. Lo cual quiere decir que la sociedad chilena, como buena parte de las sociedades latinoamericanas, se han mostrado incapaces de acceder a una modernidad más o menos democrática (que pueda cumplir medianamente con el leitmotiv de liberté, égalité y fraternité para todos). En ello ha incidido la acumulación y ejercicio desigual (desde la Colonia, si se quiere), de ingresos, poderes, libertades, derechos y estima social, y la correspondiente construcción de una cultura política pública marcada por un ethos inequitativo que atraviesa conductas e instituciones sociales hasta el presente13. 10 Respecto a esto puede verse de J.E. García-Huidobro y C. Cox , La Reforma Educacional Chilena: 1990-1998. Visión de Conjunto. En J.E.García-Huidobro (editor) La reforma educacional chilena, (1999) Editorial Popular, Madrid . 11 Puede verse, de G. Elacqua (2004), “El consumidor de la educación: el actor olvidado de la libre elección de colegios en Chile”, Universidad Adolfo Ibañez, 2004. 12 Véase, Informe OCDE (2005) sobre políticas de educación en Chile. 13 Véase por ejemplo, el estudio del Banco Mundial encargado a D. de Ferranti, G.E.Perry, Fco H.G.Ferreira, y M.Walton, (2003) “Desigualdad en América latina y el Caribe: ¿ruptura con la historia?”, . También puede verse de H. Vega En vez de la injusticia. Un camino para el desarrollo de Chile en el siglo XXI, (2007) Random House Mondadori, Stgo. de Chile. También de Solimano, A., y Pollack, M. “La mesa coja: prosperidad y desigualdad en el Chile democrático, (2006) Centro 10 Es importante notar que esas desigualdades no afectan o se dirimen solamente en relación al tema de los ingresos. Ellas terminan afectando también al tipo de vínculo social construido y la ética del reconocimiento intersubjetiva implementada histórico-socialmente. Por tanto, podría quizá afirmarse que desde una visión más larga en el tiempo, (desde lo que sería un modelo de sociedad deseable), como diría Rawls, podemos decir que tanto la estructura básica de nuestra sociedad, como su ethos en el espacio común, se han reproducido y articulado de una manera que termina imposibilitando cumplir con algún ideario de sociedad justa o más igualitaria. Acorde con este diagnóstico es difícil pensar que la educación como subsistema pueda, o subsanar por sí sola esa desigualdad; o, verse libre de ella. De un modo u otro, el sistema educacional se hace parte también de las debilidades y falencias de nuestra sociedad vista como un todo, según sus propias modalidades y estructuración. Las asimetrías reseñadas más arriba conformarían entonces algunos de los principales desafíos en el campo educacional. Y esos desafíos llevan sobre sí un nombre que los identifica de manera generalizada como nuestro problema principal: la desigualdad. La misma OCDE ya lo había visto: “el sistema educacional chileno está conscientemente estructurado por clases”14. Como bien lo expresa García-Huidobro “así como el centro de discusión sobre la educación nacional en el Centenario fue la expansión de la educación del pueblo mediante la obligatoriedad, el meollo de la discusión actual pasa por la igualdad” 15. Todo ello nos señala la pertinencia y necesidad de promover un debate y proceso deliberativo abierto en torno a nuevos horizontes normativos y principios orientadores para el logro de una democracia más igualitaria y una política pública renovada que permita asentar lo avanzado e ir más lejos. Hay razones político-sociales para ello (superar fracturas sociales; abordar nuevos conflictos; profundizar la marcha de la democracia); también razones económicas (potenciar las capacidades productivas de la economía para lograr un desarrollo sustentable, demanda un acceso igualitario a la formación en capacidades técnico-profesionales ) y, como no, ético-normativas: en el abordaje del problema d la desigualdad no podemos limitarnos a una discusión técnica o según la medida de lo posible, sino que tenemos que preguntarnos también en qué sociedad queremos vivir, y si en ella la justicia, la igualdad y el bien común tendrán un espacio medular o no. Tenemos que preguntarnos si queremos vivir juntos como iguales, y qué implicancias trae esa respuesta para el diseño y finalidades de nuestras instituciones sociales, entre las cuales destaca la educación nacional. Tenemos que hacer un esfuerzo por desplazar el enfoque del tema desigualdades, pobreza y poder, del marco que lo ve como un problema de los pobres o excluidos-carenciados, para enfocarlo como un tema de sociedad, que nos compete a todos, que nos interroga a todos. Y esto sólo puede hacerse desde la pregunta por el tipo de educación y de sociedad que estamos construyendo y si ella representa una sociedad más justa, equitativa o igualitaria. No sólo para disminuir los diferenciales de ingreso –siendo esto muy importantes -, sino también para el logro de un vínculo intersubjetivo que pueda Internacional de Globalización y Desarrollo (CIGLOB)- LOM, Stgo. De Infante, R., y Sunkel, O. (2009), “Chile: hacia un desarrollo inclusivo”, en Revista de la CEPAL, No 97, Abril, 2009, pp. 135-154. 14 Informe OCDE sobre Chile (2004), p.175, Citado por J.E.García-Huidobro, en “El desafío de la educación chilena de cara al Bicentenario”, in M. Figueroa/M. Vicuña, El Chile del Bicentenario, op cit., p.132. 15 J.E. García-Huidobro, “El desafío de la educación chilena de cara al Bicentenario”, in M. Figueroa/ M. Vicuña, El Chile del Bicentenario, op cit, p. 136 (subrayado nuestro) 11 llevar como sello distintivo su capacidad de integración social, solidaridad y consideración de la diversidad. Para el concurso de estas tareas la reforma en la marcha de la educación resulta un pilar fundamental. 3: Del enmarque de la teoría de la justicia en John Rawls y su incidencia Como fue señalado existe al parecer un vacío en el debate sobre los elementos 3.1. más de fondo que acompañan el diseño y las visiones del orden educacional. Entre la autonomización de los subsistemas y el dominante positivismo gestionario, la reinstalación de la democracia y de nuevas políticas sociales, ha dejado en la sombra una discusión más abierta y participada en torno a los principios y criterios ordenadores que guían sus realizaciones. La tendencia ha sido más bien su restricción al espacio de los expertos. En el presente nos percatamos que la discusión centrada en factores macroeconómicos o de mera estabilización institucional se ven como insuficientes. Los propios “cuellos de botella” del modelo, sea en lo educacional, político, medioambiental, y las nuevas exigencias que emergen desde la sociedad civil en Chile, pero también a nivel latinoamericano y mundial, introducen la necesidad de interrogar el horizonte mismo de la sociedad que hemos ido plasmando. Dicho en otros términos, el porvenir de la recuperación democrática, de un replanteamiento del vínculo social, y de una real integración como sociedad no tendrán futuro si no cuestionamos la creciente naturalización de las políticas o de los marcos interpretativos económico-políticos. Por eso tomar distancia de lo fáctico puesto como algo ineluctable, y contra la naturalización de lo social, resulta de la mayor importancia si queremos ir hacia una mejor democracia y una educación pública renovada. Sin embargo, el esfuerzo que se interroga por la validez normativa de políticas y decisiones en distintos planos –con ser hoy muy importante- no las tiene todas consigo. No pude eludirse esta condición actual para la reflexión ético-normativa y política. Una condición que tiene que ver con lo que podría llamarse los “signos de nuestro tiempo” en este plano de la acción y reflexión humana. Entre otros rasgos de esa condición señalemos al menos tres: a) La constatación de una falta de modelos, de criterios interpretativos compartibles respecto a lo considerado como bueno y/o malo, deseable o no deseable, justo o injusto (qué significa hoy, por ejemplo, llevar a la práctica o tener en cuenta un imperativo que reza: "trata siempre a las demás personas como un fin en sí mismas y nunca solamente como un medio"16). Ello nos lleva a la afirmación de que con la modernidad el mundo ha dejado de ser un hogar, y representa más bien un escenario fragmentado, en el cual moran distintas éticas. Esto refleja el mentado resurgimiento del “politeísmo axiológico”, bien descrito por M. Weber. Distintas posiciones ético-políticas introducen distintas opciones y posibilidades, en principio, válidas cada una por sí misma. Si ello es así, sobreviene la pregunta: ¿existe un fundamento común de las normas ético/morales que rigen en el plano societal, y de existir, en qué se apoya? ¿O, más bien, lo que hay son individuos atomizados persiguiendo preferencias e 16 Siguiendo la formulación kantiana. Véase su Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Espasa-Calpe, Madrid, varias ediciones. 12 intereses como intersubjetiva? medios para finalidades no justificables de manera racional e b) La constatación de que el tipo de sociedad a que da lugar el proceso moderno genera permanentemente cambios, en el orden político, social, económico. Estos cambios, cada vez más rápidos, inciden también en los modos de vida, en la cultura, y por tanto en las normas, reglas y valores en plaza para afrontar las nuevas situaciones y los nuevos temas, a nivel individual e institucional. De allí que si redujésemos lo ético a ethos, a moral positiva, nos veríamos en dificultades para obtener criterios transpersonales tanto para validar opciones/decisiones, como para realizar una crítica de lo existente, en cuanto cada modo de vida es una forma contingente, situada, particular, que se valida a sí misma. c) Un tercer rasgo podemos conectarlo con el cuestionamiento del tipo de racionalidad predominante en la modernidad. Tanto en su versión científico/técnica, como en sus diversas expresiones económico/políticas, sus consecuencias prácticas en el siglo han llevado a un cuestionamiento radical respecto a sus pretensiones racionalistas. Pero no sólo eso. La hegemonización de distintos ámbitos de praxis, de sus formas instrumental/calculatoria o estratégica han terminado minando el espacio para una racionalidad ética argumentable y compartible17 . Los efectos se hacen sentir en el espacio de lo social y de lo político de manera creciente. Cada vez más lo que allí se expresa es fraccionamiento, atomización, dificultad de expresar y articular intereses Este diagnóstico conduce a una suerte de impasse respecto al generalizables18. presente: no parece posible un mero retorno a las tradiciones pasadas (cuáles de entre ellas, por ejemplo), así como tampoco una mera continuación tal cual de los modelos (sociopolíticos) legados por la modernidad (liberalismo / colectivismo). Los planos de la eticidad concreta, del mundo de la vida, los poderes fácticos o las instituciones, no coinciden necesariamente con las necesidades de respuesta desde una razón práctica hoy desvalorizada y profundamente escéptica respecto a sí misma. Es muy factible que estos rasgos expuestos no se ajusten siempre con los referentes culturales de nuestras sociedades. Con todo, desde una perspectiva reflexiva y crítica, preguntarse por nuevos horizontes normativos de la acción y reorientación reflexiva, pasa por asumir las consecuencias de la secularización de la moral, el desencantamiento del mundo, y por ende, hacerse cargo de la ausencia de fundamento objetivo que parece derivarse del imperio de una razón cortada de sus bases sustantivas19 . 3.2. No es un misterio que la situación descrita más arriba no afecta solamente por decirlo así a las bases de la moral positiva individual, o a las posibilidades de una ética crítica en general. En la medida en que lo normativo mienta de entrada una relación con el otro, la reflexión contemporánea tiene muy presente el ingrediente no sólo personalconvivencial, sino también, institucional. Ese ingrediente se expresa de una manera 17 Cfr. K.O.Apel “El a-priori de la comunidad de comunicación”, en Transformación de la Filosofía, (1985) Vol.II,Taurus, Madrid 18 O, lo que hemos llamado algún tipo de ideario normativo compartible. Para otros, se manifiesta la falta y ausencia del “bien común”. Pero, si ese cuadro diagnóstico no está errado en lo central, no se puede hoy de buenas a primeras dar por sentado algún significado societal de bien común de manera a-priori. 19 Cfr. Por ejemplo las posturas críticas respecto a las posibilidades de un discurso racional sobre la ética que esgrime el neopositivismo, J.A.Ayer (ed), El positivismo lógico, (1985) FCE, México; o el primer Wittgenstein cuando en el Tractatus afirmaba refiriéndose a la ética, “de lo que no se puede hablar, mejor es callar”. 13 importante en el ámbito de la cosa pública, es decir, de lo político. Por ello, en buena medida la renovación de la reflexión ético-normativa después de los años cincuenta se ha dado a través de la filosofía política que, para dar con su especificidad reflexiva, no puede dejar de expresar, al mismo tiempo, un momento normativo, esto es, uno referido a los criterios que pueden justificar de un modo u otro distintas propuestas de finalidades y modos organizacionales de la sociedad, el poder civil, el estado, etc. Una filosofía política que ha tenido en cuenta la dimensión público-ciudadana del sujeto involucrado en sus visiones, y de cómo ésta se ha visto afectada, cuestionada o replanteada en el devenir mismo del proceso moderno, sea en su expresión práctica o en sus cánones teóricos. En un buen trecho del siglo XX la filosofía política –situada en el área de influencia occidental-, venía marcada indirectamente por algunos hechos relevantes de la historia actual, entre otros, dos guerras, el Holocausto, la divisoria entre Este y Oeste, la “guerra fría”, y su transposición a diversos lugares del planeta. En un contexto marcado fuertemente desde la sociedad por la lucha de nuevos sectores y clases por proyectos históricos de distinta naturaleza, convergentes o excluyentes entre sí, las reflexiones más filosóficas sobre el fenómeno político tendían a quedar en un segundo plano o reducidas a su ámbito más académico. Pero no sólo debía hacerse un espacio en medio de situaciones histórico-políticas que, de algún modo, pretendían acercar los ideales societales a la realidad de lo posible, sino que también tenía que encontrar su espacio propio en medio de una cientifización creciente para enfocar la política misma, y también la democracia. La complejidad creciente de la vida organizada moderna parecía requerir un tipo de análisis acorde al modelo empírico-analítico. Si de alguna forma la tensión se manifestaba en esos años entre capitalismo y orden liberal-burgués, versus proyectos revolucionarios ideados para limitar las consecuencias perniciosas de ese orden, o, para asumirlo y sobrepasarlo, buena parte de la producción desde la filosofía política era decodificada desde esta contradicción y debate. Al mismo tiempo, las distintas corrientes e influencias de las que se servía la filosofía política en un cuadro no marxista (fenomenología, existencialismo, realismo, pragmatismo), así como también aquellas inspiradas en un marxismo crítico y humanista, intentaban mediar con mayores niveles de complejidad los acontecimientos del siglo XX. La realización o perdición del ideario moderno en torno a la libertad, la igualdad y la solidaridad, seguía de algún modo siendo el trasfondo de los debates e inquietudes de la filosofía política y ética. Así como también, claro está, la discusión sobre el estatuto propio de la misma filosofía política, flanqueado por las críticas que se le hacían desde posiciones positivistas, materialistas o irracionalistas. A pesar de estas críticas, sus “practicantes” estaban convencidos que la filosofía política no podía dejar de lado algunos rasgos en su ejercicio: generalidad, criticidad, análisis racional de la vida pública, basado en las capacidades y necesidades humanas (al decir de un I. Berlin), en la naturaleza humana (Strauss y Marcuse), en la condición humana (H. Arendt), o en la experiencia humana en general (M. Oakeschott), entre otras. Al mismo tiempo se buscaba delimitar su dependencia de la filosofía en general, y claro, manifiestan un esfuerzo permanente por autonomizarse de ella, mediante el recurso a un corpus de conocimiento propio, con sus desarrollos y categorías. En los años cincuenta y comienzos de los sesenta, se escribe bajo el horror de la segunda guerra, la amenaza totalitaria y los campos de concentración, como lo hemos 14 subrayado más arriba. Los autores más relevantes intentaron de algún modo responder en función del surgimiento de estos nuevos fenómenos. Así como buena parte de ellos se mostraban críticos del llamado comunismo, también lo eran con respecto a las limitaciones de la democracia liberal imperante, por su individualismo, apoliticismo o falta de compromiso con lo público20. Lo que a nosotros nos interesa exponer de manera introductoria en estas páginas no es, claro está, el conjunto de la evolución de la filosofía política contemporánea, sino más bien, algunas de sus líneas relevantes que se enmarcan en los setenta y ochenta. Con lo cual, obviamente, no estamos diciendo que todo lo escrito y dicho antes de esas fechas no tenga ya sentido alguno. Al contrario, las reflexiones o “paradigmas” contemporáneos arrancan de una evaluación crítica de su tiempo y de los materiales o instrumentos conceptuales de su autocomprensión disponibles. En estas décadas es posible consignar por ejemplo, una línea de influencia que sigue el camino abierto por la reflexión rawlsiana21. Este camino independiza, o pretende hacerlo, la filosofía política de las conexiones con la lógica, la ontología u otros temas de una filosofía clásica, y más bien, pretende conectarla con la economía, la psicología, las instituciones sociales o la política social. Al mismo tiempo abre a una nueva relación entre filosofía política y filosofía moral, de complementariedad y mutua interrogación. El ingrediente normativo hacía parte también de la propia filosofía política y se manifestaba no solo en principios evaluativos del orden social, sino también en el esfuerzo por imaginar instituciones y procedimientos ad hoc. Otra perspectiva es la que abren quienes de algún modo continúan el tipo de reflexiones realizadas por una H. Arendt entre otras. Entre ellos Ch. Taylor o A. MacIntyre, los cuales ponen atención particular en la naturaleza de los seres humanos, su conexión con su medio histórico, lo que había sucedido con ellos en el transcurso de la modernidad, y los nuevos horizontes que se abren desde estos considerandos (la cuestión de la identidad cívico-política por ejemplo). Un tipo de reflexión diferente es la que nos sugiere un M. Walzer, que reclama para que el pensamiento político y moral sea examinado no sólo en sí mismo, sino teniendo en cuenta el contexto comunitario de su elaboración y los ámbitos de interrogación a los que se aboca. Hay quienes también, como Rorty, critican la distinción entre lo teórico y lo práctico, y sostienen que no hay camino regio hacia la verdad desde lo teórico, prescindiendo de la práctica (reflexiva o históricamente situada). La filosofía política tiene que ser irónica, tentativa, exploratoria, sensible a la ambigüedad de lo vital, abierta a las intuiciones que generan el arte y la literatura. En esta línea habría que ubicar también los trabajos del nuevo republicanismo democrático, encabezado por un P. Pettit, una vertiente que recoge de mejor manera, los reclamos y espacios alternativos al liberalismo político exacerbado o a las limitantes del anarcoliberalismo. 20 Por ejemplo, la nueva situación que crea el nazismo, el fascismo o el susodicho comunismo, es atribuida, por un Popper al historicismo marxista; o al predominio del animal laborans, según H. Arendt (y la pérdida de la herencia clásica de la política y la democracia); o al de un monismo moral, según I. Berlin. 21 A la cual pueden sumarse, con sus propias notas distintivas, autores como R. Dworkin. A. Sen, entre otros. 15 Pero no sólo hay nuevos autores o sendas reflexivas abiertas en los últimos treinta años, sino que también nuevos temas son incorporados a la reflexión: críticas por ejemplo esgrimidas contra la filosofía política tradicional por su real o supuesto racismo, sexismo, o elitismo a la base de sus formulaciones. O, el tratamiento de temáticas como el feminismo, la distinción entre lo público y lo privado, la crítica del racionalismo masculinista y/o machista, los nuevos énfasis puestos en los aspectos participativos y deliberativos de la democracia, o las cuestiones ligadas a la identidad cultural de las comunidades políticas, el multiculturalismo, entre otros. Como vemos, los autores y el arco de problemáticas tratadas se amplían en esta última parte del siglo. No hay una sola perspectiva que sea o pueda proponerse a sí misma como hegemónica; ni tampoco estos autores -muchos de ellos aun en plena producción, se ponen a sí mismos como “gurúes” en sus temas. Por esta misma amplitud y diversidad es muy difícil, por no decir imposible, dar cuenta del conjunto de matices y tendencias que pueblan el escenario actual en este campo. 3.3. Desde este encuadre mayor nos abocamos a una reflexión desde algunas figuras de la filosofía política contemporánea, en función de indagar allí por sus eventuales aportes teóricos, que puedan entrar en diálogo con otras visiones y enfoques del tema educación, y generar pistas justificatorias compartibles respecto a nuevos horizontes normativos que refuercen el ideario democrático-igualitario22. El trabajo desde una filosofía política normativa se mueve en la línea de lo que se da en llamar ética social, y se orienta por la pregunta por los principios normativos que deberían regir o regular las instituciones de base de una sociedad, y no tanto por aquellos que regulan o deberían regular la ética individual. En particular, nos interesa poder articular las propuestas de algunas de esas expresiones filosóficas en las cuales hay un especial destaque de los temas de igualdad, justicia social, bien común o virtud ciudadana, y su eventual impacto o consecuencias para un ideario igualitario-democrático en la educación23. En este documento de trabajo fijamos nuestra atención en el así llamado liberalismo social, y en el máximo exponente de la idea de justicia como equidad, John Rawls. Además de los aspectos anteriores, y sin poder entrar aquí en los detalles de virtud y fortuna, como decía Maquiavelo, que hicieron de la emergencia de la Teoría de la justicia algo tan importante, agreguemos un aspecto más en este reposicionamiento o relegitimación desde la mitad del sigo pasado en adelante. La novedad del trabajo rawlsiano hay que situarla en relación a las tareas que tiene una reflexión o teorización política propiamente tal: o hace énfasis en el análisis de aquello que es, y que es viable desde lo que es; o trabaja también, en el espacio de lo deseable. En cuanto al tema de la 22 Teniendo en cuenta, como bien dice Foucault, que “la educación, por más que sea legalmente el instrumento gracias al cual todo individuo en una sociedad como la nuestra puede acceder a cualquier tipo de discurso, se sabe que sigue en su distribución, en lo que permite y en lo que impide, las líneas que le vienen marcadas por las distancias, las oposiciones y las luchas sociales. Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y poderes que implican. Cfr. M. Foucault , El orden del discurso (80) , Bs.As., Tusquets, p. 37 . 23 Nuestras lecturas tienen que ver en un primer momento con un análisis y articulación entre liberalismo, republicanismo e igualitarismo como horizonte de preguntas para un ideario normativo renovado. A sabiendas que al interior de estas posiciones hay cercanías y distancias entre autores y no una muralla china. Para un segundo momento nos interesa indagar por el aporte deliberativo-comunicativo, en autores como Habermas y A.Cortina. Para un tercer momento, si cabe, revisaremos algunos exponentes del filosofar latinoamericano (Fornet-Betancourt; Dussel-Michelini); y algunos de lo que podríamos rotular como socialismo solidarista ( Van Parijs, E.Olin Von Rigth; G.A.Cohen; J.Roemer, R.Gargarella). 16 viabilidad o de lo dado tiene que ver con los adecuados diagnósticos de un presente y las adecuadas medidas que se tiene que tomar realistamente para avanzar en ello. Aquí entran a tallar los asuntos de viabilidad. Qué es viable hacer aquí y ahora, con estos recursos, con estos agentes, con esta situación internacional por ejemplo, frente a la mala salud de la población o a niveles altos de miseria. Ese es un camino de la teoría y reflexión política hasta el día de hoy. Pero al mismo tiempo nos podemos preguntar también por la deseabilidad de las medidas que se ofrecen: ¿Por qué habría que hacer x o y? ¿Se debe hacer x o y? Si estas dos visiones de las cosas representan en general dos tipos de tareas para la reflexión política más fundamental, con el correr del siglo veinte se tendió a privilegiar una por sobre la otra. Por parte de cientistas políticos o economistas el énfasis estará puesto en las condiciones de viabilidad de proyectos, medidas y políticas, en lo que es: se interesan por los datos, por los hechos, dejando entre paréntesis el momento valórico-normativo que subyace a las decisiones. Por otro lado, en muchos casos la pretensión de los filósofos políticos era hablar de la deseabilidad de tal o cual modelo de ciudad o sociedad, desconectada de los ingredientes de viabilidad; sólo de manera abstracta y separada, independiente, ocupada con su coherencia y su lógica interna. Era más o menos previsible que, hacia mediados del siglo pasado, los desarrollos de la teoría política se vieran poco florecientes, dedicados más bien a historiar el pensar político en occidente y sus principales términos. Pues bien, al mismo tiempo que ello sucedía comenzaron a darse ciertos pasos cuestionadores: en el terreno de la economía las afirmaciones antiestatistas de Hayek y sus seguidores; en el terreno de las opciones individuales o grupales los planteamientos de la elección racional y el public choice por ejemplo (Buchanan, Tullock). Para volver a darle un golpe de timón a la reflexión teórica de la política (ocupada entre otras cosas muy importantemente con las finalidades de organización de la cosa pública), se hacía pertinente tanto, la aparición de un trabajo que pudiera legitimar nuevamente como viable una posición de una deseabilidad razonable24, como, a su vez, la emergencia de nuevos fenómenos sociopolíticos. Ese trabajo que parecía se estaba esperando por él, sería el de John Rawls. Por cierto no todos los entendidos en estos temas están de acuerdo con ello. Hay quienes piensan que, como hemos dicho, la popularidad del trabajo rawlsiano se relacionó con una combinación de dosis de fortuna y virtud. El terreno de reflexión pública ofrecía en ese entonces (debilidad de formas más radicales de crítica del capitalismo ) un vacío y daba una buena oportunidad a la exposición de las ideas rawlsianas. Al mismo tiempo, en momentos en que neoconservadurismo y neoliberalismo se tornan fuertes, con su culto a mercados o tradiciones religiosas fuertes, su trabajo aparece cuasi en solitario para batallar contra el utilitarismo25 y proclamar la virtud de la justicia como algo plausible y necesario. 24 Bien lo explica el mismo Rawls respecto a lo que concibe como las tareas propias de una filosofía política. Véase, su trabajo La justicia como equidad. Una reformulación (2002) , Paidós Estado y Sociedad, Barcelona, pp.23-27. 25 El utilitarismo en filosofía moral, de ascendencia anglosajona, procede en sentido contrario de las éticas deontológicas, del deber y la obligación moral a lo Kant. El utilitarismo representa una posición que en general valida los actos y decisiones, su obligatoriedad, en función de las consecuencias calculables que estos pueden tener para uno o más de uno. Representa un consecuencialísimo teleológico, a diferencia del kantismo y su énfasis en un deber universalizable. Hay, como se sabe, distintas variantes de utilitarismo. Una más egoísta e individual, al estilo de J. Bentham, otra más social, 17 Esta fue entonces su fuerza. Crear para el momento justo, la propuesta justa que podía ser asimilada y asumida, sin negar el pasado liberal, y sin caer tampoco en los excesos del nuevo liberalismo anarquizante. A eso hay que sumarle la forma de presentar su trabajo teórico, y sus eventuales implicaciones en la práctica social. Su impacto se puede relacionar también con el hecho que su trabajo vuelve a retomar una tradición: el estudio de aquello que es más deseable en el plano de las instituciones sociales, políticas y económicas es algo posible y accesible para la razón política. Por cierto, situarse en el plano de la deseabilidad y pretender construir un discurso válido requiere como primera medida, rechazar las presunciones cientistas de que ello no era factible porque allí estaban implicados valores y normas, y sobre ellos no es posible un discurso racional y razonable. Lo segundo, hacerlo de tal modo, en el caso de Rawls, que esa teoría pueda ser una explicitación y sistematización de lo que intuitivamente26 miembros de una determinada comunidad política consideran como justo. Todos los individuos, sin necesidad de pasar por cursos de ética tienen ya, por su propia experiencia social y moral inserta en un contexto mayor, nociones de lo bueno y lo malo, lo adecuado e inadecuado, correcto e incorrecto, justo o injusto. Poseen un cierto sentido de la justicia previo al desarrollo de una determinada reflexión al respecto. Se trata de poder reconectar reflexivamente con esas nociones y sentidos intuitivamente presentes ya en la vida ciudadana de cada sujeto (y que cada sujeto no se ha tomado el tiempo de explicitar o explayar para indagar por sus bases fundacionales por ejemplo, las asume como dadas y válidas al mismo tiempo para su propia cultura política pública). No tanto entonces inventar nuevas nociones o crear otras, sino restablecer los puentes hacia aquellas ya en obra en la misma cultura política pública de la que se es parte para, desde allí, generar una nueva definición con la participación de todos en igualdad de condiciones. Pero ello debe hacerse de tal modo que no sea nada más que la reconstrucción de los prejuicios o preconcepciones respecto a la justicia, la moral o la sociedad política a la J. Stuart Mill. La tesis aquí es que el valor de acciones y decisiones está en función de la mayor o menor cantidad de placer/bienestar o dolor/sufrimiento que generan para nuestra vidas; la adhesión a valores y/o normas no se hace por su valor en sí mismas, más allá de sus eventuales realizaciones y/o consecuencias para el momento presente. Por tanto, la idea de justicia como valor, norma y virtud cae dentro de la misma consideración: será pertinente sostenerla según el cálculo de probabilidades y maximización que hagamos de ella en función del bienestar que nos pueda entregar. 26 El intuicionismo ético representa la tesis de que podemos conocer (percibir, captar) que determinadas acciones o conjunto de acciones son buenas o malas, justas o injustas, correctas o incorrectas, vía una intuición de su bondad o maldad, sin necesidad de considerar el valor de sus consecuencias. En este sentido el intuicionismo se opone al utilitarismo y a la ética teleológica. En sentido más amplio y actual, el intuicionismo en este ámbito incluye todas las opiniones que sostienen la ética en intuiciones particulares o generales de la justicia, la obligatoriedad, la bondad o el valor de acciones u objetos. El intuicionismo tiene mucha fuerza en la ética británica; en el lado continental lo reflejan M. Scheler y N. Hartmann. Cuando se dice por ejemplo que las proposiciones generales de la ética (teoría de la obligación, teoría del valor) son intuitivas, los intuicionistas quieren decir que son ultimas y no derivadas, primitivas y no inferibles, sintéticas; algunas veces sostienen que son además autoevidentes y a priori. Esto implica que alguna de sus ideas base (justicia, bondad, simpatía, etc.), son indefinibles, es decir, simples, o inanalizables y únicas, y que la ética es autónoma. Algunos intuicionistas afirman también que la justicia y la bondad son objetivas y no-naturales. 18 que tienen los participantes. Para enfrentar esto, Rawls pretende ofrecer juicios reflexionados/sopesados de justicia, es decir, aquellos a los que llegamos mediante debida y adecuada consideración, trascendiendo intereses particulares, grupales o efectos perturbadores externos no relacionados con el objetivo de producir acuerdos básicos de valor universalizable. Aquí es donde nuevamente se deja traslucir la herencia metódica kantiana: se trata de llegar a poner los principios que de algún modo, vía el intercambio en igualdad de condiciones de personas libres, iguales y racionales, harán de máximas orientadoras de las instituciones sociales y políticas. Pero para que sean máximas e imperativos tienen que ir mas allá de los intereses político/personales de cada participante, tienen que poder ser aceptadas por otros ciudadanos que realicen el mismo proceso reflexivo; además, esos juicios para ser adecuados tienen que darse mediante equilibrio reflexivo, es decir, en un proceso comunicativo capaz de considerar las intuiciones primarias de cada razón expuesta, sopesarla y dado el caso, corregirla. Todo ello en aras de la obtención de un consenso racional y razonable en torno a los principios que tendrían que orientar una sociedad justa. O, puesto de otra manera, los resultados a los que se llega – es decir, los principios básicos-, cuando cada persona participante ha considerado con prudencia las principales concepciones de justicia política que se encuentran en su tradición filosófica y cultural (incluidas versiones críticas), y ha ponderado la fuerza de las diferentes razones, filosóficas y no filosóficas a su favor. Se supone que este es el espíritu que estará presente en ciudadanos y ciudadanas colocados bajo la triple restricción de posición original, velo de ignorancia y equilibrio reflexivo. Esta es la tripleta imaginada como método por Rawls para certificar unos principios de justicia que sean a la vez continuación y consolidación de las instituciones políticas ya obrantes en su propia sociedad. Eso por lo que hace a una nueva manera, o más bien, a la reconexión con cierta tradición en la fórmula de plantear el tema de lo deseable en el marco de la reflexión política fundamental. Este trabajo fue importante en su momento, como decíamos, al devolver la confianza en la posibilidad para la razón humana de ingresar a esos terrenos parcialmente cerrados o considerados como tabú por ciertas versiones de cientificismo o positivismo. 19 4. De los principios de justicia, la educación y la igualdad en una sociedad democrática 4.1. En las páginas que siguen realizamos una argumentación en dos momentos: en el primero, presentamos los principales aspectos de la conocida teoría de la justicia propuesta por John Rawls y, en el segundo, ensayamos una discusión en torno al alcance y proyección de su forma de reflexionar la justicia para la educación, y la igualdad en una sociedad que se pretende democrática. Esta opción reflexiva resulta capital toda vez que la fragmentación y debilitamiento del vínculo social incide sobre las posibilidades de producir y reproducir las condiciones para una integración social, tan o más importante que su contracara integradora sistémica. Si en la actualidad se sobrevaloran como medios integradores los factores poder + dinero, queda ciertamente preterido el objetivo de alcanzar una vida social que respete y promueva la dirección participativa, mancomunada y más o menos consciente de los asuntos comunes y que fortalezca los lazos de compromiso, reciprocidad y responsabilidad mutua. Objetivos en los cuales la educación en general, y la educación ciudadana en particular, pueden jugar un rol muy importante. De lo contrario –como de algún modo nos toca presenciar en el presente-, cada individuo termina girando en torno a sí mismo y sus intereses particulares, lo cual puede desatar una especie de nueva edición de la guerra (o competencia) de todos contra todos. Algo que, como es previsible, a final de cuentas no resulta conveniente para nadie27. Una de las familias importantes en los tiempos actuales es precisamente, la familia liberal. Más que no sea porque en buena medida lo que tenemos hoy en occidente son democracias mas o menos dichas liberales, en las cuales se intenta conjugar de manera importante el peso y la presencia de una economía de mercado. Sin embargo, bueno es tener en cuenta que uno de los grandes problemas para los liberalismos en general es la ausencia de una crítica mayor respecto a la conexión de sus postulados con la existencia del capitalismo mismo y, a veces, la desconexión que mantienen entre los órdenes económico-productivo, social y político-cultural. Quizá la presencia del “individualismo posesivo”28 - en la base de las concepciones liberales del individuo y de la sociedad - termina jugándoles una mala pasada. 4.2. En el marco de la filosofía política contemporánea, la obra de John Rawls representa un camino distinto para fundamentar racionalmente la convivencia social y política de nuestras sociedades. Frente al comunitarismo y su prioridad del bien sobre lo justo, al anarcoliberalismo y a la “filosofía de la sospecha” de los postmodernos, que 27 Y que habla de paso de las limitantes de las visiones libertarias o neo-liberales, para las cuales es la evolución espontánea de la catalaxia (contrato, mercado y ley) el mecanismo adecuado que permite equilibrar y ordenar las acciones e intereses contrapuestos y las distintas visiones y valoraciones de las cosas. Todo ello teniendo como eje central al individuo (la sociedad como individuo) , su autopropiedad y preferencias . 28 Como bien lo vió C.B. Macpherson . Véase su Teoría Política del Individualismo Posesivo, (1970) Fontanella, Barcelona. 20 conciben el ideario universalista de la razón como un intento fallido de legitimación, Rawls, al igual que un Habermas, se adscribe a una perspectiva neoilustrada. Esto significa reconsiderar críticamente el proyecto moderno de una razón todopoderosa, pero sin llegar a liquidar las posibilidades de su ideario pro libertad, igualdad y emancipación. Este ideario aun puede ser repotenciado, pero desde una visión más matizada de la razón y sus posibilidades legitimadoras. Los trabajos de Rawls se insertan en el proyecto ilustrado, asumiendo sus debilidades y límites. Expresan una posición crítica respecto de algunas manifestaciones de la filosofía moral moderna, sin embargo, no confluye en las aguas del escepticismo moral completo. Se trata, pues, de proporcionar nuevos argumentos y materiales en pos de una justificación racional de la teoría política. La obra rawlsiana aspira a ofrecernos una teoría de la justicia como equidad (justice as fairness) que supere los problemas de los planteamientos modernos — desde Hume hasta Bentham y Mill— a través de la relectura de las tesis de Locke, Rousseau y Kant. Para Rawls, los problemas morales surgen inevitablemente debido a la escasez de recursos y a los conflictos de intereses propios a nuestras sociedades. El reconocimiento de estos fenómenos alienta desde ya la pertinencia de la discusión sobre cuáles pueden ser los fundamentos más sólidos para una teoría de la justicia congruente con su perspectiva29. Esto es, una discusión acerca del tipo de convivencia social y política que se tiene y el mejor modo de sostenerla desde la opción por el liberalismo político. Pero no solo eso. Su teoría de la justicia ha surgido, también, como un trabajo que quiere considerar y aspira a superar (en una suerte de Aufhebung 30) la que para él ha sido la tradición moderna predominante en el ámbito liberal anglosajón, el utilitarismo31. Principalmente, porque éste se revelaría incapaz de explicar y responder a nuestras propias intuiciones morales existentes en cuanto a que debe haber algo así como decisiones apelables como justas, actitudes calificables como correctas o incorrectas, instituciones más o menos justas, y que sobre ello es factible dar un juicio que vaya mas allá de la conveniencia individual o grupal. Recordemos que, en general, el utilitarismo representa una posición teleológica y consecuencialista en filosofía moral: presupone que cada quien actúa/decide y elige por sí mismo de acuerdo a cierta finalidad —éxito, bienestar, búsqueda de placer, exención del dolor y el sufrimiento—. Presupone, por consiguiente, que cada cual actúa, normalmente, en función de maximizar ese 29 Quizá resulta útil señalar aquí que Rawls -en cuanto seguidor de la vertiente liberal en filosofía política – es señalado como adalid de un neocontractualismo, frente a las teorías contractualistas más típicas. En estas parece funcionar el presupuesto de individuos pre-asociados que –por distintas razonesdeciden pasar de un estado inexistente de vínculo a otro en el cual, garantizándose prerrogativas individuales, cada uno realice sus intereses propios. El neocontractualismo rawlsiano al parecer no presupone ningún estado de individuos pre-existiendo por su cuenta antes de su ingreso en sociedad (lo cual permitiría al menos analíticamente colocar al individuo como centro, alfa y omega). Tanto su idea de sociedad, como producto de una asociación de personas mas o menos autónomas que cooperan mutuamente en función de seguir sus planes de vida e intereses, como su idea de sociedad bien ordenada en la cual una asociación de personas se reúne y mediante consenso racional y razonable establece criterios para convivir bajo instituciones justas, lo diferenciaría del “individualismo posesivo” presente en el libertarismo y neo-liberalismo. 30 En el sentido hegeliano de una superación que “supera” –valga la redundancia-, conservando algunos elementos de la posición filosófica de la que se parte. y critica. 31 Bien podría preguntarse si acaso esa tradición –quizá no en su directa expresión filosófica-, pero sí en su asunción desde el ethos medio y en buena parte de los discursos justificatorios en el plano ético/moral, no ha estado presente también en nuestra América. 21 bienestar/éxito/felicidad; un éxito y un bienestar, claro está, que cada cual no inventa desde la nada, sino que encuentra ya de algún modo preestablecido en el orden societal en el que está inserto. Serán buenas, útiles o justas aquellas decisiones que generan, vía cálculo costobeneficio, mayor cantidad de bienestar para cada individuo o para el mayor número de ellos. Aquí el liberalismo adoptará una expresión o, mejor dicho, la forma de un utilitarismo moral y político: el único o mejor criterio racionalmente defendible en orden al bien o la utilidad pública será el de la mayor felicidad y/o bienestar del mayor número posible de individuos. La búsqueda maximizadora de la utilidad o el bienestar para cada uno y/o para el mayor número. El problema es que lo que represente la mayor cantidad de bienestar para el mayor número de individuos es algo que puede tener diversas lecturas y consecuencias. Incluso, puede llegarse a una situación en la cual algunos, o eventualmente muchos, sean sacrificados en función de un pretendido éxito o bienestar para todos32. La justicia queda limitada a sus aspectos de eficacia y eficiencia, es decir, de relación y cálculo de medios y fines, donde los fines quedan presupuestos y no discutidos públicamente. Es decir, donde la razón política y la racionalidad de la política quedan recluidas en la reflexión sobre medios adecuados para fines presupuestos, y eso de manera supuestamente científica. Para Rawls, en cambio, siendo pertinente ese ingrediente de racionalidad, es necesario recoger también lo razonable presente en la conducta de los ciudadanos y ciudadanas, como expresión de ciertos poderes morales, reflejados en la posesión –para cada sujeto-ciudadano-, de un sentido de la justicia y, al mismo tiempo, del poder de diseñar ‘planes de vida’ en función de alguna idea de bien deseable. Sobre la base de ese enfoque cuestionador del liberalismo utilitarista y su idea de justicia como expresión de un cálculo racional, surge una cuestión principal en su trabajo, que se repite bajo distintos conceptos y respectos en distintos momentos de su obra: ¿cómo es posible que la reunión de un conjunto de ciudadanos libres, racionales, razonablemente informados, con principios morales y motivados por un egoísmo más bien moderado, puedan levantar una sociedad inspirada en principios imparciales de justicia? El estadounidense elabora su teoría estableciendo la ‘prioridad absoluta’ de la ‘justicia’ por sobre cualquier concepción particular del bien33. Ella representa la primera 32 Es lo que cuestiona Rawls precisamente. Tiene que ver con fundamentos del desarrollo o políticas sociales las cuales – para acceder a sus metas-, no trepidarían en sacrificar a segmentos de sus propios ciudadanos. Todo ello justificado en la obtención, por ejemplo, del crecimiento económico. Véase su Teoría de la Justicia (2da ed.1995), FCE, México, cap. 1 y cap. 3 . En el fondo, el utilitarismo termina subsumiendo el ideal de justicia social bajo el modelo del racional choice. 33 Lo cual obviamente no implica que a Rawls no le parezca importantísimo la presencia y opción personal por alguna concepción de bien. Incluso más. Presupone la capacidad en cada cual de forjarse por sí mismo su propio ideal de bien, pero, en sociedades modernas y bajo el “hecho del pluralismo”, no puede ya imponerse una única concepción de bien, ni es evidente, tampoco, consensuar un ideal de bien mínimo. Véase su discusión al respecto expuesta en las Tanner Lectures on Human Values el año 82, y publicadas en Sobre las Libertades (90), Paidós, Barcelona. Este será uno de los puntos controversiales 22 virtud de las instituciones sociales y ha de prevalecer sobre otros criterios existentes, como el de eficacia, eficiencia, crecimiento o estabilidad. Una vez asegurada esta prioridad, una teoría de la justicia será más completa y preferible cuanto mejor sea capaz de satisfacer esas otras virtudes del orden social. Ciertamente, no se trata en primer término de la justicia en el ámbito de las relaciones interpersonales, sino de la ‘justicia como imparcialidad’, esto es, de los principios rectores que pueden compartir un conjunto de personas libres y racionales como soporte deseable del orden social, y de cuál es el procedimiento requerido para establecer esos principios. Tampoco se trata, en principio, de la justicia internacional34. Un rasgo singular de la propuesta rawlsiana —identificable en su Teoría de la justicia— y a juicio nuestro, de gran valor, es que establece puentes entre filosofía política y filosofía moral, lo cual no dejará de tener consecuencias35. Ello puede verse en el hecho de que la justicia, tratada como justicia social, tiene como objeto primario la estructura básica de la sociedad. Detrás de esta valoración subyacen, de manera general, algunas ideas básicas en las que se apoya, y que funcionan como una suerte de nociones previamente evidentes. Entre ellas, tienen particular relevancia las nociones de libertad y de cooperación social. Por la primera, se reconoce su pertenencia a la tradición liberal; por la segunda, su visión de la sociedad como un ‘sistema de cooperación social’ orientado a la satisfacción óptima de los intereses de todos y cada uno de sus miembros. Justamente, en la medida en que el concepto de cooperación social deviene clave en su teoría, su idea de libertad podría ser compatible también por ejemplo con formas de propiedad pública de los medios de producción. Frente al desafío de una escasez de recursos, surge la necesidad de fundar el sistema social sobre unos principios que configuren y potencien las ventajas de la colaboración social y logren mitigar, a la vez, los conflictos derivados de la distribución de los beneficios y cargas sociales. Según sea la configuración de estos principios, estaremos ante una u otra concepción de la justicia. En consecuencia, el mayor problema de toda concepción de la justicia consiste en definir cuáles son esos principios, darles forma como ‘ideal social’, y a la vez, los procedimientos para establecerlos. En Rawls, el problema central de una teoría de la justicia apunta hacia la búsqueda de aquellos principios que mejor puedan realizar la libertad y la igualdad, una que harán ver los así llamados comunitaristas, como debilidad de su reflexión sobre la justicia. No que sean ambos excluyentes, sino que la justicia y lo justo requiere también la presencia y asunción colectiva de una cierta idea de lo bueno (o, también, que la adhesión hacia una idea de justicia presupone su valoración como algo bueno por los sujetos-ciudadanos). Entre otros harán ver este punto C. Taylor, M. Sandel, A. MacIntyre y a su manera, M. Walzer. 34 Algo que Rawls intentó subsanar en uno de sus últimos trabajos Derecho de Gentes y una revisión de la idea de razón pública, (2001) Paidós, Barcelona.. 35 A este aspecto se dirigieron algunos de los críticos del trabajo rawlsiano, viendo allí una confusión. Rawls recogerá el guante y especificará muchos años después, que la suya es una concepción eminentemente política de la justicia. Véase su Liberalismo Político (1993). Comparto el punto de vista de filósofos como Brian Barry, para el cual en LB, la búsqueda predominante de estabilidad sociopolítica vía overlapping consensus le hace perder los contenidos más igualitarios de teoría de la justicia. Véase: B. Barry (95), “J. Rawls and the search for stability”, Ethics, vol.105, Number 4, July, University of Chicago Press. 23 vez que la sociedad es concebida como un sistema de cooperación entre personas libres e iguales. Y, como subraya en sus textos de los años 80, se trataría de una teoría política, no metafísica, esto es, una teoría que tiene una pretensión práctica y no epistemológica (no aspira a establecer una verdad sobre su objeto). No busca, por lo tanto, aplicar al orden político alguna teoría moral ‘general y comprensiva’, sino desarrollar una teoría moral que sea congruente con ‘una comprensión más profunda de nosotros mismos y de nuestras aspiraciones’, y que determine su legitimidad en la medida en que, ‘dada nuestra historia y tradiciones arraigadas en nuestra vida pública, es la doctrina más razonable para nosotros’. Rawls pretende, entonces, elaborar una concepción de la justicia en función de las sociedades democráticas existentes y a partir de las intuiciones comúnmente compartidas por los miembros de estas sociedades. Los principios de la justicia buscados –que encarnan su idea de justicia como equidad-, pretenden una validez universalizable y reposan en la consideración primaria de la persona/ciudadano como sujeto de iguales derechos y libertades y como persona moral. El objeto de los principios de justicia es la estructura básica de la sociedad es decir, la manera en la cual las instituciones de una sociedad -constitución, formas y estatutos de propiedad, sistema jurídico y económico-, se funden en un sistema y reparten los derechos, deberes e ingresos entre los individuos. Animado por este propósito, enuncia su idea central del modo siguiente: “(...) la idea directriz es que los principios de la justicia para la estructura básica de la sociedad, son el objeto del acuerdo original. Son los principios que las personas libres y racionales interesadas en promover sus propios intereses aceptarían en una posición inicial de igualdad”36. Esta ficción llamada posición original o situación inicial, distingue su noción del ‘contrato social’ de las versiones clásicas, porque es meramente hipotética y no se corresponde con realidades dadas históricamente. Pero esto no es suficiente. A renglón seguido, Rawls trata de garantizar las condiciones procedimentales que concurren al acuerdo justo en torno a esos principios. Para ello supone que esos principios de justicia "se escogen tras un velo de ignorancia" que les impide el acceso a informaciones sobre ventajas naturales o sociales que cada cual tendría en la realidad37. Al interior de esta ficción, los sujetos esgrimirían dos tipos de conducta: una, guiada por criterios de racionalidad — de cálculo —, y otra —que va más allá de los planteamientos del utilitarismo— a la que denomina acción razonable, orientada por consideraciones morales y un sentido de la justicia presente en la sociedad como sistema de cooperación social. Su estrategia metódica se enmarca en lo que Rawls designa como "constructivismo kantiano"38, en cuanto utiliza una noción de persona moral, libre, autónoma e igual. Desde la posición original y el velo de ignorancia, los participantes sociales estarán en condiciones de acometer el ejercicio de un ‘equilibrio reflexivo’ entre lo racional y lo razonable. Pues bien, ¿qué principios de ordenación de las instituciones sociales (la estructura básica de la sociedad como objeto) elegirían personas racionales 36 J.Rawls, Teoría de la Justicia, (2ª ed de 1995), FCE, México, p.24. Nos guiaremos por esta versión y la mencionaremos también mediante la abreviatura TdJ. 37 TdJ (1995) pp.25 y ss. Para el tema del “velo de ignorancia” véase el número 24 (pp.135 y ss) en el mismo libro. 38 Véase del mismo autor Justicia como equidad. Materiales para una teoría de la justicia, (86) Tecnos, Madrid . 24 y razonables colocadas en situación de incertidumbre y bajo el velo de ignorancia? Sometidos a estas condiciones, los agentes aplicarían la regla del maximin, que pide que la situación del menos aventajado corresponda al máximo posible. Este planteamiento rawlsiano constituye un artificio (ideal) para explicar que las personas/ciudadanos racionales y razonables escogen principios que regulan de manera legítima la distribución de los bienes sociales primarios: derechos, libertades, oportunidades, renta y riqueza, y las bases sociales de la autoestima. En este cuadro metódico, la idea de justicia como imparcialidad implicará: un principio de igual libertad, de mayor jerarquía e inalienable, y un principio que regula las desigualdades, supeditado a él; ambos principios son un caso especial de una idea más general de justicia que reza como sigue: “Todos los bienes sociales primarios –la libertad y la oportunidad, la renta y la riqueza, y las bases de respeto mutuo -, deben distribuirse por igual a no ser que una distribución desigual de uno cualquiera de todos estos bienes beneficie a los menos favorecidos” 39. Así entonces, los principios escogidos por los ciudadanos colocados bajo esas restricciones, puestos como base para guiar la construcción de las principales instituciones de una sociedad que se pretende justa, serán los siguentes: 1. Toda persona debe tener un igual derecho al más extenso sistema total de libertades básicas iguales, compatibles con un sistema similar de libertad para todos (principio de iguales libertades); 2. las desigualdades sociales y económicas deben ordenarse de tal forma que ambas estén: a) dirigidas hacia el mayor beneficio de los menos aventajados (principio de diferencia); b) vinculadas a cargos y posiciones abiertos a todos bajo las condiciones de una equitativa igualdad de oportunidades (principio de justa igualdad de oportunidades). Estos principios se organizan de acuerdo con lo que llama orden lexical de prioridades (que resulta una suerte de tercer cuasi principio): ninguno de ellos puede anteponerse sin que antes se haya cumplido el precedente, considerado más importante. Entre ambos principios, el aseguramiento de las libertades civiles y políticas fundamentales tiene prioridad por sobre el principio de la desigualdad. Con ello Rawls quiere prevenirnos de aquellas empresas sociales o económicas sometidas al principio de cálculo costo-beneficio en función del mayor número, las que pueden considerar de manera insuficiente o las libertades básicas de los ciudadanos, o sus condiciones de existencia igualitaria. Mayores cuotas de igualdad no pueden lograrse mediante el rebajamiento de las cuotas de libertades conquistadas. Pero no sólo eso: el subprincipio b del segundo principio tiene prioridad sobre el subprincipio a; es decir, la justa igualdad de oportunidades prima sobre la asistencia o compensación a los menos favorecidos o aventajados. Se trata en esto de no permitir por ejemplo que, la lucha contra las desigualdades traiga implicada una liquidación de una política democrática (y la 39 Cfr. J.Rawls, Teoría de la Justicia (1995), FCE ,p. 281 (el subrayado es nuestro) . 25 consideración entonces del punto de vista de los propios ciudadanos o afectados), ni que tampoco se convierta o trasvasije en mera caridad o compasión. Este punto no deja de ser interesante. Rawls califica su idea como una concepción especial de la justicia, que sería valedera en un orden societal que garantizara a cada miembro un nivel de vida mínimo aceptable. Donde esto suceda, es poco probable que los individuos estén dispuestos a modificar sus libertades en función de mejorar su bienestar. Sin embargo, pueden darse situaciones en las cuales esos mínimos aún no han sido garantizados para todos, y en tal caso debería primar una ‘concepción general de la justicia’, mediante la cual podrían sacrificarse una o más libertades básicas si con ello se asegurase un mínimo aceptable, por debajo del cual no se está en condiciones de poder ejercer esas mismas libertades 40. De este modo, una sociedad bien ordenada es una en la cual sus instituciones básicas pueden encarnar estos principios de justicia, y en la cual sus miembros son capaces de adherir a esos principios y sostener estas instituciones. De esta manera, Rawls lleva a cabo la tarea de reconstruir las intuiciones y juicios morales que están en la base de las democracias constitucionales —la estadounidense en primer lugar—, a fin de obtener principios de justicia que servirían de organizadores de la cooperación social de personas libres e iguales; ciertamente, en el contexto de la marcha histórica del capitalismo de mercado. El suyo, entonces, aparece como el esfuerzo para resolver el permanente conflicto que han tenido las sociedades liberales modernas para complementar los valores de la libertad y la igualdad en sus instituciones sociales. Quedaría por ver, por ejemplo, si y de qué manera se da esa articulación en el actual modelo histórico de democracias más o menos liberales y globalizadas. 4.3. En el punto 1 de este documento hemos presentado algunos elementos del contexto de la búsqueda – la “revolución pingüina” y el debate allí esbozado sobre la educación nacional-, y cómo, en ese movimiento y debate, se enarbolaban una mayor igualdad y justicia educativa, y, al mismo tiempo, se reivindicaban más espacios participativos en su definición y operacionalización. En el punto 2, señalamos al hilo de estas inquietudes que en la actual coyuntura y debate era insuficiente detenerse únicamente en los aspectos técnico-gestionarios de la educación nacional, sea pública o privada, y que era pertinente abrir discusión sobre lo que hemos llamado horizontes normativos plausibles o deseables para nuestra educación. Dicho de otra forma, los debates sobre educación a nivel país han tenido en la reivindicación de mayor igualdad (justicia educativa), y de mayor participación (democratización), dos de sus ejes primordiales. Pues bien, a partir de los rasgos que caracterizan una posición como la rawlsiana que esquemáticamente hemos descrito más arriba, ¿qué puede avanzarse sobre las búsquedas para superar las asimetrías que afectan a la educación nacional? No es fácil responder esta cuestión. Hay que decir, primero, que Rawls no incluye de manera 40 Para examinar más en detalle estos principios, puede verse en su Teoría de la Justicia, la primera parte, los capítulos I, II, III. También el capítulo V. A su vez, estos principios sufren algunas modificaciones, pero en lo esencial, el autor los mantiene a lo largo de sus trabajos. Puede verse también, Justicia como equidad. Una reformulación (2002), Paidós, Segunda parte, pp.69 y ss. También su Liberalismo Político (93), FCE, México, pp. 30 y ss. 26 directa a la educación como formando parte de los bienes sociales primarios. Sin embargo, al mismo tiempo hay que señalar que la lista de esos bienes no es algo cerrado de antemano de una vez y para siempre. Por tanto, cabe la posibilidad de incorporar a ese listado bienes social-públicos tan centrales como salud y la misma educación. Y eso es algo que podría justificarse a partir de nuestro propio contexto de país latinoamericano. ¿Por qué Rawls se restringe sin embargo en esa incorporación? No aparece claro en sus propios escritos. Pero podría suponerse que ello se debe a su propia filosofía política de corte liberal, es decir, una en la cual el Estado o grupos de poder no deberían tener incidencia muy directa en los asuntos educativos de su sociedad. Por un lado, por el peligro de un intervencionismo que puede pasar a llevar el pluralismo; por el otro, porque podría romperse el supuesto de base que apunta a la neutralidad estatal en la formación de los individuos y ciudadanos, supuesto muy acentuado en el liberalismo político, al menos teoréticamente. Sin embargo, nuevamente, podemos encontrar, entre los propios bienes sociales que deben distribuirse de forma igualitaria – a menos que una repartición des-igualitaria redunde en beneficio de los menos favorecidos-, uno que favorece justamente la inclusión de la educación como bien social fundamental. Nos referimos en particular, a la distribución igualitaria de las bases sociales de la autoestima. El mismo Rawls subrayara al respecto que “En varias ocasiones he señalado que tal vez el bien primario más importante sea el del respeto propio” 41 . En esta misma dirección cabe la promoción entonces de una justa igualdad de oportunidades, alentada desde los dos principios de justicia rawlsianos, y en particular desde el principio de diferencia, extensible al campo educacional. Ahora, hay que considerar que una justa igualdad de oportunidades difiere de la mera igualdad de oportunidades, adoptable desde una opción liberal-utilitarista en filosofía moral y política. Y Rawls, como lo hemos dicho ya, considera especialmente las limitantes de esa posición a la hora de articular de una nueva forma libertad e igualdad. Para el utilitarismo en general42, lo que puede preferirse por cada individuo no debiera en principio verse limitado por algún ideal de justicia o de bien común, sino por las consecuencias reales o previsibles de las acciones y decisiones tomadas para el bienestar individual o grupal. Esto se supone funciona tanto para el individuo como para los colectivos vistos como un individuo. Es el ejercicio del cálculo de posibilidades y maximización presidiendo los cursos de acción y decisión. El problema es que en este diseño lo que pueda resultar más o menos justo, viene a ser una especie de resultante del conjunto de opciones y preferencias que se ponen en juego y compiten entre sí, tanto a nivel individual como grupal. Con lo cual el eventual ideal de justicia queda puesto como algo fácticamente dado. Pero no solo eso. Además, es una resultante que no puede asegurar la génesis de puntos de vistas más o menos compartidos sobre si la justicia –existente-, es legítima o no. Incide entonces sobre el ideal de justicia e igualdad que se pueda compartir en una sociedad dada. Por esa vía, desde un planteo rawlsiano, una posición como esa no solo afecta a ese ideal, sino también a todos aquellos que –sea por causa del azar, la suerte u otro tipo de situaciones previas-, no les va bien en el concurso por la realización de sus 41 42 TdJ (1995), p.398. Cfr. Al respecto la nota 24, supra. 27 preferencias, es decir, los menos aventajados o favorecidos en capital social y cultural. En esta dirección tendríamos un impulso hacia una igualdad de oportunidades “capacitaire”- como le llama Savidan43- , es decir, una igualdad educativa que promueve que los logros están en función del uso que cada cual hace de sus potencialidades y recursos propios. Cada cual, en función de sus opciones y talentos, sostendrá que sus éxitos –educacionales en este caso-se deben – principalmente- o a su propio esfuerzo, o a un correcto uso de sus recursos. Como lo expresa Rawls, de manera crítica: “la igualdad de oportunidades significa tener la misma oportunidad de dejar atrás a los menos afortunados en la lucha personal por alcanzar influencia y posición social”44. Desde el punto de vista utilitario, importará aquella igualdad de oportunidades en el campo educacional orientada a desarrollar, para cada quien, sus propias posibilidades para descollar. Podemos presumir que una buena educación será aquella que permita a todos el mejor empleo de sus competencias y/o talentos individuales. El principal defecto aquí es que desde esta idea de igualdad (como igualdad de oportunidades), no puede concebirse una sociedad bien ordenada. Y el ideal de sociedad bien ordenada es importante por cuanto posibilita “una unión social de uniones sociales”. Uniones las cuales tienen como norte “el bien primario esencial del respeto por sí mismo”45 . Pues bien, para la implementación de ese bien social basado en la autoestima o autorrespeto, hay que considerar un trato específico hacia los menos favorecidos, de un modo tal que se limiten las formas de jerarquía y los grados de desigualdad permitidos por la justicia realmente existente 46 . Esto implicará entonces promover e ir más allá de un tipo de sociedad y educación que sólo se propone igualar en la capacidad de cálculo medio-fin en función de preferencias individuales, o, en la creación de espacios para que cada cual descuelle según sus méritos o talentos. Un primer aspecto entonces en el tema de este segmento, tiene que ver con la posibilidad abierta de incluir entre los bienes sociales fundamentales o primarios a la educación. Uno segundo, dice relación con la orientación y opción rawlsiana por una justa igualdad de oportunidades, y no solamente, por una mera igualdad de oportunidades. Porque esta última, a final de cuentas, está para proporcionar espacios y condiciones en las que cada cual pueda hacer lucir sus atributos naturales por sobre los demás. Rawls señalará al respecto que “los recursos para la educación no se asignaran única ni necesariamente, de acuerdo con lo que previsiblemente pueden rendir como capacidades productivas, sino de acuerdo también al valor que tengan como medios que enriquecen la vida personal y social de los ciudadanos, incluyendo aquí a los menos favorecidos”47. Su interpretación de la justicia que aporta desde el principio de diferencia modifica esta visión de las cosas, en cuanto su ideal normativo de sociedad justa se orienta hacia una sociedad bien ordenada, una en la cual ocupan un lugar muy importante las “bases sociales del autorespeto”; claro, a partir del autointerés de cada cual 48. Pero de un autointerés capaz de salir de sí y comprender que no hay sociedad estable ni planes de vida realizables, sin cooperación social y acuerdos normativos básicos. 43 Cfr. Patrick Ssavidan, Repenser l’egalité des chances (2007), Grasset, Francia. TdJ (1995), p.108 45 Ibid., p.109 46 Cfr. TdJ, (1995),p.109 47 Ibid.,TdJ (1995) ,p.109 48 Rawls es crítico de las limitaciones del utilitarismo, pero no por eso deja de considerar como algo correcto en general la base antropológica que lo sostiene. Y en ella los individuos son sujetos autointeresados. 44 28 Más en general nos dirá Rawls que el principio de diferencia se orienta a concebir las desigualdades dadas como legitimas si y solo si contribuyen al beneficio de los menos aventajados (en capital social, capital cultural o medios económicos). Por tanto, ni la herencia, el mérito o las dotaciones naturales se muestran justificaciones suficientes para legitimar como validas y pertinentes las desigualdades existentes respecto a la repartición de los bienes sociales primarios49, los principios de justicia y la misma educación. Sin embargo, como hemos dicho más arriba, Rawls es consciente que – de facto, existen desigualdades y que es muy probable que sigan existiendo en dosis diversas, como una situación ligada a las circunstancias de la justicia (condiciones objetivas y subjetivas de la existencia social)50. Puede compartir este punto de vista con la evaluación del utilitarismo, así como del libertarismo y de otras posturas filosófico políticas y éticas que señalan la pertinencia de una consideración de la sociedad y las políticas desde algún ideario de justicia (más estrecho o más amplio), toda vez que no están resueltos ni los problemas de disposición de recursos, ni de su producción ni de su distribución en el presente. Dicho de otra forma, si se diera un escenario de plena abundancia la virtud de la justicia saldría sobrando; al mismo tiempo, si se da un escenario de extrema privación, también. Con todo, para una igualdad democrática como la que pretenden promover sus principios de justicia, esas circunstancias deben ser enfrentadas, criticadas, sobrepasadas, y no ser aceptadas como un producto de la evolución natural de la sociedad, del mejor manejo y destino de la propiedad de sí , o del éxito en la competencia de mercado. No podrán ser validadas en función sea de los méritos personales, de las herencias recibidas o del lugar social de nacimiento. No solo eso. Como hemos visto se trata que esas desigualdades producto de las circunstancias de la justicia no podrán justificarse si no contribuyen o van en beneficio de los menos aventajados (en capital social, capital cultural o ingresos). Con todo, esas circunstancias no son algo inmodificable, ni tampoco algo ajeno al control y/o dirección de nosotros mismos. Y esto, claro está, tiene importantes consecuencias para la idea de política democrática e igualdad que se tenga. Todo ello en consonancia con su concepción general de la justicia que reza como hemos dicho: “ Todos los bienes sociales primarios –libertades, igualdad de oportunidades, renta, riqueza, y las bases sociales de la autoestima -, han de ser distribuidos de un modo igual, a menos que una distribución desigual de uno o de todos estos bienes redunden en beneficio de los menos aventajados”51 . Donde un elemento clave aquí reside en concebirlos, como se ha dicho, con un carácter cívico-constitutivo. Esto es, los ciudadanos de una sociedad justa pueden tener diferencias entre sí, distintas creencias, o diversos niveles de ingreso y bienestar, pero todos comparten los mismos bienes sociales primarios. Y resultan importantes, porque allí se incluyen no sólo las libertades básicas 52, sino también ingresos, riqueza, y lo que llama las bases 49 Esos bienes básicos son: libertades básicas; libertad de movimiento y trabajo; posibilidad de ocupar posiciones de responsabilidad; ingresos y riqueza; y las bases sociales del autorrespeto. 50 Cfr.TdJ (95), p. 126 y ss. 51 Cfr. TdJ (1995), p.281. 52 Esas libertades básicas protegidas por el primer principio de justicia son: libertad política, libertad de expresión, libertad de conciencia y pensamiento, libertad personal, que incluye la libertad frente a la opresión psicológica, la agresión física y el desmembramiento, el derecho a la propiedad personal y la libertad respecto al arresto y detención arbitrarios. Importante es notar en este punto que Rawls no 29 sociales del autorespeto. Y esta noción es valiosa para el ideal democrático y educacional. Porque refiere al hecho de que todo aquel que no posee suficientes ingresos y riqueza, o no posee libertad (porque depende de otros al no tener acceso a suficientes ingresos y riqueza) o no posee suficientes conocimientos y formación, ese sujeto tendrá dificultades en su autoimagen y al mismo tiempo no podrá compartir el status de ciudadano en igualdad de condiciones. Una sociedad democrática entonces –como la que tiene en mente Rawls-, pone en su centro la posibilidad de edificar sus instituciones políticas y sociales al amparo de su idea de justicia como equidad, pensada ésta como una concepción eminentemente igualitarista. ¿Por qué tiene su concepción esa dirección? A nuestro juicio ello tiene que ver con las razones que esgrime Rawls para que –si deseamos construir una sociedad bien ordenada y equitativa - regulemos las desigualdades. Y estos motivos resultan de la mayor importancia para países como los nuestros en la forma de repartir sus bienes sociales fundamentales. Revisémoslos rápidamente. La primera de esas razones según Rawls, es que le parece erróneo que haya alguna o mucha gente que no pueda acceder a los medios suficientes para satisfacer sus necesidades básicas, mientras otros –los menos-, sí pueden hacerlo. En segundo término, le parece importante controlar las desigualdades económicas y sociales porque de esa forma se puede impedir que una parte de la sociedad domine al resto53. Ahora bien, cuando esas dos clases de desigualdades son grandes, entonces abren paso a la desigualdad política, esto es, a un poder político concentrado. Con lo cual se asegura a unos pocos una posición dominante en el conjunto de la economía54. Un tercer motivo para tener en cuenta tiene que ver con lo que califica como “intrínsecamente malo” en la desigualdad. Esto es, aquellas desigualdades provenientes de la pertenencia a un status social distinto. ¿Por qué ameritan especial atención? Porque, nos dice, pueden –por una parte-, suscitar “actitudes generalizadas de deferencia y servilismo” y, por la otra, promover una “voluntad de dominio y una actitud arrogante”. Entre esas desigualdades provenientes de la pertenencia a un status social distinto, le parece particularmente odioso “el status fijado por adscripción al nacimiento, al género o a la raza”55. Su propuesta de justicia como equidad, tiene entonces en el centro la idea que el status fundamental en la sociedad política es el de una ciudadanía parigual. Sólo desde el punto de vista de los ciudadanos iguales puede entenderse la justificación de otras desigualdades56. incluye entre las libertades básicas a garantizar, ni el derecho de propiedad privada de medios de producción, ni la libertad contractual preconizada por el laissez-faire. Véase en Teoría de la Justicia, (1995) op cit., pp.68/69. 53 Este es precisamente el argumento republicanista esgrimido para favorecer sociedades más igualitarias y democráticas como expresión de sociedades más libres. A contrario sensu de aquellos que ven ese argumento y modelo político como reflejo de una interferencia externa indebida en el ejercicio de la libertad y propiedad individual. Véase de P.Pettit (1999), Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Paidós, Barcelona. 54 Al respecto, no deja de resultar notable este diagnóstico rawlsiano, toda vez que –lamentablemente-,es todavía una realidad en la mayoría de nuestra América. Véase el Informe del PNUD Regional sobre La Democracia en América latina y el Caribe, Bs As/Lima, 2004. 55 Estas desigualdades son complicadas porque atentan precisamente contra las bases sociales del autorrespeto. Véase de J.Rawls , La justicia como equidad. Una reformulación (2002). Paidós, Barcelona, pp.177-179. 56 El trabajo de Rawls ha sido fundamental para reivindicar la posibilidad de un discurso válido sobre la justicia en las sociedades contemporáneas, sea desde la filosofía política o desde la ética social. La reflexión rawlsiana ha servido entonces de inspiradora a otros pensadores ocupados también con los 30 Con el recorrido anterior hemos establecido algunos rasgos salientes de la forma en que Rawls aborda la articulación de libertad e igualdad pensando en sociedades democráticas, y orientada a regular la marcha de las principales instituciones sociales. Si esos son algunos de los argumentos principales que esgrime nuestro autor para apoyar su idea de justicia como equidad en distintos ámbitos, a un nivel general, ¿qué pasa entonces con la educación? ¿Deben los servicios educativos entregarse o ponerse a disposición del conjunto de la población, sin consideración especial por su edad, status socioeconómico, lenguaje, geografía, relación con la escuela, o nivel de habilidades? ¿O, más bien, la educación tiene que entregarse a los grupos en los cuales se vea que esa inversión tiene posibles retornos? ¿La política educativa tiene que basarse en un derecho universal de acceso, o en función de las diferencias que pueden mostrar los educandos? Lo que salta a la vista es que no hay en el trabajo de Rawls una reflexión precisa y más específica sobre la educación como objeto temático y sus diferentes aspectos. Por tanto, no hay una respuesta unívoca a esas cuestiones. Quizá ello se deba (además de lo que hemos señalado antes) a las propias virtudes y defectos en que se mueve su oferta normativa: virtudes, en cuanto pretende entregarnos un conjunto de argumentos que den sustento a ciertos principios de justicia que podrían orientar el diseño y evaluación de las instituciones sociales, incluida la misma educación. Defectos, en cuanto a que su excesiva abstracción e idealidad en que se mueve, deja de lado los contextos específicos, los conflictos históricos, las diversas tradiciones desde las cuales podrían adoptarse los mismos principios que ofrece. Sin embargo, a pesar de su grado de abstracción, los principios de justicia propuestos y su apuesta por un adecuado aseguramiento para todos de los bienes sociales primarios, tienen consecuencias para el tipo de distribución e incidencia de una institución y bien social como la educación. Resulta más o menos claro que la realización adecuada de los tres principios de justicia (iguales libertades; principio de diferencia y principio de justa igualdad de oportunidades), como la promoción de lo que llama las bases sociales del autorespeto, demandarían un determinado acceso y carácter de la educación en una sociedad que se pretende democrática. O, dicho de otra forma, el tipo de acceso y educación proporcionado en una sociedad no puede ser ajena a la obtención, implementación y estabilidad de los principios de justicia acordados de manera colectiva. Obviamente, siempre y cuando a esa sociedad le interesare discutir y orientarse mas o menos mancomunadamente acorde a ciertos principios de justicia. Hemos consignado más arriba cómo en nuestra sociedad -hasta el momento-, ha pasado desapercibido un debate participado y más de trasfondo sobre cuales deben ser los fundamentos del accionar de las principales instituciones sociales que nos regulan57. temas de la igualdad y la justicia. Comparten con Rawls la importancia -para las libertades y una democracia estable-, de abordar las inequidades y desigualdades evitables. Pero difieren en su definición del rasgo primordial de la igualdad deseable. Podemos destacar aquí a R.Dworkin y su idea de igualdad de recursos. Véase su Sovereign Virtue. The Theory and Practice of Equality(2000), Harvard University Press . También los trabajos de A. Sen, quien se desmarca de la postura rawlsiana de enfatizar unos bienes sociales primarios y propone que promovamos lo que llama igualdad de capacidades, es decir las habilidades y las potencialidades de ser o hacer algo. Véase, Bienestar, justicia y mercado (98), Paidós, Barcelona, 98. También su Nuevo examen de la desigualdad(95), Alianza, Madrid,1995. Y habría que agregar ahora su último texto La idea de la Justicia (2009), Taurus, Madrid . También podemos consignar aquí los trabajos de un P. Van Parijs, en particular, Libertad real para todos (2000) Paidós, Barcelona, así como también Qu’est-ce qu’une société juste? (91) Seuil, París . 57 Véase F.Atria (2007), Mercado y Ciudadanía en Educación, Flandes Indiano, Santiago, pp.101 y ss. 31 Ha sido éste justamente uno de los puntos reivindicados por la llamada “revolución pingüina” respecto al sentido y significado de una educación que vaya más allá de los temas abocados a inversión o medios técnicos puestos en juegos. Lo mismo que nos señala A.Gutmann al decirnos que “en democracia, cuando los ciudadanos gobiernan, determinan, entre otros asuntos, cómo se educarán los ciudadanos futuros” 58 . Pues bien, a pesar de no haber una posición directa de Rawls respecto a si, por ejemplo, la educación tiene que estar en manos públicas o privadas, su concepción general de la justicia, los principios de justicia que se acuerdan, así como también, la necesidad de garantizar el acceso a bienes sociales primarios para el conjunto de los ciudadanos, señalan una cierta dirección. La educación tendría que ser más o menos coherente con su afirmación de que el estatus fundamental en la sociedad política, tiene que ser la ciudadanía parigual; un estatus que poseen todos en cuanto personas libres e iguales. Quizá entonces por eso Rawls mismo en las páginas dedicadas a explicar sus principios de justicia, sostiene que “las probabilidades de adquirir los conocimientos y técnicas culturales no deberían depender de la posición de clase; asimismo, el sistema escolar sea público o privado, debería ser diseñado para destruir las barreras de clase” 59. Y esta afirmación se revela muy importante porque señala un camino para orientaciones más igualitarias y democráticas de un sistema de educación. Si, el actual sistema educativo por ejemplo, reproduce la segmentación socio-clasista que viene de atrás (que no es opcional), entonces, debería ser modificado para impedir que se repita esa situación. Aquí podríamos hacer funcionar no solo el principio de justa igualdad de oportunidades, el cual, a pesar de no inscribirse en la óptica meritocrático-utilitarista, tomado en sí mismo es relativamente ciego frente a unas circunstancias de la justicia en las cuales los menos favorecidos o aventajados (en capital social, capital cultural o ingresos) no tienen posibilidades de mejorar sus posiciones y/o accesos a bienes básicos importantes, sino también, el principio de diferencia. Si tomamos en cuenta el principio de diferencia tenemos que subsanar las desigualdades inmerecidas en el campo educacional. En el caso de darse una situación así entonces “el principio de diferencia asignaría recursos digamos en educación, de modo de mejorar las expectativas a largo plazo de los menos favorecidos”60. Pero no solo eso. Rawls nos señala que de tomarse una decisión en pos de una educación que favorezca de manera especial a los menos favorecidos, el valor de la educación no puede medirse únicamente en función de la eficiencia económica o del bienestar social. No puede ser concebida solamente como un medio o un instrumento para una mejor adecuación al mercado por ejemplo. Ella juega también un rol muy importante en relación a promover las adecuadas bases sociales del autorrespeto de cada ciudadano y ciudadana. Por eso es que si, por ejemplo, en el caso nuestro, las asimetrías en el sistema educacional que hemos señalado en el segundo punto de este documento, se ligan a una “adscripción al nacimiento, al género o la raza”, o, a diferenciales ligadas a una Por supuesto, esta debilidad y ausencia de un debate público más a fondo en torno a políticas no remite solamente al ámbito educativo. 58 Cfr. A.Gutmann (2001), Una teoría política de la educación, Paidós, Barcelona, p.17 59 Teoría de la Justicia (1995), p.79. El subrayado es nuestro. 60 Véase, TdJ (1995), p.103. 32 pertenencia a distinto status social, las consecuencias son “graves males y grandes vicios” para la sociedad, según Rawls. Desde este punto de vista, la educación tiene una tarea importante para fortalecer la cultura política pública de una sociedad democrática, y ello pasa también, por ofrecer a todos sus miembros el capacitarlos para “disfrutar la cultura de una sociedad y para tomar parte en sus asuntos”61. Es decir, tiene también un rol que jugar en lo que podría llamarse una educación para la ciudadanía, y no sólo, una en la cual se obtienen algunos recursos y medios para desenvolverse después adecuadamente en el espacio de la competencia mercantil. Desigualdades injustificadas en el campo educacional público marcarán la formación de sujetos con una débil base social de autorespeto; y sujetos con una débil autoestima social no estarán demasiado interesados probablemente en el fortalecimiento o participación en la cosa pública, con las consecuencias previsibles para la convivencia, el lazo social y la marcha de las instituciones62. Es decir, con probables consecuencias negativas para el adecuado impulso formativo de virtudes cívico-ciudadanas y por ende, para la instalación de una auténtica democracia en nuestro país63. Se trata de que una política educacional si puede ser más igualitaria, formativa y justa pudiera –con ello-, promover ciudadanos más virtuosos, y por ese camino una mejor democracia64. Dicho de otra forma, una adecuada consideración del principio de diferencia nos pediría mirar también las circunstancias de la justicia en las que se desenvuelve el acceso, calidad, gobierno y sentido de la educación público-privada ofrecida hasta el momento. O, cuando menos, llevar a preguntarnos si acaso las desigualdades existentes - así como las ambigüedades en la fijación de límites para la incidencia de lo privado- en el sistema educativo, están diseñadas, como dice nuestro autor, “para destruir las barreras de clase” y contribuir efectivamente al beneficio de los menos aventajados65. 4. 4. Pues bien, puede decirse que a pesar de las eventuales ambigüedades que pueden descubrirse en los planteamiento rawlsianos, en particular, si se los contrasta e interroga desde el marco socio-histórico y político-económico desde el cual son emitidos, es dable destacar que los tres principios enunciados como formando parte de su idea de justicia como equidad (principio de iguales libertades y derechos, principio de justa igualdad de oportunidades, y principio de diferencia), ponen en el centro de atención una actitud similar frente a la desigualdad como fenómeno: sólo pueden justificarse las desigualdades – por lo demás, en esta óptica, inevitables-, que sirven o favorecen 61 TdJ (1995) ,pp. 103-104. Para un estudio muy interesante sobre las conexiones entre educación y lazo social en nuestra América, puede verse el trabajo de Cristián Cox, “ Las reformas educativas y su impacto sobre la cohesión social en América latina”, en E. Tironi (Ed.),(2008) Redes, Estado y Mercados, Uqbar editores, Santiago, pp. 275321. 63 Por cierto, con el adjetivo de “auténtica” señalo que una democracia propiamente tal reclama la adecuada participación, compromiso y soberanía ciudadana para decidir y evaluar los asuntos comunes de la mayor importancia para una vida en común más justa e igualitaria. Claramente, no hay en esto unanimidad. La comprensión de lo que se entienda por democracia forma parte del mismo debate de ideas políticas y de la evaluación que se hace de la marcha de las instituciones y sus políticas. 64 Como se deja ver, una afirmación de ese tipo la podría suscribir un republicanista democrático también. 65 Los menos aventajados o favorecidos se determinan en función de: su clase social , es decir, la clase en la que nacen y se desarrollan antes de tener uso de razón; sus dotaciones innatas y las oportunidades de desarrollarlas que se ven afectadas por su clase social ; su buena o mala fortuna, o buena o mala suerte en el transcurso de sus vidas (enfermedades, accidentes, desempleo involuntario, declive económico regional). Véase, La Justicia como equidad. Una reformulación, op cit.,87-88. 62 33 tanto una justa igualdad de oportunidades, como a los menos favorecidos en capital cultural y ventajas socioeconómicas. Al respecto podemos notar que, por una parte, Rawls es consciente de que se vive en sociedades de democracias constitucionales y capitalismo de mercado, y que en ellas, las desigualdades tienen un lugar importante. Más aun si el basamento de sus orientaciones normativas reside en alguna forma de utilitarismo. Desde cualquiera de sus expresiones, la sociedad se condena a no poder acortar los diferenciales en el acceso y usufructo a valores sociales muy importantes para refrendar la condición de ciudadanos libres e iguales. Por otra, es de aquellos que piensa que no resulta factible ni es deseable aspirar a expresiones de igualdad completa entre personas y ciudadanos66. Por un lado entonces, se percata que en las sociedades actuales existen desigualdades no siempre justificables –ético-políticamente hablando-, en la repartición de bienes sociales básicos y, al mismo tiempo, que no es históricamente concebible algún modelo de sociedad en la cual se pueda superar la existencia de todo tipo de desigualdades. Sin embargo, esas constataciones no le llevan a la indiferencia respecto a las desigualdades existentes, ni tampoco a su naturalización. Si existen desigualdades, constatables desde nuestro sentido de justicia y nuestra cualidad de ciudadanos libres e iguales, ellas entonces tendrán que justificarse ante el tribunal más alto de su normatividad67. Por cierto que ante la situación de mayor o menor desigualdad que puede observarse en la escena pública, hay quienes esgrimen diversas justificaciones que pretenden apuntalar como positivas la existencia de esas desigualdades, sea como debidas a diferenciales de talento y esfuerzo personales (mérito) o, como debidas a factores imponderables o inmanejables (el azar). En el primer caso, se supone que el que algunos tengan acceso a más bienes, a mejores posibilidades sociales y culturales a una mejor educación, es algo que se debería a su propia capacidad personal, a su talante emprendedor, a su perseverancia, o a su dotación bien explotada. Sin embargo, pareciera que la pobreza o el no acceso a determinados bienes y servicios no es un asunto de merecimientos u opciones individuales puramente. La base última de estas situaciones se encuentra en contingencias sociales o naturales, debidas al hecho de haber nacido en el seno de una familia rica o pobre, bien o mal dotado por naturaleza, en tal o cual barrio, etc. Nadie merece “moralmente” ni la familia en que ha nacido, ni el colegio al que asistió, ni el color de pelo que tiene; ni tampoco la dotación genética con la que viene al mundo. Ser bien o mal dotado por la naturaleza; nacer en el seno de una familia pudiente o no, con capital cultural o no, reflejan situaciones arbitrarias desde el punto de vista moral. Esto es, no tiene sentido al parecer atribuir singular mérito a alguien por haber nacido bien dotado o reprocharle a otro haber nacido por ejemplo en un medio culto o con una larga educación. De manera clara Rawls expresa que “nadie merece una mayor capacidad natural ni tampoco un lugar inicial más favorable en la sociedad “68 . El azar 66 Algo que por lo demás no propone ninguna filosofía política y social ni siquiera aquellas que adhieren a alguna versión de socialismo y/o comunismo. Hay en la atribución de uniformismo o nivelamiento a la base de la búsqueda de mayor igualdad en la sociedad un argumento ideológico que, a la postre, redunda en la indirecta justificación de las desigualdades de facto y su usufructo segmentado. 67 Esto llamaría a las sociedades -y, porqué no, a la humanidad misma-, a interrogarse por los límites moral-políticamente aceptables de las desigualdades existentes. 68 Cfr. , Teoría de la Justicia (1995), p.104 34 social o natural representan hechos, no constituyen base de mérito o demérito, no son por ello justos o injustos: “Estos son hechos meramente naturales. Lo que puede ser justo o injusto es el modo en que las instituciones actúan respecto a estos hechos”69. He aquí un punto original del aporte rawlsiano. Su concepción de la justicia y en particular, el principio de diferencia tienen un alcance no meritocrático-utilitarista. Rawls piensa que ese principio “transforma de manera fundamental los objetivos de la sociedad”. Algo que aparece como tal si se toma en cuenta que según él “se debe tratar a los menos favorecidos que tengan confianza en el sentido de su propia valía, lo cual limita las formas de jerarquía y los grados de desigualdad permitidos por la justicia” 70. Y esto de algún modo se opone al sentido común. La herencia ventajosa, el lugar de nacimiento, las dotes naturales, no deben verse como bienes privados apropiables, sino como disposiciones que están al servicio del colectivo. Dicho de otra forma, la herencia o las dotaciones naturales-sociales serán permisibles/aceptables siempre que las desigualdades resultantes sean para ventaja de los menos favorecidos o aventajados y, al mismo tiempo, compatibles con la libertad y la justa igualdad de oportunidades. El principio de diferencia delimita y quiere ir más allá de la lectura meritocrático-utilitarista de la igualdad de oportunidades (como igualdad formal)71 . Este última propende a favorecer un orden social en el cual se tenga la misma oportunidad de dejar atrás a los menos favorecidos y afortunados en “la lucha por alcanzar influencia y posición social”72. Esta forma de leer la igualdad de oportunidades enfatiza una idea de igualdad basada en el ejercicio individual de un cálculo racional en función de deseos y preferencias que se busca realizar. La misma sociedad es vista como un orden en el cual se promueve la igualdad de oportunidades “como modo de liberar las energías de los hombres en la consecución de la prosperidad económica y el dominio político” 73, léase, poder+dinero e influencia. Pero, y qué sucede entonces aquí con todos aquellos los cuales no cuentan ni con las dotaciones, ni el azar ni las posiciones sociales suficientes –por motivos independientes a su voluntad-, para tener éxito en el cumplimiento de esos objetivos? . En principio, pierden la carrera a mano de las circunstancias de la justicia, desde las cuales actúan como preferidores racionales. De algún modo entonces en esta versión, la bondad de un estado de cosas tendría que juzgarse según las utilidades que produce ese estado; es decir, sería evaluado en función de la satisfacción y/o maximización –o no- de ciertas preferencias personales o grupales. El problema, entre otras cosas, es que aquí justicia puede implicar permitir y/o validar que alguien realice por ejemplo, su preferencia por torturar, como una acción tan valorable como la preferencia de otra persona sin hogar que busca trabajo. Algunos pueden preferir estudiar la básica completa, pero no la secundaria, por ejemplo. Otros, además de la secundaria, pueden preferir seguir estudios universitarios. Al parecer, no todas las preferencias pueden tener idéntico valor, además que dar curso 69 Ibid.,p.104 TdJ (1995) pp.108-109 71 Véase por ejemplo de T. Nagel, “Rawls y el Liberalismo”, Estudios Públicos, 97 (verano 2005),en especial, pp.226 y ss. 72 TdJ ( 1995) p.108 73 TdJ (1995) p.108 70 35 a algunas de ellas puede ser mucho más caro. ¿Aquellos que tienen “gustos ofensivos y/o gustos caros”, deberían por ello acceder a una mayor renta?74 . De aquí obtenemos entonces una concepción formal de la igualdad y de la misma justicia, la cual no toma suficientemente en cuenta la conexión entre preferencias y circunstancias sociales, además de no supeditar esas preferencias o ideales de felicidad individual a unos principios de justicia compartidos. Quizá podríamos ligar esta visión de la igualdad de oportunidades a lo que Pourtois llama “conceptión minimale” de la igualdad75; una en la cual los argumentos que se esgrimen vienen dados, como se señaló, sea por la idea de retribución a méritos, o por razones de mayor eficiencia o de utilidad social, cada uno orientado en función de sus competencias. 74 75 Véase de G.A.Cohen (2001), Si eres igualitarista, como es que eres tan rico, Paidós, Barcelona H.Pourtois, « Pertinence et limites du principe d’égalié des chances en matière d’éducation scolaire », DOCH 159, Chaire Hoover d’Ethique économique et sociale, 2006, p.5 y ss. 36 5: Conclusiones En las páginas anteriores hemos intentado, por un lado, ofrecer -más bien de manera aun esquemática- , algunas reflexiones sobre la dirección del debate ausente respecto a horizontes normativos en la educación nacional. Por el otro, ensayamos exponer –tanto-algunos elementos que marcan el debate en filosofía política y ética en la actualidad, como, dentro de él, de manera particular, la posición del liberalismo igualitario según su principal mentor, JohnRawls. Como puede verse en estas páginas, no resulta una tarea simple y evidente delimitar las desigualdades justificables y el umbral de aquellas intolerables, en función de una mayor cohesión social y una sociedad democrática. Pero, al mismo tiempo, abordar de manera decidida las conexiones entre libertades y desigualdad, desnaturalizando su actual lectura, resultan una tarea de todo punto crucial si queremos asentar una cultura política pública basada, al menos, en algunos mínimos ético-sociales compartibles, que impulsen un desarrollo nacional más armonioso y estable en el tiempo. Es importante una mirada de este tipo porque la indebida naturalización de las situaciones de hecho respecto al acceso y estado de los bienes sociales y públicos , terminan atribuyendo al azar, la evolución , el merito o los talentos de cada cual la distribución y acceso fáctico de cada cual a esos bienes. Es decir, justificando ad hominem las situaciones de hecho de cada uno, y por esa vía, pasando bajo silencio el rol que juegan estructuras sociales y económicas, relaciones de poder históricamente configuradas. Quizá sea este uno de los aportes más importantes realizados por John Rawls: volver a colocar la virtud de la justicia como baremo normativo último y superior para evaluar la marcha de las instituciones y de las políticas. Repone con esto los fueros legítimos de una ética social; una que se había visto subsumida sea bajo el accionar de estructuras impersonales, o recluida en la conducta individual e interpersonal: “La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento. Una teoría por muy atractiva y esclarecedora que sea, tiene que se rechazada o revisada si no es verdadera, de igual modo, no importa que las leyes e instituciones estén ordenadas y sean eficientes: si son injustas han de ser reformadas o abolidas”76. En el primer punto de estas páginas, presentamos algunas reflexiones sobre la manera en la cual se ha puesto, creemos, el debate sobre educación y sistema educativo en el espacio público en estos últimos años. La principal conclusión es que ha faltado un debate abierto, plural, participado, en torno a las concepciones de base puestas en juego para determinar la dirección deseable de las políticas educativas y la misma educación como país. En buena medida, se han realzado las dimensiones estratégicas e instrumentales, y ha quedado preterida la dimensión valórico-normativa. En el segundo punto, apuntamos más bien a señalar las principales asimetrías (de calidad, de inequidad, de resultados, de formación), que condensan la atención crítica respecto a la marcha del sistema de educación, y de cómo ellas nos muestran – desde donde sean miradas-, el rol muy importante que en ellas juega el tema de la desigualdad77. 76 TdJ (1995), p. 17 . Referida claro está no solamente a diferenciales de ingreso, sino también a diferencias en el trato y la consideración. 77 37 Ahora bien, no ha sido intención nuestra aquí detenernos de manera más detallada en la marcha, virtudes y defectos del actual sistema, sino, a partir de ese diagnóstico constatar que la educación no es un sistema aislado del conjunto , y que si nuestra sociedad sigue siendo muy desigual (de hecho, está entre los doce países más desiguales a nivel mundial según organismos internacionales 78) a pesar de las políticas implementadas, no puede razonablemente esperarse que la educación no lo sea, o que remedie por sí sola esa situación. Lo que está en juego en todo esto, no son únicamente aspectos ligados a instrumentos técnicos, comportamientos y estrategias adecuadas, sino, lo que Rawls llama, la estructura básica de la sociedad y sus instituciones principales, y no tanto la dirección de las opciones privado-personales o el resguardo de unas u otras creencias religiosas79. Por cierto, el espacio de lo ético, de la razón práctica y del horizonte normativo no es algo que hoy esté pre-asegurado en la sociedad, o que venga determinado desde lo alto. Su dificultad tiene algo que ver con la dialéctica de modernidad-modernización en la que hemos vivido, y sus efectos en el campo de la razón ética, desde la lucha ilustrada por el reinado del individuo racional y la búsqueda de autonomía, pasando por los diversos holocaustos contemporáneos, hasta el presente de la aparente tecnificación y neutralidad globales. Y esas dificultades no afectan únicamente la dimensión interna de la autorreflexión normativa, sino también, a los objetos mismos que ella pone y trata, entre otros, aquellos tan importantes como la justicia, el bien común, la libertad, los derechos humanos o la solidaridad. A una ética sin moral, después, sin religión, se sumaría ahora “el crepúsculo del deber”. Hacemos algunos señalamientos al respecto en el tercer punto de estas páginas. Entre otras razones, porque, en primer lugar, los asuntos éticos parecen estar a la orden del día entre nosotros, a todo nivel y desde distintos medios, configurando un fenómeno que se ha dado en calificar como el “retorno de la ética”. En segundo término, porque la conciencia de esta situación proporciona un enmarque adecuado para comprender mejor el propio esfuerzo rawlsiano de adelantar una nueva forma de argumentar – desde la filosofía política-, la pertinencia reflexiva y práctica de la justicia como objeto80. A partir del cuarto punto, la pretensión ha sido doble: por un lado, presentar el movimiento de razones del argumento rawlsiano propiamente tal en torno a la justicia como equidad y sus principios de justicia, en cuanto ordenadores de la estructura básica, sus instituciones y, al mismo tiempo, conformadores de lo que seria una sociedad bien ordenada. 78 El Banco Mundial por ejemplo. Como lo subraya Polanyi:”las instituciones son materializaciones de significados y propósitos humanos”. Cfr. , La Gran transformación, (92), FCE, México.Por tanto, podría incluirse entre esas instituciones a la educación. Es decir, cómo educar, quiénes deben hacerlo, con que alcance, es algo que compete a una institucionalidad en educación y no solamente a la decisión privada de familias y/o individuos. 80 Véase de G.Lipovetsky , El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos (94) , Anagrama, Barcelona. Es decir, los artículos éticos no las tienen todas consigo, a pesar de su constante reivindicación en distintas esferas; no pueden aceptarse como autoevidentes sólo a partir de su mero nombramiento. 79 38 Por el otro, a partir de esos principios de justicia y de su concepción general de ella, intentamos algunas reflexiones sobre la idea de igualdad democrática que sostiene Rawls, el igualitarismo de su idea de justicia como equidad, la importancia del principio de diferencia, el cual redefine en sentido igualitario el segundo principio (justa igualdad de oportunidades), y de cómo esta posición del tema podría repercutir en la búsqueda de un sistema educacional mas igualitario y participativo que trascienda los criterios de consideración meritocrática o utilitarista, estén basados en la herencia, en la posición social o el talento, o en el éxito vía competencia de todos contra todos. De algún modo lo que tenemos aquí es la preponderancia de la idea de igualdad democrática, por sobre aquella de igualdad de oportunidades, como criterio ordenador de una sociedad justa y buena. Y, como lo hemos visto, lo importante en Rawls es la consideración de los sujetos como miembros de una ciudadanía parigual. Lo cual nos lleva a considerar la educación no solo en función de proveer individuos informados para un adecuado desempeño en el mercado, sino también, como un espacio por medio del cual hacemos factible el afianzamiento del sistema democrático y la cultura política pública que demanda. Es decir, sin sujetos/ciudadanos socializados en un ethos democratizador no se ve cómo el impulso y compromiso democrático pueda mantenerse y acrecentarse en el tiempo. Por lo mismo es que la educación como bien social y como tema de interés público no podría dejarse solamente en manos de las familias o del sector privado y sus criterios de rentabilidad y eficiencia. Ahora, si se afirma que no existe la sociedad –o creyéramos que podemos prescindir de ella-, y sólo sujetos qua individuos privatizados en función del mercado, entonces bastaría con lo que pueda hacerse desde lo privado, para que cada cual compita con otros en función de obtener un resultado exitoso en su propia inserción. Un enfoque desde los individuos y su libre preferencia competitiva, podría terminar disolviendo la posibilidad misma de tener algo así como una sociedad y una comunidad política compartible. Combatir las desigualdades injustificables resulta entonces importante no solo para concebir un sistema educacional que capacite de manera adecuada a cada uno de sus miembros en información y conocimientos, sino también, para asegurar al menos una mínima formación ciudadana a todos los educandos. Por lo mismo creemos señalará Rawls que “las probabilidades de adquirir los conocimientos y técnicas culturales no deberían depender de la posición de clase; asimismo, el sistema escolar sea público o privado debería ser diseñado para destruir las barreras de clase”81. Tendríamos que preguntarnos entonces si nuestro actual sistema educacional, que debe mucho aun a las reformas económicas del período autoritario, está diseñado para marchar en esta dirección; o, si por el contrario, a pesar de la misma LGE, sigue haciendo depender finalmente de la posición de clase que ostenta cada cual, sus probabilidades de adquirir los conocimientos y técnicas culturales necesarios82. Por todo ello puede decirse – y habría que mirar entonces hacia nuestra propia sociedad y la forma en que hemos fraguado el vivir juntos-, que la estructura básica del sistema social afecta las posibilidades vitales de las personas, según la posición que inicialmente ocupan en la sociedad. Por ejemplo, relacionadas con las diferentes clases 81 TdJ (1995), p. 79. Quizá podría verse esto siguiendo los resultados de la Casen 2009, y los de la prueba Simce dados a conocer este año. 82 39 de renta a la que acceden hombres y mujeres, o con el tipo de educación a la que puede acceder en sus distintos niveles, según provengan de los sectores acomodados o de los sectores más empobrecidos o carenciados. La visión rawlsiana representa una fuerte crítica a cualquier sistema basado en el status social o en el privilegio. Y podemos creo sin forzar su posición extenderla al espacio educacional también. De manera provisoria una idea de sociedad justa tendría que tener como uno de sus ejes una política igualitarista fuerte, orientada a posibilitar un futuro –para nuestras instituciones y ciudadanos en su conjunto-. Pero, bien puede preguntarse: ¿qué significaría una “política igualitarista fuerte”? Intuitivamente al menos, el ejercicio de una política democrática que tanto en lo institucional como en las relaciones sociales, culturales o económicas, pueda trabajar en beneficio actual y futuro de una disminución de las desigualdades evitables (en relación al poder, tener y saber; en el acceso a salud, educación, o pensiones por ejemplo) y, por su intermedio, recuperar un bien tan preciado como es la autoestima social; y que, a su vez, incida en la creación de condiciones para el ejercicio de una libertad real para todos. La garantía de los derechos cívico-políticos tendría que ir de la mano –entoncescon aquella de los derechos sociales, económicos y culturales, de forma tal que la única razón que pueda justificar el que los bienes sociales sean distribuidos de manera desigual, es que esa desigualdad vaya en beneficio de los ciudadanos menos favorecidos (en capital social, capital cultural o ingresos). Rawls reconoce, para estos efectos, que la pobreza o las desigualdades no son únicamente el eventual efecto perverso del mercado, sino también una resultante de la negación del carácter universal, integral e indivisible de los derechos humanos. Por último, anotar que somos conscientes que esta presentación resulta aun más bien sumaria y no alcanza a revisar y tratar –con la debida complejidad-, el cúmulo de asuntos y dificultades de diverso tipo que se enlazan desde la misma propuesta rawlsiana. Para ello, claro está, seria necesario algo más que un documento de trabajo. 40 6. Bibliografía Atria, F. Mercado y Ciudadanía en la Educación. Flandes Indiano, Santiago, Chile. 2007. De Ferranti/G. E. Perry/ Fco H.G. Ferreira/ M. Walton, Desigualdad en América latina y el Caribe: ¿ruptura con la historia? , Banco Mundial, octubre 2003. Barry, B., John Rawls and the search for stability. Ethics, vol.105, Number 4, July, University of Chicago Press. 1995. Brunner, J.J. 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