Escritos, Revista del Centro de Cienciasen del“Las Lenguaje Lo fantástico hortensias” Número 29, enero-junio de 2004, pp. 141-156 141 Lo fantástico en “Las hortensias”, de Felisberto Hernández Ana María Morales La obra de Felisberto Hernández abunda en efectos de irrealidad que no parecen los más adecuados para que lo fantástico clásico se presente. Sin embargo, el caso del relato “Las hortensias” es un poco diferente, pues aquí se unen procedimientos típicos de la escritura de este autor con el tema o motivo de los seres artificiales que cobran vida, uno de los clásicos o frecuentes del género. De este modo, “Las hortensias” se convierte en un documento privilegiado para el análisis de la construcción de lo fantástico en un texto paradigmático y excepcional. The work of Felisberto Hernández abounds with effects of unreality that do not seem to be the most adequate in order that the classic fantastic manifest itself. However, it is a little different in the case of the story “Las hortensias” since here typical procedures of the author’s writing come together with the theme or motif of artificial beings that come to life, which is classic in the genre. In this way, “Las hortensias” becomes a privileged document for the analysis of the construction of the fantastic in a paradigmatic and exceptional text. Hay autores que necesitan incorporar en sus obras numerosos sucesos sobrenaturales para incursionar en lo fantástico, a otros les es suficiente con mirar la realidad y sorprenderse de su funcionamiento. La obra de Felisberto Hernández, reiteradamente calificada o exculpada de fantástica1, ha planteado una serie de problemas 1 Como ejemplo de posiciones antagónicas puede verse a Jaime Alazraki (cf. “Contar como se sueña”, 1985), que se muestra en total desacuerdo con que las narraciones de Felisberto Hernández puedan ser incluidas dentro de lo fantástico. Es más, no piensa que pueda tener un lugar ni siquiera dentro de lo “neofantástico”, término de su invención y que ha corrido con diversa suerte entre los estudiosos de la literatura fantástica hispanoamericana. En el otro extremo, para Hugo J. Verani, apoyado sobre todo en el estudio de Freud sobre lo Unheimliche, una gran parte de los textos de Hernández tienen cabida dentro de esta corriente. Autores como Lucien Mercier prefieren: “nos rehusamos a distinguir entre un Felisberto Hernández 142 Ana María Morales para los especialistas del género, que encuentran, en su narrativa, lo mismo un afán de desmantelar los fundamentos lógicos del realismo literario que una minimización de la verosimilitud; operaciones ambas que parecieran oponerse o avalar la apuesta por lo fantástico en literatura, según la óptica que se adopte. Para Julio Cortázar –quien se empeñaba en ver al calificativo fantástico como una postura “un poco perdonavidas” y que, influido por Roger Caillois, relacionaba este discurso sobre todo con la literatura efectista hecha para producir miedo (él la llamó en alguna ocasión gótica), la obra de Felisberto destaca con fuerza en ese conjunto. Luego, Cortázar no encuentra posible relacionarla con una corriente en la que se albergarían el suspenso a la Poe o, peor aún, el horror a la Lovecraff. Optó, entonces, por describir a Felisberto Hernández con otro epíteto que, a mí por lo menos, me suena casi igual de perdonavidas: el de surrealista (Cortázar, 1975, 145). Así, si queremos considerar a la obra de Hernández como fantástica, hay que ir con cuidado y empezar señalando que una de las operaciones con las que aparece su versión de lo fantástico es el extrañamiento de una realidad que hasta ese momento se anunciaba como cotidiana y normal y, otra, es el establecimiento de nexos insólitos entre los hechos narrados. Estos recursos redundan en efectos de irrealidad que suelen justamente ser contrarios a aquellos en los que lo fantástico se sustenta. El caso de “Las hortensias” es un poco diferente. En este texto, Hernández une algunos de estos procedimientos típicos de su escritura con uno de los temas considerados clásicos de la literatura fantástica: los seres artificiales que se animan. Al confluir una mirada que reordena los elementos más nimios, y los transforma en hechos insólitos o viceversa –que puede aceptar lo anómalo e incorporarlo con naturalidad en el entorno real del texto– junto con el motivo de los seres inanimados que cobran vida, “Las Hortensias” se convierte en el pretexto privilegiado para estudiar la construcción de lo fantástico en esta obra singular de Felisberto Hernández. ‘realista’ y un Felisberto Hernández ‘fantástico’. Los textos de Felisberto Hernández nos interesan como cuentos” (1975, 121). Lo fantástico en “Las hortensias” 143 Sin embargo, hablar de literatura fantástica no implica hacerlo de textos en los que la concepción mimética de la realidad se ve estorbada por un conjunto de extrañas coincidencias que a un lector real le obligan a dudar de si lo que ve, en este caso lo que lee, exista o no. En ese caso, estaríamos ante un género evanescente que dependería de la sangre fría o credulidad de cada lector específico, y ante textos que deberían arroparse o expulsarse del corpus de lo fantástico a cada lectura. Como en todo modo discursivo, en lo fantástico la especificidad y características de cada texto deben, por sí mismas, bastar para poder ser consideradas dentro de uno u otro. Entonces, ¿qué hace a un texto ser fantástico? ¿Con qué parámetros medimos “La Venus de Ille”, “Otra vuelta de tuerca”, “Ligeia”, “Tlön Uqbar Orbis Tertius” y “Casa Tomada”, y consideramos que todos ellos pertenecen a la misma clase de textos, a esa evasiva categoría que solemos llamar literatura fantástica? La pregunta, de por sí difícil de responder, se vuelve más problemática si se añaden, a los factores de la ecuación, textos como los de Felisberto Hernández. Desde que la crítica empezó a familiarizarse con la escritura de Felisberto, la constante común ha sido “Felisberto Hernández no se parece a ninguno”2, la obra de Felisberto “escapa a toda clasificación y todo encuadramiento” (Calvino, citado en Verani, 1991, 250), “en el marco uruguayo, Felisberto no tiene antecedentes” (Ida Vitale en González Dueñas y Toledo, 1993, 24), o bien –ubicándonos ya en el terreno que nos ocupa: Felisberto Hernández desarrolla “una peculiar vertiente de la narrativa fantástica, sin apelar a elementos estrictamente fantásticos” (Verani, 1991, 245). Pero si partimos de una postura análoga, todos los fantásticos –todos los escritores y todos sus textos– serían peculiares, es decir, iguales. Es por ello que, antes de enumerar las características que pueden ser particulares o exclusivas de la narrativa de Felisberto Hernández, es necesario aclarar cómo empleó el término fantástico, ya que éste ha sido objeto de múltiples usos y abusos por parte de la crítica –devenido cajón de sastre, se convierte en una etiqueta 2 Título de la nota que Italo Calvino publicó en la revista Crisis (Buenos Aires, 18 [octubre de 1974]). 144 Ana María Morales demasiado indeterminada que puede no aportar nada si no se parte de aclarar la postura desde la que se enuncia. Primero, hay que constatar un asunto que parece obvio pero que no lo es tanto: a pesar de lo que pueda decir Borges, no toda literatura no realista es fantástica. Lo fantástico es un sistema que no se sustenta en la falta de mímesis de lo narrado, sino que se sostiene por el conflicto que surge cuando en un texto aparecen esbozados dos órdenes de leyes de funcionamiento de realidad que son mutuamente excluyentes, y cuando una entidad textual da testimonio de ese conflicto. Es decir, si el mundo donde se desarrolla la historia se presenta como realista o como mimético del mundo real, con un código bien establecido de leyes que regulan el funcionamiento de la realidad, la aparición de un fenómeno que viole, real o aparentemente, esas leyes será más evidente, y, por tanto, la misma exclusión del fenómeno lo coloca en el campo de lo fantástico, pudiéndolo aislar mejor. En un universo textual que demuestre resistencia a asimilar un suceso anómalo dentro de sus leyes de realidades, donde lo fantástico encuentra su verdadero lugar3. Sin embargo, la mayor parte de la obra de Felisberto Hernández parte del disimulo de los contornos de la realidad; del presupuesto de que la realidad es evanescente y flexible, y de la minimización de los límites entre la subjetividad y la objetividad. Así, en la mayoría de sus cuentos, la sensación de irrealidad que se produce se debe a que la realidad se presenta nebulosamente, para usar el lugar común de la crítica felisbertiana, como si se tratara del relato de un sueño. Esta aparente falta de rigidez en el código de leyes que regulan el mundo provoca que, cuando aparece un fenómeno 3 Esto es lo que sucede en los textos del llamado “fantástico clásico”, y donde se apoya la prescripción de Todorov (sustentada en su libro Introduction à la littérature fantastique, el más famoso estudio sobre el tema) acerca de la necesaria hesitación sobre la naturaleza del hecho presentado como sobrenatural en un texto para que éste pueda ser considerado dentro del género fantástico. Es decir, si en “El guardavía”, de Dickens, se pudiera encontrar una declaración textual que demostrara que la realidad intratextual del relato da cabida a los fantasmas, no se trataría de un relato fantástico. El hecho de que el código de funcionamiento de realidad del texto se resiste a admitir la existencia del fantasma, nos permite considerarlo fantástico, no el que se aluda a la existencia de un ser sobrenatural. Lo fantástico en “Las hortensias” 145 que podríamos considerar sobrenatural, éste se pierda en la focalización de la perspectiva novedosa y apenas cause reacción en su entorno. En cuentos como “El acomodador” o “La mujer parecida a mí”, el suceso que debiera considerarse sobrenatural –lo ojos que producen luz o la conciencia del caballo– poco a poco se va integrando a la realidad de texto; la sorpresa inicial provocada en los protagonistas cede paso rápidamente a una aceptación sin cuestionamientos del nuevo estado y la nueva realidad, y la naturalidad con que se acepta provoca –paradójicamente– que lo fantástico se convierta rápidamente en maravilloso4. Con todo, también hay en la narrativa de Felisberto Hernández un reiterado efecto de extrañeza ante lo natural y que, visto de nuevo, resulta inquietante. Suele producirse por la yuxtaposición de los órdenes de lo subjetivo y lo objetivo. En los cuentos de Felisberto Hernández cada detalle, cada acción trivial puede esconder el germen de esta “inquietante extrañeza”5 cuando descubrimos que una certidumbre que teníamos no es tal. Hasta el momento, creo que ha sido Hugo J. Verani el que mejor ha visto esto. Este crítico comenta “La historia de un cigarrillo”: sacar un cigarrillo de una cajetilla e intentar fumarlo, se presenta como un acto problemático que obsesiona al narrador al observar que el cigarrillo escapa de su control. Un diálogo figurado, cuando le ofrece el cigarrillo a un amigo, dota de un sentido fantástico a un 4 No me es posible en este lugar hablar de las diferencias entre uno y otro modo discursivo. En mi artículo “Lo fantástico y sus fronteras” hago un resumen de algunas posturas sobre el tema. A grandes rasgos se puede decir que la diferencia principal estriba en el grado de conflicto que provoca, dentro del texto, la aparición de un fenómeno que atestigua la existencia de una fisura en el código de la realidad (o de que ésta funciona con un código alternativo al que se había manejado). 5 Esta es una traducción al francés (l’inquietant étrangeté) de lo Unheimliche de Freud y creo que expresa con mayor fidelidad el significado del término alemán que “lo ominoso” o “lo siniestro”, que es como se ha traducido al español. Hugo J. Verani estudia el efecto de esta categoría mental, sobre todo en “El caballo perdido” (véase Verani, 1987). Sin embargo, su interpretación de la vertiente fantástica de Felisberto Hernández en toda su obra descansa principalmente en esta sensación de desasosiego que se abre paso cuando se borran las fronteras entre lo real y lo imaginario. Su artículo “Una vertiente fantástica en la vanguardia hispanoamericana: Felisberto Hernández”, que cito en el cuerpo del trabajo, da buena cuenta de ello. 146 Ana María Morales hecho anodino: “era el único y tendría que fumar ‘ése’. Él hizo mención de tomarlo y no lo tomó: Me miró con una sonrisa. Yo le pregunté: ‘¿Usted se dio cuenta?’. Él me respondió: ‘Pero cómo no me voy a dar cuenta’. Yo estaba frío, pero él en seguida agregó: ‘le quedaba uno solo y me lo iba a fumar yo’. entonces sacó de los de él y fumamos los dos del mismo paquete” (98)6. Dotado de conciencia humana el cigarrillo rehúsa ser fumado y se convierte en agente de lo insólito [...] El malestar que produce la posibilidad de que el cigarrillo tenga un “pequeño espíritu” que se enfrenta al hombre perturba la conciencia del lector, consecuencia de la particular percepción del narrador de un hecho común (Verani 1991, 247). Efectivamente, “lo ominoso se agazapa tras entes inanimados y progresivamente el contacto mágico entre objetos, producto de alusiones aparentemente juguetonas, desafía las leyes de la realidad, insinuándose una amenaza” (Verani, 1991, 247); sin embargo, en mi opinión, sigue sin tratarse de textos netamente fantásticos, aunque sean ominosos. Empero, en “Las Hortensias”, Felisberto no se conforma con dar una perspectiva diferente de la realidad; recurre, además, a la muñeca que cobra vida, uno de los temas tradicionales de lo fantástico7. Este tema, por cierto, ejemplifica uno de los ejes del conflicto de realidad en que se sustenta lo fantástico: la oposición entre natural y artificial, la cual da lugar al intercambio de características 6 Verani cita, a partir de la edición de Las Obras completas de Felisberto Hernández, publicadas en Montevideo por la editorial Arca, ahí la cita del cuento corresponde al tomo 1, página 98; en la edición del Siglo Veintiuno, la que yo uso, la referencia es tomo 1, página 38. 7 Debo aclarar, empero, que no considero que existan temas o motivos fantásticos per se, el que un ser, fenómeno o suceso anómalo o sobrenatural se presente como fantástico en un texto, depende del sistema en el que se halle inscrito, de la manera en que interactúe con el resto de los elementos discursivos para producir la sintaxis particular de lo fantástico. Esa la significación inquietante de que el mundo representado se sostenía en un sistema de leyes con la apariencia de confiable sin serlo. Sin embargo, ha sido una práctica usual, por parte de los estudiosos de lo fantástico, el enumerar temas y motivos que consideran fantásticos. Tal es el caso, por ejemplo, de Caillois, que le da cabida y explicación dentro de lo fantástico al tema: “la statue, le mannequin, l’armure, l’automate, qui soudain s’animent” (1966, 20). Lo fantástico en “Las hortensias” 147 entre ambos órdenes, produciendo una confusión inquietante entre objeto y sujeto que desemboca en la locura8. Así, si es cierto que se puede ver a “Las Hortensias” articularse sobre el eje de dos o tres temas que tradicionalmente se han considerado fantásticos: el doble, la trasmigración de las almas, la muñeca que cobra vida (en ocasiones fundido con el de los autómatas), y, muy relacionado con el anterior, la creación que se anima (y, en ocasiones, termina por aniquilar a su creador), no por ello resulta suficiente para descubrir lo fantástico en el texto. Por lo que respecta al tema del doble –uno de los más recurrentes en la obra de Felisberto Hernández, y que ha servido lo mismo para trabajar sobre la escisión del sujeto, el desdoblamiento de la personalidad o la posible esquizofrenia del autor–, creo que bastaría una mirada superficial al relato para descubrir cómo aquí éste se vuelve evidente. Amén de la obsesión de Horacio por los espejos, María se desdobla una y otra vez en distintas facetas que roban, cada una de ellas, un poco de la mujer original, y la van gastando hasta convertirla en una cáscara que remeda, ella a su vez, a una muñeca. El mismo “extraordinario mundo de muñecas (las ‘hortensias’) en que se encierra Horacio ilustra magníficamente la temática felisbertiana de la duplicación, de la re-presentación”. (Mercier, 1975, 115-116) Primero será Hortensia, la única y original muñeca construida para dar la ilusión de que María tiene a su lado a una hermana perdida; después, la misma Hortensia se transforma poco a poco en la rival de María. Más tarde, las criadas mellizas llevan al extremo el motivo del desdoblamiento, a pesar de que es una sola la que responde al nombre de María. Finalmente Eulalia, “la espía”, paradójicamente, es Hortensia vuelta a ser muñeca. María Hortensia se divide en María y Hortensia, y después, tras perder a Hortensia, al ver a María convertida en criada, se queda casi sin ser siquiera María. Tal vez los múltiples desdoblamientos sirven para acercar el relato a lo fantástico, pero este tema no es central ni mucho menos, 8 No en balde, Freud fundamentó su estudio sobre “la inquietante extrañeza” en un relato de autómatas: “El hombre de arena”, de Hoffmann. 148 Ana María Morales más bien, se puede ver como un apoyo para el tema central del ser artificial que cobra vida, y termina por usurpar el lugar del ser natural que le dio origen. De hecho, “Las Hortensias” trata de la usurpación de la vida por parte de un objeto que, de tanto representar la fantasía de la animación, consigue volver inanimados a los sujetos que lo rodean. Se sabe que María, quien convive con Hortensia, empequeñece sin ella, y llega a tomar la rígida postura que relacionaríamos con una muñeca: “María, sola con los brazos cruzados y sin Hortensia desmerecía mucho”. (224). Además, su tía Pradera no dudaba en declarar: “ese hombre te ha dejado idiota y te maneja como a una de sus muñecas” (218). Sin embargo, en Horacio, quien cohabitó con estos objetos, el efecto es mayor. Facundo, el fabricante de Hortensias, le señala: “¡Hermano, parecías un juguete de cuerda que da vueltas patas arriba y sigue andando!”. (197). Más tarde, cuando ya ha perdido a todas sus Hortensias, la transformación se completa: “la mayor parte del tiempo lo pasaba encerrado, casi inmóvil, en la pieza de huéspedes [...] Muchas veces María iba a verle tarde en la noche; y siempre encontraba sus ojos fijos, como si fueran de vidrio, y su quietud de muñeco”. (231). Como dice Alicia Borinski: “Otros hombres adquirirán muñecas complementarías de las propias que terminarán dominando sus afectos. Los juguetes jugarán con sus dueños”. (239). Por lo demás, no sólo se trata de las Hortensias y su efecto sobre los protagonistas. En la punta de este iceberg puede verse lo artificial invadiendo lo natural con múltiples detalles, contaminándolo de su inmovilidad: la casa se encuentra rodeada de un jardín que es penetrado por los ruidos de una fábrica (176), y el pianista Walter tiene la obligación de no hablar, de no dar la cara, y de tocar y detenerse a cada seña de Horacio, tal como una máquina (179 y ss). Como en todo proceso, existe una reacción: lo artificial compensa su avance tomando prestadas características de lo natural: “empezó a darse cuenta que algunos de los ruidos deseaban insinuarle algo; como si alguien hiciera un llamado especial entre los ronquidos de muchas personas para despertar sólo a una de ellas. Pero cuando él ponía atención a esos ruidos, ellos huían como ratones asustados”. (179-180). Lo fantástico en “Las hortensias” 149 Otro ejemplo de cómo se invierte el orden y la transgresión se filtra, aparece al observar la manera en que las características de un reino natural van tomando los territorios de otro. Así sucede con el pianista animalizado: “Walter, como un bicho de mal agüero, sacudiendo las colas del frac y picoteando el borde de su caja negra”, (185) y con María, casi un vegetal: “Siempre me olvido de traer un lente para ver cómo son las plantas que hay en el verde de estos ojos; pero ya sé que el color de la piel lo consigues frotándote con aceitunas”. (177), o, en otro caso: “Quisiera saber si las sombras de tus ojeras son producidas por vegetaciones”. Como ha marcado Jacinto Fombona: “Horacio insiste en una cualidad vegetal de María” (33), lo que haría una degradación de su carácter humano, pero no hay que descuidar que cuando pensamos en Hortensia, el proceso es contrario: al darle un nombre de flor (de algo perteneciente al reino vegetal), se la empieza a dotar con características de ser vivo, en la dirección opuesta a lo que ha sucedido con María. En el cuento puede apreciarse la forma en que se apunta continuamente a una inversión de órdenes; a una subversión del orden natural para remplazarlo con otro artificial, incluso en detalles nimios; en eso consiste el sueño que tiene Horacio al empezar la narración: “Es necesario que la mancha de la sangre cambie de mano; en vez de ir por las arterias y venir por las venas, debe ir por las venas y venir por las arterias” (177); o el significativo hecho de que la cara de María resulte fresca, como la de una muñeca (cf. 183), y la boca de Hortensia se sienta como la de “una persona que tuviera fiebre” (194). Ahora bien, dejando de lado cualquier interpretación que se apoye en la transgresión de un código de comportamiento moral (la traición de Horacio con Hortensia es terrible, ya que convierte a María en algo increíble: “una mujer que ha sido abandonada a causa de una muñeca” [216]). La razón por la que “Las Hortensias” puede ser considerado fantástico descansa posiblemente en la oposición de dos órdenes de realidad irreconciliables. Aunque se crea una apariencia de fusión que termina por minimizar las fronteras, esto finalmente conduce a una ruptura en el equilibrio de la situación narrada y a la pérdida de la cordura. 150 Ana María Morales El de “Las Hortensias” es un mundo donde se establece, desde un principio, a pesar de la evanescencia peculiar de los mundos de Felisberto, que las muñecas son objetos y no deberían traspasar la mera representación de la vida. A pesar de las “manías” que pueda demostrar Horacio, él aparece siempre consciente de que se trata de objetos, de muñecas, y no de personas. Las muñecas sirven para representar escenas, para jugar con ellas, para adornar la casa o a una mujer, pero poco a poco esta situación se va modificando. María cada vez es más dependiente de la muñeca; la viste con su ropa, juega con ella, se ve mejor a su lado, le cuenta confidencias y sufre con su ausencia; en suma, la considera “como hija nuestra”. Por su parte, Horacio constata que María es primero una niña jugando a las muñecas con Hortensia: “María cantaba mientras vestía a Hortensia; y parecía una niña entretenida con una muñeca” (185). Después descubre que la muñeca es su hermana o su madre: “encontró a María y Hortensia sentadas a una mesa con un libro por delante; tuvo la impresión de que María enseñaba a leer a una hermana” (185). Finalmente, la convierte en su rival, tal vez artificial, pero lo suficientemente odiada como para ser asesinada: “aquí te dejo a tu amante; yo también la he apuñalado” (210). Así, Hortensia, que era un adorno de María, va acumulando, a lo largo del relato, los rasgos que la humanizan, que le prestan la ilusión de ser una persona, y le permiten terminar por ser la mujer de Horacio suplantando a María, usurpando –después de su nombre– su lugar junto al marido. Paradójicamente, como toda cosa viva, Hortensia deviene en algo susceptible de morir. La muñeca paga su imitación perfecta de mujer con su asesinato a manos de María. La locura que le sobrevendrá a Horacio parte exactamente de la certidumbre de que las muñecas son seres inanimados. Bastaría recordar cómo se sobresalta cuando cree ver que una de ellas se mueve: “vio que la muñeca se movía; él se quedó paralizado; ella empezó a irse para un lado cada vez más...” (183). El incidente, la muy pequeña confusión de órdenes, es suficiente para desalentar al protagonista de acercarse a la muñeca. Al principio de la narración, cuando María prepara una de sus sorpresas, viste a Hortensia Lo fantástico en “Las hortensias” 151 con su vestido, la coloca de manera que Horacio la confunda con ella, y después le caiga encima. La sensación de desasosiego es muy marcada: “aunque estaba pálido le agradecía, a su mujer, la sorpresa [...] a él le gustaban las bromas que ella le daba con Hortensia. Sin embargo, esta vez había sentido malestar” (181). Malestar producto de la confusión de la muñeca con una mujer. En un principio, para Horacio queda claro que las muñecas son objetos (no soporta ver la cara de la hortensia ajena porque sabe que “encontraría en ella la burla inconmovible de un objeto” [223]). Sin embargo, cuando esta certidumbre se ve amenazada, le es preferible refugiarse en la locura. Al final del cuento, María remeda esta broma de una manera cruel: prepara para Horacio una trampa en la cual su nueva hortensia de repente se anima: “la negra le soltó una carcajada infernal” (230). El resultado esta vez es desastroso. Horacio no puede soportar la nueva y final confusión, se refugia en la inmovilidad, y, finalmente, en los ruidos, en la locura. Seres artificiales que cobran vida o criaturas creadas artificialmente y adquieren poder sobre sus creadores hay muchos en la literatura. La criatura de Frankestein, Alraune, la mandrágora de von Arnim, la estatua en “La Venus de Ille”, el Golem, las proyecciones de “El vampiro”, de Quiroga, o en La invención de Morel, de Bioy Casares. Así como los distintos autómatas mecánicos: la rígida Olimpia de Hoffmann o en “Horacio Kaliban y los autómatas”, de Eduardo Ladislao Holmberg. La animación puede ser aparente o real (Olimpia o la estatua de Venus); la vida puede ser un remedo (en Frankestein) o una realidad (Alraune), pero lo cierto es que todas estas creaciones constituyen una alteración de una de las normas que menos soporta la violación: el deseo de transformarse en creador y emular a los dioses9. 9 Sobre la mención a Pigmalión, el escultor que se enamora de la estatua que crea, y la importancia que pueda tener el texto ovidiano en este relato, puede verse el trabajo de Jacinto Fombona citado en la bibliografía. A pesar de que Horacio apela a este personaje para justificar sus intenciones románticas hacia Hortensia, creo que no es tan directa la relación entre ambos. Hortensia no sólo está fabricada por alguien más, sino que está creada en buena medida por María. De hecho, Hortensia es el instrumento con el que María se vuelve artista: “Si María no tocaba el piano –como la amante de Facundo– en cambio tenía a Hortensia y por medio de 152 Ana María Morales Horacio tiene su propio castillo, en él se comporta no como rey, sino como dios al que no satisface una realidad única. En sus vitrinas, las muñecas representan distintas escenas que le permiten recrear la realidad. Fuera de ellas, su vida se desenvuelve de igual manera; María es uno de sus objetos, otra muñeca que servirá para adornar su mesa y su casa para lograr que fantasía y realidad parezcan darse el brazo e intercambiar dominios: “Horacio y María llevaban a Hortensia abrazada; y ella, con un vestido largo –para que no se supiera que era una mujer sin pasos– parecía una enferma querida” (187). Horacio se dedica a divagar sobre diversas posibilidades, a crear otra realidad, y, después, descubrir si lo objetivo es capaz de adaptarse a sus pensamientos. En las vitrinas, la realidad aparece reconstruida minuciosamente a través de la verbalización de los sueños. Sin embargo, este proceso es peligroso. Esa realidad que se pretende crear contagia de insustanciabilidad a la verdadera realidad, e inicia un vaivén entre subjetividad y objetividad que termina por amenazar la certidumbre de Horacio. Cuando descubre que ha podido adivinar el significado de una escena (las dos muñecas están enamoradas del mismo hombre) traspasa la frontera entre la realidad representada y la vivida. Casualidad o no (y según Borges que en literatura no hay nada casual10), la realidad representada refleja la realidad exterior. Horacio está enamorado de María y de Hortensia, pero éstas ya no son mujer y muñeca, sino dos muñecas o, ocaso, dos mujeres. Así se marca el momento en que lo artificial gana la batalla y se inicia la verdadera usurpación de lo natural. Felisberto crea mundos autónomos, pero estos funcionan bajo reglas específicas. Se disimula la autonomía de sus mundos preella desarrollaba su personalidad de manera original. Descontarle Hortensia a María era como descontarle el arte a un artista” (191). Sin embargo, es cierto que Horacio cumple con el mayor de los requerimientos para que se altere un orden natural: siente la pasión que se requiere para animar a la muñeca, y crea la situación que permite que la muñeca se convierta engañosamente en mujer. Es un creador de realidad. 10 En “El arte narrativo y la magia” –texto considerado clave en la poética fantástica de autor–, Borges pide que las novelas tengan “una causalidad estricta, que sean: un juego preciso de vigilancias, ecos y afinidades” (1991, 78). Lo fantástico en “Las hortensias” 153 sentando entornos grises que parecen no diferenciarse del mundo real. Sin embargo, el de las Hortensias se presenta desde el inicio como un mundo de excepción, no importa que durante la época en que Felisberto Hernández escribió el relato, en Montevideo, fuera común que los grandes almacenes presentaran vitrinas llenas de maniquíes (González Dueñas y Toledo, 1993, 20). Se trata de un mundo cerrado, rodeado de un muro de ruidos de máquinas. El cerco de ruidos fabriles aísla la “casa negra”, y la convierte en un cosmos autónomo, en el que el dueño de la casa puede, incluso, jugar con la realidad11. Sin embargo, en esta casa, los habitantes parecen formar parte de ella (“vio a su mujer detenida en medio de la escalinata; y al mirar los escalones desparramándose hasta la mitad del patio, le pareció que su mujer tenía puesto un gran vestido de mármol y que la mano que tomaba la baranda, recogía el vestido” [176]). Existen determinadas reglas y lo fantástico del relato se basa en su transgresión. Ahora bien, no se trata de reglas de funcionamiento de realidad, sino de percepción de la misma; por ello, el texto no es fantástico desde un punto de vista convencional. Se trata de una trasgresión interna de las fronteras entre objetos y sujetos, entre lo natural y lo artificial, y, sobre todo, hay una transgresión a esa lábil frontera entre lo subjetivo y lo objetivo. Todo en “Las Hortensias” apunta a una dicotomía conflictiva entre lo natural y lo artificial, pero el relato se inclina a lo fantástico en la pérdida de la capacidad para discernir lo artificial de lo natural y acaba así con la cordura de Horacio. Éste, como tantos otros amantes de estatuas12, terminará loco y perdido. Como ya lo notó Alazraki, en “Las Hortensias”, realidad y fantasía se dan el brazo y se pasean juntas con naturalidad (1985, 44), 11 Para Stephanie Merrim estos ruidos –a pesar de que no les ve una identidad simbólica que yo creo que sí pueden tener en tanto que son representantes de un mundo artificial que invade a otro natural– caracterizan la indeterminación que puede ser la característica del relato. 12 Pienso, sobre todo, en un texto de Bonifacio Lastra llamado “Pigmalión”. Ranieri, el protagonista, es arrastrado a la locura por la pasión que le despierta una misteriosa estatua. Sobre las terribles consecuencias del enamoramiento antinatural en este texto, puede verse el artículo de José Miguel Sardiñas: “De la estética clásica a la fantástica: dos momentos en un mito literario”. 154 Ana María Morales pero esta operación tiene un costo para la realidad, y no es la pérdida final de las fronteras entre ambas, sino, por el contrario, el esbozo de otra modalidad de límite: la locura. La pérdida del sentido de realidad por parte de los personajes, la paulatina confusión entre subjetividad y objetividad, se concreta, y, finalmente, Horacio se incorpora, loco o no, a un mundo que en un principio lo excluía y termina por absorberlo: “Horacio cruzaba por encima de los canteros. Y cuando María y el criado lo alcanzaron, él iba en dirección al ruido de las máquinas” (233). Horacio iba en camino a integrarse a ese mundo de lo artificial del que había sido expulsado por la falta de sus Hortensias. La mayor parte de los cuentos de Felisberto Hernández son muy breves, y suprimen muchos de los vínculos entre los sucesos: “el cuento muestra lo que surge, no lo explica” (Mercier, 1975, 120). Con ello se consigue un efecto de irrealidad que puede ser tomado como fantástico: “el cuento –muchas veces dedicado a lo ‘fantástico’– denuncia el carácter fantasmal de la literatura pretendidamente ‘realista’” (Mercier 1975, 121); sin embargo, en “Las Hortensias”, mucho más amplio, más detallado, sí se relata relacionando sucesos y acciones, la falta de explicación no significa carencia de nexos lógicos entre los sucesos. Hay un progresivo y contundente conflicto entre dos órdenes, y su sobreposición produce un choque suficiente para desestabilizar al personaje. Aunque Felisberto Hernández ya había iniciado en “El acomodador” este proceso de formular los relatos introduciendo una inversión en los órdenes de realidad, en “Las Hortensias” alcanza éste su maduración, y se convierte en una de las nuevas formas de plasmar lo fantástico. A partir de entonces marcará no sólo la obra de Felisberto Hernández, sino la de otros escritores que tomaron su lección –Italo Calvino, Julio Cortázar. En los relatos de estos escritos, también la realidad dará paso a otra (en sus principios también una creación fantástica). Así, la creación artificial, artística, finalmente, absorberá la realidad, y la hará formar parte de ella. Si el relato se inicia con María como estatua de mármol, y termina con Horacio transformado en muñeco, paralelamente Hortensia primero es maniquí, y termina con la muñeca rubia tratada como la seño- Lo fantástico en “Las hortensias” 155 ra Eulalia. La inversión entre los órdenes no sólo se manifiesta entre lo artificial y natural, sino también entre lo animado e inanimado, al final. Todo ello, a pesar del ambiente onírico, de juego fantástico. BIBLIOGRAFÍA Alazraki, Jaime 1985 “Contar como se sueña: para una poética de Felisberto Hernández”, en Río de la Plata 1, pp. 21-43. Borges, Jorge Luis 1991 “El arte narrativo y la magia”, en su libro Discusión, 4a. reimp. Madrid: Alianza Editorial, pp. 71-79. 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Enriqueta Morillas Ventura. Madrid: Sociedad Estatal Quinto Centenario/ Siruela, pp. 243-250. PALABRAS CLAVE DEL ARTÍCULO Y DATOS DE LA AUTORA irrealidad - seres artificiales - motivos fantásticos Ana María Morales Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional Autónoma de México Mixcoac 13, Col. M. Gómez México, DF CP 01600 Fax 56 51 6960 e mail: [email protected]