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con el andar del tiempo, en seres mezquinos, simuladores y taimados. En contacto con el emigrante que venía a “hacer la América”,
se hicieron egoístas e interesados; cambiaron la gauchada por el
¿cuánto me pagás? y la proverbial hospitalidad gaucha por el “no
está el patrón”, con que se despide al caminante en la mayor parte
de las estancias. Así se agringaron, en lo que tiene de más fea esta
palabra, las costumbres campesinas, hasta el extremo de transformar enteramente la fisonomía de la campaña. Si mucho ganó en
prosperidad económica, fue mucho también lo que perdió en belleza al exterminar un pueblo cuyas virtudes han sido ponderadas por
todos los hombres estudiosos que lo conocieron.
Vizcachismo
El Viejo Vizcacha fue uno de los personajes estudiados por el autor
de Martín Fierro. Es un fruto de aquella civilización que llego apresurada, trayendo postes, alambres y Rémingstons. Claro que no fue
el único paisano de su calaña; por el contrario, los Vizcachas fueron muchísimos. El nuevo régimen que vino a establecerse sobre la
rastrillada todavía fresca de los malones en fuga, creó con su torpeza y su avaricia enormes vizcachales, que proliferaron en las
feraces praderas, como el roedor homónimo.
Hubo vizcachas comerciantes, jueces, militares y políticos; hubo
vizcachas estancieros, capataces y mayordomos; muchos vizcachas
en el periodismo y en la literatura (ahora también han aparecido en
la escena). La vida social, política y económica ha nutrido vizcachas
de todas las categorías, desde los que mandan la gavilla hasta la
gavilla misma, pasando por toda la gama de la mala vida nacional;
desde los que no se sabe de qué viven hasta los que no se sabe
cómo enriquecen… o se sabe demasiado. La descendencia del Viejo
Vizcacha es tan vasta que no hay escala social en donde no esté
representada con profusión.
Vamos a darle, entonces, un nombre a ese conjunto de costumbres
deplorables, de vicios inveterados y de bajezas que tanto nos
afean; vamos a llamarle vizcachismo.
Y ahora levantemos la mirada. No dejemos de ser optimistas; no
perdamos la esperanza en la regeneración del hombre, ya que todo
nos indica la posibilidad. Mucha educación, en un ambiente de
mucha libertad, será menester para ir cambiando la fisonomía moral de la población para que nuestros coterráneos se vayan librando poco a poco de esa ominosa carga que el pasado echó sobre
sus hombros.
Tarea titánica será sin duda la de transformar a un pueblo agobiado por una herencia de barbarie, en una colectividad noble y digna.
Sin embargo, ningún mal es eterno cuando existe la voluntad y no
faltan los me medios de combatirlo hasta su extirpación.
Abrase el Sésamo donde gime emparedada la libertad y a su conjuro emergerán recias voluntades de lucha, que se abocarán a la
magna tarea.
Los medios, tenedles fe, son estos: los libros.
Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de
Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena:
Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editó Editorial Alas.
BREVE SEMBLANZA DE JUAN CRUSAO
2
23
Hablar de un amigo con quien se ha compartido toda una vida es
volver, en cierto modo, a vivir ese pasado. Irreverente ante la muerte, ese amigo está presente en el dialogo y las inquietudes permanentes. Por ello es esta sintética semblanza no será literaria sino
emocional, viva y limpia, como el agua de la vertiente de la montaña.
Había leído “Carta Gaucha”. Y en mi mente juvenil su autor había
adquirido la forma y la estampa del gaucho, que cuando muchacho
conocí en alguna estancia. Llegado a la ciudad, tenía avidez por
conocer a Juan Crusao. Y cuando me tendió su mano robusta y
generosa, ví en sus ojos azules, vivaces y expresivos, toda la candidez de un niño. Sus cabellos habíanle tomado el color a los maduros trigales de la pampa y sus manos tenían la cordialidad fecunda
de la tierra. Toda su estampa de gaucho autentico era la manifestación exterior de su temperamento, que sin jactancia puedo llamar
multifacético. Así, escribía una delicada estrofa, sutil y suave como
una caricia de niño, creaba una verdadera obra de arte en la trenza
de una soga -trabajo en cuero crudo-, se plantaba sobre un redomón, o se sentaba sobre un arado. Manejaba su pluma con la misma seguridad que el lazo, cuando un joven, en sus andanzas camperas. Tenía su mano el mismo vigor y su pensamiento indómito la
misma dimensión de pampa y cielo de su mirada. Era un anarquista
temperamental, no por intuición, sino porque estaba en su forma
de vivir. Practicó la solidaridad en su verdadera esencia, que no
sabe de preámbulos teóricos, y la llevó a todos los actos de su
vida. Así, en una huelga textil, un policía atropelló con su caballo
una multitud de mujeres que obstruían el paso de un tranvía, y de
pronto, en un salto como de león a quien le amenazan de sus cachorros, con su mano izquierda tomó las riendas del equino y con
la derecha empuñó su cuchillo que nunca supo de abusos contra el
débil. Y lo hizo con toda naturalidad, porque así cuadraba a su
condición de verdadero gaucho. Esta solidaridad es la esencia moral de una conducta anarquista: reacción valiente frente a la injusticia, actitud decidida frente a la prepotencia de la autoridad. Más
con el andar del tiempo, en seres mezquinos, simuladores y taimados. En contacto con el emigrante que venía a “hacer la América”,
se hicieron egoístas e interesados; cambiaron la gauchada por el
¿cuánto me pagás? y la proverbial hospitalidad gaucha por el “no
está el patrón”, con que se despide al caminante en la mayor parte
de las estancias. Así se agringaron, en lo que tiene de más fea esta
palabra, las costumbres campesinas, hasta el extremo de transformar enteramente la fisonomía de la campaña. Si mucho ganó en
prosperidad económica, fue mucho también lo que perdió en belleza al exterminar un pueblo cuyas virtudes han sido ponderadas por
todos los hombres estudiosos que lo conocieron.
Vizcachismo
El Viejo Vizcacha fue uno de los personajes estudiados por el autor
de Martín Fierro. Es un fruto de aquella civilización que llego apresurada, trayendo postes, alambres y Rémingstons. Claro que no fue
el único paisano de su calaña; por el contrario, los Vizcachas fueron muchísimos. El nuevo régimen que vino a establecerse sobre la
rastrillada todavía fresca de los malones en fuga, creó con su torpeza y su avaricia enormes vizcachales, que proliferaron en las
feraces praderas, como el roedor homónimo.
Hubo vizcachas comerciantes, jueces, militares y políticos; hubo
vizcachas estancieros, capataces y mayordomos; muchos vizcachas
en el periodismo y en la literatura (ahora también han aparecido en
la escena). La vida social, política y económica ha nutrido vizcachas
de todas las categorías, desde los que mandan la gavilla hasta la
gavilla misma, pasando por toda la gama de la mala vida nacional;
desde los que no se sabe de qué viven hasta los que no se sabe
cómo enriquecen… o se sabe demasiado. La descendencia del Viejo
Vizcacha es tan vasta que no hay escala social en donde no esté
representada con profusión.
Vamos a darle, entonces, un nombre a ese conjunto de costumbres
deplorables, de vicios inveterados y de bajezas que tanto nos
afean; vamos a llamarle vizcachismo.
Y ahora levantemos la mirada. No dejemos de ser optimistas; no
perdamos la esperanza en la regeneración del hombre, ya que todo
nos indica la posibilidad. Mucha educación, en un ambiente de
mucha libertad, será menester para ir cambiando la fisonomía moral de la población para que nuestros coterráneos se vayan librando poco a poco de esa ominosa carga que el pasado echó sobre
sus hombros.
Tarea titánica será sin duda la de transformar a un pueblo agobiado por una herencia de barbarie, en una colectividad noble y digna.
Sin embargo, ningún mal es eterno cuando existe la voluntad y no
faltan los me medios de combatirlo hasta su extirpación.
Abrase el Sésamo donde gime emparedada la libertad y a su conjuro emergerán recias voluntades de lucha, que se abocarán a la
magna tarea.
Los medios, tenedles fe, son estos: los libros.
Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros de
Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en escena:
Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editó Editorial Alas.
BREVE SEMBLANZA DE JUAN CRUSAO
2
23
Hablar de un amigo con quien se ha compartido toda una vida es
volver, en cierto modo, a vivir ese pasado. Irreverente ante la muerte, ese amigo está presente en el dialogo y las inquietudes permanentes. Por ello es esta sintética semblanza no será literaria sino
emocional, viva y limpia, como el agua de la vertiente de la montaña.
Había leído “Carta Gaucha”. Y en mi mente juvenil su autor había
adquirido la forma y la estampa del gaucho, que cuando muchacho
conocí en alguna estancia. Llegado a la ciudad, tenía avidez por
conocer a Juan Crusao. Y cuando me tendió su mano robusta y
generosa, ví en sus ojos azules, vivaces y expresivos, toda la candidez de un niño. Sus cabellos habíanle tomado el color a los maduros trigales de la pampa y sus manos tenían la cordialidad fecunda
de la tierra. Toda su estampa de gaucho autentico era la manifestación exterior de su temperamento, que sin jactancia puedo llamar
multifacético. Así, escribía una delicada estrofa, sutil y suave como
una caricia de niño, creaba una verdadera obra de arte en la trenza
de una soga -trabajo en cuero crudo-, se plantaba sobre un redomón, o se sentaba sobre un arado. Manejaba su pluma con la misma seguridad que el lazo, cuando un joven, en sus andanzas camperas. Tenía su mano el mismo vigor y su pensamiento indómito la
misma dimensión de pampa y cielo de su mirada. Era un anarquista
temperamental, no por intuición, sino porque estaba en su forma
de vivir. Practicó la solidaridad en su verdadera esencia, que no
sabe de preámbulos teóricos, y la llevó a todos los actos de su
vida. Así, en una huelga textil, un policía atropelló con su caballo
una multitud de mujeres que obstruían el paso de un tranvía, y de
pronto, en un salto como de león a quien le amenazan de sus cachorros, con su mano izquierda tomó las riendas del equino y con
la derecha empuñó su cuchillo que nunca supo de abusos contra el
débil. Y lo hizo con toda naturalidad, porque así cuadraba a su
condición de verdadero gaucho. Esta solidaridad es la esencia moral de una conducta anarquista: reacción valiente frente a la injusticia, actitud decidida frente a la prepotencia de la autoridad. Más
tarde, pasados los años, su acción solidaria hizo tremolar como
bandera revolucionaria su persistente llamado en defensa de los
presos de Bragado. Fue él, primero que nadie, quien lanzó su reto
a la justicia burguesa desde un periódico del interior. Y no arrió su
bandera, a pesar de todas las alternativas tan diversas, hasta que
las rejas infames dejaron salir sus presas por la presión de la que
él fue gestor inicial. Su conducta como anarquista obedecía más a
su temperamento, como queda dicho, que a una concepción filosófica que tampoco le era ajena. Y es que ser anarquista es proceder
como tal, pese a las limitaciones de la sociedad burguesa. Se es
anarquista en el quehacer cotidiano, en el trabajo, en el hogar y
hasta en la cárcel, haciendo de la conducta la continuidad del pensamiento; o no se siente la vibración del ideal que se sustenta. Y
esto debe ser permanente, cualquiera sea el hecho con el cual se
ve confrontado el militante. La presión del ambiente, con su corriente incesante de multitud de elementos, que incide en la conducta de algunos que sucumben arrollados por esa corriente, no
pudo vencer la vigorosa resistencia natural de nuestro amigo. Así
vivió toda su vida, sin hacer concesiones a nada ni a nadie, en una
actitud valiente e indomable. Cuando llevando su mano abierta
sobre sus ojos oteaba la lejanía, tan frecuente en él, era su pensamiento siempre juvenil y renovado quien miraba hacia el futuro.
Porque tenía el acervo moral de su conducta y su fe inquebrantable
en sus ideales, por eso jamás le conocimos un desfallecimiento, ni
una queja amarga, ni una duda siquiera. Era leal en la amistad y
leal con sus ideas. Quiso hacer de ellas, hasta su muerte, lo que
hizo de las estrellas en sus noches de gaucho auténtico: su guía,
su orientación. Y así fue hasta el momento de entregar sus restos a
la tierra, que él amaba como a una madre.
Una de sus ambiciones más nobles fue hacer de sus hijos los herederos, no de una riqueza que nunca quiso acumular, sino de su
vida, de su conducta, de sus ideas. Y sintió la profunda satisfacción
de muy pocos anarquistas. Todo lo suyo está redivivo en su hijo: su
pensamiento, sus sentimientos y su conducta permanente. Y pienso que su nieto, que heredó de él el color de sus ojos y cabellos, ha
de hablar un día con orgullo de su abuelo, y sentirá la radiación
efectiva de su vida. Así, expuesta a grandes rasgos, vivió su existencia nuestro amigo dilecto, con quien compartí desde el cariño
de sus hijos hasta el estrecho espacio de la celda carcelaria. Su vida
y sus recuerdos son como la claridad del sol que todos los días
ensancha mi solitaria pupila. Irreverente ante la muerte, le rindo el
homenaje de mi profundo afecto como si estuviera a mi lado, en la
ronda del mate o en las tareas comunes. Su vivo recuerdo debe ser
lo que para él fueron las estrellas: su guía, su orientación. Orientarse, tomar el rumbo y marchar hacia adelante, sin desfallecimientos,
con renovada fe en el triunfo final de la justicia, la libertad y la
solidaridad, fundamentos básicos de la sociedad futura, por la que
vivió y luchó sin descanso nuestro compañero y amigo, que nunca
supo de comodidades, de cobardías ni renunciamientos.
Pascual Vuotto
Mar del Plata. Año 1960, henchido de esperanzas.
tarde, pasados los años, su acción solidaria hizo tremolar como
bandera revolucionaria su persistente llamado en defensa de los
presos de Bragado. Fue él, primero que nadie, quien lanzó su reto
a la justicia burguesa desde un periódico del interior. Y no arrió su
bandera, a pesar de todas las alternativas tan diversas, hasta que
las rejas infames dejaron salir sus presas por la presión de la que
él fue gestor inicial. Su conducta como anarquista obedecía más a
su temperamento, como queda dicho, que a una concepción filosófica que tampoco le era ajena. Y es que ser anarquista es proceder
como tal, pese a las limitaciones de la sociedad burguesa. Se es
anarquista en el quehacer cotidiano, en el trabajo, en el hogar y
hasta en la cárcel, haciendo de la conducta la continuidad del pensamiento; o no se siente la vibración del ideal que se sustenta. Y
esto debe ser permanente, cualquiera sea el hecho con el cual se
ve confrontado el militante. La presión del ambiente, con su corriente incesante de multitud de elementos, que incide en la conducta de algunos que sucumben arrollados por esa corriente, no
pudo vencer la vigorosa resistencia natural de nuestro amigo. Así
vivió toda su vida, sin hacer concesiones a nada ni a nadie, en una
actitud valiente e indomable. Cuando llevando su mano abierta
sobre sus ojos oteaba la lejanía, tan frecuente en él, era su pensamiento siempre juvenil y renovado quien miraba hacia el futuro.
Porque tenía el acervo moral de su conducta y su fe inquebrantable
en sus ideales, por eso jamás le conocimos un desfallecimiento, ni
una queja amarga, ni una duda siquiera. Era leal en la amistad y
leal con sus ideas. Quiso hacer de ellas, hasta su muerte, lo que
hizo de las estrellas en sus noches de gaucho auténtico: su guía,
su orientación. Y así fue hasta el momento de entregar sus restos a
la tierra, que él amaba como a una madre.
Una de sus ambiciones más nobles fue hacer de sus hijos los herederos, no de una riqueza que nunca quiso acumular, sino de su
vida, de su conducta, de sus ideas. Y sintió la profunda satisfacción
de muy pocos anarquistas. Todo lo suyo está redivivo en su hijo: su
pensamiento, sus sentimientos y su conducta permanente. Y pienso que su nieto, que heredó de él el color de sus ojos y cabellos, ha
de hablar un día con orgullo de su abuelo, y sentirá la radiación
efectiva de su vida. Así, expuesta a grandes rasgos, vivió su existencia nuestro amigo dilecto, con quien compartí desde el cariño
de sus hijos hasta el estrecho espacio de la celda carcelaria. Su vida
y sus recuerdos son como la claridad del sol que todos los días
ensancha mi solitaria pupila. Irreverente ante la muerte, le rindo el
homenaje de mi profundo afecto como si estuviera a mi lado, en la
ronda del mate o en las tareas comunes. Su vivo recuerdo debe ser
lo que para él fueron las estrellas: su guía, su orientación. Orientarse, tomar el rumbo y marchar hacia adelante, sin desfallecimientos,
con renovada fe en el triunfo final de la justicia, la libertad y la
solidaridad, fundamentos básicos de la sociedad futura, por la que
vivió y luchó sin descanso nuestro compañero y amigo, que nunca
supo de comodidades, de cobardías ni renunciamientos.
Pascual Vuotto
Mar del Plata. Año 1960, henchido de esperanzas.
meterse era el tremendo dilema. El trabajo en las estancias era
duro, agotador y carente de atractivos para el criollo, cuyas habilidades de trabajador campero ya no eran necesarias en los modernos establecimientos ganaderos, donde las haciendas empezaban a
refinarse y el lazo y las boleadoras habían sido desterradas por
perjudiciales. En este aspecto el peón extranjero resultaba más
apto para las nuevas faenas, y los barcos descargaban ya sus buenas tandas de inmigrantes, ávidos de ocupación. Tampoco eran
necesarias las tropillas ni todos los que hallaba jugando a la taba.
Se perseguía por vagos a quienes se entretenían en un baile o en
una inofensiva payada, y no le mezquinaban azotes al que protestaba considerándose víctima de un abuso.
Las penurias, los malos tratos y las arbitrariedades de la autoridad
hicieron los llamados “gauchos malos”. Los más dignos y más altivos prefirieron el albur de los pajonales o la sierra, y pelearon con
la partida. Perecieron en las contiendas o en las cárceles, por defender la libertad.
La muerte del gaucho
2
41
Ese fue el fin obligado de este campesino ejemplar, tan digno de
mejor suerte. Y en este punto de la historia, y no en otro, se terminaron los gauchos. Desapareciendo el medio que lo creó y que le
dio vida, hecha pedazos la pampa de sus andanzas, sacrificado
hasta lo irreparable el ambiente de sus proezas, donde lució su
gallarda estampa de hidalgo enhorquetado en brioso pingo, no
podía subsistir.
La misma lógica no admite su supervivencia en un medio extraño a
sus usos y costumbres y sin una previa reeducación. Y ya se ha
dicho que en lugar de escuelas para sacarlo de su ignorancia, se
crearon juzgados y partidas policiales para perseguirlo; y los nuevos dueños de los campos, en lugar de mostrar gratitud por el
sacrificio del que ellos se habían beneficiado, lo castigaron con su
desprecio y con su codicia. A partir de esa época ya no fue el gaucho, sino su caricatura lo que se vio rodar sobre los campos argentinos, como el espectro de un pueblo castigado con el más duro
rigor. El gauchaje le ganó la guerra al indio, para quedar también
derrotado.
Esa caricatura es la que han hallado algunos seudo literatos y la
han tomado por el tipo auténtico, confundiendo los términos, como si adrede lo hicieran. En verdad –y permítaseme la digresiónsalvo muy contadas excepciones, esos pretendidos cultores del
gauchismo han legado a las generaciones, a veces un ente ridículo,
que es una afrenta a la memoria del hijo de la llanura; otras veces
un personaje tan fuera de la realidad, tan estilizado que pareciera
un gaucho de Hollywood. Le han hecho tanto daño a la historia
como a la cultura. Nunca le estaremos suficientemente agradecidos
a Hernández el haber salvado al gaucho del olvido y de la afrenta,
ya que no pudo salvarlo del exterminio.
Y bien; los paisanos se sometieron, aunque no de buen grado, a la
nueva vida –a eso que de manera bastante impropia se le llamó
civilización, consistente en la pérdida de las libertades y los derechos del campesino, el trastrueque de las costumbres, las faenas
agotadoras en los campos cercados con alambre de púa, bajo la
amenaza de los Rémington de la policía-, se fueron convirtiendo,
meterse era el tremendo dilema. El trabajo en las estancias era
duro, agotador y carente de atractivos para el criollo, cuyas habilidades de trabajador campero ya no eran necesarias en los modernos establecimientos ganaderos, donde las haciendas empezaban a
refinarse y el lazo y las boleadoras habían sido desterradas por
perjudiciales. En este aspecto el peón extranjero resultaba más
apto para las nuevas faenas, y los barcos descargaban ya sus buenas tandas de inmigrantes, ávidos de ocupación. Tampoco eran
necesarias las tropillas ni todos los que hallaba jugando a la taba.
Se perseguía por vagos a quienes se entretenían en un baile o en
una inofensiva payada, y no le mezquinaban azotes al que protestaba considerándose víctima de un abuso.
Las penurias, los malos tratos y las arbitrariedades de la autoridad
hicieron los llamados “gauchos malos”. Los más dignos y más altivos prefirieron el albur de los pajonales o la sierra, y pelearon con
la partida. Perecieron en las contiendas o en las cárceles, por defender la libertad.
La muerte del gaucho
2
41
Ese fue el fin obligado de este campesino ejemplar, tan digno de
mejor suerte. Y en este punto de la historia, y no en otro, se terminaron los gauchos. Desapareciendo el medio que lo creó y que le
dio vida, hecha pedazos la pampa de sus andanzas, sacrificado
hasta lo irreparable el ambiente de sus proezas, donde lució su
gallarda estampa de hidalgo enhorquetado en brioso pingo, no
podía subsistir.
La misma lógica no admite su supervivencia en un medio extraño a
sus usos y costumbres y sin una previa reeducación. Y ya se ha
dicho que en lugar de escuelas para sacarlo de su ignorancia, se
crearon juzgados y partidas policiales para perseguirlo; y los nuevos dueños de los campos, en lugar de mostrar gratitud por el
sacrificio del que ellos se habían beneficiado, lo castigaron con su
desprecio y con su codicia. A partir de esa época ya no fue el gaucho, sino su caricatura lo que se vio rodar sobre los campos argentinos, como el espectro de un pueblo castigado con el más duro
rigor. El gauchaje le ganó la guerra al indio, para quedar también
derrotado.
Esa caricatura es la que han hallado algunos seudo literatos y la
han tomado por el tipo auténtico, confundiendo los términos, como si adrede lo hicieran. En verdad –y permítaseme la digresiónsalvo muy contadas excepciones, esos pretendidos cultores del
gauchismo han legado a las generaciones, a veces un ente ridículo,
que es una afrenta a la memoria del hijo de la llanura; otras veces
un personaje tan fuera de la realidad, tan estilizado que pareciera
un gaucho de Hollywood. Le han hecho tanto daño a la historia
como a la cultura. Nunca le estaremos suficientemente agradecidos
a Hernández el haber salvado al gaucho del olvido y de la afrenta,
ya que no pudo salvarlo del exterminio.
Y bien; los paisanos se sometieron, aunque no de buen grado, a la
nueva vida –a eso que de manera bastante impropia se le llamó
civilización, consistente en la pérdida de las libertades y los derechos del campesino, el trastrueque de las costumbres, las faenas
agotadoras en los campos cercados con alambre de púa, bajo la
amenaza de los Rémington de la policía-, se fueron convirtiendo,
Nótese que casi todas las observaciones de Vizcacha se relacionan
ajustadamente con el sustento; procurarse el yantar era su más
inmediata preocupación; llenar la barriga era la idea predominante
de su espíritu. Sus herederos –sin tener nada de la sabiduría ratonil
del padre- no lo niegan, sin embargo, en ese aspecto. Siguen las
normas de su antecesor con una facilidad admirable; son egoístas,
tacaños, mal pensados de la mujer y duros con ella; en cambio son
blandos hasta dar grima con los que mandan; prácticos, nunca van
a un noque vacío, y con tal de vivir gordos se comen a veces hasta
los hijos, como el cerdo. En cuanto a inteligencia, se conforman
con tener la memoria del burro, que nunca olvida donde come…
Por encima de todas las virtudes humanas ponen el defender el
pellejo, pero en tan desatinada forma, que si bien no arriesgan su
integridad física para nada que no sea de su exclusivo provecho,
llevan una existencia tan absurda que la destruyen con su propia
torpeza. Entienden por defender el pellejo el no dar paso sin la
seguridad de la ganancia, sin la plena satisfacción de su egoísmo, y
luego -¡miles de casos se dan!- se arruinan la salud afanados en
amasar una fortuna que no disfrutarán.
COMO CONOCI A JUAN CRUSAO
Hace algunos años, al apearme del ómnibus una madrugada en
Mar del Plata, conocí a Juan Crusao, es decir, mi tocayo Luis Woollands. Creo que al poco rato, como ocurre pocas veces, nos sentimos profundamente amigos.
Era un auténtico trabajador de campo de hoy –como yo lo era en
parte-, es decir, un obrero curtido en las más crudas faenas y
hecho a resistir sin aflojar las peores perrerías de la suerte que
decretan a los de abajo los que arriba se han quedado con todo en
las manos. Los muchos años que llevaba encima no habían hecho
mella en la agilidad de su mente ni en el vigor de su carácter. Su
sangre holandesa, creo, no era estorbo para llevar con sencillez
perfecta las mejores prendas del gaucho de los días en que Darwin
dijo: “es muy superior al hombre de la ciudad”, es decir: la sobriedad, la baquía, el coraje sin matonismo, la generosidad del servicio
desinteresado y sobre todo una incompatibilidad genial con las
coyundas.
En más de una ocasión he tratado de señalar el probable origen de
tales características gauchescas: la sobra de carne en la Pampa
eliminando la humillación del hambre; la inacabable dilatación de
la llanura y la disponibilidad de galopes para medirlas, impidiendo
de hecho la gravitación del patrón y del cura; todo eso lo volvió
más o menos irreligioso y autónomo y lo diferenció fundamentalmente del jinete riograndense, tejano o mejicano, como advierte C.
Graham, y de lo que vino después: el gaucho apeado por la clase
patronal, convertido en peón de estancia, en mucamo con espuelas, cuya caricatura idealizada ofreció en nuestros días el gaucho
de Güiraldes. (Todo ello para no hablar de la eliminación sistemática de la población gaucha, que ya estorbaba a la población vacuna
de los terratenientes, realizada por la guerra civil y rematada por la
guerra contra el otro que también estaba estorbando: el indio.)
¡Cómo no iban a relamerse los cornúpetas miembros del Jockey
Club y los descornados literatos de la S.A.D.E con Don Segundo
Sombra, gaucho baquianaso en el caballo y la guitarra, en el cuchillo y el lazo y, a la vez, “un peón modelo y sin una queja ni un reclamo contra la ignominia y el desamparo de su condición explotada y servil”
Qué mucho si pese a la confluencia espumante de todos los lugares comunes aceptados, nuestro Martín Fierro mismo no es propiamente lo que se cree. Comenzó, si, como una insobornable protesta contra el pomposo destino fúnebre de nuestra clase paisana.
Pero la advertencia patricia de Mitre y otros y su propia razonable
prudencia conspirando contra su amotinada inspiración influyeron
sin duda en el buen Hernández: el Martín Fierro de la Ida no es ya
el de la Vuelta, éste que en los consejos a sus hijos se nos viene
con moralidades de cura párroco o de pulpero enriquecido!
La Causa
Hemos visto solamente los efectos de una causa; más bien hemos
trazado, algo así como a zancadas,los rasgos más característicos de
un numeroso grupo de la población nacional. Veamos ahora, también a grandes trazos,que causas han producido este tipo humano.
Ayudémonos aquí con una cita, muy autorizada por cierto, como es
la de Carlos O. Bunge: “Al terminar la conquista del desierto, realizada toda ella con el cruento sacrificio del gauchaje, vinieron los
nuevos dueños de la Pampa y fraccionaron los campos en estancias, dividieron y subdividieron los predios tirando líneas de alambrados en todas las direcciones. Fue la primer traba, el primer grillete puesto a la vida libre del hijo de la llanura. Ya no podía desplazarse hacia cualquier rumbo del cencerro de su tropilla, ni
acampar a la orilla de cualquier arroyo, porque ahora ¡hasta las
aguadas tenían dueño! Se crearon en toda la extensión de la campiña –donde ya no correteaban los malones- los Juzgados de Paz con
su partida de milicos maturrangos, destinados a meter en cintura a
los que de una u otra manera conocían el nuevo orden de cosas.
Estos rebeldes no eran otros que lo paisanos que volvían de la
campaña del desierto, pobres y desnudos, buscando la tranquilidad
del pago, y no encontraban ni el rancho ni la familia ni los bienes
que dejaron, como en el caso del héroe de José Hernández. “Todo
se lo habría llevado el remolino de las ambiciones de la gente de
ley, que venían a ser el malón de adentro…”
El paisanaje se halló acorralado entre una urdimbre de alambradas,
que debía de respetar so pena de indisponerse con la partida del
juez e ir a dar con los huesos en el cepo. Porque la propiedad de
los campos fue sagrada desde un principio, magüer su origen espurio, que arrebatados al indio con el sacrificio de los campesinos,
fueron gentes de la ciudad quienes se los apropiaron.
Sin ninguna preparación para enfrentar el nuevo régimen de vida
que llegaba desde la ciudad a paso acelerado, los gauchos se encontraron en un mundo extraño y hostil, imposible de vencer dado
su modo de ser individualista. Y empezó su calvario. Perecer o so-
2
05
Nótese que casi todas las observaciones de Vizcacha se relacionan
ajustadamente con el sustento; procurarse el yantar era su más
inmediata preocupación; llenar la barriga era la idea predominante
de su espíritu. Sus herederos –sin tener nada de la sabiduría ratonil
del padre- no lo niegan, sin embargo, en ese aspecto. Siguen las
normas de su antecesor con una facilidad admirable; son egoístas,
tacaños, mal pensados de la mujer y duros con ella; en cambio son
blandos hasta dar grima con los que mandan; prácticos, nunca van
a un noque vacío, y con tal de vivir gordos se comen a veces hasta
los hijos, como el cerdo. En cuanto a inteligencia, se conforman
con tener la memoria del burro, que nunca olvida donde come…
Por encima de todas las virtudes humanas ponen el defender el
pellejo, pero en tan desatinada forma, que si bien no arriesgan su
integridad física para nada que no sea de su exclusivo provecho,
llevan una existencia tan absurda que la destruyen con su propia
torpeza. Entienden por defender el pellejo el no dar paso sin la
seguridad de la ganancia, sin la plena satisfacción de su egoísmo, y
luego -¡miles de casos se dan!- se arruinan la salud afanados en
amasar una fortuna que no disfrutarán.
Mentira a sabiendas, pues ¿qué otra cosa sino ladrón, es decir,
cuatrero, podía ser el gaucho si Dios y los estancieros le vedaban el
uso propio de un jeme de tierra y de una pata de vaca?
COMO CONOCI A JUAN CRUSAO
Hace algunos años, al apearme del ómnibus una madrugada en
Mar del Plata, conocí a Juan Crusao, es decir, mi tocayo Luis Woollands. Creo que al poco rato, como ocurre pocas veces, nos sentimos profundamente amigos.
Era un auténtico trabajador de campo de hoy –como yo lo era en
parte-, es decir, un obrero curtido en las más crudas faenas y
hecho a resistir sin aflojar las peores perrerías de la suerte que
decretan a los de abajo los que arriba se han quedado con todo en
las manos. Los muchos años que llevaba encima no habían hecho
mella en la agilidad de su mente ni en el vigor de su carácter. Su
sangre holandesa, creo, no era estorbo para llevar con sencillez
perfecta las mejores prendas del gaucho de los días en que Darwin
dijo: “es muy superior al hombre de la ciudad”, es decir: la sobriedad, la baquía, el coraje sin matonismo, la generosidad del servicio
desinteresado y sobre todo una incompatibilidad genial con las
coyundas.
En más de una ocasión he tratado de señalar el probable origen de
tales características gauchescas: la sobra de carne en la Pampa
eliminando la humillación del hambre; la inacabable dilatación de
la llanura y la disponibilidad de galopes para medirlas, impidiendo
de hecho la gravitación del patrón y del cura; todo eso lo volvió
más o menos irreligioso y autónomo y lo diferenció fundamentalmente del jinete riograndense, tejano o mejicano, como advierte C.
Graham, y de lo que vino después: el gaucho apeado por la clase
patronal, convertido en peón de estancia, en mucamo con espuelas, cuya caricatura idealizada ofreció en nuestros días el gaucho
de Güiraldes. (Todo ello para no hablar de la eliminación sistemática de la población gaucha, que ya estorbaba a la población vacuna
de los terratenientes, realizada por la guerra civil y rematada por la
guerra contra el otro que también estaba estorbando: el indio.)
¡Cómo no iban a relamerse los cornúpetas miembros del Jockey
Club y los descornados literatos de la S.A.D.E con Don Segundo
Sombra, gaucho baquianaso en el caballo y la guitarra, en el cuchillo y el lazo y, a la vez, “un peón modelo y sin una queja ni un reclamo contra la ignominia y el desamparo de su condición explotada y servil”
Qué mucho si pese a la confluencia espumante de todos los lugares comunes aceptados, nuestro Martín Fierro mismo no es propiamente lo que se cree. Comenzó, si, como una insobornable protesta contra el pomposo destino fúnebre de nuestra clase paisana.
Pero la advertencia patricia de Mitre y otros y su propia razonable
prudencia conspirando contra su amotinada inspiración influyeron
sin duda en el buen Hernández: el Martín Fierro de la Ida no es ya
el de la Vuelta, éste que en los consejos a sus hijos se nos viene
con moralidades de cura párroco o de pulpero enriquecido!
La Causa
Hemos visto solamente los efectos de una causa; más bien hemos
trazado, algo así como a zancadas,los rasgos más característicos de
un numeroso grupo de la población nacional. Veamos ahora, también a grandes trazos,que causas han producido este tipo humano.
Ayudémonos aquí con una cita, muy autorizada por cierto, como es
la de Carlos O. Bunge: “Al terminar la conquista del desierto, realizada toda ella con el cruento sacrificio del gauchaje, vinieron los
nuevos dueños de la Pampa y fraccionaron los campos en estancias, dividieron y subdividieron los predios tirando líneas de alambrados en todas las direcciones. Fue la primer traba, el primer grillete puesto a la vida libre del hijo de la llanura. Ya no podía desplazarse hacia cualquier rumbo del cencerro de su tropilla, ni
acampar a la orilla de cualquier arroyo, porque ahora ¡hasta las
aguadas tenían dueño! Se crearon en toda la extensión de la campiña –donde ya no correteaban los malones- los Juzgados de Paz con
su partida de milicos maturrangos, destinados a meter en cintura a
los que de una u otra manera conocían el nuevo orden de cosas.
Estos rebeldes no eran otros que lo paisanos que volvían de la
campaña del desierto, pobres y desnudos, buscando la tranquilidad
del pago, y no encontraban ni el rancho ni la familia ni los bienes
que dejaron, como en el caso del héroe de José Hernández. “Todo
se lo habría llevado el remolino de las ambiciones de la gente de
ley, que venían a ser el malón de adentro…”
El paisanaje se halló acorralado entre una urdimbre de alambradas,
que debía de respetar so pena de indisponerse con la partida del
juez e ir a dar con los huesos en el cepo. Porque la propiedad de
los campos fue sagrada desde un principio, magüer su origen espurio, que arrebatados al indio con el sacrificio de los campesinos,
fueron gentes de la ciudad quienes se los apropiaron.
Sin ninguna preparación para enfrentar el nuevo régimen de vida
que llegaba desde la ciudad a paso acelerado, los gauchos se encontraron en un mundo extraño y hostil, imposible de vencer dado
su modo de ser individualista. Y empezó su calvario. Perecer o so-
Pero el hombre de razón / no roba jamás un cobre
pues no es vergüenza ser pobre / y es vergüenza ser ladrón.
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Pero el hombre de razón / no roba jamás un cobre
pues no es vergüenza ser pobre / y es vergüenza ser ladrón.
Mentira a sabiendas, pues ¿qué otra cosa sino ladrón, es decir,
cuatrero, podía ser el gaucho si Dios y los estancieros le vedaban el
uso propio de un jeme de tierra y de una pata de vaca?
Hay algo más escalofriante aún:
cial constituye el lastre más pesado de la sociedad, dado su enorme volumen.
Hay todavía otra camada de la inacabable descendencia. Es la de
los que ni siquiera se acomodan, aunque le sobran condiciones
para ello, sino que por vileza civil, viven constantemente doblándose ante los que mandan y acatando sin un gesto de protesta sus
disposiciones, por aquello de que no hay que llevarle la contra al
que manda la gavilla. Seres que parecen haber nacido de favor y
viven aplastados bajo la enorme carga de gratitud que les deben a
los privilegiados de la riqueza. No hay humillación a que no se
sometan ni agachada que no ejecuten en su deleznable paso por la
existencia. Para ellos las libertades públicas y los derechos ciudadanos –que han costado tantos sacrificios, sangre y desvelo- son de
tan poco precio, que las pierden con la misma desaprensión que
sus antepasados perdían el sustento de sus hijos a la taba o las
cuadreras. Pareciera que para gente que vegeta en tal estado de
postración moral, esas bellas conquistas del género humano fuesen un estorbo.
La mayor parte de nuestras calamidades sociales y políticas se las
debemos casi enteramente a esta desdichada descendencia de Vizcacha, que es el peso muerto en las luchas contra la opresión; una
masa sin voluntad que no hay palanca que la mueva en su inercia,
que se aterra ante la perspectiva de cualquier cambio en el orden
social o político, resistiéndose con todo el empeño de que es capaz
a salir del “rincón en que empezó su existencia”, como si los atara
el temor de perder la miseria moral y física en que vegetan. No hay
peor espécimen de conservador, porque es el conservador del atraso social y del envilecimiento ciudadano, envilecimiento que fomenta con su inepcia, su falta de virilidad y la carencia de virtud humana más elemental. Nacen, viven y mueren sin ninguna doble ambición y desaparecen también sin dejar una leve huella de su paso
por el mundo, como no sea el mal ejemplo de su existencia sin objetivo, frontera con la vida de las bestias. Es probable que un estudio más profundo que el que solemos hacer de las condiciones de
nuestro proletariado nos llevara a comprobaciones amargas; porque
quizás hallaríamos que una gran mayoría pertenece a esa funesta
descendencia. Pero ese estudio no es de nuestra competencia.
El que obedeciendo vive / nunca tiene suerte blanda
más con su soberbia agranda / el rigor en que padece:
obedezca el que obedece / y será bueno el que manda.
¿Hay que creer que este derrotismo, esta claudicación oronda en la
lucha contra la servidumbre es el mensaje final?
Bienvenido, pues y a buena hora, llegan mensajes como éste de
Carta Gaucha de nuestro Juan Crusao, que entroncando en la rebeldía del primer Martín Fierro, la lleva a su conclusión inevitable:
la guerra de expropiación a los expropiadores, la revolución proletaria moderna.
Luís Franco
UN’ALVERTENCIA
¡Quién m’iba desir que con el tiempo esta carta sería sélebr’entr’el
gauchaje! Yo la escribí de afisionao no más y porque tenía tantas
ganas que mis paisanos aprendieran lo que habí’aprendido yo. Me
acuerdo q’entonce me ráiba cuand’unos amigos me desían: ¨ ¡Se la
vamos hacer publicar, v’ha ver usté! ¨
Y así fue. Al tiempo después otros amigos hisieron con ella una
cantidá e libritos pa repartirlos gratis en entr’el paisanaje. Y la
carta se desparramó por todo el páis; ¡Veanlé la tras’a la cartita!
A mis amigos los anarquistas se les puso que la carta tiene cosas
muy buenas y muy útiles para instruir a los gauchos. Ser’asi. Ellos
saben mejor que yo las cosas. Yo no me pong’orgulloso por ello.
Lo que sí, me gustaría que mis paisanos la leyeran con cariño y
cuidasen bien el librito; y que cuando vayan a pasiar a’lguna casa
e gente criolla, lo saquen y lo lean, pa que todos se den cuenta de
lo que deben haser pa que los campos argentinos vuelvan a ser de
los pobres, como han sido en otros tiempos, y que l’hasienda gorda no se la coman los frigoríficos, sino los trabajadores, y pa que
del trigo argentino se haga pan pa los hijos del páis y no que se lo
lleven pa Uropa, como están hasiendo.
Todas estas cosas se deben remediar con la revolusión que tenemos que haser prontito. Es por eso que se presisa saber q’es y
cómo se hase la revolusión, y la CARTA GAUCHA les dice clarito a
los gauchos lo q’está bien, como pa q’elijan. El que no comprienda
con eso, es porque tiene agua en la cabesa o alma de milico. Los
demás todos l’han d’entender.
Los que tengan buen corasón y alma de gauchos, han de lerla con
cariño y l’han de cuidar como una hermanita. A ellos se la confio,
con mi bendición de padre.
Luis Woollands (Juan Crusao)
Adaptabilidad
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Hay algo más escalofriante aún:
cial constituye el lastre más pesado de la sociedad, dado su enorme volumen.
Hay todavía otra camada de la inacabable descendencia. Es la de
los que ni siquiera se acomodan, aunque le sobran condiciones
para ello, sino que por vileza civil, viven constantemente doblándose ante los que mandan y acatando sin un gesto de protesta sus
disposiciones, por aquello de que no hay que llevarle la contra al
que manda la gavilla. Seres que parecen haber nacido de favor y
viven aplastados bajo la enorme carga de gratitud que les deben a
los privilegiados de la riqueza. No hay humillación a que no se
sometan ni agachada que no ejecuten en su deleznable paso por la
existencia. Para ellos las libertades públicas y los derechos ciudadanos –que han costado tantos sacrificios, sangre y desvelo- son de
tan poco precio, que las pierden con la misma desaprensión que
sus antepasados perdían el sustento de sus hijos a la taba o las
cuadreras. Pareciera que para gente que vegeta en tal estado de
postración moral, esas bellas conquistas del género humano fuesen un estorbo.
La mayor parte de nuestras calamidades sociales y políticas se las
debemos casi enteramente a esta desdichada descendencia de Vizcacha, que es el peso muerto en las luchas contra la opresión; una
masa sin voluntad que no hay palanca que la mueva en su inercia,
que se aterra ante la perspectiva de cualquier cambio en el orden
social o político, resistiéndose con todo el empeño de que es capaz
a salir del “rincón en que empezó su existencia”, como si los atara
el temor de perder la miseria moral y física en que vegetan. No hay
peor espécimen de conservador, porque es el conservador del atraso social y del envilecimiento ciudadano, envilecimiento que fomenta con su inepcia, su falta de virilidad y la carencia de virtud humana más elemental. Nacen, viven y mueren sin ninguna doble ambición y desaparecen también sin dejar una leve huella de su paso
por el mundo, como no sea el mal ejemplo de su existencia sin objetivo, frontera con la vida de las bestias. Es probable que un estudio más profundo que el que solemos hacer de las condiciones de
nuestro proletariado nos llevara a comprobaciones amargas; porque
quizás hallaríamos que una gran mayoría pertenece a esa funesta
descendencia. Pero ese estudio no es de nuestra competencia.
El que obedeciendo vive / nunca tiene suerte blanda
más con su soberbia agranda / el rigor en que padece:
obedezca el que obedece / y será bueno el que manda.
¿Hay que creer que este derrotismo, esta claudicación oronda en la
lucha contra la servidumbre es el mensaje final?
Bienvenido, pues y a buena hora, llegan mensajes como éste de
Carta Gaucha de nuestro Juan Crusao, que entroncando en la rebeldía del primer Martín Fierro, la lleva a su conclusión inevitable:
la guerra de expropiación a los expropiadores, la revolución proletaria moderna.
Luís Franco
UN’ALVERTENCIA
¡Quién m’iba desir que con el tiempo esta carta sería sélebr’entr’el
gauchaje! Yo la escribí de afisionao no más y porque tenía tantas
ganas que mis paisanos aprendieran lo que habí’aprendido yo. Me
acuerdo q’entonce me ráiba cuand’unos amigos me desían: ¨ ¡Se la
vamos hacer publicar, v’ha ver usté! ¨
Y así fue. Al tiempo después otros amigos hisieron con ella una
cantidá e libritos pa repartirlos gratis en entr’el paisanaje. Y la
carta se desparramó por todo el páis; ¡Veanlé la tras’a la cartita!
A mis amigos los anarquistas se les puso que la carta tiene cosas
muy buenas y muy útiles para instruir a los gauchos. Ser’asi. Ellos
saben mejor que yo las cosas. Yo no me pong’orgulloso por ello.
Lo que sí, me gustaría que mis paisanos la leyeran con cariño y
cuidasen bien el librito; y que cuando vayan a pasiar a’lguna casa
e gente criolla, lo saquen y lo lean, pa que todos se den cuenta de
lo que deben haser pa que los campos argentinos vuelvan a ser de
los pobres, como han sido en otros tiempos, y que l’hasienda gorda no se la coman los frigoríficos, sino los trabajadores, y pa que
del trigo argentino se haga pan pa los hijos del páis y no que se lo
lleven pa Uropa, como están hasiendo.
Todas estas cosas se deben remediar con la revolusión que tenemos que haser prontito. Es por eso que se presisa saber q’es y
cómo se hase la revolusión, y la CARTA GAUCHA les dice clarito a
los gauchos lo q’está bien, como pa q’elijan. El que no comprienda
con eso, es porque tiene agua en la cabesa o alma de milico. Los
demás todos l’han d’entender.
Los que tengan buen corasón y alma de gauchos, han de lerla con
cariño y l’han de cuidar como una hermanita. A ellos se la confio,
con mi bendición de padre.
Luis Woollands (Juan Crusao)
El Viejo Vizcacha tenía su pizca de sabiduría, que podríamos llamar
sabiduría de la adaptabilidad, caudal de que carece mucha de su
descendencia. Había observado a los animales que vivían en su
derredor y asimilado algunas de sus costumbres. Y ese era el bagaje de sus conocimientos. Sabía que donde hay perros flacos la comida debe andar escasa y que no era aconsejable apearse con apetito; que las hormigas nunca van a un noque vacío porque allí no
hay nada que arrastrar para la cueva; que el cerdo vive muy gordo
se come hasta los hijos, de donde había sacado la conclusión de
que con tal de llenar la barriga no hay que parar en escrúpulos;
que nunca escapa quien dispara por la loma, lo sabio, para su entendimiento de paisano taimado y camandulero, era cometer la
fechoría y escabullirse. Sabía también que el zorro que ya es corrido desde lejos la olfatea, hay que ventear, entonces, el peligro antes de dar el paso, como el zorro mañero.
Adaptabilidad
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El Viejo Vizcacha tenía su pizca de sabiduría, que podríamos llamar
sabiduría de la adaptabilidad, caudal de que carece mucha de su
descendencia. Había observado a los animales que vivían en su
derredor y asimilado algunas de sus costumbres. Y ese era el bagaje de sus conocimientos. Sabía que donde hay perros flacos la comida debe andar escasa y que no era aconsejable apearse con apetito; que las hormigas nunca van a un noque vacío porque allí no
hay nada que arrastrar para la cueva; que el cerdo vive muy gordo
se come hasta los hijos, de donde había sacado la conclusión de
que con tal de llenar la barriga no hay que parar en escrúpulos;
que nunca escapa quien dispara por la loma, lo sabio, para su entendimiento de paisano taimado y camandulero, era cometer la
fechoría y escabullirse. Sabía también que el zorro que ya es corrido desde lejos la olfatea, hay que ventear, entonces, el peligro antes de dar el paso, como el zorro mañero.
aquel viejo que muriera rodeado de perros, entre un montón de
guascas y trastos viejos. De modo que no es de su descendencia
física de que trataremos. Es de sus otros herederos, que son muchos. Mucho más abundante de lo que parece la casta de los vizcachas, podrá verse a través de este somero análisis.
Y me atrevo a decirlo: se han de salvar muy pocos de nuestros prójimos de ser incluidos en la progenie de aquel amigo del Juez que
le dieran de tutor al hijo de Fierro, o por lo menos, de no tener
alguno de sus rasgos característicos.
Todos ustedes conocen de entre los consejos que le prodigaba a su
pupilo, aquel que dice que las armas son necesarias y que hay que
llevarlas de modo que al salir salgan cortando, advertencia que
señala evidentemente al tipo taimado, al pícaro siempre pronto a
dejar fuera de combate en el primer encuentro al adversario; actitud propia del maula, mal pegador y ventajero; estas cosas no estaban en la índole del gaucho noble, que no hería sino cuando era
acosado por el contrario.
Los que hemos tenido oportunidad de tratar con los procesados y
penados de las cárceles de este país, sabemos que la mayoría de
los presos por lesiones han herido al contrincante en forma artera,
ya disparándole un tiro desde la oscuridad de la noche, valiéndose
de que la víctima carecía de armas. Todos esos son descendientes
del Viejo Vizcacha. Cobardes que buscan adquirir fama de guapos
hiriendo a lo pícaro, hurtándole el cuerpo al golpe del adversario.
Han hecho suyo, sin conocer o conociéndolo, el consejo ese de que
el “primer deber del hombre es defender el pellejo”, y lo defienden
en todo momento… a costa del pellejo de sus semejantes.
No son, seguramente, esta clase de malandrines, quienes van a honrar con sus hechos repudiables, al gaucho que se batía en duelo
criollo, pie a pie, hasta la última gota de sangre; y menos a aquel,
que habiendo sentido venir la partida policial, la aguardaba haciendo espaldas en el pingo, porque disparar era de gaucho “morao”.
CARTA GAUCHA
Escrita para los gauchos
Los descendientes
“Hacete amigo del juez, no le des de que quejarse”… Legiones son
los que para medrar buscan el amparo de las autoridades; los que
no tienen más norte que la conquista de un puesto público, una
canonjía o empleo que les asegure su bien pasar. Pasan por todas
las humillaciones, sufren todas las vergüenzas con tal de acomodarse. Tiran por la borda, todos los escrúpulos para lograr el cotidiano plato de garbanzos, porque lo que más necesita el hombre
es tener la memoria del burro, que no olvida donde come… A los
que mandan, y por lo mismo pueden favorecerlos, los herederos de
Vizcacha les dan la razón aunque no la tengan; simulan ser sus
partidarios políticos porque ese es el arte de acomodarse. Y donde
el acomodo es casi una institución nacional, puede colegirse que
han de ser numerosos los que buscan el palenque de la autoridad
para ir a rascarse.
Con su indolencia y su cobardía, con su falta de escrúpulos, su
adaptabilidad sin límites y su carencia de aptitudes para la vida
honesta, estos elementos son los puntales, conscientes o inconscientes, de la arbitrariedad gubernativa y del abuso. Por su bajuna
condición de buscar el amparo de la autoridad para encubrir sus
vicios y sus defectos, su ineptitud o su haraganería, esta ralea so-
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aquel viejo que muriera rodeado de perros, entre un montón de
guascas y trastos viejos. De modo que no es de su descendencia
física de que trataremos. Es de sus otros herederos, que son muchos. Mucho más abundante de lo que parece la casta de los vizcachas, podrá verse a través de este somero análisis.
Y me atrevo a decirlo: se han de salvar muy pocos de nuestros prójimos de ser incluidos en la progenie de aquel amigo del Juez que
le dieran de tutor al hijo de Fierro, o por lo menos, de no tener
alguno de sus rasgos característicos.
Todos ustedes conocen de entre los consejos que le prodigaba a su
pupilo, aquel que dice que las armas son necesarias y que hay que
llevarlas de modo que al salir salgan cortando, advertencia que
señala evidentemente al tipo taimado, al pícaro siempre pronto a
dejar fuera de combate en el primer encuentro al adversario; actitud propia del maula, mal pegador y ventajero; estas cosas no estaban en la índole del gaucho noble, que no hería sino cuando era
acosado por el contrario.
Los que hemos tenido oportunidad de tratar con los procesados y
penados de las cárceles de este país, sabemos que la mayoría de
los presos por lesiones han herido al contrincante en forma artera,
ya disparándole un tiro desde la oscuridad de la noche, valiéndose
de que la víctima carecía de armas. Todos esos son descendientes
del Viejo Vizcacha. Cobardes que buscan adquirir fama de guapos
hiriendo a lo pícaro, hurtándole el cuerpo al golpe del adversario.
Han hecho suyo, sin conocer o conociéndolo, el consejo ese de que
el “primer deber del hombre es defender el pellejo”, y lo defienden
en todo momento… a costa del pellejo de sus semejantes.
No son, seguramente, esta clase de malandrines, quienes van a honrar con sus hechos repudiables, al gaucho que se batía en duelo
criollo, pie a pie, hasta la última gota de sangre; y menos a aquel,
que habiendo sentido venir la partida policial, la aguardaba haciendo espaldas en el pingo, porque disparar era de gaucho “morao”.
CARTA GAUCHA
Escrita para los gauchos
Los descendientes
“Hacete amigo del juez, no le des de que quejarse”… Legiones son
los que para medrar buscan el amparo de las autoridades; los que
no tienen más norte que la conquista de un puesto público, una
canonjía o empleo que les asegure su bien pasar. Pasan por todas
las humillaciones, sufren todas las vergüenzas con tal de acomodarse. Tiran por la borda, todos los escrúpulos para lograr el cotidiano plato de garbanzos, porque lo que más necesita el hombre
es tener la memoria del burro, que no olvida donde come… A los
que mandan, y por lo mismo pueden favorecerlos, los herederos de
Vizcacha les dan la razón aunque no la tengan; simulan ser sus
partidarios políticos porque ese es el arte de acomodarse. Y donde
el acomodo es casi una institución nacional, puede colegirse que
han de ser numerosos los que buscan el palenque de la autoridad
para ir a rascarse.
Con su indolencia y su cobardía, con su falta de escrúpulos, su
adaptabilidad sin límites y su carencia de aptitudes para la vida
honesta, estos elementos son los puntales, conscientes o inconscientes, de la arbitrariedad gubernativa y del abuso. Por su bajuna
condición de buscar el amparo de la autoridad para encubrir sus
vicios y sus defectos, su ineptitud o su haraganería, esta ralea so-
Paisanos, hijos d’esta tierra, gauchos trabajadores; paren l’oreja y
escuchen lo que les v’a contar este gaucho andariego, que no se ha
pasao la vida entre la cenisa del fogón, sino trabajando, y trabajando pa que coman otros que no trabajan, q’es lo pior.
Así que priesten atensión, paisanos mios, atiendan como en misa,
q’es pa bien de todos; les diré algo de los trabajos qu’he pasao y
cómo hise p’aprender lo poco que sé y de qué modo me di cuenta
en la vida; y quiero contarles a mis paisanos, q’están mas atrasaos
que yo, pa que abran los ojos y marchen por la güella. Porque yo
aprendí sin máistros, es desir, sin máistros de ofisio; m’enseñaron
lo que sé y les voy a contar aquí, unos gringos pobres, tan pobres
como yo, que trabajamos juntos en unas contrusiones.
¡Amigos! Cuando me acuerdo de aquellos hombres, me da vergüenza llamarles gringos… D’ellos aprendí que los verdaderos
gringos somos los pobres de cualquier nasión, y que los argentinos
d’inorantes que somos los despresiamos. ¡Somos bárbaros los
hijos d’esta tierra, y atrasaos! Nos creemos saber todo y somos
más redondos que argoll’elaso; no tenemos más que mala boca pa
insultar a los trabajadores y pa ráirnos de lo que no sabemos. Y
somos más desgrasiaos q’ellos, porq’ellos siquiera se defienden de
las picardías de los ricos y nosotros ¡ni eso!
Pero voy a contarles lo que les he ofresido, si puedo trotiar contra el
viento. Las ganas no me faltan, pero talvés me falte muñeca. Si me
pierdo, alguno me ha de chiflar, y procuraré dentrar en la güella.
Les diré que en esta vida he trabajao en todo lo que se diera vuelta,
como hijos e pobres y por no haber nasido con estancia, como
algunos tísicos d’este p’ais; he domao potros, h’esquilao y acarriao
hasienda, he trabajao en las trillas, en las aradas y he cortao y emparvao pasto. En todas partes he regao elsuelo con mi sudor. Y voy
llegando a viejo y siempre pobre. Resien comprendo que mi trabajo
ha servido pa enriqueser a otros, y que yo he quedao con el orgullo del sonso; con el cuento de que he trabajao mucho y no tengo
en que cáirme muerto. Porque así es la suerte del que trabaja…Y
así como yo, andan por ay muchos criollos que no pueden con el
peso de su pobresa. Y l’hechan la culpa de sus miserias a los gringos; porq’en su inoransia no comprenden que no son los gringos
pobres los que tienen la culpa, sino los gringos ricos y algunos
argentinos que hasen patria llenandosé los bolsillos a costillas
nuestras, de los pobres.
Yo, como digo, he trabajao en todo; así que conosco el trabajo y
nadies podrá desir que me quejo de haragán. Haraganes son los
ricos, que no saben lo q’es sudar en el trabajo y duermen hasta las
dose; y son dueños de grandes estansias aunque no saben manejar
un laso; tienen cada chacra del tamaño de una provincia, pero en la
vida han montao un arao. Y segun he llegao a comprender, esto es
lo único que debe llamarse robo.
Como les iba contando, después de mucho andar trabajando y
pasando miserias…viendo caras y no corazones, llegué a un puente
q’estaban hasiendo en el Quequén y pedí trabajo; me dieron porque faltaba gente. Pagaban poco; tres pesos pa trotiar de sol a sol
con la carretilla. ¿Y que hase un hombre grande con tres pesos…ni
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Paisanos, hijos d’esta tierra, gauchos trabajadores; paren l’oreja y
escuchen lo que les v’a contar este gaucho andariego, que no se ha
pasao la vida entre la cenisa del fogón, sino trabajando, y trabajando pa que coman otros que no trabajan, q’es lo pior.
Así que priesten atensión, paisanos mios, atiendan como en misa,
q’es pa bien de todos; les diré algo de los trabajos qu’he pasao y
cómo hise p’aprender lo poco que sé y de qué modo me di cuenta
en la vida; y quiero contarles a mis paisanos, q’están mas atrasaos
que yo, pa que abran los ojos y marchen por la güella. Porque yo
aprendí sin máistros, es desir, sin máistros de ofisio; m’enseñaron
lo que sé y les voy a contar aquí, unos gringos pobres, tan pobres
como yo, que trabajamos juntos en unas contrusiones.
¡Amigos! Cuando me acuerdo de aquellos hombres, me da vergüenza llamarles gringos… D’ellos aprendí que los verdaderos
gringos somos los pobres de cualquier nasión, y que los argentinos
d’inorantes que somos los despresiamos. ¡Somos bárbaros los
hijos d’esta tierra, y atrasaos! Nos creemos saber todo y somos
más redondos que argoll’elaso; no tenemos más que mala boca pa
insultar a los trabajadores y pa ráirnos de lo que no sabemos. Y
somos más desgrasiaos q’ellos, porq’ellos siquiera se defienden de
las picardías de los ricos y nosotros ¡ni eso!
Pero voy a contarles lo que les he ofresido, si puedo trotiar contra el
viento. Las ganas no me faltan, pero talvés me falte muñeca. Si me
pierdo, alguno me ha de chiflar, y procuraré dentrar en la güella.
Les diré que en esta vida he trabajao en todo lo que se diera vuelta,
como hijos e pobres y por no haber nasido con estancia, como
algunos tísicos d’este p’ais; he domao potros, h’esquilao y acarriao
hasienda, he trabajao en las trillas, en las aradas y he cortao y emparvao pasto. En todas partes he regao elsuelo con mi sudor. Y voy
llegando a viejo y siempre pobre. Resien comprendo que mi trabajo
ha servido pa enriqueser a otros, y que yo he quedao con el orgullo del sonso; con el cuento de que he trabajao mucho y no tengo
en que cáirme muerto. Porque así es la suerte del que trabaja…Y
así como yo, andan por ay muchos criollos que no pueden con el
peso de su pobresa. Y l’hechan la culpa de sus miserias a los gringos; porq’en su inoransia no comprenden que no son los gringos
pobres los que tienen la culpa, sino los gringos ricos y algunos
argentinos que hasen patria llenandosé los bolsillos a costillas
nuestras, de los pobres.
Yo, como digo, he trabajao en todo; así que conosco el trabajo y
nadies podrá desir que me quejo de haragán. Haraganes son los
ricos, que no saben lo q’es sudar en el trabajo y duermen hasta las
dose; y son dueños de grandes estansias aunque no saben manejar
un laso; tienen cada chacra del tamaño de una provincia, pero en la
vida han montao un arao. Y segun he llegao a comprender, esto es
lo único que debe llamarse robo.
Como les iba contando, después de mucho andar trabajando y
pasando miserias…viendo caras y no corazones, llegué a un puente
q’estaban hasiendo en el Quequén y pedí trabajo; me dieron porque faltaba gente. Pagaban poco; tres pesos pa trotiar de sol a sol
con la carretilla. ¿Y que hase un hombre grande con tres pesos…ni
con cuatro? ¡Si todo está por los quintos infiernos! Pero no tenía ni
pa los sigarros, y me quedé ¿Ande iba a ir?
¡Amigo!... pero no siento el haberme quedao. Jui a vivir a la carpa
d’esos estranjeros que les digo. Eran españoles los más y un italiano. ¡Alegadores!...Cuanto se juntaban de noche y’empesaban a
discutir se ponían coloraos alegando a gritos a veces. Pero no se
peliaban nunca. ¡Gente linda! No se insultaban tampoco, eso sí. Yo
sabía pensar: si juesen criollos ya hubieran salido el ruido de los
fierros; porq’ese es el modo que tenemos los argentinos de hasernos entender. ¡Somos tan bárbaros y tan atrasaos! ¡Y qué discusiones! ¡Hablaban de sensias y d’historias; del sol, de la tierra y de
unas estrellas que están lejísimas; de las clases de hombres que
había de antes y de unos animales grandotes que ya no hay. Pero
con tino, no vayan a creer. Sabian lo que desian. Pero lo que más
me gustaba era cuando hablaban de revolusión. ¡Qué lindas cosas
desian! Yo me quedaba con la boc’abierta. Allí he abierto los ojos
yo, mejor que si hubiera ido a la escuela toda la vida, ¡Amigo! Desían que los pobres no debíamos aguantarles más a los ricos y que
ha llegao el momento que los ricos trabajen como nosotros si quieren comer; que todos somos iguales, porque no porq’ellos sean
más istruidos que nosotros han de valer más; si ellos tienen la istrusión, nosotros tenemos los brasos hechos al trabajo y ellos no;
que los ricos, sin nosotros que hasemos todo, no podrían vivir y
que nosotros pa vivir no presisamos d’ellos. ¡Y fijensé, en eso no
habíamos pensao nunca los argentinos! ¡Y tan fásil q’es! Si todos
los criollos que viven trabajando como negros comprendieran esto,
no habría más que dar un grito y ya estab’hecha la revolusión. Enseguida seríamos dueños de todo: los campos, las vacas, las caballadas, los araos y las máquinas; y los trabajadores del pueblo
q’están mil veces más adelantaos que nosotros, se harían dueños
de los trenes, las fábricas, los almasenes y las panaderías; nosotros, los del campo, les daríamos la carne, los cueros y el trigo, y
ellos nos darían la galleta, el pan, las botas y los visios, y nos llevarían gratis a pasear en tren.
Cuando hablaban d’esto, a mi se me hasia sierto que ya las cosas
estaban así; y me paresia mentira que nosotros los argentinos nunca nos hubiera dao por pensar en estas cosas tan lindas. Me daba
vergüenza ser tan atrasao, y más cuando ellos desian que si ese
cambio no llegaba más antes, era porque los mismos trabajadores
l’estaban estorbando con su inorancia y porque no se ocupaban de
lo que más le convenía. ¡Cuánta rasón hay en eso! La mayor
part’elos trabajadores y principalmente los criollos, no hasemos
más que trabajar como animales, pa después jugarnos la plat’ala
taba o en las carreras, mamarnos en las esquinas y peliar, lastimar
algún pobre diablo como nosotros pa que nos hundan en la cársel;
pero de mejorar nuestra suerte, ¡qu’e esperansa!, d’eso no nos
acordamos nunca. ¡Somos infelises los gauchos!
Y, bueno. Todas las noches cuando nos juntábamos en la carpa,
y’empesaban las discusiones; y al poco tiempo ya metía yo también
la pata y les sabia preguntar: ¨Y, ¿qué les parese, compañeros: a
los ricos no les dará por haserse juertes y no largar la mascada?...
Están tan acostumbrados a la vida gorda!¨. Entonses me sabian
contestar ellos: ¨Es que si los trabajadores se ponen todos o la
mayor cantidá de un lao, los ricos no van a tener quién les ayude, y
ellos no son capases de nada si están solos. Al que ande macanian-
con cuatro? ¡Si todo está por los quintos infiernos! Pero no tenía ni
pa los sigarros, y me quedé ¿Ande iba a ir?
¡Amigo!... pero no siento el haberme quedao. Jui a vivir a la carpa
d’esos estranjeros que les digo. Eran españoles los más y un italiano. ¡Alegadores!...Cuanto se juntaban de noche y’empesaban a
discutir se ponían coloraos alegando a gritos a veces. Pero no se
peliaban nunca. ¡Gente linda! No se insultaban tampoco, eso sí. Yo
sabía pensar: si juesen criollos ya hubieran salido el ruido de los
fierros; porq’ese es el modo que tenemos los argentinos de hasernos entender. ¡Somos tan bárbaros y tan atrasaos! ¡Y qué discusiones! ¡Hablaban de sensias y d’historias; del sol, de la tierra y de
unas estrellas que están lejísimas; de las clases de hombres que
había de antes y de unos animales grandotes que ya no hay. Pero
con tino, no vayan a creer. Sabian lo que desian. Pero lo que más
me gustaba era cuando hablaban de revolusión. ¡Qué lindas cosas
desian! Yo me quedaba con la boc’abierta. Allí he abierto los ojos
yo, mejor que si hubiera ido a la escuela toda la vida, ¡Amigo! Desían que los pobres no debíamos aguantarles más a los ricos y que
ha llegao el momento que los ricos trabajen como nosotros si quieren comer; que todos somos iguales, porque no porq’ellos sean
más istruidos que nosotros han de valer más; si ellos tienen la istrusión, nosotros tenemos los brasos hechos al trabajo y ellos no;
que los ricos, sin nosotros que hasemos todo, no podrían vivir y
que nosotros pa vivir no presisamos d’ellos. ¡Y fijensé, en eso no
habíamos pensao nunca los argentinos! ¡Y tan fásil q’es! Si todos
los criollos que viven trabajando como negros comprendieran esto,
no habría más que dar un grito y ya estab’hecha la revolusión. Enseguida seríamos dueños de todo: los campos, las vacas, las caballadas, los araos y las máquinas; y los trabajadores del pueblo
q’están mil veces más adelantaos que nosotros, se harían dueños
de los trenes, las fábricas, los almasenes y las panaderías; nosotros, los del campo, les daríamos la carne, los cueros y el trigo, y
ellos nos darían la galleta, el pan, las botas y los visios, y nos llevarían gratis a pasear en tren.
Cuando hablaban d’esto, a mi se me hasia sierto que ya las cosas
estaban así; y me paresia mentira que nosotros los argentinos nunca nos hubiera dao por pensar en estas cosas tan lindas. Me daba
vergüenza ser tan atrasao, y más cuando ellos desian que si ese
cambio no llegaba más antes, era porque los mismos trabajadores
l’estaban estorbando con su inorancia y porque no se ocupaban de
lo que más le convenía. ¡Cuánta rasón hay en eso! La mayor
part’elos trabajadores y principalmente los criollos, no hasemos
más que trabajar como animales, pa después jugarnos la plat’ala
taba o en las carreras, mamarnos en las esquinas y peliar, lastimar
algún pobre diablo como nosotros pa que nos hundan en la cársel;
pero de mejorar nuestra suerte, ¡qu’e esperansa!, d’eso no nos
acordamos nunca. ¡Somos infelises los gauchos!
Y, bueno. Todas las noches cuando nos juntábamos en la carpa,
y’empesaban las discusiones; y al poco tiempo ya metía yo también
la pata y les sabia preguntar: ¨Y, ¿qué les parese, compañeros: a
los ricos no les dará por haserse juertes y no largar la mascada?...
Están tan acostumbrados a la vida gorda!¨. Entonses me sabian
contestar ellos: ¨Es que si los trabajadores se ponen todos o la
mayor cantidá de un lao, los ricos no van a tener quién les ayude, y
ellos no son capases de nada si están solos. Al que ande macanian-
tales gentes, que casi seguramente, si por ahí se toparan con el
gaucho, no lo comprenderían, porque ellas descienden del viejo
Vizcacha, que es su antítesis.
Séanos permitidos hacer una comparación entre el gaucho auténtico, el gaucho todo nobleza, hidalguía y hospitalidad, y uno de esos
árboles que algunos de nosotros hemos conocido en las largas
travesías por los solitarios caminos del país cuando todavía era casi
desierto. Todo el que llegaba, requemado del sol o aterido de frío,
hallaba su sombra que no costaba nada porque el árbol la prodigaba sin egoísmo, y si el caminante quería hacer fuego, subía al árbol
y le sacaba una rama seca, que nunca le faltaba. El árbol lo daba
todo y no pedía nada, no reclamaba consideración por el bien que
hacía, como si estuviera para eso a la vera del camino, como si su
destino fuera servir al caminante. Los vientos lo castigaban de todos lados, porque estaba solo en la inmensidad de la pampa; el
rayo a veces lo rajaba de arriba abajo; y él soportaba todos los
rigores sin una queja. Daba todo cuanto tenía sin ningún interés. ¡Y
nunca le parecía que tenía bastante dolor para lamentarse de su
suerte!
Tal vez – es muy lógico así pensarlo- el hombre de la llanura tomó
por modelo de virtudes al árbol solitario, en su deseo de ser útil al
prójimo. Esta aspiración se condensa en la palabra gauchada, el
más simpático de los vocablos camperos, porque expresa el desinterés sin mácula de un pueblo que quizás sucumbió por eso: por
hacer gauchadas.
La Gauchada –permítaseme la digresión- es la hidalguía militante,
es el súmmum de la generosidad de un tipo humano extraordinario, que muchas veces ha dejado jirones de su vida acuciado por
ese sentimiento de solidaridad ejemplar, como en el caso típico del
sargento Cruz al salir en defensa de un matrero para que “no se
mate ansí a un valiente”. He aquí que la hombría de bien del gaucho estaba por encima de toda conveniencia, de todo cálculo egoísta. Norma de conducta que no es fácil hallar en cualquier otra escala de la población nacional.
Es verdad que así como sus ponderables virtudes el gaucho tenía
también sus defectos. Que las faltas no tienen límite como los terrenos, ha dicho, precisamente, el autor del poema gaucho. ¡Cómo
no habría de tener defectos aquel a quien nadie ha enseñado nada
e ignoraba hasta la forma de los signos alfabéticos!
Por otra parte, y en eso hemos de estar todos de acuerdo, la perfección del hombre sigue siendo más un anhelo que una posibilidad. Un anhelo que debemos alentar siempre. ¡Y qué halagüeño es
comprobar, en homenaje al gaucho, que la estampa del centauro,
al esfumarse en la niebla del pasado, ha dejado tras sí más elogios
que execraciones, más admiradores que detractores!
El viejo vizcacha
1
87
“Cuando mozo fue casao” es la única referencia que tenemos del
singular personaje, y todavía tenemos la duda de su pupilo, el hijo
mayor de Martín Fierro, el cual “desconfiaba” de que fuese cierto
que aquel paisano cargado de vicios y de malas costumbres –que
vivía como el chuncaco- hubiera tenido alguna vez a su lado una
mujer, aunque fuese para matarla de un palo cuando le diera un
mate frío. No hay, pues, noticia de prole, de herederos directos, de
tales gentes, que casi seguramente, si por ahí se toparan con el
gaucho, no lo comprenderían, porque ellas descienden del viejo
Vizcacha, que es su antítesis.
Séanos permitidos hacer una comparación entre el gaucho auténtico, el gaucho todo nobleza, hidalguía y hospitalidad, y uno de esos
árboles que algunos de nosotros hemos conocido en las largas
travesías por los solitarios caminos del país cuando todavía era casi
desierto. Todo el que llegaba, requemado del sol o aterido de frío,
hallaba su sombra que no costaba nada porque el árbol la prodigaba sin egoísmo, y si el caminante quería hacer fuego, subía al árbol
y le sacaba una rama seca, que nunca le faltaba. El árbol lo daba
todo y no pedía nada, no reclamaba consideración por el bien que
hacía, como si estuviera para eso a la vera del camino, como si su
destino fuera servir al caminante. Los vientos lo castigaban de todos lados, porque estaba solo en la inmensidad de la pampa; el
rayo a veces lo rajaba de arriba abajo; y él soportaba todos los
rigores sin una queja. Daba todo cuanto tenía sin ningún interés. ¡Y
nunca le parecía que tenía bastante dolor para lamentarse de su
suerte!
Tal vez – es muy lógico así pensarlo- el hombre de la llanura tomó
por modelo de virtudes al árbol solitario, en su deseo de ser útil al
prójimo. Esta aspiración se condensa en la palabra gauchada, el
más simpático de los vocablos camperos, porque expresa el desinterés sin mácula de un pueblo que quizás sucumbió por eso: por
hacer gauchadas.
La Gauchada –permítaseme la digresión- es la hidalguía militante,
es el súmmum de la generosidad de un tipo humano extraordinario, que muchas veces ha dejado jirones de su vida acuciado por
ese sentimiento de solidaridad ejemplar, como en el caso típico del
sargento Cruz al salir en defensa de un matrero para que “no se
mate ansí a un valiente”. He aquí que la hombría de bien del gaucho estaba por encima de toda conveniencia, de todo cálculo egoísta. Norma de conducta que no es fácil hallar en cualquier otra escala de la población nacional.
Es verdad que así como sus ponderables virtudes el gaucho tenía
también sus defectos. Que las faltas no tienen límite como los terrenos, ha dicho, precisamente, el autor del poema gaucho. ¡Cómo
no habría de tener defectos aquel a quien nadie ha enseñado nada
e ignoraba hasta la forma de los signos alfabéticos!
Por otra parte, y en eso hemos de estar todos de acuerdo, la perfección del hombre sigue siendo más un anhelo que una posibilidad. Un anhelo que debemos alentar siempre. ¡Y qué halagüeño es
comprobar, en homenaje al gaucho, que la estampa del centauro,
al esfumarse en la niebla del pasado, ha dejado tras sí más elogios
que execraciones, más admiradores que detractores!
El viejo vizcacha
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“Cuando mozo fue casao” es la única referencia que tenemos del
singular personaje, y todavía tenemos la duda de su pupilo, el hijo
mayor de Martín Fierro, el cual “desconfiaba” de que fuese cierto
que aquel paisano cargado de vicios y de malas costumbres –que
vivía como el chuncaco- hubiera tenido alguna vez a su lado una
mujer, aunque fuese para matarla de un palo cuando le diera un
mate frío. No hay, pues, noticia de prole, de herederos directos, de
paisanos sea poder desir que si sus padres acabaron con los indios
de lansa , ellos han acabao con los indios de levita: que tengan a
orgullo desir que han salvao la nasión d’entre las uñas de los ricos.
¡Gauchos, paisanos míos, compañeros de desdichas: preparen los
facones q’va empesar la yerra! No se me quede ninguno. Hagan
coraje si no quieren que los tratemos de mulitas y les cortemos las
orejas. Vamos a la revolusión, aunque sea con una lansa el que no
tenga otr’arma. ¡Adelante!, que los gringos nos darán una manito.
¡Viva la revolusión! ¡Viva la revolusión anarquista y la libertá de los
gauchos!
Juan Crusao
LA DESCENDENCIA DEL VIEJO VIZCACHA
El gaucho
Para destacar con claridad la figura desgarbada y antipática del
viejo Vizcacha, será preciso presentar, aunque sea a grandes trazos, una semblanza de su más opuesto coterráneo: el gaucho clásico, del cual Martín Fierro nos parece un modelo magnífico. Así se
comprenderá cuán diferente era la idiosincrasia de estos dos paisanos, hijos del mismo ambiente, que calzaron igual que bota de
potro, que comieron los dos el mismo matambre de la res recién
carneada. Y, sin embargo, el uno parece que se empinara sobre los
bastos en un ademán de vuelo, cuando dice:
Mi gloria es vivir como tan libre / como el pájaro del cielo
no hacer nido en este suelo / donde hay tanto que sufrir
y naides me ha de seguir / cuando yo remonto el vuelo.
...en tanto que el otro se agazapa y esconde como una alimaña, al
aconsejar que no se ande cambiando de cueva, que hay que conservarse en el rincón donde se ha nacido.
Parece como si uno fuera el deseo de superación, el ansia de libertad que quiere saltar por sobre las miserias que lo rodean, para
ganar las cumbres y llenarse de sol; y que el otro encarna la miseria del peñasco, aferrado a la ladera de los siglos, semicubierto de
raquíticos musgos y líquenes, que son toda su riqueza…
Para muchas gentes el gaucho legendario no es otra cosa que el
producto de la imaginación, y aunque no se atreven a sostenerlo,
creen que Martín Fierro es una creación de la fantasía de José Hernández. ¿Dónde ha quedado la estirpe de ese bello ejemplar humano, que no se halla por ninguna parte?, parece que quisieran preguntar a modo de réplica a los que sostenemos que ha existido. Y
por cierto que no van mal encaminados al plantear así las cosas:
porque un personaje tan espléndido, tan lleno de singulares cualidades, es extraño que no haya legado a las generaciones posteriores su inestimable caudal de virtudes.
¡Ah! –se les podría responder a los negadores del gaucho- no es
que no haya existido: es que ha sucumbido despedazado en las
alambres de púa, así como se han exterminado muchas especies
silvestres de la fauna criolla.
Pero vamos a tratar de alumbrar aunque sea con la luz de un fosforito esa bella estampa, sin tener mucho en cuenta la opinión de
1
69
paisanos sea poder desir que si sus padres acabaron con los indios
de lansa , ellos han acabao con los indios de levita: que tengan a
orgullo desir que han salvao la nasión d’entre las uñas de los ricos.
¡Gauchos, paisanos míos, compañeros de desdichas: preparen los
facones q’va empesar la yerra! No se me quede ninguno. Hagan
coraje si no quieren que los tratemos de mulitas y les cortemos las
orejas. Vamos a la revolusión, aunque sea con una lansa el que no
tenga otr’arma. ¡Adelante!, que los gringos nos darán una manito.
¡Viva la revolusión! ¡Viva la revolusión anarquista y la libertá de los
gauchos!
Juan Crusao
LA DESCENDENCIA DEL VIEJO VIZCACHA
El gaucho
Para destacar con claridad la figura desgarbada y antipática del
viejo Vizcacha, será preciso presentar, aunque sea a grandes trazos, una semblanza de su más opuesto coterráneo: el gaucho clásico, del cual Martín Fierro nos parece un modelo magnífico. Así se
comprenderá cuán diferente era la idiosincrasia de estos dos paisanos, hijos del mismo ambiente, que calzaron igual que bota de
potro, que comieron los dos el mismo matambre de la res recién
carneada. Y, sin embargo, el uno parece que se empinara sobre los
bastos en un ademán de vuelo, cuando dice:
Mi gloria es vivir como tan libre / como el pájaro del cielo
no hacer nido en este suelo / donde hay tanto que sufrir
y naides me ha de seguir / cuando yo remonto el vuelo.
...en tanto que el otro se agazapa y esconde como una alimaña, al
aconsejar que no se ande cambiando de cueva, que hay que conservarse en el rincón donde se ha nacido.
Parece como si uno fuera el deseo de superación, el ansia de libertad que quiere saltar por sobre las miserias que lo rodean, para
ganar las cumbres y llenarse de sol; y que el otro encarna la miseria del peñasco, aferrado a la ladera de los siglos, semicubierto de
raquíticos musgos y líquenes, que son toda su riqueza…
Para muchas gentes el gaucho legendario no es otra cosa que el
producto de la imaginación, y aunque no se atreven a sostenerlo,
creen que Martín Fierro es una creación de la fantasía de José Hernández. ¿Dónde ha quedado la estirpe de ese bello ejemplar humano, que no se halla por ninguna parte?, parece que quisieran preguntar a modo de réplica a los que sostenemos que ha existido. Y
por cierto que no van mal encaminados al plantear así las cosas:
porque un personaje tan espléndido, tan lleno de singulares cualidades, es extraño que no haya legado a las generaciones posteriores su inestimable caudal de virtudes.
¡Ah! –se les podría responder a los negadores del gaucho- no es
que no haya existido: es que ha sucumbido despedazado en las
alambres de púa, así como se han exterminado muchas especies
silvestres de la fauna criolla.
Pero vamos a tratar de alumbrar aunque sea con la luz de un fosforito esa bella estampa, sin tener mucho en cuenta la opinión de
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do se le pega una palisa y si mucho embrona cuatro tiros, y cuento
acabao. Porqu’ellos si pueden no nos van a mesquinar a nosotros,
con toda seguridá. Pero si los pobres se unen como es debido,
¡entonces no hay miedo!¨.
Y seguían disiendome todo cómo había que haser, pero con un tino
que daba gusto escuchar. Me desían que Dios no es más que un
cuento del tio inventao por los frailes pa vivir sin trabajar, a costillas de los inorantes. Por eso es que todos los curas son gordos,
¿se han fijao? ¡Cómo no, si no hasen nada, comen de lo mejor y
duermen como potrillo blanco! M’hisieron comprender que no hay
tal Dios y qu’ese es un negosio de la gente pícara que se alimenta
de las crénsias de los sonsos. M’enseñaron que los políticos y toda
clase de caudillos son una manga e charlatanes y fallutos, que
l’unico que buscan es acomodarse pa vivir a gusto con el trabajo e
los pobres que pagan las contribusiones y los impuestos; que todos ellos disen muy lindas palabras y le hasen muchas promesas a
uno, pero tocante a cumplirlas, ¡no hay gente! Y eso se ve clarito
como güevo e tero; no hay más que fijars’en las elesiones como
andan: que Don pu acá y Señor pu allá y mil salamerias pa que uno
les d’el voto. Pero después que ha pasao la farra, ¡si t’he visto no
me acuerdo! Si a mano viene ni lo saludan al pobre que votó por
ellos. ¡Y que le van a dar de lo que han prometido, si no es de’ellos
el páis! Cuando más si uno cái preso y lo presisan, lo sacan; pero si
no lo presisan, ya puede esperar sentao; lo hunden más si se descuida. Porqu’ellos mismos hasen las leyes, pa mejor; y no son tan
lerdos pa’enredarse’en sus mismas cuartas.
¡Y que uno les háiga dao el voto tantas veces sin darse cuenta! Ah,
pero lo qu’es a mí no me agarran más ni con perros. Y así debían
haser todos los argentinos, cuando algún político les pida el voto,
crusarlo de un lasaso a lo potro; y en lugar d’ir en majad’alas elesiones, debíamos ponernos a ler el diario que sacan los trabajadores del pueblo; así aprenderíamos algo útil pa nosotros. D’ese modo poco a poco sabremos defendernos de las camándulas de los
ricos, como saben los trabajadores extranjeros; y al’último dejaremos de ser esclavos de los patrones que nos hasen trabajar de sol
a sol y a veces hasta la noche. Y si es en las estansias, nos dan de
comer los animales más flacos y a veses los apestaos; y no digamos nada de las chacras, que mantienen las pionadas con mate
cosido. ¡Si d’hasta vergüenza el acordarse! Yo h’estao en muchas
estansias en donde se voltiaban pa los piones las vacas enfermas
de la garganta; y estos infelises de mis paisanos se las comían sin
protestar siquiera. L’hasienda gorda y sana la vendían los patrones
p’al frigorífico, y se daban corte que habían sacao tanto y tanto
¡como si tal cosa!...; no se acordaban de que los que habían cuidao
es’hasienda se habían alimentao con las que s’estaban mueriendo
de peste. ¿Y las trilladoras? ¡Hermanito, qué matadero! Lo hasen
trabajar a uno desde que aclara y le pegan hasta oscuro; ¡meta y
ponga, al rayo del sol, entre nubes de tierra y basura! Solamente
los burros pueden aguantar esa vida, porque aquello no se llama
trabajar, ni comer, ni dormir, ni siquiera morirse a gusto. Y después que los pobres revientan sinchando pa llenar miles de bolsas
de trigo, se pasan todo el año con galleta dura, y eso cuando tienen; del pan no hay que acordarse, porq’esta tan caro que los pobres no se le ponen ni en buenas. Los patrones mirando trabajar a
sus esclavos, comen de lo mejor y nunca se les pega la camisa con
do se le pega una palisa y si mucho embrona cuatro tiros, y cuento
acabao. Porqu’ellos si pueden no nos van a mesquinar a nosotros,
con toda seguridá. Pero si los pobres se unen como es debido,
¡entonces no hay miedo!¨.
Y seguían disiendome todo cómo había que haser, pero con un tino
que daba gusto escuchar. Me desían que Dios no es más que un
cuento del tio inventao por los frailes pa vivir sin trabajar, a costillas de los inorantes. Por eso es que todos los curas son gordos,
¿se han fijao? ¡Cómo no, si no hasen nada, comen de lo mejor y
duermen como potrillo blanco! M’hisieron comprender que no hay
tal Dios y qu’ese es un negosio de la gente pícara que se alimenta
de las crénsias de los sonsos. M’enseñaron que los políticos y toda
clase de caudillos son una manga e charlatanes y fallutos, que
l’unico que buscan es acomodarse pa vivir a gusto con el trabajo e
los pobres que pagan las contribusiones y los impuestos; que todos ellos disen muy lindas palabras y le hasen muchas promesas a
uno, pero tocante a cumplirlas, ¡no hay gente! Y eso se ve clarito
como güevo e tero; no hay más que fijars’en las elesiones como
andan: que Don pu acá y Señor pu allá y mil salamerias pa que uno
les d’el voto. Pero después que ha pasao la farra, ¡si t’he visto no
me acuerdo! Si a mano viene ni lo saludan al pobre que votó por
ellos. ¡Y que le van a dar de lo que han prometido, si no es de’ellos
el páis! Cuando más si uno cái preso y lo presisan, lo sacan; pero si
no lo presisan, ya puede esperar sentao; lo hunden más si se descuida. Porqu’ellos mismos hasen las leyes, pa mejor; y no son tan
lerdos pa’enredarse’en sus mismas cuartas.
¡Y que uno les háiga dao el voto tantas veces sin darse cuenta! Ah,
pero lo qu’es a mí no me agarran más ni con perros. Y así debían
haser todos los argentinos, cuando algún político les pida el voto,
crusarlo de un lasaso a lo potro; y en lugar d’ir en majad’alas elesiones, debíamos ponernos a ler el diario que sacan los trabajadores del pueblo; así aprenderíamos algo útil pa nosotros. D’ese modo poco a poco sabremos defendernos de las camándulas de los
ricos, como saben los trabajadores extranjeros; y al’último dejaremos de ser esclavos de los patrones que nos hasen trabajar de sol
a sol y a veces hasta la noche. Y si es en las estansias, nos dan de
comer los animales más flacos y a veses los apestaos; y no digamos nada de las chacras, que mantienen las pionadas con mate
cosido. ¡Si d’hasta vergüenza el acordarse! Yo h’estao en muchas
estansias en donde se voltiaban pa los piones las vacas enfermas
de la garganta; y estos infelises de mis paisanos se las comían sin
protestar siquiera. L’hasienda gorda y sana la vendían los patrones
p’al frigorífico, y se daban corte que habían sacao tanto y tanto
¡como si tal cosa!...; no se acordaban de que los que habían cuidao
es’hasienda se habían alimentao con las que s’estaban mueriendo
de peste. ¿Y las trilladoras? ¡Hermanito, qué matadero! Lo hasen
trabajar a uno desde que aclara y le pegan hasta oscuro; ¡meta y
ponga, al rayo del sol, entre nubes de tierra y basura! Solamente
los burros pueden aguantar esa vida, porque aquello no se llama
trabajar, ni comer, ni dormir, ni siquiera morirse a gusto. Y después que los pobres revientan sinchando pa llenar miles de bolsas
de trigo, se pasan todo el año con galleta dura, y eso cuando tienen; del pan no hay que acordarse, porq’esta tan caro que los pobres no se le ponen ni en buenas. Los patrones mirando trabajar a
sus esclavos, comen de lo mejor y nunca se les pega la camisa con
el sudor. Y los políticos, ¿que hasen que no remedean esto? ¿No
disen a boca llena que no hay mejores patriotas qu’ellos y que
hasen esto y aquello por el páis?, y hast’hay algunos más pícaros
tuavia que no hablan más que de los trabajadores: que los obreros
por aquí y los obreros por allá, que los trabajadores pasan miserias
y qu’ellos van a’rreglar todo cuando gobiernen. Pero son como
todos los demás, igualitos. Todo lo arreglan con palabras; charla,
eso sí, no les falta: pa prometer son como hachaso, pero todas
esas posturas las hasen pa conseguir votos. En eso son más diestros que los otros. Hasta se visten de trabajadores a veces y se
llaman socialistas o comunistas para parecer mejores. Y según
disen los que saben, donde gobiernan ellos se llevan todo por delante; ¡hast’han llegao a fusilar a los trabajadores! Así son todos
los políticos. Ni con colgarlos pagarían todo el daño que hasen.
Si los argentinos, después de comprender todas estas cosas, no se
animan a haser la revolusión pa cambiar de una ves esta vida perra,
es porque se han hecho tan desgrasiaos que ya ni par’eso sirven. Y
a la vist’está: cuando no hayan trabajo se meten de vigilantes,
qu’es la última desgrasia de un argentino.
Mis padres y otros argentinos de aquel tiempo, sabían desir que
antes d’entrar de milico un gaucho debía haserse ladrón –y eso que
ser ladrón era cosa fea entonses-; pero los criollos de áura se han
olvidao de las lesiones de sus padres y ni bien largan la teta ya
s’están colgando el machete de vigilante. Y se ponen orgullosos
con la ropa que les da el gobierno, ¡parese que no fuesen capases
ni de vestirse por cuenta d’ellos! ¡Si da vergüensa llamarse argentino viendo estas cosas! Lindos muchachos, jovensitos, hasiendo el
ofisio e perros; de día sebándoles mate a los tinterillos apestaos de
la comisaria y de noche cuidando la puerta de las casas públicas;
muy orondos, como si fuera un trabajo de los más honrao. ¡Y si no
les pagan un café no saben tener con que tomarlo!
Pero yo no me desanimo y creo que todabía quedan algunos criollos de mi lechigada que no han de desmentir su rasa de gauchos
altivos. Si no juer’así sería como pa desiar que vengan el cólera y
acabe con todos nosotros. Porque miren si no es pa ponerse a llorar a gritos en ver dentrar de milico al hijo de un gaucho que talvés
murió peliando con l’autoridá… Lo pior es que algunos aliegan
qu’es un ofisio como cualquier otro. Y no, señor: y el hombre que
trabajaba en cualquier cosa útil da producto a los demás; y el milico, ¿qué produto da?... Andar como el perro metiendo el hosico en
todos los rincones pa ver si algún pobre se refala y llevarlo preso,
eso no es haser cosa de provecho, ¡dejensén d’embromar; no sean
brutos! El milico, hablando en plata, es una herramienta inservible
que lastima las manos de los pobres… Los milicos son los peores
enemigos que tenemos los trabajadores. Y la cosa es bien sensilla:
ellos están pa cuidar los bienes de los ricos, pa que los pobres que
tienen hambre no se puedan apropiar de lo que les sobra a los
ricos. De este modo están en conta nuestra, y en contra d’ellos
mismos, que son tan pelagatos como los trabajadores. ¡Y estos
animales de milicos no se dan cuenta!
¡Criollos, paisanos míos: no manchen la memoria de sus padres
vistiéndose con la ropa de la polisia, y en lugar de agarrar esas
armas pa servir con ellas a los ricos, agarrenlás pa’hacer la revolusión! Y los que y’están de vigilantes, cuando háiga una güelga pongansén del lado de los güelguistas y no se porten como asesinos
el sudor. Y los políticos, ¿que hasen que no remedean esto? ¿No
disen a boca llena que no hay mejores patriotas qu’ellos y que
hasen esto y aquello por el páis?, y hast’hay algunos más pícaros
tuavia que no hablan más que de los trabajadores: que los obreros
por aquí y los obreros por allá, que los trabajadores pasan miserias
y qu’ellos van a’rreglar todo cuando gobiernen. Pero son como
todos los demás, igualitos. Todo lo arreglan con palabras; charla,
eso sí, no les falta: pa prometer son como hachaso, pero todas
esas posturas las hasen pa conseguir votos. En eso son más diestros que los otros. Hasta se visten de trabajadores a veces y se
llaman socialistas o comunistas para parecer mejores. Y según
disen los que saben, donde gobiernan ellos se llevan todo por delante; ¡hast’han llegao a fusilar a los trabajadores! Así son todos
los políticos. Ni con colgarlos pagarían todo el daño que hasen.
Si los argentinos, después de comprender todas estas cosas, no se
animan a haser la revolusión pa cambiar de una ves esta vida perra,
es porque se han hecho tan desgrasiaos que ya ni par’eso sirven. Y
a la vist’está: cuando no hayan trabajo se meten de vigilantes,
qu’es la última desgrasia de un argentino.
Mis padres y otros argentinos de aquel tiempo, sabían desir que
antes d’entrar de milico un gaucho debía haserse ladrón –y eso que
ser ladrón era cosa fea entonses-; pero los criollos de áura se han
olvidao de las lesiones de sus padres y ni bien largan la teta ya
s’están colgando el machete de vigilante. Y se ponen orgullosos
con la ropa que les da el gobierno, ¡parese que no fuesen capases
ni de vestirse por cuenta d’ellos! ¡Si da vergüensa llamarse argentino viendo estas cosas! Lindos muchachos, jovensitos, hasiendo el
ofisio e perros; de día sebándoles mate a los tinterillos apestaos de
la comisaria y de noche cuidando la puerta de las casas públicas;
muy orondos, como si fuera un trabajo de los más honrao. ¡Y si no
les pagan un café no saben tener con que tomarlo!
Pero yo no me desanimo y creo que todabía quedan algunos criollos de mi lechigada que no han de desmentir su rasa de gauchos
altivos. Si no juer’así sería como pa desiar que vengan el cólera y
acabe con todos nosotros. Porque miren si no es pa ponerse a llorar a gritos en ver dentrar de milico al hijo de un gaucho que talvés
murió peliando con l’autoridá… Lo pior es que algunos aliegan
qu’es un ofisio como cualquier otro. Y no, señor: y el hombre que
trabajaba en cualquier cosa útil da producto a los demás; y el milico, ¿qué produto da?... Andar como el perro metiendo el hosico en
todos los rincones pa ver si algún pobre se refala y llevarlo preso,
eso no es haser cosa de provecho, ¡dejensén d’embromar; no sean
brutos! El milico, hablando en plata, es una herramienta inservible
que lastima las manos de los pobres… Los milicos son los peores
enemigos que tenemos los trabajadores. Y la cosa es bien sensilla:
ellos están pa cuidar los bienes de los ricos, pa que los pobres que
tienen hambre no se puedan apropiar de lo que les sobra a los
ricos. De este modo están en conta nuestra, y en contra d’ellos
mismos, que son tan pelagatos como los trabajadores. ¡Y estos
animales de milicos no se dan cuenta!
¡Criollos, paisanos míos: no manchen la memoria de sus padres
vistiéndose con la ropa de la polisia, y en lugar de agarrar esas
armas pa servir con ellas a los ricos, agarrenlás pa’hacer la revolusión! Y los que y’están de vigilantes, cuando háiga una güelga pongansén del lado de los güelguistas y no se porten como asesinos
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Es una vergüensa que la muchachada d’esta tierra, los hijos de los
gauchos que peliaron con los indios, vayan a los cuarteles a recibir
insultos y puntapiés de la gentusa de machete. Esa es una de la
injustisias más grandes que sufren los hijos del páis, y es tiempo
que se acabe. Nadies que se tenga por hombre y por argentino
desendient’e gauchos debe presentarse cuando lo llamen pa la
concrisión. Haserse juerte a la ley es ser hombre. Acuerdensén que
pa los gauchos no había más leyes qu’el facón. La ley del servisio
obligatorio, así como todas las demás, están hechas por una cáfila
de ricachos y políticos sinvergüenzas, que han inventao es’enriedo
pa proteger sus rapiñas y sus convenensias; pa tener un ejército de
pobres que les defiendan sus fábricas y sus estansias, q’es toda la
patria de que nos hablan a menudo. Los ricos y los políticos tienen
mucho interés en que respetemos sus leyes; pero ellos son los
primeros en no respetarlas. No hay más que ver: casi ningún rico
está en la cárcel, únicamente que háiga hecho una barbaridá tan
grande que no l’alcanse a tapar con plata; casi ningún hijo e rico
has’el servisio militar, y si lo hasen es al lao del ¨papᨠy la
¨mamᨠpa que lo cuiden. Mientras tanto a los hijos del pobre los
llevan a los confines del páis y los tratan a la baqueta; los matan o
los hasen morir en las maniobras, y no hay reclamo. Las cárseles
están llenas de pobres, algunos por haber carniao pa mantener a
sus hijitos que se morían de hambre. Y los ricos, que han robao
todo lo que tienen y hasta le roban el sueldo a los trabajadores,
¿por qué no están presos?... Porque tienen con qué comprar la
¨justisia¨, los jueses, las leyes y hast’a el mismo gobierno si lo
presisan. Como los pobres no tienen con qué comprar todo esto,
pagan el pato. ¿Y no disen que la lay es justa? ¡Dejensén d’embromar! La lay es como dise Martín Fierro, una tela de araña que la
rompen los bichos grandes, pero los chicos quedan enredaos. Los
bichos grandes, son los ricos y los pobres son los bichos chicos.
Y bueno: si los ricos no respetan las leyes, los pobres no tenemos
porqué respetarlas. Que sea igual para todos o para ninguno y que
no nos sigan tomando pal churrete. Aunq’eso de la igualdá de la
lay es imposible; si los ricos l’hasen no v’a ser p’embromars’ellos
mismos. Y hay está la trampa que todos tenemos nesesidá de descubrir. ¨No puede haber igualdá mientras háiga una sola lay¨. Y
todos somos de pecar, tanto el pobre como el rico; por eso es un
abuso que nosotros seamos los únicos castigaos.
Pero no hay derecho p’abusar de nadies. Todas las leyes están
demás, entonse. No las respete ninguno; hagansén juertes los paisanos, comprensén un buen’arma y hagansén la justisia ustedes
mismos. Metanlé a l’autoridá cuando ande jorobando. Esa será la
¨justisia criolla¨ que usaban nuestros padres y agüelos.
Los hombres portensén com’hombres, no almitan que nadies los
manosée con l’escusaa de la ley. Obliguen a los mandones a igualar las cuartas. ¡Meta fierro y meta plomo con los sayones de la
autoridá, ese es l’único modo de haser justisia: que lo demás es
cuento p’engañar a sonsos! Ya deb’irse acabando el tiempo e los
sonsos y los mansos. Estamos en tiempos buenos p’arreglarles las
cuentas a los ricos, y se las arreglaremos con la revolusión: con
una revolusión que no deje perro sin cortarle las orejas ni gato que
no salga chamuscao; una revolusión que deje los campos limpitos
de toda esta plaga de ricos inútiles y mate todo lo que no sirve;
q’el páis de los argentinos sea libre alguna ves y q’el orgullo e los
Es una vergüensa que la muchachada d’esta tierra, los hijos de los
gauchos que peliaron con los indios, vayan a los cuarteles a recibir
insultos y puntapiés de la gentusa de machete. Esa es una de la
injustisias más grandes que sufren los hijos del páis, y es tiempo
que se acabe. Nadies que se tenga por hombre y por argentino
desendient’e gauchos debe presentarse cuando lo llamen pa la
concrisión. Haserse juerte a la ley es ser hombre. Acuerdensén que
pa los gauchos no había más leyes qu’el facón. La ley del servisio
obligatorio, así como todas las demás, están hechas por una cáfila
de ricachos y políticos sinvergüenzas, que han inventao es’enriedo
pa proteger sus rapiñas y sus convenensias; pa tener un ejército de
pobres que les defiendan sus fábricas y sus estansias, q’es toda la
patria de que nos hablan a menudo. Los ricos y los políticos tienen
mucho interés en que respetemos sus leyes; pero ellos son los
primeros en no respetarlas. No hay más que ver: casi ningún rico
está en la cárcel, únicamente que háiga hecho una barbaridá tan
grande que no l’alcanse a tapar con plata; casi ningún hijo e rico
has’el servisio militar, y si lo hasen es al lao del ¨papᨠy la
¨mamᨠpa que lo cuiden. Mientras tanto a los hijos del pobre los
llevan a los confines del páis y los tratan a la baqueta; los matan o
los hasen morir en las maniobras, y no hay reclamo. Las cárseles
están llenas de pobres, algunos por haber carniao pa mantener a
sus hijitos que se morían de hambre. Y los ricos, que han robao
todo lo que tienen y hasta le roban el sueldo a los trabajadores,
¿por qué no están presos?... Porque tienen con qué comprar la
¨justisia¨, los jueses, las leyes y hast’a el mismo gobierno si lo
presisan. Como los pobres no tienen con qué comprar todo esto,
pagan el pato. ¿Y no disen que la lay es justa? ¡Dejensén d’embromar! La lay es como dise Martín Fierro, una tela de araña que la
rompen los bichos grandes, pero los chicos quedan enredaos. Los
bichos grandes, son los ricos y los pobres son los bichos chicos.
Y bueno: si los ricos no respetan las leyes, los pobres no tenemos
porqué respetarlas. Que sea igual para todos o para ninguno y que
no nos sigan tomando pal churrete. Aunq’eso de la igualdá de la
lay es imposible; si los ricos l’hasen no v’a ser p’embromars’ellos
mismos. Y hay está la trampa que todos tenemos nesesidá de descubrir. ¨No puede haber igualdá mientras háiga una sola lay¨. Y
todos somos de pecar, tanto el pobre como el rico; por eso es un
abuso que nosotros seamos los únicos castigaos.
Pero no hay derecho p’abusar de nadies. Todas las leyes están
demás, entonse. No las respete ninguno; hagansén juertes los paisanos, comprensén un buen’arma y hagansén la justisia ustedes
mismos. Metanlé a l’autoridá cuando ande jorobando. Esa será la
¨justisia criolla¨ que usaban nuestros padres y agüelos.
Los hombres portensén com’hombres, no almitan que nadies los
manosée con l’escusaa de la ley. Obliguen a los mandones a igualar las cuartas. ¡Meta fierro y meta plomo con los sayones de la
autoridá, ese es l’único modo de haser justisia: que lo demás es
cuento p’engañar a sonsos! Ya deb’irse acabando el tiempo e los
sonsos y los mansos. Estamos en tiempos buenos p’arreglarles las
cuentas a los ricos, y se las arreglaremos con la revolusión: con
una revolusión que no deje perro sin cortarle las orejas ni gato que
no salga chamuscao; una revolusión que deje los campos limpitos
de toda esta plaga de ricos inútiles y mate todo lo que no sirve;
q’el páis de los argentinos sea libre alguna ves y q’el orgullo e los
pegaremos el grito a tiempo. ¿De ande v’asalir tanto milico
p’atajarnos? Además, mis paisanos que y’han empesao a comprender las cosas, no van a ser tan desgrasiaos pa querer colgars’el
machete de polisiano y desafiar al aguasero. Y les vuelvo advertir
que a todos les hase cuenta la revolusión y es un deber de todo
hombre desente el prepararse p’estas cosas; y cuando se llegu’el
caso, el que no esté del lao nuestro tendrá por juersa qu’estar en
contra; pero también ¡que se apriete los pantalones! Yo les pido a
mis paisanos, por lo que más quieran, que no se vayan a poner del
lado de los ricos, porqu’es carrera perdida, y los vamos a tener que
tratar como a contrarios. Dejenlós a los cogotudos que se las arreglen solos. ¡Ah, pero yo sé que los criollos no van a desmentir la
rasa y van a estar con nosotros en cuanto demos el primer grito!
Los que quieran más libertá y más justicia; los qu’están cansaos de
pasar miserias y reventar trabajando, esos serán más qu’infelises si
desperdisian esta bolada. Y no me digan a mí que hay un solo argentino, que sea gaucho, que no le guste lo bueno: carniar gordo y
ensillar un buen pingo, ponerse buenas botas y vestirse como la
gente y después crusar los campos al galope tendido sin trompesar
con una sola tranquera ni revolcars’en un pantano; porqu’entonse
las calles que han hecho los estansieros p’hechar a los pobres ajuera el campo, habrán desaparesido cuando s’echen abajo los alambraos.
Los alambraos también son enemigos de los gauchos; los inventaron los ricos pa que no les pisemos el campo y pa mesquinarnos el
pasto. Causa d’eso tenemos que galopiar leguas y leguas pa dir allí
serquita. Es claro, ellos s’evitan con eso de que nos arrimemos a
sus estansias y les pidamos permiso pa desensillar. En eso nomás
se puede ver lo que son de patriotas todos esos generales, coroneles y diputados dueños d’estansias; y se puede ver también lo que
les importa de los demás hijos de la patria que no tenemos estansia. La patria d’ellos es un campo bien alambrao, y pa los pobres la
calle. Por eso es que hay que meterle hacha y no dejar ni las varillas; meterse por entr’el campo y desirles a los puesteros: ¨Amigo,
carnee la mejor res que háiga y deles bien de comer a sus hijos¨.
Ha llegao el momento de que los pobres seamos dueños del trabajo qu´hemos hecho, y de que los patrones, si quieren comer, que
trabajen, que sinchen como hemos sinchao nosotros toda la vida¨.
Volverá el tiempo, paisanos en qu’en cada rancho se hasía una
romería y mesturaos con las paisanitas se amanesían bailando los
gauchos, y al llegar el día, después de unos buenos asaos, s’iba
cada cual a su trabajo, contento y satisfecho de la jornada. Se trabajará a gusto, sin capatás que lo reprienda ni patrón que le dé las
cuentas si a uno le sale mal una cosa; y uno hará más de lo que
deba porqu’el trabajo será una diversión y no un castigo como es
hoy. Y así, entre bailes, trabajo y churrasquiadas, la vida del pobre
será una delisia; nadies se matar’hasiendo juersa, porque los hombres no tendrán que sinchar como burros, ni nadies tendrá que
dormir tirao com’un perro, ni se comerán esas comidas pa chanchos que les dan en algunas partes a los trabajadores.
No tendrá la muchachada que pensar en el maldito servisio militar,
porque p’entonse no habrá cuarteles y se acabarán los ejérsitos; no
habrá nesesidá de aprender a robar y matar –q’es lo que se apriend’en el cuartel-; la juventú no ir’a servir de muñeco pa que cualquier ofisialito tísico lo manosee a su antojo y lo tenga d’estropajo.
pegaremos el grito a tiempo. ¿De ande v’asalir tanto milico
p’atajarnos? Además, mis paisanos que y’han empesao a comprender las cosas, no van a ser tan desgrasiaos pa querer colgars’el
machete de polisiano y desafiar al aguasero. Y les vuelvo advertir
que a todos les hase cuenta la revolusión y es un deber de todo
hombre desente el prepararse p’estas cosas; y cuando se llegu’el
caso, el que no esté del lao nuestro tendrá por juersa qu’estar en
contra; pero también ¡que se apriete los pantalones! Yo les pido a
mis paisanos, por lo que más quieran, que no se vayan a poner del
lado de los ricos, porqu’es carrera perdida, y los vamos a tener que
tratar como a contrarios. Dejenlós a los cogotudos que se las arreglen solos. ¡Ah, pero yo sé que los criollos no van a desmentir la
rasa y van a estar con nosotros en cuanto demos el primer grito!
Los que quieran más libertá y más justicia; los qu’están cansaos de
pasar miserias y reventar trabajando, esos serán más qu’infelises si
desperdisian esta bolada. Y no me digan a mí que hay un solo argentino, que sea gaucho, que no le guste lo bueno: carniar gordo y
ensillar un buen pingo, ponerse buenas botas y vestirse como la
gente y después crusar los campos al galope tendido sin trompesar
con una sola tranquera ni revolcars’en un pantano; porqu’entonse
las calles que han hecho los estansieros p’hechar a los pobres ajuera el campo, habrán desaparesido cuando s’echen abajo los alambraos.
Los alambraos también son enemigos de los gauchos; los inventaron los ricos pa que no les pisemos el campo y pa mesquinarnos el
pasto. Causa d’eso tenemos que galopiar leguas y leguas pa dir allí
serquita. Es claro, ellos s’evitan con eso de que nos arrimemos a
sus estansias y les pidamos permiso pa desensillar. En eso nomás
se puede ver lo que son de patriotas todos esos generales, coroneles y diputados dueños d’estansias; y se puede ver también lo que
les importa de los demás hijos de la patria que no tenemos estansia. La patria d’ellos es un campo bien alambrao, y pa los pobres la
calle. Por eso es que hay que meterle hacha y no dejar ni las varillas; meterse por entr’el campo y desirles a los puesteros: ¨Amigo,
carnee la mejor res que háiga y deles bien de comer a sus hijos¨.
Ha llegao el momento de que los pobres seamos dueños del trabajo qu´hemos hecho, y de que los patrones, si quieren comer, que
trabajen, que sinchen como hemos sinchao nosotros toda la vida¨.
Volverá el tiempo, paisanos en qu’en cada rancho se hasía una
romería y mesturaos con las paisanitas se amanesían bailando los
gauchos, y al llegar el día, después de unos buenos asaos, s’iba
cada cual a su trabajo, contento y satisfecho de la jornada. Se trabajará a gusto, sin capatás que lo reprienda ni patrón que le dé las
cuentas si a uno le sale mal una cosa; y uno hará más de lo que
deba porqu’el trabajo será una diversión y no un castigo como es
hoy. Y así, entre bailes, trabajo y churrasquiadas, la vida del pobre
será una delisia; nadies se matar’hasiendo juersa, porque los hombres no tendrán que sinchar como burros, ni nadies tendrá que
dormir tirao com’un perro, ni se comerán esas comidas pa chanchos que les dan en algunas partes a los trabajadores.
No tendrá la muchachada que pensar en el maldito servisio militar,
porque p’entonse no habrá cuarteles y se acabarán los ejérsitos; no
habrá nesesidá de aprender a robar y matar –q’es lo que se apriend’en el cuartel-; la juventú no ir’a servir de muñeco pa que cualquier ofisialito tísico lo manosee a su antojo y lo tenga d’estropajo.
tirando tiros a los trabajadores pa defender la plata de unos cuantos ladrones de levita. ¿No les da vergüensa lastimar algún pobre
como ustedes sin haber tenido nada con él? ¿No comprenden
q’ese es un verdadero asesinato?
***
11
41
Cuando aquellos hombres m’esplicaban estas cosas y yo las véia
tan clarito, me daba rabia de ser tan atrasao; y pensaba: ¡Si yo tuviera labia p’haserles entender todo esto a mis paisanos, que son
tan inorantes! Yo desiaba que todos las aprendieran de golpe
par’haser enseguida nomás la revolusión y quedarnos dueños del
páis. Todos los pobres comerían entonse y tendrían con que vestirse sin gastar nada; basta con que todos trabajasen un poquito. ¿Y
quién iba a ser tan maula pa no animarse a trabajar tres o cuatro
horas por dia, qu’es lo que tocaría a cada uno? Y después, toda esa
pobre gente que vive a medio comer, que pas’hambrunas y no tiene qué ponerse, ¿cómo no ib’estar contenta con el cambio? Solamente que juesen locos; y yo creo que hasta los locos les gusta lo
bueno, porque la necesidá la sienten hasta los animales.
Entonse jué cuando aquellos hombres me aconsejaron que liera y
escribiera. Con ellos aprendí a formar las letras, porque yo era un
redondo p’estas cosas. ¡Y hay que ver la pasensia que tenían! Como eran tan entendidos en todo, daba gusto como l’enseñaban a
uno. Al mes ya léia de corrido y escribi’algo, después a juersa de
costansia y afisión m’hise un escribano, hecho y derecho. Todas las
noches, con lus, meta pluma y meta ler. ¡Y tenían cada libro!... Ah,
pero les voy a’lvertir: aquellos hombres que tanto me enseñaron y
que m’hisieron el mayor servisio qu´he resibido, eran anarquistas.
Yo al principio les desconfiaba. ¡Se desían tantas barbaridades de
los anarquistas!... Pero después, ¡qué diablos! si eran los hombres
más buenos que había conosido en mi vida. En la carpa d’ellos
todo lo que había era de todos, era del COMUNISMO como ellos
desían; no había que pedir permiso p’agarrarlo y no les gustaba
tampoco que uno anduviese con cumplidos. Por eso les créía más,
porque lo qu’ellos desían que harían después de la revolusión, lo
hasían allí mismo, ¡no había tutía! Eran hombres de una sola piesa
y sin revés. Desd’entonse yo no tengo a menos de llamarme anarquista y hasta teng’orgullo e serlo. Y también digo que después de
saber todo lo que les cuento, únicamente los sinvergüenzas y los
ricos pueden hablar mal de los anarquistas, porque es claro, no les
conviene que los pobres abran los ojos. Si no, el día que los trabajadores se hagan anarquistas y les griten: ¡Aquí estamos!, ese día
los cogotudos van a tener qu’hinchar el lomo si quieren comer,
porque nadies v’a ser tan sonso pa seguir manteniendo a sánganos. Los anarquistas, amigo, no quieren tener gobierno; porque
disen que cada cual debe gobernarse a su gusto y que nadie tiene
derecho a mandar a los demás; porque los hombres todos somos
iguales, es desir, somos hombres lo mismo uno que los otros. Y
eso se ve bien claro: nadies presisa del gobierno para poder comer
y haser las demás nesesidades; lo que sabe uno desde que nase.
Por falta de gobierno no vamos a dejar de comer y vestirnos, ¡no
hay miedo! Y tan lindo que andamos, con gobierno y todo, los pobres: desnudos y muertos de hambre. Así es qu’el dia que falten
esos señores, no los vamos a estrañar mucho. Que nos dejen
tirando tiros a los trabajadores pa defender la plata de unos cuantos ladrones de levita. ¿No les da vergüensa lastimar algún pobre
como ustedes sin haber tenido nada con él? ¿No comprenden
q’ese es un verdadero asesinato?
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Cuando aquellos hombres m’esplicaban estas cosas y yo las véia
tan clarito, me daba rabia de ser tan atrasao; y pensaba: ¡Si yo tuviera labia p’haserles entender todo esto a mis paisanos, que son
tan inorantes! Yo desiaba que todos las aprendieran de golpe
par’haser enseguida nomás la revolusión y quedarnos dueños del
páis. Todos los pobres comerían entonse y tendrían con que vestirse sin gastar nada; basta con que todos trabajasen un poquito. ¿Y
quién iba a ser tan maula pa no animarse a trabajar tres o cuatro
horas por dia, qu’es lo que tocaría a cada uno? Y después, toda esa
pobre gente que vive a medio comer, que pas’hambrunas y no tiene qué ponerse, ¿cómo no ib’estar contenta con el cambio? Solamente que juesen locos; y yo creo que hasta los locos les gusta lo
bueno, porque la necesidá la sienten hasta los animales.
Entonse jué cuando aquellos hombres me aconsejaron que liera y
escribiera. Con ellos aprendí a formar las letras, porque yo era un
redondo p’estas cosas. ¡Y hay que ver la pasensia que tenían! Como eran tan entendidos en todo, daba gusto como l’enseñaban a
uno. Al mes ya léia de corrido y escribi’algo, después a juersa de
costansia y afisión m’hise un escribano, hecho y derecho. Todas las
noches, con lus, meta pluma y meta ler. ¡Y tenían cada libro!... Ah,
pero les voy a’lvertir: aquellos hombres que tanto me enseñaron y
que m’hisieron el mayor servisio qu´he resibido, eran anarquistas.
Yo al principio les desconfiaba. ¡Se desían tantas barbaridades de
los anarquistas!... Pero después, ¡qué diablos! si eran los hombres
más buenos que había conosido en mi vida. En la carpa d’ellos
todo lo que había era de todos, era del COMUNISMO como ellos
desían; no había que pedir permiso p’agarrarlo y no les gustaba
tampoco que uno anduviese con cumplidos. Por eso les créía más,
porque lo qu’ellos desían que harían después de la revolusión, lo
hasían allí mismo, ¡no había tutía! Eran hombres de una sola piesa
y sin revés. Desd’entonse yo no tengo a menos de llamarme anarquista y hasta teng’orgullo e serlo. Y también digo que después de
saber todo lo que les cuento, únicamente los sinvergüenzas y los
ricos pueden hablar mal de los anarquistas, porque es claro, no les
conviene que los pobres abran los ojos. Si no, el día que los trabajadores se hagan anarquistas y les griten: ¡Aquí estamos!, ese día
los cogotudos van a tener qu’hinchar el lomo si quieren comer,
porque nadies v’a ser tan sonso pa seguir manteniendo a sánganos. Los anarquistas, amigo, no quieren tener gobierno; porque
disen que cada cual debe gobernarse a su gusto y que nadie tiene
derecho a mandar a los demás; porque los hombres todos somos
iguales, es desir, somos hombres lo mismo uno que los otros. Y
eso se ve bien claro: nadies presisa del gobierno para poder comer
y haser las demás nesesidades; lo que sabe uno desde que nase.
Por falta de gobierno no vamos a dejar de comer y vestirnos, ¡no
hay miedo! Y tan lindo que andamos, con gobierno y todo, los pobres: desnudos y muertos de hambre. Así es qu’el dia que falten
esos señores, no los vamos a estrañar mucho. Que nos dejen
d’historias esa manga de sinvergüenzas, que se pasan la vida gorda con el cuento de que hay que gobernar al páis porque si no, se
acabaría el mundo;que hay que respetar el orden, las leyes, la religión de los curas y ¡qué sé yo! El caso es qu’ellos, con esas matufias tienen todo embarullao y viven del sudor de los que trabajan.
¡Para eso sí les tengo fe!. Y vean lo qu’es: el gobierno quiere que
los pobres guarden el orden y respeten la propiedá e los ricos;
mientras tanto él no respeta ni siquiera la vida de los trabajadores,
y por cualquier cosa, basta que los trabajadores se junten en la
calle, pa que les haga cáir con su milicada, que no anda con chicas
cuando la mandan dar palos o tirar tiros a los pobres. ¿Ý qu’es la
propiedá e los ricos?... Es todo lo que han conseguido sin trabajar,
robando con el cuento susio del negosio. Porqu’es así: los que han
trabajao toda su vida no tienen nada; y los que no han hecho nunca
más que rascarse y mandar, esos son los que lo tienen todo, todo:
más ovejas y vacas que buenas intensiones y campos más grandes
que la misma mar. Y eso no es justo aunqu’el gobierno lo apruebe;
lo justo sería que los trabajan pudieran comer un poco mejor. Pero
eso únicamente se podrá conseguir cortándoles las uñas a los que
se roban todo amparaos por el gobierno. Si los pobres no juésemos tan infelices, ya les habríamos atajao el pasmo a esos señores
gobernadores y los habríamos mandao a descular hormigas, qu’es
pa l’único que pueden servir.
***
Resién me doy cuenta que va sailiendo largo el cuento ¡y tuavía me
falta mucho que desir! Así que perdonemén si los canso. Aunque
nadies se debía cansar de ler cosas buenas, y estas cosas son buenas aunque no sean bonitas. Pero se me debe disculpar porque no
soy un literato p’escribir con floreo. Y estoy seguro que mis paisanos me han d’entender mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a
esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en
ayunas: hasen los mismo que los políticos cuando hablan en las
riuniones y el paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber si lo
han putiao o le han dicho qu’es buen moso. No se crean tampoco
qu’escribo por darme corte ni para pasar por sabio; ¡no me da el
cuero pa tanto! y bien claro he declarao que lo poco que sé lo
aprendi sin máistros de ofisio; me lo enseñaron unos anarquistas
trabajadores como yo. Y yo, que no soy mesquino como los ricos,
quiero de alma que todos apriendan estas cosas; porque conosco
lo que vale saber desenvolvers’en la vida. Además debo desirles
que los que a mí me abrieron los ojos, m’hisieron comprender
qu’el deber de todo hombre bueno es enseñar lo que sabe y no
cobrar por ese trabajo; tener orgullo de que lo atiendan y no burlarse de la inoransia de los otros; porqu’el también jué inorante y si
áura sabe algo es porque otros l’enseñaron, y ellos aprendieron de
otros que nasieron primero. Y así d’eslabon en eslabón se hase la
cadena. Eso quiere desir que los hombres debemos d’irnos uniendo hasta llegar a formar una cadena tan juerte que no la puedan
romper y tan larga que no la puedan arrollar. Despúes, con esa
cadena haremos serco a los ricos, como se hasía antes con las
avestruses, y una ves que estén adentro s’empiesa la ¨desplumada¨: qu’entriegue cada cual lo que tenga y venga a reunirse con los
pobres, aumentando los eslabones de la cadena. D’ese modo, este
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d’historias esa manga de sinvergüenzas, que se pasan la vida gorda con el cuento de que hay que gobernar al páis porque si no, se
acabaría el mundo;que hay que respetar el orden, las leyes, la religión de los curas y ¡qué sé yo! El caso es qu’ellos, con esas matufias tienen todo embarullao y viven del sudor de los que trabajan.
¡Para eso sí les tengo fe!. Y vean lo qu’es: el gobierno quiere que
los pobres guarden el orden y respeten la propiedá e los ricos;
mientras tanto él no respeta ni siquiera la vida de los trabajadores,
y por cualquier cosa, basta que los trabajadores se junten en la
calle, pa que les haga cáir con su milicada, que no anda con chicas
cuando la mandan dar palos o tirar tiros a los pobres. ¿Ý qu’es la
propiedá e los ricos?... Es todo lo que han conseguido sin trabajar,
robando con el cuento susio del negosio. Porqu’es así: los que han
trabajao toda su vida no tienen nada; y los que no han hecho nunca
más que rascarse y mandar, esos son los que lo tienen todo, todo:
más ovejas y vacas que buenas intensiones y campos más grandes
que la misma mar. Y eso no es justo aunqu’el gobierno lo apruebe;
lo justo sería que los trabajan pudieran comer un poco mejor. Pero
eso únicamente se podrá conseguir cortándoles las uñas a los que
se roban todo amparaos por el gobierno. Si los pobres no juésemos tan infelices, ya les habríamos atajao el pasmo a esos señores
gobernadores y los habríamos mandao a descular hormigas, qu’es
pa l’único que pueden servir.
***
Resién me doy cuenta que va sailiendo largo el cuento ¡y tuavía me
falta mucho que desir! Así que perdonemén si los canso. Aunque
nadies se debía cansar de ler cosas buenas, y estas cosas son buenas aunque no sean bonitas. Pero se me debe disculpar porque no
soy un literato p’escribir con floreo. Y estoy seguro que mis paisanos me han d’entender mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a
esos escribidores de ofisio que a juersa de floriarse nos dejan en
ayunas: hasen los mismo que los políticos cuando hablan en las
riuniones y el paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber si lo
han putiao o le han dicho qu’es buen moso. No se crean tampoco
qu’escribo por darme corte ni para pasar por sabio; ¡no me da el
cuero pa tanto! y bien claro he declarao que lo poco que sé lo
aprendi sin máistros de ofisio; me lo enseñaron unos anarquistas
trabajadores como yo. Y yo, que no soy mesquino como los ricos,
quiero de alma que todos apriendan estas cosas; porque conosco
lo que vale saber desenvolvers’en la vida. Además debo desirles
que los que a mí me abrieron los ojos, m’hisieron comprender
qu’el deber de todo hombre bueno es enseñar lo que sabe y no
cobrar por ese trabajo; tener orgullo de que lo atiendan y no burlarse de la inoransia de los otros; porqu’el también jué inorante y si
áura sabe algo es porque otros l’enseñaron, y ellos aprendieron de
otros que nasieron primero. Y así d’eslabon en eslabón se hase la
cadena. Eso quiere desir que los hombres debemos d’irnos uniendo hasta llegar a formar una cadena tan juerte que no la puedan
romper y tan larga que no la puedan arrollar. Despúes, con esa
cadena haremos serco a los ricos, como se hasía antes con las
avestruses, y una ves que estén adentro s’empiesa la ¨desplumada¨: qu’entriegue cada cual lo que tenga y venga a reunirse con los
pobres, aumentando los eslabones de la cadena. D’ese modo, este
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páis tan grande y que tiene tanto campo lindo pa sembrar y hasiendas y montes a patadas, dejará de ser un infierno pa los pobres;
cada gaucho podrá tener su casa y su familia: y como la tierra ni
los animales no tendrán dueño, cada uno sembrará donde le guste
y podrá carniar sin fijarse la marca, lo mismo que si jues’estanciero.
¡Y qu’estancia mácua: todo el p’ais de los argentinos no será más
que un solo potrero! Porque lo primero que hay que haser es meterle hach’a los alambraos pa que las hasiendas se mesturen; que las
vacas y ovejas d’esta provincia se vayan pa la Pampa, y de la Pampa
se crusen pa Córdoba, y las de allá pa la provinsia d’Entre Rios.
¡Qu’el diablo las junte después!
Entonses los paisanos de aquí nos mesturaremos con los de otros
puntos y donde hagamos un asao con cuero, que no háiga diferensias y nadie se pelee por un pedaso e tumba; todos debemos
hasernos amigos, porque todos somos pobres y hemos sufrido las
mismas deslomaduras trabajando; los de aquí en las esquilas y en
los rodeos; los de otras provinsias hachando monte y caña de azúcar. Y siendo así y comprendiendo todo esto, debemos considerarnos como hijos de la misma desgrasia; la desgrasia de haber nasido pobres. Y como todos somos hijos de la misma madre, debemos tratarnos como hermanos. ¡Qué tiempos serán aquellos! Volverá lo que dise Martín Fierro, que al gaucho ¨no le faltaba un consuelo/y andaba la gente lista¨. Porque cuando todo abunda, tanto
la antesión como la libertá, entons’el hombre baila en una pata de
contento; no es como áura, que uno tiene que mamarse pa ponerse
alegre, si no quiere morirse de aburrido. Volverá el paisano d’esta
tierra a encontrar el consuelo que ha perdido y podrá vivir dichoso
y contento entre los estranjeros, sin que l’estorben como pasa hoy;
porque los criollos creen que los gringos son culpables de qu’este
páis se háiga echao a perder; y no es así, qu’esperansa! El mal consiste en que los ricos se han adueñao de todo y mesquinan hasta
l’agua. No son los gringos pobres, entonse, los que han arruinao el
páis, sino los gringos y los argentinos ricos, que son todos igual en
lo pijoteros. No hay más que ver las estansias donde antes un gaucho podía parar el tiempo que quisiera; no l’iba faltar que comer pa
él y su tropilla. Hoy lo echan de la tranquera y si se descuida lo
mandan preso por vago. ¿Y qué culpa tienen d’esto los extranjeros
pobres? Debemos ponernos en razón y que cargue con la culpa el
que la tenga. Debemos comprender que los ricos, sean criollos o
gringos, son los verdaderos enemigos de los pobres, y comprendiendo eso debemos unirnos toditos los pobres de todas las nasiones y rasas p’haser la revolusión que se presisa y cortarles el pico a
los chimangos que nos están sacando los ojos.
Pero p’haserla, que sea gorda; que no se quede un solo bicho en el
pajonal cuando se prienda el juego. ¡Apronten los cuchillos pa cortar orejas! Cada gaucho hagasé de una buen’arma, y cuando griten
¨ ¡a la carga! ¨ no hay que mesquinarle a la jeringa. No hay que
andar con miedo de perder el pellejo, que al fin y al cabo más vale
morir de un balaso que morirse de hambre; y tal como van las cosas vamos a morirnos de hambre nomás. Y eso sería más que vergüensa pa los criollos, que siempr’hemos tenido fama de bravos,
dejarnos matar como mulitas por l’hambre, qu’es un enemigo tan
chico. El gaucho debe morir en su lay; peliando con l’autoridá; si
no, no es un gaucho: es una mulita que la mata cualquier perro.
Y no crean que v’aser cos’el otro mundo ganárselas, porque todos
páis tan grande y que tiene tanto campo lindo pa sembrar y hasiendas y montes a patadas, dejará de ser un infierno pa los pobres;
cada gaucho podrá tener su casa y su familia: y como la tierra ni
los animales no tendrán dueño, cada uno sembrará donde le guste
y podrá carniar sin fijarse la marca, lo mismo que si jues’estanciero.
¡Y qu’estancia mácua: todo el p’ais de los argentinos no será más
que un solo potrero! Porque lo primero que hay que haser es meterle hach’a los alambraos pa que las hasiendas se mesturen; que las
vacas y ovejas d’esta provincia se vayan pa la Pampa, y de la Pampa
se crusen pa Córdoba, y las de allá pa la provinsia d’Entre Rios.
¡Qu’el diablo las junte después!
Entonses los paisanos de aquí nos mesturaremos con los de otros
puntos y donde hagamos un asao con cuero, que no háiga diferensias y nadie se pelee por un pedaso e tumba; todos debemos
hasernos amigos, porque todos somos pobres y hemos sufrido las
mismas deslomaduras trabajando; los de aquí en las esquilas y en
los rodeos; los de otras provinsias hachando monte y caña de azúcar. Y siendo así y comprendiendo todo esto, debemos considerarnos como hijos de la misma desgrasia; la desgrasia de haber nasido pobres. Y como todos somos hijos de la misma madre, debemos tratarnos como hermanos. ¡Qué tiempos serán aquellos! Volverá lo que dise Martín Fierro, que al gaucho ¨no le faltaba un consuelo/y andaba la gente lista¨. Porque cuando todo abunda, tanto
la antesión como la libertá, entons’el hombre baila en una pata de
contento; no es como áura, que uno tiene que mamarse pa ponerse
alegre, si no quiere morirse de aburrido. Volverá el paisano d’esta
tierra a encontrar el consuelo que ha perdido y podrá vivir dichoso
y contento entre los estranjeros, sin que l’estorben como pasa hoy;
porque los criollos creen que los gringos son culpables de qu’este
páis se háiga echao a perder; y no es así, qu’esperansa! El mal consiste en que los ricos se han adueñao de todo y mesquinan hasta
l’agua. No son los gringos pobres, entonse, los que han arruinao el
páis, sino los gringos y los argentinos ricos, que son todos igual en
lo pijoteros. No hay más que ver las estansias donde antes un gaucho podía parar el tiempo que quisiera; no l’iba faltar que comer pa
él y su tropilla. Hoy lo echan de la tranquera y si se descuida lo
mandan preso por vago. ¿Y qué culpa tienen d’esto los extranjeros
pobres? Debemos ponernos en razón y que cargue con la culpa el
que la tenga. Debemos comprender que los ricos, sean criollos o
gringos, son los verdaderos enemigos de los pobres, y comprendiendo eso debemos unirnos toditos los pobres de todas las nasiones y rasas p’haser la revolusión que se presisa y cortarles el pico a
los chimangos que nos están sacando los ojos.
Pero p’haserla, que sea gorda; que no se quede un solo bicho en el
pajonal cuando se prienda el juego. ¡Apronten los cuchillos pa cortar orejas! Cada gaucho hagasé de una buen’arma, y cuando griten
¨ ¡a la carga! ¨ no hay que mesquinarle a la jeringa. No hay que
andar con miedo de perder el pellejo, que al fin y al cabo más vale
morir de un balaso que morirse de hambre; y tal como van las cosas vamos a morirnos de hambre nomás. Y eso sería más que vergüensa pa los criollos, que siempr’hemos tenido fama de bravos,
dejarnos matar como mulitas por l’hambre, qu’es un enemigo tan
chico. El gaucho debe morir en su lay; peliando con l’autoridá; si
no, no es un gaucho: es una mulita que la mata cualquier perro.
Y no crean que v’aser cos’el otro mundo ganárselas, porque todos
El gaucho, personaje mítico que vagaba
libremente por las tierras vírgenes de
Sudamérica, acorralado por la civilización y el
inexorable progreso, fue transformándose,
poco a poco, en trabajador rural, en dócil
siervo de quienes se apropiaron de la tierra.
La Carta Gaucha es el gran manifiesto para la
insurrección gaucha, no había trabajador
migrante que no la hubiera llevado alguna vez
entre su escaso equipaje, para leerla con sus
compañeros alrededor del fogón, o para
dejarla en un rincón, una alcantarilla, o bajo
un puente, donde seguramente otro
compañero pasaría y buscaría en el lugar
habitual “las novedades de la propaganda”.
Estaba escrita para los gauchos en su propio
dialecto, como nos señala su autor: “Y estoy
seguro que mis paisanos me han d’entender
mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a esos
escribidores de ofisio que a juersa de floriarse
nos dejan en ayunas: hasen lo mismo que los
políticos cuando hablan en riuniones y el
paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber
si lo han putiao o le han dicho buen moso”.
Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros
de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en
escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editan:
El gaucho, personaje mítico que vagaba
libremente por las tierras vírgenes de
Sudamérica, acorralado por la civilización y el
inexorable progreso, fue transformándose,
poco a poco, en trabajador rural, en dócil
siervo de quienes se apropiaron de la tierra.
La Carta Gaucha es el gran manifiesto para la
insurrección gaucha, no había trabajador
migrante que no la hubiera llevado alguna vez
entre su escaso equipaje, para leerla con sus
compañeros alrededor del fogón, o para
dejarla en un rincón, una alcantarilla, o bajo
un puente, donde seguramente otro
compañero pasaría y buscaría en el lugar
habitual “las novedades de la propaganda”.
Estaba escrita para los gauchos en su propio
dialecto, como nos señala su autor: “Y estoy
seguro que mis paisanos me han d’entender
mejor a mí, qu’escribo sin retórica, que a esos
escribidores de ofisio que a juersa de floriarse
nos dejan en ayunas: hasen lo mismo que los
políticos cuando hablan en riuniones y el
paisanaje se queda con la boc’abierta sin saber
si lo han putiao o le han dicho buen moso”.
Trascripto de la edición que realizaron en 1960 los compañeros
de Mar del Plata. Edición, corrección, trascripción y puesta en
escena: Parrhesía, en Marzo de 2011, Bahía Blanca. Co-editan:
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