vol 206 - Archivo General de la Nación

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Pedro Francisco Bonó:
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Archivo General de la Nación
Volumen CCVI
J ulio Minaya
Pedro Francisco Bonó:
vida, obra y pensamiento crítico
Santo Domingo
2014
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Cuidado de edición y diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas
Corrección: Kary Alba Rocha
Diseño de portada: Engely Fuma Santana
Ilustración de portada: Radhamés Mejía, «Retrato de Pedro Francisco Bonó» (óleo
sobre tela, 30" x 40"), 1970.
Primera edición, 2014
De esta edición
© Archivo General de la Nación (vol. CCVI)
Departamento de Investigación y Divulgación
Área de Publicaciones
Calle Modesto Díaz, No. 2, Zona Universitaria,
Santo Domingo, República Dominicana
Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110
www.agn.gov.do
ISBN: 978-9945-586-00-8
Impresión: Editora Centenario, S. A.
Impreso en la República Dominicana • Printed in the Dominican Republic
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Índice
Prólogo ...........................................................................................13
Introducción.........................................................................................17
PRIMERA PARTE
Latinoamérica durante el siglo xix. Contextualización e impacto
de la modernidad............................................................................31
–Siglo xix: Europa y el despliegue de la modernidad........................31
– Doble rol de los jesuitas entre los criollos.......................................34
– Valoración de lo americano y búsqueda de autonomía....................37
– Hacia la independencia de Hispanoamérica (1810-1824)...............39
– Escuelas de pensamiento que orientan el proceso emancipador
en la región.......................................................................................41
•Liberalismo en Hispanoamérica...............................................41
•La Ilustración y su acogida limitada en Hispanoamérica.........43
– Los filósofos ilustrados más influyentes...........................................44
•Francisco de Miranda y Simón Bolívar ....................................45
•Simón Rodríguez: preceptor de Bolívar....................................46
•Documentos y obras de la Ilustración que más influyen .........47
•Canales e instituciones de divulgación......................................48
•Espíritu romántico y tendencia transformadora.......................49
– Nueva valoración y vuelco a lo popular ..........................................53
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Julio Minaya
Inestabilidad política latinoamericana y corrientes filosóficas
pre-positivistas................................................................................55
– Crisis interna y externa a mediados del siglo xix.............................55
•Crisis y corrientes filosófico-literarias entre 1807-1900..........56
•La filosofía ecléctica..................................................................57
•El socialismo utópico ................................................................58
•La corriente krausista y el papel jugado por la Institución
Libre de Enseñanza...................................................................60
Forja de la identidad hispanoamericana. Aportes del romanticismo,
el costumbrismo y el realismo. ..................................................... 63
– El proceso de búsqueda de la identidad propia en los países recién
creados ...........................................................................................63
– Los aportes del costumbrismo.........................................................65
– El realismo en Latinoamérica..........................................................66
– El positivismo. Influencia y rol de cara a la estabilidad y la
organización en Latinoamérica........................................................68
•Comte y Spencer: orden y progreso ansiados ..........................68
•Recepción de las ideas de Comte en la región..........................70
•El impacto ejercido por Spencer...............................................71
– Positivismo y espíritu moderno en Latinoamérica..........................72
•Intento modernizador en Latinoamérica..................................72
•La mujer y su nuevo rol social...................................................73
•Horizonte crítico desde las ciencias sociales.............................74
•Positivismo y crítica del catolicismo.........................................75
•Modernidad «bastarda» y capitalismo anómalo ......................77
•Dictadura «honrada» o progreso a toda costa..........................79
•Limitaciones del positivismo.....................................................81
– Surgimiento de un pensamiento crítico en Latinoamérica.............83
•Enjuiciamiento del ideal de progreso........................................84
•Decadencia del positivismo y surgimiento de nuevas
expresiones filosóficas y científicas............................................87
›El ocaso del positivismo latinoamericano..............................87
›Nuevas orientaciones de la filosofía europea y su impacto
en la región.............................................................................87
›Segunda búsqueda de la originalidad latinoamericana..........88
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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SEGUNDA PARTE
Biografía de Pedro Francisco Bonó....................................................93
– Pedro Francisco Bonó: origen y primeros pasos. Identificación
con su medio.....................................................................................93
–Novela El montero: valoración del medio social................................. 99
– Abrazo de la utopía liberal. Roles en la revuelta de 1857 y
Guerra Restauradora........................................................................100
•Primeras funciones desempeñadas............................................100
•Prueba política en fase inicial....................................................103
– Bonó, prócer de la Guerra de la Restauración.................................104
•Función triple: teórica, política, militar....................................104
•Tareas delicadas confiadas a Bonó durante la guerra ...............107
•Enfermedad recurrente en Bonó ..............................................109
•Fusilamiento del presidente Salcedo. Bonó abandona
Santiago y se muda a Macorís...................................................111
•Macorís: medio «excelente para observar» ..............................112
•De Macorís a la capital: secretario de tres carteras...................115
– Período de silencio. Se pierde un presidente, se gana un pensador...116
– Bonó y Eugenio María de Hostos: encuentro y desencuentro........123
•Coincidencia en el país de dos intelectuales indispensables.....123
•Bonó y Hostos cumplen deseos de comunicación ...................124
•Hostos y la Escuela Normal: exitosa reforma educativa...........125
•Bonó: pros y contras del normalismo. Refutación del deísmo...127
– Señalamientos críticos de Bonó y debates públicos suscitados........128
•Debate sobre el federalismo y rechazo de candidatura ............128
•En torno a la industria azucarera y las franquicias otorgadas...131
•Acerca del tabaco y la firme defensa de Bonó...........................132
•Sobre el ideal de progreso y la impugnación vehemente
de Bonó......................................................................................134
– Contribución de Bonó a la emancipación política, económica y
cultural dominicana..........................................................................136
•Bonó, precursor de la emancipación cultural dominicana........136
•Bonó: nueva visión de la sociedad dominicana y advertencia
del neocolonialismo...................................................................139
•Influencias del romanticismo y del costumbrismo en Bonó.....144
– Bonó muestra ciertas coincidencias con el marxismo......................145
– Peculiaridad del examen de la realidad dominicana logrado
por Bonó...........................................................................................146
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Julio Minaya
– Bonó aplica búsqueda del término medio...........................................150
– Diversas apreciaciones en torno al supuesto pesimismo de Bonó..... 151
– Persecuciones y acusaciones políticas y éticas contra Bonó ...........159
•Bonó es acusado de apoyar los planes anexionistas de
Buenaventura Báez....................................................................160
•Raymundo González contrarresta las imputaciones a Bonó....162
•Otros argumentos a favor de Bonó...........................................166
•Objeción moral a Bonó por no haberse casado .......................170
– Los valores de la solidaridad y la amistad en Bonó..........................171
– Condiciones de Bonó para la reflexión filosófica.............................172
•Pueblo dominicano: núcleo problemático a descifrar con
ayuda de la filosofía....................................................................175
•Bonó aborda la realidad dominicana desde planos diversos.....179
– Crisis existencial en Bonó. Escepticismo frente a la ciencia y
refugio en la espiritualidad religiosa................................................182
TERCERA PARTE
Pedro Francisco Bonó: precursor de la emancipación cultural
dominicana.......................................................................................189
– Objetivos y estrategias......................................................................189
– De la emancipación hispanoamericana a la emancipación
dominicana. Algunos antecedentes..................................................191
– Bonó, primer impugnador de la mentalidad colonial dominicana....194
– Romanticismo y costumbrismo en Bonó. Influencias en el
reconocimiento y la exaltación de lo local.......................................198
– Bonó, dos veces prócer, de la emancipación política y de la
emancipación mental dominicana....................................................202
– Una idea incompleta sobre la independencia nacional....................205
– De cómo en la República sigue vivo el espíritu de la Colonia............209
•Toda colonia emula a su metrópoli...........................................209
– Época y mentalidad. Papel crítico de la Ilustración.........................212
•Al cabo de veinte generaciones las instituciones se vuelven
creencias.....................................................................................212
•Influencias de la Ilustración en el rol crítico de Bonó..............213
–Principales taras heredadas del pasado colonial...............................217
•La pereza para la tarea de pensar..............................................218
•El paternalismo..........................................................................223
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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•El prejuicio sobre el trabajo manual.........................................225
•La falta de virtud política: influjo de Montesquieu en Bonó...... 228
•Una sociedad hecha para el despotismo....................................230
•La inhabilitación para el autogobierno causada por la
aristocracia burocrática colonial................................................236
•Crítica del sentimiento de caridad practicado en la colonia.....239
•Afán de imitación prevaleciente ...............................................242
– Crítica del pasado colonial: Bonó, Bello y Sarmiento.....................246
•Antecedentes de Bonó en la crítica del período colonial..........246
•Movimiento emancipador de 1821 y crítica del colonialismo
español.......................................................................................249
•Bonó y su objeción al papel conquistador y colonizador de
España........................................................................................250
•Bonó y Bello: canto a la tierra, autonomía mental y
evaluación del colono español...................................................253
•Bonó y Bello de cara al colonizador español.............................257
– La América hispánica y la América anglosajona vistas por Bonó....262
•Colonias españolas no aptas para la vida republicana...............262
•En Norteamérica fructifican instituciones democráticas.........264
•Dominicana: entre la república y la monarquía........................267
– Intento de reforma de la instrucción pública y emancipación.........268
– Bonó comparte rasgos con emancipadores mentales
hispanoamericanos............................................................................270
•Rasgos básicos de los emancipadores mentales.........................270
•Condiciones que favorecen a Bonó como pionero de la
emancipación mental dominicana.............................................273
•Bonó, tan solo iniciador de la emancipación mental dominicana...274
•Trabajo ambientador previo a llegada de Hostos.....................277
– Roles complementarios entre Bonó y Hostos de cara a la
emancipación mental dominicana....................................................281
•Bonó sobresale en ambiente intelectual ...................................281
•Esfuerzo limitado de Bonó por reformar la instrucción pública...283
•Hostos impulsa revolución intelectual en Santo Domingo......287
›Mientras Hostos desarrolla revolución educativa, Bono
cuestiona colonialismo cultural..............................................287
›El tipo de revolución que hacía falta en el país......................288
– Bonó: tradición y modernidad. Su mirada diferente de la sociedad
dominicana........................................................................................293
•Bonó, entre lo tradicional y lo moderno...................................293
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Julio Minaya
•Bonó, mejor conocedor de la sociedad dominicana que Hostos.. 293
•Bonó pone al descubierto el surgimiento del neocolonialismo.... 296
•Bonó capta tres tipos de colonialismo.......................................300
– Bonó, de la crítica neocolonial al enjuiciamiento de la ideología
del progreso......................................................................................302
• Impugnación del liberalismo económico .................................302
•La crítica del concepto de progreso en Bonó. Caracterización.... 304
•Crítica del progreso en Bonó. Su dimensión continental.........306
•Relevancia ética de la crítica del progreso en Bonó..................315
– Conclusiones..................................................................................321
–
Fechas y eventos importantes sobre Pedro Francisco Bonó...... 329
–
Bibliografía de y sobre Pedro Francisco Bonó............................ 333
–
Bibliografía general......................................................................... 341
Anexos
I Cronología de Pedro Francisco Bonó................................................ 357
IIDecreto que dispone el traslado de Bonó al Panteón Nacional........ 385
Índice onomástico..................................................................................... 389
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Prólogo
El pensamiento crítico republicano tiene en Bonó a uno de sus principales precursores en el país y el continente americano; constituye
una aportación al pensamiento sociopolítico dominicano e hispanoamericano que ha permanecido ahí, casi desconocida, aunque
ya es hora de que se le preste atención. En las páginas que siguen,
dicha significación se pone de relieve, además, al subrayar el carácter emancipador de esa contribución. Este libro muestra que dicho
pensamiento crítico ha estado presente en el país en el corazón del
proceso de conformación del Estado-nación y de la conciencia social de él desde el siglo xix y que el mismo es posible allí donde se
hace presente un triple compromiso: ético, con la razón y la justicia
social. El acercamiento a la sociedad dominicana de su tiempo que
hace Bonó con honrado patriotismo dio cuenta de esa confluencia
en su «vida, obra y pensamiento crítico», como subraya el subtítulo
de esta obra. Tal es la tesis desplegada por el autor del presente libro,
Julio Minaya, en el cual trabajó durante varios años hasta entregar el
fruto de su esfuerzo que ahora ve la luz en la colección de publicaciones del Archivo General de la Nación.
Minaya es doctor en filosofía y ha sido profesor de esta disciplina en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y en
la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde labora en la
actualidad. Desde hace muchos años se ha preocupado por la recepción de las diversas corrientes filosóficas por los pensadores de
nuestro país y, en particular, por la personalidad intelectual de Pedro
Francisco Bonó.
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Prólogo
En más de un sentido este libro representa la culminación de
una búsqueda en la que las marcas de precursor y proceridad iban
señalando el camino. Bonó, quien a decir de Minaya, es «pionero de
la emancipación mental y cultural», pero aún más: el papel de inteligencia latinoamericana en la búsqueda de estabilidad y organización
durante las décadas que siguieron a la independencia se presenta aquí
como parte del proceso de construcción nacional-estatal abierto con
la ruptura del pacto colonial, pero nunca como una conquista automática o inmediata, como la suponen todavía hoy algunos filósofos.
A la inversa, la consciencia nacional que dicho proceso supone se
vuelve problemática hasta acusar formas críticas no previstas, como
es el caso de la crítica de la idea del progreso entonces en boga. Las
dudas que albergaron algunos autores de la época, como Martí en
el caso de América, o Nietzsche en Europa, acerca de la ideología
del progreso dan la medida de la profundidad con que la reflexión
de Bonó captó las tendencias de su tiempo. Aquí ya se dejan ver las
nuevas perspectivas que permitirán retomar la tradición del pensamiento crítico desde sus raíces. El fenecido filósofo e historiador
panameño Ricaurte Soler en su ensayo sobre la formación de las
naciones hispanoamericanas, fue uno de los primeros estudiosos
que citó a Bonó a este propósito. Más recientemente, autores como
Edgardo Lander, Oscar Terán, Enrique Dussell, entre otros, han
desarrollado algunas de las perspectivas esbozadas por Minaya en su
obra sobre Bonó, aunque desde otros contextos. Todo ello enfatiza
la necesidad de estudios temáticos comparativos más amplios.
Si hay una idea que sobresale a lo largo de estas páginas se refiere
a la necesidad de estudiar el pensamiento confrontándolo con sus
realidades sociales, nunca en abstracto. De este modo resultarán
comprensibles las articulaciones inverosímiles en otras latitudes de
Occidente, al mismo tiempo que se abandonan las fáciles y simplistas
fórmulas que reducen el pensamiento latinoamericano a meras matizaciones, como propusiera hace algún tiempo Marichal. En cambio,
resultarán visibles cómo se han producido filosofías eclécticas en la
que se conjugan política y filosofía moderna y sus contrarios, esto es,
ilustración y racionalismo con romanticismo y costumbrismo, catolicismo y tradicionalismo con masonería y laicismo, modernidad y
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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progreso con el amor al prójimo y la conciencia del otro, que se inician en la «periferia» del mundo capitalista para más tarde afectar a
los «países centrales». Resalta, a propósito de dichas composiciones
de tradiciones aparentemente contrapuestas, la aproximación que el
autor plantea entre Duarte y Bonó a quienes inscribe en una misma
tradición del pensamiento emancipador.
Sin dudas, el estudio de Minaya es hoy por hoy el más completo
sobre la vida y el pensamiento de Bonó; esto así porque se trata de una
obra compendiosa de los trabajos que le antecedieron y por las nuevas aportaciones y perspectivas que enriquecen el todavía incipiente
campo de estudios que constituye el pensamiento dominicano, que
el autor cuida muy bien de situar en el más amplio del pensamiento
latinoamericano y occidental. Por ello se entiende que debe rectificarse una afirmación hecha por el autor, en una de las páginas de este
libro, al decir que una obra anterior a esta ocupa el sitial de mayor
importancia entre los ensayos escritos sobre el autor de «Apuntes
sobre las clases trabajadoras dominicanas», pues cumple decir que
la presente obra constituye la primera que merece llamarse con propiedad el más importante estudio sobre Pedro Francisco Bonó, por
más que sea cierto que ha contado con importantes contribuciones
que la precedieron.
El Archivo General de la Nación se complace al presentar al
público en su colección de publicaciones este importante estudio
sobre el pensamiento dominicano y agradece al autor por esta obra
suya. Conforme a su función, las puertas de esta colección están
abiertas a los estudios y documentos fundamentales que como el que
tenemos en las manos contribuyen a profundizar en el conocimiento
y desarrollo del pensamiento nacional.
Raymundo González
Asesor histórico AGN
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Pedro Francisco Bonó
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Introducción
El presente libro, Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico,
constituye el resultado final de mi investigación de tesis efectuada
en el marco del programa doctoral «Filosofía en un mundo global», llevado a cabo en virtud del convenio entre la Universidad del
País Vasco (España) y la Universidad Autónoma de Santo Domingo
(República Dominicana).
El motivo fundamental para la publicación de este trabajo es un
convencimiento: Pedro Francisco Bonó es para la nación dominicana un autor indispensable. Quizás de otro se pueda prescindir, pero no
de Bonó. ¿Y esto por qué?
En su condición de intelectual crítico, trazó como uno de sus
objetivos primordiales el que cada dominicano tuviera la convicción
de pertenecer a una nación nueva, portadora de valores propios. En
este orden, Bonó es el primer dominicano que se siente profundamente asombrado ante lo que significamos como país. A ningún
otro autor de la época –segunda mitad del siglo xix– le asaltaron
tantas preguntas y sospechas; ninguno manifestó tantos desvelos por
la problemática dominicana de aquellos años, por el desciframiento
de las claves que tornaran posible el conocimiento de la realidad nacional, único modo de propiciar la felicidad del pueblo. Era como si
escuchara la voz de José Martí: «hay que darse prisa en conocerse»,
pues para Bonó resultaba obvio el axioma de que nadie llega a amar
aquello que no conoce.
Pero este no era el único desafío que encaraba el pensador dominicano, ya que vivía en un medio social donde casi todo estaba
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Julio Minaya
por hacerse, y había que dar respuestas a problemas de todo tipo,
muchas veces improvisando. Así vemos a Bonó emprendiendo,
ensayando, inventando: San Francisco de Macorís carece de profesionales de la medicina, él se hace médico empírico, y ayudado
por fórmulas proporcionadas por su amigo farmacéutico Ulises
Francisco Espaillat, procura remedios para sanar a los enfermos; el
país no tiene sociólogos egresados de universidades europeas, Bonó
se convierte en un excelente analista social, en «padre de la sociología dominicana», regalándonos Apuntes sobre las clases trabajadoras
dominicanas (1881), primer estudio acerca de nuestra realidad social;
su pequeña localidad no posee reloj público, él se las ingenia y le
construye dos de sol; el país no tiene todavía un novelista que se
inspire en tema nacional, Bonó llena tal vacío con apenas veinte años
de edad al escribir la primera novela dominicana, El montero. Novela
de costumbres (1848); en Santo Domingo nadie osa cuestionar la
historia colonial y republicana, él la enjuicia en el primer ensayo surgido de su pensamiento crítico: Apuntes para los cuatro ministerios de
la República (1856); dentro del ambiente intelectual nativo se abriga
la creencia de que todo cuanto procede de la cultura hispánica encierra valores positivos, Bonó se atreve a disentir de dicha opinión,
postulando que al pueblo dominicano le fueron transmitidas ideas,
costumbres y tradiciones coloniales que debían ser impugnadas; el
pensamiento elitista tradicional sostiene que el dominicano se caracteriza por ser haragán, vago y vicioso, él rebate tal visión negativa
sosteniendo que como persona era lo «mejor que hay en el mundo»;
en nuestro ambiente intelectual predomina la idea de que nuestros
orígenes étnico-culturales hallan sus raíces exclusivamente en la
sociedad española, él aclara que constituimos un pueblo único en el
mundo, proveniente de tres razas, pero esencialmente mulato, y que
no debemos avergonzarnos de tener una parte africana enclavada en
nuestro ser; a finales del siglo xix todos en la República Dominicana
cantan himnos al progreso, pues hasta ferrocarriles se establecen,
Bonó asegura que no ve el progreso que tanto se proclama, dado que
los pobres se hacen más pobres, en tanto que el país cae en los brazos
de un «reciente coloniaje» y se sume en la dependencia prohijada
por el capital monopólico internacional.
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Con Bonó, pues, los dominicanos hemos podido elevarnos a
condiciones subjetivas suficientes para ponernos a nosotros mismos
como valiosos –como ha dicho el argentino Arturo Andrés Roig–. En
efecto, gracias a tales posturas refutadoras de paradigmas distorsionadores, el pensador hizo invaluables aportes para la necesaria redefinición ontológica y axiológica del conglomerado social dominicano,
exponiendo a nuestros ojos las notas distintivas de nuestro ser y de
nuestro valer.
Sin la contribución de Bonó, a los dominicanos se nos haría más
difícil aún ir construyendo los trazos dinámicos de nuestra identidad
como pueblo, se nos imposibilitaría la configuración de un ethos
nuevo que incluya como una de sus determinaciones básicas la participación activa de los sectores sociales tradicionalmente excluidos
de la vida política, social y económica. Y aquí radica uno de sus
aportes trascendentales, de enorme vigencia para los tiempos que
corren: hacernos caer en la cuenta de que todo proyecto de nación
en República Dominicana debe tener como requisito fundamental
la perspectiva de un progreso que sea socialmente inclusivo. Y esto en
razón de que –como muy bien hace ver él–, en un país donde «las
clases de abajo» no tienen motivos para sentirse felices, carece de
sentido exigirles patriotismo. Queda sobreentendido aquí su concepto de patria: hogar que acoge y protege al conjunto de todos los
dominicanos y dominicanas, y en el cual los trabajadores y sectores
empobrecidos tienen asegurada la vida digna que cabe a todo ser
humano.
En el marco de todos estos planteamientos encontramos las justas motivaciones que llevaron a Raymundo González a reconocer a
Bonó como «un intelectual de los pobres». Y es que en los escritos
e inquietudes de Bonó alienta un pathos ético que se expresa en su
«dar la cara» por las víctimas de la opresión y la exclusión: las clases
trabajadoras y sectores empobrecidos del país hacia la segunda mitad
del siglo xix, y los enfermos y menesterosos de su ciudad adoptiva,
San Francisco de Macorís, ante quienes manifestó un altruismo y
solidaridad sin parangón nacidos de la más sana compasión.
Tal es Pedro Francisco Bonó: un hombre que vivió como pensó
y pensó como vivió, dejando un legado imperecedero a todos los
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Julio Minaya
hombres y mujeres que habitamos esta media isla. Sin duda, un pensador indispensable para el pueblo dominicano, ya que fue quien más
conciencia tuvo de sus posibilidades y precariedades. Convocado por
su ejemplo de intelectual comprometido, hoy debiéramos emplearnos en conocernos más a fondo, en reducir la repugnante brecha social que separa a los dominicanos, en sacudir los cimientos culturales
y políticos de una sociedad que, sumida en el letargo mental y moral,
es llevada y traída por gobiernos y partidos que han desvirtuado la
actividad política al extremo de convertirla en un quehacer de corte
típicamente mercantilista.
Permítaseme ahora exponer las partes que constituyen el presente libro. En la primera caracterizo el contexto hispanoamericano
en el siglo xix, período durante el cual realiza su quehacer político,
social e intelectual nuestro autor. Su obrar y pensar están en relación
con lo que se hacía, se pensaba y se soñaba en Europa; si bien es
cierto que gracias a su capacidad autodidacta, y a sus condiciones
para el ejercicio del libre pensamiento, no se dejó encorsetar dentro
de constructos teórico-conceptuales que le impidieran visualizar y
hacer inteligible su propia realidad. En su caso –parecido a los de
José Martí y Manuel González Prada– se asiste a un esfuerzo por
adaptar y no simplemente adoptar categorías y doctrinas originadas
en Europa.
Hay un hecho palpable: República Dominicana y, en sentido
general, Hispanoamérica no partían de cero. Procuraban construirse a sí mismas asumiendo como propios usos, ideas e instituciones
creados desde y para otros entornos socio-culturales. El proyecto
liberal, la Ilustración, el movimiento romántico, la utopía socialista,
el eclecticismo, la economía política, el idealismo alemán, el costumbrismo, el positivismo, el humanismo católico, todas estas corrientes y expresiones del pensamiento y del arte llegan a la región
y ejercen influencias determinantes en las personalidades atraídas
por el accionar político y el quehacer intelectual en el transcurso del
siglo xix.
Las incipientes naciones hispanoamericanas, entre ellas la
República Dominicana, afanaban sin cesar por lograr organización
y estabilidad. Empero, las constantes guerras civiles, los frecuentes
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golpes de Estado y el surgimiento de dictaduras obstaculizaron los
intentos de ordenamiento social y de consolidación de las instituciones políticas.
Era verdad que se había luchado por la independencia y que
ya éramos libres; pero todo seguía igual en los aspectos sociales y
económicos, puesto que desde el punto de vista estructural no se
operaron cambios revolucionarios. Por lo que no debe extrañar que
entre nuestros primeros presidentes, senadores, diputados o jefes
militares se reprodujeran los mismos vicios y virtudes constatados
en virreyes, gobernadores o capitanes generales del tiempo de la
colonia. Dentro de este contexto de caos, agobio y desconcierto
propio de la fase de la post-independencia desplegaron sus vidas los
políticos y pensadores del talante de Bonó. Sus logros y fracasos, sus
perplejidades y aspiraciones deben ser evaluados teniendo en cuenta
tales circunstancias.
La segunda parte está dedicada a explorar la vida del intelectual
criollo, lo que permitirá conocer los eventos principales que la jalonaron. Este seguimiento de su itinerario vital hará posible aquilatar,
palmo a palmo, los diversos momentos configuradores de la nación
dominicana. Y es que el largo trayecto que marca su vida –desde su
nacimiento en Santiago el 28 de octubre de 1828 hasta su fallecimiento
el 15 de septiembre de 1906– va a la par de acontecimientos cruciales
para el país: independencia nacional, revolución liberal de 1857, anexión a España, Guerra de la Restauración, vuelta a la dictadura, intento
de anexión a Estados Unidos, levantamiento unionista para derrocar a
Báez y evitar su plan anexionista a los Estados Unidos, regreso de los
liberales al poder, creación de la Escuela Normal e instauración de la
tiranía de Ulises Heureaux. En muchos de tales eventos Bonó tomó
parte activa, lo que le llevó a desempeñar cargos señeros en la vida
pública: desde fiscal y diputado hasta senador y ministro en más de
un ramo de la administración del Estado. Pero además Bonó tiene el
mérito de figurar en la lista de los próceres nacionales por sus aportes a
la gesta restauradora (1863-1865), contienda que permitió recuperar
la independencia en la lucha librada contra España.
En Bonó el pueblo dominicano surge y resurge, se canta y se
llora, se lamenta y se exalta; a través suyo la sociedad asiste a un
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arduo esfuerzo por obtener conciencia de sí misma, conciencia que
solo es posible a través de su deconstrucción, esto es, mediante el
tránsito por el difícil sendero de una crítica que debe comprender
tanto nuestro pasado histórico-social-cultural, como los diversos
costados de la imagen con la que nos identificamos.
El pensador asumió dicho rol de manera consecuente, analizando
y renovando gran parte de las ideas, tradiciones, hábitos, actitudes
y valoraciones configuradoras de nuestra mentalidad como pueblo.
En el marco de tal esfuerzo por enjuiciar culturalmente el país, el intelectual llegó a convertirse en propiciador de la racionalidad crítica
en la República Dominicana.
La tercera y última parte del trabajo aquí presentado viene a
constituir el núcleo central de la obra, el espacio donde se plantean
y dilucidan las cuestiones principales, entre ellas la tesis fundamental de que Pedro Francisco Bonó constituye el precursor de la emancipación cultural dominicana, pues por vez primera un autor criollo
se dedica a revisar críticamente nuestra mentalidad colonial. Por
tales motivos, en dicha sección se darán respuestas a las siguientes
interrogantes:
1. ¿Cuáles motivaciones abriga Bonó para emprender la crítica de
la mentalidad colonial dominicana?
2. ¿Cuáles son las principales taras heredadas de la cultura colonial
según el criterio de Bonó?
3. ¿Qué condiciones o características convierten a Bonó en pionero
de la emancipación cultural dominicana?
4. ¿Cuáles corrientes o escuelas de pensamiento influyeron en la
impugnación que hizo Bonó al legado colonial hispánico?
5. ¿Qué argumentos validan la opinión de que el enjuiciamiento de
Bonó a la herencia colonial española es equilibrado?
6. ¿Cómo fundamentar teóricamente, desde la óptica de Bonó, su
acusación de que el capital monopólico europeo estaba implantando un sistema neocolonial en Santo Domingo?
7. ¿Con cuáles argumentos teóricos realiza Bonó su crítica al concepto de progreso enarbolado en el seno de la sociedad dominicana de finales de siglo xix?
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8. ¿Cuáles son los aspectos teóricos que convierten a Bonó en el
precursor del pensamiento crítico en Santo Domingo?
Ahora bien, ¿Cuáles textos son claves para responder las preguntas anteriores?
En primer lugar, los del mismo Bonó. En segundo, los enjundiosos trabajos de dos investigadores nacionales: Raymundo González
y Roberto Cassá. Aparte de sus atinados ensayos al respecto publicados en revistas nacionales, del primero ha de resaltarse la obra Bonó,
un intelectual de los pobres (1994); en tanto que del segundo merece
especial atención el libro Pedro Francisco Bonó (2003). El conjunto de
estos trabajos ampliaron mi comprensión en torno a la producción
intelectual de Bonó.
En tercer lugar, el texto del mexicano Leopoldo Zea titulado
El pensamiento latinoamericano (1976), en cuya primera parte se
bosqueja una interesante interpretación acerca del papel desempeñado por políticos-intelectuales del período decimonónico
interesados en dar culminación al proyecto inconcluso de la
independencia hispanoamericana. Tales personalidades –mayoritariamente abogados, amantes de la historia y algunos próceres–
advirtieron cómo, ya transcurrido y consumado el proceso de
emancipación política, continuábamos atados al antiguo régimen
colonial, manteniéndose vigente la antigua mentalidad. De ahí
que comprendieran que era necesario vencer, ahora por medio de
la pluma y la educación, ese pasado insano que de manera muy sutil
todavía nos oprimía.
Andrés Bello y Vicente Rocafuerte son los primeros en usar la
expresión emancipación mental. Pero Bello no solo la usó, sino que
tuvo el mérito de ser pionero en postular y procurar la independencia intelectual de Hispanoamérica. Décadas más tarde autores
de diversos países del subcontinente se pronunciarían en favor de la
autonomía mental y cultural respecto de la madre patria. Debíamos
trillar camino propio, se afirmaba convincentemente.
Leopoldo Zea denomina el camino a transitar en esta segunda fase
del proceso de liberación lucha por nuestra segunda independencia. Cabe
destacar que Zea es quien más empeño ha puesto en conceptualizar la
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emancipación mental, siendo secundado por el argentino Arturo Andrés
Roig y otros filósofos latinoamericanos de su generación.
El creciente interés por conocer y profundizar los planteamientos
de Zea sobre el aludido tema me condujo a consultar los principales
textos destinados a historiar las ideas filosóficas, políticas y sociales
latinoamericanas, y me impulsó a adentrarme en el estudio de los
autores calificados como emancipadores mentales: el decano del grupo,
el venezolano Andrés Bello; el mexicano José María Luis Mora; los
argentinos Esteban Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento y
Juan Bautista Alberdi; los chilenos Francisco Bilbao y José Victorino
Lastarria; el peruano Manuel González Prada; el ecuatoriano Juan
Montalvo y el cubano José de la Luz y Caballero.
Estos intelectuales no escaparon al influjo de la leyenda negra que,
desde siglos atrás, venía presentando a España como antro de atraso
e ignominia. Encabezados por los ingleses, los europeos no solo lucharon por el dominio colonial, sino que desarrollaron una intensa
campaña de descrédito en importantes círculos intelectuales en contra de la sociedad hispánica. De ahí que, en mayor o menor medida,
los pensadores hispanoamericanos aludidos anteriormente culparan
a España de los males que padecían sus noveles países, cundiendo en
ellos un espíritu derrotista que rayaba en victimismo. Si, como pensaban, España era culpable de los males que padecían –especialmente
de la inveterada anarquía–, resultaba lógica la actitud de combatir la
herencia de la cultura hispánica en todas sus manifestaciones.
No obstante, Leopoldo Zea resalta la importante función desempeñada por estos intelectuales hispanoamericanos de la postindependencia, quienes llevaron a cabo la segunda etapa libertadora de
los países hispanoamericanos, esto es, la independencia mental, a la
que otros prefieren llamar independencia de pensamiento, de la inteligencia, del espíritu o independencia filosófica. Vale resaltar aquí que
estas reflexiones de Zea influyeron tempranamente en el país a través
de un coetáneo, el filósofo dominicano Juan Francisco Sánchez, y de
su libro El pensamiento filosófico en Santo Domingo (siglo xviii). Antonio
Sánchez Valverde (1956).
Había, pues, que liberarse de costumbres, valores e ideas transmitidas durante tres siglos por España. Resultaba un imperativo borrar
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ese pasado, dado que nos impedía cobrar conciencia de nosotros mismos y acometer las grandes tareas que teníamos por delante como
Estado-nación nuevo. Pero, ¿era correcta tal pretensión? ¿Podíamos
los hispanoamericanos construirnos adecuadamente en sentido ontológico destruyendo al mismo tiempo lo español que permanecía en nosotros? ¿Acaso no éramos los herederos de España en el continente, de
igual manera que los estadounidenses fueron herederos de la cultura
anglosajona? Y en consecuencia, rechazando a ultranza todo lo que
remitía a los españoles, ¿no nos estábamos rechazando a nosotros
mismos? ¿O es que, debido a la emancipación política, ya habíamos
dejado de ser herederos culturales de España?
La gran mayoría de los emancipadores mentales mostraron
contra España un total y visceral rechazo. Redujeron a España a su
dimensión negativa: monarquía, Inquisición, Escolástica, dogmatismo, superstición y oscurantismo. Por su parte, los llamados próceres
de la emancipación mental apostaban por el republicanismo, el liberalismo, el libre pensamiento, la libre determinación, la emancipación total. Pensaron que nada de esto podía provenir de España, que
de ella únicamente podían venir resabios.
Cavilando en torno a la idea de si había algún autor dominicano que enarbolara en nuestro suelo los postulados de la referida
emancipación mental, me formulé las preguntas siguientes: ¿Acaso la
República Dominicana, por efecto de las vicisitudes de su historia,
ha quedado huérfana de este tipo de emancipadores? ¿Constituía
Santo Domingo, en este aspecto particular, un caso excepcional
en Hispanoamérica? ¿Se podría calificar de emancipador mental a
Juan Pablo Duarte, ideólogo de la independencia respecto de Haití
en 1844 y considerado Padre de la Patria? ¿Podía ser considerado Eugenio María de Hostos el emancipador mental del pueblo
dominicano?
Esta última interrogante ameritaba una ponderación especial.
Hostos, de origen puertorriqueño, llega en 1879 a Santo Domingo
y crea la Escuela Normal. Realiza la proeza pedagógica e intelectual
de formar varias promociones de maestros y maestras normales, y
cuestiona críticamente el sistema tradicional de enseñanza conjuntamente con la corriente filosófico-teológica que lo sustentaba: la
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Escolástica. Advertí que a este filósofo y educador antillano el pueblo dominicano le debe una parte significativa del esfuerzo realizado
por lograr la emancipación intelectual, meta que implica un proceso
aún pendiente de culminación.
Sin embargo, el aguijón de la duda seguía punzándome, me
incitaba a cuestionar si en realidad no había alguna personalidad
propiamente dominicana que, antes o concomitantemente con
Hostos, contribuyera con su pluma a poner en entredicho el modelo
colonial implantando por España en Santo Domingo. Fue a partir
de entonces, y dentro de esta atmósfera de incesante búsqueda, que
me dispuse a realizar la relectura y examen de los escritos de Bonó.
Concluí que Bonó, ya en 1856 y en plena juventud, dejó sentada
dicha valoración crítica, y que hacia 1881, en la etapa de madurez,
dirige un severo enjuiciamiento del legado cultural hispánico originado en la era colonial.
Expuesto lo anterior, paso a referirme a la bibliografía primaria
del autor examinado. No confronté dificultades al respecto, ya que
en diversas bibliotecas especializadas de Santo Domingo están a
disposición tres importantes antologías acerca del autor: a) Papeles
de Pedro F. Bonó, compendio elaborado por Emilio Rodríguez
Demorizi, con dos ediciones (1964 y 1980), ambas al cuidado de
la Academia Dominicana de la Historia; b) El montero. Epistolario /
Ensayos sociohistóricos. Actuación pública (2000), dos volúmenes editados por la Fundación Corripio; c) Pedro Francisco Bonó. Textos selectos
(2007), edición a cargo del Archivo General de la Nación. En estas
publicaciones se encuentran recopilados todos los trabajos de Bonó
conocidos hasta el momento.
Como bibliografía secundaria o indirecta, aparte de las dos
obras mencionadas, la de Raymundo González y la Roberto Cassá,
he contado con los libros Bonó: ciudadano dominicano (1991), de
Pablo Nadal, y Bonó, Luperón y Heureaux (2006), de Juan Francisco
Martínez Almánzar.
Vale mencionar también la monografía de la revista Estudios
Sociales (Vol. XLI, No. 142-143, octubre 2005-marzo 2006), la cual
destina 158 páginas al análisis de la vida y el pensamiento de Bonó con
motivo de haberse conmemorado el centenario de su fallecimiento
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en el 2006. En República Dominicana exponen varios estudiosos
sobre la obra y el pensamiento de Bonó, entre ellos Carlos Andújar
Persinal, José M. Guerrero, Pablo Mella y Orlando Objío. La revista
Clío (año 75, No. 172, julio-diciembre 2006) hizo posible que en 71
páginas Francisco Antonio Avelino García, Raymundo González y
José M. Guerrero expusieran excelentes reflexiones sobre el pensador dominicano.
Existe por otra parte, un conjunto de trabajos que han enriquecido la literatura sobre el autor, que proporcionan luces al presente
esfuerzo analítico. Se trata de escritos publicados en revistas y en
capítulos o secciones de libros. En primer lugar, los trabajos de J.
Max Ricardo Román y Fernando Pérez Memén; y en segundo, las
contribuciones de Emilio Rodríguez Demorizi, Juan Isidro Jimenes
Grullón, Josefina de la Cruz, Ciriaco Landolfi, Ramón Morrison,
Roberto Santos Hernández, Fernando Ferrán, Freddy Peralta, Juan
Guerra, Miguel Pimentel y Alba Josefina Záiter.
De especial relevancia resultan los tratamientos dispensados
a la producción intelectual de Bonó por parte de Franklin Franco
Pichardo (El pensamiento dominicano. 1780-1940 [2001]), Pedro
L. San Miguel (La isla imaginada. Historia, identidad y utopía en La
Española [2007]) y Rafael Isidro Morla de la Cruz (Modernidad e
Ilustración en Santo Domingo [2011]). El penúltimo sustenta la tesis
del mulatismo nacional en Bonó, mientras que el último presenta argumentos suficientes para demostrar el tipo de filiación que guarda
Bonó con el proyecto ilustrado.
Por otro lado, existe un aspecto del pensamiento crítico de Bonó
que no debo soslayar en este introito. Me refiero a la firme objeción
hecha por el librepensador respecto al concepto de progreso, tan enarbolado en el país y el mundo occidental durante la segunda mitad del
siglo xix. Tal refutación eleva al autor a talla de nivel continental, no
tanto por su vehemencia –que ya es notable–, sino por la coherencia
que le imprime y por los componentes sociales y éticos que entran
en juego dentro de su examen crítico. Por supuesto, al colocar en
tela de juicio la noción liberal-positivista del progreso, Bonó está
cuestionando una de las categorías centrales de la modernidad occidental y de la Ilustración. Más todavía, viene a poner de manifiesto
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la crisis que ya comienza a inquietar a los espíritus más aguzados de
la época, la cual se reflejará en la pérdida de fuerza y sentido utópico
de los principios iluministas cardinales de «libertad, igualdad, fraternidad». Tales categorías filosófico-políticas fueron decisivas para
ambientar y sustentar, ideológicamente, procesos sociopolíticos tan
vitales como la Revolución francesa.
No me es dable finalizar estas palabras sin expresar mi agradecimiento a la Universidad del País Vasco y a la Universidad Autónoma
de Santo Domingo. La primera porque, aparte de facilitar mis estudios doctorales, me concedió una estancia investigadora en San
Sebastián; la segunda, porque me favoreció con el año sabático y la
reducción de la carga académica. Sin estas concesiones difícilmente
habría podido culminar satisfactoriamente el proyecto de investigación asumido, cuyos frutos estoy dando a conocer.
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PRIMERA PARTE
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Latinoamérica durante el siglo xix.
Contextualización e impacto de la modernidad
Siglo xix: Europa y el despliegue de la modernidad
La modernidad no se inicia en la centuria decimonónica, pero es
obvio que registra en este período los avances objetivos y subjetivos
que dan mejor cuenta de su inusitado desarrollo. Europa Occidental
sería su escenario primario, toda vez que en ella surge la revolución
industrial, producto del nivel alcanzado en el orden teórico y científico-tecnológico. Además, a raíz de la Reforma Protestante, se va
configurando un modo distinto de visualizar el mundo y una manera
nueva de vivir la eticidad, la generada en el emergente espíritu capitalista sustentado por el protestantismo.1 Entre tanto, en el siglo xix
España y Portugal se ven enfrascados en una prolongada lucha entre
el absolutismo y el republicanismo. La revolución industrial no fructifica allí de la misma forma que otros componentes significativos de
la modernidad, pues la Contrarreforma condujo hacia cauces tradicionales la casi totalidad de los aspectos económicos y culturales de
la península ibérica.
La primera mitad del siglo xix se caracteriza por la inestabilidad
que vive el continente europeo. No en vano se denomina al período
«siglo de la libertad», «de la independencia», «de las revoluciones»
o «de los nacionalismos». Una nación quería engullirse a todas sus
Como clásico al respeto cobra relieve La ética protestante y el espíritu del capitalismo
(1904), obra del filósofo y sociólogo alemán Max Weber (1864-1920).
1
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vecinas, erigiéndose en imperio, Francia. Tal situación provoca las
grandes gestas emancipadoras de españoles, belgas, griegos, napolitanos. Rusia y Alemania se enfrentan a las tropas napoleónicas,
mientras los latinoamericanos sacan provecho de las debilidades y
desconciertos que se producen como consecuencia de una España
sumida en la guerra.
Nunca la lucha por la independencia se había extendido por
tantos pueblos, los cuales fueron incitados por la exaltación de la
libertad y del espíritu nacionalista que aparejaba la difusión del movimiento romántico.
A lo anterior hay que agregar también, los avances registrados
antes de 1850, como la puesta en funcionamiento hacia 1830 del primer tren de viajeros, la comunicación telegráfica y el sello de correos
a partir de 1835. Ya, antes, los grandes navíos metálicos surcaban
los océanos con la aplicación de la máquina de vapor. Y si a esto
agregamos el surgimiento del positivismo, la insurrección obrera
en la Francia de 1848, la aparición de los partidos socialistas, etc.,
entonces podemos hacernos cargo de cómo la tendencia modernizadora se acentuaba en el viejo continente.
La corriente modernizante, sin embargo, experimentará un
impulso especial en la segunda mitad de la centuria. Acicateada por
el ideal de progreso, la humanidad europea quedó dominada por un
entusiasmo febril: «Si Occidente alguna vez tuvo confianza casi ilimitada en sí mismo y estuvo colmado de esperanza confiando también,
ingenuamente, en la historia futura, eso fue sin duda en el siglo xix».2
Es la época del florecimiento del capitalismo industrial y financiero, cuando la burguesía consolida su poder como clase social y
el mercado inicia su primera oleada globalizadora. Precisamente,
aquí tiene su origen la globalización económica que impera en la
actualidad, dando lugar «a las primeras multinacionales que fueron
europeas. Entre ellas cabe destacar la alemana Bayer, fundada en
1863; la suiza Nestlé, que data de 1867; la belga Solvay, nacida en
1881; la francesa Michelin, creada en 1893».3
2
3
Julián Pacho García, Positivismo y darwinismo, Madrid, 2005.
Francisco Javier Caballero Harriet, Algunas claves para otra mundialización, Santo
Domingo, 2009, p. 58.
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Como contrapartida, el movimiento obrero se robustece y
adquiere capacidad organizativa y combativa debido a las dos
Internacionales –de 1864 y 1889–, las hazañas de la Comuna de
París en 1871 y a la filosofía que le insufla dinamismo y fundamentos
ideológicos de largo aliento. Las masas, por vez primera, adquieren
la conciencia de que el progreso enarbolado por doquier también
debe favorecerles. La felicidad deviene una especie de nuevo «derecho» a que aspira todo ser humano.
Conjuntamente con las transformaciones acaecidas en el terreno
económico-social, nuevas teorías científicas y filosóficas surgen en
Europa: el positivismo, la teoría de la evolución (llamada a introducir una nueva imagen del mundo), la filosofía voluntarista de
Schopenhauer, el vitalismo-nihilismo de Nietzsche, el materialismo
dialéctico y la doctrina socialista. La influencia que otrora ejercía
el cristianismo sobre la conciencia de la gente tiende a reducirse
en razón del proceso de secularización que viene cobrando vigor.
A todo ello hay que agregar cómo se va ampliando la incidencia de
la opinión pública4 por el invento del telégrafo y la rotativa, más el
complemento que prestan las redes ferroviarias y el vapor, innovaciones que favorecen la comunicación masiva. Como acertadamente
plantea Luis Oscar Brea Franco:
El siglo xix es el siglo de la modernidad triunfante, cuando las
ciencias positivas alcanzan su autonomía de la filosofía y surgen
ideologías parciales que coexisten entre sí: el romanticismo, el
positivismo, el marxismo, el socialismo y el liberalismo, que condicionarían la marcha de la historia en los dos siglos posteriores.5
En la última quincena del siglo una nueva potencia con extraordinaria vocación imperial viene a disputarle a Europa la supremacía
mundial, lo cual cambia en lo sucesivo el panorama político-militar y
Precisamente, es en los inicios del siglo xix cuando emergen los primeros representantes del libre pensamiento, tanto en Inglaterra como en Francia.
5
Luis O. Brea Franco, La modernidad como problema, Santo Domingo, 2007,
pp. 30-31. Cf. del mismo autor «La creativa y transformadora década de los años
sesenta del siglo xix en Europa», Crónicas del Ser, suplemento cultural «Areíto»,
Hoy, Santo Domingo 3 de marzo de 2007.
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socio-económico de todo el orbe. Su poder se ejerce primeramente
frente a sus vecinos americanos, razón por la cual la historia comienza a manifestar la lucha de largo alcance suscitada entre América del
Norte y América Latina. Hegel, que tuvo el olfato de dicho enfrentamiento, preconizó la relevancia histórica que adquiriría América.6
Y es que de ahora en adelante el neocolonialismo del Norte en
detrimento del Sur –previamente asumido por Inglaterra, Francia
y Holanda– será implementado hasta sus últimas consecuencias por
los Estados Unidos de América.
Hasta aquí se ha podido apreciar cómo en Europa soplaban los
aires de la modernidad y la manera en que los Estados Unidos maniobran e intervienen buscando tomar parte activa en la evolución
de los acontecimientos de Hispanoamérica, espacio en el que los
europeos aún ejercían predominio. Ahora bien, en el marco de una
visión retrospectiva, ¿cómo irrumpen las ideas modernas dentro del
mundo colonial? Veamos una panorámica histórica de su despliegue.
Doble rol de los jesuitas entre los criollos
Para abrirse paso en la región, las ideas modernas debieron rivalizar con la enseñanza y el pensamiento tradicionales representados,
principalmente, por los frailes dominicos. Estos, amparados en la
escolástica no renovada, se enfrentaron a los jesuitas, pioneros en la
introducción de las ideas modernas, tanto científicas como filosóficas. Y es que los religiosos…
[…] iniciales enemigos de Descartes en Europa, rectificaron
en medio siglo su juicio. […] Representantes de la tradición
filosófica –y científica–, crean las condiciones de la mudanza
intelectual a favor del modernismo […] No tardaron en rivalizar en saber con los nacidos en el Viejo Mundo.7
Guillermo W. F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia, Madrid, 1994,
p. 177.
7
Francisco Larroyo, La filosofía iberoamericana. Historia. Formas. Temas. Polémica.
Realizaciones, Argentina-México, 1989, pp. 64-65.
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En la metrópoli, la enseñanza de la ciencia moderna (Kepler,
Newton) y de la nueva filosofía racionalista y empirista (Descartes,
Locke, etc.) no fue bien acogida, a lo que se agregó el hecho de que
se considerara que la influencia de la Compañía de Jesús sobrepasaba
los límites propiamente educativos (se había convertido en un poder
demasiado independiente de la Corona). Esto hizo que se decretara
en 1767 su expulsión de España y de las colonias. No obstante, ya
el trabajo modernizante estaba bien encaminado en este lado del
Atlántico.
Desde otro ángulo, cabe destacar la influencia ejercida en América
por los intelectuales españoles Gaspar Melchor de Jovellanos y
Benito Jerónimo Feijoo. Precisamente el jesuita mexicano Javier
Clavijero, pilar principal del movimiento modernizante en su país,
fue un fervoroso lector de Feijoo, además de abrevar en las obras de
Descartes, Gassendi, Leibniz y Newton.
Aparte del rol jugado en la renovación antes indicada, importa
resaltar el papel desempeñado por los jesuitas criollos, los cuales
fueron expulsados a Europa. Su extrañamiento del suelo americano
coincidió con la divulgación de libros que, desde el viejo continente,
irradiaban desprecio por todo lo que expresaba vida nativa americana, ya fuera su flora, su fauna o su gente. Lo nativo, comenzando por
la cultura indígena, era considerado inferior.8
Lejos de la tierra que les vio nacer, los religiosos enfrentaron el
desdén y la minusvaloración respecto a todo lo que representaba el
orbe americano, muy especialmente la visión divulgada por Cornelio
de Pauw en su libro Recherches philosophiques sur les américains, ou
mémoires interessants pour servir à l’histoire de l’espèce humaine. Lo expuesto en este volumen denigraba a todas luces a América,9 lo cual
«En un volumen aparecido en 1761 de su Histoire Naturelle –nos dice John H.
Elliott–, el conde de Buffon había representado América como un mundo o
bien degenerado o bien inmaduro, cuyos animales y pueblos eran más pequeños
y débiles que sus equivalentes europeos». En J. H. Elliott, Imperios del mundo
atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830), Madrid, 2006, p. 481.
9
En sus investigaciones sostenía que el Nuevo Mundo era enervante para la
vida, que allí todo degeneraba: las especies vegetales, animales y, por cierto, el
hombre. Referido por Miguel Antonio Rojas Mix en «América en la concepción
ilustrada de la historia», El pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix,
Madrid, 2000, p. 261.
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«encendió en los jesuitas un apasionado sentimiento de identidad
que los impulsó a defender la tierra y su cultura, y a refutar el surtido
de estereotipos que irritaban la piel de todos».10
En esta labor apologética no solo descuella Francisco Javier
Clavijero –autor de una importante Historia antigua de México
(1780-1781)11 y de Elementos de crítica o Disertaciones sobre
América–, sino también el jesuita chileno Juan Ignacio Molina.
Este último, en su exilio europeo, escribe Compendio de historia natural, Compendio anónimo y Compendio de historia civil, textos en los
cuales examina y subraya la analogía y uniformidad del desarrollo
cultural de todos los representantes de la especie. Racionalistailustrado, Molina conecta con Vico al considerar que toda la historia de la humanidad debe entenderse por analogía: «la mente
humana puesta en las mismas circunstancias se forma las mismas
ideas». Piensa que hay una «ley natural de las naciones» en la
que la necesidad y la utilidad constituyen los factores decisivos.
Sobre esta base Molina critica a Buffon, De Pauw y a todos los
que como ellos sostienen la idea de lo americano como paradigma
de inferioridad y degeneración.12
Molina subraya la «singularidad de América» mientras deja inaugurado en Hispanoamérica el cuestionamiento del enfoque eurocentrista: «La falsa idea de América –afirma– proviene del abuso de
aplicar a su antojo, y sin verdadero discernimiento, los nombres de
las cosas del Viejo Mundo a las que en el Nuevo Mundo presentan
alguna leve semejanza o conformidad con ellas».13
M. A. Rojas Mix, «América en la concepción ilustrada», p. 261.
Escrita en castellano, luego fue publicada en italiano (Storia antica del messico).
Aquí trata de demostrar que ni los pájaros, ni los animales, ni los habitantes de
las Indias eran en modo alguno inferiores a sus correspondientes europeos. Ver
J. H. Elliott, Imperios del mundo, p. 481.
12
El criollo dominicano Antonio Sánchez Valverde refuta los conceptos estigmatizadores de C. de Pauw y, además de afirmar que el prusiano miente en forma
descarada, indica: «Todo lo ha hecho Mr. Pauw; y sobre todo ha empleado
nueve o diez años en coleccionar cuantas fábulas se han escrito contra las Indias
Orientales, contra sus primeros pobladores y contra los que las descubrieron y
conquistaron». Ver A. Sánchez Valverde, Idea del valor de la isla Española, Santo
Domingo, 1971, p. 33.
13
Juan Ignacio Molina, Historia Natural, citado por M. A. Rojas Mix en «América
en la concepción ilustrada», p. 293.
10
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En Santo Domingo también se registra esta inclinación a la
defensa intelectual de lo americano. Un antiguo alumno de los jesuitas, el criollo A. Sánchez Valverde, expresa su posición axiológica a
través de los escritos La América vindicada de la calumnia de haber sido
madre del mal venéreo e Idea del valor de la isla Española. En el primero
rebate la hipótesis propagada desde Europa de que la sífilis procede
del Nuevo Mundo; en el segundo hace un prolífero estudio de la
flora, fauna y demás recursos existentes en la parte oriental de la isla.
Por estos y otros aportes enaltecedores de los componentes
naturales y culturales americanos, se asiste a un crecimiento de la
autoestima y la identidad del criollo, decantándose paulatinamente
«un sentimiento que fue precursor del espíritu independentista y de
la formación de los Estados nacionales».14
Valoración de lo americano y búsqueda de autonomía
Tras la salida de los jesuitas, un grupo de intelectuales integrado
por religiosos y laicos continuó la labor de divulgación del conocimiento científico y filosófico moderno en las principales ciudades
del continente americano. Este importante núcleo teórico primigenio se caracterizó por tres marcadas tendencias:
1ra. Se declaró en rebeldía contra Aristóteles.
2da.Se preocupó por estudiar la historia de sus propios pueblos.
3ra. Organizó excursiones para conocer los recursos de sus tierras.
El hecho de que dicho grupo estuviese formado mayoritariamente por sacerdotes no debe extrañar, pues constituye una característica
del pensamiento moderno ilustrado hispanoamericano el expresarse
inicialmente a través de sacerdotes-intelectuales y no mediante personas laicas, como sí fue corriente en Europa. En nuestra región fueron curas católicos los primeros que enarbolaron ideas sensualistas y
experimentalistas, y fueron ellos los primeros que sostuvieron tesis
14
M. A. Rojas Mix, «América en la concepción ilustrada», p. 261.
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de profundo contenido humanista, llegando hasta el punto de poner
en duda determinadas líneas defendidas por la Iglesia y proponer
reformas sociales progresistas.15
Las tres tendencias teóricas aludidas las encontramos en autores
como Benito Díaz de Gamarra y José Antonio Alzate (mexicanos),
José Agustín Caballero (cubano) o Antonio Sánchez Valverde16 (dominicano). Todos ellos utilizan las ciencias modernas como armas
para criticar a Aristóteles y realizan viajes de estudio para conocer la
geografía y los recursos naturales de sus respectivos terruños, emulando de esta suerte a sus pares peninsulares. Asimismo, su amor por
las tierras en que nacieron se muestra también en su interés por el
conocimiento de su pasado.
Importa destacar que no estamos ante autores enteramente modernos, sin conexión alguna con la tradición; son más bien innovadores o modernizadores. No aceptan ya todo lo viejo, pero tampoco
abrazan todo lo nuevo. Son, pues, pensadores de transición. Juan
Francisco Sánchez los denomina «innovadores» comprometidos en
la lucha «contra el estancamiento de la cultura y por la adopción
del espíritu de modernidad que desde un siglo atrás había triunfado
en la mayoría de los círculos europeos».17 Tanto es así que incluso en
lo político hay que considerarlos precursores «de la auténtica americanía, que no americanismo, de proyección consecuente, promisoria…»,18 aun cuando sigan considerando a España como su patria y
defiendan el sistema monárquico (dentro del marco del Despotismo
Pablo Guadarrama, «Humanismo e Ilustración en América Latina», Filosofía en
América Latina, La Habana, 1988, p. 109.
16
Nació en Santo Domingo en 1729 y murió en México en 1790; era hijo de español y de africana. Fue discípulo de los jesuitas y escribió una extensa epístola
(Carta al Conde de San Xavier), donde critica acremente la filosofía de Aristóteles
por considerarla «estéril»; pero además afirma que «Santo Tomás floreció en
el siglo de la ignorancia». Se interesó por la historia de su pueblo e hizo frecuentes giras por el interior. Su obra principal es Idea del valor de la isla Española
(Madrid, 1785). Para un estudio pormenorizado de su vida y pensamiento ver
Juan Francisco Sánchez, El pensamiento filosófico en Santo Domingo (siglo xviii):
Antonio Sánchez Valverde, Ciudad Trujillo, 1956; Rosa Elena Pérez de la Cruz,
Historia de las ideas filosóficas en Santo Domingo durante el siglo xviii, México, 2000,
pp. 29-55.
17
J. F. Sánchez, El pensamiento, p. 41.
18
F. Larroyo, La filosofía, p. 72.
15
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Ilustrado). Es, de hecho, a partir del legado educativo y teórico de
este conjunto amplio de intelectuales –situados en la frontera entre
el neoescolasticismo y las orientaciones científico-filosóficas modernas– que surgirán los primeros ilustrados y libertadores en el ámbito
hispanoamericano.
Hacia la independencia de Hispanoamérica (1810-1824)
Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz comenzaron a
hablar del «pueblo» de América, lo que es cuestión muy significativa, ya que indica que dichos representantes percibían, además de los
privilegios que ostentaban los metropolitanos, las diferencias insalvables que existían entre las comunidades americanas y la española.
Por su parte, España estaba en pie de guerra contra los franceses y
no tenía tiempo ni sosiego para dar atención al discurrir de la vida
colonial.
Antes de 1810, año en que se inicia el movimiento hispanoamericano por la independencia, se registró la «Conspiración de Gual y
España» (1797), la cual tuvo como escenario a Macuto y La Guaira
(Venezuela). Aquí se aglutinaron criollos y mulatos para difundir el
documento «Discurso preliminar dirigido a los americanos» conjuntamente con una traducción de la Declaración de los derechos del
hombre y del ciudadano. Estos rebeldes fueron exiliados, apresados o
ejecutados.
En los inicios de 1810 todo parecía indicar que Francia terminaría
apoderándose de España, la que luchaba afanosamente empleando
un nuevo sistema de defensa militar: la guerrilla.19 Ante tal situación,
los hispanoamericanos comenzaron a tomar sus propias medidas:
el primero en accionar fue el Cabildo de Caracas, que destituyó al
Capitán General y rechazó al Consejo de Regencia aclarando que se
mantenía fiel al rey Fernando VII (monarca en poder de Francia).
En México, Miguel de Hidalgo proclamó en 1810 el inicio de la
lucha independentista con el Grito de Dolores. Entre otras reformas
Tal modalidad de combate, no conocida hasta entonces, fue creación de los
españoles.
19
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sociales, declaró la abolición del tributo indígena. En las principales
ciudades de la América española, y siempre dentro del marco de su
contexto socio-histórico particular, ocurre lo mismo.
A partir de 1811 las juntas cread­­­­as en algunas plazas comenzaron a
declarar su total emancipación de la metrópoli. El movimiento, iniciado
en Caracas, tomó varios años, hasta que las fuerzas de Bolívar y Sucre
conquistaron Perú en las batallas de Junín y Ayacucho en 1824. De su
lado, José de San Martín había entrado en acción; con su Ejército de los
Andes liberó a Chile y luego se enfrentó al ejército real en Perú.
Los revolucionarios debieron enfrentar enormes obstáculos, el
mayor de los cuales es expuesto por Carmen L. Bohórquez:
La estrecha simbiosis entre religión y Estado que caracterizó
al gobierno español en América se constituyó en el mayor
obstáculo para quienes propugnaron desde el comienzo la libertad absoluta: «¿Creéis acaso –preguntaba Miguel Hidalgo
en 1810– que no puede ser verdadero católico el que no esté
sujeto al déspota español?»20
Esa alianza existente entre la Iglesia y el Estado constituyó la
piedra angular del edificio feudal, sistema social implantado por
España en Suramérica que haría posible la explotación de la región
durante tres siglos.21
Las divisiones, las ambigüedades y la adherencia al monarquismo
español estancaban el proceso libertario. Es así como, el mismo año
de 1810, los cabildos de Maracaibo, Montevideo, Paraguay, Coro y
Alto Perú proclamaron su apoyo al Consejo de Regencia español y
al monarca prisionero de Francia.
La proclamación de la Constitución gaditana en 1812 –que acogió importantes conquistas para los americanos– y, en 1814, la vuelta
al trono español de Fernando VII –que se opuso a las conquistas
liberales alcanzadas– contrariaron significativamente los planes independentistas de los criollos.
C. L. Bohórquez, «La tradición republicana», El pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid, 2000, p. 77.
21
F. J. Caballero Harriet, Algunas claves, p. 282.
20
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Escuelas de pensamiento que orientan
el proceso emancipador en la región
Liberalismo en Hispanoamérica
Con la vuelta al trono de Fernando VII, los liberales españoles
sufrieron un duro golpe, debido a que todas las conquistas logradas
en la Constitución de Cádiz fueron abolidas. Dicha situación estaba
llamada a repercutir en Hispanoamérica, pues tal como afirma José
Luis Abellán, el «liberalismo español y la descolonización van unidas
en el pensamiento español del siglo xix».22 Marcelino Menéndez y
Pelayo sostiene la idea de que el movimiento emancipador de la región se habría retrasado de no contar con la connivencia o –más aún–
el franco y decidido apoyo de los sectores liberales metropolitanos.23
De acuerdo a la documentación disponible al día de hoy, ciertamente ha de sopesarse la consideración de que el liberalismo español
puso las bases de la descolonización de los países hispanoamericanos, toda
vez «que en varias ocasiones contribuyó a ello y, cuando vio que era
imposible compaginar la libertad en ambos hemisferios, prefirió la
del nuevo continente».24 En apoyo de esta posición se cita el memorable hecho ocurrido en 1814, cuando catorce mil soldados españoles prestos a embarcar desde el puerto de Cádiz para reconquistar
Buenos Aires no pudieron zarpar debido al pronunciamiento militar
de Rafael de Riego y al amotinamiento de una parte de las tropas.
Puede demostrarse que tanto los liberales españoles (a partir de
1808) como los hispanoamericanos (desde 1810) tuvieron causas
legítimas para lanzarse a luchar por la independencia y por la instauración de un Estado-nación. En la consecución de estos objetivos
José Luis Abellán, Historia crítica del pensamiento español. Liberalismo y romanticismo (1808-1874), tomo IV, Madrid, 1984, p. 220.
23
Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, tomo
VI, 1965, p. 161.
24
J. L. Abellán, Historia crítica, tomo IV, p. 220. Convencido de la idea aquí
enarbolada, el historiador español argumenta: «El liberalismo es un momento
progresista en la historia ideológica de nuestro país que constituye un avance
decisivo en la emancipación americana. No solo es un eslabón que favorece la
independencia de dichos países, sino que en muchos casos la propicia y se alegra
de ella». P. 218.
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tuvieron las mismas orientaciones ideológicas y compartieron algunos obstáculos, pero también gozaron de la protección de una
institución que los reunía: la logia masónica. No obstante, hay un fenómeno distintivo entre los dos grupos: en Hispanoamérica se cortó
políticamente de manera inmediata el cordón umbilical que unía al
esquema monárquico de gobierno, mientras que en España solo se
logró instaurar la república hacia 1873. Por supuesto, ya en el período de 1835-1840 los liberales españoles lograron: a) la abolición del
régimen señorial, b) la desamortización y c) el establecimiento de un
régimen censitario.
En América las antiguas colonias hispánicas se sirvieron de la corriente liberal para la obtención de la libertad política, sinónimo de
independencia. En este sentido, el liberalismo fue el sistema de ideas
enarbolado por los intelectuales más radicales. Así pues, el «pensamiento político de la emancipación se configuró –al parecer de
Yamandú Acosta– sobre una matriz liberal que encontró sus fuentes
en el liberalismo inglés, especialmente Locke y Paine, en las ideas de
la Ilustración, particularmente Rousseau, Montesquieu y Voltaire, y
en el liberalismo federal constitucional norteamericano».25
De Locke se tomó prestada la idea de la inseparabilidad de libertad y propiedad privada en cuanto manifestación básica de los
derechos naturales; y de Paine, el antiabsolutismo y el énfasis en la
soberanía popular.
Empero, el liberalismo hispanoamericano se tornó conservador
en la época post-independentista, dado que se constituyó en el sostén ideológico del sistema de privilegios de la élite criolla casada
con el poder. Si en Europa el liberalismo fue expresión de una clase
en franco ascenso, aquí, por el contrario, devino el repertorio doctrinario al que acudieron los sectores ilustrados minoritarios para
fundamentar la revolución emancipadora y luego implantar su hegemonía. El liberalismo hispanoamericano fue crítico únicamente
hasta la ruptura revolucionaria independentista.
25
Yamandú Acosta, «El liberalismo. Las ideologías constituyentes. El conflicto
entre liberales y conservadores», El pensamiento social y político iberoamericano del
siglo xix, Madrid, 2000, p. 345.
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La Ilustración y su acogida limitada en Hispanoamérica
Liberalismo e Ilustración se combinaron en la región para
sustentar ideológicamente los esfuerzos emancipadores; pero la
Ilustración que aquí se asumió estuvo limitada por las condiciones
materiales de la sociedad. Si en Francia, por ejemplo, la Ilustración
conllevó una revolución política, económica, social y espiritual, en
América hispánica tan solo consiguió la ruptura del orden político.
En las nuevas repúblicas la tradición no experimentó un menoscabo
significativo.
En lo que concierne a los procesos de socialización e instrucción, los criollos fueron formados en base a cuatro grandes núcleos
axiológicos: nobleza de linaje, pureza de sangre, fe católica y cultivo
de la lengua castellana.26 Y ello a tal grado que nuestros ilustrados
supieron compaginar su pensamiento y su quehacer libertarios con
los principios básicos de la escolástica y el catolicismo: «Nuestros
grandes hombres de pensamiento, que reclamaban un espacio para
las nuevas ideas –afirma Rafael Morla–, actuaron bajo la sombrilla de
la propia Iglesia, o de la administración colonial, lo cual, obviamente, limitaba el alcance de sus observaciones y sus críticas».27 Fue la
corriente positivista –considerada por algunos (y con razón) nuestra
filosofía ilustrada28– la que iría a enfrentar el paradigma religioso29
en los terrenos filosófico y educativo.
C. L. Bohórquez, «La tradición republicana», p. 66.
Rafael Isidro Morla de la Cruz, La Ilustración en Santo Domingo durante los siglos
xviii-xix (tesis doctoral), Universidad Complutense de Madrid, 2009, p. 105.
28
«Octavio Paz ha dicho que el positivismo latinoamericano fue nuestra Ilustración.
No tanto porque no haya habido una ilustración latinoamericana, que la hubo en
la época de la Independencia, sino más bien porque el impulso secularizador se
cumplió más radicalmente con el positivismo nuestro que con nuestra ilustración»,
Carlos Rojas Osorio, Filosofía moderna en el Caribe hispano, México, 1997, p. 585.
29
C. Rojas Osorio atribuye la recurrente contemporización de nuestros ilustrados
con la fe religiosa, específicamente con el catolicismo, a dos hechos básicos:
primero, que no pocos sacerdotes gestaron o tomaron parte activa en la lucha
por la independencia, como Miguel de Hidalgo y J. Ma. Morelos en México, o
en República Dominicana Bernardo Correa y Cidrón; segundo, que la doctrina
de la soberanía popular fue aprendida por muchos ideólogos latinoamericanos
gracias al trabajo de los jesuitas: de Suárez, de Mariana y de Domingo de Soto.
Al respecto, ver C. Rojas Osorio, Latinoamérica. Cien años de filosofía, Vol. I, San
Juan, Puerto Rico, 2002, pp. 22-23.
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Mientras tanto, en el lapso que se dio entre la Ilustración y el positivismo, el romanticismo vendría a plantear la profundización del
proceso emancipador a fin de incluir a su vez el aspecto intelectual
o cultural y poder así rebasar la independencia meramente política.
Los filósofos ilustrados más influyentes
En la región la Ilustración se abre paso mediante tres vías: la expansión de las ideas liberales que campeaban en España, la Ilustración
francesa y el liberalismo inglés. Feijoo, Jovellanos, Rousseau,
Montesquieu, Voltaire, Diderot, Locke, entre otros, figuran como
los autores ilustrados de mayor incidencia en Hispanoamérica.
Del grupo, el que mayor impacto tuvo fue Rousseau. Y, por ello
mismo, sus obras fueron las más censuradas, obligándose a su lectura
clandestina. Sus ideas sobre la soberanía del pueblo, la ley como expresión de dicha soberanía, el contrato social, la libertad, la igualdad,
el ideal federalista y la crítica del despotismo contribuyeron enormemente a ilustrar la mente de un núcleo selecto de criollos decididos
a criticar el régimen colonial y a planear su derrocamiento. Salvador
de Madariaga opina que el pensamiento rousseauniano penetró en
las Indias sobre todo por vía de España. Los periódicos que polemizaban en torno a su nombre y opiniones sirvieron para propagar sus
ideas por el Nuevo Mundo. Los dirigentes del pensamiento español,
muy leídos en las Indias, eran todos más o menos rousseaunianos.
Pero además muchos jóvenes regresaban a sus respectivos países con
las últimas creaciones de la literatura francesa, que siempre incluían
las de Rousseau.30
Dentro de la línea de influencia ilustrada, al ginebrino sigue el
barón de Montesquieu, con su teoría sobre la limitación y división
del poder político, y su visión de la ley amparada en el carácter y en
las costumbres de los pueblos.
Pero las condiciones educativas y culturales del reducido grupo
que asume el ideal ilustrado como faro de luz de su accionar político
30
Salvador de Madariaga, Auge y ocaso del imperio español en América, Madrid, 1979,
p. 541. Citado por C. Rojas Osorio, Filosofía moderna, México, 1997, p. 23.
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contrastan con las del resto de la sociedad colonial. En este pequeño círculo ilustrado hispanoamericano sobresalen especialmente
Miranda, Bolívar, Sucre, San Martín, O’Higgins, Hidalgo, Morelos,
José Cecilio del Valle, Mariano Moreno y José Núñez de Cáceres.
Francisco de Miranda y Simón Bolívar
Miranda ostenta el mérito de ser el precursor de la propagación
y asunción del ideario ilustrado en América. Sus convicciones lo llevaron a organizar en 1806 una expedición para liberar a Venezuela
y convertirla en república –expedición que fracasó–. En época tan
temprana como 1783, Miranda da a conocer su intención de independizar las provincias españolas y conformar con ellas una sola nación: Colombia. Hacia 1801 divulga por varios cabildos de la región
el Proyecto de gobierno federal.
Vale apuntar que, en el marco de las gestiones libertarias,
Miranda se puso en contacto con los ingleses y que, como buen masón, ganó adeptos y colaboradores entre los hermanos de logia. Son
expresiones de su adherencia al ideario ilustrado la preeminencia de
las virtudes de la razón, el orden como fuente de bienestar y la fe
en el progreso ilimitado del hombre. Hay influencias directas de
Montesquieu en Miranda, siendo la primera la idea de «que todo
proyecto constitucional […] debe estar adaptado a las condiciones
naturales del continente, así como a las costumbres y necesidades
de sus habitantes». La segunda, «que solo una sabia división de los
poderes puede darle estabilidad a un gobierno».31
Francisco de Miranda fue abonando el terreno para la siembra
del ideal independentista en Suramérica hasta la llegada de Simón
Bolívar. Bolívar no coincidió totalmente con las posiciones de
Miranda, si bien ambos fueron admiradores de la revolución inglesa,
la revolución estadounidense y la francesa. Miranda fue un seguidor
fiel de los ingleses y norteamericanos, por lo que no puso reparos
a las ayudas que estos le concedieron. Incluso llegó a preparar una
expedición desde Estados Unidos, la cual desembarcó en territorio
C. L. Bohórquez, «La tradición republicana», p. 71.
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venezolano. Bolívar fue más cauteloso, ya que captó las diferencias
culturales entre Suramérica y el mundo anglosajón, diferencias que
con el tiempo traerían consecuencias importantes a nivel político.
Simón Rodríguez: preceptor de Bolívar
Simón Bolívar recibió una educación privada de manos de Simón
Rodríguez. Se afirma que el tutor aplicó algunas de las directrices
planteadas en el Emilio de Rousseau. De adulto, el discípulo llegó a
decir: «Usted, maestro mío, usted formó mi corazón para la libertad,
para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el
sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto».32
Al igual que en su maestro, en Bolívar encontramos la presencia del ideario filosófico-político, social y jurídico de la Ilustración,
en especial de Montesquieu, lo cual se ejemplifica en las siguientes
ideas centrales que el apóstol latinoamericano hizo suyas: a) las
instituciones de una sociedad determinada constituyen órganos de
supervivencia dentro de un medio geográfico, cultural e histórico; y
b) las instituciones políticas de una sociedad deben estar enraizadas
en sus costumbres y climas. Sin embargo, Bolívar pone reparos a
la clásica división tripartita de poderes postulada por Montesquieu
con el objetivo de procurar un adecuado equilibrio social. ¿Por
qué Bolívar no adopta dicha fórmula, la cual fue adoptada como
un catecismo por las democracias liberales de la época, en especial
en Inglaterra y Estados Unidos? Sucede que conforme fue aquilatando la cruda realidad de las jóvenes repúblicas de Sudamérica,
Bolívar concluyó que los tres poderes clásicos propuestos por
Montesquieu (Legislativo, Ejecutivo, Judicial) no eran suficientes
–aunque sí necesarios– para el gobierno de los países provenientes
de la América española. Es por ello que agregó un cuarto poder:
el moral.33
32
33
Mario Laserna, Bolívar, un euro-americano ante la Ilustración, Bogotá, 1986, p. 70.
Como dijo Bolívar en un decreto de 1819: «La Cámara de Moral dirige la opinión moral de toda la República, castiga los vicios con el oprobio y la infamia,
y premia las virtudes públicas con los honores y la gloria. La imprenta es el
órgano de sus decisiones… También publicará cada año listas comparativas de
los hombres que se distinguen en el ejercicio de sus virtudes o en la práctica de
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Como sostiene Eduardo Rozo Acuña, Simón Bolívar, que por
supuesto no ignoraba el valor de las concepciones liberales modernas, pensaba que las visiones de los antiguos acerca de la libertad
eran las más adecuadas para organizar las repúblicas de la América
hispánica.34
En Bolívar anidaba la opinión de que la forma de gobierno más
apropiada para nuestras sociedades hispanoamericanas no era la
modalidad democrática o republicana sin más, sino un poder centralizado: «El pensamiento que encontramos más constante en Bolívar,
en materia de organización del Estado, es el de Montesquieu, con su
realismo histórico, con su exigencia de atender la realidad. No se trata
de funda «repúblicas aéreas, inspiradas en Norteamérica, Inglaterra o
Francia».35 Al descartar la fórmula tripartita del autor francés por ser
inapropiada para la región, Bolívar aplicó parte de su misma conceptualización, pues se dio cuenta de que dicha fórmula no se ajustaba a
las costumbres e instituciones de los pueblos sudamericanos.
Documentos y obras de la Ilustración que más influyen
La primera obra en Hispanoamérica que recoge las ideas de
Rousseau fue Oración vindicativa del honor de las letras, una refutación
de su Discurso sobre las ciencias y las artes escrita en Cuba hacia 1763
por el dominico Cristóbal Mariano Coriche. Además, según refiere
Carlos Rojas Osorio, un libro ilustrado amplia y tempranamente
acogido en los círculos hispanoamericanos fue Historia filosófica
y política de los establecimientos y del comercio de los europeos en las dos
Indias, obra publicada en 1770 por el abate Raynal en la que se ataca
el sistema esclavista, se defiende la libertad y se da un tratamiento
elogioso a los criollos.36
Otro hecho importante en la expansión de la Ilustración en el
continente lo constituye la publicación del texto de la Declaración
los vicios públicos». Citado por Eduardo Rozo Acuña en el estudio preliminar
de Simón Bolívar. Obra política y constitucional, Madrid, 2007, p. LXXIV.
34
Ibídem.
35
C. Rojas Osorio, Latinoamérica, vol. I, p. 30.
36
Ibídem, pp. 23-24.
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de los derechos del hombre y del ciudadano, edición preparada por don
Antonio Nariño en su propia imprenta.37
El documento fue editado y difundido en Venezuela hacia 1797, añadiéndosele en dicha ocasión un importante discurso motivador. Debido
a la gran proliferación de escritos de esta índole en la región, en 1803 la
Inquisición mexicana prohibió la versión castellana de El contrato social.
Pero hacia 1809 salió a la luz en Caracas una traducción de la
referida obra llamada «edición de Vargas». Y para el 1810, el ilustrado argentino Mariano Moreno,38 secretario a la sazón de la Junta
Revolucionaria de Buenos Aires, dirigió la impresión de otra traducción del mismo texto, de la que eliminó el capítulo final alusivo a la
cuestión religiosa.39 A esta edición incompleta de El contrato social
Moreno añadió un prólogo de su autoría.40
Canales e instituciones de divulgación
Entre los hechos que más favorecieron la difusión de los ideales ilustrados en la región figura la introducción de la imprenta.
Dado que estaba estrictamente prohibida la difusión de ideas relativas a la
Revolución Francesa, a Nariño lo enviaron a una prisión de África.
38
Para el referido filósofo C. Rojas Osorio, Mariano Moreno es el principal representante de la Ilustración latinoamericana. Al referirse al imperio español en América,
el ilustrado argentino parece inspirado en el ginebrino al afirmar que «La fuerza
y la violencia son la única base de la conquista que agregó estas regiones al trono
español; conquista que en trescientos años no ha podido borrar de la memoria
de los hombres las atrocidades y horrores con que fue ejecutada, y que no habiéndose ratificado jamás por el consentimiento libre y unánime de estos pueblos,
no ha añadido en su abono título alguno al primitivo de la fuerza y la violencia
que la produjeron». Citado por Boleslao Lewin en Rousseau en la independencia de
Latinoamérica, texto referido por C. Rojas Osorio, Latinoamérica, p. 27.
39
Mariano Moreno fue un laico católico fiel a sus creencias religiosas. La exclusión
de la parte final de El contrato social fue algo premeditado que tuvo por finalidad
el no herir susceptibilidades en la inmensa mayoría de sus posibles lectores,
católicos al igual que Moreno. Con esta parte mutilada, el libro, qué duda cabe,
se divulgaría más ampliamente –sirviendo efectivamente a una causa políticoideológica comprensible–, pero con ello se cometió un grave error, pues quedó
comprometida la honestidad intelectual de su difusor.
40
Aquí se va en elogios de Rousseau y de su principal escrito político: «Entre varias
obras […] he dado el primer lugar escrito por el ciudadano de Ginebra Juan
Jacobo Rousseau. Este hombre inmortal que formó la admiración de su siglo y
será asombro de todas las edades». En B. Lewin, Rousseau, citado por C. Rojas
Osorio, Latinoamérica, p. 27.
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Durante la segunda mitad del Siglo de las Luces y los primeros años
del xix aparece la imprenta en al menos diez de las principales ciudades hispanoamericanas. En ellas se reimprimen y editan textos y
documentos claves de contenido ilustrado como El contrato social y la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, así como también
cartas, manifiestos y textos constitucionales de los más destacados
líderes de la emancipación latinoamericana: Miranda, Bolívar,
Morelos, San Martín, Núñez de Cáceres, etc.
En cada uno de los centros urbanos principales surgió más de un
periódico y se fundaron revistas con fines similares.
Un rol significativo desempeñaron las denominadas sociedades
económicas «amigas del país», «del progreso», «de la luz». Gracias
a sus iniciativas se abrieron diversos espacios públicos y privados
para el conocimiento y debate de los autores y obras iluministas más
sobresalientes. Otro evento cultural que cabe resaltar fue la creación
de tertulias o espacios culturales dedicados a discutir las nuevas ideas
y comentar el último libro llegado de Europa.
Mención aparte merece la presencia de instituciones secretas, en
especial la masonería. Impulsora de la tolerancia, de la libre difusión
de ideas filosóficas y de la libertad de culto, la logia masónica acogió en su seno y respaldó en todos los órdenes a los gestores de la
acción libertaria. Su presencia en toda Europa, incluyendo España,
sirvió para constituir una red de contactos y apoyo que auxilió a
todos aquellos que, en diferentes comarcas, luchaban en contra
del colonialismo, la esclavitud, la monarquía, el oscurantismo y el
dogmatismo.
Espíritu romántico y tendencia transformadora
Los emancipadores mentales de Hispanoamérica tienen en el
romanticismo el movimiento más acorde con su accionar sociopolítico, intelectual y educativo. Desarrolladas entre las décadas del
treinta y del ochenta de la centuria decimonónica, sus propuestas reciben de hecho la impronta fundamental del romanticismo social.41
Estela M. Fernández, «El proyecto de unidad continental en el siglo xix», El
pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid, 2000, p. 52.
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La Ilustración y el liberalismo fueron herramientas teóricoideológicas útiles para la consecución de la emancipación política,
pero ahora, roto ya el lazo umbilical con la Corona española, se
necesitaba hacer la crítica a las instituciones tradicionales que sostuvieron la vida colonial. Tal enjuiciamiento debía hacerse desde un
alter ego, a partir de un núcleo histórico-social-cultural propio. El
mismo implicaba la voluntad de indagar las singularidades de un ser
colectivo que se captaba único, original y valioso. Para ello el romanticismo devino la doctrina más apropiada. Urgía buscar y valorar los
orígenes: «¿Dónde iremos a buscar modelos? –se interrogaba Simón
Rodríguez, maestro de Bolívar– La América española es original… O
inventamos o erramos».42
Durante el siglo xix emergen las condiciones que permiten el
desarrollo pleno de los sentimientos románticos: sensibilidad especial por la naturaleza, exaltación de la voluntad individual, amor por
la historia y sentido nuevo de la misma, apego a la libertad, veneración a los que padecen por ella, valoración de lo irracional sobre lo
racional.
Rousseau es el precursor más sobresaliente del romanticismo en
Francia. En su Nueva Eloísa tenemos ya la iniciación de la novela
sentimental.
El romanticismo emerge primeramente en Inglaterra y luego en
Alemania, para extenderse después a Francia, desde donde se propagará más tarde por Italia y la península ibérica. Respecto a América
y el romanticismo, Pedro Henríquez Ureña señala:
El romanticismo llegó a América (1832), directamente desde Francia, poco antes que a España, en la obra de Esteban
Echeverría: después del poema La cautiva (1837), llevó tras
sí a toda la juventud de la zona del Río de la Plata. Bello
había proclamado la independencia intelectual de América
en 1823 […]43
Simón Rodríguez, Obras completas, tomo I, Caracas, 1975, p. 343.
Pedro Henríquez Ureña, «Historia de la cultura en la América hispánica», Obra
dominicana, Santo Domingo, 1988, p. 329.
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Para ciertos autores, el romanticismo es un movimiento tan solo
literario; sin embargo, hay que puntualizar que constituye también
una concepción nueva del mundo, un tipo de pensamiento y un
estilo de vida radicalmente distintos, si bien es en Alemania donde
adquiere mayor desarrollo, revistiéndose allí de una reconocida dimensión filosófica.
En tal sentido, Johann G. Herder, basándose en el Sturm und
Drang o Tempestad e impulso y en el Volkgeist o espíritu del pueblo,
realiza una importante labor pionera. En efecto, Herder descubre
que:
[...] los pueblos y las culturas van más allá de una mera sociedad organizada para fines racionales al modo contractual
o del Despotismo Ilustrado. Más allá de eso, el pueblo tiene
un espíritu, un alma colectiva que se vierte en primer lugar en
su poesía tradicional, en su lenguaje, y, en consecuencia, en
todos los contenidos del lenguaje: mitología, derecho, poesía
ya culta, etc. Esta idea del pueblo es una idea capital para la
comprensión del Romanticismo.44
Otro momento clave del despliegue de la corriente romántica
lo constituye la conceptualización del Yo, un logro del idealismo
alemán: en Fichte surge el yo, en Schelling, el yo absoluto, mientras en
Hegel se encuentra al yo elevado a la idea absoluta.
Asimismo resultan importantes los postulados de Fichte en torno al espíritu nacionalista, los cuales elabora a partir del estudio del
caso alemán.
No obstante estas valiosas aportaciones en el campo filosófico,
es dentro del arte donde la corriente romántica cobra su impulso
decisivo. El rol de Federico Schlegel, con su movimiento Sturm und
Drang45 (Tempestad e impulso), de 1770, es de especial significación.
José Santos, «Romanticismo y tradicionalismo», en www.memoriachilena.cl/
archivos2/pdfs/MC0001551.pdf. Consultado el 19/10/2010.
45
Estamos ante un movimiento literario y filosófico que se desarrolla en Alemania
durante la segunda mitad del siglo xviii y que constituye el antecedente inmediato
del romanticismo. Las actitudes peculiares de dicho movimiento quedan sintetizadas en las palabras que le sirven de lema. Se trata de expresiones irracionalistas
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A partir de sus creaciones se asume con enérgico impulso el rechazo
de la Ilustración, afianzándose en cambio lo irracional y sentimental
como valor dominante.
La modalidad historicista del romanticismo es particularmente significativa en el contexto de los países iberoamericanos, sobre
todo cuando ya han conquistado la independencia y se proponen
realizar cambios en sus estructuras sociales. Los románticos
confieren un gran significado al conocimiento y estudio de los
eventos históricos debido a que ayudan a encontrar las raíces del
presente. Si los europeos se impusieron como imperativo el recuperar los estudios de la sociedad medieval –reinaba la convicción
de que cada etapa histórica crea valores y hace aportes peculiares
a los que no se puede renunciar–, en Hispanoamérica esta tendencia se manifestó en la inclinación por el estudio de los orígenes
del hombre americano. Conforme a tal espíritu, se ven surgir los
primeros historiadores de la región. Y junto a ellos surgen los primeros mitos fundantes: la creación de símbolos patrióticos y las
primeras valoraciones (de amor-aprobación u odio-rechazo) del
pasado colonial o hispánico y del mundo indígena, pero también
del mundo resultante del encuentro-choque étnico-cultural: el
mundo mestizo.
Todo ello es posible gracias a la nueva visión del progreso histórico que trae aparejada la visión romántica: «El progreso se asume desde
el punto de vista romántico como un sentido de desarrollo histórico,
mas no como el sentido necesario que le atribuía la Ilustración, sino
como aquel en el que tiene participación la voluntad humana».46
Para los intelectuales y artistas hispanoamericanos había llegado
la hora crucial de tomar en las manos la historia y de procurar, con
voluntad firme, las fórmulas que permitieran el progreso de sus respectivos países.
que encuentran su manifestación filosófica en los trabajos de Hamann, Herder y
Jacobi, los cuales, si bien toman en cuenta las limitaciones propuestas por Kant
a la razón, solo lo hacen para intentar ir más allá de la razón misma y recurrir de
esta suerte a la experiencia mística o religiosa.
46
Alejandro Serrano Caldera, «Las últimas etapas de la Ilustración y el despertar
y desarrollo del romanticismo», El pensamiento social y político iberoamericano del
siglo xix, Madrid, 2000, p. 250.
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Las lecturas de Víctor Hugo –el autor que probablemente lleva
más lejos la unión del romanticismo literario con el romanticismo
político y social– reforzaron las convicciones y el amor por lo popular.47
Todo lo anterior ha de ser complementado con la aparición de la
Escuela histórica del derecho y con los notables aportes de Carlos von
Haller, quien rechaza el jusnaturalismo racionalista del líder de dicha escuela, Friedrich Karl von Savigny. Savigny concibe la historia
como fundamento del derecho, siendo este entendido como conciencia colectiva de los pueblos. En este orden, es importante mencionar
la contribución de Gustavo Hugo, quien afirma el derecho como
manifestación de la conciencia popular en desarrollo. Estos postulados del historicismo jurídico debieron ser conocidos en América,
toda vez que los principales gestores de la vida política e intelectual
de entonces provenían del ámbito de la jurisprudencia.
Nueva valoración y vuelco a lo popular
Muy pronto estaba por verse en Hispanoamérica si la independencia implicaba la generación de cambios estructurales en beneficio de los sectores populares, o si más bien significaba la simple
transposición de poderes. El primer caso conllevaba la eliminación
del latifundio heredado, la liquidación de las relaciones precapitalistas fundadas en la servidumbre y la esclavitud, la educación de
las grandes masas analfabetas, etc. Sin embargo, lejos de tomarse
semejantes medidas, lo que ocurrió fue que se dieron situaciones en
que «la esclavitud y el tributo indígena, abolidos durante la independencia, tuvieron que ser restaurados ante la imposibilidad del Estado
nacional de encontrar fuentes para su financiamiento».48
«Hugo –señala Serrano– llevó más lejos que ninguno los principios de la absoluta libertad del genio creador […] En su rebelión contra toda imitación, no solo
superó las estrictas normas referidas a las formas literarias, sino que innovó fundamentalmente respecto del contenido, incorporando al sentimiento, la naturaleza
y el elemento local y nacional como temas literarios». A. Serrano Caldera, «Las
últimas etapas», p. 250.
48
Joaquín Santana Castillo, «Identidad y cultura de un continente. Iberoamérica
y la América sajona. Desde la Doctrina Monroe hasta la guerra de Cuba», El
pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid, 2000, p. 28.
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Esto no impidió, sin embargo, que algunos de los más sobresalientes liberales románticos de la región se plantearan la necesidad de
producir ciertas transformaciones que implicaran la promoción de lo
popular, lo cual encajaba plenamente con los rasgos que caracterizaban al romanticismo hispanoamericano: la búsqueda de una cultura
propia, el esfuerzo por crear una organización política adecuada a
la propia realidad, el rechazo del pasado colonial y la creación de
una filosofía americana que respondiera con sentido práctico a los
problemas concretos surgidos en el nuevo espacio-tiempo.
Dos de los intelectuales de aquel momento rozaron posturas
radicales. Uno de ellos fue el joven argentino Juan Bautista Alberdi,
quien abogaría por un nacionalismo con base social y popular: «La
emancipación de la plebe es la emancipación del género humano –postulaba–, porque la plebe es la humanidad, como ella es la
nación. Todo el porvenir es de la plebe».49 Muy hondo había calado
en él el Volkgeist o espíritu del pueblo, pues a su juicio (al menos en
su etapa juvenil) el pueblo revestía características sagradas; y de ahí
que exhortara: «Respetemos el pueblo, venerémosle, interroguemos sus exigencias».50
El segundo fue Simón Rodríguez, quien miró y reclamó a favor
del pueblo hispanoamericano, ese pobre pueblo que no había mejorado en nada su suerte a pesar de haberse entregado en cuerpo y
alma a la causa de la libertad:
Hágase algo por unos pobres pueblos –exhorta– que después
de haber costeado con sus personas y bienes […] o, como ovejas, con su carne y su lana […] la independencia, han venido a
ser menos libres que antes, y no culpen por ello a los caudillos:
el cuerpo militar no ha hecho constituciones. Antes tenían un
Rey Pastor, que los cuidaba como cosa propia […] Ahora se los
come vivos el primero que llega.51
Juan Bautista Alberdi, Bases y puntos de partida para la organización política de la
República Argentina, Santa Fe, 1957, p. 75.
50
Ibídem.
51
S. Rodríguez, Sociedades americanas, Caracas, 1990, p. 279.
49
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Inestabilidad política latinoamericana
y corrientes filosóficas pre-positivistas
Crisis interna y externa a mediados del siglo xix
Las contiendas por la conquista del poder político mantuvieron a las
naciones latinoamericanas al borde del colapso, sobre todo a partir
de la segunda mitad del siglo xix. Dictaduras, golpes de Estado,
exilios, guerras civiles, crímenes y en general los constantes enfrentamientos de conservadores y liberales no permitían viabilizar
proyectos nacionales que requirieran el más mínimo consenso. Las
élites impedían cualquier forma de incorporación de los sectores populares como ciudadanos plenamente empoderados. Ante esta fuerte
división estructural, las sociedades latinoamericanas se sumieron en
una especie de «callejón sin salida».
Pero el escenario político-social se complicó aún más cuando los
Estados Unidos –aprovechándose de la situación– se dispusieron a
imponer su hegemonía en la región bajo el amparo de la Doctrina
Monroe. Es así como México sufre en 1845 la primera invasión, para
luego ser agredido otra vez en 1848, cuando pierde unas 945 mil millas de su territorio: lo que ahora es Texas, Arizona, Nuevo México,
California, Nevada, Utah y parte de Wyoming.
Mas no solo fue en México, también en Centroamérica,
Colombia, Venezuela, Perú, etc., se vivieron pesadillas debido a las
políticas intervencionistas de las antiguas y nuevas potencias, y especialmente en virtud de los ataques del filibustero William Walker.
Perú, por ejemplo, estuvo a punto de ser bombardeado en 1864 por
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España, país que logró apoderarse de una parte de sus islas adyacentes; en tanto que República Dominicana fue recuperada como colonia por la Corona española (1861-1865). Este panorama sombrío es
retratado por Juan Montalvo (1866):
En este Nuevo Continente […] están pasando los acontecimientos más terribles que nunca vio la tierra. Veis a una gran
nación dividirse en dos falanges formidables; hermanos eran
ayer, hoy enemigos […] El mexicano muere por defender su
patria, el francés por dar nuevos esclavos a la suya; el dominicano muere por defender su patria, el español por dar nuevos
esclavos a la suya; pero todos mueren y cumplen con la ley
natural de matarse unos a otros.52
Como refiere Montalvo, Europa sufría también sus propias calamidades. Sus dos grandes potencias, Francia e Inglaterra, permanecen signadas por la amenaza latente y el temor recíproco. La primera
vive, además, la ebullición generada por una clase obrera que cada
vez más se abre campo. Este estrato social ya se había levantado en
1848, pero ahora contaba con un partido de ideología socialista que
reivindicaba sus intereses.
La inestabilidad no era, pues, un rasgo exclusivo de la realidad
hispanoamericana, y también España experimentaba sus efectos.
Aparte de la crisis, cundía en ella el temor: no estaba preparada
para experimentar la pérdida de sus más importantes territorios de
ultramar.
Crisis y corrientes filosófico-literarias entre 1807-1900
La generalizada inestabilidad de la sociedad latinoamericana a
mediados del siglo xix iba a precisar de orientaciones rectificadoras
provenientes del ámbito filosófico. Procedentes de Europa, solo
algunas de dichas corrientes servirían de faro de luz para guiar los
pasos de un continente aturdido.
52
Juan Montalvo, «Sobre América», Fuentes de la cultura latinoamericana, México,
1993, p. 218.
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Al presentar el mapa filosófico de la región durante el largo
período que abarca la emancipación colonial (1807-1900), Carlos
Beorlegui distingue los siguientes momentos:
a. 1807-1820: Intelectuales como Alberdi, Sarmiento, etc., se
empeñan en conseguir lo que denominan la «segunda emancipación» o «emancipación cultural». La Ilustración francesa e
inglesa tiene aquí notoria influencia.
b. 1820-1870: Se percibe el fracaso del intento revolucionario, pues
no se cuenta con las bases sociales requeridas para constituir
repúblicas democráticas. Entre las escuelas o movimientos principales de esta etapa sobresalen el romanticismo liberal, el idealismo, el socialismo utópico, el eclecticismo de Victor Cousin y
el krausismo.
c. 1870-1900: Muchos países transitan estadios de cierta estabilidad
y organización, aunque se asiste a un nuevo tipo de colonialismo.
Aquí se da la hegemonía casi absoluta del positivismo como teoría filosófica y base ideológica de la nueva burguesía.53
La filosofía ecléctica
El eclecticismo recoge aspectos idealistas y espiritualistas, y llega
a constituirse en la filosofía francesa de moda durante el período
de la Restauración. Su propulsor es Victor Cousin. El pensamiento
ecléctico surge en una época necesitada de tolerancia y moderación,
cuando las posturas radicales y dogmáticas no convienen ni en lo
político ni en lo educativo. Por eso tuvo buena acogida en Brasil, el
Cono Sur y en Cuba. Sus cultores cubanos le llamaron electivismo
o filosofía electiva, orientación filosófica que se avenía muy bien con
un contexto colonial en el que se plantearía la autonomía y luego la
independencia.54
Carlos Beorlegui, Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una búsqueda
incesante de la identidad, Bilbao, 2004, p. 74.
54
Dentro de este grupo de intelectuales cubanos destaca la labor pionera de José
Agustín Caballero, quien escribe en 1797 la primera obra de corte filosófico en
suelo cubano: Philosophia electiva. Este escrito sirvió de base al curso de filosofía
que impartió en septiembre de ese mismo año. Quince años después, Andrés
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Tanto por su carácter acogedor y tolerante de otras corrientes
filosóficas –de las cuales adopta diversos puntos de vista a los fines
de construir una verdad de vocación sintética–, como también por
su admisión de la existencia de Dios y su respeto a todas las manifestaciones religiosas, la filosofía ecléctica prendió bien en su suelo
natal, Francia, y también –aunque con menos intensidad– en España
y en varios países hispanoamericanos. En el país ibero, de hecho, se
siente desde los treinta hasta mediados del siglo xix.
El socialismo utópico
Aparte del pensamiento sensualista y ecléctico, en Iberoamérica
también se hizo sentir el utopismo socialista, movimiento originado
en Europa a partir de una nueva mentalidad forjada al amparo de
los procesos de la Revolución Francesa, la Revolución industrial
y la emancipación de América. Entre sus impulsores sobresalen
el inglés Robert Owen y los franceses Claude Henri de Rouvroy
(conde de Saint-Simon) y Charles Fourier. Más tarde aparecieron
Pierre-Joseph Proudhon, Louis Blanc, Auguste Blanqui, entre otros.
Aunque no se trata de un pensamiento esencialmente anticapitalista, sí puede anotarse que ante los excesos del sistema reivindica la
dignidad humana, la fraternidad universal, el libre desarrollo de la
individualidad, el progreso y la perfectibilidad humana.55
Su expansión por Hispanoamérica56 no es anterior a 1830. Algunos
de los pensadores nativos vinculados a esta doctrina son: Santiago
Arcos, Francisco Bilbao, Esteban Echeverría, Simón Rodríguez.
López de Medrano publicó en Santo Domingo el primer libro dominicano de
filosofía, Lógica.
55
Cecilia Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación y las políticas pedagógicas como herramientas de integración social y de control en Iberoamérica en el
siglo xix», El pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid, 2000,
pp. 118-119.
56
Un rasgo que la favoreció, principalmente en el Cono Sur, fue su forma de
abordar la cuestión religiosa. También pueden argüirse como causas de su
diseminación por el Nuevo Mundo las falencias que presentaba la imperfecta
organización social de la época: la fragmentación y los conflictos que reinaban
en la sociedad, las discriminaciones de casta y de raza, y otros fenómenos que
contrariaban la convivencia y la posible igualdad y fraternidad humanas.
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Simón Rodríguez desarrolló un tipo de aproximación especial
con algunos de los teóricos de esta corriente. El que fuera uno de
los principales mentores de Simón Bolívar permaneció entre 1810
y 1828 en Europa, donde trató personalmente a Pedro Leroux y
al padre Prosper Enfantin, orientadores de una secta socialista romántica que enarbolaba los postulados utópicos de Henri de SaintSimon. En Valparaíso, Rodríguez dio inicio a uno de los libros
más provocativos de su época, Sociedades americanas (1828). Entre
muchos tópicos aquí dilucidados hay uno que sobresale y tiene que
ver con el…
[…] funcionamiento de colonias utópicas destinadas a reformar la pervertida vida de las ciudades, llevando los niños pobres, puros en cuanto no comprometidos con los privilegios,
al desierto, con el objeto de alcanzar allí las bases de una nueva
vida social y una verdadera república.57
La preocupación de Simón Rodríguez respecto de las condiciones de vida y de trabajo de los indígenas y del resto de las masas
empobrecidas lo convierte en el «primer socialista americano».58
Más tarde, durante la segunda mitad de la centuria decimonónica, surge una pléyade de pensadores muy sensibles a las necesidades
de los sectores marginados del campo y de las ciudades afectados por
la naciente industria. En el modo en que estos pensadores abordan
los problemas económicos y sociopolíticos es palpable un cierto
aliento del socialismo utópico. Como ejemplos de esta tendencia de
pensamiento cabe citar al argentino Serafín Álvarez y al dominicano
Pedro Francisco Bonó.
Arturo Andrés Roig, «Política y lenguaje en el surgimiento de los países iberoamericanos», El pensamiento social y político iberoamericano del siglo xix, Madrid,
2000, p. 134.
58
Salvador E. Morales Pérez, «Ideales obreros y socialistas ante los procesos de
industrialización y sus efectos en la historia intelectual de América Latina», El
pensamiento social y político iberoamericano durante el siglo xix, Madrid, 2000, p. 210.
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La corriente krausista y el papel jugado
por la Institución Libre de Enseñanza
Variante del idealismo alemán y vertiente del neokantismo, el
krausismo significó un importante recurso teórico a favor de la renovación espiritual y educativa de España y de algunos países de
América. Además del ámbito de la enseñanza, su impacto principal
se daría en el área jurídica.59
Su fundador, Karl Christian Friedrich Krause, no llegó a tener la
incidencia de otros idealistas alemanes; sin embargo, el espíritu de tolerancia y de acogida a lo religioso presente en su propuesta filosófica
explica el que la misma fuera recibida favorablemente en Iberoamérica.
Julián Sanz del Río, discípulo de Krause, tuvo la responsabilidad
intelectual de introducir en España el krausismo. Su tesis doctoral,
de 1856, se tituló La cuestión de la filosofía novísima. También escribió
Lecciones sobre el sistema de filosofía analítica de K. Ch. F. Krause y El
ideal de la humanidad para la vida. Con estas y otras obras, el quehacer filosófico hispánico se colocó a niveles de actualidad y altura
teórica.60 Hacia 1860 había ya un círculo consolidado de estudiosos
en España.
De singular importancia resulta la Institución Libre de Enseñanza
(1876) –«brazo práctico» del krausismo–, la cual estaría llamada a
ejercer también una destacada influencia en Latinoamérica. Su creador es Francisco Giner de los Ríos.61 Conoció a Sanz en 1863, quien
le dejaría marcado de por vida, tanto en lo filosófico como en lo
educativo y en la adopción de una moral laica.62
Eso no significa que los krausistas españoles descuidaran el aspecto propiamente
teórico, «prueba de eso es el cuidado que se dieron en exponer, explicar, interpretar y elaborar el sistema de Krause como sistema metafísico» (José Ferrater
Mora, Diccionario de filosofía, tomo III, Barcelona, 1998, p. 2035).
60
«El krausismo –nos dirá Manuel Maceiras– es la primera filosofía sistemática del
siglo. Porta un cierto orden cosmovisional: el «racionalismo armónico» (una concepción organicista del mundo donde se entrelazan el pensamiento y la acción)».
Manuel Maceiras Fafián, Pensamiento filosófico español, Madrid, 2002, p. 154.
61
Completan la nómina rectora Federico de Castro Fernández, Gumersindo de
Azcárate, Alfredo Calderón, Fernando de Castro, Nicolás Salmerón, Manuel
Sales y Alfonso Moreno Espinosa, entre otros.
62
Una especie de mística, inspirada en un ideal universal humanista, hizo del krausismo español «un estilo de vida», una «cierta manera de preocuparse por la
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61
El carácter privado de la Institución Libre de Enseñanza le
permitió poner en práctica las ideas reformadoras que la enseñanza
oficial no propiciaba ni toleraba. De ahí que «a los krausistas se opusieron violentamente los llamados «neos» (neocatólicos), en artículos
publicados en El pensamiento español».63 Su método pedagógico fue
concebido por Froebel, amigo de Krause que propugnó por una
educación integral, libre y activa.
El krausismo pasó directamente a varios países de Latinoamérica
dado que algunos jóvenes viajaron a estudiar a España, como sucedió
con Eugenio María de Hostos y muchos cubanos. Sin embargo, la divulgación del krausismo en los demás países se logró, bien mediante la
lectura directa de las obras de Krause y de sus discípulos, bien mediante
la lectura de los krausistas belgas (H. Ahrens y Guillaume Tiberghien).
Durante dos décadas –de los sesenta a los ochenta del siglo xix–
buena parte de la juventud hispanoamericana fue educada en las
obras de Sanz del Río: «Ha de tenerse en cuenta –nos dice Adriana
María Arpini– que el positivismo como cuerpo de doctrina sistematizado hace su aparición tardíamente en muchos ámbitos intelectuales
latinoamericanos…»64 Esto fue así especialmente en los países del
Caribe hispano, los cuales permanecieron subyugados por España
durante un tiempo más prolongado.
Eugenio María de Hostos es el pensador antillano que más significativamente acusa rasgos de raigambre krausista. En su etapa de
estudios en España trabó amistad con Sanz del Río y al regresar a
América desarrolló una ingente labor intelectual y educativa que se
centró en República Dominicana y Chile. En Santo Domingo, al
tiempo que fomenta el normalismo, escribe diversas obras donde
queda retratado como un pensador kraso-positivista.
Aparte del eclecticismo y del krausismo, hubo otros movimientos que a mediados del siglo xix incidieron en el mundo intelectual
y cultural latinoamericano.
vida y ocuparse en ella, de pensarla y de vivirla, sirviéndose de la razón como de
brújula para explorar segura y sistemáticamente el ámbito entero de lo creado».
J. Ferrater Mora, Diccionario, tomo III, p. 2035.
63
Ibídem, p. 2034.
64
Adriana M. Arpini, Eugenio María de Hostos, un hacedor de libertad, Mendoza,
2002, p. 312.
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Forja de la identidad hispanoamericana. Aportes
del romanticismo, el costumbrismo y el realismo
El proceso de búsqueda de la identidad
propia en los países recién creados
Tras la obtención de la independencia política, un núcleo importante del sector intelectual hispanoamericano se lanzó a procurar para
sus países la independencia en el orden cultural. Es lo que autores de
la región han convenido en denominar la segunda independencia. Se
trata de una mirada particular y crítica que capta las necesidades o
problemas más acuciantes y que sirve de base para intentar cambios
en lo social, lo económico y lo cultural.
A partir de esta paulatina transformación espiritual se va abandonando toda tendencia vinculante con el mundo hispánico y en
cambio se pone especial atención y valoración en lo local, en aquello
que más se distingue respecto a lo que fue el orden colonial. De ahí
el inusitado interés hacia saberes como la geografía, la historia y la
antropología; también el afán de conocer los tipos antropológicos
nacionales, al hombre del campo, etc. Pues hay una marcada tendencia a procurar por diversas vías los cimientos de la originalidad
latinoamericana: se buscan en la tierra, en la historia, en el ámbito
abierto de la cultura. Deviene clara, por tanto, la intención de ir
abandonando la antigua condición colonial, asunto complejo que no
se logra de la noche a la mañana, ni por decreto ni por medio de
formulaciones constitucionales.
De esta suerte en Hispanoamérica se asistía a un profundo cambio: se buscaba alcanzar el estatus de nación, para lo cual no bastaba
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la mera independencia política, lograda ya hacía varias décadas en la
mayor parte de los países.
Ya tuvimos ocasión de visualizar de qué manera contribuyó el
romanticismo a la fragua de una visión afincada en los aspectos
originales y vitales de Hispanoamérica. Bajo el ímpetu del nacionalismo liberal-romántico se adoptaron los símbolos patrios (escudos,
banderas, himnos) y se redactaron y promulgaron constituciones. La
filosofía, la literatura y el arte en general colaboraron con el fomento
y la difusión de unos valores nuevos que con urgencia habrían de ser
decantados y enarbolados.
América Latina estaba decidida a cultivar los elementos propios
de su identidad. A tal interés obedecen iniciativas muy diversas: realización de excursiones en los diversos países; exaltación poética y
narrativa de las exuberantes riquezas, recursos y paisajes de la tierra
americana; redacción de los primeros textos de «historia patria»;
planteamiento de la necesidad de una filosofía americana;65 publicación de importantes libros o ensayos que abordan temas históricos,
sociológicos, políticos y económicos.
Por último, salen a la luz creaciones literarias (poesía, leyendas,
cuentos y luego novelas) que desarrollan el espíritu criollista, y se
dedica –en algunos países– especial atención al indigenismo.66
En lo que respecta a la República Dominicana, «El nativismo
o criollismo literario surgió simultáneamente con la República, al
asumir los primeros escritores dominicanos una temática nacional
y patriótica».67
Aparte de la propuesta de J. B. Alberdi en torno a la creación de una filosofía
americana, está el esmerado interés de pensadores como Esteban Echeverría,
Alejandro Angulo Guridi y Pedro Francisco Bonó, quienes propugnan por la
libertad de pensamiento: «El espíritu del siglo lleva hoy a las naciones a emanciparse, a gozar de independencia, no solo política, sino filosófica». Frase de J.
B. Alberdi citada por P. Henríquez Ureña en Obras completas, Escritos políticos,
sociológicos y filosóficos, tomo V, Santo Domingo, 2004, p. 404.
66
La observación y el análisis de lo autóctono con fines epistémicos y axiológicos se
extendieron retrospectivamente hasta los indígenas. Desde mediados del siglo,
y hasta la década de los ochenta, el indigenismo fue una temática recurrente, lo
mismo en poesía que en novela.
67
Valentina Peguero y Danilo de los Santos, Visión general de la historia dominicana,
Santiago, 1981, p. 263.
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65
Los aportes del costumbrismo
Con el movimiento costumbrista adviene una mentalidad en
que las tradiciones y costumbres características de los pueblos
comienzan a ser objeto de estudio. Se trata de un movimiento
internacional que viene motivado por la tendencia romántica de
sintonizar con el espíritu del pueblo, por lo que se realza la obra de
los humildes y de la población anónima. La obra Episodios nacionales, de Benito Pérez Galdós, conecta con esta inclinación. En
Hispanoamérica, por su parte, el género de la novela histórica se
llegó a cultivar de manera intensa. Dos casos paradigmáticos lo
constituyen el de Ricardo Palma, que fusiona la historia, la poesía y el costumbrismo en Tradiciones peruanas; y el de Manuel de
Jesús Galván, quien hace historia novelada de la vida del cacique
Enriquillo y de su relación con los españoles en la isla Hispaniola
o Santo Domingo.
El costumbrismo es la tendencia que se caracteriza por el retrato
o interpretación de las costumbres y tipos del país: «El costumbrismo se sitúa entre el romanticismo y el realismo, y suele encontrarse
como ingrediente en las novelas hispanoamericanas […] para resaltar particularmente el color local, lo pintoresco, en razón de su carácter propio».68 Una muestra importante de novela costumbrista lo
constituye El montero (1848), de Pedro Francisco Bonó, la primera
novela concebida y escrita en República Dominicana.
Un hecho culturalmente significativo, en el marco de esta búsqueda de la identidad latinoamericana, es la creación paulatina de
determinados tipos nacionales: el gaucho, el llanero, el guajiro, el jíbaro, etc.69 Tales figuras típicas surgieron también en todos aquellos
países no americanos en los que se efectuaron revoluciones de corte
libertario: España,70 Noruega, Nápoles...
José Escobar, «Costumbrismo entre romanticismo y realismo», www.cervantesvirtual.com/servilet/serviobras/09250620855792739754480/p00000.
Recuperado el 4/10/2010
69
Esteban Tollinchi, Romanticismo y modernidad. Ideas fundamentales de la
68
cultura del siglo xix, vol. II, Río Piedras, 1989, p. 819.
En cuanto a España, figuran el montañés de Pereda (en El sabor de la tierruca
se resalta lo nativo de Santander) y el hortelano de Blasco Ibáñez (donde se
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Patria, pueblo,71 nación son los conceptos mediante los cuales
las antiguas colonias de España en América se motivaron a asentar el
perfil de su idiosincrasia. En todo este proceso la corriente romántica viene a desempeñar un rol de primera magnitud.
Esta corriente –nos aclara Carlos Beorlegui– sirvió para
reorientarse en la nueva situación […] No se habían conseguido casi ninguno de los objetivos perseguidos por el optimismo
ilustrado […] No se había conseguido ningún cambio a nivel
de la estructura social. Se había pasado de la dictadura española a la dictadura de los criollos. Entre la clase media liberal
empieza a cundir un hondo pesimismo.72
Todo estaba por hacerse, pero cuán difícil se tornaba lograr siquiera cierta estabilidad. Es que se había luchado por crear repúblicas
donde aún no se habían constituido naciones. Esta fue la triste realidad,
por difícil que resulte admitirlo.
El realismo en Latinoamérica
Es muy escasa la referencia al realismo literario y a su incidencia
en la región. Ausente en la totalidad de los autores latinoamericanos,
tiene, sin embargo, vinculación con ciertas preocupaciones abrigadas por distintos pensadores.
El romanticismo, con sus temas o rasgos característicos, había
sido más propio de la primera mitad del siglo xix: libertad individual
(que se expresa tanto en las personas como en los pueblos, pues cada
exaltan cualidades de un sector de Valencia). Llama la atención que en República
Dominicana no se haya creado un personaje que sintetizara nuestra vida rural.
Quizá la razón radica en que por mucho tiempo la élite del país estigmatizó
al campesino dominicano como persona haragana, viciosa y refractaria a toda
acción progresista. Una visión distinta se desprende de los escritos de Pedro
Francisco Bonó, cuestión que será dilucidada en el siguiente capítulo.
71
Es Walter Scott, poeta y escritor inglés, quien descubre la potencialidad de la literatura para expresar en forma adecuada las bondades y necesidades del pueblo.
Tal tendencia estaría llamada a fructificar en la América española.
72
C. Beorlegui, Historia del pensamiento, p. 193.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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uno de ellos tiene una personalidad propia basada en su cultura), nacionalismo, nostalgia de tiempos pasados, lo irracional y su misterio,
valoración de la verdad y la sinceridad, lo popular como sinónimo de
moralidad y autenticidad.
Sin embargo, al mediar la centuria, el movimiento romántico comenzó a causar el tedio característico de todo lo que llega a su fin. Ya
la situación cambiaba y nuevos problemas dibujaban los contornos
socio-económicos y políticos de Europa (particularmente España),
Estados Unidos y Latinoamérica.
Si los románticos se habían vuelto hacia el pasado como a «otro
imaginario», como forma de evasión, los realistas, en cambio,
[...] no quieren ver ya en el presente más que lo real, pero
como prenda del porvenir prometido por una divinidad nueva:
el Progreso. Se rompe con el pasado. Pero no basta ya con eludirlo […] sino que se quiere resueltamente un nuevo mundo,
fundado en lo concreto y objetivo.73
En efecto, ese pueblo que otrora fue sujeto y objeto de intensos sentimientos, cantera de tradiciones y ensalzadas costumbres, ahora deviene
fuente de preocupaciones sociales y económicas. Según E. Valdearcos:
[...] el interés de los problemas sociales fue el factor determinante del cambio operado a mediados de siglo y conocido por
el título de realismo […] A partir de 1850 ya el romanticismo
denotaba fatiga […] La sociedad había cambiado y una serie
de situaciones impactarían en el arte: el deseo de progreso,
las desigualdades sociales, los problemas políticos. Se buscaba
una nueva conexión directa con la realidad.74
Lo antes referido no implica, empero, que el realista se olvide de
todas las preocupaciones enarboladas por el romanticismo. Más bien
Enrique Valdearcos, «El arte del siglo xix: El romanticismo y el realismo»,
Clío, No. 34, 2008, en www.clio.rediris.es.ISNN1139-6237. Consultado el
29/08/2010.
74
Ibídem.
73
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68
constituye una «corriente que desarrolla ciertas facetas del romanticismo, intensifica algunos de sus aspectos, prescinde de otros e innova».75
Lo que motiva la nueva actitud realista es, en definitiva, la emergencia de nuevos problemas para los cuales no hay solución a la vista:
la oposición ciudad-campo y las dificultades vinculadas al mundo
proletario que resultan del auge industrial provocado por el progreso
tecno-científico (jornadas extenuantes de trabajo, salarios de miseria,
condiciones deplorables de vida para el obrero y su familia).
En Latinoamérica esta situación conllevó el surgimiento de una
nueva ensayística y la realización de interesantes estudios científicos
en torno a la realidad social. Un grupo de pensadores nacidos entre
1825 y 1850 vendría a dar respuestas a muchos de estos desafíos:
José Martí (Cuba), Eugenio María de Hostos (Puerto Rico), Pedro
Francisco Bonó (República Dominicana), Manuel González Prada
(Perú). Aunque estos intelectuales se mueven en la nueva atmósfera
mental del positivismo, no todos pueden ser considerados como
positivistas. Solamente González Prada lo fue sin reservas, en tanto
que Hostos comparte dicha condición con la de krausista.
Pero el hecho es que el escenario latinoamericano fue dominado por el positivismo, doctrina portadora de un nuevo proyecto de
reforma que será reorientado de acuerdo a las propias necesidades y
circunstancias.
El positivismo. Influencia y rol de cara a la
estabilidad y la organización en latinoamérica
Comte y Spencer: orden y progreso ansiados
El positivismo llegó a suelo latinoamericano en una etapa crucial: cuando las emergentes naciones habían intentado, sin lograrlo,
implantar regímenes que garantizaran siquiera un mínimo de estabilidad y orden. La nueva doctrina inspirada en Comte y Spencer
ofrecía lo que tanto se había apetecido: orden y progreso.
75
Miguel Mañara, «Segunda mitad del siglo
xix:
Realismo y naturalismo», en
www.rinconcastellano.com/sigloxix.html. Consultado el 30/08/2010.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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El anhelo de estabilidad era tan pronunciado que muchos estaban
dispuestos a deponer hasta sus propios derechos y libertad a cambio
de una vida ordenada y pacífica: «¡No más utopías!… Quiero orden
y paz, aun cuando sea a costa de todos los derechos que tan caro me
cuestan… Ya hemos realizado infinidad de derechos que no producen más que miseria y malestar en la sociedad».76 Al positivismo le
cabe el mérito de haber servido de plataforma teórica al esfuerzo
de la región por realizar las tareas organizativas que respondían al
paradigma de la modernidad.77
La Escolástica había sido por más de tres siglos la filosofía dominante en el espectro cultural e intelectual latinoamericano, pues el
pensamiento ilustrado y liberal solo había tenido una influencia parcial
o reducida hasta 1860. Contrario a lo que había ocurrido en Europa, en
Latinoamérica dichas vertientes filosófico-políticas no habían sometido
a crítica el sistema de ideas propio del antiguo régimen. Tanto en el área
educativa como en las demás orientaciones básicas de la vida individual
y colectiva, el escolasticismo marcó las pautas a seguir incluso varias
décadas después de proclamada la independencia respecto de la Corona
española. No obstante, con el positivismo se registró un giro significativo: los latinoamericanos asistieron al primer ensayo –parcialmente
exitoso– de aplicación del proyecto ilustrado en la región.78 Tal tentativa se realizó siguiendo las direcciones trazadas por los tres máximos
creadores de la doctrina positivista: Augusto Comte, Herbert Spencer
y John Stuart Mill. Luego de la Escolástica, el positivismo puede ser
considerado como la filosofía de mayor influencia en Latinoamérica.
Del conjunto de rasgos que acusa el positivismo en la región,
Abelardo Villegas señala los siguientes: «Anti-Escolasticismo, conciliación y ruptura con el liberalismo, naturalismo, industrialismo,
sajonismo y racismo».79
Francisco G. Cosmes, en el periódico La Libertad, citado por Leopoldo Zea, El
pensamiento latinoamericano, Barcelona, 1976, pp. 390-391.
77
P. Henríquez Ureña, «Historia de la cultura», pp. 332-346.
78
El primer esfuerzo –fallido en sus resultados finales– lo emprenden sectores
criollos vinculados a la Ilustración liberal; el tercer y último esfuerzo se produce
en la segunda mitad del siglo xx y es el resultado del empuje de políticos e intelectuales partidarios del socialismo.
79
Abelardo Villegas, Panorama de la filosofía iberoamericana actual, Argentina, 1969,
p. 19.
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Recepción de las ideas de Comte en la región
En Latinoamérica el positivismo no ejerce una incidencia uniforme. Por ejemplo, en los países que llegan a la vida independiente
previo a 1850 (los de tierra firme) el positivismo más exitoso es el
de Augusto Comte. En esos pueblos la consigna comtiana de que
«no hay progreso sin orden, ni orden sin progreso»80 iba a tener
entusiasta acogida. Su proyecto es portador de un plan de reforma
social, política, económica y cultural que originariamente responde
a las necesidades de paz, orden y estabilidad demandados imperiosamente por la sociedad francesa, pero que se prestaba –con las
adaptaciones de lugar– para orientar cambios en sociedades como la
hispanoamericana. Situaciones anárquicas (guerras civiles, golpes de
Estado, etc.) y deficiencias institucionales caracterizaban a los franceses, pero también a mexicanos, argentinos, venezolanos. Además,
todos estos países se encontraban abocados a la «materialización»
del nuevo credo por excelencia: el ideal de progreso.
En Iberoamérica ya se había obtenido la libertad; ahora el desafío radicaba en construir un clima de paz y orden que posibilitara
las instituciones adecuadas para la constitución del Estado-nación.
Basado en la ciencia moderna, y con una clara vocación laica, el
espíritu positivo comtiano revestía un carácter evidentemente revolucionario para Latinoamérica. El desarrollo del normalismo, por
ejemplo, estaría llamado a transformar notoriamente el sistema
de enseñanza tradicional y a crear una nueva mentalidad de corte
positivista.
El país hispanoamericano que recibió la impronta más fuerte del
positivismo fue México: «Juárez confió a dos hombres el plan de
Comte ve expresada su idea de la armonía entre orden y progreso en cualquier
aspecto de la realidad. Nos dice: «En un tema cualquiera, el espíritu positivo
conduce siempre a establecer una exacta armonía elemental entre las ideas de
existencia y las ideas de movimiento, de donde resulta más especialmente, con
respecto a los cuerpos vivos, la correlación permanente de las ideas de organización propia del organismo social, la solidaridad continua de las ideas de orden
con las ideas de progreso; y recíprocamente, el progreso deviene la finalidad
necesaria del orden: como en la mecánica animal, el equilibrio y el progreso son
mutuamente indispensables, a título de fundamento o destino». Augusto Comte,
Discurso sobre el espíritu positivo, Barcelona, 1985, pp. 147-148.
80
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71
reformas de la escuela mexicana: a los positivistas Gabino Barreda81 y
Justo Sierra… La célebre Oración Cívica (1867), escrita por Barreda,
representa el momento culminante del desarrollo del ideario positivista en un país latinoamericano».82
En Brasil los ideales positivistas83 –condensados en el lema
Ordem e Progresso– quedaron plasmados incluso en su bandera nacional. El rol jugado por el positivismo en la forja de las instituciones
brasileñas modernas está fuera de toda duda.
Otro país marcado significativamente por el positivismo
fue Argentina: tres generaciones –desde Sarmiento84 hasta José
Ingenieros– se orientaron según sus postulados. Tanto Comte como
Spencer tuvieron aquí fieles seguidores.
El impacto ejercido por Spencer
Contrario a México y Brasil, donde la filosofía de Comte tiene
mayor acogida, en el Caribe antillano (Cuba, República Dominicana,
Puerto Rico) se adopta fundamentalmente la versión spenceriana del
positivismo. La explicación radica en que Spencer no subraya tanto
el orden como el progreso, lo cual se debe a que su país, Inglaterra,
disfrutaba de paz y estabilidad gracias al sistema liberal que había
propiciado el desarrollo industrial y el espíritu mercantil. Lejos de
postular un orden que no hacía falta, los ingleses ponían énfasis en
su ansia ilimitada de progreso, el cual estaba en franca sintonía con
el espíritu liberal de su entorno social.
En los pueblos de las Antillas era preciso luchar por la libertad
como condición sine qua non del progreso autónomo. De ahí que
la filosofía del progreso de cuño spenceriano tuviera tan entusiasta
acogida por parte del puertorriqueño Eugenio María de Hostos
Filósofo y matemático; principal propulsor de la educación mexicana. Trató
personalmente a Comte en París, del cual recibió varios cursos.
82
Julio Minaya Santos, Influencia del positivismo en el pensamiento de Pedro Francisco
Bonó (tesis de grado), Santo Domingo, 1989, pp. 38-39.
83
En Luis Pereira Barreto (1840-1923) recae la misión de impulsar el desarrollo
del positivismo en Brasil.
84
Este pensador y político fomentará y divulgará el positivismo argentino desde la
Escuela Normal de Paraná.
81
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y del cubano Enrique José Varona, así como de sus respectivos
discipulados. Lejos de respetar el orden colonial hispánico heredado, estos pensadores propiciaron la ruptura, la lucha por la
independencia.
En esta subregión latinoamericana, como ha podido notarse, las
ideas positivistas funcionan en cierto modo como arma de lucha por la
liberación. Las de Comte fueron desechadas en lo político y religioso,
pero asumidas en su aporte científico y en lo que atañe al desarrollo
de una metodología educativa cónsona con los tiempos modernos.
Esto indica el grado de criticidad con que los antillanos adoptaron las
direcciones filosófico-políticas procedentes de Europa.
Positivismo y espíritu moderno en Latinoamérica
Intento modernizador en Latinoamérica
Con el auge del positivismo se asiste al más serio intento por
incorporar la sociedad latinoamericana al proyecto civilizador.
Amplios sectores de la burguesía y de la clase media se pusieron en
contacto con las nuevas ideas y adoptaron el estilo de vida que estas
demandaban.
En la mayoría de los países el crecimiento industrial basado en
las nuevas técnicas y relaciones productivas registró un inusitado
desarrollo. Se pensó que ya América Latina iniciaba un camino sin
retorno hacia el modelo capitalista de producción.
La filosofía positivista fue colocada al servicio del nuevo paradigma. La misma revistió un carácter ancilar al erigirse en servidora
o instrumento epistemológico, lógico y metodológico de la ciencia.
El papel de la filosofía en cuanto a la fundamentación y síntesis del
quehacer científico devino esencial. Pero también el positivismo
proponía «subordinar el poder político al sistema de las ideas científicas, ya que a dicho saber se le supone la capacidad de fundar un
exitoso orden social en virtud de su naturaleza estable».85 Es que,
85
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 119.
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73
según Comte, no solo es viable establecer leyes respecto al orden
natural, sino que también se puede establecer un sistema legal de lo
social que se traduzca en fórmulas de intervención que contribuyan
a la estabilidad y al desarrollo de la sociedad. Todo ello conforme a
un criterio científico-empirista que posibilita predecir lo que va
a acontecer. Por su contribución en este aspecto, Comte ha sido
reconocido como padre de la sociología. En su concepto, la nueva
ciencia estaba llamada a trazar, junto a la política, el modelo de
sociedad que requería la humanidad. Y en esta nueva configuración
social diseñada por Comte un tema digno de mención es la visión
acerca del lugar y función que estaría llamado a ocupar el género
femenino.
La mujer y su nuevo rol social
En el proyecto de reforma de la sociedad enarbolado por el
positivismo la mujer va a ocupar un espacio diferente al que la
tradición le había reservado. Sus nuevas funciones en el quehacer educativo, viabilizadas por la Escuela Normal,86 le llevarían a
ocupar un lugar central en la vida social: «Comte y sus seguidores
en Iberoamérica propusieron «cientifizar» »el papel de la madre,
en la medida en que, más que engendrar y nutrir, su cometido es
educar...».87 Gracias a esta nueva visión, la mujer latinoamericana
perteneciente a la clase media y alta tuvo la oportunidad de ser,
además de madre, maestra.
Necesaria mención, en este apartado, debe hacerse de la gestión
modernizadora llevada a cabo por Eugenio María de Hostos en la
República Dominicana: el filósofo y pedagogo puertorriqueño no se
limitó a crear y desarrollar –por vez primera en el país– un formato de
educación racional y laico en provecho de los jóvenes, sino que, junto
a la poetisa y educadora Salomé Ureña («su discípula predilecta»),
El normalismo como propuesta educativa moderna y científico-laica tuvo una
aplicación exitosa en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo xix y el
primer tercio del xx. Gran parte de su fructífera trayectoria se debe a la efectiva
contribución hecha por la mujer.
87
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 121.
86
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funda el Instituto de Señoritas. Dicha institución «constituyó la experiencia educativa y pedagógica más importante para la educación
de la mujer dominicana en el siglo xix […] En 1881, año en que fue
fundado el Instituto, contaba con 51 estudiantes».88 Al incursionar
en el seno de la sociedad con su papel de educadora, la mujer dominicana emerge como nuevo sujeto cultural. Desde entonces el sector
femenino perteneciente a la pequeña burguesía se comprometió con
el proyecto sustentado por la corriente positivista, dando con ello un
nuevo dinamismo al quehacer cultural e intelectual de la República
Dominicana.
Horizonte crítico desde las ciencias sociales
La implantación del positivismo en América Latina conllevó también el surgimiento de un refinado núcleo de pensadores dedicados a
examinar con novedoso sentido la realidad socio-política, económica
y cultural. Dichos pensadores elaboraron y ensayaron fórmulas tendentes a buscar soluciones a los principales problemas de cada país.
A veces se intentaron importantes iniciativas regionales. Tal fue
el caso de la histórica cumbre celebrada en Caracas el 2 de junio de
1877, en la que se encontraron los filósofos y sociólogos positivistas
Eugenio María de Hostos, Rafael Villavicencio (venezolano) y José
María Samper (colombiano), entre otras personalidades del ámbito
caribeño. Tuvo por finalidad fundar el Instituto de Ciencias Sociales.
Sobre lo que significó dicho evento, Luis Villalba señala:
Aquel fue un momento privilegiado en la historia del positivismo caribeño […] En las actividades fundacionales del
Instituto de Ciencias Sociales cada uno dictó una conferencia.
Villavicencio habló sobre «La ciencia social», Hostos sobre
«Las leyes de la sociedad» y Samper sobre «La teoría del
gobierno».89
Carmen Durán, «Aportes a la lluvia de ideas. Salomé Ureña: mujer e ideología»,
Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano. Compilación de conferencias, Festival de las Ideas, Santo Domingo, 2009, p. 207.
89
L. Villalba, El primer instituto venezolano de ciencias sociales, Caracas, 1961.
88
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Para dichos intelectuales, los países latinoamericanos estrenaban
una época nueva, promisoria, dado que todavía no se vislumbraban
los grandes problemas que dificultarían el curso de la modernidad
en los países periféricos, aquellos que dependían del capital procedente originariamente de Europa y luego de Estados Unidos. No
solamente estaban por verse las limitaciones propias del positivismo,
sino también las anomalías que traería consigo el proceso sui generis
que desencadenaría el capitalismo monopólico en el seno de las formaciones sociales de América Latina, proceso que se desarrolló en el
curso de los últimos treinta años del siglo decimonónico.
Positivismo y crítica del catolicismo
Debido a múltiples factores, los primeros intelectuales criollos
que plantearon inicialmente la autonomía y luego la independencia
plena respecto a España fueron en su mayoría sacerdotes. Hubo
casos incluso en que los líderes del movimiento liberador fueron
religiosos: Hidalgo y Morelos en México. Cuba es una muestra
palmaria del papel que juega el cura en hacer inteligible y en motivar socio-políticamente el proceso de autonomía o independencia.
Los nombres de José de la Luz y Caballero, Félix Varela y Agustín
Caballero hablan claro de la decisiva participación intelectual y política del clero católico en Hispanoamérica. Pero si a ello agregamos
el papel de los jesuitas en la introducción de las ideas modernas en
el curso del siglo xviii, entonces se vuelve comprensible el que la
Iglesia católica conservara sobre el conjunto de los pueblos de la
región un ascendiente especial.
El mismo Simón Bolívar fue criticado por las concesiones que
hizo al poder eclesiástico, en tanto que el argentino Mariano Moreno
–pionero indiscutible de la introducción de las ideas ilustradas en
Suramérica– fue un ferviente católico.
Es a partir de la presencia del positivismo –entre cuyos exponentes
no se encuentran miembros de la clerecía católica– que por vez primera se ponen en entredicho planteamientos, prerrogativas y privilegios
seculares del catolicismo, atacándose ante todo su brazo filosófico, el
escolasticismo. Fueron críticos acérrimos de la Escolástica: Francisco
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Bilbao, Eugenio María de Hostos, Alejandro Angulo Guridi, Manuel
González Prada, Enrique José Varona y Justo Sierra.
Procedente de una familia oligarca y católica de Lima, Manuel
González Prada se erigió en uno de los críticos más implacables del
espíritu católico en Latinoamérica. Dio el frente a los que pregonaban,
a finales del siglo xix, la crisis insalvable de la ciencia: «Bancarrota la hay
en el catolicismo, que no supo levantar a la mujer ni alcanzó a liberar al
esclavo…».90 Hostos, por su parte, enjuicia con palabras severas la filosofía educativa católica: «La Escolástica solo ha servido para deprimir
la inteligencia humana… Los educandos no se atrevían jamás a pensar
por su cuenta y riesgo, es verdad que tampoco hubieran podido…»91
Las impugnaciones de los positivistas al enfoque escolástico y a la religión católica constituyeron el primer debate en su género escenificado
en la región. Discusión que ocupó espacios en la prensa, hizo presencia en
las aulas e involucró importantes agentes del mundo cultural y político.
El país en que dicha controversia tuvo mayores repercusiones
fue México. Aquí el llamado grupo de los científicos –aliado al poder
político por varios lustros– orientó un amplio plan de reformas que
inició en 1867 y que conllevó la sepultura, no solo del régimen tradicional de enseñanza, sino de gran parte de los privilegios que los
gobiernos anteriores habían concedido a la Iglesia católica.92
En República Dominicana también se asistió a un debate similar:
si bien no alcanzó los ribetes de radicalidad del de México, por lo
menos significó el primer intento de crítica al inconmovible poder
hegemónico del clero católico en la esfera educativa.
Debido al auge alcanzado al frente de la Escuela Normal en
Santo Domingo,93 Hostos tuvo que sufrir los ataques de conspicuos
M. González Prada, «Catolicismo y ciencia», Nuevas páginas libres, Santiago de
Chile, 1937.
91
E. M. de Hostos, Obras Completas, vol. VI (Educación), tomo I (Ciencia de la
pedagogía), Río Piedras, 1991, pp. 146-147.
92
Al igual que en todos los países del área, la religión católica en México fue considerada oficial. Sin embargo, tal privilegio se perdió al ser abolido el concordato
con la Santa Sede por el Estado laico de inspiración positivista. Como resultado,
y de acuerdo al Plan de Desamortizaciones, fueron confiscados los latifundios
que desde la época colonial poseía la Iglesia.
93
«Hostos se convirtió en un semidiós en una sociedad tradicional, patriarcal.
Fue […] versificado por los poetas, escuchado por los estudiantes, enamorado
90
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
77
representantes del clero que lo enfrentaron mediante boletines,
artículos de prensa y cartas pastorales. El presbítero Francisco
Xavier Billini (en un principio) y el arzobispo Fernando Arturo de
Meriño (en una segunda fase) acusaron a Hostos de pretender crear
una escuela que prescinde de dios.94 Tras ser apoyado por cuatro
gobiernos en la implementación de su moderno plan pedagógico,
Hostos escogió en 1888 el camino del exilio voluntario. Fue así
como, después del inicio de la dictadura de Ulises Heureaux, se
estableció en Chile.
Modernidad «bastarda» y capitalismo anómalo
El proceso de modernización que irrumpe en Latinoamérica
durante la segunda mitad del siglo xix viene de mano del capitalismo
inglés. El liberalismo, que había alentado a los sectores radicales en
la lucha libertaria –convirtiéndose en fuerte aliado contra el colonialismo español–, entró entonces en diálogo con el positivismo y vino
a justificar el neocolonialismo anglosajón. Al respecto, J. Santana
Castillo argumenta:
Este positivismo latinoamericano permeado de un evolucionismo social […] propugnó la destrucción de las relaciones
consideradas inferiores, vale decir, no modernas. De ahí el
famoso lema de la civilización contra la barbarie que, dada la
existencia de una población indígena o mestiza difícilmente
asimilable al proyecto de modernidad que se pensaba construir, adquirió un marcado matiz racista.95
por las mujeres, sospechado por los eclesiásticos y observado por los políticos,
en particular por Ulises Heureaux». Antonio Lluberes, «Positivismo, Hostos y
normalistas», Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano, Santo
Domingo, 2009, p. 218.
94
En 1882 el presbítero Francisco Xavier Billini proclama que «lo único que rechaza es el descreimiento impío que pretende excluir a Dios de la escuela, el
sentimiento de la inteligencia, y negar que Dios sea la fuente de vida de todos
nuestros conocimientos». F. X. Billini, «Artículo aniversario», La Crónica, 4 de
diciembre de 1882.
95
J. Santana Castillo, «Identidad cultural», p. 29.
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Para Joaquín Santana la modernización decimonónica presentó
cinco rasgos anómalos, los cuales generaron «una modernidad bastarda». En el caso presente importa mencionar los dos primeros.
En primer término, la fase inicial del proceso de modernización
latinoamericana asimiló el latifundio al sistema, en vez de rechazarlo
(se da una simbiosis latifundio-modernización). Y en segundo lugar,
el nuevo esquema socioeconómico y político favoreció los intereses
de las reducidas oligarquías nacionales y de los inversionistas extranjeros, marginando de los beneficios a la colectividad. De esta suerte,
el proceso de modernización fue simplemente un nuevo esquema
coyuntural por el que las sociedades locales se plegaron al conjunto
de condicionamientos impuestos desde el exterior.96 Asistíamos,
pues, a un nuevo colonialismo.97 Como requisito lógico de lo anteriormente expuesto, «la modernización se asoció por lo regular a un
tipo de gobierno fuerte, autoritario y en ocasiones dictatorial […] Se
abrigaron sueños civilizatorios que al ser aplicados se convirtieron
en una terrible pesadilla para las masas pobres».98
En efecto, mientras que Inglaterra, Francia y los Países Bajos
se configuraron como formaciones imperialistas industriales, las
naciones ibéricas fueron vistas como obsoletas. En la búsqueda de
materias primas y de mercados en los que colocar sus excedentes
industriales, las antiguas colonias ibéricas, convertidas ya en repúblicas, adquirieron la condición general de neocolonias.99 Algunos
intelectuales y políticos de la época pudieron captar el nuevo orden
Bien lo afirma José Carlos Mariátegui: «…la época de la libre concurrencia en
la economía capitalista ha terminado. Estamos en la época de los monopolios
[…] Los países latinoamericanos no son más que simples colonias». Citado por
Roberto Fernández Retamar, Para el perfil definitivo del hombre, La Habana, 1981,
p. 388. Cabe destacar aquí que ya Pedro Francisco Bonó, hacia 1881, denunció
«el neocoloniaje» que irrumpía en el seno de la sociedad dominicana.
97
«Nuestra América –apunta Roberto Fernández Retamar– fue colonizada de
nuevo, ya no por naciones atrasadas, sino por naciones verdaderamente occidentales, como Inglaterra y Estados Unidos, y conservando los atributos formales
de la independencia […]» Dirá José Martí que a América Latina le ha llegado la
hora de «declarar su segunda independencia». «Nuestra América y el occidente», Fuentes de la cultura latinoamericana, México, 1993, p. 171.
98
J. Santana Castillo, «Identidad cultural», p. 28.
99
Darcy Ribeiro, «La cultura latinoamericana», Fuentes de la cultura latinoamericana, México, 1993, p. 117.
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en ascenso: José Martí, Eugenio María de Hostos, Pedro Francisco
Bonó y Manuel González Prada.
Durante la segunda mitad del siglo xix el mundo entero quedaría
convertido en un solo mercado en el que habría de reinar la más
absoluta desigualdad. En lo que concierne a América Latina, las
injusticias sociales provocadas por dicho sistema tendrían repercusiones político-sociales de excepción.
Dictadura «honrada» o progreso a toda costa
El «frenesí de progreso» que caracterizaba a Europa desde
el siglo xviii se apoderó de importantes núcleos de intelectuales
y políticos del subcontinente. Se creyó ver llegada la hora de un
definitivo despegue hacia la modernización latinoamericana. Pero
este fue el tiempo en que las multinacionales extendieron sus tentáculos por toda la demarcación: «El mundo entero ha sido un
solo mercado para algunos artículos claves desde la segunda mitad
del siglo xix».100 Obviamente, en el nuevo orden mundial que así
surgió a Latinoamérica se le asignó un definido rango de subordinación. Como expresa Alejandro Korn: «Hemos sido colonia y
no hemos dejado de serlo a pesar de la emancipación política…
dependemos de energías extrañas, y la vida intelectual, sobre todo,
obedece con docilidad, ahora como antaño, al influjo de la mentalidad europea».101
Así pues, las nuevas conformaciones sociales latinoamericanas surgidas en las grandes ciudades al amparo del positivismo se
lanzaron con avidez tras las novedades mercantiles, con lo que se
incrementaron el lujo y la riqueza. Políticos y militares, con el apoyo
de la intelectualidad positivista, conformaron gobiernos pragmáticos y despóticos al servicio del industrialismo dependiente. De esta
suerte emergieron las denominadas «dictaduras honradas». Tal expresión, originada en México, sirvió para designar la gestión exitosa
Arnold J. Toynbee, «El hemisferio occidental en un mundo cambiante», Fuentes
de la cultura latinoamericana, México, 1993, p. 257.
101
A. Korn, «Filosofía argentina», Obras completas, Buenos Aires. Citado por Augusto
Salazar Bondy, ¿Existe una filosofía de nuestra América?, México, 1988, p. 40.
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del primer «dictador honrado», Porfirio Díaz, quien disfrutó del
respaldo incondicional del «Partido de los científicos».
Como puede advertirse, la política y la ciencia caminaron unidas
de las manos. Según L. Zea, en esta coyuntura la burguesía mexicana:
[...] cedía sus derechos políticos y los del pueblo mexicano,
porque así convenía mejor a sus intereses, en beneficio de sus
derechos económicos […] Había logrado hacer de Porfirio
Díaz el «tirano honrado» que satisfacía sus intereses. Por esta
razón lo apoyaba y lo apoyaría mientras así fuese.102
Estos tiranos apoyados por los intelectuales positivistas asumieron la función de «contribuir» al mantenimiento del orden y de
garantizar la libertad de los agentes productivos. Durante el período
el liberalismo económico registró una de sus más exitosas jornadas.
Como resultado, el positivismo –que había jugado un papel de
avanzada–devino a la postre conservador: ayudó a alimentar una
enorme burocracia estatal dirigida por el déspota de turno y viabilizó teóricamente el que los capitalistas extranjeros y las élites
nacionales se enriquecieran enormemente a costa de la extrema
pobreza de los sectores populares. Como consecuencia última, los
países latinoamericanos sucumbieron encadenados a exorbitantes
deudas externas.
Es innegable el avance que experimentó la industria a la sazón,
gracias a la estabilidad lograda.103 Pero, en realidad, ferrocarril, telégrafo, alumbrado eléctrico, etc., constituyeron el espejismo de una
prosperidad que derivó en grandes desigualdades e injusticias. En
definitiva, si es cierto que en determinados aspectos puede hablarse
L. Zea, El pensamiento, pp. 404-405.
Luego de puntualizar que en el período 1850-1870 las naciones de la América
española acabaron de definir su forma de organización, P. Henríquez Ureña
hace una breve descripción del nuevo panorama: «Con la estabilidad comenzó el
restablecimiento económico; dos señales fueron la multiplicación de los bancos
y la de los ferrocarriles […] En todas partes […] influyó el poderoso desenvolvimiento económico del mundo moderno y hacia 1880 se vio nacer o renacer,
en mayor o menor grado, la prosperidad». P. Henríquez Ureña, «Historia de la
cultura», p. 333.
102
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de progreso, en otros muchos hubo notorio retroceso.104 Y aquí nos
encontramos con las serias deficiencias del positivismo.
Limitaciones del positivismo
El positivismo exhibe en Latinoamérica tanto éxitos como fracasos. Revistió un carácter revolucionario como arma teórica y educativa que compitió con modas y formas tradicionales y coloniales de
vida, doblegándolas en algunos casos, neutralizándolas en otros. Por
vez primera diversos segmentos de la población tuvieron acceso a los
avances de la ciencia y la técnica modernas. Se inició y desarrolló un
sorprendente interés por los estudios de las ciencias sociales (aparecen los primeros sociólogos, cuyo interés primordial es investigar la
sociedad donde viven y sus múltiples problemáticas) y se multiplicaron los periódicos, con lo que se creó un amplio espacio para las
discusiones y se dio lugar a la formación de una opinión pública de
amplia cobertura. Por último, emergieron nuevos agentes defensores
de la Ilustración en virtud de la profesionalización de ciertos núcleos
poblacionales anteriormente marginados; tal fue el caso de la mujer.
En adición a lo antes señalado, en países como República
Dominicana se crearon a finales del siglo xix importantes medios
de difusión cultural, tales como las sociedades Amigos del país,
Amantes de la luz, Renacimiento, La Republicana, Amantes de las
letras, La Progresista y La fe en el porvenir, sin contar los clubes
recreativos y de damas.105 Vale también recordar aquí el papel activo
que en el país desempeñó la masonería, institución socio-cultural que
en el lapso que va de 1856 a 1900 impulsó el establecimiento de más
de veinte logias.106
Todos estos avances son endosados al positivismo, que logró insuflar vida moderna al tradicional mundo socio-cultural
«El positivismo, que había dado bases teóricas a nuevas oligarquías o dictaduras,
se anquilosaba al igual que éstas […] la llamada filosofía del progreso se mostraría […] como una filosofía del retroceso». L. Zea, El pensamiento, pp. 409-410.
105
C. Durán, «Aportes», p. 209.
106
Francisco Pérez Soriano, «Pertinencia de ideas y corrientes filosóficas durante la segunda mitad del siglo xix e inicios del xx en República Dominicana»,
Academia, No.1, 2009, pp. 45-83.
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latinoamericano. Sin embargo, su afán civilizador, que contrapone
civilización (lo europeo) y barbarie (lo indígena, lo africano, lo mestizo) en función del determinismo biológico y el darwinismo social,
degeneró en el menosprecio de formas culturales milenarias y del
mestizaje,107 elementos esenciales de nuestras sociedades.
En Ecuador, Bolivia, Argentina y Perú el positivismo tuvo fuertes connotaciones racistas, a tal extremo que el boliviano Nicomedes
Antelo propuso la abolición de la raza indígena por considerarla obstáculo insalvable al necesario proceso de modernización. Argumenta
al respecto:
El indio no sirve para nada. Si la extinción de los inferiores es una
de las condiciones del progreso universal, como dicen nuestros
sabios modernos, y como lo creo, la consecuencia, señores, es
irrevocable, por más dolorosa que sea. Es como una amputación
que duele, pero que curará la gangrena y salvará de la muerte.108
De acuerdo a esta perspectiva filosófica, biológica y ética, el inferior debe desaparecer para dar lugar al superior, verdadero garante
del progreso, que consiste esencialmente «en la transformación de lo
homogéneo en heterogéneo».109 Según la concepción spenceriana, tal
transformación no se basa en un simple enunciado, sino que tiene su
fundamento en una ley.110
En Latinoamérica, la noción de progreso iba a ser puesta en cuestionamiento por intelectuales críticos de la estirpe de José Martí, Pedro
Para Hugo E. Biagini, la corriente positivista no puede erigirse en una «filosofía emancipadora», pues entre otros lastres en ella «convergen los planteos
tecnocráticos y la discriminación étnica, la justificación del sometimiento ante
diversos centros de poder, la adopción de actitudes aristocráticas y jingoístas».
«Espiritualismo y positivismo», El pensamiento social y político iberoamericano del
siglo xix, Madrid, 2000, p. 338.
108
F. Larroyo, La filosofía, p. 109.
109
Herbert Spencer, Creación y evolución, Buenos Aires, 1973, p. 99.
110
Se trata de la «ley del progreso orgánico», la cual abarca todos los órdenes de
la realidad: la tierra, los seres vivos que la habitan, la sociedad humana y el conjunto de sus creaciones científicas, artísticas y espirituales. En cada ámbito nos
encontramos con la misma ley del progreso, la cual consiste «esencialmente en
la transformación de lo homogéneo en heterogéneo». H. Spencer, Creación,
pp. 75 y 79.
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Francisco Bonó, Manuel González Prada, Prudencio Vásquez y Serafín
Álvarez, quienes enjuiciaron críticamente la nueva religión secular predicada con frenesí por el liberalismo económico y el positivismo.
Surgimiento de un pensamiento crítico en Latinoamérica
Como fruto de la vinculación entre el intelectual y el político –hecha
posible por el Estado positivista–, pero además gracias al nuevo sector
urbano de clase media promovido intelectual y profesionalmente, surgen
unos pensadores que logran captar algunas de las relaciones fundamentales que se dan en la modernidad finisecular latinoamericana. Mediante la
observación y el análisis cuidadoso de esas relaciones, dichos pensadores
pudieron comprender los hilos que la nueva realidad tejía.
Algunas de las conexiones puestas en evidencia por la mirada inquisitiva del nuevo grupo de literatos y pensadores son las siguientes:
a. la vinculación entre el proyecto civilizador y el plan neocolonial
de naturaleza imperialista impulsado por los Estados Unidos (se
sospecha del panamericanismo);
b. la relación de oposición entre el habitante de la ciudad y el habitante rural;
c. el hecho de que la producción de riquezas posibilitada por la
ciencia y la técnica modernas beneficia exclusivamente al extranjero y a la élite local;
d. la subsecuente generación de pobreza y miseria entre los trabajadores y campesinos;
e. la distinción fundamental entre sociedad europea y sociedad
latinoamericana (a sociedades distintas deberían corresponder
diferencias jurídicas y políticas).
Estas y otras teorizaciones, que llevaban aparejadas una manera
nueva de abordar la realidad social en la región, tuvieron como alimento teórico ideas que impugnaban el enfoque positivista. Uno de
los autores más sobresalientes de la nueva crítica social es José Martí,
quien «le opondrá resistencia desde la literatura a partir del nuevo
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esquema del intelectual moderno que ya había logrado independizarse del Estado».111 La situación de insatisfacción espiritual se iba
a expresar muy especialmente en la oposición a la idea-fuerza que
había marcado toda la larga etapa que va del siglo xviii al xix: el credo
progresista.
Enjuiciamiento del ideal de progreso
Convertido en leitmotiv del proceso modernizador que se pretendió efectuar en Latinoamérica, el progreso a ultranza encontró allí
objetores radicales. Se trataba de intelectuales autónomos, marginales, cobijados ya fuera en el eclecticismo, el socialismo utópico,
el krausismo, el neocatolicismo,112 el romanticismo histórico o el
liberalismo romántico.
Estos pensadores, a diferencia de los que sirvieron de maestros
o guías de la filosofía positivista y del paradigma civilizador correspondiente (Sarmiento, Villavicencio, Hostos, etc.), se distanciaron
de la nordomanía, del racismo, del industrialismo y de la misión redentora con que se identificó al progreso técnico-científico. Como
explica Cecilia Sánchez: «el nuevo intelectual, independizado del
Estado, continuará en su papel de ideólogo de la sociedad y en una
relación compleja y contradictoria con el poder político».113
Algunos de estos intelectuales ostentan la paternidad de los estudios sociológicos en sus respectivos países, análisis que llevan a
cabo con una visión amplia y bastante disidente, ya que se auxilian
de discursos filosóficos alternativos al positivismo, además de que se
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 122.
Entre las vertientes teóricas europeas que intentaban dar respuestas a la realidad
durante el siglo xix, Mu-Kien A. Sang da realce a las siguientes: neocatolicismo,
marxismo, positivismo, idealismo y liberalismo. Sostiene que «El neocatolicismo
[…] intentó restablecer las tradiciones católicas en la vida social y en el gobierno del Estado, pero defendiendo el progreso y la modernidad. Los teóricos de
esta corriente sustentaban que la verdad divina debía definir los caminos que
permitirían construir los destinos de la humanidad. Abogaban por la necesaria
renovación dentro de la Iglesia católica […] Los principales teóricos de esta
corriente fueron Ballanche, Chateaubriand y Lamennais». Mu-Kien A. Sang,
«Hostos y el positivismo. Una visión desde el siglo xxi», Retrospectiva y perspectiva
del pensamiento político dominicano, Santo Domingo, 2009, pp. 190-191.
113
C. Sánchez, «El surgimiento de los Estados-nación», p. 123.
111
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valen del examen historiográfico y de la creación literaria. De este
modo se asiste en Latinoamérica a un ajuste de cuentas respecto a los
efectos nocivos producidos por la irrupción del capital monopólico
y por un desarrollo industrial que sume en la miseria a las masas
proletarias y campesinas. Un pathos ético humanista alienta el interés
epistémico de estos teóricos.
Digno de mención es Prudencio Vásquez y Vega, de Uruguay,
quien lleva a cabo un enjuiciamiento, en clave krausista, de los sectores positivistas de su país. Denuncia, particularmente, la excesiva
búsqueda del éxito material y el desbordado socio-darwinismo: «No
por tener ferrocarriles y telégrafos –advierte– los pueblos viven tranquilos y felices… más conviene al bienestar y al progreso general de
las sociedades infundir en la conciencia pública los santos principios
de moralidad y de justicia…».114
De especial interés resulta el debate escenificado a inicios de la
década de los ochenta del siglo xix por los intelectuales argentinos
Alexis Peyret y Serafín Álvarez. El primero defiende febrilmente el
progreso general que trae consigo la técnica moderna aplicada a la
industria, en tanto que el segundo lo cuestiona.
En efecto, para Peyret el desarrollo industrial propicia el mejoramiento moral de la sociedad al desterrar el odio, superar la miseria
y permitir rebasar las costumbres ancestrales de nuestras sociedades.
Desde su perspectiva, bastaría con lograr el desarrollo industrial a
partir de la implementación de las enseñanzas y recomendaciones de
las ciencias naturales y sociales.115
Por su parte, Álvarez, en sus Cuestiones sociológicas (1886), refuta
tales alabanzas del progreso industrial y disputa las supuestas bondades del mismo. En primer lugar, no comparte la opinión reinante
relativa a la supuesta inferioridad étnica de los mestizos e indígenas;
en segundo término, rechaza que la sociedad argentina esté incapacitada para las funciones del autogobierno. Pero, de otro lado,
H. E. Biagini, «Espiritualismo», p. 324.
Peyret había nacido en Francia y estudiado en la Sorbona. Fue diputado parisiense y colaborador de Lamennais. De París pasa a Argentina y se incorpora a
los liberales-positivistas. Estas consideraciones las emite en el periódico por él
fundado hacia 1881, El Constitucional. Ver H. E. Biagini, «Espiritualismo», p. 328.
114
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opina que si bien los partidos políticos pretenden identificarse con el
progreso del pueblo, no pasan de ser bandas peligrosas que practican
una democracia fraudulenta. Y agrega:
El pueblo ha aprendido esta frase «¡progresamos!». Y en medio
de sus mayores dolores la repite con consuelo […] La banda
política ha hecho del sentimiento patriótico arma de defensa
y de combate. La patria es el gobierno, como el Papa es Dios
[…] el sud-americano tiene que estar repitiendo, porque así
lo mandan, que es libre, que es rico, que es grande, que tiene
el mejor gobierno, que ha tenido los héroes más notables, y
que dentro de poco tiempo su patria será la más poderosa del
mundo.116
Por la misma ruta seguida por Álvarez transita el dominicano
Pedro Francisco Bonó. Ambos no solamente ponen en entredicho la
idea del progreso –credo tan celebrado por doquier en la zona–, sino
que apuestan también al nuevo tipo de hombre latinoamericano, el
que, como resultado del entrecruzamiento étnico-cultural, exhibe
una cualidad especial: el cosmopolitismo.
Es así como durante la década de los ochenta, años en que
Álvarez desarrolla su mirada escrutadora de la realidad social
argentina, Bonó publica su enjundioso estudio Apuntes sobre las
clases trabajadoras dominicanas (1881), trabajo que lo convierte en
el pionero de los estudios sociológicos en el país. También da a
conocer el ensayo Opiniones de un dominicano (1884), texto en el
que se revela como uno de los principales librepensadores de la
República Dominicana.
Álvarez y Bonó ponen en tela de juicio tanto la noción liberalpositivista de progreso, como la existencia parasitaria y corrupta de
los partidos políticos.
H. E. Biagini, «Espiritualismo», p. 329.
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Decadencia del positivismo y surgimiento de nuevas
expresiones filosóficas y científicas
El ocaso del positivismo latinoamericano
El positivismo latinoamericano, revolucionario en una primera
etapa, se volvió cada vez más rancio y retrógrado en el período finisecular. Había hecho causa común con las denominadas «dictaduras
morales», brindando sustentación doctrinaria a los «gendarmes
necesarios»,117 los cuales dieron apoyo firme al capital europeo y
norteamericano, viabilizando de esta manera el proceso de industrialización alcanzado por diversos países de la región.
No obstante, lejos de fortalecer políticamente a las nuevas naciones, el desarrollo industrial obtenido originó una nueva modalidad
de colonialismo, como ya se tuvo ocasión de exponer.
Conforme el positivismo fue revelándose incapaz de dotar de
sentido a la época que iniciaba –caracterizada por cambios paradigmáticos en todos los órdenes de la vida–, fueron emergiendo novedosas formas de pensamiento. Y es que, propiciado por la irrupción
de la teoría evolucionista y los avances de la genética, se estaba verificando un cambio de la imagen del mundo, transformación histórica
que implicaba un acelerado proceso de secularización global de la
vida social y espiritual.
Nuevas orientaciones de la filosofía europea y su impacto en la región
La consecuencia inmediata de los cambios escenificados en la
ciencia y la tecnología fue la intensa crisis que sacudió los cimientos en que descansaban los ámbitos del creer, el saber y el poder
del mundo occidental. Dudas poderosas y sobradas preguntas sin
respuestas instalan en la perplejidad existencial a gran parte del
sector intelectual. Dentro de esta atmósfera se ven surgir nuevos
Especie de dictadores sustentada teórica e ideológicamente por la intelligentsia
positivista de varios países hispanoamericanos. Se postulaba que para lograr el
añorado progreso se requería de un orden, el cual solo podía ser alcanzado colocando una personalidad de carácter fuerte o autoritario a la cabeza del Gobierno.
En el positivismo latinoamericano las libertades públicas –como otras prendas de
la vida espiritual– carecían de la importancia que se les había dispensado durante
el Siglo de las Luces.
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paradigmas trastornadores del modo tradicional de entender y vivir,
los cuales provocaron incertidumbres que terminaron por cuestionar nociones otrora sacralizadas como naturaleza humana, razón,
verdad, mente. Como resultados inesperados sobrevinieron el secularismo y el materialismo crecientes (Darwin, Renán, Marx), el
escepticismo y el pesimismo (Schopenhauer), el vitalismo y el nihilismo (Nietzsche). Ni la religión, ni la moral, ni el propio ideal
de progreso tecnocientífico escaparon a la intensa corriente crítica
que se desencadenó.118
Entretanto, el positivismo latinoamericano se tornó intolerable en
las postrimerías de la centuria decimonónica e inicios del siglo xx. Bajo
su influjo directo se habían alcanzado innegables conquistas en lo que
concierne al desarrollo científico-técnico, educativo y cultural, mas al
final pretendió extenderse más allá de sus limitaciones valiéndose del
poder político-militar que lo sustentó y de su fuerza dogmática.
Las nuevas modalidades de pensamiento que se abrían paso desde Europa se difundieron también por Latinoamérica. Aparte de los
autores previamente referidos, Europa ve emerger otros que inician
una crítica directa al ideario positivista y que ponen en evidencia
su obsolescencia. Entre los nuevos pensadores descuellan Boutroux,
Croce y sobre todo Bergson. Varios autores latinoamericanos vienen a sumarse a estas nuevas orientaciones del discurso filosófico:
Antonio Caso y José Vasconcelos (México), Carlos Vaz Ferreira
(Uruguay), Enrique Molina (Chile), Alejandro O. Deustua (Perú) y
Alejandro Korn (Argentina).
Segunda búsqueda de la originalidad latinoamericana
Además del grupo de filósofos aludidos anteriormente, cabe hacer
mención especial de ciertos literatos y humanistas que, más allá de
El pulso anímico e intelectual del mundo occidental que resulta del proceso
de modernización que vivió la humanidad durante la centuria decimonónica es
atisbado por un autor dominicano poco más de un siglo después: «A partir del
siglo xix, la consolidación de la modernización produce, en Occidente, el oscurecimiento del sentido del mundo: nada parece tener valor, se pierde el sentido,
la medida para saber qué es más, qué es menos, qué es arriba y qué es abajo. Las
creencias y los ideales milenarios caen en el suelo polvoriento y se hacen hechos
añicos. En el reloj de la humanidad comienza a sonar la hora del nihilismo». L.
O. Brea Franco, La modernidad, Santo Domingo, 2007, p. 56.
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criticar el positivismo, efectuaron una revisión general de la cultura
latinoamericana, descubriendo como una de sus tentaciones el peligro
de la imitación ciega del pragmatismo,119 doctrina prohijada por la
cultura estadounidense. Frente a dicha corriente postulan el cultivo
de los valores propios de la cultura latina y la defensa firme de las
creaciones y aportes de las nuevas sociedades latinoamericanas, todo
ello enmarcado en la busca de originalidad. José Martí,120 José Enrique
Rodó y Pedro Henríquez Ureña121 hacen un llamado al cultivo de la
creatividad y a no cifrar en modelos extraños los anhelos por construir
una nueva sociedad y cultura. Entienden que nuestra organización sociopolítica tiene que responder a la idiosincrasia de nuestros pueblos.
Tal era el panorama intelectual prevaleciente en América Latina
en los años finales del siglo xix y en los albores del xx, cuando un
En la época experimenta especial auge la doctrina norteamericana del pragmatismo. William James, su principal exponente, tuvo una poderosa influencia en
la juventud latinoamericana, lo cual fue visualizado como grave amenaza para
la vida espiritual de nuestros pueblos. Así lo captó y denunció el uruguayo José
Enrique Rodó en su obra Ariel, publicada en 1900. Luego de plantear cómo
los Estados Unidos de América encarnan el verdadero espíritu utilitarista, y de
constatar la emulación que en la región se hacía del propósito pragmatista de
la vida humana, el pensador confiesa: «La poderosa federación va realizando
entre nosotros una suerte de conquista moral. La admiración por su grandeza
y por su fuerza es un sentimiento que avanza a grandes pasos en el espíritu de
nuestros hombres dirigentes y, aún más quizá, en el de las muchedumbres […]
Y, de admirarla, se pasa, por una transición facilísima, a imitarla […] Se imita a
aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree […] Tenemos nuestra nordomanía. Es necesario oponerle los límites que la razón y el sentimiento señalan de
consuno». J. E. Rodó, Ariel, Santo Domingo, 1981, pp. 69-70.
120
Previo al trabajo reflexivo de Rodó, ya José Martí invitaba (Nuestra América,
México, 1891) a trillar camino propio, a escuchar el canto de la tierra y del
hombre en ella. Habla del indio, del negro y del mestizo como elementos constitutivos de la sociedad latinoamericana. Reconoce que hay un «enigma latinoamericano» que habrá de ser descifrado, pero en clave latinoamericana, no europea
ni estadounidense. Ver J. Martí, «Nuestra América», Precursores del pensamiento
latinoamericano contemporáneo, México, 1979, pp. 70-83.
121
En el primer cuarto del siglo xx P. Henríquez Ureña siente la preocupación de
sembrar ideales fecundos en la conciencia latinoamericana. Lo que más le arredra es la dispersión de nuestras naciones, mientras que en el Norte los Estados
lucen compactos: «No nos deslumbre el poder ajeno, el poder es siempre efímero […] Cuatro siglos de vida hispánica han dado a nuestra América rasgos que la
distinguen. / La unidad de su historia, la unidad de propósitos en la vida política
y en la intelectual, hacen de nuestra América una entidad, una magna patria, una
agrupación de pueblos destinados a unirse cada día más y más. […] la desunión
es el desastre». P. Henríquez Ureña, «La utopía de América», pp. 467-468.
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sector importante de la intelectualidad buscaba con denuedo originalidad, creatividad y unidad.
Inquietudes parecidas enarbola en República Dominicana Pedro
Francisco Bonó. Se trata de un pensador a quien los sectores de poder sumieron deliberadamente en el olvido, pues se tuvo que esperar
hasta 1963 –medio siglo desde su fallecimiento– para poder volver a
publicar sus principales escritos. Como se verá, conocer la evolución
de su vida es, al mismo tiempo, un interesante ejercicio que permite
visualizar los detalles y las perplejidades del devenir histórico de la
sociedad dominicana.
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SEGUNDA PARTE
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Biografía de Pedro Francisco Bonó
Pedro Francisco Bonó: origen y primeros
pasos. Identificación con su medio
Pedro Francisco Bonó Mejía nace el 18 de octubre de 18281 en la
ciudad de Santiago de los Caballeros en el seno de una familia dedicada al comercio. Su padre, José Bonó, era de origen franco-italiano
y había nacido en la región norte de Saint-Domingue alrededor de
1780; mientras que su madre, Inés Mejía, era de ascendencia criolla,
con parientes de prestancia vinculados al movimiento trinitario y
restaurador.2
Diversos autores discrepan respecto a esta fecha. Tal es el caso de J. Max Ricardo
Román, primer biógrafo de Bonó, quien se atiene a la declaración que le ofreciera en 1947 Manuel de Jesús Bonó, sobrino del pensador. Según esta fuente,
Bonó habría nacido el 28 de octubre de 1830. Ricardo Román, «Pedro Francisco
Bonó», Clío, No. 120, 1963, pp. 100-120. Tal fecha no se corresponde, empero,
con los ochenta y dos años que le atribuye el referido sobrino a su tío Pedro
Francisco Bonó al momento de hacer la declaración formal de su fallecimiento
en San Francisco de Macorís de 1906. De haber muerto a los ochenta y dos años,
Bonó debió haber nacido en 1824.
Otros autores que rechazan el nacimiento de Bonó el 18 de octubre de 1828 son
Rufino Martínez y Juan Francisco Martínez Almánzar. No obstante, Raymundo
González y Roberto Cassá, principales estudiosos de Bonó en la actualidad,
coinciden con la objetada fecha. En el presente trabajo se asume, igualmente,
que la fecha en que nace Pedro Francisco Bonó es el 18 de octubre de 1828.
2
Era hermana del general Bartolo Mejía, nativo de Mao, quien prestó valiosos
servicios durante la Guerra de la Restauración desde el Cantón de La Sierra (San
José de las Matas), demarcación que comandaba.
1
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Los abuelos de Bonó por vía paterna fueron Lorenzo Bonó,
de origen italiano, y Eugenia de Port, de procedencia francesa, específicamente de Bretaña. Ambos eran dueños de plantaciones al
momento de estallar la Revolución haitiana hacia 1791. El abuelo
de Bonó, Lorenzo Bonó, falleció a consecuencia del levantamiento revolucionario de los esclavos en Haití; en tanto que su abuela,
Eugenia de Port, y su padre José Bonó –que a la sazón tenía nueve
años– lograron escapar gracias a la protección que le dispensó una
esclava y a que el pequeño fue disfrazado de paje a fin de simular
ser de sexo femenino. De acuerdo a informaciones suministradas
por el doctor Virgilio de Peña Añil y María Altagracia Francisco de
Peña Añil (ambos procreados por Carmen Añil Bonó, sobrina-nieta
de Pedro Francisco Bonó, fallecida en el año 2005), la abuela y el
niño –que pasado el tiempo se convertiría en el padre de nuestro
biografiado– cruzaron la frontera y llegaron al poblado sureño de
Bánica, lugar en el que fueron auxiliados. Luego prosiguieron viaje
hacia el norte, radicándose primeramente en Puerto Plata y después
en Santiago.
Estos datos coinciden con la versión de los hechos ofrecida por
Juan Francisco Martínez Almánzar, según la cual Lorenzo Bonó fue
ultimado por las huestes de Cristóbal durante la Revolución haitiana,
por lo que su viuda tuvo que abandonar Cabo Haitiano o Guarico
con su hijo José disfrazado de niña.3
Pedro Francisco fue el segundo de los seis hijos procreados por
el matrimonio Bonó-Mejía. Dado que era el mayor de los hijos varones, sus progenitores decidieron enviarlo a vivir con su abuela, quien
residía en Puerto Plata, donde poseía vastas extensiones de tierra
dedicadas a la crianza de ganado.
Las responsabilidades contraídas por el joven dentro del entorno
familiar, bien fuera auxiliando a su abuela, bien compartiendo los afanes mercantiles de sus padres, le impidieron cursar estudios formales,
algo entonces asequible solo a muy pocos jóvenes. En cambio, sus
fieles amigos Benigno Filomeno de Rojas y Ulises Francisco Espaillat
3
J. F. Martínez Almánzar, Bonó, Luperón y Heureaux, Santo Domingo, 2006, p. 1.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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sí tuvieron la oportunidad de prepararse profesionalmente, para lo
cual viajaron a Europa.
Recordemos que Bonó vivió sus primeros dieciséis años de vida bajo
la ocupación haitiana (1822-1844), período durante el cual la única instrucción que recibían los niños era la que sus familias podían proveerles.
La universidad había sido clausurada por los ocupantes en 1823, y hubo
de esperarse hasta la segunda mitad del siglo xix –cuando Bonó era ya
un adulto4– para poder disponer de un centro universitario: el Instituto
Profesional. De ahí que Bonó no tuviera otra opción que convertirse en
autodidacta. En efecto, adquiere licencia para ejercer de abogado gracias
a la única vía que a la sazón estaba al alcance de sus manos: comprar y
leer los libros asignados del área de derecho y prepararse para demostrar su aptitud ante un jurado examinador conformado por jueces de la
Suprema Corte de Justicia. Bonó logró el título de Licenciado en Derecho5
tempranamente,6 antes de cumplir veinticuatro años, pues ya en 1851 se
desempeñaba como fiscal en Santiago.
Resulta importante adentrarse en la primera etapa de la vida
de Bonó y conocer así algunos de los factores que concurren en su
formación social, humana e intelectual. En esta búsqueda, el propio
Bonó nos suministra un importante dato: al estar junto a su abuela
por más de dos décadas, absorbe la cultura francesa en forma directa
Tenemos el siguiente retrato físico y moral de nuestro biografiado: «Pedro
Francisco Bonó era un hombre blanco, rosado, alto, elegante en el vestir, de maneras distinguidas, de rostro alargado, delgado, lampiño o rasurado, de facciones
un tanto austeras, de ojos de mirar sereno, como su propia conciencia, labios
firmes y apretados que revelan la entereza de su carácter, un poco apegado a sus
ideas, de maneras sencillas aunque algo aristocráticas, sumamente caritativo, y
de muy animada e instructiva conversación, tanto en castellano como en francés
[…]». J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 104.
5
Mientras Bonó se capacita de semejante manera, jóvenes de las colonias hispánicas de Puerto Rico (como Eugenio María de Hostos y Alejandro Tapia) y
Cuba (como José Agustín Caballero, José Martí o Enrique José Varona) tienen
el privilegio de estudiar en Europa y conocer lo más refinado de la ciencia y la
filosofía del momento. Por supuesto, el mérito de Bonó aumenta en la medida en
que comparamos las condiciones en que vivían y se preparaban dichos antillanos
con las circunstancias por las que atravesaba la patria del pensador criollo.
6
Adolescente, trabajó en el establecimiento comercial de don Furcy Fondeur en
Santiago mientras se ocupaba de sus estudios. J. M. Ricardo Román, «Pedro
Francisco», p. 101.
4
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e intensa7 y a muy temprana edad. Ya adulto, en carta a un amigo,
Bonó refiere este aspecto de su vida familiar y personal:
Mi abuela era francesa y en su compañía pasé la primera mitad
de mi vida. Pertenecía a una de las familias más ricas de los
colonos o plantadores que fueron exterminados por los haitianos en su gran revolución del siglo pasado. Escapó de las
garras de éstos tan milagrosamente que recuerdo haberle visto
en ambos brazos a la edad de ochenta años el círculo negro
que dejaran las cuerdas con que la amarraron a los treinta para
llevarla de Fort Liberté al Cabo a fusilar. Criado por ella, que
profesaba a la patria de sus mayores un culto ciego y exclusivo,
bebí la Francia por todos los poros y me creí francés por línea
masculina.8
A tal extremo se modeló su espíritu a lo francés que confiesa
cómo, a pesar de que su padre firmaba Bonó, él preferiría afrancesar
su primer apellido y escribir Bonnau, Bonneau o Bonneaux. Fue su
padre quien le reconvino por ello y quien le exigió que asumiera la
grafía «Bonó». Pedro Francisco así lo hizo.9
No debe soslayarse, por otra parte, que Bonó tuvo un mentor
(también de ascendencia francesa), al cual distinguió con el título de
«mi buen maestro». Dicho preceptor, llamado Achille Michel,10 había realizado estudios de ingeniería en Francia y se había establecido
en Saint Domingue o Haití, lugar del que –al igual que la abuela y
Bonó se comunicaba en francés a la perfección, por ser este el idioma que
empleaban en casa su abuela Eugenia de Port, su padre y sus hermanos. J. M.
Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 104.
8
P. F. Bonó en carta a Pedro A. Bobea incluida en Papeles de Pedro F. Bonó. Para la
historia de las ideas políticas en Santo Domingo, Barcelona, 1980, p. 56.
9
Ibídem.
10
Esta importante referencia la encontramos en el opúsculo Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas, dado a la luz por Bonó en 1881. En él afirma: «La
Sociedad de Fomento, en el año 1846, entre otros trabajos útiles hizo abrir una
senda recta de Santiago a Puerto Plata, y comisionó a uno de sus miembros, mi
buen maestro general Achille Michel (cursivas añadidas), para hacer reconocimientos técnicos. Este gran ingeniero pasó más de un mes en la trocha; levantó un
plano minucioso y exacto del camino, de sus obstáculos, desniveles, distancias,
etc.». «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 211.
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el padre de Bonó– tuvo que huir11 para evitar la muerte en manos de
las enardecidas masas de esclavos.12 Desde entonces Michel pasó a
vivir en Santiago, ciudad en la que llegó a desempeñarse como gobernador militar al servicio de los anexionistas. Terminada la guerra
restauradora, se dedicó al comercio y a la agrimensura, aunque
fue además un promotor destacado de la masonería. A juzgar por
la misiva enviada a Bonó el 26 de febrero de 1877, cuyas palabras
de despedida son «Su afmo., amigo, hermano y maestro»,13 puede
colegirse que el ingeniero Michel estaba naturalmente dotado de
cualidades pedagógicas:14 la prueba fehaciente de ello lo constituye
su discípulo Pedro Francisco Bonó.
En apoyo a lo anteriormente expresado, se tiene la versión de
don Román Franco, director del Archivo Histórico de Santiago,
En realidad, fueron muchas las personas que lograron eludir dicha persecución
trasladándose al otro lado de la frontera. Como muestra, baste mencionar los
siguientes apellidos: Benoit, Bidó, Bisonó, Bourdier, Bonnelli, Brache, Bretón,
Candelier, Coste, Cornielle, Chamberland, Chanlatte, Chevalier, Debord,
Despradel, Diloné, Diplán, Durancit, Duval, Ferdinand, Fondeur, Grullón,
Jáquez, Lachapell, Lafontaine, Lapaix, Leger, Marión, Montás, Pepén, Pepín,
Popoteur, Rochet, Ricourd, Regús, Saladín, Saint-Hilaire, Santelises, Sicard.
Tales datos los suministra Manuel Cruz Méndez, quien expresa que «Muchos
franceses se refugiaron en el Santo Domingo español con motivo de la
Revolución haitiana (1791-94). La cantidad sobrepasó los 2,000». Manuel Cruz
Méndez, Santo Domingo a fines del siglo 18. Documentos, comentarios y glosas, Santo
Domingo, 1999, p. 17.
12
Llama la atención de Martínez Almánzar el hecho de que en Bonó no se refleje
ningún sentimiento de animadversión en contra de los haitianos, a pesar de los
padecimientos que estos ocasionaron a su familia. Muy al contrario, Bonó calificó de gran revolución la gesta liberadora emprendida por nuestros vecinos. J. F.
Martínez Almánzar, Bonó, p. 2.
13
Achille Michel en carta a P. F. Bonó incluida en Papeles, pp. 438-440. Tanto el
discípulo como el maestro admiten la relación educativa, con lo cual esta resulta
confirmada por partida doble. «¿En qué consistió la modalidad de enseñanzaaprendizaje adoptada por Michel?», es una pregunta hasta ahora sin respuesta.
Lo que sí puede establecerse, a juzgar por lo dicho en la misiva, es que en Bonó
calaron dos componentes teóricos presentes en su maestro, Ilustración y judeocristianismo: «Empéñese con los demás que aprecian la ilustración y los deberes
del hombre, a fin de que formemos esa juventud, hasta conseguir aún algunos
célebres o al nivel de otros extraños y extranjeros. / La ilustración es la madre de
todos los bienes, hace apreciar lo bueno; la religión cristiana, ablanda, enfrena y
conduce a la recta razón». P. 439.
14
El móvil de dicha comunicación era proponer a Bonó la creación de un colegio
municipal y particular en San Francisco de Macorís, cuya dirección recaería en
el proponente (A. Michel).
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quien sostiene que Bonó asistió a la escuela que dirigía el francés
A. Michel, centro educativo en el que también tomó clases Ulises
Francisco Espaillat.15 Se asegura, por otra parte, que el joven Bonó
fue discípulo del ilustre prócer don Juan Luis Franco Bidó, héroe de
la batalla de Sabana Larga y Jácuba.16
El hecho de permanecer junto a su abuela17 alrededor de veinticinco años (primero en Puerto Plata, luego en Santiago) proporcionó
a Bonó circunstancias diversas que favorecieron el desarrollo de su
personalidad en aspectos decisivos: primero, contacto con una naturaleza virgen llena de encantos que tuvo que incidir en su apego a la vida
natural y sencilla; segundo, trato directo con los peones del hato de su
abuela y con los clientes de su padre, lo que debió contribuir a forjar
en el adolescente una fina sensibilidad social; tercero, alfabetización
a muy tierna edad y dominio del francés, cuestión que favoreció la
lectura en ese idioma de los principales clásicos de la literatura y el
pensamiento de Occidente y que debió nutrir y ensanchar su intelecto; y cuarto, suficiente libertad en sus años mozos para el roce e
intercambio social y cultural, lo que forjó en el joven un espíritu de
apertura que le llevó a formar parte de diversas sociedades –«Amantes
del país», «del saber», «del progreso», etc.– y a enrolarse posteriormente en la masonería.
Apenas tenía Bonó tres años (1831) cuando su padre José Bonó
se radicó en San Francisco de Macorís, donde compró una casa y
fijó su establecimiento comercial. Pero es en la década del sesenta,
cuando era ya un adulto hecho y derecho, que Pedro Francisco fijó
residencia en dicha común y pasó a relacionarse directa y continuamente con sus padres y hermanos.
Juan I. Guerra, «Concepción antropológica-filosófica de Pedro F. Bonó», EmeEme, No. 64, 1983, Santiago de los Caballeros, pp. 33-77.
16
J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 101.
17
Si, como confiesa Bonó, el hecho de vivir con su abuela le permitió beber «a la
Francia por todos los poros», no es aventurado pensar que, como parte de su
sólido acervo cultural, Eugenia de Port conociera El Emilio de Rousseau. En
un bello entorno natural como el de Puerto Plata era de esperarse que la abuela
incentivara en el niño el amor por la naturaleza, el espíritu de curiosidad, la
tendencia reflexiva y el amor por la libertad, así como otras aptitudes postuladas
por el ginebrino en su paradigmática apuesta educativa.
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Novela El montero: valoración del medio social
La primera faceta que destaca en la etapa juvenil de Bonó es
la literaria, pues escribe su obra El montero. Novela de costumbres hacia 1848, cuando tiene apenas veinte años de edad. Esta
novela es publicada ocho años más tarde en el periódico El Correo
de Ultramar, fundado por ilustrados españoles exiliados en París.18
Considerada por la mayoría de los literatos como la primera novela
escrita en República Dominicana, El montero permitió a su autor
mostrar la vida y costumbres de un sector añejo del campesinado
que era visto con menosprecio por los sectores elitistas, pero que
llegó a jugar un rol de primera magnitud en las luchas libertarias
dominicanas frente a Haití y España. El joven Bonó estaba consciente del papel vital que desempeñaban los practicantes de la
montería (hábiles cazadores de jabalíes y reses montaraces, diestros
en el uso del machete) y decidió sacarlos del anonimato. Más allá
de buscar grandes méritos literarios en esta obra –cuyo autor es el
primero en reconocer las fallas19–, se debe apreciar la simpatía que
abrigaba Bonó hacia personas situadas en el más bajo peldaño de
la escala social de la nación, así como su intento de poner de manifiesto una vida rústica que estaba sumida en el completo abandono,
Propiedad del español Eugenio de Ochoa, El Correo de Ultramar era considerado
por entonces en Santo Domingo el vocero europeo de mayor cobertura e interés.
La publicación de El montero en dicho semanario constituyó un triunfo no solo
para Bonó, sino también para las letras dominicanas, pues se trataba de una de
las revistas españolas de mayor importancia, en la que colaboraban algunos de los
más notables escritores de la época. En la Biblioteca Nacional de Madrid se conservan las colecciones de dicho periódico. La novela El montero puede ubicarse en
las ediciones 158-162 de 1856. Conforme al periódico dominicano El Orden del
6 de mayo de 1854, Pedro Bonneau –obsérvese el apellido afrancesado empleado
por Bonó a los 26 años de edad– era subagente de El Correo de Ultramar. Este semanario europeo fue ampliamente leído en el país desde 1855 hasta por lo menos
1878. Ver el prefacio escrito por Emilio Rodríguez Demorizi en P. F. Bonó, El
montero. Novela de costumbres, Santo Domingo, 1968, pp. 16, 17.
19
Bonó la define como «una obrita relegada y olvidada con los papeles viejos en
que estaba incorporada […] Cuando la compuse y publiqué era muy joven y
aunque no he tenido la oportunidad de volverla a leer, puesto que hace diez
y ocho años que vivo en una localidad de donde nunca salgo y donde nunca
tales publicaciones llegaron ni llegan, dicha novela la creo plagada de defectos
[cursivas añadidas] y estos de gran bulto». Ver carta a P. A. Bobea incluida en
Papeles, pp. 55-56.
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pero en la que el trabajo y el sentimiento del amor constituían
valores esenciales.20
Max Henríquez Ureña resta calidad literaria a este trabajo y no
está de acuerdo en atribuir únicamente a Bonó la primacía en la
novelística dominicana. Nos dice:
En 1851 se publicó en El Correo de Ultramar, que veía la luz
en París, una novelita, El Montero, original de Pedro Francisco
Bonó (1828-1906). Es Bonó el único autor dominicano que
comparte con Alejandro Angulo Guridi la prioridad en el
campo de la ficción narrativa; pero Bonó no perseveró en el
cultivo del género […]
No era Bonó un literato, pero sí fue un publicista esclarecido
[…]21
Abrazo de la utopía liberal. Roles
en la revuelta de 1857 y Guerra Restauradora
Primeras funciones desempeñadas
Una capacidad excepcional, unida a las necesidades propias de
un entorno sociocultural en el que casi todo estaba por hacer, conduce a Bonó al desempeño de funciones públicas de primer orden
en la ciudad de Santiago. En 1851 vemos a un joven henchido de
entusiasmo al frente de la Fiscalía de esa ciudad. Su hoja de servicio
se amplía luego al ocupar entre 1854 y 1856 los cargos de suplente
En el prefacio a El montero. Novela de costumbres, Emilio Rodríguez Demorizi
resalta la importancia de dicha obra en el aspecto histórico-social: «La aportación
de Bonó, mediante su novela, al conocimiento de la sociedad dominicana de su
tiempo, aunque en solo un limitado aspecto, es inapreciable. Es la contribución
de la novela al estudio del pasado, de que habla Montesinos: «Es increíble lo que
el conocimiento del siglo xix en historia, en geografía, en condiciones sociales
de los pueblos, en mil otras cosas, debe a la novela». E. Rodríguez Demorizi,
«Prefacio», en P. F. Bonó, El montero, Santo Domingo, 1968, p. 29. Rodríguez
Demorizi cita a J. F. Montesinos, Costumbrismo y novela, Valencia, 1960, p. 7.
21
Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana, tomo II,
Santo Domingo, 2da edición, 1966, pp. 328-329.
20
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de diputado y procurador fiscal del Tribunal de Justicia Mayor de
Santiago. Empero, durante este último año ocurre un acontecimiento que sellará su vida al hacerlo incursionar en la actividad políticomilitar del país: ejerce de secretario del general Juan Luis Franco
Bidó en la batalla de Sabana Larga, que será ganada a los haitianos.
Los aires de aquel triunfo debieron hacer brillar con acentuados
resplandores los sentimientos patrióticos de Bonó, sentimientos que
se veían fortalecidos por el romanticismo y el liberalismo que profesaba. De otra manera no se explican los enormes saltos en la escalera
política logrados por Bonó en tan breve lapso: en 1856 se convirtió
en senador de Santiago y hasta hubo un colega que depositó un voto
para que alcanzara la presidencia del país.
Ya para estos años se asistía a una reconfiguración económica,
social y política llamada a provocar transformaciones significativas
en la estructuración regional del país. En efecto, la Banda Sur, con
la ciudad de Santo Domingo a la cabeza, vivía un hondo proceso de
declinación económico-social que se expresaba en la acusada debilidad del sector hatero, sector que por varias décadas había ejercido
el predominio social, económico y cultural. Como contrapunto, en
la Banda Norte o Cibao iba surgiendo ya una alta pequeña burguesía
que se sustentaba en la emergente economía tabaquera y en sus nexos con el comercio europeo, estamento que con el tiempo llegaría a
ostentar la supremacía sociopolítica y económica.
Así, conforme los caudillos de la Banda Sur (Pedro Santana y
Buenaventura Báez) ven palidecer sus respectivos liderazgos en
virtud de la pobre sustentación económica de la región sureña, van
emergiendo en el norte próspero figuras de gran ascendencia: Juan
Luis Franco Bidó, José Desiderio Valverde y más tarde Gregorio
Luperón. Con las luces teóricas aportadas por Bonó, Ulises Francisco
Espaillat y Benigno Filomeno de Rojas, estos hombres logran colocarse al frente de la mediana y alta pequeña burguesía e impulsan un
proyecto liberal que primero tiene alcance regional y que luego se
expande a todo el nivel nacional.
El talento de Bonó se puso enteramente al servicio de estas fuerzas norteñas, las cuales iniciaron en Santiago de los Caballeros la
revuelta de julio de 1857 con la finalidad de derrocar al presidente
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conservador y anexionista Buenaventura Báez, cuya sede de gobierno
se encontraba en la capital o Santo Domingo. Las fuerzas liberales
del Cibao no podían seguir tolerando al déspota Báez, pues con su
política monetaria de emisión ilimitada de dinero inorgánico sumió
a los tabacaleros y comerciantes del norte en una espantosa crisis
económica.
Estos acontecimientos facilitaron escenarios en los que Bonó
pudo exhibir sus dotes intelectuales y su compromiso patriótico. En
este sentido, no solo se puede afirmar que se involucró en primera
línea en los acontecimientos de 1857, sino que además se convirtió
en el principal orientador teórico-ideológico del Gobierno provisional que
tuvo asiento en Santiago.
En el Manifiesto dado a conocer aparece su firma en calidad de
miembro del máximo órgano del Gobierno provisional, en el que
funge como comisionado de Interior y Policía. A tal Gobierno había
que proveerlo de una base institucional legal, razón por la cual sus
representantes teóricos más conspicuos organizaron la celebración
del Soberano Congreso Constituyente de Moca, en el cual Bonó –representante de Santiago– desempeñó el papel de secretario.
La participación de Bonó en la Comisión Redactora de la
Constitución de Moca de 1858 –trabajo compartido con Espaillat,
Pedro Pablo Bonilla, Federico Salcedo y Domingo A. Rodríguez–
es de primer grado. En los prolongados debates suscitados, Bonó
sobresale como enérgico defensor del sistema federal de gobierno, el
cual, a su parecer, haría cesar las guerras civiles y el caudillismo centralizador. A esto hay que agregar que la redacción de la Constitución
recayó en su persona.
Los hechos, por tanto, fueron catapultando a Bonó cada vez más.
Es así como el 8 de agosto de 1858 lo encontramos encabezando el
Congreso Nacional.
Es en esta época de agitación y efervescencia política que el joven pensador dio el segundo paso de su vida intelectual: publicó su
primer ensayo político-jurídico e histórico-filosófico. Se trata del
opúsculo Apuntes para los cuatro ministerios de la república,22 docu P. F. Bonó, Papeles, pp. 80-103. Con indudable influencia de los ilustrados franceses y del movimiento romántico, Bonó desarrolla la primera crítica histórica
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mento donde deja proyectadas las coordenadas básicas de su pensamiento. Tal escrito, unido al celo con que encaraba las diversas
funciones públicas puestas bajo su responsabilidad, acrecentó su ya
ganado prestigio intelectual y político.
Pero entre las medidas adoptadas por el Gobierno liberal provisional de Santiago figuró la muy discutida decisión de concertar
una alianza con el exdictador Pedro Santana, aparentemente la
única fórmula posible para sacar del poder a su enemigo político,
Buenaventura Báez. Tal objetivo se logró, pero no el que Pedro
Santana fraternizara con sus aliados coyunturales cibaeños.
Prueba política en fase inicial
Efectivamente, Santana enfiló sus armas contra los revolucionarios, persiguiendo a muerte a sus más connotados dirigentes. Bonó
no tuvo otra alternativa que exiliarse, para lo cual tomó un barco
en Montecristi rumbo a Filadelfia. En el navío iban también Ulises
Francisco Espaillat, José Desiderio Valverde, Benigno Filomeno de
Rojas y Domingo Mallol.23
Este viaje a Filadelfia no pudo menos que servir para incrementar el acervo cultural y aprendizaje político de Bonó, quien conoció
así de primera mano la cuna de las instituciones democráticas del
Estado moderno.
A cualquiera sorprende cómo los líderes de las diversas patrias
latinoamericanas se mueven por las Américas con tanta facilidad.
Siempre encuentran personas hospitalarias que les prestan auxilios.
El secreto no es otro que la presencia de la masonería, la cual acoge y
ofrece todo el apoyo necesario a los hermanos que se ven precisados
a dejar sus respectivos países por razones de persecución política.
José Martí, Hostos, Alejandro Angulo Guridi, etc., vivieron en
hecha en el país sobre el desenvolvimiento de España durante la conquista y
colonización de la isla La Española. Es también el primer pensador dominicano
que elabora un examen crítico de los veintidós años de ocupación haitiana.
23
Refiere J. M. Ricardo Román que, al tomar la goleta, el bote que durante la noche
los condujo a bordo fue despedido con una descarga cerrada hecha por algún
santanista desesperado; afortunadamente los proyectiles no hicieron blanco y los
ocupantes resultaron ilesos. J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 105.
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Estados Unidos y en diversos países hispanoamericanos por la ayuda
fraternal de los compañeros de logia.
Tras casi medio año de residencia en la tierra de Washington
–donde asistió a numerosas cátedras en política, derecho, filosofía–,
Bonó retornó a su país. Entonces –inicios de 1859– encontró la patria sacudida por una gravísima crisis socioeconómica y política, la
cual desembocaría el 18 de marzo de 1861 en la anexión a España.
Su nombre no aparece en la lista de personalidades de Santiago que
apoyaron la infausta medida.
Ante el hecho consumado de la anexión, Bonó reaccionó de
manera cauta. El mes de octubre de ese mismo año recibió la autorización de ocupar en Santiago el cargo de defensor público.
Por espacio de dos años y cinco meses permaneció el pueblo
dominicano bajo la tutela española, período durante el cual se registraron protestas y hasta enfrentamientos armados (los de Moca y
los de la provincia de San Juan de la Maguana) en los que cayeron
fusilados personalidades de alto rango de la vida política nacional.
Tal fue el caso del patricio Francisco del Rosario Sánchez.
Bonó, prócer de la Guerra de la Restauración
Función triple: teórica, política, militar
La Guerra de la Restauración, llamada a poner fin a la dominación española, estalló el 16 de agosto de 1863 mediante el
Grito de Capotillo, nombrado así por el lugar de la frontera en
que se dio. Al mes siguiente ya Bonó era una de las figuras civiles
rectoras de la gesta. De hecho, fue una de las primeras personalidades que estampó su firma en el Manifiesto que se emitió en la
zona norte.
Contrario a la revuelta liberal cibaeña de 1857 contra el gobierno
de Báez, sus responsabilidades no eran ahora solo de índole teóricointelectual y civil, sino que incluían el aspecto político-militar: en el
mes de septiembre el Gobierno provisional restaurador lo nombró,
junto a J. B. Curiel, comisionado de guerra.
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El enfrentamiento con el ejército español estaba llamado a ser
cruento. El día 6 de septiembre de 1863 los residentes de Santiago
quedaron espantados por el pavoroso incendio que redujo a cenizas la ciudad, medida adoptada como táctica bélica para procurar
desalojar las tropas españolas. Bonó llegó a revelar a uno de sus
amigos lo que significó para él, en términos personales, tan fatídico
acontecimiento:
Debo manifestar a Ud. que vivía en Santiago en el año 1863 y
fui una de las víctimas del incendio de ese año. Casas, tienda,
almacén,24 biblioteca,25 todo se quemó y solo salvé la ropa que
me cubría que a los ocho días ya estaba hecha jirones. Esto
sucedió también a todos los que habitaban a Santiago en ese
tiempo […]26
El núcleo dirigente restaurador lo consideraba como la persona
de mayor preparación teórica. Lo había demostrado anteriormente
(durante los hechos de 1857-1858) planteando y argumentando propuestas innovadoras que respondían a los cánones del liberalismo
Merced a sus actividades mercantiles y profesionales, Bonó logró acumular considerable fortuna en Santiago. En una lista de comerciantes previa a la gesta restauradora aparece con locales comerciales en la calle del Sol. Su padre también
poseyó varias casas en dicha ciudad. El prócer refiere cómo tres generaciones de
su familia vieron esfumarse importantes riquezas, unas heredadas y otras acumuladas en virtud del trabajo intenso. Con dejos de tristeza, expresa: «El fruto
del trabajo de mis abuelos fue aniquilado por una revolución, el de mis padres
igualmente y el de mi juventud también. La fortuna de los primeros fue debida
al privilegio de castas y de sistema. La de los segundos y la mía fue debida al trabajo paciente personal en concurrencia con el de todos los laboriosos, y los tres
sufrimos aunque desiguales en cuantía la misma suerte en el mismo territorio y
en distintas épocas». P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Ensayos sociohistóricos. Actuación pública, Santo Domingo, 2000, p.107.
25
Era, no cabe duda, la más completa de la región, pues habría que calcular no
solo los libros adquiridos directamente por Bonó, sino también los que su abuela
debió reunir con la finalidad de sumergirlo en la cultura gala. Con la extinción de
este tesoro intelectual se perdió una de las más preciadas fuentes documentales
y bibliográficas para el conocimiento de la sociedad dominicana del siglo xix.
La actual Biblioteca Pedro Francisco Bonó de Santiago (así se llama la del
Monumento a los Héroes de la Restauración) bien pudo contener –de no haberse quemado la de Bonó en 1863– una exhibición de sus libros.
26
En carta a J. de J. Castro inserta en Papeles, p. 458.
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democrático, redactando manifiestos y participando en debates
constitucionales. De ahí que ahora fuera designado para la redacción
del Manifiesto de Independencia de 1863. Tal y como nos narra J.
M. Ricardo R.:
En los comienzos de la Revolución Restauradora se presentaron una tarde a su oficina Don Ulises Francisco Espaillat, Don
Pablo Pujol y Juan Belisario Curiel a pedirle que redactara
el Acta de la Independencia o Manifiesto de la Revolución,
dictándole Don Ulises: «Pierre, coge la pluma, que tú eres el
historiador, y estás ante la posteridad y escríbelo».27
Pero el prestigio de Bonó no se limitaba al grupo selecto que
encabezaba la lucha emancipadora, sino que se extendía también
entre los comerciantes y propietarios del Cibao.
Bonó había llevado a cabo sus gestiones a través de entidades
políticas y comerciales, tertulias culturales, la masonería y la práctica
del derecho. Esto le había permitido cultivar un amplio espectro
de relaciones sociales. No por otra razón es responsabilizado con
el título de «comisionado», asignándosele la tarea de procurar un
empréstito voluntario entre los habitantes de la región.
Achille Michel (el maestro de Bonó), Federico Peralta, Rafael
Ma. Leyba, José Blas Polanco, Miguel A. Rojas, Guillermo Tejera,
Eugenio Fondeur, Sully Arnaud, Roberto Senior y Manuel A.
Román habían fundado en Santiago, en 1858, la Logia Nuevo Mundo
No. 5. A pesar de que durante la anexión (1861-1863) las actividades
masónicas fueron proscritas por ordenanza de la Corona española,
dicha logia continuó funcionando y celebrando reuniones secretas
a fin de prestar sus servicios a la causa revolucionaria.28 Bonó fue de
los primeros liberales santiaguenses en integrarse a la misma, siendo reconocido con los tres primeros grados masónicos el 8 de octubre
de 1863.
27
28
J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 107.
Pedro María Archambault, Historia de la Restauración, Santo Domingo, 4ta edición, 1981, p. 313.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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Tareas delicadas confiadas a Bonó durante la guerra
Algunas de las tareas políticas más delicadas –que requerían de
altas dosis de prudencia y fina inteligencia– fueron encomendadas
a Bonó por el Gobierno restaurador, que obviamente estaba en situación de guerra. En tal virtud, fue escogido como comisionado de
guerra junto a Ramón Matías Mella y Julián Belisario Curiel. Es en
esa condición que es enviado a La Vega para realizar «una delicada
misión»: «curar de raíz el mal de la sonsaca». Las contradicciones
entre sectores de poder veganos requirieron que Bonó permaneciera
en dicha provincia por varios meses.29
Una de sus contribuciones más trascendentales a la causa restauradora es la elaboración de un plan de estrategia militar en el que
sitúa los diferentes cantones que habrían de enfrentarse a las tropas
españolas apostadas en la zona de Guanuma y que eran comandadas
por Pedro Santana, expresidente del país que ahora actuaba como
súbdito de la reina Isabel II. La propuesta del restaurador fue acogida y aplicada a unanimidad por el mando militar.
Cabalgando durante varios días, Bonó dirigió trabajos de inspección
en el cantón de Bermejo, ubicado en una zona aledaña a la ciudad de
Santo Domingo. Las fuerzas dominicanas que allí se encontraban estaban bajo la jefatura de Santiago de la Mota. Mientras estuvo en ese lugar
dedicó parte de su tiempo a observar y realizar entrevistas. Le llamó
poderosamente la atención las condiciones exhibidas por los soldados
dominicanos, que contrastaban en mucho con las de los españoles.
Si la vida del montero le había inspirado a novelarla hacia 1848,
ahora estas vívidas impresiones del soldado nacional le llevaron a
concebir un plan para una futura recreación de los aspectos básicos
del teatro de la guerra restauradora.30 Aunque no llegó a concretar
Por supuesto, La Vega no era ni por asomo la abreviada provincia que conocemos
hoy: comprendía además los territorios de las actuales provincias de Espaillat,
Sánchez Ramírez, Monseñor Nouel y Duarte.
30
«Plan de mi obrita. Dos palabras sobre mi ida al cantón de Bermejo. Estado de
la Revolución el 10 de octubre de 1863 después de reseñar los acontecimientos
desde la entrada en campaña en Capotillo hasta esa fecha. Mi encuentro con
el joven en el cantón; me cuenta su historia. Protagonistas de mi romance. Un
joven del pueblo de Santiago, pronto para casarse, se le quema la casa y tienda
y marcha a Yamasá. Descripción de Yamasá. Jefes. Manzueta. Esta es la bella
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esta idea de novela, Bonó pudo describir en toda su realidad y desamparo al soldado dominicano de la época.31
Por otra parte, conviene referir que durante el mes de abril de
1864 Juan Pablo Duarte se entrevistó con la plana mayor de la Guerra
de la Restauración –salvo con el presidente y general José Antonio
Salcedo, que estaba en campaña–. En tal ocasión, Bonó se relacionó con Duarte, y si damos crédito a la versión de Pedro Troncoso
Sánchez, el prócer iba junto al líder trinitario en la comitiva que presidió el sepelio del compañero común Ramón Matías Mella, quien
había fallecido precisamente en momentos en que Duarte se encontraba en la ciudad de Santiago.32 En su biografía de Duarte, empero,
figura. Estado de la guerra. Se enamora el joven en Yamasá. Descripción de la
joven, familia, hábitos. Los amores principian con el contacto con la joven en
una herida que recibió el joven en la acción de San Pedro, dada por Luperón y
Santiago de la Mota. Descripción de la acción y derrota. Peripecias del joven; se
esconde y llega por el camino de la Jagua a Yamasá, donde la joven le cuida hasta
que sana. Hacer el principal interés en las uniones y peripecias de la guerra». P.
F. Bonó, El montero, Santo Domingo, 1968, pp. 18-19. No hay noticias de que
Bonó llegara a desarrollar la trama de dicha novela; de haberlo hecho se hubiera
dispuesto hoy de un inestimable recurso literario para conocer las interioridades
de esta guerra y de la sociedad en que se produjo. El brillante pensador y novelista Federico García-Godoy comprendió medio siglo más tarde la importancia
de llevar a la ficción dicho episodio bélico, de ahí que escribiera, de manera muy
acertada, la obra Guanuma. Si Bonó hubiese escrito la suya, entonces tuviésemos
dos novelas sobre la gesta.
31
«Acababa de llover a torrentes, pero la noche había aclarado bastante para percibir todos los objetos a larga distancia. El cantón como una colmena humana
hacía un ruido sordo. Había una multitud de soldados tendidos en el camino
acostados de una manera particular: una yagua les servía de colchón y con otra
se cubrían, de manera que aunque lloviera como acababa de suceder, la yagua de
arriba les servía de techumbre y la de abajo como especie de esquife, por debajo
de la cual se deslizaba el agua y no los dejaba mojar. A esta yagua en el lenguaje
pintoresco de esa época se le llamaba "la frisa de Moca"». Más adelante describe
la forma pintoresca en que iban los soldados restauradores mientras desfilaban
para el pase de revista: «No había casi nadie vestido. Harapos eran los vestidos;
el tambor de la Comandancia estaba con una camisa de mujer por toda vestimenta; daba risa verlo redoblar con su túnica; el corneta estaba desnudo de la cintura
para arriba. Todos estaban descalzos y la pierna desnuda […]». P. F. Bonó, «En
el cantón de Bermejo», El montero. Epistolario, Santo Domingo, 2000, pp. 109110. Cuando en cierta ocasión, y a distancia de dos décadas, Bonó exhortaba a
Luperón: «Pues General, defienda al peón, que es la Patria», ha de tenerse por
seguro que en su mente estaban vivas las imágenes de aquellos «soldados» que
lucharon a muerte contra la Corona española.
32
«Paso a paso –relata Troncoso Sánchez– siguió Duarte el féretro por las calles de
la población hasta el cementerio municipal. Quién sabe si envidió al compañero
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Orlando Inoa señala que tal afirmación de Troncoso Sánchez «no
encuentra aval en ningún documento conocido».33
Enfermedad recurrente en Bonó
Una de las principales limitaciones físicas que perturbaron la
vida de Bonó fue la enfermedad. En diversas ocasiones su mala salud
le obligó a renunciar a sus funciones, y en otras, a rehusar ciertas
ofertas. La primera renuncia a un cargo motivado por sus quebrantos de salud se dio el 23 de febrero de 1864, cuando intentó dejar de
ser ministro del Gobierno (comisionado de guerra).
Desde su juventud Bonó padeció de dispepsia, enfermedad caracterizada por serios trastornos digestivos que conllevan un estado
de debilitamiento general del organismo.34 Dicho padecimiento se
prolongó hasta la edad adulta. De hecho, lo esgrimió varias veces
como excusa formal para renunciar o no asumir determinadas funciones públicas. Pablo Nadal, sin expresarlo explícitamente, atribuye
a Bonó síntomas de hipocondría:
Ese hombre íntimo revela una preocupación constante y angustiosa sobre su salud. Son sus excusas preferidas cuando la
respuesta moral no la cree todavía necesaria a determinada
situación. Esta preocupación a veces se expresa como realidad
en malestares en el estómago y en catarros frecuentes.35
que se iba a confundir con la tierra de sus afanes mientras a él lo alejaban de
ella. Iba en silencio al lado de Espaillat, Rojas, Bonó, Grullón, Deetjen y demás miembros del gobierno. También estaban presentes los generales Gaspar
Polanco y Benito Monción». Pedro Troncoso Sánchez, Vida de Juan Pablo
Duarte, Santo Domingo, 1975, p. 440.
33
Orlando Inoa, Biografía de Juan Pablo Duarte, Santo Domingo, 2008, p. 171.
34
En 1875, mientras estaba en París, escribe sobre ello a su hermana Casimira:
«[…] el estómago es cierto continúa malo, ya yo creo que esta es una enfermedad
incurable o sobre todo que he venido a convencerme de que Manuel Ponce y un
chileno con quien hice el viaje en el vapor y con quien traté de mi enfermedad
son los que mejor han definido mi curación. Uno y otro me dijeron que todo el
negocio del mal estaba en la cocina, y esto es a mi parecer cierto». Ver P. F. Bonó,
Papeles, pp. 429-430.
35
Pablo Nadal, Bonó. Ciudadano dominicano, Santo Domingo, 1991, p. 71.
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Algunos de los juicios de Pablo Nadal son enteramente subjetivos. Lo cierto es que Bonó sufría de una enfermedad estomacal,
la cual le impedía un desenvolvimiento normal. En cartas enviadas
desde París a su hermana Casimira, Bonó alude reiteradamente a
cómo dicha afección gástrica le contrariaba muchos de sus planes.36
Al respecto, Roberto Cassá refiere que Bonó padecía de enfermedades crónicas que generaban en él estados depresivos, lo que
pudo constituirse en una de las causas de su negativa a participar
en asuntos políticos.37 El mismo autor considera que tal vez sus
dolencias fueran expresión de alguna angustia constante, la que si
bien habría limitado sus potencialidades creadoras, también habría
terminado por estimularlo a emprender estudios de medicina en
forma autodidacta y a prestar servicios médicos gratuitos que le permitieron dar libre curso a sus ansias caritativas.38
Sin embargo, en esa primera oportunidad en que Bonó solicitó
la renuncia a sus funciones públicas por motivo de enfermedad, el
Gobierno dominicano no pudo prescindir de sus caros servicios, pues se
encontraba en guerra contra España. Y no solo no le aceptó la renuncia,
sino que, contrariamente a lo esperado, aumentó sus responsabilidades
al asignarle provisionalmente los ministerios de Relaciones Exteriores
y de Hacienda y ordenarle viajar a Puerto Príncipe como enviado confidencial ante el presidente haitiano Geffrard. Esta misión tenía por
finalidad el plantear al primer mandatario haitiano la resuelta intención
de establecer relaciones amistosas y sólidas con su gobierno.
Aunque hubo contactos oficiosos, la máxima autoridad haitiana
no recibió oficialmente a Bonó. De haberlo hecho habría reconocido
de facto la existencia de la República Dominicana, algo opuesto a la
postura declarada del Gobierno español, que consideraba al país como
una provincia española en estado de rebeldía.39 De esta suerte, Bonó
P. F. Bonó, Papeles, pp. 426-427, 429-430.
Roberto Cassá, «Pedro Francisco Bonó y su época», Estudios Sociales, No. 114,
1998, Santo Domingo, p. 11.
38
R. Cassá, Pedro Francisco Bonó, Santo Domingo, 2003, p. 26.
39
Aún estaban frescos los 200 mil dólares que tuvo que desembolsar el Gobierno
de Geffrard a favor de la monarquía española como indemnización por haber
permitido que el territorio haitiano sirviera de base para que Francisco del
Rosario Sánchez y sus compañeros –renuentes a la anexión– intentaran atacar
por el sur a las autoridades españolas de la parte este de la isla (1861).
36
37
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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permaneció durante varios días en Puerto Príncipe sin lograr llevar a
cabo las acciones de alta diplomacia que le habían encomendado.
Fusilamiento del presidente Salcedo. Bonó abandona Santiago
y se muda a San Francisco de Macorís
Tal como aconteció en la totalidad de los países latinoamericanos, en República Dominicana los conflictos entre los dirigentes
independentistas fueron implacables, en ocasiones cruentos y trágicos. Cuando aún se luchaba contra las tropas españolas, diferencias
tácticas sobre la posible concertación de alianza con los españoles
dieron pábulo para la lucha a muerte entre dos de los principales
caudillos militares: el presidente del Gobierno provisional, general
José Antonio Salcedo, y el general Gaspar Polanco, principal jefe
militar de la gesta junto con el prócer Gregorio Luperón.
Como resultado de tales controversias, sobrevino el fusilamiento
del presidente Salcedo por iniciativa del general Polanco, quien previamente le había asestado un golpe de Estado. Esta muerte trágica de
Salcedo –amigo íntimo de Bonó– produjo en el intelectual una gran
indignación: no solo provocó que renunciara a los dos ministerios que
ocupaba dentro del gobierno o que protestara airadamente –lo que dio
origen a que el presidente provisional Gaspar Polanco profiriera graves
amenazas de muerte en su contra40–, sino que también hizo que abandonara con firme resolución Santiago, la ciudad que le vio nacer. Es así
como entonces pasó a vivir en la villa de San Francisco de Macorís.41
Presentamos la versión ofrecida por J. M. Ricardo Román sobre el altercado
verbal suscitado entre el general Gaspar Polanco y Bonó: «Bonó, por respeto
a su personalidad no lo mando a fusilar por la actitud que Ud. ha tomado en
la muerte del Gral. Salcedo, pero no continúe en esa actitud airada». A lo que
contestó Bonó: «Sé que si Ud. lo ordenara sería fusilado, y para no traicionar
mis convicciones no solo le hago entrega de las dos carteras que ocupo en su gobierno, a las que renuncio en este momento, sino que me retiro a la vida privada,
no volviendo a actuar en la política de mi país mientras no sean los tribunales de
justicia los que llenen los trámites y que sean los únicos que puedan disponer de
la vida de los conciudadanos». J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 107.
41
P. M. Archambault ofrece el siguiente relato acerca de cómo Bonó sale de su
urbe nativa: «[…] lleno de vergüenza por aquel odioso crimen de partido, el
licenciado Bonó […] inmediatamente juró no volver a Santiago mientras viviera
y separarse para siempre de la política. Montó a caballo en la puerta de la casa del
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Macorís: medio «excelente para observar»
Bonó se mostró enormemente complacido con el género de vida
que le permitió desplegar la modesta villa de Macorís, pueblo que
le suscitaba bellas inspiraciones. Su nueva situación vital fortaleció
cada día más su excepcional vocación filantrópica, que lo volcó a curar enfermos y socorrer menesterosos, pero que muy especialmente
lo impulsó a dar pleno sentido a su misión de intelectual comprometido. Esto último lo resalta de la manera siguiente:
¿Sabré yo más que mis demás compatriotas? En ninguna manera. No sé más, tal vez sepa menos que ellos, pero estoy colocado en un medio tan excelente para observar [cursivas añadidas],
que no lo cambiaré por todo el oro del mundo, porque creo
que él solo es quien me inspira:
Libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo
él solo me permitirá observar bien y decir a mis compatriotas mis
observaciones, siéndoles, por tanto, más útil que en el solio.42
En efecto, Bonó residiría en San Francisco de Macorís por el
resto de su vida: unos treinta y dos años. Aquí se agenció condiciones
Gobierno, y sin despedirse de sus amigos ni hermanas se marchó por la Cuesta
de las Piedras para San Francisco de Macorís, y desde Nibaje volvió el rostro
para admirar por última vez la ciudad de sus amores, en donde no había ningún
cerebro que temiera tanto como él las iras de la historia». P. M. Archambault,
Historia, p. 260. J. M. Ricardo narra el mismo hecho del modo siguiente: «Y
de la puerta de la casa de Gobierno, salió para San Francisco de Macorís sin
despedirse de su familia y amigos […] y al llegar a los cerros de Matanzas, más
allá de Marilópez, camino de Moca, volvió las bridas de su caballo y exclamó:
«Santiago, mi ciudad querida, nunca más pisaré tus calles si no hay sanción y
castigo por el crimen que se ha cometido en el General Salcedo». Y es fama que
cumplió su voto, y que en toda su vida jamás volvió al pueblo de su nacimiento y
de sus amores». J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», pp. 107-109.
42
P. F. Bonó, «A mis conciudadanos», Papeles, p. 326. Cuando Bonó escribe «…
más útil que en el solio», argumenta que él, dando a conocer desde aquel pueblito sus ideas sobre los graves problemas nacionales, podía realizar aportes de
mayor significación que como presidente de la República.
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óptimas para examinar detenidamente la sociedad dominicana que le
tocó vivir, para extender en cielo despejado las alas de su pensamiento.
La pequeña localidad le resultaba muy familiar al prócer, pues en
1831 su padre había comprado allí una casa con fines comerciales.
Sus nuevas circunstancias vitales le exigieron el ejercicio del derecho, pero también las labores de médico (por sus conocimientos de
botánica y farmacia), de fabricante (construye dos alambiques para
destilar alcohol) y de agricultor, así como la realización de una vasta
cantidad de oficios.43 Aparte de sus actividades como fabricante de
alcohol, suman catorce las ocupaciones u oficios que Bonó se vio
precisado a ejercer en Macorís: «abogado, médico, botanista, hojalatero, sastre, zapatero, curtidor, carpintero, agricultor, político,
economista, publicista, filósofo y comediógrafo».44
Las dos ocupaciones con las que Bonó se identificó más fueron
las de abogado y médico, aunque terminó prefiriendo esta última
por prestarse más que la abogacía a procurar el bien de los necesitados y menesterosos. En el viaje imaginario desde Santo Domingo
hasta San Francisco que realizan los personajes de Pedro, Francisco
y Pedro Francisco, ideado por Bonó para dar a conocer la situación
de miseria y el calamitoso estado sanitario del campo dominicano,
el autor compone un interesante y emotivo autorretrato de índole
ocupacional:
Somos tres, cada uno con su peón. Uno de nosotros se
llama Pedro, y es médico. Cómo ha hecho sus estudios,
es un misterio, mas lo cierto es que ejerce la medicina
Tal y como refiere J. M. Ricardo Román, San Francisco de Macorís estaba en
sus inicios formado por mocanos, veganos, santiaguenses... No existían obreros,
razón por la cual Bonó –hombre dotado de enorme sentido práctico– «se preparaba sus envases […] no habiendo curtidores, él y su padre curtían las pieles
y se hacían los zapatos de la familia; también blanqueaba la cera de las velas que
alumbraban su casa; del melado sobrante del alambique fabricaba el azúcar para
el consumo doméstico; además preparaba excelentes jamones y chorizos […]
carpintero y ebanista, construía sus muebles, y en el patio de su casa cosechaba
las legumbres necesarias para su mesa, cual nuevo Cincinnatus. Como la población carecía de reloj, construyó dos de sol, que señalaban la hora con la mayor
exactitud a los particulares y oficinas públicas». J. M. Ricardo Román, «Pedro
Francisco», pp. 102-103.
44
Ibídem, p. 103.
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racional vitalista en nuestro pueblo […] a pesar de que
salva un noventa por ciento de sus enfermos, la clase pobre, con raras excepciones, es su única clientela; cosa que
por cierto no lo apesadumbra […] pues halla su profesión
más bella ejercida con los menesterosos. El segundo se
llama Francisco, y es abogado: pero más dado al estudio
de la Economía Política […] Abandonó el foro y se retiró
a nuestro pueblo […]45
Bonó no menciona el tercer personaje que participa en el relato,
pero se trata también de él mismo, que con el doble nombre de
Pedro Francisco46 –pues ostenta a la vez la condición de médico y de
abogado– conduce la narración en primera persona.
Huelga resaltar aquí el hecho de que, para el año en que escribe
«Un proyecto» (1880), Bonó estaba consciente de sus dotes especiales para el análisis social, actividad intelectual por la que venía
sintiendo especial predilección frente a su antiguo rol como profesional del derecho. El sociólogo que había en Bonó armonizaría
con su condición de pensador, complementándose ambas facetas
de manera admirable. Esta fusión deviene patente en la filosofía
social que se desprende de su trabajo teórico y que bien puede advertir todo investigador dispuesto a profundizar en su producción
intelectual.
Su labor teórica no fue óbice, sin embargo, para que Bonó desempeñara con plena modestia determinados cargos públicos en su
localidad, entre los que figuran los de regidor, alcalde constitucional
y notario público.
Su amigo alemán, J. W. Kuck, describió la vida de Bonó en
Macorís como la de un «filósofo modesto»; mientras que otro
45
46
P. F. Bonó, «Un proyecto», Ensayos sociohistóricos. p. 43.
En este escrito, cuya publicación original circuló en el periódico El Porvenir (diciembre de 1880), el autor exhorta a todos los enfermos de buba a que «se dirijan
a la casa del Señor Pedro Francisco Bonó, sita en esta villa del Macorís, calle
Colón No. 40; a cuyo Señor exhibirán un certificado del cura o del Presidente
del Ayuntamiento de su respectiva localidad, donde conste que son indigentes.
Yo los examinaré, oiré cómo padecen, y después de este examen les entregaré
gratis las medicinas que deben tomar y también les indicaré, gratis, el régimen
que deben seguir». P. F. Bonó, «Un proyecto», p. 60.
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germano, Aug Schlager, le reconoció: «Ud. ha trabajado como autodidacto, ha aprendido que saber es el poder del mundo».47
El hecho es que este entorno macorisano le permitió sustentar
una vida intelectual de tanta fecundidad que en cierto momento
llegó a proclamar que no cambiaría su modesto rincón «ni por todo
el oro del mundo».
Desde aquí, pues, desarrolló un provechoso magisterio social a
través de ensayos, artículos, cartas y manifiestos, todos los cuales
fueron publicados en periódicos de Santiago y Puerto Plata. Entre
tanto, son muchos los amigos con quienes mantiene relaciones
epistolares: Gregorio Luperón, Fernando Arturo de Meriño, Ulises
Francisco Espaillat, Federico Henríquez y Carvajal, entre otros.
De Macorís a la capital: secretario de tres carteras
Estos y otros logros cimentaron y robustecieron la vida intelectual del pensador; pero un cambio lo llevaría a retirarse por seis
meses de su preferido observatorio para residir en Santo Domingo,
ciudad en la que debía ejercer de secretario de Estado de Justicia,
Relaciones Exteriores e Instrucción Pública por una disposición del
presidente José María Cabral y Báez emitida en junio de 1867. ¿Qué
motivación tuvo Bonó para aceptar tal decisión? Él no ignoraba
que tal designación era el resultado del consenso alcanzado entre el
general Gregorio Luperón –quien lo había recomendado– y otros
rectores de la vida política nacional.
En efecto, Bonó fue siempre un abanderado de la idea de que
un Gobierno medianamente exitoso necesitaba el apoyo de todos
los sectores del país, debiendo estar conformado por líderes representativos de las dos regiones principales: norte y sur. Es posible que
tal convicción influyera en su ánimo para reiniciar la difícil vida de
funcionario público.
Debe subrayarse que las nuevas responsabilidades asumidas por
Bonó fueron desempeñadas con entera probidad y que nuestro pensador, superando las limitaciones presupuestales y las del entorno
47
P. F. Bonó, Papeles, p. 511.
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social, introdujo notables modificaciones en los tres ramos. Su gestión breve al frente de la Secretaría de Instrucción Pública dejó
su impronta personal, pues por vez primera se intentó introducir
organización y método en dicha área. De sumo interés resulta un informe que preparó al efecto,48 en el que sobresale la transparencia en
el uso de los recursos públicos. Debe lamentarse, por tanto, que sus
servicios como gestor público no se prolongaran por largo tiempo,
que al cumplir «seis meses de intensa labor –en diciembre del citado
año– presentara formal renuncia al presidente Cabral y Báez.49
Período de silencio. Se pierde un presidente,
se gana un pensador
Bonó, pues, se alejó definitivamente de las funciones públicas nacionales. A partir de ese momento residirá por siempre en Macorís.
Entre 1867 y 1875 no escribe ni siquiera cartas a sus amigos. El
pensador se sumerge en un largo silencio. La causa fundamental:
el período de los «seis años» de Báez (1868-1873), tiempo durante el
cual el intelectual adopta la autocensura como norma.
Sabido es que el régimen despótico baecista inició concertaciones
oficiales con el presidente estadounidense Ulises Grant para anexar
la República Dominicana a los Estados Unidos. Tales circunstancias
desencadenaron la lucha armada encabezada por Gregorio Luperón,
José María Cabral y Pedro Antonio Pimentel, quienes intentaron
por todos los medios derrocar al tirano, si bien no pudieron lograrlo
Titulado Actuación pública en 1867, es una suerte de rendición de cuentas de sus
ejecutorias. De gran interés es el intento de reforma de la instrucción pública
y la manera en que Bonó la concibe. Se trata de la iniciativa pedagógica más
avanzada conocida en el país hasta la llegada de Hostos, muy a pesar de conservar
ciertos componentes de la tradición, por ejemplo, el uso del catecismo cristiano
como texto obligatorio. Ver P. F. Bonó, Papeles, pp. 125-153.
49
Las razones que lo indujeron a renunciar nunca fueron reveladas por Bonó,
aunque parecen estar motivadas en los contactos soterrados del Gobierno nacional con el de Estados Unidos en procura de un empréstito o de la venta de la
península y bahía de Samaná.
48
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en lo inmediato. Fusilamientos,50 apresamientos51 y persecuciones
constituyeron algunas de las acciones de fuerza desatadas por la
dictadura.
Que Bonó no escribiera durante este lapso no significa que
permaneciera inactivo. Por el contrario, dio muestra inequívoca de
vocación de servicio a favor de su pueblo al pasar a ser (1867) un
simple regidor del Ayuntamiento de San Francisco de Macorís apenas
un año después de renunciar a la labor ministerial.
Dos años después de su gestión en el cabildo de Macorís, en enero de 1870, es nombrado juez de primera instancia en la provincia
de La Vega. En tanto que en 1872 ejerce de alcalde constitucional y
notario público en Macorís.
Ambos cargos son el resultado de sendos nombramientos oficiales realizados por Báez durante el funesto período de los «seis años».
Como era de esperarse, la rectitud y coherencia con que Bonó llevó
a cabo sus nuevas responsabilidades públicas chocaron con el estilo
arbitrario y dictatorial característico de Báez, quien llegó a maltratarlo, perseguirlo y humillarlo.
Su amigo Luperón, sin entrar en otros detalles, refiere que Bonó
sufrió «largas persecuciones injustificadas del Gobierno de Báez».52
Tales vejaciones no implicaron maltratos físicos ni prisiones, como
en cambio sí ocurrió con ciertos amigos suyos –incluso con un pariente cercano–, pero ciertamente le causaron un profundo impacto
psicológico y moral. En el transcurso de los «seis años» de Báez, plenos de opresión y tiranía, el pensador dominicano acuñó la siguiente
frase: «Confiad en la libertad, en el Pueblo y en la Providencia, y
esperad el castigo del tirano».53
Una vez superado el oprobioso régimen de Báez, Bonó quiso
buscar otros aires fuera del país, por lo que envió una comunicación a la Gobernación de La Vega solicitando un pasaporte para
De los que fueron víctimas antiguos luchadores de la Guerra de la Restauración,
entre ellos el poeta Manuel Rodríguez Objío y el general Eusebio Manzueta.
51
Como fueron los casos de su tío Bartolo Mejía (hermano de su madre) y de su
gran amigo Ulises Francisco Espaillat.
52
Gregorio Luperón, Notas autobiográficas y apuntes históricos, tomo II, Santo
Domingo, 2da edición, 1974, p. 77.
53
J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 109.
50
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emprender viaje con destino a varias capitales europeas: París,
Bruselas, Berlín, Londres.54 «Los que viajan mucho, saben mucho»,
escribe a su hermana Casimira desde París en 1875.
La gira, que finalizó en Nueva York y que duró tres meses, dejó a
nuestro pensador pletórico de satisfacción. Al regresar, se encontró
ante un hecho político relevante: se efectuaban los aprestos para
llevar a su amigo Ulises Francisco Espaillat a la presidencia de la
República. El hecho generó justificadas expectativas, pues el candidato, reconocido intelectual y prócer de la Guerra Restauradora,
era un liberal que había conquistado un enorme prestigio en el seno
de la pequeña burguesía cibaeña debido en parte a sus actividades
comerciales. En su trayecto a Santo Domingo para tomar juramento
como presidente electo de la República, Espaillat realizó un recorrido por varias ciudades del valle del Cibao en el que se incluyó a
Macorís. Aquí visitó y dialogó con su amigo Bonó, a quien ofreció
un ministerio. En vez de lo ofertado, Bonó aceptó el cargo de comisionado especial de agricultura en la provincia de La Vega.55
El presidente Espaillat estaba impregnado del ideario democrático y abrigaba las mejores intenciones en su Gobierno. Sin embargo, antes de cumplir siete meses en la presidencia se vio precisado a
abandonar su cargo y tomar asilo en el Consulado de Francia debido
En carta a su hermana Casimira, Bonó se manifiesta inconforme por la imposibilidad de viajar a España e Italia como había planeado.
55
Se presenta a continuación una recreación del diálogo sostenido entre el recién
electo presidente Espaillat y Bonó cuando el primero hizo parada en la casa del
segundo:
«Ulises, ya sabes que te aconsejé no aceptar la Presidencia, y las razones que
para ello te daba, me impiden aceptar el ministerio que me ofreces; es más, me
permito rogarte que levantes la vista y veas el nublado tan negro que tenemos
delante, y si retornas a Santiago no te mojarás.
– Miro el nublado y el aguacero que producirá, y por ello vine a buscarte para
decirte: la Patria nos pide que nos mojemos sembrando la buena semilla, y como
hermanos de ideales, juntos debemos desafiar la tempestad.
– No puedo quedarme en seco mojándote tú, y como vas a sembrar te acompañaré
en la faena, y para ello me puedes mandar el nombramiento de Inspector de
Agricultura, pero sin sueldo». J. M. Ricardo Román, «Pedro Francisco», p. 110.
El autor se basa en declaraciones que le hiciera el sobrino de Bonó, Manuel de
Jesús Bonó Araújo, en San Francisco de Macorís. Se ha presentado aquí una
versión dialogada; en el texto de J. M. Ricardo Román aparece en forma de
relato.
54
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a una asonada militar. Para el Partido Azul aquello significó una
verdadera tragedia. Al decir de la historiadora Mu-Kien A. Sang,
«La muerte de Espaillat marcó profundamente a la intelectualidad
liberal de la época. Había fracasado una esperanza».56
Un gran pesar provocó en Bonó el triste desenlace del breve ensayo de vida democrática. ¿Lo había previsto Bonó en su más honda
interioridad? ¿No tenía ya formada su visión en torno a la formación
social dominicana, en el sentido de que el país no estaba preparado
para ejercitarse de acuerdo a los cánones del «modelo democrático
puro»? ¿Fue por ello que no aceptó formar parte del gabinete del
presidente Espaillat?
Muerto Espaillat seis meses después de su asilo, el vacío político
no podía ser mayor. Importantes sectores de la vida nacional y personalidades destacadas del espectro político centraron entonces en
Bonó sus expectativas de un candidato idóneo para las funciones de
presidente de la República ¿Acaso había en el país otra persona más
parecida a Espaillat? La prensa constantemente se hacía eco del clamor. Las cartas llovían: de Gregorio Luperón, Federico Henríquez
y Carvajal, Mariano A. Cestero, entre otras personalidades.
Fue tanta la insistencia que Bonó no pudo menos que fijar su
posición definitiva al respecto. Tituló «A mis conciudadanos»57 la
declaración pública de 1884 en la que argumenta su inquebrantable
decisión. Se trata de una extensa carta enviada a Gregorio Luperón y
que hace extensiva al país. En ella puntualiza: «…no amo el Poder, y
el Poder para ser bien ejercido es preciso amarlo».58 Más adelante sus
palabras adquieren un tono radical: «Salgo también de los partidos.
Yo no quiero ser partidario, quiero ser ciudadano dominicano».59
Por supuesto, el prócer había llegado a la conclusión de que
el Partido Azul no representaba ya algo cualitativamente distinto
a las otras agrupaciones políticas: todos se bañaban en las turbias
aguas de la corrupción; el objetivo primordial del quehacer político
Mu-Kien Adriana Sang, Una utopía inconclusa. Espaillat y el liberalismo dominicano
del siglo xix, Santo Domingo, 1997, p. 154.
57
En Papeles, Santo Domingo, 1980, pp. 325-329.
58
P. F. Bonó, «A mis conciudadanos», p. 325.
59
Ibídem, p. 328.
56
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partidista no consistía más que en la repartición del presupuesto de
la nación.
A estas alturas, con la vasta experiencia que tenía detrás de sí
–más el bagaje que obtuvo en Filadelfia y en Europa–, había llegado
a una postura concluyente: el legado más importante que podía dejar
a la sociedad dominicana consistía en la investigación y elucidación
profunda de sus acuciantes problemas. Así inicia el período de madurez del autor. Tal lapso coincide también con el más firme ejercicio
de pensamiento crítico llevado a cabo en el país durante el siglo xix.
Entre 1880 y 1885 Bonó desarrolló la más intensa labor intelectual de su vida. De tal período es el enjundioso estudio de corte
sociológico-económico Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas,60 opúsculo que le granjeó un merecido prestigio y le reservó la
paternidad de los análisis sociológicos en el país.61
Franklin Franco Pichardo estima que Bonó puede ser considerado como el pensador de mayor vuelo teórico y afán investigativo del
siglo xix: «el primer intelectual que enfocó los principales problemas
nacionales (de su época), exhibiendo un elevado dominio teórico de
las ciencias sociales».62 A Franco le ha llamado poderosamente la
atención su conceptualización de la economía política, en especial
cuando en 1881 sostiene:
Las incursiones frecuentes que en unos estudios puramente
económicos hacemos en el campo de la historia y de la política, no deben parecer extraño al lector. La economía política
es un ramo de la ciencia social, y para explicar debidamente
sus fenómenos en una sociedad dada, hay que recorrer toda su
vida, sus leyes, sus costumbres y sus hábitos.63
Con una extensión de 55 páginas, es el principal escrito de Bonó entre todos
los recopilados por E. Rodríguez Demorizi. Fue publicado originalmente en el
periódico El Porvenir de Puerto Plata en 1881.
61
No por otra razón se ha declarado el 18 de octubre –día y mes en que nace Bonó–
como Día Nacional del Sociólogo en República Dominicana. Esta disposición fue
sancionada mediante el Decreto No. 2838 de 1981, año en que se cumplía el
centenario del referido texto Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas.
62
Franklin Franco Pichardo, El pensamiento dominicano, 1780-1940, Santo
Domingo, 2001, pp. 153-154.
63
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 220.
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De acuerdo a la apreciación de Franco Pichardo, «Bonó se situó muy por encima de la mayoría de los científicos sociales de la
época».64
En cambio, Harmannus Hoetink se refiere a Bonó como «el
interesante sociólogo amateur de San Francisco de Macorís».65 Esta
consideración es cercana a la esgrimida por Raymundo González en
el sentido de que Bonó estaba dotado de una «intuición sociológica»
que hizo posible su peculiar acercamiento a la sociedad dominicana;66
así como a la emitida por Juan Isidro Jimenes, quien lo calificó de
«sociólogo intuitivo».67 Todas ellas, sin embargo, son objetadas por
Orlando Objío:
Entiendo que con las expresiones sociólogo intuitivo / intuición
sociológica, de Grullón y González respectivamente, se disminuye la condición de sociólogo de Bonó. Esto así, por cuanto
la intuición constituye una fase inferior del conocimiento […]
Este apocamiento es una inconsecuencia e incoherencia por
parte de Grullón y González con la valoración que ellos mismos postulan de Bonó, del que sostienen una interpretación
que nos permite justipreciarlo como un auténtico sociólogo.68
Con el objetivo de borrar cualquier resquicio de duda sobre la
condición de sociólogo ostentada por Bonó, Objío discierne nueve
argumentos que avalan al pensador como el primer sociólogo de la
República Dominicana.69
Joaquín Balaguer, sin hacer ninguna referencia a Bonó, reconoció a José Ramón López como el primer sociólogo dominicano.
F. Franco Pichardo, El pensamiento, p. 154.
H. Hoetink, El pueblo dominicano: 1850-1900. Apuntes para su sociología histórica,
Santiago, 1971, p. 61.
66
Raymundo González, Bonó, un intelectual de los pobres, Santo Domingo, 1994,
p. 28.
67
Bonó es «el sociólogo intuitivo más penetrante de aquella época», Juan Isidro
Jimenes Grullón, Sociología política dominicana, 1844-1966, vol. I, Santo Domingo,
1982, p. 332.
68
Orlando Objío, «Bonó, el sociólogo», Estudios Sociales, No. 142/143, 2006,
pp. 61-78.
69
Ibídem, pp. 65-76.
64
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Era presidente de la República cuando prologó una selección de sus
escritos; en dicho prólogo sostiene:
José Ramón López es, sin duda, nuestro primer sociólogo, nadie ha hurgado con más perspicacia en nuestro fondo étnico ni
nadie ha sido más agudo en la interpretación de los fenómenos
que caracterizan la sociabilidad dominicana.
Sus estudios acerca de nuestra realidad social se fundan principalmente en la historia y en las ciencias naturales.70
Esta posición no es de extrañar, ya que Joaquín Balaguer (al
menos en sus primeros años) y José Ramón López se formaron al
calor del ideario positivista y, por lo tanto, sostuvieron visiones del
progreso y del campesinado dominicano en las que se advierten ciertas coincidencias. Por lo demás, Balaguer no estaba ideológicamente
preparado para asimilar la concepción abrazada por Bonó respecto
a la sociedad dominicana: lo impedían su inflada hispanofilia y la
actitud hostil hacia todo lo que irradia cultura africana, dos de sus
posturas características.
El hecho es que si el opúsculo Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas consagra a Bonó como el primer y más profundo
analista social que tuvo el país hasta iniciado el siglo xx, el ensayo
Opiniones de un dominicano (1884) pone de manifiesto sus peculiares
condiciones para el ejercicio del pensamiento crítico,71 convirtiéndolo en el primer librepensador del país. Aún más, tan solo un año
después el intelectual amplía su ensayística con el sesudo trabajo La
República Dominicana y la República Haitiana, texto en el que ventila
Prólogo de Joaquín Balaguer en José Ramón López, El gran pesimismo dominicano, Barcelona, 1975, p. 16.
71
Este importante ensayo lo publicó Bonó originalmente en el periódico El Eco
del Pueblo, de Santiago. Acerca de Bonó puede afirmarse que fue, por encima
de cualquier otra consideración, un intelectual ético. Por eso se convirtió en un
disidente. Si su vocación dominante hubiera sido la política, en modo alguno
hubiera rechazado la candidatura presidencial varias veces ofertada; tampoco se
hubiera mudado de Santiago para establecerse en San Francisco de Macorís.
Pensar era su quehacer predilecto. Así pues, no estaba descaminado en su convicción de que desde su observatorio macorisano podía realizar aportes más
valiosos a la sociedad dominicana que estando en la cúspide del poder.
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la problemática entre los dos países que habitan la isla. Ambas naciones –plantea– se han consolidado históricamente siguiendo paradigmas socioculturales esencialmente contrapuestos: la República
Dominicana se ha edificado sobre la base étnico-cultural del cosmopolitismo como resultado directo del hibridismo trinitario racial
(razas blanca, negra e indígena); mientras que, por el contrario, la
República Haitiana se ha configurado, esencialmente, a partir del
exclusivismo étnico-cultural, consecuencia directa de su desarrollo a
partir de una sola raza, la negra. Ambas modalidades contrapuestas
se derivan, a su vez, de los estilos coloniales divergentes que implantaron España y Francia respectivamente.
Huelga aclarar que la producción intelectual de Bonó en el
período indicado (1880-1885) no se limita a los títulos reseñados
anteriormente; a dicho espacio de tiempo pertenecen también
otros escritos de inexcusable lectura para toda persona interesada
en formarse una idea lo más completa posible de las circunstancias
dominicanas en el segundo tramo del siglo xix. Nos referimos a
Privilegiomanía (1880), Un proyecto (1880), Una súplica (1880), Las
franquicias (1880), Cuestiones sociales y agrícolas (1880 y 1882), Una
indicación (1882), A mis conciudadanos (1884).
Bonó y Eugenio María de Hostos:
encuentro y desencuentro
Coincidencia en el país de dos intelectuales indispensables
La producción teórica de Bonó coincidió con el apogeo en el
país de la Escuela Normal, institución dirigida por Eugenio María
de Hostos a partir de 1879. En efecto, mientras desarrolla su peculiar aproximación a la realidad dominicana, Bonó descubre que
otro intelectual, Eugenio María de Hostos, comparte con él ciertas
aspiraciones y tareas tendentes a la regeneración social del pueblo dominicano y a la defensa de sus clases depauperadas.
Hostos había nacido en Mayagüez, Puerto Rico, en 1839. Llega
a Santo Domingo, procedente de España, a la edad de cuarenta
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años. Era entonces la personalidad de mayor formación teórica en
los campos de la filosofía, la pedagogía, la sociología, la psicología y
las ciencias naturales que había pisado suelo dominicano. Como atinadamente señala Bonó, desde su arribo había «dos voces clamando
en el desierto de la isla». Cada cual, empero, hizo su trabajo desde
regiones distintas (Bonó desde el norte, Hostos desde el sur); nunca
llegaron a tratarse personalmente.
Bonó y Hostos cumplen deseos de comunicación
Hacia 1882 Bonó expresó en un artículo de prensa no haber
tenido el honor de conocer a Hostos, persona a quien manifestaba
gratitud por la defensa que hacía de los sectores desheredados del
país y porque mediante sus escritos indicaba con certeza los obstáculos que entorpecían el trabajo agrícola nacional.
Dominado por una especie de empatía moral con el maestro
antillano, Bonó realizó a principios de 1884 un fraternal «envío de
tarjeta» a Eugenio María de Hostos, quien residía entonces en la
ciudad de Santo Domingo.
Ambos intelectuales tenían amigos comunes, como Gregorio
Luperón y Federico Henríquez y Carvajal. Sin lugar a dudas, esas
amistades compartidas propiciaron cierto acercamiento que debió
dar lugar a un conocimiento recíproco mayor que el proporcionado
simplemente por sus escritos.
Una vez hecho el acuse de recibo de la tarjeta, Hostos no reciprocó con el envío de otra, sino que en su lugar le dirigió a Bonó una
delicada misiva en la que exalta su «noble actitud moral» y el «recto
alcance de su entendimiento».
A pesar de que en dicha carta Hostos saluda a Bonó de forma
algo distante («Estimado Señor»), la despedida muestra una ostensible veta amistosa que quizás fue propiciada por la calidad de los
temas referidos en la comunicación: «celebraré que Ud. reciba como
de amigo viejo, las franquezas de su nuevo amigo y afmo. S. Eugenio
M. de Hostos».72
72
E. Rodríguez Demorizi, «Apuntes para la biografía de Bonó», Papeles, p. 47.
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Las dos inteligencias más despejadas que a la sazón adornaban la
República se ponían de golpe en contacto. A juzgar por el tiempo que
el correo de la época empleaba en efectuar sus entregas, la respuesta
de Bonó no se hizo esperar: a los ochenta y un días Bonó respondió
a Hostos. Como tenía ya un ambiente anímicamente abonado, la
salutación es de entera cordialidad: «Amigo: Tan oportuna como
buena fue la correspondencia de mi visita de tarjeta y más buena aún
cuando por ella de un salto hemos entrado en la intimidad».73
Un año después, sería el compatriota de Hostos, Ramón
Emeterio Betances, quien escribiría a Bonó desde París: «Yo siempre
he conservado de Usted el recuerdo grato de la primera vez que lo vi
en el Congreso defendiendo un proyecto de instrucción pública».74
Bonó, como se ha podido observar, se ganó el cariño y el respeto de los dos principales líderes del movimiento independentista
puertorriqueño de la época, propulsores –junto a Luperón y al cubano José Martí– del plan político que visualizaba para las Antillas
un más allá de la mera independencia política respecto de España.
Estos líderes antillanos enarbolaban la creación de la Confederación
Antillana, plan estratégico con el que simpatizaba Bonó.
Hostos y la Escuela Normal: exitosa reforma educativa
Es lugar común señalar la creación y desarrollo de la Escuela
Normal como el acontecimiento cultural más relevante de la
República Dominicana durante el período decimonónico. Hostos
fue la figura central de dicha hazaña. Su presencia llenó un vacío
intelectual que venía siendo arrastrado desde los albores del siglo,
cuando el esfuerzo político y cultural del núcleo independentista
prohijado por José Núñez de Cáceres, Andrés López de Medrano y
Bernardo Correa y Cidrón fue cercenado por la ocupación haitiana
y por la subsiguiente clausura de la universidad en 1823.
El apoyo dispensado a Hostos por parte del Gobierno azul o
liberal, que conllevaba el respaldo de monseñor Fernando Arturo de
Meriño (jefe del Gobierno y cabeza de la Iglesia católica), permitió
E. Rodríguez Demorizi, «Apuntes para la biografía de Bonó», Papeles, pp. 47-48.
P. F. Bonó, Papeles, pp. 529-530.
73
74
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el éxito de su proyecto educativo. A ello se sumó la creación de
la nueva universidad (el Instituto Profesional) y del Instituto de
Señoritas, entidad que formaría a mujeres para incorporarlas a las
tareas educativas.
Todos estos avances en materia educativa ocurren entre 1880 y
1885. Sin embargo, no debe soslayarse que Bonó había hecho ya el
intento por «reformar» la instrucción pública en el país: en 1867
diseñó un plan para impulsar su desarrollo, el cual fue presentado al
Congreso junto a un pormenorizado informe. Como ya se ha indicado, constituyó el mayor esfuerzo para enfrentar el problema de la
enseñanza previo a la llegada de Hostos.
Tradición y modernidad se conjugaron en la propuesta de Bonó,
pues al mismo tiempo que incorporaba el estudio de las ciencias
naturales entre el alumnado, reivindicaba también la enseñanza del
catecismo cristiano. Esto se explica si nos percatamos de que Bonó
no fue laicista.75
El laicismo lo introduce Hostos en el país en 1880. Dicho con
más propiedad: Hostos introduce la ciencia moderna conjuntamente
con la metodología y técnicas más avanzadas del quehacer educativo.
Al no tener compromiso con la tradición, el pedagogo y filósofo
boricua se propuso, auxiliado de la Escuela Normal, superar no solo
el sistema de ideas predominantes por más de trescientos años, el
escolasticismo, sino además el obsoleto modelo pedagógico que le
era consubstancial y que se basaba en el criterio de autoridad y el
afán memorístico.
No estaba en capacidad de serlo aun cuando su deseo hubiera sido ese. Tal condición requería de estudios sistemáticos en los centros filosóficos y científicos
de la época, los cuales se hallaban en Europa y Estados Unidos. Hostos estudió
en Bilbao y en Madrid (filosofía, pedagogía, ciencias naturales, psicología); pero
Bonó ni siquiera tuvo la posibilidad de ingresar a centro universitario alguno.
El plan educativo de Bonó tuvo las limitaciones del medio social en que surgió,
del cual Bonó fue producto, si bien excepcional. Su intento por introducir la
enseñanza de las ciencias naturales y por crear la carrera de medicina en 1867
revela lo adelantado que estaba respecto de la sociedad del momento. Aunque es
cierto que Bonó no reunió las condiciones científicas que ostentaba Hostos, al
menos sí fue el sabio y sociólogo que el país requería para llegar a tener conciencia de lo que era en aquella época.
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Bonó: pros y contras del normalismo. Refutación del deísmo
Bonó no rechaza enteramente la nueva modalidad de enseñanza;
tampoco el anterior formato. Cree que ambos contienen aspectos
positivos que deberían armonizarse y preservarse. Contempló a la
escuela de Hostos entorpecida por los escollos que a su provechoso andar opuso la escuela tradicional, pero también vio el accionar
bienhechor de la escuela tradicional obstaculizado por las dificultades creadas por la implementación del nuevo estilo pedagógico.
Hace una observación de corte dialéctico al advertir que entre
ambos paradigmas venía dándose «una lucha entre lo nuevo y lo viejo».
Pero, ¿de qué tipo es la oposición de Bonó al sistema normalista
que Hostos venía aplicando en el país? Es de naturaleza filosófica, con motivaciones básicamente éticas: Bonó objeta el deísmo
consubstancial de la novedosa propuesta educativa. No comparte
el criterio de que a las masas populares dominicanas se les quiera
inculcar a todo trance la doctrina deísta, modalidad ilustrada que
–a su juicio– los dominicanos no estaban en condición de asimilar.
Según el pensador, a los sectores populares había que preservarlos
dentro del espíritu de la doctrina cristiana que otrora habían aprendido, toda vez que era lo único que les proporcionaba orientación
moral a sus vidas.76 En cambio, reserva el deísmo para los núcleos
intelectualizados criollos, o para los europeos y estadounidenses.
Unos y otros, gracias a su ilustración, y a una larga y fecunda vida
Dice Rousseau, filósofo que ejerció notable influencia sobre Bonó: «Importa
mucho al Estado que cada ciudadano tenga una religión que le haga amar sus
deberes; pero los dogmas de esta religión no interesan ni al Estado ni a sus
miembros, sino en tanto que estos dogmas se refieren a la moral y a los deberes que el que la profesa tiene que cumplir hacia otro. Cada cual puede tener
además las opiniones que le plazcan, sin que el soberano haya de conocerlas,
pues como tiene jurisdicción en el otro mundo, no le compete la suerte de los
súbditos en la vida futura con tal que sean buenos ciudadanos en el presente».
Juan Jacobo Rousseau, El contrato social, Madrid, 1981, p. 146. Bonó concebía la
República Dominicana como un país «donde no hay aún arte ni filosofía, donde
solo el vínculo de la fe ata a la sociedad» (P. F. Bonó, El montero. Epistolario,
Santo Domingo, 2000, p. 256). De ahí que, a su parecer, fuera necesario difundir y hacer conocer los principios doctrinarios de la religión cristiana, pues
conociéndolos y obedeciendo sus mandatos los dominicanos estarían en mejor
disposición de cumplir con sus deberes de ciudadanía. En este, como en otros
aspectos, coincide con Rousseau.
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especulativa, estarían en capacidad de asimilar dicha doctrina sin el
peligro de caer en la desorientación moral.77
Señalamientos críticos de Bonó
y debates públicos suscitados
Debate sobre el federalismo y rechazo de candidatura
Entre 1880 y 1885 Bonó se convirtió en una figura de cierto reconocimiento, especialmente en el seno de la pequeña burguesía cibaeña.
Sus trabajos publicados en la prensa nacional sobre los principales tópicos de la época le atrajeron un importante círculo de lectores. Algunas
de las temáticas que examinó suscitaron interesantísimas discusiones.
Aunque sus principales contribuciones al debate nacional correspondan a la década de los ochenta de la centuria decimonónica, debe
precisarse que la primera vez que participó en la palestra pública fue
en 1857, a propósito del tema del federalismo y con motivo del inicio
de las sesiones del Congreso Constituyente de Moca, el que dotaría
al país de la primera Constitución netamente liberal. En estos textos
se enfrentó a Francisco Fauleau, quien defendía el sistema centralista. Tales controversias tuvieron una amplia cobertura nacional y
suscitaron la participación de Alejandro Angulo Guridi, quien hizo
varias objeciones al federalismo defendido por Bonó.78
Otro debate importante en el que participó fue el que se dio en
virtud de la candidatura presidencial que reiteradamente le propusieron. Federico Henríquez y Carvajal le enrostró que su negativa
podría generar conflictos y que, de persistir en su postura, estaría
asumiendo ante la historia y el porvenir de la República una grave
responsabilidad. Tal advertencia no sentó bien a Bonó, quien reaccionó de manera ostensiblemente incómoda:
P. F. Bonó, Papeles, pp. 391-392.
Alejandro Angulo Guridi, «Observaciones», Papeles, pp. 114-116. Este ensayo
lo insertó Rodríguez Demorizi para que se pudiera apreciar un poco el debate que suscitó la defensa del federalismo hecha por el pensador macorisano.
Originalmente fue publicado en el periódico La Gaceta. Luego fue recopilado en
Alejandro Angulo Guridi, Temas políticos, Santiago de Chile, 1891, Vol. 1, p. 39.
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¡Cómo yo que no he participado en ninguno de los actos que
tienen herida de muerte a la República puedo asumir responsabilidad, yo, infeliz ermitaño, sin goce de empleos, jubilaciones, pensiones, ni sueldo, simple fogonero de mis alambiques,
con las manos encallecidas por el trabajo! Perseguido siempre,
aunque injustamente, nunca agraciado […] puedo responder
de las faltas de otros, mejor hallados. Vea eso bien y con el
claro talento que la naturaleza le ha departido y que todos le
reconocemos […] absuelva a este triste recluso y diga: libre
es el señor Bonó de elegir su día y su hora si ésta a su juicio
llegare a sonar.79
De amplias repercusiones en el país, la candidatura presidencial
de Bonó –en especial para el período 1884-1886– generó escaso
rechazo, por lo menos de forma manifiesta. Por lo pronto, el poeta
popular Juan Antonio Alix sacó provecho de las expectativas reinantes en el seno de la opinión pública para desplegar sus dotes excepcionales en el cultivo de la décima:
Y hasta más dice la gente:
dice que el de Macorí,
no lo harán salir de allí
ni a fuerza de agua caliente.
Que él sabe perfectamente
que él no es gallo espuelero;
que si con pluma y tintero
no se puede defender,
si en apuros se ha de ver
prefiere su gallinero.80
Pero, ¿cuál postura asumió el ala liberal de la juventud cibaeña
con asiento en Santiago? Su principal líder era a la sazón el joven y
fogoso poeta, orador y publicista Eugenio Deschamps. Nacido en
P. F. Bonó, Papeles, pp. 553-554.
Ibídem, p. 454.
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Santiago (1861), tenía parejos orígenes que Bonó: por línea paterna
procedía de una familia que salvó la vida cruzando la frontera cuando ocurrió la Revolución hatiana de finales de siglo xviii, familia que
terminó por radicarse en Santiago.
Dechamps, que para tener mayor incidencia en los debates de
opinión había fundado varios periódicos, consideraba inoportuno
que la candidatura presidencial recayera en una personalidad desligada por completo de la vida militar, argumentando dicho planteamiento de la manera siguiente:
El militarismo es en la República un Poder, y no se destruirá
sino a costa de esfuerzos infinitos […] Ayer, como hoy, pensamos que en el hombre que venga a regir los destinos del
pueblo, deben estar hermanados lo militar con lo civil […]
Porque, no hay que dudarlo, el hombre de pluma, el literato,
el pensador, odio tan solo y desdén inspiran al bando militar, que no respeta nunca sino al que sepa repartir más rudos
sablazos.81
Anque Deschamps no mencionara a Bonó en su artículo, la alusión al intelectual macorisano no podía ser más obvia.
Pero hay otro asunto en el que Deschamps discrepó de Bonó:
la industria azucarera y su incidencia en la economía dominicana.
Tampoco aquí se registraron debates directos. De acuerdo a Roberto
Cassá, la posición de Deschamps al respecto se aproximaba más a
Hostos que a Bonó, pues tanto para Deschamps como para el filósofo y pedagogo puertorriqueño dicho rubro alentaba la incorporación
de capitales y personas extranjeras, todo lo cual propendía al desarrollo socioeconómico dominicano. Para Bonó, por el contrario,
estaba claro que las condiciones de la industria azucarera implicaban
inequidad y la proletarización del sector campesino.82
E. Deschamps, «Rectificaciones y ampliaciones» (1884), Eugenio Deschamps.
Antología, Santo Domingo, 2012, p. 274.
82
R. Cassá, «La colección de Deschamps y la presente recopilación», Eugenio
Deschamps. Antología, Santo Domingo, 2012, p. 34.
81
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En torno a la industria azucarera y las franquicias otorgadas
Otro debate relevante versó acerca de las franquicias, que no
constituían para Bonó la causa fundamental del auge adquirido por
la industria azucarera nacional. Según planteó en junio de 1882, el
apogeo del azúcar había que atribuirlo a la inmigración de cubanos
ocasionada por la guerra de independencia en Cuba, y no a las franquicias otorgadas. A tal apreciación se opuso el editor del periódico
El Eco de la Opinión, de Santo Domingo, para quien las franquicias
habían servido para atraer al país grandes capitalistas estadounidenses, alemanes y franceses, además de propiciar también la inversión
de dominicanos (los Abreu, Saviñón, Heredia, Bona…). Rebatiendo
a Bonó, sostiene:
Sin esas franquicias, y solo por los motivos que hace valer el Sr.
Bonó, muy pequeño sería el número de fincas de caña con que
contaríamos, reducidas a las fomentadas por cubanos. Ningún
ingenio central ha sido todavía establecido por éstos: los que
existen son de dominicanos o extranjeros no cubanos.83
En realidad, los cubanos, que comenzaron a establecerse desde
1868, sí fundaron ingenios azucareros en suelo dominicano: uno
de ellos fundó en Puerto Plata el primer ingenio con máquina de
vapor, si bien fracasó tiempo después. Cinco años más tarde, en las
proximidades de Santo Domingo, otro cubano, Joaquín Delgado,
fundó el primer gran ingenio azucarero moderno (el Esperanza).
Y en 1877 quedó instalado en San Pedro de Macorís el Angelina,
iniciativa de otro cubano.84
Lo anterior indica que los cubanos, y también algunos extranjeros residentes en Cuba, se establecieron en República Dominicana
e impulsaron el rubro azucarero con técnicas modernas de producción. Cuando Bonó escribe su artículo en junio de 1882, los cubanos llevaban ya catorce años incidiendo significativamente en la
83
84
P. F. Bonó, Papeles, pp. 256-257.
R. Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, tomo II, Santo
Domingo, 1989, p. 131.
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economía nacional en el sentido que aquí se viene tratando. Ahora
bien, para ese mismo año la mayoría de los 30 ingenios ya instalados
eran –a decir verdad– propiedad de europeos y norteamericanos.
Todo esto nos lleva a concluir que ni Bonó ni ninguno de sus
refutadores tuvo toda la razón en la explicación de la causa del auge
azucarero dominicano de aquella época. A uno y a otros les asiste la
verdad únicamente de manera parcial, ya que tanto la inmigración
cubana como las franquicias otorgadas constituyeron factores decisivos para el apogeo que experimentó la economía azucarera en el
tramo finisecular de la centuria antepasada.
Acerca del tabaco y la firme defensa de Bonó
El tabaco quizá fue el tema al que Bonó le dedicó más tiempo;
en su defensa desplegó todas las capacidades de su intelecto. El
cultivo, el procesamiento y el comercio de este rubro constituían,
a su parecer, la base de sustentación de la economía cibaeña y de
nuestra infantil democracia, ya que propiciaban el equilibrio social y económico dentro del conjunto de nuestra sociedad. De ahí
que Bonó considere que «Él ha sido, es y será el verdadero Padre
de la Patria». Mientras el azúcar, el cacao, el café y otros cultivos
se caracterizaban por la concentración de riquezas en grupos de
oligarcas, el tabaco, por el contrario, era producido por miles de
pequeños propietarios y requería de manejos diversos que involucraban una gran diversidad de personas. Tal era la razón por la que
sus beneficios quedaban distribuidos entre muchas personas. Esto
le llevó a sentenciar: «El tabaco es demócrata; el cacao es oligarca». Veamos cómo el sociólogo describe el dinamismo económico
de la economía tabaquera:
Por doquier cruzan tongos, serones y pacas de tabaco; por
doquier veo los almacenes atestados de esta hoja y a un enjambre de trabajadores de ambos sexos, apartando, enmanojando,
pesando y enseronando. Veo a las tiendas atestadas de compradores, llegan y desaparecen los surtidos, en una palabra hay
una circulación de riquezas triple a la del resto del año, y esto
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por consiguiente es lo más importante de que puede tratarse
hoy.85
Admirado de los análisis efectuados por Bonó, Alejandro Paulino
Ramos resalta una habilidad poco común entre los estudiosos de los
problemas culturales que estaba presente en el sociólogo: su capacidad para descubrir la relación existente entre economía y práctica
cultural. En efecto, la producción de tabaco provocaba actividades
colectivas de las que surgían costumbres rurales.86
Las virtudes del tabaco, sin embargo, no eran apreciadas por algunas de las personalidades cibaeñas. Luis M. Castillo, compueblano
de Bonó, refutó algunos de sus conceptos matrices, específicamente
sus pronunciamientos en detrimento del cacao: «El tabaco siempre
ha sido una espada amenazadora suspendida sobre el comercio del
Cibao. Y esto se explica. Este fruto, que no tiene más aceptación que
en las plazas de Alemania, ha sido siempre sometido a los monopolios de esos mismos mercados».87 Según Castillo, era un absurdo
postular que el cacao había causado el marasmo por el que atravesaba el país, cuando más bien había que considerarlo como el único
producto llamado a salvarlo:
¿Cuándo ha ofrecido seguridades de vida el tabaco? […]
¿Acaso el progreso de los pueblos estriba en un solo ramo de
la agricultura? El cosecho del tabaco dura solamente cuatro
meses y el país se sostendría el resto del año, sumido, como
antes, en un estado de raquitismo, sin poder efectuar transacciones; mientras que el cacao y el café son frutos aceptables
universalmente. La indiferencia con que ven los agricultores
al tabaco está justificada.88
P. F. Bonó, Papeles, p. 193.
Alejandro Paulino Ramos, «La cultura campesina en los escritos de
Pedro Francisco Bonó», www.historiadominicana.com.do/cultura/
85
86
costumbres/168-cultura-campesina-escritos-pedro-francisco-bono.
html. Consultado el 09-02-2012.
Periódico Patria, San Francisco de Macorís, octubre de 1895. En P. F. Bonó,
Papeles, p. 400.
88
Ibídem, p. 401.
87
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Bonó fue un hombre de «profundas convicciones»; continuó
aferrado a la defensa del tabaco hasta el término de su vida, pues
lo veía relacionado indisolublemente a una mejor distribución de
las riquezas entre los dominicanos, condición sine qua non para la
conservación de la vida democrática de la nación.
Sobre el ideal de progreso y la impugnación vehemente
de Bonó
Un concepto o idea-fuerza muy de moda en el siglo xix, recurrentemente cuestionado por Bonó en su crítica del capital monopólico y
en su enjuiciamiento de los gobiernos y la «clase directora», es el de
progreso. Lo cual tiene una explicación básica: su visión humanística
estaba profundamente enraizada en los principios de justicia social,
libertad, igualdad, felicidad y caridad, por lo que en ella no cabía un
progreso que no incluyera a los sectores sociales que integraban lo
que él denominaba «el dominicano genuino».
Se trata de una preocupación constante en sus escritos posteriores a 1884: «¿Cuál es este progreso? ¿Dónde está?», pregunta
en 1884; y asegura que no lo observa ni en la organización del trabajo, ni en la instrucción pública, ni en las buenas costumbres. Tal
progreso no pasaba de ser un fantasma, puro espejismo de mentes
fervientes y superficiales, pues ni llegaba a las puertas del trabajador,
ni incluía «a las clases de abajo», las que constituyen, en su opinión,
los cimientos de la patria.
Gregorio Luperón asume que a Bonó quisieron destruirle su
reputación de hombre progresista proyectándolo como si repudiara sin más los avances que la vida moderna traía aparejados. Piensa
que muchos no llegaron a comprender su pensamiento, dado que
le atribuyeron actitudes reñidas con el espíritu de sus escritos y los
propósitos de su mente.89
Para Bonó el progreso dominicano descansaba en tres bases
fundamentales:
G. Luperón, Notas autobiográficas, p. 77.
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a. dar al dominicano tiempo para trabajar y asegurarle su trabajo;
b. crear escuelas primarias y profesionales y establecer un sistema
de enseñanza libre con maestros bien remunerados;
c. abrir buenos caminos.90
Como premisa de todo lo anterior, postulaba el mantenimiento
de la pequeña propiedad en el interés de favorecer la nivelación social y garantizar con ello la preservación de la soberanía nacional. En
este sentido, debe enfatizarse la inclinación de Bonó a favorecer la
igualdad y la conservación de la propiedad privada como pilares del
régimen democrático. En este punto es obvio el influjo de Rousseau,
quien postulaba que ningún ciudadano debía ser lo bastante necesitado como para verse obligado a venderse. Al respecto, sostiene el
ginebrino:
Si queréis, pues, dar al Estado consistencia, aproximad los grados extremos todo lo posible, no toleréis ni gentes opulentas
ni pordioseros. Estos dos estados, naturalmente inseparables,
son igualmente funestos al bien común; del uno salen los causantes de la tiranía y del otro los tiranos: es siempre entre ellos
donde se hace el tráfico de la libertad pública; uno la compra
y otro la vende.91
Tanto la puesta en entredicho del progreso enarbolado en el país
como la defensa de la igualdad más allá de su aspecto formal tienen
su origen en una preocupación fundamental de Bonó: la justicia social. Tal condición lo convirtió en un intelectual ético, lo cual motivó
que lo tildaran de reaccionario al progreso y hasta de moralista.
Una concepción del progreso diametralmente opuesta a la sostenida por Bonó es la que propugna José Ramón Abad en 1888.
Desde su óptica, los que defendían la propiedad reducida92 eran unos
P. F. Bonó, Papeles, pp. 73, 75.
J. J. Rousseau, El contrato, Madrid, 1981.
92
Entre ellos cabe mencionar también a Eugenio María de Hostos, José Ramón
López y Rafael Justino Castillo. Estos defendían la pequeña propiedad, pero sin
los ribetes de radicalidad con que lo hacía Bonó, quien rechazaba de manera
tajante el capital que traía consigo la inmigración europea por entender que
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«moralistas» que se colocaban de espalda a la vía más expedita para
lograr el progreso de la agricultura: fomento de la gran propiedad
y de los nuevos cultivos con la ayuda de la inmigración extranjera.93 Colocado del lado de la gran propiedad, Abad «Favoreció la
política de franquicias y concesiones de tierras para incentivar a
los productores capitalistas y atraer inmigrantes, lo que entendía
debía complementarse con una política liberal en el comercio».94
Precisamente esta política, esta visión liberal del progreso favorecida por Abad, fue refutada por los argumentos de Bonó anteriormente expuestos.
Contribución de Bonó a la emancipación política,
económica y cultural dominicana
Bonó, precursor de la emancipación cultural dominicana
Hay un servicio estelar por el que la República Dominicana estará perpetuamente en deuda con Pedro Francisco Bonó: a él cabe el
mérito de ser precursor de la emancipación mental y cultural del pueblo
dominicano. Fernando Pérez Memén ha tenido la agudeza de captar
el papel desempeñado por Bonó en este plano, llegando a asociarlo
a otros intelectuales de la región. Así lo destaca:
Pertenece a una generación de hombres que procuraron vivir
a la altura de su tiempo. Que asimilaron el pensamiento liberal
europeo y aspiraron a enterrar la vieja sociedad colonial, vigente
a pesar de la independencia política [cursivas añadidas], y a echar
los cimientos de la sociedad liberal democrática como había
ocurrido en los Estados Unidos y en Europa. Fue coetáneo de
Espaillat, de Luperón, Meriño, el historiador García, Tejera,
representaba una nueva forma de colonialismo político y económico. Ver R.
González, «Ideología del progreso y campesinado en el siglo xix», Ecos, No. 2,
1993, pp. 25-43.
93
Ibídem, p. 39.
94
Ibídem, p. 40.
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Peña y Reynoso, Hostos y Betances. Y de los grandes líderes
del pensamiento liberal hispanoamericano.95
El otro autor que hace alusión –aun sea de manera indirecta– al
rol jugado por Bonó como pionero de la independencia intelectual dominicana es Rufino Martínez, quien en dicho aspecto lo separa del
resto de sus compañeros liberales del Cibao. Véase cómo discierne
la particularidad de Bonó por ser quizás el que más percibió en toda
su hondura las rémoras heredadas de la mentalidad colonial:
En los otros jóvenes de esa generación: Espaillat, Filomeno
de Rojas, Belisario Curiel, Domingo Daniel Pichardo, Peña y
Reynoso, aunque algunos de ellos le igualaban en la preocupación por la suerte del país en cuanto a su mejoramiento en
todos los aspectos de su vida, no se penetraron tanto como él
de los procedimientos y esfuerzos convenientes para liberar al
pueblo del cúmulo de deficiencias, heredadas en su mayoría, y que
tanto pesaban en el alma colectiva [cursivas añadidas].96
El caso es que los diversos países hispanoamericanos, con la rara
excepción de Cuba, lograron su independencia política de la Corona
española sin estar debidamente preparados en el orden de las ideas.
Esto se debió a la forma súbita en que se presentaron los acontecimientos que originaron el levantamiento libertario; se carecía de
la base social y económica necesaria para el establecimiento de las
instituciones adecuadas a la democracia moderna.
Las nuevas repúblicas fueron proclamadas sin haber experimentado previamente los cambios sociales e intelectuales imprescindibles para que sus pueblos se convirtieran en nación.97 La Guerra
Fernando Pérez Memén, «El día de Bonó», Clío, No. 139, Santo Domingo,
1982 p. 93-97.
96
Rufino Martínez, Diccionario biográfico-histórico dominicano (1821-1930), Santo
Domingo, 1998, p. 70.
97
«Los países que se independizaron políticamente de España no son naciones.
Algunos de ellos no lo son en absoluto, otros están en trance de serlo, en camino
o a punto. La vida social e histórica parece tener grados de realidad. Se puede
ser más o se puede ser menos nación. Don Américo Lugo dijo que la República
Dominicana no constituía una nación por no tener conciencia de ser una
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de la Restauración (1863-1865) fue un claro indicativo de que los
dominicanos querían ser libres de España y organizarse según
los esquemas republicanos, pero la realidad es que no reunían todavía las condiciones requeridas para esto último.
El mismo año en que las tropas españolas abandonaron Santo
Domingo ocurrió un hecho insólito: el exmandatario que había sido
mariscal de campo de la Corona hispánica, Buenaventura Báez, es juramentado nuevamente presidente de la República. Y esto sucedió debido
a que las ambiciones de los generales triunfantes impidieron el acuerdo
para el gobierno del país. Todos ansiaban ocupar el puesto de presidente.
Que parte de la dirigencia político-militar de la segunda guerra
libertaria traiga del extranjero a un anexionista consumado y le entregue en bandeja de plata la presidencia de la República muestra el
tipo de mentalidad que predominaba.
Es en tal contexto que Bonó se percata de uno de los males principales que afectaban a la sociedad dominicana: sin una identidad cultural propia como país, se dependía totalmente de los patrones culturales españoles. Se actuaba, se pensaba y se quería ser como ellos.
Monárquicos, autoritarios, dogmáticos, etc., ellos constituían el
modelo a seguir. Sus creencias, tradiciones, costumbres e ideas
permanecían vigentes entre los que ahora se proclamaban libres y
pretendían constituirse en república.98
De ahí que Bonó fuera el único en darse cuenta de un importante fenómeno: «se me alcanza –manifiesta en carta a Gregorio
comunidad. Esto le pareció excesivo a mucha gente porque los dominicanos han
manifestado varias veces la voluntad de ser independientes. Pero esto no basta».
Federico Henríquez Gratereaux, «!Dios mío, cuántos dictadores!», Un ciclón en
una botella. Notas para una teoría de la sociedad dominicana, Santo Domingo, 1999,
p. 91.
98
Un caso significativo a este respecto lo constituye Félix María del Monte, considerado por M. Henríquez Ureña como «padre de la literatura de la República
Independiente» a pesar de que en el himno que escribió horas después de proclamada la independencia de 1844 veía a los dominicanos como «españoles»:
«“Al arma españoles”, dice la primera y más conocida versión […] el vocablo
“españoles” fue sustituido después por el de “patriotas”». M. Henríquez Ureña,
Panorama p. 176. Ni del Monte, ni ninguno de sus amigos seguidores de
Buenaventura Báez (su caudillo) o de Pedro Santana tenía conciencia de lo que
significaba la nacionalidad dominicana. Fueron anexionistas consuetudinarios,
aun haya sido bajo el pretexto de que Haití constituía una amenaza latente para
la existencia del país.
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Luperón– que nuestra independencia fue un hecho casi inconsciente
por nuestra parte».99
Tras evaluar los planes y ejecutorias del Gobierno que surgió
a raíz de la Guerra Restauradora, en especial su afán educativo,
Fernando Pérez Memén hace unos señalamientos referentes al colonialismo intelectual vigente en la mentalidad dominicana de aquel
momento:
Una de las tareas principales del Gobierno Restaurador de
Santiago era la reforma de la estructura mental de los dominicanos [cursivas añadidas], pues la independencia política y la
democracia la requerían para consolidarse y robustecerse. Se
imponía, entonces, desarraigar los hábitos, los usos y las costumbres coloniales, cambiar, en rigor, la mentalidad colonialista
[cursivas añadidas] por la republicana.100
A decir verdad, el único dirigente de aquel Gobierno que tenía la
claridad de pensamiento suficiente en relación a los aspectos referidos por Pérez Memén era Bonó. En su mente revoloteaba la idea de
que los dominicanos todavía seguían oprimidos por el régimen colonial español, pero no ya en sentido político, sino intelectual. Es cierto
que ya se empleaba el gentilicio dominicano y que se habían adoptado
los símbolos patrios, pero subjetiva y mentalmente se continuaba
siendo español. Bonó es el primero en República Dominicana que
descubre este tipo –sutil, si se quiere– de dependencia. Luchar contra
ella constituía la premisa necesaria de todo esfuerzo enderezado a la
consecución del Estado-nación.
Bonó: nueva visión de la sociedad dominicana y advertencia
del neocolonialismo
Partiendo de esa realidad, Bonó inició un arduo trabajo en
procura de las bases de la identidad del pueblo dominicano.
P. F. Bonó, Papeles, p. 461.
F. Pérez Memén, Anexión y restauración de la República (Ideas, mentalidades e instituciones), Santo Domingo, 2008, pp. 141-142.
99
100
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Comenzó por hacer ver a sus compatriotas lo que significaba cultural e históricamente la llamada sociedad dominicana: «Somos
–asegura– una raza nueva en el mundo, producto de las mezclas
del caucasio, indio y africano».101 No éramos por tanto españoles,
sino algo diferente. Conformábamos desde ya un pueblo predominantemente mulato, étnica y culturalmente mestizo. De este
modo Bonó hizo posible, aunque fuera de manera precaria, que
se iniciara el proceso de asimilación de las reales matrices definitorias de la dominicanidad.
Con ello, por supuesto, se vio enfrentado a los intelectuales de la
élite dominante, quienes no cesaban de postular que desde el punto
de vista sociocultural los dominicanos no tenían otro origen y carácter que el hispánico, que no tenían ningún nexo ni parentesco
esencial con los negros oriundos de África.
En su exploración de las líneas constitutivas de lo dominicano,
Bonó comprendió además que un conjunto de males sociales había
quedado intacto tras la proclamación de la independencia política
y que ello obedecía a la falta de la necesaria emancipación cultural.
Nadie antes que él había advertido la realidad y los efectos del colonialismo cultural que se expresaba en nuestra misma mentalidad.
Pero al pensador criollo también hay que anotarle otro mérito: fue el primero que abogó por la emancipación económica de la
República Dominicana. Bonó descubre la necesidad de emancipación económica al advertir que el país asistía a una modalidad de
colonialismo de nuevo cuño que era entonces impulsada por el hambre de materias primas y de mercados que experimentaba el capital
monopólico europeo, pero que pronto –hacia 1889– sería asumida
plenamente por el capital imperial norteamericano. Esta situación
puso en alerta al intelectual y sociólogo: se debía poner a buen resguardo la amenazada soberanía nacional.
Con lo expuesto brevemente hasta aquí, se está en capacidad de
postular que Bonó defendió tres procesos emancipadores y complementarios entre sí, a saber: la emancipación política (de la cual fue
prócer), la emancipación mental y cultural (de la cual fue pionero) y la
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Ensayos sociohistóricos. p. 233.
101
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emancipación económica frente al capital de naturaleza monopólica (de
la cual fue también pionero).
Además del general Gregorio Luperón, Bonó fue el único dominicano que cayó en la cuenta del peligro que en la época representaba la firma de un tratado de libre cambio con los Estados Unidos. En
carta de 1884 interrogó a su amigo y héroe de la Restauración sobre
lo que sobrevendría al país de concertarse dicho convenio: ¿Qué de
sus rentas? ¿Cuáles impuestos iban a sustituir a las aduanas? ¿De qué
modo iba el país a subsistir? En su atalaya macorisana Bonó se había
convertido en el principal centinela de la patria.102
Por otra parte, cuando se escriba la historia del proletariado
dominicano y se refiera la defensa de las clases trabajadoras y de
los sectores empobrecidos, habrá de colocarse las figuras de Bonó y
Ulises Francisco Espaillat en un sitial especial: ambos se pronunciaron tempranamente –1875– a favor de un aumento de sus salarios.
La defensa de las masas trabajadoras constituyó una constante
preocupación para Bonó. Y cuando hablaba de clases trabajadoras
dominicanas, no se refería tan solo al tipo ideal de proletario, sino
al conjunto de los sectores laboriosos: pequeños propietarios del
campo y de la ciudad, jornaleros, aparceros, alquilados, peones, profesionales liberales, artesanos y recueros. Para todos ellos reclamó
justicia social.
Podría pensarse, sin embargo, que a Bonó únicamente le
preocupaba la situación de las clases trabajadoras. No fue así. Él
experimentó también un profundo sentimiento de compasión por
los pobres y menesterosos, cuyo número iba en aumento. Y es que
debido a múltiples factores –como la migración laboral interna y
la procedente del exterior, la expansión de la industria azucarera y
un significativo incremento poblacional– se habían agudizado los
viejos problemas y habían surgido otros nuevos. Ello conllevó a que
el número de indigentes creciera considerablemente. En noviembre de 1884 Eugenio María de Hostos dio el grito de alarma por la
situación que confrontaba el país como resultado de la llegada de
los ingenios azucareros, pues los agricultores preferían abandonar
102
P. F. Bonó, Papeles, p. 521.
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los cultivos de sus predios agrícolas para ir tras un salario. En los
siguientes términos patéticos describe Hostos la situación generada:
Todos hemos estado muriéndonos de hambre, literalmente
muriéndonos de hambre de aquellos frutos espontáneos de las
tierras tropicales, que a cada paso se han ido haciendo más
raros y por lo mismo más costosos, y de aquellos artículos de
primera necesidad que se han ido haciendo menos accesibles a
medida que parecía más fácil la adquisición del numerario.103
Impactado por circunstancias tan desastrosas, Bonó profesó la
caridad cristiana para con los indigentes, desamparados y enfermos.104 Con el propósito de asegurar las ayudas que facilitaba, de
tener una fuente de recursos para las mismas, les dedicó de manera
exclusiva las ganancias de un pequeño alambique que instaló al lado
de uno mayor que tenía en Macorís.105
Bien ganado ha sido, por tanto, el título de Bonó, un intelectual
de los pobres, nombre de la principal obra escrita en el país sobre el
E. M. de Hostos, «Falsa alarma. Crisis agrícola», Hostos en Santo Domingo, vol. I,
Ciudad Trujillo, 1939, p. 163.
104
Actitud que fue una constante en toda su vida. El siguiente fragmento, especie
de autorretrato, lo confirma: «Pues, señor, érase un hombre de alguna edad,
honrado, tranquilo, que vivía en un pueblo de la República Dominicana llamado
Macorís, donde ejercía, habrá veinte años, la profesión de destilador o alambiquero. Sus productos, ya fueran romo o tafiá, eran conocidos a diez leguas a la
redonda, y su clientela era muy considerable visto que su bebida eran tan buena,
que cierto Abate que era conocedor y tuvo ocasión de probarla la halló exquisita,
y le dió varias veces el parabién. El referido destilador, que se llamaba Pedro,
ejercía con gran caridad el oficio de médico en el pueblo y campos vecinos, curaba a todos y daba de balde asistencia, medicina y hasta alimentos, y sábanas a los
más necesitados de sus enfermos. No había uno en el pueblo que él no hubiera
curado de alguna dolencia, desde los más encopetados hasta los más humildes,
y todos de balde. Entre estos todos los miembros del Ayuntamiento habían sido
sanados por él, ellos y sus mujeres e hijos y siempre amorosamente de balde».
Comentario extraído de una carta que Pedro Francisco Bonó envía al presbítero.
J. Fco. Cristinacce. Ver Papeles, p. 500.
105
Bonó hizo contactos en Francia para la adquisición de los implementos necesarios para la instalación de estos alambiques en las proximidades de su casa,
ubicada en la actual calle Colón de San Francisco de Macorís (donde funciona
ahora el parqueo del Ayuntamiento Municipal). El pequeño producía de diez
a doce galones de aguardiente por día. El alambique mayor era suficiente para
cubrir sus necesidades personales.
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pensador dominicano.106 ¿Dónde tiene origen su profunda sensibilidad social, una de las notas más vibrantes de su personalidad? La
temprana lectura, orientada por su abuela, debió ejercer determinante influencia en ello.
Si, como confiesa el autor, su abuela abrigaba tanta afición por
los autores franceses, es muy probable que sobre el nieto recayera
todo el peso literario y filosófico del lema prerromántico Siento,
luego existo, afirmación filosófico-existencial con la que Rousseau
se opuso al racionalismo de Descartes, a su Pienso, luego existo.107
Pero, aparte de Rousseau, están también los escritos de Víctor
Hugo y de otros románticos que Bonó tuvo ocasión de leer, como
constatan los títulos que en cierta ocasión solicitó a una librería de
Nueva York.108
Así pues, la filosofía reivindicadora de la natural condición sentimental del ser humano postulada por Rousseau y los planteamientos
de autores románticos de los cuales dicho filósofo fue precursor
constituyeron veneros fundamentales del torrente de sensibilidad
que exhibió Bonó a lo largo de su vida. En este sentido, cobra importancia el siguiente comentario de Josefina de la Cruz:
La influencia que Bonó recibió del exterior pudo haber sido a
través de su abuela paterna, de nacionalidad francesa, a cuyo
lado creció. Más adelante veremos que Bonó cita a Rousseau,
y que le gusta referirse a los «hábitos del hombre de Europa».
Madame de Stael, Chateaubriand, Víctor Hugo, Lamartine y
R. González, Bonó,.
«Ciertamente, Rousseau, distanciándose de manera radical del cogito ergo sum
(pienso, luego existo), que a partir de Descartes se había convertido en el eje de
la lectura filosófica del mundo, proclama el sentio ergo sum (siento, luego existo)
como piedra angular de su modelo filosófico, es decir, como fundamento de toda
certeza que se concreta en la superioridad del sentimiento sobre la razón. Así, en
el libro IV del Emilio y, más concretamente, en Profesión de fe del Vicario saboyano
dirá que “existir para nosotros es sentir, nuestra sensibilidad es incontestablemente anterior a nuestra inteligencia, y hemos tenido sentimientos antes que
ideas […]” Conocer el bien, no es amarlo, el hombre no tiene el conocimiento
innato del mismo, pero cuando su razón le hace conocer, su conciencia le lleva
a amarlo: es el sentimiento que es innato». F. J. Caballero Harriet, La dialéctica
liberalismo-democracia, San Sebastián, 2006, p. 11.
108
P. F. Bonó, Papeles, pp. 605-607.
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de Vigny serían posiblemente autores románticos muy conocidos de Bonó.109
Influencias del romanticismo y del costumbrismo en Bonó
Cuando se examina la vida de Bonó, se palpa en ella una importante veta romántica. En su época el romanticismo aún ejercía sus
influjos en Latinoamérica.
Entre los intelectuales que se propusieron alcanzar la emancipación mental o cultural luego de la independencia política
figuran Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi,
Eugenio María de Hostos y José María Luis Mora. Estos emancipadores o próceres de la emancipación intelectual desempeñaron
roles variopintos en sus respectivos países: abogados, literatos,
historiadores, políticos y pensadores. Su vocación romántica no
solamente se puso de manifiesto en su patriotismo, sino también
en el énfasis que dieron a las expresiones locales en su búsqueda
de rasgos propios. Se propusieron depurar las ideas, tradiciones,
usos, creencias y valores heredados para dar base y cauce a un
cierto espíritu de pueblo.
Muchas de las facetas intelectuales exhibidas por Andrés Bello,
José Victorino Lastarria o Juan Montalvo las vemos expresadas también en Bonó.
En adición a lo anterior, es correcto afirmar que, en su condición de abogado, Bonó debió haber tenido conocimiento de los
postulados de la escuela histórica del derecho, en especial de los
textos de Friedrich Karl von Savigny, los cuales otorgan especial
significación a las costumbres populares como fuentes nutricias de
la jurisprudencia.
De otro lado, una aproximación a su forma de abordar la problemática social obliga a ponerlo en relación con el costumbrismo, tal
y como referí anteriormente al tratar acerca de su obra El montero.
Sobre este y otros aspectos, Josefina de la Cruz explica:
Josefina de la Cruz, La sociedad dominicana de finales de siglo a través de la novela,
Santo Domingo, 1978, p. 189.
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El montero, que es la primera novela dominicana, es también la
única que recoge la vida y las costumbres de estos habitantes
que ni siquiera merecen el nombre de rurales [cursivas añadidas]. Y
aquí está el gran valor de esta novela que contiene información
precisa sobre un núcleo humano hoy extinguido, pero que
formó parte de la nación dominicana. Su valioso testimonio
aporta datos muy importantes para completar los matices de
la sociedad dominicana de entonces […] Con su minuciosa
descripción […] esta novela inaugura de hecho la corriente
costumbrista en el país en una fecha tan temprana que puede
decirse que es casi coetánea con el costumbrismo peninsular
[…], que se gesta en España a partir de la tercera década de la
pasada centuria con la obra del Duque de Rivas, D. Sebastián
Miñano y Serafín Estébanez Calderón. En América, los primeros brotes se registran en Argentina a partir de 1880.110
Los avatares de la vida llevada por los monteros herían la fina
sensibilidad del joven Bonó. Es esa realidad la que alienta en El
montero, no el romanticismo: allí el autor muestra empeño por dar
a conocer, en su cruda desnudez, las penalidades que debía afrontar a
diario esta parte relegada del campesinado tradicional.
De ello se deduce que también la literatura de corte costumbrista
y realista moldeó su gusto estético y le proporcionó recursos para desplegar sus destrezas creadoras en los campos de la novela y el ensayo.
Pero las vertientes filosóficas y literarias referidas no fueron las
únicas doctrinas en que abrevó el intelectual dominicano; hay que
hacer mención también del socialismo utópico y del humanismo
católico.
Bonó muestra ciertas coincidencias con el marxismo
Varios autores advierten coincidencias entre algunos planteamientos de Bonó y de Marx. Contemporáneos –Marx nació diez años antes
J. de la Cruz, La sociedad dominicana, pp. 187-188.
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que Bonó–, ambos estuvieron preocupados por la cuestión obrera,
particularmente por la situación de abandono y de explotación de las
clases trabajadoras, que para Bonó eran todos los que trabajaban y no
exclusivamente los proletarios. En ese sentido es cierto que Bonó realizó análisis que guardan cierta similitud con planteamientos marxistas.111
Pero hasta ahí llegan las semejanzas, pues no se puede obviar que sus
concepciones filosóficas y políticas difieren: mientras Bonó reivindica
los postulados del republicanismo democrático y los principios liberales, Marx postula la dictadura del proletariado y defiende los principios
socialistas y comunistas. Además, no puede ser casualidad que Bonó no
usara en sus escritos las palabras «socialismo», «marxismo» o algunos
de sus derivados, palabras que ya en su época habían sido empleadas –si
bien en tono despectivo– por varios políticos vernáculos.112
Peculiaridad del examen de la realidad dominicana
logrado por Bonó
Como se ha visto, en Bonó convergen múltiples doctrinas. Esto se
explica por el hecho de que el dominicano no se encastilló en ninguna
de las corrientes que constituyeron escuelas durante los siglos xviii y
xix, sino que como autodidacta fue asimilando los aportes más importantes de cada una de ellas.
La tendencia ecléctica que se advierte en Bonó tiene así su explicación. Eclecticismo que por cierto no ha de ser visto como el simple
En el siguiente texto de Bonó se advierte cómo, al igual que Karl Marx, el pensador criollo logra poner en interacción los opuestos al interior del discurso: «En
un tiempo el Tesoro público eran los bienes de los particulares, hoy los bienes de
los particulares lo constituye el Tesoro público, de él sacan su subsistencia millares de zánganos y aduladores, la hez de la sociedad». Carta del 25 de noviembre
de 1885 al general G. Luperón, incluida en Papeles, p. 537.
112
Según Diógenes Céspedes, en el período de los «seis años» Buenaventura Báez
solía acusar a sus enemigos políticos de «comunistas y ladrones»; en tanto que
G. Luperón se refiere en 1873 a «una peste de socialistas que quisieran el poder,
la anarquía y la expropiación legal». Ver la carta que G. Luperón dirigió al presidente Francisco Gregorio Billini el 15 de junio de 1873 y que fue publicada en
«Documento: dos cartas de Luperón», Eme-Eme, No. 38, 1978, p. 162. Texto citado por D. Céspedes, «Filosofía e ideas socialistas en República Dominicana»,
L. F. Martínez Jiménez Filosofía, p. 210.
111
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acopio de puntos de vistas diversos para llegar a una conclusión que
no es fruto de una elaboración crítica personal. De hecho, cuanto
asume de la Ilustración, la economía política, el positivismo o el
liberalismo lo emplea solo como herramienta teórica, metodológica
y analítica para lograr observar los intersticios del tejido social y
extraer de allí el justo saber que dé orientación a su pensamiento.
De ahí que, cuando necesitó apartarse de algún postulado teórico, pudiera hacerlo sin mayores dificultades. Un caso palmario lo
constituye el cuestionamiento que hizo al liberalismo económico y
su postura ético-crítica frente al supuesto progreso que experimentaba el país por el mero hecho del aumento de las exportaciones e importaciones, aumento que no se traducía en una mejora del mundo
de los obreros y del pueblo pobre. En efecto, para Bonó, la cuestión
hacienda va más allá de las cifras, por lo que en su análisis hay que
trascender las simples apariencias numéricas. Nos dice:
A primera vista es verdad que aparece como exclusiva cuestión
de guarismos, pero esta faceta engañosa solo conduce a remedios de momento, imprescindibles por parte del Gobierno
para aflojar su tirante situación, pero que no cortan el mal de raíz
[cursivas añadidas], dejándolo perpetuado en la sociedad con
todos sus apuros consecuentes y con menores probabilidades
de vencerlas.113
En República Dominicana cada cierto tiempo suelen presentarse períodos de crecimiento económico. Los gobiernos se jactan
con la presentación de números que así lo avalan; sin embargo, tal
incremento no se expresa en un aumento de la calidad de vida de
la ciudadanía, sino que lo que provoca es una mayor desigualdad
social. Y esto en un país que ocupa uno de los primeros lugares en
inequidad social de la región. Este será uno de los problemas a vencer para lograr que los dominicanos puedan vivir felices en su tierra,
pues como advirtió Bonó: «mientras se reparta el dinero de todos sin
justicia habrá descontentos».114
P. F. Bonó, «Estudios. Cuestión Hacienda», Papeles, p. 157.
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 301.
113
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Entre los aspectos peculiares que sobresalen en el análisis de la
realidad social dominicana efectuado por Bonó figura en un primer
plano su puesta en entredicho del credo progresista enarbolado por
el liberalismo positivista. Con ello pone de relieve sus condiciones
analíticas excepcionales, pues logra captar cómo las desigualdades e
injusticias sociales de un sistema en el que imperaba la «lucha de los
fuertes contra los débiles» habían sumido «a las clases de abajo» en
la marginación social y la miseria. Al decir de Andrés L. Mateo, todo
su pensamiento en torno a la problemática nacional –incluyendo el
manifestado en escritos de ficción como El montero y el posterior
esbozo de novela– se relaciona con una «duda metódica» respecto a
la noción aceptada de progreso, así como con el intento de prevenir
sus efectos catastróficos sobre las masas populares.115
Finalmente, dentro del mundo de preocupaciones del intelectual, hay que situar su postura respecto al modelo republicano
de gobierno. Consideró urgente aprender la ciencia del Estado y
del gobierno, pero no para copiar las leyes y parodiar las formas
republicanas. A su juicio, la cuestión esencial radicaba en estudiar
las reformas posibles y útiles para un pueblo que había sido esclavo
hasta hacía poco.116
Juan Isidro Jimenes Grullón reconoce la profunda capacidad de
análisis de un autor que no se limitó a contemplar el «colonialismo político» que revelaba el Santo Domingo de la época, sino que
enjuició también el «colonialismo económico» que traía consigo la
intromisión del capital monopólico.117
Pero en realidad Bonó fue más allá de lo indicado por Jimenes
Grullón: pudo visualizar el nexo esencial de dos tipos de colonialismos (el político y el económico) con otro menos visible –y no por
ello menos importante–, el «colonialismo intelectual».
En efecto, uno de los hallazgos más relevantes de Bonó consistió
en determinar los tres grandes desafíos a que se enfrentaba la sociedad
Andrés L. Mateo, Mito y cultura en la Era de Trujillo, Santo Domingo, 1993,
p. 149.
116
P. F. Bonó, Papeles, p. 301.
117
Juan Isidro Jimenes Grullón, Sociología política dominicana 1844-1966, vol. I
(1844-1898), Santo Domingo, 1976, p. 373.
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dominicana con la irrupción de una industria azucarera impulsada
inicialmente por capitales europeos y luego estadounidenses:
a. defender la soberanía política en un contexto en que el neocolonialismo imponía un tipo diferente de dependencia;
b. buscar alternativas para no caer en la dependencia económica (al
país lo tenían estrangulado las grandes compañías extranjeras);
c. afianzar la lucha contra las taras heredadas del régimen colonial
español, proceso necesario para que el país pudiera abrirse paso
a la modernidad.
En el marco del nuevo colonialismo, Bonó formuló su importante tesis de la transacción (1881), la cual tenía por objetivo el «que las
dictaduras no ahoguen a los dictadores, y la anarquía no destruya a
la República».118 Así, exhortó a pueblo y gobierno, partidos y clases
sociales, a flexibilizar sus pretensiones, refrenar sus impaciencias y
hacerse concesiones recíprocas.119 Para Juan Isidro Jimenes Grullón
esta propuesta de Bonó tuvo un solo beneficiario, Ulises Heureaux,120
quien habría de instaurar una dictadura seis años después.
Convendría indicar que cuando Bonó dio a conocer la aludida
tesis –en 1881–, el Partido Azul o liberal apenas iniciaba su corta
andadura gubernamental de siete años (1879-1886) y tenía que
enfrentar y liquidar importantes movimientos insurreccionales.
El brazo militar de los liberales estaba dirigido precisamente por
el general Ulises Heureaux; en sus manos duras –más temprano
que tarde– preveía Bonó que recaería el poder de no crearse una
situación de amplio consenso que favoreciera la estabilidad social
y política.
Por otra parte, Bonó estaba consciente de que ante el empuje del capital monopólico extranjero era necesario que el país se
uniera, pues una comunidad nacional desunida era una presa fácil
de la expoliación. Fue por eso que Bonó planteó la unidad, la tesis
de la transacción, y fue también por ese motivo que sugirió que las
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 228.
Ibídem.
120
J. I. Jimenes Grullón, Sociología política, p. 301.
118
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fórmulas electorales para los cargos de presidente y vicepresidente
fueran ostentadas por personalidades representativas de las regiones
norte y sur. Para los capitalistas foráneos que jugaban a la dispersión
el interlocutor preferido era un dictador dependiente aupado por
ellos mismos y apoyado por la oligarquía local. Este papel lo representó Heureaux, su ficha predilecta; con él se instauró en República
Dominicana el capitalismo dependiente.
Bonó aplica la búsqueda del término medio
Jimenes Grullón no logró entender las motivaciones que llevaron a Bonó a plantear la tesis de la transacción. Y, sin embargo, esta se
avenía muy bien con una constante de toda la vida de nuestro pensador: la búsqueda del término medio. En efecto, Bonó recurría a todas
las vías razonables y prudentes para tratar de ahorrar al país posibles
sufrimientos y calamidades políticas, sociales, económicas y morales.
En tal virtud, privilegiaba la búsqueda del consenso y del diálogo
como fórmula para solucionar los conflictos.
De la prudencia y del don persuasivo que adornaban su vida son
pruebas fehacientes las delicadas misiones que en momentos cruciales quedaron bajo su responsabilidad: llevar mensajes confidenciales
ante las autoridades haitianas, solicitar ayuda de los cibaeños en el
fragor de la Guerra Restauradora, cargos en áreas donde los conflictos están a la orden del día (Relaciones Exteriores, Justicia).
Aparte de la tesis de la transacción, y como aporte a la estrategia
política, Bonó formuló un sabio postulado geopolítico de gran conveniencia para el país: dadas su pequeñez y ubicación geopolítica, la
República Dominicana debe mantenerse neutral ante los enfrentamientos que se susciten entre las grandes potencias por motivo de
sus respectivos intereses en la zona. Los gobernantes dominicanos
deberían de hecho actuar con suma cautela, inteligencia y prudencia
de querer preservar la estabilidad y garantizar la soberanía. En tales
precauciones se fundaría la supervivencia de la nación.121
121
P. F. Bonó, Papeles, pp. 233-237.
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De otro lado, cuando Bonó se descalificó a sí mismo y al general Heureaux para ser propuestos como candidatos presidenciales,
obedecía al postulado del término medio: ambos, dadas sus características personales, representaban extremos no aconsejables para el
ejercicio del máximo cargo político de la joven nación.
Con Bonó el país tendría exceso de libertad; con Heureaux, escasez de la misma. Ninguno pondría en franca armonía la libertad y
la autoridad: más bien representaban extremos. Para Bonó fue fácil
predecir la dictadura del segundo: el pensador observó claramente
el curso de los acontecimientos cuando Heureaux, hombre clave del
norte, procuraba afanosa y amañadamente el apoyo de los sureños.
La inclinación de Bonó por el término medio se vio confirmada,
además, por su señalamiento de la clase media como clase ponderadora.
Adujo que muchos de los males que afectaban la República tenían su
origen en la ausencia de dicha clase, la cual suele fungir como «modelo» o referencia para los demás sectores de la sociedad. Para Bonó, tal
ausencia era el producto del desquiciamiento social que se produjo a
raíz de la guerra contra España. Refiriéndose al caso haitiano, indicó
que la ausencia de la clase media en ese país era la causa primordial de
su exclusivismo característico. Aristóteles,122 un autor que Bonó debió
haber leído directa o indirectamente, es el filósofo que más influyó en
su tendencia a desechar los extremos y procurar el equilibrio.
Diversas apreciaciones en torno
al supuesto pesimismo de Bonó
Para algunos estudiosos de la obra de Bonó, este fue un pensador
pesimista respecto al devenir de la sociedad dominicana.123 Pero de
Su concepción del término medio tiene prolija aplicación en los ámbitos lógicos,
político-sociales y éticos. Para el caso que nos ocupa, son de especial interés las
argumentaciones y ejemplos que ofrece en sus libros Política y Ética a Nicómaco.
En este último sostiene que el «término medio» constituye la clave para ser
feliz, pues permite una conducta equilibrada alejada de los extremos, los que se
caracterizan, bien por el exceso (abundancia excesiva), bien por el defecto (suma
escasez).
123
El pesimismo dominicano ha hecho antología. De pesimistas han sido tildados
Emiliano Tejera, Francisco Moscoso Puello, José Ramón López, Federico
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haberlo sido, Bonó habría contrariado su búsqueda del «término
medio», ya que el pesimista asume la postura extrema de postular
el fracaso en todo, careciendo de sentido todo paso, salida o plan
encaminado a un posible mejoramiento o solución.
El pesimista cae postrado ante una realidad que lo aplasta,
que considera irresoluble de antemano. Como afirma Federico
Henríquez Gratereaux,
Decir que hay problemas dominicanos muy graves no es ser
pesimista. Ser pesimista es creer que no podemos superarlos. No hay sociedad que no tenga problemas; pero no todas
las sociedades piensan que les está vedado resolverlos […]
Las clases sociales dominicanas nunca han tenido la coherencia suficiente para constituir una entrabada estructura
social.
El fracaso económico que durante siglos ha experimentado
nuestra sociedad ha impedido que las clases, articuladas en
colaboración, lleguen a producir una cultura moral, racional e
interesada […]124
Bonó sufrió grandes decepciones a lo largo de su existencia. Por
momentos experimentó grandes depresiones y, francamente, estuvo
al borde del pesimismo. José Mármol, un siglo después, reconoció
su filiación personal con esta vertiente del pensamiento social dominicano, pues confesó:
García-Godoy y Américo Lugo, entre otros. En este sentido, puede hablarse
de una especie de pesimismo metodológico, al modo del escepticismo cartesiano: se
trata de una intensa actitud de búsqueda y condena de los males que han atenazado a
la sociedad dominicana. La mayoría de los intelectuales pesimistas dominicanos
no hacen más que hurgar en el fondo de nuestras desgracias y precariedades,
llegando incluso al colmo de llorar por no poder remediarlas. Hay en ellos un
evidente espíritu de desvelo por el pueblo dominicano; pero las ansias profundas
de verlo feliz, sin tener a la vista solución alguna para los sempiternos problemas
que lo aquejan, llenan sus vidas de desesperación y angustia. Con ellos no se han
aliviado nuestros males, pero sin ellos nos conoceríamos menos.
124
F. Henríquez Gratereaux, «Meter un ciclón en una botella», Un ciclón en una
botella, p. 29.
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Estuve, debo admitirlo, al borde del más radical pesimismo, el
pesimismo dominicano, y sigo estándolo, porque me ha parecido,
de entre todas, la visión o previsión que en nuestro contexto
más complicidad guarda con los acontecimientos efectivos,
reales o imaginarios, de los que nutren la cotidianidad y la
historia de nuestro país.125
El pesimismo per se no es la actitud o condición que más cuadra
a un pensador del talante de Pedro Francisco Bonó; aunque, si se
toman aisladamente, algunos de sus señalamientos podrían dar pie
a la referida calificación de pesimista. Como tal lo han considerado,
en menor o mayor grado, Pedro M. Archambault, Pablo Nadal,126
Franklin Franco Pichardo, Miguel Pimentel,127 Federico Henríquez
Gratereaux, entre otros analistas. Incluso quien esto escribe, en un
texto anterior, llegó a ubicarlo dentro de una especie de pesimismo
crítico.128 No obstante, movido por una relectura ponderada de sus
trabajos, y tomando en consideración el conjunto de su producción
intelectual y no planteamientos aislados, me he visto compelido a
rectificar mi posición y a calificarlo más bien de realista crítico.
José Mármol, Ética del poeta, Santo Domingo, 1997, p. 160.
Para este autor Bonó no es un pesimista más, sino que sus escritos acerca de
temas dominicanos «lo consagran como primer postulador de la corriente o escuela que se ha denominado “pesimismo dominicano”. Pesimismo no concebido
como aceptación sin remedio de los males, sino como ejercicio de pensamiento,
como pesaje de la realidad y movilizador de fuerzas superiores para alcanzar mejores metas y situaciones». Ver P. Nadal, Bonó, p. 53. Resulta evidente que lo que
entiende Nadal por pesimismo corresponde más bien a un escepticismo moderado o
metódico.
127
Miguel Pimentel distingue cinco tipos de pesimismo dentro del ámbito intelectual criollo, los cuales derivan directamente de la causa a la que se asocia el
núcleo de los problemas dominicanos: «biológico-natural en José Ramón López,
que lo atribuye a la “mezcla de razas”; en Américo Lugo de tipo jurídico-político,
puesto que considera la ausencia del Estado ordenador y de sus instituciones idóneas como el “mal nacional”; filosófico en Federico Henríquez y Carvajal, que
ve el mal en la lucha binaria entre civilización y barbarie; romántico en Bonó,
ya que requiere reivindicar la función histórica de la clase trabajadora». Ver M.
Pimentel, Modernidad, post-modernidad y praxis de liberación, Santo Domingo,
2002, p. 11.
128
J. Minaya Santos, «Pedro Francisco Bonó. Emancipador mental y crítico de la
sociedad dominicana de segunda mitad del siglo xix», L. F. Martínez Jiménez,
Filosofía dominicana: pasado y presente, tomo I, Santo Domingo, 2009, pp. 173-209.
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Este realismo crítico de Bonó se pone de manifiesto en su esfuerzo
constante por examinar la realidad dominicana y someterla a serios
cuestionamientos que lo hacen sobreponerse a las apariencias y las
opiniones al uso. Es cierto que en ocasiones, agobiado por las circunstancias adversas padecidas por la nación, frente a las que se sentía
impotente, Bonó incurrió en pronunciamientos fuera de tono. Así
sucedió cuando manifestó que la sociedad dominicana fue organizada, quiérase o no, para el despotismo, y que se tendrían rebeliones y
dictaduras129 –en su opinión se carecía de virtud política y de espíritu
público, condiciones fundamentales para conquistar la mayoridad política–. O también cuando sostuvo que el pueblo dominicano «tomado
colectivamente es casi inútil», aunque «separadamente, individuo
por individuo, es de lo mejor que hay en el mundo».130
La pasividad era, en opinión de Bonó, nuestra principal característica como pueblo. Pero esto no le impidió constatar el hecho de
que históricamente habíamos dado pruebas fehacientes de querer
ser un pueblo «dueño de su destino». Para él nuestros fracasos como
colectividad no eran debidos a que la nación o la raza fuesen incapaces; obedecían a que el conjunto de tradiciones y hábitos heredados
de la colonia provocaban en el pueblo la inercia, el hábito de no pensar.
Cabe destacar aquí la inflexión que registra el pensamiento tradicional dominicano gracias a estos puntos de vista de Bonó: por vez
primera los problemas medulares de la sociedad dominicana –responsables de su atraso socioeconómico, político, educativo y moral–
no se achacan al clima tropical, ni a la variopinta procedencia racial
que nos condiciona, ni tampoco a la sangre de origen africano que
circula por nuestras venas. No. El intelectual sigue otros derroteros
en su esfuerzo por dotar de sentido a ese ser-siempre-dinámico en que
consiste la dominicanidad.
En su concepto, nuestra condición de sociedad mulata no debe
seguir constituyendo un anatema. Aunque irreverente para algunos,
P. F. Bonó, Papeles, p. 228.
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», p. 393. Temiendo que la posteridad
lo considerara como pesimista a ultranza, escribió: «Quizás se piense que lo que
dejo dicho es de un pesimismo desconsolador, sin mañana, pero ábrase nuestra
historia… véase a Santana…véase a Báez…». Ver P. F. Bonó, «Apuntes sobre las
clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 243.
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el pensador argumenta que una parte de nuestros males obedece,
en cambio, a la mentalidad colonial, «a las reliquias dejadas por los
españoles en todas sus colonias». Sus reflexiones representan, pues,
un nuevo paradigma interpretativo que debe ser conocido por cada
dominicano y dominicana. Solo de este modo estaremos cobrando
conciencia crítica de lo que hemos sido y de lo que somos, cuestiones de trascendental relevancia para plantearnos seriamente lo que
queremos ser.
A juicio de Fernando Ferrán, en los escritos de Bonó podemos contemplar cómo se manifiesta «la fenomenología del alma
dominicana».131 Considera que a través de su pensamiento el pueblo
dominicano ha sido retratado lidiando con sus grandes apuros y avatares, pero también acariciando sus más hondas aspiraciones. Bonó,
huelga decir, no oculta nada en sus análisis de la nación dominicana:
ni sus defectos más pronunciados, ni sus virtudes más elevadas. Y así
como sostiene que la dominicana es «una República que no ha dado
pruebas suficientes de tener los elementos necesarios para gobernar
y dejarse gobernar», también advierte que:
Si se estudia con detenimiento y por partes a este mismo pueblo tan ardiente y agitado, previa abstracción de los políticos
de profesión y de los codiciosos del presupuesto, se notará en
todas las clases elementos de culminante vitalidad, propensión
decidida al progreso, y además un trabajo latente de orden y
organización. El dominicano es gran trabajador, su esfuerzo
muscular llega a tan pujante altura como el pueblo que más,
solo le falta que medidas insensatas no obstruyan de continuo
la legítima aspiración de su trabajo, que lo dejen mover a sus
anchas en sus faenas, y sus ahorros no lo esparzan a todos los
vientos los ardientes partidarios del progreso a todo trance.132
Luego de realizar una ponderada evaluación del legado de Bonó
en la que tanto pone en claro sus limitaciones como enfatiza sus
Fernando I. Ferrán, «Bonó o la fenomenología del alma dominicana», L. F.
Martínez Jimenéz Filosofía dominicana, pp. 159-172.
132
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 191.
131
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contribuciones, Fernando I. Ferrán hace la atinada observación de
que:
Gracias a su talento analítico, el pensador francomacorisano
generó una comprensión original de la sociedad dominicana
que, aun cuando no dio pie al surgimiento de una escuela de
pensamiento propiamente dicha, guarda toda su actualidad. Se
trata, en verdad, de una reflexión propia que no se reduce, sino
que supera y desborda ese fenómeno tradicional que ostenta el
nombre de marca, desde inicios del siglo xix, de «el gran pesimismo dominicano».133
En adición a lo anteriormente expuesto, resulta apropiado justipreciar la afirmación de Bonó de que el dominicano podría llegar a
constituirse en un pueblo relevante en América y el mundo, con una
alta y delicada misión. Su argumento se basa en que nuestra composición étnico-cultural nos impulsa al cosmopolitismo, esto es, a una
actitud abierta para acoger y tratar a cualquier persona sin importar su
procedencia; algo que, frente a otros países, constituiría una ventaja
extraordinaria. Alentado por este ideal, exhortó a Gregorio Luperón
para que se pusiera al frente de un vasto movimiento regional, con
sede en República Dominicana, a través del cual los mulatos y negros
de América concentraran sus energías creadoras y se esforzaran por
presentar al mundo una gran civilización.134 Por supuesto, anhelos o
ideales como el antes descrito no caben en una mente pesimista. Todo
lo contrario, requieren de un espíritu francamente optimista y abierto
a construcciones de sentido utópico.
Otra prueba evidente de que el veneno del pesimismo no llegó a
matar las aspiraciones de Bonó por construir un país cimentado en la
justicia social es que se lanzó –próximo ya a los setenta años y a fuerza
de pura imaginación creadora– a la formación utópica de un parlamento alternativo en el que el pueblo pudiera expresarse y encontrar
solución a sus problemas. Se trata de El congreso extraparlamentario.
133
134
F. I. Ferrán, «Bonó o la fenomenología», p. 160.
Ver carta del 30 de diciembre de 1887 dirigida a G. Luperón, en P. F. Bonó,
Papeles, p. 560.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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Diario de los debates, texto concebido en medio de la tenebrosa dictadura de Ulises Heureaux, quien llevaba diez años gobernando al país
con manos de hierro. En vista de que el pueblo no tenía Congreso
para expresarse, Bonó «creó» en su mente el instrumento legislativo
alternativo que merecía.135
Varios intelectuales saludaron el novedoso congreso extraparlamentario. Don Federico Henríquez y Carvajal declaró:
Don P. F. Bonó, el anciano prócer restaurador a quien debe
el país consejos y enseñanzas de índole agrícola y económica,
está publicando una serie de actas de un supuesto Congreso
Extraparlamentario, muy bien intencionado, que se recomiendan a gobernantes y gobernados por la abundancia de verdades
que contienen. Es la voz de la razón, la voz de la experiencia.136
En Bonó, pues, halló expresión la necesidad que tenía el país
de un espacio público137 en el que representantes genuinos de los
Bajo el formato de revista, Bonó inició el 7 de julio de 1895 una crítica sutil al régimen dictatorial del general Ulises Heureaux. Debajo del título de la publicación,
Bonó incorporó «Editor Pedro Fco. Bonó, San Francisco de Macorís, calle Colón,
no. 40». Con ello quiso dejar claro que no se trataba de un libelo, sino de un medio
de comunicación cuyos mensajes tienen a una persona como única responsable. El
Congreso de Bonó es el otro congreso, el del pueblo. Aquí los diputados son diez y sus
nominaciones se corresponden con las letras del abecedario comprendidas entre la
A y la J. El diputado B es quien toma más turnos durante los debates: es el que
argumenta de manera más coherente y expone las causas más justas. Representa a
Bonó. El historiador Manuel Ubaldo Gómez ofrece una ponderación del Congreso
extraparlamentario. Diario de los debates en su libro Resumen de la historia de Santo
Domingo (1922). Nos dice: «Las deliberaciones del Congreso imaginario eran una
crítica fina y sutil de la mala administración y de la corrupción implantada en aquellos días, crítica capaz de haber llevado a otro que no hubiera sido Bonó a la Torre del
Homenaje, pues en esos tiempos la expresión del pensamiento era castigada como
en tiempos de la Inquisición…». Citado en P F. Bonó, Papeles, p. 352.
136
F. Henríquez y Carvajal, «Letras y Ciencias», 14 de julio de 1895. Citado en P.
F. Bonó, Papeles, p. 52.
137
El espacio escogido para las sesiones de los diputados está a la intemperie; se encuentra en un lugar de las afueras de San Francisco de Macorís llamado Sabana
del Borrego. Las discusiones se llevan a cabo frente a un público que imprime
un franco sabor popular. La libertad con que se expresan los representantes del
pueblo y las problemáticas neurálgicas que allí se ventilan marcan un contraste
con el congreso oficial: un conjunto de títeres sin más función que levantar la
mano y decir: «corroboro».
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diversos sectores intentaran lograr libremente lo que no era posible
alcanzar en el Congreso ordinario: «tratar de juntar las riquezas con
la justicia».138
Pablo Mella nos ofrece una importante interpretación del
célebre escrito de Bonó desde el horizonte hermenéutico de la
identidad narrativa de Paul Ricoeur. El analista subraya la enorme actualidad de las preocupaciones externadas por el pensador
cibaeño, al tiempo que nos exhorta a que pensemos en la necesidad de construir un espacio público responsable y creativo en
el marco de la convivencia cultural que se impone en nuestro
tiempo.139
Valiéndose de sus propios recursos, Bonó editó y divulgó en
formato de revista su experimento. Cinco números fueron publicados. ¡Un pesimista se hubiera cruzado de brazos antes que preparar
su última «guerrillita» (como expresara irónicamente en carta a
Heureaux)!
Otra iniciativa que expresa el cariz disidente de Bonó, así como
su fecunda capacidad para la creación literaria, lo constituye una comedia concebida para «ridiculizar la inmoral y rapaz administración
de Ulises Heureaux».140
Bonó fue sin duda el dominicano que mayor conocimiento tuvo
de la realidad dominicana de su época. Tuvo conciencia tanto de
sus fortalezas y virtudes como de sus debilidades y vicios. Y estas
rémoras –de gran abundancia y recurrencia– le causaron mucha
preocupación.
En 1881 se vio precisado a clarificar opiniones que le atribuía el
redactor del periódico El Propagador de Puerto Plata, las cuales eran
«contrarias a las convicciones más arraigadas de toda mi vida».141
P. F. Bonó, «El Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 378.
Pablo Mella, «La identidad narrativa dominicana. Por un nuevo Congreso
extraparlamentario», Estudios Sociales, No. 142/143, Santo Domingo, octubre
2005/marzo 2006, pp. 130-153.
140
En dicha comedia figuran como personajes animales salvajes y domésticos; los
salvajes representan a miembros del gabinete de Heureaux. El lugar que sirve
de escenario imaginario a la pieza teatral es Sabana de Angelina, aledaña a San
Francisco de Macorís. Ver J. M. Ricardo Román, «Pedro», Clío, No. 120, 1963,
p. 103.
141
P. F. Bonó, «La libertad», Papeles, p. 189.
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Ello fue ocasión para que Bonó expusiera a la opinión pública su
visión del pueblo dominicano:
[…] mi país es ni más ni menos como los demás. Que lo componemos hombres de carne y hueso, sabios, tontos, cuerdos,
virtuosos, viciosos, activos, perezosos, valientes, cobardes,
etc., aptos en todo como los demás pueblos para aceptar las
fases que las instituciones y las leyes, las equivocaciones o los
aciertos, nos quieran labrar, pero no invenciblemente refractarios a estos agentes, pues en este caso no perteneceríamos a
la humanidad.142
Tales apreciaciones en torno a la sociedad dominicana acusan
un alto grado de objetividad o realismo. Son harta demostración de
que si bien atravesó circunstancias aciagas que lo llevaron en ciertos
momentos a manifestar expresiones de desaliento de cara al presente
y futuro de la República Dominicana, no por ello asumió la postura
de un irremediable fatalismo.143
Persecuciones y acusaciones políticas
y éticas contra Bonó
Bonó fue perseguido en reiteradas ocasiones, humillado en otras;
sin embargo, nunca renegó de su condición de dominicano. De lo
que sí se apartó fue de la política partidista cuando la corrupción y
el parasitismo se apoderaron del Partido Azul o liberal, organización
que había favorecido con su militancia. Cuando consideró que dicha
P. F. Bonó, «La libertad», Papeles, p. 189. .
Quizá convenga plantear lo que suele ocurrir con la presentación, descripción
o análisis de determinadas situaciones problemáticas de orden sociocultural o
histórico: su mero tratamiento afecta el ánimo del sujeto que las estudia. Aunque
de modo tangencial, Octavio Paz ofrece algunas ideas al respecto: «Por otra
parte, se me había hablado del realismo americano y, también, de su ingenuidad,
cualidades que al parecer se excluyen. Para nosotros un realista siempre es un
pesimista. Y una persona ingenua no puede serlo mucho tiempo si de veras contempla la vida con realismo». Ver Octavio Paz, El laberinto de la soledad, México,
1999, p. 25.
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formación política ya no tenía «otro enemigo que el partido de los
trabajadores»,144 se apartó de la misma. Era el momento en que la
clase política practicaba en su conjunto la «privilegiomanía».
A lo largo de su trayectoria vital, Bonó dio amplias demostraciones de reciedumbre moral. Su vida estuvo ceñida a una recia tabla de
valores que lo llevó a vivir como pensó y a pensar como vivió. Esta es
la mejor prueba de su honestidad como intelectual.145
A pesar de ello, Bonó ha sido en ocasiones objeto de acusaciones
que lo comprometen moralmente. Dilucidaré algunas de ellas. El
tema requiere de cierto detenimiento.
Bonó es acusado de apoyar los planes anexionistas
de Buenaventura Báez
La más comprometedora de tales imputaciones procede del historiador Alcides García Lluberes. En su artículo titulado «Báez, Bonó y
Tenares»,146 juzga indispensable revisar la hoja de servicio a la nación
del intelectual, pues apoyándose en una supuesta base documental
fidedigna, cree poder demostrar: a) que Bonó se convirtió en seguidor
de Báez en el período de los «seis años»; b) que firmó en 1870, junto
a otros francomacorisanos, la propuesta de anexión a Estados Unidos;
c) que los dos cargos que le otorgó Báez y la «productiva notaría»
permitieron a Bonó realizar en 1875 su costoso viaje a Europa.
De las indicaciones previas, el mencionado investigador colige
que la negativa de Bonó a ser presentado como candidato presidencial
No se refiere, obviamente, a un partido político como tal. Los trabajadores
dominicanos ni soñaban con formar su propio partido. Lo que Bonó quiere significar es que el Partido Azul, renegando de todos sus principios democráticos,
había caído en manos de la «clase directora», de «los fuertes», y había por tanto
dado la espalda a «las clases trabajadoras», a «los débiles». El intelectual llegó a
la conclusión de que ya no tenía razón de seguir militando en el «partido de mi
predilección».
145
En Bonó «podemos seguir encontrando el modelo del intelectual ajustado a
parámetros morales, al compromiso con la sociedad… Leer a Bonó genera un
sentimiento inefable de emoción, de cita con la búsqueda de lo verdadero y lo
bueno». Ver R. Cassá, «Apología a Pedro Francisco Bonó», Clío, No. 155, 1996,
p. 27.
144
Alcides García Lluberes, «Báez, Bonó y Tenárez» Listín Diario, sección Opinión,
Santo Domingo 20 de marzo de 1967.
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no se debió a que temiera que con él se repitiera lo que ocurrió al
presidente Espaillat –como sostiene Luperón–, sino que fue debido
a que
se acordaba de los actos de apostasía que había cometido, los
cuales estaban en la sombra, y temía que cuando menos se
pensara salieran a la luz acompañados de irrecusables pruebas
escritas, como está ocurriendo ahora, y él no deseaba que a su
definitiva biografía se le agregara este nuevo desdoro: el de ser
un impostor de más de marca.147
Por último, considera que si el historiador Emilio Rodríguez
Demorizi hubiera tenido conocimiento de la documentación que el
historiador Sócrates Nolasco aún no había revelado, «no hubiera
equiparado a Bonó con Duarte y con Espaillat» en su obra de compendio Papeles de Pedro F. Bonó.
Al polémico artículo de García Lluberes reacciona, veinte días
más tarde, el historiador macorisano Augusto Ortega, quien publicó
en cinco entregas «Pedro Francisco Bonó. Su vida y su obra».148 En
este texto Ortega, que no menciona el nombre de Alcides García
Lluberes, presenta la conocida cronología de once páginas que inserta Rodríguez Demorizi al inicio de su volumen dedicado a Bonó,
pero además destina la última parte del mismo a dar a conocer algunas referencias sobre la vida y la obra de Bonó, así como a reseñar
partes de un trabajo del historiador José Gabriel García, quien se
había opuesto a la anexión de República Dominicana a los Estados
Unidos.
Como si ello bastare para exonerar a Bonó de las serias imputaciones incoadas en su contra por García Lluberes, y declarando
que no se propone entrar en polémica con nadie, Ortega afirma
que las notas cronológicas de Rodríguez Demorizi en torno a Bonó
«se comentan por sí mismas», y que más bien es a la Academia
Dominicana de la Historia a quien corresponde enfrentar cualquier
A. García Lluberes, «Báez, Bonó y Tenárez».
Augusto Ortega, «Pedro Francisco Bonó. Su vida y su obra», Listín Diario, 10,
11, 18, 19 y 24 de abril de 1967.
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opinión que pueda distorsionar la verdad de los próceres que han
sido consagrados histórica y legalmente.
En los treinta años que siguieron al escrito de García Lluberes
(20 de marzo de 1967) nadie hizo referencia, ni directa ni indirectamente, a las graves acusaciones vertidas contra Bonó. El silencio fue
la respuesta dada incluso por Emilio Rodríguez Demorizi, principal
difusor de la producción intelectual del prócer cibaeño. ¿En realidad, no valía la pena responder a García Lluberes? ¿No otorga
el que calla? ¿No era un historiador el que realizaba estas graves
acusaciones contra Bonó? O, en otro sentido, ¿era tarea muy difícil o
bien imposible refutar a García Lluberes? ¿Qué iba a pensar el lector
de García Lluberes al percatarse de que nadie osaba responder a sus
comprometedoras revelaciones?
De hecho, el silencio unánime que guardaron los investigadores
daba lugar a que cada quien especulara y tejiera sus propias conjeturas, lo cual no convenía a Bonó, ni a los investigadores, ni al país.
Raymundo González contrarresta las imputaciones a Bonó
Fue en el 2006 cuando el dedo acusador del historiador Alcides
García cesó de señalar a Bonó como acólito de Báez. Alguien, por
fin, subió a estrado para defender una causa justa. Se trata del historiador Raymundo Manuel González de Peña, quien en la conmemoración del centenario de la muerte del pensador decidió hacer
pública la apología de Pedro Francisco Bonó mediante el trabajo
«Bonó, ¿baecista y anexionista? Una rectificación».149
El medio en el que González publicó su trabajo fue precisamente
la revista Clío, el órgano difusor de la Academia Dominicana de la
Historia, institución que en opinión de Alcides García debía pronunciar la última palabra respecto a la cuestión. En esa edición especial conmemorativa de la muerte del pensador dominicano, Clío dio
cabida a otros dos artículos sobre Bonó, dedicando así un total de 71
páginas a su vida y obra. Con el solo hecho de publicar tales escritos,
firmados por tres miembros de número de la institución, la Academia
R. M. González, Clío, Santo Domingo, No. 172, 2006, pp. 223-248.
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Dominicana de la Historia ya se estaba pronunciando, aunque fuera
indirectamente, en torno a la acusación hecha por García. Lo que
quedó rotundamente confirmado con las palabras del presidente de
la Academia (a la sazón el historiador Emilio Cordero Michel) al
hacer la presentación de ese número de la revista P. 10 «La otra
ponencia, el octavo trabajo […] del académico Raymundo González
de Peña, es sumamente novedoso porque desmonta la acusación que
hizo el historiador Alcides García Lluberes en un escrito de 1967
publicado en el Listín Diario, asegurando que Bonó, por ser baecista,
apoyó la anexión a los Estados Unidos de Norteamérica intentada
por Buenaventura Báez […]».150
El artículo de Raymundo González expone demostraciones irrebatibles en defensa de Bonó. Dado que las suscribo en su totalidad,
tomo como préstamo algunas de sus argumentaciones y las resumo
en los siguientes términos:
a. Bonó no firmó a favor del arrendamiento de la bahía de Samaná
en el plebiscito celebrado en los primeros meses de 1873 para
tal fin; su nombre no aparece entre los francomacorisanos que
apoyaron la propuesta. Obviamente, su refrendo y presencia,
como alcalde constitucional de San Francisco de Macorís, eran
obligatorios para la apertura y validación del libro de firmas favorables a dicho arrendamiento.
b. Resulta insuficiente, por otra parte, el ejercicio crítico que el
historiador García Lluberes presenta para dar por bueno y válido el contenido del acta relativa al plebiscito anexionista de
1870 –distinto del plebiscito para el arrendamiento de la bahía
de Samaná–, en la que sí aparece la firma de Bonó.
c. García Lluberes infiere el supuesto baecismo de Bonó a partir
de una carta dirigida a este en 1884 por su amigo alemán Kuck,
quien desde Hamburgo rememora la ocasión en que ambos
discutieron de política mundial al tiempo que degustaban un suculento sancocho preparado por la abuela de Bonó de Santiago.
En dicha carta Kuck le expresa a Bonó: «U. defendiendo todavía
Emilio Cordero Michel, «Presentación», Clío, Santo Domingo, No. 172, 2006,
p. 10.
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d.
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f.
g.
a Báez, cuyas intrigas me estaban muy claras».151 Sin decirlo
explícitamente, García Lluberes ubica erradamente la fecha del
encuentro entre Bonó y Kuck en el período de los «seis años»
de Báez (1868-1873); pero a juzgar por la presencia de una de
las abuelas de Bonó, el referido diálogo debió producirse más
bien entre 1857 y 1858, cuando Kuck residía en Puerto Plata y
la familia de Bonó conservaba aún la casa de Santiago.
El 14 de octubre de 1867, en su calidad de secretario de Estado
de Relaciones Exteriores, Bonó llamó a Santo Domingo al representante diplomático dominicano en Port-au-Prince, general
Pedro Valverde Lara, y declaró suspendidas las relaciones diplomáticas con el Gobierno haitiano debido al respaldo que este
ofrecía a los baecistas que conspiraban desde Haití.
En la Breve refutación al informe de los comisionados de 1871, documento escrito por el historiador José Gabriel García en mayo
del mismo año, se formulan, entre otras, las siguientes preguntas: «¿Por qué permanecen las cárceles llenas de patriotas
beneméritos? ¿Por qué se tiñen con sangre dominicana tantos
cadalsos? […] ¿Por qué no fueron a San Francisco de Macorís, cuyos
habitantes se negaron a tomar parte en el plebiscito de 1870? [cursivas
añadidas]».152
En vista de que los francomacorisanos se negaron a participar en
el plebiscito de 1870, resulta sospechosa el acta donde aparecen
personalidades francomacorisanas apoyando con sus firmas la
anexión a los Estados Unidos.
Dado que en el encabezamiento figuran dos fechas (1873 primero y más abajo 1870153), resulta evidente que se trata de una copia
tardía hecha en Santo Domingo tres años después de la fecha en
que habría sido firmado el supuesto documento original.
P. F. Bonó, Papeles, pp. 508, 509.
E. Rodríguez Demorizi (editor), Informe de la Comisión de Investigaciones de los E.
U. A. en Santo Domingo en 1871, Ciudad Trujillo, 1960, pp. 605-627.
153
El encabezamiento es el siguiente: «Sobre lo escrito dice de arriba abajo: Consta de
doce fojas (veinticuatro páginas) quince escritas. Santo Domingo, junio 28 de 1873.
En el nombre de Dios Trino y Uno autor y Supremo Legislador del Universo.
En la Común de San Francisco de Macorís el día veintitrés del mes de Febrero
del año de nuestro Señor de mil ochocientos setenta». Ver R. M. González de
Peña, «Bonó, ¿baecista y anexionista?», pp. 237-238.
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h. Aunque hubo tiempo para incluir «el pronunciamiento» de la
común de Macorís del Norte en el legajo remitido a EE. UU.,
este no aparece en los documentos del Departamento de Estado.
¿Es que el Gobierno baecista olvidó enviar este pronunciamiento o fue que el mismo se le traspapeló a los encargados de los
archivos nacionales de EE. UU.? ¿Cuál era el propósito de hacer
en junio de 1873 una copia de un documento de febrero de 1870
y poner a firmar en ella a los supuestos participantes originales?
i. En 1873 ya no tenía objeto la declaración, puesto que la anexión
de la República Dominicana había sido rechazada en julio de
1871 por el Congreso de los EE. UU.
j. El cónsul americano Raymond H. Perry informó a sus superiores en Washington lo siguiente:
Báez y Del Monte me han dicho en varias ocasiones que si
cualquier hombre se opone a la anexión, será fusilado o expulsado del país. También me han dicho que la votación sería
libre; pero tal no ha sido el caso.
En todo el país los sentimientos del pueblo han sido coartados, impidiéndoseles que expresaran sus opiniones contrarias
a la anexión. Yo he visto en su propio hogar a Báez sacudir su
puño en la cara de sus más íntimos amigos, entre los cuales
se encontraban oficiales del ejército, diciéndoles al mismo
tiempo que los expulsaría del país si se oponían a la anexión.
Esta conducta, observada por Báez, ha hecho que muchos que
favorecían la anexión se opongan a ella ahora, y a él también
[…] las cárceles están llenas de prisioneros políticos.154
k. En 1872 Báez, manu militari, obligó a Bonó a aceptar el cargo
de alcalde de San Francisco de Macorís, pero este rechazó los
emolumentos del puesto.155
Diómedes Núñez Polanco, Anexionismo y resistencia. Relaciones domínico-norteamericanas en tiempos de Grant, Báez y Luperón, Santo Domingo, 1999, p. 184.
155
Báez, en su política opresiva, queriendo siempre humillar al elemento contrario
de valía moral o intelectual, o de prestigio militar o económico, manu militari
obligó a Bonó a aceptarle el humilde puesto de Alcalde de S. Fco. de Macorís,
pero él rechazó con la mayor dignidad los emolumentos de tal empleo. En el
154
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l. Báez debió de estar convencido de que Bonó fue uno de los
promotores del rechazo del plebiscito de 1870 por parte del
pueblo macorisano; por tal motivo le habría hecho pasar –tres
años más tarde– por el trago amargo de transcribir totalmente el
documento que no firmó en febrero de 1870, obligándolo junto
a otros a firmar la transcripción. Es así como se explica que estampara su firma en el nuevo documento hecho en 1873. Que
dicha transcripción tuviera que ser escrita de puño y letra de
Bonó en la ciudad de Santo Domingo, lejos de la común donde
tenía fijada su residencia, fue una forma de humillación.
m. El supuesto baecismo y anexionismo que Alcides García Lluberes
atribuye a Bonó debe ser rechazado, lo mismo que la venalidad y
la traición de que le acusa.156
Otros argumentos a favor de Bonó
Sin obviar los muchos méritos que debe la historia dominicana
a Alcides García Lluberes, Rufino Martínez puso de relieve cómo
las pasiones llevaron a dicho historiador a realizar defensas ciegas
de diversos próceres de nuestra historia, así como también a la actitud contraria: «su obstinación […] le ha creado un exclusivismo
renegador de personajes no registrados en sus preferencias, a quienes no les concede nada, aunque anteriormente les reconocía sus
méritos».157 De estar en lo cierto Rufino Martínez, esta actitud de
García Lluberes se habría reeditado en el caso de Bonó.
Por otra parte, ocho años después del derrocamiento de B. Báez,
el reconocido padre de la historia dominicana y luchador por la independencia del pueblo dominicano en 1844 y en 1863-1865, José
Gabriel García (progenitor de Alcides García Lluberes), dirigió una
epístola a Bonó en la que expresa las siguientes palabras de despedida:
transcurso de los «seis años» de Báez, plenos de opresión y tiranía, Don Pedro
Fco. acuñó esta frase: Confiad en la libertad, en el Pueblo y en la Providencia y
esperad el castigo del tirano. Ver J. M. Ricardo Román, «Pedro», p. 109.
156
Hasta aquí se han presentado, de forma sintética, las informaciones y argumentaciones esgrimidas por el historiador Raymundo González con el objetivo de
refutar el artículo periodístico del también historiador Alcides García Lluberes.
157
R. Martínez, Diccionario, p. 205.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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[…] no aspiro a otra recompensa sino a la de merecer la aprobación y el aprecio de mis contemporáneos, principalmente de
aquellos que tienen derecho a ser considerados como sensatos
y patriotas, en cuyo número me cabe la satisfacción de comprenderlo a Ud.
Conserve el libro que le remito como un recuerdo mío y disponga, como mejor le plazca, de los servicios de su servidor y
amigo, José Gabriel García.158
De ser ciertas las imputaciones esgrimidas por García Lluberes,
difícilmente su progenitor hubiera dispensado a Bonó el trato distinguido manifestado en la mencionada carta, pues aparte de oponerse
por principio al despotismo de Báez, el historiador José Gabriel
García tuvo que padecer los rigores del exilio durante el férreo mandato baecista de «seis años».
Hay que dejar por sentado, además, que Báez no conoció límites
ni tuvo escrúpulos al momento de perseguir, encarcelar o asesinar
a sus adversarios. Decidió muertes como la del poeta y restaurador
Manuel Rodríguez Objío159 y la de Eusebio Manzueta;160 dictaminó
la prisión de Ulises Francisco Espaillat161 y la del ya anciano tío de
Bonó, Bartolo Mejía;162 decidió el exilio del propio historiador José
Gabriel García.163
Carta incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 442.
Restaurador, se desempeñó como secretario del general Gregorio Luperón, a
quien acompañó durante la guerrilla antibaecista de 1871 que se produjo en el
noroeste del país. Poeta de fina sensibilidad, sus méritos literarios no valieron
de nada a la hora de subir al cadalso y morir el 18 de abril de 1871, a la edad de
treinta y tres años.
160
Prócer de la Restauración, fue enemigo implacable de Báez. En 1868 rechazó un
indulto porque en el decreto no se incluyó a otros compañeros de lucha. Prefirió
vivir cinco años en los montes, en condición de prófugo, antes que exilarse.
Lamentablemente fue descubierto: se le ejecutó en Santo Domingo en 1873.
161
Prominente intelectual y prócer restaurador que fue muy amigo de Bonó. Su
oposición a Báez le llevó a pasar más de tres meses en la Torre del Homenaje,
histórica prisión de Santo Domingo.
162
También prócer en la Guerra Restauradora, fue encarcelado durante cinco meses porque brindó hospedaje en su casa a un desafecto del tirano.
163
Se le considera Padre de la historia dominicana. Fue enemigo acérrimo de Báez.
Desde el exilio combatió con la pluma el intento de anexión a los Estados Unidos,
en cuyo Congreso fueron presentados algunos de sus manifiestos o informes.
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Pero, ¿por qué Báez nombró a Bonó juez de Primera Instancia
de la provincia de La Vega un mes antes –enero de 1870– del
famoso plebiscito sobre la anexión a EE. UU.? Bonó había sido
electo regidor del Ayuntamiento de Macorís dos años antes, en
1868: ¿qué lo llevó a presentarse como candidato a dicha función
si previamente, en el Gobierno de José María Cabral, había sido
nada más y nada menos que secretario de Instrucción Pública, de
Justicia y de Relaciones Exteriores? Dicho de otro modo: ¿por qué
había renunciado a las tres secretarías que ocupaba para regresar a
su pueblo adoptivo si ya al año mostraría interés por ejercer el modesto puesto de regidor? ¿No mueve esto a sospecha? ¿No serían
estos movimientos de Bonó fruto de la variante y tensa situación
política que entonces vivía el país?
Al estar consciente de las gestiones de Cabral para obtener un
empréstito de los EE.UU. a cambio de poner por garantía la bahía
y península de Samaná, así como del inminente regreso al poder del
despótico Buenaventura Báez, es muy probable que Bonó lanzara
de manera estratégica su candidatura a una de las regidurías de su
jurisdicción como forma de resguardarse de posibles represiones y
garantizar una mayor influencia en el seno de su comunidad. Y es
que el cargo de regidor, según sus prédicas reiteradas, ostentaba el
mayor prestigio social y político en el país gracias a que fomentaba
vínculos directos con los munícipes.
Al nombrar a Bonó como juez en la provincia de La Vega, Báez
intentó distanciarlo de su pueblo antes del célebre plebiscito; no advirtió
que ya el regidor había hecho su trabajo entre los munícipes macorisanos.
Hay que pensar además que Bonó debió estar convencido de
que la ira de Báez no conocía límites, algo que demostraban plenamente los fusilamientos, torturas, prisiones y condenas al exilio
que ordenaba el dictador. Solo así llega a comprenderse que el
pensador «aceptara» –en contra de su voluntad y como mal menor– algunas disposiciones del tirano164 (entre ellas los cargos),
Es el padre del también historiador Alcides García Lluberes, anteriormente
referido.
164
Las diversas funciones que Bonó realizó en el temible período de los «seis años»
las «desempeñó presionado por el Gobierno»; desde ellas «aspiró a mejorías
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pues al obrar de tal suerte evitaba lo peor de todo: el fusilamiento
o bien la prisión.
En todo caso, partiendo de los pormenores y argumentaciones
de Raymundo González, se podría pensar que Bonó se figuró como
un mero montaje el conjunto de maniobras hechas por Báez en 1873,
dos años después de realizado el plebiscito anexionista y conocida la
negativa del Congreso estadounidense. El tirano, con sus conductas
sádicas, únicamente buscaba complacer su ego.
Así las cosas, al igual que la frase atribuida a Galileo después
de escribir el célebre juramento que le salvó la vida a medias, Bonó
pudo expresar en su íntima convicción: «Y sin embargo se liberará».
De hecho fue así, en 1873 la República Dominicana se liberó no solo
de Báez, sino también de toda propensión o idea anexionista, gracias
a la revolución que aglutinó a todo el pueblo dominicano.
Con lo dicho hasta aquí pienso que se ha edificado lo suficiente
como para que cada quien se forme su propio criterio sobre las imputaciones incoadas contra Bonó. Por mi parte, al igual que Raymundo
González, lo absuelvo. Y despido el tema con las siguientes palabras
de Francisco Antonio Avelino García:
No hay en toda la historia dominicana ningún otro dirigente
de la honestidad en el compromiso político que alcance la
reciedumbre de carácter y la elevación de las ideas éticas constructoras del buen gobierno a que arriba el pensamiento y la
acción política de Bonó. Para que se comprenda este juicio diremos que rechazó cuatro veces la candidatura a la Presidencia
de la República que le ofreciera el general Gregorio Luperón.
Su rechazo no fue porque se sintiera incapaz, sino porque,
como escribió a Federico Henríquez y Carvajal, el Partido
Azul solo tenía un oponente, el Partido de los Pobres y, era
obvio, que no se encontraba en disposición de servir a las injusticias sociales.165
para su comunidad, que aunque prometidas por el Gobierno Central, nunca
fueron cumplidas». P. Nadal, Bonó, p. 459.
165
Francisco Antonio Avelino García, «La interpretación de Bonó sobre la dominicanidad y la haitianidad», Clío, No. 172, 2006, pp. 197-198.
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Objeción moral a Bonó por no haberse casado
Existe otra objeción de índole moral lanzada contra Bonó, la
cual no está vinculada al quehacer político, sino al ámbito de su vida
privada. Quien la enuncia es su primer biógrafo, J. Max Ricardo
Román, que no concibe que un hombre de la estatura moral de Bonó
y de sentimientos cristianos tan sólidos no llegara a pensar en la
santidad y conveniencia del matrimonio. Al respecto, concluye:
Como no siempre hallamos la perfección en el individuo, este
es, sin duda, el punto débil en la personalidad de mi biografiado, pero sus razones tendría para ello, y como no las conocemos, debemos silenciar este detalle único que podría empañar
la serie de buenas cualidades de Don Pedro Francisco Bonó.166
El primer biógrafo de Bonó juzga como una mancha en la vida moral de Bonó el hecho de haber tenido dos hijas,167 de madres diferentes,
sin haber contraído matrimonio canónico. Una ponderación justa de
la conducta de Bonó en esta materia tendría que tomar en cuenta dos
circunstancias importantes de su vida personal y familiar: en primer término, hay que señalar que en vista de que la hermana mayor de Bonó,
Alejandrina, casó tempranamente y tuvo que dedicarse a criar sus cuatro
hijos en Santiago, Bonó concibió como un deber moral permanecer
junto a sus otras dos hermanas (Carolina y María Casimira), quienes
vivieron siempre bajo su protección tras el fallecimiento de sus padres.
Al igual que su hermano, estas nunca se casaron. Bonó desempeñó para
con ellas un rol paternal, pues en realidad venían a ser como sus propias
hijas. Hubo, pues, en la familia Bonó-Mejía una arraigada tradición de
optar por el estilo de vida célibe.
J. M. Ricardo Román, «Pedro», p. 104.
«Sus hijos: Florencia Fernández y María Casimira Bonó», escribe J. M. Ricardo
Román («Pedro», p. 104). Aunque se habla aquí de «Sus hijos», en realidad
su prole era de sexo femenino. La confusión se origina en el hecho de que la
persona que asentó los datos en el acta de nacimiento cometió el error de cambiarle el sexo y el nombre a la mayor de sus hijas, Florencia). A continuación un
fragmento del acta: «[…] nació el día veintitrés de Febrero de ese año a las dos
de la tarde un niño que tiene por nombre Florencio, hijo natural de María Mateo
Fernández…». Incluido en P. F. Bonó, Papeles, p. 615.
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En segundo lugar, Bonó fue a lo largo de su vida un hombre dedicado ante todo al cultivo del intelecto. Si Aristóteles tiene razón al
plantear que el sabio, al dedicarse a la vida intelectual, experimenta
la máxima felicidad posible, entonces Bonó logró descubrir ese tipo
de satisfacción espiritual. Un hombre de las condiciones de Bonó,
obligado como estaba a prestar su atención a las muy variadas solicitudes de un entorno sociocultural tan precario, debió vivir deseando
lo más preciado para las personas que asumen la función intelectual
como estilo de vida: tiempo libre. El no haber constituido familia
según los patrones formales que la sociedad decimonónica prescribía le permitió reservar más tiempo a su más acendrada vocación: la
tarea de pensar.
Los valores de la solidaridad y la amistad en Bonó
Otra de las facetas que caracteriza la dilatada vida de nuestro
biografiado es su actitud solidaria. Una solidaridad hija, por igual
partida, de su humanismo ético y de su caridad cristiana. Es dicha
cualidad la que le lleva a convertirse en médico empírico, al quedar
conmovido por las enfermedades que marchitaban la vida de tantos
de sus compueblanos.
Debe señalarse, asimismo, su sentido de la amistad. Fue probablemente el intelectual dominicano que se granjeó la mayor cantidad
de amigos en el país. Como prueba se tienen las aproximadamente
doscientas cartas que escribió o recibió. Con Luperón mantuvo una
relación amistosa muy estrecha, contándose veintidós misivas entre
ambos.
Un gesto que retrata de cuerpo entero su sentimiento de lealtad
y solidaridad lo constituye la gestión que hizo ante el tirano Ulises
Heureaux para que fuera en auxilio de Gregorio Luperón, quien
había sido como un padre para el mandatario en su etapa juvenil. En
1896, aquejado de un terrible cáncer, el héroe nacional y expresidente de la República corría el riesgo de morir en la isla caribeña de
Saint Thomas, perteneciente a Dinamarca. Bonó aprovechó la visita
que le hizo el dictador durante uno de sus recorridos por diferentes
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pueblos. En el curso del encuentro, Bonó dio un giro a la conversación y expresó lo siguiente:
– General, el general Luperón, que siempre fue como su padre,
está muy grave, y sería muy doloroso que tan gran patriota
muriera en el exterior.
–Sí, Don Pedro, me apena mucho la gravedad del general
Luperón, y usted sabe cómo lo quiero y respeto, pero las veces
que le he mandado a ofrecer que vuelva a su país, que tanto le
debe, no me contesta.
– Si usted va personalmente a buscarlo no se lo negará.
– Don Pedro, iría con mucho gusto, pero no me recibiría y me
insultaría.
– No lo creo, él sería sensible a esa demostración de Ud., y si le
insulta, no lo podría tomar como algo de un particular, porque
siempre lo quiso como un padre y los padres tienen el derecho
de regañar a sus hijos.168
Persuadido por Bonó, Heureaux viajó a Saint Thomas e hizo todos los arreglos para traer consigo al general Luperón, quien murió
en la tranquilidad de su hogar, en Puerto Plata, en 1897.
Condiciones de Bonó para la reflexión filosófica
En el marco de la investigación en torno a la vida y la obra de
Bonó resulta importante ventilar su vocación filosófica. Tomo en
cuenta su autopercepción como filósofo, pero sobre todo las ponderaciones hechas por diversas personalidades respecto al asunto.
En carta de 1883 a Luperón, en la que intenta persuadirle sobre
su carencia de condiciones naturales para el ejercicio de la primera
magistratura de la República, Bonó le asegura: «[…] tengo claro
juicio, no lo niego, pero es en la forma filosófica, y para mí será
Se trata de una versión dialogada hecha a partir del relato ofrecido por J. M.
Ricardo Román, quien se sirvió de las informaciones que le suministró personalmente el sobrino de Bonó, Lic. Manuel de Jesús Bonó Araújo.
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gran sacrificio abandonar mi casa para engolfarme en el turbulento y borrascoso espacio donde está colocado el Presidente de la
República».169
¿Estaba Bonó en lo cierto cuando aseveró que era en la forma
filosófica que tenía claro juicio? Llama la atención que el pensador
reivindique tal condición en el siglo xix, una centuria caracterizada
por su espíritu antifilosófico.
José Ortega y Gasset refiere cómo en la sociedad decimonónica se asistió a «un imperialismo de la ciencia», de suerte que solo
aquello que era pasible de verificación mediante hechos objetivos y
recursos matemáticos se legitimaba como saber. Nos dice: «La segunda mitad del siglo pasado –Ortega está escribiendo en el siglo xx–
ha sido una época profundamente antifilosófica. Si la filosofía fuese
algo de lo cual se pudiese prescindir totalmente, no hay duda de que
ahora estaría muerta».170
La filosofía era considerada por el cientificismo positivista
como una sirvienta del conjunto de las ciencias naturales y sociales, exigiéndosele exclusivamente la función de garantizar la
logicidad y unicidad del saber debidamente acreditado, esto es,
del conocimiento científico. Tal y como afirma Edickson Minaya:
«La filosofía perdía rigurosidad y su dispersión era inminente. La
percepción hacia la filosofía cambiaba: simplemente se le entendía
como una sirvienta de las ciencias naturales, en parte porque ya
no había una verdadera dilucidación de su tarea en una cultura
totalmente científica».171
En un contexto como el antes descrito no resulta ocioso plantearse la siguiente pregunta: ¿por qué, en una época de pronunciada
devaluación de la disciplina filosófica, viene Bonó a reivindicar para
sí la condición de filósofo?
Bonó manifestó ya en medio de los ajetreos de la contienda
restauradora esa proclividad al reflexionar filosófico, pues en dicha
P. F. Bonó, Papeles, p. 480.
José Ortega y Gasset, «La idea de principio en Leibniz», Analíticos y continentales,
Madrid, 1997, p. 45.
171
Edickson Minaya, «La ciencia-técnica y el mundo de la vida: un enfoque fenomenológico», Paradigmas, Santo Domingo, No. 3, 2004, pp. 7-33.
169
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época proclamó: «Somos filósofos por intuición, esforzados por el
sentimiento noble de la honra común y de la propia, inspirados defensores de nuestros derechos por el instinto de lo justo, generosos
por excelencia y unidos por la convicción».172
Efectivamente, en más de una oportunidad lo vemos declarando
tal militancia, vemos a determinadas personalidades atribuyéndosela. En 1884, desde Hamburgo, su amigo J. W. Kuck le exhortó a
continuar viviendo «como un filósofo modesto y tranquilo». El mismo año otro alemán, Aug Schlager, le escribió: «Su corazón quedó
joven. Peleando siempre contra los tiranos en la forma que sea, un
filósofo como Ud. no queda vacilando».173
De la misma época es la misiva de J. M. Glas, quien reconoció el
estado de felicidad que experimentaba Bonó en su retiro de Macorís,
donde vivía «como un verdadero filósofo». Pero del grupo de contemporáneos que hizo alusión al perfil filosófico de Bonó la persona
que más clara y enfáticamente lo refiere es su entrañable amigo
Gregorio Luperón: «Es Bonó filósofo profundo, capaz de leer hasta
en el fondo de las humanas intenciones y de abrazar en su fecunda
mente las diversas ramas del saber humano».174
Bonó, por tanto, irradiaba un aura filosófica que varias personas
advirtieron. Por supuesto, él fue el primero en darse cuenta de tal
condición. Prueba de ello son estas palabras: «No quise recibir más
vivas y como buen filósofo fui a ver la residencia del Rey filósofo».175
El viaje realizado por Europa entre marzo y junio de 1875 le sirvió,
de acuerdo a Luperón, «para darse cuenta de su progreso, con cuyo
estudio ha madurado mucho más sus ideas filosóficas».176
Emilio Rodríguez Demorizi, por su parte, lo compara con el
filósofo cubano José Agustín Caballero, asegurando que constituyen
Palabras de Pedro Francisco Bonó extraídas de su artículo «Comentarios político-económicos», publicado en el Boletín Oficial No. 17 del 26 de noviembre
de 1864 del Gobierno Provisorio Restaurador. Citado por José Antinoe Fiallo,
«Pedro Francisco Bonó: Municipalidad, Poder, Ciudadanía y Conciencia», Ecos,
No. 11, 2011, pp. 31-58.
173
P. F. Bonó, Papeles, p. 506.
174
G. Luperón, Notas autobiográficas, p. 78.
175
Carta de 1875 dirigida a su hermana Casimira Bonó desde Berlín. Incluida en P.
F. Bonó, Papeles, p. 434.
176
G. Luperón, Notas autobiográficas, p. 78.
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arquetipos para los pueblos cubano y dominicano. Por supuesto,
Bonó no podía equipararse con Caballero en materia de formación
teórico-filosófica, pues el cubano tuvo por maestros a connotados
pensadores y catedráticos de la Universidad San Jerónimo de La
Habana. Bonó, en cambio, tuvo que limitarse a los libros que pudo
adquirir, leer y asimilar en el marco de una sociedad casi siempre
envuelta en conflictos bélicos en la que por mucho tiempo no hubo
universidad. Es, por tanto, gracias a su excepcional talento –unido a
un esfuerzo ciclópeo– que Bonó adquiere una preparación intelectual
que ningún otro dominicano educado en el país durante el siglo xix
logra alcanzar.
Dicha preparación gozó de ingredientes muy variados tomados de la gama de conocimientos que la ciencia y el pensamiento
moderno y contemporáneo posibilitaron: biología (leyó a Buffon
y Darwin), economía (conoció los clásicos de la economía política), sociología (estuvo al tanto del desenvolvimiento de las ideas
positivistas), filosofía política y teoría jurídica (dominaba las
propuestas teóricas de Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Diderot
y demás teóricos del liberalismo y la Ilustración), humanismo católico (se familiarizó con las ideas de Lamennais). Como ya se ha
señalado, también conoció las vertientes teóricas del socialismo
utópico, el romanticismo historicista y la escuela histórica del
derecho.
Pueblo dominicano: núcleo problemático a descifrar con ayuda
de la filosofía
En cuanto a sus aportes de carácter filosófico, en Bonó hay que
reconocer un gran esfuerzo por aprehender la realidad compleja del
tiempo y espacio que le tocó vivir. Tal intento por dotar de sentido
y construir una episteme acerca de las circunstancias dominicanas de la
época no podía llevarse a cabo prescindiendo de los aportes de la filosofía, cuestión de la que Bonó tuvo plena conciencia. Las siguientes
palabras de Lusitania Martínez arrojan luces en torno a este punto:
«Filosofar es someter la historia a las categorías de la razón, como
lo hicieron Hegel y los románticos cuando abordaron la idea de la
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cultura vinculada a la de la nación».177 Efectivamente, bajo las influencias complementarias de filósofos ilustrados y románticos, Bonó nos
ofrece las primeras reflexiones críticas que intentan abordar la problemática de la dominicanidad desde una perspectiva filosófica.
Raymundo González refiere esta aproximación filosófica de Bonó,
que con ella trataba de explicarse la situación que venía arrastrando y
caracterizando al pueblo dominicano.178 Tal afán se hace evidente en
1881, cuando escribe Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas.
En dicho texto expresa:
Todo un pueblo no puede ser loco a la vez, y cuando como
tal aparece en la escena del mundo, deben buscarse en esferas
superiores las causas de su aparente locura, y allí de seguro el
filósofo, el pensador, encontrarán las causas verdaderas que
justifican los hechos por inconexos y extraños que aparezcan.
En esta esfera quiero colocarme, y desechando los resultados
que vieron mis abuelos, los que yo presencié y presencio, pediré
a la historia general y a la particular de mi país la explicación
de estos resultados constantes, a lo cual, si agrego lo que he
podido estudiar sobre el corazón del hombre, de sus pasiones y
necesidades, quizás acierte en mucho en descubrir las desgracias
de mi patria y la adversa suerte de nosotros los dominicanos.179
El filósofo social inicia su tarea reflexiva sobre la base de «un
axioma filosófico: ¿Puede haber estabilidad en la parte si el todo
no la tiene?». Es decir, Bonó juega con el par categorial la parte-el
todo, que no es otra cosa que la relación dialéctica existente entre lo
abstracto y lo concreto. Habla de la «forma social escogida, esto es,
la República Dominicana», que viene siendo «el todo»; mientras
que «el trabajo», «la propiedad», significan «las partes».180
L. F. Martínez Jiménez, «Filosofía dominicana: pasado y presente» (introducción), Filosofía dominicana: pasado y presente, tomo I, Santo Domingo, p. 23.
178
R. González, «Prefacio», Pedro Francisco Bonó. Textos selectos, Santo Domingo,
2007, p. 18.
179
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Textos selectos,
Santo Domingo, 2007, pp. 68-69.
180
Ibídem, pp. 66-78.
177
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Como resulta evidente, Bonó recurre a conceptos o categorías
filosóficas, económicas y sociológicas para alcanzar el objetivo que
se ha trazado: lograr una comprensión filosófica de la sociedad
dominicana, o lo que es lo mismo, procurar la inteligibilidad del
ser dominicano, fenómeno que no cesa de interpelarle. Pero, ¿por
qué ha de considerarse filosófica la búsqueda que Bonó efectúa?
¿Qué es lo que convierte en filosófica la comprensión de la sociedad dominicana a la que llegó Bonó? O de otro modo, ¿en qué
consiste «la mirada filosófica» o «esa esfera» en que Bonó quiere
colocarse para construir una episteme en torno al tejido sociocultural
dominicano?181
Según Bonó, consiste ante todo en aplicar lo que se podría denominar como el método de la duda o método dubitativo, estrategia analítica que él adopta con su actitud de ir «desechando los resultados que
vieron mis abuelos, los que yo presencié y presencio».182 Luego, a
modo de contextualización, y yendo de lo general a lo particular, solicita a la historia general y a la particular de República Dominicana
la explicación de los resultados constantes que ha podido observar.183
Finalmente, se dispone a complementar sus hallazgos con lo que él
ha «podido estudiar sobre el corazón del hombre, de sus pasiones y
necesidades».184
Por supuesto, ya aquí entran en escena disciplinas distintas a la
economía política, la sociología y la filosofía: entran la historia, la
antropología, la sicología.185
Esta honda preocupación por sentar las bases de una aproximación filosófica a
su sociedad se reedita tres años más tarde, en «Opiniones de un dominicano».
Aquí se lamenta Bonó de que «las frías meditaciones de la ciencia de observación
filosófica no entran en la manera general de tratar nuestras cosas», y afirma: «en
las verdades útiles que estas meditaciones encierran, quien sabe descubrirlas encontrará un venero inagotable de glorias y satisfacciones personales y generales.
En ellas solas pueden encontrarse la razón, la explicación y el remedio de ciertas
explosiones periódicas desastrosas que mantienen en zozobra a la Nación…».
Ver P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Pedro Francisco Bonó. Textos selectos, Santo Domingo, 2007, p. 105.
182
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Pedro Francisco
Bonó. p. 69.
183
Ibídem. No debe sorprender el advertir algunas similitudes entre los cuatro
pasos que Descartes sigue en su Discurso del método y los que aquí adopta Bonó.
184
Ibídem, p. 69.
185
Dice Bonó refiriéndose al estudio de las complejas realidades que convergían en
181
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La naturaleza «filosófica» de esa búsqueda aquí esbozada puede
justificarse en virtud de los tres aspectos siguientes:
1ra Intenta ofrecernos una mirada global o general de la sociedad
dominicana.
2da Realiza un estudio crítico radical, esto es, pone en entredicho las
raíces mismas del entorno sociocultural nacional al llevar a cabo
la primera revisión racional de los supuestos teórico-ideológicos
que servían como fuente de legitimación y orientación de la cultura dominicana.
ra
3 A resultas de la mirada global y del examen crítico, Bonó llega a
ciertas conclusiones que le permiten elaborar una síntesis epistémica de la sociedad dominicana.
Si precisáramos las ramas filosóficas en las que pueden inscribirse los aportes de Bonó, tendríamos que mencionar la filosofía social, la
filosofía de la historia, la filosofía política, la filosofía de la cultura y la filosofía moral o ética. Dichas contribuciones no se exponen, obviamente,
en formulaciones teóricas puras, sino que forman parte intrínseca de
las preocupaciones y del esfuerzo por explicar la sociedad, la cultura,
la historia y el ethos dominicano de la época.
En todos los países del área latinoamericana es posible encontrar figuras como Bonó, es decir, personas que a pesar de
no estar revestidas de una preparación profesional en el campo
filosófico, son pasibles de ser consideradas como filósofos, pues
fungen como humanistas en el más amplio sentido del término:
su meta es hacer inteligible la realidad que les toca vivir. Tal
condición es lo que explica las reflexiones históricas, sociológicas, antropológicas, pedagógicas, políticas, culturales y éticas
que suelen legarnos.
Gracias al triple esfuerzo realizado (perspectiva global, crítica y
sintética), a Bonó le fue posible diseñar una especie de filosofía social
el tejido social del país: «Procuremos desenvolver esta enmarañada madeja con
las luces que nos suministran la filosofía, la historia y el conocimiento humano». Ver P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Pedro
Francisco Bonó. p. 77.
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en torno al ser, al deber ser y al valer del pueblo dominicano. En
ella pueden discernirse, respectivamente, componentes ontológicos,
éticos y axiológicos.
Huelga aclarar que Bonó no realiza las aportaciones antes referidas por ser un filósofo per se, sino a pesar de no serlo. Es precisamente
debido a tal circunstancia que sus méritos son mayores.
Bonó aborda la realidad dominicana desde planos diversos
Bonó supo aprovechar las diversas escuelas de pensamiento
que conoció sin abrazar a ninguna de ellas en particular; pudo
extraer libremente de los principales ámbitos del saber y de la
cultura los aportes que cada uno de ellos estuvo en capacidad de
ofrecerle. Ciencia, filosofía, religión y arte fueron asumidos por
él como vías o recursos prodigados por la cultura para calmar la
sed de conocer, para encontrar algún sentido al universo y a la
vida y para buscar fórmulas que posibiliten la felicidad que ansía
el corazón humano. Debido a su actitud ampliamente ecuménica, no rechazó ninguna de estas vastas áreas; las asumió con una
doble actitud: de apertura y de crítica. Crítica, porque en algún
momento puso reparos a cada una de ellas; apertura, porque no
las descartó sin más.
Esta actitud no fue adoptada por todos los liberales hispanoamericanos del siglo xix, pues algunos de ellos «consideraban la
religión como una rémora para el desarrollo de la sociedad liberal
democrática».186 Bonó, empero, «creyó que ella era un útil instrumento de regeneración nacional».187
Es, de hecho, en conexión con su preocupación por el papel de
la religión que Bonó en cierta manera se esforzó por explicarse el
ateísmo francés del siglo xviii. Su conclusión es que no fue más que
[…] el solo escape proporcionado a la razón humana contra el
absolutismo teocrático de 12 siglos y con lo cual podía justificarse […]
F. Pérez Memén, «El día», pp. 95-96.
Ibídem, p. 96.
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187
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180
Y prosigue:
[…] para qué venir en la triste República Dominicana, país
sencillo por excelencia, donde no hay aún arte ni filosofía,
donde solo el vínculo de la fé ata a la sociedad, para qué venir
a soltar cosa tan grotesca y que tan mal le cuadra?188
De esta forma reaccionó ante el deísmo propagado por los
positivistas hostosianos. En su convicción la ciencia, la filosofía
y el arte no bastaban para dar satisfacción al perpetuo afán del
hombre por la consecución de la felicidad; no eran suficientes
para alcanzar las normas morales que posibilitaran la práctica
del bien, la caridad y la justicia social. Por tal motivo planteó
la necesidad de incluir el catecismo cristiano en la enseñanza
pública.
Tal postura chocaba frontalmente con el laicismo y la visión
cientificista-positivista prevalecientes en la mayoría de los intelectuales de la época. Recuérdese que entonces se estaban poniendo
en práctica en América Latina los postulados positivistas, los cuales estaban cosechando en la política, la pedagogía y las ciencias.
México, Argentina, Chile, Uruguay, República Dominicana, entre
otros países, registraban avances significativos, especialmente en lo
concerniente a la modernización del sistema educativo a través de la
escuela normal y en la lucha entablada contra el escolasticismo que
aún pervivía en el pensamiento latinoamericano.
Que Bonó incluyera el catecismo cristiano en la escuela dominicana no implica que diera la espalda a las ciencias y abrazara en forma
dogmática la religión. Lo que sucedió fue que consideró prudente
mantener elementos valiosos de la tradición que pudieran ayudar a
preservar la moralidad de las masas pobres del país, para las que era
muy difícil asimilar teorías importadas de Europa.
En esta cuestión se le observa procurando nuevamente un
punto de equilibrio: ni únicamente la ciencia, como concibe el
Carta del 27 de junio de 1884 a don Félix María del Monte, en P. F. Bonó,
Papeles, p. 515.
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positivismo, que rechaza toda construcción metafísico-espiritual;
pero tampoco únicamente la religión, que pretende prescindir de
la explicación científica. A su juicio, se requieren los aportes de
cada una de estas instancias para lograr alcanzar una orientación
vital adecuada que dé cuenta del sentido espiritual de la existencia
humana.
Como puede apreciarse, Bonó vivió la tensión entre lo tradicional y lo moderno. Fue ilustrado y liberal, pero también reivindicó postulados del cristianismo. Si bien se integró a la masonería,
al punto de alcanzar el grado tercero a la edad de treinta y cuatro
años (1863), ni esta ni sus otras adhesiones filosóficas y políticas le
llevaron a impugnar la religión católica, como en cambio sí ocurrió
en el caso del ilustrado y positivista dominicano Alejandro Angulo
Guridi.189
189
Intelectual contemporáneo de Bonó –frente al que defendió ardientemente el
centralismo– y gran amigo y admirador de Eugenio María de Hostos. Ensayista
sobresaliente, se apoyó en la filosofía positivista para realizar importantes
reflexiones sobre la problemática nacional, la cual conoció como pocos. Fue
inflexible con el catolicismo, religión a la que dirigió duros ataques (llegó incluso a polemizar con algunos de sus representantes). Es el pensador dominicano del siglo xix que más se identificó con el espíritu secular levantado por la
Ilustración, el positivismo y la teoría de la evolución. Su formación intelectual
se fraguó en Cuba.
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Crisis existencial en Bonó. Escepticismo frente
a la ciencia y refugio en la espiritualidad religiosa
Bonó, en verdad, no fue un practicante católico como tal, en
el sentido de guardar los preceptos190 y asumir vida sacramental.
Puede incluso afirmarse que hasta la edad de sesenta años (1888),
momento en que traba amistad íntima con el arzobispo Meriño, le
bastaron la ciencia, la historia y la filosofía para orientarse en los
diversos planos de la existencia. En efecto, hacia 1882 dice: «…por
fortuna la historia y la ciencia en ambos casos me han suministrado
todo el auxilio que he podido desear: remedios seguros, consuelos
irrefutables y me han dado a conocer el camino que debo indicar a
mis conciudadanos».191
Uno de esos caminos le impulsó a pedir a la Iglesia católica dominicana que modificara el santoral, ya que se destinaban muchos
días a festividades religiosas, lo que a su entender no favorecía el
trabajo nacional.
Asimismo, supo defender de modo firme los intereses del Estado
dominicano en circunstancias en las que estaban involucrados prelados religiosos. Por ejemplo, en 1867, siendo ministro de relaciones exteriores, escribió al presbítero Fernando Arturo de Meriño:
«No fue un vano motivo el que decidió al Gobierno a negarle el
exequátur a las letras Apostólicas del Revdo. Bougenon; tampoco
obró en su ánimo ninguna idea política al no reconocer al Pbro.
Billini como Subdelegado de aquél».192 En realidad, al primero lo
rechazó por ser extranjero; mientras que al segundo lo desestimó
por haber colaborado estrechamente con los españoles desde que
se proclamó la anexión a España y durante toda la Guerra de la
Restauración. El ministerio a su cargo insistió ante el Vaticano193
A pesar de que el templo de Santa Ana estaba ubicado a escasos metros de su
casa, Bonó casi no lo visitaba; solo acudía en ocasiones especiales. Ver P. Nadal,
Bonó, p. 71.
191
P. F. Bonó, «Una indicación», Papeles, p. 268.
192
Carta de Pedro Francisco Bonó al reverendo Fernando A. de Meriño, fechada el
21 de septiembre de 1867, en P. F. Bonó, Papeles, p. 127.
193
«El hombre íntimo fue profundamente religioso, cristiano, católico. Llamando
a Cristo siempre su Maestro, su Gran Maestro. Pero esa fe no lo cegó para
establecer una diferencia con el Papado, con el cual pedía a sus correligionarios
190
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para que escogiera como arzobispo al reverendo Fernando Arturo
de Meriño, prelado que había hecho significativos aportes a la causa
de la independencia nacional. Bien ponderadas, estas actuaciones de
Bonó apuntan a que, a diferencia de lo que él mismo declara, sí obró
en su ánimo una fuerte motivación política al momento de rechazar
al padre Billini como subdelegado o al preferir al presbítero Meriño
para el arzobispado de Santo Domingo.
Conforme se aproximaba al ocaso de su vida, Bonó fue inclinándose cada vez más hacia un sentido cristiano de la existencia.
Aparentemente caló en él el misticismo finisecular abrazado por
muchos intelectuales tras el enorme desencanto originado por el
abandono de la humanidad a la ciencia y la técnica como únicas
fuerzas bienhechoras.
Durante estos años se dedicó a la realización de actos piadosos:
donó al templo Santa Ana, en Macorís, varias reliquias sagradas que
adquirió en Europa.194 Planteó lo que juzgó ser las tres actitudes
básicas en toda vida cristiana: orar, socorrer a los pobres y guardar
buen comportamiento.195
Esta actitud más espiritual lo sumió en el silencio. En 1889,
advirtiendo que Bonó llevaba cuatro años sin tomar su pluma para
emitir sanos juicios en favor de la colectividad, Meriño le inquirió:
«¿Y por qué Ud. no escribe ya?».
políticos mantenerse atentos a sus actos de disposición terrenal. Las creencias fortalecieron su energía moral, pero no lo convirtieron en un fanático».
P. Nadal, Bonó, p. 71.
194
En efecto, una de sus preocupaciones primordiales en el período 1889-1895
fue dotar a su iglesia parroquial de aditamentos apropiados para el culto. Así,
gestiona la compra en París de una custodia de plata por 1,347 francos. Previo
a la ceremonia de entrega, comparecieron en su casa, situada casi enfrente del
templo, «más de cien ciegos, cojos y desamparados que formaban el grupo de los
invitados por el donador», a quienes les otorgó sus respectivas limosnas; Bonó
desfiló junto a ellos hasta la iglesia. Ver su carta a Meriño del 10 de junio de 1889,
contenida en P. F. Bonó, Papeles, p. 567. Aparte de la custodia, Bonó también
obsequió un sagrario valorado en 1,500 francos (1900) y un «santo sepulcro»
que le costó 200 dólares (1903). Algunas de estas y otras reliquias donadas por él
todavía se usan o exhiben en la actualidad.
195
En carta dirigida a Meriño en 1903, incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 598. Aquí
puede apreciarse la importancia que para él revistió el cristianismo, entendido
este sobre todo en el sentido de llevar una vida consecuente con los requerimientos morales y a la vez solidaria para con los más necesitados.
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Ya Bonó, hacia 1886, había manifestado a su amigo Casimiro
N. de Moya: «Yo estoy muy apocado, mi juventud me la hicieron Santana y Báez muy triste, y ya en mi vejez quisiera gozar,
aunque con pobreza, de lo que a la vejez conviene, es decir: paz y
tranquilidad».196
Y en años anteriores, cuando el publicista santiagués Manuel
de Jesús de Peña y Reynoso le solicitó una foto para la reseña en
su periódico de los «Vivos Notables», le escribió: «mi deseo más
pronunciado hoy día es vivir completamente ignorado de la generalidad, con excepción de algunos generosos amigos como Ud., de
quienes buenos recuerdos conservo».197
En realidad, Bonó atravesaba por una conmovedora crisis
existencial que era fruto de una gran decepción. Se había dado
cuenta de que la ciencia y la historia no le proporcionaban la seguridad y certeza de antaño, que en cierto sentido la ciencia había
fracasado.198
Convencido de que la orientación científica finisecular asistía
a su inminente «bancarrota», Bonó transitó los senderos del misticismo espiritualista.199 Toda su esperanza se cifraba ahora en la
Revelación –«lo único que nos debe guiar»–, ya que «nuestro esfuerzo analítico no ha llegado aún al grado de permitirnos engolfar
P. F. Bonó, El montero. Epistolario, Santo Domingo, 2000, p. 300.
P. F. Bonó, Papeles, p. 570.
198
«En esta época, este fin de siglo tan decantado de ciencia y de progreso tan
acabado, ni la ciencia ni el progreso han cumplido sus promesas». En P. F. Bonó,
Papeles, p. 374.
199
El de Bonó, por supuesto, no fue un caso aislado. Muchos intelectuales de
Europa y América experimentaron una intensa crisis espiritual tras la muerte
de la ideología del progreso, lo que significó la caída del ideal utópico moderno
que se sustentaba en la creencia de que el desarrollo combinado de la ciencia
y la técnica –manifestadas en la industria y en la educación– conduciría a la
humanidad entera hacia la solución de todos los males sociales y a la conquista de la felicidad. Al percatarse de que el paraíso prometido ya no tendría
posibilidad de concretarse (Bonó es el primero en el país en tomar conciencia
de esto), gran parte de ellos se refugió en el catolicismo, religión que a sus
ojos parecía mantener una base sólida fuertemente enraizada en la tradición.
A partir de 1930 los filósofos dominicanos Andrés Avelino y Juan Francisco
Sánchez prosiguieron el camino inaugurado por Bonó cuarenta años antes:
basándose en criterios éticos, metafísicos y espirituales, continuaron la crítica
del ideal cientificista.
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nuestras esperanzas en unas abstracciones en que el espíritu humano
ha estado siempre naufragando».200
No obstante, en 1900 confesó a Meriño que aunque triste por la
patria y ya viejo y desengañado, todavía conservaba bastante fe para
estar consciente «de que los tiempos se siguen y no se parecen».201
Esto muestra que Bonó no abandonó su inacabable vocación de pensador a pesar de la atmósfera espiritualista y solipsista de sus últimos
años. Sabe que la historia no se va a detener y que la vida futura viene
marcada por los nuevos signos que toda época trae consigo.
Tal es Pedro Francisco Bonó, el intelectual que más se ha dejado
provocar por las armonías y contradicciones del entramado sociocultural dominicano, aspectos que le mantuvieron en expectación
por cerca de cincuenta años. Le ayudó significativamente el haber
adoptado un modo de ser poco común: vivir como se piensa. Es imposible, por ello, abordar su pensamiento divorciándolo de su vida. Y
es que de ella emanan los efluvios éticos y estéticos que caracterizan
su obra. En forma breve y bella lo resume Roberto Cassá: «Leer
a Bonó depara un sentimiento inefable de emoción, de cita con la
búsqueda de lo verdadero y lo bueno».202
En su última carta a Meriño (1903), Bonó reiteró el rumbo definitivo que había tomado su vida en los últimos lustros: Jesucristo.
Lo que se corresponde plenamente con una de las grandes pasiones
de toda su vida: la defensa o ayuda a los pobres. De hecho, en su
escrito postrero, una carta al Ayuntamiento fechada un año antes de
su muerte, informa que optó por desmantelar su alambique grande,
pero no el pequeño. ¿Qué movió a Bonó a dejar funcionando el menor de los destiladores? Él mismo responde: «…vi que no era bueno
que mis protegidos no gozaran siquiera de las migajas que les deja el
impuesto de alcoholes, y así, desde mediados de febrero he vuelto a
trabajar en él».
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, 1980, pp. 391-392. Como
puede notarse en la cita anterior, Bonó no acaba de descartar del todo el papel
orientador que la filosofía y la ciencia podrían proporcionar al género humano.
201
Carta a monseñor Fernando A. de Meriño 11 de marzo de 1900, en P. F. Bonó,
Papeles, p. 589.
202
R. Cassá, Apología de Pedro Francisco Bonó, Santo Domingo, 1997, p. 32.
200
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Así, aferrado a su labor en beneficio de los pobres, encontró la
muerte el precursor de la emancipación mental y cultural dominicana, Pedro Francisco Bonó Mejía. Su deceso ocurrió en San Francisco
de Macorís el 15 de septiembre de 1906.203
Si en relación a la fecha de nacimiento de Bonó hay discordancias, en cuanto
al día de su muerte tampoco existe acuerdo unánime. E. Rodríguez Demorizi
(P. F. Bonó, Papeles, p. 14) y R. González (Bonó, Santo Domingo, 1994, p. 38)
ubican su fallecimiento el 14 de septiembre de 1906. Sin embargo, en el encabezado del extracto de acta de defunción correspondiente al prócer macorisano
se lee: «En la Ciudad de San Francisco de Macorís, a los quince días del mes
de Septiembre de mil novecientos seis, siendo las cuatro de la tarde, ante mí,
Juan Francisco Bergés, Oficial del Estado Civil de esta Común, compareció el
Señor Manuel de Jesús Bonó, soltero, comerciante, dominicano, natural y del
domicilio de esta Ciudad, el cual me ha declarado: que hoy a las siete y media
de la mañana falleció en esta Ciudad su tío PEDRO FRANCISCO BONÓ, de
ochenta y dos años de edad, soltero, Licenciado en Derecho…». Ver P. F. Bonó,
«Cronología», Papeles, p. 15. Ha de considerarse que probablemente Emilio
Rodríguez Demorizi incurrió en un error; dos razones lo atestiguarían: 1) la
partida de defunción previamente aludida aparece en la página 15, mientras que
la página donde Rodríguez Demorizi refiere el 14 de septiembre como día del
deceso de Bonó es la 14; 2) en la página 599 de Papeles de Pedro F. Bonó, la nota
39 expresa: «En efecto, Meriño murió antes de un año, el 20 de agosto de 1906,
y Bonó 25 días después, el 15 de septiembre». Así pues, la fecha correcta del
fallecimiento de Pedro Francisco Bonó, a partir de los datos disponibles hasta
hoy, es el 15 de septiembre de 1906. La versión de que tenía 82 años al momento
de perecer presenta dificultad tanto para ser confirmada como para ser refutada,
ya que no se dispone de la partida de nacimiento ni de otra prueba documental.
Los biógrafos primarios de Bonó son J. Max Ricardo Román y Emilio Rodríguez
Demorizi, quienes ubican su natalicio en fechas diferentes, ateniéndose cada uno
de ellos a testimonios revelados por descendientes indirectos de Bonó. Ricardo
Román se hace eco de las informaciones suministradas por el sobrino de Bonó,
Manuel de Jesús Bonó, quien trató personalmente a su pariente. La fecha de nacimiento que este propone es la del 28 de octubre de 1830, lo cual contradice su
declaración de que Bonó tenía 82 años al morir. Por su parte, Emilio Rodríguez
Demorizi recogió testimonios de familiares y allegados a la familia Bonó Mejía,
todos los cuales coincidieron en señalar el 18 de octubre de 1828 como el día
de nacimiento del pensador cibaeño. Los investigadores que se han dedicado a
examinar la vida y obra de Bonó después de la década de los ochenta del siglo xx
han adoptado esta última fecha como válida, razón por la cual existe el consenso
de que Bonó falleció a la edad de 78 años y no a la de 82, asumiéndose como
año de nacimiento el 1828 y no 1824, como correspondería de haber muerto
efectivamente a la edad que señala el acta de defunción.
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TERCERA PARTE
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Pedro Francisco Bonó: precursor
de la emancipación cultural dominicana
Objetivos y estrategias
En la parte anterior se ha presentado la vida de Pedro Francisco
Bonó, destacándose los acontecimientos y aportes que marcaron su
quehacer personal e intelectual. En este sentido, se ha tenido ocasión de indicar sucintamente algunas de sus contribuciones en favor
del desarrollo del pensamiento crítico en el país, muy especialmente,
el cuestionamiento que dirigió al conjunto de resabios heredados
del período colonial. Es dicho enjuiciamiento lo que convierte al
pensador en pionero dominicano de lo que en Latinoamérica se ha
denominado emancipación mental, intelectual o cultural. Tal será la
temática nuclear de esta tercera y última parte, la cual contempla los
aspectos siguientes:
a. Planteamiento conceptual y antecedentes de la cuestión.
b. Búsqueda, selección y análisis de aquellos planteamientos y argumentaciones mediante los cuales somete a juicio el legado de
la España colonial.
c. Elaboración de un perfil del emancipador mental hispanoamericano según lo han entendido diversos autores de la región.
d. Sustentación de la tesis que afirma que Bonó es pionero del proceso de emancipación cultural dominicana.
e. Explicación de las condiciones y limitaciones que tuvo o confrontó Bonó en su tarea emancipadora.
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f. Justificación de por qué el pueblo dominicano logró completar
el proceso de su emancipación mental a través del puertorriqueño Eugenio María de Hostos.
g. Exposición de la crítica que hizo Bonó al neocolonialismo surgido
en la segunda mitad del siglo xix.
h. Exposición de la refutación de Bonó al concepto de progreso defendido en su época.
En este apartado se tendrá la ocasión de mostrar las ventajas teóricas que tuvo Hostos sobre Bonó, pero también las circunstancias
que favorecieron a este último en lo que respecta a la elaboración
de una episteme de la sociedad dominicana. Unas y otras derivarán de
cómo cada uno de ellos abrazó –sin reservas o con ellas– el paradigma de civilización característico de la modernidad decimonónica,
horizonte teórico que tuvo en la noción de progreso una de sus claves
definitorias.
De la breve comparación hecha entre estas dos personalidades
descollantes de nuestro entorno sociocultural se concluye que entre ambos se produce una especie de complementariedad. Pues si
extraordinaria fue la función educativa e intelectual desempeñada
por Hostos en el seno de una población prácticamente ágrafa, de
enorme importancia fue también la singularidad y profundidad con
que Bonó se insertó en su sociedad al poner de relieve aspectos esenciales que una mirada más moderna, cual fue la hostosiana, no podía
captar.
Uno de los núcleos fundamentales de este capítulo es la presentación de la lista de taras que Bonó identificó como parte del relicario colonial aún vigente en la mentalidad dominicana de su época.
Entre ellas sobresalen los prejuicios respecto al trabajo manual, la
pereza para pensar, el paternalismo, el hábito de imitación o copia y
las actitudes despóticas o autoritarias.
Del enjuiciamiento hecho por Bonó a determinados patrones
culturales de raigambre colonial se podrá inferir que la del pensador
no es una actitud radicalmente hostil hacia todo lo que irradia la cultura española. En efecto, más cerca lo encontramos de Andrés Bello
o de Pedro Henríquez Ureña que de Domingo Faustino Sarmiento,
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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Francisco Bilbao o Eugenio María de Hostos, para quienes ese pasado histórico, y todo lo por él representado, debía de ser borrado
pronta y radicalmente.
También se pondrá de manifiesto cómo en Bonó se presencia
una tensión entre lo moderno y lo tradicional. Esto se debe a que si
bien fue ilustrado, liberal y parcialmente influenciado por la doctrina positivista, acogió igualmente conceptualizaciones y valoraciones
procedentes de otras escuelas de pensamiento y ámbitos espirituales,
como el romanticismo historicista, el socialismo utópico, el prerromanticismo de Rousseau, la escuela histórica del derecho, el pensamiento judeocristiano y el humanismo católico francés.
Por último, se expondrá su peculiar refutación de la ideología del
progreso, uno de sus aportes más significativos al pensamiento dominicano y latinoamericano.
De la emancipación hispanoamericana a la emancipación
dominicana. Algunos antecedentes
Los intelectuales hispanoamericanos que hicieron el registro y
crítica de los males que aquejaban a sus países tras la proclamación
de la independencia (encontrando sus causas en el pasado español)
han sido denominados por Leopoldo Zea y otros autores próceres de
la emancipación mental.
Aunque para cada país se han identificado los nombres de tales
próceres, no ha sido así para República Dominicana, por darse como
un hecho que no tuvo un emancipador mental o intelectual. ¿Pero no
hizo Bonó un inventario de los problemas que afectaron al país en
los años subsiguientes a su liberación definitiva de España, acaecida
en 1865? ¿Y no atribuyó al pasado colonial una parte de la culpa de
dichas situaciones problemáticas?
Es lugar común el señalamiento de que, tras la proclamación de
la independencia política, en la totalidad de pueblos hispanoamericanos sobrevinieron dictaduras, guerras civiles, golpes de Estado: en
suma, la anarquía se constituyó en forma de vida. Obviamente, cabe
preguntarse: ¿para eso habían muerto tantas gentes y expuesto sus
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vidas algunos de los intelectuales que orientaron teórica e ideológicamente el movimiento libertario en la región?
Para Juan Francisco Sánchez dichos pensadores estuvieron alentados por el «sublime» ideal de la libertad política, ideal que se reveló insuficiente para los más avanzados de ellos cuando constataron
que el resultado de tantos afanes era la tiranía y el caos.1
Al evaluar los planteamientos de Leopoldo Zea divulgados en
la década del cuarenta del siglo xx, Sánchez asume la tesis básica de
que nuestros próceres trataron de romper con un pasado que percibían insano, trataron por tanto de negar a España, la cual pasó a ser
considerada como la única responsable de nuestro estancamiento.
De esta manera, al ideal de emancipación política siguió el ideal de
emancipación cultural.
En este movimiento de pensadores hispanoamericanos comprometidos con la independencia intelectual cundía el desafío de
buscar un principio orientador que ayudara a evitar el extravío en
momentos de tantas turbulencias, pues ya se había abandonado a
España y se requerían nuevos modelos a seguir. Las nuevas referencias paradigmáticas fueron principalmente Francia, Inglaterra y
Estados Unidos. Nombres bien conocidos en la región, que ahora
se reiteran, militaron en esa búsqueda: Andrés Bello, José María
Luis Mora, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, Esteban
Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento,
Juan Montalvo, José de la Luz Caballero y Eugenio María de
Hostos.
Transitando el mismo sendero que Leopoldo Zea, Juan Francisco
Sánchez confeccionó su propia lista de los líderes del proceso emancipador cultural latinoamericano; en ella consigna ocho nombres.
Uno de ellos es el puertorriqueño Eugenio María de Hostos.2
Es harto conocido que Eugenio María de Hostos, a pesar de
provenir de Puerto Rico, desarrolló su labor teórico-educativa entre
República Dominicana y Chile. ¿En qué país, entonces, desarrolló
Hostos su labor emancipadora de corte intelectual? Sánchez no lo
explicita; sin embargo, hay que suponer que dicho país es República
J. F. Sánchez, El pensamiento, 1956, p. 31.
Ibídem.
1
2
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Dominicana. Aunque luego pasara a vivir en Chile por más de una
década, es en el seno de la sociedad dominicana donde realiza su
labor filosófico-educativa de más profundo calado.
¿Pero qué sucede con Pedro Francisco Bonó, pensador que
Sánchez no refiere nunca en sus escritos? ¿No impugnó el pasado
español? En realidad, esta es una empresa que el pensador inició
antes incluso de la llegada de Hostos al país en 1879.
De acuerdo a Iván Alfonseca Bobea, luego de la jornada restauradora de 1863, Bonó es una de las pocas figuras que muestran un
desvelo íntimo por los asuntos nacionales, preocupándose de hecho
por llevar a cabo un ejercicio reflexivo que estuviera enteramente al
servicio de causas emancipadoras.3
Fernando Pérez Memén ahonda más en la cuestión al explicar
que Bonó pertenece a una generación de hombres que procuraron
vivir a la altura de su tiempo, de ahí que abrazaran el pensamiento
liberal y la Ilustración, el romanticismo historicista, la corriente
positivista y otras expresiones filosóficas menores provenientes de
Europa con las que aspiraban a sepultar la vieja sociedad colonial,
vigente a pesar de haberse consumado la independencia política.
Indica, además, que Bonó fue coetáneo de los grandes líderes del
pensamiento liberal hispanoamericano y que pertenece, por derecho
propio, al selecto grupo de intelectuales de la región que sometió
a crítica la herencia cultural hispánica. Aunque ya se disfrutaba de
libertad política, para estos teóricos resultaba claro que la empresa
emancipadora aún no había culminado.4
Otro autor que hace referencia a las preocupaciones de Bonó
por lograr la emancipación intelectual de los dominicanos es Rufino
Martínez. Este capta cómo los compañeros de Bonó en el país, especialmente los liberales y restauradores Ulises Francisco Espaillat
y Benigno Filomeno de Rojas, no se ocuparon tanto como él de los
procedimientos y esfuerzos convenientes para liberar al pueblo del
cúmulo de deficiencias que tanto pesaban en el alma colectiva.5
Iván Alfonseca Bobea, «Inquietudes filosóficas en Santo Domingo», Cuadernos
de Filosofía 2, No. 2, 1983, pp. 107-125.
4
F. Pérez Memén, «El día», pp. 93-94.
5
R. Martínez, Diccionario, p. 70.
3
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Como puede verificarse, el rol emancipador de Bonó ya había
sido sugerido, directa o indirectamente, a través de determinadas reflexiones hechas en el marco de la literatura histórica, social y política
dominicana. Pero la referencia más significativa al respecto es mérito
de Roberto Cassá, el cual hace la constatación de que Bonó lleva a
cabo su crítica de la dominación española partiendo del paradigma
liberal y progresista, pues tiene la lucidez de rastrear el hecho de que
el pueblo dominicano fue producto de los siglos de injusticia, pobreza
material y oscuridad cultural legados por una madre patria absolutista.6
En su calidad de intelectual crítico, Bonó se convirtió en el
principal vigilante y defensor de la emergente nación. Por doquiera
contemplaba las trabas que dificultaban su avance hacia la institucionalidad democrática, hacia la instrucción de sus hijos y el bienestar
de las «clases inferiores».
Entre todos los obstáculos observados por Bonó los que más resistencia oponían a los afanes de modernización nacional eran los de
origen intelectual o cultural: las prendas derivadas del largo período
español. Por tal motivo, como atinadamente expone Roberto Cassá,
el pensador convocaba a todos los agentes sociales –en especial a los
trabajadores e intelectuales– a desembarazarse de la inercia que les
impedía actuar con originalidad. A su juicio, la clave para superar la
problemática nacional radicaba en una revolución cultural. Resultaba
imperativo desarraigar hábitos negativos e ideas contraproducentes.7
Bonó, primer impugnador de la mentalidad
colonial dominicana
En la investigación de tesis cuyos resultados aquí se exponen se
ha empleado como hipótesis de trabajo la afirmación de que Pedro
Francisco Bonó es pionero de la emancipación cultural dominicana.
Desarrolla dicho rol en los textos posteriores a su experiencia política en la administración pública central.8
R. Cassá, Pedro Francisco Bonó, p. 32.
Ibídem, pp. 67-68.
8
Cabe recordar su participación en contiendas militares: en la última batalla
6
7
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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Un largo período de silencio le sirvió para aquilatar los hechos
y las contrariedades que jalonaban la nación. Tenía la madurez
propia de los cincuenta y tres años cuando dio a conocer a la
opinión pública lo que –desde su óptica de analista social y de
pensador– consideraba eran las fuentes o causas básicas del estado
aporético que acusaba la sociedad dominicana del siglo xix.9 Bonó
inicia su abordaje del problemático devenir nacional indicando:
En mi concepto hay que atribuirlo a cuatro causas
fundamentales:
1° A la situación geográfica.
2° A la República haitiana.
3° A las reliquias dejadas por los españoles en todas sus
colonias.
4° A la turbación de los espíritus con las teorías que en tropel
nos vienen de Europa.
Estas cuatro causas las averiguaremos sumariamente para saber si encierran en sí todos los elementos de discordias que
hace ochenta años10 abruman a la población dominicana.11
De estas cuatro causas referidas por Bonó se analizará únicamente la tercera, por ser la que corresponde a los objetivos trazados en
la presente investigación.
En Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas (1881) –el más
conocido de sus trabajos después de su novela El montero– Bonó
contra los haitianos (1856), cuando ostentó el puesto de secretario personal del
general Juan Luis Franco Bidó, jefe militar victorioso; y en la gesta restauradora,
cuando fue comisionado de guerra.
9
Bonó estaba empeñado en descifrar las claves de los males recurrentes que caracterizaban el desenvolvimiento de la vida política, social, económica y cultural de
su pueblo. Aleccionado por los hechos, estaba persuadido de que «ninguno de
estos pueblos latinos ha estado más agitado que el de Santo Domingo en todo el
siglo, ninguno ha sufrido más calamidades, ninguno tiene menos abierto el camino de su seguridad, y esta recrudescencia de males debe tener una explicación
filosófica racional que puede encontrarse en causas remotas». En P. F. Bonó,
«Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 232.
10
Bonó se expresa así en 1881; su estudio abarca desde principios del siglo xix hasta
el momento en que escribe.
11
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 233.
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dedica cinco páginas12 a explicar su tesis: que precisamente en las
tradiciones, usos, creencias y hábitos heredados del orbe colonial
hispánico radica una de las explicaciones primordiales del difícil
acontecer nacional. Bonó completa esta tesis esencial de su pensamiento crítico en el ensayo Opiniones de un dominicano (1884), en el
Congreso extraparlamentario (1895) y en algunas de sus misivas.13
Un importante planteamiento suyo hecho a los veintinueve
años sirve de preludio al trabajo teórico pionero que habría de llevar a cabo veinticinco años más tarde. Argumenta: «De todas las
dominaciones que sojuzgaron a Santo Domingo, la que dejó huellas
más profundas fue la española [cursivas añadidas]; preciso era que así
sucediese, por ser la más prolongada y la de donde toman origen los
dominicanos».14
En estas proposiciones el intelectual registra un dato cultural importante: la preponderancia que España tiene para nosotros en cuanto nación conquistadora y colonizadora de Santo
Domingo.
Auxiliado de las herramientas conceptuales que la Ilustración y la
corriente romántica le proporcionaron, Bonó quedó notablemente
impactado por las «huellas profundas» que España dejó estampadas,
cual marcas indelebles, en la idiosincrasia nacional.
Por último, en el opúsculo de 1857, Apuntes para los cuatro ministerios de la República, Bonó describirá acertadamente la dinámica
histórica que se da cuando una nación débil desea sacudirse el yugo
En realidad, si nos limitamos al contenido del subtítulo «Reliquias dejadas por
los españoles» (pp. 237-239 del volumen Papeles de Pedro F. Bonó en el que aparece el aludido artículo), concluimos que el autor solo dedica tres páginas consecutivas al tema de la emancipación cultural dominicana; pero si consideramos el
subtítulo que viene a continuación, «Clases superiores e inferiores dominicanas»
(pp. 239-244), entonces nos percatamos de que Bonó, ciertamente, dedica al menos siete páginas seguidas –desde la 237 hasta la 244– a examinar con particular
cuidado la cuestión que aquí se dilucida. Esto sin contar las demás alusiones al
tema que realiza en otros ensayos, cartas y documentos.
13
Puntos de vistas esclarecedores al respecto se encuentran en la histórica epístola
enviada por Bonó a su amigo Luperón en 1882. Ver P. F. Bonó, El montero, Santo
Domingo, 2000, pp. 183-185.
14
Tal indicación la expresa el autor en su opúsculo de 1857, Apuntes para los cuatro
ministerios de la República. Ver P. F. Bonó, Ensayos sociohistóricos, Santo Domingo,
2000, p. 13.
12
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colonial impuesto sobre ella por una potencia o nación poderosa.
El joven abogado, con un leguaje muy propio de su profesión, lo
plantea del modo siguiente:
Desgraciadamente, al salir una nación del yugo de otra, nada
hay que convenza a esta última de los derechos que asisten a
la primera, puesto que, sometida por la fuerza a su voluntad y
capricho, no comprende que lo que la violencia o engaño hizo,
nunca lo confirmó la justicia ni el derecho. La nación dominadora, regularmente más fuerte que la dominada, se deja guiar
por las ventajas que el país segregado le reportaba; por orgullo
nacional o el más mezquino de gobierno; por miras políticas
o en fin por temor en el porvenir de la probable grandeza del
estado separado, y entonces dirige todos sus conatos, sus medios de acción, ya violentos, ya astutos, ya dirigiendo ejércitos;
ya valiéndose de la diplomacia a fin de poner el país que se le
escapa bajo su dominio.15
Un factor determinante en el cuestionamiento que hace Bonó
al relicario ideológico colonial reside en la influencia francesa que
recibió a través de su abuela Eugenia de Port, quien había formado
parte del grupo de galos que logró escapar, cruzando la frontera, de
la impetuosa insurrección de esclavos de Saint-Domingue. Mujer de
privilegiada posición social, De Port tuvo a bien instruir a su nieto
con especial dedicación, empleando para ello recursos directos del
Siglo de las Luces.
Lo anterior explica el que comenzara muy temprano a circular
por la mente de Bonó la savia filosófico-política francesa contraria a todo asomo de monarquía, obscurantismo o superstición.
Por eso era imposible encontrar en el país una persona con sus
antecedentes: vivió sentimentalmente la Francia sin haberla visitado físicamente. Ello le permitió blandir dos armas teóricas en
su crítica del paradigma colonial: la Ilustración y el romanticismo
historicista.
P. F. Bonó, Ensayos sociohistóricos, p. 18.
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Como se ha señalado, Bonó tuvo condiciones excepcionales que
le permitieron elevarse por encima del resto de sus contemporáneos
y así poder ver algunas singularidades de su entorno sociocultural.
Pero no todo concurrió de manera favorable para él: en 1858,
cuando daba inicio a sus estudios histórico-críticos, se vio forzado a
trasladarse a Filadelfia a fin de huir de las fuerzas conservadoras de
una sociedad semifeudal dominada social, económica y políticamente por hateros y terratenientes.
Dos años antes Bonó había tomado parte en la revuelta liberal
cibaeña que procuraba la instauración de un Estado-nación cónsono
con los postulados liberales democráticos.16 Es en esta etapa imbuida de liberalismo romántico –que luego calificaría de «ilusa»– que
comienza a tropezar con situaciones embarazosas que le llevarían a
reflexionar seria y profundamente en torno a las circunstancias vitales
del país.
Romanticismo y costumbrismo en Bonó. Influencias
en el reconocimiento y la exaltación de lo local
El romanticismo y el costumbrismo incidieron notoriamente en
el esfuerzo realizado por Bonó para revestir de valor las realidades
nativas (tierras, paisajes, flora, fauna, pobladores nativos y mestizos
ya arraigados). Solo a partir de tal apreciación axiológica era posible
interpelar el pasado colonial. No es de extrañar, por tanto, que llegara a concebir una especie de substrato o núcleo en el que anidaba lo
local, lo dominicano, en cuanto algo distinto a lo hispánico.
En esta labor suya ejercieron influencia dos antecedentes inmediatos del movimiento romántico: las doctrinas de Johann Gottfried
Herder y de Juan Jacobo Rousseau.
La historiadora Carmen Durán resalta los principales agentes del movimiento
que procuraba enrumbar al país por los cauces de la vida moderna: «Figuras
de pensamiento y acción política dentro del liberalismo, el republicanismo y
las ideas democráticas, desde los llamados poetas civilistas, pensadores e ideólogos, son: Pedro Fco. Bonó, Benigno Filomeno de Rojas, Ulises Fco. Espaillat,
Eugenio Deschamps… entre otras personalidades». En C. Durán, Historia e
ideología: mujeres dominicanas, 1880-1950, Santo Domingo, 2010, p. 18.
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De Herder toma el entusiasmo por las culturas antiguas y la
visión prerromántica de que cada pueblo y cada época histórica
se distinguen positivamente por sus creaciones singulares, las que
nunca serán inferiores a las de otros pueblos. De ahí que cada época
sea como una escena «única»: «Por eso –sostiene Herder– se manifiesta en cada una de ellas un aspecto de la humanidad merecedora
de atención».17 De ahí también que cada sociedad tenga la cultura
que le corresponde: ni superior ni inferior, sino diferente a las de las
otras comunidades nacionales.
Bonó no se refiere en ninguno de sus escritos a Herder, pero
resulta obvia la incidencia en su pensamiento del Sturm und Drang
(«Tempestad e ímpetu»),18 movimiento alemán que Herder,
Hamann y Jacobi acogen con efervescencia y que proporciona a la
posterior corriente romántica la fundamentación filosófica que requería. Herder, por otra parte, motivaría con su Volkgeist19 el intento
de búsqueda del genio o espíritu del pueblo.
En lo que respecta al influjo de Rousseau, la situación es diferente, toda vez que los libros de este figuraron en su biblioteca. El
canto del ginebrino a la vida sencilla, su idilio con la vida natural,
debió impactar de forma decisiva en Bonó. Como indica Rousseau:
«El hombre natural solo respira la tranquilidad, la felicidad y la
libertad… Al contrario, el ciudadano siempre activo suda, se agita, se atormenta sin cesar…»20 En este sentido, vale recordar que
Rousseau elogió las virtudes que engalanan la vida del buen salvaje,
rechazando así el mito del hombre bárbaro y sus supuestos vicios o
aberraciones.
Herder y Rousseau, pues, dejaron sus improntas en el intelectual criollo. Uno y otro, por demás, jugaron un papel decisivo en el
Johann G. Herder, Obra selecta, Madrid, 1982, p. 343.
Consigna que sirvió de catapulta al movimiento romántico. En realidad, es el
título del drama que escribiera Friedrich Maximilian Klinger hacia 1776, obra
que inspiró a los precursores del romanticismo durante el segundo tramo del
siglo xviii.
19
Voz alemana que traduce la expresión introducida por Montesquieu esprit d’une
nation, la cual hace referencia al carácter fundamental de una nación en cuanto
resultado de una multiplicidad de factores. Ver Nicola Abbagnano, Diccionario de
filosofía, México, 1998, p. 445.
20
J. J. Rousseau, Discursos a la Academia de Dijón, Madrid, 1977, p. 235.
17
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auxilio que brindaron ciertos pensadores hispanoamericanos a los
procesos de definición que vivieron sus respectivos pueblos, los cuales abrigaron el deseo ferviente de convertirse en naciones desde el
momento mismo en que se liberaron de su condición de colonia. En
tal virtud, no es extraño ver a dichos creadores americanos buscar en
la historia, la geografía y el folclore de sus propias colectividades los
temas que servirían como fuente de inspiración a sus poemas, dramas, novelas, ensayos, etc., obras en las que cantarán, representarán
y expondrán lo mejor de sus tierras y culturas.
Víctor Hugo, autor romántico cuyas obras también figuran entre las leídas por Bonó, ejerció especial influencia en él, sobre todo
en su apreciación respecto al rol social y político de la literatura,
particularmente de la novela, la cual serviría al autor francés para
expresar y objetar creencias, tradiciones y costumbres de la sociedad
francesa de la época.
Por su parte, con el costumbrismo, Bonó experimentó un estímulo especial para el conocimiento y reflejo de las formas de vida
propias del pueblo dominicano. Hay que resaltar que en República
Dominicana los aires costumbristas se dejaron sentir tempranamente en comparación con otros países del área. Y es que fue en
1848 cuando Bonó, que apenas tenía veinte años, escribió su obra El
montero. Novela de costumbres,21 la cual fue publicada en París ocho
años más tarde. Con ella el autor se propuso reconocer a nivel literario los aportes hechos al país por los cazadores de ganado o monteros,
quienes terminarían por servir como reservistas de las tropas que en
1865 triunfarían en la guerra de liberación nacional conocida como
la Restauración.
Ciriaco Landolfi opina que el montero encarna el personaje
anónimo que hizo posible la supervivencia del pueblo dominicano, que él es el verdadero héroe popular de la Guerra de la
Restauración. La montería, forma de vida originada en la era
21
En dicha obra el autor pretende mostrar el temple de un subsector del campesinado nacional, el de vida más abnegada y descuidada: el de los monteros.
Que Bonó se propusiera describir en detalle su modo de vida tiene un mérito
relevante, sobre todo si tomamos en cuenta el hecho de que para la élite de la
época el campesinado aparecía como el principal obstáculo para la consecución
de una vida moderna en el país.
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colonial, logró paradójicamente la victoria en la lucha contra el propósito anexionista.22
Puede afirmarse que tanto la corriente romántica como la costumbrista contribuyeron de manera decisiva para que Bonó y sus
homólogos latinoamericanos23 fijaran la mirada en sus respectivos
terruños y reivindicaran los modos de vida de los sectores que más
hondamente habían arraigado en estos. Pedro Henríquez Ureña lo
dice de forma muy atinada:
Ahora el romanticismo proponía a cada pueblo la creación
de su propio estilo, con apoyo en sus tradiciones propias. A
eso tendieron los escritores jóvenes en el Río de la Plata y en
los demás países de la América española… En las formas que
trataban de inventar se discernían influencias de los románticos europeos. A veces, el saber criollo, de América, brotaba
de su pluma cuando menos lo notaban. Por lo que respecta a
los temas sí puede decirse que emprendieron una exploración
metódica de sus propias tierras: el paisaje, desde las cordilleras inaccesibles hasta las llanuras interminables; la tradición
indígena, la tradición colonial, y entre ambas el choque de
la conquista; las hazañas de la guerra de independencia y sus
ideales de libertad y de progreso; las costumbres del campo y
de la ciudad.24
Ya antes Andrés Bello había entonado himnos líricos a la exuberante geografía tropical y había redactado ensayos diversos
planteando la autonomía intelectual de Hispanoamérica. Su propuesta, como veremos más adelante, ejercería influjo especial en las
Ciriaco Landolfi, «El ethos nacional en la historia dominicana», Clío, No. 168,
Santo Domingo, 2004, pp. 51-70.
23
Pedro Henríquez Ureña cita autores, obras y países latinoamericanos en los que
el romanticismo y el costumbrismo tuvieron cierto despliegue, pero no menciona a Bonó. Por ejemplo, nos dice: «La novela, que había comenzado con
Fernández de Lizardi durante la guerra de independencia, se multiplica ahora,
a partir de 1845. Abunda el cuadro de costumbres, en forma de artículos o ensayos
breves, especialmente en Colombia, Venezuela, Perú y Chile». En P. Henríquez
Ureña, «Historia de la cultura», p. 330.
24
Ibídem, pp. 329-330.
22
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preocupaciones de Bonó por lograr el reconocimiento y luego la
emancipación cultural de República Dominicana.
Bonó, dos veces prócer: de la emancipación política
y de la emancipación mental dominicana
Con anterioridad a esta tercera parte, se tuvo ocasión de reseñar parte del accionar político de Bonó, tanto en lo que respecta
a la lucha del país contra Haití, como en la emprendida contra la
Corona española. Se resaltó su participación civil y militar en esta
última, y en particular su función de asesor y orientador ideológico
del proceso.25 En tal sentido, a Bonó hay que acreditarlo como uno
de los próceres de la emancipación política del país frente al poder
ibérico. Pero además le cabe legítimamente el título de precursor de
la emancipación mental nacional. Bonó es el único dominicano que
ostenta esta doble condición. ¿Por qué él?
La explicación radica en el hecho de que Bonó era el único
integrante del grupo de liberales dominicanos que podía elevarse
a consideraciones filosófico-políticas propias de la modernidad
europea. Sin el dominio de las categorías hijas de la Ilustración,
el liberalismo y el romanticismo, era teóricamente imposible refutar coherentemente la herencia cultural proveniente del mundo hispánico. Se requería estar dominado por el espíritu crítico
enarbolado por la modernidad para poder desarrollar dicha refutación. En cambio, para formar parte del grupo de dirigentes de
la guerra independentista no se exigía más que don de mando y
tener gentes dispuestas a pelear hasta morir si era necesario. Tales
requerimientos los reunían satisfactoriamente los líderes más
Tal papel, huelga aclarar, es compartido también por Ulises Francisco Espaillat y
Benigno Filomeno de Rojas, quienes pudieron cursar estudios en Europa. Bonó,
tal como ya hemos señalado, no tuvo la suerte de realizar estudios en el extranjero, aunque sí permaneció por seis meses en Estados Unidos y viajó por varios
países de Europa. En todo caso, logró obtener el título de licenciado en derecho
poniéndose en contacto directo –sin mediación de enseñanza universitaria alguna– con las teorías jurídicas, filosóficas y político-sociales más sobresalientes de
la época. Autodidacta, se formó por su propia cuenta.
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sobresalientes de la Guerra Restauradora: Santiago Rodríguez,
Benito Monción, Pedro Antonio Pimentel, José Antonio Salcedo,
Gregorio Luperón, etc.
En efecto, es el conjunto de condiciones intelectuales, políticas y
sociales que adornaban su personalidad excepcional lo que le permite
ser el precursor de la emancipación intelectual del pueblo dominicano. Para desplegar su trabajo le bastó con observar atentamente los
acontecimientos que acaecieron luego de ser reinstalado el Estado
dominicano en 1865.
Bonó se propuso entonces desentrañar las motivaciones subyacentes de tantos hechos y conductas anárquicas y autoritarias que
no tenían explicación a la vista. Así, cuando las tropas españolas
capitularon y se procedió a escoger quiénes ocuparían los primeros puestos del Gobierno, el pensador pudo contemplar cómo las
apetencias de ascenso social y las ambiciones desmedidas llevaron
a muchos compañeros de lucha a enfrentarse a muerte: cada militar
regional quiso convertirse en cacique o jefe.26 Fusilamientos, guerras
civiles, golpes de Estado (en fin, turbulencias en todos los órdenes)
hacían imposible cualquier ensayo de vida institucional dentro de
los cánones democrático-republicanos y contrariaban los ideales
filosóficos y políticos abrazados por Bonó. Tal madeja complicada
de hechos absurdos debía de tener algún tipo de explicación, y esta
debía ser hallada.
Por supuesto, el caos y la inestabilidad que caracterizaban el
entorno sociocultural dominicano de la postindependencia no eran
exclusivos del país: fue más bien la nota distintiva del rosario de
Cuando las tropas españolas fueron finalmente derrotadas en la región este y
se constituyó un Gobierno interino en la capital, «Pedro Guillermo pidió que
le fuera concedido el título de generalísimo de la campaña del Este, lo que le
fue gratuitamente otorgado». En P. M. Archambault, Historia, p. 179. Los jefes
militares de las gestas emancipadoras hispanoamericanas fueron en su inmensa
mayoría hacendados o terratenientes caracterizados por arraigadas apetencias de títulos militares a falta de los nobiliarios de la pasada época colonial.
Encumbrados económica, política y socialmente, trataban a los demás como
peones o siervos. Los tales títulos les abrían entonces las puertas para convertirse
en caudillos y dictadores, lo que les permitía volverse las personas más ricas
de sus respectivos países. Ese es el escenario con que tiene que lidiar Pedro
Francisco Bonó en República Dominicana.
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países hispanoamericanos que se emanciparon durante los primeros
lustros del siglo xix. Como bien apuntó Bonó en el marco de una
evaluación panorámica regional efectuada en 1881:
La América latina27 en todo el curso del siglo no ha presentado
otro espectáculo al mundo, solo el de la anarquía y el desconcierto. De cuando en cuando luce en ella un corto período
para uno de sus pueblos que animan a creer en sus doctrinas,
pero bien pronto pasiones mezquinas, errores funestos que en
mucha parte deben atribuirse a las reliquias dejadas por su antigua
organización [cursivas añadidas], desvanecen las esperanzas
concebidas y no dejan lugar a creer que sea posible suponerles
que han encontrado el fondo de buen sentido que la historia
antigua señala en los pueblos de Grecia y Roma y que los modernos registran en la Suiza y Estados Unidos.28
Ya hacia 1857 el intelectual se había formado cierto juicio de lo
que significaban trescientos años bajo el dominio colonial español.
Pero solo es en 1881, tras dieciséis años dedicados a contemplar el
devenir político, económico y social de la joven nación, que Bonó
cobra consciencia de la incidencia de las tradiciones y hábitos del
pasado en los reiterados desaciertos de las «clases superiores» y en la
situación general del pueblo dominicano. Ello le condujo a la importante conclusión de que, a pesar del ímpetu y el arrojo demostrados
en la lucha por la libertad, los que habían ejercido el liderato en la
contienda no tenían una idea acabada del significado de la independencia. Por entonces Bonó era, sin duda alguna, el dominicano que
Nótese la ele minúscula en el nombre dado a la región, lo cual podría ser indicio
de que aún no se había generalizado. Hostos fue de los primeros hispanoamericanos en emplearlo. Pero es importante hacer notar que dicho nombre tiene su
propia historia, «no fue creado de la nada. “América Latina” fue concebida en
Francia durante la década de 1860, como parte de un programa de acción para
incorporar el papel y las aspiraciones del país galo hacia la población hispánica
del Nuevo Mundo… La Francia de los años sesenta era, industrial y financieramente, la segunda nación más poderosa del mundo». En John L. Phelan,
«El origen de la idea de Latinoamérica», Fuentes de la cultura latinoamericana,
México, 1993, p. 463.
28
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 232.
27
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se había forjado el concepto más preciso sobre la nación dominicana
y sus necesidades sociales.29
Una idea incompleta sobre la independencia nacional
Hay que recordar que República Dominicana obtiene su independencia política definitiva respecto a España en 1865, a diferencia
de México y el resto de países suramericanos, los cuales la obtuvieron
durante el primer cuarto del siglo xix. Pero tampoco se puede olvidar que el largo proceso independentista dominicano inició en 1821,
cuando un grupo de criollos ilustrados que se concebían a sí mismos
como dominicanos proclamó –bajo la efervescencia prevaleciente
en la región– la independencia (que sería efímera) del denominado
Haití Español. De los tres esfuerzos libertarios que se realizaron en el
país entre 1821 y 1863, este es el que correspondió históricamente
con la liberación política de la mayor parte del subcontinente, tal
como lo indica Rafael Morla.30
Podría parecer en primera instancia que el tiempo transcurrido
entre 1810 y 1865 debió de haber sido suficiente para que la parte
este de la isla lograra ponerse a la altura de lo que significa la vida
política independiente.31 No fue así, empero, y ello debido a factores
Dice P. Henríquez Ureña: «Entre tantos azares difícilmente podía formarse
una conciencia general, segura y clara, de nacionalidad. Muchos pensaban en el
apoyo de algún poder extranjero como remedio a la perpetua amenaza de Haití
y a las disensiones civiles. Así nació, y se llevó a realidad, la reanexión a España.
A Santana le tocó hacer la entrega (18 de marzo de 1861). Pero en muchos
patriotas sí persistía la conciencia de nacionalidad». Ver P. Henríquez Ureña,
«La emancipación y primer período de la vida independiente en la isla de Santo
Domingo», Obra dominicana, Santo Domingo, 1988, pp. 467-468.
30
«La independencia de 1821 en República Dominicana es la que se hace a tiempo, en el momento en que los demás países de Hispanoamérica están haciendo
la suya. Fue precisamente abortada por la invasión haitiana del 9 de febrero de
1822, frustrando el Estado confederado proclamado por los ilustrados dominicanos». Ver R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración en Hispanoamérica. Una
reflexión en torno al ser latinoamericano, Santo Domingo, 2011, p. 199.
31
Lo que se aduce en relación a los procesos independentistas desatados en
Argentina, Venezuela, Perú, México, etc., esto es, que constituyeron hechos
precipitados básicamente por el vacío de poder que se dio en España a raíz de
la invasión francesa de 1808, por lo que en cierto sentido fueron improvisados,
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diversos. Un autor nacido a finales de siglo xix, Francisco E. Moscoso
Puello, tiene la convicción de que la República Dominicana no reunía los requisitos para lanzarse a la empresa independentista ni en
febrero de 1844, ni en agosto de 1865, pues a su entender los dominicanos aún no teníamos una conciencia clara de lo que significaba
una nación.32 En carta de 1882 al general Gregorio Luperón, Bonó
reflexiona:
No debemos hacernos ilusiones, pues pensamos más de lo
que se cree en los destinos de las Antillas y hasta del mundo
entero. Será una Gasconada, pero se me alcanza que nuestra
Independencia fue un hecho casi inconsciente por nuestra parte
[cursivas añadidas], pero en cambio fue el fruto de un meditado plan de uno de los dos principios que con tanta furia
hoy se combaten en el mundo: la Monarquía y la República.
La primera es la hidra de cien cabezas asentadas en Europa,
siendo la principal el Papado. La segunda tiene por campeón
en América a Estados Unidos, y nosotros bogamos en medio de ese mar borrascoso sin timón ni pilotos, combatiendo
las viejas tradiciones, los hábitos arraigados en nuestro país de la
primera [cursivas añadidas] y al mismo tiempo defendiéndonos
del campeón de nuestra causa, quien no ve en nosotros un
aliado, solo un enemigo, como en efecto lo somos por nuestra
corrupción e ignorancia.33
De acuerdo a Bonó, los líderes civiles y militares de la lucha independentista de la República Dominicana no tuvieron la suficiente
preparación para llevar a cabo su obra política. Pedro Henríquez
Ureña, reflexionando sobre el mismo proceso, aunque abarcando a
toda América Latina, emitió en 1927 ideas que guardan cierta afinidad con la postura de Bonó:
no puede esgrimirse en el caso de República Dominicana. Pero muy a pesar del
tiempo trascurrido entre 1808 y 1865, Bonó mantiene la convicción de que al
momento de la Restauración el país no estaba todavía preparado para asumir la
soberanía política.
32
Franciso E. Moscoso Puello, Navarijo, Santo Domingo, 2001, p. 32.
33
P. F. Bonó, Papeles, pp. 461-462.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
207
Nuestra América corre sin brújula en el turbio mar de la humanidad contemporánea […] Es verdad que nuestra independencia fue estallido súbito, cataclismo natural: no teníamos
ninguna preparación para ella. Pero es inútil lamentarlo ahora:
vale más la obra prematura que la inacción; y de todos modos,
con el régimen colonial de que llevábamos tres siglos, nunca
habríamos alcanzado preparación suficiente: Cuba y Puerto
Rico son pruebas […] en la campaña de independencia, o en
los primeros años de vida nacional, hubo hombres que se empeñaron en dar densa sustancia de ideas a nuestros pueblos.34
¿No estamos, en el caso de Bonó, ante uno de esos hombres? La
respuesta es afirmativa. Lo que ocurre es que Bonó es prácticamente
desconocido por el pueblo dominicano, lo cual es expresión palmaria de la ausencia de una tradición intelectual que recoja los aportes
fundamentales de los autores que más se han preocupado por pensar
el país y sus problemas.
Contrario a Pedro Henríquez Ureña, Leopoldo Zea considera
que Cuba sí logra prepararse subjetivamente antes de emprender la
tarea emancipadora. Los cubanos –que se liberaron tardíamente de
España (1898)– estuvieron obligados a una larga espera de setenta y
cinco años, lo que les llevó a vivir un proceso histórico inverso al de
los demás países hispanoamericanos: lucharon, en primer término,
por la emancipación mental; y luego, cuando las circunstancias lo
permitieron, obtuvieron la libertad política.
Según esta opinión, en Cuba concurrieron factores que posibilitaron ir educando poco a poco a los cubanos para la libertad.
Aquí la educación precede a las armas, y el maestro, al guerrero.
José Agustín Caballero, Félix Varela, José Saco, José de la Luz y
Caballero y Enrique José Varona fueron preparando mentalmente a
los cubanos para alcanzar el fin anhelado. Y esos anhelos quedaron
sintetizados en José Martí.35
Enrique José Varona, que evaluó la conducta del imperio español como agente colonial, subraya que este no se interesó por el
34
35
P. Henríquez Ureña, «Patria de la justicia», Obras completas, tomo V, p. 459.
L. Zea, El pensamiento, p. 173.
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fomento de la educación: «España no era capaz de esta tarea ni supo
comprenderla. Por eso se limitó a dominar tenazmente lo que tuvo a
su alcance, y explotar sin freno ni previsión lo que pudo dominar».36
Para Varona esta es la causa de que la violencia sea uno de los rasgos
característicos de las sociedades hispanoamericanas y de que las mismas no hayan estado preparadas para la independencia plena. Carlos
Rojas Osorio, citando al filósofo cubano, comenta:
En América Latina la independencia dejó muchas cosas intactas. Removieron «a lo sumo la caparazón política exterior,
quedando intacta la hechura de un agregado social que los
errores coloniales formaron para el desgobierno y el vicio»
[…] Por ello dirá Varona que una revolución política que no
se transforme en revolución social solo alcanza la superficie.37
El argumento de Bonó sobre la inmadurez del país para asumir
vida independiente encontraría explicación en una tesis concebida
por Pedro Henríquez Ureña. Este, en carta (1909) a su amigo y
compueblano Federico García-Godoy, señala que si bien en Santo
Domingo la idea de independencia se origina a principios del siglo xix,
no se hace clara y perfecta para el pueblo sino a partir de 1873. Y añade:
la revolución de 1873 derrocó en Báez, no solo a Báez, sino a
su propio enemigo Santana; derrocó, en suma, el régimen que
prevaleció durante la primera República, y desterró definitivamente toda idea de anexión a país extranjero. Esa es para mí
la verdadera significación del 25 de noviembre: la obra de ese
movimiento anónimo, juvenil, fue fijar la conciencia de la nacionalidad […] El año de 1873 significa para los dominicanos
lo que significa en México el año de 1867: el momento en que
llega a su término el proceso de intelección de la idea nacional.38
C. Rojas Osorio, «Enrique José Varona», Filosofía moderna en el Caribe hispano,
Río Piedras, 1997, p. 186.
37
Ibídem, p. 187.
38
P. Henríquez Ureña, «Cartas a Federico García Godoy», Pedro Henríquez Ureña.
Obra dominicana, Santo Domingo, 1988, p. 540.
36
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¿Pero por qué una década después de ese año crucial (1873) Bonó
sostiene que él y el general Gregorio Luperón todavía «continúan
combatiendo las viejas tradiciones, los hábitos arraigados en nuestro
país…»39? Conforme a su criterio, la superación de las taras legadas
por el pasado colonial no era una cuestión que podía realizarse en el
corto plazo, sino que implicaba un trabajo lento y prolongado. A su
juicio, ese conjunto variopinto de ingredientes culturales que configuraban la mentalidad dominicana era muy difícil –por no decir
imposible– de desarraigar.
De cómo en la República sigue vivo el espíritu de la Colonia
Toda colonia emula a su metrópoli
Bonó se había formado una clara convicción: toda colonia emula
a su metrópoli, incluso más allá de su presencia física. Y si esta tesis
vale para cualquier pueblo que haya estado dominado por una potencia imperial, en el caso dominicano reviste particular significación,
toda vez que el sector dominante de la política y la economía del país
manifestaba, ante la constante amenaza de una invasión haitiana,
una profunda vocación anexionista. Tal inclinación es explicada en
parte por la socorrida tesis de que fueron más bien pueblos, en vez de
naciones, los que proclamaron en América su independencia política
de España. No ostentaban una personalidad decantada; se mantenían
todavía atados a la madre patria intelectual y culturalmente, lo que
significa que aún no se había roto del todo el cordón umbilical que
les mantenía unidos a la metrópoli. Esto es: se era, a pesar de todo,
colonia. Y, al decir de Pedro Henríquez Ureña, «Las colonias no
tienen espíritu»:40 «Una colonia es […] una cosa sin alma propia: sus
modelos los recibe de la metrópoli».41
Bonó tenía plena conciencia de ello. Rozaba los treinta y tres
En carta al general G. Luperón, 12 de marzo de 1882. Ver P. F. Bonó, Papeles, p. 462.
P. Henríquez Ureña, «Relaciones de Estados Unidos y el Caribe», Obras
completas, tomo V, p. 333.
41
Ibídem, p. 336.
39
40
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años cuando fue proclamada la anexión a España en 1861. Por supuesto, su nombre no aparece en la lista de firmantes de Santiago
de los Caballeros que la apoyaron. Con la anexión se constata la
existencia de una marcada tendencia hispanófila en gran parte de la
población blanca y mulata, no solo por razones políticas o culturales,
sino también por motivaciones raciales. Tales propensiones proespañolas no iban a desaparecer con la simple lucha política efectuada
entre 1863 y 1865. Es verdad que, tras la capitulación, España retiró
sus soldados –expresión visible de poder–, pero también es cierto
que quedó otra España, la intangible, imposible de vencer mediante
las armas. A esta España había que seguir combatiéndola por otra vía
y a través de nuevos métodos, sobre todo teniendo en cuenta los nocivos efectos de sus siglos de dominación. Sobre ello apunta Bonó:
Cada colonia como parte integrante de la Madre Patria tiene
todos los componentes de la metrópoli [cursivas añadidas] y su historia debe ser la misma a menos que como las que hoy son los
Estados Unidos no la fundasen los oprimidos huyendo de la
opresión, lo que les ha dado toda libertad de conservar todo lo
bueno de sus progenitores rechazando lo malo. Pero cuando
como a Santo Domingo la colonizan hombres en pos del oro
y de otras pasiones de baja esfera y regidos durante siglos como la
Madre Patria por el oscurantismo y la inquisición [cursivas añadidas] y por el temor muy fundado de la independencia probable
de tales colonias que ha convertido en sistema el abatimiento
y abyección de todas las clases, no es posible tener a manos
los medios de consolidar un orden de cosas regular y estable.42
En República Dominicana quienes concibieron y emprendieron
la separación de España (1863-1865) eran hijos de los segmentos
más altos de la pequeña burguesía del Cibao, así como burócratas
del pasado aparato administrativo y hacendados y terratenientes de
mentalidad colonial. Bonó, que perteneció al primer sector, abrigaba
ideas, aspiraciones e intereses diferentes al resto de sus compañeros
42
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles,
pp. 231-232.
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o aliados políticos. Con quienes más se identificó, por su militancia
liberal, fue con Ulises Francisco Espaillat, Benigno Filomeno de
Rojas y Gregorio Luperón. Los demás difícilmente soñaban con
cambios que modificaran el statu quo fijado por la vida anterior. Sus
aspiraciones consistían en desplazar a los españoles de los puestos
que ocupaban para colocarse en su lugar y que todo lo demás siguiera igual que antes. Tal era la mentalidad prevaleciente. Como bien
advirtió José Martí:
El problema de la independencia no era el cambio de formas,
sino el cambio de espíritu.
Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar
el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los
opresores. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche
al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con
las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas
de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene el tigre encima.
La colonia continuó viviendo en la república […]43
Valen a este respecto los señalamientos de Rafael Morla cuando
explica que las ideas que sirvieron de orientación y justificación al
sistema colonial que España implementó en América fueron las del escolasticismo. Dichas ideas medievales fueron diseminadas en los países
colonizados como parte de la cultura dominante: llegaron a través de la
lengua y quedaron implantadas en el ethos o morada de cada persona.44
En realidad, la situación no podía ser de otra manera.45 Las universidades que la Corona española y la Iglesia católica fundaron en América
se orientaron a partir de un objetivo básico: instruir en base a los saberes
J. Martí, «Nuestra América», pp. 76-77.
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 34.
45
Como bien señala Mabel Artidiello, «España no podía exportar a sus nuevas
colonias de América otra filosofía que no fuera la escolástica, ya que era la que
imperaba dentro de sus propias fronteras. Como se sabe, cuando la Reforma
se extendió por toda Europa durante el siglo xvi, tanto España como Portugal
se convirtieron en defensoras del catolicismo, llegando a ser los bastiones de la
reacción contra la Reforma. Fue allí, precisamente, donde perduró esta medieval
tendencia de pensamiento». Mabel Artidiello Moreno, «Pensamiento filosófico
dominicano hasta la década del 1950», Ecos, No. 2, 1993, p. 129.
43
44
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e ideología que profesaba la metrópoli, los cuales estaban determinados
por los intereses y fines perseguidos por la Contrarreforma.
Bonó estimó que el Tribunal de la Inquisición –instrumento de
la Iglesia católica que sofocaba todo intento de crítica independiente
y que facilitaba el control de las conciencias– causó daños a la sociedad española y por ende a sus colonias. Nos dice al respecto:
Sometida España a la inquisición, sufríase el abatimiento de
este mal régimen, y sus colonias americanas, en lugar de sacar
partido de su remota situación que en cierto modo les daba
una semiautonomía, no pudieron hacer otra cosa que exornar
el tal sistema. Vióse entonces hasta dónde puede llegar la miseria e ignorancia de todo un pueblo.46
Época y mentalidad. Papel crítico de la Ilustración
Al cabo de veinte generaciones las instituciones
se vuelven creencias
Bonó otorgó cierta importancia al impacto que ejerce lo generacional en la mentalidad de los grupos humanos. En varios
momentos hizo observaciones perspicaces en cuanto a los aciertos
y errores de sus compañeros de generación, responsables de impulsar el proyecto político liberal mediante dos acontecimientos importantes: la revuelta de julio de 1857 y la gesta de la Restauración
iniciada en 1863.
Tras evaluar retrospectivamente el conjunto de circunstancias
y situaciones que mediatizaron –ya posibilitando, ya limitando– la
ejecución de sus planes, el pensador macorisano atribuyó gran responsabilidad a las pasadas generaciones por los obstáculos colocados
al andar histórico del pueblo dominicano. Como prueba de lo antes
señalado, recuérdese el planteamiento de tono sentencioso que hizo
antes de cumplir treinta años de edad:
46
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 240.
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Cuando las instituciones rigen a veinte generaciones sucesivas, se
vuelven creencias y se identifican con las sociedades, solo el hombre pensador
puede sacudir el yugo de las que son erradas [cursivas añadidas], mas,
cuánto no debe luchar para hacer que el vulgo las sacuda.47
El autor hace el cálculo del número de generaciones que transcurrieron durante los tres siglos de presencia española en América,
tiempo suficiente para sembrar y resembrar todo género de fórmulas y mecanismos sociales y culturales con el propósito de garantizar la reproducción continua de instituciones que terminarían por
transmutarse en creencias,48 es decir, en ideas concebidas falsamente
como pautas o normas propias y naturales.
Influencias de la Ilustración en el rol crítico de Bonó
La influencia de la Ilustración resulta harto evidente en Bonó. En
sus ensayos, narraciones, informes y epístolas resalta el uso de las categorías fundamentales de dicho movimiento filosófico, político, social
y cultural: libertad, igualdad, fraternidad, progreso, soberanía, patria,
pueblo, república, educación, derechos, felicidad, crítica. Tres ideales
le apasionaron según Gregorio Luperón: la libertad, la justicia y la democracia. Aparte de reconocerle como «gloria nacional», dicho prócer
lo consideró «hombre ilustrado y de un patriotismo a toda prueba».49
En un análisis del curso seguido por la Ilustración en Santo
Domingo, Rafael Morla señala que en Bonó...
Las ideas ilustradas aparecen expuestas a lo largo de sus escritos,
que no son libros, sino ensayos muy concienzudos donde aborda
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios de la República», Ensayos sociohistóricos, p. 13.
48
Bonó tiene la convicción de que las creencias mueven y condicionan al ser humano. A más de siete décadas de distancia, esta postura anticipa ideas nodales
orteguianas: «Las creencias constituyen el estrato básico, el más profundo de la
arquitectura de nuestra vida. Vivimos de ellas y no solemos pensar en ellas… Por
eso decimos que tenemos estas o las otras ideas; pero nuestras creencias, más que
tenerlas, las somos». En J. Ortega y Gasset, Historia como sistema, Madrid, 1971,
p. 18.
49
G. Luperón, «Nuestro candidato», Papeles, p. 302-303.
47
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críticamente la realidad social dominicana y deja plasmadas sus
ideas económicas, políticas y sociales. Amante de la libertad, crítico del despotismo y del ejercicio arbitrario del poder, siempre
estuvo del lado de las mejores causas de su pueblo.50
Por otra parte, el mismo Bonó manifestó su filiación racionalista
al justificar su rechazo de la candidatura presidencial. Así lo expresó
en una carta de 1885 dirigida a su amigo P. J. F. Cristinacce:
[...] yo veo cosas que mis amigos más clarividentes no ven. En
efecto. No serían dos a diez previsiones justamente cumplidas para un hombre que no ha cultivado sino la razón [cursivas
añadidas] que pudieran cambiar en su provecho las ideas de la
Nación para darle el poder suficiente y emprender las reformas que el país necesita.51
Es importante destacar aquí que Bonó asigna a toda persona que
se considera pensadora una misión muy similar a la que desempeñaron (y predicaron) los más eximios representantes de la Ilustración:
D´Alembert, Diderot, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y el mismo
P. Bayle.
Dichos ilustrados colocaron en primera línea la crítica de las tradiciones y de las creencias y prejuicios; propugnaron por la erradicación del obscurantismo y la ignorancia a través de la educación. De
esta suerte se lograría la evolución de la mente humana, se destruiría
el antiguo régimen.
Valga aclarar, sin embargo, que no estamos ante un filósofo
típicamente ilustrado: Bonó no llegó a proponérselo y resulta a
todas luces imposible exigírselo. Más bien se trata de un pensador
hispanoamericano que pudo hacerse de una formación autodidacta
gracias a la lectura de libros de derecho y de obras clásicas cuyos
núcleos conceptuales asimiló y adaptó52 a su propio quehacer a favor
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 133.
Carta incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 533.
52
Adaptar y no adoptar acríticamente. En la región se prefirió la segunda actitud, por ser la más fácil aunque no la más conveniente. En efecto, se adoptaron
50
51
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de la sociedad dominicana. Esto último se corresponde con cierta
ponderación hecha por Cassirer en torno al pensamiento ilustrado,
en el sentido de que su «carácter y su destino no se manifiestan en
la forma más clara y pura cuando logra cuajar en cuerpos doctrinales, en axiomas y en principios, sino cuando lo vemos trabado en la
marcha del pensar mismo, cuando duda y busca, cuando allana y
construye».53
Tal era la situación y actitud de Bonó. En un medio en el que
todo faltaba, el intelectual sopesaba cada detalle a fin de decantar lo verdadero de lo falso. De esta forma desbrozaba senderos
nuevos.
Fue así que criticó el pasado colonial y el republicano, puso en
tela de juicio la sociedad en que vivió, cuestionó las actuaciones de
los gobiernos, puso de manifiesto los vicios de la élite y denunció
la inclinación voraz y explotadora del capital extranjero. ¿No son
estas algunas de las acciones a las que está llamado todo pensador de
estirpe ilustrada?
Estas son precisamente actitudes hijas de la Ilustración. Según
expresión de D’Alembert, gracias a ellas:
Todo ha sido discutido, analizado, removido, desde los principios de las ciencias hasta los fundamentos de la religión revelada, desde los problemas de la metafísica hasta los del gusto,
desde la música hasta la moral, desde las cuestiones teológicas
hasta las de la economía y el comercio, desde la política hasta
el derecho de gentes y el civil.54
En efecto, frente al conjunto de tradiciones coloniales que sirvieron de plataforma para la construcción del imaginario o cosmovisión
sistemas políticos, códigos y fórmulas jurídicas, formas artísticas y económicas y
todo tipo de modas –muchas veces ajenas a nuestra idiosincracia– provenientes
de Europa y Estados Unidos.
53
Ernst Cassirer, La filosofía de la Ilustración, México, 1972, p. 13.
54
Jean le Rond D’Alembert, «Eléments de Philosophie», Mélanges de Littérature,
de Histoire et de Philosophie, Amsterdam, 1758, IV, pp. 1 ss. Citado por E. Cassirer,
La filosofía, p. 18.
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del pueblo dominicano, Bonó adoptó la actitud de un rebelde cultural
en el sentido de cuestionarlas y señalar sus posibles alternativas. Y es
que, como entiende Raúl Fornet-Betancourt:
[…] detrás de la cara con que se nos ofrece una cultura
como una tradición estabilizada en un complejo horizonte
de códigos simbólicos, de formas de vida, de sistema de
creencias, etc., hay siempre un conflicto de tradiciones […]
que evidencia que en cada cultura hay posibilidades truncadas, abortadas, por ella misma; y que, por consiguiente,
cada cultura pudo también ser estabilizada de otra manera
a como hoy la vemos. De aquí además que en cada cultura
deben ser discernidas sus tradiciones de liberación o de
opresión.55
Como crítico de la cultura dominicana de su tiempo, Bonó pudo
percatarse de que algunas de las tradiciones vigentes en la República
Dominicana eran ya obsoletas o inapropiadas. Hablaba de tradiciones «erradas», las cuales debían ser sacudidas por todo aquel que se
dedicara al oficio de pensar. Debía, en cambio, asumirse y privilegiarse aquellas que armonizaran con el nuevo entorno sociocultural
de un pueblo que, si bien todavía no se había constituido cabalmente
en nación, se había propuesto dejar definitivamente atrás la condición de colonia.
Con relación a este punto, Lusitania Martínez pone de relieve
cómo se advierten en el pensador criollo, en su sincero y profundo
desvelo por la nación y sus habitantes menos favorecidos, motivaciones de orden filosófico-culturales.56
Su profunda preocupación por el devenir del pueblo dominicano
hizo que no se quedara satisfecho con solo reconocer, identificar o discernir unas y otras tradiciones, sino que además se dispuso a impugnar
las que consideró discordantes con el posible proyecto nacional, esto
es, se atrevió a tomar partido en el «conflicto de tradiciones».
Raúl Fornet-Betancourt, Interculturalidad y globalización. Ejercicios de crítica filosófica intercultural en el contexto de la globalización neoliberal, Frankfurt, 2000, p. 17.
56
L. F. Martínez Jiménez, «Filosofía dominicana», p. 31.
55
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Dentro de este orden de ideas, Roberto Cassá destaca que Bonó
desempeñó un rol revolucionario a lo interno del sistema cultural
dominicano. Nos dice:
Convocaba a todos los agentes sociales, en especial los trabajadores y los intelectuales, a desembarazarse de la inercia que
les impedía actuar con originalidad. La clave superadora de la
problemática nacional, por consiguiente, la hallaba en una revolución cultural [cursivas añadidas], en la medida que resultaba
imperativo desarraigar hábitos negativos e ideas contraproducentes. Como era usual entre los intelectuales progresistas, visualizaba el acceso a tales condiciones por medio de un arduo
esfuerzo educativo.57
En Hispanoamérica, empero, hubo un aspecto que los representantes de la Ilustración no pusieron en cuestión: el tema religioso.
Ya antes se ha dilucidado parcialmente este punto, y más adelante
se volverá sobre el mismo, cuando se ponderen las limitaciones que
tuvo Bonó al momento de realizar su revisión crítica de la sociedad
dominicana y de la carga ideológica transmitida desde la era colonial. Baste por ahora resaltar que fueron la Ilustración y el romanticismo, como se ha señalado, las vertientes del pensamiento que
más contribuyeron a proporcionarle la base de sustentación teórica
e ideológica necesaria para llevar a efecto la referida impugnación
del legado colonial.
Principales taras heredadas del pasado colonial
En el presente trabajo se contrae el compromiso de demostrar
que, en lo que atañe a la República Dominicana, Pedro Francisco
Bonó figura como pionero de su emancipación mental. Y funge como
tal porque, dentro del núcleo de pensadores que emergieron durante
el siglo xix, él es quien más se ocupa y preocupa por someter a evaluación crítica la mentalidad colonial subsistente en la nueva República.
R. Cassá, Pedro Francisco Bonó, pp. 67-68.
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Para Bonó algunas de las tradiciones, ideas y hábitos que nos
transmitieron los colonizadores constituían males muy difíciles de
erradicar, males que obstruían el desenvolvimiento de nuestra vida
política y cultural. Entre los vicios enjuiciados por Bonó pueden resaltarse: la pereza para pensar, el paternalismo, el prejuicio respecto
al trabajo manual, la falta de virtud política (expresada en despotismo, corrupción y patrimonialismo) y el espíritu plagiario. Veamos
cada uno por separado.
La pereza para la tarea de pensar
El emancipador mental dominicano tenía la convicción de que
uno de los principales atributos de ser libre radica en la capacidad
de pensar y razonar a riesgo y cuenta propios. Claro está, no para
envolverse en especulaciones escapistas sin conexión alguna con el
mundo y sus problemas cotidianos.
El pensar era para Bonó un medio de procurar solución a los
problemas, fueran estos de orden práctico o teórico. Esta posición
–evidente en su propio balance entre pensamiento y vida– coincide
con la de José Martí, para quien «conocer es resolver». Muy alejada
de esta actitud se encontraba la clase dirigente nacional: por emular
a su antecesora de los tiempos coloniales, la misma padecía de inercia mental y no mostraba ninguna capacidad para la inventiva o el
emprendimiento creativo. Al respecto, Bonó expone:
Una colonia cuyo Gobierno no podía atender ni en un décimo
a los gastos de su administración está dando muestras patentes
de la poca capacidad de su clase dirigente, y en efecto fue poco
a poco arraigándose esta pereza en el pensar [cursivas añadidas] y
hasta hoy se ha supuesto que en el país, en sus habitantes, no
es que está el germen, el desarrollo y el complemento de su riqueza y felicidad, y así toda la vida autonómica de la República
Dominicana no ha sido, es y será más que la vibración de semejante nota.58
58
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 241.
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Esta pereza para las tareas del pensar remite directamente a
Immanuel Kant, quien exhorta a salir de la minoría de edad a través
del ejercicio de un pensamiento propio, no prestado. Por supuesto,
Kant habla a personas individuales, únicos seres dotados de conciencia autónoma. Pero su crítica y exhortación puede extenderse
también a los pueblos. En tal sentido, un pueblo puede conformarse
con vivir perpetuamente en condición de pupilo o, por el contrario,
ejercer su derecho a la libertad, a la autodeterminación. Bonó se
esforzó por contribuir a que República Dominicana lograra esto
último, y es por ello que no estaba satisfecho con la sola libertad
política, sino que ansiaba también la cultural. Su hallazgo básico
fue comprender que los dominicanos, ya libres políticamente, no se
atrevían o no podían vivir una emancipación integral. ¿Pero acaso
tenían la capacidad para ello? ¿Vivían, al igual que los europeos, en
una época ilustrada? ¿Se contaba con las clases sociales que lo permitieran? ¿Se habían realizado en el país los cambios socioeconómicos
y culturales necesarios para el correcto ejercicio de la autonomía
plena? ¿No implicaba ello acceder a una vida moderna que en la
sociedad dominicana apenas asomaba?
Entre los dominicanos el hábito dominante consistía en no pensar por sí mismo. Pensábamos, al igual que los hispanoamericanos,
a través de los europeos. Esto conllevaba seguir ideas, programas,
fórmulas y normas ajenas. El «¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de
tu propio entendimiento!»,59 fue la gran aspiración de Kant en un
país que entonces imponía graves censuras a la libre expresión del
pensamiento, pues la sociedad alemana tampoco se había transformado de acuerdo a los fines de la revolución burguesa. Fueron, de
hecho, los aportes críticos de Kant los que provocaron una especie
de revolución intelectual de corte moderno.
Bonó, por su parte, sufre la angustia propia de toda persona que
pugna tenazmente con la realidad para la realización de un bien avizorado que aún no es viable para todos. Satisfecho con el empleo doble
de la razón que postula Kant, el pensador dominicano quiso llevar
la ilustración a los miles de dominicanos que aún no la disfrutaban.
Immanuel Kant, «Immanuel Kant (1724-1804). Respuesta a la pregunta: ¿Qué
es la Ilustración?», ¿Qué es Ilustración?, Madrid, 1993, p. 17.
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Y pensó, como los ilustrados de todo el mundo, que el medio más
expedito era la educación. A ello me referiré en otro apartado.
Para Bonó la negativa a pensar de los dominicanos no venía dada
por la naturaleza; tenía más bien explicación en sus orígenes históricos y
culturales, en su particular experiencia colonial. En tal sentido advierte:
No es incapacidad de la Nación ni de la raza, pero bien inercia
tradicional, hábito de no pensar por efecto de tradiciones recibidas
[cursivas añadidas], como trataremos de probarlo con lo que
ha acontecido y acontece antes y después de ahora.60
En varios pasajes de su obra Bonó alude al papel nocivo de la
Inquisición en la América española; señala también al escolasticismo como barrera impuesta al pensamiento. Coloca al papado y a la
monarquía en la misma línea que el tribunal inquisidor: todos ellos
son instituciones o instancias que se conjugan y complementan para
estructurar el entramado político e ideológico en que se cimentó
el imperio español. Y es que España, imbuida junto a Portugal del
espíritu católico, se erigió en campeona de la Contrarreforma y del
sistema monárquico, mientras que el resto de Europa se convirtió
en baluarte de la Reforma y la República. Bonó tenía conciencia de
estas circunstancias, por lo que pudo entender la problemática lusohispánica durante los siglos de colonización americana.
Por supuesto, era lógico que se impidiera la libre circulación de
las ideas en un Estado de vocación misional como fue el español de
los tiempos de la conquista y colonización. Así como era lógico también que se disfrutara de cierta libertad en naciones como Holanda,
Inglaterra y Francia, las cuales la requerían para el desarrollo de sus
respectivas propuestas político-económicas.
En la América española eran tantas las limitaciones y prohibiciones que no se podía hablar siquiera de la «ciencia social», pues esta,
como asegura Bonó, «ni podía poseerse bajo el sistema colonial que
se fundaba en impedir el libre examen de los hechos sociales y económicos»
[cursivas añadidas].61
60
61
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 241.
Ibídem, p. 240.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
221
A pesar de que el pueblo dominicano era ya políticamente libre de España y ensayaba –mal que bien– el formato de gobierno
democrático, el pensador antillano contemplaba cómo hacia 1884
todavía primaba en él un ambiente de intolerancia a las ideas. Pero
a despecho de ello, el librepensador exhortaba a ejercitar la libre
expresión del pensamiento:
Vengan, pues […] y den sus opiniones como estoy dando las
mías, es decir, con entera libertad.
¿Pero éstas, mis opiniones, son acaso fundadas? Los pocos
estudios que en la materia he hecho, hondamente así me lo
hacen creer; más bueno será si he merecido ser leído, que los
mismos hombres las confirmen, las rebatan, las discutan, propongan otras mejores, iguales, peores, distintas. Los llamo a
discusiones que mi poca salud no me permitirá sostener, llamo
a trabajar por la patria y declaro que todos mis deseos estarían
colmados si uno o muchos indicaran los verdaderos medios
prácticos de que fuésemos felices, aun cuando estos medios
propuestos fuesen la condenación razonada de las anteriores
opiniones.62
Bonó no cejó en su esfuerzo por fomentar el hábito de pensar
y de hablar libremente sobre los problemas nacionales en el ámbito público. Esto debía ser algo natural para un Gobierno que se
pretendía democrático, pero lo que constata nuestro autor es que
«El gobierno dominicano desde la creación de la República, cual
que haya sido su personal y su nombre, ha sido asombradizo, no se
le ha acostumbrado a que discutan sus actos [cursivas añadidas] con
independencia, y si se discuten se encoleriza».63
Una vez más aflora la ilustración de Bonó, quien inaugura en
Santo Domingo la racionalidad crítica occidental. Por eso de él puede decirse que forma parte del estrecho círculo de personas que han
62
63
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 294.
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 388.
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conseguido salir por su propio esfuerzo de la minoría de edad. En
este aspecto Kant indica:
Ciertamente, siempre se encontrarán algunos hombres que
piensen por sí mismos, incluso entre los establecidos tutores
de la gran masa, los cuales, después de haberse autoliberado
del yugo de la minoría de edad, difundirán a su alrededor el
espíritu de una estimación racional del propio valor y de la
vocación de todo hombre a pensar por sí mismo.64
Bonó se decidió a seguir el ¡sapere aude!; mediante tal ejercicio
fomentó el modo de pensar ilustrado en el seno de la sociedad
dominicana. Para ello se tomó «la libertad de hacer siempre y en
todo lugar uso público de la propia razón…; solo este uso puede traer
Ilustración entre los hombres».65
Pero el emancipador intelectual dominicano no se limitó únicamente al uso público de la propia razón, esto es, a llevar hasta el
«mundo de los lectores» las propias ideas sobre temas y/o problemas
de interés comunitario. También cultivó el uso privado de la razón:
siempre que ocupó una función civil o pública se atrevió a exponer sus
puntos de vista relativos a la vida institucional dominicana, que estaba
plagada de defectos y obsolescencias. Bonó no tuvo ambages ni temor
en denunciar los vicios y falencias de la administración pública dominicana, llegando incluso a provocar en ocasiones importantes debates.
Así pues, no negoció su independencia de criterio,66 constituyéndose
de este modo en el primer intelectual que en República Dominicana
se atrevió a ejercitar la razón en la doble modalidad concebida por
Kant. Más aún: al evaluar el intento de Jürgen. Habermas por adecuar
la anterior conceptualización de Kant a la sociedad de capitalismo
tardío, advertimos cómo el pensamiento de Bonó se anticipa ya a una
cierta motivación intelectual de raigambre emancipadora que viene
I. Kant, «Immanuel Kant (1724-1804)», pp. 18-19.
Ibídem, pp. 19-20.
66
Salvo durante los «seis años» de Báez –período en el que recibió humillaciones
horribles que soportó con admirable estoicismo–, Bonó mostró siempre una
resuelta disposición para el libre pensamiento, actitud que mantuvo incluso bajo
la tiranía de Ulises Heureaux.
64
65
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a conectar con uno de los tres aspectos dilucidados por Habermas
al reflexionar la compleja problemática interés-conocimiento. Nos
referimos al «interés emancipatorio». En efecto, respecto de Bonó
«Podemos decir que sigue un interés cognocitivo emancipatorio que
tiene como meta la realización de la reflexión como tal».67 Este componente libertario del interés cognoscitivo cobra vigencia en Bonó
al desencadenar un importante proceso de reflexión y autorreflexión
crítica, lo que le conduce a una mirada independiente de los poderes
fácticos de la sociedad dominicana de la época.
El paternalismo
La postura displicente y pasiva del grupo rector en particular y
de la sociedad dominicana en general tenía para Bonó su causa principal en el hábito colonial de esperar ociosamente de otras instancias
la solución de los problemas propios. Manifiesta al respecto:
Nuestros mayores no pensaron, como la historia lo atestigua,
que el dominicano bajo ésta o aquella dominación tenía todas
las responsabilidades económicas que desde Adán hasta el fin
del Mundo tiene todo hombre, toda Nación, la humanidad
entera, de trabajar y perfeccionarse a la par de las que lo cercan para ser feliz, igual o superior. Esta verdad que nuestra
historia manifiesta ha impreso a nuestra época el mismo carácter, con las variantes que nuestra posición de Nación libre
e independiente requiere, pero que no deja de ser la misma
cosa. El colono español todo lo pedía a España y el dominicano ya
huérfano todo lo pide al extranjero [cursivas añadidas]; este es el
tipo hereditario que cualquiera interpretará por abnegación
sublime o por deseo de progreso, pero que en realidad no es
así.68
Bonó excusó a las clases trabajadoras del país por sus deficiencias; pero no a la élite nacional, pues consideraba que esta no había
Jürgen Habermas, Conocimiento e interés, Madrid, 1982, p. 201.
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 241.
67
68
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intentado superarse a sí misma ni mucho menos había ensayado
buscar la prosperidad del país. En este sentido, delinea el siguiente
panorama:
[…] obra de caridad sería, y no de las menores, ver y considerar a las clases trabajadoras dominicanas en su afán del
día, profundizar los obstáculos que superan, los progresos
que realizan y la ayuda que reclaman. Hijas de la esclavitud,
moldeadas por coloniajes perpetuos, no debieran estas clases
tener más virtudes y educación que las pasivas o inertes de
sus progenitores, y debe agradecérseles la escasa disciplina
que han adquirido, combinada con la iniciativa que despliegan
para sostener y salvar a la nación. La clase directora sí que no
ha sido tan feliz en sus progresos. Descendiente de aquella que
todo lo pedía a la metrópoli, obedece aún a esta fatal tradición y todo
lo pide al extranjero [cursivas añadidas].69
De ahí la inveterada creencia del pueblo dominicano en la omnipotencia del Gobierno, su consideración de que todo el bien o todo
el mal que ocurre es responsabilidad exclusiva de los que dirigen la
res-pública. Ahondando en esta línea, Bonó argumenta:
En el país existe una honda creencia, una opinión arraigada,
que el Gobierno lo sabe, lo hace y lo puede todo. Los males y
los bienes vienen del Gobierno. Si hay que remediar algo, que
el Gobierno lo remedie; si el tabaco no vale, que el Gobierno
lo haga valer; si el azúcar baja de precio, que el Gobierno lo
haga subir. El Gobierno debe dar pan a las viudas y a las casadas, vino a los borrachos y a los sobrios; dinero a los servidores
del Estado y a los que le son gravosos.70
En su opinión, el dominicano debía desprenderse de tal idea,
pues como ciudadano republicano debía convertirse en gestor de su
propio bienestar y felicidad. En tal sentido advierte:
69
70
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 192.
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 387.
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Eso de acudir al Gobierno en todas las cosas, señor A, es un rezago de nuestro largo e imbécil coloniaje [cursivas añadidas], una
carga que mal que nos pese debemos conllevar largo tiempo,
pero contra la cual nuestro buen sentido de nación libre pide
a gritos que reunamos todas nuestras fuerzas para sacudirla de
nuestros cansados hombros.71
Esta lucha de Bonó contra la pasividad de los dominicanos es
destacada por Raymundo González, quien sostiene que ya en 1857
el pensador «solo veía una actitud pasiva en los sectores populares, fruto de las creencias y hábitos de la dominación española [cursivas
añadidas]».72
Efectivamente, como hemos podido ver, planteamientos de
juventud de Bonó vienen a confirmar que él se percató tempranamente de los nocivos efectos para la mentalidad dominicana
de varias de las tradiciones originadas en el pasado colonial, si
bien fue un cuarto de siglo después (1881) cuando las examinó
exhaustivamente.
El prejuicio sobre el trabajo manual
Una de las labores excepcionales realizadas por Bonó fue su
estudio detallado sobre el trabajo nacional urbano y rural. En tal
virtud, deploró la dependencia que encaraba el país en cuanto a los
productos manufacturados, ya que artículos como medias, zapatos,
peines, sombreros, cucharas, tenedores, etc., debían adquirirse en el
extranjero.73
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 393.
R. González, Bonó, un intelectual, Santo Domingo, 1994, p. 64.
73
Hacia 1832 el pensador cubano José Saco se expresaba en términos parecidos
a Bonó: «Como viles se consideraron en Cuba los oficios de zapateros, sastres,
carpinteros, herreros, albañiles […], y el amo que se acostumbró desde el principio
a tratar con desprecio al esclavo, muy pronto empezó a mirar del mismo modo sus
ocupaciones. En tan deplorable situación, ya no era de esperar que ningún cubano
se dedicase a las artes, pues con el solo hecho de abrazarlas parece que renuncia a
los fueros de su clase». Ver J. Saco, «Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba
(1832)», El pensamiento latinoamericano, Barcelona, 1976, pp. 176-177.
71
72
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El pensador se dedicó a buscar las posibles razones explicativas
de tal fenómeno socioeconómico, respecto a lo cual concluyó:
La opinión legada por el régimen colonial hace considerar todos los
oficios manuales como viles y despreciables, y nosotros […] insistimos
en semejante insensatez [cursivas añadidas], no procurando rehabilitar con las ideas tan útil trabajo y colocarlo en el lugar
que le corresponde. Un empleado pobre, un tendero mediano
o especulador de frutos menores rodeado de un enjambre de
hijos, muchachos ya grandecitos, no se decide a ponerlos a un
oficio porque la opinión de sus padres, amigos y allegados no
lo han penetrado de la nobleza de los oficios manuales [cursivas
añadidas]; de la salud y contento que dan, de la independencia
que proporciona un oficio bien aprendido; de la disciplina
moral que inculca; del capital que reserva y compendia para
todos los estados: ya soltero o casado, ya como ciudadano o
como expulso y extranjero en otro país.74
Bonó captó cómo durante el segundo tramo del período decimonónico la gran industria de las potencias capitalistas abarcaba todo
el consumo de los países pequeños. Estos, para evitar sucumbir a la
«nueva faz de las conquistas de los fuertes sobre los débiles», no tenían otra vía que conocer las fuentes de donde extraen sus fuerzas las
grandes naciones industriales. Algo que juzgaba muy difícil, sobre
todo para un país como República Dominicana:
[…] uno de los más fuertes obstáculos que pueden encontrarse en toda colonia que fue española, y en que la esclavitud
personal haya trabajado las costumbres por muchos siglos, es
la opinión de la raza blanca y sus afines tocante a la dignidad
del trabajo manual. Es muy diferente el aprecio que se hace
en los estados de Nueva Inglaterra o República Dominicana,
entre el que ejerce un oficio manual y el que ejerce uno liberal,
entre el que dirige un almacén o una grande estancia; entre un
74
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 283.
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empleado del Gobierno y un plantador o aldeano […] Estos
resabios existen en muchos países, son restos de ignorancia y
de la supremacía de las castas dominadoras, de la nobleza y sus privilegios [cursivas añadidas]; entre nosotros son las reminiscencias
de la esclavitud y nadie las podrá destruir por completo; pero
la igualdad republicana puede modificarlos abriendo nuevos
horizontes al trabajo, enalteciéndolo por medio de una instrucción apropiada.75
Bonó denunció así un prejuicio que todavía hoy está arraigado
en la mentalidad dominicana y que es reminiscencia de los tiempos
coloniales: la minusvaloración del trabajo manual por su antigua vinculación con el esclavo, papel que en nuestro caso fue desempeñado
por el negro procedente de África una vez extinguida la raza nativa.
El estigma que de este modo ha recaído sobre el trabajo muscular
o físico se asocia inevitablemente a la persona que lo ejecuta. Debido
a tal consideración, muchos jóvenes prefieren todavía hoy estudiar
carreras liberales y no técnico-manuales, aunque luego de graduarse
se les dificulte encontrar algún nicho laboral. Bonó luchó en su época contra este prejuicio, pues resta dignidad al trabajo muscular en
razón de errados criterios de castas; no por otro motivo expresó con
cierto sarcasmo: «en llegando a ser una Nación de doctores nadie
nos atacará… lo que se necesita es ser doctor y sobre todo poeta y
músico».76
Las consecuencias de esta desviación han sido catastróficas para
el pueblo dominicano según el pensador, ya que debido a tal visión
distorsionadora del trabajo gran parte de la población urbana ha tenido o tiene que afrontar un presente triste y luctuoso que no puede
ni podrá inspirarle verdadero patriotismo. Como él mismo afirma
en un sabio apotegma: «No se puede amar, las más de las veces, lo
que nos hace infelices».77
Con esta expresión, por otra parte, queda evidenciada la postura
realista y crítica asumida por nuestro emancipador cultural, para quien
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, pp. 284-285.
En carta dirigida al general G. Luperón en 1885. Ver P. F. Bonó, Papeles, p. 537.
77
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 286.
75
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el amor por la patria no constituye un mero sentimiento in abstracto,
desvinculado de las condiciones en que desenvuelven sus días los
ciudadanos, sino que tiene como substrato y soporte básico el que el
país pueda garantizar un tipo de vida dichoso en su propio suelo. De
ahí que Bonó acusara a las que llamaba «clases superiores» de llevar
a cabo «un trabajo de desorganización del patriotismo» a causa de su
falta de «espíritu público» y de la corrupción que los abatía.
La falta de virtud política: influjo de Montesquieu en Bonó
Bonó no fue un autor que siguiera a pie juntillas fórmulas o definiciones ajenas; elaboró sus propias conceptualizaciones obedeciendo a criterios personales. Tampoco tuvo la inclinación del maestro
que se dedica a enseñar; encarnó más bien al intelectual ético-crítico
que busca el sentido y las explicaciones de los problemas que angustian al conglomerado social.
Entre los autores que le sirvieron de referencia fundamental
para el trabajo de dilucidación de los males que aquejaban al pueblo
dominicano sobresalen Montesquieu y Rousseau, los que con obras
como Del espíritu de las leyes y El contrato social nutrieron efectivamente sus conceptualizaciones filosófico-políticas. Aunque es cierto
que no cita de manera directa a ninguno de los dos, es evidente en
sus ensayos la presencia de las categorías empleadas por ellos.
Una de las nociones de la ciencia política que más emplea Bonó
es virtud política. El sentido que le da es el mismo que le imprime
Montesquieu, quien explica:
[…] lo que llamo virtud en la república es el amor a la patria,
es decir, el amor a la igualdad. No se trata de una virtud moral
ni tampoco de una virtud cristiana, sino de la virtud política. En
este sentido, se define como el resorte que pone en movimiento al Gobierno republicano, del mismo modo que el honor es el
resorte que mueve a la monarquía. Así pues, he llamado virtud
política al amor a la patria y a la igualdad [...] el hombre de bien
de quien se trata en el libro III, capítulo V, no es el hombre de
bien cristiano, sino el hombre de bien político, que posee la
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mencionada virtud política. Es el hombre que ama las leyes de
su país y que obra por amor a ellas.78
También conectan con este autor las preocupaciones que muestra
Bonó por la adopción de códigos jurídicos ajenos a la idiosincrasia
nacional, así como su rechazo de la centralización o monopolización
del poder político en una sola persona: era obvio para ambos que el
poder debe recaer en una pluralidad de agentes representativos.
Bonó empleó la expresión virtud política para intentar comprender el camino escabroso que había seguido la nación dominicana en
su esfuerzo por lograr la instauración del modelo republicano. Para
ello tuvo que elevar su pensamiento a reflexiones que le permitieron
llegar a una conclusión poco halagadora. Nos la revela en la carta
que dirigió a P. J. F. Cristinacce en 1884:
He tenido por principio, después de haber hecho los estudios
generales filosóficos, de estudiar a fondo nuestra sociedad, de
estudiar la República Dominicana, y me ha parecido entender
que ella no tiene las condiciones necesarias para ser autónoma
bajo el estandarte democrático puro. No tiene las ruedas necesarias para esta maquinaria, a la vez que le falta la rueda matriz:
la virtud política.79
La sociedad que Bonó tuvo frente a sí, principal objeto de sus
preocupaciones, no fue otra que la derivada de aquella colonial que
él mismo llegó a representar en su fecunda imaginación y que hacia
1880 nos describió con sin igual tono patético, según se aprecia en
el siguiente cuadro:
Vi en el curso de los tiempos pasados a generaciones enteras
arrastrándose en medio de la desesperación y del dolor. Al
coloniaje español con sus errores terribles [cursivas añadidas]. Al esclavo lleno de dolores, casi desnudo, en medio de un enjambre
Charles de Secondat, barón de Montesquieu, Del espíritu de las leyes, Madrid,
1998, p. 5.
79
Carta incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 518.
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de mosquitos y jejenes, lo vi; hambriento, sediento, calzado de
clavos, cubierto de empeines y úlceras […] corriendo entre los
montes, desgarradas las carnes por zarzales y yabacoales […]
vi al amo, tendido en su hamaca de sogas, en otra choza algo
mejor que la del esclavo; roto, descalzo, pálido, demacrado,
estúpido; rodeado de una familia embrutecida y todos atacados por la misma dolencia cruel sufrida con el estoicismo de
las razas saturadas por la ignorancia y la superstición […]80
Bonó habla de errores terribles, es decir, de decisiones tomadas
por la Corona española –como la prohibición del comercio o las
migraciones provocadas81– que por mucho tiempo decretaron el
aislamiento, abandono y miseria de la isla La Española y muy especialmente de Santo Domingo.
Una sociedad hecha para el despotismo
Bonó enfatiza la atmósfera característica de la colonia, su carencia de virtud política, al plantearse la siguiente pregunta: «¿La
organización de La Española, desde la colonización hasta el año
1822, fue o no absoluta, rotundamente despótica, corruptora [cursivas
añadidas], hasta el grado de hacer abstracción de la personalidad de
la mayoría?».82
El autor se interroga, de igual forma, sobre la organización
político-social de los dominicanos durante el período 1822-1844,
P. F. Bonó, «Un proyecto», Papeles, p. 179.
En La Española se escenificó incluso una modalidad compulsiva de traslado
interno de pobladores en 1605-1606: la Corona, mediante cédula real, ordenó
las devastaciones de las cuatro ciudades principales próximas a la costa norte
(Puerto Plata, Montecristi, Bayajá, Yaguana) y el consiguiente traslado de sus
habitantes y bienes a la Banda Sur. Con tales medidas procuraba evitar que los
lugareños tuvieran contacto con extranjeros suplidores de contrabando a cambio
del cuero de la res. Al quedar despoblada la extensa zona, franceses y otros europeos pasaron de manera progresiva a establecerse en la misma, lo que finalmente
dio origen a la que hoy se conoce como República de Haití. Ya apoderados de las
tierras cultivables al oeste de la isla, los franceses hicieron la guerra a los españoles, resultando vencedores. Esto explica que en una isla pequeña hoy existan dos
repúblicas: República Dominicana y República de Haití.
82
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 228.
80
81
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el de la dominación haitiana. Concluye que esta muestra también
la misma faz de despotismo, si bien presenta algunos atenuantes en
comparación con la era anterior. Sigue cuestionándose acerca de si
tal situación no se mantuvo en los dos momentos que siguieron a
la doble independencia, primero respecto de Haití (1844-1861) y
luego de España (1865). Y termina reflexionando de este modo:
Si como creo se me responde afirmativamente, resultará que la
sociedad dominicana fue organizada para el despotismo [cursivas
añadidas], que los acontecimientos posteriores han acabado
de pulir dicha forma, y que tendremos mal que nos pese rebeliones y más rebeliones; dictaduras y más dictaduras […]
Debe agregarse que las clases que dirigen unas han perdido el
prestigio para la forma republicana; y las otras no han podido
aun adquirir las cualidades que afirmen definitivamente el que
les pertenece; falta, pues, unidad, homogeneidad en el impulso
social y, por tanto, resultados provechosos.83
Al analizar el tipo de organización que caracterizó al mundo
colonial hispánico, Bonó pregunta si no se distinguió por su tendencia «absoluta, rotundamente despótica y corruptora». Tales
rasgos, obviamente, no se extinguirían con el mero ingreso de
Santo Domingo a la vida independiente. Efectivamente, a juzgar
por las denuncias reiteradas del propio Bonó, la corrupción del
país ya había llegado en su época al nivel de barrera intolerable.
Dice en relación a ello:
Este obstáculo es aquel grado de corrupción incorregible que
trabaja a toda sociedad llegada al ocaso, y que en la nuestra se
pone tal prisa en alcanzar que, pocos dudan dada su actual velocidad que no le sea dable lograrlo. Sin embargo, los que aman
a su patria como yo la amo, (y habremos miles en la República
que la amamos) creen, que la corrupción puede contenerse o
a lo menos aminorarse hasta el grado de no presentar como
83
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 228.
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hoy una barrera insuperable a todo trabajo de organización,
siempre que no se insista en aumentarla, siempre que no se
adormezca el espíritu público, ocultando los graves riesgos
que se corren […]84
El empleo que hace Bonó de nociones como «clases», «forma
republicana», «virtud política», «impulso social», «espíritu público», etc., obliga a establecer algunas matizaciones. El autor emplea
el concepto clases, en plural, entendiéndolo como el conjunto de
sectores diversos que conforman lo que en otra parte también denomina «clases superiores», las que en la República Dominicana de
entonces estarían integradas por terratenientes, hacendados, burguesía mercantilista, clero, militares. Pero siguiendo al pensador:
¿cuáles son las clases o grupos de su tiempo que «han perdido el
prestigio para la forma republicana»?
Ha de suponerse que las clases que para él ya no tenían el
referido «prestigio» estaban conformadas en parte por aquellos
sectores que en 1857 y 1863 respondieron dando su apoyo político
a la propuesta de instauración del Estado-nación hecha por Bonó y
sus compañeros generacionales. Sectores que, pasado el tiempo, y
ya montados en el carruaje del poder tras la Guerra Restauradora,
renunciaron a todo credo liberal-republicano y optaron por la
búsqueda de funciones públicas con miras solo a amasar fortunas.
Ahora bien, ¿podía el sector cibaeño «perder el prestigio para la
forma republicana»? ¿Se pierde lo que no se tiene? Al parecer,
la realidad es que Bonó y dos o tres más fueron los únicos que
estuvieron revestidos de la preparación necesaria para ostentar tal
«prestigio». Y en especial Bonó, quien experimentó constantes
decepciones al contemplar la inviabilidad del proyecto republicano
en el colectivo dominicano, lo que era debido en gran medida a
las actuaciones de los que regían la res pública. En efecto, al pasar
revista al pasado y al presente de la República Dominicana, Bonó
dio muestras de no estar descaminado en lo concerniente a las precariedades del sector dirigente, pero subestimó el papel jugado por
84
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República haitiana», Papeles, p. 340.
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las condiciones objetivas que incidían en el país. Para el pensador la
culpa de la retahíla de anexiones, reincorporaciones, reconquistas,
donaciones y restauraciones padecidas por el pueblo dominicano
recaía enteramente en los que habían dirigido la vida de la nación,
quienes estaban desprovistos del talento necesario de los hombres
de Estado y que eran por tanto incapaces de abarcar el conjunto de
los hechos e intereses generales de la comunidad nacional. De ahí
que vinieran haciendo, casi todos, el papel de payasos en el teatro
del mundo.85
Francisco Javier Caballero Harriet, sin embargo, traza con claridad la situación estructural de Hispanoamérica para la época, y
destaca que en la región era imposible aplicar los cambios políticos
demandados por la modernidad, pues predominaba el espíritu tradicionalista. Así lo explica:
En Latinoamérica, en el momento de la independencia,
no existía «espíritu del capitalismo», en el sentido de un
nuevo estilo de vida sujeto a ciertas normas, sometido a
una «ética» determinada, sino que las prácticas capitalistas
existentes se enmascaran, como es natural, en lo que Max
Weber llama «tradicionalismo» y estaban determinadas por
el «auri sacra fames» o conductas acumuladoras similares.
De ahí que resultaba imposible la existencia de una clase
social burguesa con su propia conciencia de clase. Y, por
tanto, el modelo político que en el Segundo tratado sobre el
gobierno civil Locke había diseñado […], esto es, el contrato,
en forma de Estado liberal, era de implementación inviable
en Latinoamérica porque no se daban las condiciones [cursivas
añadidas].86
Octavio Paz, que también explora la temática en uno de
sus trabajos, sostiene que en los pueblos latinoamericanos no
existía la tradición intelectual que había hecho posible que
grupos élites de Europa y Estados Unidos lograran formar
85
86
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República haitiana», Papeles, p. 340.
F. J. Caballero Harriet, Algunas claves, Santo Domingo, 2009, p. 291.
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nuevas concepciones e instituciones políticas y económicas.
Asimismo,
tampoco existían las clases sociales que correspondían, históricamente, a la nueva ideología liberal y democrática. Apenas
si había clase media y nuestra burguesía no había rebasado
la etapa mercantilista […] Las ideas tuvieron una función de
máscara, se convirtieron en una ideología […] en velos que
interceptan y desfiguran la percepción de la realidad.87
José Martí logra representar de modo brillante el ambiente fantasioso o enajenado en que se desenvolvía la vida sociopolítica y cultural de nuestros pueblos, tristemente confundidos en la búsqueda
afanosa del propio reconocimiento. Así nos describe:
Éramos una visión –aclara Martí–, con el pecho de atleta, las
manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense,
el chaquetón de Norte América y la montera de España. El
indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a
la cumbre del monte a bautizar a sus hijos. El negro, oteado,
cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se
revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa,
contra su criatura.88
Puede afirmarse que Bonó veía por los ojos de sus deseos: revestía a la sociedad dominicana con prendas que no podía exhibir. En
realidad no había el mencionado «prestigio». Y es eso mismo lo que
lleva a Bonó a plantear que en la sociedad dominicana se tendría en
el porvenir, de manera ineluctable, «despotismos y más despotismos, dictaduras y más dictaduras». ¿Por qué razón Bonó reitera una
y otra vez tal postura? Su respuesta varía solo en matices: «Porque
O. Paz, Tiempo nublado, p. 168.
J. Martí, «Nuestra América», Fuentes de la cultura latinoamericana, México, 1993,
p. 125.
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la base de la desigualdad absoluta, alma de la esclavitud personal,
no puede, cuando ha moldeado a numerosas generaciones durante
tres siglos, dejarlas expeditas para las funciones de hombres libres y
ponerlos en actitud de organizarse».89
A estas conclusiones le condujeron sus análisis de la sociedad
colonial y de la de sus días. En esta última ve terreno fértil en el
que fructifican sectores incapaces para el autogobierno. De ahí que
a pesar de la independencia, el pueblo dominicano haya seguido imitando los estilos, usos y fórmulas que caracterizaron la etapa colonial
precedente. Condición que a su parecer se mantendría por tiempo
indefinido, pues se trataba de «instituciones» convertidas al cabo de
tres siglos en «creencias».
En el siglo xix no hay un solo intelectual que pueda considerarse
al margen de la angustia existencial de «verbalizar la patria».90 De
hecho, para Bonó, pensar la patria fue padecerla. No obstante, era
tanto su amor que fue suficiente para mantener la fe en el porvenir
del país –¡y en esto resultó ser una excepción!–. No se dejó envolver
en la bruma irremediable de toda «la quejumbre filosófico teórica
que en el plano político e histórico llenó el siglo xix dominicano».91
«Quejumbre» que no ha sido fruto de desconocimiento, sino
todo lo contrario. Quienes más lamentos han proferido han sido
precisamente aquellos que más han auscultado el alma nacional, pues
han podido contemplar, en su más reluciente desnudez, las terribles
paradojas que la dotan de significado. Es por tal razón que aquellos
que han encarnado el nacionalismo más puro han solido ser también
los que han pronosticado su ocaso, los que han llegado incluso a
negarle la categoría de nación, aun cuando la han defendido como
«ente celestial».92
Todavía en los días que vivimos no se han superado los males
políticos y sociales diagnosticados por Bonó. Esta situación podría
llevar a la conclusión de que Bonó tenía razón en cuanto a sus
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 238.
Andrés L. Mateo, «El poder y la cultura (III)», Al filo de la dominicanidad, Santo
Domingo, 1996, p. 47.
91
A. L. Mateo, «El poder y la cultura (II)», Al filo, p. 43.
92
A. L. Mateo, «El nacionalismo fraudulento (II)», Al filo, p. 81.
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pronósticos. Pero la verdad es que ninguna sociedad está irremediablemente condenada, ni por destino ni por providencia alguna, a
mantenerse encerrada y entrabada dentro de determinadas estructuras políticas, sociales y económicas. Mas por lo pronto es cierto
que dichas estructuras moldean actitudes y comportamientos, crean
mundos de intereses e ideologías que impiden todo tipo de ruptura
con los problemas existentes. Así como que los distintos grupos de
intereses –a todos los niveles de la estructura social y todos con conexiones internacionales– intentan perpetuar el mundo social que a
ellos solos conviene por el mayor tiempo posible. Como consecuencia, las conductas despóticas, el autoritarismo, la funesta corrupción,
las desigualdades sociales abismales, tienden a entronizarse en el
seno de nuestra cultura, incentivados por los respectivos sectores
locales y extranjeros que tienen especial interés en que se mantengan
vigentes.
Los pronósticos de Bonó en el sentido de un futuro dominicano plagado de dictaduras y despotismo son, a nuestro entender,
evidentemente antihistóricos e hijos de las circunstancias adversas
que exhibía nuestro entramado sociocultural; se basan en una concepción de la realidad histórico-social a todas luces esencialista, es
decir, en una visión estática que excluye toda posibilidad de cambio
o transformación del orden existente.
La inhabilitación para el autogobierno causada por la
aristocracia burocrática colonial
En 1887 Bonó abrigaba la esperanza de que un gobierno presidido por Gregorio Luperón93 sacudiera un poco «las vetustas aunque
modificadas ideas del coloniaje español, que tanto campean en los
consejos de gobierno».94 Su convicción era que los hábitos e ideas
de la burocracia colonial seguían ejerciendo una pesada influencia
G. Luperón fue espada y espíritu de la Guerra de la Restauración nacional (18631865). Fundó el Partido Azul, de corte liberal. Presentó en varias ocasiones a
Bonó como candidato presidencial, cosa a la que no obtemperó el pensador. Más
bien le devolvía con la misma moneda.
94
Carta de P. F. Bonó al general Luperón fechada el 30 de diciembre de 1887,
incluida en P. F. Bonó, Papeles, p. 560.
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en las personas, que condicionaban todavía el funcionamiento institucional del país. Al emancipador cultural dominicano le irritaba la
sujeción a España en cuestiones de la vida doméstica que ya debían
haber sido superadas para su época. En este orden de ideas, resulta
de interés visualizar cómo él dibuja el cuadro de la sociedad colonial
y cómo define el rol desempeñado en ella por el cuerpo de burócratas encargados de la administración:
Habrá un siglo la población dominicana se componía de libres
y esclavos.95 Los libres se subdividían en dos clases distintas,
los empleados y los amos de esclavos. Estos últimos no gozaron nunca de ninguna participación en el gobierno, pero
los primeros formaron un gremio en el cual por largos años
se vincularon los empleos de la Colonia, constituyendo una
aristocracia burocrática […] cuyo asiento principal como en
todas partes fue la capital. Este desastroso elemento común en
todos los tiempos y en todos los países aristocráticos o monárquicos destruyó por completo toda aspiración noble y aniquiló
hasta el germen de los esfuerzos individuales y las iniciativas
de los profesionales e inhabilitó para el gobierno propiamente dicho a toda la jerarquía del gobierno, desde el Alcalde
de aldea hasta la Audiencia, desde el Alférez Real hasta el
Capitán General. Esto está probado con el arribo anual de
otra Colonia, México, del situado [cursivas añadidas], o sea el
conjunto de los sueldos anuales de todos los empleados de esta
colonia […]96
Nótese que Bonó denomina ya como dominicanos a los pobladores de la parte
este de la isla hacia finales del siglo xviii. Efectivamente, ya venía empleándose
el gentilicio; lo emplea en 1785 el intelectual criollo A. Sánchez Valverde, en su
obra Idea del valor de la Isla Española (Madrid). Pero es seguro que dicho término
ya había sido empleado en décadas anteriores, pues consta ya en una versión de
novena dedicada a la Virgen de la Altagracia, cuya impresión data del 3 de junio
de 1738 y que está firmada por F. J. T. Al inicio, dentro de un párrafo, se dice:
«No dudo, que al compás de los reverentes cultos se continuarán los favores y
beneficios, que confiesan debidos á María los dominicanos [cursivas añadidas]».
Ver Novena Altagracia, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos,
2002.
96
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 239.
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El situado evidenciaba la situación de miseria que padecía Santo
Domingo, su extremado valor negativo para la Corona española, que
la llegó a considerar como un cáncer.97 La tierra que había servido
al Gobierno español de sede o plataforma para los esfuerzos de conquista y colonización ahora le reportaba pérdidas.
Ese proceso de devaluación llevó a las autoridades peninsulares a
desinteresarse de su primera posesión colonial en América, lo que no
impidió –muy al contrario, estimuló– que varias potencias europeas la
codiciaran. Es en virtud de tal contexto que Bonó se explicó el rosario
de dominaciones que pesaron sobre Santo Domingo. Así lo expresa:
Como colonia española fue donada a la Francia en 1795,
tomando posesión de ella en 1801. En 1809 por el esfuerzo
de sus hijos o mejor por intriga y ayuda de los enemigos de
Francia se reincorporó a España hasta 1821 […]98 En 1844 se
constituyó en Nación soberana independiente hasta 1861, en
que deliberadamente se donó otra vez a España.99
Una vida tan precaria como la que discurría en Santo Domingo
debía lógicamente generar pobreza extrema, y esta última, como es
natural, estaba llamada a despertar un sentimiento de caridad entre
las personas de pronunciada sensibilidad social. Sin embargo, la conclusión a la que arriba nuestro pensador es que los gestos caritativos
de la época fueron desvirtuados.
Las palabras son del ministro español Manuel Godoy, quien habría expresado
que Santo Domingo se había convertido en «un verdadero cáncer para la economía de la Metrópoli». Citado por Julio Genaro Campillo Pérez, «Emancipación
e independencia», Clío, No. 151, 1994, p. 14. Este argumento para justificar la
cesión a Francia de Santo Domingo a través del Tratado de Basilea del 22 de
julio de 1795 expresa en toda su dimensión el trance dramático por el que atravesaba la porción de tierra que había servido a España como puerta de entrada al
Nuevo Mundo.
98
En el período 1822-1844 Santo Domingo fue agregado a la República de Haití
como un Departamento nuevo. A inicios del siglo xix, producto del vaivén que
experimentaba esta colonia española, el cura Juan Vásquez expresó su desconcierto mediante la siguiente quintilla: Ayer español nací / en la tarde fui francés /
en la noche etíope fui / hoy dicen que soy inglés / no sé que será de mí... Manuel Cruz
Méndez, Cultura e identidad dominicana. Una visión histórico-antropológica, Santo
Domingo, Editora Universitaria-UASD, 1998.
99
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 237.
97
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Crítica del sentimiento de caridad practicado en la colonia
Bonó, practicante de la caridad cristiana, enjuició, no obstante,
el tipo de caridad que se practicaba en la vida colonial. Tal como
lo entendía, el sentimiento caritativo verdadero debía mostrar por
los pobres un interés que sobrepasara las simples dádivas piadosas, pero aún así esa virtud clásica jamás podría constituirse en
sucedáneo de la justicia social. Al referirse al estilo de vida de la
aristocracia colonial, Bonó aludió al tema específico de la caridad
del siguiente modo:
El único tipo dominante de la mayoría de la clase elevada con
muy marcadas excepciones era el afincamiento en el privilegio
del color de la piel, sin que pasase esto de un engreimiento
pueril que nunca se tradujo en vejámenes sistemáticos ni malos tratamientos para la raza esclava. Grande alarde de las exteriores de piedad, confesarse y si no oír misa con regularidad,
mucha caridad para el paisano, para el extranjero, pero una
caridad que no supo elevarse a las consideraciones superiores
de las ciencias sociales que ni poseía ni podía poseerse bajo el
sistema colonial […]100
El padre de la sociología dominicana no quiere que lo malinterpreten cuando habla de clases y razas en la sociedad colonial. En este
sentido, planteó que debía hacerse una diferenciación en el ámbito
de lo que fue el Santo Domingo español, ya que aunque había esclavitud y, por tanto, aristocracia y explotación, las relaciones entre las
diversas clases no eran típicamente antagónicas:
Aquí es preciso hacer una explicación. Cuando hablo de razas
no vaya a creerse que aquí existen odios, o presión, pretensiones
ni aspiraciones actuales de supremacía de la una y abatimiento
de la otra. Ya en otra publicación manifesté que el régimen
colonial español no dio ni da cabida a tales aberraciones. La
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 240.
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caridad española hizo ese inapreciable servicio al porvenir de
la América española, servicio como siempre lo hace la caridad
cristiana, fuente de todos los bienes sociales modernos.101
Importa enfatizar aquí la visión que tiene el intelectual sobre el
papel del cristianismo en cuanto núcleo básico de la cultura que contribuye a establecer y a consolidar la sociedad moderna, la cual inicia
en Europa y luego se expande por todo el ámbito occidental y hasta
por el resto del mundo. A sus ojos resulta evidente que la religión cristiana constituye uno de los aspectos fundamentales de la civilización
occidental, pues contribuye a fortalecer los lazos de solidaridad –Bonó
la llama caridad– entre los seres humanos. De hecho, el autor construye una ecuación entre cristianismo y bondad humana: mientras
más cristiana es la persona, más bondadosa se torna. Estos criterios de
Bonó resultan muy importantes a la hora de evaluar su concepto de
lo moderno. En él civilización y modernidad implican la vida buena, la
puesta en práctica de la alteridad. Esta visión chocaba con los planteamientos positivistas predominantes en su época.
Por otra parte, cuando diversas personalidades o instituciones se
refieren al latinoamericano como el «continente de la esperanza»,
como región caracterizada por ser «crisol» en el que todas las manifestaciones étnico-culturales del orbe se han fundido en elevado
concierto y armonía, puede que indirectamente aludan al «inapreciable servicio al porvenir de la América española» aportado por la
caridad de los españoles. ¿Exagera Bonó cuando habla de «suma
benevolencia», de «mucha dulzura», para referirse al modo de actuar y convivir de las familias hispanas en Santo Domingo? Bonó
argumenta más sobre el tema:
Con efecto, en medio de las desigualdades políticas y civiles
más exageradas, de la horrenda institución de la esclavitud
personal, de la más crasa superstición, de la más supina ignorancia en los principios de la economía política, pasada
la furibunda época de la conquista y exterminio de la raza
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 240.
101
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india, el español aportó suma benevolencia, gran caridad y mucha dulzura, en las desigualdades sociales que tal sistema imponía
[cursivas añadidas]. Sus relaciones de mayoral y dueño, de
amo y esclavo, se sostuvieron en una igualdad relativa, que
no hicieron sentir los sufrimientos inauditos que en la colonia francesa la raza esclava padeció. La indolencia proverbial
de los criollos y la benevolencia y caridad española hicieron
del esclavo un miembro de la familia [cursivas añadidas], que si
bien en las ciudades fue indigno de bailar con los blancos en
las reuniones encopetadas y de aliarse a ellos; en los campos,
los pueblos y aldeas fue admitido en el trato íntimo y general
de la familia del amo, enlazándose y entroncándose en ella.
Esta tolerancia, por sus mismas progresiones formó parte de
las costumbres, niveló las condiciones, facilitó las mezclas de
las razas e hizo imposible ese odio y ese desprecio intenso
que la Parte Francesa en su gran revolución de a fines del
siglo pasado, mostró al mundo que estaba en el corazón de
sus negros y de sus blancos con el odioso régimen de la esclavitud de los primeros.102
Al contemplar cómo vivían los dominicanos de la zona rural,
sumidos en el más completo abandono, Bonó comprende la importancia o necesidad de la caridad. Observó que, a falta de escuela, a
esos hombres del campo únicamente les quedaba como esperanza el
paliativo de la caridad. Paliativo en verdad muy moderado, ya que
aun bien dirigido, e incluso implicando grandes sacrificios, solo produce a la larga resultados mediocres.103 Como ilustrado y humanista
que fue, nuestro pensador tuvo claro que «la escuela nacional» no
podía estar ausente de la vida de los dominicanos, pues esta sería
la única vía moderna disponible para lograr en ellos la promoción
integral de la persona humana.
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 219.
P. F. Bonó, «Un Proyecto», Papeles, p. 175.
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Afán de imitación prevaleciente
Bonó reconoció la tendencia de República Dominicana a relacionarse de manera exclusiva con los Estados Unidos y Europa,
situación que juzgó grave, pues la misma conminaba al pueblo dominicano a adoptar usos, formas y procedimientos jurídico-políticos,
socioeconómicos y culturales que no se avenían con su carácter
distintivo. Opinaba que ello tenía que ver con el estado de calamidad que experimentaba el país a fines del siglo xix. De esta forma
pondera sobre el tema:
A pesar de los defectos de organización y equilibrio en Europa
y los Estados Unidos, como ven que son los únicos que de
cuando en cuando lanzan más destellos más brillantes y menos
aflictivos que ninguna otra parte del mundo; como estamos
exclusivamente relacionados con ellos, cogemos indistintamente de uno y otro sus ensayos políticos y sociales, como
cogemos todas sus modas. Ya ensayamos sus constituciones, ya
sus monopolios, sus cambios libres determinados; ya la gran
propiedad, ferrocarriles; las primas, etc., y estos ensayos mal
aplicados, inoportunos e inadecuados a nuestro modo de ser,
nos han conducido al abismo donde estamos postrados; llenos
de ruinas, llenos de deudas, famélicos y desnudos.104
Consciente de los principales obstáculos que bloqueaban la «felicidad» de los dominicanos, Bonó exhortó al pueblo a estudiar y a
esforzarse para alcanzar un estilo propio ajeno a cualquier tipo de
tutela política extranjera, ya que de algún modo debía justificarse
el gran sacrificio que conllevó la conquista de la independencia,
de la cual fue prócer. Adviértase el optimismo que irradia en su
exhortación:
Hagamos un esfuerzo, pensemos, estudiemos y obremos por nosotros
mismos, hagamos obra dominicana [cursivas añadidas], puesto
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 375.
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que dominicanos somos, hagamos ver al mundo que si hicimos
el viril esfuerzo que nos sentó en el banquete de los pueblos
libres, fue porque nos sentimos con originalidad bastante para
dar de sí algo en que los demás aprendieren, mas no para ser
en todo y por todo los plagiarios o copistas serviles de cuadros
que ni nos sirven ni son propios para el estrecho marco en que
estamos ajustados.105
Expresó tales palabras a la altura de los sesenta y siete años.106
La República era entonces gobernada con manos férreas por Ulises
Heureaux, uno de los generales que habían contribuido a la hazaña
libertadora. Debido al endeudamiento del país –que alcanzó niveles
excesivos durante la referida dictadura de trece años–, Bonó llegó a
temer por la soberanía nacional. De allí que hacia 1900 sentenciara
con mucho tino: «no queremos desaparecer del mapa de las naciones
libres».107 Es en esa atmósfera de grandes dificultades que auguraban
un futuro tétrico que el pensador empleó el término dominicanismo,
vocablo que se permitió definir de la siguiente manera:
Hágase con este aborto –recomienda– lo que se acaba de hacer
con el otro de la ley de crianza de 15 de mayo de 1894, abróguese y aparezca siquiera sea un momento en nuestras leyes de
impuestos algo de equidad, de ciencia, de patriotismo y sobre
todo de dominicanismo [cursivas añadidas], que a mi modo de ver
no es otra cosa que el estudio concienzudo del medio social
que constituye la República o por decirlo mejor, la vida real en
que se mueve y obra el pueblo dominicano.108
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 375.
Para esta fecha, 1895, Bonó se había propuesto crear un Congreso ficticio en el
que representantes fidedignos de la nación ventilaran abiertamente sus problemas. El diputado B era el que más parlaba, y quien mejor argumentaba a la hora
de discurrir y buscar solución a los males que afectaban la sociedad. Tal diputado
era Bonó.
107
Década y media más tarde Estados Unidos ocuparía el país por ocho años. El
cobro de la deuda con ellos contraída fue el principal argumento para desatar la
violencia imperial.
108
P. F. Bonó, «Petición de un alambiquero», Papeles, p. 416.
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Antes del inicio de la dictadura de Heureaux –que había sido
prevista por Bonó y que se prolongó hasta el «ajusticiamiento» de
aquel en 1899–, se acercaron con insistencia al pensador macorisano
personalidades y sectores de la vida nacional con el deliberado propósito de persuadirlo para que aceptara la postulación a la presidencia
de la República. El general Gregorio Luperón fue quien más insistió,
y entre las salvedades que le hizo para que se convenciera de que iría
al poder con el más amplio respaldo presentaba el dato de que el
general Ulises Heureaux se sumaría también al movimiento a favor
de la candidatura. Tal anuncio fue motivo de que Bonó le aclarara:
No tengo el honor de conocerle, pero sus actos oficiales hablan
por él. Desde que entró en la vida pública ha sido consecuente,
ha demostrado ser el militar más afortunado, y uno de los más
valerosos que tenemos, prudencia, tino, fortaleza y templanza
no le faltan, pero estas cualidades sobresalientes no modifican
en manera alguna la condición de los espíritus y de las tradiciones
dominicanas [cursivas añadidas].109
El estudio que hizo Bonó de esas tradiciones nacionales que se
prolongaban desde la colonia, y que se caracterizaban sobre todo por
el despotismo, la violencia y el autoritarismo, le permitieron prever
quién se sentaría en el solio presidencial. Es que «veo lo que muchos
no ven»,110 expresaba Bonó. Capacidad que debía «a las luces que nos
suministran la filosofía, la historia y el conocimiento del hombre».111
Para el intelectual, pues, los dominicanos estaban condicionados espiritualmente por el ethos hispánico, el cual dificultaba seriamente la conformación de un talante propio nacional. Esta condición se hace manifiesta
en el caso del déspota Pedro Santana, quien fue en varias ocasiones presidente de la República y principal espada en la lucha libertaria contra Haití
iniciada en 1844. En torno a Santana, nos dice Bonó:
Carta de P. F. Bonó al general G. Luperón fechada el año de 1882, en P. F. Bonó,
Papeles, p. 461.
110
En carta a J. M. Glas fechada el 22 de enero de 1886, en P. F. Bonó, Papeles, p. 545.
111
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Pedro Francisco Bonó. Textos
selectos, Santo Domingo, 2007, p. 77.
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[…] con todo su poder y toda su gloria […] envuelto en dificultades que no pudo resolver por falta de conocimientos propios
y de consejeros adocenados al fin fue arrastrado en la pendiente
del españolismo que había mecido su cuna [cursivas añadidas] y
cayó con todos nosotros en la Anexión, que fue lo mismo que
caer en el lazo que se le había tendido.112
¿Y qué de Buenaventura Báez, presidente de la República, al
igual que Pedro Santana, por más de dos períodos? Consolado con
el título de mariscal de campo que le otorgó la Corona española
como premio por su apoyo a la anexión del país, volvió a ser premiado, luego de la Restauración, nada más y nada menos que con la
¡Presidencia de la República! Pero Báez:
[…] se dio a perseguir dinero y otras miserias propias de
hombres comunes, y perdiendo todo tino político, fue alternativamente: francés, español y americano […] Así murió en
playas extranjeras, aborrecido de muchos y olvidado ya de
todos. Funerales ruidosos que significan sus errores, sellaron
también su tumba y como la de su émulo, su lápida sepulcral
mostrará a la posteridad lo que fue.113
Lo anterior pone de manifiesto a qué nivel de profundidad
había llegado la indolencia y pasividad de la sociedad dominicana.
Aletargados por la imitación,114 los dominicanos ya no imaginamos, ni
inventamos, dice Bonó lamentándose:
Su política dada al acaso, sin objeto determinado, sin plan fijo,
la expone a ser el juguete de otras que previsoras, sin saber
cómo ni cuándo la hacen perder el rico bien a tanta costa
P. F. Bonó, «De política», Papeles de Pedro F. Bonó, Barcelona, 1980, p. 247.
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República Haitiana», p. 346.
114
Andrés Bello exhortaba a la juventud chilena a no descender al servilismo frente
a la civilizada Europa, pues a su entender los hispanoamericanos eran arrastrados
más allá de lo justo por influencia de ella. En todo caso, se debería emularla
en el desarrollo de un pensar autónomo. Ver A. Bello, «Autonomía cultural de
América», El pensamiento de América, México, 1943, p. 34.
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adquirido de su nacionalidad […] Nuestra historia así lo proclama, nuestras anexiones, reincorporaciones, reconquistas,
donaciones y restauraciones así lo manifiestan. La culpa toda
entera recae en los directores de la vida nacional que […] han
venido haciendo, casi todos, el papel de payasos [cursivas añadidas] en las tragicomedias que en el teatro del mundo hacen
representar un siglo a los dominicanos.115
Crítica del pasado colonial: Bonó, Bello y Sarmiento
Antecedentes de Bonó en la crítica del período colonial
Ya se ha sostenido con anterioridad que, en lo que atañe a Santo
Domingo, el autor que da inicio al examen histórico-social del período colonial desde una perspectiva crítica es Pedro Francisco Bonó.116
Ahora bien, ¿no es posible encontrar en la época colonial determinadas personalidades y/o manifiestos políticos que osaran hacer
señalamientos críticos a las autoridades locales o metropolitanas y
que en consecuencia pudieran ser considerados como antecedentes
del discurso crítico tejido por Bonó? Efectivamente, cuatro españoles residentes en la isla La Española realizaron importantes cuestionamientos: fray Antonio de Montesino, Bartolomé de las Casas,
Cristóbal de Llerena y el arzobispo Fernando Carvajal y Rivera.
Según Diógenes Céspedes, «Fray Antonio de Montesino y Las Casas,
peninsulares ambos, son los fundadores del discurso crítico en contra del
poder colonial en la isla Española».117 En realidad, son los primeros que
en tierra americana objetaron con firmeza los excesos y crueldades en
contra de los nativos perpetrados por los conquistadores y colonizadores.
No solo eso: defendieron el derecho de los aborígenes americanos a vivir
tranquilos en las tierras que habían habitado durante siglos.
P. F. Bonó, «La República Dominicana y la República haitiana», pp. 344-345.
El pensador inicia tal esfuerzo precursor a la edad de veintinueve años, con el
opúsculo ya referido: Apuntes para los cuatro ministerios de la República (1857).
117
D. Céspedes, «Contrarreforma y barroco en esta isla», suplemento cultural
«Areíto», Hoy, 2 de octubre de 2010.
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Otro momento importante en la crítica del sistema colonial
desde dentro del mismo sistema se da con el canónigo Cristóbal de
Llerena, sobre el que Céspedes expresa:
En 1588 inaugura, dentro de la línea moderada del barroco,
la crítica al poder con la escenificación el jueves 23 de junio
(de corpus) en el patio de la Catedral de su famoso entremés,
donde censura la especulación en que se vieron envueltas las
clases dominantes de la colonia con el acaparamiento del dinero
circulante en medio de la crisis financiera y de producción que a
partir de 1570 abatió a la isla debido al monopolio del comercio
ejercido por la Casa de Contratación de Sevilla. Esta osadía le
valió el encarcelamiento y posterior deportación […]118
Como cuarto «juez» del comportamiento de las autoridades locales y peninsulares, el arzobispo Fernando Carvajal y Rivera efectuó
una denuncia patética del estado de abandono y miseria padecido por
los habitantes de la isla como consecuencia del funesto monopolio
comercial ejercido por la Casa de Contratación de Sevilla. En una de
sus cartas denunció lo que ocurría en la isla:
Solo cuida el Consejo de apretarlos, estirarlos para que mueran de hambre y desnudez y lo consiguen en parte porque
el origen de sus continuas epidemias es la mala vianda […]
Carecen de medicinas, mueren de necesidad. ¿Será aquesto
cristiandad? No comercien, no comercien. ¡Gran Gobierno!
Sus riquezas son cueros de toros y de vacas y sebo que con
gran peligro adquieren por las monterías. Este no hay quien
lo saque, no es género para España […] No comercien, qué
lindo! ¿Quién los ha de sustentar? ¿No se podrán valer de sus
haberes? ¡Impía ley! ¡Cruel aprieto! ¡Tirano mandar!119
D. Céspedes, «Contrarreforma y barroco en esta isla».
F. Carvajal y Rivera a Antonio de Güelles, citado por F. Pérez Memén, El arzobispo Fernando Carvajal y Rivera. Un crítico de la política colonial española (y otros ensayos
históricos), Santo Domingo, 1985, p. 24.
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Para Carlos Esteban Deive las numerosas cartas que el arzobispo Carvajal y Rivera dirigiera al Rey y a miembros del Consejo de
Indias en el período 1692-1695 constituyen un testimonio insobornable de la antropofagia de los poderosos comerciantes sevillanos,
quienes devoraban a los habitantes de la colonia con el apoyo de la
monarquía.120
Una vez reducida la posesión de España a la parte oriental de
la isla, emergen dos importantes figuras intelectuales que demuestran un esmerado interés en el quehacer filosófico y en poner en
entredicho determinados aspectos de la vida intelectual de su época:
Antonio Sánchez Valverde y Andrés López de Medrano. El primero
sobresale a finales del siglo xviii por sus objeciones a la filosofía aristotélica y, por extensión, al enfoque escolástico clásico; pero además,
por mostrar honda preocupación por la inactividad económica y
la pobreza de Santo Domingo, problemas que trató en su libro de
1785, Idea del valor de la isla Española.
Andrés López de Medrano, por su parte, fue el primer autor no
sacerdote en ocuparse exitosamente de tareas intelectuales, educativas y políticas, realizando a inicios del siglo xix una excepcional obra
filosófica y crítica. Algo que merece destacarse en este autor es que
subjetivamente ya se sentía dominicano, y no español; llegó incluso a
llamar patria el suelo que lo vio nacer, todavía colonia española.
Entre sus aportes singulares está el haber escrito la primera obra
filosófica del país –Lógica. Elementos de filosofía moderna destinados al
uso de la juventud dominicana (1814)– y un importante manifiesto
(1820) en el que defiende el derecho a la participación política de
los habitantes de Santo Domingo. Comentando la importancia
ilustrada de este político e intelectual, Rafael Morla argumenta lo
siguiente:
El Manifiesto de su autoría, puesto a circular con motivo de
las elecciones parroquiales de 1820, es la expresión elocuente
de la presencia de las ideas ilustradas en las décadas finales
del Santo Domingo colonial. López de Medrano puede ser
C. E. Deive, Heterodoxia e inquisición en Santo Domingo (1492-1822), Santo
Domingo, 1982, p. 313.
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considerado como nuestro primer crítico social [cursivas añadidas], en el sentido de una acción consciente dirigida a llevar
luz y comprensión a la sociedad de su época.121
Movimiento emancipador de 1821
y crítica del colonialismo español
La Declaratoria de independencia del pueblo dominicano, firmada en
1821 por José Núñez de Cáceres y otras siete personalidades, constituye la primera iniciativa orgánica y el primer documento en el
que los dominicanos cuestionan política, jurídica y filosóficamente al colonialismo hispánico. La segunda crítica orgánica será la de
1863, a propósito de la Guerra de la Restauración, cuando el pueblo
dominicano recuperó la libertad que había perdido con la anexión
a España en 1861. En 1844 no se registró ningún tipo de objeción a
la Corona española, pues se luchaba a favor de la separación e
independencia respecto de Haití, circunstancia esta que llevó a
magnificar los componentes hispánicos de la cultura dominicana
para contraponerlos a los rasgos culturales de la sociedad haitiana.122 No debe sorprender ni que el sector proespañol fuera
el que más poder exhibiera durante los hechos posteriores a la
proclamación de la independencia de 1844, ni que el mismo se
decidiera por la anexión a España cuando se manifestó su debilidad intrínseca.
La denominada Independencia efímera constituyó el primer
esfuerzo de los dominicanos por la conquista de la libertad política: el momento inicial, nuestra primera experiencia emancipadora. Fue este el instante en que germinó en Santo Domingo
la idea de independencia; quizá no concebida claramente, pero
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 13.
Tal circunstancia es lo que ha llevado a Manuel Arturo Peña Batlle a sostener
la debatida tesis de que la independencia dominicana obedeció a un definido
sentimiento de cultura. De acuerdo a su criterio, los dominicanos no lucharon por
la independencia animados únicamente por un ideal político, sino que se vieron más bien obligados por necesidades apremiantes de conservación cultural:
trataban de defender sus propias formas de vida social. Ver M. A. Peña Batlle,
«Emiliano Tejera II», Ensayos históricos, Obras I, Santo Domingo, 1989, p. 190.
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independencia al fin: 123 «No más dependencia, no más humillación, no más sometimiento al capricho y veleidad del Gavinete
de Madrid». 124 Con su determinación, los liberales dominicanos
de 1821 coincidieron con los emancipadores de Suramérica y
México que se habían sublevado una década antes. Núñez de
Cáceres y sus compañeros de lucha condenaron el despotismo,
el monopolio comercial, el abandono y la decadencia padecidos
por siglos. Deploraron haber vivido esclavizados y dependientes en virtud de la fuerza del hábito, y se declararon libres y
emancipados.125
Como se ha podido demostrar, los impulsores del plan libertario
dominicano de inicios del siglo xix formaban parte del movimiento ilustrado hispanoamericano, no aspirando a otra meta que a la
consecución de la emancipación política respecto de la monarquía
española. No estaba dentro de sus planes conquistar la independencia mental, intelectual o cultural. Tal propósito surgirá con
posterioridad, en el proceso emancipador íntegro, global, que con
plena conciencia de causa iniciará en República Dominicana Pedro
Francisco Bonó.
Vistos estos momentos relevantes del discurso crítico durante la
etapa colonial, regresamos a Bonó. Se realizará ahora la que constituyó su primera tarea como intelectual joven: estudiar de manera
crítica la historia social dominicana desde sus inicios en el período
de la conquista española.
Bonó y su objeción al papel conquistador
y colonizador de España
Ya en su primer ensayo, Apuntes para los cuatro ministerios de la
República (1857), el autor se dispuso a informarnos de «algunas noticias históricas» con las que dio inicio al análisis crítico de algunos de
los momentos más significativos en la evolución de la vida colonial:
P. Henríquez Ureña, «Cartas a Federico», p. 540.
Manuel Cruz Méndez, «Declaratoria de independencia del pueblo dominicano»,
Historia Social Dominicana, 5ª. ed., Santo Domingo, 1999, p. 163.
125
Ibídem, p. 165.
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la rápida desaparición de los taínos, la importación y suerte corrida por los esclavos africanos, el abandono de que fue objeto la isla
por parte de muchos conquistadores que prefirieron pasar a tierra
firme, la prohibición de mercadear productos con comerciantes
extranjeros, las devastaciones de 1605-1606 y las luchas desatadas
por gobiernos europeos con el propósito de romper el monopolio
territorial y comercial de España en América. También ponderó
la ocupación francesa, la reconquista y la ocupación haitiana hasta
llegar al período de la lucha por la independencia. Es evidente que
en el joven Bonó alentaba ostensiblemente una inclinación por el
estudio de la historia dominicana.126
Ahora bien, ¿cómo entendió Bonó la ciencia histórica? Fue algo
que quiso dejar por sentado antes de comenzar a escrutar el pasado
colonial. Lo aclara de entrada:
[...] no la comprendemos como comúnmente se escribe, porque entonces ningún dato de los que necesitamos podríamos
recoger, y solo tendríamos relaciones de batallas, encuentros y
miserias de los pueblos, sazonadas con la historia particular de
uno o dos hombres.127
Resulta obvio, pues, que a Bonó le interesaba interpretar los
diversos procesos que determinan la historia colectiva concreta,
pero no en base a individualidades destacadas o datos inconexos,
sino sobre todo a partir de la participación de los sujetos sociales
que se enfrentan o encuentran día a día en sus luchas cotidianas.
Situándose teóricamente, esto es, fijando de entrada posición en
torno a cómo concibe el quehacer histórico, el autor se dispuso
a realizar un análisis lacónico de la conquista y colonización de
la isla, de la ocupación haitiana y de los primeros pasos de la vida
autónoma del país.
¿Por qué motivo inicia Bonó su ensayo con un enjuiciamiento
crítico de los antecedentes coloniales de la historia dominicana,
En la portada de un trabajo preparado por el AGN, se incluye la foto y el nombre
de Pedro Francisco Bonó…
127
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios», Papeles, p. 80.
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llevando, por decirlo así, el imperio español ante el tribunal de la
historia?
En primer término, por su condición de ilustrado, por conocer relativamente temprano cuál era su papel como patriota
e intelectual comprometido con la libertad y prosperidad de
su nación. Le preocupaba que el Estado-nación que él y otros
compañeros se empeñaban en construir sufriera por doquier
embarazos y limitaciones que le impedían obtener siquiera una
mínima organización institucional. Por eso llegó a la conclusión
de que para comprender el presente –desafiante y sombrío– que
tenía ante sí, debía efectuar un ajuste de cuentas histórico con
el conjunto de hechos escenificados por los españoles durante
tres siglos de acción colonial. La revisión crítica de ese pasado
remoto en el que se registró el triple encuentro y choque entre el pueblo español, el indígena y el africano constituía un
paso inevitable para el adecuado conocimiento de la sociedad
dominicana.
En segundo lugar, debe ponderarse la influencia del romanticismo en Bonó, movimiento que había tenido también decisiva influencia en Juan Pablo Duarte y los trinitarios, jóvenes que dirigieron el
proceso independentista de 1844.
En Latinoamérica el romanticismo vino a complementar y a radicalizar los simples logros políticos cosechados por la gesta emancipadora respecto de España: a la independencia alcanzada había
que agregar ahora cambios de tipo social, económico y cultural. Sin
tales transformaciones se seguiría viviendo en condición de colonia,
con la sola diferencia de que ahora se tendrían constituciones, himnos, escudos y banderas como simples figuras o símbolos formales.
En este sentido, puede afirmarse que el espíritu romántico insufló
aliento a pensadores como Bonó, que comenzaron a dotar de sentido y valor al suelo nativo y a sus pródigos recursos naturales, así
como a las creaciones materiales e inmateriales que eran el fruto
del esfuerzo de criollos, nativos y esclavos africanos. De este modo
se tributó una mirada apreciativa de lo local. Ahora bien, ahí en lo
local, en lo propio, en el ethos mismo de las nuevas naciones está
incrustada, de manera indisociable, España. ¿Podemos ser nosotros
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mismos sin ella? ¿Qué tradiciones, hábitos, creencias, etc., debemos
extirpar para dejar atrás definitivamente la condición colonial? ¿Y
cuáles de los elementos vitales de la cultura española o de cualquiera
de nuestras otras raíces culturales debemos continuar asumiendo a
fin de continuar siendo lo que somos?
Bonó no tardó en sumergirse en las fuentes de la historia para
intentar comprender nuestros orígenes. Con su severa mirada inquisitiva fue encontrando en la historia colonial algunas de las claves
que posteriormente le permitieron construir una visión peculiar del
entramado social y cultural dominicano.
El análisis realizado por Bonó arrojó suficientes luces sobre el
carácter del conquistador y colonizador español. Pudo advertir la
presencia de «huellas profundas» del régimen colonial en el seno de
la sociedad nacional de su época.
A relativa temprana edad, Bonó tomó conciencia de que habíamos quedado enmarcados dentro de las tradiciones, costumbres y
creencias españolas. Pero este despertar tan solo constituyó el inicio
de lo que posteriormente acaecería.
Bonó y Bello: canto a la tierra, autonomía mental
y evaluación del colono español
Pedro Francisco Bonó y Andrés Bello vivieron en épocas diferentes.128 Cuando Bello fallece, en 1865, Bonó tiene treinta y
siete años de edad. Fueron solo parcialmente contemporáneos. Sin
embargo, desde el punto de vista del tiempo político o de las circunstancias históricas y culturales en que ambos se desenvolvieron,
puede afirmarse que sus vidas guardan muchas coincidencias. Y se
explica: ambos pusieron al servicio de pueblos liberados de España
su capacidad literaria, jurídica e intelectual. Obviamente, hay que
tener en cuenta que la emancipación de América del Sur se completó
en 1824, mientras que la de República Dominicana ocurre en 1865.
Bonó pudo aprender mucho de Bello. Este ya había escrito todas
sus obras (excepto Código Civil de la República de Chile) cuando Bonó
Bello vive entre los años 1781 y 1865, y Bonó entre 1828 y 1906.
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escribió su primer libro en 1848. Y es que Bello se convirtió en el
decano de los emancipadores intelectuales latinoamericanos al proclamar, hacia 1823, la autonomía espiritual de los pueblos americanos
que dejaron de ser colonias españolas. Toda su capacidad literaria
estuvo dedicada a sembrar el ideal americanista. Así fue en sus dos
famosas silvas, Alocución a la poesía (1823) y Canto a la agricultura de
la zona tórrida (1826). En la primera reclama a la poesía inspirarse
en los temas inéditos que la nueva realidad engendra, mientras que
en la segunda canta exultante la exuberancia y las exquisiteces del
nuevo suelo:
¡Salve, fecunda zona, /que al sol enamorado circunscribes /
el vago curso, y cuanto ser se anima /en cada vario clima, /
acariciada de su luz, concibes!…
Tú das la caña hermosa /de do la miel se acendra, /por quien
desdeña el mundo los panales; /tú en urnas de coral cuajas la
almendra /que en la espumante jícara rebosa; /bulle carmín
viviente en nopales, /que afrenta fuera al múrice de Tiro / y
de tu añil la tinta generosa /émula es de la lumbre del zafiro…
Abrigo de los valles /a la sedienta caña; /la manzana y la pera
/en la fresca montaña /el cielo olviden de su madre España; /
adorne la ladera /el cafetal; ampare /a la tierna teobroma en la
ribera /la sombra maternal de su bucare; /aquí el vergel, allá la
huerta ría…/ ¿Es ciego error de ilusa fantasía?.
Y pues al fin te plugo, /árbitro de la suerte soberano, /que,
suelto el cuello de extranjero yugo, /erguiese al cielo el
hombre americano, /bendecida de ti se arraigue y medre su
libertad…saciados duermen ya de sangre ibera /las sombras de
Atahualpa y Moctezuma.
¡Oh jóvenes naciones, que /alzáis sobre el atónito occidente /
de tempranos laureles la cabeza! /honrad el campo, honrad la
simple vida del labrador, y frugal llaneza. /¡Así tendrán en vos
perpetuamente /la libertad morada, /y freno la ambición, y la
ley templo.129
A. Bello, Poemas y silvas, Caracas, 1986, pp. 47, 55-57.
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Bonó, parecido a Bello, pone la literatura al servicio de la valoración de lo local, si bien valiéndose en su caso de la novela y del
ensayo, pues no era poeta. Con su única novela se propone recrear
la vida pobre y rústica de un sector del campo dominicano, el de los
monteros; mientras que con el ensayo reflexiona, denuncia y eleva
cánticos en prosa sobre las exuberantes riquezas y hermosuras del
suelo nativo. Aun careciendo de capacidad para versificar, se aventuró a realizar una «arbitraria transcripción» de una estrofa de la
segunda silva de Bello:
Cuando en espiras vagorosas huya /solazará el fastidio al ocio
inerte… /Mientras el maíz jefe altanero /de la espigada tribu
hinche su grano /para el Cibao el banano /desmaya al peso de
su dulce carga.130
Tanto en Bonó como en Bello está presente la huella del romanticismo historicista: en ambos alienta la preocupación de acercarse a la
historia auxiliados de «la observación de la ciencia filosófica», a fin de
conocer la circunstancia vital de sus pueblos respectivos. La incidencia
romántica les lleva a poner en entredicho ciertas tradiciones heredadas y a mostrar gallardamente la nueva faz variopinta de los pueblos
emergentes en la región. En ello mostraron no solo inconformidad,
sino también cierta rebeldía, pues como indica Octavio Paz:
El romanticismo fue el gran cambio no solo en el dominio de
las letras y las artes sino en el de la imaginación, la sensibilidad,
el gusto, las ideas. Fue una moral, una erótica, una política, una
manera de vestirse y una manera de amar, una manera de vivir
y de morir. Hijo rebelde, el romanticismo hace la crítica de la
razón crítica y opone al tiempo de la historia sucesiva el tiempo
del origen antes de la historia […] El romanticismo es la gran
negación de la Modernidad […] Pero una negación moderna:
quiero decir una negación dentro de la Modernidad. Solo la
Edad Crítica podía engendrar una negación de tal modo total.131
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 101-102.
O. Paz, La otra voz. Poesía y fin de siglo, Barcelona, 1990, p. 35.
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Por supuesto, no vamos a encontrar en nuestros intelectuales
una filiación romántica total o exclusiva. Ella solamente incidirá en
la crítica a las tradiciones anteriores y en el afincado interés por dar
cauce al nuevo pensar y sentir de naciones que aún tenían pendiente
la definición de su propio carácter.
Como hemos indicado, Bonó era poco inclinado a las citas o
menciones de autores. Sin embargo, hizo una rara excepción con
Andrés Bello, a quien refiere en varias ocasiones. A él y al ecuatoriano Joaquín Olmedo incluso los elogió y presentó como nuevos
paradigmas para la juventud de Hispanoamérica:
[…] si los siglos de Pericles, de Augusto y Luis XIV han sido
los más hermosos de la humanidad, Olmedo y Bello son tan
preciosas muestras del genio hispanoamericano, que la posteridad por solo ellos pondrá muy alto al Ecuador y Venezuela;
por tanto, poetas, perdonad y seguid, que quizás uno solo de
vosotros baste también, para presentar con decencia y con
grandeza a las generaciones futuras nuestra ignota y hasta
ahora desdichada Nación.132
Bonó desarrolló una íntima identificación con la tierra que lo
vio nacer, «único lugar donde uno es algo». En sus escritos realiza
descripciones excelsas de las condiciones óptimas del lar nativo: sus
ríos, flora y fauna. A guisa de ejemplos tenemos la exaltación de
Samaná,133 la vívida presentación del río de Maguaca134 y la valoración
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, pp. 292-293.
Luego de declarar que todo visitante se queda absorto y contemplativo ante
tantas especies y colores de aves, refiere lo excepcional de su flora: «cedros
seculares, caobas majestuosas y otros robustos árboles entretejen sus ramas prestando fresca sombra, mientras el parásito y alimenticio ñame abarca sus troncos
con delgado bejuco de fibras delicadas». P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro
ministerios», Papeles, pp. 97-100.
134
«El río, con sus cristalinas aguas arrastrando menuda arena; con sus riberas enredadas por bejucos de tabaco de flores acampanilladas de todos matices, es un
tipo de río quisqueyano. Por medio de sus enredaderas floridas, cruza el camino,
ancho, solitario, cubierto de mullida grama, que verde y abundosa sirve sabroso
pasto a los caballos. Todo en él […], convida a los viajeros al descanso, en medio
de una naturaleza bella y apacible, que solo engendra ideas pacíficas y gratas». P.
F. Bonó, «Un proyecto», Papeles, pp. 170-171.
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de las condiciones excepcionales del suelo de la común de San
Francisco de Macorís.135
Gracias a sus conocimientos geográficos, el autor está en aptitud
de afirmar:
La República Dominicana con todos los elementos naturales
que posee es sin duda el punto más a propósito para crear una
República activa, influyente y dominadora […] En todo el circuito del litoral, desde el río Pedernales hasta el río Dajabón
pueden contarse como veinte y cinco puertos, surgideros y
bahías, propios algunos para abrigar las mayores escuadras del
mundo. En medio de tanta profusión descuella Samaná, bahía
segura, defendida y tan grande, que el geógrafo D´Anville le
ha dado el título de Golfo; tan cómoda, que encierra varios
puertos en sus flancos apacibles para mayor seguridad del
anclaje.136
Fueron estas condiciones objetivas del país las que afianzaron su
tarea a favor de la emancipación intelectual dominicana, pues para
emprender tamaña misión no bastan las condiciones subjetivas o
sentimentales que el patriotismo inspira.
Bonó y Bello de cara al colonizador español
Ni Bonó ni Bello devinieron críticos a ultranza del legado de
España al Nuevo Mundo. Postularon, eso sí, la necesidad imperiosa
de acudir a todos los medios posibles para lograr la autonomía espiritual y la originalidad en la esfera intelectual y artística.
Bonó captó un punto de inflexión en el trato dispensado por los
españoles a los nativos del Nuevo Mundo: vio cómo el colonizador
adoptó una actitud diferente a partir de la desaparición de los taínos
Dice refiriéndose a San Francisco de Macorís: «Esta común enclavada en el
renombrado valle Vega Rea […] La caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien
desdeña el mundo los panales, tiene aquí su domicilio más arraigado. Un labrador
[…] me mandó de muestra una caña que tenía nueve varas de largo […]». Ver P.
F. Bonó, «Cuestiones sociales y agrícolas», Papeles, pp. 258-261.
136
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios de la República», Papeles, p. 97.
135
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de La Española, pues como se expresó anteriormente, una vez dejada atrás la funesta práctica de la esclavitud personal, los españoles
prodigaron un trato benevolente y «dulce» a los esclavos (negros
en esta segunda fase). Esta consideración es expresada por Bonó en
1881, pero veinte y cuatro años atrás había asumido una postura no
del todo semejante, como puede apreciarse en los siguientes planteamientos de 1857:
Los indios repartidos fueron esclavos; y no acostumbrados a
las fatigas de este estado, perecieron. Quiérese llenar los vacíos que dejaban con africanos que siguieron la misma suerte
que los reemplazados, no en la muerte, pues por naturaleza
resistían más a los trabajos y afanes con que los cargaban; pero
sí en condición, pues fueron esclavos. Todos estos esfuerzos
fueron infructuosos, por no ser más que una injusticia corregida con otra injusticia. Pero mientras tanto se pobló la Isla
con las dos razas; la europea como libre y señora, y la africana
como esclava.137
Según este texto, los africanos experimentaron igual suerte que
los indígenas, si bien ostentaban condiciones físicas capaces de soportar las labores impuestas. Sin embargo, con el discurrir de los
años, el padre de la sociología dominicana arribó a la conclusión
de que los esclavos resultaron favorecidos por la bondad y ternura
hispánicas, las cuales facilitaron la mezcla racial, nivelaron las condiciones de vida y evitaron el odio y la violencia que se observaron
en la parte francesa o Saint-Domingue. Es evidente, por tanto, que
para Bonó los dominicanos no heredaron únicamente taras o vicios
de España, sino también virtudes.
Pedro L. San Miguel considera, empero, que el argumento
de Bonó está basado en una idealización de la esclavitud y de las
relaciones raciales en el país, ya que puede afirmarse que mientras
se mantuvo el predominio de la economía de plantación durante el
siglo xvi, las relaciones entre amos y esclavos no se diferenciaron
P. F. Bonó, «Apuntes para los cuatro ministerios de la República», Papeles, pp. 82-83.
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–en lo fundamental– de lo que se observaría posteriormente en otras
áreas de América.138
A lo sumo, podría hablarse de una «flexibilización de la esclavitud» como resultado de la decadencia de la industria azucarera,
opina San Miguel, quien además expone, refiriéndose a la tesis de
Bonó, lo siguiente:
Las fugas y sublevaciones de esclavos, por ejemplo, habría que
verlas como momentos de esa «guerra social» que, de acuerdo
a él, era imposible en Santo Domingo. Las diferencias apuntadas por Bonó serían un resultado, más bien, de los divergentes
ritmos con que se desarrollaron las economías de Haití y Santo
Domingo, y no de la «superioridad moral» del colonialismo
español, como él propone. Que la sociedad dominicana adquiriese una mayor porosidad racial que Haití, reflejada en una
población más amulatada, fue resultado fundamentalmente
de las fuerzas económicas y demográficas que moldearon, en
general, las sociedades caribeñas.139
Si se pondera la posición de Bonó de cara al mundo colonial hispánico, se verá que dista de las que esgrimieron Sarmiento, Eugenio
María de Hostos o Alejandro Angulo Guridi, y que se aproxima a
la sostenida por Andrés Bello. Bonó y Bello criticaron el régimen
colonial español, pero no de forma radical, sino moderada.140 En el
caso de Bonó, entre otras razones, porque siempre tuvo la tendencia
Pedro L. San Miguel, La isla imaginada. Historia, identidad y utopía en La Española,
Santo Domingo, 2007, pp. 78-79.
139
Pedro L. San Miguel, La isla imaginada, p. 79.
140
Bonó no se limitó a señalar exclusivamente las taras o vicios heredados de
España, como ya se tuvo ocasión de apreciar, sino que habló también de las cualidades positivas que embellecían al genio español, según lo demuestra el siguiente
párrafo: «Y este es el cuadro compendiado de lo que la tradición dominicana
viene celebrando hasta hoy como el buen tiempo viejo, capaz él solo por cierto […]
de hacernos amar el desventurado presente que nos agobia, pero el cual también
pone de relieve las buenas prendas que adornan y son el fondo del carácter nacional español, que es la sola causa atenuante que puede justificar en la historia
el poco provecho que la causa de la civilización retiró durante tres siglos de su
grande imperio colonial». P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras»,
Papeles, pp. 218-219.
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a la medianía, esto es, a evitar los polos extremos, como postulara
Aristóteles. Algo que es constatado por el propio San Miguel: «En
términos de política racial, Bonó era partícipe de lo que podríamos
llamar “mulatismo”. Este mulatismo ideológico es típico de su pensamiento, que condena los extremos».141
Bello también fue moderado al enjuiciar a España: rechazó sus
vicios, pero le reconoció méritos. Con España, considera,
debemos ser justos: no era aquélla una tiranía feroz.
Encadenaba las artes, cortaba los vuelos al pensamiento, cegaba hasta los veneros de la fertilidad agrícola; pero su política era de trabas y privaciones, no de suplicios ni sangre. Las
leyes penales eran administradas flojamente. El despotismo
de los emperadores de Roma fue el tipo del gobierno español
en América.142
Muy parecida a la de Bello es la visión de Pedro Henríquez
Ureña. Asumiendo como marco el comportamiento exhibido por
los españoles en Santo Domingo, señala que
la gradual nivelación de la riqueza, unida al fondo democrático
del espíritu español, fue borrando las grandes diferencias. En
cuestión de raza, no hay los fuertes prejuicios que reforzó en
Cuba la persistente importación de esclavos en el siglo xix:
el prejuicio es, si pudiéramos decir, estético. [...] los esclavos,
con el escaso desarrollo de la agricultura, eran más que nada,
sirvientes domésticos.143
Muy lejos de toda moderación en el enjuiciamiento a España se
encuentra la postura esgrimida por Domingo Faustino Sarmiento,
para quien el pasado hispánico tendría que ser borrado definitivamente de la mente latinoamericana. El argentino abrazó un proyecto
P. L. San Miguel, La isla imaginada, p. 80.
A. Bello, El pensamiento de América, México, 1943, p. 68.
143
P. Henríquez Ureña, «La antigua sociedad patriarcal de las Antillas», p. 505.
141
142
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civilizador que pretendía desterrar la barbarie144 en todos los órdenes
de la vida mediante el instrumento idóneo de la educación. Para
Sarmiento todo vestigio de cultura española encerraba atraso: «¡No
riáis, pueblos hispanoamericanos, al ver tanta degradación! –exclamaba– ¡Mirad que sois españoles y la inquisición educó a España!
¡Esta enfermedad la traemos en la sangre!».145
Eugenio María de Hostos, que se formó académicamente en
España y que consagró buena parte de su vida a la búsqueda de la
emancipación política de Puerto Rico, fue un impugnador implacable de la metrópoli. De hecho, tuvo en común con Sarmiento la admiración del modelo de vida estadounidense y el uso de los términos
contrapuestos de «barbarie» y «civilización».
Inquisición, contrarreforma, escolasticismo, absolutismo y
dogmatismo fueron componentes básicos de la cultura hispánica
que refutó con vehemencia, por considerar que envilecieron la conciencia y profundizaron el estado de barbarie dentro de la sociedad
hispanoamericana. Afirmó convencido: «España no ha producido,
ha abortado sociedades».146
De su lado, Alejandro Angulo Guridi, pensador criollo, leal amigo
de Hostos y defensor del centralismo, se pronunció contra todo lo que
simbolizaba el hispanismo, al que declaró su enemistad en 1864:
No soy, es verdad, ni puedo ser amigo de los españoles como
gobernantes aquí en América, porque su sistema colonial es
impolítico, injusto y anti-económico: porque por más buena
fe con que los sirvamos nosotros los criollos, siempre nos tratan con recelo, nunca creen en nuestra sinceridad: porque el
hecho de nacer nosotros en América es bastante para que todo
español nos mire con desdén, juzgándonos inferiores a ellos
en condición social, aun cuando nuestros padres y madres
sean peninsulares: en fin, porque cuando ocupan un puesto de
Para Sarmiento la barbarie la representaban en Argentina los españoles, los indígenas y los mestizos. Y quienes mejor expresaban la civilización eran los Estados
Unidos.
145
D. F. Sarmiento citado en L. Zea, El pensamiento, p. 94.
146
E. M. de Hostos, «La América Latina», en M. Pimentel, Identidad, multiculturalismo y capitalismo, p. 133.
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autoridad cualquiera en el orden civil, militar o eclesiástico,
su estilo, su tono, su lenguaje y sus maneras toman tal aire de
aspereza […] que se hacen de todo modo insoportables […]147
Como se ha tenido oportunidad de apreciar, no fue Bonó el
único que en el país llegó a impugnar determinados rasgos del genio
español, pero sí fue el pionero de esa función crítica, que desarrolló
de manera equilibrada, sin caer en posturas antihispánicas radicales.
La América hispánica y la América
anglosajona vistas por Bonó
Colonias españolas no aptas para la vida republicana
El análisis de la estructura colonial implantada por España en
América llevó a Bonó a realizar un estudio comparativo entre esta
y el paradigma colonial anglosajón. Comprobó así cómo las instituciones de la democracia moderna fructificaban con facilidad en el
norte, mientras que el ensayo de las mismas en el sur desembocaba
en estrepitosos fracasos. Y no por falta de deseos, pues al decir de
Bonó:
Como regla general la América ha demostrado que quiere ser
República, pero en muy pocos de los Virreinatos y Capitanías
generales coloniales españolas los acontecimientos han demostrado que la República pudiese encontrar el apoyo necesario de la virtud política, único fundamento de la libertad
e igualdad políticas. Desde el primer día en que sus grandes
hombres, como Bolívar, San Martín, Guerrero y otros de los
animados con el hecho de la Independencia de las colonias
inglesas y exaltados con las grandes verdades resucitadas por
la revolución francesa y aprovechándose de los embarazos que
esa revolución creaba a los tronos y a la teocracia en Europa
147
A. Angulo Guridi, «Examen crítico de la anexión de Santo Domingo a España»,
Obras escogidas 2, Santo Domingo, AGN, 2006, p. 229.
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proclamaron la independencia de las antiguas colonias españolas, se ha venido demostrando que estas colonias estaban privadas
de los elementos necesarios para fundar a la República [cursivas
añadidas] de una manera digna de la humanidad.148
Bonó se refiere a virreinatos, a capitanías generales. Y en este orden guarda pertinencia el planteamiento de Octavio Paz en torno a
que Nueva España (México) y Perú constituyeron virreinatos, reinos
súbditos de la Corona de Castilla como los otros reinos españoles; en
cambio, los establecimientos ingleses de Nueva Inglaterra y de otros
Estados fueron colonias en la acepción clásica del término, es decir,
comunidades instaladas en un territorio extraño y que conservaron
sus lazos culturales, religiosos y políticos con la madre patria.149
De acuerdo a Bonó, lo que hacía falta en Hispanoamérica para
la instauración del modelo republicano de gobierno eran elementos
de exclusiva naturaleza política e ideológica (virtud política, espíritu
público), y no de carácter socioeconómico (formas y relaciones productivas compaginadas con la modernidad, clases sociales correspondientes, etc.). Pensaba que no era posible compensar adecuadamente
tal deficiencia en los pueblos hispanoamericanos, pues se carecía de
los elementos culturales (tradiciones, hábitos, creencias) requeridos
para ello. De ahí que Bonó sostuviera lo siguiente:
Los dominicanos hoy día bajo el pie de igualdad civil y política
que ya cuenta más de sesenta años no debieran ver en su raza más
que un solo conato, el de la autonomía de la República, pero por
desgracia las tradiciones no permiten que todas las aspiraciones se
dirijan unísonas y permanentemente hacia ese fin.150
Iniciador del movimiento intelectual que enjuicia la permanencia de los patrones culturales españoles en la evolución anómala de
nuestra vida de nación independiente, llegó casi siempre al mismo
punto: el ethos colonial sigue, como fantasma invisible, dirigiendo
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 232.
O. Paz, Tiempo, p. 144.
150
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 238.
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nuestros actos. Permanecemos, entonces, alienados por España, la
culpable de muchos de nuestros males. Solo cuando logremos extirpar de nuestro ser las taras que nos ha transmitido, daremos el paso
anhelado hacia una vida totalmente independiente. Libre no solo en
sentido político, sino también en el orden intelectual, algo todavía
pendiente de conquistar.
Como pionero de la emancipación mental, Bonó advirtió la presencia de España luego de veinte años de independencia dominicana.
Tanto desorden y atraso remitían a un pasado insano que obstruía el
advenimiento del nuevo orden moderno. Según Bonó, las situaciones problemáticas que vivió la República Dominicana de su época…
Salen de un mismo plan, están eslabonadas con la historia
general de América en su sucesivo aspecto de colonias y naciones
[cursivas añadidas] y por tanto se necesita leer y releer todo
lo que de más selecto han escrito los grandes pensadores que
la han estudiado. Y luego de asimilar y cotejar los grandes
rasgos de esta historia americana, estudiar las especiales de la
República Dominicana y Haitiana ya como colonias, ya como
naciones, cuando unidas, cuando separadas […]151
Durante su vida, Bonó observó y reexaminó una y otra vez las
actitudes o comportamientos cotidianos de los dominicanos que ostentaban posiciones rectoras en el país –en una «Nación republicana,
mulata, blanca y negra»–. Su conclusión fue que el tipo de comportamiento político que exhibían no era algo ocasional, sino que se encaminaba a prolongarse indefinidamente en el tiempo, perpetuando
de esta manera «la vieja cadena sin fin que tiene aprisionadas a todas
las naciones que fueron colonias españolas con esclavos».152
En Norteamérica fructifican instituciones democráticas
La historia de las Trece Colonias levantadas contra Inglaterra y decididas a fundar la República democrática como modalidad de gobierno
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas», Papeles, p. 209.
Ibídem, p. 214.
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sigue otra dinámica. Bonó elogia la existencia en Norteamérica de
«capas sociales» conscientes de sus derechos y deberes de ciudadanía;
resalta la existencia de líderes talentosos, de buenos hábitos imbuidos
de la que para él constituía «una sana filosofía». Gracias a estas y otras
circunstancias excepcionales, lograron crear la gran república moderna. Fue un entorno sociocultural que conoció directamente cuando
vivió en Filadelfia y viajó por otros Estados. Su conocimiento es de
primera mano, a juzgar por los señalamientos siguientes:
Los anglosajones envejecidos en el ejercicio de la libertad,
tanto en la Madre Patria como en los Estados coloniales,
acostumbrados, adiestrados, moldeados por la libertad política
[…] porque la libertad acompaña siempre al inglés, proclamaron su Independencia sin otro obstáculo serio que el de la
obstinada insistencia de un Ministerio en quererlos avasallar.
Mas luego al constituirse en Nación soberana encontraron
todas sus capas sociales con la conciencia profunda de los derechos y obligaciones que da la ciudadanía con el hábito de
la libertad ejercida por muchas generaciones y más que todo
por directores a hombres de buenas costumbres, religiosos, de
gran talento, de genio, desinteresados y saturados de una sana
filosofía y conocedores de la historia antigua y de su tiempo
[…] Los nombres de Washington, Franklin, Adams, Jefferson
y otros más de esa pléyade de héroes, sabios, pensadores, políticos y legisladores han pasado a la posteridad simbolizando
la creación y desenvolvimiento de la gran República moderna.
Al fundarla todo se respetó, hasta la pretensión de los dueños
de hombres sobre la propiedad exclusiva de esos hombres.153
Este conjunto de factores subjetivos y objetivos permitió al Norte
la implantación de un sistema político que tanto la historia como
la filosofía aconsejaban. Ningún tipo de obstáculo pudo impedir su
implementación.154
P. F. Bonó, «Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 244.
«[…] los Estados Unidos se fundaron sobre una tierra sin pasado. La memoria
histórica de los norteamericanos no es americana sino europea. De ahí que una
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Ni siquiera la esclavitud, institución refractaria a las libertades y
derechos enarbolados por el liberalismo, se erigió en barrera infranqueable para el logro de sus propósitos. Es que estos hombres estaban
decididos a realizar todos sus ensayos siguiendo las indicaciones del
libreto británico: los negros e indígenas vendrían a ocupar el lugar de
los antiguos bárbaros; los primeros serían destinados a la esclavitud, y
los segundos, al exterminio o al confinamiento en reservas. Y ni siquiera
contaron con un Montesino o padre Las Casas que defendiera su condición de seres humanos. ¡Se debió esperar allí dos siglos para que de
la misma raza negra surgiera Martin Luther King, líder que alzó la voz
en el desierto de aquella extensa región y reivindicó la dignidad de los
afroamericanos! Y todo porque, afincados en su religión protestante y
en su filosofía liberal-utilitarista, los hijos de las Trece Colonias tenían
la convicción de que no solo eran dueños de sus capitales, sino que detentaban además la «propiedad exclusiva de esos hombres» que eran
oriundos del África, como atinadamente sostiene Bonó.
Por supuesto, jamás iban a consentir mezclarse con seres colocados por «debajo» de la que juzgaban era la escala propia de los seres
humanos. No fue otra la razón por la que en Norteamérica no se produjo el abigarramiento étnico-cultural que se registró en la América
luso-hispánica, en cuyos hornos se fundieron diversos troncos humanos, dando lugar a sociedades diferentes a todas sus antecesoras.
Precisamente en una de esas sociedades está Bonó, quien se empeñó
en construir una episteme, una especie de teoría que pudiera dar cuenta
de sus procesos vitales y de su adecuada configuración. De algo está
consciente: la dominicana es un nuevo tipo de sociedad de carácter
eminentemente mestizo (síntesis de lo español y lo africano) que resulta ser muy diferente de la sociedad española, cuya conformación
étnico-cultural debe mucho también a un proceso de mestizaje, si bien
en base a un entronque de etnias y culturas distintas.
Bonó es –sin quizá– el intelectual que más cayó en la cuenta de
que, como afirma José Luis Sáez:
de las direcciones más poderosas y persistentes de la literatura norteamericana,
de Whitman a William Carlos Williams y de Melville a Faulkner, haya sido la
búsqueda (o la invención) de raíces americanas. Voluntad de encarnación, obsesión por arraigar en la tierra americana: a este impulso le debemos algunas de las
obras centrales de la época moderna». O. Paz, Tiempo, p. 146.
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La presencia anacrónica de España en Santo Domingo en
1861, tenía que chocar con una cultura mestiza cada vez más
sólida, y acentuar definitivamente el sentimiento de la nacionalidad, que produjo un movimiento popular como la Guerra
de la Restauración, autosustentado además por un nuevo rubro económico: la industria del tabaco en el Cibao o región
Norte.155
Pero no era suficiente tal sentimiento de nacionalidad. A Bonó
le preocupaba sensiblemente la cuestión de por qué en República
Dominicana no prendían las instituciones políticas prohijadas por la
Modernidad, problema de difícil resolución y del que dependía que
se pudiera instaurar el Estado-nación anhelado por él.
Dominicana: entre la república y la monarquía
Luego de ponderar suficientemente la realidad social del país,
Bonó llegó a una postura digna de atención: en carta a su amigo
Gregorio Luperón señaló que los esfuerzos llevados a cabo en su
doble condición de político y de pensador se estrellaban y neutralizaban en medio de las pugnas entre dos principios debatidos y
enfrentados irreconciliablemente en su época: el de la Monarquía y
el de la República. De acuerdo al intelectual, la Monarquía tenía en
el papado su cabeza principal, mientras que la República tenía por
campeón a los Estados Unidos.
Según él, los dominicanos se habían lanzado al escenario de una
lucha de carácter mundial intentando vencer las tradiciones y hábitos
propios del régimen monárquico, firmemente arraigados en el alma
nacional;156 pero también se veían obligados a montar guardia frente
J. L. Sáez, Breve introducción a la cultura dominicana, Santo Domingo, 2006, pp. 36-37.
Al asociar el régimen republicano al ámbito norteamericano y el monárquico
a España (alimentado por el gobierno unipersonal del catolicismo), Bonó se
acerca a las reflexiones de Montesquieu: «La religión católica conviene más a una
Monarquía, y la protestante, a una República. Cuando una religión nace y se forma
en un Estado, sigue normalmente el plan del Gobierno donde está establecida, pues los hombres que la reciben y los que la hacen recibir no tienen otras
ideas sobre administración que las del Estado en que han nacido». Ver barón de
Montesquieu, Del espíritu, Madrid, 1998, p. 303.
155
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a Estados Unidos, país que no los visualizaba como sus aliados –antes bien, como sus enemigos–, debido a la ignorancia y a su carácter
corrupto: «El arma más terrible de que se valen ambos enemigos
contra nosotros es dicha corrupción e ignorancia».157
Conforme lo visto anteriormente, en Bonó latía la preocupación
en cuanto a si la sociedad dominicana estaba o no en condiciones de
dar el salto a la vida moderna, esto es, si podía adoptar el modelo
gubernativo que más aconsejaban las circunstancias del momento.
Según su óptica, ello estaría supeditado a la superación de los resabios que la vida colonial le había dado como herencia. ¿Con qué
medios podíamos superarlos? La clave estaba en el conocimiento.
Intento de reforma de instrucción pública y emancipación
En el contexto de una pregunta, Bonó capta una de las situaciones paradójicas del pueblo dominicano: ¡tanta valentía en un pueblo
tan niño! Así lo expresa:
¿No da lástima, señores, ver a este pueblo inocente, tan valiente pero
al mismo tiempo tan niño, que su vida es temblar diariamente por su
autonomía [cursivas añadidas], porque no se ve salida por sí propio
al ancho y seguro camino que recorren los pueblos autónomos,
servidos por sus propios organismos, en pos de ideales asequibles
por su propio esfuerzo? Esta autonomía tan caramente comprada ¿no podrá darle de sí todo lo que ha dado y dará al resto del
mundo? ¿Acaso le están cerradas las puertas de la dicha ya como
colonia, ya como nación libre? Eso no es posible, no entrará en
los designios de la sabia Providencia condenar a un pueblo que
arrastró la cadena del esclavo por tres siglos, a una miseria y esclavitud peores que la que conllevó tan largo tiempo. Causas ocultas
hay que debemos investigar, escudriñar y resolver, y yo creo, que
si los hombres pensadores independientes, discutieran los actos
gubernamentales […] la administración no cometería las graves
157
Carta de P. F. Bonó al general G. Luperón fechada el 12 de marzo de 1882, en P.
F. Bonó, Papeles, p. 462.
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faltas que le vemos cometer, ni el pueblo tantas insensateces como
en las que lo engolfan los que lo explotan.158
A tal pueblo había que procurarle los medios para su crecimiento
intelectual y moral. Ignorante y carente de fe en sí mismo, ¿bastaba con
la instrucción pública para superar sus deficiencias? Eso creyó Bonó,
tal como lo consigna en carta de 1867 al cónsul dominicano en Nueva
York: «[…] para el porvenir que sin ello será siempre intranquilo, trato
de fundar y promover la educación pública con todas mis fuerzas».159
Bonó tenía la firme opinión de que erradicando del país la «lepra
temible de la ignorancia» se lograría alejar para siempre las convulsiones terribles que agitaban en todo momento a la joven nación.
Por eso se empeñó en la promoción educativa de los dominicanos,
porque consideraba que solo a través de la misma sería posible lo que
tanto anhelaba: la ilustración y el progreso del país.160 Únicamente
con la educación se haría posible conseguir la estabilidad necesaria y
las metas ulteriores concernientes a la organización general del país.
Al pensar en la erradicación de dicha ignorancia, en la mente de
Bonó está presente el conjunto de taras derivadas del pasado insano
que España nos dio como heredad. Merced al plan educativo que se
implementaría, dichas rémoras quedarían eventualmente superadas.
Como afirma Leopoldo Zea:
Los hábitos, las costumbres, el largo coloniaje impuesto sobre la
mentalidad de los hombres que formaban estos pueblos, tenían
que ser borrados. ¿Por qué vía? Por la educación. Había que reformar, que reeducar a los latinoamericanos para adaptarlos a la
libertad, el progreso y la civilización […] Para escapar al pasado,
para vencer el colonialismo impuesto por el pasado, los pensadores
latinoamericanos se inspiraron en […] La ideología, el eclecticismo,
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 388.
Carta inserta en P. F. Bonó, Papeles, p. 253.
160
«No basta escribir y narrar lo que tanto se ha dicho y repetido, de que la ilustración es la palanca del progreso, que la instrucción se necesita, que faltan escuelas,
que falta la educación de familias, capitales. ¿Quién ignora eso? ¿Quién puede
desconocer verdades de tanto bulto, tan probadas y definidas?». Ver P. F. Bonó,
«Apuntes sobre las clases trabajadoras», Papeles, p. 191.
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el Romanticismo, el Liberalismo y el Tradicionalismo, que se
conjugaron en el pensamiento de los Sarmiento, Alberdi, Bilbao,
Lastarria, Mora, Montalvo, Luz y Caballero, etcétera, etcétera.161
Como puede inferirse, la inquietud de Bonó formaba parte de un
movimiento más amplio desplegado por toda la región. La prioridad
era lo educativo, condición sine qua non para el cambio de mentalidad
anhelado. En tal sentido, en el país debía llevarse a cabo una cruzada por
la educación, pues en dicha área casi todo estaba por hacerse. Esto es lo
que «trato de fundar y promover con todas mis fuerzas», plantea Bonó.
Queda por ver la cuestión concerniente a si en 1867 Bonó estaba
colocado a la altura de las exigencias que implicaba el programa reformador de la educación dominicana, objetivo por el que diligenció
la contratación del Dr. Ramón E. Betances, puertorriqueño que, al
igual que Hostos, luchaba por lograr la independencia de su pueblo.
Tal gestión indica que Bonó pensaba seriamente en el asunto, mas
dicha temática será abordada en un momento oportuno.
Bonó comparte rasgos con emancipadores
mentales hispanoamericanos
Rasgos básicos de los emancipadores mentales
Un breve ejercicio para trazar el perfil del emancipador intelectual latinoamericano resaltaría los rasgos distintivos siguientes:
a.Participación como orientador teórico-ideológico en el
proceso de conformación de las nuevas naciones durante la
post-independencia
b. Desempeño de funciones públicas de alta jerarquía (presidentes,
ministros, senadores o diputados)
L. Zea, «Prólogo», Precursores del pensamiento latinoamericano contemporáneo,
México, 1979, p. 9.
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c.
d.
e.
f.
Estudio y ejercicio del derecho
Vocación magisterial o periodística
Rol de pensador o intelectual crítico
Influencias de la Ilustración liberal, el romanticismo y el
positivismo
g. Crítica consistente del pasado colonial expresada en libros o
ensayos
h. Tendencia a sobrevalorar la cultura anglosajona
i. Afán de búsqueda de la identidad
j. Víctima de persecución, prisión o exilio político
k. Contribución al conocimiento histórico de cada país
l. Identificación con el credo progresista
m. Militancia masónica
De las características antes mencionadas,162 Bonó participa de
todas, salvo en lo que sigue:
1. No ejerció de maestro, aunque desempeñó funciones gerenciales
en el ministerio educativo.
En su esbozo en torno a la evolución de la cultura en la América española,
P. Henríquez Ureña dedica varias páginas a dar cuenta de los aprestos realizados en procura de la independencia intelectual de los diversos pueblos de
la región. Pueden destacarse:
– Jóvenes literatos, arrastrados por la corriente romántica, se proponen expresar y
profundizar el llamado de Andrés Bello por la independencia intelectual en cada
uno de sus países.
– El interés de un grupo de pensadores (literatos y políticos) por explorar metódicamente sus propias tierras, otorgando especial atención al paisaje y las
costumbres del campo y de la ciudad.
– Dichos intelectuales recurren al cuadro de costumbre a través de artículos o de
ensayos breves.
– Aparecen pensadores de amplia visión filosófica interesados en dar explicación
de los intrincados hechos que presenciaban y en los que ellos mismos tomaban
parte. Se redactan importantes esbozos de historiografía en diversos países.
– Los literatos acogen en sus producciones la discusión de los problemas sociales
que afectan a sus colectividades.
Ver P. Henríquez Ureña, «Historia de la cultura», pp. 329-332. Debe resaltarse
aquí el hecho de que Bonó escribe en 1848 una novela de costumbres, El montero, la cual fue publicada en París hacia 1856. A pesar de ello, Henríquez Ureña
refiere que en la región solo se escribieron artículos y ensayos breves durante el
lapso de 1825-1860 (pp. 317-332).
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2. La doctrina positivista ejerció sobre él determinado influyo –por
ejemplo, en cierta visión organicista de la sociedad163–, pero esta
no caló en la forma que lo hicieron la Ilustración liberal y el
romanticismo. En tal sentido, el relevante aporte que haría la
doctrina positivista al quehacer pedagógico en Latinoamérica
(aporte a todas luces moderno, y que en muchos emancipadores
y países tuvo notable impacto) no registró influjo sobresaliente
en Bonó. De esto se derivarán consecuencias importantes para
esta tercera y última parte de nuestro trabajo.
3. En lo referente a la sobreestimación de la cultura inglesa y
estadounidense, no fue un defensor a ciegas de la misma, pues
abogó por la búsqueda de la originalidad dominicana y reprochó
el afán plagiario o imitativo respecto de todo cuanto provenía de
Europa y Estados Unidos. En estas posturas guarda sorprendentes similitudes con el cubano José Martí, en tanto que se aleja de
Sarmiento y Hostos.
4. La posición de Bonó con relación al dogma que favorecía el
progreso a todo trance experimentó un importante sesgo, lo cual
marcó una enorme distancia respecto de los emancipadores mentales de la región, muy especialmente los argentinos Sarmiento y
Alberdi. Para comprender tal distanciamiento habría de tenerse
en cuenta que el emancipador cultural dominicano evaluó críticamente teorías como el liberalismo económico y el positivismo, las cuales sirvieron de plataforma al despliegue exitoso del
industrialismo anclado en el capital monopolista, librecambista
y proteccionista. Sus objeciones al respecto lo llevaron a diferenciarse parcialmente del grupo de los emancipadores intelectuales
latinoamericanos.
Los siguientes planteamientos de Bonó remiten a una perspectiva de la sociedad
de corte organicista: «Haremos como hacen los hombres de ciencia; por ejemplo
los botánicos: principiaremos por la organografía, anatomía y fisiología de la
sociedad que debemos estudiar, y después pasaremos a su física y química […] El
cuerpo social no es materia como el vegetal, pero en realidad tiene raíces, ramas,
troncos y frutos tan visibles para el sociólogo y hombre de Estado, como para
todo el mundo; los troncos, frutos y raíces del árbol que se tiene a la vista». Ver
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 357.
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Condiciones que favorecen a Bonó como pionero
de la emancipación mental dominicana
En la República Dominicana no existe ningún intelectual político del siglo xix que cumpla, como Bonó, con la mayor parte de
los rasgos correspondientes a los emancipadores intelectuales de la
región citados con anterioridad.
Por cierto, República Dominicana albergó durante la centuria a
intelectuales de valía por cuya participación política cosechó variados
frutos. Y a la inversa: el país tuvo una serie de políticos que hicieron
importantes contribuciones dentro de la esfera intelectual. Juan Pablo
Duarte y Ulises Francisco Espaillat son muestras palmarias de ello. El
primero ostenta el título de Padre de la Patria, y el segundo, de prócer.
Sus obras políticas son conocidas, lo mismo que sus aportes de índole
intelectual; empero, ninguno se destaca como pionero de la independencia cultural del país respecto de España. Por supuesto, Duarte no
luchó por la independencia enfrentando a España, sino a Haití; por
lo que necesitaba ganarse al sector proespañol, que era cuantitativa y
cualitativamente muy significativo para la causa separatista respecto
del Estado haitiano. En cuanto a Espaillat, sí luchó contra España, lo
mismo que Bonó, pero su lucha no trascendió el aspecto político.
¿Qué circunstancias o condiciones convierten a Bonó en iniciador en Santo Domingo de la emancipación intelectual? En el asunto
concurren determinadas variables y situaciones. Por ejemplo, la
especial circunstancia de haber sido de ascendencia francesa e italiana por línea masculina, lo que, reitero, explica su socialización –de
mano de su abuela francesa– dentro de los cánones de la cultura gala.
Este factor encierra una importante significación a nivel subjetivo, debido a que la crítica a España, en el caso de Bonó, no
involucraba simultáneamente la objeción cultural de sus ancestros.
Gracias a ello –y esto es muy importante– aspectos sentimentales
nunca llegaron a neutralizar su función impugnadora del colonialismo hispánico: podía efectuar la impugnación conceptual de España
sin tener que rasgarse el pecho.
Otro aspecto a tomar en cuenta radica en el hecho de que Bonó
obtuvo el título de Licenciado en Derecho, lo que le deparó ventajas
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relativas frente a Duarte y Espaillat, quienes no fueron jurisconsultos. Por consiguiente, las lecturas y análisis llevados a cabo dentro
del ámbito jurídico –con muchos de sus contenidos saturados de filosofía del derecho, de filosofía política, de historia universal, etc.– le
proporcionaron al intelectual cibaeño un acervo teórico pertinente
para la sustentación teórica e ideológica del trabajo que reclamaba su
rol como emancipador intelectual.
Por último, debe consignarse el período de permanencia en
Filadelfia, en exilio voluntario, durante una de las gestiones gubernamentales absolutistas del general Pedro Santana. Pero también
su periplo durante varios meses por diferentes ciudades europeas.
Tanto sus viajes como sus estudios debieron contribuir a ensanchar el caudal de experiencias y conocimientos que por años había
acumulado.
Bonó, tan solo iniciador de la
emancipación mental dominicana
Conforme lo ya indicado, Bonó logra ponerse en contacto con
importantes corrientes como el liberalismo ilustrado, el romanticismo historicista, el costumbrismo, el realismo, el utopismo
socialista y el positivismo, las que motivarían el enjuiciamiento de
las tradiciones españolas procedentes de la era colonial. Empero,
como ya se ha apuntado, la recepción de Bonó al ideario positivista
estuvo neutralizada significativamente por el rechazo de determinados aspectos filosóficos, éticos, pedagógicos y científicos fundamentales de dicha doctrina. Esto iba a limitar, en gran medida, el
rol desempeñado por el autor en lo que atañe a la emancipación
intelectual dominicana, pero a la vez le abriría el horizonte comprensivo para otro tipo de mirada, eminentemente crítica, de la
que formaría parte su enjundiosa revisión del dogma del progreso
vigente en su época, cuestión que tendremos oportunidad de ventilar más adelante.
Carlos Rojas Osorio, al momento de examinar la postura de
Enrique José Varona frente al colonialismo de España en América,
expresa: «Como todos los filósofos positivistas latinoamericanos,
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Varona hizo un análisis crítico del legado español, el cual veían todavía
vigente después de alcanzada la independencia de la metrópolis».164
Bonó no fue un filósofo positivista, tampoco un filósofo per se,
sino más bien un pensador que conoció las propuestas filosóficas de
su época, las cuales empleó para complementar otros saberes que le
servirían también para lograr su cometido epistemológico: el estudio
de la sociedad dominicana de segunda mitad de siglo xix.
Si Bonó hubiera sido un filósofo positivista, entonces Eugenio
María de Hostos no habría tenido que venir a auxiliarnos teóricamente mediante la creación del nuevo régimen pedagógico que
propiciaría el acceso a las ciencias modernas. Puede plantearse que
Bonó tuvo, en estos aspectos, limitaciones atendibles, las cuales eran
propias del medio en que se desenvolvía. Por tal motivo podría decirse que, en cierta forma, el contexto salvó a Bonó.
En la hipótesis de trabajo aquí empleada se ha establecido que a
Bonó le asiste el mérito de ser pionero de la independencia intelectual
dominicana, pero en modo alguno que en él culmina dicho proceso. En efecto, su trabajo de enjuiciamiento no abarcó cuestiones
neurálgicas de la cultura y el pensamiento coloniales (verbigracia,
el sistema de ideas y creencias del escolasticismo junto al formato
educativo tradicional que le era afín). Lo antes dicho no impidió,
sin embargo, que en reiteradas ocasiones Bonó se refiriera lacónicamente a la Escolástica en términos desdeñosos, si bien sin llegar a
entrar en un ajuste de cuentas con la misma, a diferencia de Hostos.
Bonó no efectuó un enjuiciamiento directo y radical, sustentado
filosóficamente, de la Escolástica, pero tampoco lo hizo ningún intelectual dominicano anterior o contemporáneo suyo, pues contrario
a lo que acontecía en las islas hermanas de Cuba y Puerto Rico –que
eran aún colonias de España–, en el período 1824-1880 la República
Dominicana ni contaba con universidades ni tenía a ninguno de sus
hijos estudiando filosofía en el extranjero.165
C. Rojas Osorio, «Enrique José Varona», Filosofía moderna en el Caribe hispano,
México, p. 186.
165
En Cuba la reflexión filosófica no registró interrupción desde la primera mitad
del siglo xix. Se inicia con José Agustín Caballero, que nace en 1765; continúa
con Félix Varela, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero; y finaliza con
Enrique José Varona, que muere en 1933. Cuba exhibe ciento treinta y tres años
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Precisamente, uno de esos jóvenes antillanos –puertorriqueño
de unos cuarenta años, dotado de una exquisita formación pedagógica y filosófica– vendría a suplir la enorme deficiencia que limitaba
nuestro horizonte intelectual en lo que atañe a la puesta al día con
la modernidad alcanzada por Europa en el siglo xix. Se trata de
Eugenio María de Hostos. Fue a él a quien le correspondió completar el proceso emancipador mental del pueblo dominicano que
Bonó había dejado a medias. Con Hostos asistimos a la primera crítica
sistemática y teóricamente sustentada de la corriente Escolástica en
suelo dominicano, concepción filosófico-teológica que había mantenido una hegemonía en el orbe cultural de Hispanoamérica a lo
largo de tres siglos. La puesta en tela de juicio de esta corriente de
pensamiento constituía un paso fundamental para sentar las bases de
la independencia intelectual de República Dominicana.
de quehacer filosófico sin interrupción. El caso de Puerto Rico, sin ser igual
al cubano, es muy diferente al dominicano. Allí tenemos a Eugenio María de
Hostos, quien es enviado desde su adolescencia a estudiar a España, donde cursa
estudios universitarios y donde se convierte en discípulo de Julián Sanz del Río,
con el que se adentra en el conocimiento del krausismo. Pero además Hostos
se sumerge en el estudio del positivismo, corriente filosófica de la que asume
especialmente la vertiente spenceriana. Fueron ambos cuerpos doctrinarios los
que le permitieron convertirse en la personalidad filosófica más consolidada
del Caribe insular de la segunda mitad del siglo xix. Pero Puerto Rico contó
también con Alejandro Tapia, contemporáneo de Bonó al igual que Hostos, y
que permaneció varios años en Europa poniéndose en estrecho contacto con el
idealismo alemán, especialmente con Hegel. Sus trabajos sobre estética permiten apreciar el grado de formación filosófica alcanzado. Mas ¿qué sucede con la
República Dominicana? Aquí hay un enorme vacío académico-intelectual desde
la década del veinte hasta la del ochenta de la centuria decimonónica. La causa
primera es que bajo la ocupación haitiana la Universidad de Santo Domingo
fue clausurada; la segunda, que tras la independencia respecto de Haití los dominicanos vivieron una permanente tensión bélica, la que se recrudeció con la
Guerra de la Restauración frente a España. En la atmósfera de turbulencias en
que desenvuelve Bonó su vida hasta edad cercana a los cuarenta años no hubo
tregua para ocuparse de asuntos teóricos o exclusivos del pensamiento. Mientras
jóvenes cubanos y puertorriqueños adquirían formación teórica en el exterior,
aquí Bonó se veía sometido a arduas tareas políticas: ya a los veintiocho años
fungió como secretario personal del general Juan Luis Franco Bidó, a quien
acompañó en campos de batalla.
Fueron sus lecturas tempranas, su privilegiada condición de autodidacta y el
acompañamiento de personas de alta calificación intelectual –como el caso del
ingeniero Achille Michel, considerado su maestro– la fuente y el origen de la
formación que se manifiesta y demuestra en sus escritos.
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Bonó, por su parte, realizó un trabajo de enorme importancia,
toda vez que contribuyó a preparar la atmósfera ideológica y cultural
para que el aludido proceso pudiera cristalizarse en el país.
No fue, en verdad, Bonó la única personalidad que colaboró con
la referida preparación o ambientación ideológica con anterioridad a
1880,166 momento en que llegó al país el pedagogo, sociólogo y filósofo
puertorriqueño Eugenio María de Hostos. Pero fue, no cabe duda, la
personalidad que más sobresalió en el examen profundo de la historia
y la sociedad de la época, en especial gracias a su esfuerzo tesonero por
poner en entredicho la idoneidad de tradiciones y hábitos coloniales
seculares en el seno de la espiritualidad del pueblo dominicano.
Trabajo ambientador previo a llegada de Hostos
La presencia de Hostos provocó una conmoción en el seno de la
cultura dominicana. Y no era para menos, ya que preparó y puso en
práctica el plan moderno de sistema educativo internacionalmente conocido como Normalismo o Escuela Normal. Ello significaba instalar, al lado del sistema tradicional de enseñanza de raigambre católica,
una filosofía y un método pedagógico enteramente contrapuestos, los
cuales destacaban por su orientación laicista. De ahí la reacción que
tal cuestión despertó dentro de la cúpula eclesiástica dominicana.167
Ahora bien, ¿significa todo esto que antes de la llegada de Hostos
se ignoraban en República Dominicana las doctrinas filosóficas que
sirvieron de sostén y marco a la concepción hostosiana del mundo,
Si tuviéramos que citar nombres de autores que acompañan a Bonó en tal empresa –sin llegar, por supuesto a elevarse a su altura– tendríamos, en primer lugar,
a Alejandro Angulo Guridi. No obstante haber ofrecido su respaldo a la etapa
inicial de la anexión a España de 1861, posteriormente lanzó ardientes críticas al
colonialismo español. No nos dejan mentir sus ensayos: Breves reflexiones sobre las
repúblicas hispanoamericanas (1854), La matrícula española (1856), Santo Domingo
y España (1864), Examen crítico de la anexión de Santo Domingo a España (1864),
Cuestión Santo Domingo, (1865). Ver A. Angulo Guridi, Obras, pp. 33-300.
167
«El único movimiento intelectual que cosecha frutos inmediatos entre la clase
intelectual y la pequeña burguesía es el movimiento renovador de la enseñanza,
promovido por el maestro Hostos. Sin embargo, la Iglesia y los sectores hispanizantes serán los que obstaculicen la labor del educador puertorriqueño, lo que
demostrará que aún está arraigado el sentimiento hispanista entre los habitantes
del Santo Domingo de finales del siglo xix» J. L. Sáez, Breve introducción, p. 40.
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del hombre, de la sociedad y de la educación? ¿El positivismo todavía no había asomado al mundo intelectual dominicano? ¿No
existían personalidades vernáculas revestidas de preparación teórica
en lo que atañe a las modernas ideas?
Las respuestas son, en cada caso y a todas luces, lo contrario de
lo que en apariencia cabría suponer.
El tipo de educación tradicionalista había hecho una importante
contribución al Santo Domingo que encuentra Hostos, tal como
observa Armando Cordero. De esa educación emergieron, según el
autor:
Patricios, hombres de Estado, historiadores, abogados de nota,
médicos eminentes, escritores y novelistas clásicos y románticos; poetas líricos, épicos y dramáticos. Todo un conjunto de
ciudadanos incorporados al proceso de la más auténtica cultura […] el mensaje hostosiano, tanto en lo pedagógico como en
sus manifestaciones sociológicas, jurídicas y morales, llegó en
momento oportuno.168
Cuando Hostos arribó por Puerto Plata en su primer viaje exploratorio del país, efectuado hacia 1875, «…sus minorías ilustradas
estaban ya influidas decisivamente por el positivismo dominante en
todo Occidente. Se equivocaron quienes creen que el positivismo
fue introducido en nuestro país por Hostos, él reafirmó una filosofía
hegemónica en su tiempo».169
José G. Guerrero señala a Bonó como uno de los intelectuales
que, con antelación al pedagogo y filósofo boricua, manifiesta en
sus escritos la influencia de la vertiente positivista: «Existían –explica– ideas positivistas antes que Hostos llegara a Santo Domingo en
1875. Ahí están los trabajos de Pedro Francisco Bonó, considerado
el primer sociólogo dominicano».170
Armando Cordero, La filosofía en Santo Domingo, Santo Domingo, 1978, p. 99.
F. A. Avelino García, S. Castro Ventura, R. González, J. G. Guerrero, A. L.
Mateo, «Aproximación al pensamiento filosófico y político de Hostos. Su
contexto histórico», Eugenio María de Hostos, pp. 15-16.
170
J. G. Guerrero, «Hostos en Clío: Apuntes para el estudio de la Historiografía en
Santo Domingo», Eugenio María de Hostos, p. 59.
168
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Aparte de Bonó, que acusaba innegablemente rasgos positivistas en muchos de sus planteamientos –sin que por ello dicha
filosofía llegara a constituirse en núcleo teórico fundamental de
su pensamiento–, el país contaba a la sazón con la presencia de
Alejandro Angulo Guridi,171 que tenía arraigadas convicciones
positivistas. Pero además contaba con fieles representantes del liberalismo republicano, como Ulises Francisco Espaillat y Benigno
Filomeno de Rojas. Y ni hablar de la pléyade de juristas, literatos,
publicistas, etc., que, cobijados en la solitaria sombrilla educativa
del Colegio San Luis Gonzaga, lograron insuflar vida a la cultura
tradicional dominicana previo a la llegada de Hostos.172 Cabe mencionar aquí a: Félix María del Monte, Fernando Arturo de Meriño,
Manuel de Jesús Galván, Emiliano Tejera, José Joaquín Pérez,
Federico Henríquez y Carvajal, Leopoldo N. Navarro y Mariano
A. Cestero.173
En efecto, para Diógenes Céspedes, Hostos llega a una sociedad:
[…] en la que si bien primaban los fundamentos del método
especulativo basado en la ideología del escolasticismo y el
eclecticismo con sus técnicas de memorización y verbalismo
retoricista, también es cierto que el maestro encuentra terreno
fértil para su aventura junto con la fracción política minoritaria
Hijo de familia dominicana emigrante a Puerto Rico, Angulo Guridi retornó y
vivió en el país desde 1852. Previamente había estudiado Derecho en La Habana.
Laboró como profesor en el Colegio San Luis Gonzaga de Santo Domingo y
sobresalió como publicista y librepensador. Nutrido del pensamiento ilustradoliberal y de la doctrina positivista, desató importantes debates en el seno de una
sociedad muy poco acostumbrada al libre juego de las ideas. Llegó incluso a
sostener en la prensa ardientes discusiones con representantes conspicuos del
clero nativo.
172
El mismo Hostos, en claro gesto de justicia, reconoce que existían –a pesar de la
tradicional enseñanza– «unos cuantos hombres de intelectualidad natural muy
poderosa, que, en virtud de sus propios esfuerzos y contra los esfuerzos de su
viciosa educación intelectual, se elevaban por sí mismos a una contemplación
más pura y más real de la verdad y el bien que la generación de bípedos dañinos
o inofensivos que los rodeaban». E. M. de Hostos, «Discurso en la Escuela
Normal», Páginas dominicanas, Santo Domingo, 2ª. ed., 1979. pp. 197-198.
173
P. Henríquez Ureña, «Vida intelectual de Santo Domingo», pp. 395-397. En el
conjunto de intelectuales prehostosianos mencionados por Henríquez Ureña no
se incluye a Pedro Francisco Bonó, cuestión habitual en todos sus trabajos.
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que había entrado en comercio intelectual con la razón, aunque
a un nivel que no había conocido la sistematicidad y el rigor.174
En la sociedad que daba la bienvenida a Hostos se iniciaban importantes cambios de índole económico-social que demandaban urgentemente un nuevo enfoque y acción educativos, lo que explica que
la llegada del pedagogo boricua fuera tan oportuna y que encajara de
manera tan admirable en dicho medio. Con él se tendría los esperados
complementos de orden académico-teórico y político-cultural para
llevar a cabo una serie de cambios postergados en la sociedad dominicana. Y llegó por la ciudad de mayor actividad comercial: Puerto Plata.
Allí residía el líder de los liberales dominicanos, Gregorio Luperón,
quien le prodigó una generosa bienvenida y una feliz estancia.
Antes de su arribo ya se habían radicado en el país alrededor de
tres mil cubanos a causa de la guerra de independencia de Cuba, la
que había iniciado con el Grito de Yara en 1868. Pero además habían
llegado nuevos grupos de personas procedentes de Puerto Rico y de
diferentes lugares de Europa que se dedicaron al comercio.175
Si los cubanos trajeron capitales, técnicos calificados, la máquina
de vapor como nuevo elemento de la industria azucarera y profesionales de diversas índoles, de Puerto Rico arribaron notables agentes
educativos176 que dieron significativo impulso a la educación nacional.
Como se infiere por las aseveraciones previas, Hostos encuentra
en el país un escenario propicio para la germinación de su simiente
pedagógica. Los liberales criollos, muchos de ellos con conocimiento de la doctrina positivista, ya habían iniciado el proceso de cambio
de mentalidad, pero faltaba el impulso postrero, el que Hostos –actualizado en la ciencia y filosofía modernas– podía orientar y dirigir
competente y coherentemente.
D. Céspedes, Salomé Ureña y Hostos, Santo Domingo, 2002, p. 37.
J. L. Sáez, Breve introducción, p. 89.
176
Aparte de Ramón Emeterio Betances, invitado por Bonó y luego por Luperón,
sobresalió en lo educativo el insigne Román Baldorioty de Castro, director de la
Escuela Náutica en 1875 y quien pusiera al día en física y matemáticas a muchos
estudiosos dominicanos.
174
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Roles complementarios entre Bonó y Hostos
de cara a la emancipación mental dominicana
Bonó sobresale en ambiente intelectual
El sector social que acoge a Hostos y le compromete con la
creación del sistema dominicano moderno de educación es la
burguesía comercial cibaeña, la cual sustenta su prestigio económico y social, así como su poder político, en el cultivo y comercialización del tabaco, producto que según Bonó había hecho
posible el triunfo de la Restauración. El líder político de dicho
sector era Gregorio Luperón; pero quien fungía como orientador
teórico-ideológico principal, por lo menos en una primera etapa,
era Bonó.
Luperón lo consideró «filósofo profundo», y Ulises Francisco
Espaillat, como el «historiador del grupo».177 Demostró poseer
ambas condiciones, primero por espacio de once años, en el lapso
durante el cual se desarrolló la Revuelta Liberal Cibaeña (1857), se
redactó una Constitución liberal (1858) y se libró la Guerra de la
Restauración (1863-1865). Durante ese importantísimo período de
la historia dominicana Bonó fue el principal redactor de la documentación básica oficial: Constitución, manifiestos, decretos, etc.
Por lo que no es arriesgado afirmar que en esos cruciales momentos
177
Bonó y Espaillat trabaron una fuerte amistad en Santiago; amistad probada por
revueltas civiles, guerras de liberación, exilio, etc. Fueron políticos, legisladores,
comerciantes, ensayadores de industrias, santiagueros y, sobre todo, compañeros
de utopía. Con Espaillat, profesional de la farmacia y médico, debió haber conocido Bonó muchas fórmulas y procedimientos que le permitieron tener éxito
como médico empírico sanador de muchas enfermedades y salvador –¿quién
sabe?– de tantas vidas humanas en Macorís. Y Espaillat, según lo reitera MuKien A. Sang, experimentó influjos de Bonó en más de un aspecto, pues este
fue un «fiel amigo inspirador de sus ideas». En la definición de sus prioridades
económicas, por ejemplo en su respaldo al tabaco como rubro básico, es probable que Espaillat se acogiese al pensamiento de Bonó, que auspiciaba en sus
escritos la pequeña producción mercantil simple. Ver Mu-Kien A. Sang, Una
utopía inconclusa, Santo Domingo, 1997, pp. 212-215. ¡Cuánto no quisiéramos
los dominicanos y dominicanas del presente contar con dos personalidades tan
influyentes como estas dos, las cuales, armonizando en tan alto nivel sus respectivas vidas, nos permitan cosechar frutos parecidos a los que Bonó y Espaillat
lograron gracias a una amistad tan fecunda como ejemplar!
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fungió como el principal intelectual al servicio de los sectores más
progresistas del país.
De la denominada tríada liberal cibaeña, Bonó era abogado, Ulises
Francisco Espaillat era médico-farmacéutico y Benigno Filomeno de
Rojas era no solo abogado, sino que sería considerado como el primer economista del país. Los tres eran intelectuales, pero Bonó fue
reconocido como «filósofo profundo» e «historiador», y luego de su
muerte sería considerado como el primer sociólogo dominicano.
En adición a lo ya apuntado, cabe indicar que Bonó conoció
los escritos de Buffon y Darwin, por lo que se puede afirmar que
no ignoraba los adelantos básicos que en ciencias naturales emergían a la luz en Europa. De ahí que reiteremos: Bonó fue, previo
a la llegada de Hostos, la personalidad intelectual criolla que más
contribuyó para una puesta al día en filosofía política, sociología,
derecho e historia en la República Dominicana. Si bien no tuvo ni la
formación teórica ni la vocación magisterial que adornaron la vida
de Hostos, sí tuvo la preparación teórica que el medio y su condición
de autodidacta le facilitaron.
Hostos tuvo muchos discípulos, puesto que fue un maestro
consagrado y de amplísimo saber. En cambio, Bonó no tuvo tal
vocación magisterial, aunque sí existieron muchas personas que
se forjaron opiniones correctas y actitudes de bien gracias a los
artículos y ensayos que publicó en la prensa. Es por eso que podemos afirmar que la labor del pensador equivale a una especie de
magisterio social. Tanto en virtud de este tipo de magisterio, como
de sus esfuerzos por llevar la ilustración a sus compueblanos –muy
a pesar de las limitaciones que por doquiera estorbaban sus pasos–,
podemos afirmar que Bonó participó de la mística de un movimiento mucho más amplio que luchaba en toda América Latina
por liquidar los problemas que estorbaban la prosperidad. Como
bien afirma Alba Josefina Záiter:
Las publicaciones hechas por Bonó de trabajos centrados en el
análisis de la sociedad dominicana, y la realización de propuestas para superar y corregir problemas sociales del pueblo dominicano, contribuyeron y contribuyen a una cierta reflexión
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acerca de lo que somos los dominicanos y lo que debemos ser
como sociedad.178
Esfuerzo limitado de Bonó por reformar la instrucción pública
Por supuesto, quiso realizar contribuciones que iban más allá de
sus capacidades o posibilidades, verbigracia, la reforma educativa179
que se propuso implementar doce años antes de que Hostos creara
la Escuela Normal. En efecto, era el año 1867 y asumía la presidencia José María Cabral y Báez; Bonó compareció ante el Congreso
Nacional para ofrecer un informe y a la vez motivar a sus miembros a
que concedieran una asignación mayor al ramo educativo. Exclamó:
La ignorancia: ¡Oh! la ignorancia por doquiera nos cerca, nos
invade, nos ahoga; pero yo prometo: …juremos, señores, en este
recinto augusto, quebrantar en provecho de las generaciones futuras, la cabeza de esta hidra horrenda que tan hondos y sangrientos
surcos ha dejado impresos en nuestra Patria y que quiere derribar,
cual el huracán, los buenos frutos que el saber produce.180
Se carecía de todo, según Bonó: de libros, papel, plumas para escribir; no se tenían asientos para los alumnos, ni mesas. Y ni hablar de la
escasez de maestros. En suma, todo estaba por hacerse. En su informe,
Bonó indica que localidades como San Francisco de Macorís, Bonao,
Samaná, Cotui, Montecristi, San Pedro de Macorís, Hato Mayor, San
Cristóbal, entre otras, carecían de escuelas gratuitas. En el mismo año
de 1867 le informó al cónsul dominicano en Nueva York:
[…] como dije a Usted, fundé un Colegio Central en esta
Capital y la Cátedra de Derecho y Medicina en el Seminario
Conciliar. La de Derecho tiene ya hoy cincuenta estudiantes.
Alba Josefina Záiter, La identidad social y nacional en Dominicana. Un análisis psicosocial, Santo Domingo, 2001, p. 125.
179
A este tema se habrá de dedicar especial atención, pues en él puede ubicarse una
de las principales limitaciones padecidas por Bonó, la que le impediría llegar a
ser quien lleva a su culminación la emancipación mental del dominicano.
180
P. F. Bonó, «Al Presidente del Congreso Nacional», Papeles, p. 143.
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La de medicina no se ha aún abierto por ausencia del Dr. E.
Betances, que está en San Thomas y que vendrá dentro de
quince días. Y a propósito del Dr. Betances, doy a Ud. las
gracias más cumplidas por habérmelo recomendado, pues
me prometo que es una de las mejores adquisiciones que la
República pueda haber hecho.181
El ilustrado dominicano permaneció seis meses al frente de las
Secretarías de Instrucción Pública, Justicia y Relaciones Exteriores.
Si nos hemos detenido aun sea brevemente en presentar algunas
incidencias del pensador en el área de la educación, es con el propósito de que se pueda apreciar con cuáles criterios procedió y de esta
suerte calibrar el esfuerzo que en ello empleara.182
Resulta obvio que no abrazó el método positivista ni otras técnicas de corte educativo moderno en su iniciativa de reformar la
enseñanza en Santo Domingo ¿Acaso era Bonó maestro o exhibió
aptitudes proclives a la enseñanza? Lo que sucedía era que estaba
alentado por las mejores intenciones, y eso le llevó a dar de sí cuanto
podía para enseñar a leer y escribir a los niños dominicanos. Sin
embargo, no era cuestión de deseo, sino de realidad, y la dominicana
de la época era calamitosa.183
Carta inserta en P. F. Bonó, Papeles, p. 153.
Curiosamente, hacia 1867 se iniciaba en México la rica experiencia pedagógica
impulsada por el médico, matemático y filósofo mexicano Gabino Barreda, quien
regresaba de París, donde había sido discípulo de A. Comte. Barreda escribió ese
mismo año la Oración cívica, momento excepcional de la historia pedagógica latinoamericana, por cuanto dio especial impulso a la educación mexicana moderna,
propiciando la instalación de la Escuela Nacional Preparatoria –de inspiración
positivista– bajo la administración de Benito Juárez. Con ello se prepararía el
ambiente conducente a la efectiva reforma de la educación en México. Por otra
parte, un año después, Argentina se enrumbaría también por los senderos de
la modernización del sistema tradicional de enseñanza, en virtud de la gestión
encabezada por Domingo Faustino Sarmiento (de 1868 a 1874). Como puede
colegirse, los esfuerzos de Bonó sintonizaban con la gran urgencia del momento. Evidentemente, Bonó no era Barreda ni Sarmiento, como la República
Dominicana no era México ni Argentina.
183
Ciriaco Landolfi describe la situación calamitosa que acusaba la realidad educacional del país y la presencia de Bonó en medio de la misma: «Nadie se percató
más vivamente de ese drama que Bonó […] La carencia era absoluta en el campo
de la educación secundaria, no existían a ese nivel centros educativos ni en la
ciudad de Santo Domingo ni en Santiago […], el Seminario, al que había que
181
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Pero a pesar de no reunir la preparación que se requería para
emprender la transformación pertinente dentro del ramo educativo,
Bonó sentó, no obstante, un precedente en el país: realizó el intento
más significativo hasta aquella fecha por llevar la instrucción gratuita
al mayor número de dominicanos.184
Compartimos las opiniones externadas por el pedagogo Ramón
Morrison, quien pone de relieve las importantes iniciativas de
Bonó. Morrison sustenta la tesis de que Bonó, a pesar de estar
desprovisto del currículo y de los métodos modernos que orientaran
su quehacer educativo, representó lo más avanzado en filosofía y
política educativas en el país hasta la llegada de Hostos.185
No soslayamos los compromisos con la tradición que limitaron el quehacer de Bonó en el asunto aquí tratado. Ya se ha
dicho que Bonó abogaba por incluir el catecismo cristiano dentro
del sistema de instrucción pública, pues no concebía una enseñanza que no contemplara el aprendizaje de los rudimentos de
la religión cristiana, soporte fundamental de la vida moral de la
inmensa mayoría de sus compueblanos. Por eso, en la adquisición
de material didáctico para la escuela pública, Bonó incluyó dos
mil ejemplares de Cartilla y Doctrina Cristiana y 2 mil de Catón
Cristiano.
Se podría decir que, en punto a lo educativo, y producto de sus
limitaciones teóricas, Bonó solo llegó a captar el aspecto instructivo y
no el aspecto educacional, el cual implica una dimensión mucho más
ensanchar sus currícula con una clase de derecho civil […] no recibía matriculados procedentes de la escuela pública dominicana». C. Landolfi, Evolución
cultural dominicana, Santo Domingo, 1981, pp. 123-124.
184
«[…] en el ámbito político y social dominicano circulaban otras visiones no tan
amplias como la que expone Bonó, que enfatizan diversos aspectos del problema
de la instrucción, pero podemos decir que todas coincidían en la necesidad que
tenía el país de avanzar en el sistema de enseñanza […] Huelga decir que el
proyecto planteado por Bonó cayó en el vacío. Pasaron más de diez años para
que otro gobierno liberal, encabezado esta vez por Gregorio Luperón, se comprometiera con un proyecto equivalente para el desarrollo de la educación en el
país. Su inspirador fue el político y escritor puertorriqueño Eugenio María de
Hostos […]». R. González, «La impronta de Hostos en la escuela dominicana:
notas para una evaluación histórica», Eugenio María de Hostos, pp. 29-30.
185
Ramón Morrison, «Pedro Francisco Bonó y la educación», suplemento cultural
Aquí, La Noticia, 17 de marzo de 1984.
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amplia. Como bien sostuvo Federico Henríquez y Carvajal algunos
años posteriores al 1867:
Los regímenes de instrucción exclusiva cayeron en desuso. El
imperio del empirismo y la rutina es ya anacrónico. Antes se
instruía; hoy se educa. La pedagogía moderna sabe que el ser
humano es un conjunto armónico de cuatro organismos: el físico, el intelectivo, el volitivo, y el emotivo […] La instrucción
se contrae a solo uno de ellos: el intelectivo. La Educación
–que abarca a la instrucción como parte de un todo– los comprende a los cuatro. Es un producto. Es una síntesis.186
Al limitarse exclusivamente al nivel de lo instructivo en su abordaje crítico de 1867, Bonó eludió al menos cinco aspectos básicos
del quehacer educativo, los cuales serían tomados en cuenta algunos
años después por Eugenio María de Hostos, quien los desglosa del
modo siguiente:
Primero, la laicización de la enseñanza. Segundo, la formación del magisterio como incumbencia exclusiva del Estado.
Tercero, la importancia de la pedagogía moderna para crear
un cuerpo de maestras y maestros profesionales. Cuarto, la organización de la enseñanza en cuanto a sus programas, textos y
horarios, de acuerdo con los métodos más apropiados desde el
punto de vista científico. Quinto, la educación de la conciencia
y de la voluntad, esto es, una educación racionalista y moral.187
No es que la Escuela Normal se opusiera a la instrucción
pública,188 pero sí al carácter limitado de esta. Y es que, en su filosofía
F. Henríquez y Carvajal, Ideario, citado por R. González, «La impronta de
Hostos», pp. 35-36.
187
R. González, «La impronta de Hostos», p. 34.
188
Adviértase que, hacia 1867 –doce años antes del arribo de Hostos al país–, a la que
se denominaría Secretaría o Ministerio de Educación se le llamaba Secretaría de
Instrucción Pública. Se empleaba el término instrucción y no educación; el atraso
no era solo de Bonó, sino de la sociedad en su conjunto. Uno de los principales
méritos de Bonó fue denunciar el estado de abandono en que se mantenía dicho
ministeriro, lo que impedía que se enseñara a leer y escribir a la niñez y juventud
186
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educativa, Hostos se proponía una pedagogía que hiciera posible «ser
hombres propios dueños de nosotros mismos, y no hombres prestados; hombres útiles en todas las actividades de nuestro ser…».189
A través del normalismo Hostos se propuso una reforma global
del hombre dominicano, la que debía abarcar no solo al individuo
como tal, sino además al mundo de la política y los aspectos de la
moral social.
Hostos impulsa revolución intelectual en Santo Domingo
Mientras Hostos desarrolla revolución educativa,
Bono cuestiona colonialismo cultural
Aunque Bonó había dejado planteado previo a la llegada de
Hostos el problema del enjuiciamiento del fardo de creencias y tradiciones que pesaban cual lastre en el alma del pueblo dominicano, es
en los inicios de la década de los ochenta de la centuria decimonónica
cuando el pensador se propone llevar a efecto la parte fundamental
de su trabajo crítico. Específicamente en el período 1881-1885,
cuando da sus primeros pasos la Escuela Normal impulsada por el
pedagogo puertorriqueño Hostos. ¿Coincidencia fortuita o se sintió
Bonó desafiado como dominicano a realizar su principal aporte a la
sociedad dominicana –el cual consistió en profundizar como ningún
otro autor en la dinámica social, económica y política del país–?
La cuestión es que entre 1881 y 1885 el sociólogo escribe tres de
sus cinco trabajos principales. Por supuesto, en aquellos años él atravesaba por la etapa más óptima para la producción personal: la madurez. Y uno de sus motivos principales de preocupación en esta fase fue
el haber captado cómo el pueblo dominicano aún no había completado
el proceso de emancipación. Por tal razón se abocó a enjuiciar al colonialismo español, si bien no pudo englobar todos los componentes que
dominicanas. Pero además, y esto es muy importante, el pensador llegó a tildar
de oligárquico el carácter de dicha instrucción, pues solo tenían derecho a instruirse los hijos de cierto número de familias que podían pagar por el servicio.
Se tiene aquí un interesante enfoque clasista que viene a indicar cuáles eran los
progresos alcanzados por Bonó en cuanto a la sociología.
189
E. M. de Hostos, «Discurso en la Escuela», Páginas dominicanas, p. 198.
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tal propósito conllevaba. Se refiere, eso sí, al oscurantismo, al espíritu
absolutista monárquico, al papado, al escolasticismo y a la incidencia
de la Inquisición en la mentalidad colonial española. Y más: puso en
claro que la pereza para pensar, el espíritu paternalista, el rechazo por
los trabajos manuales, entre otros resabios, mantenían bajo una especie
de sujeción espiritual al pueblo dominicano.
Puede afirmarse que Bonó dejó más que planteado el problema, pues
efectuó críticas importantes, ninguna de las cuales se había llevado a cabo
en el país anteriormente. No obstante, hubo algo que se mantuvo fuera
de su alcance: la interpelación crítica de la Escolástica y del método tradicional de enseñanza que le era anejo, lo cual requería de un cabal conocimiento e identificación con la doctrina positivista y la ciencia moderna,
en especial con los últimos aportes de la pedagogía, la psicología y las
ciencias naturales. Cabe aclarar aquí otra vez que Bonó fue uno de los autores nacionales que no abrazó en toda su amplitud la filosofía positivista,
dirigiendo una mirada crítica al empirismo albergado por dicha vertiente
teórica. Por otra parte, no tuvo la oportunidad de conocer cabalmente la
moderna ciencia natural que Europa había comenzado a producir. De ahí
que a ella igualmente opusiera ciertas objeciones, sobre todo en lo que
tenía que ver con sus resultados técnicos. Si Bonó desarrolló este tipo de
relación con el positivismo y la ciencia moderna, en el caso de Hostos,
en cambio, se dio una decisiva identificación y hasta militancia. Y es esta
condición la que permitió al puertorriqueño efectuar un trabajo de corte
revolucionario dentro del contexto educativo.
El tipo de revolución que hacía falta en el país
Así pues, Bonó encaminó su esfuerzo crítico hasta donde sus
capacidades se lo permitieron. Hacía falta, entonces, realizar una
revolución mental que incluyera aspectos que Bonó no había llegado
a cuestionar. Hostos refiere cuál era esa revolución aún pendiente de
realización en el entorno sociocultural criollo:
Harto lo sabéis, señores: todas las revoluciones se habían intentado en la República, menos la única que podía devolverle
la salud. Estaba muriéndose de falta de razón en sus propósitos,
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de falta de conciencia en su conducta, y no se le había ocurrido
restablecer su conciencia y su razón. Los patriotas por excelencia que habían querido completar con la restauración de los
estudios la restauración de los derechos de la patria, en vano
habían dictado reglamentos, establecido cátedras, favorecido el
desarrollo intelectual de la juventud y hasta formado jóvenes
que hoy son esperanzas realizadas de la patria: o sus beneméritos esfuerzos se anulaban en la confusión de las pasiones
anárquicas, o la falta de un orden y sistema impedía fructificara
por completo su trabajo venerando.190
Para Hostos, los dominicanos habían llegado a un punto que no
podían rebasar con sus limitados medios; ahora se requería del concurso de la ciencia y la filosofía modernas para sacudir los cimientos
de la vida tradicional, heredera de unos hábitos inculcados por más de
tres siglos. Tal labor, sin embargo, no se iba a efectuar recurriendo
como antes a la lucha armada, convirtiendo a cada dominicano en
soldado; ahora debía entrar a las lides el maestro, apertrechado de
todas las herramientas teóricas y pedagógicas provenientes de la
modernidad. Y para llevar a cabo con éxito su obra, Hostos estaba
convencido de que no debía entablar –en un país como el dominicano
de la época– una lucha sin cuartel contra la religión católica, visto el
gran ascendiente que ejercía sobre la población. En efecto, si bien es
cierto que en los escritos de Hostos aparecen determinadas objeciones
al catolicismo, en realidad su crítica fue más bien intencionalmente dirigida a invalidar su brazo filosófico, la Escolástica, y por extensión, al
sistema educativo que había mantenido vigente por más de tres siglos.
En esta dirección, Miguel Pimentel hace una importante aclaración:
Es solo con la llegada de Hostos […] cuando la educación
tradicional de índole judeo-cristiana se pone en cuestionamiento al oponerle la pedagogía positivista de base científica
y técnica. Pero la crítica hostosiana no cuestiona a la religión
católica en sí, ni mucho menos a la figura estelar de Cristo. Es
E. M. de Hostos, «Discurso en la investidura de los primeros maestros normales», Páginas dominicanas, Santo Domingo, 1979, p. 195.
190
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precisamente Ricardo V. Sánchez Lustrino el primero en criticar, abiertamente, los fundamentos mismos del cristianismo,
aunque de manera ecléctica; valiéndose para ello de las ideas
de Nietzsche.191
La presencia de Hostos conllevó un notable avance desde el
punto de vista del paradigma filosófico-científico moderno; pero
esto no significa que antes de Hostos no se conocieran en el país
importantes muestras de la filosofía moderna, pues es justo reconocer que ya a inicios de siglo xix se conoció en Santo Domingo una
importante obra filosófica de orientación básicamente moderna.
Nos referimos al libro Lógica. Elementos de filosofía moderna destinados al uso de la juventud dominicana, concebido por el médico y
filósofo santiagués Andrés López de Medrano. Publicado en 1814,
en la presentación de dicho texto el autor transmite su entusiasmo
a los alumnos:
Ya habéis ingresado en el ámbito de la Facultad de Filosofía
[…] Felices de vosotros si os apoyáis en ella virilmente.
Dichosa la patria192 si ve florecer tales hijos y feliz, muy feliz
yo, si distinguido con tanto honor, seguro de tanta gloria,
puedo enseñar y asentar la moderna filosofía, apoyándola en
solidísimo experimento.193
Con su obra, López de Medrano introduciría en el país las reflexiones sensualistas de Étienne Bonnot de Condillac, el racionalismo cartesiano y el empirismo de John Locke. Fue, pues, un gran
innovador, aunque permanecía todavía atado a ciertos ideales de la
filosofía tradicional.
M. Pimentel, Marxismo y positivismo 1899-1929, Santo Domingo, 1985, p. 137.
Nótese que ya López de Medrano daba por supuesta la existencia de la patria
dominicana hacia 1813, fecha en que escribe su libro de lógica. Ocho años después proclamaría la primera independencia del pueblo dominicano un grupo
de ilustrados nacionales. Entre ellos el médico y filósofo desempeñaría un rol
político e intelectual de primer rango.
193
J. G. Campillo Pérez, Dr. Andrés López de Medrano y su legado humanista, Santo
Domingo, 1999, p. 75.
191
192
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A Miguel Pimentel no le asiste la verdad cuando afirma que «En
Santo Domingo, Hostos es el iniciador de la etapa moderna de la
cultura criolla. Su labor comprendió la crítica de la sociedad, de la
política, del arte, del derecho y del Estado».194 Para dicho autor,
la marca distintiva de la modernidad es la crítica, y ésta –según
sostiene– no se había realizado en República Dominicana con anterioridad a Hostos. Pero, ¿no contienen algunos de los escritos de
Bonó anteriores a la llegada de Hostos importantes señalamientos
críticos en los aspectos indicados por Pimentel? Como la respuesta
es afirmativa, las aseveraciones de Pimentel deben ser replanteadas,
ya que la racionalidad crítica no comienza en el país con el ingreso
del filósofo y pedagogo puertorriqueño, toda vez que Bonó había
iniciado ya en el ámbito nacional el cuestionamiento crítico de algunos de los aspectos señalados por Pimentel. Cuando Hostos llega
a la República Dominicana en 1879 ya la Ilustración, el liberalismo,
el romanticismo y la economía política (importantes expresiones del
pensamiento moderno) llevaban cierto tramo recorrido. Y si bien
el positivismo llega al país con posterioridad, fue también conocido
antes del arribo del maestro boricua.
Lo expuesto no pretende restarle mérito al trabajo efectuado por
Hostos, pues no cabe duda que su presencia y su labor implicaron una
revolución en el terreno educativo y en el pensamiento tradicional.
Con la tarea que llevó a cabo se prosiguió –no se inició– el difícil y
lento proceso de modernización de la vida dominicana. Hostos y sus
discípulos darían el impulso demandado y condicionado por las nuevas
circunstancias económicas, sociales y políticas de finales del siglo xix.
Y su trabajo –reiteramos– fue de una envergadura tal que significó una
revolución de tipo cultural. Ahora bien, ¿qué permitió a Hostos llevar a
cabo dicha transformación en el seno de la sociedad dominicana?
Adelantamos la tesis de que en el país –en un momento dado del
inicio de la década de los ochenta del siglo xix– los sectores fácticos
del poder debieron llegar a un acuerdo suficientemente consensuado
para permitir que Hostos pudiera emprender su campaña educativa.
Tal consenso lo lograrían tres personalidades egregias: Gregorio
M. Pimentel, Modernidad, p. 17.
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Luperón, Fernando Arturo de Meriño y Eugenio María de Hostos,
los que representaban de manera respectiva el palacio, el templo y la
academia, base trípode en que suele descansar cualquier estructura
de poder tradicional.
Los elementos comunes que unían a estas tres personalidades
eran: a) una ideología liberal laxa; b) el historial de lucha contra el
colonialismo español y c) el interés común a favor de la independencia de todas las Antillas de origen hispano.
Como frutos del acuerdo de marras se tienen los éxitos cosechados por la Escuela Normal, la que si bien fue atacada en su
fase inicial por el presbítero Francisco Xavier Billini, pudo desenvolverse con cierta normalidad por ocho años, años durante los
cuales Meriño y Hostos mantuvieron vinculaciones hasta cierto
punto cordiales basadas en el respeto a sus diferencias específicas
y en la existencia del pacto de élite sustentado en los tres aspectos
esbozados.
La prueba de la existencia del referido acuerdo tripartito es el
hecho siguiente: cuando Luperón dejó de tener la preponderancia
política que otrora ostentaba, siendo suplantado u obnubilado por
el que otrora fuera su pupilo y que ahora fungía como amo y dueño
del país –nos referimos a Ulises Heureaux–, la suerte corrida por
la Escuela Normal fue desastrosa. Esto ocurrió en 1888, cuando la
clerecía católica dirigida por monseñor Fernando Arturo de Meriño
(a la sazón conservador a ultranza) logró el respaldo de la dictadura,
y Hostos –ya sin el auxilio de Luperón, que vivía más en el extranjero que en el país– tuvo que optar por abandonar Santo Domingo y
dirigirse a Chile.195
195
Como sostiene F. A. Avelino García: «en buena medida su partida hacia Chile
fue producto de presiones eclesiásticas sobre el gobierno de Ulises Heureaux».
F. A. Avelino García y otros, «Aproximación al pensamiento filosófico y político
de Hostos. Su contexto histórico», Eugenio María de Hostos, p. 25.
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Bonó: tradición y modernidad.
Su mirada diferente de la sociedad dominicana
Bonó, entre lo tradicional y lo moderno
Conforme a lo sostenido en la primera parte de este trabajo, Bonó
tuvo un pie en la modernidad y otro en la tradición. Fue coherente
con su postura en cuanto a que todo pensador debe revisar de forma
crítica las tradiciones, ideas y hábitos de la sociedad donde vive, teniendo el deber de desechar las que considere falsas y asumir las que
juzgue verdaderas. Y así fue: entró en revisión crítica de tradiciones
del pasado colonial dominicano, las cuales objetó resueltamente; en
cambio, asumió otras con actitud resuelta. Pero algo similar ocurrió
cuando el pensador enjuició el conjunto de planes y medidas tendentes a implementar en República Dominicana el proyecto civilizador, el
que implicaba adoptar el paradigma de vida moderno. Tal proyecto
llegaba a un país pobre, que recién abandonaba su condición colonial y en el que se vivía un régimen de vida semifeudal.
Bonó es el principal crítico del conjunto de acciones que se
adoptaron (mas que no se adaptaron al país) con el propósito expreso
de transformar la sociedad dominicana en los aspectos económico,
social, educativo, político, etc. Como pensador hizo la crítica de
lo que acontecía en la nueva realidad social, con el fin de discernir
cuáles de aquellos planes del proyecto civilizador favorecían la soberanía nacional y a las clases trabajadoras, no al extranjero y a los
grupos de poder criollos. Su conclusión fue que no todo lo que se
catalogaba como moderno, por el simple hecho de serlo, se avenía
con la verdadera prosperidad de la sociedad dominicana.
Bonó, mejor conocedor de la sociedad
dominicana que Hostos
El emancipador mental dominicano llevó a cabo el cuestionamiento crítico del pasado con las reservas que la cuestión ameritaba; pero también del presente que le tocó vivir. Se enfrentó como
intelectual ético a los usos y tradiciones del pasado, decantándolos
desde una perspectiva ilustrada-romántica. Pero además encaró el
conjunto de transformaciones que implicaba la implementación en
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el país del programa de la modernidad, objetando parte esencial de
sus planteamientos teóricos, acciones y resultados observables.
Así pues, mientras Bonó no comparte en toda su extensión el programa progresista industrial moderno basado en la ciencia y la técnica,
Hostos, por su parte, lo abraza y predica como la vía más expedita para
la regeneración social y moral de las jóvenes naciones. En tal perspectiva,
Hostos, empeñado como estaba en un acelerado desarrollo de los pueblos
de la región –acicateado febrilmente por la ideología del progreso–, no se
percató suficientemente del peligro que encerraba la irrupción sin límites
del capital imperial para las sociedades hispanoamericanas. Ese no fue el
caso de Bonó, quien pudo analizar, con las herramientas que le había proporcionado la economía política (pero también la sociología, la historia
y la filosofía), dicho fenómeno en la República Dominicana. Contempló
cómo ingresaban sin trabas tantos capitales, especialmente dentro del
renglón azucarero. Cayó en la cuenta de que muchos antiguos labriegos, propietarios de pequeños predios agrícolas, derivaron en proletarios
obligados a vivir en condiciones de mayor pobreza que la que exhibían
anteriormente. La opinión generalizada era que el país progresaba; entre
nosotros, como reflexiona Juan Isidro Jimenes Grullón:
[...] solo Bonó, anticipándose a su época, dio el grito de
alarma, llegando a decir que en el Este «el monopolio destruyó los conucos y sus anexos de ganado menor. Al antiguo
labriego del Este solo le queda su persona (Papeles… 281)».
Desgraciadamente, fue desoído. Ni siquiera Luperón, que
tanto lo admiraba, se solidarizó con él, pues no tuvo reparo en
lanzarse a la explotación de una finca azucarera.196
Bonó descartó la bondad del capitalismo, pues consideraba que
el capitalista únicamente arriesga su capital cuando está acicateado
por los beneficios que le depara la inversión. Explica:
Cuando el capital entra por la brecha del monopolio y está
en posesión de los derechos de todos, no le es dable ilustrarse
J. I. Jimenes Grullón, Sociología política, vol. I, (1844-1898), Santo Domingo, 3ª. ed.,
1982, p. 280.
196
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hasta el punto de entrar de repente en la concurrencia libre de
los servicios mutuos. Este es un esfuerzo que pide una abnegación que no tiene este capital.197
Jimenes Grullón se asombra de cuán grande es la distancia entre
los análisis y conclusiones que realiza Bonó y los de Hostos, percibiendo de hecho un mayor calado sociológico en las consideraciones
del intelectual criollo. Lo expresa así:
¡Qué diferencia entre esta visión del problema y la sostenida
por Hostos! Este creía en la bondad del capitalismo, y, por
tanto, en la posibilidad de poner coto, mediante ley, a los
males que podía acarrear su desarrollo. La lucha de clases
apenas asoma en su Tratado de Sociología o en sus análisis
sobre la economía de nuestro país, Bonó, en cambio, pone
todo al desnudo, y cuando escribió sobre nuestra realidad
socioeconómica acusa una penetración que excepcionalmente se encuentra en las páginas que Hostos dedicó al tópico.
Forzoso es, pues, llegar a la conclusión de que había en el
primero mayor vocación y hondura sociológica que en el
otro […] siendo, en el campo político, un liberal, conservó
siempre su independencia de criterio, que le permitió adentrarse en nuestras realidades con una visión propia, ajena a
todo tipo de influencia.198
Hostos deseaba para nuestros pueblos antillanos y latinoamericanos la independencia intelectual y económica, pero desde su óptica
esta última solo se lograría a través del fomento sostenido del trabajo
productivo gracias al incremento de la industria moderna. Por eso
favorecía la inmigración de origen europeo y estadounidense, a lo
Sarmiento. Sobre todo admiraba la cultura anglosajona, la que por
tener orígenes fundamentalmente protestantes desarrollaba hábitos
de trabajo y de ahorro, costumbres poco comunes en los países de
extracción católica.
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 283.
J. I. Jimenes Grullón, Sociología política, p. 333.
197
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Su admiración por los norteamericanos y el recóndito deseo de
lograr para Latinoamérica el progreso199 alcanzado por aquellos dentro
del marco del capitalismo no le permitieron percibir «el carácter expansionista de la política norteamericana en su etapa imperialista inicial;
como lo visualiza Martí, lo pudo deducir Bonó y constatar Luperón,
que eran intelectuales y políticos contemporáneos de Hostos».200
Bonó pone al descubierto el surgimiento del neocolonialismo
Ya para 1880 el intelectual crítico había asumido una actitud de
sospecha ante las incursiones del capitalismo monopólico en el país
y Latinoamérica, es decir, cuando aún no se había asomado el capital estadounidense por la región. En carta al director del periódico
Porvenir, Bonó ironizó acerca de la forma en que se desplegaba el
capital extranjero en Santo Domingo, el cual dejaba a su paso únicamente el despojo, el peonaje y la servidumbre:
Que vienen capitalistas extranjeros y establecen cuatro o seis
haciendas de caña de azúcar sobre terrenos feraces casi a precios
de regalía y a orillas del mar o de ríos navegables –bravo– que
introducen la maquinaria, casas, techo, carros, etc., sin pagar
un céntimo –bravo, bravo– que los amos se ven rodeados de
una población que antes eran los dueños del terreno y ahora
son sus braceros, que esta misma población además de haberse
convertido en siervos defienden y custodian estas fincas con
No debe olvidarse la influencia en Hostos de Augusto Comte y Herbert Spencer.
Para estos filósofos el progreso constituía la categoría central a que debía aspirar
toda sociedad preciada de moderna. La consigna de Comte era «orden y progreso». Pero de ambos quien más influye en Hostos es Spencer, pues, contrario
a Comte, el inglés postula la libertad de los sujetos dentro de un orden seguro y
flexible, mientras que el francés enfatiza el orden y la paz, colocando a la cabeza
de la sociedad una autoridad fuerte que las garantice. Así las cosas, Comte convenía a la Francia de su época, en tanto que Spencer se adecuaba más a su país
Inglaterra, pero también a los países de Latinoamérica. Por otra parte, Hostos
pensaba que si el pueblo dominicano accedía al progreso teniendo por base la
educación y la industrialización –las cuales permitirían «disciplinar» a las personas–, al cabo de un tiempo se lograría un nuevo orden. Si esto no se lograba,
todo estaba perdido, pues su consigna era Civilización o muerte.
200
M. Pimentel, Identidad, multi-culturalismo, Santo Domingo, 2007, p. 129.
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el Remington […] y que aquí paren y se detengan los bravos,
bravos.201
Es así como comienza el cuestionamiento crítico que Bonó formula al referido capital, el que deja instalada en el país la dependencia
política a través de una modalidad distinta de colonialismo.
Al examinar los intensos cambios que se producían a nivel mundial, resultan esclarecedores los señalamientos hechos por Francisco
Javier Caballero Harriet:
A partir de 1860, los grandes países industrializados conocen
una enorme expansión imperialista y, consecuentemente, el
sistema económico liberal capitalista (librecambista o proteccionista según el caso), con las instituciones características
(grandes empresas, bancos, bolsas, patrón-oro) que ellos encarnan, se va generalizando a lo largo y ancho del mundo.202
Siempre atento al palpitar social, económico y político del país
y el mundo en su conjunto, Bonó es el primer dominicano en darse cuenta del nuevo tipo de sometimiento en el que había caído la
sociedad dominicana, pero además comprende que con el mismo
asistíamos a una nueva etapa política, económica y social.
Observó cómo la realidad social del país giraría esta vez en torno al rubro azucarero, que para los dominicanos representaba una
novedad, y sobre lo cual sería necesario efectuar estudios especiales.
Por lo pronto, nota dos problemas cruciales en el resurgimiento
moderno de la economía azucarera: a) las ganancias excesivas; b) los
riesgos que se ciernen sobre los dos países que pueblan la isla.203
En 1881 Bonó ofreció un calificativo al nuevo rostro que trajo
consigo la época y su correlato económico-político: «nueva faz de
las conquistas de los fuertes sobre los débiles». Denunció, asimismo,
P. F. Bonó, «Privilegiomanía», Papeles, pp. 251-252.
F. J. Caballero Harriet, Algunas claves, p. 57.
203
Son apreciaciones de Bonó contenidas en una misiva escrita en francés a un
amigo que se supone era haitiano (dado los tópicos tratados) y que vivía en París.
La carta no tiene el nombre del destinatario y data posiblemente de 1880, pues
tampoco está fechada. Ver P. F. Bonó, «El error de Boyer», Papeles, p. 610.
201
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sus efectos devastadores: «El monopolio destruyó los conucos y sus
anexos de ganado menor, y con ello la subsistencia de la ciudad y
trabajadores».204
A partir de la vocación expansiva de la economía europea, pudo
visualizar la necesidad que tenía su industria de obtener materias
primas fuera de Europa y de colocar fuera de su mercado el arsenal
de mercancías que excedía su propio consumo.
En varios de sus escritos Bonó describe y evalúa cómo todo
en el país iba cayendo en manos de varias compañías que monopolizaban205 las actividades económicas y cómo sobre todo
ellas se iban apoderando de gran parte de las tierras cultivables,
convirtiendo de esta forma a los dominicanos en sus peones y
a los gobiernos en sus servidores, situación que era la evidente
consecuencia del nuevo colonialismo que arropaba al país.206
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 281.
Como apunta José Carlos Mariátegui: «la época de la libre concurrencia en la
economía capitalista ha terminado en todos los campos y en todos los aspectos.
Estamos en la época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los países
latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros
puestos están definitivamente asignados. El destino de estos países, dentro del
orden capitalista, es de simples colonias». J. C. Mariátegui, «Aniversario y balance», Ideología y política, Lima, 1969, p. 248.
206
Conviene realzar, aun sea muy someramente, el atinado análisis que efectúa
Darcy Ribeiro, quien lee en clave tecnológica lo que a su entender ha ocurrido
en Latinoamérica. Lo resumimos del siguiente modo: Los procesos civilizatorios
desencadenados por la revolución tecnológica provocan el surgimiento de focos
dinámicos correspondientes a pueblos activados por el dominio de los nuevos
recursos tecnológicos. Tales focos, difundiéndose sobre áreas contiguas o lejanas, constituyen constelaciones matroétnicas que se estructuran en forma de
imperios. Dentro de esta lógica, todos los pueblos enrolados en esos movimientos se transfiguran en dos formas distintas según experimenten movimientos
acelerados de autoconstrucción que los modelan como pueblos autónomos que
existen para sí mismos, o movimientos reflejos de actualización o modernización
que plasman pueblos dependientes, objeto de dominio colonial de los primeros.
Los pueblos de la periferia, que intentan acceder a las ventajas del mundo tecnológico devienen colocados bajo el dominio de un centro rector, pero con pérdida
de autonomía y mediante su conversión en proletariado externo de otros países.
Es decir, como proveedores de fuerza de trabajo o de materia prima destinadas a
promover la prosperidad ajena. Fue siguiendo esta lógica que Inglaterra, Francia
y los Países Bajos, en una primera etapa, se configuran como formaciones
imperialistas industriales. Al ocurrir la emancipación de las colonias ibéricas,
las mismas se transfieren de la órbita ibérica a la inglesa y se transfiguran de
formaciones colonialistas de tipo diverso, a una condición general de naciones
neocoloniales. D. Ribeiro, «La cultura latinoamericana», pp. 111 y 117.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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En misiva de 1885 a Gregorio Luperón, el sociólogo hizo una
descripción perspicaz:
El trabajo rural libre ha sido suplantado por el trabajo colonial
[cursivas añadidas], el comercial es el monopolio de cuatro a seis
casas, y la anulación del pequeño comercio nacional; los servicios civiles y militares son una confusión, toda subordinación
y disciplina ha desaparecido […] El presidente no gobierna ni
manda [cursivas añadidas], está en acecho, en contemplaciones
impropias de su jerarquía y dando lo ajeno a las Gobernaciones
[…] Todo es un desbarajuste que solo Dios, hablando en sentido
místico, por un milagro, o desgracias nacionales irreparables,
hablando filosóficamente, pueden remediar.207
Cuando se refiere al «trabajo colonial», Bonó no está haciendo
alusión al que operaba en la época de la colonia española, sino a la
modalidad laboral de reciente introducción merced a la irrupción del
capitalismo monopólico en el país. Por otra parte, a la mirada sociológica, económica, filosófica y política de Bonó no escapó la advertencia
del nuevo papel imperial que jugaría Estados Unidos a finales del
siglo xix (específicamente desde 1889), cuando desplaza a las potencias europeas de su hegemonía económico-política en Latinoamérica:
«A los Estados Unidos los vemos luchando en medio de un monopolio
exorbitante, de un proteccionismo engañoso y acérrimo [cursivas añadidas],
y con problemas de centralización irresolubles».208
Como atinadamente explica Roberto Fernández Retamar, los
países latinoamericanos asistían a un proceso de recolonización tras
varias décadas de haberse sacudido el dominio de la Corona española. Y agrega:
Nuestra América fue colonizada de nuevo; ya no por naciones
atrasadas (vade retro!), sino por naciones verdaderamente occidentales, como Inglaterra y los Estados Unidos, y conservando los atributos formales de la independencia. Esa nueva forma
Carta contenida en P F. Bonó, Papeles, p. 537.
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, p. 375.
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de colonialismo que se inicia, como tantas cosas, en nuestra
América, sería conocida como neocolonialismo.209
Frente a tal fenómeno, José Martí alerta a la América española a
prepararse, dado que había llegado la hora de «declarar su segunda
independencia».210 Martí avizoraba los peligros que representaba
el nuevo poder acumulado en el Norte. Había permanecido por
espacio de quince años en los Estados Unidos y creía conocer al
monstruo, pues había vivido dentro de sus entrañas.
Dentro de este contexto no es exagerado plantear que Bonó logra
anticiparse con al menos seis décadas a las teorías postcolonialistas,
las cuales se originan en Europa y Estados Unidos a partir de 1960.
Dentro de sus exponentes principales figuran dos martiniqueños:
Aimé Césaire y Frantz Fanon, quienes sometieron a serio cuestionamiento crítico el neocolonialismo francés.
Bonó capta tres tipos de colonialismo
En las tres décadas que siguieron a la capitulación de las tropas
españolas en 1865, Bonó se propuso sentar las bases necesarias para
que la sociedad dominicana lograra un cierto reconocimiento de sí
misma. En primer lugar, esta debía plantearse su autoconocimiento
como sociedad: sin dicho conocimiento no podía llegar a captarse
como algo valioso. Bonó intentó, en efecto, y por diversos medios, la
búsqueda de un ethos o núcleo epistemológico-axiológico que sirviera
de sostén fundamental a un pueblo que ensayaba el establecimiento
del Estado-nación.
Gracias a estos esfuerzos, Bonó es quien primeramente comprende que, como pueblo, República Dominicana aún permanecía
bajo el dominio de una España invisible, la cual reeditaba un poder
oculto que se colaba por entre los intersticios de los finos resortes
culturales. Una serie de taras estorbaban el normal desenvolvimiento de la vida cultural dominicana. A esa España intangible había que
209
210
R. Fernández Retamar, «Nuestra América», p. 171.
Comentario de Martí a la Primera Conferencia Panamericana de 1889. Citado
por R. Fernández Retamar, «Nuestra América», p. 171.
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reducirla a su mínima expresión en el marco de la cotidianidad del
dominicano. Y todo ello porque, como advierte José Martí:
Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de sus amos; empieza a serlo cuando se ha arrancado
de su ser los vicios de la vencida esclavitud, y para patria y
vivir nuevos alza e informa conceptos de vida radicalmente
opuestos a la costumbre del servilismo pasado, a las memorias
de debilidad y de lisonja que las dominaciones despóticas usan
como elementos de dominio sobre los pueblos esclavos.211
Por tal motivo, no bastó la simple emancipación política, puesto
que en ese proceso de lucha solo se obtuvo la soberanía sobre el
territorio, permaneciendo incólume todo el conjunto de hábitos,
tradiciones e ideas de la España monárquica, despótica, dogmática,
paternalista y patrimonialista. Su preponderancia ejercía un ascendiente determinante en la «condición de los espíritus» de la joven
nación.
Prócer de la Restauración, Bonó se irguió sobre el conjunto de
sus contemporáneos y visualizó el carácter incompleto de aquella gesta.
Dejó sentados graves enjuiciamientos a la mentalidad colonial prevaleciente, de suerte que pasó a convertirse –como ya se ha sostenido–
en pionero de la emancipación cultural dominicana.
Hay, sin embargo, una cuestión que conviene enfatizar: la función de Bonó no se limitó solo a lo previamente señalado –que ya es
bastante–, sino que pudo advertir cómo las clases trabajadoras y los
sectores depauperados del país carecían de las condiciones objetivas
que les permitieran ejercitar los derechos y deberes de ciudadanía.
Tal circunstancia lo llevó a exigir mayores niveles de igualdad y equidad, enarbolando la justicia social. Además, en lo que tiene que ver
con el nivel externo, puso de relieve –como ya se indicó con anterioridad– la nueva situación de sometimiento que traía aparejado el capital monopólico. Dependencia con ribetes intercontinentales, pues
J. Martí, «Conferencia Internacional Americana» (1889), Citado por Manuel
Maldonado-Denis, «Martí y Fanon», Fuentes de la cultura latinoamericana,
México, 1993, p. 421.
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el sociólogo e intelectual llega a develar, tras la presencia europea,
la irrupción del capitalismo estadounidense en su doble modalidad:
monopólica y proteccionista.
Bonó, de la crítica neocolonial al enjuiciamiento
de la ideología del progreso
Impugnación del liberalismo económico
Lo señalado hasta aquí permite apreciar en Bonó la puesta en
claro de tres tipos de colonialismo: político, cultural y económico.
Pero él hace también otra contribución: descubre la prevalencia y
puesta en vigor de una teoría surgida en el seno del positivismo liberal que servía de acicate a los nuevos agentes nacionales y extranjeros
que intervenían en la prédica y desarrollo de la moderna industria
azucarera. Se trata de la ideología del progreso, sobre la que Bonó
advierte:
Esta teoría echada a los cuatro vientos por las grandes naciones civilizadas, repletas de población, de capital, de ciencia,
experiencia, actividad y demás accesorios para aplicarlas con
energía y con fruto a la explotación de hombres y de cosas, es
uno de los males que afligen al mundo en la actualidad.212
Tal teoría tiene a Inglaterra y Francia como sus patrias nativas, los
dos imperios hegemónicos en el mundo hasta 1889. Lo que llenó de
satisfacción intelectual a Herbert Spencer213 fue causa de pesar para
P. F. Bonó, «Petición de un alambiquero», Papeles, pp. 413-414.
Este filósofo inglés, padre del liberalismo de corte individual y del darwinismo social, devino tan entusiasmado con la utopía del progreso que se dedicó a
buscarle bases filosóficas y aplicaciones universales. Como argumenta J. Bury,
«Spencer estudió las leyes generales de la evolución y planeó su filosofía sintética que habría de explicar el desarrollo del universo. Trataba de demostrar que
pueden descubrirse las leyes del cambio que controlan todos los fenómenos en
conjunto, tanto inorgánicos como biológicos, psíquicos y sociales. A la luz de
esta hipótesis, el progreso de la humanidad aparece como un hecho necesario,
una secuela del movimiento cósmico general, gobernada por sus mismos principios. […] por lo menos en Inglaterra […], la significación de la doctrina de la
212
213
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uno de sus contemporáneos: Pedro Francisco Bonó. Mientras para
el primero el ideal de progreso significó un bien para la humanidad,
para el segundo constituyó una teoría nociva. Siempre fiel a sus convicciones, Bonó buscó los medios de refutar dicha teoría.
Con su crítica al ideal de progreso, Bonó rompió con el liberalismo económico que presenciaba, lo cual se tradujo en una toma
de posición que lo llevó a distanciarse de la clase dominante y del
Partido Liberal. Y al distanciarse de la élite, su identificación con los
sectores populares nacionales se acrecentó. Siendo defensor acérrimo de un progreso socialmente incluyente, se dio cuenta de que el
manido adelanto que se proclamaba significaba más bien un retroceso
para «las masas populares». Por eso decidió impugnar los elementos
ideológicos de una de las doctrinas que más pábulo dio a la fe ciega
en el progreso: el liberalismo económico. De ahí que su declaración
de 1884 fuera radical:
Digamos la verdad, impugnemos la opinión dominante que
desde la fundación de la República se ha perpetuado entre
nosotros, de que la felicidad de un pueblo consiste únicamente
en el aumento de sus importaciones y exportaciones obtenidas
a todo trance, aunque sea atropellando la justicia y la moral:
aunque sea sobre los desastres de todos los ciudadanos como
Toussaint Louverture y que puede este solo dato estadístico,
estos números, estas riquezas de corta duración regularmente acaparados por unos pocos, reemplazar por completo las
buenas costumbres, las máximas, el trabajo libre, la caridad y
los hábitos de economía que han sido siempre las bases de la
grandeza y de la felicidad de las naciones.214
Raymundo González pone de manifiesto que no es sino hasta el
último cuarto del siglo xix cuando en el país la cuestión del progreso
toma el carácter que desde décadas atrás venía acusando en las demás
evolución elevó la doctrina del Progreso al rango de una verdad admitida por
todo el mundo, un axioma al que la retórica política podía recurrir con efectividad». John Bury, La idea del progreso, Madrid, 2009, pp. 347-348.
214
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, pp. 293-294.
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naciones de origen hispanoamericano. También, que dicho proceso
estuvo estrechamente relacionado con la implantación de la industria
azucarera moderna, lo cual dio origen al surgimiento de relaciones
capitalistas de producción en la formación social dominicana.215
La crítica del concepto de progreso en Bonó.
Caracterización
Como uno de sus habituales procedimientos a la hora de abordar
analíticamente problemáticas complejas, Bonó se interrogó respecto a
tres variables o ámbitos en los cuales la mentada prosperidad debía reflejarse: «¿Está en la organización del trabajo?», «¿El progreso está en la
instrucción pública?», «¿El progreso está en las buenas costumbres?».
El pensador dedica cerca de veinte páginas a discutir el asunto,
y su consideración final es que tal progreso no existe; de ahí que
termine recomendando:
[…] no debemos mecernos más en ilusiones, debemos ver con
valor el estado del país en todos sus ramos, en todas sus manifestaciones; abandonar esa parlería superficial que nada encierra,
que a todos cansa, que a ninguno engaña y que nos hundirá cada
vez más, día por día, en la miseria y desprestigio […] Debemos,
por fin, no aletargar el trabajo y energía nacionales con mirajes
ficticios, con lucubraciones, con teorías insensatas; debemos
ver el fondo de las cosas y exponerlas tal como ellas son, sin
ambages ni consideraciones. Por mi parte, aprovechando esta
oportunidad, declaro que disiento en todo y por todo, de las
apreciaciones generales que veo en la prensa nacional y oigo en
los círculos donde se examina y discute nuestra situación.
Yo no veo el progreso que se decanta, y tanto se vocea [...]
¿Cuál es este progreso? ¿Dónde está?216
De acuerdo a Petronila Dotel, la visión del progreso abrazada
por Bonó es original: le permitió reflexionar profundamente en
215
216
R. González, Bonó, pp. 110-111.
P. F. Bonó, «Opiniones de un dominicano», Papeles, p. 277.
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torno a las condiciones que proporcionaban seguridad a la vida del
trabajador y de sus familiares, pues para él el trabajador tenía que
sentirse seguro de su labor y ser bien remunerado. Reclamaba respeto al sector de los trabajadores, que se les retribuyera la riqueza
que producían.217
Ya aquí estamos en condiciones de resaltar la determinación
esencial que emana del concepto de progreso que abriga Bonó: que
todo progreso, para ser tal, conlleva necesariamente la inclusión social
de las clases trabajadoras y, en general, del conjunto de la colectividad
oprimida o empobrecida. Tal condición es requisito sine qua non para
avalar el verdadero progreso, o por mejor decir: no se puede hablar
de progreso si este no se expresa directamente en el mejoramiento
cuantitativo y cualitativo de las condiciones de vida del pueblo dominicano. De ahí que objetara a quienes gritaban a los cuatro vientos
la prosperidad originada por el desarrollo de la industria azucarera
en Santo Domingo, pues la misma no incluía la elevación de las
condiciones de vida del generador de las riquezas. Tal objeción la
argumenta brillantemente del modo siguiente:
Progreso sería puesto que se trata del progreso de los dominicanos, si los viejos labriegos de la común de Santo Domingo
que a costa de su sangre rescataron la tierra a cuyo precio
estaban adjuntadas, tierra que bañaron y siguen bañando con
su sudor, fueran en parte los amos de sus fincas y centrales:
si ya ilustrados y ricos como hacendados, en compañía de los
que nos han hecho el inapreciable favor de venir a nosotros,
trayéndonos su dinero, sus conocimientos, sus personas, su
trabajo, mandaran directamente sus productos a New York.
Pero en lugar de eso, antes aunque pobres y rudos eran propietarios, y hoy más pobres y embrutecidos han venido a parar
en proletarios. ¿Qué progreso acusa eso? Mejor entraña una
injusticia hoy y un desastre mañana.218
Petronila Dotel Matos, «La idea de progreso en Bonó. Tan desafiante como
entonces», Estudios Sociales, No. 142-143, octubre 2005-marzo 2006, Santo
Domingo, p. 108.
218
P. F. Bonó, «A mis conciudadanos», p. 327.
217
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Al evaluar la perspectiva de progreso defendida por Bonó, Rafael
Morla resalta que dicho autor no la reduce al simple
[...] desarrollismo económico, ni a la introducción de nuevos
medios y técnicas de producción, a la instalación de un ferrocarril, puesto que exige, además, desarrollo humano, que
la riqueza social beneficie a los que la producen con el sudor
de su frente. Hacemos notar que esta visión del progreso es
sumamente rara en ese siglo, que tiene fuerza y trascendencia
para el presente, al extremo de conectar con los ideales de la
UNESCO para el siglo xxi, donde el ideal de progreso, debe
incluir todos los elementos consustanciales a la condición
humana. Bonó quiere progreso con justicia social. Nada de olvidarse de los pobres, de ahí la fuerza y validez del calificativo
con que ha sido llamado: el intelectual de los pobres.219
La visión alterna del progreso enarbolada por el pensador nacional lleva aparejada, pues, una significativa proyección social. Dicha
perspectiva rompió todos los esquemas del dogma progresista, por
lo que sus objeciones críticas adquirieron dimensión continental.
Crítica del progreso en Bonó. Su dimensión continental
Al describir la situación que atravesaba el país durante el período finisecular decimonónico, Bonó habla de «desastre», «ruinas»,
«corrupción incorregible», «explotación de hombres y de cosas»,
«esterilización de suelos», «destrucción de riquezas naturales», «disolución de los vínculos sociales», «monopolio y coloniaje reciente», «tierra devorada por el monopolio», «lamentos de los infelices
aplastados»… Son estas palabras y expresiones que retratan una
crisis social, moral y espiritual calamitosa.
Andrés L. Mateo reconoce la profundidad de los asertos de Bonó
en su objeción a la ideología del progreso desplegada en su tiempo,
219
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 135.
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ya que nuestro autor pudo advertir que la coartada de la tal ideología
suele traer juntos la racionalidad y aquello que la amenaza: se puede
vivir una vida moderna y a la vez reproducir todas las taras de la
premodernidad.220
Pero, ¿exageraba Bonó al describir y ponderar la realidad experimentada por la República Dominicana en el último cuarto del
siglo xix o era más bien el resultado de una situación vivida? ¿No era
posible que el drama hiriera en lo más profundo su sensibilidad de
intelectual comprometido? ¿No se condolía del dolor y el abandono
en que yacía la inmensa mayoría de los dominicanos?
La puesta en entredicho del credo progresista efectuada por Bonó
fue la respuesta de un pensador ético al carácter expoliador y voraz
del capital monopólico que irrumpía en Santo Domingo.
Por sus lecturas y permanente actualización (a pesar de vivir en
un apartado rincón de la República), Bonó se mantuvo al tanto del
acontecer mundial y del movimiento dinámico del capitalismo europeo y norteamericano. Visualizó su expansión mundial y sus efectos
devastadores en esta parte del Caribe. Captó cómo en un primer
momento –a partir de la década de los setenta– el capital europeo
iba «hipotecando moralmente la industria del hemisferio»; y luego
de 1889 se dio cuenta de la forma en que el capital exorbitante y
proteccionista de Estados Unidos pasaba a dominar política, social y
económicamente el ámbito latinoamericano.
Estaba consciente de que dicho cuadro no expresaba sino el despliegue de un largo proceso dentro del cual las potencias mundiales
se habían abocado al reparto del mundo: entre 1830 y 1864 Francia
conquista a Argelia y Senegal; en el período 1842-1864 las potencias
occidentales ocupan los puertos principales de toda China, en tanto
Gran Bretaña ocupa y se apodera de Hong Kong por un período
que se prolongaría siglo y medio; durante los años de 1846 a 1867
Estados Unidos lanza la guerra a México y le arrebata gran parte
del territorio; en 1858 la India es anexionada a la Corona Británica;
entre 1864 y 1867 Francia ocupa y establece dominio en México;
en 1895 China es vencida por Japón, que le arrebata a Taiwan y
A. L. Mateo, «La ideología del progreso», en L. F. Martínez Jiménez, Filosofía
dominicana, tomo II, p. 401.
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Liaodong; a partir de 1870 toda África queda parcelada, y por su
posesión se pelean ingleses, franceses, holandeses, alemanes, portugueses, españoles.
Pero, ¿qué impulsa a estos países poderosos a rivalizar entre sí
por el dominio del mundo? ¿Qué nos explica su vocación voraz,
conquistadora y colonizadora, reveladora de una fase económica y
sociopolítica completamente nueva a escala mundial? Ello tiene, al
parecer, solo una razón objetiva: la búsqueda de materias primas y
espacios mercantiles para fabricar y vender sus productos. Sin embargo, debe señalarse simultáneamente un factor de naturaleza subjetiva: el pathos progresista, el cual ejerce una ilimitada fascinación
que raya en sentimiento o pasión religiosa.
¿Dónde radican las condiciones de posibilidad de este nuevo dogma
del progreso? ¿Por qué esta creencia tan abarcadora y alucinante
precisamente durante la segunda mitad del siglo xix? Para Bonó, las
respuestas a tales interrogantes hay que buscarlas en el despliegue
de la ciencia y la técnica, sobre las cuales comienza a mostrar franco
escepticismo. Así lo expresa:
En esta época, en este fin de siglo tan decantado de ciencia y
de progreso tan acabado, ni la ciencia ni el progreso han cumplido
sus promesas [cursivas añadidas]. La Europa es presa de odios
internacionales, del delirio de armamentos indefinidos y de
conquistas; y ésta, la más culta porción de la humanidad, ve
con terror el espectro del anarquismo armado con los más
poderosos instrumentos de muerte, y es devorado por un
pauperismo que solo puede calmar expulsando la mitad de su
población, a países libres, pero desiertos, o con el falaz nombre
de expansión colonial, a países salvajes.221
Bonó está consciente, puesto que está a la vista de todo el mundo,
de la existencia de ciertos indicadores económicos reveladores de una
cierta dinamización de la economía de Santo Domingo: incremento
de la rentabilidad de la tierra, crecimiento económico, aumento de
P. F. Bonó, «Congreso extraparlamentario», Papeles, pp. 374-375.
221
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las exportaciones e importaciones, surgimiento de nuevos grupos de
ricos, establecimientos de bancos, construcción de obras públicas
imponentes (ferrocarriles, grandes puentes, alumbrado eléctrico).
Todo esto y mucho más era observado por Bonó. Pero cabe reiterar
algo que sostuvo en 1880: «La Cuestión Hacienda […] A primera
vista es verdad que aparece como exclusiva cuestión de guarismos,
pero esta faceta engañosa solo conduce a remedios de momentos».222
Es decir, la mera exposición de cifras y su manejo hábil por los
expertos, complementado con el adormecedor lenguaje de los números, podrían prestarse para argumentar conclusiones supuestamente
válidas para la totalidad real, conclusiones que por ende podían
ponerse al servicio de propósitos demagógicos. De hecho, Bonó se
percató de la confabulación entre la élite nacional y el sector externo
para dejar asentada la creencia de que todas las novedades acaecidas
en el país constituían un muestrario de la prosperidad general de la
colectividad dominicana.
En efecto, sin el desarrollo cada vez más complejo de la ciencia
y la técnica, no podían ser explicados ciertos avances registrados en
el país durante la segunda mitad del siglo xix. Bonó hace la constatación de los mismos, pero –en vez de aplaudirlos– se suma al conjunto de voces que en el mundo postulan la bancarrota de la ciencia,
de esa «ciencia experimental aplicada en los pequeños e inocentes
pueblos».223
De importancia capital resulta esta apreciación de Bonó, pues
constata el hecho de que las naciones pobres del mundo eran víctimas del poder que ponía la ciencia en manos de las grandes potencias del momento. Pues la ciencia dota a quien la posee de un poder
avasallante. Y la racionalidad científica moderna expresó desde sus
momentos iniciales la vocación de dominio que la inspira. Francis
Bacon, principal expositor de las expectativas de poder que despierta
la racionalidad científica, lo resumía así en el siglo xvii: «Conocer es
poder».
P. F. Bonó, «Estudios», Papeles, p. 157.
P. F. Bonó, «Petición de un», Papeles, p. 414. Uno de los primeros enjuiciadores
de la noción de progreso y del cientificismo decimonónicos lo fue Friedrich
Nietzsche.
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Dos siglos después Nietzsche se convertiría en uno de los principales críticos del poder que trae aparejado el avance del binomio
ciencia-técnica: «La ciencia tiene que demostrar ahora su utilidad.
Se ha convertido en una nodriza y está al servicio del egoísmo: el
Estado y la sociedad la han tomado a su servicio con el fin de explotarla para sus fines».224
Ni Nietzsche ni Bonó eran partícipes del subyugante entusiasmo
por la ciencia, a pesar de que a raíz del siglo xix se forja la ideología que nos hace ver la actividad científica moderna como la única
actividad existente capaz de producir «verdaderas interpretaciones»
sobre el mundo y sobre nosotros.225
Bonó vivía en la periferia del mundo capitalista durante la segunda mitad del siglo xix; su país sufría los estragos de un nuevo orden
político y económico mundial. Fue la inteligencia más perspicaz y el
espíritu más sensible a los desafíos que revestía la nueva época. De su
lado, Nietzsche, que vivió entre 1844-1900, es la principal conciencia
filosófica europea que reacciona repudiando el nuevo tipo de racionalidad que se entronizaba en todos los órdenes de la vida. Precisamente
él pensaba que la vida era su principal víctima. Al igual que Nietzsche,
Bonó se esforzó también en dotar de sentido la realidad dominicana
luego de sufrido el impacto económico, político, moral y espiritual
del despliegue del capital monopólico. Para ello enfrentó como intelectual crítico el paradigma liberal-positivista de progreso que cifraba
una fe ciega en los efectos redentores de la ciencia y la técnica.
Pero, ¿no procuran la ciencia y la técnica la libertad del ser humano? ¿Acaso no persiguen asegurarle un bienestar y una felicidad
cada vez mayores? En lo que respecta a Bonó, su postura concluyente fue que el progreso que entonces hacía posible la ciencia y la
técnica solo implicaba promoción económico-social para una parte
de la sociedad, muy restringida por cierto. Desde esta perspectiva,
dicho progreso liberaba a los menos, en tanto promovía la explotación
y dominio de los más.
En este punto conviene citar a Antonio Campillo:
F. Nietzsche, El libro del filósofo, Madrid, 2000, p. 34.
E. Minaya, «La ciencia-técnica», pp. 6-33.
224
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El progreso es, por supuesto, un programa de la razón y de
la libertad. Sin embargo, al establecer una jerarquía entre los
pueblos la idea de progreso permite legitimar la dominación y
la colonización de unos sobre otros. Una colonización ejercida
en nombre de la razón. Una dominación ejercida en nombre
de la libertad. Los dominadores lo son porque se encuentran
unas generaciones, unos siglos o incluso milenios más adelante que los dominados. Y la dominación no tiene como objeto
declarado esclavizar sino liberar, es decir, hacer avanzar a los
pueblos más atrasados, hacerlos progresar, hacerlos crecer y
modificar.226
Conforme lo antes señalado, éramos víctimas de una sutil estrategia, la cual ejercía una especie de embrujo sobre personas y
pueblos, sobre todo en el caso de la República Dominicana, donde
todo estaba prácticamente pendiente de realización. Lo cierto es que
en todo el mundo occidental la ideología del progreso se expandía al
modo de mística religiosa.227 La influencia del cristianismo en dicha
concepción sería decisiva, pues tal y como indica Luis Garagalza:
Tanto el progresismo liberal como el marxista descansarían de
un modo u otro sobre la creencia cristiana en la salvación, bien
que secularizada: mientras que la salvación cristiana afecta
especialmente al alma y apunta simbólicamente al Reino de
Dios, el progreso moderno busca su realización literal, político-económica […] en el interior de la historia, en el «siglo».228
Antonio Campillo, Adiós al progreso. Una meditación sobre la historia, Barcelona,
1985, p. 19.
227
«Surgía así una nueva religión: la industrialista. Se levantaban entonces palaciegos altares a la maquinaria, como las Exposiciones universales, con sus millones
de visitantes-feligreses. En la École Polytechnique, donde concurrieron las mejores
lumbreras de Europa, se gesta un sujeto histórico inédito que mira la vida con
lente ingenieril, prescindiendo de las humanidades y su enfoque inveterado».
Ver H. E. Biagini, «Espiritualismo», p. 325.
228
L. Garagalza, «El dominio planetario de la técnica: La hermenéutica en un
mundo global», Curso dentro del Programa del Máster Filosofía en un Mundo
Global, Universidad del País Vasco-Universidad Autónoma de Santo Domingo,
2012-2013, p. 6.
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Visto de esta manera, en la filosofía del progreso se encontraban
asociados elementos de carácter emotivo y racional. En este último
caso nos situamos ante una ideología portadora de una lógica harto
asumida por la modernidad, si bien se trata «de una lógica contradictoria, ya que el progreso se ha propuesto como una liberación y
al mismo tiempo como una dominación».229 En este orden de ideas
es que Bonó logra arribar a una peculiar conclusión que le distancia
de modo radical de las teorías hegemónicas de su tiempo y espacio:
el mencionado progreso ha convertido al dominicano en más pobre
y al país en más dependiente, idea que logra coronar con su tesis de
un neocoloniaje en República Dominicana.
La reflexión hecha por Bonó sobre el tema del progreso a partir
del caso particular de la República Dominicana de su época presenta
un carácter singular, no solo por haber sido emitida por la única voz
disidente en el país, sino además por su hondo calado crítico, condición
esta que le otorga relevancia a nivel nacional y de toda Latinoamérica.230
Al decir de Rafael Morla, la de Bonó es una visión sumamente rara para finales del siglo xix, visión que sin embargo evidencia
tanta fuerza y trascendencia en nuestro presente que llega al extremo de conectar con los ideales de la UNESCO para el siglo xxi.
Efectivamente, para esta entidad el progreso debe incluir todos los
elementos consubstanciales a la condición humana. En palabras de
Bonó: es necesario el progreso, pero con justicia social.231
El pensador tuvo la perspicacia de advertir la paradoja que traía
encerrada en sí misma la categoría del progreso que se perfiló en el
siglo xix: postulaba la libertad y el bienestar para todos los países y
A. Campillo, Adiós al progreso, p. 69.
El progreso, cual «fantasma», recorría el mundo entero. En varios países de la
región surgieron voces que, sin tener la asiduidad y coherencia que Bonó, lo objetaron. La matanza de obreros en Chicago hacia 1886 agregaba su ingrediente a
dicha objeción. No todo en el desarrollo industrial era bondad: ¿A qué costo había
que pagar el progreso? «El pueblo ha aprendido esta frase ¡progresamos! Y en
medio de sus mayores dolores la repite con consuelo». Así se expresa el argentino
(exiliado republicano español) Serafín Álvarez en 1886, en su importante opúsculo
Cuestiones sociológicas. También hacia la misma época, en el libro titulado Escritos
filosóficos, el uruguayo Prudencio Vásquez cuestiona desde una perspectiva krausista la visión progresista: «no por tener ferrocarriles y teléfonos los pueblos viven
tranquilos y felices». Ver H. E. Biagini, «Espiritualismo», pp. 324-330.
231
R. Morla de la Cruz, Modernidad e Ilustración, p. 39.
229
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todos los ciudadanos, pero a la postre tales bondades se repartían en
forma desigual entre países poderosos y países débiles, entre ciudadanos ricos y ciudadanos pobres. Para unos la bonanza y la libertad,
para otros la pobreza y la dependencia.
Cabe aquí introducir una expresión de Enrique Dussel: «progreso cualitativo». Noción que viene a diferenciarse de los criterios
enarbolados por la modernidad, puesto que hace referencia a la sustentabilidad de normas, acciones, instituciones y sistemas de eticidad
que permitan y desarrollen la vida humana y la vida de las otras especies ligadas en su dignidad a la dignidad medular de la vida humana.
Con este concepto Dussel propugna por una ética ecológica.232
Sin dudas, Bonó encabeza la lista de los intelectuales dominicanos que asumieron el abordaje crítico de la idea de progreso poniendo de relieve el carácter unilateral, contradictorio y excluyente de
los males sociales que puede –y que a menudo suele– traer consigo.
Para efectuar el análisis y crítica de la noción de progreso el
pensador cibaeño partió de un marco teórico amplio y actualizado,
gracias a su conocimiento de los aportes realizados por Bernard
Fontenelle233 (quien se esforzó en darle fundamentación racional a
la visión progresista) y de Condorcet234 (quien logra impulsarla de
manera decisiva). Luego vendrían Augusto Comte (con quien la idea
del progreso se convierte en dogma) y Herbert Spencer (gracias al
cual logra alcanzar el rango de ley).
Estos autores, empero, solo representan la tendencia fundante y
apologética de la filosofía del progreso; tendencia que bien pudo satisfacer al Bonó joven, al mismo que llegó a autocalificarse de «iluso», pero
Enrique Dussel, Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión,
Valladolid, 1998, p. 379.
233
Racionalista francés, contribuyó a sentar las bases iniciales de la doctrina progresista. Parte de su producción la tuvo Bonó en su biblioteca.
234
Con su Boceto de una imagen histórica del progreso del espíritu humano, Jean Antoine
Condorcet –filósofo francés, miembro y secretario de la Academia de Ciencias
de París– se consagró como el primer gran impulsor del ideal de progreso en
cuanto vía fecunda para lograr la felicidad humana: «La perfectibilidad del hombres es verdaderamente indefinida, y el progreso de esta perfectibilidad de ahora
en adelante […] no tiene más límite que la duración del globo terráqueo. Este
progreso […] no podrá ser nunca detenido». Citado por Robert Nisbet, Historia
de la idea de progreso, Barcelona, 1981, p. 293.
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no al Bonó maduro, al autor que vertebra una lectura del progreso que
se aparta del paradigma enarbolado por ellos. Su concepción se nutre,
más bien, de los postulados prerrománticos de J. J. Rousseau (quien
impugnó las supuestas bondades de la ciencia y de la técnica, así como el
supuesto progreso que acarrean), y en menor medida, de los creadores
del socialismo utópico y del humanismo católico francés. Y no se puede
dejar de hacer referencia al hecho de que fue contemporáneo de K.
Marx y de F. Nietzsche, a quienes, a decir verdad, nunca menciona en
sus escritos, pero que formaban parte nodal del ambiente intelectual de
la centuria decimonónica en su segundo tramo.
Si Jorge Sorel235 logra ridiculizar en la actualidad las bases en que
descansa la idea moderna y contemporánea de progreso, Bonó consigue poner al desnudo, en el período finisecular del siglo xix, tanto
su poder demagógico y alienador, como sus resultados ruinosos,236
pues dicha noción lubricó los resortes en virtud de los cuales el
capitalismo monopólico pudo explotar a las personas, abusar de la
soberanía nacional y esquilmar los recursos naturales del país.
Iniciada en 1880, esta crítica es mantenida por el pensador –lanza en ristre– hasta su último escrito dirigido al Congreso Nacional,
el cual data de abril del año 1900237 (contaba a la sazón con setenta y
dos años de edad). En dicho escrito observa:
[…] un fantasma envuelto en palabras sonoras y al parecer
justas, tales como: el progreso se impone, el mundo marcha, el
Sociólogo de nacionalidad francesa, Jorge Sorel se ha ganado el respeto del
mundo intelectual gracias a sus obras Ilusiones del Progreso y Reflexiones sobre la
violencia.
236
A fin de expresar y denunciar estéticamente la vocación ruinosa del progreso,
Walter Benjamin toma como punto de partida el cuadro de Klee, Angelus Novus:
en escena se destaca el Ángel de la Historia, el cual se detiene ensimismado
para contemplar los escombros que a su paso ha dejado un temible huracán que
acaba de arrasar con todo lo que encuentra a su paso. El huracán es el progreso,
que en su transitar triunfante por la historia, con paso arrollador, todo lo va
destruyendo, arruinando así al ser humano mismo (creador del progreso) y a su
casa: la tierra.
237
Se trata de un documento oficial que no vio la luz pública para la época: «Petición
de un alambiquero». Aquí, como en el resto de sus trabajos sobre el tema, el enjuiciamiento de la concepción progresista va ligada indisolublemente a la defensa
de la patria y de los sectores populares; razón por la cual dicho cuestionamiento
reviste un cariz ético.
235
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combate por la vida; con otras mil más pomposas y más huecas
pronunciadas por los interesados, cubre con sus espantosos
ruidos los lamentos de los infelices aplastados.238
Raymundo González ha podido aquilatar la excepcional contribución de Bonó en la temática aquí dilucidada, poniendo de
manifiesto cómo en su etapa de madurez intelectual Bonó hace un
esfuerzo denodado en la búsqueda de
un camino diferente para acceder no al progreso sino a la felicidad del pueblo […] Su crítica a la ideología del progreso,
fue el primer grito latinoamericano [cursivas añadidas] por un
orden nacional que incluyera a las clases populares. De ahí la
importancia continental de esta crítica de Bonó hecha desde
San Francisco de Macorís.239
Relevancia ética de la crítica del progreso en Bonó
Gracias a su agudeza intelectual y a su fina sensibilidad social,
Bonó capta, debajo de palabras en apariencia sanas, la presencia de
estructuras socioeconómicas injustas. De aquí que se pueda concluir
que, en lo concerniente al cuestionamiento de la noción liberal y
positivista de progreso, en Bonó alienta un pathos ético.
Dicha preocupación ética se advierte en la terminología empleada por el autor a lo largo de su producción teórica, la cual trató
de aplicar en el plano de la vida práctica: justicia social, igualdad,
libertad, felicidad, fraternidad, verdad, dignidad, derechos humanos,
prudencia, honestidad y caridad. Ahora bien, es en el primer concepto donde radica la mayor significación.
La justicia social constituyó la verdadera utopía abrazada por
Bonó. La situación de abandono y desarraigo social que comprobó
en millares de compueblanos que fueron explotados y desposeídos
de sus propiedades con el advenimiento y desarrollo de la moderna
industria azucarera hirió su alma de hombre de bien.
238
239
P. F. Bonó, «Petición», Papeles, p. 414.
R. González, Bonó, p. 12.
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Quiso que el Congreso juntara «la riqueza con la justicia», pero
como tal pretensión resultaba inviable, Bonó recurrió al poder de
la imaginación creadora y se inventó el Congreso extraparlamentario.
Abierto totalmente al debate, se trata de un congreso popular inspirado en la más auténtica justicia social.240 A él no se asistía animado
por el sueldo a cobrar, sino por el bien de la comunidad a lograr.241
Bonó encarnó, pues, una utopía: la utopía de la justicia social.
Las palabras de Arnold J. Toynbee otorgan inteligibilidad a lo afirmado aquí:
Desde el siglo xix, hemos visto un incremento progresivo en
la productividad económica como resultado de la aplicación
de la ciencia y la tecnología; y es esto lo que ha cambiado la
visión de la justicia social para todos los seres humanos […]
que de un sueño utópico que era ha llegado a ser una ambición
razonable […]242
La justicia social conserva todavía su fuerza de ideal utópico, por
eso se la sigue buscando con afán. De ahí que los señalamientos de
Bonó, a un siglo de distancia, conserven sorprendente actualidad.
Como intelectual ético, Bonó se convirtió en la voz de quienes sufrían opresión y exclusión en su época. Se solidarizó con las
víctimas, por quienes dio la cara denunciando los males que padecían. Se constituyó en su voz al denunciar todo cuanto atentaba
Como atinadamente expone Raymundo González, «La postura de Bonó exhibe
un pensamiento que ha evolucionado desde el liberalismo de sus contemporáneos hasta el utopismo socialista, perspectiva desde la cual fue el primero en
plantear como criterio la justicia social para formular un proyecto nacional desde
las clases populares». Ver R. González, Bonó, p. 72.
241
«Con todo, Bonó no pudo evitar recaer en la búsqueda de brechas alternativas al
sistema político vigente que conllevasen el protagonismo beneficioso de la masa
del pueblo. Es lo que se puede inferir de su Congreso extraparlamentario, ficción
de un sistema político utópico, donde representantes pertenecientes al propio
pueblo analizan juiciosamente sus problemas y trazan las sendas alternativas. Se
puede leer que estaba abogando por una acción autónoma de los trabajadores
frente a un estado sujeto a una degeneración casi irremediable. Se infiere de esos
debates la idea de que la construcción de la democracia debía tener por terreno
el de la sociedad». Ver R. Cassá, «Pedro Francisco Bonó», pp. 7-23.
242
A. J. Toynbee, «El hemisferio occidental», p. 259.
240
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en contra de su dignidad de personas y del respeto de sus derechos humanos. Pero si todo esto se tornó posible, fue debido a
su honestidad al asumir de manera responsable la realidad que le
tocó vivir, al obedecer «a la autoridad de los que sufrían» y sentir
«compasión» por el sufrimiento de «las víctimas del sistema de
opresión vigente». Ellas eran trabajadores vinculados a la caña de
azúcar, peones agrícolas, pequeños y medianos agricultores, etc.
Sus convicciones éticas, por tanto, le llevaron a asumir la opción
por los pobres,243 de suerte que se le tornó imperativo categórico la
crítica del orden vigente. Como sostiene Enrique Dussel, para
que haya justicia, solidaridad y bondad ante las víctimas es necesario «criticar» el orden dado. Solamente así la imposibilidad de
vivir de los oprimidos se puede convertir en posibilidad de vivir y
de vivir mejor.244
Para entonces República Dominicana padecía la furia incontenible de un orden mundial dominado por un capital monopólico
que atentaba contra su libre existencia: «¿Podremos mantenernos
como pueblo libre, si la libertad no nos da los frutos que a todos los
pueblos libres da?».245 Tal interrogante revela cómo en el intelectual
crítico latía la preocupación por preservar y afianzar la independencia del pequeño mundo en que vivió.
En segundo lugar, está la naturaleza: Bonó contempló el
impacto combinado de la tecno-ciencia y el capital internacional en
un suelo casi virgen, su empecinamiento en «la destrucción del medio», en «destruir riquezas naturales», en «derribar montes». Ello
le llevó a cuestionarse: «¿podremos ofrecer a los que quieran unirse
a nosotros, una tierra devorada por el monopolio, esterilizada por la
explotación y violencia del hombre por el hombre?».246
Y en tercer lugar, el problema ético más grave según Bonó:
«La corrupción: he aquí nuestro gran mal, mal que nos circunda,
nos penetra y nos tiene bien cerca de la muerte, mal que causará la
«La ley que exonera al rico que tiene buena casa del tributo de patentes y lo
impone al pobre que solo puede tenerla de yaguas es mala». Carta de P. F. Bonó
al presbítero J. F. Cristinacce (1884) inserta en Papeles, p. 501.
244
E. Dussel, Ética de la liberación, Valladolid, 1998, p. 378.
245
P. F. Bonó, «Congrego extraparlamentario», Papeles, p. 395.
246
Ibídem.
243
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desaparición de nuestra nacionalidad si no procuramos contenerla y
corregirla pronto y radicalmente».247
Todo esto viene a revelarnos que la crítica hilvanada por Bonó
acerca de la teoría del progreso hunde sus raíces en el plano ético.
Al mismo tiempo pone de manifiesto que su crítica del colonialismo
político, del colonialismo intelectual y del neocolonialismo entronizado en su época –incluyendo, por supuesto, su enjuiciamiento
de la teoría del progreso– tienen sus motivaciones originales en
un punto básico: el anhelo de Bonó por construir una nación en
la que las clases trabajadoras o populares no resulten marginadas
y excluidas.
Tal preocupación nos interpela, nos sigue recordando los serios
desafíos que tenemos los dominicanos del presente y nos compele a
responder, como mínimo, las interrogantes siguientes: ¿Cuáles son
las condiciones de posibilidad de construir en la actual República
Dominicana una ciudadanía con real (y no simplemente formal)
participación política, una ciudadanía que posibilite una distribución
equitativa de las riquezas y que erradique de raíz la impunidad y
la corrupción que nos estrangulan? ¿Es posible una ciudadanía dominicana que viabilice el desarrollo humano integral de todas las
personas, que erija la educación como eje prioritario, que garantice
la preservación de la libertad respecto de los nuevos colonialismos y
que proteja los recursos naturales de la grave amenaza de una tecnociencia al servicio de la ambición desmedida del capital?
En definitiva, si nos disponemos a ponderar detenidamente las
actitudes y aportes de Bonó en el ámbito ético, finalizaríamos situando los méritos que le asisten en el grado de primicias:
a. Es el primer dominicano en conectar retrospectivamente con el
grito de justicia lanzado por los frailes dominicos en 1511 en
defensa de los indígenas esclavizados y exterminados.
b. Deviene antecesor en el país de la teoría postcolonial, la cual tiene
en los caribeños Frantz Fanon y Aimé Césaire dos exponentes
de talla universal.
P. F. Bonó, «La República Dominicana», p. 341.
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c. Ostenta la condición de antecesor de la ética de la liberación.
Surgida en Latinoamérica durante los años sesenta del siglo xx,
la misma enarbola la opción por las víctimas, asumiendo con
determinación la defensa de los sectores oprimidos en el mundo
de la globalización y la exclusión.
d. Al cuestionar la esterilización de tierras feraces y el consecuente
agotamiento de los medios de vida de la población por la dedicación intensa al monocultivo, la explotación maderera y los desmontes indiscriminados, Bonó se erige en el pionero dominicano
de la denuncia de tipo ecológico.
Por lo visto, Bonó, autor criollo de la segunda mitad del siglo xix,
está volcado en muchos aspectos hacia los siglos xx y xxi. Gran parte de
sus preguntas permanecen sin ser respondidas y muchas de sus respuestas aún dan qué pensar y qué hacer. Es probable que en él encontremos
pistas para iniciar replanteamientos de problemáticas no superadas, para
realizar reflexiones de gran pertinencia en el marco de una humanidad
signada por el riesgo permanente y por las perplejidades e incertidumbres de su devenir.
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CONCLUSIONES
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Llegado el momento de despedir el presente trabajo, permítaseme
exponer algunas consideraciones:
1. Bonó se convierte en el primer autor dominicano en realizar
un ajuste de cuentas al sistema colonial, el que aún en su época
imponía sus dictámenes a la joven nación dominicana. Advirtió
que muchas tradiciones derivadas del modo de ser hispánico, relacionadas con el régimen monárquico, el autoritarismo, el dogmatismo, el paternalismo y el prejuicio sobre el trabajo manual,
ejercían una influencia nociva sobre la mentalidad de los dominicanos. Hacia 1881, en su principal trabajo Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas, refiere cuatro causas fundamentales
del caos, la miseria y la ignorancia en que se debatía la sociedad
dominicana. La tercera de tales causas está constituida por «las
reliquias dejadas por los españoles en todas sus colonias».
2. Al referirse a las creencias y tradiciones legadas por la España
colonial, Bonó declara, a la edad de 28 años, que todo pensador tiene el deber de impugnar las tradiciones culturales de
su pueblo, pues muchas de ellas son erróneas y deben de ser
eliminadas. Con tal predicamento Bonó deja sentado en el país
el pensamiento crítico, uno de los atributos fundamentales de la
civilización occidental. En consecuencia, puede consignarse que
el autor efectúa la primera crítica de tipo cultural enunciada en
suelo dominicano, formulando como premisa la necesidad y
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conveniencia de llevar a cabo una transformación cultural en el
seno de nuestra sociedad.
3. La impugnación hecha por Bonó del legado colonial hispánico,
en cuyo seno observaba algunas taras que debían combatirse, no
le obnubiló al extremo de condenar a ultranza el conjunto de los
aportes procedentes de los españoles, a lo Sarmiento, Hostos
o Bilbao. Más bien coincide con la postura flexible de Andrés
Bello o Pedro Henríquez Ureña, ya que justipreció dos cualidades básicas del carácter español: la benevolencia y el espíritu
caritativo. Vinculadas a la tolerancia, estas actitudes devinieron
fundamentales para la configuración en la parte oriental de la
isla de un tipo de sociedad abierta, de tendencia cosmopolita.
Y es que los españoles aquí, a diferencia de los franceses radicados en la parte occidental, no tuvieron a mal mezclarse con
la raza negra, con la cual se unieron dentro del marco de una
esclavitud de tipo patriarcal. De esta ligazón hispánico-africana
emergió, precisamente, el pueblo dominicano, sociedad básicamente mulata que se fue conformando dentro de la más extrema
pobreza, condición esta que vino arrastrando por siglos. Esta
comunidad, sin embargo, continuó apegada a las tradiciones
hispánicas, muchas de las cuales vinieron a obstaculizar, de
acuerdo al criterio de Bonó, la consecución de un estilo de vida
independiente conforme lo demandaba el Estado-nación que se
deseaba implantar. Pero otras tradiciones y actitudes –como la
hospitalidad, la ausencia de odios raciales y el cosmopolitismo
provenientes en gran medida de la cultura española– entrañaban
determinados valores positivos, los cuales nos diferenciaron del
exclusivismo característico del pueblo haitiano. Estas actitudes de
corte exclusivista de la sociedad haitiana Bonó las atribuye al tipo
de colonización que implantó Francia en Haití, pues el colono
blanco francés no se unió con las esclavas de origen africano; de
ahí que se mantuviera un distanciamiento radical que provocaría
hostilidades y revoluciones entre razas que se odiarían a muerte.
4. Bonó comparte con Hostos el rol de emancipador intelectual
dominicano. Esto se debe a que en su crítica no incluyó al escolasticismo predominante en la época, si bien se refirió a dicha
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vertiente teórica como una filosofía no sana. Esto representa una
cierta limitación del autor, la que vino dada por su preparación o
formación autodidacta de carácter no sistemático. De allí deriva
el que Hostos fuera quien refutara y pusiera en cuestionamiento
crítico los fundamentos de dicha doctrina filosófico-teológica.
Además, al implantar el sistema educativo normalista, el puertorriqueño venció en las aulas dominicanas al régimen pedagógico
tradicional.
5. Bonó se insertó con profundidad suficiente dentro del tejido
social dominicano, logrando incluso captar el neocolonialismo y la
presencia imperial de Estados Unidos durante el período finisecular del siglo xix.
6. Bonó es el primer autor nacional en percatarse de la importancia
capital que reviste la ubicación geográfica de Santo Domingo, la
cual la hace ser punto geopolítico estratégico o «frontera imperial» (como diría Juan Bosch más tarde) por la que se debaten las
potencias mundiales. Por eso deja establecida la premisa de que
su sobrevivencia va a depender de su postura neutral frente a los
grandes conflictos internacionales y de la cordura e inteligencia
de sus gobernantes.
7. El enjuiciamiento que llevó a cabo Bonó implicó una significativa denuncia de índole ética. Efectivamente, refutó el liberalismo económico, que mide el crecimiento o el desarrollo de
una sociedad a partir de meras cifras sin tomar en cuenta la
participación efectiva que deben tener los diversos sectores en
el Producto Interno Bruto –lo cual se presta a engaño según él–.
Objetó asimismo los irritantes privilegios existentes y la excesiva
corrupción que arropaba los estamentos públicos (que venía ya
extendiéndose a los sectores populares) y denunció parejamente
el parasitismo de la élite política, cuya única preocupación era
repartirse el presupuesto de la nación. Fue, en efecto, un abanderado de la justicia social, un defensor de la dignidad y de los
derechos de la persona humana. Y lo que más resalta es el alto
nivel de sentido ético de sus reclamos por un proyecto de nación
que no se definiera únicamente desde y para las élites, sino que
tomara en cuenta al pueblo en toda su extensión.
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8. Con su crítica hecha a la teoría del progreso (que tanto proliferó
en su época), conjuntamente con sus objeciones tempranas a los
excesos en que ya incurrían la ciencia y la técnica al provocar talas indiscriminadas de árboles y esterilización de tierras bajo los
efectos del intenso cultivo, Bonó dejó sentada la denuncia ecológica en suelo dominicano. Pero además su reflexión refutó algunos
de los postulados señeros de la Ilustración. Aquí se deja entrever
la decisiva influencia que ejercieron en él la visión romántica de la
vida natural y el rechazo de la idea del progreso característico de
la concepción rousseauniana.
Por último, unas reflexiones relativas al impacto o influencia del
pensamiento de Bonó en la actualidad y a los desafíos que representa
para el conglomerado nacional.
En referencia a Bonó, son lugares comunes en el ambiente intelectual dominicano considerarlo:
►
►
►
►
►
►
padre de la sociología dominicana;
orientador ideológico de la revuelta liberal de 1857;
teórico principal, junto a Ulises Francisco Espaillat y Benigno
Filomeno de Rojas, de la guerra de la Restauración;
primer crítico de la historia social dominicana;
principal defensor de las clases trabajadoras del país; impulsor
de la mayor objeción a la ideología del progreso desplegada en
Santo Domingo durante la segunda mitad del siglo xix;
el «intelectual de los pobres».
Todos estos méritos y prerrogativas, junto a otros que no he
mencionado, le han sido reconocidos a Bonó. Pero hasta ahora no
había sido abordada su calidad de pionero de la emancipación cultural
dominicana, ni tampoco había sido analizada su faceta como iniciador
del pensamiento crítico en el país. La presente investigación ha tratado
de demostrar ambas cosas.
En una época como la nuestra, en que la tecnología mundializa
modas, estilos y actitudes de todo tipo, en que las desigualdades y
los privilegios se ensanchan tanto entre las naciones como entre los
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ciudadanos, en que cada día enormes marejadas humanas se levantan
indignadas reclamando su derecho a la vida y a una educación pública
de calidad y en que crecen las incertidumbres y el riesgo se convierte
en la nota dominante de la vida humana, una lectura de Bonó trae
enormes ventajas, pues sus exhortaciones a una mayor transparencia
en la vida pública y a una mayor justicia social e igualdad entre los
dominicanos conservan admirable vigencia.
Ir al rescate del legado del emancipador cultural de los dominicanos
implica un estudio de fondo que exige una crítica de la cultura, una
crítica política, una crítica educativa y una crítica histórico-social y
económica. Pese a los esfuerzos realizados hasta el momento, esta
tarea sigue pendiente. El día en que se materialice la sociedad dominicana habrá ingresado en un nuevo estadio de su desarrollo social y
crecimiento integral.
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Fechas y eventos importantes sobre
Pedro Francisco Bonó (1906-2011)
1906, 23 de septiembre
Eliseo Grullón escribe a manera de panegírico «Restaurador y
patriota», texto publicado en El Pensamiento, No. 13, Santiago.
1906, 2 de octubre
Luis M. Castillo publica la semblanza «Don Pedro Francisco
Bonó» en
El Diario, Santiago.
1917
Pedro Ma. Archambault da a conocer la biografía «Pedro
Francisco Bonó», en el Almanaque dominicano para 1917, N. de
Moya, Santiago.
1963, 16 de agosto
Con motivo del Centenario de la Guerra de la Restauración,
se pone en circulación un sello postal con las efigies de Ulises
Francisco Espaillat, Pedro Francisco Bonó y Benigno Filomeno
de Rojas.
1963
J. M. Ricardo Román publica «Pedro Francisco Bonó», biografía
donde revela importantes noticas sobre la vida y obra de nuestro
autor. Revista Clío, No. 120, año XXXI, enero-diciembre de 1963.
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1964
La Academia Dominicana de la Historia, con motivo del centenario de la Guerra de la Restauración publica Papeles de Pedro F.
Bonó, una recopilación de Emilio Rodríguez Demorizi, en cuya
primera parte se incluye: «Cronología» y «Apuntes para la biografía de Bonó».
1968
Emilio Rodríguez Demorizi hace público Pedro Francisco Bonó.
El montero, acompañado de un enjundioso estudio de su autoría.
Esta novela estuvo sumida en el olvido por espacio de 112 años.
1980
La Academia Dominicana de la Historia publica la segunda edición de Papeles de Pedro F. Bonó, recopilación a cargo de Emilio
Rodríguez Demorizi.
1981
Mediante decreto presidencial No. 2838 se declara el día 18 de
octubre de cada año «Día Nacional del Sociólogo». La fecha se
escoge como reconocimiento póstumo a Pedro Francisco Bonó,
quien nace en el día y mes referidos, en 1828.
1985, septiembre
Fundación en la ciudad de Santo Domingo del Instituto
Filosófico Pedro Francisco Bonó, por iniciativa de la Compañía
de Jesús.
1985, octubre
Raymundo González obtiene el premio del Instituto Tecnológico
de Santo Domingo (INTEC), con una biografía sobre Pedro
Francisco Bonó.
1986
La Fundación Pedro Francisco Bonó publica Pequeña antología
de Pedro F. Bonó.
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331
1988, 29 de junio
Por decreto presidencial No. 303 se dispone el traslado al
Panteón Nacional en Santo Domingo, de los restos de Pedro
Francisco Bonó, los cuales yacían en el Cementerio Municipal
de San Francisco de Macorís.
1989, 28 de abril
Los restos de Bonó se depositaron en una urna del Panteón
Nacional en la ciudad de Santo Domingo.
1989
La Universidad Autónoma de Santo Domingo crea mediante resolución del Consejo Universitario la Cátedra Extra-curricular
«Pedro Francisco Bonó», adscrita a la Escuela de Sociología.
1991, Junio
Pablo Nadal hace pública la obra Bonó: ciudadano dominicano.
1993, 9 de enero
Creación en la ciudad de Santo Domingo, por iniciativa de la
Compañía de Jesús, del Centro Pedro Francisco Bonó.
1994, 28 de octubre
Raymundo González publica el libro Bonó, un intelectual de los
pobres, primer estudio sistemático acerca de la vida y el pensamiento de Bonó. Obra de referencia básica.
2000, 24 de octubre
Publicación, por Ediciones Fundación Corripio de dos tomos
que recopilan los escritos de Bonó:
1.
El montero. Epistolario (Vol. XXXI)
2.
Ensayos sociohistóricos. Actuación pública (Vol. XXXII).
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Julio Minaya
2003
Roberto Cassá publica Pedro Francisco Bonó, texto biográfico que
permite aquilatar la evolución del pensamiento de Bonó.
2006, septiembre
Realización de dos grandes jornadas con motivo del centenario
de la muerte de Pedro Francisco Bonó (1906-2006):
Jornada «El pensamiento de Pedro Francisco Bonó» (del 14 de
septiembre al 27 de octubre). Organizan: Universidad Autónoma
de Santo Domingo y Archivo General de la Nación.
Mes conmemorativo del centenario del fallecimiento de Pedro
Francisco Bonó (Del 11 de septiembre al 18 de octubre).
Organizan: Centro Bonó, Academia Dominicana de la Historia,
Academia de Ciencias de la República Dominicana y Asociación
Dominicana de Filosofía.
2006
Publicación de dos textos importantes sobre el autor en ocasión
de conmemorarse el centenario de su fallecimiento:
Pedro Francisco Bonó, publicado por la Asociación Duarte de
Ahorros y Préstamos de San Francisco de Macorís.
Centenario de Pedro Francisco Bonó, monografía de la Revista Estudios
Sociales (No. 142-143) del Centro Bonó, Compañía de Jesús.
Creación del Premio Ensayo Pedro Francisco Bonó por la
Fundación Global Democracia y Desarrollo (FUNGLODE).
2007
Publicación de la antología Pedro Francisco Bonó. Textos selectos,
Archivo General de la Nación.
2011, 16 de noviembre
Presentación y defensa de la Tesis doctoral: «Pedro Francisco
Bonó. Precursor de la emancipación cultural dominicana.
Aportes éticos y político-sociales». Julio Minaya, Universidad
del País Vasco, San Sebastián, España.
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Bibliografía de y sobre Pedro Francisco Bonó
I. Publicaciones de las obras de Pedro Francisco Bonó
Bonó, Pedro Francisco. Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Prefacio
de Raymundo González, Colección Juvenil Vol. I, Santo Domingo,
Archivo General de la Nación, 2007.
Bonó, Pedro Francisco. El montero. Epistolario / Ensayos sociohistóricos. Actuación pública. Estudio preliminar y notas por Raymundo
González, Colección Clásicos Dominicanos, Vols. XXXI y XXXII,
Santo Domingo, Corripio, 2000.
Bonó, Pedro Francisco. Pequeña antología de Pedro F. Bonó. Colección
Pensamiento Liberal, Santo Domingo, Fundación Pedro Francisco
Bonó, 1986.
Bonó, Pedro Francisco. Congreso extraparlamentario, San Francisco
de Macorís, 1985.
Bonó, Pedro Francisco. «La República Dominicana y la República
haitiana», Antología literaria dominicana. Vol. 4 (Ensayos), Santo
Domingo, INTEC, 1981.
Bonó, Pedro Francisco. Papeles de Pedro F. Bonó. Para una historia de
las ideas políticas en Santo Domingo. Compilación y notas de Emilio
Rodríguez Demorizi, Santo Domingo, Academia Dominicana
de la Historia, Editora del Caribe, 1964.
Bonó, Pedro Francisco. «Apuntes para los cuatro ministerios de la
República», Documentos para la historia de la República Dominicana.
Vol. 2, Emilio Rodríguez Demorizi (editor), Santiago de los
Caballeros, Editorial El Diario, 1944.
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Bonó, Pedro Francisco. El montero. Santo Domingo, Letra Gráfica,
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Bonó, Pedro Francisco. El montero. Santo Domingo, Santuario,
2007.
Bonó, Pedro Francisco. El montero. Santo Domingo, Manatí, 2006.
Bonó, Pedro Francisco. El montero. Santo Domingo, Colé, 2005.
II. Obras sobre Pedro Francisco Bonó
Cassá, Roberto. Pedro Francisco Bonó. Colección Biografías Dominicanas,
Santo Domingo, Tobogán, Alfa & Omega, 2003.
González, Raymundo. Bonó, un intelectual de los pobres. Santo
Domingo, Búho, 1994.
Martínez Almánzar, Juan Francisco. Bonó, Luperón y Heureaux.
Santo Domingo, Centro de Adiestramiento e Investigación
Social, 2006.
Nadal, Pablo. Bonó: ciudadano dominicano. Santo Domingo, Taller,
1991.
Pedro Francisco Bonó. Primer Centenario de su paso a la eternidad.
San Francisco de Macorís, Asociación Duarte de Ahorros y
Préstamos, 2006.
III. Monografías y publicaciones breves
sobre Pedro Francisco Bonó
Almeyda Rancier, Franklin. «Panegírico a Pedro Francisco Bonó
(post mórtem)», Santo Domingo, UASD, 1989.
Cassá, Roberto. «Apología de Pedro Francisco Bonó». Santo
Domingo, FLACSO, 1997.
«Centenario de Pedro Francisco Bonó», revista Estudios Sociales,
Vol. XLI, No. 142-143, octubre 2005-marzo 2006, Santo
Domingo.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
335
IV. Artículos en revistas sobre Pedro Francisco Bonó
Andújar Persinal, Carlos. «El pensamiento sociológico de Bonó»,
Estudios Sociales. Año XLI, No. 142-143, 2006.
Avelino, Francisco Antonio. «La interpretación de Bonó sobre la
dominicanidad y la haitianidad», Clío. Año 75, No. 172, 2006.
Carreras Aguilar, Pedro. «Pedro Francisco Bonó y el espacio rural
cibaeño», Estudios Sociales. Año XLI, No. 142-143, 2006.
Cassá, Roberto. «Apología de Pedro Francisco Bonó», Clío. Año
LXIV, No. 155, 1996.
Cassá, Roberto. «Pedro Francisco Bonó y su época», Estudios
Sociales. Año XXXI, No. 114, 1998.
Dotel, Petronila. «La idea de progreso en Bonó, tan desafiante
como entonces», Estudios Sociales. Año XLI, No. 142-143, 2006.
González, Raymundo. «Bonó: un crítico del liberalismo dominicano
en el siglo xix», Ciencia y Sociedad. Vol. 10, No. 4, 1985.
González, Raymundo. «Bonó ¿baecista y anexionista. Una rectificación», Clío. Año 75, No. 172, 2007.
Guerra, Juan I. «Concepción antropológica-filosófica de Pedro F.
Bonó», Eme-Eme. Vol. XI, No. 64, 1983.
Guerrero, José. «Bonó: Precursor de la historia social dominicana»,
Clío. Año 75, No. 172, 2006.
Guerrero, José. «Vida y obra de Pedro Francisco Bonó», Estudios
Sociales. Año XLI, No. 142-143, 2006.
Mella, Pablo. «La identidad narrativa dominicana. Por un nuevo congreso extraparlamentario», Estudios Sociales. Año XLI,
No. 142-143, 2006.
Minaya Santos, Julio. «Pedro Francisco Bonó: vida y obra en su
contexto», Estudios Sociales. Año XLI, No. 142-143, 2006.
Objío, Orlando. «Bonó. El sociólogo», Estudios Sociales. Año XLI,
No. 142-143, 2006.
Peralta, Freddy. «La sociedad dominicana vista por Pedro Francisco
Bonó», Eme-Eme. Vol. 5, No. 29, 1977.
Ricardo Román, J. Max. «Pedro Francisco Bonó», Clío. Año XXXI,
No. 120, 1963.
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Bonó (1828-1906)», Política: teoría y acción. Partido de la
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V. Capítulos o secciones de libros
sobre Pedro Francisco Bonó
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la bibliografía de la novela en Santo Domingo», Anales de la
Universidad de Santo Domingo, año 24, No. 87-88, julio-diciembre, 1958.
Archambault, Pedro María. «Noble actitud del Lcdo. Bonó en
1864», Historia de la Restauración. Santo Domingo, 4ª edición,
Taller, 1981.
Archambault, Pedro María. «Pedro Francisco Bonó», Almanaque
dominicano para 1917. Santiago de los Caballeros, 1917
(Recopilado en: Emilio Rodríguez Demorizi. Papeles de Pedro F.
Bonó. Barcelona, Gráficas M. Pareja, 2ª edición, 1980).
Contín Aybar, Néstor. «Pedro Francisco Bonó y Mejía», Historia
de la literatura dominicana. Vol. 2, San Pedro de Macorís,
Universidad Central del Este, 1983.
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de siglo a través de la novela. Santo Domingo, Editora Cosmos, C.
por A., 1978.
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dominicana», Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I,
Lusitania F. Martínez Jiménez (compiladora), tomo I, Santo
Domingo, Archivo General de la Nación, 2009.
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Bonó», 100 dominicanos célebres. Santo Domingo, Publicaciones
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Anexos
I
Cronología de Pedro Francisco Bonó1
1828, octubre 28
Nace en Santiago de los Caballeros, hijo de José Bonó y de Inés
Mejía. Sus abuelos paternos, Lorenzo Bonó y Eugenia de Port,
eran dueños de plantaciones en Saint-Domingue o Haití. A
consecuencia de la sublevación de los esclavos, Lorenzo Bonó
perdió la vida, mientras que Eugenia de Port y su hijo José Bonó,
vestido de hembra, lograron cruzar la frontera y salvarse gracias
al auxilio brindado por una esclava.
1831, marzo 8
Su padre José Bonó compra una casa en San Francisco de
Macorís, donde ejerce actividades comerciales.
1846
Reside junto a su abuela Eugenia de Port en Puerto Plata, hogar
en el cual creció y permaneció hasta iniciada su juventud.
Se reproduce aquí la cronología de E. Rodríguez Demorizi, en Papeles, pp. 5-15,
enriquecida con nuevas aportaciones. (Nota del autor).
1
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Julio Minaya
1848
Escribe en Puerto Plata El montero. Novela de costumbres, la
primera novela escrita en el país.
1851, enero 18
Ejerce de fiscal en Santiago.
1853, septiembre 17
Por causa de la muerte de su madre Inés Mejía, acaecida en San
Francisco de Macorís, se procede a la partición de los bienes del
matrimonio Bonó-Mejía.
1854, marzo 4
Resulta electo como suplente de representante o diputado por
Santiago.
1854, mayo 6
Es designado subagente de El Correo de Ultramar, revista editada
en París. Al dar la información, el periódico El Orden, de Santo
Domingo, se refiere a Pedro Bonneau. En su juventud Pedro
Francisco prefería afrancesar su apellido, hasta el día en que su
padre le llamó la atención y le exigió escribir Bonó.
1854
Obtiene su título de abogado.
1855, enero 18
Es nombrado procurador fiscal del Tribunal de Justicia Mayor
de Santiago.
1856, enero 24
Se desempeña como secretario del general Juan Luis Franco
Bidó durante el desarrollo de la batalla de Sabana Larga, en la
que los haitianos resultan derrotados definitivamente.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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1856, junio 23
Es escogido senador de Santiago por el Senado Consultor.
1856, junio 30
Obtiene un voto en las elecciones organizadas por el Colegio
Electoral de Santiago para elegir al presidente de la República.
Matías Ramón Mella y Ulises Francisco Espaillat también logran
sendos votos.
1856, julio 17
En misiva al Senado, se excusa por no poder asistir a las sesiones
debido a quebrantos de salud.
1856, septiembre 15
Es juramentado como senador por Santiago. Expresa los buenos
deseos que le animan y su disposición a cumplir fielmente las obligaciones de su cargo.
1856, octubre 6
Es designado abogado defensor público para los tribunales del
distrito judicial de Santiago.
1856, octubre 9
Presenta en el Senado una moción en torno a la organización
del Ejército y a la creación de un Banco Nacional, entre otras
medidas progresistas.
1856, octubre 13
En sesión del Senado enuncia tres pilares en los que a su entender descansa el progreso del pueblo dominicano: a) darle al
dominicano tiempo para trabajar y asegurarle su trabajo; b) establecer escuelas primarias y escuelas profesionales cuya enseñanza sea libre y sin trabas ni restricciones, y que se retribuya bien
a los maestros; c) dar más tiempo para producir y abrir buenos
caminos para hacer menos costoso el producto, más rápida la
comunicación, más rápidos los cambios.
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Julio Minaya
1856, octubre 18
Presenta renuncia como senador de Santiago.
1856
Publica su obra El montero. Novela de costumbres en El Correo de
Ultramar, París.
1857, marzo 11
Ejercicio del derecho; ubica su oficina en la calle del Sol, Santiago
de los Caballeros.
1857, mayo 8
Da a la publicidad el primero de sus ensayos: Apuntes para los
cuatro ministerios de la República. Escrito en Santiago, se trata de
un opúsculo en el que aborda temas políticos, económicos, jurídicos e histórico-sociales. Constituye el primer esbozo crítico de
la historia dominicana que parte de la era colonial.
1857, junio 17
Es elegido presidente de la Comisión Oficial Diputada sobre
la Frontera del Norte, la cual estaba integrada por Fernando
Valerio, José Hungría, Antonio Batista y Bonó. Dicha Comisión,
reunida en Sabaneta, celebró conferencias con su homóloga haitiana los días 18 y 19 de junio a fin de procurar zanjar diversos
conflictos fronterizos.
1857, junio 19
Expone a los integrantes de la Comisión Oficial del gobierno
haitiano el cese de la conferencia, en vista de que no aceptaron
estipular por escrito lo que ya habían discutido y convenido: que
ambos gobiernos evitarían el merodeo por la zona norte de la
frontera.
1857, julio 7
Toma parte activa y directiva en la revolución liberal contra el
presidente Buenaventura Báez. Aparte de la firma del Manifiesto,
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pasa a formar parte del Gobierno con asiento en Santiago: junto
con Ulises Francisco Espaillat, es nombrado comisionado de
Interior y Policía.
1857, septiembre 25
Es elegido diputado al Soberano Congreso Constituyente de
Moca.
1857, diciembre 7
Es diputado por Santiago en el Soberano Congreso Constituyente
de Moca. Con varios votos para presidir dicho Congreso, resulta
escogido como secretario.
1857, diciembre 10
Recién instalado el Congreso, su padre José Bonó presenta renuncia como diputado en representación de la común de San
Francisco de Macorís.
1857, diciembre 18
En el marco de los debates efectuados en el Soberano Congreso
Constituyente de Moca defiende los postulados del sistema federal y refuta los del sistema centralista.
1858, enero 23
En sesión del Congreso Constituyente lanza duros ataques al
presidente Báez y propone su aislamiento.
1858, febrero 16
Redacta y da lectura, dentro del Congreso Constituyente, al
decreto con el que se promulga la Constitución.
1858, agosto 28
Tras la renuncia del presidente Valverde, y en su condición
de presidente del Congreso Nacional, anuncia a los generales
Fernando Valerio y Juan E. Gil su designación como máximas
autoridades del Gobierno de Santiago.
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Julio Minaya
1858, agosto
A causa del triunfo de la facción santanista, sale desde Montecristi
con destino a Filadelfia. Le acompañan sus amigos Ulises Francisco
Espaillat, José Desiderio Valverde, Benigno Filomeno de Rojas y
Domingo Mallol. La residencia por varios meses en Estados Unidos
le llevará al conocimiento directo de sus instituciones modernas.
1859
De regreso en Santiago, se dedica al ejercicio profesional del derecho.
1860, diciembre 17
Se desempeña como procurador del Tribunal de Primera
Instancia de Santiago.
1861, marzo 24
Seis días después de proclamada la anexión de la República
Dominicana a España, personalidades de Santiago se pronuncian a su favor; su firma no aparece dentro del listado.
1861, octubre 1
Recibe autorización para ejercer como defensor público.
1863, septiembre 6
El incendio de Santiago, desatado en el fragor de la guerra de la
Restauración, redujo a cenizas la casi totalidad de las edificaciones de la ciudad. Bonó perdió todo: residencia, biblioteca, locales comerciales, etc. En carta a J. de J. Castro testifica: «Debo
manifestar a Ud. Que vivía en Santiago en el año 1863 y fui una
de las víctimas del incendio de ese año. Casas, tienda, almacén,
biblioteca, todo se quemó y solo salvé la ropa que me cubría, que
a los ocho días ya estaba hecha jirones».
1863, septiembre 13
El general Gregorio Luperón le designa, junto a U. F. Espaillat,
P. Pujol y R. Curiel, representante en la Conferencia que conocería la capitulación de las fuerzas españolas en Santiago.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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1863, septiembre 14
Es instalado en Santiago el Gobierno Provisional Restaurador.
Es nombrado comisionado de guerra junto con Julián Belisario
Curiel. Estampa su firma en el Acta de la Independencia o
Manifiesto de la Revolución. Un relato de J. Max Ricardo R.
expresa: «En los comienzos de la Revolución Restauradora se
presentaron una tarde a su Oficina don Ulises Francisco Espaillat,
don Pablo Pujol y Julián Belisario Curiel a pedirle que redactara
el Acta de la Independencia o Manifiesto de la revolución, dictándole don Ulises: “Pierre, coge la pluma, que tú eres el historiador,
y estás ante la posteridad y escríbelo”».
1863, septiembre 28
Es designado por el Gobierno comisionado para la consecución
de un empréstito voluntario entre los habitantes del Cibao.
1863, octubre
En calidad de ministro de la guerra, es designado comisionado
en la provincia de La Vega, jurisdicción que serviría de escenario
para el desarrollo de cruciales enfrentamientos bélicos con las
tropas españolas dirigidas por el general Pedro Santana.
1863, octubre 5
En su condición de ministro de la guerra, se traslada al cantón
de Bermejo, en las proximidades de Yamasá y Monte Plata, zona
que el Ejército español se proponía conquistar para avanzar hacia el Cibao.
1863, octubre 8
La Logia de Santiago expide una certificación mediante la cual
le confiere los tres primeros grados que otorga la masonería.
1863, octubre 19
El Gobierno de Santiago aprueba sus ejecutorias en la provincia
de La Vega, expresándole que «Ud. mejor que otro alguno puede desempeñar esa delicada misión».
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1863, octubre 21
Se encuentra en La Vega desempeñando su función de comisionado. Preocupado, el Gobierno de Santiago le instruye
en torno a «curar de raíz el mal de la sonsaca», asegurándole
a Bonó que se actuará de acuerdo a como «su prudencia le
aconseje».
1863, octubre 25
En La Vega. El Gobierno le manifiesta que aprueba «la combinación militar que Ud. ha observado en la colocación de los diferentes
cantones, así como del plan estratégico, el que será una bendición
del cielo si el General Florentino se encuentra en El Higüero […]
El croquis del teatro de la guerra se ha recibido […]».
1863, diciembre 30
Permanece en la común de San Francisco de Macorís, donde
viven su padre y hermanos.
1864, febrero 10
En San Francisco de Macorís, el Gobierno le dice: «Esta
Superioridad tiene a bien manifestarle que las observaciones que
contiene su oficio han merecido la aprobación; de todo lo que le
da infinitas gracias».
1864, febrero 23
Presenta su renuncia como ministro por quebrantos de salud.
El Gobierno reacciona: «Antes que aceptar la dimisión hará
mejor el sacrificio de esperar que su salud le permita pasar
a ésta para que nos ayude con su actividad, patriotismo y
conocimiento».
1864, abril
Establece contacto con Juan Pablo Duarte, el cual había llegado
de Venezuela para prestar su colaboración en favor de la liberación de la patria.
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1864, mayo 12
Cesa en su cargo de comisionado de guerra, función compartida
con Matías Ramón Mella y Julián Belisario Curiel. Dirige, hasta
el mes de junio, el Ministerio de Relaciones Exteriores. También
ocupa, de forma provisional, el Ministerio de Hacienda.
1864, junio 18
Sale con destino a Puerto Príncipe, como enviado confidencial
del Gobierno ante el presidente haitiano Geffrard, al cual se le
solicita ayuda para la causa bélica contra España. En la capital
haitiana permanece alrededor de dos semanas, hasta que recibe
una comunicación de las autoridades donde estas expresan que
entre la Reina de España y la República de Haití existían relaciones de amistad. Con ello dejaban sentado que no reconocerían al
Gobierno Provisional con asiento en Santiago.
1864, noviembre 4
Tras enterarse del golpe de Estado y posterior fusilamiento
del general José Antonio Salcedo, presidente del Gobierno
Provisional y prócer de la Guerra Restauradora, abandona
Santiago, declarando que solo volvería el día que la justicia aclarase dicho crimen. En San Francisco de Macorís, donde pasa a
residir, se dedica a la práctica del derecho, la medicina empírica,
el comercio, el periodismo, la agricultura y la industria, así como
también al librepensamiento y la filantropía.
1865, febrero 12
Detenido en Santiago. Expresa su propósito de regresar a Macorís.
1865, febrero 23
Nace su hija Florencia Fernández en Macorís.
1867, junio 12
El presidente José María Cabral y Báez le nombra, mediante
decreto, ministro de la Suprema Corte de Justicia.
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1867, junio 26
Es designado secretario de Estado de justicia e instrucción pública y encargado de las relaciones exteriores a través de un decreto del presidente José María Cabral. Permanece en ejercicio
de tales funciones desde el 29 de julio hasta el 14 de diciembre.
1867, agosto 28
Lanza encomios a la Guerra de la Restauración. Expresa: «La
gran Guerra de la Restauración mostró al pueblo dominicano
bajo una nueva faz, reveló su indomable energía, sus inagotables
recursos y su inquebrantable voluntad de ser libre e independiente […] Ha reaparecido con una aureola de gloria que le han
conquistado los aplausos y simpatías de todas las naciones».
1867, septiembre 5
Hace su llegada a Santo Domingo el ilustrísimo antillano, nativo
de Puerto Rico, Ramón Emeterio Betances, quien es invitado
por Bonó para dictar cátedras en la nueva carrera de medicina
establecida por él en las instalaciones del Seminario Conciliar.
1867, octubre 8
Mientras ostenta el cargo de secretario de Relaciones Exteriores
enuncia un sabio principio de geopolítica relacionado con la
República Dominicana: «Con respecto a las grandes naciones marítimas, la integridad de nuestro territorio es la mejor garantía. En cualquier choque de grandes potencias seremos forzosamente neutrales,
porque nuestra pequeñez nos impondrá esta línea de conducta».
1867, noviembre 2
Sostiene que la ilustración pública ha sido descuidada, motivo
por el cual la ignorancia por doquiera nos cerca, nos invade, nos
ahoga.
1867, noviembre 16
Realiza una importante exposición al presidente José María
Cabral y Báez acerca de los ministerios de Justicia e Instrucción
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Pública. Estima que la población dominicana es probablemente
de 300 mil habitantes, a la cual corresponderían 1,500 niños en
escuelas gratuitas.
1867, noviembre 18
Expresa gratitud al cónsul dominicano en Nueva York por la recomendación de traer al doctor Ramón Emeterio Betances para
abrir la cátedra de medicina en Santo Domingo. Expresa: «Es
una de las mejores adquisiciones que la República puede haber
hecho».
1867, diciembre 14
Presenta su renuncia al presidente José María Cabral en su condición de secretario de Estado de justicia, instrucción pública y
relaciones exteriores. La Presidencia mostró satisfacción por el
patriotismo y lealtad con que desempeñó sus funciones.
1868, diciembre
Ejerce funciones como regidor del Ayuntamiento de San
Francisco de Macorís.
1870, enero 2
Es designado por el presidente Báez como juez de primera instancia de La Vega.
1872, julio 22
Presta servicio a la comunicad macorisana desde la posición de
alcalde constitucional y actúa como notario público.
1874, mayo 29
La Sociedad de Estudios y Recreo La Joven Macorisana le nombra socio honorario.
1875, marzo 6
La Gobernación de La Vega le expide pasaporte para viajar a
Europa.
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1875, abril 16
Llega a París. Tres semanas después escribe a su hermano Manuel
de Jesús Bonó: «No se puede negar bajo cualquier aspecto que lo
veas que París es lo mejor que hay en la tierra».
1875, abril 26
En carta a su padre se lamenta de no poder llegar a España debido a que la ruta estaba obstruida por la guerra de los carlistas
y no estaba dispuesto a tomar la ruta marítima. El tiempo lo
dedica a conocer París: «Ando tanto que hasta un juanete se me
ha hinchado de tanto andar».
1875, abril 27
Estando en París sufre los síntomas de su enfermedad. El doctor Archambault le diagnostica una dispepsia acompañada de
mucha debilidad. Expresa: «él la llama la enfermedad de Santo
Domingo, porque casi todos ahí la padecen y él también la estaba padeciendo».
1875, abril 28
Dice a su hermana Casimira Bonó: «El catarro va mejorando, el
estómago es cierto continúa mal, yo creo que ésa es una enfermedad incurable».
1875, mayo 4
Visita Bruselas.
1875, mayo 5
En Colonia, Alemania.
1875, mayo 12
Llevado por un guía conoce Berlín. Ve desfilar al emperador
Guillermo, al príncipe Federico Carlos, al emperador de Rusia,
al príncipe Bismarck: «En un momento ví los hombres que más
ruido hacen hoy en el mundo […] como buen filósofo fui a ver
la residencia del Rey Filósofo». Acerca de Berlín, manifiesta: «es
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cosa digna de verse […] Después de París es lo mejor que he
visto hasta ahora».
1875, mayo
Visita Hamburgo.
1875, mayo 29
En Londres.
1875, junio 2
Abandona Londres y sale hacia República Dominicana, vía
Nueva York.
1876, marzo 26
Es propuesto por el periódico puertoplateño El Porvenir para
formar parte del gabinete que acompañaría al presidente Ulises
Francisco Espaillat. Aparte de Bonó, lo conforman: Manuel de
Jesús de Peña y Reynoso, José Gabriel García, Luis Durocher y
Gregorio Luperón.
1876, abril 23
En San Francisco de Macorís es visitado por el Presidente
Espaillat, cuando este se dirigía a Santo Domingo para hacer
su juramentación presidencial. En la conversación le ofrece un ministerio a Bonó, quien le agradece pero rechaza la
proposición.
1876, mayo 22
Es designado comisionado especial de agricultura en la provincia
de La Vega por el presidente Espaillat.
1876, junio 3
Solicita a las autoridades, en calidad de comisionado de agricultura, un descascarador movido por fuerza muscular, en vista de que el arroz de pilón agrega un 50% al costo. También
hace la solicitud de una imprenta para comunicarse con sus
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comprovincianos. Pone a disposición los primeros sueldos de su
cargo con el objeto de cubrir los gastos de dichas compras.
El presidente Ulises Francisco Espaillat le escribe una carta para
invitarle a discurrir acerca de la crianza y de los pastos.
1876, julio 6
Impugna resueltamente la idea inveterada de que el dominicano
se caracteriza por la pereza: «Porque es preciso hacer justicia al
dominicano aunque solo sea una vez; él no merece el dictado de
perezoso con que a menudo se le regala y pocos pueblos son más
laboriosos, más endurecidos ni más valientes en la fatiga».
Publica a través del periódico El Amante de la Luz, de Santiago,
varios escritos con el título general de Estudios. Cuestión Hacienda.
1876, agosto 16
Hace un importante planteamiento de corte ecológico al sostener que la extracción maderera es una industria que no debiera
llamarse productiva, sino más bien destructiva.
1876, agosto
Presta auxilio al presidente Espaillat ante la sublevación de que
fue víctima su Gobierno.
1876,
Se entrevista en Samaná con Federico Henríquez y Carvajal.
1877, febrero 26
Recibe desde Santiago una carta del ingeniero Archille Michel, el
cual le propone el establecimiento en San Francisco de Macorís
de dos colegios: uno municipal y otro privado. Sus palabras de
despedida fueron: «Su afectísimo amigo, hermano y maestro».
1880, marzo 6
Publica en el periódico El Porvenir de Puerto Plata el artículo
«Privilegiomanía». Escribe: «La tendencia de todo el mundo
aquí, es de obtener privilegios, pero qué privilegios!, es decir
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el derecho de gozar del sudor del pueblo y de las rentas del
gobierno».
1880, mayo 30
Congratula a su amigo José Gabriel García por la publicación de
su libro Memorias para la historia de Quisqueya.
1880, agosto 31
Rehúsa la designación como miembro de la Junta de Agricultura
de San Francisco de Macorís.
1880, octubre 2
Declara su admiración por el padre Francisco Xavier Billini.
1880, noviembre 4
El presidente Fernando Arturo de Meriño le escribe para solicitarle un informe detallado de la situación agropecuaria de la
común de Macorís del Norte.
1880, noviembre 8
En carta a Pedro A. Bobea, refiriéndose a su abuela, escribe:
«Criado por ella que profesaba a la patria de sus mayores un
culto ciego y exclusivo, bebí a la Francia por todos los poros
y me creí francés por línea masculina». En dicha carta revela
importantes rasgos autobiográficos y sobre sus antepasados.
1880, noviembre 22
Dice en carta al presidente Fernando Arturo de Meriño: «Las
clases de abajo, cimiento de la patria, no son susceptibles de
mejora rápida. La corrupción es muy honda. Vivimos porque los
grandes no permiten que entre ellos ninguno nos trague».
1880, diciembre 12
Envía la primera parte del informe solicitado por el presidente
Meriño en torno a la situación agropecuaria de su común. Cinco
meses después completa el informe solicitado.
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Julio Minaya
1881, junio 19
Declara que, de los partidos políticos, el Azul (liberal) es su
predilecto.
1881, agosto
Participa en Macorís en la campaña de vacunación contra la
epidemia de viruelas.
1881, septiembre 6
El general Gregorio Luperón le escribe exhortándole a aceptar
su postulación para la Presidencia de la República.
1881, septiembre 10
Da inicio en el periódico de Puerto Plata El Porvenir a su enjundioso ensayo Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas.
1881, octubre 23
El editor del periódico La Voz de Santiago, al recibir de Bonó autorización para reproducir sus Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas, motiva a sus lectores: «Al leerlo el lector experimentará ese
placer y curiosidad que solo saben despertar los grandes maestros».
Al mismo tiempo sugiere al autor dar a la estampa una obra con los
diversos trabajos inéditos que posee, con la convicción de que se
convertirá en uno de los eminentes escritores del país.
1881
Plantea la necesidad de favorecer a las clases laboriosas del país
con la instalación de pozos tubulares.
1882, enero 29
Nace en San Francisco de Macorís su segunda hija, María
Casimira.
1882, enero 31
Reacciona contrario a la presentación de la candidatura presidencial del general Ulises Heureaux, promovida por el general
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Gregorio Luperón. Aconseja: «Mi opinión sería que ni él ni yo
fuésemos Presidente hoy, pero mejor un individuo de la Capital».
1882, febrero 24
Declara: «Vivía en Santiago en el año 1863 y fui una de las víctimas del incendio de ese año. Casas, tienda, almacén, biblioteca,
todo se quemó y solo salvé la ropa que me cubría, que a los ocho
días ya estaba hecha jirones».
1882, febrero 28
Recibe misiva del presidente Ulises Heureaux, quien le hace
ofrecimiento de su amistad. En lo adelante, Heureaux no desperdiciará ocasión en prodigarle todo tipo de elogio y distinción.
1882, marzo 12
Ante la insistencia del general Luperón de que consintiera en
el lanzamiento de su candidatura presidencial, escribe: «Debo
hacerle una declaración neta y franca. Esta es que no he deseado
nunca ni deseo actualmente ser Presidente de la República como
Ud. me propuso en vísperas de su viaje y como otros señores
pretenden que sea». Advierte, a la vez, que Heureaux no debe
ser de nuevo candidato, sino más bien una personalidad del
Partido Azul, de la ciudad de Santo Domingo.
Sostiene que la independencia dominicana, lograda frente a
España, fue un hecho casi inconsciente de nuestra parte.
1882, abril 15
Desde París Gregorio Luperón le propone recoger sus escritos
en un volumen, asumiendo él la mitad del costo de la edición.
Le manifiesta: «Cada carta suya me conmueve, me agita y me
renueva los sagrados recuerdos de la Restauración».
Luperón reconoce la labor ejercida por Bonó a favor de la valoración positiva de los dominicanos: «Solamente Ud. los ha
reivindicado de la triste fama que desgraciadamente teníamos
de perezosos; es suya la gloria de la reparación de una gran
injusticia».
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1882, mayo 22
Contribuye con la campaña económica realizada en procura de
erigir una estatua de Cristóbal Colón en Santo Domingo.
1882, julio 9
Dice: «No tengo el honor de conocer al Señor Hostos, pero
como dominicano que ama al Ozama tanto como al Cibao estoy
autorizado […] para darle las gracias […] porque aboga por las
clases desheredadas dominicanas, por la equidad, por la igualdad, esencia de la República».
1882, septiembre
Recibe la visita del médico y escritor haitiano doctor Dehoux.
1883, enero
Reitera su postura de no presentarse como candidato a la presidencia de la República.
1883, julio 12
El presidente Heureaux, preocupado por tres misivas no respondidas por Bonó, le escribe nuevamente poniéndosele a las
órdenes, reclamándole sus valiosos consejos.
1883, julio 22
Rompe el silencio y le escribe al presidente Heureaux: «No
extrañe Ud., pues, mi silencio, puesto que el desconsuelo de lo
público y el aguijón de las necesidades privadas, no dan lugar a
éste su servidor para dilatar el espíritu en otras esferas».
1883, noviembre 21
Realiza donación económica en provecho de la obra filantrópica
del presbítero Francisco Xavier Billini.
1883, noviembre 22
Confiesa a Luperón que carece de las condiciones necesarias
para desempeñar la presidencia del país: «el poder para ejercerlo
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se necesita amarlo y yo no lo amo, no me gusta por inclinación y
carácter más que obedecer. Tengo claro juicio no lo niego, pero
es en la forma filosófica y para mí será gran sacrificio abandonar
mi casa para engolfarme en el turbulento y borrascoso espacio
donde está colocado el presidente de la República».
1883, noviembre 26
Recibe felicitaciones del presbítero J. F. Cristinacce, quien se
entera de que tiene una hija: «Yo no sabía que Ud. era papá; le
felicito».
1884, enero 13
Da inicio a la publicación de su ensayo Opiniones de un dominicano
en el periódico santiagués El Eco del Pueblo.
1884, febrero 3
Realiza un pedido de 77 obras a la librería Courrier des Etats
Unis, de Nueva York. En el mismo figuran autores como
Rousseau, Montesquieu, Diderot, Pascal, Lamennais, Buffon,
Fontenelle, Renan, Goethe, Shakespeare, Cousin, Cicerón, entre otros.
1884, febrero 12
En carta pública Gregorio Luperón lo presenta como candidato
presidencial. Más tarde le informa: «Su candidatura ha sido bien
acogida por los hombres de alguna importancia de todos los
pueblos de la República […] y aceptada de lleno por la opinión
pública».
1884, febrero 13
Es presentado como candidato presidencial en el periódico La
Libertad, a instancia de Luperón. En esta misma fecha Luperón
le advierte y suplica: «Hay que salvar a todo trance la paz, las
libertades públicas, el progreso y la independencia de nuestra
Patria. Ayúdeme una vez más, en nombre del 16 de agosto y no
se afloje por tan poca cosa».
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Julio Minaya
1884, febrero 14
El presbítero J. F. Cristinacce intenta persuadir a Bonó con respecto a la candidatura ofrecida; al percatarse de que las pretensiones de perpetuarse en el poder de Heureaux eran muy tenidas
en cuenta por Bonó, le manifiesta:
«El pequeño entourage de Lilís (presidente Heureaux, j.m.) pesa
poco en la Balanza de la Nación. En cuanto a él yo pienso que
él abrirá los ojos y no se separará del General Luperón… Haga
como Cincinato, que después de haber prestado un gran servicio
a su Patria en momentos difíciles, volvió a su arado».
1884, febrero 28
Es llevado al banquillo de los acusados por un grupo de paisanos
(M. Ma. Castillo, J. N. Brea padre, Santiago de la Cruz, etc.)
que usaron como escudo el Ayuntamiento. Con dejos de humor
Bonó narra sobre sí mismo: «se susurra en el pueblo que se quiere hacer Rey a Pedro: empiezan sus amigos los encomios de sus
virtudes, de su talento […], y según iba en aumento el elogio en
otros pueblos y ciudades iba el vituperio e irritación creciendo
en Nazaret (digo mal) en Macorís. Estalló por fin en Puerto
Plata, la proclamación de Pedro para Rey y estalló en cuanto se
supo en Macorís una demanda por ante el Alcalde acusando a
Pedro de contraventor.
Al que se le preparaba el sillón tuvo que sentarse en el banquillo
de los acusados».
1884, marzo 1
Envía por la prensa un Manifiesto donde declina el honor que se
le confiere al presentarlo como candidato presidencial. Aclara:
«Yo no quiero ser partidario, quiero ser dominicano».
1884, marzo 14
En carta al doctor E. Tió y Betances Bonó informa que, desde
que el periódico La Libertad presentó su candidatura, la élite
macorisana, a través del Ayuntamiento Municipal –cuyo control tenía–, lo demandó correccionalmente y lo hizo sentar en
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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el banquillo de los acusados. Dice: «me convencí de la honda
irritación que el solo amago de mi futura presidencia causaba en
muchos de mis paisanos […] Si el amago de que algunos amigos lejanos pensaban en mí para la presidencia de la República
inducía a mis amigos cercanos a sentarme en el banquillo de los
acusados, la realidad del Poder debía necesariamente hacerlos
conducirme a la horca. Eso era evidente y así, más fino que mis
paisanos, me escapé por la tangente».
1884, marzo 24
Mediante carta, Eugenio María de Hostos reconoce «su noble actitud moral» y «el recto alcance de su entendimiento»,
al tiempo que le agradece el envío de tarjeta, «la cual tiene el
mérito de haberme relacionado con uno de los hombres de bien
que deseo tratar, en medio de los hombres de mal que me veo
forzado a esquivar».
1884, abril 13
Desde Alemania J. W. Kuck le escribe: «Más vale vivir como un
filósofo modesto y tranquilo al lado del hermoso río de Macorís
entre sus animales y hermosos frutales, durmiendo su siesta en
una hamaca, que estar sentado en el sillón presidencial, criticado
de todos y cometer errores a la opinión de amigos y enemigos».
1884, junio 15
En la despedida de la carta que le envía a Hostos, le expresa:
«Mientras llega el día en que acercándonos uno al otro podamos
apretarnos las manos de verdad y no por encima del Sillón de
la Viuda, estímolo yo a Ud. y aunados trabemos de cuando en
cuando una recia lucha contra los imbéciles […] Haciéndolo
habremos cumplido con nuestro deber de hombres».
1884, agosto
Recibe la visita del general Heureaux por encargo del general
Gregorio Luperón.
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Julio Minaya
1884, noviembre 27
Expresa al presbítero Francisco Xavier Billini: «La suerte de la
Patria me tiene muy triste; su presente lo veo envuelto en la
miseria y desolación».
1885, enero 11
Se inicia la publicación de su ensayo La República Dominicana y la
República Haitiana en el periódico El Eco del Pueblo de Santiago.
1885, marzo 31
Desde París el prócer puertorriqueño Ramón Emeterio Betances
le declara su admiración: «Yo siempre he conservado de Ud. el
recuerdo más grato desde la primera vez que lo vi en el Congreso,
defendiendo un proyecto de instrucción pública. Desde ese momento mereció Ud. todo mi respeto y conquistó mi corazón […]
Leo siempre con avidez sus artículos que desbordan de sensatez
y de patriotismo».
1885, noviembre 24
Predice la dictadura del general Ulises Heureaux en carta al
presbítero J. F. Cristinacce: «En este país el Poder, el verdadero
Poder, lo tendrá el General más feliz, más atrevido, y no el político más sagaz. Los pensadores son empujados […] al segundo
plano».
1885, noviembre 25
En carta a su amigo Gregorio Luperón critica al gobierno de
Heureaux: «El Presidente no gobierna ni manda, está en acecho,
en contemplaciones impropias de su jerarquía y dando lo ajeno a
las Gobernaciones. Todo es un desbarajuste que solo Dios… En
un tiempo el Tesoro público eran los bienes de los particulares,
hoy los bienes de los particulares lo constituye el Tesoro público,
de él sacan su subsistencia millares de zánganos y aduladores, la
hez de la sociedad».
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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1886, enero
Refiere, en carta a su amigo Gregorio Luperón, su precario estado de salud: «Estoy hace tiempo quebrantado y achacoso; tengo
una dolencia que me inhabilita para todo trabajo intelectual
seguido. En el estómago tengo tales sacudimientos que tengo
que acostarme».
Rechaza nuevamente la candidatura presidencial que otra vez le
ofrece su amigo Luperón.
1886, enero 26
Expone a J. M. Glas que no quiere ser presidente porque ve lo
que muchos no ven, además de no gustarle dicho oficio y de que
está muy enfermo.
1886, febrero 1
A propósito de su rechazo reiterado de la candidatura presidencial, su amigo Federico Henríquez y Carvajal le argumenta que «su negativa puede suscitar conflictos y asumir
tremenda responsabilidad ante la historia y el porvenir de la
República».
1886, febrero
Responde a Federico Henríquez y Carvajal sobre el tema de su
postulación a la Presidencia: «libre es el señor Bonó de elegir su
día y su hora si ésta a su juicio llegare a sonar».
1887, diciembre 30
En momentos en que se inicia la dictadura de Ulises Heureaux,
Bonó propone a Luperón presentar su candidatura presidencial,
exhortándole asimismo a pensar con seriedad en los destinos que
la Providencia reserva a los negros y mulatos en la América.
1889, febrero 3
Le expresa al arzobispo Meriño su complacencia de verle por
dilatado tiempo al frente de la Iglesia: «Por eso le deseo viva
lo bastante para que aunque sea por un tiempo tengamos los
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Julio Minaya
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dominicanos algún brillo en tantas sombras como por tantos
puntos de nuestro horizonte surgen».
1889, febrero 9
Mediante carta, Meriño le pregunta por qué razón ya no quiere
escribir.
1889, junio 10
Obsequia a la parroquia de San Francisco de Macorís una hermosa custodia de plata valorada en 1,347 francos. Desfiló desde
su casa hasta la Iglesia, en tal ocasión, con más de cien pobres, a
quienes hizo donativos económicos.
1893, julio 30
En carta, expresa a Manuel de Jesús García: «Aquí, amigo, cada
día más viejo y más desconsolado con la suerte de mi Patria, se
entiende viéndola por el vidrio del Macorís del Norte».
Solicita a Manuel de Jesús García el favor de sufragar el costo
de suscripción por un año de la Revista L’Independance Belge,
por ante su agente en el país, su amigo Federico Henríquez y
Carvajal.
1894, noviembre 20
Responde y agradece la solicitud que le hiciera el periodista
Manuel de Js. de Peña y Reynoso, en el sentido de enviarle un
retrato para la Sección de Vivos Notables. Le responde: «no puedo
actualmente acceder a su deseo de que le remita mi retrato con
algunos apuntes biográficos, pues mi deseo más pronunciado
hoy día es vivir completamente ignorado de la generalidad, con
excepción de algunos generosos amigos como Ud., de quienes
buenos recuerdos conservo».
1895, marzo 1
El presidente Heureaux le manifiesta su pesar por el incendio
que afectó sus propiedades en San Francisco de Macorís.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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1895, junio 7
Pone a circular la edición No. 1 de la Revista del Congreso
Extraparlamentario. Diario de los Debates en San Francisco de
Macorís. Simula un congreso alternativo, donde los habitantes de cada provincia y distrito escogen un representante para
«discutir los altos y difíciles problemas que la sociedad de que
forman parte pide que con urgencia se resuelvan».
1895, junio 8
En plena gestión dictatorial le dice a Heureaux: «Veo a todos tan
tristes, tan miserables, que desearía hacer algo por mi pobre patria.
Mis armas son la predicación, pero no tengo púlpito donde subirme. Aquí solo hay una imprentita tan mísera como nuestro estado
actual, y muchas veces quise pedirle una […] donde yo externara
algunos conceptos que tal vez serían útiles a la patria… Si me promete guardarme entro en acción, aunque sea en una guerrillita».
1895, junio 9
En carta, R. E. Hernández le congratula por el Congreso Extraparlamentario. Le expresa: «Nuestro país, Don Pedro, necesita
que hombres así como Ud., que miran alto y piensan hondo, y
que viven para inspirarse siempre en la fuente del bien común,
le presten su valiosa ayuda, pues solo podrá mejorar la grave
situación económica que le aqueja».
1895, junio 22
El presidente Heureaux le expresa: «Un hombre dotado de su
prudencia y de su reconocido buen tacto […] ¿podrá ser sospechado de herir o modificar los intereses de su aliado, que en
suma no habían de ser otros sino los de él mismo? De ningún
modo. El púlpito que Ud. necesita le será proporcionado».
1895, octubre
Le escribe Gregorio Luperón celebrando la lectura de la Revista
del Congreso Extraparlamentario, especialmente «por haber puesto el dedo en la llaga sin lastimarla».
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Julio Minaya
1896
Gregorio Luperón hace pública su obra Notas autobiográficas y
apuntes históricos. En el Vol. II le dedica una semblanza. Escribe:
«Es Bonó filósofo profundo, capaz de leer hasta en el fondo de
las humanas intenciones y de abrazar en su fecunda mente las
diversas ramas del saber humano».
1896
Sugiere al presidente Heureaux traer a Santo Domingo al general Luperón, quien se encontraba enfermo de un terrible cáncer
en Saint Thomas.
1898, febrero 28
Expresa gratitud a su amigo Federico Henríquez y Carvajal por
el puntual envío de su periódico Letras y Ciencias.
1899, julio 25
Es designado por el presidente Heureaux para presidir la
Comisión encargada de incinerar los billetes del Banco Nacional
en San Francisco de Macorís.
1899, julio 26
Presenta formal renuncia al puesto de presidente de la Comisión
que en Macorís se encargaría de retirar e incinerar públicamente
los billetes del Banco Nacional. Explica al presidente: «Ninguno
mejor que Ud. conoce mi vida actual y formales propósitos y
hay que agregar que aun cuando no los tuviera de esa índole,
los achaques inherentes a la vejez no me permiten desempeñar
ningún puesto público, por poca actividad que su despacho
implique».
1900, marzo 11
Escribe al arzobispo Meriño: «Aunque algo triste por mi patria
y aunque muy viejo y desengañado, me queda bastante fe para
saber que los tiempos se siguen y no se parecen, y que puede llegar un día en que el presente y el porvenir no sean tan
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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tenebrosos, como los presentes tiempos y podamos gozar de días
más risueños».
Muestra la disposición de comprar un sagrario para el templo parroquial, para lo cual dispondría de $300 oro acuñado
americano.
1901, junio 1
En respuesta a Bonó, Meriño anticipa la ocupación de Estados
Unidos en 1916: «Sobre los asuntos de la patria, lo que debemos
es abrigar la convicción de que, por desgracia nuestra, acabaremos nuestros días oyendo hablar inglés».
1903, diciembre 31
Confiesa en su última carta a Meriño: «estudiando, observando,
padeciendo, gozando, viviendo, en fin, entre todas estas maneras
de ser mi vida, nada he encontrado que me satisfaga por completo, solo Jesucristo».
1905, marzo 14
Declara al Ayuntamiento de San Francisco de Macorís que los
beneficios derivados de su alambique pequeño serán destinados
exclusivamente a los pobres del pueblo.
1906, septiembre 15
Muere en San Francisco de Macorís, su pueblo adoptivo.
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II
Decreto
Decreto No. 303-88 que dispone el traslado a una urna especial en el Panteón Nacional, de los restos de Pedro Francisco
Bonó.
JOAQUÍN BALAGUER
Presidente de la República Dominicana
NÚMERO: 303-88
CONSIDERANDO: Que Pedro Francisco Bonó jugó un papel
determinante en el acontecer político dominicano de la segunda
mitad del siglo pasado y desde su discreto retiro provinciano ejerció,
con sus conocimientos y experiencias, bienhechoras influencias en el
turbulento ambiente que le tocó vivir.
CONSIDERANDO: Que el ejemplo de desprendimiento y
altruismo de Pedro Francisco Bonó es una constante y provechosa
advertencia para los dominicanos de todos los tiempos, en razón de
que siempre depuso sus intereses personales a favor de los más altos
y dignificantes intereses nacionales.
En ejercicio de las atribuciones que me confiere el artículo 55 de
la Constitución de la República;
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Julio Minaya
DECRETO:
Artículo 1. Se dispone el traslado a una urna especial en el
Panteón Nacional, de los restos de Pedro Francisco Bonó, que se encuentran en el Cementerio Municipal de la ciudad de San Francisco
de Macorís.
Artículo 2. Se designa una Comisión integrada por el presidente
de la Academia Dominicana de la Historia, quien la presidirá, un
representante de la Secretaría de Estado de las Fuerzas Armadas,
un representante de la Secretaría de Estado de Interior y Policía,
un representante de la Secretaría de Estado de Educación, por el
Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y por los
señores Manuel de Jesús Goico Castro, Dr. Virgilio Hoepelman y
el Dr. Manuel de Jesús Mañón Arredondo, que tendrá a su cargo
la fijación de la fecha en que se efectuará, tanto la exhumación y
traslado de los restos de Pedro Francisco Bonó y la preparación de
los actos relativos a dicha ceremonia.
Artículo 3. Envíese a la Secretaría de Estado de las Fuerzas
Armadas, de Interior y Policía, de Educación y a la Universidad
Autónoma de Santo Domingo, para los fines correspondientes.
Dado en Santo Domingo de Guzmán, Distrito Nacional,
Capital de la República Dominicana, a los veintinueve (29) días del
mes de Junio del año mil novecientos ochenta y ocho, año 145° de la
Independencia y 125° de la Restauración.
JOAQUÍN BALAGUER
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
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Comisión Oficial1
PRESIDENTE
Monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito
Presidente de la Academia Dominicana de la Historia
MIEMBROS
General E. N. Aquino Guzmán Pérez
Representante de la Secretaría de las Fuerzas Armadas
Dr. César Paula
Representante de la Secretaría de Estado de Interior y Policía
Lic. Juan Portorreal
Representante de la Secretaría de Estado de Educación
Dr. Franklyn Almeida Rancier
Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo
Dr. Manuel de Jesús Goico Castro
Dr. Virgilio Hoepelman
Dr. Manuel de Jesús Mañón Arredondo
Pedro Francisco Bonó, Asociación Duarte de Ahorros y Préstamos, Santo Domingo,
2006.
1
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Índice onomástico
A
Abad, José Ramón 135-136
Abellán, José Luis 41
Acosta, Yamandú 42, 341
Adams, John 265
Ahrens, Heinrich 61
Alberdi, Juan Baustista 24, 54, 57,
64, 144, 192, 270, 272, 341
Alfau Durán, Vetilio 336
Alix, Juan Antonio 129
Almeyda Rancier, Franklin 334, 387
Álvarez, Serafín 59, 83, 85-86, 312
Alzate, José Antonio 38
Andújar Persinal, Carlos 27, 335
Angulo Guridi, Alejandro 64, 76,
100, 103, 128, 181, 259, 261,
277, 279, 341
Aquino, santo Tomás de 38
Arcos, Santiago 58
Archambault, Pedro María 106,
111-112, 153, 203, 329, 336,
342, 368
Aristóteles 37-38, 151, 171, 259
Arnaud, Sully 106
Arpini, Adriana María 61
Artidiello Moreno, Mabel 211
Atahualpa 254
Avelino García, Francisco Antonio
27, 169, 278, 292, 335, 342
Avelino, Andrés 184
Azcárate, Gumersindo de 60
B
Báez, Buenaventura 21, 101-104,
116-117, 138, 146, 154, 160,
162-169, 183, 208, 222, 245,
360-361, 367
Balaguer, Joaquín 121-122, 385-386
Baldorioty de Castro, Román 279
Ballanche, Pierre-Simon 84
Barreda, Gabino 71, 284
Batista y Bonó, Antonio 360
Bayle, Pierre 214
Bello, Andrés 23, 50, 144, 190, 192,
201, 245-246, 253-257, 259260, 271, 324, 342
Benjamín, Walter 314, 342
Benoit (apellido) 97
389
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Julio Minaya
Beorlegui, Carlos 57, 66, 342
Bergés, Juan Francisco 185
Bergson, Henri 88
Betances, Ramón Emeterio 125, 137,
270, 280, 284, 366-367, 378
Biagini, Hugo E. 82, 85-86, 311312, 342
Bidó (apellido) 97
Bilbao, Francisco 24, 58, 75-76,
191-192, 270, 234
Billini, Francisco Gregorio 146
Billini, Francisco Xavier 77, 182,
292, 343, 371, 374, 378
Bismarck (príncipe) 368
Bisonó (apellido) 97
Bisonó, Pedro R. 336
Blanc, Louis 58
Blanqui, Auguste 58
Bobea, Iván Alfonseca 193
Bobea, Pedro A. 96, 99, 371
Bohórquez, Carmen L. 40, 43, 45
Bolívar, Simón 40, 45-47, 49, 50,
59, 75, 262
Bonilla, Pedro Pablo 102
Bonnelli (apellido) 97
Bonnot de Condillac, Étienne 290
Bonó Araújo, Manuel de Jesús 93,
118, 172, 185-186
Bonó Mejía (familia) 170
Bonó, Carolina 170
Bonó, José 93-94, 98, 357, 361
Bonó, Lorenzo 94, 357
Bonó, María Casimira 109, 110,
118, 170, 174, 368, 372
Bourdier (apellido) 97
Boutroux, Émile 88
Brache (apellido) 97
Brea Franco, Luis Oscar 33, 88, 344
Brea, J. N. 376
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Bretón (apellido) 97
Buffon, conde de 35-36, 175, 282, 375
Bury, John 302, 344
C
Caballero Harriet, Francisco Javier
32, 40, 143, 233, 297, 344
Caballero, José Agustín 38, 57, 75,
95, 174-175, 207, 275
Cabral y Báez, José María 115-116,
168, 283, 365-367
Calderón, Alfredo 60
Calderón, Serafín Estébanez 145
Campillo Pérez, Julio Genaro 238,
290
Campillo, Antonio 310-312, 344
Candelier (apellido) 97
Carreras Aguilar, Pedro 335
Carvajal y Rivera, fray Fernando
246-248
Casas, fray Bartolomé de las 246,
266, 344
Caso, Antonio 88
Cassá, Roberto 23, 26, 93, 110, 130131, 160, 185, 194, 217, 316,
332, 334-335, 345
Cassirer, Ernst 215, 345
Castillo, Luis Manuel 133, 329
Castillo, M. María 376
Castillo, Rafael Justino 135
Castro Fernández, Federico de 60
Castro, Fernando de 60
Castro, J. de J. 105, 362
Césaire, Aimé 300, 318
Céspedes, Diógenes 146, 246-247,
279-280, 337, 349
Cestero, Mariano A. 119, 279
Cicerón 375
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
Clavijero, Francisco Javier 35-36
Comte, Augusto 68-73, 284, 296,
313, 345
Condorcet, Nicolás de 313
Contín Aybar, Néstor 336
Cordero Michel, Emilio 163, 345
Cordero, Armando 278, 345
Coriche, Cristóbal Mariano 47
Cornielle (apellido) 97
Correa y Cidrón, Bernardo 43, 125
Cosmes, Francisco G. 69
Coste (apellido) 97
Cousin, Victor 57, 375
Cristinacce, Juan Francisco 142,
214, 229, 317, 375-376, 378
Cristóbal, Henri 94
Croce, Benedetto 88
Cruz Méndez, Manuel 97, 250
Cruz, Josefina de la 27, 143-144, 336
Cruz, Santiago de la 376
Curiel, Juan Belisario 104, 106-107,
137, 363, 365
Curiel, R. 362
Chamberland (apellido) 97
Chanlatte (apellido) 97
Chateaubriand, François-René de
84, 143
Chevalier (apellido) 97
D
D’Alembert, Jean le Rond 214-215
D’Anville, Jean Baptiste Bourguignon 257
Darwin, Charles 88, 175, 282
Debord (apellido) 97
Deetjen, Alfredo 109
Deive, Carlos Esteban 248, 345
Delgado, Joaquín 131
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391
Descartes, René 34-35, 143, 177
Deschamps, Eugenio 129-130, 198,
345
Despradel (apellido) 97
Deustua, Alejandro O. 88
Díaz de Gamarra, Benito 38
Díaz, Elías 344
Díaz, Porfirio 80
Diderot, Denis 175
Diloné (apellido) 97
Diplán (apellido) 97
Dotel Matos, Petronila 304-305,
335, 345
Duarte, Juan Pablo 9, 25, 107-108,
161, 252, 273-274
Durán, Carmen 74, 81, 198
Durancit (apellido) 97
Durocher, Luis 369
Dussel, Enrique 9, 313, 317, 346
Duval (apellido) 97
E
Echeverría, Esteban 24, 50, 58, 64,
192
Elliott, John H. 35-36, 346
Enfantin, Prosper 59
Escobar, José 65, 338
Espaillat, Ulises Francisco 18, 94,
98, 101-103, 106, 109, 115, 117119, 136-137, 141, 161, 167,
193, 198, 202, 210, 273-274,
279, 281-282, 326, 329, 359,
361-363, 369-370
F
Fanon, Frantz 300, 318
Fauleau, Francisco 128
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Julio Minaya
392
Faulkner, William 265
Federico (emperador de Rusia) 368
Feijoo, Benito Jerónimo 35, 44
Félix Silva, José 346
Ferdinand (apellido) 97
Fernández Retamar, Roberto 78,
299-300, 346
Fernández, Estela M. 49
Fernández, Florencia 170
Fernando VII 39-41
Ferrán, Fernando I. 27, 155-156,
336
Ferrater Mora, José 60-61, 346
Fiallo, José Antinoe 174, 338, 346
Fichte, Johann Gottlieb 51
Fleury, Víctor 336
Fondeur (apellido) 97
Fondeur, Eugenio 106
Fondeur, Furcy 95
Fontenelle, Bernard 313, 375
Fornet-Betancourt, Raúl 216, 346
Fourier, Charles 58
Francisco, Ramón 336
Franco Pichardo, Franklin 27, 120121, 153, 336, 346
Franco, Román 97
Franklin, Benjamín 265
Froebel, Friedrich 61
G
Galeano, Eduardo 346
Galván, Manuel de Jesús 65, 279
Garagalza, Luis 311
García Lluberes, Alcides 160-164,
166-168, 338
García, Manuel de Jesús 380
García-Godoy, Federico 108, 151152, 208
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Gassendi, Pierre 35
Geffrard, Fabre 110, 365
Gil, Juan E. 361
Giner de los Ríos, Francisco 60
Goico Castro, Manuel de Jesús
386-387
Gómez, Manuel Ubaldo 157
González Prada, Manuel 20, 24, 68,
76, 79, 83
González, Raymundo 19, 23, 26-27,
93, 121, 136, 143, 162-164, 166,
169, 176, 185, 225, 278, 285286, 303-304, 315-316, 330331, 333-335, 337, 339, 343
Grant, Ulises 116
Grullón (apellido) 97
Grullón, Eliseo 329
Guadarrama, Pablo 38, 347
Güelles, Antonio de 247
Guerra, Juan 27, 98, 335
Guerrero, José G. 278, 335, 342,
347
Guerrero, José M. 27
Guillermo (emperador de Alemania)
368
Guillermo, Pedro 203
Gutiérrez Félix, Euclides 337
Guzmán Pérez, Aquino 387
H
Habermas, Jürgen 222-223, 347
Haller, Carlos von 53
Hamann, Johann Georg 52, 199
Hegel, Guillermo W. F. 34, 51, 175,
276, 347
Henríquez Gratereaux, Federico
138, 152-153, 347
Henríquez Ureña, Max 100, 347
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
Henríquez Ureña, Pedro 50, 64, 69,
80, 89, 190, 201, 204-209, 249,
260, 271, 279, 324
Henríquez y Carvajal, Federico
115, 119, 124, 128, 153, 157,
169, 279, 286, 370, 379-380,
382
Herder, Johann G. 51-52, 198-199,
348
Herrera, César A. 337
Heureaux, Ulises (Lilís)21,
77,
149-151, 157-158, 171-172,
222, 243-244, 292, 372-374,
376-382
Hidalgo, Miguel de 39-40, 43, 75
Hoepelman, Virgilio 386-387
Hoetink, Harmannus 121, 348
Hostos, Eugenio María de 25-26,
61, 68, 71, 73-74, 76-77, 79, 84,
95, 103, 116, 123-127, 130, 135,
137, 141-142, 144, 181, 190-193,
204, 259, 261, 270, 272, 275-283,
285-296, 324-325, 342, 347-349,
354, 357, 374, 377
Hugo, Gustavo 53
Hugo, Víctor 53, 143, 200
Hungría, José 360
I
Ibáñez, Blasco 65
Ingenieros, José 71
Inoa, Orlando 109, 348, 351
Isabel II 107
J
Jacobi, Friedrich Heinrich 52, 199
James, William 89
PFB-20140124.indd 393
393
Jáquez (apellido) 97
Jefferson, Thomas 265
Jimenes Grullón, Juan Isidro 27,
121, 148-150, 294-295, 348
Jovellanos, Gaspar Melchor de 35, 44
Juárez, Benito 70, 284
K
Kant, Inmanuel 52, 219, 222, 348
Kepler, Johannes 35
King, Martin Luther 266
Klee, Paul 314
Korn, Alejandro 79, 88, 348
Krause, Karl Christian Friedrich
60-61
Kuck, J. W. 114, 163-164, 174, 377
L
Lachapell (apellido) 97
Lafontaine (apellido) 97
Lamennais, Félicité Robert de 8485, 175, 375
Lander, Edgardo 9
Landolfi, Ciriaco 27, 200, 284-285,
349
Lapaix (apellido) 97
Larroyo, Francisco 34, 38, 82, 349
Laserna, Mario 46, 349
Lastarria, José Victorino 24, 144,
192, 270
Lebrón Saviñón, Mariano 337
Leger (apellido) 97
Leibniz, Gottfried 35
Leroux, Pedro 59
Lewin, Boleslao 48
Leyba, Rafael María 106
Locke, John 35, 42, 44, 233, 290
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Julio Minaya
394
López, José Ramón 121-122, 135,
151, 153
Louverture, Toussaint 303
Lugo, Américo 137, 152-153
Luperón, Gregorio 101, 108, 111,
115-117, 119, 124-125, 134, 136,
138-139, 141, 146, 156, 161,
167, 169, 171-172, 174, 196,
202, 206, 208-210, 213, 227,
236, 244, 267-268, 280-281, 285,
291-292, 294, 296, 298, 337,
362, 369, 372-379, 381-382
Luz y Caballero, José de la 24, 75,
270, 275
Llerena, Cristóbal de 246-247
Lluberes, Antonio 77, 349
M
Maceiras Fafián, Manuel 60, 349
Madariaga, Salvador de 44
Maldonado-Denis, Manuel 301-302
Mallol, Domingo 103, 362
Manzueta, Eusebio 107, 117, 167
Mañón Arredondo, Manuel de
Jesús 386-387
Mariana, Juan de 43
Mariátegui, José Carlos 78, 298
Marión (apellido) 97
Mármol, José 152-153
Martí, José 8, 17, 20, 68, 78-79, 8283, 89, 95, 103, 125, 207, 211,
218, 234, 272, 296, 300-301
Martínez Almánzar, Juan Francisco
26, 93-94, 97, 334
Martínez Paulino, Marcos Antonio
337
Martínez, Rufino 93, 137, 166, 193,
337
PFB-20140124.indd 394
Marx, Karl 88, 145-146, 314
Mateo, Andrés L. 148, 235, 278,
306-307, 342, 350
Mayor, Jorge 350
Medrano, Andrés López de 57-58,
125, 248, 290
Mejía, Bartolo 93, 117, 167
Mejía, Inés 93, 357-358
Melville, Herman 265
Mella, Matías Ramón 107-108
Mella, Pablo 27, 158, 335, 337
Menéndez y Pelayo, Marcelino 41,
350
Meriño, Fernando Arturo de 77,
115, 125, 136, 181-186, 279,
292, 371, 379-380, 382-383
Michel, Achille 96-98, 106, 276, 370
Mill, John Stuart 69
Minaya, Edickson 173
Miñano, Sebastián 145
Miranda, Francisco de 45, 49
Moctezuma 254
Molina, Enrique 88
Molina, Juan Ignacio 36
Monción, Benito 109, 202
Montalvo, Juan 24, 56, 144, 192,
270, 350
Montás (apellido) 97
Monte, Félix María del 138, 165,
180, 279
Montesino, fray Antonio de 246, 266
Montesinos, José F. 100
Montesquieu, Charles Louis de
Secondat, barón de 42, 44-47,
175, 199, 214, 228-229, 267,
350, 375
Mora, José María Luis 24, 144, 192
Morales Pérez, Salvador E. 59, 350
Morelos, J. María 43, 45, 49, 75
24/01/2014 09:56:32 a.m.
Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
Moreno Espinosa, Alfonso 60
Moreno, Mariano 45, 48, 75
Morla de la Cruz, Rafael Isidro 27,
43, 205, 211, 213-214, 248249, 306, 312, 338, 351
Morrison, Ramón 27, 285, 338, 351
Moscoso Puello, Francisco E. 151,
206, 351
Mota, Óscar 339
Mota, Santiago de la 107-108
N
Nadal, Pablo 26, 109-110, 153, 169,
181-182, 331, 334, 351
Nariño, Antonio 48
Navarro, Leopoldo N. 279
Newton, Isaac 35
Nietzsche, Friedrich 8, 33, 88, 290,
309, 310, 314, 351
Nisbet, Robert 313, 351
Nolasco, Flérida de 351
Nolasco, Sócrates 161
Núñez de Cáceres, José 45, 49, 125,
249-250
Núñez Polanco, Diómedes 165
Núñez, Manuel 351
O
O’Higgins, Bernardo de 45
Objío, Manuel Rodríguez 117, 167
Objío, Orlando 27, 121, 335
Ochoa, Eugenio de 99
Olmedo, Joaquín 256
Ortega y Gasset, José 173, 213, 351
Ortega, Augusto 161
Owen, Robert 58
PFB-20140124.indd 395
395
P
Pacho García, Julián 32, 351
Paine, Thomas 42
Palma, Ricardo 65
Paula, César 387
Paulino Ramos, Alejandro 133, 339
Pauw, Cornelio de 35-36
Paz, Octavio 43, 159, 233-234, 255,
263, 265, 351
Peguero, Valentina 64, 352
Peña Añil, María Altagracia Francisco de 94
Peña Añil, Virgilio de 94
Peña Batlle, Manuel Arturo 249, 352
Peña y Reynoso, Manuel de Jesús
de 137, 183, 369, 380
Peña, Ángela 339
Pepén (apellido) 97
Pepín (apellido) 97
Peralta, Federico 106
Peralta, Freddy 27, 335
Pereda, José María de 65
Pereira Barreto, Luis 71
Pérez de la Cruz, Rosa Elena 38
Pérez Galdós, Benito 65
Pérez Memén, Fernando 27, 136137, 139, 179, 193, 247
Pérez Soriano, Francisco 81, 352
Perry, Raymond H. 165
Peyret, Alexis 85
Phelan, John L. 204
Pichardo, Domingo Daniel 137
Pimentel, Miguel 27, 157, 261, 289291, 296, 352
Pimentel, Pedro Antonio 116
Polanco Brito, Hugo Eduardo 387
Polanco, Gaspar 109, 111
Polanco, José Blas 106
24/01/2014 09:56:32 a.m.
Julio Minaya
396
Popoteur (apellido) 97
Port, Eugenia de 94, 96, 98, 197, 357
Portorreal, Juan 387
Price-Mars, Jean 352
Proudhon, Pierre-Joseph 58
Pujol, Pablo 106, 362-363
R
Raynal, Guillaume Thomas François Raynal, llamado abate 47
Regús (apellido) 97
Renán, Joseph Ernest 88
Ribeiro, Darcy 78, 298, 352
Ricardo Román, J. Max 27, 65, 93,
95-96, 98, 103, 106, 111-113,
117-118, 158, 166, 170, 172,
186, 329, 335, 363
Ricart, Gustavo 336
Ricoeur, Paul 158
Ricourd (apellido) 97
Riego, Rafael de 41
Rocafuerte, Vicente 23
Rochet (apellido) 97
Rodó, José Enrique 89
Rodríguez Demorizi, Emilio 27,
99-100, 120, 124, 128, 161-162,
164, 174, 185-186, 330, 333,
336, 338-339, 343-344, 348, 357
Rodríguez, Domingo A. 102
Rodríguez, Julio 344
Rodríguez, Santiago 202
Rodríguez, Simón 46, 50, 54, 58-59
Roig, Arturo Andrés 19, 24, 59, 353
Rojas Mix, Miguel Antonio 35-36,
106, 353
Rojas Osorio, Carlos 43, 47-48,
207-208, 274-275, 278, 353
Rojas, Benigno Filomeno de 94,
PFB-20140124.indd 396
101, 103, 137, 193, 198, 202,
210, 279, 282, 326, 329, 362
Rojas, Miguel A. 106
Román, Miguel A. 106
Rousseau, Juan Jacobo 42, 44, 46-48,
50, 98, 127, 135, 143, 175, 191,
198-199, 214, 228, 314, 353, 375
Rouvroy, Claude Henri de, conde
de Saint-Simon 58-59
Rozo Acuña, Eduardo 47, 343, 353
S
Saavedra y Ramírez, Ángel María,
duque de Rivas 145
Sáez, José Luis 266-267, 277, 280
Saint-Hilaire (apellido) 97
Saladín (apellido) 97
Salazar Bondy, Augusto 79, 354
Salcedo, Federico 102
Salcedo, José Antonio 108, 111112, 202, 365
Sales, Manuel 60
Salmerón, Nicolás 60
Samper, José María 74
San Martín, José de 40, 45, 49, 262
San Miguel, Pedro L. 27, 258-260,
338, 354
Sánchez Valverde, Antonio 36-38,
237, 248
Sánchez, Cecilia 58, 72-73, 84
Sánchez, Juan Francisco 24, 38,
184, 192
Sang B., Mu-Kien A. 84, 119, 281, 354
Santana Castillo, Joaquín 53, 77-78,
354
Santelises (apellido) 97
Santos Hernández, Roberto 27, 338
Santos, Danilo de los 64, 352
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento crítico
Santos, José 51, 339
Sanz del Río, Julián 60-61, 276
Sarmiento, Domingo Faustino 24,
57, 71, 84, 144, 190, 192, 246,
259-261, 270, 272, 284, 295,
324, 354
Savigny, Friedrich Karl von 53, 144
Scott, Walter 66
Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph
von 51
Schlager, Aug 115, 174
Schlegel, Federico 51
Schopenhauer, Arthur 33, 88
Senir, Roberto 106
Serrano Caldera, Alejandro 52-53,
354
Shakespeare, William 375
Sicard (apellido) 97
Sierra, Justo 71, 76
Soler, Ricaurte 9
Sorel, Jorge 314
Soto, Domingo de 43
Spencer, Herbert 68-69, 71, 82,
296, 302, 313, 354
Steal, Madame de 143
Suárez, Francisco de 43
Sucre, Antonio José de 40, 45
T
Tapia, Alejandro 95, 276
Tejera, Emiliano 136, 151, 279
Tejera, Guillermo 106
Terán, Oscar 9
Tiberghien, Guillaume 61
Tió y Betances, E. 376
Tollinchi, Esteban 65, 355
Toynbee, Arnold J. 79, 316, 355
PFB-20140124.indd 397
397
U
Ureña de Henríquez, Salomé 73-74
V
Valdearcos, Enrique 67, 340
Valerio, Fernando 360
Valverde Lara, Pedro 164
Valverde, José Desiderio 101, 103,
361-362
Valle, José Cecilio del 45
Varela, Félix 75, 207, 275
Varona, Enrique José 72, 76, 95,
207-208, 274-275
Vasconcelos, José 88
Vásquez y Vega, Prudencio 83, 85,
312
Vásquez, Juan 238
Vaz Ferreira, Carlos 88
Vicioso, Abelardo 336
Villalba, Luis 74, 355
Villavicencio, Rafael 74, 84
Villegas, Aberlardo 69, 355
Voltaire, François Marie Arouet,
llamado 42, 44, 175, 214
W
Walker, William 55
Washington, George 104, 265
Weber, Max 31, 233
Whitman, Walt 265
Williams, William Carlos 265
Z
Záiter Mejía, Alba Josefina 27, 282283, 338
Zea, Leopoldo 23-24, 69, 80-81,
191-192, 207, 261, 269-270,
340, 349, 355
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24/01/2014 09:56:32 a.m.
Publicaciones del
Archivo General de la Nación
Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX Vol. X Vol. XI Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846.
Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944.
Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947.
San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago,
1946.
Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R.
Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas
por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850.
Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947.
Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949.
Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita
en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una
famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A.
Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor
R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.
Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.
Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García
Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
399
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24/01/2014 09:56:33 a.m.
400
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. XV Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Vol. XVI Escritos dispersos. (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVII Escritos dispersos. (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XVIII Escritos dispersos. (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de
E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores, Santo
Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente
Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006.
Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXX
Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia
fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXI
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación
y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en
la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de
la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael
Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
PFB-20140124.indd 400
24/01/2014 09:56:33 a.m.
Publicaciones del Archivo General de la Nación
401
Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo xvii. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e
introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo
Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle
Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge
Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII
Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII
La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación
de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLV
Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI
Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población.
Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II,
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. L
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LI
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias.
Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. LII
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
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Vol. LIII
Vol. LIV
Vol. LV
Vol. LVI
Vol. LVII
Vol. LVIII
Vol. LIX
Vol. LX
Vol. LXI
Vol. LXII
Vol. LXIII
Vol. LXIV
Vol. LXV
Vol. LXVI
Vol. LXVII
Vol. LXVIII
Vol. LXIX
Vol. LXX
Vol. LXXI
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.
Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana.
José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de
J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2008.
Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel
de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo,
D. N., 2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo,
D. N., 2008.
Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de
la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.
Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2008.
El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones
económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga
Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
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Vol. LXXII
De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras
(Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E.
Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales.
Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel
Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor
Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el
patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez,
Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael
Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael
Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo
de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XC
Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes Grullón,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCI
Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado, Santo
Domingo, D. N., 2009.
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Vol. XCIII
Vol. XCIV
Vol. XCV
Vol. XCVI
Vol. XCVII
Vol. XCVIII
Vol. XCIX
Vol. C
Vol. CI
Vol. CII
Vol. CIII
Vol. CIV
Vol. CV
Vol. CVI
Vol. CVII
Vol. CVIII
Vol. CIX
Vol. CX
Vol. CXI
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio,
(Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María
Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República
Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2010.
República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas.
J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.
Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación de
Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.
Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el
régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
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Vol. CXII
Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIII
El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias del
Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C. Rosario
Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia Dominicana de
la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo
General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIV
Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria.
Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXV
Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXVI
Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana.
José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVII Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen Durán.
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVIII Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril.
Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIX
Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXX
Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXI
Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo, D.
N., 2010.
Vol. CXXII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIV Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXV Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos).
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVI Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, edición
conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo
General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de
Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición
conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de
la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de
Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición
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conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de
la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948).
Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos xv-xix, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana. Pedro
L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis
Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIILa caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo
azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia,
1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXL
Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G.
Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLI
Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIII
Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIV
Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLV
Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVI
Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge
Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVII Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial.
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIX Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro
Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.
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Vol. CL
Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida.
Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLI
El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de
1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CLII
Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos
Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLIII
El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIV
Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José
Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLV
El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Vol. CLVI
Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVII
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVIII Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación
y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIX
Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar
Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLX
Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXI
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXII
El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano
español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca
Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIII
Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIV
Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXV
Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVI
Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty
Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo.
Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales,
edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vol. CLXIX
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen
1. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXX
Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012
Vol. CLXXI El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXV Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo xix: República Dominicana,
Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López, Santo Domingo,
D. N., 2012.
Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a
España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América
Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVIII Visión de Hostos sobre Duarte. Eugenio María de Hostos. Compilación y edición de Miguel Collado, Santo Domingo, D. N.,
2013.
Vol. CLXXIX Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación agraria
en la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San Miguel, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXX La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 3.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXI La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 4.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXII De súbditos a ciudadanos (siglos xvii-xix): el proceso de formación de las
comunidades criollas del Caribe hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo). Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXIII La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona,
San Salvador-Santo Domingo, 2012.
Vol. CLXXXIV Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXV Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVI Historia de Cuba. José Abreu Cardet y otros, Santo Domingo, D. N.,
2013.
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Publicaciones del Archivo General de la Nación
409
Vol. CLXXXVIILibertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio Abad
Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVIIIBiografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes
españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican
Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXC
Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de
Sistema Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo, D.
N., 2013.
Vol. CXCI
La rivalidad internacional por la República Dominicana y el complejo
proceso de su anexión a España (1858-1865). Luis Escolano Giménez,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCII Escritos históricos de Carlos Larrazábal Blanco. Tomo I. Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIII Guerra de liberación en el Caribe hispano (1863-1878). José Abreu
Cardet y Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIV Historia del municipio de Cevicos. Miguel Ángel Díaz Herrera, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCV La noción de período en la historia dominicana. Volúmen I, Pedro Mir,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVI La noción de período en la historia dominicana. Volúmen II, Pedro Mir,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVII La noción de período en la historia dominicana. Volúmen III, Pedro
Mir, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCVIII Literatura y arqueología a través de La mosca soldado de Marcio Veloz
Maggiolo. Teresa Zaldívar Zaldívar, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXCIX El Dr. Alcides García Lluberes y sus artículos publicados en 1965 en el
periódico Patria. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CC
El cacoísmo burgués contra Salnave (1867-1870). Roger Gaillard,
Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCI
«Sociología aldeada» y otros materiales de Manuel de Jesús Rodríguez
Varona. Compilación de Angel Moreta, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CCII
Álbum de un héroe. (A la augusta memoria de José Martí). 3ra edición.
Compilación de Federico Henríquez y Carvajal y edición de
Diógenes Céspedes, Santo Domingo, D. N., 2013.
Colección Juvenil
Vol. I
Vol. II
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Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007.
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410
Vol. III
Vol. IV
Vol. V
Vol. VI
Vol. VII
Vol. VIII
Publicaciones del Archivo General de la Nación
Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo,
D. N., 2008.
Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.
Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps
(siglo xix). Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.
Colección Cuadernos Populares
Vol. 1
La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes
Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. 2
Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. 3
Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó.Santo
Domingo, D. N., 2010.
Colección Referencias
Vol. 1
Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y
Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. 2
Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos
de Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. 3
Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema
Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.
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Pedro Francisco Bonó: vida, obra y pensamiento
crítico de Julio Minaya se terminó de imprimir
en los talleres gráficos de Editora Centenario,
S. A., en enero de 2014, Santo Domingo, R.
D., con una tirada de 1,000 ejemplares.
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