06-Negocio medicos - Gobierno

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NEGOCIOS MÉDICOS*
Hospital Civil de Pamplona (1556-1935)
* Ver guía de los asuntos tratados sobre esta materia en el Anexo 17.
Una de las ocupaciones primordiales de la Junta Provincial de Sanidad fue entender de los negocios médicos. Esto es, cualquiera de los
asuntos que tuvieran relación con el ejercicio del arte de curar de los
profesionales sanitarios, médicos, farmacéuticos, veterinarios, ministrantes, en cuanto se relacionaban con la función pública de los ayuntamientos y de la sanidad provincial; así como sobre su comportamiento, cumplimiento de obligaciones y como consecuencia, de la
ética profesional; de su ejercicio, y del intrusismo profesional entre sí o
de terceras personas. Para ello estaba previsto que del seno de la Junta
Provincial se organizara una comisión que entendiera de tales asuntos
que en cada nueva renovación bienal se organizaba con vocales, habitualmente profesores de las tres facultades representadas, pero a veces
también con vocales ajenos a las profesiones, miembros que constan en
las actas de las correspondientes renovaciones.
La comisión de negocios médicos se ocupaba en consecuencia de
todo lo relacionado con los nombramientos de los cargos públicos, como los subdelegados y los facultativos municipales; el procedimiento
en los concursos; de la provisión de las vacantes, prórrogas, ceses, contratos o dimisiones; de la ampliación o segregación de partidos médicos; y entendía de las reclamaciones, recursos, expedientes y sanciones,
que generaba el ejercicio de las profesiones del arte de curar. En lo referente al cumplimiento entre las partes, las denuncias y reclamaciones
se van a producir en doble sentido: de los ayuntamientos como entidad
pública contratante frente a los sanitarios titulares; y de éstos contra los
ayuntamientos por incumplimiento de obligaciones. Pero también están los ciudadanos que, si bien de forma ocasional van a personarse en
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JOSÉ JAVIER VIÑES
algunas ocasiones. La Junta Provincial como órgano de máxima autoridad en cuanto asesora del poder público ejecutivo, se va a convertir
en el guardián de la ética profesional, ya que a lo largo del siglo XIX, y
en especial en el periodo de las actas 1870-1902, se carecía de organizaciones colegiales.
De todo este amplio panorama y competencias van a ser las relaciones contractuales las que más van a ocupar a la Junta, si bien vamos
a observar un cambio cualitativo desde la mayor intervención en el proceso de nombramientos de los sanitarios titulares por parte de los ayuntamientos, hasta transferir en 1871 tales competencias a la Diputación,
como superior jerárquico de los ayuntamientos, ya que dado el nulo
compromiso económico del Estado, va a comprometerse en una política más descentralizadora, que en el caso de Navarra va a asumirse como recuperación de competencias, lo que en el futuro va a conformar
la base de las competencias forales en materia sanitaria. En 1873, con el
Gobierno de la República, se refuerza de nuevo la autonomía municipal, desapareciendo las funciones de la Junta Provincial en el nombramiento de los titulares.
En este escenario de 6 lustros que recogen las actas, vamos a verla
ocupada en esta materia, aplicando el marco legal del Estado, al que recurre en sus discusiones en materia tan delicada, y que según la naturaleza y entidad de los asuntos, va a ser necesario acudir a frecuentes citas jurídicas como si de un órgano administrativo y burocrático se
tratase.
Vamos en consecuencia a analizar las intervenciones en los negocios
médicos relativos a los subdelegados de sanidad, a los médicos titulares
y a cuanto a su alrededor acontecía.
Los subdelegados de sanidad
En la primera parte ya hemos dado noticia de la consolidación de
la figura de los subdelegados de sanidad, uno en cada distrito judicial
para cada una de las profesiones de las facultades de medicina, farmacia y veterinaria que ejercían amplias funciones de administración sanitaria, haciendo cumplir las normas sanitarias, tanto en el ámbito de
la sanidad y policía sanitaria como del ejercicio de las profesiones sani334
NEGOCIOS MÉDICOS
tarias, intrusismo incluido, todo ello en base al Real Decreto Organizativo, a su reglamento de 1847, y a la Ley General de 1855. Alrededor
de ellos, se constituyeron y ejercieron en Navarra las materias que les
afectaba en el ejercicio de su cargo, quedando reflejado en la Junta Provincial. En las actas que analizamos podemos dar noticia de quiénes desempeñaron el cargo en los cinco distritos judiciales, y siendo tres el
número de subdelegados por distrito, tanto el señor gobernador como
la Junta dispusieron en todo momento de quince subdelegados como
ojos vigilantes y brazos ejecutores, única estructura sanitaria, gratuita y
honorífica; si bien, dado el interés en ostentar el cargo, obtendrían no
sólo prestigio profesional, sino que el cargo llevaría a atraer mayor
clientela, tanto en el caso de los médicos, como farmacéuticos y veterinarios. Ello hace suponer que adquirirían mejores posiciones en la precaria situación económica de la época.
En la tabla IV, página 204, recogemos cuantos subdelegados con
uno u otro motivo aparecen en las actas, la mayor parte porque debían
de pasar por la propuesta de nombramiento de la Junta al gobernador
quien al fin decidía su nombramiento. Es posible que no esté toda la
lista completa, entre ellos señalamos la ausencia de los subdelegados de
medicina del distrito de Estella; y no siempre conocemos los anteriores
a 1870. El origen de las informaciones no es exclusivo de las actas y en
tales casos no podemos precisar la fecha de inicio de su ejercicio, en
cambio los designados a través de la Junta, las fechas sí son precisas. Los
subdelegados de Pamplona van a poder seguirse con mayor precisión ya
que dada su proximidad y presencia en la Junta Provincial, van a ser actores directos de muchas de sus decisiones y en ocasiones origen de tensiones como veremos con el señor Jimeno Egúrbide, médico, o el señor
Borra, farmacéutico.
La designación se realizaba por concurso según el reglamento de 24
de julio de 1848 entre doctores en el caso de los médicos y farmacéuticos una vez generada la vacante por fallecimiento, por dimisión, o renuncia lo que daba lugar a la convocatoria correspondiente.
Los subdelegados de medicina del distrito judicial de Pamplona figuran con mayor frecuencia por sus actuaciones. El primero de ellos de
acuerdo al Real Decreto de 1848, fue don Rufino Landa y Arbizu, padre de don Nicasio, que había sido profesor de Anatomía, Higiene y
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JOSÉ JAVIER VIÑES
Afectos Externos en el Real Colegio de Medicina, Cirugía y Farmacia
de Pamplona entre 1829 a 1839”; a su clausura decide permanecer en
Pamplona, en el hospital, en lugar de ir a Valencia trasladado a desempeñar una cátedra. Fue concejal presidente de la Junta Local de Sanidad y Subdelegado de Sanidad hasta su muerte en 1862135 y se destacó
en la epidemia de cólera de 1854-1855.
No tenemos constancia de
quién sustituyó al doctor don Rufino Landa y Arbizu, si bien entre
el actas número 1 (enero de 1870)
y la número 47 (abril de 1879) aparece con asiduidad don Saturnino
Lizarraga, médico, constando como vocal nato en el acta número
33 en la que no había sido nombrado vocal médico, e igualmente
en el acta número 47. Su última
intervención parece que fue en
abril de 1879 en que se renueva la
Junta y está presente por última
vez. A partir del acta número 50
Don Rufino Landa y Albizu fue el prrimer
Subdelegado de Medicina del Distrito de
(diciembre de 1879), aparece como
Pamplona en 1847. Con anterioridad se desmiembro “el Subdelegado de Metacó en la lucha contra el cólera en la epidedicina”, don Pascual Arregui, que
mia de 1833-35. Desempeñó la cátedra de
lo fue hasta su renuncia el 20 de juAnatomía, Afectos externos (cirugía), Fisiología e Higiene, en el Real Colegio de Medilio de 1882, “fundada en el grave
cina y Farmacia de Navarra (1829-1839).
estado de su salud” lo que fue
aceptado proponiendo su sustitución por el médico don Luis Martínez de Ubago, citado con profusión como doctor Ubago, que ya había sido vocal médico de la Junta entre septiembre de 1872 a abril de
1875 (actas 18 a 33). Don Luis Martínez de Ubago hubo de ser sustituido por fallecimiento el 6 de febrero de 1890 por el doctor don José
135
Consultar biografía en Aulas Médicas, 2005 de S. LARREGLA y en El doctor Nicasio Landa. Médico y escritor (1830-1891) de J. J. VIÑES, 2001.
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NEGOCIOS MÉDICOS
Revestido que ya era vocal de la misma a propuesta del farmacéutico señor Negrillos (acta 107). En la misma Junta el doctor don Nicasio Landa ensalzó los méritos del doctor Ubago y propuso trasladar el pésame a
su esposa. Faltaba en la Junta desde septiembre de 1888, lo que hace suponer larga enfermedad y explica la rápida sustitución. Ya hemos referido varias intervenciones del doctor Ubago y lo seguiremos haciendo, pero aquí sí deseo señalar la calidad humana del doctor Landa por su
recuerdo elogioso hacia el finado a pesar de ser quien le plagió su “Proyecto de Manicomio agrícola” de 1868, en la “Memoria para el establecimiento de un Manicomio para las provincias vascongadas y Navarra”
de1885, veinte años después136 formulado por Martínez Ubago.
El doctor Revestido permaneció en la Junta hasta la renovación en
el bienio 1887-89 ya que no era él cargo nato en sí mismo, sino el subdelegado más antiguo de la capital lo que correspondió al farmacéutico don Manuel Mercader. Sin embargo, continuó siendo vocal médico
desde 1891 a 1897 y suplente entre 1897-99. El doctor Revestido ejerció el cargo hasta diciembre de 1899 en que por fallecimiento fue sustituido por el doctor don Laureano Arraiza y Etuláin. Don Laureano
permaneció en el cargo de subdelegado hasta agosto de 1901 (acta 154)
en la que se comunicó por el gobernador su fallecimiento así como haber publicado la vacante en el Boletín Oficial de la provincia de fecha
2 de agosto, por lo que procedía nombrar sustituto entre los candidatos solicitantes, generándose una polémica que no va a resolverse hasta
el año siguiente en enero de 1902, no constando la solución definitiva
en las actas, que finalizaron en la número 157, el 30 de abril de 1902.
El caso fue que la plaza vacante fue convocada por concurso entre
doctores, requisito reglamentario fundamental al que se presentaron a
fecha 28 de agosto de 1901, al parecer dos candidatos: don Juan Valdés
y don Manuel Jimeno. El primero venía actuando en la Junta como vocal médico desde 1899 y lo era en el momento de la convocatoria, y el
segundo era un médico joven del Hospital Civil ya conocido, que había sido vocal entre 1889 y 1895. Debió sorprender que el doctor Jime-
136
Esta afirmación puede comprobarse en J. AZTARAIN. Nacimiento y consolidación de la
asistencia psiquiátrica en Navarra, Colección, Temas de Historia de la Medicina, nº 4. Pamplona: Gobierno de Navarra, 2005.
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JOSÉ JAVIER VIÑES
no no había presentado el título de doctor y con tal motivo constata la
Junta que entre los doctores registrados a 3 de julio de 1901 en la subdelegación médica de Pamplona, no constaba como tal el candidato, ya
que en ella habían registrado sus títulos los siguientes médicos en la fecha que se indica: don Laureano Arraiga, 1878, calle Mayor 72; don
Mauricio Rodríguez, 1880, calle Compañía; don Víctor Laquidain,
1883, Huarte Araquil; don Ricardo Ascunce,1892, Pamplona; don Manuel Pinós, 1892, Paseo de Valencia; don Manuel Ferrer, 1892, Paseo de
Valencia; don Eugenio Olaso,1894, Villava; y don Juan Valdés 1897, calle Navarrería, entre los 26 ó 30 médicos ejercientes en Pamplona. Debía de ser sin embargo don Manuel Jimeno el candidato del Gobernador, por lo que se “propone consultar a la superioridad si es o no
necesario estar en posesión material del título de doctor en medicina
para solicitar dicho cargo o basta que se presente al tomar posesión del
mismo, pues el artículo 3º del reglamento de subdelegaciones nada dice en concreto sobre el particular” (acta 154), por lo que se acordó enviar consulta al ministerio. Fue un subterfugio leguleyo que volvió el 16
de noviembre sobre la mesa. El ministerio, si es que se le consultó, no
había contestado y el tema estaba igual, pero se da cuenta que el doctor Jimeno había aportado al expediente el título de doctor. Es posible
que no hubiera pagado los derechos anteriormente y no había sacado
el título. Ante esta “nueva situación” se replantea si es suficiente o no
para admitirlo a trámite. Opinaron que nada había cambiado los señores Valdés, (doctor en medicina y candidato), Pinós (cirujano), Reiter
(militar) y Utrilla (médico militar), mientras los 9 restantes, Arbizu (alcalde), Ansoleaga (ingeniero), Marquina (farmacéutico), Mercader
(farmacéutico), Galvete (comerciante), San Julián (industrial) Garmendia (médico), Rodríguez (propietario), Arzoz (veterinario) más el gobernador, Pérez Moso, votaron a favor de que debía ser admitido.
Se eludió la consulta a la superioridad y todos los vocales cansados
al fin, dijeron al gobernador una vez admitido al concurso a Jimeno,
que proponían a los dos candidatos para que procediera al nombramiento. “El doctor Valdés se abstuvo por delicadeza”. En enero de 1902
ya estaba ejerciendo como subdelegado el doctor Jimeno.
Este incidente que pone en evidencia el buen prestigio profesional
entre sus conciudadanos del doctor Manuel Jimeno Egúrbide que más
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NEGOCIOS MÉDICOS
tarde va a ocupar desde 1905
a 1924 el cargo de Inspector
Provincial de Higiene, puesto ganado por oposición nacional.
La Subdelegación de Farmacia del distrito de Pamplona se inicia con don Javier Blasco en el año 1847.
No tenemos constancia
quien le sustituyó, si bien,
en 1870, al comienzo de las
actas era don Manuel Esparza quien presentó su dimisión por motivo no conocido en mayo de 1876 (acta
34) siendo sustituido por
don Fernando Borra, que era
vocal desde abril de 1874.
D. Fernando Borra había
formado parte como “camillero” de Landa en el bautismo de sangre de la Cruz Ro- El doctor Manuel Jimeno Egúrbide fue el último
de medicina del distrito de Pamplona,
ja española, con la Comisión subdelegado
cargo que ocupó desde 1902 hasta 1906, pasando a
de Navarra con motivo de la ocupar la primera Inspección Provincial de Higiene
primera guerra carlista en de Navarra. Representa el paso de la Higiene empíOroquieta el 4 de mayo de rica a la Higiene científica.
1872 a la que asistió el propio doctor Landa. Vencedores los liberales, el doctor Landa avisó a la
“Comisión de Socorro a militares heridos en Campaña” (Cruz Roja)
para que se preparara a socorrer a los heridos que había acomodado en
Oroquieta en espera de su desalojo. El día 12 de mayo partió la “Ambulancia” bajo la dirección del doctor Landa de la que formaron parte
otros miembros que hemos ya encontrado actuando en la Junta, como
el cirujano don Fernando Palacios, y el ingeniero don Aniceto Lagarde
(acta 18), además de otros participantes en la “ambulancia” y 118 ca339
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milleros voluntarios137. La Junta sin embargo no da noticia de este hecho tan importante y singular en las sesiones coetáneas. Hay que considerar que ese hecho sanitario no era competencia de la sanidad pública.
El nombramiento de Borra fue denunciado dos años y medio después, en diciembre de 1877 por don Miguel Martínez de la Peña, “doc-
La primera ambulancia de la Cruz Roja que el 12 de mayo de 1872 acudió a recoger los heridos de la batalla de Oroquieta. Estaba compuesta por destacados profesionales en función altruista en el socorro neutral de los heridos. Médicos cirujanos: Nicasio Landa, Osquía y Palacios; Borra, farmacéutico; Moratel, practicante. Camilleros: Bonifacio Landa (ingeniero
agrícola); Iturralde y Suit (historiador y arqueólogo); Egózcue; y Aguinaga (conocedor del terreno, guía de la expedición).
137
J. J. VIÑES. El doctor Nicasio Landa. Médico y escritor 1830-1891. Colección Historia nº
103. Pamplona: Gobierno de Navarra, 2001.
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NEGOCIOS MÉDICOS
tor en Farmacia” (acta 42), que solicita se declarara el nombramiento de
subdelegado como ilegal. No se expuso el motivo pero al reseñar su circunstancia de “Doctor en Farmacia” se está señalando que éste fuera el
motivo de reclamar para sí el cargo por ser doctor y que no lo fuera el
señor Borra. Se nombró una comisión que en la sesión siguiente, en febrero de 1878, desestimó “su pretensión” y añadió que “se prevenga al
peticionario de que en adelante cuando se dirija a la autoridad o corporaciones guarde mesura, cortesía y buenas formas a las que debemos
ceñirnos todos cuando nos dirigimos a personas que ejercen alguna autoridad”. Hemos consultado el reglamento de 1848, siendo méritos de
los farmacéuticos: “1º los que hayan servido con celo e inteligencia el
cargo de subdelegado. 2º los doctores. El caso es que don Fernando Borra siguió de subdelegado hasta su fallecimiento que se comunica el 25
de junio de 1884, después de nueve años de servicio, siendo sustituido
con carácter interino por don Felipe Irurita hasta la provisión definitiva. Éste suplica en la sesión de 13 de junio de 1885 “se digne proceder
al nombramiento definitivo del Subdelegado de Farmacia por no permitirle atender al cargo sus múltiples ocupaciones”. La Junta delegó en
el gobernador el nombramiento. Es la oportunidad de don Miguel
Martínez de la Peña quien solicita el cargo en marzo de 1886 (acta 91).
El gobernador decide en fecha posterior a favor de don Manuel Mercader. Una comisión debió dictaminar en abril de 1886 sobre el particular, por lo que el doctor Martínez de la Peña, en junio de 1886, vuelve a pedir “se le nombre Subdelegado de farmacia de la provincia en
virtud de los méritos y servicios que tiene contraídos durante el ejercicio de su profesión”. Es evidente que no se le quería, pero el tema se
complica y en la sesión de junio sale a la luz el informe de la comisión
suscrito por Negrillos, Monasterio, Revestido, Yárnoz y Segura, que
apoyaron como legal el nombramiento del Gobernador. Se sometió a
votación el informe y todos lo hicieron a favor, resultando aprobado
con todos los votos menos el del señor García Echarri, alcalde de Pamplona, que hizo voto particular, en desacuerdo de legalidad del nombramiento de Mercader y por los méritos superiores de García de la Peña y servicios especialísimos ya que “el reglamento de subdelegaciones
da preferencia a los doctores sobre los licenciados” y por las razones expuestas “entiende que el nombramiento del señor Mercader no puede
prevalecer desde el momento en que un doctor más antiguo reclama la
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subdelegación de que se trata”. Es posible que Mercader fuera doctor,
pero sí es evidente que a Martínez de la Peña nadie le quería por muchos que fueran sus méritos (acta 92); don Manuel Mercader va a prevalecer y va a ser asiduo de la Junta hasta fin de siglo ya que se convertiría, a partir de 1890, en el subdelegado de Pamplona más antiguo y
en consecuencia cargo nato de la Junta.
El Subdelegado de Veterinaria fue menos conflictivo, ya a partir de
1870 figura don Juan Monasterio hasta su fallecimiento en 29 de julio
de 1889 (acta 102), nombrándose una comisión para hacer nueva propuesta. No consta el nombramiento pero se nombró al veterinario de
Obanos, como Subdelegado del Distrito de Pamplona y además se le
autoriza a vivir en Obanos de donde era titular. Los de Pamplona, tales como Ruiz, Echarte, Marín o Arzoz no parece estuvieran interesados.
El procedimiento de designación de subdelegados por concurso
puede seguirse en la convocatoria del de Tudela en 1892 en el que resultó nombrado don Manuel Inda (acta 122).
El resto de las designaciones de los subdelegados de medicina, farmacia y veterinaria en el resto de distritos se produjeron con normalidad (Tabla IV) por razones de fallecimientos, ceses o dimisiones por
motivos de salud o por traslado fuera de Navarra. Ello no significa que
tuvieran vida tranquila, pues el cargo llevaba responsabilidades, preocupaciones y disgustos. Algo de ello queda reflejado en las actas por las
denuncias.
Denuncias
El Subdelegado de Medicina de Estella (no conocemos el nombre)
hubo de denunciar en agosto de 1881 al médico titular del distrito don
Eugenio Zalba y a su hermano en ejercicio libre don Inocencio Zalba
“por faltar a la consideración a sus comprofesores y a la moral médica”.
No se explica el motivo ni se conoce la resolución que quedó para informe del Subdelegado de Pamplona don Pascual Arregui.
En noviembre de 1871, el Subdelegado de Farmacia de Tudela inicia un expediente contra el establecimiento de una botica dentro del
Hospital de Nª Sra. de Gracia ya que el farmacéutico que la regenta tie342
NEGOCIOS MÉDICOS
ne farmacia libre abierta lo que va en contra del artículo 11 de la ordenanza de farmacia. La Junta acordó dirigirse a los ministros del hospital declarando nulo el nombramiento por incompatibilidad.
En julio de 1872, el Subdelegado debe insistir en denunciar el abuso de hallarse regentada la farmacia de Buñuel por persona incompetente, la propia viuda del fallecido don José Zardoya, situación al parecer que viene de largo, calificada de persistente, a pesar de las sanciones
del alcalde y las órdenes del gobernador. La decisión de la Junta es tan
contundente como ineficaz ya que propuso: “que se cumpla la ley”.
De la subdelegación de veterinaria de Tafalla se recoge la denuncia
de intrusismo contra don Claudio Escobar “por adulteración del título” por lo que la Junta acuerda pedírselo.
Pero la autoridad de los subdelegados no tenía inmunidad, ni estaban libres de ser denunciados. Es el caso del Subdelegado de Veterinaria de Tudela, en 1881, don Nicolás Insausti promovido por don Ramón Inda, veterinario de primera clase para que sea separado del cargo
el subdelegado por ser veterinario de segunda clase y “por haber hecho
traslado de su establecimiento y parroquia”. Suponemos se habría trasladado de localidad. La Junta, no obstante, apoyó a Insausti. Vuelve el
tema un año más tarde denunciado por los veterinarios Ramón Inda y
Agustín Escartín para que “se limite a las atribuciones que le confiere el
título de veterinario de segunda”. La Junta confió al Subdelegado de
Pamplona, Juan Monasterio, resolviera el litigio “como perito en el
pleito que se ventila”.
En el distrito de Pamplona los litigios se limitan a la denuncia en
1878 de don Nicolás Iribarren, regente de la farmacia de don Francisco Colmenares en la calle Bolserías, número 18 de Pamplona (actual calle de San Saturnino) ante el Subdelegado de Farmacia don Fernando
Borra denunciado, “por no tener su residencia en la misma”, (“no hay
peor cuña que de la propia madera” o que “de fuera vendrán que de casa
te echarán”), debiendo recordar al efecto que el artículo 9º de la ordenanza establecía que “los farmacéuticos están obligados a habitar en su
establecimiento”. La Junta dictaminó a favor del regente y acordó: “1º
el mencionado don Francisco Colmenares no puede tener botica abierta en esta ciudad a su nombre; 2º que se le retire la autorización de
apertura”. Es evidente que don Francisco Colmenares presentó recla343
JOSÉ JAVIER VIÑES
El establecimiento farmacéutico muy cuidado reclamaban clientela y despachaban las recetas
de la Beneficencia. En la foto la farmacia de D. Francisco Colmenares en la calle Bolserías 18.
En la actualidad en ejercicio de parafarmacia.
344
NEGOCIOS MÉDICOS
mación por el cierre y además arremetió contra el subdelegado que no
estuvo presente en la sesión, por lo que se le pasó el expediente a informe. En noviembre de 1879, año y medio más tarde, llega el informe
solicitado con propuesta de retirarle la licencia de botica a don Francisco Colmenares. Pero con sólo 3 vocales presentes y entre ellos el subdelegado, que era parte. El Gobernador decide dejarlo sobre la mesa
hasta diciembre. La Junta cree que hay que averiguar más datos al respecto “dirigiendo atentos oficios sobre cuál es el primer empadronamiento y cédula del interesado para en su vista resolver con mayor conocimiento de causa este expediente” (actas 45, 46, 49, 50), y ya no
sabemos más del asunto, si se cerró o no la botica de la calle Bolserías,
número 18, ni donde vivía el señor Colmenares (farmacéutico), ni si
volvió a Pamplona, ni si echó al regente origen de su quebranto. Tampoco sabemos, por no conocer, el segundo apellido si don Francisco era
pariente de don José Javier Colmenares y Vidarte que fue repetidas veces en este periodo alcalde y ex-alcalde de la ciudad.
Un caso curioso de elusión de responsabilidad por parte de la Junta y desde luego por parte del Subdelegado de Farmacia fue la denuncia planteada por el farmacéutico y vocal señor Iribarren contra la
farmacia militar, haciéndose eco del resto de farmacéuticos de la ciudad “porque se despachan medicinas para los paisanos, valiéndose estos del efecto de tarjetas de amigos suyos militares (acta 122). El Director de Sanidad declaró rotundo que él no da tarjetas a nadie que
no tenga derecho. Complejo conflicto. ¿A quién competía el asunto?
Deciden que los agraviados se dirijan al gobernador para que de
acuerdo con la autoridad militar adopten las medidas que sean necesarias.
Los casos que constan en las actas serían una parte muy pequeña de
los problemas que rodeaban a los subdelegados, pero nos muestran a las
claras la inoperancia de la Junta para resolver los asuntos médicos y hasta cierto punto muy mediatizados, si bien las formas y composturas serían muy moderadas, pues no nos sustraemos a imaginarlos con levita,
botines, chistera o bombín; no olvidemos que los subdelegados podían
llevar “en la solapa de la levita” el distintivo de una medalla con cinta
amarilla los médicos, morada los farmacéuticos y negra y amarilla los
veterinarios”.
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JOSÉ JAVIER VIÑES
Los sanitarios titulares
Los sanitarios titulares (médicos, farmacéuticos, veterinarios y ministrantes o practicantes y eventualmente matronas), constituían los facultativos contratados por los ayuntamientos para desarrollo de las funciones profesionales con cargo al erario público. Se mandó en la Ley
General de Sanidad de 1855 que su contratación fuera obligatoria y su
reglamentación se precisó en 1868 y poco después en 1873, de tal manera que el último tercio del siglo eran estas las bases legales que regulaban su creación, dotación, nombramiento, cese y separación del cargo, así como la clasificación de los partidos en simples o compuestos;
en abiertos o cerrados, que ya hemos explicado. La Junta Provincial va
a ser parte activa en este proceso previsto en el reglamento de 1868 “para la asistencia a los pobres y organización de los partidos médicos de
la península”, en cuanto asesora del Gobernador, en la calificación y
propuesta en terna, tarea material que inició la Junta Provincial; si bien
el proceso de convocatoria de las plazas, dotación económica, nombramiento, contrato, cese y separación correspondía a los ayuntamientos.
A pesar del reglamento, en 1871, en el último año de la Regencia
del general Serrano, emanada de la Revolución de 1868, se produce, un
mes antes de la llegada a España de Amadeo de Saboya, una R.O. de
25 de noviembre138 “por la que se resuelve que corresponde a las diputaciones provinciales la resolución de expedientes relativos a la provisión, separación e incidencias de las plazas de medicina con titulares”.
Ya se sabe que cuanto afectaba a los médicos, también acontecía a las
demás “facultades”. Este hecho hubo de tener gran importancia política ya que en la sesión de 21 de diciembre del mismo año el gobernador
comunica a la Junta que debe darse cumplimiento a la Real Orden, y
en consecuencia, “deben incautarse desde luego de cuantos expedientes
de esta clase existan en los gobiernos de la provincia y después darles
curso y tramitación correspondiente, resolverlos bajo el criterio de las
leyes municipal y provincial vigentes, y reglamento de partidos médicos de 11 de marzo de 1868”.
138
346
Gaceta de Madrid nº 247 de 13 de diciembre de 1871.
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La Real Orden era consecuencia de la consulta que había realizado el
señor gobernador de Pontevedra a la superioridad, por entender que así
debía de interpretarse la legislación vigente. Por un lado la Ley General
de Sanidad establecía que los nombramientos de titulares debían realizarlos los ayuntamientos (artículo 69) a quien correspondía también resolver las anulaciones de contrato, actuando la Junta provincial como asesora (artículo 70). Pero por otro lado, el reglamento de partidos médicos
de 1868 (artículos 26 a 31) establecía el procedimiento de provisión de
plazas y lo encomienda al gobernador y Junta Provincial, correspondiendo a ésta, el estudio y valoración de las solicitudes y la propuesta en terna de los candidatos para su nombramiento municipal como lo hemos
conocido en las actas. Sin embargo, la Real Orden de 25 de noviembre
de 1871 citada, ratificando otra en el mismo sentido a consulta del gobernador de Huelva, interpreta y ordena que es más ajustado a la ley y en
consecuencia prevalece el que sean las diputaciones quienes tramiten los
nombramientos de los titulares: “deben las mismas incautarse de cuantos
expedientes de esta clase existan en los gobiernos civiles”.
Para tan imperativo mandato acudió a dicha sesión “una comisión
de la Diputación Provincial” (acta 15) siendo vocales: Landa, Ansoleaga, Blasco, Ruiz, Lizarraga, Palacios, Campión y Galbete. Esta nueva
disposición, que recababa las competencias para las diputaciones provinciales, se derivaba de la aplicación de una política descentralizadora
derivada de la ley municipal de 1856 que sometía a los ayuntamientos
a la diputaciones como superior jerárquico en materias que no fueran
exclusivas de aquellos, lo que marca un cambio radical en las atribuciones que la Junta venía desempeñando en la materia tal como veremos a través de las actas.
Hasta entonces, diciembre de 1871, la ocupación fundamental de la
Junta va a ser estudiar los expedientes de vacantes convocadas por los
ayuntamientos, la clasificación de los concursantes y propuesta en terna de los candidatos según méritos, que pasaba a los ayuntamientos.
Esto permitió conocer a través de las actas una amplia nómina de facultativos, la clasificación de los partidos en categorías, sus titulaciones,
los esfuerzos por obtener plaza (Anexo 18) en el periodo 1870-1872.
Posteriormente se pierde esta información al “incautarse” la Diputación
los expedientes que hubiera permitido conocer toda la plantilla de fa347
JOSÉ JAVIER VIÑES
cultativos titulares del siglo XIX. Durante 1872, la Junta todavía conoce
las convocatorias y los candidatos, pero ahora los expedientes los envía
a la Diputación, y la última vez que realiza propuesta-informe son los
dirigidos a la Diputación Foral, de las vacantes de Orisoain, Pitillas,
Murillo el Cuende y Ochagavía en septiembre de 1873, pero después
nunca más. No significa que la Junta se desentendiera de los asuntos de
los titulares ya que a partir de entonces les toca estudiar y “resolver” reclamaciones, y denuncias de manera constante, hasta finalizar este periodo en 1902 como órgano asesor incluso administrativo, o cuando
menos valedor de los titulares como autoridad moral ante los conflictos y abusos de los ayuntamientos. Éstos acapararon más poder sobre
los titulares en otro proceso político descentralizador durante la 1ª República, al conferir el “Reglamento de partidos médicos de 1873”, plena competencia a los ayuntamientos y competencia dirimente a las diputaciones provinciales. A partir de entonces la única relación con la
Junta de estos “negocios médicos” van a ser las denuncias, recursos y reclamaciones que los titulares presentan contra los ayuntamientos.
En el primer periodo indicado, 1870-1872, destacamos un hecho de
alta significación que se recoge en el acta número 12 del 5 de octubre
de 1871. Cuando la Junta ejercía todavía la propuesta en terna a los
ayuntamientos se suscita si la propuesta debía exceder o no de tres candidatos o si por el contrario, debía proponer clasificados a todos los que
habían concursado lo que se recoge en los siguientes términos:
“Debiendo procederse enseguida a formar propuestas de aspirantes a diferentes plazas vacantes de médico Cirujano y Farmacéuticos titulares se promovió discusión acerca de si, atemperándose
estrictamente a las prescripciones del art. 28 del reglamento de 11
de marzo de 1868 debería formularse terna cuando concurran
más de tres aspirantes a una misma plaza con los tres de circunstancias preferentes excluyendo a los que excedan de este número,
o por el contrario debería proponerse a todos los que reúnan los
requisitos necesarios clasificándoles por orden de preferencia, según sus respectivos títulos, antigüedad, y méritos, servicios, etc. La
Junta interpretando ampliamente y en el sentido más favorable a
los intereses de los pueblos el espíritu de la citada Disposición legal, teniendo en consideración que en el 1er caso se limita con per348
NEGOCIOS MÉDICOS
juicio de los pueblos la elección de sus ayuntamientos a un numero determinado de Profesores, dando ocasión a que en igualdad de circunstancias y aun por consideraciones de escasa entidad
no pueden alcanzar cabida en la propuesta algunos de estos quizás más aceptable a los pueblos por haber utilizado anteriormente sus conocimientos, porque posean el dialecto vasco navarro tan
difundido en la provincia o que otros navarros siempre tan atendibles pero apreciables sólo por los electores y finalmente, estimando que sin violentar el espíritu y tendencia de las Disposiciones de sanidad vigentes, sin lastimar los Derechos de los profesores,
sin desatender los deberes que acerca de este punto imponen a la
Junta los reglamentos puede servir más cumplidamente los intereses de los pueblos respecto al importante ramo de sanidad, cuya
inspección le está encomendada en esta provincia, acordó, inspirándose en miras de conveniencia, en adoptar por regla general
para lo sucesivo, la de formar las propuestas para las plazas vacantes de partidos médicos con los nombres de todos los aspirantes
que reúnan los requisitos y circunstancias necesarias, clasificándoles según sus títulos, méritos, antigüedad, servicios, cualquiera
que sea número”.
Aprobado por unanimidad desde entonces se incluían todos los candidatos en defensa de la autonomía municipal, las necesidades de los
pueblos vasco parlantes, y la “naturaleza” navarra, por encima de los méritos académicos estrictos. Asistieron a la sesión: Campión, Lizarraga,
Galbete, Palacios, Ruiz, Ansoleaga y Landa; entre ellos, tres fundadores
en 1873 de la asociación Euskara: Campión, Landa y Ansoleaga, cuyo
“objeto es conservar y propagar la lengua, literatura e historia vasco-navarra, estudiar su legislación y procurar cuanto tienda al bienestar moral y material del país”139; y no para otra cosa como se intenta manipular por ideologías nacionalistas-separatistas. De sus filas salieron dispares
ideologías liberales, carlistas radicales, integristas nacionalistas y en su
mayoría fueristas constitucionales si bien con el denominador común de
todos ellos de defensa de los valores identitarios vascos y navarros.
139
Revista EUSKARA. Año Primero. Pág. 3. Pamplona Imprenta Joaquín Lorda, 1878.
Edición Eusko Ikaskintza, 1996.
349
JOSÉ JAVIER VIÑES
Un tema crucial para las dotaciones económicas de los partidos
médicos y farmacéuticos en pueblos con menos de 4.000 habitantes,
era la lista de pobres, ya que en ello se basaba la clasificación de la vacante y la cuantía de su dotación. A falta de escasos datos propios de
Navarra tomamos del “Boletín de la Revista de Medicina y Cirugía
Prácticas” número 592 de 14 de agosto de 1904, los siguientes anuncios:
“Sección de VACANTES”
“Pitiegna (Salamanca), Habitantes 425. Dotación 999 pesetas
por asistencia a 10 familias pobres, pudiendo el agraciado estipular igualas con 105 vecinos acomodados. Las solicitudes hasta el
20 de agosto”.
“El Palo (Guadalajara). Habitantes 912 y los agregados de Pedregal, Hombrados y Movenillas (a 5 kilómetros el que más). Dotación 250 pesetas por la asistencia de las familias pobres del distrito y 44 fanegas de centeno como igualas entre el vecindario
pudiente cobradas por los ayuntamientos respectivos. Las solicitudes hasta el 25 de agosto”.
“Laina (Soria). Habitantes 625. Dotación de 50 pesetas por la asistencia a las familias pobres de la localidad, y 240 fanegas de trigo
como igualas entre los vecinos pudientes siendo responsable de su pago una Junta de asociados. Las solicitudes antes del 29 de agosto”.
Señalamos que además les llamaban “agraciados”. No sé si por casualidad o por norma, en Navarra las cosas iban un poco mejor ya que:
“Murillo el Fruto (Navarra) partido de Tafalla. Habitantes 840.
Dotación 750 pesetas por la asistencia a las familias pobres y 1.500
pesetas como igualas entre los vecinos acomodados. Las solicitudes
al alcalde hasta el 15 de noviembre”. Boletín de Revista de Medicina y Cirugía prácticas. Nº 554, de 28 de octubre de 1900)
La creación de la lista de pobres no era cuestión baladí, como ya hemos comentado con anterioridad lo que en efecto salta a la Junta Provincial: unas veces aprobando la de Los Arcos (acta 7); otras ordenando
que no procede la distribución del suministro de medicamentos a lo pobres entre las boticas de Falces, ya que está contratado el servicio con el
350
NEGOCIOS MÉDICOS
farmacéutico titular (acta 14); otras reclamando el no haber sido incluido en la lista de pobres de Pamplona, no disfrutando de sus beneficios,
y así, la Junta no atiende la “reclamación de doña Francisca Jaso ya que
su esposo, aunque ausente, dispone de una industria que le produce lo
bastante para atender a todas las necesidades de la familia” (actas 25, 26).
Podemos imaginar problemas familiares, separaciones, abandonos, olvidos…
El problema no estaba sólo en la precariedad de los contratos basados en el número de pobres y en las igualas, a veces impuesta, sino que
además los ayuntamientos no pagaban. Curiosidad y sonrojo produce
la siguiente advertencia en el indicado “Boletín” número 318 de 22 de
abril de 1894.
“Estafeta de partidos médicos. “A los que soliciten, si se anuncia,
la vacante de Baños de Ebro, tenemos que advertirles que el que
anteriormente desempañaba dicha plaza, se ha visto obligado a
abandonarla porque no le pagaban”.
Recordamos que la asignación era anual y cobrada a trimestres vencidos.
Esta situación daba lugar a continuas reclamaciones y denuncias
que están presentes en las actas que se encuentran reseñadas en el Anexo 17 y sólo nos ocupamos de las más significantes.
Facultativos médicos
La función pública sanitaria se justificaba para la asistencia a los
pobres y para la asesoría a los ayuntamientos en un territorio que era el
partido médico, siendo habitual el término municipal, si bien tenía
pueblos o lugares agregados, y otras veces se mancomunaban entre varios ayuntamientos dando lugar a los partidos médicos agrupados.
También un ayuntamiento agrupado podía segregarse y constituirse en
partido médico por sí mismo. Lo redactamos en pasado aunque este régimen asistencial ha persistido en Navarra hasta la Ley Foral 22 de Zonificación Sanitaria de 1985, en que se inició la extinción de los partidos municipales para dar lugar a la absorción o centralización de la
351
JOSÉ JAVIER VIÑES
asistencia rural en el Gobierno de Navarra, sustituyendo el carácter de
funcionarios municipales, por “forales”.
En el periodo del XIX que analizamos encontramos la segregación
del ayuntamiento de Vidángoz del partido médico del Roncal (acta 8);
de agregación de las entidades locales de Imarcoain, Úriz, Guerendiain
y Noain, en el partido médico de Elorz (acta 17), por “reincorporación”
ya que al parecer se habían separado y vuelven a juntarse, pero debiendo cumplir la conformidad que ya tuvieron por acuerdo de 4 de septiembre de 1868; la segregación de Bertizarana del de Santesteban (acta 21); la creación del partido médico de Egüés (acta 21). Estas
aprobaciones se hacían ya “con el parecer de la Diputación”, pero a partir de enero de 1873 ya no se ocupaba la Junta de estos asuntos. El nuevo reglamento traspasaba la competencia a las diputaciones provinciales, pero se solicitaba a la Junta o recurría para la creación de nuevos
titulares en partidos existentes.
Especial interés tiene al efecto la aprobación-recomendación de la
creación de tres nuevas plazas de médicos municipales para Pamplona
dada la situación sanitaria. Eran los tiempos de la 1ª República en 1873,
en plena epidemia de viruela, y de otras muertes atribuidas al cólera
morbo de 3 niños y una mujer en la casa 49 de la Rochapea. Además la
guerra civil comenzaba a hacer difícil la situación de la capital. Por ello
se adoptan medidas urgentes para el control y declaración de casos de
enfermedad en Pamplona que los médicos debían realizar (acta 28), lo
que sobrecargó al cuerpo facultativo municipal. Doce días después el
propio alcalde popular don Víctor Bengoechea pide a la Junta que considere el reforzar el servicio:
“El vocal señor alcalde don Víctor Bengoechea tomó la palabra y
dijo que los tres profesores del ayuntamiento no podían atender
con la puntualidad que era de desear a todos y a cada uno de los
servicios que tienen a su cargo, porque además de ordinario se les
había recargado el que consta en acuerdo de la Junta de fecha 17
del corriente, y que por lo tanto se viese un medio de aliviar en lo
posible a los facultativos que hoy se veían fatigados, y la Junta
aceptando en principio las razones poderosas expuestas por dicha
autoridad, y teniendo en cuenta las circunstancias actuales y para que el ramo de la salubridad pública no sufra el menor per352
NEGOCIOS MÉDICOS
juicio determinó proponer al señor gobernador la conveniencia de
que se dirija a la Excma. Diputación un atento oficio rogándole
que en consideración a que el Servicio de que se trata es de conveniencia general se sirva remunerar y nombrar otros tres médicos que a las órdenes de la autoridad local llene dicho servicio extraordinario” (acta 29).
Vemos un triángulo de ineficiencia: ayuntamiento (alcalde), que solicita a la Junta Provincial (gobernador) más sanitarios públicos; éste informa favorablemente la petición; a la Diputación provincial (el señor
Camon, diputado vocal de la Junta estaba ausente en la sesión). Nada
más sabemos por la Junta y quedamos confundidos sobre quién creaba
las plazas en ciudades de más de 4.000 habitantes y quien las financiaba ya que no se sabe nada posteriormente.
Veinte años más tarde, en 1892, aparece la Junta autorizando, que
no financiando, el aumento de uno a dos titulares en Azagra y en Falces a solicitud de los ayuntamientos en claro ejercicio de autoridad administrativa (acta 120), y del mismo modo en 1902 (acta 157) a petición de la Junta Municipal de Tudela. La Junta Provincial accedió a la
creación en ésta de dos nuevas plazas de médicos titulares. Empieza el
siglo XX y todavía la Diputación no había asumido ni el Consejo Foral
Administrativo140 tampoco, la competencia “foral” en materia de sanidad. Habrá de esperar a 1925 en el primer reglamento administrativo
municipal consecuencia del Estatuto Municipal y Provincial de Calvo
Sotelo.
Provisión de vacantes
La provisión de las vacantes se realizaba por acuerdo y anuncio público por los ayuntamientos que convocan las vacantes, remiten las solicitudes a la Junta Provincial, ésta las estudia y clasifica en la comisión
140
El Consejo Administrativo de Navarra surge del propio seno y voluntad de la Diputación en mayo de 1898 para limitar sus poderes en materia de control económico y administrativo de los ayuntamientos. A partir de 1925 se denominó Consejo Foral y asumió todo lo referente a la organización de partidos médicos y la creación de las plazas de titulares.
353
JOSÉ JAVIER VIÑES
de “Negocios médicos”, y la Junta propone en terna a los candidatos
como hemos comentado. Ello nos ha permitido conocer la clasificación
de las plazas de médicos, cirujanos o médicos-cirujanos que existían en
1870; sus categorías, los médicos concursantes, los facultativos en busca de plaza el puesto obtenido en el concurso (Anexo 18) y la movilidad por mejorar partido. No siempre era fácil obtener la plaza por lo
que había que ir a por todas las convocadas, como don Faustino Arnal
que se presenta a San Martín de Unx, quedando el 3º (ganó Arenobares); a Sangüesa quedando el 2º (ganó Lacabe); a cirujano de Sangüesa,
quedando el 1º; en Tafalla, quedó el 4º (ganó Larráinzar); en Aguilar de
Codés quedó el 2º (Ganó Pinós); a Mañeru, quedando el 5º (ganó Arbiol); a Dicastillo, quedó el 4º (ganó Larráinzar); a Aibar quedando el
2º (ganó Miranda). Al fin habría cogido su instrumental quirúrgico,
habría tomado posesión como cirujano de Sangüesa, que aún siendo
médico-cirujano, se contentaría con el sueldo de cirujano que al fin y
al cabo Sangüesa era partido de primera. Sí conseguiría a la vez (era
compatible) el sueldo del ministrante con lo que habría hecho una
buena carrera profesional y económica.
Todavía en esta época competían entre sí diferentes titulaciones de
las diversas generaciones, de médicos, cirujanos, médicos-cirujanos y
también médicos habilitados, o licenciados por la Diputación o boticarios (acta 12), habilitación conseguida por el Colegio de San Cosme
y San Damián. Según Rodríguez Ocaña llegaron a constatarse en el siglo hasta 35 titulaciones con competencias sanitarias141.
Éste es uno de tantos ejemplos y vicisitudes que pueden seguirse en
el Anexo 18, que no van a ser menores por parte de los farmacéuticos
en aquellos lugares que al ser pequeños no se establecían, si no fuera
que el ayuntamientos o partido médico creaba y sacaba una titular de
farmacia para asegurar la botica a los pobres y a los acomodados. Si el
pueblo era grande ya se instalaba el farmacéutico por su cuenta; en tal
caso el ayuntamiento pagaba las medicinas de los pobres y se ahorraba
la titular, que como hemos visto llevaba aparejado el suministro de medicamentos a los pobres.
141
RODRÍGUEZ OCAÑA, E. Mateo Seoane y la Salud Pública. www.fcs.es/fcs/esp/
Introesp/eid.11/perfiles/perfiles.jsp (2005).
354
NEGOCIOS MÉDICOS
A otros los veremos con peor suerte como don Gabriel Ibáñez que
nunca sacaba plaza a pesar de peregrinar por San Martín de Unx, Corella, Marcilla, Berroeta, Unzué, Tudela, Pamplona, Carcastillo o Lacunza.
En todo caso estos ejemplos nos ponen en evidencia el procedimiento reglado y objetivo del que la Junta Provincial era garante,
siendo elegidos por categoría de títulos, antigüedad, méritos y servicios (acta 12). Así funcionaron las cosas desde el reglamento de 1868
hasta 1871-72, después no podemos asegurarlo ya que a partir de que
la Diputación provincial ejerce los derechos que le ratifica la R.O. de
15 de noviembre de 1871, la Junta mantiene cierta actividad en remitir o proponer las ternas a la Diputación como propuestas, lo que no
se mantiene más allá de 1873 en que la Junta parece se retira definitivamente de tal función y posiblemente también la Diputación, y sólo se mantuvo como dirimente en situaciones conflictivas. En 1873
los ayuntamientos asumen plena competencia en los nombramientos
y con ello la arbitrariedad estaría servida ya que “el ayuntamiento es
árbitro de nombrar los empleados que sean de su agrado” (acta 63), y
la Junta provincial y el gobernador se quedan para llevar el archivo
centralizado de titulares, cuyo destino desconocemos, y para resolver
los líos como instancia administrativa, al recibir reclamaciones y denuncias.
Denuncias y reclamaciones
Las denuncias contra el ejercicio de los médicos eran infrecuentes.
La primera que nos encontramos en 1870 es por falta de asistencia en
Lumbier del médico don Domingo Larregla142 a don Ramón Basterra y
contra el titular de Lodosa don Manuel Pereda por falta de asistencia a
doña Liberta Martínez y en ambos casos la Junta dictamina a favor de
los facultativos (actas 1, 2, 3). En el caso de Domingo Larregla, exculpado de falta de asistencia se le conminó a que no asistiera a enfermos
142
Don Domingo LARREGLA fue el padre de Joaquín LARREGLA, célebre pianista y compositor navarro que nació en Lumbier en 1865. Al parecer siguiendo la biografía de éste, su padre Domingo al cesar en Lumbier debió pasar de médico a Puente la Reina donde estableció
amistad con don Emilio ARRIETA, lo que habría facilitado la carrera de don Joaquín LARREGLA.
355
JOSÉ JAVIER VIÑES
fuera de su partido y se limitara a su territorio. No aparecen denuncias
de enfermos hasta 1885 en que se personan dos vecinos de Falces contra su titular don Segundo Ortega en cuyo expediente de nuevo la Junta dictamina a favor del facultativo.
Pocas veces a los facultativos se les encontraba en situación no reglamentaria y los expedientes y sanciones escasean. No obstante a don
Domingo Larregla, dos años después, en julio de 1872, el alcalde lo separó o cesó en el cargo y se acordó iniciar un expediente. Del mismo
modo y en la misma sesión (acta 17) se vio la reclamación del médico
titular de Viana, que había sido separado por el alcalde de su cargo. Pero la Junta Provincial garante de los médicos dejó sin efecto la separación para iniciar el expediente aplicándoles el artículo 33 del reglamento: “Según previene el art. 70 de la Ley de Sanidad ningún facultativo
titular encargado de la asistencia de pobres será separado de su destino
sin causa justificada y previo expediente en que se le oiga como también a la Junta de Sanidad y Consejo Provincial”.
No volvemos a saber de la resolución de los expedientes si bien en
septiembre de 1873 se nombró a don Ángel Colina y Colina como nuevo médico titular de Viana (acta 24). Los ceses de los titulares no son
frecuentes, pero sí son motivo cuando se producen para acudir a la Junta. Unas veces el ayuntamiento solicitando la destitución por haber faltado al contrato (alcalde de Cáseda); y otras veces es el médico quien
pide amparo por haber sido cesado (Peralta). La resolución es siempre
reglamentaria: “el asunto es de exclusiva competencia municipal” (acta
63).
Otro caso singular es el de la anulación del contrato, en junio de
1875, al médico titular de Olazagutía y Ciordia “por marcharse a la facción”. Ya en diciembre de 1873 había anulado los contratos de los facultativos de Olazagutía y Ciordia (acta 20), aunque no se expresan los
motivos. Es posible que fuera partido único y Ciordia deseara su propio partido lo que aprovecha en 1875, cuando el médico de ambos pueblos marcha a “la facción”. En estos momentos de la guerra civil las cosas no iban muy bien para los carlistas, pero don Francisco Guitarte
abandona su puesto de titular de ambos pueblos y se va con el ejército
carlista, “la facción” según la denominación que le da la Junta provincial liberal fiel al Gobierno constitucional. Ello sirvió además para que
356
NEGOCIOS MÉDICOS
Ciordia se separara del partido médico de Olazagutía, quedando roto
el pacto entre ambos ayuntamientos ya que el citado médico no avisó
de su abandono. La Junta estuvo conforme con la segregación (acta 35).
Una separación más compleja fue en 1894 la del médico de Caparroso don José Jurado Trigo, iniciada previo expediente del ayuntamiento que al parecer se adelanta, lo cesa y anuncia la vacante en el Boletín Oficial de la Provincia. La Comisión de Asuntos Médicos informa
y la Junta se pronuncia anulando los acuerdos municipales, ordenando
la reposición del doctor Jurado; declara nula la designación del médico
interino “pasando el expediente con todos los antecedentes que lo constituyen e informe de la expresada Comisión a la Excma. Diputación
Provincial de Navarra para que se resuelva en definitiva acerca de la destitución que nos ocupa”. El diputado provincial don Ulpiano Errea, vicepresidente de la Junta votó en contra por entender que el asunto era
de exclusiva competencia de la Diputación y que debía pasar a ésta el
expediente sin resolución previa alguna. Era fin de siglo y la Diputación iba tomando otra conciencia “foral” y parecía iba a exigirla, si bien
en sanidad era más una nueva conquista que recuperación o reintegración de competencias previamente ejercidas (acta 134).
El caso del expediente al médico de Ablitas en Septiembre de 1895
entraba más en el ámbito de la Junta ya que se había ausentado el 20
de julio en “ocasión de que se hallaba declarada la fiebre tifoidea en
aquella villa” y había incumplido el contrato y el artículo 29 del reglamento de partidos médicos. Que había epidemia era evidente y que se
ausentó un día también, pero la Junta dictamina a favor del facultativo
ordenando su reposición. Aquí no sé si hay un equívoco, o se utiliza un
error del ayuntamiento, ya que el artículo 29 no se ocupa de la prohibición de abandonar el pueblo en caso de epidemia, sino el artículo 37.
Da la impresión de que la Junta se aprovecha del error y dictamina “que
no ha faltado al artículo 29 al ausentarse de aquella localidad”. En efecto este artículo se ocupa de la provisión de vacantes. Es arriesgado desde tan lejos juzgar a la Comisión de Asuntos médicos del momento
(Ansoleaga, Revestido, Jimeno, Negrillos y Arzoz) el uso de una argucia leguleya, pero sí es cierto que había un proteccionismo hacia los médicos, por otro lado muy loable dada la precaria situación de los facultativos que podían ser cesados por capricho o cacicadas.
357
JOSÉ JAVIER VIÑES
Mayor volumen ocupan las denuncias de los médicos y a veces de farmacéuticos, contra los ayuntamientos por impagos, reclamación de honorarios por sueldos o servicios prestados que eran remunerados poco,
tarde y mal. La Junta era asesora y poco iba a poder hacer, sin embargo,
su autoridad era reclamada e incluso una vez, se convierte en órgano administrativo en el caso del titular de la villa de Lodosa en 1886 (acta 92).
Las denuncias contra los ayuntamientos, reclamando los honorarios
que no hacían efectivos, aparecen a partir de 1875 y en el caso de los
médicos comienza en las actas contra los ayuntamientos de Fustiñana,
Unzué y Viana, produciéndose en cadena siendo rara la sesión de la
Junta en que no se vieran estas reclamaciones en los años sucesivos, desapareciendo a partir de 1878. Fueron estos años de transición de fin de
la guerra y comienzo de la restauración borbónica cuando los ayuntamientos navarros cumplen peor, lo que pudo deberse a la mala situación económica o a que no había asumido la Diputación su papel garante de los titulares como superior de los ayuntamientos. En estos
expedientes no quedaba claro quién debía informar y decidir, y los expedientes pelotean de la Junta a la Diputación y entre ambos se observa una conformidad de pareceres de tal manera que los expedientes recibidos acababan: “oído el parecer de la Junta manifestaron estar en
todo conforme con lo propuesto en el informe del Negociado de la
Excma. Diputación Provincial por encontrarlo con arreglo a derecho”.
Acababan pues de acuerdo dando la razón a quien la tuviera que, habitualmente era el reclamante pero no está claro si resolvían materialmente el litigio (acta 36). En caso de que la reclamación llegara directamente a la Junta, se pasaba a la Diputación para que produjera el
informe que luego la Junta ratificaba. En general, el impago de haberes
por la titular, o sea por la parte correspondiente a la asistencia a las familias pobres, se obligaba al ayuntamiento y si se trataba por impago
de igualas por parte de las familias acomodadas, se le remitía al médico, a los tribunales ordinarios (acta 41). La última reclamación de este
carácter se registra en diciembre de 1877 por el médico de Salinas de
Oro don Santos Larragueta resuelta en los mismos términos. Posteriormente la Junta ya no entiende sobre tales asuntos.
De distinto carácter es la reclamación de don Nazario Ciordia, médico de Astrain (acta 60), que en ausencia del de Esparza de Galar, el
358
NEGOCIOS MÉDICOS
alcalde de ésta le llamó para curar a un herido, que falleció y le ordenó
hacer la autopsia. Es evidente que pasara los honorarios de “una visita
y autopsia” a lo que el alcalde se niega. La Junta dictamina que los médicos titulares tienen obligación de actuar de forenses y de igual modo
al hacer sustitución de su compañero colateral, “y que los honorarios
corresponde abonarlos al reo si posee bienes, pues en otro caso se deberán de oficio”; y así don Nazario se quedó con un palmo de narices.
Actuaron de jueces en este caso don Silvestre Goicoechea (médico),
Monasterio (veterinario), don Francisco Echarte (veterinario) don
Marcelino Gayarre (industrial), don Antonio Gayarre (cirujano) don
Epifanio Lizarraga (médico) y el Jefe mayor de la Plaza.
Otras veces, sin embargo, el alcalde se excede como el de Alsasua,
obligando a un médico que asista a un enfermo que estaba contratado
con otro médico, a lo que se negó y naturalmente la Junta le da la razón al médico (acta 67).
La reclamación más singular, que caracteriza la situación administrativa de los médicos titulares, es el “Recurso de Alzada interpuesto
por don Alberto Barbacid y Nuñez, médico de Lodosa contra la Providencia del Gobierno Civil de Navarra de fecha 16 de octubre de 1885,
a fin de que resuelva la Diputación después de oída la Junta Provincial
de Sanidad” (actas 91, 92).
Se acuerda que una comisión compuesta por los vocales señores Yárnoz, Revestido, Negrillos, Segura y Monasterio informara sobre el complejo problema jurídico planteado por el recurrente. Ello indica el alto
conocimiento legislativo de estos sanitarios, si bien pudieron estar asesorados o simplemente que la sanidad no había entrado en el dominio
actual del derecho administrativo; la aplicación de las normas con sentido común y profesional bastaba. No conocemos la filiación del señor
Segura que sólo está presente en esta ocasión en la Junta. El caso fue que
la localidad de Lodosa tenía dos titulares, los doctores Alberto Barbacid
y Pantaleón Latasa nombrados de acuerdo al reglamento de 1873 con
plena autonomía municipal. El doctor Barbacid había sido nombrado
por el ayuntamiento en septiembre de 1878 por 3 años hasta 1881, al cabo de los cuales se le renueva el contrato por otros 3 años, hasta el 31 de
diciembre de 1884, lo cual indica la satisfacción de los vecinos.
359
JOSÉ JAVIER VIÑES
El día 14 de diciembre de 1884, quince días antes de finalizar su
contrato, fecha en que también el doctor Latasa lo finalizaba, decidió
el ayuntamiento unificar el servicio médico en una sola titular y nombrar para ella al doctor Barbacid por 6 años más. Firmó contrato ante
el notario de Lodosa don Lope Zapatería, consumándose la nueva situación a partir del 1 de enero de 1885, a la vez que era “despachado”
el doctor Latasa. Siete meses más tarde un concejal promueve que el
nombramiento hecho por el ayuntamiento y la Junta de Veintena
(agrupación de los veinte primeros contribuyentes) era nulo, y así lo declara la Junta Municipal, acordando ésta el cese del señor Barbacid y el
nombramiento interino de nuevo del doctor Latasa. El recurso estaba
servido debido a las actuaciones arbitrarias de los ayuntamientos que
propició el reglamento de partidos de 1873, dejando en manos de intereses pueblerinos el destino de los profesores. Las bases de ambas partes eran sólidas, encontrando ambos apoyo en dos leyes, que si bien no
eran contrarias entre sí el cumplirlas ordenadamente no siempre los
ayuntamientos eran escrupulosos. La Ley Municipal de 1877 sobre
convocatorias y acuerdos municipales y la Ley de Sanidad de 1855, reguladora de la materia médica. Se alegan por ambas partes múltiples
ilegalidades: ausencia de convocatoria reglamentaria de las vacantes,
nombramiento quince días antes sin que se produjeran las vacantes,
convocatoria distinta para el ayuntamiento y para la Junta de Veintena,
ausencia de publicidad en el Boletín Oficial, falta de capacidad de la
Junta Municipal de Sanidad para cesar o separar a un facultativo titular, incumplimiento de contrato formulado ante notario, declaración
de nulidad por fuera de plazo del recurso reglamentario de los 30 días,
ausencia de expediente para separar a un titular de su cargo, y así sucesivamente. La Comisión ve mayor derecho en don Alberto Barbacid
que fue nombrado quince días antes de la vacante por el órgano competente y que había formalizado contrato; si bien recomienda que una
localidad como Lodosa “con 150 familias pobres incluidas en la beneficencia bien podían haber dejado las cosas en el estado en que se hallaban, continuando de esa manera ejerciendo las dos titulares los dos
médicos”. De este modo se conformó la Junta con el informe.
Ésta polémica pone en evidencia la situación en que los titulares habían quedado en manos arbitrarias incompetentes, dejando en situa360
NEGOCIOS MÉDICOS
ción precaria e indefensa e los facultativos. Así se mantuvieron las cosas en España hasta la creación del cuerpo de médicos titulares de España de 1904 o de Asistencia Pública domiciliaria (A.P.D.) en 1947
concurriendo, de manera independiente de los ayuntamientos, por
oposición y pasando luego en 1962 a depender económicamente del
Estado a todos los efectos los médicos rurales, excepto en Navarra que
continuaron cual vemos en las actas, dado su régimen foral y autonomía municipal hasta 1985 y 1987 en que sendas leyes forales centralizan en la Diputación la designación de los médicos rurales al servicio
de la administración local y funcionariza mas tarde a todos los médicos
de atención primaria rurales y urbanos.
Los titulares a merced de los ayuntamientos estaban indefensos sin
ningún órgano de apoyo social ni institucional, salvo las decisiones
consultivas de la Junta Provincial. Es a partir de la creación de los colegios cuando un órgano de ayuda mutua atisba su protección y de este modo al final del siglo vemos como testimonio la denuncia del Colegio de Farmacéuticos en mayo de 1900 “respecto a las condiciones en
que se trataba de proveer la plaza de farmacéutico municipal de Mélida por encontrarse entre las condiciones algunas de ellas absurdas, ilegales e inmorales, e interpretaba que no se otorgue la aprobación de este gobierno”. La Junta propuso que pasara a informe del subdelegado
del mismo ramo de la capital que era el señor Mercader, si bien sabemos la falta de competencia de estos órganos salvo alteración flagrante
en que suponemos intervendría el gobernador (acta 151).
Facultativos farmacéuticos
Las circunstancias de los farmacéuticos titulares, pagados por los
ayuntamientos del erario público es muy similar a la de los médicos, si
bien el número de convocatorias y provisión de vacantes en el periodo
en que la Junta se ocupa de ello es muy escasa reduciéndose a proveer
la vacantes farmacéuticas de Cárcar, Milagro, Ujué, Galar, Valtierra,
Carcastillo, Goizueta, Guesálaz, Falces, Larraga, Santesteban. Escasa relación debido a que los ayuntamientos, ya lo he relatado, convocaban
cuando no se había establecido un farmacéutico por su cuenta, pues en
tal caso sólo le pagaba los medicamentos de beneficencia. Las plazas se
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JOSÉ JAVIER VIÑES
clasificaban del mismo modo que en medicina por categorías de 1ª a 4ª
y podían ser también agrupadas y su provisión llevaba un proceso similar cuya nómina de concursante, entre 1870-1873, puede consultarse en el Anexo 18. Sin embargo, su provisión llevaba un proceso emparejado al establecimiento de botica de propiedad privada por lo que los
contratos habían de ser más estables ya que el ejercicio tenía una estricta y amplia regulación. Superaba a los ayuntamientos y el cese de la
función de titular era complicado ya que la apertura de la botica privada les dificultaba por lo que el compromiso debía de ser más estable,
aún cuando podían finalizar contrato y convocar nueva vacante.
La regulación del ejercicio venía de tiempos muy remotos ya que la
expedición de drogas, venenos y medicamentos requería un estricto
control real encomendado al Protomedicato. Ya en el siglo XIX, año
1800, se promulgan reales órdenes para una ordenanza de farmacia; sobre instrucción de visitadores y de “concordia” entre ambos, que poco
después se integran en la “Novísima Recopilación” de 1805, Libro VIII,
Título 3º leyes 8ª, 9ª y 10ª, dando un cuerpo completo de regulación
sobre “establecimiento, apertura de boticas y ejercicio farmacéutico”
que hubo de recordarse en 1849 por una R.O. Los pueblos tendrían dificultades para disponer de profesores de farmacia siendo escasos los colegios y luego las facultades por lo que algunos médicos se provenían de
“botiquines”, que hubieron de prohibirse en 1851, debiendo actuar los
jefes políticos, ya que sólo los profesores de farmacia podían vender y
dispensar drogas y productos terapéuticos al por menor, por debajo de
“un cuarto de libra, también llamado “cuarterón”. En 1854 se encomendó por Real Orden que el Real Consejo de Sanidad constituyera
una comisión para reformar la Ordenanza de Farmacia de 1800, que estuvo compuesta por don Manuel Ríos y Pedraja, presidente; don Juan
Bautista Azúa, don José Merino, don Ramón Ruiz, don Quintín
Chiarlone, don José Simón, don Joaquín Olmedilla y don Pedro Calvo Asensio, normativa que se promulgó por Real Decreto de 18 de abril
de 1860 como “Ordenanza para el ejercicio de la profesión de farmacia,
comercio de drogas y venta de plantas medicinales”.
Cinco años antes, en 1855, la Ley General de Sanidad había consolidado a los facultativos en medicina, cirugía y farmacia como titulares
municipales, si bien a título de recomendación para la asistencia a los
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NEGOCIOS MÉDICOS
pobres, pero va a ser en el reglamento de 1868 cuando se va a hacer
obligatorio la dotación de plazas en localidades menores de 4.000 habitantes; con obligación y derecho de que estos titulares dispensaran a los
vecinos pobres. En las localidades de más de 4.000 habitantes y en las
menores con farmacia libre el suministro de medicamentos de beneficencia ahorraba la titular y se plantearía el suministro por concurso entre las boticas establecidas.
Ésta es la situación legal con la que la Junta Provincial debía de
abordar las cuestiones que se le plantearan que vamos a ver lo serán de
diversa índole. En primer lugar denuncias contra los farmacéuticos de
Cintruénigo, señores García y Santesteban por el propio ayuntamiento
a los que se les instruye expediente para que se cumpla el artículo 21 del
reglamento que establecía, en beneficio del ayuntamiento, que habiendo establecidos dos o más farmacéuticos por su cuenta, sólo se abonara el coste de los medicamentos suministrados a los pobres. Con ello se
ahorraba el pago de la titular, aunque no pudiera exigirles ningún otro
servicio (acta 8). En la misma sesión también se vio el expediente municipal contra el farmacéutico de Falces, don Félix Castañar que volvió
en sesiones sucesivas (actas 9, 10) de las que se deduce que el asunto derivaba en asunto de orden público en el que estaban implicados los médicos titulares y sus recetarios en cuya defensa alegaba el farmacéutico.
El asunto se pierde al pasar a la jurisdicción propia del gobernador y saliendo de la Junta Provincial el 17 de abril. El 16 de octubre de 1871,
no obstante, llega de nuevo la propuesta desde Falces del nombramiento del nuevo farmacéutico titular, de lo que se deduce que el señor
Castañar sería sancionado, cesándole de la titular e incluso cerrada la
botica, aunque no consta. Otro conflicto en Falces fue la propuesta del
sustituto al no obtener en la Junta de Veintena ningún candidato la mayoría absoluta de los votos. Se da la circunstancia que el que obtuvo
mayor número de votos fue el 4º y último propuesto por la Junta Provincial, que no se habría propuesto si no hubiera sido por la decisión
de la Junta en la sesión de 5 de octubre de 1871, de proponer clasificados a todos los candidatos y no sólo en terna lo que perjudicó al 1º del
concurso. Ante la situación, la Junta recomendó que siguieran votando
eliminando cada vez al de menor votación. No sabemos el resultado final. El caso ya no llegó a la Junta.
363
JOSÉ JAVIER VIÑES
El farmacéutico de Los Arcos resultó sancionado por ausentarse de
la localidad sin dejar sustituto en la expedición de medicamentos.También consta denuncia del médico de Olazagutía don Deogracias Armentia contra el farmacéutico de Alsasua señor Landazuri por negarse
a dispensar unas píldoras al parecer mal prescritas, por lo que se desestima la denuncia del médico (acta 46). También los vecinos de Leiza se
presentan contra el farmacéutico por no tener abierta la farmacia titular ni estar reconocida por el subdelegado. La Junta acuerda que se desplazara el farmacéutico señor Aramburu si bien no era el Subdelegado
de Farmacia, que lo era el señor Irurita que ya hemos visto que ejerció
el cargo obligado y con desgana. No consta por qué esta sustitución,
pero como resultado de la visita el titular renunció a la misma y cerró
voluntariamente la farmacia. El balance de denuncias es en definitiva
muy escaso, considerando el elevado número de pueblos que se servían
de ellos, incluso poblaciones de más de 4.000 habitantes que también
tenían farmacéutico titular como se deduce del informe solicitado (no
se sabe bien por qué) para que acordara tal convocatoria a solicitud del
señor Zabalza y cuatro concejales de Pamplona, con informe favorable
de la Diputación y por la Veintena que también había dado su conformidad (acta 147).
Los farmacéuticos titulares al igual que los médicos tuvieron que reclamar a los ayuntamientos morosos como Puente la Reina, Sansol, Barasoain, Pueyo, Murillo, casuística muy escasa que por tratarse de medicamentos suministrados a pobres, a los hospitales municipales de
beneficencia o a las farmacias militares, la resolución era favorable a los
denunciantes. Entre las reclamaciones por impago de medicamentos
dispensados está la de la viuda del farmacéutico de Cirauqui don Florencio Viñas. Su viuda doña Carmen Goñi tenía derecho a mantener la
farmacia, disponiendo de un farmacéutico regente tal como lo dispuso
la Ordenanza de Farmacia, del mismo modo los huérfanos varones hasta la mayoría de edad y las huérfanas mientras no tomaran estado. A esta situación de la ordenanza se acogió doña Lorenza Palacios, viuda del
farmacéutico don Gregorio Larreaga por un año de prórroga, solicitando la anulación de la convocatoria de la vacante, lo que la Junta consideró justo (acta 17). Más tarde, de este modo mantenían no sólo la farmacia como establecimiento privado, sino el cargo y honorarios de la
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NEGOCIOS MÉDICOS
titular aun no siendo profesor o profesora de farmacia. Esta situación
no derogada desde 1860 se ha mantenido hasta nuestros días muy recientes en Navarra, tal ha sido el caso singular de que se mantuvieran
solteras hasta el fin de sus días y con ello la farmacia atendida nominalmente por un farmacéutico regente, farmacias que lo fueron de sus
padres que fallecieron siendo muy niñas, como la farmacia de la hermanas García-Landa en Ochagavía hasta 1993, la de Cabanillas mantenida por la hija del farmacéutico señor Landa hasta 1991, y la de las herederas del farmacéutico Díaz de Rada en Cárcar, hasta el 2003.
El ejercicio libre planteaba también situaciones reguladas: entre
ellas la ausencia del farmacéutico sin haber dejado regente en su farmacia. Tal irregularidad era controlada por el Subdelegado de Farmacia
lo que ponía en conocimiento del gobernador el cual decretaba la clausura de la botica como fue el caso del doctor don Miguel Peñas procediéndose a la “clausura y sello de la misma” (acta 23). Mayor repercusión tuvo en 1878 la denuncia del Subdelegado de Farmacia de
Pamplona, don Fernando Borra, sobre la carencia de capacidad legal
del farmacéutico don Francisco Colmenares para continuar en el ejercicio de su profesión en la farmacia de la calle Bolserías por lo que se le
retiró la autorización de la misma, al parecer por motivo de empadronamiento, ya comentado anteriormente pero se desconoce si se llevó a
efecto.
Los farmacéuticos titulares nombrados por los ayuntamientos adquirían el monopolio de suministro de los medicamentos a los pobres
de la beneficencia, lo que no era de conformidad cuando había varios
establecidos y en tal sentido podía haber comportamientos no ajustados a lo prescrito. Caso singular sería el que se produce en Estella, en
1882, cuando el ayuntamiento acuerda sacar a subasta el suministro de
medicamentos para los enfermos pobres. El acta número 68 así lo expresa; por tanto no era un concurso de méritos entre los establecidos lo
que indica que no había titular sino “libre licitación” de lo que el ayuntamiento pretendía mejor precio. La Junta lo prohíbe y acuerda que el
ayuntamiento puede proveer la plaza de facultativo municipal, pero no
sacar a subasta de acuerdo a las disposiciones.
El ejercicio farmacéutico recopila otras incidencias de difícil resolución y acuerdo que la Junta conocía y adoptaba criterios. Es el caso de
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JOSÉ JAVIER VIÑES
la solicitud del médico cirujano titular de Sartaguda por falta de farmacia establecida, estando la más próxima a dos horas de distancia (lo
sería a pie o en caballería), lo que naturalmente fue denegado, por lo
que no se resolvió la falta de asistencia farmacéutica (acta 37). Situación
compleja fue la planteada por el alcalde de Cárcar, que solicitaba la destitución del farmacéutico por haberse quedado ciego y estar incapacitado; sin embargo la Junta entiende que “no es razón suficiente” por no
estar contemplada la situación en las ordenanzas de farmacia ni otras
normas de aplicación (acta 98).
La importación de sustancias naturales, drogas y productos químicos
habría requerido generar inspectores de géneros medicinales en las aduanas, llegando el caso a la de Dancharinea. El nombramiento correspondía a la Junta Provincial a propuesta de la Academia de Medicina y Cirugía del Distrito. Es la primera vez que nos encontramos con la
existencia de tal academia, pero así consta que la correspondiente al distrito de Pamplona propone en terna profesores de medicina y de farmacia (acta 95). La Junta, escrupulosa con la legislación, la rechaza por cuanto que la terna ha de estar compuesta sólo de farmacéuticos, por lo que
solicita vuelva a formularse propuesta reglamentaria. Nada de particular
tiene que no se vuelva a saber del caso ya que bien pudo ser que la nueva y reglamentaria propuesta llegara al gobernador quien debería proceder. Estos inspectores estaban nombrados por el Gobierno a propuesta
del Gobernador, oídas las academias de medicina del distrito y la Junta
Provincial de Sanidad y debiendo ser en efecto farmacéuticos.
Estaban retribuidos con “medio real por ciento” del valor de los géneros reconocidos. La referencia o la Academia de Distrito debió ser
más bien formal que material por exigencia de la ley, ya que no encontramos referencia a la existencia de tal academia en Pamplona ni en Navarra, por lo que desconocemos quien cubriría esta formalidad.
Facultativos veterinarios
La importancia de los animales como medio de transporte personal
y la tracción animal para el trabajo rural dio una preponderancia en la
atención de los mismos de manera especial al cuidado y al herrado de
los caballos por lo que los herradores y albéitares tuvieron preponde366
NEGOCIOS MÉDICOS
rancia, de tal modo que el albéitar de la Casa Real se constituyó en el
Protoalbéitar y su institución equivalente a la de los protomédicos para reconocer títulos y autorizar el ejercicio de la medicina animal. Sin
embargo, la formación no fue pareja a los médicos y no mereció atención hasta finales del siglo XVIII, en 1791, en que se creó la Escuela Veterinaria de Madrid, pasando a ser Facultad de Veterinaria en 1835 que
integró las funciones del Protoalbeirato; luego se extendió a Zaragoza y
Córdoba en 1847 y a León en 1852. Si bien herradores y albéitares seguían obteniendo autorización para el ejercicio de la veterinaria o medicina animal. En 1860, la formación de herradores y forjadores se realizaba en la Escuela de Caballería de Alcalá de Henares, extendida
luego a la Escuela de Valladolid.
La función pública se limitó a la autorización del ejercicio de las
modalidades indicadas, al examen de conocimientos y a expedir los títulos correspondientes, funciones que en el ámbito de la sanidad fue
encomendada a los subdelegados de veterinaria cuando fueron creados
en 1847 (reglamento de subdelegaciones) en dependencia del Gobernador, equiparando su actividad con la de los de medicina y farmacia.
Por R.O. de 3 de junio de 1858 se deslindan las funciones de las diferentes ramas veterinarias que se habían clasificado por R.D. de 14 de
octubre de 1857, como profesiones sujetas a titulaciones y capacitación
diferente, bajo la atenta mirada del subdelegado, resultando las siguientes: veterinarios de 1ª clase, veterinarios puros o de la antigua Escuela de Madrid; veterinarios de 2ª clase procedentes por pasantía; albéitares-herradores; y albéitares. Además en el cuidado de caballerías se
concentraban los herradores y los mancebos a los que daba la condición
de ministrantes de veterinaria, por otro lado inexsistentes. Se les autorizó a ciertas intervenciones menores del ejercicio veterinario o de los
albéitares como: “el braceo, poner y curar vejigatorios y ventosas, hacer
sangrías locales, incluso la juntura del casco, descubrir un escarzo y volver a colocar los apósitos”.
No fueron considerados los veterinarios en consecuencia en el campo
de la salud pública hasta la creación obligatoria de los mataderos en los
que se confían la inspección de carnes entrando de lleno en el terrero de
la seguridad alimentaria. Su equiparación en la salud pública con los médicos y los farmacéuticos va a llegar en 1904 en la Instrucción General de
367
JOSÉ JAVIER VIÑES
Sanidad con la creación de los veterinarios titulares municipales que van a
asumir las funciones de los inspectores de carnes (Reglamento de 3 de julio de 1904 de policía sanitaria de los animales domésticos).
El “Reglamento para la Inspección de carnes en las capitales de provincia y cabezas de partido, aprobado por S.M. el 24 de febrero de 1859
y circulado por Real Orden del 25” que reproducimos en el Anexo 19,
es en consecuencia la entrada de la veterinaria en la salud pública, y que
dispone:
“Artículo 1º. Todas las reses destinadas al público consumo deberán sacrificarse en un punto determinado y señalado por la autoridad local, llamado matadero.
Artículo 2º. Habrá en todos los mataderos un Inspector de carnes
nombrado de entre los profesores de veterinaria, eligiendo de los
de más categoría, y un Delegado de ayuntamiento”.
Concejal delegado y veterinario son las dos figuras y autoridad del
matadero al que acudían los ganaderos, carniceros y particulares para
hacer sus matanzas, lo que daba al matadero un carácter abigarrado y
en cierto modo anárquico que requería la autoridad del veterinario a
quien se encomienda la dirección del mismo:
“Artículo 12. Hará guardar orden y compostura mientras estén en
el matadero a todos los que intervengan en él, no permitiendo
juegos, apuestas, blasfemias, disputas ni insultos, aunque sea con
el pretexto de la chanza, ni tampoco insulto a persona alguna de
la que concurren en él”.
Nos da el reglamento una descripción literaria del patio de Monipodio que sería el matadero, casa de todos y de nadie, al que añadir
ganchos, cadenas, y bramidos de las reses:
“Artículo 18. No se permitirá que toreen o capeen las reses destinadas a la matanza, ni tampoco se consentirá que les echen perros ni se les martirice antes de la muerte, procurándose por el
contrario que sean muertas en completo reposo y con los instrumentos destinados al efecto. Cualquiera a quien se encuentre
martirizándolas será despedido del establecimiento”.
368
NEGOCIOS MÉDICOS
Añadamos la fetidez del ambiente maloliente, los bramidos y mugidos de los animales, y la sangre escurriendo por todas partes, el despiece de hígados, pulmones, intestinos, testículos, si bien es imposible
llegar a comprender el grado de desconocimiento y usos sociales de la
época que hace incluir en el reglamento por Real Orden a propuesta y
acuerdo del Gobierno el siguiente:
“Artículo 20. A fin de evitar perjuicios que podrían seguirse a la
salud pública, no se permitirá introducir en las degolladuras de
las reses, los brazos o piernas de persona alguna, aun cuando lo
solicite, pudiéndose servir de la sangre y bañarse con ella por medio de vasijas al efecto”.
País extraño, bárbaro la España del XIX, sorpresa e inspiración de
viajeros y literatos extranjeros; al fin y al cabo la España de “Carmen”
fue un favor que nos hizo Prospero Merimé, frente a otras realidades.
Los inspectores de carnes eran nombrados por concurso por los
ayuntamientos directamente, según escala de mejor categoría de acuerdo con la clasificación antes indicada, por lo que las convocatorias no
llegaban a la Junta Provincial, sino los asuntos más relacionados con la
salud pública.
D. Andrés Marín, veterinario de 1ª clase, recurrió a la Junta alegando mejor derecho que el que ya estaba nombrado, posiblemente antes de su establecimiento en la villa de Falces. Estimó la Junta que la
prevalencia debería ser en los concursos y sólo se puede tener en cuenta la “superioridad de los títulos al hacer un nuevo nombramiento”(acta 3). Pero en sentido contrario tampoco era garantía el tener “superior
categoría” ya que don Gregorio Lajusticia, veterinario de primera no
fue nombrado en el concurso de Fitero ya que “hay quejas contra él no
mereciendo la confianza del ayuntamiento y del vecindario” por lo que
resultó nombrado don Fermín Ibáñez, de menor categoría. No parece
que la Junta tuviera intervención legal y lo condujo solicitando alegaciones del señor Lajusticia. No sabemos cómo resolvió la Junta asunto
tan embarazoso (acta 40).
También don Pedro Sáenz apeló su destitución como inspector de carnes de Berbinzana por el ayuntamiento y posterior nombramiento de don
Francisco Oroz por razones que no juzgó suficientes la Junta y acordó la re369
JOSÉ JAVIER VIÑES
La medicina animal era ejercida por un variado número de profesionales. Estos entraron en la
Higiene pública con los subdelegados de veterinaria y sobre todo como inspectores de carnes a
través del reglamento de 1859. (U.S. National Library Medicine).
posición del cesado. No sabemos la efectividad, si bien la autoridad moral
de la Junta valdría a veces incluso en instancias judiciales (acta 42).
Fue visto por la Junta el caso de Puente la Reina cuyo ayuntamiento
destituyó al inspector de carnes que era el único de la villa por incumplimiento. Don Cruz Iriarte desea la reposición por no haber otro con título suficiente ni superior. La Junta entendió que el ayuntamiento obró
bien y si persistían los motivos tenía razón en no nombrarlo de nuevo pero “advirtiendo al propio tiempo al citado ayuntamiento que podrán presentarse casos en que el interino, como albéitar que es, no podrá intervenir” por lo que procede a bien anunciar de nuevo la vacante (acta 53).
Otro caso fue el del albéitar-herrador de Beire don Hilario Orcáraz
al que no se le permitía intervenir en el ganado vacuno por lo que solicitó se levantara la prohibición. Se pide informe a los veterinarios de
la Junta los señores Monasterio, subdelegado, y Echarte cuyo informe
370
NEGOCIOS MÉDICOS
fue visto en la sesión posterior (acta 56), siendo favorable del parecer
que el señor Orcáraz podía curar todo tipo de ganado, lo que evidencia la ausencia de veterinario en el pueblo.
Sometidos los inspectores a la disciplina justa o arbitraria municipal, les suspendían de empleo y sueldo por supuestos incumplimientos
de sus funciones con lo que en 1884, en la ciudad de Tafalla, una suspensión dio lugar a la apelación ante la Junta y Gobernador, para que
obligaran a su reposición. La Junta fue de opinión favorable al señor
Claudio Escolar veterinario suspendido en empleo y sueldo. No conocemos cuál sería la reacción de los ayuntamientos en tales casos.
En su ámbito sí estaba el adoptar medidas gubernativas de policía
de salubridad y entre ellas la prohibición de poner a la venta reses
muertas según el reglamento de 1859 y siendo al parecer este hecho generalizado, la Junta decidió remitir una circular conminatoria a la autoridad de los alcaldes (acta 73). En este campo se encontraba la venta
de novillos de 2 a 3 años enteros (no castrados) que fue prohibida por
el Inspector de carnes de Villafranca con perjuicio para el rematante,
por ser perjudicial para los consumidores, lo que era reglamentario; si
bien el dictamen de la Comisión de Asuntos Médicos fue que no era
perjudicial en absoluto. Criterio técnico frente a lo reglamentario, ya
que todas las reses se sacrifican bien castradas (actas 105, 106).
Entendió también del recurso de alzada contra el decomiso de una
res matada en Tudela fuera del matadero por lo que fue decomisada por
el ayuntamiento. El tema era fácil, contravenía el reglamento sobre la
inspección de carnes, por lo que se desestimó el recurso, lo que estaba
en el ámbito de su competencia como materia de salud pública.
Todo ello evidencia la aplicación del reglamento de 1859 que constituyó un hito en la sanidad, obligando a crear mataderos y a iniciar
una función inspectora, creando funcionarios municipales en la débil
estructura de la sanidad. Aparte de ciertas prescripciones que hoy nos
sorprenden del reglamento la realidad y efecto fue que, desde entonces
y durante 150 años, todas las reses sacrificadas han venido siendo inspeccionadas, hoy igual que ayer, por unos profesionales, los veterinarios, que han dado un alto rendimiento a la salud ciudadana y a la sanidad desde el anonimato, a pie de obra desde las 6 de la mañana en
los mataderos de forma inalterable a lo largo de tantos ocasos y auroras
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JOSÉ JAVIER VIÑES
desde entonces, a los que debemos tributar reconocimiento, por lo que
por su debido mérito reproducimos el reglamento de 24 de febrero de
1859 (Anexo 19).
Los ministrantes o practicantes
Dentro de los profesionales de la medicina se incluían los médicoscirujanos, los médicos, los cirujanos, los oculistas, dentistas, comadronas, parteras y ministrantes143, siendo estos últimos los encargados de
dar, aplicar o administrar los remedios prescritos por los anteriores como auxiliares de la rama de la medicina, que fueron luego llamados
practicantes estando regulados sus estudios, título y formación a partir
del “Reglamento para la enseñanza de Practicantes y Matronas” aprobado por R.O. de 21 de noviembre de 1861. Ambos nombres ministrante y practicante se usaron de forma simultánea.
En este reglamento se definió que “el título de practicante sólo autoriza para ejercer la parte meramente mecánica y subalterna de la cirugía”144 y los estudios que capacitaban lo eran por 4 semestres en enseñanza teórica y práctica en los hospitales sobre materias y afectos
externos, equiparándose a los ya establecidos de las matronas desde los
reales colegios de 1827 (en Navarra 1829); si bien estos últimos “la enseñanza se daba a puerta cerrada, y en horas distintas a los practicantes”. Los ministrantes se disponían “para las operaciones de sangrar, vacunar, aplicar ventosas y además ejercer la cirugía menor o
ministrante”. “Estos sangradores en ningún caso debieran poder asistir
facultativamente, ni recetar, so pena de ser tratados como intrusos”145.
Los ministrantes no tuvieron “plazas” en la sanidad para las tareas
de la salud pública, ni en las asistenciales de la beneficencia pública, sin
embargo eran imprescindibles al igual que las matronas o parteras, y en
los hospitales si bien no tuvieron consideración como cargos públicos.
A pesar de ello los propios pueblos los contrataban para practicar o su143
Ministrante es persona que suministra o administra alguna cosa.
Reglamento para la enseñanza de practicantes y matronas de 21 de noviembre de 1861.
En: P. F. MONLAU. Elementos de higiene pública, Pág. 1546-1556. Madrid: Imprenta Rivadeneyra; 1862.
145
P. F. MONLAU. Obra citada. Pág. 158.
144
372
NEGOCIOS MÉDICOS
ministrar las indicaciones quirúrgicas, en especial las sangrías y curas,
sobre todo cuando no había cirujano, que en tal caso éste asumiría tales funciones de cirugía menor correspondientes al ministrante.
Se plantea, no obstante, ante la Junta en mayo de 1877, la reclamación de honorarios contra el ayuntamiento de Cirauqui del ministrante
don Eugenio Vidaurre simultáneamente a las reclamaciones del médico
y de la viuda del farmacéutico, siendo al parecer moroso el municipio.
En el caso del ministrante se debió rescindir el contrato y fue nombrado en sustitución don Claudio Sáinz con un aumento de dos mil reales
al año, nombramiento recurrido por varios vecinos a no ser que se acomodara a la retribución del anterior Vidaurre, el cual era apoyado por
otros vecinos. La Junta dictaminó a favor del ayuntamiento si bien el aumento de retribución y su reclamación lo derivó “a que acudan los oposicionistas a la Diputación Provincial” (actas 36, 40, 41).
Sí hay constancia desde luego de la participación de los ministrantes en la epidemia de cólera de 1885 al servicio de los lazaretos, con motivo de la reclamación de honorarios en el lazareto fronterizo de Eugui
y en la dotación de personal del lazareto de Pamplona en el hospital de
coléricos del Prado de Barañain. Cabe preguntarse, ¿cuál sería su función, al no ser el cólera enfermedad quirúrgica, ya que la vacunación
Ferrán no llegó a Navarra? ¿Se practicarían sangrías? ¿Actuarían como
fumigadores? No tenemos respuesta.
Intrusismo
El ejercicio de una profesión sin título legal y autorizado o la intromisión en áreas competenciales entre facultativos, ha sido una constante en siglos pasados incluso por los propios titulados en el ejercicio
de otra facultad, siempre perseguido por la administración, autoridades
y justicia. El siglo XIX, ya ilustrado y pretendidamente culto en ciertas
esferas, era a su vez un caldo de cultivo para el intrusismo debido a la
escasez de profesionales en los pueblos de cualquier facultad. Pedro Felipe Monlau se pronunció en los siguientes términos: “Raza inextinguible. Mientras no haya asistencia médica legal y gratuita en todos los
pueblos y grupos de población; mientras las familias y todos los individuos no sean sensatos, instruidos y estén precavidos contra los embates
373
JOSÉ JAVIER VIÑES
del charlatanismo, del curanderismo y de la ciega credulidad; y mientras todos los facultativos no ejerzan su arte con conciencia, decoro,
dignidad y noble orgullo, no hay que pensar en que desaparezca el delito social de intrusión en el ejercicio del arte de curar”. Causa y efecto
del intrusismo que la legislación persiguió desde los primeros códigos
legales conocidos ya en 1329, era que se sancionaba “cada vez con 100
maravedís de oro, siendo la tercera parte para el acusador”. Recogida la
legislación contra intrusos en “las Partidas” de Alfonso X y en la “Novísima Recopilación” de 1805 se vuelve a retomar como cuerpo legal
nuevo en el Real reglamento de 1827 de los reales colegios, de médicoscirujanos, médicos, cirujanos-sangradores y parteras, y por Real Cédula de 10 de diciembre de 1828, “en su capítulo XXIX recoge: “que los
transgresores a esta parte sufran la primera vez la multa de 50 ducados,
debe por la segunda con destierro del pueblo de su residencia, de Madrid y Reales Sitios 10 leguas en contorno; y que la tercera vez paguen
la multa de 200 ducados, destinándolos a uno de los penales de África
o América”. Tal era la gravedad considerada del hecho de intrusión.
Desde entonces la normativa de control del intrusismo cuenta a lo
largo del siglo: 2 reglamentos, 1 ordenanza, 1 ley de sanidad, 9 reales
órdenes y un real decreto entre las distintas facultades, estando más cargada la atención en la farmacia por la índole del riesgo en el manejo de
sustancias tóxicas y drogas. La Real Cédula de 1828 tuvo vigencia hasta 1890 ya que, a pesar de que sobre la materia se ocupó el Código Penal de 1848, se mantuvo subsistente en el ramo de la administración sanitaria y en el ámbito de la gobernación y los gobernadores, lo que llevó
a armonizar ambas legislaciones, dictaminándose por R.O. de 1854 que
la primera vez se aplicara la Real Cédula de 1828 y la reincidencia se
diera parte a los tribunales de justicia, hasta que en 1890 pasan a ser delitos en el ámbito penal y en consecuencia de los tribunales de justicia.
Sin embargo, los gobernadores mantuvieron su poder sobre los intrusos por el delito de desobediencia en caso de ser reincidentes aplicando
las multas gubernativas, según la Ley Provincial y de este modo los Subdelegados mantuvieron su quehacer de la materia.
Durante la epidemia de cólera de 1855 en la villa de Madridejos, relata P. F. Monlau, cómo el alcalde autorizó al presbítero de la localidad
el asistir a los enfermos dado que no daba abasto el titular y que el “in374
NEGOCIOS MÉDICOS
truso” tenía título de médico en Berna. El juez le prohibió el ejercicio,
pero el ayuntamiento lo ratificó asumiendo responsabilidad y costas.
Pidió autorización el juez al gobernador para procesar al alcalde y los
concejales, lo que prohibió el Gobernador. Hubo intervención real, oído el Consejo de Sanidad que justificó la negativa del Gobernador. La
extrema necesidad justificó la habilitación del alcalde para ejercer sin título. “La aplicación del derecho es inevitable en todos los pueblos donde no exista asistencia médica oficial y gratuita para los menesterosos”,
palabras exculpatorias de Monlau en base al Reglamento de Subdelegados de 1847, artículo 7º, párrafo tercero: “Cuidad de que ninguna persona ejerza en todo o en parte de la ciencia de curar sin título, excepto
solamente en caso de grave, urgente y absoluta necesidad”. Con estos
planteamientos y bases legales afrontó la Junta Provincial la casuística
del intrusismo. El número de infracciones y las faltas que tuvo que conocer fueron escasas y de menor monta a lo largo de los 30 años de actividad: la primera registrada es una denuncia del alcalde de Corella
contra el cirujano doctor Julián Pérez por abusos e intrusiones en la
medicina, profesiones ambas bien separadas en la época, año 1871. El
cirujano que por error recetó medicamentos, creyendo que se trataba
de erisipela, enfermedad considerada como “afecto externo” en el ámbito de la cirugía, si bien al percatarse que no lo era indicó “se llamará
al médico”. La Junta estimó que la queja “debería desestimarse por no
motivada e injustificada”. Años después, en 1877, reproduce otra queja contra el cirujano de Sangüesa de 3ª categoría, don Antonio García
denunciado por don Antonio Vallejos, con la carga de la prueba de recetas extendidas por el cirujano. La Junta en ellas no observó intrusión
por lo que se desestimó. También atendió una denuncia contra el médico de Murchante don José Albás. No consta el motivo ni la resolución de la Junta. Una falta considerada como grave conoció la Junta en
1883 sobre el ejercicio como médico de don Quintín Lus sin que constara su título, que no se había inscrito en la Subdelegación por lo que
se decretó que el gobernador procediera a la sanción correspondiente.
En el ejercicio de la farmacia tampoco se registran graves intrusiones: en Ablitas se denunció en 1877 a don Jacinto Bayges, farmacéutico, lo que fue informado por el Subdelegado de Farmacia don Fernando Borra, sin que se conozca causa ni resolución. Se conoció la
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JOSÉ JAVIER VIÑES
incompatibilidad del ejercicio de farmacia en Artajona de don Félix
Echeverría por expedir recetas del médico y padre don Enrique Echeverría, médico cirujano de la villa, lo cual era incompatible. No parece
se considere intencionalidad y enriquecimiento por lo que procede el
pago de las recetas, bien entendido que si el subdelegado apreciara “intención marcada” se instruya expediente. Al filo del intrusismo se encuentra la consulta y solicitud del cirujano de Sartaguda para tener botiquín por no haber oficina de farmacia y estar la más próxima a dos
horas de distancia. La Junta, de forma reglamentaria, denegó la solicitud, y no estando previsto los botiquines municipales controlados por
farmacéuticos, el pueblo quedó sin botica ni botiquín.
El ministrante (practicante) de Andosilla en 1882 (acta 63) don Víctoriano Gambarte denunció de intrusión al señor Pedro Sarasa y encontrándola justificada se decretó que se imponga la multa correspondiente de carácter administrativo, pero no se da cuenta a los tribunales
de justicia posiblemente por ser la primera vez. No constando la profesión del señor Sarasa parece caso de curanderismo de cuya materia se
ocupó la Junta, a solicitud del curandero de Azpeitia don Francisco
Aguirre para que se le condonare la multa que el gobernador le había
impuesto por intruso en medicina. La Junta ratificó la multa de ciento
veinticinco pesetas (acta 60). Existe evidencia de que el gobernador había actuado en la reclamación sin previa intervención de la Junta.
Sanciones y premios
Este largo recorrido por la sanidad española y en concreto de las vicisitudes en el último tercio del siglo XIX en Navarra vamos a finalizarlo intentando reflejar como vivía la sociedad y el colectivo sanitario el
heroico ejercicio de las profesiones del arte de curar, oficio provisor de
una escuálida subsistencia personal y familiar, que se enfrentaba con estoicismo y resignación cristiana ante la vida, la enfermedad y la muerte; con procesiones y rogativas.
Pocas sanciones gracias a Dios hemos encontrado que ya era bastante castigo encarar la situación del catastrófico siglo XIX. La única registrada en las actas es la impuesta al médico de Carcastillo, multado
con quince pesetas por el alcalde “por haber dejado de dar parte un día
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NEGOCIOS MÉDICOS
respecto a la marcha de la enfermedad variolosa”, de un sueldo de 30
pesetas al mes. Pero la incapacidad técnica de la Administración disponía de un mecanismo compensatorio ante la adversidad en acciones heroicas como era el reconocer el “sacerdocio de la medicina” en el ara de
Escolapio, víctimas de las pestes y epidemias.
El Gobierno había establecido en 1838 tras la 1ª invasión de cólera la
Cruz de Epidemias, y en 1856 la Orden de la Beneficencia. La primera
“para premiar el mérito distinguido y los servicios extraordinarios prestados por los profesores de la ciencia de curar con motivo de las enfermedades contagiosas o epidemias que asistan”, “cuando concurra un mérito
sobresaliente y notorio”. La segunda distinción lo era “para premiar a los
individuos de ambos sexos que en tiempo de calamidades publicas presten servicios extraordinarios”, y disponía de tres categorías según los méritos y posiblemente de la escala social o laboral de los condecorados.
Pero la verdadera compensación o premio a situaciones de mérito
heroico era la concesión de ayudas económicas que en desarrollo de la
Ley General de Sanidad de 1855 reguló el “Reglamento para la concesión de pensiones” de 22 de enero de 1862, destinadas a “los profesores
de medicina, cirugía y farmacia que en tiempo de epidemia o contagio
se inutilicen para el ejercicio de la facultad a causa del extremado celo
con que hayan desempeñado su profesión en beneficio del público,
tendrán derecho a disfrutar una pensión de 2.000 a 5.000 reales anuales mientras permanezcan inutilizados”. Se extendía a las viudas y huérfanos: a aquellas de por vida, a los huérfanos varones hasta mayoría de
edad, y a “las hembras hasta que tomen estado”.
El procedimiento procedía de un expediente de solicitud a las Cortes iniciado por el alcalde, y pasado consecutivamente por el Consejo
Provincial, Junta Provincial de Sanidad, Gobernador, Ministerio de
Gobernación, Consejo de Sanidad del Reino, Gobierno de la Nación y
por fin a las Cortes, órgano que concedía la pensión.
Desgraciadamente fue necesario que se tramitaran solicitudes de
pensiones. La primera de ellas en 1871 con motivo de la epidemia de
fiebre tifoidea de Cárcar que contó entre sus víctimas al médico titular
don Ángel Sola. Su viuda doña Concepción Pago solicitó la pensión
que fue tramitada favorablemente a la Dirección General de Beneficencia y Sanidad una vez completado el expediente.
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La epidemia de cólera dejó tras de sí, además de muchos muertos principalmente en la cuenca baja del Arga y en la ribera del Ebro a su paso por
Navarra, a tres facultativos muertos en la asistencia a los coléricos: los médicos titulares de Peralta don Vicente Bataller y don Cándido Sesma de
Sartaguda, y al farmacéutico don Benito Sáenz (no consta la localidad),
por lo que sus viudas en el año 1886, doña Hilaria Leza García, doña Magdalena Moreno Belio y doña Dominica Lezaeta Lazcano respectivamente,
solicitaron las correspondientes pensiones de viudedad. Doña Magdalena
la especifica en 3.000 reales anuales, cantidad que correspondía a los médicos titulares con menos de diez años de ejercicio, ya que si hubieran sido más le habrían correspondido 5.000 reales. Los encargados de estudiar
e informar el expediente fueron los vocales don Luis Martínez Ubago y
don Javier Yárnoz que lo hicieron en sentido positivo por lo que se acordó elevarlo al Ministerio de la Gobernación para que siguiera su curso, lo
que suponemos se resolvería favorablemente, aunque en dicho año habría
avalancha de solicitudes de todas las provincias afectadas.
Años más tarde en 1897 falleció don Benigno Pérez, médico titular
interino de Ablitas enfermo de tifus exantemático “adquirido por contagio y en cumplimiento de su deber profesional” por lo que su viuda
doña Florentina Soto solicitó la pensión correspondiente, lo que fue
conforme a la Junta Provincial de Sanidad.
Ya hemos narrado cómo era la actitud de estos sanitarios al servicio
de la sociedad con motivo de la epidemia de cólera en la que los médicos de Pamplona hermanados en el “sacerdocio” de Esculapio prefirieron contratar mejor una pensión para sus viudas, que unos honorarios
adecuados para ellos, como contraprestación a sus servicios.
Años heroicos para los sanitarios en los que para tener una pensión
era necesario inutilizarse en una epidemia o morirse, para que la viuda
pudiera sobrevivir. Sirva su recuerdo en homenaje y agradecimiento a
las generaciones de nuestros abuelos y bisabuelos que vivieron este desgraciado siglo de guerras, de epidemias en una sociedad atrasada, pobre
e inculta, pero que supieron sobrevivir con entusiasmo con unos valores basados, en la filantropía y el progreso, en una sociedad pamplonesa con una mortalidad del 40 por mil, una natalidad del 34 por mil y
una esperanza de vida al nacer inferior a los 30 años, de los que hemos
contado sólo una pequeña parte de las cosas que les pasaron.
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