Taller de Expresión I (cátedra Reale) curso 2016 ARGUMENTACIÓN cuaderno de trabajo preparado por Analía Reale 1 Índice El programa retórico……………………………………………………………………………………. 5 Invención………………..........………………..…………………………………………………………. 5 La situación de argumentación……………………………………………………………… 5 Las premisas de la argumentación………………………………………………………… 9 Argumentos y tesis………………………………………………………………………………… 25 La controversia: argumentos y contra-argumentos…………..…………………… 25 La organización del discurso: la dispositio……………………………………………………. 31 La puesta en texto: la elocutio……………………………………………………………………… 31 Brevísimo glosario de figuras retóricas………………………………………………….. 32 Dos polémicas del campo intelectual…………………………………………………………… 38 La polémica en torno de Bolivia Construcciones……………………………………. 39 María Kodama vs. El hacedor (de Borges). Remake…………….…………………. 55 Síntesis: Acerca de la relación entre creación artística y propiedad intelectual…………………………………………………………………………………………………… 71 Cómo funciona la máquina retórica…………………………………………………………….. 74 2 3 El programa retórico Argumentamos para defender nuestras creencias, nuestras ideas, nuestras opiniones, o para refutar las de otro. Argumentamos para convencer a un auditorio de la validez de nuestras posiciones. La argumentación se presenta, entonces, como un trabajo de justificación de elecciones éticas, sociales o políticas. Como tal, esta práctica cuenta con una tradición de veinticinco siglos que, codificada por la retórica, está vigente aún hoy. Las consignas que integran este cuaderno de trabajo se plantean como pequeños ejercicios retóricos: reconocer los componentes de la situación argumentativa; distinguir tesis, argumentos y premisas; construir una refutación, elaborar un texto de opinión; argumentar utilizando la ironía y el sarcasmo; intervenir en una polémica. Algunos de estos ejercicios apuntan a descubrir el andamiaje sobre el cual se sustenta toda argumentación, otros se detienen en aspectos relacionados con la estructuración del texto persuasivo, otros se centran en procedimientos como la ironía o la concesión. En suma, el trayecto que proponemos enfoca distintas cuestiones involucradas en el proceso de elaboración del texto argumentativo tal como fue diseñado por la retórica: desde la generación de ideas y la búsqueda de argumentos operaciones características de la inventio hasta la organización del discurso la dispositio y la puesta en texto la elocutio en la que se definen las decisiones que determinarán el estilo verbal del escrito. Invención La puesta en marcha del proceso retórico es tarea de la inventio. En esta etapa el escritor/orador debe ocuparse de dos tareas básicas: evaluar y caracterizar la situación de argumentación en la que va a desarrollarse su discurso y encontrar argumentos eficaces para lograr sus objetivos. De la definición adecuada de las condiciones en las que va a argumentar dependen todas las decisiones que modelarán el texto y, por supuesto, el éxito de la empresa persuasiva. Con una imagen clara de la situación, el escritor puede establecer las premisas sobre las que fundará su argumentación y lanzarse a la búsqueda de los argumentos que sostendrán su posición. La situación de argumentación Toda situación de argumentación presupone, como punto de partida, la existencia de un desacuerdo en torno de un objeto de discusión (que constituye el problema o cuestión argumentativa) y la voluntad de un enunciador de convencer al destinatario del discurso de que su tesis (la posición sostenida en el discurso) es digna de ser aceptada. El conjunto de estos factores (problema, enunciador, destinatario y tesis) diseña una escena argumentativa que es imprescindible evaluar con justeza para poder comprender y producir textos persuasivos adecuados y eficaces. 4 Leer el texto siguiente y determinar cuál es el objeto de controversia, quiénes son los oponentes, a qué destinatario se dirige y qué argumentos emplea para convencer. Copyleft vs. Copyright LEIDYS GARCÍA CHICO "Sólo una cosa es imposible para Dios: encontrarle algún sentido a cualquier ley de copyright del planeta" (Mark Twain en su cuaderno de notas, el 23 de mayo de 1903) Compartir, colaborar, crear, son acciones que diariamente realizamos en cualquier ámbito. En otros casos recibimos los beneficios de terceros que dedican parte de su tiempo a generar contenido. Según Jakob Nielsen, padre de la usabilidad en Internet, el 90% de los usuarios consumen pero no crean, el 9% crea contenido de vez en cuando y suele contribuir en la difusión de contenidos generados por otros y solo el 1% de los usuarios contribuye de forma habitual, estos son los que crean y comparten en la Red. Sin embargo, varios autores afirman que ese 1% es capaz de levantar una comunidad y generar el efecto bola de nieve en numerosos temas. Más allá de la regla 90-9-1, discutir el futuro de la creación y difusión del conocimiento requiere analizar el contexto de normas y leyes que regulan el libre desempeño de los autores en torno a la cultura; entendida esta como el conjunto de todas las formas, los modelos o los patrones, explícitos o implícitos, a través de los cuales una sociedad controla el comportamiento de las personas que la conforman. Uno de los aspectos más cuestionados en tal sentido se refiere a los derechos de autor o copyright. Con la creación de la imprenta a mediados del siglo XV y la rapidez con que se difundió la palabra escrita, surgió también la necesidad de organizar las publicaciones y establecer parámetros de producción. El primero de estos estatutos fue promulgado por la reina Ana I de Inglaterra en 1710. A través de los siglos la apropiación de la cultura y el conocimiento se ha ampliado mediante el copyright hasta abarcarlo casi todo. El derecho de autor (del francés droit d'auteur) es un conjunto de normas y principios que regulan los derechos morales y patrimoniales que la ley concede a los autores, por la creación de una obra literaria, artística o científica, esté publicada o inédita. En el derecho anglosajón se utiliza la noción de copyright, traducido literalmente como derecho de copia. 5 Sobran los ejemplos en los que tales normas han impedido actos de celebración, homenajes, incluso lo que usted puede o no utilizar en su beneficio personal. Los mal llamados "dueños de la cultura", que no son necesariamente los autores sino los productores económicos (discográficas, editoriales, etc.), controlan virtualmente cualquier uso que se haga de una obra y han extendido este privilegio hasta setenta años después de la muerte del autor. El 16 de junio de 2008 los irlandeses celebraban en las calles de Dublín otro aniversario de la famosa obra Ulises, de James Joyce, cuando un nieto del escritor prohibió que se hicieran lecturas públicas de las obras de su abuelo salvo que le pagasen considerables sumas de dinero, la ley de copyright lo amparaba en su demanda. ¿Y LA RED AGUANTARÁ? Con la llegada de Internet se inició otra revolución innovadora. Su capacidad de propiciar intercambios directos marcó desde el inicio la gran mayoría de los procesos creativos que en su entorno se gestaban. Por esta razón, el control sobre los bienes digitales, compuestos solo por ceros y unos, se convirtió en un obstáculo para la superación tecnológica. El primer paso hacia la "desregulación" lo dio Richard Stallman, fundador del movimiento de software libre, en la década de los 70, al determinar las libertades que regían el uso de su obra: utilizar el programa sin restricciones, estudiarlo y adaptarlo a las necesidades de cada usuario, redistribución y libertad para mejorarlo y publicar las mejoras. En 1984, estos cuatro puntos se concretaron jurídicamente mediante la redacción de la Licencia General Pública (GPL por sus siglas en inglés) y se aplicaron a un conjunto de programas de software que constituyó el primer grupo sistematizado de software libre conocido con el acrónimo GNU para Gnu is Not Unix. De esta manera surgió la licencia copyleft, que puede ser usada para modificar el derecho de autor de obras o trabajos, tales como software de computadoras, documentos, música, y obras de arte. Se representa por una letra C invertida, contrapartida del símbolo del copyright. "El copyleft pretende situar al usuario en el centro de la cultura y dar rienda suelta a la creatividad colectiva de la sociedad. Porque si el copyright remite al derecho -que hasta ahora ha privilegiado a los autores- a restringir las copias y usos sobre sus obras, el copyleft remite también a un derecho -que tenemos los usuarios, los lectores, la sociedad- a hacer uso de las mismas obras. Son dos visiones enfrentadas sobre qué es la cultura, quién es importante en ella (el autor, el usuario o la cuenta de ingresos), y cómo deben distribuirse y usarse las obras de creación". 6 Basado en estos principios, el profesor de Derecho de la Universidad de Stanford, Lawrence Lessig, creó en 2001 la organización sin ánimo de lucro Creative Commons. El proyecto ha creado una serie de licencias, traducidas y adaptadas a una docena de países actualmente que permiten al autor establecer los usos que permite y los que limita de sus obras. De este modo se ha convertido en el principal baluarte en la promoción y extensión del ideario del copyleft hacia nuevos ámbitos de la cultura. Cualquier creación que tenga una licencia de Creative Commons puede ser copiada y distribuida libremente. No obstante, siempre que se use debe mantenerse la atribución al autor original. Cuando este escoge la licencia decide además sobre tres opciones, con las que establece si se puede hacer uso comercial de su obra, se puede modificar o si la obra derivada debe tener el mismo tipo de licencia que la original. "No está claro hasta dónde puede alcanzar este movimiento y si los proyectos e iniciativas que se desarrollan actualmente llegarán a enraizar con fuerza en la sociedad, pero la semilla está plantada, y este movimiento ha comenzado a despertar conciencias y a llamar la atención sobre la peligrosa apropiación que está sufriendo la cultura en nuestras sociedades". El conocimiento no es una mercancía, es una transmisión, una herencia, anterior a nosotros mismos. Como creadores o receptores, se puede y debe incidir sobre la estructura de las condiciones de producción, distribución y promoción del conocimiento tanto offline como online. CUBA AHORA, Año XI, 22/12/2011 Disponible en http://old.cubahora.cu/index.php?tpl=principal/ver-noticias/vernot_ptda.tpl.html&newsid_obj_id=1037288 (consultado en línea 5/8/2012) 7 14 DE ENERO DE 2013, 23:56 INTERNET PROPIEDAD INTELECTUAL La muerte de Aaron Swartz y la necesidad del Open Data en la investigación científica El pasado sábado una noticia tiñó de luto la red, Aaron Swartz, uno de los personajes más carismáticos de la red y un genio de 26 años, se había suicidado. Confieso que la noticia me dejó helado porque, a pesar de su juventud, Aaron Swartz se había convertido en alguien que había contribuido enormemente a construir el Internet que, a día de hoy, todos disfrutamos y, en su legado, nos deja sus contribuciones a la definición de RSS o de Creative Commons. Precisamente, sus fuertes convicciones en apoyo a la cultura libre fueron las que lo llevaron a sentarse delante de un tribunal por un acto valiente que, visto con cierta perspectiva, fue llevado al extremo por Estados Unidos: fue acusado de crímenes informáticos por hacerse con millones de artículos científicos de JSTOR. Durante el fin de semana, y también durante el día de hoy, se ha hablado mucho del caso de Swartz porque, esta próxima primavera, se enfrentaba a un proceso judicial en el que la fiscalía pedía una pena de 35 años de reclusión y un millón de dólares de multa por violaciones de copyright. ¿El delito? Para el que no conozca el caso en profundidad, en septiembre de 2010, Aaron Swartz se conectó desde la red del MIT a JSTOR (un enorme repositorio de artículos científicos) y descargó alrededor de 4 millones de documentos con el objetivo de liberarlos (aunque no llegó a hacerlo) y, 8 aunque JSTOR se mantuvo en un papel discreto (retirando su demanda) y el MIT mantuvo una cómoda neutralidad, el Gobierno de Estados Unidos actuó de oficio. Esta actuación del gobierno, para un buen número de personas (entre las que me incluyo), fue tremendamente exagerada y prueba de ello es la pena solicitada por la fiscalía (35 años de reclusión y una compensación de un millón de dólares) que, prácticamente, colocaba la actuación de Aaron Swartz al nivel de un ataque terrorista y que, ante tanta presión, lo llevó al borde de la depresión. Si bien el abogado de Swartz ha comentado hoy que tenía una estrategia para afrontar el juicio (y que hubiesen tenido posibilidades de ganar), el hecho es que Aaron Swartz está muerto por una acusación que, vista en perspectiva, es un cúmulo de despropósitos y nos muestran algunos de los sinsentidos del mundo del copyright y la investigación científica actual (aunque ahora los cargos hayan sido retirados). Son muchas las universidades de todo el mundo que están suscritas a revistas científicas y a repositorios de artículos de investigación que, cada día, son utilizados por miles de investigadores para buscar referencias o realizar trabajos para sus tesis doctorales o cualquier otro tipo de trabajo académico. Estas suscripciones no son gratuitas y, de hecho, no es algo que esté al alcance de cualquier bolsillo por lo que, para muchos investigadores, las redes de las Universidades son el único punto de acceso a este conocimiento. En mi opinión, una buena parte de este conocimiento (por no decir todo) debería ser libre y no es una opinión infundada puesto que, en una gran proporción, las investigaciones están financiadas con fondos públicos. No tiene sentido que los Estados dediquen fondos a la investigación y que ésta termine materializada en patentes y artículos sujetos a copyright que están almacenados en bases de datos que son de pago. Las investigaciones sufragadas con fondos públicos deberían ser de acceso libre y universal a través de la red, algo que en Estados Unidos se solicitó formalmente al gobierno y que, por ejemplo, en Reino Unido será algo obligatorio a partir del año 2014. Transmitir el know-how, cooperar u optimizar esfuerzos (además del reconocimiento y los méritos académicos) son algunos de los objetivos de la publicación de los resultados de las investigaciones en revistas o congresos pero, con el paso del tiempo, se ha convertido en un negocio editorial sujeto a las estrictas y duras reglas del mundo del copyright más arcaico y rancio. Y aunque pueda parecer que estoy hablando de una utopía, proyectos como Gene Expression Omnibus nos demuestran que es posible optimizar esfuerzos y que no es necesario "pagar" por algo que "ya se ha pagado", es decir, pagar con fondos públicos el acceso a un conocimiento que ya ha sido sufragado por fondos públicos. Como bien ha comentado la familia de Aaron Swartz, su muerte va más allá de la tragedia de un chico de 26 años que decidió poner fin a su vida; es un caso de persecución extrema por parte de un aparato anquilosado en el pasado que llevó un "gesto de protesta" al nivel de un delito extremadamente grave y que nos muestra que, 9 por mucho que hablemos hoy en día de transparencia o de Open Data, la información y el conocimiento siguen sin ser todo lo libres que desearíamos. El caso de Aaron Swartz debería abrir un gran debate en el seno de la comunidad científica y servir de reflexión para intentar derribar, de una vez por todas, los mecanismos actuales de acceso a la información de carácter científico y liberar como mínimo, al igual que tiene planteado Reino Unido, los datos procedentes de investigaciones sufragadas con fondos públicos porque, al proceder de nuestros impuestos, deberían pertenecer a la ciudadanía. JJ Velasco Publicado en el blog ALT1040 URL del artículo: http://alt1040.com/2013/01/aaron-swartz-open-data-investigacion (consultado en línea el 1 de febrero de 2013) 10 Las premisas de la argumentación Para tener éxito en su propósito, el orador debe partir de tesis ya aceptadas por su auditorio sobre las cuales edificar nuevos acuerdos. Estas bases de acuerdo constituyen las premisas sobre las que se funda la argumentación. Las premisas son opiniones, creencias, juicios y valores que se presuponen compartidas con el destinatario del discurso y que, por lo tanto, no están sujetas a discusión. Estos acuerdos básicos varían en función de los destinatarios a los que buscan convencer. Si el discurso se dirige a un auditorio no especializado, el enunciador apelará al sentido común y a principios y valores muy generales (los lugares comunes). El recurso a valores universales como el bien, la verdad, la justicia, la razón y la libertad, por citar algunos ejemplos, no son rechazados por ningún auditorio pero su definición es tan vaga e imprecisa que las consecuencias que pueden extraerse de ellas variarán con el significado que cada individuo les asigne. Por eso, un acuerdo sobre valores comunes debe ir acompañado de un esfuerzo por interpretarlos y definirlos para que el orador pueda adaptar ese acuerdo a sus fines. Si el discurso se dirige a un grupo especializado como sucede con la argumentación en el marco del discurso académico, por ejemplo las bases del acuerdo serán más específicas. En efecto, cada disciplina define no sólo sus objetos de estudio sino también los acuerdos y argumentos sobre los que fundamenta la racionalidad que le es propia. Analizar los dos conjuntos de textos que siguen. Identificar y comparar las premisas sobre las que se sostienen los acuerdos con sus destinatarios en cada uno de los artículos e indicar si estas premisas aparecen en forma explícita o no. a. La polémica sobre la ortografía española Botella al mar para el dios de las palabras* por Gabriel García Márquez A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras. Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. 11 No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global. La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso? Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa. En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una? Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años. *Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en la apertura del Primer Congreso Internacional de la Lengua Española que tuvo lugar en Zacatecas, México, en 1997. Reproducido por el diario La Jornada, México DF, 8 de abril de 1997 12 ¿Eskrivir komo se abla? Lourdes Penella El español ha librado numerosas batallas en distintas líneas de fuego. De los rótulos escritos exclusivamente con mayúsculas a Internet, el camino de nuestro idioma no ha sido fácil. Su riqueza, sin embargo, parece estar hoy nuevamente amenazada, y por extraño que parezca, en el frente universitario. El adecuado empleo de la lengua española, entre otras habilidades, expresa hoy la estatura profesional de un graduado. Pero las universidades se enfrentan a un enorme problema: el vacío creado en la enseñanza del español desde hace más de 50 años en las primarias nacionales. Aunque de manera tardía e incompleta, el problema se ha empezado a subsanar. Incluso, en algunas instituciones los resultados han sido halagüeños. Sin embargo, un maestro universitario que enseña a dividir en sílabas una palabra, se enfrenta a una fuerte resistencia por parte de sus alumnos. «¿Cómo yo, ingeniero de tercer semestre, filósofo de primero, o contador en ciernes, voy a ponerme a dividir en sílabas?», exclaman. «¿A mi edad? ¿Y para qué me va a servir? ¿Cómo es posible que mi carrera me mande tres horas a la semana a conjugar verbos, a distinguir las ideas principales de un texto o a colocar diéresis sobre la u? ¿Qué se cree esta profesora, que me puso un 7, según ella porque "no están justificados mis argumentos en el ensayo del examen final"?». De modo que un curso universitario de redacción no se inicia con el primer tema, sino con una abierta hostilidad, pues los estudiantes no le encuentran utilidad para su vida profesional. «Pero en mi carrera sólo necesito matemáticas e inglés, los dos idiomas universales…». Y al decirles que en algún momento tendrán que escribir una tesis en correcto español, la respuesta es: «Pues entonces ya me preocuparé» o «Para eso están los correctores. Profe, yo sé lo que le digo: hágale caso a García Márquez». ¿LA ORTOGRAFÍA NO ES RAZONABLE? En efecto, Gabriel García Márquez propuso durante el primer Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas hace cinco años, la supresión de los acentos, un indistinto uso para la Z y la C y para la G y la J, la desaparición de la V y de la H y el exterminio de la Q. Santiago de Mora, presidente del Instituto Cervantes, destacaba cómo, curiosamente, el escritor colombiano criticó a la gramática con un discurso gramaticalmente perfecto. «Hizo —dijo— un discurso lírico muy poco comparable con una propuesta práctica, y lo hizo desde la imaginación y la libertad de un novelista» [1] . De hecho, García Márquez no hizo sino recoger una propuesta en la que diversos especialistas llevan años investigando: la de simplificar la ortografía española. Uno de ellos, Raúl Ávila [2] declaró abruptamente en el Congreso que «la ortografía académica no es razonable». Y agregó: «Cuando una ley puede ser infringida involuntariamente por alguien que puso todo su empeño en cumplirla, la culpa no es del infractor, sino de la ley». Opinión de la que no participan muchos profesores; en especial dudan de que los alumnos «ponen todo su empeño en cumplirla…». 13 Raúl Ávila ha dedicado su vida a trabajar con escolares mexicanos de todo el país, y sus estudios le han permitido conocer las dificultades de los niños para aprender las normas ortográficas: las haches puestas al azar, las confusiones entre B y V, los problemas con la S, C y Z y las mezclas de la LL y la Y. [3]. En efecto, en México los escollos están fundamentalmente en aquellos grupos de letras que suenan igual, pero se escriben diferente. El objetivo central es, pues, fonologizar la escritura, es decir, atribuir una sola letra a cada sonido. Ávila ha propuesto, de hecho, un «alfabeto internacional hispánico». Éste quedaría integrado por sólo 25 letras excluyendo a la C, la H, la Q, la W y la X. Aceptar esta oferta representaría un grave empobrecimiento del idioma. Sin embargo, si consideramos que a partir del año 2000, 90% de los hispanohablantes somos latinoamericanos, la propuesta cobra interés. Inmediatamente después de la oferta del colombiano, los argumentos en contra brotaron como hongos. El principal sostiene que adaptar la ortografía a las distintas pronunciaciones locales, acabaría dificultando la comunicación escrita entre los hispanohablantes. Además, si un idioma hablado en 20 países se empieza a modificar, se va a adaptar de manera distinta en cada país. Unos dirán que no quieren la H, pero sí la V, otros dirán que quieren mantener la G y la J, pero no la Q, y así sucesivamente. Este planteamiento tiene la aparente ventaja de que los niños aprenderían con mayor rapidez, pero luego no sabrían leer los millones de libros que ya están editados con las letras actuales. Octavio Paz, ausente de Zacatecas por su ya delicado estado de salud, explicó en el diario Reforma: «Sería como si quisiéramos imponer la fonética del siglo XIX al habla del siglo XX. El habla evoluciona sola, no se tiene por qué proclamar ni declarar la libertad de la palabra, ni tampoco su servidumbre. Muchas de las expresiones que García Márquez propuso para sustituir las conjugaciones actuales, son arcaicas. Tampoco estoy de acuerdo con la supresión de la hache. Si queremos saber adónde vamos, hay que saber de dónde venimos» [4] […] ¡AH, Y LAS ETIMOLOGÍAS! Este es otro de los argumentos esgrimidos por los enemigos de andar tocando el alfabeto. «No se hicieron por capricho las reglas ortográficas, tienen una razón de ser. Las palabras tienen un sentido etimológico», decía otro Nobel, el gallego Camilo José Cela. «Cuando yo era catedrático, a los alumnos que tenían una sola falta de ortografía los suspendía. En eso hay que ser inexorables…». [8] Raúl Ávila contraataca, esta vez con una frase de Andrés Bello: «Conservar letras inútiles por amor a las etimologías me parece lo mismo que conservar escombros en un edificio nuevo para que nos hagan recordar el antiguo». [9] Es lo que ocurre al filólogo español José Antonio Millán [10] con la hache: «higuera, hierro, almohada, alhelí… qué quieres que te diga, yo les tengo cariño con hache… Es como unos zapatos viejos que no valen para nada, pero que no te animas a tirarlos porque te recuerdan por dónde has caminado con ellos». El congreso de la lengua de Zacatecas se abrió con la propuesta de un Nobel de Literatura para jubilar la ortografía. Y concluyó con la voz de Fernando Pessoa, que trajo a colación Martín Mayorga cuando afirmó: «Decía Pessoa que la ortografía también es gente. Y García Márquez, como algunas empresas, quiere jubilar a la gente antes de tiempo». [11] Urge que en las universidades se siga enseñando redacción y ortografía de acuerdo con la grandeza del idioma, porque es éste el único vehículo por el que se conoce el valor de cada persona. Si no se escribe claro y se habla bien, es imposible conocer el pensamiento del hombre. 14 Notas [1] El País. «Congreso de la lengua castellana: la polémica de la ortografía». Sección La Cultura, p. 28. Madrid, 13 abril de 1997. [2] Raúl Ávila es lingüista mexicano. Profesor e investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Coordinador de la Comisión de Difusión Internacional del Español por radio, televisión y prensa. [3] Véase Raúl Ávila. «Hacia un diccionario internacional hispánico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. 1998. [4] Reforma. «La academia mexicana: limpia, fija y da esplendor». Sección D, p. 1. México D.F., 2 de abril de 1994. [8] «Transgresiones gráficas», en El cajetín de las lenguas. www.ucm.es/info/ especulo/cajetin/tr_grafi.html [9] Véase Raúl Ávila. «Lengua hablada y estrato social: un acercamiento lexicoestadístico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. Tomo 36. México, 1988. pp. 144-146. Y sus artículos: «La lengua española en América cinco siglos después», en Estudios Sociológicos. El Colegio de México. 1992. p. 690, y «La lengua española en el quinto 92 y el primer 98», en Actas del IV Congreso Internacional de «El español de América». Del 7 al 11 de diciembre de 1992. Tomo 1. Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 1995. p. 496. El planteamiento de una norma lingüística hispánica también ha sido hecho por J. M. Lope Blanch en su artículo «El español de América y la norma lingüística hispánica», en su libro Nuevos estudios de lingüística hispánica. UNAM. México, 1993. pp. 127-136. [10] Filólogo español. Autor del prólogo al Glosario básico inglés-español para usuarios de internet, de Rafael Fernández Calvo. www.comfia.net/documento/estudio/ajenos/glosario.htm#intro [11] Daniel Martín Mayorga. «El idioma español y la sociedad de la información», en Centro Virtual Cervantes: Congreso de Zacatecas. www.cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/tecnologias/ponencias/dmayorga.htm publicado en revista electrónica Istmoenlinea.com.mx, o año 45, n 264, febrero 2003 (texto adaptado). 15 JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA Discusiones ortográficas I JAVIER MARÍAS 30/01/2011 No sé si una de las funciones, pero desde luego uno de los efectos y grandes ventajas de la ortografía española era, hasta ahora, que un lector, al ver escrita cualquier palabra que desconociera (si era un estudiante extranjero se daba el caso con frecuencia), sabía al instante cómo le tocaba decirla o pronunciarla, a diferencia de lo que ocurre en nuestra hermana la lengua italiana. Si en ella leemos “dimenticano” (“olvidan”), nada nos indica si se trata de un vocablo llano o esdrújulo, y lo cierto es que no es lo uno ni lo otro, sino sobresdrújulo, y se dice “diménticano”. Lo mismo sucede con “dimenticarebbero” (“olvidarían”), “precipitano”, “auguro” y tantos otros que uno precisa haber oído para enterarse de que llevan el acento donde lo llevan: “dimenticarébbero”, “prechípitano”, “áuguro”. Del francés ni hablemos: es imposible adivinar que lo que uno lee como “oiseaux” (“pájaros”) se ha de escuchar más o menos como “uasó”. El inglés ya es caótico en este aspecto: ¿cómo imaginar que “break” se pronuncia “breic”, pero “bleak” es “blic”, y que “brake” es también “breic”? ¿O que la población que vemos en el mapa como “Cholmondeley” se corresponde en el habla con “Chomly”, por añadir un ejemplo caprichoso y extravagante, y hay centenares? Este considerable obstáculo era inexistente en español –con muy leves excepciones– hasta la aparición de la última Ortografía de la Real Academia Española, con algunas de sus nuevas normas. Vaya por delante que se trata de una institución a la que no sólo pertenezco desde hace pocos años, sino a la que respeto enormemente y tengo agradecimiento. El trabajo llevado a cabo en esta Ortografía es serio y responsable y admirable en muchos sentidos, como no podía por menos de ser, pero algunas de sus decisiones me parecen discutibles o arbitrarias, o un retroceso respecto a la claridad de nuestra lengua. Tal vez esté mal que un miembro de la RAE objete públicamente a una obra que lleva su sello, pero como considero el corporativismo un gran mal demasiado extendido, creo que no debo abstenerme. Mil perdones. Lo cierto es que, con las nuevas normas, hay palabras escritas que dejan dudas sobre su correspondiente dicción o –aún peor– intentan obligar al hablante a decirlas de determinada manera, para adecuarse a la ortografía, cuando ha de ser ésta, si acaso, la que deba adecuarse al habla. Si la RAE juzga una falta, a partir de ahora, escribir “guión”, está forzándome a decir esa palabra como digo la segunda sílaba de “acción” o de “noción”, y no conozco a nadie, ni español ni americano (hablo, claro está, de mi muy limitada experiencia personal), que diga “guion”. Tampoco que pronuncie “truhán” como “Juan”, que es lo que pretende la RAE al prohibir la tilde y aceptar sólo “truhan”. De ser en verdad consecuente, esta institución tendría que quitarle también a ese vocablo la h intercalada (¿qué pinta ahí si, según ella, se dice “truan” y es un monosílabo?), lo mismo que a “ahumado”, “ahuyentar” y tantos otros. O, ya puestos, y siguiendo al italiano y a García Márquez en desafortunada ocasión, ¿por qué no suprimir todas las haches de nuestra lengua? Los italianos escriben “ipotesi”, “orrore”, “eresia” y “abitare”, el equivalente a “ipótesis”, “orror”, “erejía” y “abitar”. Y dado que la Academia parece inclinada a 16 facilitarles las cosas a los perezosos e ignorantes suprimiendo tildes, no veo por qué no habría de eliminar también las haches. (Dios lo prohíba, con su hache y su tilde.) En cuanto a “guié” o “crié”, si se me vetan las tildes y se me impone “guie” y “crie”, se me está indicando que esas palabras las debo decir como digo “pie”, y no es mi caso, y me temo que tampoco el de ustedes. Hagan la prueba, por favor. Tampoco digo “guió” y “crió” como digo “vio” o “dio”, a lo que se me induce si la única manera correcta de escribirlas es ahora “guio” y “crio” (en la Ortografía de 1999 poner o no esas tildes era optativo, y no alcanzo a ver la necesidad de privar de esa libertad). En cuanto a “riáis” o “fiáis”, si yo leo “riais” y “fiais”, como ordena la RAE, me arriesgo a creer que he de pronunciar esas formas verbales igual que la segunda sílaba de “ibais”, lo cual, francamente, no es así. Y si leo “hui” en vez de “huí”, nada me advierte que no deba decir esa palabra exactamente igual que la interjección “huy” (tan frecuente en el fútbol) o que “sí” en francés, es decir, “oui”, es decir, “ui”. Si un número muy elevado de hablantes percibe todos estos vocablos como bisilábicos con hiato, y no como monosilábicos con diptongo, ¿a santo de qué impedirles la opcionalidad en la escritura? La RAE parece tenerle pánico a la posibilidad de elegir en cuestión de tildes (que es algo menor y que no afecta a la sacrosanta “unidad de la lengua”). Pero es que además es incongruente en eso, porque sí permite dicha opcionalidad en “periodo” y “período”, “policiaco” y “policíaco”, “austriaco” y “austríaco” (yo siempre las escribo sin tilde), lo mismo que en “alvéolo” y “alveolo”, “evacúa” y “evacua” y otras más. ¿Por qué no permitir que cada hablante opte por “truhán” o “truhan”, como aún puede hacerlo (por suerte) entre “solo” y “sólo”, “este” y “éste”, “aquel” y “aquél”? La posibilidad de seguirles poniendo tildes a estas palabras no es para mí irrelevante. ¿Cómo saber, si no, lo que se está diciendo en la frase “Estaré solo mañana”? Si se la escribe en un mail un hombre a su amante, la diferencia no es baladí: sin tilde significa que estará sin su mujer; con tilde que mañana será el único día en que estará en la ciudad. No es poca cosa, la verdad. Por menos ha habido homicidios. 17 JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA Discusiones ortográficas II JAVIER MARÍAS 06/02/2011 Además de las expuestas el pasado domingo, hay algunas objeciones que quisiera hacer a las nuevas normas de la reciente Ortografía de la Real Academia Española y de las otras veintiuna, sobre todo americanas, que la han acordado por unanimidad. a) Mayúsculas y minúsculas. En realidad no entiendo por qué tal cosa ha de ser regulada, ya que, a mi parecer, pertenece al ámbito estilístico personal de cada hablante –o, mejor dicho, de cada escribiente–. Habrá ateos que escriban siempre “dios” deliberadamente, y todo creyente optará por “Dios”, por poner un ejemplo extremo. Según la RAE, supongo, habría que escribirlo en toda ocasión con minúscula, ya que ha decidido que todos los nombres que sean comunes (“rey”, “papa”, “golfo”, “islas”, etc.) han de ir así obligatoriamente aunque formen parte de lo que para muchos hablantes funciona como nombre propio. Así, “islas Malvinas”, “papa Benedicto”, “mar Mediterráneo” o “rey Juan Carlos”. E, igualmente, al referirse a un rey concreto, omitiéndole el nombre, habría que escribir “el rey” y nunca “el Rey”. Yo no pienso seguir esta norma, porque considero que algunos títulos y nombres geográficos funcionan como nombres propios y topónimos, o son sustitutivos de ellos. Cuando en España decimos “el Rey” –y dado que sólo hay uno en cada momento–, utilizamos esa expresión como equivalente de “Juan Carlos I”, algo a lo que casi nadie recurre nunca. De la misma manera, “Islas Malvinas” funciona como un nombre propio en sí mismo, equivalente a “República Democrática Alemana”, que era el oficial del territorio también conocido como Alemania Oriental o del Este. Según las últimas normas, deduzco que nos tocaría escribir “la república democrática alemana”, con lo cual no sabríamos bien si se habla de un país o de qué. Si yo leo “el golfo de México”, ignoro si se trata de una porción de mar o de un golferas mexicano –tal vez del golferas por antonomasia, ¿acaso Cantinflas?–. Y si leo “príncipe de Gales”, dudo si se me habla del tejido así llamado o del heredero a la corona británica. b) Zeta. La RAE ha decidido que el nombre de esa letra se escriba sólo con c, porque con ésta se representa ese sonido –en parte de España– antes de e y de i. Siempre me pareció tan adecuado que el nombre de cada letra incluyera la letra misma que durante largo tiempo creí que la x se escribía “equix”, aunque todos digamos “equis” y así se escriba de hecho. Pero es que además el reciente Diccionario panhispánico de dudas, de la misma RAE, valida grafías como “zebra” (aunque la juzga en desuso), “zinc” o “eczema”. Y, desde luego, no creo que se oponga a que sigamos escribiendo “Ezequiel” y “Zebulón”. No veo, así pues, por qué “zeta” pasa a ser ahora una falta. No está mal que haya algunas excepciones o extravagancias ortográficas en las lenguas, y en español son tan pocas que no veo necesidad de suprimirlas. c) Qatar. La RAE decide que este país y sus derivados –“qatarí”– se escriban con c. El origen de esa peculiar grafía –aceptada en casi todas las lenguas– está, al parecer, en la recomendación de arabistas, que distinguen dos clases diferentes de fonema /k/ en árabe. Por eso, arguyen, se escribe “Kuwait” y se escribe “Qatar”, pese a que nosotros percibamos el fonema en cuestión de una sola manera. La representación gráfica de las palabras –eso lo sabe 18 cualquier poeta– tiene un poder evocativo y sugestivo que las nuevas normas desdeñan. Si yo leo “Qatar”, en seguida se me sugiere un lugar exótico y lejano. Si leo “Catar”, en cambio, lo primero que me viene a la imaginación es una cata de vinos. Pero es que además, para ser consecuente, la RAE tendría que condenar la ortografía “Al Qaeda” y proponer “Al Caeda” o quizá “Al Caida” o quién sabe si “Al Caída”. Los internautas iban a tener graves problemas para encontrar información sobre esa organización terrorista, desconocida en el resto del mundo, y de la que lamentablemente hoy se habla a diario. d) Ex. Decide la RAE que no se separe ese prefijo del vocablo que lo acompañe, y que se escriba “exmarido”, etc. Sin embargo, y dado que en español hay numerosas palabras largas que empiezan por “ex” sin que esa combinación sea un prefijo, un estudiante primerizo de nuestro idioma puede verse en dificultades para saber si “exayuntamiento” es un vocablo en sí mismo o si “exacerbación” o “execración” se componen de dicho prefijo y de las inexistentes “acerbación” y “ecración”. e) Adaptaciones. Las grafías “mánayer” o “pirsin”, que la RAE propone, son tan irreconocibles como lo fue “güisqui” en su día (fea y además mal transcrita, como si escribiéramos “güevos”). En cuanto a “sexi”, es directamente una horterada, siento decirlo. En la Academia hay quienes consideran que discutir y objetar a estas cosas es perderse en minucias. Puede ser. Pero habrá de concedérseme que también lo es, entonces, dictaminar sobre ellas y aplicarles nuevas normas. Si la Ortografía se ha molestado en mirarlas, no veo por qué no debamos hacerlo quienes estamos en desacuerdo con sus modificaciones. Termino reiterando lo que ya dije hace una semana: mis modestas objeciones no me impiden reconocer el gran trabajo que, en su conjunto, supone la nueva Ortografía, obra admirable en muchos sentidos. Habría sido redonda si no hubiera querido enmendar lo que quizá ya estaba bien, desde su versión de 1999. Porque para mí nuestra lengua es ahora un poco menos elegante y menos clara. 19 JAVIER MARÍAS LA ZONA FANTASMA Dos postdatas JAVIER MARÍAS 06/03/2011 Postdata ortográfica. Hace unas semanas expuse aquí mis objeciones a las nuevas normas de la Ortografía de la Real Academia Española, y señalé algún inconveniente de la obligatoriedad de escribir el prefijo "ex" adosado a cada palabra: así, "exapóstata" o "exahorcado", que, como muchas otras, dan pie a vocablos confusos y poco reconocibles, al menos al primer golpe de vista. La base para esta caprichosa regla es el deseo de "homologar" todos los prefijos. Y, puesto que escribimos "anticomunista", "proamericano" y "metaliterario", juntemos también "ex" con cualquier término al que decidamos aplicarle la condición de "ya no". Pero no todos los prefijos se prestan al mismo juego, y nuestros ortógrafos no parecen haberse dado cuenta de que, con tal medida, han optado por formar una combinación o grupo de letras inexistente en español y que además es redundante, impronunciable e incorrecto. Ocurre cada vez que "ex" precede, sin guión ni espacio, a un vocablo que empiece por s: "exsacerdote", "exsuegro" o "exsoldado". A mi modo de ver, ese grupo constituye un disparate ortográfico, porque la s jamás puede seguir a la x y esa secuencia es una falta. La letra x engloba dos sonidos en nuestra lengua: k+s. Quien bien pronuncia dice "eksakto" cuando lee "exacto", o "ekskisito" cuando lee "exquisito". Así, la manera adecuada de escribir "exsacerdote" o "exsuegro" sería "exacerdote" y "exuegro" -como no se escribe "exsudar", sino "exudar"-, pero en este caso nos encontraríamos con unas palabras aún más irreconocibles. Por último, la única forma de pronunciar cabalmente lo que la RAE pretende que escribamos ("exsacerdote" y "exsantidad", junto con varios centenares de absurdos) sería haciendo una pausa entre el prefijo y el nombre, es decir, no como si se tratara de una sola palabra, sino de dos: "ex" y "sacerdote", justamente lo que nuestra admirable institución acaba de borrar de un plumazo. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Claro que aún hay algún caso más chistoso. ¿Qué me dicen de "exxenófobo", en el colmo de la impronunciabilidad y la redundancia? Postdata sintáctica. Asombra cómo cada vez más se concede importancia a lo que no la tiene y se resta a lo que sí. Por supuesto, el párrafo anterior no la tiene, pero el defecto está en origen: si carece de importancia dictaminar sobre cómo debemos escribir "ex" a partir de ahora no veo qué falta hacía-, mal puede tenerla objetar al dictamen. Recurro a la vieja alegación infantil: "Yo no he empezado". Pero a otra cosa: de las numerosas mentiras que salpican nuestra vida pública, no son las del valenciano Camps ni las de ningún corrupto o desfachatado las que han suscitado mayor indignación, sino la supuesta que el Profesor Rico deslizó en su postscriptum a un artículo de este diario. Ya recuerdan: "En mi vida he fumado un solo cigarrillo". Como el infantilismo nos atenaza, los inquisidores bucearon en Internet y allí encontraron, con gran satisfacción e índices extendidos, toda clase de pruebas gráficas de que Rico no sólo había mentido, sino que había faltado a la verdad, que para algunos es más grave y solemne. La Defensora del Lector lo llamó a capítulo, lo amonestó, le dio con la regla y lo puso cara a la pared, con argumentos -para mí, lo siento- bastante cómicos, aunque no tanto como los de algunos no fumadores airados; bueno, esto último es ya una redundancia en España, donde todo lo que encoleriza el humo, no molestan lo más mínimo los venenos de los coches -que 20 padecemos sobre todo los que sólo somos peatones- ni el ruido en aumento, que esos mismos no fumadores, con su prohibición adorada, han agravado hasta límites insoportables, al enviar a la calle a unos catorce millones de apestados, ya verán cuando llegue el buen tiempo. El caso del Profesor ha dado varias vueltas más, y se ha convertido en objeto de doctas y enconadas polémicas: ¿es ético inventar algún dato o detalle cuando se escribe en prensa? ¿Es lícito mezclar realidad y ficción? A ver qué gracia le hace a usted que le atribuya en mi columna una felonía sin que se sepa dónde empieza lo verdadero y dónde lo fantaseado. ¿A que no gusta? Pues ahora lo denuncio, por calumniador. Atrévase, en sus propios argumentos tengo mi defensa, etc. Lo cierto es que Rico ha seguido sorteando, con buen criterio y elegancia, a cuantos se le han cruzado, incluidos varios redactores, la Defensora con su palmeta y un señor ya talludo que hace unas semanas paseaba parsimonioso ante la puerta de la Academia con una pancarta amarilla en alto, que rezaba: "La lengua, para ser veraz, fuera Rico, fumador falaz". Todo un logro, no de otro modo pienso llamar al Profesor a partir de ahora. Rico se avino a darle algunas desganadas explicaciones a la Defensora, y prefirió llevarse una regañina antes que aducir lo que quizá lo habría exonerado, y descubrirse. No parece que otros, pero desde que yo leí su infame post-scriptum, sabedor de que me bate a cigarrillos, lo entendí no como una mentira, sino como una agudeza sintáctica. "En mi vida he fumado un solo cigarrillo" (el orden es fundamental) significa para mí eso literalmente: "Uno solo, jamás. En la vida. Siempre han sido varios". O bien: "Siempre ha sido el mismo, uno solo. Es decir, han sido uncontinuum". Si uno aplica la sintaxis escrupulosamente -que vengan un abogado y un gramático y lo vean-, cuantos han llamado embustero a Rico lo han difamado. Tal vez sea él, a la postre, quien haya de denunciarlos. 21 b. Acerca de Bolivia Construcciones Bajo sospecha por Diego Rojas para Veintitrés. OTRO PREMIO LITERARIO CUESTIONADO POR PLAGIO. ESCÁNDALO Y EL DEBATE ENTRE ESCRITORES Y ACADÉMICOS Esta vez se trató de la novela Bolivia Construcciones, de Sergio Di Nucci, ganadora del concurso La Nación 2006. Por qué el jurado revocó el galardón. Qué dijo el autor. En contra Por Elsa Drucaroff* La semiología y el análisis del discurso sostienen que nadie puede hablar como la Biblia dijo que habló Adán, por primera vez, sacando palabras de la nada. Toda palabra que se pronuncia ya ha sido dicha, viene contaminada de connotaciones, juicios de valor, tradiciones, etc., y por lo tanto hablar es citar a muchos, escribir también. Esto no supone que quien escribe sea un pasivo repetidor, porque se trata de dialogar. Cada palabra que se dice o escribe dialoga con ella misma, dicha o escrita antes por otros. En literatura este fenómeno es constante. Pero a veces opera a partir de un procedimiento muy consciente, que en la posmodernidad está de moda: ese procedimiento se llama intertextualidad. Ahora bien, ¿cuándo hay intertextualidad y cuándo simple plagio? El grupo Bajtin sostiene que entre el discurso referido y el discurso que refiere "se dan relaciones dinámicas de gran complejidad y tensión". Por mi parte, he leído las dos novelas y no considero que en las transcripciones que hace Di Nucci de Nada, de Carmen Laforet, estas relaciones estén dadas. La transcripción es casi textual, sólo se cambia la primera persona femenina por una primera masculina y las palabras españolas por palabras verosímiles para el narrador boliviano: es decir, se borran las marcas en vez de producir ese diálogo al que se alude en la intertextualidad. *Novelista y crítica literaria 22 A favor Por Jorge Panesi* La novela está planteada como un juego. Y Di Nucci no es el primero en utilizar este procedimiento. Basta citar al Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, en el que en algunos momentos hay pasajes calcados del Ulises de James Joyce. La acusación de plagio implica cuestionar toda la literatura moderna. Además, la literatura es el territorio del robo, todos roban, todo aquel que escribe roba, la literatura implica la suspensión de la moral. Esto cambia cuando está la ley de por medio. Y un jurado, un premio y el dinero son las representaciones de la ley en la institución literaria. En un certamen de esa naturaleza entran en consideración cuestiones económicas, éticas e institucionales. Creo que el jurado está compuesto por lectores de primera línea. De cualquier modo, cuando leyeron y premiaron Bolivia Construcciones por primera vez, leyeron la novela como literatura. Cuando la leyeron por segunda vez, la leyeron desde el punto de vista institucional, desde el punto de vista económico, del qué dirán. Hay dos lecturas, ¿con cuál se queda el público? ¿Con la primera o con la segunda? La decisión sobre la cuestión de la copia se realiza en el acto de lectura: cualquiera que lea un mismo escrito en contextos diferentes, lo lee de distinta manera. El plagio en la literatura no existe, en cambio, existe el robo. Así, hay quienes adoran a los ladrones y consideran al robo como una de las bellas artes. Por eso, hay robos mal hechos y robos bien hechos. En este sentido, considero que Bolivia Construcciones es un robo bien realizado. *Director de la carrera de Letras en la UBA 23 Argumentos y tesis En una argumentación, las tesis –es decir, las posiciones que son defendidas en el discurso– se distinguen de los argumentos los datos que se ofrecen para sostener la tesis por los conectores lógicos que se emplean para introducir unas y otros. Por ejemplo, en el enunciado siguiente: "La pena de muerte es injusta porque comete el mismo crimen que pretende castigar" el segmento del enunciado introducido por "porque" señala el argumento que sostiene la tesis "la pena de muerte es injusta". En efecto, conectores como "porque", "puesto que", "dado que" son empleados para introducir argumentos, mientras que "por lo tanto", "por consiguiente", "en consecuencia", "entonces" presentan tesis o conclusiones. La lista que se presenta a continuación reúne una serie de proposiciones que pueden ser empleadas como tesis o bien como argumentos. Relacionarlas armando secuencias conectadas por el nexo que corresponda. Descargar libros de Internet sin permiso de sus autores es un robo. La propiedad intelectual debe ser protegida como toda propiedad. La descarga ilegal de obras artísticas causa un grave daño material y moral a los autores de esas obras. Es necesario instrumentar leyes que regulen y sancionen los usos ilícitos de contenidos disponibles en Internet. El derecho de autor protege los intereses de los productores de bienes culturales en todos los medios en los que circulan sus obras. La piratería en todas su formas atenta contra la supervivencia de la industria cultural y la producción artística. La controversia: argumentos y contra-argumentos Oponer una nueva tesis a cada una de las tesis identificadas en la consigna anterior y elaborar un argumento que la sostenga. Escribir un artículo de opinión sobre el tema al que se refieren las tesis y argumentos de las dos consignas anteriores. Además de los argumentos elaborados en las actividades previas, el artículo debe incluir por lo menos un ejemplo con valor argumentativo. Antes de escribir es conveniente elaborar un plan que defina claramente: a. el objeto de la controversia, b. la tesis principal sostenida en la argumentación, 24 c. las características del enunciador y del destinatario, los argumentos y contrargumentos que se articularán en el texto d. el medio en el que se publicará. En los textos que se presentan a continuación, identificar las tesis que se plantean y los argumentos que se proponen para sostenerlas. Elegir uno de los dos artículos y escribir una refutación de sus posiciones. Antes de escribir es conveniente elaborar un plan que contemple las mismas cuestiones consideradas en la consigna anterior. Lo que Internet le está haciendo a nuestros cerebros ¿Google nos está volviendo estúpidos? Por Nicholas Carr1 para The Atlantic2 “Dave, basta. Basta, por favor. Basta, Dave. ¿Vas a parar de una vez, Dave?” Así le ruega la supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una famosa y extrañamente conmovedora escena del final de la película de Stanley Kubrick 2001: Una odisea del espacio. Bowman, que había estado a punto de ser condenado a morir en el espacio a causa de un problema de funcionamiento de la máquina, está desconectando tranquila y fríamente los circuitos de memoria que controlan su cerebro “artificial”. “Dave, mi mente se está yendo,” dice HAL, con desesperación. “Puedo sentirlo. Puedo sentirlo.” Yo también puedo sentirlo. Durante estos últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien o algo ha estado jugando con mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo –al menos eso creo– pero está cambiando. No pienso de la misma manera que antes. Puedo sentirlo más claramente cuando leo. Sumergirme en un libro o en un artículo extenso solía ser fácil. Mi mente era capturada por el relato o por los argumentos y podía pasarme horas recorriendo largos pasajes en prosa. Eso ya casi nunca sucede. Ahora mi concentración a menudo empieza a desviarse después de dos o tres páginas. Me pongo nervioso, pierdo el hilo, empiezo a buscar otra cosa para hacer. Me siento como si tuviera que arrastrar a mi cerebro de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en una lucha. 1 Autor del libro The Big Switch: Rewiring the World, From Edison to Google (“El gran cambio: reconectando el mundo, de Edson a Google”, 2008). 2 The Atlantic es una revista norteamericana de publicación mensual fundada en 1857 por un grupo de intelectuales notables entre los que se contaban escritores como Ralph Waldo Emmerson, Harriett Beecher-Stowe y H. W. Longfellow. 25 Creo saber lo que está pasando. Desde hace ya más de una década, paso mucho tiempo conectado, buscando y navegando y, a veces, aportando algo a la gran base de datos de Internet. La Web ha sido un regalo de Dios para mí, como escritor. Una investigación que antes requería días en las bibliotecas ahora puede hacerse en minutos. Unas pocas búsquedas en Google, algunos clicks rápidos en enlaces y ya tengo el dato revelador o la cita precisa que necesitaba. Aun cuando no estoy trabajando, es muy probable que me encuentre explorando la selva de información de la Web, leyendo y escribiendo correos electrónicos, barriendo titulares y entradas de blogs, viendo videos o escuchando podcasts o solo saltando de enlace en enlace. (A diferencia de las notas al pie con los que a veces se los compara, los enlaces no señalan meramente a obras relacionadas; te lanzan hacia ellas.) Para mí, como para tantos otros, la Web se está convirtiendo en el medio universal, el conducto de la mayor parte de la información que fluye a través de mis ojos y oídos y en mi mente. Las ventajas de tener acceso inmediato a un archivo tan increíblemente rico de información son muchas y han sido ampliamente descriptas y debidamente aplaudidas. “El recuerdo perfecto de la memoria de siliconas”, escribió Clive Tompson en Wired, “puede ser una enorme bendición para el pensamiento.” Pero esa bendición tiene un precio. Como señaló en los años ’60 el teórico de la comunicación Marshall McLuhan, los medios no son sólo canales pasivos de información. Proveen material para el pensamiento pero también modelan los procesos de pensamiento. Y lo que Internet parecería estar haciendo es triturar mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente ahora espera recibir información de la manera en que la distribuye la Web: como un rápido torrente de partículas en movimiento. Antes era un buzo en el mar de las palabras. Ahora surfeo a lo largo de la superficie como un tipo en un Jet Ski. No soy el único. Cuando comento mis problemas con la lectura entre amigos y conocidos –la mayoría de ellos, gente de letras– muchos dicen tener experiencias parecidas. Cuanto más usan la Web, más tienen que esforzarse en mantenerse concentrados a lo largo de escritos extensos. Algunos de los bloggers que suelo leer también han comenzado a mencionar el fenómeno. Scott Karp, que escribe un blog sobre medios en Internet, recientemente confesó que ha dejado de leer libros. “Estudié literatura en la Universidad y era un lector voraz de libros,”escribió. “¿Qué pasó?” La respuesta sobre la que especula: “¿Qué pasa si todo lo que leo está en Internet no tanto porque cambió mi manera de leer, es decir, por una simple cuestión de comodidad, sino porque cambió mi manera de PENSAR?” Bruce Friedman, que lleva un blog sobre el uso de las computadoras en medicina, también describió cómo Internet ha alterado sus hábitos mentales. “Perdí casi totalmente la capacidad de leer y absorber un artículo extenso tanto en la web como impreso”, escribió hace poco. Friedman, un patólogo que ha sido durante muchos años profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Michigan, amplió su comentario en una conversación telefónica conmigo. Su pensamiento, dijo, ha adquirido una cualidad de “staccato” que refleja la manera en la que recorre rápidamente breves pasajes de texto de diversas fuentes online. “Ya no puedo leer La guerra y la paz”, admitió. “He perdido la capacidad para hacerlo. Hasta una entrada de blog de más de tres o cuatro párrafos es demasiado para absorber. Le paso apenas por encima.” Las anécdotas por sí solas no prueban gran cosa. Y todavía estamos esperando experimentos neurológicos y psicológicos de largo plazo que provean una imagen definitiva de cómo el uso de Internet afecta la cognición. Pero un estudio de investigadores de la Universidad de Londres sobre hábitos de búsqueda online publicado recientemente, sugiere que podríamos estar en el medio de un mar de cambios en nuestra forma de leer y pensar. En el marco de un programa de investigación de cinco años de duración, los investigadores examinaron registros de computación que documentan el comportamiento de los visitantes de dos sitios de búsqueda muy frecuentados, uno operado por la Biblioteca Británica y otro por un consorcio educativo del Reino Unido. Descubrieron que la gente que usa estos sitios exhibió una forma de actividad de 26 “pasada superficial”, saltaban de una fuente a la otra y raramente volvían a una fuente que habían visitado previamente. Por lo general, no leían más de una o dos páginas de un artículo o libro antes de decidir “rebotar” a otro sitio. A veces guardaban un artículo extenso pero no hay evidencia de que hayan vuelto efectivamente a él para leerlo. Los autores del trabajo señalaron que: Es claro que los usuarios no leen online en el sentido tradicional: de hecho hay indicios de que están emergiendo nuevas formas de “lectura” ya que los usuarios recorren horizontalmente títulos, páginas de contenidos y resúmenes en busca de ganancias rápidas. Casi parecería que se conectan a la red para evitar leer en el sentido tradicional. Gracias a la omnipresencia del texto en Internet, y por supuesto a la popularidad de los mensajes de texto en teléfonos celulares, es muy posible que estemos leyendo mucho más hoy que en los años ’70 u ’80, cuando la televisión era el medio privilegiado. Pero es una forma diferente de lectura y detrás de ella yace una forma diferente de pensamiento, quizás hasta un nuevo sentido del ser. “No solo somos lo que leemos”, dice Maryanne Wolf, psicóloga de la Universidad de Tufts y autora de Proust y el calamar: la historia y la ciencia del cerebro lector. “Somos cómo leemos.” Wolf se inquieta ante la posibilidad de que el estilo de lectura que promueve la Red, un estilo que pone la “eficiencia” y la inmediatez” por encima de cualquier otra cosa, esté debilitando nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que emergió cuando una tecnología anterior, la de la imprenta, generalizó la circulación de obras en prosa largas y complejas. Cuando leemos online, dice, tendemos a convertirnos en “meros decodificadores de información.” Nuestra capacidad para interpretar el texto, para establecer las ricas conexiones mentales que se dan cuando leemos profundamente y sin distracciones, se utiliza muy poco. Leer, explica Wolf, no es una capacidad instintiva para los seres humanos. No está programada en nuestros genes como lo está el habla. Tenemos que enseñarle a nuestra mente a traducir los caracteres simbólicos que vemos en el lenguaje que comprendemos. Y los medios y las otras tecnologías que usamos para aprender y practicar la actividad de la lectura juegan un papel importante en la conformación de los circuitos neuronales en nuestros cerebros. Se ha demostrado experimentalmente que los lectores de ideogramas, como los del chino, desarrollan un circuito mental para la lectura muy diferente del que se encuentra en aquellos cuya escritura se alfabética. Las variaciones se extienden a través de varias regiones cerebrales, incluidas las que gobiernan funciones cognitivas tan esenciales como la memoria y la interpretación de estímulos visuales y auditivos. Podemos sospechar, entonces, que los circuitos configurados por nuestro uso de la Red serán diferentes de los que establecen nuestra lectura de libros y otras obras impresas. Alrededor de 1882, Friedrich Nietzsche compró una máquina de escribir, una MallingHansen Writing Ball, para ser preciso. Su vista estaba debilitada y mantener sus ojos concentrados en una página se había convertido en una tarea agotadora y dolorosa que a menudo le provocaba terribles migrañas. Se había visto obligado a reducir su escritura y lo acosaba el temor de que en poco tiempo más tendría que abandonarla por completo. La máquina de escribir lo rescató, al menos por un tiempo. Una vez que logró dominar el tipeo al tacto, pudo escribir con sus ojos cerrados, usando solamente las yemas de sus dedos. Las palabras podían fluir otra vez desde su mente a la página. Pero la máquina tuvo un efecto más sutil sobre su trabajo. Un compositor amigo de Nietzsche notó un cambio en el estilo de su escritura. Su prosa tersa se había vuelto más cerrada, más telegráfica. “Quizás, a través de este instrumento, te acostumbrarás a un nuevo idioma” le escribió el amigo en una carta, a la vez que le señaló que sus “‘pensamientos’ tanto en 27 la música como en el lenguaje a menudo dependían de la cualidad de la pluma y el papel”. “Tienes razón”, le respondió Nietzsche, “nuestro instrumental para escribir participa activamente en la formación de nuestros pensamientos.” Bajo la influencia de la máquina, escribe el investigador en comunicación alemán Friedrich A. Kittler, la prosa de Nietzsche “cambió los argumentos por aforismos, los pensamientos por tropos y la retórica por el estilo telegráfico.” […] Esa escena de 2001 me persigue. Lo que la hace tan conmovedora y tan extraña es la reacción emocional de la computadora frente al desmantelamiento de su mente: su desesperación a medida que cada circuito va apagándose, su ruego infantil al astronauta – “Puedo sentirlo. Puedo sentirlo. Tengo miedo.”– y su regresión final a lo que solo puede llamarse “estado de inocencia”. El torrente de sentimientos de HAL contrasta con la falta absoluta de emoción que caracteriza a las figuras humanas en el film, que hacen sus tareas con eficiencia casi robótica. Sus pensamientos y acciones parecen establecidos por un guión, como si siguieran los pasos de una fórmula. En el mundo de 2001, la gente se ha vuelto tan maquinal que el personaje más humano resulta ser una máquina. Esa es la esencia de la oscura profecía de Kubrick: cuanto más dependemos de las computadoras para mediar nuestra comprensión del mundo, es nuestra inteligencia la que se achata y se convierte en inteligencia artificial. Publicado en la edición julio/agosto 2008 de The Atlantic, Disponible en http://www.theatlantic.com/doc/200807/google (traducción y adaptación de A. Reale) 28 La devaluación de la letra impresa por Roberto Guareschi Es una idea provocativa que hoy está tomando fuerza: Internet nos hace volver a una cultura propia de la oralidad. Antes de la imprenta el conocimiento se transmitía oralmente. Quizás los mejores ejemplos de ese tipo de construcción sean la Ilíada y la Odisea. Homero era un “cantor”: tomaba versos de otros y los mezclaba y reelaboraba. Los “cantores” eran los depositarios del conocimiento colectivo. No existía el concepto de “autor”. ¿Qué tendrá que ver esto con el periodismo? Les pido un poco de paciencia: tengo la esperanza de recompensarlos Con la invención de la imprenta comenzó a construirse la presunción de que la verdad estaba en los libros. Eran sólidos, hermosos, ordenados, “uno podía confiar en la palabra, impresa en lindas, prolijas columnas” dice Thomas Pettit, profesor de la Universidad de Dinamarca del Sur. Los libros ayudan a ordenar nuestra visión del mundo en categorías. Aún tienen, en gran parte de la población, la mayor credibilidad. La idea provocativa que hoy intento describir Pettit es su teórico más radical se llama “El paréntesis Gutemberg”. La era de la palabra impresa estaría terminando. Internet, las redes sociales, están construyendo una cultura mediática definida por lo efímero, la referencia de amigos, el chisme, y por la información y el conocimiento que fluye y no se contiene en el formato rígido y estable de la imprenta. Es una “segunda oralidad” (por eso la cultura de lo impreso sería un “paréntesis”). Algunas de sus operaciones (sampling y remixing) consisten en tomar parte del contenido de una obra (frases textuales, musicales, etc) y reusarla dentro de otra obra, sacándola del contexto original. Es una cultura hecha, como en la época de Homero, de copia y recreación. ¿Copia? Sí: copia. Hoy se llamaría aún “plagio”; para Homero no existía tal cosa. Tampoco para Shakespeare, otro genial “remixador” (uno de los últimos, cuando se abría el “paréntesis Gutemberg”): la mayoría de sus obras son reelaboraciones de otros textos. Una acotación: los derechos de autor irán muriendo en muchas zonas de la nueva cultura. Célebres bandas de rock toleran la piratería porque esa difusión no autorizada hace a sus giras negocios multimillonarios, mucho más que el disco. Música y letras (palabras), no mediadas. Retomamos a Pettit: ahora “se quiebran las categorías. La letra impresa no es más garantía de veracidad. Lo oral ya no debilita a la verdad (…) El periodismo deberá distinguirse en un mundo de formas de comunicación superpuestas. La gente no supondrá que si algo está en el diario, es verdad”. En esto, señor Pettit, usted llega tarde… Mucha gente ya lee los diarios con espíritu incrédulo, acá (más aún por la disputa con los Kirchner) y en el mundo desarrollado. En este aspecto, nosotros ya estamos fuera del “Paréntesis Gutenberg”. La teoría es muy estimulante. Su radicalidad ayuda a pensar nuestra era desde su mismo núcleo: el conocimiento, los medios, la información. Desde luego, la palabra impresa no desaparecerá pero seguirá devaluándose. Formará parte de nuevos lenguajes: no reinará y/o tendrá que compartir el trono. La iglesia temía a la imprenta: con la difusión masiva de la cultura perdía el monopolio de la verdad. Esta “segunda oralidad” acelerará el fin de otro monopolio de la verdad: el de los medios y periodistas tradicionales, golpeados por las nuevas tecnologías y por la cultura que las crea. Esa cultura se cuece en las redes sociales. Cada vez más gente consume información guiada por recomendaciones de sus amigos en vez de ir directamente a los grandes medios. Sobrevivirán los que sepan construir una nueva credibilidad y un nuevo liderazgo. La palabra impresa y las grandes marcas periodísticas no impresionan a los nativos digitales. Cada vez más la credibilidad y el liderazgo se ganarán en un trabajo conjunto y en red con los usuarios y no desde un podio en un aula magna frente a una audiencia muda y decreciente. publicado en el diario Perfil, el 23 de mayo de 2010 29 La organización del discurso: la dispositio De acuerdo con la dispositio clásica, cuya función consistía en organizar los materiales elaborados en la etapa de la inventio, la estructura del discurso argumentativo consta de cuatro partes principales, gobernadas, a su vez, por dos objetivos básicos: conmover y convencer . Estas cuatro partes son: 1) el exordio, la apertura del discurso, en la que el orador se presenta e intenta captar la adhesión del auditorio a la vez que introduce en forma resumida la el objeto de discusión; 2) la narratio, el momento en el que se exponen los hechos relacionados con el tema a tratar, 3) la confirmatio, en la que se presentan los argumentos que sostienen la posición del orador y 4) el epílogo, cuyo objetivo es reforzar el acuerdo alcanzado en la fase anterior movilizando las emociones del auditorio. Este orden codificado por la retórica no es ni universal ni necesario. Ya Aristóteles había observado que no hay más que dos partes indispensables en el discurso argumentativo: la enunciación de la tesis que se ha de defender y los medios para probarla. Sin embargo, el orden de presentación de los argumentos es fundamental para construir las condiciones de recepción más favorables para la aceptación de la tesis. En todos los casos, la organización de un discurso argumentativo debe tener en cuenta la situación en que se desarrolla: el destinatario al que se dirige, el objeto del discurso, la posición del enunciador, deben ser considerados en el momento de la elección y presentación de los argumentos. Analizar la organización de las partes del discurso (la dispositio) en el texto de Gabriel García Márquez “Botella al mar para el dios de las palabras” 30 La puesta en texto: la elocutio Una vez encontrados los argumentos y organizados en las distintas partes del discurso, el orador tiene por delante la tarea de "ponerles palabras". Tradicionalmente, la elocutio corresponde al momento de la escritura propiamente dicha del texto argumentativo y en ella se concentran las preocupaciones concernientes a los aspectos estéticos del discurso: la construcción de la frase y la belleza del estilo. Estas cuestiones no son de ningún modo accesorias ni debe entendérselas como meros ornamentos del decir. En efecto, para que una argumentación sea eficaz no solo es importante encontrar argumentos adecuados y convincentes sino que las cualidades estéticas del discurso también contribuyen a lograr la adhesión del auditorio a las tesis del orador. En el modelo retórico clásico, la elocutio abarcaba tanto el conocimiento de la gramática como de ciertos procedimientos o “figuras” tendientes a intensificar la función estética de la palabra argumentativa. Las figuras suelen agruparse, por lo general, atendiendo a distintos tipos de criterios: de sentido (metáfora, metonimia y sus formas asociadas); de dicción (que concierne la materia fónica de la lengua como la rima, la aliteración, la paronomasia entre otros); de construcción (elipsis, repetición) y de pensamiento (ironía, oxymoron, paradoja). Brevísimo glosario de figuras retóricas I. Figuras de sentido o “tropos” Metáfora El mecanismo metafórico se asienta sobre una operación de sustitución. Un mismo significante, por ejemplo “nieve”, puede ser usado para hacer referencia a varios significados distintos según los contextos en los que se emplea. Cuando alguien dice, en medio de una pista de esquí: “Hoy la nieve está perfecta para esquiar”, el uso de este signo es puramente denotativo, hace referencia al sentido primario de esta palabra que encontramos en el diccionario. Sin embargo, en el verso “Las nieves del tiempo platearon mi sien” del tango “Volver”, la palabra refiere a otra realidad, en este caso, los cabellos que se han vuelto blancos con el paso del tiempo. La sustitución de un sentido por otro es posible gracias a ciertas similitudes percibidas entre los dos objetos (el color blanco de la nieve y las canas, en este caso). A su vez, esta similitud de base evoca otras semejanzas posibles entre las cualidades propias de los objetos vinculados por la relación metafórica: la sensación de frialdad (reforzada por el verbo “platear”), el invierno (a menudo metáfora también de la vejez), etc. Algunas otras figuras asociadas con la metáfora son la comparación, la alegoría y la parábola. En la comparación los dos términos semejantes están presentes en la frase y relacionados a través de nexos o giros (“como”, “es parecido/igual/semejante a”): “Las canas se parecen a la nieve”. La alegoría es una metáfora expandida. Cuando un presidente o un líder político dice, por ejemplo, en referencia a una situación de crisis social: “Soy un piloto avezado y sabré capear el temporal con mano firme para conducirlos a todos a buen puerto.” está desplegando la metáfora crisis/temporal a partir del análisis de varios de sus componentes. En la parábola, la alegoría se extiende hasta alcanzar la dimensión de un relato. 31 Metonimia Mientras que en la metáfora el efecto de sentido se produce por la sustitución de un signo por otro que guarda cierta semejanza con él, en la metonimia una o varias cualidades de un signo se proyectan (se desplazan) sobre las de otro. Por ejemplo, cuando decimos de alguien que “no tiene cabeza” no estamos afirmando que ha sido decapitado sino que carece de juicio o razonamiento. El elemento reemplazado (razonamiento) guarda una relación de contigüidad con el reemplazante (cabeza). Sabemos que la cabeza es la sede del cerebro, órgano responsable de las facultades cognitivas; en la relación metonímica se proyectan las cualidades del objeto evocado (razonamiento) sobre el que efectivamente está presente en el discurso (cabeza) de acuerdo con una lógica de contigüidad: la razón tiene su sede en el cerebro que, a su vez, se encuentra en la cabeza (razóncerebrocabeza). La integración de estos términos en una secuencia es la que hace posible la comprensión de la frase no en su sentido literal sino en el “figurado”. Son ejemplos de metonimia: la corona (=el rey), los grilletes (=la esclavitud), Una figura cuyo mecanismo es comparable con el de la metonimia es la sinécdoque aunque en este caso el desplazamiento se produce entre elementos que conforman un todo y que se relacionan por inclusión (la parte por el todo): el Hombre en lugar de la Humanidad (“El Hombre llegó a la Luna en el siglo XX.”); el “pan” en lugar del “alimento” (“nuestro pan cotidiano”); las “velas” en lugar de los “barcos” (“una armada de cuatrocientas velas”). II. Figuras de dicción Las figuras de dicción explotan el material fónico del lenguaje: juegos de palabras, similitudes, paralelismos y repeticiones son los mecanismos principales sobre los que se apoyan las expresiones propias de este grupo. Esta clase de figuras fundan su poder de persuasión no solo en su capacidad para llamar la atención y quedar grabadas en la memoria sino también en el principio que induce a identificar la similitud en el plano del significante con una equivalencia en el plano del significado. Así, por ejemplo, juegos de palabras como el famoso “Traduttore, tradittore” en el que se establece una identidad entre el traductor y el traidor, refuerzan su poder de convicción precisamente gracias a esta consonancia. Algunos procedimientos típicos de este grupo son la creación de palabras (“diputrucho”, “yomagate”, “ecololo” –ecologista + cholulo–); la anfibología (el “doble sentido”: “Salió de la cárcel con tanta honra que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban ‘señoría’ ...” Quevedo, Buscón); la antanaclasis (la repetición de una palabra con dos sentidos diferentes: “El corazón tiene sus razones que la razón desconoce“, Pascal); la aliteración (“Vine, vi y vencí”, Julio César), entre otros. III. Figuras de construcción Las figuras de construcción se apoyan en la sintaxis y, de manera menos precisa, en la colocación de palabras en el discurso. Algunas operan por sustracción de significantes como la elipsis (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno.” ); otras por adición como la repetición y otras por permutación como el quiasmo (“Algunos creen que la ciencia es un lujo y que los grandes países gastan en ella porque son ricos. Grave error. No gastan en ella porque son ricos y prósperos, sino que son ricos y prósperos porque gastan en ella.”, B. Houssay). IV. Figuras de pensamiento Lo que caracteriza a las figuras de pensamiento, según la retórica clásica, es el hecho de que no recurren ni a la sustitución, ni a los juegos léxicos, ni a la sintaxis. Entre las más productivas se cuentan la ironía (que consiste en significar lo contrario de lo que denotan las palabras empleadas en el discurso); el oxímoron (que reúne en una misma frase dos términos de significado opuesto: “proletario mundano”, “nieve ardiente”) y la paradoja (una afirmación autocontradictoria en superficie pero que encierra una verdad: “¡Qué pena que la juventud se desperdicie en los jóvenes!”, G. Bernard Shaw). 32 Señalar en este texto siguiente los pasajes en los que se emplean figuras retóricas y explicar el efecto de sentido que producen. Sábado 17 de diciembre de 2011 La Compu Lo que importa es la cantidad, no la calidad Por Ariel Torres para LA NACION Habrá oído el argumento. ¡Es tan prístino! Toda vez que se habla de Twitter, Facebook e Internet se machaca en el mismo mortero: que todas esas voces hablando a la vez no tienen ningún valor; que lo que importa es la calidad, no la cantidad. Me imagino cómo se sienten. Durante los primeros 4500 años de historia escrita tuvieron control sobre la información. De pronto, un tipo de Maguncia inventó una máquina que permitía hacer copias en serie de páginas de texto en forma rápida y económica y ahí las cosas se descalabraron bastante. Pero incluso después de Gutenberg el número de voces independientes siguió siendo relativamente pequeño. Todavía era posible perseguirlas, censurarlas, aniquilarlas. Con todo, esas pocas voces lograron modelar un mundo más justo y más diverso. No perfecto, claro. Pero sí mucho mejor. Había disenso, o al menos la posibilidad del disenso. ¡Pero ahora! Resulta que una banda de hippies inventó esto de Internet y por muy poco dinero cualquiera que sepa leer y escribir puede andar por ahí diciendo lo que se le ocurra. No hay persecución que valga. Así que se les da por el lado de la descalificación. "Todas esas voces hablando no tienen ningún valor, son ruido de línea sostienen-. Lo que importa es la calidad, señores, no la cantidad." ¿Quién estaría dispuesto a refutar una verdad tan evidente? Con permiso, ahí voy. 33 Ni árboles ni bacterias No, no voy a plantear que siempre existieron los rumores y que la cantidad de cuentos que se nos han impuesto a lo largo de la historia es tan inmensa que, en realidad, nunca hemos tenido demasiada calidad. Eso sería aceptar el argumento. Y ocurre que no lo acepto. Tampoco diré que habría que definir calidad y determinar quién puede ser el juez de tal parámetro. Eso no sólo sería aceptar el argumento, sino, además, colaborar con su aplicación. Lo que digo es que lo único que importa es la cantidad de voces, no la calidad, y que siempre fue así. El control de la información ha sido la base del poder político y económico desde que existe la civilización. Hay otros pilares, pero éste es el fundamental. No digo que esté mal. Es como es. No somos árboles ni bacterias ni gatos monteses. Quienes controlan la información lo controlan todo. Así que la cuestión nunca tuvo que ver con el sustantivo información de la oración que precede, sino con el pronombre quienes. Basta echarle un vistazo a la historia para observar una regla de hierro (literalmente). Todos los gobiernos autoritarios se ocuparon de destruir las voces disidentes. Devastaron la prensa opositora como primera medida; tampoco les fue mejor a los artistas que no comulgaba con su épica ni a los científicos demasiado innovadores. Es una plaga Por eso, la pregunta no es ¿este dato es cierto, es verdad, es de buena fuente, es real? , sino ¿quiénes controlan la difusión de este dato? El número de individuos que decidía qué sabía el público fue siempre muy pequeño. Esto es bueno, si estás entre esas pocas personas, porque, sin importar la calidad de la información, podés imponer una idea, una visión del mundo, lo que te venga en gana. Es más: podés imponer el mito de que tu voz es la única calificada, que es de calidad. En ese sentido, las cosas no han cambiado nada. Sólo que ahora, el quienes se ha multiplicado hasta valores nunca vistos (o imaginados). Como el número de miradas y de voces es descomunal, es imposible ponerles coto. Acallás una aquí y aparecen cien mil allá. ¡Es una plaga! Por eso, súbitamente, les sale esta irrefrenable vocación por la calidad. Porque la amenaza está en el número, está en que no se puede perseguir, desterrar ni eliminar 2000 millones de voceros. Subvencionan su argumento con pruebas no menos contundentes. Cualquiera que mire durante diez minutos su línea de tiempo en Twitter o se pase un rato leyendo las noticias de Facebook caerá pronto en la cuenta de que gran parte de lo que se propala es, para decirlo suavemente, olvidable. ¡Quod erat demonstrandum! "Eso de la voz colectiva en realidad es -concluyen- un montón de rumores y trivialidades." 34 Un error de perspectiva. Un fatídico error de perspectiva. Twitter, Facebook o Google Plus están llenos de las cosas que se nos van pasando por la cabeza. No me vengan con el latiguillo de la calidad porque, lejos de ser un defecto, el valor de Internet reside precisamente en que no hay allí edición. Puede que durante gran parte del tiempo nos la pasemos entretenidos en #esto o #aquello, pero esa ligereza es sólo aparente. Es una ilusión. Lo que llaman ruido de línea, rumores, banalidades, eso que califican de baja calidad, es el tranquilo rumor del mar en un día calmo. No parece importante. Mucho menos parece amenazador. Pero, trivial o no, ese rumor no se puede controlar. Es el murmullo de la voz global. Puede convertirse en iracunda tormenta o en imparable tsunami en cualquier momento. Apaguemos Internet Por algún motivo, sin embargo, se insiste con la fantasía del control. Los proyectos de ley SOPA y PIPA, en Estados Unidos, y otros de su clase en otras naciones, pretenden que es posible evitar el robo de propiedad intelectual bloqueando dominios, filtrando protocolos y cosas así. Sí, claro que es posible, pero las consecuencias serían nefastas. No sólo porque esta clase de intervencionismo va a terminar por romper la Red, como explicaron en una carta más de 80 ingenieros y fundadores de Internet, incluido Vinton Cerf, hace unos días3, sino porque pondría en jaque la libertad de expresión, dándole herramientas idóneas a los gobiernos autoritarios para la persecución y la censura. Así que, ¿por qué no hacer las cosas más sencillas y apagar Internet de una vez? Ya está. Fue bueno mientras duró. Que nos canjeen la computadora por un lindo lavarropas programable o un freezer familiar y que nos reemplacen el plan de datos por, no sé, ¿un año gratis de TV por cable? Volveremos a las estampillas. Después de todo, ¿no estábamos tapados de mails? ¿No era que el exceso de información nos tenía estresados? ¡Apaguemos Internet y que todo vuelva a ser como antes! Pero hay un problema. La economía planetaria, que dicho sea de paso no está transitando por uno de sus momentos más brillantes, depende de Internet. El mundo ya no puede funcionar sin la Red. Esto ya pasó antes. El libro fue resistido, incluso por sus posibles beneficiarios, durante decenios. Hasta que, poco a poco, la economía occidental se volvió dependiente de la imprenta. No podía producirse suficiente riqueza sin, al mismo tiempo, ceder un poco de control. Ahora es igual. Luego de la Segunda Guerra Mundial pensamos que ya habíamos visto bastante barbarie autoritaria, y enunciamos solemnemente el derecho de la libertad de expresión. Una belleza de intención, pero que se quedó en eso. Porque la mayoría de los seres 3 www.circleid.com/posts/20111215_over_80_internet_inventors_engineers_send_open_letter_to _congress/ 35 humanos no podía soñar con una audiencia. Expresarse libremente, sí, ¿pero frente a quién? ¿Frente a tus amigos y familiares? ¡Vaya progreso! Bueno, ahora empieza a hacerse posible la libertad de expresión porque podemos llegar a una audiencia global a costos accesibles y sin censura. Esa es la condición que hace posible Internet. No se la puede separar de ella. La libertad está inscripta en los protocolos de la Red. Por eso están tan preocupados sus inventores frente a los proyectos de ley como SOPA. La historia se repite. De la misma forma que no se podía cosechar los beneficios de la libertad de imprimir y a la vez controlar lo que se publicaba, tampoco es posible explotar una Internet esterilizada por los controles. El principal algoritmo de la Red fue y sigue siendo la libertad de expresión. Y por si no lo sabían. Además, es tarde para implantar controles. En este nuevo mundo las cadenas ya no pueden hacerse de hierro. Apenas si pueden hacerse de bits.. Analizar la figura retórica a partir de la cual se construye el proverbio siguiente: Muchas veces las leyes son como las telarañas: los insectos pequeños quedan prendidos en ellas; los grandes las rompen. Anacarsis (s. VII AC) Filósofo escita. Escribir un texto argumentativo que plantee una reflexión sobre las leyes y que lleve como epígrafe este proverbio. Indicar el medio en el que se publicará el texto. 36 Dos polémicas del campo intelectual En las páginas que siguen se presentan dos polémicas que corresponden a dos casos notorios de la historia cultural reciente. La primera surgió como consecuencia de un episodio que generó un módico escándalo en el ámbito literario argentino. Tras el otorgamiento del Premio de Novela La Nación-Sudamericana a la obra de Sergio Di Nucci Bolivia Construcciones, una denuncia de plagio determinó que el jurado retirara el premio concedido y que defensores y detractores de la obra entablaran un debate acerca de la creación literaria y la propiedad intelectual. La segunda se suscita a partir de la aparición de la obra El hacedor (de Borges). Remake del escritor español Agustín Fernández Mallo. Esta obra fue denunciada por María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, quien exigió a través de la vía judicial que el libro de Fernández Mallo fuera retirado de la venta por vulnerar los derechos de autor del escritor argentino. A partir de este reclamo (uno más en una larga serie de recursos judiciales interpuestos por Kodama) se desencadenó un interesante debate en torno de los límites de la legislación que, con el propósito de defender los derechos de autor, restringe las posibilidades de diálogo en el sistema literario. Las dos polémicas ponen en escena problemas centrales para la reflexión en torno de la eficacia de la escritura literaria, de sus condiciones de posibilidad y de la forma en la que se constituyen los textos. 37 La polémica en torno de Bolivia Construcciones Los textos que se reproducen a continuación fueron publicados en distintos medios gráficos y electrónicos. Todos ellos integran una serie polémica en la que se reflejan distintas posiciones frente al incidente generado a partir de la denuncia de plagio en la novela Bolivia Construcciones. Léanlos atentamente para identificar las tesis que sostiene cada uno y reconstruir el diálogo argumentativo que los vincula. 1. El caso Premio LA NACION-Sudamericana 2006 El jurado revocó el fallo del certamen de novela Constató que Bolivia Construcciones tiene fragmentos de Nada, de Carmen Laforet, sin hacer referencia a la fuente El jurado del certamen de novela LA NACION-Sudamericana 2006 decidió anteayer revocar el fallo que había establecido como ganadora a la obra Bolivia Construcciones, firmada por Bruno Morales (seudónimo del periodista Sergio Di Nucci), luego de haber constatado la existencia de una serie de similitudes entre el texto presentado por Di Nucci y la novela Nada, de la escritora catalana Carmen Laforet, publicada en 1944 y ganadora de la primera edición del premio Nadal en 1945. Las semejanzas fueron señaladas al jurado por un joven lector de LA NACION, de 19 años, que acababa de leer la novela española. Si bien la acción de Nada transcurre en la España posterior a la Guerra Civil y Bolivia Construcciones narra las peripecias de un inmigrante boliviano en Buenos Aires, el jurado que integran los escritores Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez, Griselda Gambaro, Luis Chitarroni y Hugo Beccacece encontró las similitudes señaladas entre ambas novelas particularmente en los pasajes de Bolivia Construcciones (202 páginas) que van de la página 167 a la 200. Ni en ese tramo ni en ninguna otra parte de la obra de Di Nucci se menciona la novela Nada, así como tampoco se menciona a Carmen Laforet. A continuación se reproduce la declaración en la que el jurado fundamenta su decisión: "Un lector, Agustín Viola, de 19 años, informó sobre «extrañas similitudes», que el jurado desconocía, entre la novela Bolivia Construcciones (Premio de Novela LA NACION-Sudamericana 2006), de Bruno Morales (seudónimo de Sergio Di Nucci) y Nada (1944), de la autora catalana Carmen Laforet. Sin ser tan extrañas, las similitudes existen en varias zonas de la novela. Bien sabemos que las distancias entre texto ajeno y propio, entre copia y originalidad, son muy difusas, y que incluso cierta crítica especializada ha borrado esas distancias. Las discusiones al respecto podrían ser infinitas. Sin embargo, la manera en que se efectúa la apropiación es la que determina su validez dentro del discurso literario. En el caso de Bolivia Construcciones, los fragmentos de Nada, incluidos con mínimos retoques, no significan una reescritura. La novela avanza, las situaciones siguen porque Carmen 38 Laforet las aporta. La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo. Por todo eso, y de acuerdo con los requisitos y facultades conferidas en las Bases del Premio de Novela LA NACION-Sudamericana 2006, el jurado resuelve revocar el fallo". Consultado telefónicamente por LA NACION, Di Nucci dijo: "Desde la primera entrevista con LA NACION hablé de la reescritura como un principio constructivo de la novela, que por algo se llama Bolivia Construcciones. Hubo ya trabajos académicos que identificaron y elogiaron ese procedimiento, que lo hizo gente de manera mucho mejor, como Juan Rodolfo Wilcock en sus primeras crónicas y en sus últimas novelas italianas. Con sólo introducir una única modificación un mismo texto cuenta otra historia. "Nunca quise perjudicar a Carmen Laforet -sigue Di Nucci-. Por el contrario, quise que Nada, la novela de ella, tuviera más lectores y no menos. Nada es una novela clásica que se enseña a los chicos en el secundario. Quise que Nada se reconociera en Bolivia Construcciones. Es decir, se quiso mostrar a Nada, no se la quiso ocultar, lo cual hubiera sido muy fácil. Se quiso señalar a esta otra novela, no ocultarla, se la quiso homenajear, no cancelarla. Esto de la reescritura de Nada se hace en música con el sampleo, o en artes plásticas, como lo que hizo Warhol con La última cena. “En ningún lugar de Bolivia Construcciones, sin embargo, existe la menor referencia a Nada ni a su autora. Por su parte, el director editorial de Sudamericana, Pablo Avelluto, manifestó: "Estamos muy tristes por lo que ocurrió, pero también estamos muy orgullosos del jurado del premio y muy contentos con él y con la actitud que tomó, que, por supuesto, respaldamos totalmente. Ahora, nuestros abogados están estudiando cuáles son las medidas que tenemos que tomar ante esta situación completamente inesperada". La Nación, 8 de febrero de 2007 39 2. La carta de Puán Esta carta fue enviada al diario La Nación a principios de febrero de 2007, inmediatamente después de conocida la decisión del jurado del concurso La Nación de novela de retirar el primer premio al autor de Bolivia Construcciones, Sergio Di Nucci (o Bruno Morales). El diario la publicó recién a fines de marzo aunque circuló mucho antes de esa fecha en distintos blogs dedicados a la difusión del arte y la cultura. Señor Director del diario La Nación, Ante la decisión, dada a conocer por el diario La Nación en su edición de ayer, de retirar el Premio de Novela 2006 a Bolivia Construcciones de Bruno Morales, quienes abajo firman quieren manifestar su sorpresa por los motivos aducidos. Bolivia Construcciones hace explícitas, ya desde su título, las dificultades de componer una novela que busque representar desde dentro una realidad inaprensiblemente ajena para un autor argentino, la de los migrantes bolivianos, y recurre para este fin a una serie de usos literarios de larga data. Uno de ellos, impugnado por el jurado, es el de transformar pasajes de otros textos con una finalidad estética precisa. No hace falta insistir en que éste es un uso corriente en las literaturas occidentales desde la Antigüedad, del que tantos autores se han valido notoria y brillantemente. Tal como ha señalado la crítica especializada, se trata de un procedimiento que enriquece los valores de la novela Bolivia Construcciones y constituye uno de sus títulos de neta originalidad. Su empleo, conviene destacar, no es en modo alguno ocioso o injustificado, sino que responde a razones estructurales que obran en la novela. De este modo, valiéndose de la transformación de ambientes, personajes y situaciones de Nada (1944) de Carmen Laforet, novela clásica, escolar, escrita en español, que podría conseguir y leer en Buenos Aires el joven protagonista de Bolivia Construcciones, así como cualquiera de los lectores de esta novela, el autor crea un marco para aquellos capítulos en los que, como en un sueño, en una deliberada idealización, dos realidades contrastantes se funden generando una nueva realidad. También justifica este uso, desde el interior de los diversos planos de significación que ha valorado la crítica, la presencia constante de un nivel alegórico que coexiste con el realismo. “Componer obras interesantes y hermosas, con frases destinadas a otros párrafos, a otras situaciones, a otros temas, ha de ser, por lo menos, tan difícil como componerlas con frases inventadas por uno mismo”, decía Adolfo Bioy Casares en su prólogo a La Celestina. Sin deliberadas transformaciones entre textos, a veces evidentes, otras recónditas, la literatura no existiría. Así, los textos de Laforet evocados han sido transfigurados para dar lugar a textos y situaciones diferentes. Por eso consideramos a la vez injusto y paradójico que se pretenda una limitación de Bolivia Construcciones aquello que constituye una de sus excelencias, que una rica trama de intertextualidades sea confundida con un grosero plagio. Mariana Bendahan - Consejera por el Claustro Mayoría de Graduados - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Oscar Blanco - Docente e investigador - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Federico Bossert - Antropólogo - Facultad de Filosofía y Letras UBA 40 Lorena Córdoba - Antropóloga – CONICET, Mirta Gloria Fernández - Profesora de Didáctica Especial en Letras, UBA - Profesora de Semiología, UBA - Tutora del Postítulo de Literatura Infantil y Juvenil, CEPA Escuela de Capacitación, Gobierno de la Ciudad, Cristina Fangmann - Doctora Literatura New York University - Docente Teoría Literaria - Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires, Fabiola Ferro Secretaria General de la Asociación Gremial Docente - Facultad de Filosofía y Letras UBA, María Ledesma - Doctora UBA Diseño y Comunicación - Consejera Directiva FADU UBA - Directora Carrera de Formación Docente FADU UBA - Profesora Titular Regular Comunicación FADU UBA - Profesora Titular Regular Semiótica UNER, Josefina Ludmer - Docente y escritora, Daniel Martino - Ex Comisario del Premio Cervantes de la Lengua Española - Editor de la obra y los papeles privados de Adolfo Bioy Casares, Ernesto Montequin - Traductor - Curador de la obra de Silvina Ocampo Pre-jurado del Premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006, Luciano Padilla López – Traductor, Jorge Panesi - Director de la Carrera de Letras - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Alicia Parodi - Doctora en Literatura Española - Profesora Regular Literatura Española - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Juan Miguel Santos - Doctor Université D´Aix Marseille III - Profesor de Teorías de Lenguajes- Facultad de Ciencias Exactas UBA, Diego Villar - Doctor en Antropología – CONICET, Susana Santos Secretaria Académica Departamento de Letras - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Ariel Schettini - Profesor Teoría Literaria y poeta - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Pablo Federico Sendon - Doctor en Antropología – CONICET, Juan Diego Vila Doctor en Literatura Española - Profesor Regular Literatura Española - Facultad de Filosofía y Letras UBA 3. Homenajes, copias e inspiraciones Por Maximiliano Tomas En la Argentina y en buena parte del mundo, los médicos –e incluso los psicoanalistas– están obligados a contratar un seguro de mala praxis. Sucede que en torno a estas actividades profesionales se ha desarrollado una suerte de industria subsidiaria: frente a la mínima posibilidad de falta o equivocación, acecha una jauría de abogados dispuesta a sacar tajada del error ajeno. La semana pasada se supo de la revocación del fallo por el que el periodista Sergio Di Nucci resultó ganador del Premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006/2007. Según Agustín Viola, un atento lector de diecinueve años, la novela galardonada, Bolivia Construcciones, presentaba a lo largo de unas decenas de páginas “extrañas similitudes” con Nada, un libro de la escritora catalana Carmen Laforet publicado a mediados de la década del cuarenta y merecedor del premio Nadal. En 1997 había sucedido algo similar, en un certamen de cuentos del mismo diario: tiempo después de haberse otorgado el galardón se demostró, sin muchas dificultades, que Daniel Omar Azetti había copiado, línea por línea, un relato de Giovanni Papini, “El espejo que huye”. 41 De un tiempo a esta parte los casos se repiten: el escritor británico Ian McEwan sufrió en noviembre de 2006 una acusación muy similar a la de Di Nucci –aunque en su caso se habló de “préstamos legítimos”, “fuentes históricas” e “inspiración”. Y no sólo en el ámbito literario: autores de autoayuda o de divulgación histórica como Jorge Bucay y Felipe Pigna fueron señalados, en su momento y con gran revuelo, como apropiadores ilegales del trabajo ajeno. No conozco a Di Nucci, no leí su novela. Tampoco la de Laforet. Lo que importa es algo más. Esta avalancha de denuncias pone de relieve un estado de situación que va más allá de la culpabilidad o no de los autores. Algo que, paradójicamente, no encuentra paralelo en otros campos de la creación. En la música, por ejemplo: con un par de loops o cambios de tono, con la mera repetición de una estrofa fuera de tiempo, los críticos especializados hablan de remixes. En el cine, si un director filma exactamente la misma película pero reemplaza el reparto –La gran estafa, El quinteto de la muerte, Casino Royale–, se habla de remakes y se factura, eso sí, como si fuera la primera vez. En las artes plásticas la práctica está más difundida: la reproducción de una obra original por otros medios no sólo se exhibe sino que se celebra como un guiño de intertextualidad. ¿Por qué esa misma indulgencia se le suele negar, con obstinación, a la palabra escrita? ¿Cuál es la diferencia entre el homenaje, la parodia o el liso y llano plagio? ¿Cuáles son los límites de cada disciplina? ¿Quiénes los establecen? Meses atrás, el escritor Guillermo Piro señaló –no con ánimo policial sino precisamente burlesco– que el propio Miguel de Cervantes Saavedra se había inspirado afanosamente en La leyenda dorada, una obra del dominico italiano Santiago de la Vorágine que data de 1494, para escribir un capítulo de la segunda parte de El Quijote. No hace falta ir tan atrás para comprobar que ejemplos como éste sobran. ¿Pero acaso importa? Lo que causa escozor, a decir verdad, es la imparable voluntad de pesquisa y delación que parece extenderse como un virus. Como si la literatura necesitara de una cohorte de guardianes de cierto honor intangible. Como si necesitara de una fuerza de policía propia. Este artículo apareció en el suplemento Cultura del diario Perfil, el 11 de febrero de 2007 . 42 4. Con las manos en la masa Por Julio Zoppi Comprendiendo al periodista Di Nucci. No me sorprendió lo de Di Nucci en cuanto supe que era periodista. Con las honrosas excepciones que existen en todas las profesiones donde aparecen personalidades creadoras que trascienden y desbordan sus respectivos marcos, la generalidad militante del metier periodístico se caracteriza por una histeria operadora cuyo patrón de actividad típico es el hallazgo, captación, apropiación y trascripción de un producto exterior a ellos que puede recibir el nombre genérico de información, y que se manifiesta de diversas formas; desde chimentos hasta ideas ajenas. Sucede que cierto día el contexto microcultural donde habitan, distorsionado por la confusión, les hace abrigar la íntima convicción de que pueden ser escritores de un plumazo puesto que escriben, y hasta a lo mejor escriben bien. Entonces, por ejemplo, se largan a hacer novelas y como lo más natural del mundo trasladan los patrones de su modus operandi productivo y fabrican un aparente producto propio basado en la captura clandestina de materiales ajenos; no están formados para hacer otra cosa. A veces creo que un escritor puede tener más semejanza con un mecánico dental, un carpintero o un taxidermista que con un periodista, y no me explico de donde se supone tan enorme y falaz contigüidad entre una actividad y la otra. Puede que haya contribuido a ello un efecto de traslación a espejo de la situación inversa: es un hecho que han existido grandes artistas escritores que además practicaron profesionalmente el periodismo escribiendo artículos de divulgación u opinión, o bien directamente realizando cualquier tarea típica de una redacción. De allí que los periodistas, tal vez confundidos, inviertan la ecuación a su favor y crean que por el hecho de serlo están muy cercanos a volverse escritores, cuando sólo tienen en común la tarea mecánica de la escritura. Esto sería como considerar que un pintor de paredes está muy próximo a convertirse en artista plástico por el hecho de que ambos toman un pincel y pintan. Utilizar el acto mecánico de la escritura para ejercer tareas de chimenteros, transcriptores, citadores, noteros o difamadores difiere abismalmente de las aptitudes y actitudes creativas que requiere la práctica mínimamente calificada del arte literario. La carencia brutal de imaginación propia para resolver situaciones narrativas puede ser una de las razones que lleva a alguien a copiar, y es una resultante de su formación; jamás construyeron en su mente la posibilidad de confiar en su creatividad ni tampoco invirtieron energías en desarrollarla, sino que se educaron para concebir que los resultados de la imaginación son siempre una cosa ajena y producida por los demás que se descubre o encuentra en un rincón, y que su tarea natural era la de ser copistas y transcriptores de esa ajenidad, meros oportunistas captores de información. Es que el periodista no se cría para aprender a dialogar en términos cordiales con la propia voz de su creatividad, sino para encontrar la de otros en la calle y llevársela prestada, hallar el gran descubrimiento en los archivos, o ganarse la confianza de gente desconocida que la cuente la gran historia. Su pulso andante es andar revolviendo basura para encontrar el oro, en todas partes menos en la piel y en los órganos profundos de su propia mente. A menudo tanto cirujeo intelectual les da resultados; hallan por doquier historias interesantes, personajes exóticos, libros enteros ideales para robar porque suponen que nadie se dará cuenta del engaño. Al fin y al cabo están tan acostumbrados a engañar impunemente todos los días con la manipulación de la información que se relajan y 43 confían demasiado. Es probable que si interrogamos el inconsciente de Di Nucci éste nos dirá algo parecido a: “Soy inocente, lo único que hice fue cumplir con mi trabajo”. Los condescendientes vanguardistas. Pero más enervante que el acto de este plagio es el coro de imbéciles –incluida las insólitas declaraciones del plagiario– que salen a buscar citas de famosos –casi siempre fuera de contexto– para avalar y justificar el acto queriéndolo disfrazar de operación estética o experimental inscripta en alguna indeterminada corriente de vanguardia. Por favor, seamos rigurosos y serios por un instante, un choreo es un choreo y no otra cosa, tanto si nos queremos basar en el principio de no contradicción de la lógica aristotélica como en la lógica popular de barrio o en cualquier otro sistema que nos agrade que incluya entre sus pautas elementales el más mínimo sentido común. Basta del caradurismo de enmascarar la realidad flagrante con racionalizaciones y pseudo intelectualizaciones a posteriori que resultan tan repudiables como el mismo plagio. Lo peor de todo que me ha tocado leer es el artículo de Maximiliano Tomas en Perfil, con una argumentación que da tristeza clama de modo adolescente por una indulgencia barata para los fraudulentos y los corruptos de la literatura. Su texto está entre lo peor que podría esperarse de un escritor y director de un suplemento cultural. Por el tono condescendiente, hasta se podría pensar que Tomas se siente identificado con esa “técnica”. No lo sé, pero su queja de la excesiva rigurosidad de los que leen y las analogías que aporta para probar que sólo se trata de una “persecución” son de un patetismo inédito, y de esto si que nadie podría acusarlo de plagio. No nos tomen más el pelo, dejen de insultar nuestra buena fe y nuestra inteligencia, como si no supiéramos que cosa es inspirarse en obra anterior y que otra es copiar párrafos enteros de una obra ajena y presentarlos como propios. Pongamos fin a esta torpe igualación entre copisteros y honestos creadores. Siempre la explicación de que se trataba de un “homenaje” o una obra basada en “la reescritura” basada en no se cual estética es un argumento que se esgrime después que los descubren con las manos en la masa, y habiéndose pavoneado como auténticos creadores por ahí. O la próxima, por favor, pongan en la tapa del libro bien grande: “Esta obra se basa en reescrituras y copias de textos de obras de otros autores, consultar al pie la lista de las obras usadas”. Entonces sabremos a qué atenernos y no soportaremos tanto fraude gratuito. Publicado en Nación Apache el 12 de febrero de 2007 http://www.nacionapache.com.ar/archives/1512 44 5. Literatura interrumpida Por Susana Santos Una de las características de la torpeza es conocer las cosas pero ignorar su uso correcto; su manifestación más habitual, no sólo en el campo de la crítica, es aplicar conceptos sin atender a la oportunidad y a la medida. Cuando Shaw (¿o Wells?) trataba de hacer prosélitos para el socialismo hallaba una dificultad casi insalvable en la tendencia de la gente a imaginar que las teorías serían aplicadas con rigor estúpido, hasta el último extremo: “Si no hay propiedad, ¿no son mías las pastillas que compré en la farmacia? ¿Por qué?”. Elsa Drucaroff parte de dos premisas que juzga incontrovertibles. Una de hecho y otra de derecho. La primera, que en Bolivia Construcciones hay “plagio”. De esto, no ofrece pruebas, porque la opinión del jurado y la suya propia le bastan (apelación a la autoridad que cierra toda discusión ulterior: un conjunto de seis notables no puede equivocarse). La segunda, que el “plagio” es malo. Como es una premisa de derecho, tampoco ofrece ninguna prueba de ello. Para defender o atacar el “plagio”, sin embargo, conviene tener preparada una teoría diferente de la de “los soeces esbirros del copyright” (Daniel Link dixit). Hay una falacia de petición de principio en Elsa Drucaroff: da por demostrado lo que debería demostrar. Como cree que Bolivia Construcciones “es” o “consiste en” un plagio (en el sentido del Derecho Penal, que de otra teoría no dispone aquí), Elsa Drucaroff cree que los defensores de la novela defienden el plagio. Y como cree que lo que ella entiende por “plagio” es un delito, cree que los defensores de Bolivia Construcciones son unos delincuentes. Hay en Elsa Drucaroff una marcada tendencia a desplazarse desde el lenguaje figurado y el lenguaje literario hacia el de la moral y el derecho, y a entender todos los términos con literalidad de intérprete dogmático de la ley positiva. Si la literatura tal como la entendemos contara sólo con críticos de estas características, desaparecería. O sólo algunos géneros se verían promovidos. Como buena parte del malentendido en torno a Bolivia Construcciones, que llevó al jurado a anunciar el 8 de febrero la revocación del Premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006, es una discusión sobre la literalidad, volveremos más adelante sobre este asunto. Dejemos la discusión de fondo sobre las teorías del “plagio” y aceptemos, aunque sólo sea provisoriamente, que “plagio” es copia servil y perezosa de alguien que desea para sí, sin mediaciones, los réditos de otro autor. Tal vez valga aquí como ejemplo el caso del cuento de Giovanni (no Giacomo, ni mucho menos Giacommo) Papini, reproducido por un ex concursante de La Nación. ¿Pero cómo llega Elsa Drucaroff a la rápida conclusión de que Bolivia Construcciones “es” un “plagio”? La argumentación es simple, y parece muy fácil reconstruirla. Ella entiende que si “un lector cualquiera” (en palabras del jurado, La Nación 23 de febrero) no reconoce en un pasaje casi final de Bolivia Construcciones la continua y sistemática referencia a Nada –la novela de 1944 de Carmen Laforet–, de ello se sigue que el móvil del autor no puede ser otro que el ocultamiento doloso. Porque si ella y tan grandes escritores y críticos no consiguieron detectarla, nadie puede hacerlo. 45 Esto merece una serie de explicaciones complementarias –que, si se sigue la argumentación hasta el fin– resolverán toda la cuestión. En primer lugar, las alusiones, en los textos de todas las literaturas conocidas, no siempre se perciben en primeras lecturas. Hay una diferencia entre leer un texto y estudiar un texto. Bastará citar sólo un par de ejemplos. Una de las firmantes de la Carta dirigida a La Nación el 9 de febrero con pedido de publicación en “Cartas de Lectores” (y publicada recién el 9 de marzo, sin la totalidad de las firmas autógrafas) descubrió, incrustados en un texto cervantino, dos pasajes de otros autores, sin indicación de fuentes. Se tardaron siglos para este descubrimiento. ¿Qué hacer en el après-coup? ¿Qué hacer cuando se descubre lo que, no sin ironía, otro firmante de la carta a La Nación llamó “robo”? Aquí se abren dos caminos para los críticos literarios. O bien abandonamos la literatura, y llamamos a la policía (es decir, entendemos el “robo” literalmente, como si fuera un delito del Código Penal). O bien estudiamos nuevamente el texto, y consideramos cuáles son los efectos estéticos y literarios que la evocación descubierta produce. Generalmente, toda evocación genera una lectura en varios niveles, que pueden parecer incomunicados en las primeras lecturas, y que súbitamente empiezan a mostrar nuevas alianzas. Así como el conocimiento del Martín Fierro enriquece la lectura de Borges (es un ejemplo de Elsa Drucaroff), el conocimiento de Nada enriquece el conocimiento de Bolivia Construcciones (y al revés, también el conocimiento de Bolivia Construcciones enriquece el conocimiento Nada, porque el consecuente crea al antecedente –Bolivia Construcciones es, también, una obra de crítica literaria). Muchos creemos que Bolivia Construcciones es una obra de naturaleza singular y compleja. No es casual que lo piense, entre los firmantes, precisamente quien descubrió la incrustación cervantina, y que dedicó en diciembre a la novela de Bruno Morales, un denso estudio, “Bolivia Construcciones, novela cifrada”. Por cierto, es una discusión abierta. No todos pueden estar de acuerdo en los méritos y deméritos de la novela. Es mejor que así sea. Si en contra de algo estamos, es de cerrar la discusión entre lectores y críticos llamando a la Justicia. Porque los procedimientos de los que se vale la novela son usos literarios exacerbados, y como tales –y sólo como tales– deben ser censurados o elogiados. Que la literatura produzca efectos sociales y ella misma sea un efecto social, es una verdad de perogrullo. Pero que los críticos literarios reclamen más y mayor control social sobre ella, hace resonar ecos fascistoides. Todavía otras dos cuestiones deben ser consideradas a este respecto. En primer lugar, toda lectura de un texto literario implica siempre avanzar en un terreno donde mucho se ignora. Sin embargo, esas ignorancias, que después se resolverán y generarán otras, en la medida que se estudie el texto, no impiden el avance. Otro de los firmantes de la carta encontró, el primero en décadas de crítica borgesiana, alusiones textuales en el cuento “Los teólogos” que permiten entenderlo como la lucha entre Perón y Farrell. ¿Invalida esto a las lecturas borgesianas anteriores? No. Pero sí las enriquece. ¿Hubieran sido mejores los textos de Cervantes o Borges si indicaran sus fuentes? Tampoco. O mejor dicho: al contrario, hubieran sido peores. La literatura –al menos, este tipo de literatura– no hace declaraciones de Aduana. La bruna oscuridad es uno de sus ideales estéticos. Con lo que llegamos a una segunda cuestión. Esa premeditada oscuridad no es infranqueable. Precisamente, puede hacerse luz en ella. Bolivia Construcciones es una novela que evoca numerosas veces, por muchos medios, el célebre pasaje de San 46 Pablo que se refiere al vidrio oscuro (uno de sus dos protagonistas se llama Quispe, palabra que como sustantivo común significa “vidrio” en quechua) y al llegar a ver cara a cara en el espejo de los enigmas. Uno de los placeres que repetidamente se atribuyen a la lectura literaria es del reconocimiento. Pero ese reconocimiento, que hace que se vuelva transparente lo que es opaco, resulta tanto más placentero, tanto más cognitivamente exigente, cuanto mayor es el esfuerzo por obtenerlo. Y nunca, nunca será completo. El “plagio”, tan denunciado por quienes se complacen en el sentido punitivo de esta palabra (que el jurado no utiliza en su anuncio de revocación publicado en La Nación el 8 de febrero, y menos aún en su discreta glosa del 23 de febrero, publicada en La Nación como “Carta de Lectores”), incurre en el dolo y en la pereza; busca cancelar el descubrimiento de otro texto que sin embargo está presente. Por el contrario, la alusión, la contaminación textual, la evocación de otras voces y otros ámbitos buscan ser reconocidas –pero sin proporcionar en nota al pie la solución, como si la novela fuera un didáctico cuaderno de ejercicios. De hecho, la evocación de Nada fue descubierta, y celebrada tempranamente, ya el pasado noviembre, por la crítica. El mismo hecho de que la presencia de este clásico de la novela española de posguerra haya sido señalada por un joven lector, que leyó este libro porque se lo había pasado una amiga que lo había leído en la escuela secundaria (según declara en entrevista con la revista Noticias), demuestra el carácter más bien omnipresente en el ámbito hispanohablante de un libro publicado en centenares de miles de ejemplares y que es una de las obras más traducidas de la lengua española. Que seis entrenados estudiosos de la literatura hayan ignorado su presencia en Bolivia Construcciones, no habla mal de ellos: ¿quién puede descubrir todos los textos que hay en cada texto? La comunidad de lectores y de críticos es afortunadamente muy amplia, y es conveniente no decidir en su nombre. Recibido sin alarmas, el redescubrimiento de la presencia de Nada en la novela Bolivia Construcciones obliga a una relectura, que vuelve a la novela más rica y con mayores resonancias. Hacia fuera, hacia la historia literaria, también cambia su vinculación con otras novelas, que deberán ser releídas a su vez, y que a su vez iluminarán a Bolivia Construcciones con su propia luz, no siempre oscura, aunque siempre insuficiente. Porque en la literatura argentina ya existe una novela que reescribe a Nada: es La Caída (1956), de Beatriz Guido. ¿Cómo no reencontrar, en este título que alude a la primera falta y a la expulsión del Edén, al anagramático Adán, al innominado narrador de Bolivia Construcciones? Publicado en Nación Apache, 11 de marzo de 2007 http://www.nacionapache.com.ar/archives/1567 47 6. Demoliendo otras construcciones Por Norberto Cambiasso 1- Decía James Anthony Froude -crítico por el cual Borges profesaba una justa admiración- que en cualquier cuestión sobre la que los hombres se encuentran en veredas opuestas existen tres alternativas: que los puntos de desacuerdo sean puramente especulativos y carezcan de importancia moral, que haya algún equívoco del lenguaje y ambas partes digan lo mismo con diferentes palabras, o que la verdad sea algo distinto de lo que sostienen las partes y cada uno asuma algún elemento importante que el otro tiende a ignorar u olvidar. En cualquier caso, agregaba, cierta calma y un buen temperamento son necesarios para comprender y oponernos con éxito a aquello con lo que no estamos de acuerdo. Prudente consejo que los detractores de Bolivia Construcciones desconocen por completo. De allí el ensañamiento gratuito con el que muchos fustigan la persona de su autor como si éste no fuera más que un vulgar delincuente. ¡Plagio!, aúllan los guardianes de la moral y las buenas costumbres; y su prédica adquiere las resonancias de una aristocrática señora que se siente traicionada por ese imperdonable descuido en el que por un instante -sólo por un instante- pareció recaer su diario de cabecera. Mientras tanto, la discusión se amplifica a través de blogs, periódicos y revistas, escritores y académicos. La mayoría opina con esa delectación tan propia de la idiosincrasia argentina que consiste en la deleznable voluntad de hacer leña del árbol caído. 2- Las reacciones histéricas a que dio lugar el affaire Bolivia no son desinteresadas. Bien vale la pena citar algunos ejemplos. Me enteré de la decisión del jurado de dar marcha atrás con el premio durante mis vacaciones, a través de una horrenda nota de Clarín que respiraba satisfacción por todos sus poros ante ese aparente desliz que, según la irrefrenable lógica del mercado, acarrearía el ineluctable desprestigio del premio de la competencia. Lógica ésta que La Nación-Sudamericana no podía menos que compartir. Sólo hay competencia allí donde se admiten presupuestos comunes y se aceptan reglas de juego que, la mayor parte de las veces, se contraponen a las elecciones individuales. En ese sentido, y aunque no pueda confirmarse más allá del terreno especulativo, la premura con que el jurado se arrepintió de su anterior entusiasmo parece directamente proporcional a las presiones corporativas que debe haber sufrido. Y hay que decir que fue el dictamen de ese mismo jurado el primero en adjudicarle al asunto esos sobretonos morales y jurídicos en los que se ha empantanado la discusión. “La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo”, dijeron. Y Pablo Avelluto, director editorial de Sudamericana, coronaba el asunto con una amenaza que sólo por eufemismo podría uno adjetivar como velada: "Estamos muy tristes por lo que ocurrió, pero también estamos muy orgullosos del jurado del premio y muy contentos con él y con la actitud que tomó, que, por supuesto, respaldamos totalmente. Ahora, nuestros abogados están estudiando cuáles son las medidas que tenemos que tomar ante esta situación completamente inesperada". ¿Cómo no estar orgulloso de esos corderitos que, ante la primera dificultad, dieron la espalda a una 48 novela por la que habían manifestado un desbordante frenesí y corrieron a refugiarse bajo las faldas de sus patrones? ¿Qué clase de postura podía tener en el conflicto un jurado de cinco miembros de los cuales uno es hombre de La Nación, el otro, empleado de Sudamericana, el tercero, futuro director del suplemento cultural con el que el diario de los Mitre saldrá a competir con Ñ y el cuarto, artista exclusivo del periódico en cuestión? Todos tenemos que vivir de algo y nunca es bueno morder la mano que nos da de comer. Pero convendrán conmigo en que no es ésta una gran plataforma para despacharse con sermones acerca de la ética y la honestidad intelectual. “Los lazos de esta novela con la novela clásica son firmes e imperceptibles. Son exigencias, no pavoneos, de modo que mencionarlos implica una especie de traición...”, afirmaba con sensatez uno de los jurados en octubre de 2006. Y el propio autor advertía: “En Hechos inquietantes, Wilcock tomaba una frase de una narración externa: Los egipcios adoraban a las momias, y cuidaban minuciosamente sus órganos para que funcionaran cuando fuera necesario. Wilcock reemplaza momias por adolescentes. El procedimiento es utilizado en Bolivia Construcciones, insertando la palabra bolivianos por cualquier otra palabra de aires prestigiosos: momias, argentinos o alemanes. Prefiero que aquellos que aprecian ese tipo de cosas las descubran”. 3- La exaltación, como ya es sabido, dejó paso a la perplejidad. Y se impuso la ley del menor esfuerzo, la misma que tantos le endilgan al autor para condenarlo de modo sumario. Ningún empeño por averiguar si razones estructurales, ligadas a los diferentes niveles en que discurre la novela, justificaban la elección de un procedimiento que sólo la cerril moralina de quienes se constituyen en testaferros del patrimonio ajeno pudo calificar con términos más dignos de la comisaría 25 que de cualquier discusión estética. No es este lugar para demostrar que la apropiación literaria no constituye violación alguna del trabajo ajeno, que las operaciones artísticas no son reductibles a las leyes de copyright. Cualquier lector informado de este blog conoce la plunderfonía y el sampler y sabe que el reloj de quienes levantan el dedo acusatorio atrasa varias décadas. Pero hay que mencionar la pereza intelectual de un jurado que fue incapaz de indagar las relaciones productivas entre Nada y Bolivia, prefirió jugar el juego de las lágrimas y revocó el fallo anterior sin el adecuado análisis y la extensa justificación que hubiera merecido una decisión semejante. Es cierto que no fueron sus miembros los que pronunciaron la palabra “plagio”. Pero su infortunado fallo bastó para arrojar ese manto de sospecha del que tantos otros se valieron para concluir el sucio trabajo de desprestigio. Aún a riesgo de ponerse en ridículo al seguir a rajatabla el fervor policíaco de un joven denunciante indudablemente muy mal asesorado. 49 4- Un tono más prudente se advierte en la carta de lectores de La Nación del 23 de febrero. Allí, los cinco integrantes del jurado responden a otra famosa y, por entonces inédita misiva que, con su honestidad y buena fe características, el diario recién publicaría mucho más tarde. La condena personal parece ceder el terreno a razones estéticas. Ahora resulta que el descubrimiento de la novela de Laforet debilitaría los méritos de Bolivia Construcciones. El argumento se basa en una operación espuria que tiende a reducir la noción de intertextualidad a una identificación de “fuentes de manera que sea visible para cualquier lector”. Dejemos de lado tan peculiar comprensión del concepto para no perdernos en interminables discusiones técnicas; mencionemos, sin embargo, que la Carta firmada por Jorge Panesi, Josefina Ludmer y otros intelectuales y publicada recién en marzo no menciona la palabra ni el concepto de intertextualidad. Tampoco deja de ser curioso que se apele a una suerte de populismo de salón. De repente, el jurado se convierte en el adalid del lector común. ¿Será porque un lector común tuvo a bien advertir a los cinco notables de la existencia de Nada? No dudo que el jurado sepa ser agradecido. Lo que no entiendo es por qué es jurado, si no reivindica para sí ninguna autoridad más allá de la del lector común. Hasta donde tengo noticia, ningún premio literario ha llamado nunca a un lector común, sea lo que signifique esa abstracción indemostrable, para integrar las filas de un jurado. Lo que se espera de éste es que no se haga eco fácil de una denuncia, ni convierta a una discusión literaria en un linchamiento moral. Las razones estéticas que aduce brillan por su ausencia. De lo contrario, debería haber contemplado al menos la posibilidad de que Nada refuerce, en lugar de debilitarlos, los méritos literarios de Bolivia Construcciones. La relectura forma parte de la literatura; las notas al pie, en general, corren por cuenta de los críticos antes que de los autores. De golpe, el pecado de Bruno Morales se reduce a una mera descortesía. No tuvo a bien informar al jurado de esos párrafos en cuestión. Y el jurado, que es agradecido pero no tolera la descortesía, obró en consecuencia. No fuera a ser cosa que perdiera credibilidad ante cualquier lector y éste no lo considerara más uno de los suyos. Porque ya se sabe, La Nación ha sido, es y siempre será el diario de la gente común. en http://esculpiendo.blogspot.com/2007/03/demoliendo-nuevas-construcciones.html (publicado el 18 de marzo de 2007) 50 7. Sobre el plagio Por Josefina Ludmer No comparto la idea o el mito del autor como creador y la ficción legal de un propietario de ideas y/o palabras. Creo, por el contrario, que son las corporaciones y los medios los que se benefician con estas ideas y principios. El mito del plagio (”el mal” o “el delito” en el mundo literario) puede ser invertido: los sospechosos son precisamente los que apoyan la privatización del lenguaje. Las prácticas artísticas son sociales y las ideas no son originales sino virales: se unen con otras, cambian de forma y migran a otros territorios. La propiedad intelectual nos sustrae la memoria y somete la imaginación a la ley. Antes del Iluminismo, la práctica del plagio era la práctica aceptable como difusión de ideas y escritos. Lo practicaron Shakespeare, Marlowe, Chaucer, De Quincey y muchos otros que forman parte de la tradición literaria. El derecho de autor se desarrolló originariamente en Inglaterra en el siglo XVII, no para proteger autores sino para reducir la competencia entre editores. El objetivo era reservar para los editores, perpetuamente, el derecho exclusivo de imprimir ciertos libros. La justificación, por supuesto, era que el lenguaje en literatura llevaba la marca que el autor le había impuesto y que por lo tanto era propiedad privada. Con esta mitología florecieron los derechos de autor durante el capitalismo, y establecieron el derecho legal de privatizar cualquier producto cultural, ya sean palabras, imágenes o sonidos. Como se ha dicho tantas veces, fue en los año ‘60 que Foucault, en primer lugar, y después Barthes y otros, mostraron que “la función autor” impedía la libre circulación y composición de ideas y conocimientos. Pero desde 1870 Lautréamont (como después Maiacovski durante la Revolución Rusa) defendió una poesía impersonal, escrita por todos, y sostuvo que el plagio era necesario. (Borges también lo hizo, y pensaba, a partir de Valéry, en lo que llamaba el espíritu creador de literatura.) A partir de Lautréamont las vanguardias del siglo XX, Dadá y los surrealistas, rechazaron la originalidad y postularon una práctica de reciclado y rearmado: los readymades de Duchamp y los montages con recortes de diarios de Tristan Tzara. También rechazaron la idea del “arte” como esfera separada. Pero fueron los situacionistas los que llevaron estas ideas al campo teórico, defendiendo el uso de fragmentos ya escritos (o imágenes, o películas) como medio para producir otras (nuevas) obras. Estas prácticas también incluían obras colectivas, muchas veces sin firma. Recuerdo la revista Literal en los años ‘70, donde no existía firma de autor. Desde entonces, y en esa tradición, creo que “el plagio” es simplemente un procedimiento para pensar y escribir. Hoy se postula el uso de nombres diferentes (como es común en Internet), como táctica de enfrentamiento al mito del creador y propietario. En Italia el fenómeno de Luther Blissett tuvo este sentido: muchos escritores empezaron a usar este nombre como “firma” para enfrentar la máquina editorial y mediática. Después de su “suicidio” surgió el colectivo Wu Ming (anónimo, en chino), que escribe novelas rehusando todo tipo de escrituras y enfrentando la idea de “propietarios legales” de textos. 51 Hoy, a partir de “la revolución digital”, el argumento ya no es que el autor es una ficción y que la propiedad es un robo, sino que las leyes de propiedad intelectual deben ser reformuladas. La tendencia es explorar las posibilidades del significado en lo que ya existe, más que agregar información redundante. Estamos en la era de lo recombinante: en cuerpos, géneros sexuales, textos, y culturas. Como el plagio conlleva una serie de connotaciones negativas los que exploran su uso lo han camuflado con otras palabras: ready-mades, collages, intertextos, apropiaciones. Todas estas prácticas son exploraciones en el plagio y se oponen a las doctrinas esencialistas del texto. Precisamente uno de los objetivos del plagio es restaurar la dinámica y fluidez del significado, apropiando y recombinando fragmentos de cultura. El significado de un texto deriva de sus relaciones con otros textos. Creo que toda condena de plagio (toda condena de un escritor como “delincuente” literario) es un acto reaccionario. Y si pienso en una política propia de los que escribimos, la consigna central sería que todo libro editado, como los periódicos, sea digitalizado y puesto en Internet cuando aparece, para que pueda ser leído y usado por cualquiera que pueda acceder libremente. Publicado en el suplemento Radar de Página 12 el 27 de mayo de 2007. 8. Nada que ver con otra historia Por Bruno Morales Siempre serán odiosas las palabras de un premiado, dije al recibir el Premio La NaciónSudamericana. Más aún lo advierte el premiado en el trance de explicar su libro. Mucho tiempo me llevó pensar Bolivia Construcciones, novela que narra la vida de dos inmigrantes bolivianos en la villa del Bajo Flores. Mucho más que escribirla. Como dije aquella noche del premio, hay fines y medios. El fin, que alcancé, era la donación a una ONG boliviana: el 6 de diciembre, recibido el dinero, lo entregué a ADA. La novela era el medio. A la vez, desafío: una novela de incidencia política que fuese muy literaria. Me explicaré considerando una cuestión del plan de mi novela. Antes de escribir una sola línea, yo quería que en un pasaje casi final el narrador adolescente entreviera una evasión de su vida cotidiana. Recordaba una novela que siempre me gustó, El visionario (1934) del católico Julien Green. En la primera de sus partes el protagonista vive en una villa de provincia, desde la cual ve un castillo. En la segunda, ingresa en el castillo. En la tercera, retoma su vida anterior: ignoramos si soñó la aventura, o si leyó y recreó una novela de capa y espada. Esta oposición entre mundo laboral y fantasía libresca me seducía. Sin embargo, me disgustaba que la división en partes fuera didáctica, y que la fantasía aristocrática, de algún modo, triunfase. Para mi novela, yo quería que el ingreso en la fantasía fuera gradual, menos perceptible, y que el protagonista fracasase en su evasión de lo cotidiano. 52 Comprendí que para sostener la ilusión de ese pasaje casi final, que serviría de contraste, debía crear un marco. Y que convenía elegir como referencia un texto casi obligatorio en español, de estilo llano, con infinitas ediciones, que aun el narrador protagonista pudiera llegar a leer. Un clásico que contara, además, con el encanto de la distancia. Nada (1944), de la católica Carmen Laforet, se impuso por esos y otros motivos. La narradora en esta novela, Andrea, llega de un ámbito semirrural a una ciudad gótica, Barcelona. Estudia Letras y griego, lengua en que su nombre significa “varón”. Esto terminó por decidirme. Era la novela que mi pasaje evocaría: Nada era la inversión de Adán. Que el adánico y como tal innominado narrador de mi novela anhelara perder su identidad y fundirla con la de Andrea, y fracasara, generaría, pensaba yo, algo nuevo, “rico y extraño” para aquel pasaje. No por azar, la evocación tiene lugar en una secuencia que caractericé como “impostada” (La Nación, 5 de noviembre). El protagonista está solo, sin su amigo. Vive una escena nocturna, tal vez soñada, en una novela de jornadas diurnas y laborables. El narrador se siente perdido en una villa que ya conoce. Lo familiar se torna extraño, y al revés. Por primera vez, una mujer lo besa, y ahora él la quiere salvar. Pero es una mujer de libro y no real. Concluida esa secuencia, el narrador se lava con aguas que ni lo refrescan ni lo limpian: el mundo de ensueño quedó atrás. En el capítulo siguiente, vuelve a su amigo, a los trabajos y los días. Adecuar su vida al libro que lo contaminó no ha sido posible: es esencialmente ajeno. Todo efecto de extrañeza se habría anulado si las pistas fueran fáciles, o si la intervención de Nada fuera prenunciada. Las pistas sólo valen para un lector que ya conoce Nada, no para otro. En el siglo XVIII, los novelistas filosóficos hacían que un piel roja visitara Europa para poder criticarla sin riesgo. En Bolivia Construcciones, la voz del narrador boliviano podría pasar por la única verdadera en un mundo de imposturas argentinas. También ésta revela ser una ilusión perdida cuando el lector descubre la evocación. Me he resignado a exponer lo que habría preferido que cada lector descubriese por sí mismo, para mostrar qué deliberación artística rige la composición de Bolivia Construcciones. Sujeto a ella, uno y solo uno de los instrumentos elegidos fue evocar a Nada, tercera obra más traducida de la lengua española, a lo largo de unas treinta páginas, en el contexto de una trama y ambientación autónomas. Que obras de arte planeadas y compuestas así no nos parezcan tan buenas, o ni siquiera obras de arte, es un debate legítimo, pero que conviene reservar a la crítica y al público. Darlo por concluido midiendo y pregonando de antemano cómo debe formar su opinión cada uno agravia a los lectores, cuyas capacidades se cuestionan, y acaso a la literatura. Publicado en el suplemento Radar de Página/12 el 3 de junio de 2007. 53 María Kodama vs. El hacedor (de Borges). Remake 1. Carta de protesta o cómo El hacedor (de Borges). Remake se convirtió en una novela política Hoy queremos manifestar nuestro frontal rechazo ante un hecho insólito. María Kodama, heredera de los derechos de autor de Jorge Luis Borges, ha obligado a la editorial Alfaguara a retirar del mercado El Hacedor (de Borges), Remake, la última novela de Agustín Fernández Mallo, bajo amenaza de denuncias. La obra, que contiene el nombre de Borges en su título, e incluye fragmentos y títulos de los poemas del escritor argentino en el orden original de El Hacedor, pronto se va a retirar de las librerías y dejará de existir tal y como fue concebida. A El Hacedor (de Borges). Remake no se le acusa de plagio. Se le acusa de insertar unos materiales protegidos por derechos de autor dentro de una obra original, sin contar con el debido consentimiento de su propietaria. No ha importado nada que la obra funcione como un homenaje a Borges, quien se halla tan presente que resultaría disparatado acusar a Fernández Mallo de actuar de forma deshonesta. Su supuesta falta no tiene nada que ver con el engaño, sino con haber compuesto una pieza original valiéndose de algunos fragmentos que tenían dueña; una dueña que no está dispuesta a compartirlos. ¿Cuántas obras artísticas y webs hoy en día se valen de textos, videos, imágenes o sonidos de procedencias diversas? El Hacedor (de Borges), Remake, más que como singularidad, podría tomarse como ejemplo de un procedimiento que se aplica de forma masiva en la actividad creativa de nuestros días, a través de formas que no son más que la versión actualizada de un principio rector de la cultura y el conocimiento: lo nuevo siempre se construye a través de lo viejo, y de lo ajeno. Seguir ese principio, que se halla muy por encima de legislaciones e intereses particulares, no solo es legítimo; es fundamental. La inmensa mayoría de las personas así lo comprenden, de ahí que la decisión de María Kodama sea una excepción extraordinaria. Pero incluso como excepción, resulta intolerable. En un artículo publicado en El Cultural de El Mundo, la señora Kodama, quien confiesa no haber leído El Hacedor (de Borges). Remake, dice haberse dejado guiar por su abogado, quien considera “una falta de respeto” el tributo de Fernández Mallo, por no haber pedido permiso. Imaginemos qué sería de los creadores, académicos o investigadores si, cada vez que usaran materiales prestados tuvieran que solicitar el beneplácito de sus propietarios, que se hallan amparados para denegárselo por consideraciones tan caprichosas como las de este caso. Que, de ahora en adelante, esos creadores tuvieran que valerse de lo ajeno, sin incurrir en el plagio, con un ojo puesto en la legislación, ante la amenaza de una demanda. Todos comprendemos el lugar aberrante en que se convertiría el mundo de la cultura si se generalizaran acciones como las emprendidas por Kodama, de ahí nuestra reacción. Consideramos que no existe la más mínima legitimidad moral para censurar así una obra; solo existe un defecto en una ley que nunca debería dar cabida a esta clase de abusos. Una ley anacrónica, formulada en tiempos pre-digitales y ajena a la deriva del arte contemporáneo. 54 Rogamos encarecidamente a María Kodama que reconsidere su decisión, y no se oponga a la justa difusión de El Hacedor (de Borges), Remake. Una rectificación a tiempo puede dejar en mero malentendido esta equivocación, que sería mucho más grave en el caso de perpetrarse. En las pocas horas de circulación de la noticia, la condena de escritores, editores y amantes de la literatura ha sido unánime, y deja claro que su acción va a tener exactamente el efecto contrario al que buscaba: en vez de proteger el legado de Borges, deslegitimará a quienes lo gestionan. A este respecto, hay que considerar no sólo el diseño de la portada de la novela de Fernández Mallo (un corazón dorado: una declaración de amor al maestro), sino también el efecto que ha causado ese libro: una relectura del original, El hacedor, que durante las últimas décadas ha tenido menos circulación y lecturas que otros libros más conocidos de Borges, como Ficciones o El aleph. Quienes firman aquí suscriben todo lo dicho. Quienes queráis ratificarla con vuestra firma, por favor, enviad a [email protected] una declaración mínima diciendo que suscribís todo lo dicho en ella, añadiendo vuestro nombre y, si os apetece y creéis que puede añadir algún valor a vuestra firma, vuestra ocupación. Quien lo crea conveniente, que reenvíe esta carta con el adjunto a sus contactos interesados, con el objetivo de recabar el mayor apoyo posible. El lunes añadiremos todos los nombres a la carta de protesta y le daremos difusión. FIRMAN: (en orden de recogida) Miguel Espigado / Jorge Carrión, escritor / Toni Segarra, publicista, Vicepresidente y Director Creativo de *S,C,P,F... / Silvia Vilar González, Spanish Lecturing Fellow, Duke University / Juan Villoro / Antonio Orejudo /Francisca Noguerol, profesora Titular de Literatura Hispanoamericana, Universidad de Salamanca / Rosa Montero, escritora / Rogelio Abraldes, realizador y productor audiovisual / Jessica Aliaga Lavrijsen, Doctora en Filología, traductora y editora /Ricardo Menéndez Salmón, escritor / José Vidal Valicourt, escritor / Marco Kunz, Catedrático de literatura española, Université de Lausanne, Suiza / Julia Merino / Gabi Martínez, escritor / Miguel Antonio Chávez / Antonio Rómar / Ernesto Castro Córdoba, estudiante / Joan Feliu, músico / Pascale Saravelli, músico / Alberto Olmos, escritor /Antonio J. Gil González, Profesor titular, Universidad de Santiago de Compostela /Guzmán de Yarza Blache, JL Arquitectos / Miguel Serrano Larraz / Álvaro Colomer Moreno, escritor y periodista / Andrés Neuman / Germán Sierra Paredes, Profesor de Bioquímica y escritor / Belén Gopegui / Javier García Rodríguez, escritor y Profesor de Teoría de la literatura y literatura comparada en la Universidad de Oviedo / Alberto Santamaría / Javier Avilés / Elvira Navarro, escritora / Constantino Bértolo, editor /Pere Joan, dibujante / María Angulo Egea / Iban Zaldua, escritor / Mariano Martín Rodríguez, traductor e historiador de la literatura / Max, autor de cómic e ilustrador /Ezequiel Martínez Llorente / Máximo Hernández, poeta / Sergio Gaspar / José Luis Molinuevo / Isabel Martínez Tudela, redactora publicitaria / Marc Torrell Benítez, Director Creativo y fundador de Sr. Benítez / Jorge Díaz Martínez, poeta / Miguel Dalmau Soler / Miquela Forteza Oliver, Doctora en Historia del Arte / Raúl Quinto, profesor y escritor / Laura Borràs Castanyer, Profesora de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona / Pablo García Casado, escritor /Salvador Gutiérrez Solís / Cristina Mourón Figueroa / Ángel Cerviño / María Ángeles Naval, Departamento de Literaturas Españolas e Hispánicas, Universidad de Zaragoza /Jon Bilbao, escritor y traductor / Oscar Sáenz/ Beatriz Pastor, Professor of Spanish and Comparative Literature, Dartmouth College, EEUU / Dr. Lillian Manzor, Associate Professor, Modern Languages and Literatures Director, Cuban Theater Digital Archive, University of Miami / George Yúdice, Director, Miami 55 Observatory on Communication and Creative Industries, Professor and Interim Chair, Department of Modern Languages & Literatures Professor, Center for Latin American Studies / Emili Manzano, periodista /Rafael Alomar Company / Ricardo Ramón Jarne, Director del Centro Cultural de España en Buenos Aires / Mauricio Salvador, editor y escritor / Jorge Salavert, traductor /Susana Medina, escritora / Américo Mendoza Mori, Director, Red Literaria Peruana, Investigador, Universidad de Miami, EE.UU. / Juan González Álvaro, editor / Marta Sanz, escritora / Manuel Vilas / Vicente Luis Mora, escritor y crítico literario / Óscar Esquivias, escritor / Leonardo Valencia, escritor / Antonio J. Rodríguez / Javier Moreno, lector amante de Borges, profesor y escritor / Juan Bonilla, escritor / Christine Henseler, Associate Professor of Spanish and Hispanic Studies / Paul Viejo, escritor y editor / Félix de la Concha, pintor / Gema PérezSánchez, Director of Graduate Studies, Associate Professor of Spanish Department of Modern Languages and Literatures, University of Miami / René López Villamar, crítico literario y editor de HermanoCerdo/ Ángel Erro, escritor / David Bestué, artista / Luna Miguel / Iván Humanes, abogado y escritor / Sergi de Diego Mas, administrativo y lector / Ingrid Guardiola, Profesora universitaria, gestora cultural, articulista / Pau Palacios / César Ramiro, editor y traductor / Jorge Fernández Gonzalo, poeta y ensayista / Miguel Á. Hernández Navarro, escritor y Profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia / Jane Connolly, Profesora de español, Universidad de Miami / Mario Crespo, bibliotecario y escritor /Eva Olivares Jara, higienista dental y estudiante del Grado en Lengua y Literatura Española / Julián Cañizares, escritor / Juan Carlos Chirinos, escritor / José Luis Amores Baena, economista / Carlos Feal / Antonio Alías, crítico literario e investigador del área de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Granada /Edmundo Paz Soldán, escritor / Marta Álvarez / Guille Viglione, publicitario / Pablo Gil, periodista de El Mundo / Juan Jacinto Muñoz Rengel, escritor / Fernando Iwasaki, escritor / Leonardo Aguirre, escritor / Jordi Corominas i Julián, poeta / Javier García Rodríguez, escritor y profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo / Paloma González Rubio, escritora / Marco Antonio Raya Ruiz, Terapeuta Ocupacional y escritor / Carmen Velasco, escritora y profesora / Juan Francisco Ferré, escritor / Pablo López Carballo / José Antonio Gallego Blaso, director de una sucursal bancaria / Jorge Riechmann / Pablo García-Ramos Macho / Ignacio Vidal-Folch, escritor / Raúl Minchinela Martínez, articulista y autor de Reflexiones de Repronto / Juan Carlos Méndez Guédez, escritor / Rafael Alomar, físico / Pablo Gallo, dibujante y pintor / Bruno Galindo / Jordi Costa Vila, escritor y periodista / Emilio Ruiz Mateo, periodista y gestor cultural / Jota Martínez Galiana, traductor autónomo / David Refoyo, escritor / Estíbaliz Espinosa Río, escritora / Alberto Torres Blandina / Oscar Sáenz / Sergio Chejfec / Óscar Gual Domínguez, escritor / Ezequiel Martínez Llorente /Eduardo Rega Calvo, arquitecto y doctorando activo de la Escuela Tecnica Superior de Arquitectura de Madrid / Mercedes Álvarez, escritora / Mario Cuenca Sandoval, escritor y profesor de filosofía / Elena Medel / Salvador Luis Raggio Miranda, Narrador y director de www.losnoveles.net / Enzo Maqueira, escritor y editor / Jordi Doce, escritor y editor / Roberto Valencia / Teresa I. Tejeda, Profesora de la Universidad de lengua y cultura de Pekín / Alberto Barrera Tyszka / Fernando Ángel Moreno Serrano, profesor de Teoría del lenguaje literario, Universidad Complutense de Madrid / Jorge Lago, editor de Lengua de Trapo / Fabián O. Iriarte, Prof. Adjunto - Literatura Comparada, Departamento de Lenguas Modernas, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Mar del Plata / Oliverio Coelho / Rosa Benéitez Andrés, Investigadora de la Universidad de Salamanca / Sergio Di Nucci, profesor de Literatura Francesa, Universidad de Buenos Aires / Susana Santos / Cristian Vázquez, periodista /Ernesto Escobar Ulloa, director de Canal-L y editor de The Barcelona Review / Willy McKey, 56 poeta y escritor / Fernando Varela, editor de Lengua de Trapo / Javier Vázquez Losada, abogado y escritor / Alejandra Correa / Martín Rodríguez-Gaona, poeta ensayista, traductor / Juanjo Olasagarre Mendinueta, escritor en euskara / Marc García García / Robert Juan-Cantavella / Sergi Bellver / Patricio Lenard / Ernesto Pérez Zúñiga / María Angulo Egea / Carmen Moreno / Pablo Mazo Agüero, editor de Salto de Página / Beatriz Sarlo, ensayista / Juan J. Mendoza 2. La deshacedora Sobre el juicio de Kodama a Agustín Fernández Mallo. La retirada de El hacedor (de Borges) Remake ha hecho ruido en España. POR ANDRES NEUMAN PARA REVISTA Ñ La retirada de El hacedor (de Borges) Remake, de Agustín Fernández Mallo, bajo amenaza legal de la señora Kodama y sus memoriosos abogados, ha hecho ruido en España. Se ha redactado una carta de protesta, suscrita por 200 escritores, críticos y docentes de ambas orillas. Ciertos silencios se debieron quizás a los recelos que Fernández Mallo despierta entre algunos colegas. Lástima: si había una ocasión que merecía que sus detractores y partidarios coincidiesen, era esta. La ética es más urgente que las filias y fobias. En términos legales, la editorial se equivocó al no solicitar autorización. Pero valdría la pena reflexionar sobre lo aberrante de que, por ley, resulte obligatorio pedir permiso para dialogar con un clásico. No se trataba de explotar comercialmente el texto original de Borges, sino de trabajar literariamente con él. Lo que se dirime aquí por tanto es la libertad de un procedimiento narrativo, no la legítima defensa de unos derechos de autor. ¿Deberían también críticos e investigadores, cuya labor es a veces remunerada, solicitar la venia antes de escribir sobre un autor? ¿Debieran ser represaliados si lo que dicen no agrada a sus herederos? De la carta de protesta, que firmé sin dudarlo, me parece ingenuo su énfasis en lo “actual” y “digital” del procedimiento de Fernández Mallo. El problema es más grave y más amplio: la creación a partir de obras anteriores nació con el arte mismo, es parte de él. Está en los palimpsestos grecolatinos, el arte barroco, el teatro clásico, la poesía en general, el arte pop, la novela negra. No estamos ante un mero acto de incomprensión hacia el arte contemporáneo sino, peor aún, ante un acto de incultura general. En este incidente salen perdiendo todos: el autor, cuyo libro se requisa; la editorial, cuyos intereses se dañan; Kodama, que alimenta su leyenda y nos confirma, como reconoció en Madrid, que es capaz de denunciar un libro sin siquiera leerlo; e incluso Borges, en cuyo nombre se penaliza a un escritor que lo admira. Los únicos que ganan son un par de abogados, convertidos en grotescos árbitros literarios. 57 3. La angustia de las influencias Un libro publicado en febrero en España por un joven escritor es secuestrado de las librerías en septiembre por orden de la heredera de Jorge Luis Borges. ¿Por qué? Por Guillermo Piro Tres en pugna. A la izquierda, María Kodama; en el centro, Jorge Luis Borges. A la derecha, Agustín Fernández Mallo. Ellos son los protagonistas de un affaire que desató adhesiones, comunicados y, tal vez, el despido de un editor distraído. Hay una escena interesante en Perdidos en la noche, de John Schlesinger, una película de 1969. Allí Joe Buck (Jon Voight), un cowboy de encanto ingenuo, convencido de que es la salvación de muchas mujeres solitarias y faltas de amor, conoce a Ratso Rizzo (Dustin Hoffman), un timador y ladrón de poca monta, un tullido con grandes ambiciones. Los dos personajes viven una estrecha relación en una Nueva York asfixiante. En un momento, a poco de comenzada la película, pasa algo inquietante. Ratso Rizzo, vestido con un ambo blanco, camina junto a Joe Buck por la calle, parloteando. La toma está hecha a distancia, con un teleobjetivo, lo que crea la ilusión de que los personajes caminan en el mismo sitio. Peatones tomados inadvertidamente se cruzan delante de la cámara. Al llegar a la esquina, al cruzar la calle, sucede algo que no estaba previsto en el guión: un taxi está a punto de atropellar a Dustin Hoffman. Y Hoffman, fiel discípulo de la escuela del Actors’ Studio, encara al taxista y le grita: “I’m 58 walking here!” (¡Estoy cruzando yo!), un modo significativo, o mejor dicho ejemplar, con que el personaje reclama existencia. María Kodama es como Ratso Rizzo. De tanto en tanto es ignorada, pero ella se las ingenia para reclamar su existencia. Se entiende, a nadie le gusta ser ignorado. Eso es algo que con relación a Kodama en la Argentina sabemos muy bien desde hace tiempo. Más precisamente desde la muerte de Borges, en 1986. Pero al parecer en España acaban de enterarse. Lo cierto es que, tal como lo explicitó Annick Louis en su Borges, obra y maniobra, la muerte de Borges posibilitó prácticamente la duplicación de los textos borgeanos. Me refiero a que en vida de Borges éste había prohibido que, por ejemplo, Inquisiciones integrara sus obras completas o fuera reeditado. Fue Kodama quien decidió compilar y publicar una gran batería de textos (publicados en la Revista Multicolor, o en El Hogar, por ejemplo) que Borges jamás hubiera permitido que salieran a la luz. O que incluso, si hubiera sido por él, habría llegado a tomarse el trabajo de quemar. También solemos mirar con cierta inquina su celo a veces inexplicable en el cuidado del legado del maestro. Hace poco causó gran conmoción el pase de la edición de las obras completas de Borges de la editorial Planeta a Random House Mondadori. El pase en sí nos tiene sin cuidado, pero en el caso de El hacedor, por ejemplo, sin advertencia previa, sin motivo aparente, la edición carece de una sección entera, titulada “Museo”, que incluye, entre otra media docena de textos, el epílogo al libro. En estos días María Kodama está siendo protagonista de un affaire que tiene como protagonista a un joven escritor y a una editorial española, que parecen sorprendidos por haber descubierto la existencia de una albacea literaria. El autor se llama Agustín Fernández Mallo, y la editorial, Alfaguara. Fernández Mallo es ya una joven realidad de la literatura española. Nació en La Coruña en 1967 y es licenciado en Ciencias Físicas. En 2001 publicó un libro de poemas, Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, pero es famoso por haber puesto en marcha el llamado “Proyecto Nocilla” y haber publicado su primera novela, Nocilla Dream, a la que siguieron Nocilla Experience (2008) y Nocilla Lab (2009). En cuanto a su “Proyecto Nocilla”, cabe destacar que Nocilla es la marca de una crema untable de avellanas con chocolate, de origen español, cuya realización se inspira en la marca italiana Nutella. Detalle que podría no tener importancia pero que la tiene, por lo de inspiración y por lo de copia. Resulta que Fernández, resuelto y devoto y desinformado admirador de Borges, concibió un libro titulado El hacedor (de Borges). Remake, donde de un modo un tanto insólito reproduce íntegramente, con leves cambios, el Prólogo y el Epílogo de El hacedor, sin contar un sinnúmero de citas ocultas y sin contar que cada uno de los textos que lo componen llevan el mismo título que los textos que componen el libro de Borges. La obra apareció en febrero. El mes pasado María Kodama, acción judicial mediante, hizo retirar los ejemplares de las librerías españolas. Lo que para Fernández 59 Mallo es un homenaje, para María Kodama es una falta de respeto (no aclara una falta de respeto a quién). Revuelo. Fernández Mallo aduce que “Borges fue el primero en usar las mismas técnicas de apropiación y reescritura que yo”, sin especificar dónde Borges habría usado esa técnica. Técnica que sí, en cambio, usó Miguel de Cervantes en la segunda parte del Quijote a comienzos del siglo XVII, cuando copió de cabo a rabo una de las historias de santos incluidas en La leyenda dorada de Jacopo della Voragine y la aplicó, cambiándole alguna que otra palabra, a Sancho Panza impartiendo justicia salomónica en la ínsula firme de Barataria. ¿Pero Borges? ¿Cuándo? ¿Dónde? Pero vayamos a los textos, tratando de ponernos en los zapatos de María Kodama, o mejor, en los zapatos de los abogados de María Kodama, ya que ella no parece haberse tomado el trabajo de leer el libro de Fernández Mallo. En el peor de los casos, si fuera verdad que María Kodama no leyó el libro del español, la decisión puede ser interpretada de otro modo: si ante la vista de tu libro un abogado corre presuroso a bocharlo es porque es probable que algo ilegal estés haciendo. Veamos los resultados de utilizar la herramienta Fernández Mallo. Donde Borges en El hacedor comienza diciendo “Los rumores de la plaza quedaron atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en el hipálage de Milton”, Fernández Mallo escribe: “Los rumores de la plaza quedaron atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores a la luz de las lámparas estudiosas, como en el hipálage de Milton”. No hace falta ser un abogado, ni siquiera hace falta ser Kodama, para pedir instantáneamente que se retiren los ejemplares de las librerías. Es más, si a cualquiera de nosotros nos pasara lo mismo, si nos encontráramos con líneas y líneas reproducidas literalmente por otro, probablemente no nos contentaríamos con que el libro desapareciera de las librerías y pediríamos la cabeza del escritor en cuestión –y que parezca un accidente. Las similitudes en el Prólogo siguen. Pero aparece una modificación: donde Borges menciona “el árido camello del Lunario” (refiriéndose al Lunario sentimental de Lugones), el español menciona y cita las primeras líneas de Volverás a Región, de su compatriota Juan Benet. Y luego, donde Borges cita a Virgilio, Fernández Mallo cita a Borges. Pero de inmediato vuelve a atacar la literalidad, y donde Borges dice: “Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío”, el español escribe: “Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho. Entro; cambiamos 60 unas cuantas cordiales y convencionales palabras, y le doy este libro. Si no me engaño, usted no me malquería, Borges, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío”. Las similitudes siguen en el Prólogo y en el Epílogo. En su defensa, Fernández Mallo recuerda que esa técnica (o sea recoger un legado y transformarlo: remake) es algo que en la literatura no supone mayor desconcierto para el lector. Y cita como ejemplo a Guillermo Cabrera Infante, quien (siempre en palabras de Fernández Mallo) “en su libro Exorcismos de esti(l)o, hace un remake del Epílogo de El hacedor, que titula “Epilogolipo”, en el que sólo se cambian unas cuantas palabras. Creo que es un precedente que legitima también mi obra, una especie de jurisprudencia moral”. Veamos si la herramienta de Cabrera Infante es la misma. En el Epílogo a El hacedor, Borges dice: “Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo, y que admite piezas pretéritas que no me he atrevido a enmendar, porque las escribí con otro concepto de la literatura) sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colecticia y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos y en interpolaciones”. Cabrera Infante, por su parte, escribe: “Desee Dios que lo que de monótono tiene este potpourri (que el tiempo recogió, no yo, y que incluye enxiemplos pretéritos que no quiero corregir, porque los escribí con otro concepto de lo poético) se muestre menos evidente que el disímil origen geopolítico o histórico de mis motivos”. No, lo hecho por Cabrera Infante no legitima nada. Cabrera odia a Borges. Toma su Epílogo de El hacedor y lo reproduce íntegro, pero con una salvedad: omite, “oulipianamente” (de ahí su título) todas las letras “a”, tan comunes en español, de modo que el texto de Borges resulta una parodia: Borges está ahí, pero de alguna manera ése no es Borges. La mera omisión de la letra “a” implica para Cabrera (como para Georges Perec en La disparition, donde lo que omite es la letra “e”, tan común en francés) una búsqueda creativa de sinónimos para reemplazar las opciones lexicales pretenciosas, trascendentales y lastimeras de Borges. En contraposición, la operativa de Fernández Mallo con el mismo texto arroja el siguiente resultado: “Quiera Dios que la monotonía esencial de esta miscelánea (que el tiempo ha compilado, no yo) sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas. De cuantos libros he entregado a la imprenta, ninguno, creo, es tan personal como esta colectiva y desordenada silva de varia lección, precisamente porque abunda en reflejos e interpolaciones”. Los procedimientos de Fernández Mallo y de Cabrera Infante tienen tanto que ver entre sí como un camello tiene que ver con El infinito de Leopardi. Uno huele a parodia y el otro no huele a nada. 61 Quien en cambio sí podría servir como precedente es un argentino, Juan Rodolfo Wilcock, quien en un breve relato de Hechos inquietantes utilizó la herramienta del remake. Efectivamente, Wilcock parece haber tomado un texto periodístico titulado “La desaparición de las estrellas”, y con el reemplazo de una sola palabra generó un texto nuevo titulado “La desaparición de las putas”. Claro que Wilcock escribió eso en la misma época en que Cabrera Infante escribió lo suyo, a comienzos de los 70, cuando la normativa en torno a los derechos de autor era otra. Tal vez la nota periodística era anónima, o tal vez había sido escrita por un amigo de Wilcock, o era antiquísima. No lo sé. Wilcock fue amigo de Borges y a modo de homenaje al maestro escribió un libro que es un remedo de Historia universal de la infamia titulado La sinagoga de los iconoclastas. El procedimiento de Fernández Mallo (y siempre me refiero a lo hecho con el Prólogo y el Epílogo de su libro, no al resto, que reboza creatividad e ingenio, y donde retrata a su época aludiendo a la Coca-Cola Zero, a los muñequitos de Kinder Sorpresa o a Caro diario de Nanni Moretti), recuerda más bien aquel otro, el de Daniel Omar Azetti, un argentino que en un concurso de cuentos organizado por el diario La Nación en 1997 obtuvo el primer premio con un cuento titulado “La ilusión que se escurre”, que resultó ser muy similar a “El espejo que huye”, de Giovanni Papini. Su relato era una copia casi exacta del texto del escritor florentino. “No es un plagio –dijo entonces Azetti– es una construcción intertextual.” Para luego agregar algo con palabras que se parecen mucho a las dichas por Fernández Mallo: “Soy un gran admirador de Papini y de la literatura de ciencia ficción. Uno se debe a sus maestros y ellos me protegen.” También recuerdan a Sergio Di Nucci, otro premio literario cuya obra, Bolivia construcciones, contenía una treintena de páginas copiadas de la novela Nada, de la española Carmen Laforet. Eso ocurría en 2006, y Di Nucci se defendió de un modo muy similar al de Fernández Mallo, aludiendo a un procedimiento de larga data, con prohombres como Juan Rodolfo Wilcock en sus primeras crónicas y en sus últimas novelas italianas. “Con sólo introducir una única modificación un mismo texto [Wilcock] cuenta otra historia”, decía Di Nucci. Los casos que acabo de citar sientan precedente, y el final de todos ellos fue parecido: Bolivia construcciones fue retirado de las librerías, pasó al olvido. Y sin embargo tanto Azzetti como Di Nucci tienen un halo de cretinismo y caradurez que Fernández Mallo no tiene. Cuando los abogados de Kodama hicieron retirar en septiembre los ejemplares de las librerías españolas, una carta de protesta comenzó a circular en Internet y vía mail. La carta, redactada por el escritor español Miguel Espigado, esgrimía la defensa más o menos en los mismos términos en los que trató de defenderse Fernández Mallo y concluía con un ruego a Kodama para que reconsidere su decisión. Entre los firmantes figuraban Miguel Espigado en primer lugar (de donde deducimos que fue escrita por él), 62 Sergio Di Nucci (obviamente), Juan Villoro, Rosa Montero, Andrés Neuman, Sergio Chejfec y Beatriz Sarlo, entre muchos otros. (¿Por qué Daniel Omar Azetti no firmó esa carta? ¿Qué fue de él? ¿Qué opinará de todo esto? Desde acá le mandamos un saludo.) Contemporáneamente, la editorial Alfaguara dio a conocer un comunicado escueto, donde explica que en el proceso de edición del libro jamás sospecharon “que el libro pudiera ser leído de una manera negativa contra la persona o la obra de Jorge Luis Borges”. Hacen una diferenciación entre un problema jurídico y uno estético. Ante el jurídico se rinden sin chistar, pero en el terreno estético manifiestan disconformidad con Kodama. “Una de las muchas innovaciones que Borges trajo a la literatura fue la de usar los procedimientos paródicos sobre sus propias influencias, sobre los autores que admiraba y se sentía influido. Si Borges no hubiera existido, Fernández Mallo jamás hubiera podido escribir un libro como su Remake. Justamente por ello –prosigue el comunicado– pensamos que el suyo es un gran homenaje a la persona que inventó para la literatura española este tipo de procedimientos de apropiación y juego. Borges ideó una forma de hacer literatura de la que Fernández Mallo es heredero fiel y agudo. Como sus editores, lamentamos que este libro no se hubiera entendido en esa clave.” El comunicado de Alfaguara está tan lleno de imprecisiones que parece escrito por el propio Fernández Mallo. Hay que repetir la misma pregunta hecha al principio: ¿dónde, cuándo usó Borges el procedimiento del llamado remake? Se habla de juego por primera vez en todo este affaire. Un juego lleva implícito la aceptación de ciertas reglas. Como ser pedir autorización para reproducir fragmentos de un libro. Más siendo de Borges. Más aun siendo María Kodama la heredera. ¿Cómo es posible que a nadie en la editorial Alfaguara en España se le haya cruzado por la cabeza pedir autorización para reproducir un prólogo y un epílogo enteros? Ampliemos el razonamiento. Supongamos que efectivamente Borges hubiera usado el procedimiento del remake entendido en modo peninsular. ¿Habilitaría del mismo modo al plagio el hecho de que Cervantes plagiara a un obispo genovés de fines del siglo XIII? Hace poco Jean-Luc Godard dijo algunas cosas geniales. “La propiedad intelectual no existe, estoy en contra de la herencia. Que los hijos de un artista puedan beneficiarse de los derechos de las obras de sus padres... Hasta la mayoría de edad por qué no, pero después no me resulta evidente que los hijos de Ravel se lleven dinero por los derechos del Bolero.” Es un punto de vista interesante, pero lo cierto es que hasta el mismo Godard se cuida, en el momento de recurrir a imágenes filmadas por otros, de no tomar más que células, cortos planos, no escenas enteras. Una cosa son los deseos y las aspiraciones y otra muy distinta es la realidad cotidiana, llena de abogados dispuestos a meterte la 63 mano en los bolsillos y sacarte el dinero que te ocupaste de ganar dignamente. En música la legislación relacionada con la cita parece más estricta. Uno puede libremente componer y ejecutar variaciones sobre un tema cualquiera, pero llegado el caso de que a alguien se le ocurriera transcribir más de tres compases de la obra original va a tener que pedir autorización y pagar derechos. En literatura también hay una legislación vigente, que seguramente enarbolaron los abogados de Kodama en el caso de Fernández Mallo. Entonces, suponiendo que el estereotipo del artista en las nubes funcionara y que Fernández Mallo jamás leyera los diarios y tuviera de la Argentina y de Borges y Kodama tanta noción como acerca de la vida sexual de las almejas, la pregunta es: ¿cómo es posible que a la editorial Alfaguara no se le haya ocurrido corroborar las transcripciones textuales de Borges existentes en el libro de Fernández Mallo y pedir la bendita autorización? Ese es el misterio más grande de todo este affaire. Aunque hay un dato que vuelve menos inocente al autor español: para titular su primer libro, Nocilla Dream, tomó el recaudo de pedir autorización a Nutrexpa, la empresa dueña de la marca. Godard, como casi siempre, tiene razón, pero el affaire Fernández Mallo-Kodama pone de manifiesto que existe una regulación que puede no cumplirse, pero que en ese caso no da lugar para la queja ni para las cartas de protesta. Lo que María Kodama vino a decir es que ella, nos guste o no, al igual que el Ratso Rizzo de Perdidos en la noche, existe. Aunque leyendo el libro de Fernández Mallo me temo que ni aun pidiéndole autorización hubiera accedido a la publicación de ese libro. Parece que el juego del remake no es algo que a Kodama le guste mucho. Publicado en la edición impresa del diario Perfil el 29/10/2011 64 4. Una defensa de María Kodama Publicado en El Boomeran(g), blog literario de Julio Ortega 4 Le debo a Borges la amistad de María Kodama. Los conocí a ambos en 1982, cuando visitaron la Universidad de Texas, en Austin, donde él había sido profesor visitante en 1961, y en 1968 había dictado una memorable conferencia sobre el Quijote, que finalmente recuperé y acaba de ser publicada por Claudio Pérez Míguez en Ediciones del Centro con el título propicio de Mi amigo Don Quijote. Lamentablemente, la presentación del libro, que contó con María, ha sido interrumpida por una serie de falsas imputaciones y malentendidos que me veo obligado a responder. María, hay que decirlo, es víctima de la poca fe periodística, pero no puede pasarse la vida respondiendo a las falsificaciones sentimentales de la obra de Borges, los errores de información sobre su papel de albacea de la herencia de su marido, y las agresiones que, de pronto, alguien le dirige sin concederle el derecho a réplica. La obra de Borges estuvo pésimamente editada (hay erratas hasta en la edición de Alianza Editorial), y a cuidar su larga restauración ha dedicado pasión atenta. Ha dado también batalla contra un penoso poema que se le atribuyó a Borges y circuló en el Internet hasta que, por fin, parece que ha dejado de ser observado. Gracias a la Agencia Andrew Wylie la obra borgeana está mejor editada en inglés y en francés. Borges recibía 200 dólares por una conferencia, sus derechos de autor fueron modestos, y por demás austera su vida. Sólo al final conoció cierto alivio, lo que le permitió elegir el lugar donde morir. María tuvo que dar otras largas batallas legales para que su matrimonio, que algunos pretendieron no reconocer, fuese ratificado. El juicio tomó seis años, cortes distintas y varios países. Quienes disputaban la herencia querían declarar senil a Borges, pero en cada lugar donde buscaron pruebas los desmentía su legendario ingenio vivo. Dedicó ella no pocos años, yo creo que demasiados, a refutar los errores y disparates en las biografías, memorias, usos y abusos del hombre y su nombre. Y los derechos que por fin Wylie puso en orden, los fue ella utilizando en esas batallas de amor perdidas, porque aun si las ganaba todas, los difamadores no valían la pena. Ha ido, por otra parte, comprando manuscritos de Borges, de los que hay muy pocos, aunque han ido siendo vendidos por los amigos y parientes que se quedaron con ellos, y hay quien ha ofertado hasta la corbata de Borges. Es cierto que Borges regaló algunos de sus manuscritos, que fueron ofertados, y gracias a ello la Biblioteca Nacional de Madrid atesora el original de “El Aleph,” al que he dedicado muchos años; y en Austin, en el Ramson Humanities Center, encontré “Los Rivero,” tres páginas de lo que bien pudo haber sido la única novela de Borges. Horrorizado de esa posibilidad, Borges abandonó el proyecto, según mi lectura. Seguramente de la Biblioteca saqueada de Victoria Ocampo provienen las primeras ediciones de los primeros libros de Borges, que hoy venden los anticuarios de Boston a 45 mil dólares el ejemplar. 4 URL: http://www.elboomeran.com/blog-post/483/11316/julio-ortega/una-defensa-de-maria-kodama/ 65 Hasta Bioy Casares editó o se dejó editar un Diario estrafalario de sus conversaciones con Borges, que yo leí como un prolijo acto de parricidio. Cada página dice que Borges “comió en casa,” sin reparar que ya Borges había dicho que era preciso acompañarlo a la mesa, aunque en esa casa se comía mal. Bioy fue un hombre moralmente de mal gusto; Borges estuvo hecho en la pasión ética. No, de ninguna manera el celo de María Kodama se debe a los derechos de autor, lo que sería de justicia, sino a una causa más noble. Borges le dedicó sus años más felices, ella le dedicó la vida. Uno no puede menos que agradecérselo. Extraordinariamente, sobre todo en Buenos Aires, no ha sido fácil reconocerle esa grandeza de ánimo. Y no siempre por mala fe, también por ignorancia, que primero ignora toda delicadeza. He coincidido con María en Caracas, en Nueva York, donde le hicimos un reconocimiento memorable a su trabajo fecundo, en Providence, en Rosario, en Paris, casi siempre al azar de coloquios y congresos. Nunca ha reclamado un pasaje, ni honorarios, ni derechos. A veces, con sus millas ha logrado pasar a clase preferente, como si hubiese ganado la lotería. Y siempre de buen humor travieso. He publicado una edición crítica de “El Aleph” en El Colegio de México y el mismísimo Wylie me autorizó a hacerlo, por órdenes de María, aunque no hubiesen derechos de autor. Y nadie ha cobrado una peseta por las dos ediciones artesanales que ha hecho Ediciones del Centro en Madrid. En un mundo literario donde cualquiera espera paga por reseñar libros que no ha leído, y donde no pocos duplican sueldo a costa del erario, la rara integridad de María Kodama supongo que es casi incomprensible. Espero que María me excuse el énfasis, pero estoy rompiendo una lanza. De manera que el leve escándalo desatado por algunos blogs respecto al libro de Agustín Fernández Mallo, El hacedor (de Borges), Remake (Alfaguara, 2011) anda descaminado si presume que es por dinero que María Kodama ha protestado la reapropiación ingeniosa de AFM. La idea del homenaje le gustó, lo que no le gustó es el libro. Pero tampoco viene de allí su queja. El juego de reescritura que plantea AFM es intrigante porque de antemano está condenado al fracaso: es improbable hacer otro El hacedor y, en efecto, él no lo pretende sino que ensaya lo que va del original a la copia, pasando por la glosa, la reescritura, la intervención, la reapropiación, operaciones todas que privilegian el artificio. En algunas páginas el libro logra la rara agudeza de la prosa de AFM, que convierte al texto en la huella del lenguaje de paso, en una suerte de objeto excéntrico, como un fragmento salvado de la saturación de la lectura. Aunque este no es el mejor libro de AFM, me interesó ese procedimiento y el riesgo del asedio, que felizmente culmina demostrando que es capaz de otra cosa que el catálogo algo escolar de las copias beatas. Pero no es la glosa ni la reescritura lo que descorazonó a María: es el hecho de que el libro tenga como prólogo casi el mismo prólogo de El hacedor de Borges y como epílogo buena parte del epílogo de Borges. Además, claro, de que lleve los mismos títulos de los textos de ese libro. Este marco es más literal (a lo Pierre Menard) que borgeano (formatos descentrados), y probablemente acotan la “puesta en abismo” de la textualidad borgeana; pero requerían de una advertencia gráfica (¿comillas?, ¿facsímil?, ¿otra tipografía?) y de una aclaración más explícita de las fuentes en la sección de notas, que es suficientemente prolija como para incluir la advertencia de que “todo parecido con Borges no presupone la inocencia del lector.” 66 Se lo he comentado a María, y hasta he apelado a las operaciones de traslado que Borges practicó sobre la Enciclopedia Británica a propósito de Historia universal de la infamia, tanto como he lamentado que la editorial no tuviera un lector más alerta, que hubiese propuesto al menos encomillar lo ajeno. Pero quisiera, ahora, proponer una alternativa en el espíritu compartido de la inteligencia borgeana para imaginar otro libro de AFM, en verdad ya previsto por su lucidez formal. Este nuevo libro es, claro, el mismo, sólo que lleva una página suelta, escrita por el lector, quien busca dirimir cuál es la parte de El hacedor que le toca rehacer en este debate de curiosos pertinentes. Esa página propone a la consideración de los conjurados lo siguiente: Posdata de 2012 Excusa, lector, las evidencias: si hay una frase digna de la memoria literaria no es mía, es de Borges o, como dijo él, tuya en tu lectura. Este libro es un homenaje personal a Borges, un taller de leer El hacedor, una glosa gozosa, su reescritura menardiana. Pero, sobre todo, presupone en ti la lectura del Quijote de Cervantes y de El hacedor de Borges. En verdad, la lectura de la literatura misma, esa vida imaginaria, porque todo gran libro ya no es nuestro, ni mucho menos de quien lo rehace. Es, tal vez, de quien ha pagado por él, y ya corre a que le devuelvan el derroche. Esto es, inevitablemente se pone a escribir otro tomo de la Comedia de la lectura. Por lo mismo, no te extrañe que el título de cada texto de este Remake venga directamente de El hacedor de Borges, así como el Prólogo y también el Epílogo, en buena parte. Son conjuros al empezar y al despedir tu lectura, en memoria de quien está en el recomienzo del afán de rehacerlo todo en este español que, gracias a Borges, nos ha tocado. El otro, el mismo, AFM Posdata predatada. En la tesis del Remake cabría firmar este Epílogo con cualquiera de los varios nombres del autor, pero lo puede firmar el lector que se anime a reescribirlo como otra voluta logo-excéntrica. Naturalmente, el juego sería ya una liberación de la penuria de estas polémicas, allí donde solo debería haber admiración. Si algún lector se anima a enviarnos su propio Epílogo, que sea por favor epifánico. Publicado el 01/10/2011 67 5. Fernández Mallo vs. Kodama y el ocaso de la literatura El miniescándalo en el que por estos días se han visto involucrados el poeta español Agustín Fernández Mallo y María Kodama demuestra que la literatura cada día tiene menos para decir acerca de la contemporaneidad. Una pena cuya razón habría que buscarla, a mi manera de ver, en las propiedades intrínsecas de la literatura como expresión de la burguesía, en los valores sociales del estrecho mundo de los escritores (el atrincheramiento, la endogamia, la soberbia, el snobismo) y, quizás, en el patético conformismo de los literatos, que no se corresponde para nada con el riesgo inequívoco que exige su arte. Sea como fuera, el desencuentro Fernández Mallo-Kodama pone en evidencia que los intereses de la literatura representan todo lo contrario al espíritu de una época que favorece el intercambio, la colaboración y la re-creación. Para quien no esté enterado, aquí va un resumen del episodio: Fernández Mallo, poeta fascinado por la estética del samplery adicto a la contemporaneidad, tomó El hacedor de Borges y lo reconstruyó en un libro que se llama El hacedor (de Borges), 'Remake', originalmente publicado como un prólogo. Los textos de Fernández Mallo, según El País, “reproducen los del argentino con modificaciones: donde uno habla de Lugones, Milton y la Eneida, el otro lo hace de Borges, Benet y Joy Division”. A Kodama el asunto no le gustó y a través de una demanda obligó la retirada del libro de las librerías en las que se encontraba a la venta. La polémica llevó a Fernández Mallo a distinguir entre una disputa legal (en la que se declara triste por haber molestado a Kodama, y asombrado porque nunca creyó que debía pedir permiso para homenajear a uno de sus maestros) y otra estética (donde reivindica las técnicas de apropiación y reescritura, que el propio Borges utilizó en clásicos como “Pierre Menard, autor de El Quijote”). A mí lo que menos me interesa es tomar partido por uno u otro, porque tanto en Fernández Mallo como en Kodama encuentro argumentos sensatos. Lo que veo, como telón de fondo, es a la literatura como el único arte que no permite la re-escritura, la re-creación o el remix, precisamente las instancias artísticas más creativas y reveladoras de nuestra época. Ante una cultura universal que todos podemos ver como una gran biblioteca, la creación contemporánea toma algunos volúmenes y los re-crea, como queda claro especialmente en la música y las artes visuales. La literatura, aún prisionera de cuestiones como el derecho individual a la propiedad intelectual y refractaria a cualquier tipo de apropiación que genere otros contextos y otras lecturas, se encierra en sus valores de otros tiempos y adopta ese aislamiento como una forma de resistencia. Pero el resultado es una alarmante imposibilidad de dialogar con los valores contemporáneos, en nombre de una superioridad estética y filosófica de la que carece en absoluto. Esto no significa, por supuesto, que la literatura hay muerto ni nada de eso. Simplemente es una constatación de lo que la palabra literaria ha perdido en un mundo que a los escritores les cuesta entender porque estimula valores contrarios a los que pregona su arte. Lo curioso es que para narrar el mundo hay que interesarse por él, algo que yo no veo en buena parte de la literatura contemporánea. Lo que sí encuentro 68 son solitarias charlas de escritores ante sus respectivos espejos, apolilladas performances del egocentrismo para las que los protagonistas venden entradas en forma de libros. Por suerte, el arte no empieza ni termina con la literatura, ni mucho menos con la avalancha de libros-chatarra que mes tras mes invaden las librerías. A cada disciplina le corresponde su lugar: al arte contemporáneo, la re-creación, el riesgo y la provocación (los ejemplos son muchísimos); y para la literatura contemporánea, la nostalgia, la altanería, el raro placer de quien disfruta hablando solo. Publicado por Leonardo Tarifeño el 4 de octubre de 2011 en su blog Guyazi (http://guyazi.blogspot.com.ar) 69 Síntesis Acerca de la relación entre creación artística y propiedad intelectual El texto que sigue es una carta abierta del artista plástico Alejandro Propato en la que denuncia la apropiación de su obra Arte de las playas por parte de la Asociación de Artistas Visuales de la República Argentina (AAVRA). Tras su lectura atenta (y la de los textos anteriores sobre el caso Bolivia Construcciones) escribir un artículo de opinión acerca del tema de la propiedad de la producción artística. La nota estará destinada al suplemento cultural de un diario de circulación nacional. En ella debe plantearse claramente un problema en torno de la noción de propiedad intelectual y se debe definir y defender una posición (tesis) en esta controversia. En la página 70, el diagrama que esquematiza el funcionamiento de la máquina retórica tiene por objeto orientar la planificación de este escrito (y cualquier otro de texto argumentativo). ¿Quién protege las obras de los artistas emergentes? Pie de foto: “Guardavidas Mr. Eamon Keaney sentado en la playa Grattan Road de Salthill durante la instalación de banderas del artista argentino Alejandro Propato, “Arte de las playas”, para el “Galway Arts Festival” (Tapa del -THE IRISH TIME- Dublín 17 de julio de 2003) 70 Estimados artistas convocados por la Asociación Argentina de Artistas Visuales (AAVRA) para intervenir banderas, en la Bienal del Fin del Mundo: Hace poco tiempo tomando conocimiento de que en la “Bienal del Fin del Mundo (marzo-abril 2007) “AAVRA participará con una acción que guarda una manifiesta identidad con mi obra “Arte de las Playas” les cursé una carta reclamando por la violación los derechos de propiedad intelectual de mi obra. La presidenta de AAVRA, rechazó mi carta argumentando: “Las ideas, como es sabido no están protegidas por las leyes que protegen los derechos de autor. Aunque usted hubiese concebido antes tal idea, cosa que negamos”.... Como ustedes podrán ver en la página www.artedelasplayas.com.ar inicié mi obra en el 2000, con un recorrido a lo largo de la costa Argentina, armándola en Cariló, Villa Gesell, Mar del Plata, Las Grutas, Puerto Madryn y Playa del Límite entre Chubut y Santa Cruz. En todos estos sitios fue declarada de interés cultural en 1999. En el 2003, invitado por EUNETSTAR ( EUROPEAN NETWORK OF STREET ART, organización que nuclea festivales de arte de distintos países de Europa ) armé “Arte de las Playas” en reconocidos festivales de arte público de Holanda, Bélgica, Irlanda e Inglaterra. En el 2004, cuando era conocido en el ambiente artístico que AAVRA buscaba proyectos de arte, para armar en la Patagonia, se reunieron conmigo y me propusieron, a través de su presidenta, Nora Correas, que artistas que ellos iban a convocar pintaran las banderas de mi obra. Aunque rechacé esta posibilidad, les ofrecí crear otra obra que se adaptara mejor a ese propósito. Con posterioridad, a esa reunión, no se comunicaron nuevamente. Si bien es cierto que la legislación vigente no protege las ideas, es un error considerar una obra de arte conceptual tan sólo como una idea. Por lo tanto el que quiera utilizar una obra de arte conceptual con la intención de intervenirla, reinterpretarla o rescribirla debería contar con el permiso y/o la mención al autor de la misma. Un lector comunicó al diario La Nación que había encontrado similitudes entre Bolivia construcciones (premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006) y Nada, escrita por Carmen Laforet. El autor de Bolivia construcciones declaró haber reescrito la obra Nada pero sin referenciar a la autora. El Jurado le retiró el premio considerando, entre otras cosas, lo siguiente:”La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su trabajo”. Y vaya que armar “Arte de las playas” fue, para mí, un duro trabajo. Esfuerzo del que no me arrepiento ya que dio los frutos más hermosos, en la devolución de la gente que pudo vivir mi obra. Me pregunto si AAVRA habría convocado a pintar mingitorios sin mencionar a Duchamp, o a teñir las aguas de la Bahía de Ushuaia sin la autorización y/o mención de García Uriburu. Y qué tal un Partenón de libros pintados por artistas sin el visto bueno de la Minujín. En el ámbito de la cultura, resultarían inadmisibles estas posibilidades. Todo parecería indicar que, en mi caso, por no ser un artista famoso y no frecuentar el circuito tradicional no dudan en proceder de esta impropia manera. En este marco de situación donde la comisión directiva de AAVRA y los responsables de la organización de la Bienal del Fin del Mundo se atreven a ningunear y maltratar a un artista emergente les pido, como colegas, su apoyo. 71 Este apoyo se pondría de manifiesto retirando sus obras de esta acción colectiva, con la que sus gestores pretenden ir en defensa de territorios geográficos y se olvidan de actuar con corrección en los territorios artísticos. Con el deseo y la esperanza que podamos, entre todos, cuidar de la libertad y honestidad del accionar artístico y de esta manera sumar libertad y honestidad a la sociedad toda los saluda atentamente. Alejandro Propato –escultor arquitectowww.artedelasplayas.com.ar [email protected] DNI 20617876 72 CÓMO FUNCIONA LA MÁQUINA RETÓRICA Guía para la planificación de un texto argumentativo SITUACIÓN ARGUMENTATIVA KAIROS: elegir la ocasión oportuna, el contexto espaciotemporal adecuado DECORUM: seleccionar el tono adecuado al tema, a la circunstancia y al auditorio Controversia: sobre un tema legítimo ¿Es razonable hablar de propiedad de las ideas artísticas? ¿BC es un plagio de Nada? No sería legítimo, p. ej. cuestionar que se haya premiado una novela sobre bolivianos o la inteligencia del autor de Arte en las playas. Sujeto: legitimidad para tomar la palabra quiénes y en qué medida están habilitados para opinar. Auditorio: es necesario conocer sus características, valores, principios dependerá del ámbito elegido para argumentar: (distinción entre especialistas y no especialistas) Discurso: elección del género en función del ámbito carta de lectores, ensayo crítico, etc. Finalidad: persuadir (orientar la conducta de un destinatario particular), convencer (apelar a la razón de un auditorio universal) INVENCIÓN encontrar qué decir DISPOSICIÓN ordenar lo que se ha encontrado ELOCUCIÓN ponerle palabras, adornar con las figuras 2 problemas básicos Cómo formular la quaestio 2 objetivos Cómo buscar argumentos EXORDIO Psicológico: conmover conocer al destinatario captatio benevolentiae presentación figuras Pruebas Intratécnicas Inductivas Ejemplo Deductivas Lugares Lógico: convencer presentar buenas pruebas CONFIRMATIO NARRATIO descripción hechos sentido metáfora, metonimia Extratécnicas pasajes de BC dicción (fónicas) rima, aliteración, paronomasia construcción elipsis, repeticiones, simetrías pensamiento ironía, oxymoron, paradoja 73 proposición argumentación discusión EPILOGO 74