OTRA_PRENSA_files/b.2.- El León Cecil

Anuncio
Inicio / Polémicas
«En Zimbabue no lloramos por los leones»
Un africano ridiculiza en el «New York
Times» la histeria mediática occidental
por el león Cecil
El autor del disparo que mató a Cecil está siendo linchado mediáticamente. No hace mucho un niño de 14 años fue devorado
por un león similar.
El contraste es tan bochornoso desde el punto de vista profesional como
hiriente desde el punto de vista de las realidades concernidas: los grandes medios
de comunicación del mundo están silenciando a conciencia un scoop de
primer nivel como es la serie de vídeos con cámara oculta que demuestran la
implicación de la multinacional del aborto Planned Parenthood en la venta de trozos
de niños abortados; al mismo tiempo, esos mismos medios han convertido
en culebrón del verano septentrional la muerte de un león por disparos de
un dentista, a quien se pretende poco menos que linchar por ello.
Sin necesidad de señalar ese contraste, pero sí otros igual de evidentes (se pregunta
"por qué los americanos se preocupan más de los animales africanos que de la gente
africana"), Goodwell Nzou, un estudiante de doctorado en Ciencias
Biológicas y Moleculares en la Wake Forest University en Winston-Salem
(Carolina del Norte), ha publicado en el New York Times un artículo
demoledor sobre la forma en la que se está presentando en Occidente la muerte del
león Cecil, que no tiene en cuenta la realidad decómo ven los leones en África
quienes los padecen.
Por su extraordinario interés, reproducimos el artículo en su integridad.
EN ZIMBABUE NO LLORAMOS POR LOS LEONES
Mi mente estaba absorta en el estudio de la bioquímica genética cuando los
mensajes de texto y las entradas en Facebook empezaron a distraerme.
-Lo siento por Cecil.
-¿Cecil vivía cerca de ti en Zimbabue?
¿Cecil... quién?, me preguntaba. Cuando descubro en el telediario que los mensajes
eran sobre un león que había sido cazado por un dentista americano, el niño de
aldea que aún hay en mi instintivamente se alegró: un león menos
amenazaría a familias como la mía.
Pero mi alegría se terminó cuando me di cuenta de que el asesino del león
estaba siendo retratado como el malo de la película. En ese momento me
enfrenté a la más dura contradicción cultural que he experimentado en mis cinco
años de estudio en los Estados Unidos.
¿Entienden todos esos americanos que están firmando las peticiones que los
leones matan a la gente? ¿Que todas esas grandes declaraciones sobre si Cecil
era "amado por el pueblo" o "el preferido de la gente de la localidad" no son más que
una patraña de los medios de comunicación? ¿A Jimmy Kimmel [presentador de
televisión, n.n.] el llanto le quebró la voz porque Cecil había sido asesinado o porque
lo confundía con Simba de El Rey León?
En Zimbabue, en mi aldea rodeada de reservas naturales, ningún león ha sido
amado o se le ha dado un apodo afectuoso: los leones son objeto de terror.
Cuando tenía 9 años, un león solitario merodeaba por las aldeas cercanas a
la nuestra. Después de que hubo matado a unas cuantas gallinas, a algunas cabras
y por último a una vaca, nos advirtieron de que fuéramos al colegio en grupo y de
que no jugáramos fuera de casa. Mis hermanas dejaron de ir al río a coger agua o a
lavar los platos; mi madre esperaba a que mi padre y mis hermanos mayores,
armados con machetes, hachas y lanzas, la acompañaran al bosque a buscar leña
para el fuego.
Una semana más tarde, mi madre nos explicó a mí y a nueve de mis hermanos que
su tío había sido atacado, pero que había conseguido escapar sólo con una pierna
herida. El león hizo desaparecer la vida de la aldea: nadie socializaba
alrededor del fuego por la noche, nadie se atrevía a dar un paseo hasta la casa del
vecino.
Cuando finalmente lo mataron, nadie se preocupó si quien había acabado con él era
alguien de la aldea o un cazador de trofeos blanco, si había sido cazado furtivamente
o legalmente. Bailamos y cantamos por la derrota de la aterradora bestia y
por haber salido indemnes de un serio peligro.
Recientemente, un chico de 14 años de una aldea cercana a la mía no tuvo
tanta suerte. Estaba durmiendo en los campos de su familia, como hacen los
aldeanos para proteger a las cosechas de los hipopótamos, los búfalos y los elefantes
evitando que las pisen, cuando fue atacado por un león y falleció.
El caso de Cecil tampoco ha causado mucha simpatía entre los zimbabuenses de la
ciudad, a pesar de que ellos no corren este peligro. Pocos de ellos han visto un
león: los safaris cuestan mucho dinero para la gente de un país cuyo
salario medio es de 150 dólares mensuales, por lo que no se lo pueden
permitir.
No me interpreten mal: para los zimbabuenses los animales salvajes tiene un
significado casi místico. Pertenecemos a clanes y cada clan tiene un animal totémico
como antepasado mitológico. El mío es Nzou, el elefante, y por tradición no puedo
comer la carne de elefante, pues sería como comerme la carne de un pariente. Pero
nuestro respeto por estos animales nunca nos ha impedido cazarlos o permitir que
sean cazados. (Estoy familiarizado con los animales peligrosos: perdí la pierna
derecha por la mordedura de una serpiente cuando tenía 11 años).
La tendencia americana a rodear a los animales de una aura romántica dándoles
nombres propios de persona y haciendo que dominen los hashtag de las redes
sociales ha convertido una situación habitual -más de 800 leones han sido abatidos
legalmente en el arco de una década por extranjeros ricos que han desembolsado
mucho dinero para demostrar su valentía- en lo que a mis ojos de zimbabuense
es un circo absurdo.
La PETA (People for Ethical Treatment of Animals, asociación animalista de los
EEUU, ndt) pide la horca para el cazador. Los políticos de Zimbabue acusan a los
Estados Unidos de utilizar el caso Cecil como medio para hacer quedar mal al país.
Y americanos que ni siquiera saben dónde está Zimbabue en un mapa aplauden la
petición de extradición del dentista, ignorando que un bebé elefante acaba de
ser sacrificado para celebrar el cumpleaños de nuestro presidente.
A nosotros, zimbabuenses, sólo nos queda mover la cabeza preguntándonos
sorprendidos por qué los americanos se preocupan más de los animales
africanos que de la gente africana.
Por favor, no nos digan qué tenemos que hacer con nuestros
animales cuando ustedes han permitido que se diera caza a sus linces, en el este de
Estados Unidos, hasta casi extinguir la especie. Y no lloren porque talamos nuestras
junglas cuando ustedes han transformado las suyas en junglas de cemento.
Y por favor, no me den el pésame por Cecil a no ser que me lo den también
por los aldeanos asesinados o que padecen hambre a causa de sus
hermanos, de la violencia política o de la extrema pobreza.
Descargar