Los ejidatarios del desierto en una ciudad turística Cristina Martínez Rascón* Cuando Priscilla Connolly escribió su artículo sobre el mercado de tierras ejidales en Cancún allá por el año de 1994, ella incursionó en un campo de trabajo muy prometedor en ese momento pues exponía desde la mirada amplia de los procesos sociales la suerte del campo mexicano después de las reformas al artículo 27 y el reconocimiento de un campesino/ejidatario que había dejado de ser productor en pequeña escala para convertirse en potencial agente del mercado de suelo urbano. Esto rompía la imagen tradicional del ejidatario como baluarte de la revolución mexicana y lo mostraba como agente económico aunque no siempre en condiciones de ventaja precisamente por la naturaleza de la propiedad ejidal; recordar que legalmente antes de las reformas al artículo 27 constitucional las tierras ejidales no se podían vender ni rentar. Sin embargo, ella demostró que una vez que éstas se liberaban cargaban con el estigma de tierras estatales en tanto diversas instituciones gubernamentales regulaban, como regulan hasta ahora, dichas tierras. Esto dio como resultado diversos mercados de tierras. Cancún es un centro turístico que nació con características similares a Puerto Peñasco y la comparación se antoja casi natural, pero los alcances de este resumen no pretenden desarrollar el fenómeno del mercado de suelo, el cual requiere develar la estructura, los mecanismos, y las prácticas de oferta y demanda de tierras ejidales y no ejidales, sí en cambio se proponen avanzar en una introducción de las condiciones generales del sector ejidal en la coyuntura del auge turístico en Puerto Peñasco. Como se verá más adelante, se trata de núcleos agrarios ubicados en pleno desierto con carencia de agua y programas gubernamentales para hacer producir la tierra; de tal forma que el boom turístico ofreció las condiciones para reconvertir sus tierras a suelo urbano. El que fue llamado Gran Desierto de Altar y delimitado por los actuales municipios de San Luis Río Colorado, Plutarco Elías Calles, Caborca, y Puerto Peñasco, es el escenario de los 22 ejidos pertenecientes a este último. La mayoría de éstos se crea en la década de los setenta; el resto son de los años ochenta y noventa. Gran parte fueron dotados con superficies menores a 10 mil hectáreas y el total de tierras ejidales suma 149, 535.37 hectáreas. El origen de los ejidatarios es muy diverso pues provienen de municipios colindantes como Caborca, Altar y Nogales pero también de Chihuahua, Michoacán, y Jalisco. El oficio anterior de los actuales ejidatarios fue de mecánicos, albañiles, labores del campo y cría de animales; actividades que realizaron al migrar a este lugar. Se mencionan también labores de carrocero y “de lo que saliera” en tanto se dieran las condiciones de cruzar la frontera para trabajar en Estados Unidos; en ese sentido, la búsqueda de mejores oportunidades de empleo y calidad de vida fue el motor de estos movimientos de población que incursionaron en el área rural que nos ocupa. De ahí que la organización para solicitar tierras agrícolas se dio prácticamente de manera casual y fortuita; hubo personas que radicaban en otras localidades del estado de Sonora ó estaban ocupados en la captura del camarón en Puerto Peñasco antes de convertirse en ejidatarios con derecho a la tierra. Se asegura que la creación de ejidos en los años setenta formó parte de la estrategia de recomposición ejidal que trataba de solventar los síntomas de la crisis agrícola de los años sesenta. Sin embargo, la mayor parte de la tierra repartida fue no laborable y de agostadero. Se dice que poco es lo que se conoce de la vida productiva de estos ejidos en los primeros años, pero el bajo número de población registrada a lo largo de varias décadas e incluso su despoblamiento, son evidencia de la falta de recursos naturales explotables y más aún de fuentes de agua para el desarrollo de la actividad agrícola. En la década de los noventa la ganadería en pequeña escala fue una de las pocas actividades que subsistió gracias a los agostaderos, sin embargo el descenso cada vez más significativo debido a siete años de consecutiva sequía terminó por desaparecer prácticamente la actividad. Por su parte, los intentos de siembra de algodón y otros cultivos fracasaron debido a que se trata de una actividad poco redituable y costosa entre algunos ejidos que cuentan con cierta infraestructura de riego como Los Norteños, Valle del Pinacate, y Punta Peñasco. Sin embargo, es un hecho que la escasez de agua es el elemento central de esta problemática. De allí que las actividades alternativas han sido la extracción de recursos forestales (mezquite y palofierro) y materiales para la construcción (rocas y cenizas volcánicas), además del comercio, los servicios, el turismo y la pesca. (Martínez, J.M y Moreno, J.L; 2003). Ahora bien, por lo que toca a la demanda de suelo en las áreas periféricas del núcleo urbano original, una de las propuestas oficiales de desarrollo contempla el marco construido de múltiples ciudades turísticas proyectadas en la franja costera del municipio. Nos referimos a los tres núcleos urbanos que incluyen Puerto Peñasco (Núcleo Urbano Original), la Reserva Norte, y la Pinta. Efectivamente, el territorio en el que están contempladas es de propiedad ejidal mayoritariamente lo cual no debe sorprender en tanto que la historia de expansión de las ciudades en nuestro país es así. Recientemente, el director de la Procuraduría Agraria aseguró que 103 millones de hectáreas en México, esto es el 52 por ciento del total, son de origen ejidal y comunal; pero todavía más: “ las dos terceras partes de las playas en México son definitivamente de propiedad ejidal”. (www.pa.gob.mx/ sala de prensa/entrevistas104_08.html). Bajo la lógica expuesta, es evidente que los ejidos de Puerto Peñasco figuran como el banco de tierras urbanas no solo porque no existen las condiciones de producción agrícola, tal y como se expuso en el trabajo, ni porque incumpla los principios del mercado de tierras con perspectiva campesina, sino principalmente porque se suma a la tendencia nacional de incorporar suelo ejidal a las ciudades en expansión. Solamente un milagro podría revertir este destino: el apoyo gubernamental. Lo cual dista mucho de la realidad. Resumen de la ponencia presentada en el XXXIV Simposio de Historia, del 24 al 27 de febrero de 2008. *Profesora-investigadora del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de Sonora, [email protected]