TALLER DE ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA COMUNIDAD QUE VIVE LA ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA. Espiritualidad para comunidades Lo normal es que los libros de espiritualidad cristiana estén pensados y destinados para personas particulares o, si se quiere, para individuos. A fin de cuentas, el sujeto de la perfección cristiana, según los mencionados libros, es la persona. En este sentido, se habla de la perfección de la vida espiritual, que se realiza en la caridad". Tal planteamiento es enteramente coherente, en cuanto que la espiritualidad es responsabilidad de cada persona y concierne, de manera inalienable, al ser personal. Pero hay que tener en cuenta que se trata de la espiritualidad cristiana. Y la espiritualidad cristiana consiste en la forma de vivir según el evangelio. Ahora bien, la forma de vivir el seguimiento evangélico es comunitaria. Los discípulos no siguieron a Jesús por separado, sino que lo siguieron en grupo, formando una comunidad. Para comprender todo esto más exactamente, hay que tener en cuenta, ante todo, que el ingreso en la comunidad de Jesús se efectúa a partir de la llamada al seguimiento: Jesús llama a los discípulos y estos lo dejan todo y le siguen. Es decir, se ponen a vivir con Jesús y como Jesús, o sea, a compartir su proyecto y su destino. En esto consiste esencialmente la comunidad evangélica: es un grupo de personas que conviven compartiendo el destino de Jesús. Ahora bien, el destino de Jesús consistió de hecho en la solidaridad con el pueblo, hasta sufrir y morir por ese mismo pueblo. Y esto precisamente es lo que tiene que configurar y determinar el hecho comunitario entre los cristianos. Pero está claro que compartir semejante destino supone y exige una mística muy radical de adhesión a Jesús, unas relaciones personales muy profundas, y un mismo proyecto de vida y de acción. Solamente cuando se dan estas tres cosas se puede decir que hay comunidad cristiana. Ante todo, una mística incondicional de adhesión a Jesús. Por lo que nos cuentan los evangelios, esta mística fue tan radical que llevó a los discípulos a abandonar sus familias, sus trabajos y profesiones, hasta llevar una vida más insegura y más desinstalada que las alimañas del campo (Mt 8,20 par). Evidentemente, un comportamiento de tal naturaleza no se puede dar si no brota en el sujeto una pasión tal por Jesús que antepone su relación con Jesús a cualquier otro valor en esta vida. En todo caso, aquí conviene advertir que lo determinante es la mística que se vive, la pasión interior por la persona y el destino de Jesús. La relación con la familia, el lugar de vivienda y de trabajo, son cosas que pueden variar según las circunstancias. No cabe duda que, según los evangelios de Lucas y de Juan, Marta y María eran personas muy cercanas a Jesús, es decir, que le seguían con fidelidad. Y, sin embargo, no abandonaron su casa, ni su modo normal de vida. La radicalidad evangélica no puede ser solamente para profetas itinerantes, sin casa y sin familia, sin profesión y sin medios de vida. La radicalidad evangélica es también para el laico normal, que tiene su casa y su trabajo, de tal manera que desde su situación en el mundo vive la adhesión a Jesús de forma incondicional. Lo importante es que esta adhesión a Jesús se convierta en pasión dominante, porque desde ella y en función de ella se mide y se calcula todo lo demás: la relación con el dinero y el nivel de vida, con la política y la sociedad, con los ricos y los pobres, con la religión y las instituciones, etc. Por lo demás, es importante recordar que la comunidad no se basa en la amistad común. El fundamento de la comunidad no es la amistad, sino la fe. Por supuesto, lo más lógico es que quienes se sienten vinculados a una misma comunidad compartan también una amistad común. Para terminar este apartado, baste decir que toda comunidad cristiana tiene que ser una reproducción, en la medida de lo posible, de lo que fue la comunidad de Jesús. Por lo tanto, tiene que ser un grupo de personas inspiradas y unificadas por una mística muy fuerte, la mística de la adhesión incondicional a Jesús. Un grupo de personas en el que se dan unas relaciones humanas serias y estables. Un grupo de creyentes que comparten el mismo proyecto de vida y de acción. Y finalmente un grupo humano que es, de hecho, un espacio de libertad liberadora. Naturalmente, esto es una meta hacia la que hay que tender constantemente que seguramente nunca se alcanzará perfectamente. Pero estos rasgos tienen que ser como el aire de familia de la comunidad cristiana. A partir de todo esto se tiene que describir lo que debe ser la espiritualidad de la comunidad. Toda esta manera de ver las cosas implica y exige una espiritualidad. Se trata de la espiritualidad comunitaria. Pero ya desde ahora hay que decir algo fundamental: la espiritualidad comunitaria es anterior a toda otra posible espiritualidad. Por lo tanto, antes de hablar de la espiritualidad sacerdotal, de la espiritualidad de los religiosos o de los laicos, tenemos que hablar de la espiritualidad de la comunidad. Una espiritualidad es auténtica en la medida en que es una espiritualidad comunitaria. Por consiguiente, lo prioritario en la Iglesia no es santificar individuos, sino formar comunidades. No digo que la santificación de los individuos no sea importante. Es más, todo planteamiento comunitario se tiene que vivir necesariamente desde la propia individualidad. Esto es evidente. Pero los individuos santos, por sí solos, no cubren todas las exigencias del evangelio. De hecho, Jesús no puso un despacho de dirección espiritual, para santificar individuos, sino que desde el primer momento reunió una comunidad y a ella se dedicó por entero. Porque lo que le interesaba era la comunidad. Por lo tanto, el punto de arranque de la espiritualidad cristiana es la experiencia comunitaria. El centro de la espiritualidad se ponía – y se sigue poniendo – en la perfección del sujeto. Durante mucho, los manuales de espiritualidad, en los que se afirmaba que el sujeto de la perfección cristiana es el individuo o más exactamente el alma. De donde se seguían dos consecuencias. En primer lugar, el subjetivismo: el individuo se adentraba o se adentra en su propia subjetividad, con el consiguiente peligro de perder la conexión con la realidad circundante. He visto monasterios de mojes y monjas muy preocupados y hasta obsesionados por su propia perfección y su propia observancia, mientras que ni se daban cuenta que cada mañana venían a sus puertas gentes desgraciadas a recoger lo que podían de la basura que el convento dejaba en la acera de la calle. Y la otra consecuencia de semejante planteamiento es el egocentrismo, es decir el sujeto se centra en sí mismo, en su propia perfección y en su propio adelantamiento en las vías del espíritu, con lo cual se fomentaba, sin darse cuenta, el más refinado egoísmo. Es el caso de individuos muy preocupados de su propia perfección, pero que al mismo tiempo hacen sufrir más de la cuenta a quienes les rodean. 0 el caso también de sujetos muy centrados en su propio adelantamiento espiritual, pero a los que no se les puede ni pedir un favor, ni siquiera hablarles de ciertos temas, porque son cosas que no cuadran con sus ideas y saltan como energúmenos sencillamente porque se les contraría en sus planteamientos. En el fondo, lo que falla, en estos casos, es la imagen que se tiene de Dios. No es ya el Dios que se ha dado a conocer en Jesús de Nazaret, el Dios presente en la historia y en el acontecer de los hombres, sobre todo los más pobres, sino el Dios del Olimpo, trascendente a todo lo humano y que sólo está contento cuando el hombre se sacrifica y sufre por aplacarle. Como ha observado muy bien J. A. Estrada, es el Dios «vampiro» del que habla Nietzsche, el Dios cuyo poder se basa en la miseria humana y su significado positivo contrasta con la imagen negativa del hombre. Es evidente que una espiritualidad centrada en ese Dios, no puede sino producir los efectos que acabo de apuntar. De esta manera se desemboca en el subjetivismo espiritualista: la espiritualidad concebida y practicada como falsa capa protectora, que envuelve al sujeto y lo sitúa en un mundo artificial y ficticio. Y lo peor del caso es que el sujeto no se da cuenta de que vive así y en esa situación. Por el contrario, las personas que tienen este talante y se configuran de esta manera suelen caracterizarse por una autosuficiencia y, a veces, hasta por una testarudez que las hace impermeables a cualquier influencia que venga a doblegar su estilo de vida. Por eso, en la Iglesia, se encuentra uno tantos sujetos verdaderamente pintorescos, cuya espiritualidad les ha llevado a la autosuficiencia más llamativa, incapaces de dar su brazo a torcer, y en el fondo con un soterrado desprecio hacia los demás que les hace rayar en lo patológico. Y no se diga que me estoy fijando en casos límite. Ni que estoy caricaturizando. Por desgracia, este tipo de personas abunda más de lo que nos imaginamos. Y abunda precisamente en los ambientes eclesiásticos más fundamentalistas, en ciertas instituciones y en ciertos grupos que no resulta difícil identificar. Frente a toda esta manera de ver las cosas, los evangelios nos cuentan que Jesús se situó de una manera completamente distinta en cuanto se refiere al modo de plantear la vida cristiana. Jesús ni siquiera habla de espiritualidad, ni de perfección de la vida espiritual, ni de santificación de las almas. Y no se diga que el lenguaje de aquel tiempo era distinto. No es cuestión de lenguaje, se trata de planteamientos muy fundamentales que van por caminos enteramente distintos. A Jesús le interesan las personas, en su situación concreta y en su entorno real, en sus circunstancias familiares, sociales, económicas, políticas y, por supuesto, religiosas. Y a partir de esa concreción, Jesús habla, plantea y se interesa por un tema central: el reino de Dios. En consecuencia, toda espiritualidad que pretenda estar de acuerdo con la espiritualidad de Jesús tiene que asumir como clave y explicación de todo lo demás el proyecto del reinado de Dios. Sólo de esta manera se puede superar el atolladero del subjetivismo espiritualista. Con frecuencia, en la Iglesia, se derrochan raudales de buena voluntad y de generosidad en el empeño por la propia santificación, por la propia perfección. Y lo que, en realidad, se consigue de esa manera es que las personas se concentren en sí mismas, fomentando, sin darse cuenta, el más refinado egoísmo. Solamente el anhelo, la pasión y el empeño por el reinado de Dios, que es un proyecto histórico, social y trascendente, puede darnos el realismo y la concreción que superen el peligro de subjetivismo y autoengaño que con tanta frecuencia amenazan la espiritualidad. (José María Castillo. Espiritualidad para comunidades. Ed. San Pablo. Teología siglo XXI) La comunidad, escuela de refundación. Es preciso transformar, cada vez más, nuestras comunidades en escuelas de refundación. Este reto lo asumimos si aprendemos y reaprendemos, cada día, la CONFIANZA MUTUA en contraste con una sociedad donde todo es sospecha y mentira. La escuela de la refundación tiene, como asignatura principal, podríamos decir, la reconstrucción de la confianza. Sobre esta base de la confianza nos toca ejercernos a la crítica, la autocrítica y al perdón en la fraternidad. La comunidad se transforma así en maestra de la verdad. Esta práctica de la verdad implica un ejercicio constante de análisis de la sociedad, de la realidad eclesial y de los retos que la historia nos lanza, partiendo del lugar concreto donde estamos insertos. Esta escuela de refundación nos enseñará el combinar realismo con esperanza, con una creatividad siempre renovada para cambiar el sentido de lo no cambiable y dejarnos cambiar mutuamente en todo lo que pueda transfigurarse por la inteligencia amorosa. Aprenderemos así a necesitarnos mutuamente y a renovar constantemente nuestra mirada sobre los demás, sobre nosotros mismos y el grupo, desde la misericordia, como nos lo enseña Jesús. La refundación toca a la espiritualidad, la misión, la consagración y a la comunidad. Comunidad, que no puede limitarse a la vida en común bajo el mismo techo, sino que debe ser auténtica vida fraterna de hermanos y hermanas en el Señor, unidos por una misma vocación y decididos a luchar por el Reino, a la luz de un mismo carisma. La comunidad no es un simple medio para otras cosas, por ejemplo para el apostolado, sino que ya pertenece al orden de lo escatológico, a la koinonía, al Reino de Dios. Donde están dos o tres reunidos en el nombre del Señor, allí está la presencia del Señor definitiva y absoluta, allí está el Reino, se inicia la escatología, se vive a imagen y semejanza de la Trinidad. Para recrear la experiencia y la práctica comunitaria, no basta regresar a la comunidad disciplinar clásica o la estricta observancia regular como simple ejercicio ascético y disciplinar. Es preciso reconstruir la comunidad desde sus fundamentos evangélicos: la común experiencia de fe compartida, la común celebración de la fe, la comunicación de bienes y servicios, el ministerio apostólico compartido... Salvados estos núcleos irrenunciables de la vida comunitaria, la historia nos irá revelando cuáles son las formas de vida comunitaria más eficaces para vivir en plenitud la vida fraterna, y las más significativas evangélicamente para mostrar al mundo en qué consiste el amor cristiano. Dimensión carismática y profética de la vida religiosa y, por ende, de las comunidades religiosas. Tenemos que recuperar la dimensión carismática de la vida religiosa y de nuestras comunidades. La misión esencial de la vida religiosa no es hacer muchas cosas sino ser vida religiosa, o mostrar con la propia vida personal y comunitaria en qué consiste el seguimiento radical de Cristo. Un religioso, una religiosa debería ser, antes que nada, una maestra o maestro espiritual, no para impartir clases de espiritualidad, sino para mostrar con la propia vida, en qué cosiste una vida animada por el Espíritu. Una comunidad religiosa debería ser, antes que nada, un centro, una escuela, una fuente de espiritualidad para la Iglesia y para la sociedad. No se trata de convertir las comunidades religiosas en academias de espiritualidad, sino de hacer de ellas verdaderos lugares de iniciación en la experiencia de Dios. ¡Ojalá quienes buscan a Dios pudieran encontrar alguna huella del Dios vivo en las comunidades religiosas! ¡Ojalá quienes no lo buscan se sintieran inquietados e interpelados por la mera existencia de esos grupos religiosos liminares! La vida religiosa debe recuperar la misión profética y esto pide algunos desafíos. - - - - Debemos ponernos a la escucha de la Palabra de Dios, como los profetas clásicos judeo-cristianos. Al profeta le es dirigida la palabra, y la recepción de esta supone para él una EXPERIENCIA FUNDANTE, una conmoción existencial, una llamada a la conversión. Y la llamada le llega mediada por experiencias históricas. Debe leerla desde la perspectiva de la fe, los signos de los tiempos, lo cual requiere el cultivo intenso de la dimensión mística y contemplativa, y una especial agudeza de fe para leer e interpretar lo que Dios quiere decir. Tendremos que abandonar los caminos trillados, rutinarios y convencionales, y colocarnos en los márgenes del sistema. La profecía es contracultural, es básicamente crítica. Invita al cambio, a la conversión de valores y hábitos. Esto nos pide una revisión radical de nuestras presencias y nuestras obras. Tendremos que regresar de nuevo al mundo de los pobres y de los excluidos. Esta experiencia evangélica de la pobreza está en el origen de casi todas las familias religiosas. En esta opción se juega su credibilidad evangélica. Deberemos incluir en nuestra vida, nuestra misión y nuestra espiritualidad los asuntos de la justicia y de los derechos humanos. Estos asuntos son el corazón mismo del Reino de Dios y su Justicia. PARA LA REFLEXIÓN Y EL COMPARTIR 1. En lo leído sobre “La comunidad escuela de Refundación” qué puedes rescatar para orientar a tu comunidad... 2. La comunidad debe vivir una profunda y rica Espiritualidad Apostólica Marista... a) ¿Qué rasgos potenciarías en tu comunidad para que fuera una comunidad que vive la Espiritualidad Apostólica Marista? b) ¿Qué medios se te ocurren para hacer realidad estos rasgos en este año? c) ¿Cómo te sientes frente a estos retos comunitarios? 3. Comparte estos sueños y sentimientos con tus hermanos para apoyarse mutuamente en la consecución de los mismos. SUEÑO DE UNA COMUNIDAD QUE VIVE LA EAM 1. Vive la centralidad de Dios. Dios es referente continuo de las decisiones. Su elemento transversal es el discernimiento. Practica la oración apostólica La vida comunitaria es contracultural Son seguidores de Jesús. Consagrados y animados por el Espíritu Santo. Siendo Cristo el centro, la preocupación de la comunidad es el Reino y la expresión del amor. 2. Orante. Celebra la vida, acontecimientos, luchas y penas... desde los ojos y el corazón de Dios Comparte la fe, los sentimientos, los acontecimientos con normalidad. Desarrolla la oración apostólica, con sabor a vida y centrada en la Palabra de Dios. 3. Fraterna. Espíritu de familia, sencillez en las relaciones y alegría Abierta, acogedora, Comparten la vida: lo que sienten, viven, hacen... Favorece la comunicación, la reconciliación, la confianza, se quieren como hermanos. Hay preocupación de todos por el crecimiento espiritual y humano de todos los miembros. Planifican y evalúan juntos. Acogen la realidad de cada hermano. 4. Apostólica Se organiza a partir de la misión Desarrolla el celo apostólico especialmente entre niños y jóvenes Comparte con la gente y se deja tocar por sus realidades que las hace suyas. Discierne con libertad desde los valores evangélicos. Fecunda y diversa apostólicamente pero unidos desde el ser enviados por la misma comunidad. 5. Solidaria Cercana al pueblo sencillo a quien quiere servir y desde él a todos. Opta por los pobres desde donde está. Inserta en el medio, en la cultura. Austera: viviendo de su trabajo y compartiendo con los necesitados. Se siente tocada y herida por la misericordia y la solidaridad. 6. Mariana Descubre en María un camino hacia Jesús, una compañera y una madre. Está llena de la presencia de María, Jesús y Champagnat a quienes trata de seguir creativamente 7. Eclesial Comparte la misión y espiritualidad con los laicos con quienes trabaja por el mismo Reino. Participa sencillamente de la vida de la iglesia local. 8. Comprometida en la Pastoral vocacional Todos se sienten responsables de la P.V. Se esfuerza por dar un testimonio coherente de vida Marista. Oran y actúan juntos en la pastoral vocacional. Del documento EAM. (Para la vida en comunidad) Encontramos aspectos importantes que debemos mejorar: - - Adquirir estilos de vida más sencillos, evangélicos y acogedores Abrir nuestras comunidades al entorno para sintonizar con sus necesidades y dejarnos interpelar. Escuchar el clamor de los pobres y ser solidarios con ellos. Compartir la Palabra de Dios en comunidad y hacer que el contenido de las celebraciones y de la oración de nuestra comunidad esté más de acuerdo con la vida y misión de sus miembros. Hacer que María inspire más nuestra vida y acción y sea realmente modelo y compañera de camino. (EAM 11) Ver en la comunidad, como familia unida en el nombre del Señor, una realidad teologal; espacio donde la experiencia de Dios puede alcanzar su plenitud y comunicarse a los demás (EAM 30) Para la comunidad : - - - Cada comunidad se propone progresar en el compartir la vida, los sentimientos, la misión y la fe. Cada comunidad, al elaborar el proyecto comunitario, determina caminos de renovación de la oración, tanto personal como comunitaria, de forma que se convierta en una oración apostólica, abierta a la realidad, atenta a la Palabra de Dios y solidaria con el mundo. Que la organización de la comunidad ayude al crecimiento en la fe dentro de las exigencias del trabajo apostólico de cada uno de los Hermanos (horarios, oración, encuentros...) Cada comunidad ora y comparte comunitariamente el Evangelio, las Constituciones, los documentos capitulares y los acontecimientos, con material apropiado. (EAM 37) Para la reflexión y el compartir en torno a la EAM en Comunidad. Hace 8 años nos planteábamos en el Instituto algunos retos para que en las comunidades Maristas se viviera la EAM y así nos renováramos todos los hermanos. ¿Cómo te sientes frente a estos retos, hoy? ¿Qué falta en tu comunidad para hacer realidad estos retos? ¿Qué has hecho para que en tu comunidad se creciera en ello? Hay que seguir trabajando... ¿Qué podrías hacer en este año para ayudar a seguir creciendo en EAM toda la comunidad? SUEÑO DE UNA COMUNIDAD QUE VIVE LA EAM Vive la centralidad de Dios. a. Dios es referente continuo de las decisiones. Su elemento transversal es el discernimiento. b. Practica la apostólica oración c. La vida comunitaria es contracultural d. Son seguidores de Jesús. Consagrados y animados por el Espíritu Santo. e. Siendo Cristo el centro, la preocupación de la comunidad es el Reino y la expresión del amor. Orante a. Celebra la vida, acontecimientos, luchas y penas... desde los ojos y el corazón de Dios b. Comparte la fe, los sentimientos, los acontecimientos con normalidad. c. Desarrolla la oración apostólica, con sabor a vida y centrada en la Palabra de Dios. Fraterna a. b. c. d. Espíritu de familia, sencillez en las relaciones y alegría Abierta, acogedora, Comparten la vida: lo que sienten, viven, hacen... Favorece la comunicación, la reconciliación, la confianza, se quieren como hermanos. e. Hay preocupación de todos por el crecimiento espiritual y humano de todos los miembros. f. Planifican y evalúan juntos. g. Acogen la realidad de cada hermano. Apostólica a. Se organiza a partir de la misión b. Desarrolla el celo apostólico especialmente entre niños y jóvenes c. Comparte con la gente y se deja tocar por sus realidades que las hace suyas. d. Discierne con libertad desde los valores evangélicos. e. Fecunda y diversa apostólicamente pero unidos desde el ser enviados por la misma comunidad. Solidaria a. Cercana al pueblo sencillo a quien quiere servir y desde él a todos. b. Opta por los pobres desde donde está. c. Inserta en el medio, en la cultura. d. Austera: viviendo de su trabajo y compartiendo con los necesitados. e. Se siente tocada y herida por la misericordia y la solidaridad. Mariana a. Descubre en María un camino hacia Jesús, una compañera y una madre. b. Está llena de la presencia de María, Jesús y Champagnat a quienes trata de seguir creativamente Eclesial a. Comparte la misión y espiritualidad con los laicos con quienes trabaja por el mismo Reino. b. Participa sencillamente de la vida de la iglesia local. Comprometida en la Pastoral vocacional a. Todos se sienten responsables de la P.V. b. Se esfuerza por dar un testimonio coherente de vida Marista. c. Oran y actúan juntos en la pastoral vocacional. ORACIÓN AL FINAL DEL DÍA Motivación. Llegados al final del día tomamos conciencia de la PRESENCIA DE DIOS entre nosotros y nos dirigimos a él con la confianza de hijos. Retomamos lo vivido y desde ello, lo que está quedando en el corazón, oramos al Padre que nos ama y escucha con misericordia. Tomo conciencia del día... Dios nos conoce de veras, como somos en realidad. En su presencia haz venir apaciblemente a tu espíritu los acontecimientos del día, lo reflexionado, los encuentros con tus hermanos... ¿Qué te ha llenado de gozo en este día? ¿Qué te ha dejado perplejo, con dudas o miedos? ¿Cuál es tu sentimiento más profundo ahora, al terminar la jornada? Comparte en sencillez algo de lo vivido en tu día. Agradezco al Señor, su amor... Cantamos: La bondad y el amor del Señor, duran por siempre, duran por siempre (2) ORACIÓN PARA LA REFUNDACIÓN Padre nuestro que haces nuevas todas las cosas, que seamos dóciles peregrinos hacia nuestros orígenes para que podamos beber y saborear en las fuentes, nuestra vida de hermanos y así crecer en vitalidad y en fidelidad creativa. Jesús, Señor de la vida y modelo de la encarnación, ayúdanos a vivir nuestra espiritualidad apostólica atentos a los signos de los tiempos y a los desafíos de tu Providencia. Dios Espíritu Santo, luz de la vida, fortalece nuestra fe, nuestro amor a Jesús y la pasión por el Reino, especialmente por los niños. María, ternura de Dios para la humanidad, que el hogar de Nazaret sea fuente de inspiración para ir recreando comunidades más orantes, fraternas, alegres, sencillas, abiertas y solidarias. Marcelino, hombre del sí generoso, muévenos a aceptar con audacia y esperanza el desafío de la REFUNDACIÓN. Que nos adueñemos de tus ojos, de tu corazón y de tus manos para seguir caminando con paz, pero de prisa. AMEN