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TALLER DE ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA
COMUNIDAD QUE VIVE LA ESPIRITUALIDAD APOSTÓLICA MARISTA.
Espiritualidad para comunidades
Lo normal es que los libros de espiritualidad cristiana estén pensados y destinados para
personas particulares o, si se quiere, para individuos. A fin de cuentas, el sujeto de la
perfección cristiana, según los mencionados libros, es la persona. En este sentido, se habla de
la perfección de la vida espiritual, que se realiza en la caridad". Tal planteamiento es
enteramente coherente, en cuanto que la espiritualidad es responsabilidad de cada persona y
concierne, de manera inalienable, al ser personal. Pero hay que tener en cuenta que se trata
de la espiritualidad cristiana. Y la espiritualidad cristiana consiste en la forma de vivir según el
evangelio. Ahora bien, la forma de vivir el seguimiento evangélico es comunitaria. Los
discípulos no siguieron a Jesús por separado, sino que lo siguieron en grupo, formando una
comunidad.
Para comprender todo esto más exactamente, hay que tener en cuenta, ante todo, que el
ingreso en la comunidad de Jesús se efectúa a partir de la llamada al seguimiento: Jesús llama
a los discípulos y estos lo dejan todo y le siguen. Es decir, se ponen a vivir con Jesús y como
Jesús, o sea, a compartir su proyecto y su destino. En esto consiste esencialmente la
comunidad evangélica: es un grupo de personas que conviven compartiendo el destino de
Jesús. Ahora bien, el destino de Jesús consistió de hecho en la solidaridad con el pueblo,
hasta sufrir y morir por ese mismo pueblo. Y esto precisamente es lo que tiene que configurar
y determinar el hecho comunitario entre los cristianos. Pero está claro que compartir semejante
destino supone y exige una mística muy radical de adhesión a Jesús, unas relaciones
personales muy profundas, y un mismo proyecto de vida y de acción. Solamente cuando se
dan estas tres cosas se puede decir que hay comunidad cristiana.
Ante todo, una mística incondicional de adhesión a Jesús. Por lo que nos cuentan los
evangelios, esta mística fue tan radical que llevó a los discípulos a abandonar sus familias, sus
trabajos y profesiones, hasta llevar una vida más insegura y más desinstalada que las alimañas
del campo (Mt 8,20 par). Evidentemente, un comportamiento de tal naturaleza no se puede dar
si no brota en el sujeto una pasión tal por Jesús que antepone su relación con Jesús a
cualquier otro valor en esta vida. En todo caso, aquí conviene advertir que lo determinante es
la mística que se vive, la pasión interior por la persona y el destino de Jesús. La relación con la
familia, el lugar de vivienda y de trabajo, son cosas que pueden variar según las circunstancias.
No cabe duda que, según los evangelios de Lucas y de Juan, Marta y María eran personas
muy cercanas a Jesús, es decir, que le seguían con fidelidad. Y, sin embargo, no abandonaron
su casa, ni su modo normal de vida. La radicalidad evangélica no puede ser solamente para
profetas itinerantes, sin casa y sin familia, sin profesión y sin medios de vida. La radicalidad
evangélica es también para el laico normal, que tiene su casa y su trabajo, de tal manera que
desde su situación en el mundo vive la adhesión a Jesús de forma incondicional. Lo importante
es que esta adhesión a Jesús se convierta en pasión dominante, porque desde ella y en
función de ella se mide y se calcula todo lo demás: la relación con el dinero y el nivel de vida,
con la política y la sociedad, con los ricos y los pobres, con la religión y las instituciones, etc.
Por lo demás, es importante recordar que la comunidad no se basa en la amistad común. El
fundamento de la comunidad no es la amistad, sino la fe. Por supuesto, lo más lógico es que
quienes se sienten vinculados a una misma comunidad compartan también una amistad
común.
Para terminar este apartado, baste decir que toda comunidad cristiana tiene que ser una
reproducción, en la medida de lo posible, de lo que fue la comunidad de Jesús. Por lo tanto,
tiene que ser un grupo de personas inspiradas y unificadas por una mística muy fuerte, la
mística de la adhesión incondicional a Jesús. Un grupo de personas en el que se dan unas
relaciones humanas serias y estables. Un grupo de creyentes que comparten el mismo
proyecto de vida y de acción. Y finalmente un grupo humano que es, de hecho, un espacio de
libertad liberadora.
Naturalmente, esto es una meta hacia la que hay que tender
constantemente que seguramente nunca se alcanzará perfectamente. Pero estos rasgos
tienen que ser como el aire de familia de la comunidad cristiana. A partir de todo esto se tiene
que describir lo que debe ser la espiritualidad de la comunidad.
Toda esta manera de ver las cosas implica y exige una espiritualidad. Se trata de la
espiritualidad comunitaria. Pero ya desde ahora hay que decir algo fundamental: la
espiritualidad comunitaria es anterior a toda otra posible espiritualidad. Por lo tanto, antes de
hablar de la espiritualidad sacerdotal, de la espiritualidad de los religiosos o de los laicos,
tenemos que hablar de la espiritualidad de la comunidad. Una espiritualidad es auténtica en la
medida en que es una espiritualidad comunitaria. Por consiguiente, lo prioritario en la Iglesia
no es santificar individuos, sino formar comunidades. No digo que la santificación de los
individuos no sea importante. Es más, todo planteamiento comunitario se tiene que vivir
necesariamente desde la propia individualidad. Esto es evidente. Pero los individuos santos,
por sí solos, no cubren todas las exigencias del evangelio. De hecho, Jesús no puso un
despacho de dirección espiritual, para santificar individuos, sino que desde el primer momento
reunió una comunidad y a ella se dedicó por entero. Porque lo que le interesaba era la
comunidad. Por lo tanto, el punto de arranque de la espiritualidad cristiana es la experiencia
comunitaria.
El centro de la espiritualidad se ponía – y se sigue poniendo – en la perfección del sujeto.
Durante mucho, los manuales de espiritualidad, en los que se afirmaba que el sujeto de la
perfección cristiana es el individuo o más exactamente el alma. De donde se seguían dos
consecuencias. En primer lugar, el subjetivismo: el individuo se adentraba o se adentra en su
propia subjetividad, con el consiguiente peligro de perder la conexión con la realidad
circundante. He visto monasterios de mojes y monjas muy preocupados y hasta obsesionados
por su propia perfección y su propia observancia, mientras que ni se daban cuenta que cada
mañana venían a sus puertas gentes desgraciadas a recoger lo que podían de la basura que el
convento dejaba en la acera de la calle.
Y la otra consecuencia de semejante planteamiento es el egocentrismo, es decir el sujeto se
centra en sí mismo, en su propia perfección y en su propio adelantamiento en las vías del
espíritu, con lo cual se fomentaba, sin darse cuenta, el más refinado egoísmo. Es el caso de
individuos muy preocupados de su propia perfección, pero que al mismo tiempo hacen sufrir
más de la cuenta a quienes les rodean. 0 el caso también de sujetos muy centrados en su
propio adelantamiento espiritual, pero a los que no se les puede ni pedir un favor, ni siquiera
hablarles de ciertos temas, porque son cosas que no cuadran con sus ideas y saltan como
energúmenos sencillamente porque se les contraría en sus planteamientos.
En el fondo, lo que falla, en estos casos, es la imagen que se tiene de Dios. No es ya el Dios
que se ha dado a conocer en Jesús de Nazaret, el Dios presente en la historia y en el
acontecer de los hombres, sobre todo los más pobres, sino el Dios del Olimpo, trascendente a
todo lo humano y que sólo está contento cuando el hombre se sacrifica y sufre por aplacarle.
Como ha observado muy bien J. A. Estrada, es el Dios «vampiro» del que habla Nietzsche, el
Dios cuyo poder se basa en la miseria humana y su significado positivo contrasta con la imagen
negativa del hombre. Es evidente que una espiritualidad centrada en ese Dios, no puede sino
producir los efectos que acabo de apuntar.
De esta manera se desemboca en el subjetivismo espiritualista: la espiritualidad concebida y
practicada como falsa capa protectora, que envuelve al sujeto y lo sitúa en un mundo artificial y
ficticio. Y lo peor del caso es que el sujeto no se da cuenta de que vive así y en esa situación.
Por el contrario, las personas que tienen este talante y se configuran de esta manera suelen
caracterizarse por una autosuficiencia y, a veces, hasta por una testarudez que las hace
impermeables a cualquier influencia que venga a doblegar su estilo de vida. Por eso, en la
Iglesia, se encuentra uno tantos sujetos verdaderamente pintorescos, cuya espiritualidad les ha
llevado a la autosuficiencia más llamativa, incapaces de dar su brazo a torcer, y en el fondo con
un soterrado desprecio hacia los demás que les hace rayar en lo patológico. Y no se diga que
me estoy fijando en casos límite. Ni que estoy caricaturizando. Por desgracia, este tipo de
personas abunda más de lo que nos imaginamos. Y abunda precisamente en los ambientes
eclesiásticos más fundamentalistas, en ciertas instituciones y en ciertos grupos que no resulta
difícil identificar.
Frente a toda esta manera de ver las cosas, los evangelios nos cuentan que Jesús se situó de
una manera completamente distinta en cuanto se refiere al modo de plantear la vida cristiana.
Jesús ni siquiera habla de espiritualidad, ni de perfección de la vida espiritual, ni de
santificación de las almas. Y no se diga que el lenguaje de aquel tiempo era distinto. No es
cuestión de lenguaje, se trata de planteamientos muy fundamentales que van por caminos
enteramente distintos. A Jesús le interesan las personas, en su situación concreta y en su
entorno real, en sus circunstancias familiares, sociales, económicas, políticas y, por supuesto,
religiosas. Y a partir de esa concreción, Jesús habla, plantea y se interesa por un tema central:
el reino de Dios.
En consecuencia, toda espiritualidad que pretenda estar de acuerdo con la espiritualidad de
Jesús tiene que asumir como clave y explicación de todo lo demás el proyecto del reinado de
Dios. Sólo de esta manera se puede superar el atolladero del subjetivismo espiritualista. Con
frecuencia, en la Iglesia, se derrochan raudales de buena voluntad y de generosidad en el
empeño por la propia santificación, por la propia perfección. Y lo que, en realidad, se consigue
de esa manera es que las personas se concentren en sí mismas, fomentando, sin darse
cuenta, el más refinado egoísmo. Solamente el anhelo, la pasión y el empeño por el reinado de
Dios, que es un proyecto histórico, social y trascendente, puede darnos el realismo y la
concreción que superen el peligro de subjetivismo y autoengaño que con tanta frecuencia
amenazan la espiritualidad.
(José María Castillo. Espiritualidad para comunidades. Ed. San Pablo. Teología siglo XXI)
La comunidad, escuela de refundación.
Es preciso transformar, cada vez más, nuestras comunidades en escuelas de refundación. Este
reto lo asumimos si aprendemos y reaprendemos, cada día, la CONFIANZA MUTUA en
contraste con una sociedad donde todo es sospecha y mentira. La escuela de la refundación
tiene, como asignatura principal, podríamos decir, la reconstrucción de la confianza.
Sobre esta base de la confianza nos toca ejercernos a la crítica, la autocrítica y al perdón en la
fraternidad. La comunidad se transforma así en maestra de la verdad. Esta práctica de la
verdad implica un ejercicio constante de análisis de la sociedad, de la realidad eclesial y de los
retos que la historia nos lanza, partiendo del lugar concreto donde estamos insertos.
Esta escuela de refundación nos enseñará el combinar realismo con esperanza, con una
creatividad siempre renovada para cambiar el sentido de lo no cambiable y dejarnos cambiar
mutuamente en todo lo que pueda transfigurarse por la inteligencia amorosa. Aprenderemos
así a necesitarnos mutuamente y a renovar constantemente nuestra mirada sobre los demás,
sobre nosotros mismos y el grupo, desde la misericordia, como nos lo enseña Jesús.
La refundación toca a la espiritualidad, la misión, la consagración y a la comunidad.
Comunidad, que no puede limitarse a la vida en común bajo el mismo techo, sino que debe ser
auténtica vida fraterna de hermanos y hermanas en el Señor, unidos por una misma vocación y
decididos a luchar por el Reino, a la luz de un mismo carisma. La comunidad no es un simple
medio para otras cosas, por ejemplo para el apostolado, sino que ya pertenece al orden de lo
escatológico, a la koinonía, al Reino de Dios. Donde están dos o tres reunidos en el nombre del
Señor, allí está la presencia del Señor definitiva y absoluta, allí está el Reino, se inicia la
escatología, se vive a imagen y semejanza de la Trinidad.
Para recrear la experiencia y la práctica comunitaria, no basta regresar a la comunidad
disciplinar clásica o la estricta observancia regular como simple ejercicio ascético y disciplinar.
Es preciso reconstruir la comunidad desde sus fundamentos evangélicos: la común experiencia
de fe compartida, la común celebración de la fe, la comunicación de bienes y servicios, el
ministerio apostólico compartido... Salvados estos núcleos irrenunciables de la vida
comunitaria, la historia nos irá revelando cuáles son las formas de vida comunitaria más
eficaces para vivir en plenitud la vida fraterna, y las más significativas evangélicamente para
mostrar al mundo en qué consiste el amor cristiano.
Dimensión carismática y profética de la vida religiosa y, por ende, de las
comunidades religiosas.
Tenemos que recuperar la dimensión carismática de la vida religiosa y de nuestras
comunidades. La misión esencial de la vida religiosa no es hacer muchas cosas sino ser vida
religiosa, o mostrar con la propia vida personal y comunitaria en qué consiste el seguimiento
radical de Cristo. Un religioso, una religiosa debería ser, antes que nada, una maestra o
maestro espiritual, no para impartir clases de espiritualidad, sino para mostrar con la propia
vida, en qué cosiste una vida animada por el Espíritu. Una comunidad religiosa debería ser,
antes que nada, un centro, una escuela, una fuente de espiritualidad para la Iglesia y para la
sociedad. No se trata de convertir las comunidades religiosas en academias de espiritualidad,
sino de hacer de ellas verdaderos lugares de iniciación en la experiencia de Dios. ¡Ojalá
quienes buscan a Dios pudieran encontrar alguna huella del Dios vivo en las comunidades
religiosas! ¡Ojalá quienes no lo buscan se sintieran inquietados e interpelados por la mera
existencia de esos grupos religiosos liminares!
La vida religiosa debe recuperar la misión profética y esto pide algunos desafíos.
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Debemos ponernos a la escucha de la Palabra de Dios, como los profetas clásicos
judeo-cristianos. Al profeta le es dirigida la palabra, y la recepción de esta supone para
él una EXPERIENCIA FUNDANTE, una conmoción existencial, una llamada a la
conversión. Y la llamada le llega mediada por experiencias históricas. Debe leerla desde
la perspectiva de la fe, los signos de los tiempos, lo cual requiere el cultivo intenso de la
dimensión mística y contemplativa, y una especial agudeza de fe para leer e interpretar
lo que Dios quiere decir.
Tendremos que abandonar los caminos trillados, rutinarios y convencionales, y
colocarnos en los márgenes del sistema. La profecía es contracultural, es básicamente
crítica. Invita al cambio, a la conversión de valores y hábitos. Esto nos pide una revisión
radical de nuestras presencias y nuestras obras.
Tendremos que regresar de nuevo al mundo de los pobres y de los excluidos. Esta
experiencia evangélica de la pobreza está en el origen de casi todas las familias
religiosas. En esta opción se juega su credibilidad evangélica.
Deberemos incluir en nuestra vida, nuestra misión y nuestra espiritualidad los asuntos
de la justicia y de los derechos humanos. Estos asuntos son el corazón mismo del
Reino de Dios y su Justicia.
PARA LA REFLEXIÓN Y EL COMPARTIR
1. En lo leído sobre “La comunidad escuela de Refundación” qué puedes
rescatar para orientar a tu comunidad...
2. La comunidad debe vivir una profunda y rica Espiritualidad Apostólica
Marista...
a) ¿Qué rasgos potenciarías en tu comunidad para que fuera una
comunidad que vive la Espiritualidad Apostólica Marista?
b) ¿Qué medios se te ocurren para hacer realidad estos rasgos en este
año?
c) ¿Cómo te sientes frente a estos retos comunitarios?
3. Comparte estos sueños y sentimientos con tus hermanos para apoyarse
mutuamente en la consecución de los mismos.
SUEÑO DE UNA COMUNIDAD QUE VIVE LA EAM
1. Vive la centralidad de Dios.





Dios es referente continuo de las decisiones. Su elemento transversal es el
discernimiento.
Practica la oración apostólica
La vida comunitaria es contracultural
Son seguidores de Jesús. Consagrados y animados por el Espíritu Santo.
Siendo Cristo el centro, la preocupación de la comunidad es el Reino y la
expresión del amor.
2. Orante.
 Celebra la vida, acontecimientos, luchas y penas... desde los ojos y el corazón
de Dios
 Comparte la fe, los sentimientos, los acontecimientos con normalidad.
 Desarrolla la oración apostólica, con sabor a vida y centrada en la Palabra de
Dios.
3. Fraterna.
 Espíritu de familia, sencillez en las relaciones y alegría
 Abierta, acogedora,
 Comparten la vida: lo que sienten, viven, hacen...
 Favorece la comunicación, la reconciliación, la confianza, se quieren como
hermanos.
 Hay preocupación de todos por el crecimiento espiritual y humano de todos los
miembros.
 Planifican y evalúan juntos.
 Acogen la realidad de cada hermano.
4. Apostólica
 Se organiza a partir de la misión
 Desarrolla el celo apostólico especialmente entre niños y jóvenes
 Comparte con la gente y se deja tocar por sus realidades que las hace suyas.
 Discierne con libertad desde los valores evangélicos.
 Fecunda y diversa apostólicamente pero unidos desde el ser enviados por la
misma comunidad.
5. Solidaria
 Cercana al pueblo sencillo a quien quiere servir y desde él a todos.
 Opta por los pobres desde donde está.
 Inserta en el medio, en la cultura.
 Austera: viviendo de su trabajo y compartiendo con los necesitados.
 Se siente tocada y herida por la misericordia y la solidaridad.
6. Mariana
 Descubre en María un camino hacia Jesús, una compañera y una madre.
 Está llena de la presencia de María, Jesús y Champagnat a quienes trata de
seguir creativamente
7. Eclesial
 Comparte la misión y espiritualidad con los laicos con quienes trabaja por el
mismo Reino.
 Participa sencillamente de la vida de la iglesia local.
8. Comprometida en la Pastoral vocacional
 Todos se sienten responsables de la P.V.
 Se esfuerza por dar un testimonio coherente de vida Marista.
 Oran y actúan juntos en la pastoral vocacional.
Del documento EAM. (Para la vida en comunidad)
Encontramos aspectos importantes que debemos mejorar:
-
-
Adquirir estilos de vida más sencillos, evangélicos y acogedores
Abrir nuestras comunidades al entorno para sintonizar con sus necesidades y dejarnos
interpelar.
Escuchar el clamor de los pobres y ser solidarios con ellos.
Compartir la Palabra de Dios en comunidad y hacer que el contenido de las
celebraciones y de la oración de nuestra comunidad esté más de acuerdo con la vida y
misión de sus miembros.
Hacer que María inspire más nuestra vida y acción y sea realmente modelo y
compañera de camino. (EAM 11)
Ver en la comunidad, como familia unida en el nombre del Señor, una realidad teologal;
espacio donde la experiencia de Dios puede alcanzar su plenitud y comunicarse a los
demás (EAM 30)
Para la comunidad :
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Cada comunidad se propone progresar en el compartir la vida, los sentimientos, la
misión y la fe.
Cada comunidad, al elaborar el proyecto comunitario, determina caminos de renovación
de la oración, tanto personal como comunitaria, de forma que se convierta en una
oración apostólica, abierta a la realidad, atenta a la Palabra de Dios y solidaria con el
mundo.
Que la organización de la comunidad ayude al crecimiento en la fe dentro de las
exigencias del trabajo apostólico de cada uno de los Hermanos (horarios, oración,
encuentros...)
Cada comunidad ora y comparte comunitariamente el Evangelio, las Constituciones, los
documentos capitulares y los acontecimientos, con material apropiado. (EAM 37)
Para la reflexión y el compartir en torno a la EAM en Comunidad.
Hace 8 años nos planteábamos en el Instituto algunos retos para que
en las comunidades Maristas se viviera la EAM y así nos renováramos
todos los hermanos.
¿Cómo te sientes frente a estos retos, hoy?
¿Qué falta en tu comunidad para hacer realidad estos retos?
¿Qué has hecho para que en tu comunidad se creciera en ello?
Hay que seguir trabajando...
¿Qué podrías hacer en este año para ayudar a seguir creciendo en EAM
toda la comunidad?
SUEÑO DE UNA COMUNIDAD QUE VIVE LA EAM
Vive
la centralidad de
Dios.
a. Dios
es
referente
continuo
de
las
decisiones.
Su
elemento transversal
es el discernimiento.
b. Practica la
apostólica
oración
c. La vida comunitaria es
contracultural
d. Son
seguidores
de
Jesús. Consagrados y
animados
por
el
Espíritu Santo.
e. Siendo Cristo el centro,
la preocupación de la comunidad es el Reino y la
expresión del amor.
Orante
a. Celebra
la
vida,
acontecimientos,
luchas y penas...
desde los ojos y el
corazón de Dios
b. Comparte la fe, los
sentimientos,
los
acontecimientos
con normalidad.
c.
Desarrolla la oración
apostólica,
con
sabor a vida y
centrada
en
la
Palabra de Dios.
Fraterna
a.
b.
c.
d.
Espíritu de familia, sencillez en las relaciones y alegría
Abierta, acogedora,
Comparten la vida: lo que sienten, viven, hacen...
Favorece la comunicación, la reconciliación, la confianza, se
quieren como hermanos.
e. Hay preocupación de todos por el crecimiento espiritual y
humano de todos los miembros.
f. Planifican y evalúan juntos.
g.
Acogen la realidad de cada hermano.
Apostólica
a. Se organiza a
partir
de
la
misión
b. Desarrolla
el
celo
apostólico
especialmente
entre niños y
jóvenes
c. Comparte con la
gente y se deja
tocar por sus
realidades que
las hace suyas.
d. Discierne
con
libertad desde los valores evangélicos.
e. Fecunda y diversa apostólicamente pero unidos desde
el ser enviados por la misma comunidad.
Solidaria
a.
Cercana al pueblo sencillo a
quien quiere servir y desde él a
todos.
b. Opta por los pobres desde
donde está.
c. Inserta en el medio, en la
cultura.
d. Austera: viviendo de su trabajo
y
compartiendo
con
los
necesitados.
e. Se siente tocada y herida por la
misericordia y la solidaridad.
Mariana
a. Descubre en María un camino hacia Jesús, una
compañera y una madre.
b.
Está llena de la presencia de María, Jesús y
Champagnat a quienes trata de seguir
creativamente
Eclesial
a. Comparte la misión y
espiritualidad con los
laicos con quienes
trabaja por el mismo
Reino.
b. Participa sencillamente
de la vida de la iglesia
local.
Comprometida en la Pastoral
vocacional
a. Todos se sienten responsables de la P.V.
b. Se esfuerza por dar un testimonio coherente
de vida Marista.
c. Oran y actúan juntos en la pastoral
vocacional.
ORACIÓN AL FINAL DEL DÍA
Motivación.
Llegados al final del día tomamos conciencia de la PRESENCIA DE
DIOS entre nosotros y nos dirigimos a él con la confianza de hijos.
Retomamos lo vivido y desde ello, lo que está quedando en el
corazón, oramos al Padre que nos ama y escucha con
misericordia.
Tomo conciencia del día...
Dios nos conoce de veras, como somos en realidad.
En su presencia haz venir apaciblemente a tu espíritu
los acontecimientos del día, lo reflexionado, los
encuentros con tus hermanos...
¿Qué te ha llenado de gozo en este día?
¿Qué te ha dejado perplejo, con dudas o miedos?
¿Cuál es tu sentimiento más profundo ahora, al terminar la jornada?
Comparte en sencillez algo de lo vivido en tu día.
Agradezco al Señor, su amor...
Cantamos: La bondad y el amor del Señor, duran por siempre, duran por siempre (2)
ORACIÓN PARA LA REFUNDACIÓN
Padre nuestro que haces nuevas todas las cosas,
que seamos dóciles peregrinos hacia nuestros orígenes
para que podamos beber y saborear en las fuentes,
nuestra vida de hermanos y así crecer en vitalidad y en fidelidad creativa.
Jesús, Señor de la vida y modelo de la encarnación,
ayúdanos a vivir nuestra espiritualidad apostólica
atentos a los signos de los tiempos y a los desafíos de tu Providencia.
Dios Espíritu Santo, luz de la vida, fortalece nuestra fe, nuestro amor a Jesús
y la pasión por el Reino, especialmente por los niños.
María, ternura de Dios para la humanidad,
que el hogar de Nazaret sea fuente de inspiración para ir recreando comunidades
más orantes, fraternas, alegres, sencillas, abiertas y solidarias.
Marcelino, hombre del sí generoso,
muévenos a aceptar con audacia y esperanza el desafío de la REFUNDACIÓN.
Que nos adueñemos de tus ojos, de tu corazón y de tus manos
para seguir caminando con paz, pero de prisa. AMEN
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