—VI— Un paseo a Morelos – La industria del vidrio – La política

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—VI—
Un paseo a Morelos – La industria del vidrio – La política
mexicana – La Vicepresidencia – El origen de la primera
revolución – La campaña de Madero.
Al día nos encontrábamos en la finca azucarera «Tenextepango»,
propiedad de nuestro anfitrión el señor Ignacio de la Torre y Mier.
Aquel de vosotros que haya visitado las haciendas o ingenios
de caña sabrá apreciar lo pintoresco y sugestivo del cuadro que
presenta un cañaveral en plena zafra. Entre el oro de las cañas
sazones se ve el relampagueo de las hojas de acero de los machetes
caer como rayos, segando rápidamente los tallos, para amontonarlos después en las típicas carretas tiradas por mulas, que a paso
natural llevan su dorada carga hasta la grúa y de ahí por ferrocarril hasta el trapiche, en donde las trituradoras dentadas prensan
las cañas convirtiéndolas en secos bagazos en un instante. Un
arroyo de melaza revuelta y sucia va a caer a los tanques para la
limpieza y decocción; sucesivamente, aquel jugo se convierte en
miel hirviente, después en melado ya compacto y luego en polvo
blanco desecado por aire en las turbinas que giran con velocidad
vertiginosa y por último en «marcabodo» y panes de «refinado»
que a la postre conviértense en «plata contante y sonante».
La hacienda que visité es una de las fábricas de azúcar más
productivas de la comarca, como que está dotada de maquinaria
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moderna de triple efecto y de tres nuevos trapiches: todo movido a
vapor. En pocas horas se elabora una buena cantidad de azúcar y
se consumen miles de toneladas de caña, materia prima.
Después de visitar la hermosa finca de «Tenextepango» queda una agradable sensación de contar a alguien lo que se ha visto;
se siente necesidad de rendir un homenaje a la laboriosidad, inteligencia y conocimientos aplicados a una industria productora de
primer orden.
Mas es oportuno hablar del objeto principal de aquel viaje: el
señor de la Torre había querido reunir a sus amigos más íntimos
para verificar la inauguración, que bajo la dirección técnica del
señor ingeniero don Arturo Burgoa, habíanse llevado a cabo en
terrenos de la finca de «Tenextepango».
Con el objeto de irrigar los terrenos que quedan al sur del barranco denominado «San Juan» se construyeron dos canales, el
primero lleva las aguas del río Cuautla y el segundo las de barranco de San Juan. Ambos canales se unen para formar uno solo antes
de la entrada del acueducto de mampostería y acero, que les sirve
para pasar el barranco citado.
El acueducto está formado por pilares de mampostería de piedra distantes unos de otros diez metros a contar de sus centros y
sirven para sostener un canal de acero de 3 metros 50 centímetros
de ancho, por 20 centímetros de alto, con capacidad o gasto de 6
metros cúbicos por segundo.
La altura de los pilares desde el fondo del barranco hasta el
acueducto que sostienen, es de 22 metros cada uno; y la longitud
del canal de 110 metros. La longitud de los canales hasta la fecha
de la inauguración (26 de setiembre de 1910), era de 5 220 metros,
empleándose en la construcción del acueducto y revestimiento 9
560 metros cúbicos de mampostería de piedra y habiéndose extraído 53 mil metros cúbicos de tierra.
Hasta ahora cuesta la obra, a la caja particular del señor de la
Torre y Mier, 126 612 pesos; pero esta cantidad tendrá que ser
aumentada, pues el propósito del emprendedor y progresista propietario de «Tenextepango» es continuar los trabajos para llevar a
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cabo la irrigación de la hacienda de «Huichila» para lo cual ya se
prosiguen las obras, aun cuando tienen que vencerse algunas dificultades, entre las cuales se encuentra el paso del barranco «La
Cuera», que tiene una profundidad, en un punto de su paso, de 47
metros. En dicho punto se construirá un puente colgante.
Una vez terminados estos trabajos, los canales tendrán una
longitud de 26 kilómetros y podrán regarse con sus aguas 500
hectáreas de tierra de calidad suprema, lo que costará al señor de
la Torre 268 mil pesos, cantidad que no todos los hombres de campo se resuelven a invertir de golpe en una empresa beneficiosa, no
sólo para los terrenos de la propiedad del generoso hacendado,
sino para todos los colindantes, que en vista de los resultados alcanzados, bien pronto limitarán la conducta de su predecesor.
Cuando en la República haya un millar de propietarios rurales que tengan las ideas avanzadas e inteligentes para la agricultura nacional que el señor de la Torre ha puesto en práctica, el porvenir del país estará asegurado; pues sabido es que una gran porción
de terrenos propicios a la producción están estériles por la falta del
riego benéfico que los fertilice y los ponga en aptitud de devolver,
con creces, los sacrificios hechos para su cultivo.
El acto de la inauguración de las obras, reseñadas tan a la
ligera en estas notas de viaje, revistió una solemnidad casi oficial,
pues sólo en acontecimientos de esa índole había observado un
aparato tan grandioso a la par que sencillo y conmovedor: como
que se asistía al coronamiento de una empresa agrícola de gran
trascendencia fruto del esfuerzo personal, de la energía y del espíritu progresista de un agricultor inteligente, de un hombre de tra10
bajo y de corazón, que semejante a Cincinato, abandona el dorado fausto de palacios y salones mundanos para dedicarse a las
faenas campestres que fortalecen el espíritu y enriquecen la inteligencia en el estudio de la Madre Naturaleza.
Durante el acto, un sacerdote del culto católico, revestido como
lo ordena el ritual, bendijo las obras inauguradas con todo el cere10
Lucio Quinto Cincinato, héroe nacional romano, cónsul en el 460 a. C.; fue
nombrado dictador dos veces y derrotó a los eucos; célebre por la sencillez de sus
costumbres. (N. del E.)
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monial de la Iglesia, y dio después la bendición a los sentares. Los
jornaleros y trabajadores, al inaugurarse la zafra, entonaron un
cántico religioso que llaman ellos «Alabado» y que es una plegaria
rústica llena de unción y de poesía que emociona al que la escucha
por primera vez.
La labor llevada a cabo es patriótica, porque tiende al engrandecimiento de la patria, por medio de la mayor producción agrícola.
La República Argentina debe su poderío comercial, en gran
parte a su agricultura, a la que se aplican todos los sistemas de
cultivo más modernos y científicos.
Es altruista, porque al hacer producir más a la tierra tiene que
necesitar mayor número de trabajadores que llevarán a sus hogares el pan producto de su labor. Es inteligente, porque pone de
manifiesto con la práctica la manera de centuplicar las cosechas y
da el ejemplo para que otros le sigan, imitando su actividad y resolución. Y aún, si se ve muy al fondo, hasta un cierto principio de
socialismo sano y bien entendido se encuentra en un patrón que
así aumenta sus propiedades, las mejora y las eleva, puesto que al
beneficiarse él mismo, beneficia a los operarios o trabajadores haciéndoles partícipes de sus ganancias y de su bienestar.
A la nota brillante de la concurrencia citada que desde esta
capital habíase trasladado para asistir el acto, uníase la presencia
de varias familias de la mejor sociedad de Cuautla Morelos, que
también fueron invitadas; las familias de los empleados y trabajadores de la hacienda y hasta los humildes peones de campo, pues
el señor de la Torre quiso que todos participaran de su justa y
natural satisfacción al dar cima a su importante obra.
Después de la ceremonia de la inauguración, que consistió en
abrir las compuertas de los canales para que el agua en alegre
aluvión se precipitara por los campos sedientos que parecían estremecerse al sentir su caricia cristalina, se sirvió en la hacienda
un suculento y exquisito almuerzo, al que asistieron la mayor parte de las personas que presenciaron la inauguración.
Se pronunciaron entusiásticos brindis en honor del anfitrión,
a los que contestó el señor de la Torre con la modestia y naturalidad que le caracterizan.
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Transcurrió el día en alegre conversación y en distracciones
propias del campo y, pocas horas después, obligados los compromisos de la vida de la capital, abandonamos la hermosa residencia
campestre en donde tan agradables se pasaron los instantes, que
tal parecen los días plácidos cuando se está rodeado de satisfacciones tan íntimas como las que proporciona la amistad, la galan11
tería y el talento de un anfitrión que posee el arte del savoir faire
en toda la extensión de la palabra.
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En la quinta calle de Comonfort hay una construcción que abarca
doce mil metros cuadrados y que se compone de varios salones o
departamentos, allí la casa Pellandini tiene sus talleres y almacenes de donde surte a su numerosa clientela de espejos, cristales
para vitrinas, aparadores, marcos dorados, vidrieras emplomadas,
en fin, de objetos de arte y de lujo que nada tienen que envidiar a
sus similares europeos a pesar de ser construidos en el país y por
artesanos o artistas mexicanos.
Procedimos con orden. Acompañados por un socio de la firma
Pellandini, empezamos la visita por el taller de biselado. Este departamento está provisto de piedras especiales que hacen los biseles de los cristales por operaciones sucesivas hasta dejarlos perfectamente tersos como el resto del cristal. Son como doce piedras que
van perfeccionando el bisel hasta lograr que el chaflán quede correcto y diáfano, libre de la arena que va desgastándolo. Allí se
modelan las lunas de figuras que se emplean por los espejos «arte
nuevo» del mejor gusto.
Pasamos enseguida al almacén de cristales y vidrios que importados de las mejores fábricas de Francia, Alemania y Estados
Unidos recibe la casa con un peso de ochenta toneladas de los
segundos y sesenta de los primeros, anualmente. Entre estos cristales los hay de dimensiones que parecería increíble se construyeran, pues vimos cristales de una pieza, relativamente delgados
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Savoir faire (francés), literalmente «saber hacer»; en castellano se usa tacto,
habilidad, destreza. (N. del E.)
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como de cinco a seis metros de altura por otros
tanto de ancho. Se utilizan éstos en aparadores, grandes espejos, atelier de fotografía, etc.,
y otros que tienen espesor de una pulgada
para pisos traslúcidos y tragaluces que tengan que soportar pesos fuertes, pues cada metro cuadrado de estos cristales para pisos tiene una resistencia de una tonelada. Hay otros
bloques para pisos que semejan planchas del
más puro mármol de Carrara; estos cristales
de sin igual resistencia se llaman «opalinas»
y en efecto su apariencia es también de ópalos, malaquita o de ónice, según los tonos del
Estatua de Carlos IV
jaspe que son muy variados.
Sigue después de los grandes almacenes de cristal y vidrio, en
los que hay una enorme existencia, el departamento de «plateado», que es donde los cristales ya biselados y limpios reciben el
baño de plata que les da la propiedad de reflejar fielmente las imágenes, constituyendo unos magníficos espejos tan buenos como
las mejores lunas venecianas. La preparación con que se cubre el
reverso del cristal es especialidad de la casa de cuyo sistema es
autor el señor don Claudio Pellandini, fundador del establecimiento. Es un sistema de nitratación que queda completamente fijo al
cristal y que no está sujeto a destruirse pronto, como sucede con el
procedimiento del mercurio.
A los 20 grados centígrados seca la preparación quedando
completa y firmemente adherida. De este taller ya salen los espejos
para completarlos con sus marcos de madera preciosa o dorados
exquisitamente.
Pasamos enseguida al departamento de cristales «emplomados». Éste es uno de los más interesantes que tiene la casa: desde los diseños hasta los últimos detalles de decorado están hechos
en ese taller por operarios netamente mexicanos, que con su habitual modestia trabajan empeñosamente, haciendo una labor exquisita por lo bien acabado de cada detalle. Los fragmentos de
cristal que se han cortado siguiendo el molde de papel en donde se
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trazó el dibujo, van engargolados por una
cañuela de plomo dúctil que encuadra, perfectamente, cada uno de los fragmentos formando un «todo» homogéneo que parece estar construido de una pieza. Queda la vidriera emplomada, decorada con pinturas especiales que preparan con agua, vinagre o alcohol, siendo su base mineral; el colorido
queda realzado al cocerse el cristal ya pintado, lo que se efectúa en un horno ad hoc que
a la temperatura de mil grados liquida y
amalgama de tal manera el color, que queda
realzado sobre el cristal en gemas de brillantes colores que imitan las piedras preciosas
más raras y diáfanas. Las figuras pintadas Estatua de Cuauhtémoc
quedan transparentes, luciendo sus hermosas fisonomías y sus
ropajes tratados con rasgos de verdaderos artistas, y así pueden
titularse con efecto los señores Juan Balvanera y Daniel B. Morales
que dirigen el cuerpo de pintores-decoradores del taller de pintura, a los que felicitamos de corazón, por inspiración y delicadeza
para desarrollarla produciendo hermosas obras de arte. El señor
Pellandini ha dado pruebas de su talento administrativo rodeándose de ese personal modesto y talentoso de artistas tan humildes
como competentes. Vimos entre los emplomados notables, cosas
sencillamente admirables. Una cabeza de Máter Dolorosa y un
Divino Rostro que tienen una expresión inefable de dulzura en sus
glaucos ojos hebreos: una cabeza del señor general Díaz, que respira verdad; otras cabecitas de los niños hijos del coronel don Porfirio
Díaz, animadas por el soplo de la vida con que Pigmaleón infundió su espíritu en Galatea... Silenciosos y delicados por entero,
trabajan los artistas en sus respectivas obras: el señor Morales copiaba del natural el plumaje de un pavo real que figuraba en el
centro de un biombo de cristal hermosísimo destinado a la casa de
un magnate de San Luis Potosí, mientras nos eran mostrados los
trabajos del señor Balbenera de una corrección y belleza notables.
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Salimos del taller de pintura encantados de las bellezas admiradas. Los emplomados de Pellandini no desmerecen junto a los
célebres emplomados extraburgueses, bohemios o venecianos. Lo
decimos con el orgullo de los buenos americanos que nos sentimos
satisfechos con el progreso de nuestras industrias. Merece un sincero parabién el progresista industrial por sus artísticas vidrieras
emplomadas.
Vimos después una colección de vitrinas montadas en marcos de acero, de las que hace poco poseyó al museo de San Juan
Teotihuacán y el Museo Nacional en sus departamentos de
arqueología.
Luego contemplamos un hermoso plafond de cuatrocientos
metros que en la actualidad se construye en la casa para un particular de Monterrey. Es una obra de arte y de indiscutible mérito.
Enseguida se nos mostró una colección de letreros en colores y oro,
de un trabajo irreprochable, unos cristales esmerilados por medio
de un sistema sencillísimo y barato; se le pone una capa de cola y al
secarse al sol se deshunde ésta, quedando el cristal grabado con
diferentes labores. Vimos los grandes vidrios despulidos, las bellas axinitas de diversos matices, los cristales transparentes que en
una despulida sencilla quedan convertidos en otros por un sistema de aire, compuesto de un ventilador eléctrico de gran potencia
que hace pasar a otros aparatos que constituyen la máquina para
cavar y apagar el vidrio, respetando únicamente la parte cubierta
con unas líneas de papel especial que al desprenderse quedan
transparentes y el fondo es cubierto, opaco o grabado.
Sucesivamente pasamos por los departamentos de tallado en
nogal, dorado y plateado, niquelado y bronceado de diversos matices, herrería, carpintería, cuños eléctricos para aplicar los metales, máquinas de hacer viruta para empaque, lo que es de una gran
utilidad para la casa por el ahorro que se obtiene, máquina para
hacer mástique, que puede elaborar en diez horas 1 500 kilos de
aquel artículo; almacén de papel tapiz, en el que hay una existencia de más de medio millón de rollos de papel y salón de exposición, en donde se exhibe la mercancía importada de Francia, Italia
y Alemania.
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En el taller de doraduría pudimos admirar las filigranas que
tallan en la madera los inteligentes artífices, los dibujos de ornato
que rematan los «copones» de los marcos para pinturas, espejos y
jardineras; los modelos en miniatura de éstas y de biombos que son
verdaderas joyas de ornato finísimo y la paciencia y talento de los
que trabajan milagrosamente aquello.
En la herrería vimos hacer los tubos de acero y preparar los
trabajos de la urdimbre de las marquesinas, tragaluces y ventanales para iglesias; en el taller de niquelado pudimos observar las
operaciones preliminares para el chapado del acero o del latón,
operación que efectúa una rueda con roldana de cuero girando
vertiginosamente sobre la varilla que se trata de niquelar, siendo
después lavada y bruñida aquéllas hasta adquirir la tersura y limpieza necesarias.
Y por último, en el salón de exposición, quedamos gratamente
sorprendidos de ver allí reunidos los objetos más lindos de arte
estatuario italiano en pequeñas figurillas estilo Tanagra, en
pedestales esbeltos de alabastro y mármol, jarroncitos de pórfido,
bustos de mármol, porcelana y terracota; modelos de dibujo anatómico en yeso, mueblecillos dorados, marcos, espejos colosales de
variadas figuras, tapices gobelinos, cuadros de arte y otra infinidad de objetos que sería prolijo enumerar y que forman el más
armonioso conjunto de riqueza, elegancia y arte moderno.
El salón está literalmente lleno de esos valiosos artículos y
mide como unos 40 metros de largo por 10 de ancho, así es que las
existencias allí exhibidas valen un capital.
Después de pasar aprisa por los departamentos de fotografía,
horno para cocer el cristal, dibujo, etc., salimos de los talleres a los
amplios patios donde se nota una limpieza y un aseo completos;
los trabajadores, encerrados en sus respectivos talleres, empezaban a poblar los extensos ambulatorios; después de las seis de la
tarde y en nutridos grupos se dirigieron al despacho a cobrar sus
salarios. Ahí tomé algunos datos que dan la idea total de la importancia de esta magna factoría, al ver que hubo artesano que alcanzase un jornal semanal de 40 pesos y un pintor el de 54 pesos,
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siendo el promedio de las rayas [salarios] semanales entre dos y
diez pesos al día, o sea 12 a 60 pesos semanales.
El número de operarios que ocupa la casa pasa de cuatrocientos; los empleados superiores, maestros de taller y artistas son como
cincuenta entre los de los talleres y el almacén que tiene la casa en
la calle de San Francisco; el capital social que gira la casa es uno de
los más respetables del comercio de México y el más importante
entre sus competidores, que son muy escasos.
Tal es la primera casa mexicana de doraduría, artes, espejos y
otros artículos que, habiendo comenzado en un humilde zaguán
de la calle del Espíritu Santo, en donde se estableció el señor
Pellandini que llegó a México el año de 1839 sin más capital que
sus conocimientos, energía y buena voluntad para trabajar, ha progresado enormemente en el tiempo que lleva de establecida, siendo
también la primera que ha extendido sus operaciones a Centro y
Sudamérica, para la que trabaja constantemente.
Al consignar entre mis memorias esta visita, me es grato rendir un tributo de justicia a los señores Pellandini, que han logrado
elevar tan alto su establecimiento, siguiendo el ejemplo del laborioso fundador, uno de los decanos del comercio mexicano.
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Cuando en el mes de abril de 1910 empezáronse las primeras campañas electorales, en el norte de la República surgió la candidatura del general don Bernardino Reyes, divisionario del ejército, para
Vicepresidente de la República. Todo el país, en general, estaba
conforme con la quinta reelección para la presidencia del señor
general Díaz; pero el elemento pesante, el criterio previsor, estaba
intranquilo por primera vez, desde que el caudillo de la guerra
había fomentado la paz con 25 luengos años de gobierno, de sabia
e inteligente administración. En efecto, en todos los labios había
una interrogación palpitante. «Muerto el general Díaz, por ley ineludible de la naturaleza, ¿quién es el llamado a sustituirle en la
silla presidencial?»
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Una ley que pretendió ser previsora, dada por el general, creó
la Vicepresidencia de la República, designándose «provisionalmente» para ese puesto al entonces Ministro de Gobernación (Interior o de Gobierno).
Mas, en la época a que aludo, se había notado ya deficiencia
política de esta figura «decorativa».
El elemento consciente había comprendido que era necesario
un vicepresidente que estuviera al lado del mandatario, estudiando la marcha del gobierno, prácticamente para que en caso de un
evento desgraciado, este vicepresidente lo substituyera de una
manera legal, pacífica y tranquila, sin que se alterase el orden ni la
paz, ni la marcha regular de la «cosa pública». Entonces salieron a
luz las candidaturas del general Reyes (muerto en la última revolución) y don Teodoro Dehesa, gobernadores en aquel entonces, el
primero de Nuevo León y el segundo de Veracruz.
Y fue entonces, también, cuando el círculo científico (Partido
Civil acá), o sea el grupo que rodeaba al general Díaz, influenció y
sugestionó a aquél para que apoyase la candidatura de Corral,
abiertamente. El general Díaz, que por amor propio y don de mando que había adquirido, por sugestión del partido ya mencionado,
apoyó a Corral al abrirse los comicios.
Antes había renunciado Reyes a su candidatura, aduciendo
razones de subordinación como soldado y adhesión como amigo
al general Díaz. Se convino en que Reyes saldría del país, con una
comisión oficial para Europa y dejase el campo libre.
Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas eran los tres estados fronterizos en donde Reyes contaba con más numeroso partido, y una
de las familias más grandes e influyentes que apoyaban al general
Reyes era la familia Madero, formada por ricos propietarios del
Estado de Coahuila.
Francisco I. Madero (que acaba de ser asesinado) fue, pues,
desde entonces un ardiente adicto a la candidatura de Reyes y
cuando aquel militar abandonó el campo, de la noche a la mañana
y cuando menos se lo esperaban sus partidarios, formaron otro
partido a favor de Madero, el «leader» de ellos, como le llamaban y,
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sin más trámite, se pasaron con armas y bagajes a Madero y formaron el partido revolucionario o «antireeleccionista».
Creado así, el partido antireeleccionista sostuvo a Reyes, quien
al desaparecer súbitamente de la escena política, dejó acéfalo aquel
grupo que después reconstituyó Madero, para afrontar su campaña política a su propio favor. Imbuido en las costumbres norteamericanas, él mismo hizo propaganda de su candidatura y se presentó personalmente al general Díaz como su futuro contrincante político. Este rasgo, que al principio no se tomó en serio por nadie, fue
después comentado favorablemente por los que supieron primero
y obtuvo las simpatías de aquellos que repudiaban la presencia de
Corral como Vicepresidente de la República. Recuerdo que, conversando con éste y el señor Sierra, y al decirles que encontraba
muy varonil y resuelta la actitud de Madero, ambos me contestaron: «No hay que tomarlo en consideración, es un degenerado; está
enfermo».
Éste fue el principio de la decadencia popular del gobierno del
general Díaz.
Madero, creador de ocasión, aconsejado y seguido por algunos ambiciosos extranjeros aventureros que divisaron en lontananza un porvenir risueño, excursionó por los estados de la República que pudo, pintó en sus discursos un programa utópico, aunque sugestivo y en corto tiempo se hizo popular y temido, puesto
que en San Luis de Potosí al lanzar su famoso «Plan de Gobierno»
fue acusado de sedición y encarcelado, logrando escapar después
violando la libertad condicional de que disfrutaba y emigrando a
los Estados Unidos en donde organizó la revolución que había de
derrocar al viejo presidente Díaz a quien tanto debe la Nación.
Lástima grande que el hombre que lanzó la primera idea de
emancipación democrática no corresponda en la práctica a tan
bello ideal; pues se ha visto que no hay carácter, no hay fijeza,
perspicacia ni talento administrativo en el soñador audaz que llevó al combate a millares de ciudadanos ante el conjuro mágico de
la palabra «Democracia» que ni él mismo entendía.
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En efecto, por lo poco que he referido de él, se verá que la figura
del jefe de la revolución juzgada de cerca y aquilatada de una manera justa no es, ni con mucho, la de un caudillo o la de un estadista. Es simplemente la de un patriota obcecado, falto de dotes esenciales para gobernar, aun cuando bien intencionado, que por falta
de hombres bien preparados para dirigir la patria, logró ascender
a la cima de sus ambiciones.
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