La ruta de las especies Desde el 3 de agosto al 4 de noviembre de 1497 no vieron tierra. Bartolomeu Días les había aconsejado que no siguieran el litoral africano, pues sólo así se evitarían la calma chicha del golfo de Guinea. Y las cuatro carabelas de Vasco de Gama navegaron desde las islas de Cabo Verde directamente hacia el Sur, por medio del Atlántico, hasta que calcularon que se hallarían ya a la altura de Buena Esperanza y entonces pusieron su proa hacia el Este. De esta forma establecían una verdadera marca de navegación de altura, que no sería superada hasta el viaje de Magallanes. Pero habían virado demasiado pronto y la costa divisada era todavía la del litoral atlántico del Sur de África. El temido cabo quedaba más abajo. El 18 llegaban a su altura, pero no consiguieron pasarlo. “El domingo por la mañana, que era el 19 del mes de noviembre, nos dirigimos de nuevo hacia el cabo escribe Alvaro Velho, cronista de la expedición-, pero no pudimos doblarlo porque el viento venía del Sur-sudoeste... y el lunes por la noche regresamos a tierra. Finalmente, el miércoles al mediodía pasamos delante del cabo, a lo largo de la costa, con viento de popa.” Desde que lo hiciera Bartolomeu Días nueve años antes, ningún europeo lo había doblado. Entre tanto, Colón había descubierto ya América y todas las miradas habían estado vueltas hacia Occidente. Hasta que el rey Manuel “el Afortunado” pensó que era ya hora de que Portugal participase también del botín de las Indias, utilizando para ello la ruta “de su propiedad”: la del Océano Atlántico, hasta el cabo descubierto por Días, para dirigirse a Oriente por el Índico. Tres naves (San Gabriel, San Rafael y Berrio) y un buque de transporte se armaron con todo esmero para esta expedición. Fueron dotados con cañones y se embarcaron víveres para tres años. El mando de la flota estaba reservado para Esteban de Gama, pero éste murió antes de la partida y le sustituyó su hijo Vasco, que tenía entonces tan sólo veintiocho años. Una vez doblado el Cabo, Vasco mantuvo a su flota a lo largo de la costa con rumbo al Norte durante cinco meses. Pronto se decidió destruir el buque de transporte y repartir la carga entre las otras tres naves. Numerosos establecimientos árabes jalonaban esta parte del litoral africano, gobernados por sultanes que vigilaban el tráfico de oro y de esclavos negros, que se cambiaban por tejidos y especias. Vasco de Gama observó satisfecho que sus barcos eran de madera de palmera cosida con fibra vegetal, sin remachar, es decir, incapaces de resistir el menor cañonazo; a manera de saludo, hizo disparar una buena salva de honor, que sonó más bien como advertencia. Los árabes comprendieron, y ambas partes decidieron respetarse. Pasaron los portugueses por Zanzíbar, y en abril llegaban a Mombasa. El sultán de este puerto tenía pensado tenderles una trampa. Envió unos emisarios a bordo para que invitaran a los expedicionarios a una recepción en su palacio. Pero Vasco no bajó a tierra; mientras mandaba solamente a dos exploradores -escogidos entre los condenados a muerte reservados para estos casos-, se quedó con dos de los emisarios, que, sometidos a tortura, confesaron los propósitos de su señor de exterminar a los portugueses. Llegados a Melinde, devolvieron unos rehenes árabes a cambio de que se les proporcionara un piloto capaz de llevarles a la India. Este fue un tal Malemo Kama, que se mostró muy hábil en el manejo de los instrumentos de navegación de los cristianos. Se puso rumbo al Nordeste, y a los veintitrés días de travesía del Irulico se arrojaron las anclas ante Capocate, un puerto próximo a Calicut. Era el 20 de mayo de 1498. La expedición había alcanzado las Indias por el Este, por el camino opuesto al seguido por Colón. Pero éstas eran las Indias de verdad. Realmente no les aguardaban en la India a los portugueses sino humillaciones y contratiempos. El samudrín de Calicut despreció olímpicamente el mensaje del rey de Portugal y los regalos ofrecidos, que le parecieron muy pobres: “... el más humilde de los mercaderes de La Meca traería mejores cosas...” Quería oro, pero Vasco no lo tenía. Además, por su lado, los árabes lograron enfrentar a los hindúes contra los portugueses, y varios de éstos fueron hechos prisioneros. Sólo cuando el capitán portugués cogió rehenes se avino el samudrín a soltar a sus prisioneros y consintió en cambiar especias por algunos metales preciosos y coral. La partida de Vasco de Gama de Calicut únicamente fue posible a costa de apartar a cañonazos a más de sesenta barcos indígenas que trataban de impedirla. Tras de un regreso largo y accidentado, Vasco y sus hombres (volvieron tan sólo cincuenta y cinco) llegaban a Lisboa en septiembre de 1499. El rey nombró al marino almirante de las Indias, mientras él tomaba para sí el título de “Señor de la Conquista, Navegación y Comercio de Etiopía, Arabia, Persia e India”. Para hacer que este título fuera una realidad y no quedase sólo en palabras, Vasco de Gama había de salir pronto otra vez hacia aquellas tierras al frente de veintiún navíos poderosamente armados. Al mismo tiempo, ello le daría ocasión de vengar todas las humillaciones sufridas. Esta vez no hizo falta la astucia. Bastó con la fuerza. En unos pocos años, las carabelas y los cañones portugueses iban a acabar con el dominio árabe en el Índico y a sembrar de colonias bien defendidas los puntos más estratégicos de las costas africanas, el Golfo Pérsico y la India. Luego, la expansión se extendió hasta Malaca, las islas Molucas y la costa china, donde se funda la colonia de Macao. A mediados del siglo XVI, el litoral de África y prácticamente todo el Océano Indico están bajo el control de Portugal, un Estado de un millón escaso de habitantes.