bd revisión tercer trimestre 2016

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Colegio Mª Auxiliadora- Béjar
Curso 2015/2016
Buenos días 30 de mayo al 3 de junio
REVISIÓN TERCER TRIMESTRE
EL HOMBRE QUE SABIA VOLAR
Empezó a propagarse la noticia de que, en un remoto país, había un hombre que sabía volar. El rico
Mansur decidió partir en su búsqueda para pedirle que le enseñara el arte del vuelo sin importar el precio ni las
exigencias. Aprendería a volar y se guardaría el secreto para sí mismo, sin comunicárselo a nadie. Sería distinto
a todos los demás, lo admirarían y él levantaría su vuelo extraordinario sobre las multitudes que le observarían
impotentes y celosas.
Cuando llegó a aquel país lejano, nadie le supo dar noticias del hombre que volaba. Todos le
confirmaron que habían oído hablar de él, incluso alguno afirmó y juró que había visto su vuelo prodigioso,
pero nadie sabía dónde encontrarlo.
Ansioso de encontrarlo, Mansur ofreció una suculenta recompensa a quien le diera una información
segura, pero de nada sirvió la oferta.
Un día, mientras Mansur se encontraba en el mercado de la ciudad, se le acercó un viejo escudero, muy
pobre, que le preguntó si era él el que buscaba al hombre que volaba.
-Sí, soy yo. ¿Acaso tú puedes indicarme dónde puedo hallarlo? Si es así, y lo encuentro, te
recompensaré muy bien: ya no pasarás ninguna necesidad en el resto de tu vida.
-Puedo llevarte hasta él, si quieres. Comamos algo y después nos ponemos de camino sin demora.
Así lo hicieron. Incluso Mansur, conmovido por su pobreza, le compró una manta y un par de sandalias
nuevas. Se encaminaron hacia el Norte, cruzaron el río, y a la noche pernoctaron en un hostal. Al día siguiente
retomaron el camino. Mansur ardía de impaciencia por encontrar al hombre que volaba y no cesaba de hacerle
preguntas sobre él.
-¿Todavía estamos muy lejos? –preguntaba impaciente una y otra vez.
-No, no, ya estamos cerca –le respondía calmadamente el viejo escudero.
Pero fueron pasando los días y Mansur empezó a dudar. Cuando iniciaron la subida a una alta montaña,
Mansur no pudo aguantar más y gritó lleno de cólera:
-Desde hace una semana me repites lo mismo, que estamos cerca, pero yo no veo ningún vestigio del
hombre que buscamos. Te alimento, te doy albergue, pero tú me llevas de acá para allá en un penoso viaje que
ya se me asemeja a una terrible pesadilla. Empiezo a sospechar que no sabes nada y que simplemente eres un
embaucador y un mentiroso, que sólo buscas aprovecharte de mí.
El viejo escudero le miró calmadamente con sus ojos mansos y le dijo:
-Ten paciencia, no te desesperes, te aseguro que estamos cerca. Un esfuerzo más y seguro que lo
encontramos.
Mansur siguió subiendo la montaña jadeando improperios. Estaba cansado, desanimado, convencido de
que el viejo era un simple charlatán, y hasta temió que, en un descuido, le diera un empujón en uno de esos
parajes indómitos y lo matara para apoderarse de su bolsa.
-Eres un pobre viejo, idiota y mentiroso –empezó a ofenderle con ira-. No sé cómo pude dejarme
embaucar por un loco charlatán como tú. Yo no sigo más. Me voy. Tú verás cómo vuelves, porque yo no pienso
darte ni un mendrugo de pan. Me importa un comino si te mueres de hambre.
Mansur empezó a descender de la montaña vomitando cólera. No entendía cómo se había fiado de ese
pobre viejo que, sin duda alguna, estaba mal de la cabeza. De repente, vio una sombra sobre él, alzó los ojos y
vio al viejo escudero volando plácidamente sobre él en el azul infinito del cielo.
Las cosas que merecen la pena cuestan. A veces, queremos volar, levantarnos de nuestras rutinas,
procurar metas de excelencia, pero desistimos ante los esfuerzos y sacrificios que exigen. Los grandes hombres,
todos los que han sobresalido en lo político, en lo científico, en lo cultural, en la santidad, lo hicieron porque
quisieron con radicalidad algo y comprometieron sus vidas a lograrlo, sin importar lo que costara, ni los
esfuerzos y sacrificios que implicara. Nosotros no queremos nada en serio, con radicalidad. Por eso, somos tan
mediocres en todo. Querríamos que se nos dieran las cosas , pero sin esforzarnos de veras. Desistimos ante la
primera dificultad. Nos falta garra. Nos gustaría volar, pero no estamos dispuestos a jugarnos la vida en esta
empresa.
CULTURA LIGHT
La cultura light de nuestros tiempos rehuye el sacrificio, el esfuerzo, ell vencimiento y ofrece a los
jóvenes las promesas de una plenitud vana y hueca, mediante la satisfacción de todos sus caprichos, que
renueva permanentemente para tener atrapado su corazón y para que permanezca inalterable el afán de comprar
y consumir. De ahí la necesidad de una educación que se oriente a formar la voluntad, el coraje, la
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responsabilidad, la constancia , que combata el egoísmo, que cincele corazones fuertes y generosos. Querer a
los alumnos implica ayudarles a ser mejores, a levantarse de sus rutinas, del consumismo ramplón, de la vida sin
pasión y sin sentido. Educar es guiar a los alumnos siempre hacia nuevas y más difíciles cumbres para que
sean capaces de volar, de levantarse de sus rutinas y caprichos que los atenazan contra el suelo, de vivir a
plenitud, de ser genuinos ganadores:
Los jóvenes tienen que comprender que el estudio supone esfuerzo, vencimiento, superación. La
televisión los vuelve pasivos, incapaces de asumir la responsabilidad de un aprendizaje autónomo y personal
que implica vencimiento, voluntad, coraje.
¿CUÁL ES TU PROFESIÓN?
Además de ser un médico bondadoso, que se ganó el corazón del pueblo venezolano, José Gregorio
Hernández fue Profesor de Medicina de la Universidad Central de Venezuela. Cuentan que un día enfrentó a
uno de esos eternos estudiantes que mariposean por los recintos universitarios sin pegar golpe, sin estudiar, sin
pasar materia alguna, y le preguntó:
-¿Cuál es su profesión, bachiller?
-Soy estudiante -contestó el joven con orgullo.
-Si esa es su profesión, ¿por qué no la ejerce? -repreguntó José Gregorio.
EL BUEY TRABAJADOR
En un hermoso establo de la estepa vivían juntos un buey y un burro. Mientras el burro flojeaba casi todo el día
y se limitaba a transportar muy de vez en cuando a su amo, el buey vivía jornadas agotadoras de esfuerzo:
labraba la tierra, llevaba en su lomo pesadas cargas y hasta tenía que ayudar a sacar el agua de una noria. Una
tarde llegó muy cansado al establo, comió una abundante ración de paja, bebió agua suficiente y empezó a
quedarse dormido cuando de repente se sobresaltó.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el burro.
—Acabo de recordar que mañana tengo que levantarme muy temprano, pues debo ayudar a labrar el gran
terreno que hay pasando la laguna, y ya no aguanto la fatiga —respondió el buey.
—No te preocupes, yo voy a enseñarte cómo puedes quedar libre de ese trabajo — dijo el burro.
—¿Cómo?
—Es muy fácil. Mañana, cuando el patrón venga por ti comienza a caminar sólo sobre tres patas. El amo creerá
que tienes lastimada la cuarta y te dejará descansar todo el día —explicó el habilidoso jumento.
Aquella noche el buey no logró conciliar el sueño pensando qué hacer al día siguiente. Así vio ocultarse la luna
y salir el sol. Si ya de por sí estaba cansado, ahora tenía todavía menos energías.
El gallo cantó y el patrón de los animales se acercó al establo para despertar al buey. Siguiendo los malos
consejos del burro, cuando éste se incorporó hizo como que cojeaba. El dueño del establo lo vio con
detenimiento y le dijo:
—Mmm… creo que has estado trabajando de más estas semanas y haré venir al veterinario para que te revise
esa pata. Pero el terreno que hay pasando la laguna no puede quedarse sin labrar… ¡Ya tengo la solución! En
esta ocasión serás tú quien me ayude —dijo mirando al burro.
Espantado por la perspectiva de trabajar todo un día el burro pegó un rebuzno que se oyó muy lejos y cuando
recuperó la compostura se dirigió al amo:
—Patrón, patrón, el buey no está enfermo de la pata, yo le aconsejé que mintiera para no ir a trabajar —le
explicó.
—¿De manera que le estuviste dando malos consejos para que sea igual de flojo que tú? —comentó el amo y se
quedó pensando un largo rato.
Ambos animales esperaban temerosos la decisión de su dueño hasta que éste finalmente habló.
—Bueno, los dos podrían merecer una buena paliza por mentirme. Pero he tomado otra decisión. Tú, buey, te
has esforzado más de lo que puedes y mereces un descanso. Y tú, burro, necesitas hacer algo por cambiar de
vida. Así que mientras el buey toma unas vacaciones me ayudarás a labrar la tierra —comentó.
—¿Y cuando terminen las vacaciones? —cuestionaron los animales a coro.
—Entonces todos los días iremos los tres a labrar para conocer juntos la alegría del esfuerzo (y también la del
descanso).
Cuento de Belarús
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